Categoría: Artículos y comentarios

Artículos de opinión producidos por el autor a partir de 2014, con algunos espaciamientos.

Éxitos Contraproducentes

Si el mundo es todo lo que sucede y lo que sucede es mucho: ¿por qué tendríamos que ocuparnos una y otra vez de las mismas situaciones?¿Por qué no abordar, por ejemplo, la densa cuestión de la sucesión universitaria o el  muy entretenido script peliculesco (tan bien armado por los genios de la PGR) concerniente, primero, a la evasión de la cárcel y ahora (el siguiente capítulo de la novela policiaca que al parecer ya nos tienen listo) a la misteriosa huida de un malherido Chapo Guzmán, preámbulo obligatorio del capítulo final y cuyo desenlace a todas luces tendrá necesariamente que ver con la muerte del héroe? ¿Por qué no hablar de los problemas del magisterio nacional, del sino macabro de los muchachos de Ayotzinapa (y de las nuevas infamias que nos tienen preparadas las autoridades encargadas del caso, como la inculpación de nuevos personajes) o de la sucesión presidencial argentina? Es obvio que como esos hay un sinfín de temas de interés. Sin embargo, hay algunos que por su importancia y trascendencia de manera natural se auto-imponen y literalmente nos fuerzan a volver a encararlos. Un tema así, sin duda alguna, es el conflicto israelí-palestino. ¿Por qué ese problema una y otra vez, por así decirlo, nos estalla en las manos? La respuesta es obvia y simple: porque es un conflicto al que no se le ha querido dar una solución. Pero eso ¿por qué? La respuesta a esta pregunta es todo lo que se quiera menos obvia y simple. Intentemos, no obstante, decir algo razonable al respecto.

A lo largo de las últimas semanas nos hemos venido enterando, a través de los más variados medios de información, de choques cotidianos entre palestinos e israelíes. Para empezar, es tentador señalar un evento particular como el detonador de la nueva fase de violencia, pero una sugerencia así es fácilmente rebatible: son tantos ya los actos de violencia ocurridos (como el haberle prendido fuego a un niño en su cuna) que sería prácticamente imposible seleccionar uno en particular y erigirlo en detonador, además de que, en segundo lugar, es obvio que algo es o puede ser un detonador sólo en un contexto apropiado. Sería altamente improbable que, si se eliminara o modificara drásticamente el contexto, el detonador en cuestión tuviera los efectos que en este caso habría mostrado tener o simplemente ni siquiera se habría dado. La pregunta es entonces: ¿cuál es ese contexto que con tanta facilidad promueve la detonación de actos de violencia y odio entre palestinos e israelíes? La pregunta es precisa, pero requiere para ser debidamente respondida ciertas aclaraciones.

Con toda franqueza, no creo que tenga el menor sentido abordar un tema a fin de tratarlo con seriedad para posteriormente limitarse a recitar lugares comunes, discutir con hombres de paja o repetir consignas. Pero si ello es así, entonces tal vez debamos empezar por señalar que lo que es inusual en Israel y en los territorios ocupados es la violencia entre palestinos e israelíes, puesto que lo que sí es real es la violencia cotidiana en contra de la población palestina en su conjunto. Negar eso sería simplemente mostrar que no se desea tratar el tema con objetividad. Todos sabemos que todos los días la población palestina, independientemente de que se sea hombre, mujer, anciano o niño, es víctima de toda clase de tropelías y humillaciones por parte del ejército israelí, así como todos los días los palestinos son víctimas de atropellos y de actos de violencia injustificada por parte de los colonos (los famosos “settlers”), quienes poco a poco, y en concordancia con la política del gobierno israelí, se engullen los remanentes de lo que otrora fuera tierra palestina. A lo que asistimos ahora, por consiguiente, es a expresiones de violencia por parte de palestinos como una respuesta desesperada frente a una situación que es ya francamente insoportable. ¿Cuál es esa situación?¿De qué situación hablamos? De una situación de injusticia estructural, crónica y galopante. Se trata de una situación que prevalece por lo menos desde la creación de Israel, o sea, desde hace 67 años. En otras palabras, mientras que las personas que viven a lo largo y ancho del mundo en situaciones de normalidad se pasean, trabajan, se reproducen, comen, festejan, etc., los palestinos lloran, son agredidos, golpeados, encarcelados, asesinados. Así, el mundo contempla pasivamente y desde lejos el martirio cotidiano palestino. Por razones que es ya es hora de que salgan a la luz, lo cierto es que la casi totalidad de los gobiernos actúa en connivencia con la política de limpieza racial, de odio irracional y de prepotencia alevosa por parte del gobierno y la sociedad israelíes.

No es mi propósito discutir aquí y ahora el status de la “violencia palestina”. Desde luego que cuando un palestino apuñala a un soldado israelí ejerce violencia, pero es pura y llanamente imposible (insensato) pretender juzgar un acto así al margen de su contexto, de su trasfondo. Si a una persona le mataron a sus padres, demolieron su casa, lo han golpeado en repetidas ocasiones, mutilaron a sus hermanos, etc., es perfectamente comprensible que el individuo en cuestión en algún momento actúe con violencia. Frente a un estado racista y terrorista como el israelí, no creo que haya muchas opciones de acción. El tema interesante es desde luego el de cómo y por qué puede haber un estado así, pero ese es un tema demasiado complejo como para tratarlo en unas cuantas páginas. De seguro que en algún momento regresaremos sobre él. Por ahora, sin embargo, mi objetivo es mucho más modesto y se reduce a compartir con el lector algunas reflexiones sueltas sobre diversos potenciales efectos, quizá no del todo bien sopesados por parte de los actuales dirigentes israelíes, de una política que, se puede argumentar tanto a priori como a posteriori, está destinada a fracasar.

Yo creo que debería quedarle claro a los líderes sionistas que, con toda y su inmensa superioridad material, va a ser de hecho imposible para Israel aniquilar a 5,000,000 de personas. Ahora bien, si, per impossibile, el estado israelí lograra realizar dicha proeza, ello representaría ipso facto una derrota simbólica total para él. ¿Por qué? Porque lo que Israel habría realizado sería una nueva Shoah, su propia Shoah, una Shoah palestina. Con ello, al mismo tiempo, quedaría identificado precisamente con eso que más detesta que lo identifiquen: sería, a los ojos de la población mundial, el nuevo estado nazi, el estado nazi del Medio Oriente. Eso será todo lo que se quiera menos una victoria política.

En segundo lugar, el estado israelí no debería desdeñar al modo como lo hace el repudio popular mundial al cual ya se ha hecho acreedor. El estado israelí funda su política única y exclusivamente en consideraciones de fuerza (financiera, militar y propagandística). Le importan únicamente los apoyos gubernamentales en las instancias relevantes, pero es ostensiblemente indiferente a la antipatía de los pueblos. Empero, ésta a menudo resulta indispensable y hasta decisiva. Ya en nuestros días, dejando de lado algunos sectores importantes de la sociedad norteamericana, hay prácticamente pocos pueblos no directamente involucrados en el conflicto del Medio Oriente que sientan simpatía por Israel, mucho menos que lo apoyen. Digámoslo claramente: los millones de personas que viajan a Israel no se desplazan por conocer dicho país, sino que viajan a él para visitar el Santo Sepulcro, el Jardín de los Olivos y el Gólgota y las más de las veces regresan ofendidos por lo que vieron o vivieron allá (los sistemáticos escupitajos a las monjas por parte de los transeúntes, por ejemplo).

En tercer lugar, me parece muy arriesgado pensar que en los países de los cuales provienen sus mayores apoyos (Estados Unidos y Francia, sobre todo) no pueden darse cambios sustanciales que podrían afectar peligrosamente su situación de vencedores. Es claro que sin el apoyo material, financiero, logístico y diplomático de los Estados Unidos Israel no sería el país fuera de ley que es y digo ‘fuera de ley’ por la simple razón de que nunca acata las resoluciones en su contra independientemente de en dónde se tomen (UNESCO, ONU, etc.). Sin los cerca de 10,000 millones de dólares que el Congreso norteamericano le regala a Israel anualmente, sin la pródiga dádiva de armamento sensible que recibe del Pentágono, Israel no resistiría mucho tiempo una guerra como la que ahora se libra en el Medio Oriente. Ahora bien, cambios así se pueden dar. Es bien sabido que el Partido Socialista francés (y por ende, en la actualidad, el gobierno francés) está dominado por gente que trabaja abiertamente en comunión con el CRIF (Concejo representativo de las Instituciones Judías de Francia), pero también se sabe de la oposición popular la cual, dirigida por gente tan diversa como Alain Soral o Dieudonné M’Bala M’Bala, ha sido aclamada de un modo que hasta hace un par de años habría sido inimaginable. En Estados Unidos, igualmente, se pueden dar cambios que podrían limitar drásticamente la actualmente todopoderosa influencia del así llamado ‘lobby judío’. De hecho, el lenguaje político norteamericano está empezando a cambiar, por la sencilla razón de que las políticas públicas tienen que modificarse (seguro social, educación, etc.). Pero ¿qué pasaría si el status quo político norteamericano se modificara y las correlaciones de fuerzas cambiaran? Es obvio que Israel no se puede bombardear a sí mismo con armas atómicas y una guerra sin el masivo apoyo occidental del cual dependen y al cual están acostumbrados podría poner a los israelíes en situaciones críticas hasta ahora desconocidas. Infiero que la soberbia a la Netanyahu, fundada en la convicción de que nunca nada cambiará en los países occidentales, puede conducir al desastre.

Podemos señalar, en cuarto lugar, como una causa más para re-pensar la política intransigente y criminal del actual gobierno israelí el hecho de que es una vulgar patraña la afirmación de que el gobierno sionista efectivamente representa al 100 % de la población israelí y judía en general. Hay varios sectores judíos de personas inconformes con la política racista y represora del gobierno israelí. Están, por una parte, los ultra-ortodoxos, aquellos que por razones religiosas están en contra de la existencia del estado mismo de Israel. Ese es un tema nada desdeñable, ni teórica ni prácticamente. Están, por otra parte, los libre-pensadores, la gente que no comparte los valores sionistas y que, superando multitud de prejuicios y chantajes, se han declarado en contra de las masacres y el trato degradante de los ciudadanos de segunda clase, esto es, de los árabes que son ciudadanos israelíes y viven en Israel. Los exponentes de la política israelí siempre se expresan como si hablaran en nombre de todos los judíos del planeta, israelíes o no, pero eso es simplemente una táctica política. No hay tal cosa. Hay muchos intelectuales, artistas, refuseniks, religiosos y seres humanos de buena voluntad de origen judío que simplemente están en contra de lo que en su nombre se hace. Por el momento, sin duda alguna, son una minoría, pero es más que obvio que es una minoría que crece día con día.

Por último, podemos apuntar a fracasos políticos que pueden desencadenar secuencias de hechos cuyos impactos es altamente probable que el gobierno israelí no pueda neutralizar. Un caso así fue el pacto atómico con Irán y otro la no extinción de Siria y de su legítimo gobierno. Ya Israel se llevó algunas sorpresas cuando tuvo que enfrentar al Hezbollá con un mínimo de armamento (nunca igual al suyo, es cierto). El día que el ejército israelí enfrente un ejército realmente bien preparado y que no pueda derrotarlo: ¿qué consecuencias acarrearía eso a nivel mundial para la población judía? Pienso que, si se sopesaran las potenciales consecuencias de una coyuntura no favorable, se tendrían elementos para pensar que la política de gobiernos como el de Netanyahu pueden ser funestas para los israelíes y para el pueblo judío en general.

Yo me inclino a pensar que la historia ha sentado tantos precedentes y le ha dado a los seres humanos tantas lecciones que lo menos inteligente que se puede hacer es taparse ojos y oídos y rehusarse a aprender del pasado. Una política de odio, de desprecio hacia nuestros congéneres, no puede triunfar. Los dogmas de superioridad y los mesianismos de invencibilidad terminan siempre por derrumbarse estrepitosamente. No se le puede impunemente enseñar a niños a cantar que hay que ir a matar palestinos y cosas por el estilo (hay mucho de esto en internet y para alguien que no está inmerso en ese mundo no es tan fácil de soportar), porque esa política a la larga dará malos resultados al interior de la sociedad que ahora los fomenta. La terca política de un solo estado con diferentes clases de ciudadanos (diferentes derechos, obligaciones, etc.) no tiene futuro y menos aún en la época de una feroz globalización. La cruel obscenidad del presente no se justifica apelando a la crueldad obscena del pasado. El mundo sabe ya cuál es la fuente del verdadero terrorismo, del terrorismo de estado, a pesar de toda la manipulación que sistemáticamente se haga a través de los medios de comunicación. A pesar de éstos y de las múltiples formas que hay para presionar, a la gente alrededor del mundo le queda día con día cada vez más claro quiénes son los terroristas y quienes las víctimas en Tierra Santa.

Descarado!

Una ventaja que tenemos quienes de motu proprio nos esforzamos por articular pensamientos que sean no sólo coherentes y explicativos sino también que sirvan para expresar lo que son nuestros genuinos puntos de vista es que no estamos constreñidos a ocuparnos de los temas del momento, de esos de los que a fuerzas (por definición) se tienen que ocupar los periodistas profesionales. Nosotros no tenemos semejantes restricciones, por lo que podemos retomar libremente el tema que consideremos digno de reflexión aunque éste ya no sea “de actualidad”. Yo tuve que ausentarme una semana, por razones de trabajo (asistí en la ciudad de Puebla al “Vº Congreso Wittgenstein en Español”, del cual soy co-organizador) y no tuve entonces tiempo para abordar un tema que llamó la atención pública y que sin duda ameritaba un mínimo de ponderación. Puedo desde luego enunciar rápidamente el tema que me incumbe, pero me parece que lo apropiado es describir, aunque sea a grandes rasgos, el marco general dentro del cual es menester ubicarlo.

Con toda franqueza, no sabría decir si sólo un desquiciado o un ser malvado podrían negar que el mundo está pasando por una etapa de destrucción y desolación que no tiene paralelo en la historia humana. ¿Cómo entender y evaluar de manera responsable lo que está pasando en el mundo? Yo creo que las respuestas variarán en función del grado de abstracción en el que nos ubiquemos. Hay que hacer aquí un gran esfuerzo para, por así decirlo, colocarse por encima y ver de lejos los sucesos del mundo y mientras más universal sea nuestra perspectiva mayor claridad tendremos del tema que nos incumbe. Evidentemente, el nivel perfecto de observación es lo que podríamos llamar el ‘punto de vista de Dios’: a Él sí una sola mirada le bastaría para captar el complicado entramado de políticas, decisiones, ambiciones, ideas, pasiones y demás que operan y que dan como resultado lo que es la situación actual. A Dios ciertamente Obama no podría engañarlo, Netanyahu no podría amedrentarlo, Hollande no le haría sentir pena ajena y así podríamos seguir mencionando a todos aquellos que, por ocupar (aunque sea de manera pasajera) posiciones mundanas decisivas, inciden en las vidas de los demás y muy a menudo para el infortunio de las personas. Nosotros, evidentemente, estamos a años luz de la sabiduría divina, por lo que no nos imaginamos estar revelando los arcanos del universo. No obstante, aunque sea de manera sumamente imperfecta, hacemos el esfuerzo por contemplar lo que pasa alrededor de nosotros de la manera más objetiva posible. Y ¿qué es lo que vemos? Lo que mi aparato cognoscitivo me indica, a la manera de un sensor que cuando detecta una señal automáticamente enciende un foco, es algo tan simple que hasta da pena enunciarlo, en gran medida porque quienes no tienen ese sensor (la inmensa mayoría de las personas, por muy variadas razones) intentan hacer sentir a quien sí lo tiene como si fuera alguien que padece alucinaciones de alguna índole o que es algo así como un retrasado mental. ¿A qué me refiero, concretamente? Yo creo que lo que salta a la vista es pura y simplemente que el sistema de vida reinante, el capitalismo, ya no funciona, es decir, ya no es operativo realmente, ya no hace que la humanidad progrese, vaya hacia adelante, supere sus contradicciones y sus miserias. No creo, en efecto, que nadie sensato y con una dosis elemental de información pueda sostener que la civilización contemporánea no es una civilización de destrucción sistemática de la naturaleza y de sumisión de unos (muchos) por otros (muy pocos). Sería hasta redundante, por no decir tedioso, enumerar las catástrofes humanas que día con día tienen lugar en el planeta, catástrofes no naturales y de causantes fácilmente indiciables. Ese es el marco dentro del cual habría que ubicar nuestro tema. ¿Y cuál es ese?

Como todos sabemos, el Papa Francisco hizo recientemente una importante visita a América. Básicamente, sus pasos lo llevaron a Bolivia, a Cuba y a los Estados Unidos. Parte crucial del mensaje del Papa fue un llamado, a mi modo de ver infructuoso pero eminentemente noble, a abrir los ojos ante la evolución del mundo. Como el mundo es entendido vía categorías económico-políticas, el Papa Francisco habló del capitalismo (o sea, el sistema de vida imperante) y en forma casi patética llamó a cambiarlo porque él, sin duda mucho más y mejor inspirado que yo, detectó la esencial maldad del sistema, un sistema que genera profundas asimetrías económicas y crueles engaños políticos. Todos sabemos que un papa es la cabeza de un estado, pero no por ello deja de ser persona y por lo tanto no se puede simplemente descalificar lo que dice apelando a su investidura. Su discurso fue muy claro: el modo de vida prevaleciente es cruel y contrario a las más básicas de las genuinas intuiciones religiosas, intuiciones que tienen que ver con el amor al prójimo y el respeto a la vida.

Y es aquí que de pronto nos topamos con el asombroso hecho de que un escritor venido a más, un cuentero artificialmente inflado, un político fracasado y lleno de resentimientos, se permite pronunciarse, en un tono condescendiente y desdeñoso, sobre lo dicho por el Papa, como dando a entender que las afirmaciones de este último son meramente el producto de la senilidad y de una profunda incomprensión de lo que está pasando. Me refiero al novelista Mario Vargas Llosa. Su pronunciamiento, obviamente, no fue hecho en privado sino que recibió la mayor difusión posible, lo cual también tiene una explicación. Aquí se hace valer el proverbio según el cual Dime con quién andas y te diré quién eres y ¿con quién hizo pública Vargas Llosa su evaluación del Papa? Ni más ni menos que con el agente ideológico pro-yanki, el apologista del capitalismo por excelencia, el argentino-norteamericano Andrés Oppenheimer!! Así, pretendiendo enmendarle la plana al Papa Francisco, Vargas Llosa se permitió hacer un par de afirmaciones dignas de ser tomadas en cuenta. Sostuvo, primero, que la crítica de la Iglesia al capitalismo no era nueva y que lo que el Papa había sostenido simplemente representaba el verdadero punto de vista de la Iglesia Católica y, segundo, que el Papa (y por consiguiente la Iglesia) no había logrado comprender que el capitalismo está internamente conectado con la libertad y la democracia. Dado que es obvio que Vargas Llosa no tiene formación filosófica fue incapaz de enunciar lo que realmente tenía en mente. Lo vamos a hacer nosotros por él: lo que Vargas Llosa quiso decir es simplemente que los conceptos de democracia, capitalismo y libertad están esencialmente vinculados unos con otros. O sea, se implican mutuamente y rechazar uno equivale a rechazar los otros dos.

Me parece que podemos copiarle al Papa su conducta lingüística y aplicarla en el caso del escritor español (y digo ‘español’ porque, como todo mundo sabe, Vargas Llosa renunció a la nacionalidad peruana a raíz de su estrepitosa derrota electoral ni más ni menos que ante Alberto Fujimori; a todas luces, no es un buen perdedor). Cuando le pidieron al Papa que se pronunciara sobre los homosexuales (al margen de la Iglesia), él con humildad respondió: ¿Y quién soy yo para juzgar a los demás? Yo creo que podemos, mutatis mutandis, hacer la misma pregunta en relación con Vargas Llosa: ¿y quién es él para permitirse juzgar a personajes mucho más capacitados y mejor ubicados que él para hablar de la situación mundial?¿Por qué se le habría de conceder atención especial a los dichos de un escritor al que por decisiones de burocracia internacional de administración cultural se le colocó en la cima? Nosotros quisiéramos preguntar (como en algunos otros casos notorios): ¿cuál es esa obra tan magnífica que lo llevó al premio Nobel? ¿Pantaleón y las Visitadoras? Que no nos hagan reír! Vargas Llosa es obviamente el beneficiario de un premio que no es de literatura en sentido estricto, sino que se da en el ámbito de la literatura dependiendo del rol político que se desempeñe. La pregunta es entonces: ¿cuál es dicho rol?

Es evidente hasta para un niño que Vargas Llosa es el caso típico del escritor que, gozando de un cierto prestigio literario, aprovecha un determinada coyuntura, cambia de disfraz ideológico y se deja mansamente cooptar, convirtiéndose entonces en el portavoz de exactamente lo contrario que hasta entonces había venido representando. Dado que, a diferencia de lo que pasa en Europa en donde el filósofo, cuando es relevante, es una figura pública respetable y escuchada, en América Latina ese papel lo juegan más bien los literatos. Son éstos los que, ante la opinión pública, juegan el papel de hacedores de opinión. Vargas Llosa es claramente el caso peruano, pero nosotros no tenemos que ir muy lejos para apuntar a exactamente el mismo fenómeno: ahí está Octavio Paz, el individuo que, adelantándosele,  le marcó con toda precisión el camino a seguir a Vargas Llosa. Como muchos otros, Gabriel García Márquez por ejemplo y el mismo Paz, Vargas Llosa se inició en la literatura como un escritor de izquierda, lo cual a la sazón quería decir ‘anti-golpista’, ‘pro Revolución Cubana’, etc. Pero Vargas Llosa tuvo su camino de Damasco: su inspiración divina llegó con la intervención de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga, en 1968, una intervención nunca siquiera mínimamente explicada. Ahora que para nosotros es fácil constatar que lo que pasó en Polonia 10 años después era justamente lo que estaba a punto de suceder en lo que era la República Socialista de Checoslovaquia, podemos apreciar el certero oportunismo de Vargas Llosa. Éste súbitamente se apoderó (o creyó que lo hacía, porque podríamos pensar que más bien fue al revés) del fácil vocabulario demagógico de la “libertad” y la “democracia” para convertirse a partir de ese momento en uno de los líderes de la más descarada de las derechas. No podría sorprender a nadie entonces que ahí y no antes se iniciara su incontenible triunfo mundano, un triunfo que sus previas novelitas no le habrían podido deparar: candidato a la presidencia, premio Nobel, ideólogo reconocido, ciudadano ilustre, invitado distinguido, etc., etc. Como es natural, fue un participante activo en los programas de Televisa que Octavio Paz dirigió (y que de cuando en cuando vuelven a sacar al aire, por si se nos olvidan sus “lecciones”) a raíz de la caída del Muro de Berlín y de la disolución final del mundo socialista, cosa que aprovechó a la perfección para exponer su famosa tesis sobre la “dictadura perfecta” mexicana, encarnada desde luego en el PRI y la cual curiosamente encajaba a la perfección con los planes de cambio gubernamental para México que ya se fraguaban en los Estados Unidos. Desde luego que no vamos a defender al PRI pero tampoco a atacarlo, porque eso es caer en el juego falaz de considerar fenómenos muy complejos como si fueran simples: el PRI jugó papeles diferentes en diferentes momentos de su historia y es evidente de suyo que hablar del PRI como lo hizo Vargas Llosa no era más que una maniobra demagógica para debilitar, con el pretexto del cambio mundial, a un gobierno que todavía tenía vetas nacionalistas. En ese sentido, es claro que Vargas Llosa le hizo un profundo daño a la nación mexicana, inter alia. En todo caso, lo que es claro es que a partir de entonces Vargas Llosa ha sido uno de los más estridentes críticos de todo lo que sea oposición al sistema capitalista. No cabe duda de que es un hombre con los pies muy bien puestos en la tierra!

Tengo que confesar que por diversas razones siento una gran antipatía por Vargas Llosa, porque creo detectar en él motivaciones muy bajas o sucias en lo que es su rol político, pero mi animadversión se incrementó cuando me percaté de que sucedía con él lo que sucede en muchos países de habla hispana (España incluida, desde luego) y es que, una vez ungido, se volvió un parlanchín que se pronuncia con nonchalance sobre temas que desconoce y que, para quienes algo sabemos al respecto, no son otra cosa que retahílas insoportable de trivialidades, errores y falsedades. Es el caso, por ejemplo, de su reseña de un bien conocido libro sobre el célebre encuentro entre el gran pensador austriaco, naturalizado británico, Ludwig Wittgenstein, y el filósofo Karl Popper, también de origen austriaco y también naturalizado inglés, quien provocó en la universidad de Cambridge una situación ridícula de enfrentamiento con alguien a quien envidiaba y que era infinitamente superior a él, como lo historia lo atestigua. La reseña por parte de Vargas Llosa del libro que recoge ese episodio es a las claras la de alguien externo al mundo académico pero que, avalado por su fama, se siente autorizado para hablar con desparpajo sobre temas que le son ajenos. Yo mismo reseñé el libro del cual él se ocupa e invito al lector a que confronte nuestros respectivos trabajos para que pueda determinar por cuenta propia cuán bien o mal fundado está lo que afirmo.

La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿qué peligros representan personajes como Vargas Llosa? Éste me parece ser un buen prototipo del ser humano esencialmente materialista, un desespiritualizado típico de la época de nihilismo por la que atravesamos, justamente de lo más anti-wittgensteiniano que podríamos imaginar. Vargas Llosa es el intelectual latinoamericano adormecido por los cantos de sirena del éxito terrenal. Ser un clown de super-ricos, alguien que ameniza con palabras el banquete al que con benevolencia se le invita, alguien que puede salir en las revistas de la “gente bien”, alguien a quien por consiguiente por decreto se le aplaudirá, escriba lo que escriba, esa es la meta de Vargas Llosa y de gente como él. Es, pues, el símbolo perfecto del intelectual latinoamericano extraviado espiritualmente. Qué lástima que lo que nos incitó a redactar estas cuantas páginas no haya sido otra cosa que un descarado comentario.

La Irrelevancia de la Diplomacia

Pocas cosas hay tan decepcionantes y frustrantes como lo es un fracaso conversacional que termina en un mero diálogo de sordos. Y no estará de más entender que, además de ser decepcionante y frustrante, dicho fracaso es un mal augurio cuando los dialogantes son personajes decisivos para el mundo. Eso es más o menos lo que podemos afirmar que sucedió en la Asamblea General de la ONU cuando examinamos, aunque sea superficialmente, los discursos de los presidentes V. Putin, de Rusia, y B. Obama, de los Estados Unidos. Literal y metafóricamente, hablan idiomas distintos. Desde luego que el contenido de sus respectivos discursos es interesante per se, pero también resulta ilustrativo leer entre líneas y tratar de entender no lo que afirman (lo cual está a la vista), sino sus motivaciones subyacentes, lo que revelan. Sobre algo de ello quisiera decir unas cuantas palabras, para mí obvias, aunque quizá no evidentes para todo mundo.

No deberíamos perder de vista que es a través de discursos, por así llamarlos, ‘oblicuos’, como a menudo los mandatarios promueven sus posiciones políticas y hacen llegar sus mensajes al mundo. Hay en sus alocuciones, por lo tanto, dos niveles: el explícito y lo que sus textos revelan o permiten entrever. Dado que escuchamos sus discursos, disponemos entonces del material suficiente para extraer de sus exposiciones rasgos generales no ya de sus personalidades, puesto que realmente prácticamente no hay nada subjetivo en ellas, sino de sus respectivas perspectivas políticas. Es de eso de lo que quisiéramos someramente ocuparnos.

Recordemos, para empezar, que la frase ‘no entendemos a Putin’ se ha vuelto ya de uso permanente en los medios políticos norteamericanos. ¿Por qué dicen ellos eso? Cada vez que Putin se les adelanta con alguna propuesta o medida, diplomática, económica o militar, los políticos americanos se sorprenden y exclaman que “no logran entender a Putin”. Ellos, naturalmente, presentan el asunto en términos psicológicos, lo cual es un error garrafal, porque no es eso lo que está en juego. Por ejemplo, los norteamericanos pensaban que los rusos aceptarían tranquilamente perder Crimea y, claro está, se equivocaron rotundamente; se imaginaron que con el golpe de estado que organizaron y la imposición de un gobierno abiertamente anti-ruso en Ucrania los rusos se amedrentarían, y no fue así; estaban muy confiados en que lograrían poner de rodillas a Irán, pero la participación rusa (y china) en las negociaciones del pacto nuclear con dicho país bloqueó su siniestro plan bélico; creían que podrían hacer con Siria lo que hicieron con Libia y la decisiva intervención rusa frenó sus ambiciones. La pregunta interesante es: ¿por qué, para decirlo de un modo simple, la mentalidad de políticos profesionales impide que se entienda la mentalidad de algunos de sus enemigos jurados (tienen muchos)?¿Cómo y por qué, dado que no estamos hablando de tontos, son posibles tantos errores estratégicos?

Yo creo que el discurso de Obama echa un poco de luz sobre el asunto. Preguntémonos: ¿qué dice y cómo se expresa el actual presidente de los Estados Unidos? Algo que de inmediato llama la atención es que Obama habla desde la perspectiva del poder desnudo, desde un trono que, sin saberlo él, día con día pierde grados de realidad; él se expresa con la crudeza de un militar desalmado, de alguien que sabe que detrás de él está un inmenso poder militar y, también, de alguien que enarbola la verdad. De todo eso y más se jacta. Sin embargo, hay algo que parece olvidársele: la Asamblea General es un foro para la enunciación de propuestas, de planes pro-positivos, de intercambio de ofrecimientos. Pero Obama no habla ese lenguaje. Él dictamina, pontifica, se erige en juez, anuncia decisiones, miente. Todos recordamos cómo se iniciaron los conflictos en Siria y en Ucrania y lo que él dice simplemente no corresponde a la realidad. Por ejemplo, todos (supongo) tenemos presente cómo, hace cerca de dos años, se le quiso imputar al gobierno legítimo de Siria el uso de gases letales para aniquilar… a su propia población, una acusación grotesca que fue desmentido no sólo por el gobierno sirio y la comisión de la ONU que visitó Siria, sino por la población misma, esa población que ahora huye despavorida de las hordas criminales que fueron a “liberarlos”. El discurso de Obama, por consiguiente, se funda en patrañas difundidas por su gobierno para justificar su ilegal intervención en un país que había logrado mantenerse independiente, firme y hermoso. Había, por lo tanto, que destruirlo y quitar al gobernante legítimo, el presidente Bashar al-Assad, que era y sigue siendo un sólido dique para contrarrestar el insaciable expansionismo israelí y las delirantes ambiciones megalómanas de B. Netanyahu. Es, pues, desde una plataforma de cinismo que Obama se presenta ante el mundo y lanza su mensaje. Su voz ciertamente no es una voz de conciliación. Él sencillamente no sabe tender la mano. ¿Para qué entonces se presenta en la Asamblea General de una organización cuyo objetivo es ese precisamente: juntar a los dirigentes de los países para que lleguen a acuerdos?

En marcado contraste con el de Obama, el discurso de Putin es un documento en el que se diagnostican situaciones, se señalan problemas y se hacen propuestas concretas. Putin, acertadamente, apunta que muchos de los problemas actuales se deben al inmenso vacío que dejó la Unión Soviética. Sin decirlo obviamente de manera cruda, deja en claro que el objetivo central de la política norteamericana a partir de ese momento fue llenar dicho espacio. De ahí que de manera cada vez más cínica, los diversos gobiernos norteamericanos de la post-Unión Soviética hayan ido practicando, cada vez más convencidos de que estaban en la línea correcta, la política de veto en la ONU acompañada de invasiones, ya sea por ellos mismos (Irak, Afganistán) o mediante mercenarios (Libia, Siria). Pero los yanquis no parecen haberse dado cuenta de dos cosas, sobre las que Putin atinadamente llama la atención: primero, hay otra super-potencia y, por lo tanto, hay un límite a lo que habría que llamar su “invasionismo”. Quizá Rusia no sea una “hiper-potencia” (si es que realmente hay alguna diferencia sustancial y no meramente lingüística entre las expresiones), pero de lo que no hay duda es de que está perfectamente capacitada para fijar límites. A los norteamericanos les llevó tiempo entender que la destrucción de la Unión Soviética no era la destrucción del poderío militar ruso y ahora están percibiendo su error geopolítico (e histórico, puesto que se desperdiciaron muchas oportunidades de trabajo conjunto). El segundo punto que Putin establece es igualmente obvio, pues es una verdad que vale no sólo en el plano internacional sino hasta en el gangsteril: si alguien acude a un delincuente para cometer alguna fechoría, lo más seguro es que posteriormente el delincuente lo chantajee y se aproveche de él. Eso es literalmente lo que está pasando, mutatis mutandis, con los neo-condottieri entrenados, pagados y armados por los Estados Unidos. Hay más de un sentido en que ya no los controlan, sólo que ya les dieron armas y los entrenaron (el mismo esquema que en América Latina en los años 70, digamos). Así, pues, si hay algo que ha dado malos resultados es, como puede constatarse, la política exterior neoconservadora norteamericana. Son el caso típico del aprendiz de brujo.

No es nada difícil corroborar que la forma norteamericana de entender la política presupone siempre la amenaza y el recurso a la fuerza (simplemente véanse, por ejemplo, los discursos de D. Trump). La desaparición del gran enemigo que era la Unión Soviética hizo que los americanos pensaran que todo les estaba permitido, que literalmente el mundo les pertenecía. Naturalmente, con una perspectiva así no hay necesidad de negociar. En relación con esta faceta de la política: ¿qué significó entonces la desaparición de la Unión Soviética? Tan simple como esto: que a los norteamericanos se les olvidó por completo lo que es la diplomacia y se encauzaron por la vía de la fuerza. Para decirlo de otro modo: ya no hay (si es que alguna vez la hubo) una escuela americana de diplomacia. Con los americanos el planteamiento es: o se hacen las cosas como ellos dicen o bombardean, bloquean económicamente, restringen créditos, manipulan los precios de las materias primas, organizan “putschs”, generan conflictos con los vecinos, instalan bases militares, atentan contra los dirigentes y mandatarios y así indefinidamente. En pocas palabras, los políticos norteamericanos desmoralizaron la política mundial.
Esto me lleva a un punto realmente formidable del discurso de Putin. Después de describir de manera sucinta pero clara la situación en el Medio Oriente, Putin hace una pregunta escalofriante y todo mundo entiende a qué interlocutor está dirigida: “¿Se dan siquiera cuenta”, pregunta, “de todo lo que hicieron?”. Parafraseándolo: ¿se percatan quienes toman las decisiones desde suntuosas oficinas en Washington de todo lo que significa esta destrucción, estas migraciones forzadas, todas esas orgías de sangre, todos esos niños, ancianos, hombres y mujeres martirizados de múltiples formas, todo eso que ellos causaron? La acusación es obvia: eso lo hicieron los Estados Unidos de Norteamérica. Desde luego que siempre habrá gente que se beneficie del dolor de otros, siempre habrá políticos y militares marioneta que se prestarán a cualquier clase de maniobra (Egipto es un buen ejemplo de ello), siempre y cuando estén bien pagados, pero los responsables últimos del actual desastre mundial son los Estados Unidos. Desde luego que siempre se puede recurrir a la fuerza, pero eso no es diplomacia. Lo desesperante del asunto es la convicción y la certeza de que el discurso moral, por obvio y apropiado que sea, no hace mella en los políticos occidentales, en los políticos que ya son indiferentes al reproche moral. A eso se reduce, si es que la podemos llamar así, la escuela diplomática norteamericana. Por eso burócratas brillantemente mediocres, como el ministro francés de relaciones exteriores, L. Fabius, un sionista descarado, se permite afirmar públicamente que el discurso de Putin “no tenía nada” e insistir en que el presidente de Siria se tiene que ir. ¿Qué autoridad tiene ese desprestigiado burócrata, odiado hasta en su país, para entrometerse en los asuntos internos de un país soberano? Simplemente es un adepto de la escuela americana.

La participación de Putin en la ONU fue realmente extraordinaria, no sólo porque no divagó sino porque hizo una propuesta concreta: propuso una unión internacional para luchar con efectividad en contra del “terrorismo”, una noción que los americanos casi convirtieron en hollywoodense y vaciaron de sentido al emplearla para todo, como lo hicieron otrora con “comunismo”. Para Rusia es desde luego un asunto importante, porque ese país ya padeció los ataques de fanáticos islamistas en su propio territorio. Rusia va a actuar porque puede hacerlo, pero está proponiendo hacerlo de manera conjunta, con aliados. Por lo pronto, quedó claro que su presencia en Siria, garantía para el presidente Assad, no está sujeta a discusión. Los occidentales le declararon la guerra a ISIL, bombardean sus campamentos mañana, tarde y noche pero, curiosamente, los mercenarios siguen allí. O sea, la guerra contra los terroristas islámicos por parte de los Estados Unidos es una ficción. Con Rusia no será así y es eso lo que preocupa a los gobiernos de los países que sólo saben fomentar, para lograr sus objetivos, la destrucción y la muerte.
Regresemos a nuestro punto de partida: ¿por qué los americanos no entienden a Putin?¿Porque éste piensa como marciano? Obviamente que no. Lo que no entienden es la mentalidad de la concordancia, lo que se les escapa es la psicología del mediador, lo que no aprehenden son los valores morales superiores. No basta con proclamar a derecha e izquierda “democracia!, democracia!” cuando lo que en la vida real se hace es todo lo contrario de lo que la democracia entraña y significa. Putin fue auto-crítico y su auto-crítica le permitió poner el dedo en la llaga: hubo, reconoció, una época en que se “exportaba” la revolución (yo no diría eso, puesto que las “revoluciones” eran más que indispensables en, por ejemplo, América Latina, pero se entiende el contexto discursivo). Ahora se exportan las “revoluciones democráticas”, un nuevo apelativo para los golpes de estado. La acusación es obvia y está bien fundada. ¿Podríamos entonces con titubeos estar siquiera de acuerdo con exabruptos de políticos de segundo nivel, como Fabius? Sería ir en contra del sentido común, algo de lo que nos guardamos de hacer lo más que podemos.

Por otra parte, lo que resulta imposible no evaluar como patético y como contra-producente para él mismo fue la intervención del presidente Peña Nieto. Lo que él hizo fue, primero, llevar a un foro internacional tan importante (simbólica y prácticamente) como lo es la Asamblea General de la ONU un discurso de carácter casero, con temas obsoletos, como lo fue toda su perorata en contra del “populismo”. No sé quién le habrá escrito el discurso al presidente, pero lo que sí sé es casi un retrasado mental. Lo primero que hizo el presidente fue poner a Andrés Manuel López Obrador en la mira de todo mundo: ahora ya todo el mundo sabe que hay un “peligroso populista” en México, que es obviamente Andrés Manuel. Eso, que no lo duden, le va a generar a éste muchas más simpatías. El presidente fue a hacerle publicidad y lo logró. Por otra parte, ¿cómo puede el presidente de México ir a denostar el “populismo” (noción que evidentemente ni por asomo definió) cuando su país está atravesando una tremenda crisis de legitimidad y de credibilidad por asesinatos de estudiantes, periodistas y gente común que todos los días padece asaltos, violaciones, robos, etc.? Habiendo tantos temas sobre los cuales pronunciarse: ¿qué necesidad había de ir a soltar un discurso descontextualizado y semi-ridículo? Para aplicar nuestra metodología, lo interesante aquí sería preguntarse qué revela, qué pone de manifiesto indirectamente el texto del presidente, pero eso es algo que dejaremos para una mejor ocasión.

La presencia de Putin en Nueva York no fue inocua. Políticos de lengua larga, como el primer ministro británico (a quien dicho sea de paso le acaban de sacar una biografía en la que se cuenta cómo participó en un “rito” oxoniense de grupos de élite consistente en jugar sexualmente con la cabeza de un cerdo muerto. Qué altura moral, que superioridad estética!) después de mucho amenazar al presidente Assad ahora reconocen que éste “puede jugar un papel importante”, por lo menos para la transición de régimen. Yo creo que Putin les fue a decir sobre todo a quienes toman las decisiones en los Estados Unidos y en los países aliados que es insensato pensar en la confrontación con Rusia como una opción. Si los mandamases norteamericanos no entienden o no quieren entender el mensaje, lo más probable es que todos paguemos por lo que no habrá sido otra cosa que su incompetencia diplomática.

Información y Libertad

Podríamos decir, a manera de slogan, que la mente humana es la sede del pensamiento creador, constructivo y, sobre todo, libre. Gracias a nuestro pensamiento nos elevamos por encima de las cosas, los hechos y las vicisitudes de la vida cotidiana y podemos introducir un elemento de objetividad en el mundo. El problema es que poco a poco hemos venido cayendo en la cuenta de que después de todo la mente no es tan libre como parece, que es sumamente moldeable y, peor aún, fácilmente manipulable y que la dichosa objetividad por la que tanto nos afanamos bien puede ser un mero espejismo, una auténtica fatamorgana. Los medios para la manipulación de la mente van variando de época en época y se transita fácilmente desde la brutal represión hasta el sutil, imperceptible y prácticamente imposible de neutralizar control de contenidos, lo cual en la actualidad se ejerce a través sobre todo de los medios de comunicación (periódicos, cine, radio y televisión). Esta es una lección bien aprendida y aprovechada por los actuales dueños de las conciencias, esos pocos que deciden cómo moldear los modos de pensar y que, como controladores aéreos, dirigen las mentes de los habitantes del mundo a través de un ininterrumpido bombardeo de mensajes subliminales, de directivas engañosas, de verdades a medias o contradictorias y, sobre todo, de una selección tendenciosa de hechos y de un silencio sepulcral sobre realidades que por alguna razón los amos de los mass-media no quieren que las masas conozcan. Hay que señalar, por otra parte, que esta deprimente realidad en parte se funda y en parte se ve reforzada por el dato empírico que constituye la feroz ignorancia de la inmensa mayoría de la gente. El resultado es que millones de personas van por el mundo con un cuadro general prefabricado y más o menos ajustado a sus respectivas idiosincrasias. Así, paradójicamente, manipulación e ignorancia parecen ser el destino de lo que en principio había de ser la sede del pensamiento libre.

Lo dicho anteriormente concierne en realidad a todos los pueblos del mundo, dado que la diferencia entre ellos es meramente gradual, no esencial. Un inglés o un italiano cualesquiera ciertamente están mucho mejor informados que el mexicano medio sobre lo que pasa en el planeta, pero eso no quiere decir que estén emancipados del poder mediático. Ahora bien, yo sinceramente creo que difícilmente podríamos encontrar a un público más embrutecido ideológicamente que el norteamericano. Esto en gran medida se explica por el hecho de que probablemente no hay otro país en el mundo en donde los medios de comunicación estén tan concentrados en unas cuantas manos y que además no haya una contraparte que balancee el desequilibrio que allá a todas luces prevalece. El ciudadano americano medio no tiene otros lentes con que ver el mundo que los que le ponen CNN, el New York Times, Fox News y todo lo que se deriva de éstos, o sea, todo. Y, en mayor o menor medida, lo mismo vale para el resto de los países, pero hay que reconocer que el amarillismo político y la estridencia ideológica alcanzan niveles de histeria colectiva y de paroxismo ante todo en los Estados Unidos. El negocio ya está muy bien establecido. Para dar un ejemplo: a través de especialistas en la difamación, de comentaristas muy sobrios, técnicos, aparentemente imparciales, de lenguaje terso y delicado, los editorialistas del New York Times saben cómo infundir odio en las mentes de sus lectores, distorsionan los hechos, mienten descaradamente, pero como el periódico no proporciona noticias alternativas que los contradigan, nadie los cuestiona y quien quisiera cuestionarlos no tiene voz pública, los puntos de vista expresados en dicho periódico (que no es más que el portavoz de ciertos grupos políticos y que sirve tanto para generar una mentalidad como para indicarle al gobierno lo que dichos grupos quieren y esperan de él) se vuelven poco a poco vox populi. Así, la verdad resulta ser lo que los moldeadores de mentes digan, puesto que la gente ya está hipnotizada y todo lo que reciba de ellos así será considerado.

La verdad es que no resulta muy difícil ilustrar lo que afirmo mediante un ejemplo concreto. Considérese el hecho innegable de que Rusia está enviando armamento a Siria, hundida como sabemos en una guerra atroz carente por completo de justificación. La acción rusa es entonces presentada como un crimen inenarrable, de lesa humanidad. En primer lugar, sin embargo, lo que nunca se presenta es la postura común de Rusia y Siria y, en segundo lugar, nunca se exponen las causas profundas de la destrucción de ese país: nunca se le dice al lector norteamericano que Israel, Arabia Saudita y Turquía, con el apoyo de la CIA, organizaron un ejército de mercenarios, de criminales a sueldo, para invadir un país soberano y derrocar un gobierno legítimo. Asimismo, nunca se le explica al desorientado telespectador norteamericano que el actual problema de refugiados es una consecuencia directa de la política de su país en el Medio Oriente y que en gran medida dicha política no tiene otro objetivo que permitir el crecimiento de Israel, del “gran Israel”, a costa desde luego de sus vecinos (sus litorales, sus ríos, sus tierras, etc.), empezando por los palestinos, el pueblo más inhumanamente martirizado desde la Segunda Guerra Mundial. En los Estados Unidos nunca se le informa a nadie que la guerra de Siria no es más que un eslabón en un plan que se echó a andar desde finales de 2010 y que tuvo su primer éxito rotundo en la destrucción de Libia y el bestial asesinato de Muamar Gadafi. No se le cuenta a nadie tampoco que después de la invasión de esos mismos mercenarios que están hoy en Siria, la OTAN con Francia a la cabeza intervino decisivamente bombardeando las ciudades libias y acabando con los remanentes del ejército leal a su país, un país que nunca atentó en contra de los intereses franceses. De ahí que el americano medio nunca se haya enterado de que el “dictador” Gadafi había convertido a Libia en el país más rico de África, dándole a su población el mejor nivel de vida del continente y que gracias al plan norteamericano Libia es ahora un país destrozado, sin futuro, pero eso sí, con su petróleo bien controlado por las compañías extranjeras (factor que ayuda a explicar por qué los norteamericanos pueden usar el petróleo como arma financiera y bajar sus precios hasta donde quieren: simplemente usan riqueza natural que no es de ellos). Desde luego que nunca el Washington Post le explicó en algún momento a sus lectores que el nombre burlesco que se le impuso al plan de desestabilización total del Medio Oriente iba a ser ‘Primavera Árabe’ y que el objetivo fundamental era rediseñar el Medio Oriente, inventar países aprovechando divisiones religiosas y étnicas para imponer gobiernos peleles, que no representaran ningún obstáculo para el expansionismo israelí y menos aún algún peligro. El plan original era modificar toda la región, desde Libia hasta Irán, puesto que Irak y Afganistán ya estaban destruidos y bajo control. Nunca se le dijo a los lectores de periódicos norteamericanos que el golpe de estado en Egipto era el siguiente paso y no le hizo ver tampoco que ese gran aliado de su país, el general Al-Sisi, impuesto por ellos, no es más que un dictador, por así llamarlo, ‘clásico’, un criminal que ha enviado a cientos de personas al cadalso y que tiene a todo el pueblo en contra, pero que se sostiene con la ayuda que “Occidente” le presta. Por todos lados a donde mire, lo que el individuo encuentra es la misma información tergiversada, desfigurada, irreconocible. En los Estados Unidos, el hombre de la calle no sabe lo que está sucediendo y si eso pasa allá lo mismo sucede, mutatis mutandis, en el resto del mundo. Lo único que “sabe” es que sus “muchachos” luchan por la democracia y la justicia al otro lado del mundo!

Si lo que afirmo es acertado, sería entonces infantil pretender creer que sí hay tal cosa como libertad de prensa en el mundo libre. Nosotros, aquí y ahora, podemos asegurar que, gracias a su fabulosa prensa y a su extraordinaria televisión, el ciudadano americano medio no tiene ni idea de lo que su país representa para el mundo: él no tiene con qué entender que la destrucción de Siria no es más que la parte final de un siniestro plan que sufrió su primer descalabro con el triunfo diplomático iraní, dado que la destrucción de Irán era uno de los objetivos supremos de la reconfiguración del Medio Oriente. Y podemos seguir enumerando hechos pero eso no importa, puesto que éstos no pueden quedar integrados en la conciencia individual por la sencilla razón de que a dicha conciencia ya se le puso un velo, ya se le cegó. Naturalmente y como una consecuencia de la desfiguración sistemática de la realidad, el individuo normal no puede integrar en un cuadro coherente los datos que inevitablemente se cuelan por aquí y por allá y que llegan hasta él. Así, uno se entera de que el gobierno ruso ha enviado armamento más sofisticado a Siria, pero no puede entender por qué la prensa mundial pone el grito en el cielo y no hace lo mismo por miles de cosas más horrendas que se hacen a diario. Para nosotros eso es comprensible, porque sabemos que la prensa mundial es un instrumento de guerra, no tanto o no sólo en tiempos de guerra caliente como en tiempos de guerra fría, y sirve para desorientar a quienes no aceptan la política intervencionista de los países expansionistas. Todo esto, obviamente, genera incomprensión y desconcierto en los lectores de periódicos, en los televidentes: ¿cómo se explica el ciudadano medio que los supuestos representantes de la libertad, de la justicia, de la democracia, sus propios gobiernos, sean retados?¿Quién puede haber tan maligno en este mundo, dado que ellos representan el bien? La respuesta no puede venir más que en términos de caricaturas totalmente engañosas: hay un culpable, que es Putin, y un irresponsable, que es Obama, por ser un individuo titubeante y bonachón. El mensaje general es que es por la maldad y la torpeza de algunos individuos que los Estados Unidos han perdido terreno, que están siendo superados y así sucesivamente. Y ahí termina la explicación. La incomprensión de la realidad genera parálisis en la acción y esa es la función de los medios, función que cumplen a cabalidad.
En relación con lo que hemos dicho, hay por lo menos tres preguntas que de inmediato se nos imponen:

a) ¿Realmente tiene mucho sentido hablar de libertad de pensamiento?

b) ¿Podemos realmente hablar de libertad de expresión?

c) ¿Hay algo que podamos hacer para contrarrestar la sujeción mental a la que está sometido el ciudadano de nuestros tiempos?

Antes de intentar responder, de manera esquemática desde luego, a estas preguntas, quisiera rápidamente decir unas cuantas palabras sobre la situación actual en Siria y sobre lo que ésta significa.

Como de paso mencioné, el plan “Primavera Árabe” fracasó a partir del momento en que se logró contener el ímpetu hacia la guerra con Irán. En ese caso, Rusia (y China) jugó (jugaron) un papel diplomático extraordinario y positivo y se logró evitar una confrontación que habría sido de consecuencias incalculables, puesto que, como ahora lo sabemos, no habría podido restringirse a un choque Irán-Israel. Contrariamente a lo que la prensa occidental hace creer, no forma parte de las iniciativas de Rusia invadir países y derrocar gobiernos legítimos. Ni siquiera la Unión Soviética hizo eso. Sobre el potencial contraejemplo del caso de la “invasión” soviética de Afganistán habría muchísimo que decir, empezando por recordar que (usando el esquema de siempre), los occidentales inundaron Afganistán con armamentos suministrados por los Estados Unidos y sus aliados (por M. Thatcher en especial, quien hasta un viaje hizo para encontrarse con quienes ahora son los enemigos de la OTAN y para alentar la sublevación en contra de un gobierno legítimamente establecido) a fin de instalar bases militares en la frontera con la URSS. Todo eso fue presentado de un modo distorsionado y hasta se boicotearon las Olimpiadas de Moscú de 1980, cuando lo que el gobierno soviético hizo fue exactamente lo mismo que lo que el norteamericano había hecho en el caso de Cuba: no permitir la instalación de bases militares en su frontera. En todo caso, el punto político importante, que el ciudadano americano medio sería incapaz de valorar como debe ser, es que el re-diseño del Medio Oriente no es más que el resultado de un esfuerzo de 15 años por parte de los norteamericanos por llenar el espacio que dejó vacío la Unión Soviética y eso lo intentan una y otra vez hasta que se topan con un límite. El límite, desde luego, no es ni legal ni moral, sino de fuerza. Lo interesante, por lo tanto, del caso de la presencia militar rusa en Siria es precisamente que a los americanos, por primera vez quizá en la historia, se les puso un alto. La decisión de Rusia no es el resultado de un capricho ni de una rabieta del dirigente ruso (no es un individuo que reaccione por medio de exabruptos): es una decisión político-militar que sirve para marcar los límites actuales del poder norteamericano, un recordatorio de que hay también en el mundo otra super-potencia (aunque no sea hiper-potencia), y que no se puede ir más allá a menos obviamente de que se tome la decisión final en favor de un enfrentamiento con armamento no convencional. El ciudadano norteamericano no está habilitado para entender que es su país el que pone en peligro al planeta entero, porque la descripción de los hechos a la que está acostumbrado no le permite interpretarlos correctamente, con un mínimo de objetividad. No queda más que “explicar” las situaciones en términos de irracionalismo y barbarie de otros pueblos, lo cual es obviamente ridículo. En el plano de lo real, sin embargo, son los hechos crudos los que hablan. No es por casualidad que B. Netanyahu tuvo que hacer hoy lunes un viaje de 3 horas a Moscú para hacer arreglos con quien es hoy por hoy la bête noire de la prensa mundial: Vladimir Putin. La tergiversación periodística sirve para mantener adormiladas a las mentes, pero es obviamente inservible frente a los helicópteros y los portaviones.

Consideremos ahora sí nuestras preguntas. ¿Podemos hacer algo para no quedar atrapados, como los norteamericanos, en un sistema que impide sistemáticamente que se comprenda la realidad política del mundo, un sistema de mentiras camufladas, de desinformación tendenciosa?¿Podemos hacer algo para no dejarnos imponer una visión de blanco y negro, de buenos y malos (siendo los dueños de los medios y lo que representan los buenos, desde luego)?

Me parece que uno de los pilares del poder de los medios es la ignorancia, profunda y extendida, de la gente. No obstante, es un hecho que siempre hay mecanismos para la auto-preservación y la salvación. Lo importante es despertar las mentes de las personas, abrirles los ojos. Es preciso que los humanos de nuestros tiempos entiendan que si bien la opresión mental es terrible, no es imposible de superar. Quien quiera puede obtener la información que busca, si la busca. Hay que aprender a descolonizarse. La gente debería buscar información en la prensa de otros regímenes, países, culturas y ello en la actualidad es perfectamente factible. Hay que aprovechar el hecho de que el inglés es el idioma universal y que en muchos países en los que se hablan otros idiomas siempre hay fuentes de información en inglés. De manera que podemos afirmar que si este ocultamiento criminal de la verdad política se sostiene es en alguna medida por la indolencia de la gente. La liberación mental es factible, pero exige un esfuerzo por parte del individuo. Tenemos que entender que está, por una parte, la “información” que nos va a llegar, hagamos lo que hagamos y estemos donde estemos y, por la otra, la información que tenemos nosotros mismos que buscar. Se tiene que aprender a desconfiar de los medios bajo cuya influencia estamos, a (por así decirlo) leer al revés sus mensajes y los datos que proporcionan. Así , si alguien quiere enterarse de lo que pasa en América Latina tiene que buscar portales en internet que no son los estándares, como “Aporrea”, de Venezuela, Granma de Cuba, HispanTV, Telesur (un canal de televisión que llega a toda América del Sur pero que no se permite que llegue a México. Es tan superior a lo que nosotros tenemos!”) y así sucesivamente. Podemos, pues, ser hasta cierto punto optimistas: la liberación del pensamiento es posible, sólo que hay que luchar por ella.

Respecto a si en los países occidentales hay libertad de pensamiento y de expresión, pienso que la repuesta es: sí la hay, dentro de ciertos marcos. Se pueden expresar multitud de verdades, sobre los más variados temas, pero hay límites que no se pueden traspasar. Se puede ser todo lo iconoclasta que se quiera en relación con lo que cae dentro del marco, pero cuestionar el marco mismo y las “verdades” que lo sostienen es prácticamente imposible y hasta peligroso. Hay, no obstante, que seguir adelante, porque es cada día más claro que cualquier cosa es mejor que vivir formando parte de un ejército de borregos.

Fondos Buitre y Deshonra Nacional

La verdad es que, por lo menos aquí en México, cuando se usan ciertas palabras la gente se estremece y hasta siente escalofríos. Una de esas términos tenebrosos es ‘re-estructuración’. Todos recordamos que después del tristemente famoso “error de diciembre” de 1994 estalló en México una crisis que se venía fraguando desde la firma del tratado salinista de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá, uno de esos circos políticos que con auto-complacencia se permiten los presidentes en México a costa, desde luego, de la economía y del bienestar nacionales. La crisis del 94 afectó naturalmente a la sociedad en su conjunto y en particular a los pequeños cuentahabientes que súbitamente vieron cómo de un día para otro sus créditos hipotecarios, por ejemplo, crecían exponencialmente y sus ahorros sencillamente se esfumaban. Muchas personas perdieron sus propiedades, pero muchos cayeron en otro de los garlitos bancarios de la época: “re-estructuraron” sus deudas en UDIs (unidades de inversión) que, aunque fijas, varían con la inflación. El punto por resaltar aquí es que, gracias a una gran presión por parte de los abogados bancarios, de fuertes campañas de persuasión para obligar a los cuentahabientes a pasar sus créditos de pesos a UDIs y a los malabares de la banca privada, el ciudadano mexicano que se había arriesgado a contratar un crédito hipotecario para comprar su casita terminó pagando tres o cuatro veces el valor de la propiedad adquirida (y hay quien sigue pagando todavía). Por ese y por muchos otros episodios en los que están involucrados los bancos (piénsese nada más en el criminal FOBAPROA), lo cierto es que el ciudadano de a pie sabe perfectamente bien que todo lo que tenga que ver con reestructuración bancaria de deuda de entrada es peligroso y huele a podrido.

Lo anterior viene a colación por un suceso de gran importancia política y simbólica acaecido la semana pasada en la ONU y que tiene que ver precisamente con re-estructuración de deuda, soberana o pública esta vez. El paralelismo, sin embargo, no se rompe y así como el pequeño ahorrador se ve agobiado por los bancos de primer piso, así también los Estados se ven acosados y atosigados por la banca mundial. En el primer caso, los bancos tienen el respaldo del gobierno en contra de sus propios ciudadanos, en tanto que en el segundo el respaldo lo proporcionan unos cuantos gobiernos, esto es, los de los países que mandan en el mundo precisamente por el maridaje que se da entre bancos y Estados. En el caso de la resolución de la ONU de la semana pasada, lo que sucedió fue simplemente que el gobierno argentino hizo una propuesta concreta con el fin de establecer un marco legal mínimo para regular los procesos de reestructuración de deuda externa. En dos palabras traeré a la memoria los hechos fundamentales del caso para, acto seguido, reconstruir y examinar críticamente la valiente y atinada propuesta argentina, así como algo de lo mucho que de ella se deriva.

Muy a grandes rasgos, la situación es la siguiente: como una consecuencia natural de años de odioso menemismo, Argentina tuvo que declararse a principios de siglo en moratoria de pagos a sus deudores (bancos privados e instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional). No obstante y a fin de normalizar su situación, a partir de 2005 el gobierno argentino renegoció exitosamente su deuda con un porcentaje elevado de sus acreedores, reduciéndola considerablemente (hasta en un 75 %). Un año después pagó y canceló por completo su deuda con el FMI. Quedaron, sin embargo, unos cuantos acreedores que se rehusaron a renegociar con el gobierno argentino y exigieron el pago total, a los precios vigentes, de los bonos de deuda emitidos por el gobierno argentino. En 2010 éste volvió a ofrecer un canje de deuda para los “inversionistas” que no habían aceptado las condiciones anteriores, pero éstos unas vez más rechazaron toda clase de negociación de la deuda y continuaron exigiendo el pago total del valor de los bonos en su poder, además naturalmente de los ya para entonces exorbitantes (y yo los calificaría de ‘anatocistas’) intereses, con lo cual la deuda argentina se convertía en un super-negocio para los banqueros, pero también en un desplome financiero para las arcas de la nación y en una tragedia económica, política y social para la nación. Ante la negativa del gobierno argentino a satisfacer la voracidad de los especuladores, éstos recurrieron entonces a la “justicia norteamericana” y, como era de esperarse, un juez de Nueva York, un tal Thomas Griesa, le concedió la razón a los demandantes y le ordenó a Argentina someterse a las exigencias de los acreedores. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner valientemente optó entonces por proseguir en la lucha de defensa de los intereses nacionales de su país y llevó su caso ante otras instituciones, como el Club de París el cual, curiosamente y dicho sea de paso, vio la luz a raíz precisamente de otro conflicto con Argentina, en 1956. En todo caso este es el contexto de la actual confrontación entre un Estado soberano, como lo es el argentino, y grupos financieros de especuladores aventureros que se especializan precisamente en comprar deudas de países en crisis, siempre a precios de remate, para posteriormente vender los bonos adquiridos a precios actuales y con intereses descaradamente ilegítimos. Eso es algo que ya se ha hecho con muchos países y siempre se salieron con la suya, pero Argentina no cedió. Así, en un esfuerzo más por solucionar de manera racional y justa el conflicto, el gobierno argentino hizo una propuesta ante la asamblea general de la ONU a fin de regular los procesos de reestructuración de deuda. Sobre esto hay que decir, aunque sea rápidamente, unas palabras a fin de disponer de un cuadro más o menos inteligible de la situación.

La propuesta argentina es en el fondo relativamente simple y se compone de 9 artículos, los cuales incorporan unos cuantos principios que más que otra cosa son de sentido común. Está por ejemplo el principio de que todo Estado soberano tiene derecho “a elaborar sus políticas macroeconómicas” y a no verse obstaculizado en su esfuerzo, que tiene que ver con el crecimiento del país, por actores externos. Está igualmente el principio de que las negociaciones entre un Estado soberano y sus acreedores tienen que ser de buena fe, esto es, constructivas y llevadas a cabo con ánimo de llegar efectivamente a acuerdos benéficos para ambas partes. Esto es elemental pero, como veremos, el que sea elemental y obvio no significa que los reyes del mundo, esto es, los banqueros, lo aprueben. Está también incorporada en la propuesta argentina la idea de que las negociaciones tienen que atenerse a principios como los de transparencia, de imparcialidad y de trato equitativo sin que durante las negociaciones se atente en contra de la inmunidad de jurisdicción de un Estado (i.e., un Estado no puede ser llevado ante los tribunales de otro) ni en contra de la inmunidad de ejecución estatal (es decir, a ningún Estado soberano se le pueden congelar sus bienes, expropiar sus inversiones, etc.). Asimismo, la propuesta explícitamente señala que ninguna negociación de deuda puede poner en entredicho el desarrollo y el crecimiento del país deudor. Las negociaciones con los deudores deben atenerse a lo que la mayoría de éstos decida.

Si no fuera porque sabemos que lo que está en juego es un problema muy serio y que puede afectar de manera grave a la nación argentina, nos sentiríamos tentados a pensar que a los representantes de los países en la ONU les gusta perder el tiempo discutiendo trivialidades. Pero pensar así sería un error y la prueba de ello es el resultado de la votación. Antes de abordar este aspecto de la cuestión, sin embargo, quisiera sin exponer de manera muy general la naturaleza del conflicto.

Es de primera importancia tener claro en qué consiste el problema, porque es sobre la base de dicha comprensión que podremos posteriormente emitir nuestros juicios y nuestras apreciaciones respecto al valor de las decisiones y las tomas de posición de dirigentes y países, tanto en este caso particular como en el de otros que se han dado o que sin duda alguna se darán. Así, pues, tenemos que tener presente permanentemente que vivimos en una época en la que la vida humana está estructurada en función de las instituciones que manejan el dinero de todo mundo (de particulares, de empresas y de Estados) y que estrictamente hablando no tienen país. Tienen sedes, pero son instituciones internacionales y globalizadas. Me refiero, naturalmente, a los grandes bancos del mundo. En general, el capital está asociado a la producción, pero en la actualidad el dinero no necesariamente se invierte en fábricas o en plantaciones (por decir algo), sino que “simplemente” (se trata obviamente de procesos sumamente complejos) se manipulan desde computadoras: se hacen determinados movimientos y se mueven grandes capitales de unas cuentas a otras, de un país a otro; se trata de movimientos permanentes de dinero que no pasan por los procesos de producción de bienes de consumo de ninguna índole. Lo que se tiene que entender es que existe un universo que es exclusivamente de capitales, de inversiones que van y vienen según los vaivenes de los mercados, de alzas y bajas de la Bolsa, de deudas de países, etc., y que no tienen nada que ver con salarios, bienes raíces, producción de mercancías, alimentos, fuerza de trabajo y demás. Es simplemente dinero que se mueve de un lugar a otro, dependiendo  siempre de cosas como tasas de interés, deuda externa, plazos, etc. Estos capitales un día están en Beijing y una semana después en Madrid. En el fondo, por lo tanto, no representan una genuina inversión productiva para los países. No son inversiones que generen mano de obra, fuentes de trabajo, innovaciones industriales, etc. Es más bien compra de acciones, de bonos, de deuda y de cosas por el estilo. Son capitales que buscan ganancias por meras colocaciones en los mercados financieros. Ahora bien, a diferencia de la riqueza generada por o en los sectores primarios (agricultura), secundario (industria) y terciario (servicios), el capital financiero no está todavía regulado a nivel internacional. Por eso hay los así llamados ‘paraísos fiscales’. La verdad es que México es un “paraíso” así, puesto que en este país, como todo mundo sabe, no generan impuestos las ganancias obtenidas en la Bolsa. O sea, el Estado mexicano tiene atrapados en las redes de su policía fiscal a millones de personas que ganan un poquito más de lo que se requiere para subsistir, pero a los especuladores multimillonarios que ganan cantidades insospechadas día con día no les cobra nada! Ellos no pagan impuestos. En este caso, como es obvio, sí hay acuerdo y armonía en las diversas esferas de gobierno, como lo pone de manifiesto el hecho de que ni la presidencia envía al Congreso una iniciativa de ley al respecto ni los congresistas elaboran una propuesta así. La razón es muy simple: por increíble que parezca, sencillamente no se atreven ni siquiera a generarles un mal humor a los banqueros. Más vale que la mitad de la población sea de muertos de hambre.

De manera general, es menester comprender la, por así llamarla, ‘lógica del sistema’. En el sistema en que vivimos, que es el sistema capitalista en lo que podríamos llamar su ‘fase financiera’, no se tiene otro objetivo que el de obtener ganancias, en el sentido más directo, crudo y brutal de la expresión. Hablamos de dinero que genera ganancias sin tener que arriesgarlo en actividades productivas, dinero en libros, dinero que se mueve en el ciberespacio. Es lógico, pues, desde este punto de vista limitarse a buscar las situaciones en las que efectivamente se puedan obtener beneficios así. Pero ¿cuándo se presentan las situaciones óptimas para ello? La respuesta es evidente de suyo: sobre todo y en primer término, cuando los países entran en crisis, cuando sus deudas los están asfixiando. En casos así (léase Grecia, Perú, Polonia, México, etc., etc.), los “inversionistas” aportan capitales así llamados ‘golondrinos’ a cambio de deuda que obviamente compran a precios artificialmente bajos y que luego renegocian obteniendo, a costa de los erarios de las naciones, pingües ganancias. Es así y de muchos otros modos como esos que el capitalismo funciona. Al interior del sistema, prácticas como esas son perfectamente racionales y legítimas. Lo que obviamente la proliferación y la gravedad de situaciones como la que acaba de vivir Grecia o la de Argentina (que en realidad son las de por lo menos el 90 % de los países) de inmediato hace que nos preguntemos: un sistema que funciona de esa manera ¿es él mismo racional y legítimo?¿Racional y justo?

Dado que si bien el sistema capitalista actual evoluciona (y, quiéranlo o no sus beneficiarios, sus abogados y sus soldados, lo hace inevitablemente hacia la izquierda), lo cierto es que el cambio es desesperadamente lento, por lo que la política a seguir no puede ser otra que la de tratar de enmarcar en sistemas de principios regulativos más o menos transparentes como los de la propuesta argentina el funcionamiento del capitalismo para que por lo menos éste deje de ser tan salvaje. La propuesta de Argentina ante la ONU es un tímido primer movimiento en ese sentido. Ahora bien, yo creo que cualquier persona con dos gramos de sesos en la cabeza y tres granos de información acerca de lo que pasa en el mundo estará en posición de adivinar qué países votaron en contra de la propuesta argentina, qué países votaron en su favor y qué países se abstuvieron. En contra, lo cual hasta un infante habría podido predecirlo, votaron Israel, los Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Canadá y Australia, esto es, básicamente los anglo-sajones, con a la cabeza el nuevo jefe del mundo occidental, esto es, Israel, y Japón. Y a favor de la propuesta argentina en contra de los así llamados ‘fondos buitre’ votaron 136 países. Esto no era una decisión del Consejo de Seguridad, por lo que la resolución no tiene un carácter prescriptivo. Es tan válida ésta como la resolución 242 que exige el retiro de las fuerzas de ocupación israelí de los territorios invadidos y anexados en 1967. Dicho de otro modo, lo más probable es que la votación no pase de ser un acto solemne más de una institución que prácticamente no sirve para nada más que para solapar las políticas intervencionistas y criminales de los amos del mundo. Habría que ir pensando en abandonar ese barco que de todos modos está a punto de hundirse.

Desafortunadamente, no podemos dejar inconclusa nuestra narración, por lo que nos vemos forzados a mencionar el hecho de que ciertamente no es por casualidad que en México el asunto de la resolución de la asamblea general de la ONU en favor de la propuesta argentina haya pasado por completo desapercibida, tanto por la prensa escrita como por los noticieros de radio y televisión. ¿Por qué el tema ni siquiera fue mencionado, a diferencia por ejemplo de la asignificativa ratificación de Agustín Carstens como gobernador del Banco de México? Yo estoy seguro de que el lector ya habrá adivinado la razón de este ominoso silencio, el cual no es más que un eslabón más en la cadena de desinformación sistemática a la que se somete al pueblo de México. Lo que pasó fue que sí, claro, ya adivinamos: México fue de los 41 países que se abstuvieron! ¿Podría alguien decente sostener que no estamos hundidos en la ignominia? Creo que unas cuantas palabras al respecto son inevitables.

Si México fuera un país sin deudas (interna y externa), su voto en la ONU habría sido el de una entidad nada solidaria con naciones menos favorecidas y ello sería moralmente cuestionable, pero en última instancia sería comprensible. Pero ¿cómo pudo abstenerse México de apoyar una propuesta como la argentina cuando es un país con una deuda que tarde o temprano terminará por llevarlo a la confrontación con los buitres del sector financiero mundial?¿No era razonable que siquiera como un posicionamiento meramente simbólico hubiera votado en favor de dicha propuesta?¿No era algo que lógicamente correspondía a sus intereses? El problema radica en que desde hace 40 años se instauró en México la mentalidad política de la sumisión total sobre todo frente a los Estados Unidos. El mensaje de México no puede ser más que de regocijo para los vampiros financieros internacionales: el gobierno de México está anunciando que es y seguirá siendo obediente, que no se insubordinará nunca independientemente de cuán injusta sea la situación en la que se le coloque, que el gobierno mexicano no está aquí para defender los intereses nacionales. No importa que el país se esté desmoronando políticamente después de su previa aniquilación moral y educativa. La función del Estado mexicano es mantener una situación más o menos estable para poder seguir protegiendo contra viento y marea los intereses de los bancos que, en México, hacen lo que quieren. Cabe preguntar: ¿hasta cuándo va a durar esta situación de sometimiento desvergonzado? Al parecer, hasta que los gobernantes mexicanos entiendan que lo único que genera la política de sumisión a ciegas es más sumisión todavía, más explotación, más humillación, cuando sea a México a quien le toque volver a pasar por otra grave crisis que lo obligue a “re-estructurar” su deuda. Entonces y sólo entonces recordarán los gobernantes mexicanos que hubo antes que ellos una gran dirigente latinoamericana, a saber, Cristina Fernández de Kirchner, quien dio un modesto pero audaz paso en la dirección correcta y que hizo lo que entonces tardíamente ellos quizá intentarán hacer, esto es, emularla para liberar de una vez por todas al pueblo de México del brutal e inmisericorde yugo de los “inversionistas” y de la nefanda banca mundial.

La “Perspectiva de Género”

Pocas cosas pueden resultar tan estimulantes como entrar en controversia con dogmas aparentemente bien establecidos, que todo mundo da por supuesto que son de aceptación universal, ideas con las que se trafica libremente porque (se nos quiere hacer pensar) son evidentes de suyo y que sería insensato poner en cuestión. La verdad es que de entrada siempre resultan sospechosas las tesis y convicciones que son presentadas por sus adeptos como verdades últimas, transparentes e incuestionables, pues de inmediato nos colocan ante una cierta situación un tanto paradójica: si efectivamente credos así son tan novedosos: ¿por qué habría tardado tanto la humanidad en llegar a ellos, en formularlos, en aprehender su luminosa verdad? Pero ¿podríamos acaso dar un ejemplo de dogma así? Me parece que no tenemos que ir muy lejos para encontrarlo. Un ejemplo paradigmático de esa clase de instrumentos ideológicos es lo que se conoce como ‘perspectiva de género’, una noción de fácil y muy cómoda utilización, como lo pone de manifiesto el hecho de que no hay político, demagogo, funcionario o líder que no la adopte para adornar su programa, su discurso o su persona. De entrada esto huele mal, es decir, presenta todas las apariencias de una noción de naturaleza esencialmente anti-científica, de uso declaradamente “politiquero” y, contrariamente a lo que suponen quienes de buena fe la hacen suya, sumamente dañina. Como el lector sin duda admitirá, se trata de una noción que de hecho nadie somete al más mínimo de los escrutinios, al más superficial de los exámenes, puesto que precisamente parte de su potencia consiste en que por medio de ella se intimida a quien quisiera elevar dudas concernientes a su legitimidad. Por mi parte quisiera, aunque sea en unas cuantas líneas, someterla a un análisis, el cual será sin duda incompleto, de su contenido y de algunas de las consecuencias de su adopción.

La idea de que hay tal cosa como una “perspectiva de género” es la idea de un proyecto o programa en el que dicha noción constituye la plataforma fundamental para el estudio de multitud de temas de carácter social, político, psicológico, histórico, cultural, para lo cual se toma como punto de partida la distinción “hombre/mujer”, una distinción que eventualmente podría ramificarse. La adopción seria de esta “perspectiva” implicaría una nueva forma de encarar toda clase de sucesos y de procesos, es decir, acarrearía consigo una nueva forma de pensar y de dar cuenta de la realidad social. En breve veremos ejemplos de su aplicación, pero no quiero pasar a escudriñar la noción sin antes señalar que es altamente probable que, dadas las consecuencias que acarrea dicha perspectiva, sus partidarios de buena fe no estén del todo conscientes de lo que en realidad están defendiendo.

La idea de perspectiva de género se ha hecho presente en multitud de áreas de la vida cotidiana y una de primera importancia es el área del delito. Para los defensores del sentido común, que es con lo que la perspectiva de género automáticamente choca, si se produce un asesinato lo que se tiene que realizar es una investigación policíaca, en el sentido estricto de la expresión. ¿Qué quiere decir eso? Que se tienen que aplicar las técnicas de investigación policíaca para la elucidación del caso: recopilación de datos (huellas digitales, cabellos, muestras de sangre, de semen, etc.), búsqueda de videos, confrontación de testigos o testimonios de diversa índole, estudio de antecedentes, de potenciales beneficiarios, etc., etc. Pero ahora preguntémonos: ¿tiene en principio alguna importancia para la investigación policíaca el que la víctima sea hombre, mujer o lo que se quiera?¿Podría ello en principio alterar el curso de la investigación? La respuesta brota espontáneamente: no! Lo que cándidamente la gente tendería a pensar es que el sexo de la víctima es tan relevante para la investigación policiaca como su hígado o el color de sus ojos. Pero desde la perspectiva de género no es así y estaría faltando sistemáticamente el factor “género”. ¿No fue justamente para colmar ese hueco que se introdujo en nuestro vocabulario el término ‘feminicidio’? Dejando de lado la cuestión de si esa palabra no es más bien un barbarismo y si éste es superfluo o no, lo que sí tenemos derecho a exigir es una respuesta a la pregunta: ¿en qué concretamente contribuye la perspectiva de género a la investigación policiaca?¿Cómo la enriquece? Aparte de la gratificación verbal que genera en algunas personas el que se hable de “feminicidio” para no tener que recurrir al término ‘homicidio’ y dejando de lado la aportación lingüística: ¿con qué contribuye la “perspectiva de género” al trabajo de la policía? Seamos francos: lo más que puede hacer es desviar la investigación, entorpecerla, por la sencilla razón de que al trabajo policiaco, que es básicamente de carácter empírico, se le está añadiendo una premisa enteramente a priori, es decir, una afirmación que es totalmente independiente por completo de la experiencia, con lo cual lo único que logra es desorientar a los investigadores. Es absolutamente ridículo pensar que frente a un asesinato (espero que no se nos quiera obligar a decir ‘asesinata’) la policía tenga que funcionar de dos maneras distintas según el sexo de las víctimas. La investigación policiaca tiene que realizarse lógicamente sobre la base de datos empíricamente recopilados y no dejarse guiar por principios ideológicos y mucho menos por superficiales consideraciones de sexo.

¿Cuál es la falacia en el razonamiento genérico, esto es, en el que hace del género un factor determinante en todos los dominios en los que en principio se le puede emplear?¿Cuál es su premisa oculta? Me parece que ésta es relativamente fácil de detectar: es simplemente la creencia de que la distinción “hombre/mujer” es conceptual y cognitivamente fundamental, es decir, que dicha distinción es no sólo primordial, sino que es con ella que lógicamente arrancan nuestros razonamientos. El problema es que eso es palpablemente falso. La noción fundamental es obviamente la de ser humano o persona y hay una forma bastante fácil de demostrar que ello es así: partiendo de la noción de ser humano podemos construir las de ser humano masculino y ser humano femenino, en tanto que las nociones de hombre y mujer presuponen ya a la de ser humano (o persona). El enfoque de género, por lo tanto, no puede tener prioridad sobre el enfoque de especie. Ser hombre o ser mujer es algo que está implícito en la noción de persona. Por lo tanto, enfatizar el género al hablar de las personas es ser innecesariamente redundante. Para el lenguaje natural y el sentido común, por lo tanto, el enfoque de género es perfectamente ocioso. De hecho, lo mismo podríamos decir del enfoque en cuestión en relación con el trabajo científico. Tiene tanto sentido hablar de perspectiva de género en biología como hablar de ciencia proletaria o de matemáticas femeninas. Pero si ni la ciencia ni el sentido común son los contextos apropiados para el uso de la perspectiva de género ¿cuál es entonces su contexto natural?¿Hay alguno en el que sí encaje?

Antes de responder a esta pregunta quisiera intentar mostrar algunas consecuencias abiertamente negativas del enfoque que nos ocupa. Preguntémonos: ¿quiénes de manera natural hacen suya dicha perspectiva? Ciertamente no las mujeres de la aristocracia, las mujeres del jet set, para las cuales un enfoque así es claramente contraproducente y ridículo. Pero ¿lo adoptan entonces las campesinas o las mujeres que trabajan en fábricas y maquiladoras? Para mujeres así, el enfoque de género es pura y llanamente inútil y hasta nocivo. ¿Quiénes son entonces quienes activamente están en la raíz del movimiento de género? Básicamente mujeres de clase media, maestras, mujeres pletóricas de aspiraciones que van desde objetivos sensatos hasta posiciones de megalomanía delirante, mujeres que han ganado espacios en los ámbitos culturales y educativos y que ahora incursionan abiertamente en el universo de la política. En este punto hay que ser sumamente cuidadosos, porque tenemos que decir en voz alta una y otra vez que no estamos en contra de las reivindicaciones justas de tales o cuales grupos humanos, sino de su engañoso revestimiento ideológico. Precisamente por su origen “clasemediero”, el enfoque de género tiene obvias consecuencias ideológicas y políticas negativas, puesto que sirve para empañar u ocultar el verdadero conflicto social, esto es, la lucha de clases. Es evidente que una trabajadora de una fábrica de hilados y tejidos tiene mucho más en común con un obrero que con la hija de un banquero (o de un sindicalista exitoso), con la cual sólo comparte la anatomía y la fisiología sólo que, y este es el punto importante, la anatomía y la fisiología no son susceptibles de generar un movimiento político, en tanto que la ideología vinculada a los intereses de clase sí. Se sigue, según mi leal saber y entender, que el enfoque de género sirve para desviar la atención sobre temas que, para las personas que se ubican desfavorablemente frente a los medios de producción y frente al capital, son auténticas nimiedades.

Era de esperarse que, dado el carácter poco científico del enfoque de género, lo que éste promueve no sea prácticamente nunca un debate abierto en el que se intercambian argumentos, sino más bien intercambios de injurias y descalificaciones. Así, el enfoque de género, por ser en su origen tendencioso y parcial, fomenta inevitablemente la gestación de puntos de vista radicalmente tendenciosos y equivocados. Tómese el caso de las mujeres de Juárez, en relación con las cuales precisamente se acuño el término ‘feminicidio’. En los peores años de la crisis de Juárez se llegó a tener algo así como 65 mujeres asesinadas anualmente, una cantidad imperdonable de muertas, muchas de ellas asesinadas por cónyuges, parientes, vecinos, etc., es decir, personas que las conocían. Se inventó entonces el término ‘feminicidio’ fundándose para ello en la ininteligible idea de que en Cd. Juárez mataban mujeres por el mero hecho de ser mujeres! Hasta donde yo sé, el núcleo del problema era un coctel de criminalidad constituido por factores como corrupción ministerial y policiaca, tráfico de personas, prostitución, impunidad, pésima infraestructura, etc. La situación era obviamente de repudio total, sin ambigüedades, pero ¿se le ocurrió siquiera a alguien preguntar si también había hombres asesinados? Esa pregunta hubiera sido útil, porque quien la hubiera hecho se habría enterado de que había un promedio de 6 o 7 hombres por cada mujer, pero hasta donde yo sé al menos a nadie se le ocurrió decir que en Juárez mataban hombres por el mero hecho de ser hombres. Estoy de acuerdo en que una idea así habría sido absurda, pero lo habría sido tanto como lo es cuando se le aplica a mujeres. Más bien habría que tener presente que la idea de “feminicidio” le sirvió a grupos políticos y de intereses particulares para obtener apoyos, financiamientos y demás. Pero, y esto hay que enfatizarlo, no le sirvió para nada a las mujeres que estaban en peligro allá. Esto hasta cierto punto confirma lo que he estado insinuando, a saber, que la motivación de la noción de perspectiva de género es básicamente de orden grupal y político, en el sentido más amplio posible de la expresión.

Si no somos cuidadosos, podemos fácilmente confundir dos cosas. Están, por una parte, las reivindicaciones perfectamente justificables de ciertos grupos humanos que son tratados (por la cultura, por las leyes, por la historia, etc.) injustamente y en contra de las cuales no tenemos absolutamente nada y, por la otra, las pretensiones de ciertos grupúsculos de personas que enarbolan banderas y causas que presentan como de valor universal, tratando de imponer una cierta terminología y propuestas que son abiertamente ridículas porque a final de cuentas no pasan de ser meramente cuantitativas y puramente formales. Por ejemplo, que hablemos del Senado, de la Suprema Corte, de la Junta de Gobierno de la UNAM, del Departamento de Tránsito, etc., es decir, de lo que queramos, los partidarios de la perspectiva de género no saben hacer otra cosa que pedir 50 % de participación de mujeres. Con eso al parecer están satisfechos. Pero ese éxito se logra en detrimento de la preparación, la formación, las habilidades y aptitudes de los miembros del grupo de que se trate: lo único que importa es que haya “mitad y mitad”. Eso es claramente un descarado uso de un enfoque tendencioso transformado en instrumento en la lucha por el avance de posicionamientos, obtención de beneficios, triunfos gremiales y cosas por el estilo. Todo eso en última instancia puede ser legítimo, pero lo que resulta detestable e inaceptable es la maniobra que presenta como objetiva una propuesta que es de carácter netamente anti-científico y al servicio de intereses de grupo. Lo peor del caso es que hasta sus adversarios naturales han caído en el garlito y proclaman a diestra y siniestra el cuento de hadas de la perspectiva de género.

Salta a la vista que la dicotomía inicial básica del enfoque de género es completamente arbitraria. Con igual justicia podemos hablar de perspectiva de edades (dividiendo a la población en niños hasta de 10 años y el resto), de perspectiva de apetitos (clasificando a la humanidad en tragones y sobrios), de perspectiva de color de piel, de virtudes y vicios, etc., etc. Se pueden trazar las distinciones que se quiera, pero lo importante es: ¿cómo se les fundamenta y qué se gana con ellas? El caso de la perspectiva de género es curioso porque parecería ser, aparte de gratuito, contraproducente, por el simple hecho de que es un instrumento que muy fácilmente podría ser adoptado por el otro género. ¿Dejaría por ello de ser eo ipso “enfoque de género”?¿Qué pasaría si de pronto apareciera un líder que hiciera suyo el lema:
                       Miembros del Género Masculino del Mundo
                                                Uníos!?

Sorpresas Esperables

Confieso que cada vez más a menudo tengo que preguntarme si quienes en los centros de poder norteamericanos articulan las políticas a aplicar con los países latinoamericanos (y en general, con los países “en vías de desarrollo”, de hecho un eufemismo para ‘colonias del imperio norteamericano’) son simplemente malignos o son además estúpidos, porque de lo contrario ¿por qué tan a menudo pretenden a toda costa implantar políticas que son fallidas a priori? La cuestión, claro está, no tiene mucho que ver con estupidez personal sino más bien con una forma particular de pensar, un modo especial de concebirse a sí mismos y de concebir sus relaciones con otros estados y pueblos. Si bien entonces no son las personas las que son tontas, de todos modos sí podemos hablar de un pensamiento político tonto, en algún sentido quizá ingenuo y eso sí: abiertamente contraproducente. ¿En qué basamos afirmaciones tan temerarias como estas? En rasgos claramente discernibles del pensamiento político norteamericano tal como éste se materializa en las decisiones que en ese país a diario se toman. En política, a nivel estratégico más que táctico, en los Estados Unidos se piensa de manera escolástica, esto es, mediante categorías más bien simplonas, de fácil consumo, como “peligro comunista”, “terrorista islámico”, “defensa de la democracia”, “libertad de expresión”, “defensores de la libertad”, “dictador”, etc., gracias a las cuales se puede de manera abstracta esquematizar el mundo político, clasificando básicamente en dos bandos (los buenos y los malos) los entes relevantes (personajes, países, comunidades y demás), desarrollando y reforzando con ello un modo de pensar que de manera esencial impide la auto-crítica y que enarbola permanentemente el uso de la fuerza y la imposición militar como el recurso primero y último para resolver toda clase de desavenencias y de problemas en el mundo. Lo único que se necesita para coincidir con lo que digo es fijarse en el modo como se expresan, por ejemplo, los congresistas norteamericanos: ellos hablan como si el mundo les perteneciera, como si ellos representaran los intereses de la humanidad, como si a ellos les correspondiera decretar qué políticas tienen que adoptar los países y cómo tienen que vivir los pueblos. Así, examinado con un espíritu mínimamente crítico, el pensamiento político norteamericano se reduce a una mera expresión de pensamiento imperialista vulgar. A diferencia del pensamiento imperialista romano o napoleónico, en el norteamericano todo se reduce a cuestiones de rapacidad, imposición, amenaza, negocios, chantaje y cosas por el estilo. La verdad es que rasgos como los de ser grandioso o imponente lo tiene pero ante todo en relación con la brutalidad (e.g., el racismo) y la destrucción.

Una consecuencia interesante del modo de pensar político propio de Norteamérica es que parecería que tanto sus elaboradores como sus practicantes están auto-impedidos para aprender de la experiencia. Sus tesis y convicciones una y otra vez los llevan al fracaso, pero ellos no aprenden. ¿Qué es lo que no aprenden? No aprenden que son ellos mismos quienes hacen brotar la oposición, quienes enseñan a que se les odie, quienes generan a sus adversarios, a quienes de la manera más torpe posible orillan a que, paulatina o súbitamente, se radicalicen y se conviertan en adversarios que posteriormente no pueden vencer. Lo que ellos exigen es sumisión total a sus voraces y desmedidos intereses y cuando no obtienen lo que quieren, entonces creen que es sólo a base de presiones, chantajes, amenazas y, si ello no fuera suficiente, de campañas de desestabilización, subversión, acciones criminales y, por último, de bombardeos e invasión como se logra generar la situación para ellos conveniente. Pero ellos no parecen entender que con ese enfoque, cada vez menos redituable, lo que logran es justamente que sus adversarios políticos se radicalicen y perfeccionen. Así, ellos mismos convierten a sus opositores, con quienes habría que negociar (que es lo que ellos desdeñan), en líderes que los aborrecen y con quienes probablemente ya no será posible posteriormente ninguna clase de reconciliación. Yo creo que este es precisamente el caso de uno de los políticos más injustamente vilipendiados por parte de la detestable prensa mundial y denostado por muchos miembros de la clase de políticos mediocres de bajo nivel que podríamos identificar como los ‘lacayos del imperio’. Tengo en mente a una persona que pasó de ser alguien a quien con la mano en la cintura se menospreciaba, pero que resultó ser un político de primer orden. Me refiero al hombre que tomó la estafeta del Comandante Chávez: el actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

¿Quién era y quién es ahora Nicolás Maduro? Es un político que combina convicciones de dos clases diferentes: tiene arraigadas convicciones nacionalistas y genuinas convicciones de clase. Es un individuo que está inmerso en la lucha política desde los 18 años. No es ni aspira a presentarse como un político perfumado (es bastante modesto) o como un intelectualillo deseoso de aparecer en televisión para espetarle al mundo cuánto sabe o cuán verborreico puede ser ni es desde luego un arribista al que fácilmente se podría comprar con coristas o con propiedades. Es un sindicalista, que fue conductor de autobuses, miembro del gabinete del comandante Chávez, de quien obviamente aprendió mucho, muy probablemente el único que combinaba las cualidades necesarias para salvar e intensificar el proceso de la gran Revolución Bolivariana. Quienes temíamos que con la desaparición del comandante la revolución iba a entrar en una especie de letargo, dando lugar al triunfo de una burocracia rígida y paralizante o inclusive a una toma del poder por parte de militares de derecha, tenemos que reconocer públicamente que nos equivocamos. El presidente Maduro resultó ser un hombre excepcional por cuanto combina los principios revolucionarios, la teoría revolucionaria, con la práctica revolucionaria. Maduro es un hombre muy práctico, pero no olvida sus principios. Tanto en política interior como en lo que atañe a relaciones internacionales, se ha mostrado como un político consistente y valiente. Contrariamente a lo que se esperaba y a pesar de la intensísima campaña de desprestigio de la que fue objeto tanto dentro como fuera de Venezuela, Maduro ganó las elecciones presidenciales, como antes que él lo lograron Hugo Chávez en Venezuela, Fernando Lugo en Paraguay y Salvador Allende en Chile. Con Maduro a la cabeza, Venezuela ha sabido sortear muchos problemas obviamente creados desde fuera. Es evidente para todo mundo, salvo naturalmente para los enemigos del régimen y los descontentos, que Venezuela es víctima de una guerra económica permanente y total. Todos los problemas por los que pasó Cuba durante 50 años los está viviendo ahora Venezuela: bloqueos, ataques financieros, abruptas expulsiones de diplomáticos, etc. Pero Maduro ha sabido sacar a su país adelante sin vender el proyecto bolivariano. Lo más fácil, obviamente, sería inundar Venezuela con baratijas, con productos de consumo inmediato, embrutecer a la población con programas hollywoodenses y regresar a los estándares de corrupción de la época de Carlos Andrés Pérez. Pero eso no va a pasar, porque allí está Maduro para evitarlo o, mejor dicho, allí están Maduro y el pueblo políticamente consciente de Venezuela, el cual difícilmente preferirá engañarse optando por las superficiales mejoras inmediatas que representan el retorno de las oligarquías y de las élites americanizantes a cambio de su reinserción en el sistema esclavista norteamericano.

Que Venezuela enfrenta una guerra económica es algo que ni los más fanáticos opositores del estado bolivariano, traidores como Henrique Capriles y Leopoldo López, los eternos usuarios del discurso vacuo y fácil que gira en torno a nociones como las de “democracia” y “libertad”, que sirven para todo y para nada, podrían negar. Es claro, por ejemplo, que la descarada (y extremadamente compleja) manipulación mundial de los precios del petróleo estaba dirigida en primer lugar en contra de Rusia, pero también en contra de Venezuela y si en una potencia como Rusia la maniobra causó problemas, era imposible que en Venezuela no hiciera estragos. (Este es, dicho sea de paso, otro rasgo importante del pensamiento político norteamericano: no importa que nuestras empresas (Texaco, Standar Oil, Halliburton, etc.) se arruinen mientras podamos hacerle un daño a nuestros enemigos). El petróleo es fundamental en la economía venezolana, por lo que afectar su precio y comercialización significa reducir el PIB, la inversión estatal, limitar los programas de apoyo a la población, disminuir considerablemente los gastos en educación, salubridad, etc. Pero frente a esos y muchos otros actos de agresión, lo único que se ha logrado es que Maduro y la revolución chavista se radicalicen y diversifiquen sus contactos con el mundo. El bloqueo norteamericano ha hecho de Maduro un presidente activo: va no sólo a Cuba a reforzar los lazos de amistad y de cooperación con ese país, sino que (como en este momento) va a Vietnam a firmar convenios de cooperación agrícola, y a China a, como todos los dirigentes de los países, hacer negocios y a la vez hacer política. Gracias a Maduro, entre algunos otros, Asia tiene un pie en América.

Es evidente que se está haciendo todo lo posible para ampliar la crisis inducida que vive Venezuela, pero yo creo que hay razones para no ser demasiado pesimista al respecto (aunque, dadas las características del pensar político norteamericano, no podemos hacer muchas predicciones). La situación es la siguiente: en vista de que las presiones económicas no han surtido los efectos buscados, se está tratando de transformar la guerra económica en conflicto militar y para eso Colombia resulta indispensable. La estrategia americana, por lo tanto, consiste en crear focos de tensión en la frontera entre Colombia y Venezuela y en desarrollar una política de provocación permanente de modo que por fin en América del Sur pueda estallar un conflicto armado. Hace algunos días, un grupo de delincuentes colombianos atacaron e hirieron a tres policías venezolanos de la zona. Acciones como esas están bien preparadas. Lo que no está calculado es la reacción del otro. Y ¿cómo reaccionó el presidente Maduro? No con agresiones, con amenazas, con incursiones en territorio colombiano. Simplemente, cerró la frontera e inició un proceso de limpia de las condiciones de putrefacción social, tan fáciles de promover: contrabando de mercancías y de personas, narcotráfico, presencia de delincuentes de toda índole que se habían instalado ya en territorio venezolano. A los promotores de la guerra no les importa lo que pase con las personas: muchos colombianos que de hecho ya eran residentes en Venezuela han tenido que regresar a Colombia, a una zona de inseguridad y delincuencia. El problema es que puede haber una escalada de provocaciones y entonces se cae en el juego de los grandes comerciantes de armas y de quienes quisieran ver debilitados y divididos a los gobiernos latinoamericanos. ¿Puede haber una guerra entre Colombia y Venezuela?

Creo (y quiero pensar) que no. ¿Por qué? Hay varias razones. Primero porque, como lo señaló Fidel Castro, Venezuela tiene el mejor ejército de América Latina; segundo, porque aunque sin duda alguna hay gente en el gobierno colombiano que está dispuesta a generar el conflicto con la República Bolivariana de Venezuela para quedar bien con el gobierno yanqui, hay también gente que está consciente de que ello sería desastroso para Colombia: aparte de que el diálogo de paz entre las FARC y el gobierno colombiano, de por sí frágil, automáticamente terminaría, con lo cual Colombia quedaría hundida una vez más en esa espantosa guerra civil que padece desde hace más de medio siglo, muy probablemente el ejército colombiano no podría sostener el choque con las fuerzas armadas venezolanas y ello por una simple razón (y aquí, una vez más, vemos como se perfila el torpe pensamiento político norteamericano): a pesar de su sin duda gran experiencia, el ejército colombiano está acostumbrado a luchar con narcotraficantes, con guerrilleros, eventualmente con paramilitares, pero no con ejércitos populares como el de Venezuela. El pensamiento norteamericano se aplica a enfrentamientos de tipo diferente, esto es, cuando todo se reduce a una posesión de armamento, que es lo que pasa cuando se enfrentan dos ejércitos de mercenarios. Pero las milicias venezolanas son otra cosa. Y hay un tercer factor: en la frontera entre esos dos países: ¿qué ciudadanos están en qué país: colombianos en Venezuela o venezolanos en Colombia? La respuesta es obvia: quienes huyen son las personas que aspiran a escapar de una situación en la que quienes de hecho gobiernan son narcotraficantes, paramilitares, extorsionadores de toda clase, policías corruptos, etc. (hablo de esa zona de Colombia, no del país en su conjunto). Y ¿a dónde va esa gente as tratar de vivir en paz? A Venezuela. Pero además, Maduro ya dijo que se encuentra con el presidente de Colombia “cuando quiera y donde quiera” para resolver el conflicto. La iniciativa de paz, por lo tanto, se le debe a él. De ahí que, por diversas razones, una guerra entre esos dos países tendría serias repercusiones negativas internas en Colombia. A Colombia el enfrentamiento con Venezuela no le conviene y el presidente Santos lo sabe. Pero la presión debe ser muy fuerte.

Regresemos a nuestro héroe político de América del Sur. Contrariamente a los presidentes no populistas, Maduro es un presidente que informa a su población sobre los problemas del país. Yo creo que vale la pena preguntarse: ¿nos gustaría a nosotros, los mexicanos, que nuestro presidente, independientemente de quién fuera, le dedicara unos 15 minutos diarios a explicarle a la población por qué se desató la inflación, por qué no se puede acabar con la mafia que se roba la gasolina de los conductos de Pemex, por qué hay nuevas infecciones causadas por mosquitos en medio México, por qué se permite que las compañías mineras canadienses sigan envenenando la flora y la fauna del país, por qué México no envía una protesta diplomática por los insultos y ofensas del candidato republicano Donald Trump, etc., etc.? Yo creo que la gente recibiría con gusto esa información. Pero claro: para ello, no hay que tener problemas de esposas criticables, colaboradores sospechosos de toda clase de delitos, etc., y entonces el asunto ya no es viable y lo que queda es criticar a quien sí puede hacerlo. Por ello y a pesar de los problemas, totalmente artificiales algunos de ellos, y de la campaña en su contra, Maduro sí puede darle información a su pueblo, abrirle los ojos sobre las complejidades de la política y se expresa en un lenguaje coloquial, comprensible para todos. En sus alocuciones se explican las medidas que toma el gobierno. ¿No es eso verdadera democracia? Dedicarse a señalar que Maduro no es un literato y que no se expresa como miembro de la real academia de la lengua, que haya cometido algunos errores al hablar ¿qué importancia puede tener?¿Quién se fija en eso y cuáles son sus criterios de selección, porque fijarse en la forma es deliberadamente olvidarse del contenido y, por otra parte, no era Bush Jr. punto menos que analfabeta y no hay libros enteros dedicados a su cantinflismo? Si las pifias de Bush pasan, ¿por qué el lenguaje coloquial de Maduro habría de ser criticable o risible?

Admito que admiro a Maduro y que me gusta su personalidad. Él no es un político de salón y por lo tanto dice lo que su programa, la situación y su temperamento le indican que diga. Cuando hay que denunciar a gente con nombre y apellido, lo hace; cuando hay que responder a un agravio o a un insulto, lo hace; cuando una decisión es, aparte de agresiva, injustificada, Maduro explota, como cuando califica a Obama de “loco” por haber elevado a Venezuela al status de país peligroso para los intereses e integridad de los Estados Unidos. Eso es casi una declaración de guerra. El problema para los norteamericanos es que en lugar de sentirse amedrentado, Maduro explota y hace pública su indignación, con la cual hace partícipe de ella a su público. Nicolás Maduro es en cierto sentido una sorpresa política, pero en otro, dada la forma de pensar en política de los norteamericanos, es de esperarse que constantemente surjan políticos así. Maduro es un político del pueblo. No queda más que quererlo y apoyarlo.

Perfiles Políticos

Difícilmente podría pasar desapercibida la tremenda sacudida que afecta al sistema capitalista global y, como una consecuencia natural de ello, la arremetida en contra de todos por parte de los dueños del mundo. Al hablar de los dueños del mundo podría sentirse la tentación de querer hablar en términos de países. Ello no sería un error, pero de todos modos sería inexacto. Al hablar de los cataclismos financieros, de onerosas quiebras estatales, de impagables deudas externas, etc., hablamos de países, pero se nos olvida, sin caer en esquemas rígidos porque ello falsearía todo lo que digamos, que los estados son básicamente los órganos que expresan políticamente la voluntad de las grandes fuerzas económicas, lideradas obviamente en el sistema capitalista por la banca mundial (y ante todo por Wall Street). O sea, detrás de los gobiernos están las instituciones y las corporaciones que siguen funcionando independientemente de los 4, 6 u 8 años que esté tal o cual presidente, que tal o cual primer ministro dure al frente de un determinado país. Los políticos, por renombrados que sean, no son más que agentes de paso, como no lo son los agentes económicos que le dan estructura al sistema y lo hacen funcionar. Dado que el mundo se divide en países, cuando una situación se vuelve crítica no son los bancos los que intervienen directamente sino sus representantes, sus empleados, esto es, los gobiernos y los hombres de estados, que son quienes les imponen a sus pares, es decir, a otros gobiernos y a otros dirigentes, las políticas y las decisiones que más le convienen a los dueños del sistema global. Cuando un país intenta rebelarse o insubordinarse, de inmediato entran en juego no sólo los aparatos de estado, sino todos los instrumentos que el sistema ha desarrollado para perpetuarse (como los medios de comunicación), se ejerce una gran presión y finalmente, salvo en contadas excepciones, se logra que la oveja descarriada (y cada vez más famélica) se reincorpore al rebaño de países cuyas poblaciones tienen que seguir trabajando para el bienestar del así llamado ‘primer mundo’. Yo creo que pocos ejemplos hay tan ilustrativos de esta penosa situación como Grecia, a cuyo ingenuo dirigente, Alexis Tsipras, la feroz guardiana (presentada ahora como política de dimensiones históricas) de la banca europea pero sobre todo alemana, Angela Merkel, terminó sacando a patadas hasta de la presidencia de su propio país (i.e., es obvio que él no renunció porque hubiera querido cambiar de profesión!). En todo caso, el proceso es siempre el mismo: endeudamiento hasta no poder pagar y luego “privatización”, lo cual quiere decir ‘apropiación por parte de los “inversionistas” de los bienes de la nación’ de que se trate (o de lo que quede de los mismos). En este caso, por ejemplo, los puertos griegos (entre otras cosas) pasaron en gran medida a ser de hecho propiedad alemana.

Es importante entender que en las confrontaciones entre estados en general no hay nada personal involucrado, si bien en algún momento las personalidades pueden jugar un rol, pero éste no rebasará prácticamente nunca cierto nivel de importancia. Son las políticas las que son agresivas. Por ejemplo, la brutal devaluación de las monedas frente al dólar no es un asunto de animadversión personal o inclusive nacional: es resultado de la descarada manipulación de los mercados financieros desde Nueva York. Es un modo de operar con el dinero que contrapone a los bancos con los intereses de la población mundial. Como puede fácilmente constatarse, los “consejos” y las directivas (para no decir las ‘órdenes’) de instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Banco Mundial siempre resultan en lo mismo: disminución del gasto público, cancelación de programas de asistencia social, devaluación de las monedas, recortes laborales, etc. En otras palabras, la política monetaria mundial es esencialmente contraria al bienestar de las naciones y aquí no hay opción: o viven los bancos o viven los pueblos. El problema es que los gobiernos están justamente para proteger a sus pueblos, pero los dirigentes de los estados dependientes están en general tan asustados y tan comprometidos con las políticas de los poderosos que en general aceptan acatarlas y hacerlas valer a sabiendas inclusive que con ello llevan a sus países hacia abismos insalvables. Un problema relativamente nuevo es que ya ni esto está dando resultados y la crisis del sistema capitalista es tan fuerte (como lo muestra el déficit del gobierno norteamericano) que éste, a pesar de los múltiples países sacrificados, se tambalea. La crisis mundial, por lo tanto, ya desbordó inclusive a quienes normalmente se benefician con ella. Una consecuencia de ello es que los estados más avanzados entran en una fase de agresión casi indiscriminada, dado que los problemas económicos que empiezan ya a padecer ellos mismos requieren de soluciones que son inasequibles en el marco del propio sistema capitalista. O sea, este sistema generó tales niveles de esclavitud financiera y humana, tales niveles de desigualdad, exacerbó a tal grado la irracionalidad del sistema, generó tal pobreza y tanta destrucción del mundo natural que las soluciones para los grandes problemas que se crearon (económicos, sociales, ecológicos, etc., con todo lo que éstos acarrean) ya no son construibles dentro del sistema. Y aunque los ciudadanos comunes y corrientes no podamos hacer nada, quizá sea mejor de todos modos estar conscientes de la situación: no sólo no se van a reducir los niveles de pobreza, sino que se van a incrementar; no sólo no van a mejor los niveles de salud y de salubridad, sino que van a empeorar; y así con todo. La razón es simple: se requieren cambios de tales magnitudes en las formas de organización político y en los métodos de gobernar que su implementación der hecho equivaldría a un cambio de sistema y es evidente, supongo, que una transformación así no será nunca aceptada sin fuertes convulsiones sociales. El capitalismo ciertamente no va a morir en forma pacífica. Una clara manifestación de desesperación por no poder resolver los problemas que ahora el mundo enfrenta es el recurso ya un poco a tientas y a locas al viejo truco de generar puntos de conflicto militar. La guerra ha sido, es y seguirá siendo un paliativo del o para el sistema capitalista, un poderoso medicamento político al que se recurre para mantenerlo vigente. Naturalmente, para impulsar la gestación de situaciones de guerra no se requiere presentar buenas razones. Cualquier pretexto es fácilmente construible. Lo que importa son los planes de acción e intervención que haya que implementar y para eso están las grandes organizaciones militares y paramilitares, de inteligencia y contrainteligencia, como la CIA, el Mossad, MI6 y tantos otros órganos policiacos y de espionaje, de sabotaje, desestabilización, invasión y demás, que funcionan ya de manera rutinaria y efectiva. Es así como se inventaron los conflictos de Ucrania (lo único que se necesitó fue derrocar a un presidente elegido democráticamente y derribar arteramente un avión de pasajeros en suelo ucraniano), la guerra sin fin en el Medio Oriente (el precio a pagar para el bienestar y expansión de Israel), la destrucción de Irak y la succión de todo su petróleo, la guerra en Afganistán (lo cual permite tener bases a un costado de la Federación Rusa) y ahora la alarmante tensión entre las dos Coreas (con un ojo puesto en China, para alarmarla un poco). Es muy fácil inventar conflictos así, pues a estas alturas ya hay mucho entrenamiento acumulado (no me alcanzarían las páginas de este artículo para mencionar todos los casos de golpes de estado, asesinatos de líderes, actos de terrorismo, etc., organizados y llevados a cabo por las potencias occidentales). Todo esto está muy bien, sólo que hay un problema: esta solución tiene límites muy claros ahora más allá de los cuales no tiene el menor sentido incursionar. Se puede desde luego organizar un ejército de mercenarios y desestabilizar o destruir Siria, pero es obvio que eso no se puede hacer con Rusia o con China. La guerra como solución permanente y global llegó a su fin. Hay por lo tanto que buscar soluciones de otras clases. El problema es que la dueña del sistema, la banca mundial, no lo permite.

Frente a un panorama como este, que me parece todo lo que se quiera menos irreal, yo diría que hay por lo menos dos formas de reaccionar en términos políticos. Pienso que en los países dependientes y siempre a la zaga se pueden gestar dos clases de políticos que no se proponen en principio ninguna transformación radical o revolucionaria, pero sí mejoras palpables dentro del sistema lo cual, dentro de ciertos parámetros, es en alguna medida factible. Y, por otra parte, están los sujetos que decidieron no ser dentistas, ingenieros, deportistas, veterinarios, etc., sino que prefirieron dedicarse más bien a la “política”, porque ésta les pareció que era la mejor forma de ganarse la vida y de vivir lo mejor posible. Los políticos así son sin duda sujetos hábiles para las maniobras, duchos en los arreglos y en las componendas, astutos para los negocios y el posicionamiento en las esferas del poder; son los hombres (y ahora también las mujeres) que se saben todos los trucos para pasar de un puesto a otro y que han hecho todas las trampas imaginables, individuos para quienes la política no es otra cosa que el juego de la influencia y del enriquecimiento subrepticio permanentes. Si todos los políticos de este segundo grupo fueran técnicamente hábiles, la política se habría reducido al mero juego gerencial de la economía capitalista pero al menos serían exitosos en sus respectivas áreas, pero si además de ser moral irredimibles y políticamente inviables son técnicamente tarados (no saben hacer crecer al país, no se les ocurre cómo defender su moneda, no tienen ni idea de lo que es dignificar el papel de su país en los foros internacionales, etc., etc.), la situación para el país de que se trate se vuelve desastrosa. Así, pues, en el marco del sistema y desde la perspectiva de la subordinación, se puede ser un dirigente con objetivos nobles y desinteresados o un político rastrero que no busca otra cosa que su bienestar inmediato (de él y de “los suyos”) sin pensar en nada que no sean beneficios y obstáculos del presente inmediato.

Yo creo que, por múltiples razones, no debemos perder de vista el hecho de que, si bien dentro de límites sumamente estrechos, de todos modos es verdad que el sistema mundial de vida permite actuar con cierta autonomía, aunque ello exige siempre un mínimo de valentía. O sea, siempre será factible hacer algo por su país y por su población (proteger a sus pequeños propietarios, defender los precios de sus productos, reclamar relaciones bilaterales equilibradas, establecer vínculos comerciales parejos y así indefinidamente). América Latina, por ejemplo, tiene en su haber y para su orgullo políticos de esta primera clase, políticos genuinamente progresistas y que, sin ser revolucionarios, fueron o son auténticos defensores de los intereses de sus naciones y de sus pueblos. Desafortunadamente, tiene también, para su vergüenza eterna, grandes símbolos de practicantes de politiquería barata, egoísta, miope, de corto plazo y, por ende, decididamente anti-nacionalista (los ejemplos abundan. Piénsese un momento tan sólo en Salinas y su tristemente célebre “tratado de libre comercio de Norteamérica”, cuya maldición todavía padecemos). Presidentes respetables, dentro del marco del sistema capitalista, aparecieron en Uruguay (José Mojica), en Brasil (Ignacio Lulla da Silva), en Ecuador (Rafael Correa), en Argentina (Néstor Kirchner y Cristina Fernández), en Bolivia (Evo Morales), en Paraguay (Fernando Lugo) y, desde luego, en Venezuela, con el gran Hugo Chávez, misteriosamente atacado por un súbito cáncer. Todos esos presidentes fueron grandes patriotas que introdujeron importantes reformas agrarias, modificaron sus códigos de trabajo, reformaron los servicios médicos populares, tomaron en sus manos la reorganización de barrios y la recuperación de la juventud de las garras de la delincuencia, reforzaron las tareas educativas del Estado, defendieron hasta con las uñas los patrimonios nacionales, así como su autonomía en política exterior, sin rebasar (salvo en el caso de Venezuela, lo cual tiene por otra parte una explicación no muy difícil de proporcionar) las reglas del juego político global. Hicieron lo que se podía hacer, empezando por abrirles los ojos a su gente. Dirigentes como ellos, que estuvieron en contacto directo y permanente con los ciudadanos de sus respectivos países, forman una escuela, una forma de pensar y enfrentar los problemas causados en otras latitudes. Si se les examina se verá que todos ellos desplegaron o despliegan estilos de gobernar diferentes, vinculados naturalmente a sus respectivas personalidades, idiosincrasias y trasfondos, pero los une una misma orientación, las mismas aspiraciones de ya no ver a sus niños desnutridos ni a sus adultos sin saber leer y escribir, tienen los mismos o semejantes deseos de emancipación nacional, hasta donde el sistema, globalmente considerado, lo permite.

En contraste, el panorama que México ofrece es literalmente para llorar. También aquí hay una escuela política, sólo que es radicalmente diferente de la recién mencionada. Aquí los políticos tienen objetivos, no ideales. Tener ideales es visto como algo infantil, pasado de moda, ridículo. Lo que a ellos interesa y motiva es básicamente el éxito local, por pasajero que sea. Los políticos mexicanos son grandes oportunistas, pragmáticos (en el mal sentido de la expresión), de intereses y perspectivas meramente personales y, a lo sumo, partidistas, totalmente acríticos de sus superiores (el presidente en México, sea quien sea, es perfecto), duros o indiferentes con los compatriotas, pero acomplejados, timoratos y arrastrados frente al extranjero dominante. Hay tantos ejemplos tan vergonzosos de conducta ignominiosa que me vienen a la memoria que prefiero pasarlos por alto. Como dije, en México la escuela política es otra. Aquí, a través de un oscuro proceso de varios lustros basado en el embrutecimiento permanente de la gente y en su ignorancia, en el papel nefasto de nefandas capas de “intelectuales” gracias a los cuales se abolió casi por completo la oposición al sistema tanto en la acción como en el pensamiento, en la ya legendaria aguante paciencia de, como solía decirse, “Juan pueblo”, en la expulsión mediática efectiva de todo vocabulario que permitiría articular pensamientos distintos, en todo eso y más, lo único que se genera son políticos arribistas, gente que hace carrera política, personas que ocupan puestos importantes pero carentes en general de una sólida formación profesional (salvo quizá la de abogacía), grandes mentirosos, gente fácilmente comprable y desde luego gente para la que nociones como las de patria, nacionalismo, pueblo, libertad, etc., no significan nada más allá de lo que puedan significar en la retórica cotidiana (leía hoy en el periódico las declaraciones del edil de Orizaba sobre su estatua de Porfirio Díaz! Como para correrlo del país!). Es gracias a esa escuela de (de) formación política que en México se puede hacer desaparecer a 43 estudiantes y no pasa nada, se puede tener a un político vecino injuriándonos a todos nosotros y no hay la más mínima protesta diplomática por parte de nuestras autoridades, se puede mantener en la indigencia a millones de personas y seguir pensando en qué restaurant se va a ir a comer o a cenar, se pueden iniciar millones de averiguaciones previas por atracos, robos, violaciones, asesinatos y demás (en términos de muertes, México es el Irak de América Latina) y ni el 1 % de ellas se resuelve; y así ad nauseam. El problema es desde luego práctico, moral y político, pero es además un problema factual y lógico, en el siguiente sentido: llevado por los grandes traidores al país y a su gente, México cayó en una trampa de la cual no es fácil ver la salida. La trampa consiste en que los políticos (y los sectores poblacionales en los que se fueron apoyando) llevaron al país con bastante rapidez a una situación de descomposición y corrupción tales que lo único que desde entonces este país puede generar son políticos como ellos. México, por lo tanto, cayó en un círculo vicioso para el cual no es fácil vislumbrar una solución. Bueno, una solución dentro del marco del sistema …

Empezamos Mal!

Si la carrera por la rectoría de la UNAM arrancó tres meses antes de que el rector J. Narro deje el puesto, por lo visto la carrera por la Presidencia de la República empezó tres años antes de que el presidente E. Peña Nieto deje el cargo. Una expresión tangible de ello la tenemos, obviamente, en el nombramiento como nuevo presidente del PRI del hasta hace unos días diputado, ex-gobernador de Sonora en las tenebrosas épocas de Carlos Salinas de Gortari, Manlio Fabio Beltrones. Dejando las incontables implicaciones prácticas que tiene dicho nombramiento, lo único que por el momento podemos hacer es preguntarnos sobre su significado: ¿qué significa políticamente que se ponga ahora a Beltrones al frente del PRI? A mi modo de ver, el asunto es relativamente simple y la respuesta obvia: fundado en su ya larga experiencia como agente activo y exitoso dentro del sistema político mexicano y gran conocedor de todos los tejes-manejes de los procedimientos, mecanismos y rituales de la vida política nacional, a Manlio Fabio Beltrones se le ha encargado la delicada tarea de realizar para el presidente la labor política preparatoria a fin de que su candidato a la presidencia disponga, cuando sea destapado, de un partido sin disidencias, de manera que el destapado pueda iniciar su campaña bien respaldado por un partido sólidamente unificado para lo que desde ahora se ve que será un proceso particularmente problemático y reñido. Sobre cómo se irán haciendo los arreglos y las componendas dentro del PRI es algo sobre lo que no tenemos la menor idea, pero hay por lo menos algo que ahora sí ya sabemos: Manlio Fabio Beltrones no será el próximo presidente. Es plausible suponer que, en caso de que para entonces todavía le viera sentido a seguir activo en el sector público, si todo saliera bien él fuera el siguiente Secretario de Gobernación. Sin embargo, falta tanto para eso y van a suceder tantas cosas de aquí a entonces que dedicarle un minuto más al tema no es otra cosa que perder el tiempo.

Aludí al tema de la sucesión presidencial no porque esté particularmente interesado en él, sino más bien porque me parece claro que otros potenciales candidatos ya también, silenciosamente, iniciaron su campaña para candidatearse hacia la presidencia de la República. Ese, me parece, es el caso del muy hábil Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera. Si leemos los hechos con cuidado, tendremos que reconocer que su estrategia general está bien pensada, pues consiste en ir acumulando a partir de ahora resultados positivos de lo que habrá sido su gestión para presentar dentro de un par de años un paquete de resultados exitosos gracias a los cuales podría quedar ungido como el candidato de un frente amplio de oposición y ser así catapultado hacia la silla presidencial. Podemos entonces ver en el nuevo Reglamento de Tránsito para el distrito Federal el banderillazo de arranque de una discreta, pero no por ello menos real, pre-campaña presidencial. Hay, desafortunadamente, un problema: con este nuevo reglamento por delante lo único que se podría afirmar con certeza es que el Jefe de Gobierno de la ciudad habría arrancado su pre-campaña con el pie izquierdo. ¿Por qué? Porque el “nuevo” reglamento de tránsito representa un ataque directo a un sector importante de la población de la ciudad, pues visto con lupa no es otra cosa que un mecanismo de extorsión a la ciudadanía, un trozo de legislación anti-democrático, perverso, incoherente, inoperante, injusto y odioso. Prácticamente, lo único que tiene de nuevo es el incremento brutal de las multas! Constituye además una reglamentación esencialmente punitiva y que revela la profunda ineptitud de los legisladores capitalinos quienes, al parecer, no saben hacer otra cosa que calcar o plagiarse partes de legislaciones de otros países, mostrando su total incapacidad para pensar en las condiciones reales de la ciudad de México y elaborar un reglamento para ello, ad hoc a ella. Al igual que los animales que ven a diario disminuir sus territorios, sus “espacios vitales”, le será imposible a los conductores ajustarse a un reglamento tan absurdo como este que ahora nos anuncian, por lo que es de preverse también una cuantiosa derrama de dinero por parte de los cada día más hostigados y más castigados conductores. Surge la duda: ¿para qué querrá el Gobierno del Distrito Federal forrar sus arcas con el dinero de los ciudadanos?¿Será para poder competir más holgadamente con otros partidos cuando arranque la campaña para la presidencia de México? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que a cambio de mayores restricciones, a los ciudadanos conductores no se nos da nada: no se renueva la carpeta asfáltica, no se nos garantiza una mayor protección frente a ladrones, asaltantes y asesinos, no se nos da un tercer piso para desplazarnos cómodamente a la absurda velocidad fijada por los (pésimos) abogados del gobierno citadino. Nada de eso. Nada más se nos imponen nuevas obligaciones, nuevas restricciones, nuevos castigos. La verdad es que el anuncio del nuevo reglamento hasta suena a burla, puesto que es presentado como un reglamento pensado para darle “mayor seguridad a los ciudadanos”. Yo estoy convencido de que en el gobierno de la ciudad se piensa que los habitantes del Distrito Federal somos retrasados mentales!

Que el modo como se impuso el “nuevo” reglamento de tránsito ejemplifica a la perfección lo que son decisiones y procedimientos anti-democráticos es algo que nos queda claro tan pronto preguntamos dónde y cuándo se hizo la menor encuesta para inquirir acerca de lo que la ciudadanía opinaba respecto al tema del control vehicular en la Ciudad de México. Se nos apabulla de sol a sol con el mareante discurso sobre la democracia y sus valores, pero cuando surge una oportunidad para mostrar que efectivamente las medidas y decisiones gubernamentales que se toman emanan de consultas populares, de referéndums o por lo menos de encuestas, con lo que nos topamos es con decisiones de conciliábulo que sólo reflejan los intereses y las influencias de diversos grupos de interés (como el de las aseguradoras) y que simplemente ponen de manifiesto el hecho de que en esta ciudad carecemos por completo de genuina representatividad popular. A nosotros, los ciudadanos, quienes mantenemos al Estado mexicano a través de nuestros impuestos, se nos notifica, pero no se nos consulta. Por lo tanto, tenemos que ajustarnos a leyes y reglamentos que nos son impuestos por una autoridad que hasta podría ser extranjera. Simplemente se nos ordena que nos conduzcamos de cierto modo, se nos indica cómo tenemos que vivir, independientemente de si cuán irracionales sean las prescripciones en cuestión. En este sentido, el “nuevo” reglamento de tránsito es una auténtica joya.

¿Cómo diríamos, en general, que se mide el valor de un sistema normativo, de un reglamento? No es el lugar ni el momento para adentrarnos en sutiles y alambicadas discusiones, pero sí podemos sostener que es razonable pensar que la bondad de una determinada reglamentación es una función de las consecuencias que ésta tenga para la mayoría de las personas cuyas conductas rige. Pero entonces ¿por qué es bueno este reglamento?¿Contribuye acaso a, por ejemplo, que disminuyan los niveles de contaminación?¿Está diseñado para agilizar el tráfico en una ciudad cada vez más paralizada por la cantidad de vehículos y la mala calidad de las vías de comunicación? Exactamente al contrario! Es claro que este “nuevo” Reglamento de Tránsito no es más que un instrumento legal diseñado ante todo para extraer más dinero de los bolsillos de los conductores.

Yo diría que en general los Reglamentos de Tránsito para el Distrito Federal son ridículamente inconsistentes y éste, en la medida en que no modifica esencialmente nada en relación con el anterior, ciertamente no es una excepción. Consideremos rápidamente el caso de los vidrios polarizados. Por lo que se ve, ni el gobierno federal puede obligar a las compañías de autos a que no vendan sus unidades nuevas con vidrios polarizados, pero es perfectamente legal que un propietario cuyo auto no los tiene le ponga posteriormente a los vidrios de su auto la película que le venga en gana. ¿Cómo se va a hacer para distinguir entre el vidrio polarizado de fábrica y el vidrio polarizado por el dueño del auto?¿Se va a detener a los automovilistas para ir checando unidad por unidad? La distinción está mal trazada, pero si ello es así entonces la fracción VII del artículo 19 simplemente es inválida (y ridícula). Lo peor es que esto no es lo peor.

Dicho de manera general, el flamante reglamento de tránsito es descalificable de entrada por cuanto estipula líneas de conducta que se sabe que no van a ser acatadas, o peor aún: que no pueden serlo. Para ciertos efectos, por lo tanto, es además de incongruente e injusto totalmente fantasioso. Leyéndolo, uno se pregunta si quienes lo redactaron viven en la Ciudad de México o sólo ocasionalmente vienen de paseo. Un ejemplo de ello nos lo proporciona la irrealista fracción VII del artículo 14: ¿ignoran acaso quienes redactaron el reglamento que hay cientos, por no decir miles, de calles en la Ciudad de México que, por decisión de los vecinos, están cerradas a la circulación, a menos de que uno presente una contraseña, un documento, etc., y si no ignoran el hecho ignoran que esa realidad no se va a modificar? Si esa práctica, motivada desde luego por el temor a robos a casa habitación, de autopartes, a asaltos a personas y demás, es de hecho inamovible ¿qué sentido tiene prohibirla? Obviamente, la sensatez no es un rasgo distintivo del “nuevo” reglamento.

Sin duda alguna, sin embargo, el artículo más detestable y más abiertamente contrario al sentido común es el artículo 5 en su fracción V, muy especialmente en sus apartados (a) y (b) (aunque (c) no está exento de irracionalidad), esto es, el concerniente a los límites de velocidad. Un ser que llegara súbitamente a la Tierra podría imaginar que los legisladores están tomando medidas porque aquí la gente se desplaza a velocidades de 180 kilómetros por hora (digamos, en Insurgentes). La mera suposición es francamente ridícula. La velocidad media en la ciudad no rebasa en promedio los 30 kilómetros por hora. Todo mundo sabe, menos los obnubilados creadores y perpetuadores del reglamento, que un auto contamina más mientras más lentamente se desplace y mientras más veces se tenga que usar el freno. A las velocidades estipuladas (30 kilómetros en calles y avenidas y 70 kilómetros en vías rápidas. Esto último es increíblemente ridículo, porque por si fuera poco ahora que hay más autos se redujo arbitrariamente en 10 kilómetros el límite de velocidad en relación con el reglamento anterior!), tendremos que desplazarnos en primera o en segunda, consumiendo así más gasolina y contaminando considerablemente más de lo que lo haría un auto que se desplazara en tercera o cuarta (y perdiendo horas de trabajo para desplazarnos de un punto a otro). Además, por la multitud de baches y topes que contribuyen sistemáticamente al deterioro de las unidades, tenemos por doquier que ir frenando, por lo cual se usa más líquido de frenos y automáticamente se consume más gasolina (puesto que casi siempre se frena también con motor). Tomando todo esto en cuenta, parecería que cualquier reglamento de tránsito sensato debería tener como primer objetivo exactamente lo contrario de lo que éste promueve, es decir, agilizar el movimiento vehicular de la ciudad, entre otras cosas a fin de reducir lo más que se pueda la emisión de partículas contaminantes. Sin embargo y por paradójico que parezca, lo que este “nuevo” Reglamento de Tránsito Metropolitano promueve en su Artículo 5 es precisamente la costosa lentitud y la parálisis vehicular. ¿Cómo es posible que las propias autoridades limiten de manera tan grotescamente inapropiada, con pretextos ridículos, rayando en lo absurdo, la velocidad a la que se puede conducir en vías primarias, secundarias y especiales (c) a 70 kms por hora? Naturalmente, parte del problema es que de hecho las autoridades saben de entrada que nadie podría conducir normalmente ateniéndose a los límites establecidos, los cuales fueron deliberadamente impuestos para que sean sistemáticamente violados, porque el verdadero objetivo del “nuevo” reglamento es pura y llanamente multar a los conductores, independientemente de si lo que por medio de él se promueve es un incremento de la contaminación ambiental y de alertas atmosféricas, que se propicie la corrupción y que se desquicia un tránsito automovilístico de por sí difícil. Se expresa una gran preocupación por los peatones, pero hasta donde yo recuerdo no se ven peatones en el segundo piso. ¿Por qué entonces se ensañan con los conductores porque vayan, digamos, a 90 kms por hora?¿Qué pasa por ir a 90 kms por hora en el Segundo Piso o en el Periférico, cuando se puede, o sea, casi nunca?

Una faceta particularmente indignante del “nuevo” reglamento es el de las sanciones por puntos, una vulgar calca de mecanismos que es probable (aunque discutible) que funcionen sólo que en condiciones drásticamente diferentes a las que prevalecen en la capital del país y en México en general. El artículo 44 es particularmente infame, ilegítimo y atentatorio de los derechos humanos del ciudadano: por dos multas por exceso de velocidad, el ciudadano pierde en principio su derecho a manejar y es sólo tres años después que podrá volver a obtener una licencia! Eso se llama ‘represión’. El castigo, por otra parte, no exime al propietario de tener que pagar la tenencia de su auto, terminar quizá de pagar el auto mismo, pagar la verificación, desplazarse en un ineficiente e insuficiente transporte público, exponerse a ser asaltado, etc. Todo eso y más por no haberse adaptado a los anti-naturales e irracionales lineamientos de un caprichoso reglamento inventado básicamente para esquilmar al ciudadano.

Que, aparte de ser ambientalmente contraproducente, el Reglamento de Tránsito Metropolitano tiene un carácter altamente artificial es algo imposible de negar. Es imposible no percatarse de que en gran medida es un producto importado, es decir, una fácil copia de reglamentos vigentes en otros países. El problema es que a quienes lo importaron se les olvidaron también los trasfondos de los otros reglamentos: la calidad de las avenidas, calles y vías rápidas, la fluidez del movimiento vehicular, las facilidades para estacionarse, la calidad de los servicios policíacos, las tradiciones de manejo, etc. ¿Por qué no copian también la libertad que en Alemania tienen los conductores para manejar sin límites de velocidad en carretera? En Alemania tienen el 20 % de los accidentes que hay en México. Yendo en contra de lo que sensatamente se pretende en cualquier metrópoli equivalente en dimensiones y en problemas a la Ciudad de México, aquí el reglamento está a propósito diseñado ante todo para hacer caer al conductor en errores y faltas por medio de un reglamento anti-natural y con no otro fin que multarlo. Este reglamento, por lo tanto, promueve de hecho la corrupción y está en flagrante contradicción con los objetivos más elementales de cualquier política de salud y de tránsito vehicular racional que pueda articular un gobierno del Distrito Federal.

Una pregunta que la gente constantemente se hace es ‘¿cómo podríamos acabar con la corrupción?’, con ese mal que corroe a nuestra sociedad y sistemáticamente bloquea el desarrollo del país. No sé realmente qué sería una respuesta clara y exhaustiva a una pregunta tan compleja como esa, pero estoy seguro de que una forma de empezar a diagnosticar el mal es preguntando: ¿cómo se promueve la corrupción? La respuesta es simple: en gran medida, mediante leyes injustas y estúpidas, mediante reglamentos anti-sociales y descaradamente coercitivos, imponiendo mecanismos de opresión para que quienes se ostentan como representantes de la ley puedan cebarse en los ciudadanos, en su mayoría sin la capacidad suficiente para defenderse exitosamente de éstos y a cuya merced quedan. Visualizamos ya la formación de alegres jaurías de policías de tránsito desatadas por un reglamento infame y a quienes avalará en todas sus arbitrariedades y fechorías. Y pensar que todo lo horrendo que se nos viene encima podría deberse tan sólo a un ambicioso plan para implementar una potencial contienda política! Quiero pensar que estos acosados y agotados conductores capitalinos en su momento sabrán pasar la cuenta por esta nueva afrenta de la cual son víctimas por parte de sus indeseados gobernantes.

Violencia de Géneros

Tal vez lo primero que habría que hacer para enfrentar con un mínimo de objetividad un tema tan espinoso y resbaladizo como lo es el de la violencia de género – un tema que por concernir a asuntos caros a los seres humanos muy fácilmente logra que la razón se extravíe y se convierta en lo que quería el filósofo escocés David Hume, a saber, en la esclava de las pasiones – sea hacer un veloz recordatorio de un mosaico de hechos del que en general todos de uno u otro modo tenemos conocimiento, pero rara vez una visión completa. El tema es en sí mismo interesante, entre otras razones porque podemos estar seguros de que, al tratarse de cuestiones de importancia álgida para la gente, habrá un estrato en la discusión reservado (legítimamente, en mi opinión) para la expresión de la subjetividad y por lo tanto es altamente improbable que pueda haber un acuerdo generalizado y que sobre la base de los mismos datos y hechos aceptados por todas las personas que reflexionen sobre ellas extraigan conclusiones que nadie más comparta. Esta posibilidad, sin embargo, no debe disuadirnos de plantear el tema, intentado hacerlo de la manera más objetiva posible y sin olvidar que, dado que somos seres humanos, tomamos parte en la discusión desde una plataforma particular, dato válido para todos y que sería fútil pretender ignorar. Dicho de otro modo, no se encontrará para el tratamiento de temas como el que nos ocupa la objetividad propia de un laboratorio de física y quien pretenda lo contrario muy probablemente estará conscientemente mintiéndole tanto a los demás como a sí mismo. Y para evitar ambigüedades, debo quizá advertir desde ahora que para la redacción de estas líneas voy a reconocer como géneros sólo el masculino y el femenino. Sobre lo transgenérico me pronunciaré en otro artículo cuando aborde el tema, pero por razones metodológicas no me ocupo de él en estas líneas.

Me parece entonces que lo aconsejable es partir de verdades obvias, por no decir triviales, y a partir de ellas desarrollar nuestro punto de vista. Así, pues, yo creo que lo primero que habría que reconocer es que la confrontación y la violencia entre géneros es un hecho tan antiguo como la existencia de los seres humanos. Es una modalidad de forma de ser de los humanos que siempre la ha habido. Obviamente, ésta se ha ejercido recurriendo a las “armas” disponibles respectivamente al alcance de los hombres y de las mujeres. Dada la estructura natural de los cuerpos, que no nos alimentamos del aire sino que hay que ir a buscar la comida, que los miembros de la raza humana buscan reproducirse y que este fenómeno natural es un proceso con determinadas características, que tiene sus tiempos, etc., el peso de la vida, por así decirlo, tenía que recaer sobre quien fuera físicamente más fuerte. De manera “natural”, por lo tanto, tenía que haber una nítida división del trabajo que en más de un sentido no era opcional. Lo hubiera sido si, por ejemplo, tanto los hombres como las mujeres dieran a luz, pero como ello está cancelado por la naturaleza, todo el proceso de procreación se tenía que enmarcar dentro de ciertas reglas y comportamientos. Para lo que a nosotros interesa, sin embargo, lo importante es entender que es impensable que la fuerza masculina fuera un poder que sólo se aplicara en la cacería o en el trabajo. Se trata más bien una capacidad susceptible de ser utilizada en todo momento. Es muy importante observar que a partir de la superioridad física del hombre se fue gestando una situación de fundamental importancia, a saber, la dependencia económica de las mujeres. En esto no interviene ninguna clase de verdad subjetiva: el ser humano fuerte trabaja y al trabajar recibe un salario del cual depende el ser humano físicamente menos fuerte. No hay ningún misterio al respecto.

La realidad de la fuerza física y de la preponderancia económica alienta una posibilidad inscrita en todo ser humano y que sin duda fascina, por decirlo de alguna manera, al 99 % de la raza humana, hombres y mujeres, a saber, el dominio y control sobre las personas del entorno y de más allá si ello resulta factible. Pero aquí debemos introducir un elemento de re-equilibrio, porque si bien es cierto que la fuerza física es preponderante, también lo es que no es la única y que a los humanos si bien les gusta el conflicto y la manipulación, también los motivan otros deseos y otras aspiraciones. Es eso lo que permite que la mujer responda con los elementos, tanto naturales como sociales, de los que ella dispone. Éstos pueden ser sumamente efectivos y tanto la historia como la vida cotidiana lo ponen de manifiesto, si bien sigue siendo cierto que en última instancia la fuerza bruta se impone. Esto se puede constatar sin mayores dificultades más allá del conflicto “hombre-mujer”.

Dada la desventaja física inicial del género femenino frente al masculino, la naturaleza y la sociedad tenían que proporcionar elementos compensatorios. Es cierto que la lucha por la sobrevivencia y el triunfo se tenía que dar en el marco de lo fijado por la superioridad física, pero dentro de dicho marco las “armas” de la mujer podían ser igualmente efectivas y temibles. Nada más común que ver a un sujeto de dos metros y de bíceps crecidos llorar como niño y arrastrarse cuando la mujer que ama lo desdeña o prefiere a otro para reproducirse con él. La moraleja es que la fuerza bruta puede ser neutralizada y se hace de manera natural, porque la naturaleza proporciona los elementos para que se dé y se sostenga un equilibrio básico entre los dos géneros. Si no lo hubiera, lo más probable es que la vida humana ya se habría acabado. ¿Podemos apuntar a algunas de las “armas” propias del género femenino en el contexto de la confrontación con el hombre y en el marco de la vida social más o menos estable? Yo creo que sí. Se trata de “armas” que son, por así decirlo, olfateadas por todos y en todas las culturas, sólo que cuando la gente que las percibe intenta enunciarlas lo más que produce son generalizaciones vagas, verdades a medias, prejuicios sistematizados y cosas por el estilo. Así, por ejemplo, a lo largo de los siglos la mujer fue desarrollando una resistencia psíquica peculiar, puliendo sus técnicas de conquista y seducción, aprendió a convertirse en objeto de deseo y por lo tanto a manipular a quien la desea, etc. La cultura entró en juego y fue sancionando dicho estado de cosas a través de, por ejemplo, la literatura y el cine, de manera que quedaron establecidos de manera oficial los roles sociales a jugar para los miembros de los dos géneros. Es así como se crean los estereotipos, los modelos, los esquemas a través de los cuales fluye la vida humana y como surge la idea misma de felicidad. Para millones de personas, ser feliz no es otra cosa que vivir en concordancia con los esquemas histórica y culturalmente establecidos de su época.

Ahora bien, los esquemas y los estereotipos a los que hemos aludido se van arraigando y conforman lo que podríamos llamar ‘tradiciones’. Es probable que haya un momento en la historia en la que el modo como la sociedad se reproduce coincida plenamente con los esquemas culturales prevalecientes, pero las más de las veces hay discordancias: los modos de producir y de repartir los bienes, las mercancías, la riqueza van cambiando, pero los esquemas están estacionados, no se van modificando a la misma velocidad. Eso se puede ver muy fácilmente con los conflictos generacionales: los muchachos viven en condiciones que ya no son estrictamente hablando las mismas que las de sus progenitores y entonces se producen choques entre ellos. Por ejemplo en México, dado el modo medieval de vivir de millones de personas hasta hace algunas décadas, era parte de las tradiciones besarle la mano a los padres o que las esposas les pusieran las pantuflas a los maridos cuando llegaban a la casa. Ahora no hay condiciones para conductas así. Tan quedaron rebasadas que ni siquiera son atractivas, pero hay que entender que todo ello tenía un fundamento objetivo, que correspondían al rol social (económico, de seguridad, etc.) del hombre en la casa (un rol que ya muchos hombres no juegan) y la verdad es que, aunque había inconformidades (porque por si fuera poco, nunca faltan los abusivos), en general no se le cuestionaba. Lo menos que se podían imaginar los hombres de hace 60 años es que esa situación cambiaría y que lo haría de manera radical.

No creo que pueda cuestionarse la idea de que la raíz de la transformación en las relaciones hombre-mujer se produjo con el desarrollo del capitalismo y el requerimiento de mano de obra masiva para mantener e incrementar los niveles de producción de mercancías de toda especie. Con el trabajo de las mujeres vinieron los ingresos y con ello poco a poco el reforzamiento paulatino de un marco legal en el que la faceta “productor-trabajador” tiene prioridad sobre la faceta biológica de las personas y todo ello desembocó en la independización de la mujer vis à vis el hombre. Lo que no era fácil de percibir eran las consecuencias a mediano y largo plazo de estos cambios en los fundamentos de la vida social, esto es, las repercusiones en los sistemas de relaciones humanas y en particular en el de las relaciones “hombre-mujer”. Pero era adivinable que cambios tan fundamentales como esos tenían que traer consecuencias sorprendentes, puesto que a mayor legalidad menor uso de la fuerza y ahora es una realidad el que, con muchas imperfecciones, asimetrías, desbalances y demás, de todos modos hombre y mujer están, para decirlo coloquialmente, “al tú por tú”. Yo creo que podemos preguntar: ¿qué queda de la violencia de género?

Para empezar, no perdamos de vista que lo que tenemos ahora es un conflicto entre modos de vida o modos de reproducción de la vida social, tradiciones que no desaparecen y que difícilmente podrían hacerlo del todo y nuevos esquemas y estereotipos sociales. Es de imaginar que tarde o temprano habrá ajustes entre estos factores, pero que por el momento lo que generan es una crisis. A mí me parece que la evolución del feminismo es un buen termómetro para visualizar la situación actual. Se puede defender la idea de que el feminismo pasó de reivindicatorio de derechos de la mujer, lo cual era indispensable para que la nueva sociedad funcionara, a ser un movimiento cada vez más anti-masculino y eso ya no tiene por qué ser aceptable. Que la mujer proteste y se rebele frente a un yugo históricamente rebasado me parece inobjetable, pero que se le convierta en un instrumento del eterno conflicto entre hombre y mujer ya no resulta aceptable. El problema con movimientos como el feminista es que, por un lado, están histórica y culturalmente condicionados pero, por el otro, muy fácilmente pueden “desvirtuarse”. Puede argumentarse por ello que el feminismo ya cumplió su rol histórico, pero entonces ya es hora de que ceda el lugar a otras propuestas, a propuestas conciliatorias y constructivas y no meramente reivindicatorias y destructivas. En nuestra sociedad actual, pretender rechazar la igualdad esencial entre hombre y mujer en lo que a roles sociales concierne es simplemente hacer el ridículo. No conozco a nadie sensato que se oponga (ni siquiera “teóricamente”, no digamos “en la práctica”) a la situación de autonomía e independencia de la mujer y la verdad es que ni siquiera logro imaginar qué clase de argumentos no fácilmente desbaratables podría ofrecer alguien que postulara un regreso a situaciones pasadas (hablo de todo lo que usualmente está implicado en las relaciones entre hombres y mujeres: posesión, virginidad, fidelidad, matrimonio, etc.). El problema es que el asunto no termina ahí. Las transiciones culturales tienen consecuencias que hay que aprender a extraer, so pena de no comprender en qué mundo se vive. En relación con los cambios operados creo que hay que señalar dos puntos importantes.

El primero es que independientemente de los momentos históricos por los que se pase, la confrontación “hombre-mujer” va a seguir sólo que ahora las condiciones se invirtieron: la mujer disfruta de sus “eternas” armas y además de la nueva cultura y de la nueva legalidad que sin duda alguna la benefician. Esto último es sumamente laudable en la medida en que es un freno para la preponderancia secular del hombre. Todos entendemos que la perspectiva prevaleciente en la cultura ya no es de carácter biológico, sino económico y en este terreno el sexo de las personas es irrelevante. Pero ¿hasta dónde va a llegar lo que en un momento fue un movimiento de defensa de la mujer? Parecería que lo que hay ahora es (por lo menos en las mentes de muchas personas) un movimiento de venganza de la mujer. La agresión ahora va a menudo en otro sentido. Ahora es de lo más común que una mujer le quite los hijos a un sujeto, que se descuente de su sueldo sin siquiera consultarlo, que se le acuse penalmente por toda una gama de conductas supuestamente agresivas (algunas de ellas francamente ridículas), etc. Aquí hay un problema serio, porque muy fácilmente transita de una situación de injusticia a otra también de injusticia.

Relacionado con lo anterior está el segundo punto que quería mencionar, de importancia vital en mi opinión, y que tiene que ver con la reacción masculina frente a lo que muchos hombres viven como agresión femenina. Esto es muy importante, porque lo más probable es que tenga repercusiones negativas para la mujer. ¿Cuál ha sido la reacción del hombre frente a los cambios y qué podría razonablemente proyectarse que será su evolución? Hay multitud de fenómenos asociados de muy diverso modo (aunque no como mera relación simple de causa-efecto) y que están a la vista. Para empezar, hay una marcada tendencia por parte de los hombres a no casarse. Si eso era algo que la mujer quería lograr en las nuevas condiciones es probable que no lo obtenga. También la forma “clásica” del matrimonio (unión para toda la vida, etc., etc.) parece cosa del pasado. El incremento en la homosexualidad también tiene que ver con el sentimiento de derrota del hombre actual frente a la mujer de nuestros días. Hay muchos hombres que sencillamente no resisten el impacto de un cambio y buscan refugio en algo diferente. El multi-divorcio está a la orden del día, con la consabida banalización de lo que era el lazo socialmente sagrado del matrimonio; el oficio más antiguo del mundo pasó de ser una práctica semi-oculta y un complemento al matrimonio estable (los Rolling Stones, dicho sea de paso, tienen una canción formidable al respecto, de los años 60, que se llama ‘Back Street Girl’ y que expresa muy bien – artísticamente – en unas cuantas frases esta situación) a ser una práctica impúdica ejercida a la luz pública, sin ninguna otra función que inducir consumo sexual bestial, conectado además con el crimen organizado y el sufrimiento de millones de mujeres a lo largo y ancho del mundo. No son éstas consecuencias positivas de algo que en su origen ciertamente fue positivo.

Yo creo que debería quedar claro que la violencia, sea quien sea quien la ejerza, debería quedar proscrita, si bien esto es algo que habría que matizar, pero no entraré en el tema aquí y ahora. Lo que es muy importante entender es que se puede ser violento de muy diferentes maneras, no sólo físicamente. La violencia física, básica mas no únicamente masculina, puede ser una mera expresión de mentalidad primitiva, que es lo que pasa en México, y hay que repudiarla, pero puede también ser una reacción frente a una situación en la que el hombre se siente en desventaja, con derechos disminuidos, es decir, agredido genéricamente por una cultura que lo asfixia. Es violencia física contra lo que se resiente como violencia (y que conste que no estoy defendiendo a nadie por actuar violentamente. Lo mío es un diagnóstico social, no un ejercicio de casuística). Esta otra forma de violencia física se extirpa de otro modo que nada más mediante represión y códigos penales. De ahí que una triste conclusión que habría que extraer es no que se logró acabar con la violencia de género, sino más bien que el progreso consistió en que se capacitó a ambos géneros para agredirse de aquí en adelante cada vez más en un plano de igualdad.

Vladimir, el Grande

Antes de empezar a exponer mi punto de vista sobre el tema del cual quiero ocuparme hoy es menester despejar un potencial malentendido. Cuando hablo de Vladimir no me refiero al sujeto que, en 1918, ordenó la alevosa masacre del zar y su familia; no tengo en mente al astuto manipulador político que se apoderó de su país por medio de un audaz golpe de estado y quien muy pronto se encontró con la horma de su zapato, esto es, con el verdadero revolucionario que terminó haciéndolo a un lado para construir los cimientos, independientemente de cómo evaluemos su desempeño, de lo que pasó a la historia como ‘Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas’, esto es, José Visariónovich Dzlugashvili, alias ‘el hombre de acero’. Sin duda ese Vladimir fue de esos hombres que logran darle un giro a la historia y por lo tanto sería infantil no reconocer su tenacidad y sus grandes capacidades de organización y de oratoria. Pero no es ese el Vladimir que me interesa. Ese es un Vladimir de un pasado que está más que muerto y enterrado. El Vladimir al que me refiero también es un hombre de historia, pero está vivo: es orgullosamente masculino y viril, es un regenerador social, un patriota más allá de toda duda posible, un hombre que impidió que su país quedara en manos de unos cuantos bandoleros multibillonarios, el individuo que está orquestando, junto con sus colegas chinos, el nuevo orden mundial, un político a quien en Europa Occidental mucha gente simplemente lo admira o hasta lo idolatra, un diplomático efectivo y, cosa rara, un dirigente político querido por sus conciudadanos. Me refiero, desde luego, al gran Vladimir Putin, incuestionablemente la figura política internacional más carismática de nuestros tiempos. Tratemos de explicar rápidamente por qué es ello así.

Debido quizá a la influencia, inconsciente tal vez, de modelos de estado y de gobierno como los que prevalecen en el mundo occidental y al que por nuestra ubicación geográfica inevitablemente pertenecemos, en general se nos ha querido hacer creer que mientras más mediocre y gris sea un gobernante, mejor! Al parecer lo contrario equivale a ensalzar al líder, al caudillo, al dirigente y eso, se nos asegura por medio de las aburridas y vacuas frases de los apologistas usuales del sistema, es “contrario a los valores de la democracia”. Esto es hasta cierto punto comprensible, pero no es un mérito. Considérense los Estados Unidos. Allá hay un presidente y éste ciertamente toma decisiones, pero en realidad lo que opera es lo que se llaman ‘administraciones’ (“la administración Clinton”, “la administración Bush”, “la administración Obama”, etc.) y lo que eso quiere decir es que lo que gobierna es una compleja maquinaria que tiene un rostro que es el del presidente en turno. Quien está a la cabeza entonces puede ser un ignorante (como Bush) o un personaje semi-ridículo (como Hollande) o un personaje despreciable (como Reagan): ya no importa, porque “su” administración funciona independientemente de él. Así, cualquier ciudadano americano puede ser presidente de los Estados Unidos, pero ciertamente no cualquier ciudadano americano puede ser un líder. Es mucho más difícil ser un gran líder que ser quien oficialmente da la cara por la política que de manera impersonal la maquinaria va imponiendo. Lo ideal, obviamente, es tener hombres de estado que al mismo tiempo son líderes en sus países, esto es, gente que suscita emociones positivas, que es admirada, personas en las que sus pueblos creen y a quienes la gente quiere al frente de sus países. Putin, por ejemplo, está en su tercer periodo como presidente de la Federación Rusa, porque el pueblo ruso lo aclama, porque los ciudadanos rusos saben que está allí para defender sus intereses. Sobre esto diré unas palabras más abajo, pero por el momento lo que me interesa dejar asentado es la simple verdad de que Putin sobresale por ser simultáneamente además de ser un gran hombre de estado es un gran líder. Angela Merkel, para dar un ejemplo, es una astuta y efectiva dirigente de un gran país, como lo es Alemania, pero es difícil visualizar siquiera que haga que su perro mueva la cola de emoción al verla llegar a su casa! Ahí tenemos un caso de gran estadista sin carisma. Y hay peor!

Dejando de lado las consideraciones de orden personal (carácter, personalidad, anécdotas, etc.), un individuo puede ser un líder dentro de su país o también dentro y fuera de él. Mucha gente se sentiría tentada a decir que si se es de un país pobre o pequeño, entonces sencillamente ya no se puede ser un gran líder. Aparte de revelar falta de imaginación, ese punto de vista es obviamente falaz. Fidel Castro fue el dirigente de una pequeña isla durante 50 años, pero era incuestionablemente un líder de talla mundial y en algún momento quizá el mayor. Y a la inversa: se puede ser el dirigente de una potencia, por ser el jefe de una “administración” en un país poderoso, y ser no obstante un tipo despreciable o repulsivo. Lo peor, desde luego, es estar al frente de un país y no ser ni un gran hombre de estado ni un líder carismático. De lo que podemos estar seguros es de que no ese el caso de Vladimir Putin.

Admitamos, pues, que la Federación Rusa tiene en Putin tanto a un hombre de estado como a un auténtico líder. A la larga, esa combinación de cualidades no puede más que producir excelentes resultados. En lo que a Rusia concierne, yo creo que un mínimo de información de lo que pasó con ella después del brutal cambio de sistema que se operó a finales de los 80 y de su situación actual basta para confirmar que nos las estamos viendo con un individuo realmente excepcional. Cuando un país cambia de sistema de vida, independientemente del giro que tome, la vida para los habitantes del lugar puede volverse muy difícil antes de llegar a una cierta estabilización. En Rusia el cambio fue el abandono del régimen socialista y ello se operó en forma brutal en no más de una década, una década malignamente aprovechada por los norteamericanos para imponer su presencia en Asia y en algunas de las antiguas repúblicas de la URSS. Pero la transición efectuada en realidad estaba no sólo debilitando al país que estaba empezando a ver la luz, sino que había llevado a la creación de una minúscula super-oligarquía, dueña de prácticamente todo, en detrimento desde luego de los intereses de las grandes masas, con lo cual se corría el riesgo de convertir al pueblo ruso en un pueblo completamente dominado y controlado desde el extranjero a través de una minoría cosmopolita, de una nueva nobleza. Enfrentarse a los millonarios siempre es un reto, pero lidiar con 20 multibillonarios extranjerizantes y apoyados por poderosos grupos de otros países presupone mucha seguridad en sí mismo, mucha claridad respecto a lo que se quiere y mucha valentía. Putin manifestó tener todo eso: entró en la confrontación directa con los neo-super-magnates rusos y terminó expropiándoles lo que se habían robado (el petróleo, las compañías de radio y televisión, de periódicos, de aviación, la industria minera, etc. En otras palabras, todo). Pero hay que señalar varias cosas en relación con ello. Primero, ningún político mediocre se atreve a enfrentar por intereses nacionalistas a los oligarcas o plutócratas de su país. Eso sólo lo puede hacer alguien de personalidad fuerte pero sobre todo motivado por genuinas causas patrióticas, alguien que realmente quiere subir el nivel de vida de su población, garantizar su soberanía y autonomía, asegurar su desarrollo pensando no sólo en las situaciones del momento, sino en las generaciones por venir. Segundo punto: Putin hizo algo muy importante para lo que para entonces era la ex-Unión Soviética: él volvió a hacer de la religión ortodoxa la religión de estado. Esta nueva alianza se hizo sin concederle a la Iglesia Ortodoxa poderes políticos, pero sí convirtiéndola en el cemento social que su país requería. Y esta variante de religión cristiana volvió a florecer en un país del cual había sido prácticamente extirpada, convirtiéndose así en una especie de escudo frente a muchos males y peligros espirituales.

Si en Rusia Putin es un estadista aclamado por sus reformas y por haberle vuelto la dignidad al pueblo (así como a los pueblos de las antiguas repúblicas soviéticas que permanecieron dentro de la federación), cuando lo que examinamos es su desempeño como actor en la arena internacional, entonces habría que decir más bien que Putin se ha venido convirtiendo en el paladín del mundo que lucha por liberarse del estrangulamiento al que tienen sometidas a la mayoría de las naciones algunas potencias en connivencia con el criminal régimen bancario de explotación universal. Poco a poco, Putin se ha ido perfilando como el estadista con las mejores y más apropiadas propuestas para el restablecimiento de la paz, inclusive si llevados por la descarada megalomanía otros países sistemáticamente la vuelven imposible, que es lo que pasó y sigue sucediendo en Siria. Si ésta no se ha desplomado ha sido en última instancia por la ayuda rusa, en todos los sentidos de ‘ayuda’. Rusia fue un factor decisivo en las negociaciones con Irán y que culminaron en el todavía incierto pacto para limitar las actividades nucleares de dicho país. Putin, por otra parte, hizo realidad la estrategia geo-política que tarde o temprano habrá de modificar la vida en el planeta: intensificó la alianza con la gran potencia económica y militar que es China. Putin impulsó con fuerza la creación de lo que se conoce como el BRIC, que es el grupo formado por Rusia, China, Brasil y la India el cual tiene, entre uno de sus grandes objetivos, la creación de un nuevo banco mundial, esto es, de una nueva institución bancaria internacional que sea una alternativa a instituciones tristemente famosas como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instauradas y manejada a su antojo básicamente por unos cuantos países occidentales que no buscan otra cosa que perpetuar el subdesarrollo de las naciones. El proyecto del BRICS (si sumamos la República de África del Sur) ya está en marcha y en realidad significa que, una vez que entre en funciones, el desbancamiento del dólar como la divisa mundial obligada será casi automático. Por otra parte, Putin, forzado en gran medida por lo que deberíamos llamar el ‘provocacionismo norteamericano’, quiero decir la política de constante provocación económica, militar, diplomática y comercial en contra de Rusia orquestada básicamente desde los Estados Unidos, se vio forzado a modernizar las fuerzas armadas de su país. Es, pues, evidente hasta para el más fanático y ciego de los “neo-conservadores” norteamericanos que, en palabras de Putin, “Rusia no es un país con el que se pueda tratar a base de ultimátums”. Si eso en algún momento imaginaron los políticos norteamericanos que podrían hacer con Rusia, hay que recordarles que Putin les estropeó su ensueño.

Es innegable que como político Putin es un dirigente efectivo y progresista en un sentido serio de la palabra, un hombre que ha sabido soportar terribles presiones externas pero que al mismo tiempo ha puesto en jaque a los países occidentales llevándose las palmas en más de un encuentro de alto nivel y a los cuales les ha dejado en claro que sus muy practicados procedimientos de imposición (manipulación descarada de los precios del petróleo, sin duda alguna una fuente importante de ingresos para Rusia, creación de frentes militares en sus fronteras, como lo es la absurda guerra en Ucrania, constantes ejercicios militares de la OTAN en los países limítrofes con Rusia, los típicos boicots comerciales de sus productos, etc.) simplemente no han dado y no darán los resultados esperados. Lo cierto es que Rusia cada día está más sólida y que en Rusia cada día se vive mejor (a pesar de los actuales boicots), porque Rusia es, para retomar y darle contenido a una vieja idea hegeliana, el país que encarna el desarrollo, el espíritu del futuro inmediato. Los occidentales han intentado de todo, pero les ha salido las más de las veces el tiro por la culata. Considérense las dos fragatas que Rusia ordenó en Francia por un costo de más de un billón de euros y que representaba un jugoso negocio para el gobierno francés. Incomprensiblemente, de seguro que por presiones de ciertas minorías franceso-cosmopolitas muy poderosas, el gobierno de Hollande decidió abruptamente romper el contrato y no entregar los barcos prácticamente ya terminados. Rusia se quedó sin sus fragatas para las cuales tendrá sin duda nuevas ofertas, pero Francia tendrá que pagar no menos de dos billones y medio de euros a título de reparación por los daños ocasionados a Rusia. Quién se benefició con la absurda maniobra francesa es asunto de especulación, pero así como ciertamente podemos incluir dentro de los “beneficiados” a Rusia no podemos incorporar en la lista a Francia. En resumen: es innegable que con Putin Rusia no sólo se salvó cuando estaba a la deriva, sino que a partir de entonces ha crecido y todos los indicadores, económicos u otros, lo confirman. Pero hay mucho más que decir en relación con Putin y que tiene que ver con la persona misma, con el ser humano que dista mucho de ser un mero burócrata estatal. Putin interviene abiertamente en la vida cotidiana de su país con decisiones que provienen de alguien que no nada más es el portador de una cierta investidura, sino un ser humano que tiene sensibilidad y sentido común.

Esto me lleva a otro punto que es digno de ser tomado en cuenta. Si como político Putin se ha convertido en un actor al que sencillamente no se le puede ignorar, un portavoz de la paz que congrega cada vez más a la clase política internacional, en otras palabras, si como político Putin es grande, como hombre es sencillamente fantástico. Por ejemplo, físicamente es un individuo sano y fuerte, mentalmente muy ágil pero además es un hombre que (como Mahmoud Ahmadinejad) por no estar bajo el influjo de la ponzoñosa propaganda hollywoodense, no se ha convertido como Obama en un descarado abogado de la homosexualidad (Nada más recuérdese el ridículo del presidente norteamericano durante su última gira por África en donde, en lugar de hablar de las hambrunas y de las matanzas cotidianas, se puso durante una cena a defender el matrimonio “gay”! No es fácil rastrear actuaciones de presidentes tan incomprensibles y tan fuera de lugar como esa de Obama). Putin ya dejó en claro que aunque los homosexuales no son clasificados como delincuentes en Rusia, ello no convierte a la homosexualidad en algo que él quiera para su país, para su juventud y difícilmente podría ser criticado por ello. Putin no esconde su masculinidad, algo de lo que en Occidente muchos quieren que uno se avergüence. Ahora en ciertos medios hasta hay que ofrecer disculpas por ser normal! El presidente ruso es además un soberbio luchador de judo y practica deportes extremos. Pero además tiene gestos y actitudes que sólo los grandes manifiestan. Muy significativa es la escena en la que obliga a los millonarios dueños de una fábrica a firmar un nuevo contrato colectivo con el que los trabajadores podrán ver respetados sus derechos. Esa clase de escenas son en nuestras latitudes simplemente desconocidas. Una situación que sin duda alguna, si efectivamente se dio como se cuenta que sucedió, requirió de mucha entereza y firmeza habría sido el choque con B. Netanyahu cuando éste, sin previa cita, se presentó en Moscú para prevenir a Putin respecto a que Israel destruiría Teherán con bombas atómicas si Rusia le vendía sus famosos misiles tierra-aire S-300 a Irán. Al parecer, Putin habría corrido del Kremlin al todopoderoso primer ministro israelí. Una tormentosa escena digna de Hollywood!

Desafortunadamente, de una cosa podemos estar seguros: si de lo que se trata es de informar al público general respecto a quién es quién hoy por hoy en nuestro mundo, la prensa, el radio y la televisión mexicanas no serán las fuentes de información. Lo mismo pasó con Chávez y su revolución bolivariana: en México el 99% de la población no tiene ni idea de lo que fue el proceso venezolano, pero la culpa no es de la población. Es cierto que la información es en principio asequible, pero hay que investigar y el público general no puede estar haciendo eso. Tiene entonces que conformarse con la escuálida información que los mass-media locales le proporcionan. Y sin embargo, a pesar del bloqueo informacional, a nivel mundial la popularidad de Putin crece todos los días. Cada vez gusta más su estilo directo, su sensatez política, su nacionalismo legítimo y no aplastante ni excluyente, sus intuiciones y su buen olfato político. La verdad es que lo único que a nosotros nos queda por hacer es exclamar algo como “Qué envidia!”. En verdad, nosotros, comparando la situación del pueblo de México y sus perspectivas en conexión con sus mandamases, no podemos hacer otra cosa que parafrasear el famoso dicho mexicano, atribuido a los más variados personajes de nuestra vida nacional:
   Pobre México! Tan cerca de Obama y tan lejos del gran Vladimir Putin!

Esclavitud e Hipocresía

(A la memoria del Licenciado Narciso Bassols, obligado a fallecer el 24 de julio de 1959).
Difícilmente podría negarse, siento yo, que la hipocresía es uno de los rasgos más detestables tanto de personas como de diversos aspectos de la vida contemporánea.  Para los propósitos de estas líneas, sin embargo, más que como un mero fenómeno personal me inclino por ver en la hipocresía una característica de la cultura actual, una forma de educar a las personas de la que no es fácil escapar. En la vida política de nuestros tiempos, por ejemplo, la hipocresía está a la orden del día. La diplomacia norteamericana (y creo que no sería descabellado pregonar lo mismo de la diplomacia occidental en general) convirtió a la hipocresía en uno de sus más notables instrumentos. Carentes de una ideología aunque sea un poco más sofisticada que la incorporada en la perspectiva de burócratas clase medieros o en las charlas de amas de casa, los sucesivos gobiernos norteamericanos fueron desgastando poco a poco los valores fundamentales asociados con su propia situación y con su rol histórico para no dejar más que cascarones ideológicos, categorías huecas que paulatinamente fueron dejando de cumplir su función original que era justificar las intervenciones armadas, la Guerra Fría y demás. Con el tiempo, ellos siguieron recurriendo a las peores prácticas imaginables (la tortura, por ejemplo), pero su discurso político prima facie justificatorio no se alteró por lo que terminó siendo lo que ahora es, es decir, un discurso totalmente hipócrita y en el fondo inservible. Las prácticas político-militares norteamericanas son horrendas y vienen envueltas en el mismo lenguaje de hace décadas, sólo que a éste ahora ya nada lo sustenta y por lo mismo no pasa de constituir un lenguaje falsificador e hipócrita. Por ejemplo, para desacreditar sistemas de vida dirigidos por ideales de igualdad y no dominados totalmente por meros objetivos de ambición privada obscena, los Estados Unidos impusieron en el mundo el banal discurso de la democracia, la libertad y los derechos humanos, perfectamente asimilado y reproducido por los pericos teóricos de latitudes más tropicales, pero aparte de ponerlo en circulación para impedir el florecimiento de otra terminología y otros ideales lo impusieron también para justificar las mayores atrocidades que al día de hoy se han cometido. Los ejemplos abundan de manera que no me detendré en ellos, pero para ilustrar lo que digo no estará de más traer a la memoria que en nombre de los derechos humanos se inundó Vietnam de napalm, se bombardeó y destruyó Yugoeslavia (generando horrores sin fin en el único lugar de Europa en donde en algún momento convivieron en armonía cristianos, judíos y musulmanes) y hoy se tienen a sueldo a ejércitos de mercenarios criminales (¿o son otra cosa los asesinos del Estado Islámico, los sucesores de esa gran organización armada por la CIA y que pasó a la historia como Al Quaeda?) que no tienen otro objetivo que masacrar gente, degollar públicamente a soldados hechos prisioneros en acción (lo más contrario que pueda haber a los pactos universalmente firmados concernientes a cómo conducir un conflicto armado) y destruir sistemáticamente la infraestructura de los países en donde aparecen, así como sus reliquias históricas y en general toda su riqueza cultural acumulada. De igual modo, en nombre de la maravillosa libertad (que aparte de las posibilidades de florecimiento de capacidades humana quién sabe en qué pueda consistir) se ha logrado instaurar un nuevo sistema de esclavitud universal, menos obvio quizá que el inenarrable tráfico de esclavos que algunos pueblos europeos (muy especialmente aunque no únicamente, ingleses, holandeses y portugueses) diligentemente practicaron a lo largo de tres siglos durante los cuales comerciaron con alrededor de 80 millones de personas (dato extraído del formidable libro de Hugh Thomas, The Slave Trade. The history of the Atlantic slave trade 1440-1870), pero a final de cuentas tan efectivo y tan odioso como el de antaño. A decir verdad, no creo que sea muy difícil de hacerlo ver. El elemento impulsor del comercio de esclavos (básicamente, de población africana – hombres, mujeres y niños – hacia algunos países de América Latina y los Estados Unidos) era la urgencia por el enriquecimiento personal: los propietarios de grandes extensiones de terreno requerían de mano de obra barata, de preferencia gratuita (salvo por el costo del esclavo y su mantenimiento en los límites de su resistencia física) y fue así como en los grandes campos de tabaco y de caña de azúcar al rayo del sol y latigazos trabajaron y murieron millones de hombres. Pero, yo pregunto: ¿es en nuestros tiempos acaso radicalmente diferente la situación para millones de personas? Francamente, lo dudo. Yo creo que los mecanismos mediante los cuales se ejerce la opresión son diferentes, pero a final de cuentas son tan efectivos y brutales como los de tiempos más descarnados. Es innegable que el fenómeno de la esclavitud reviste otras formas que las más crudas y burdas de las modalidades de antaño; por ejemplo, no hay un mercado público para la compra de personas. Pero es obvio que ello no basta para mostrar que la esclavitud actual no es un fenómeno real y no menos lacerante, injustificado y cruel que el que era común en la época de Raleigh o de Francis Drake. ¿Cómo podemos mostrar que efectivamente se da esta continuidad en las prácticas esclavistas? A mi modo de ver, una veloz mirada sobre el impactante fenómeno de la inmigración basta para convencernos de ello. Echemos, pues, un superficial vistazo sobre este panorama no para efectuar un ejercicio de redacción, sino más bien para intentar llevar al plano de la conciencia la verdad de sobre quién está fincado el bienestar de millones de personas y, en verdad, ese sistema de vida que parece sobre todo una maldición y del cual inevitablemente formamos parte.

Una comparación que de inmediato a cualquiera le viene a las mientes y que habla por sí misma es la que se puede trazar entre las oleadas de humanos que se desplazan hacia países que no son los de ellos y las de los ñúes y las cebras del Serengueti, animales que movidos por el instinto año tras año realizan su épica migración hacia pastizales y ríos menos afectados por las terribles sequías. Son ciertamente épocas de bonanza para los grandes depredadores, básicamente felinos y hienas. Ahora bien, siguiendo con el contraste entre animales y humanos de inmediato habría que decir de las rutas de los migrantes que están plagadas de toda clase de depredadores no animales, pero sí humanos: policías, pandillas, explotadores, personas indiferentes dispuestas a verlos morir antes que darles algo suyo (unas monedas, un vaso de agua), violadores y en general toda clase de gente abusiva dispuesta a aprovechar las ventajas que tienen sobre los caminantes para la obtención de algún beneficio personal. Pero además del paralelismo con los depredadores hay otras similitudes entre migraciones animales y migraciones humanas en las que estos últimos, por así decirlo, salen perdiendo. Las migraciones animales están, por decirlo de algún modo, programadas: se producen una vez al año durante el período de sequía. Las de los humanos que huyen de sus países se dan todo el año. Los animales saben qué dirección tomar; los humanos van a donde puedan, a donde tengan cabida. Por estas y otras muchas razones habría que inferir que son más terribles los grandes movimientos migratorios de sirios, hondureños, libios, mexicanos, guatemaltecos, iraquíes, tailandeses y demás que las migraciones de los grandes herbívoros de las planicies africanas.

Las migraciones humanas contemporáneas son la expresión última, en todos los sentidos de la palabra, de las esclavizantes relaciones que prevalecen entre un grupo reducido de países y lo que se solía llamar el ‘Tercer Mundo’, países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Es importante comprender la situación. Hasta donde logro ver, nadie abandona a su familia, su tierra, su milieu natural a menos de que tenga una o muchas razones para ello. Alguien puede irse a hacer un doctorado a un país diferente, pero todos en su entorno asumen que va a regresar y que se reincorporará a su país tan pronto adquiera su grado; alguien se puede casar y entonces irse a vivir al país de su cónyuge, pero si lo hace es, primero, de motu proprio y, segundo, porque lo más probable es que le convenga más empezar en otro lado que quedarse en su país. Pero si millones de personas dejan sus tierras, abandonan a sus familias y se lanzan casi a ciegas a una aventura plagada de peligros y cuyo desenlace es más que incierto, ello no se debe al deseo de obtener un beneficio extra a los beneficios que su medio ambiente le proporciona. Ello se debe más bien a que éste no le da nada. En el mejor de los casos su huida se debe a que su mundo no le garantiza un trabajo, a que no tiene ingresos, a que no hay ni una mínima perspectiva de desarrollo para él y su familia. Y hay muchos casos mucho más patéticos: familias enteras se ven desplazadas porque sus casas fueron demolidas o bombardeadas, porque sicarios o militantes de la clase que sea los buscan para hacerle daño a ellos o a sus familias y entonces tienen que dejar todo atrás: su casa, sus animales, su pasado, su vida y emigrar, que en situaciones así es como dar un salto al vacío o alternativamente, dada su indefensión y su esencial vulnerabilidad, como dar un brinco hacia la esclavitud, porque a menos de que corra con mucha suerte es eso lo que les espera.

Podría preguntarse: ¿qué culpa tiene de su situación el ciudadano medio de un país afortunado?¿Acaso es él culpable de que el mundo del migrante se haya derrumbado como lo hizo al grado de que éste no pueda hacer otra cosa que salir corriendo y tratar de refugiarse en su país? Hay un sentido en el que un ciudadano de un país que súbitamente se ve inundado por migrantes no es responsable de las desgracias de éstos, pero hay otro en el que eso ya no está tan claro. Millones de campesinos latinoamericanos han tenido que dejar sus países y adentrarse en otros porque especulaciones en las Bolsas de Londres, de París o de Nueva York le quitaron prácticamente todo el valor a sus productos por lo que hagan lo que hagan, se esfuercen lo que se esfuercen, de entrada saben que no podrán vivir con los frutos de su trabajo. Pero podría también tratarse de un ciudadano pacífico de un país que lucha por no ser destruido (Siria, por ejemplo) cuando súbitamente ve que se aproximan hordas de asesinos y no tiene otra salida que la de salir corriendo con su familia. ¿A dónde? A donde pueda, sin documentos, sin salvoconductos, sin nada. Un vago instinto conduce a millones de personas hacia los centros poblacionales en donde se supone que pueden trabajar y vivir en paz. Se habla entonces de cosas como del “sueño americano”, una expresión para la que si nos ubicamos en los años 50 del siglo pasado le veo un sentido, pero en la actualidad me resulta casi ininteligible. Cuando después de incontables vicisitudes, accidentes, atracos, golpizas, estafas y demás llegan al supuesto paraíso terrenal, a los terrenos de la libertad, la democracia y los derechos humanos, descubren para su horror que lo que les espera no es otra cosa que la esclavitud. ¿Exagero? Examinemos rápidamente el tema.

La tesis de que la esclavitud es un asunto del pasado es declarada, y yo diría ‘descaradamente’, falsa. En mi opinión, sería de una candidez irritante suponer que las prácticas de las antiguas formas de esclavitud ya no son vigentes. La verdad es que ahora hay más modalidades de esclavitud que hace 4 siglos. En efecto, está primero desde luego la esclavitud laboral (un fenómeno bien conocido en nuestro querido México. Quizá sea útil refrescarnos la memoria con el vergonzoso asunto de hace unos meses concerniente al caso de esclavitud laboral agraria allá en Baja California, un caso en el que por estar de una u otra manera involucrado el inefable Fox, puesto que tenía que ver con una empresa “vinculada” con su familia, resulta particularmente nauseabundo. En terrenos aislados trabajaban y vivían hacinadas familias enteras, con niños, ganando unos cuantos pesos al día, trabajando horas extras no remuneradas, sin servicios elementales de salud, en condiciones de insalubridad medievales. Este caso de violación sistemática de derechos humanos es un ejemplo de esclavitud desde el punto de vista que se le quiera examinar. Pero en la actualidad se da también la esclavitud sexual: no creo que sea por gusto que haya auténticos ejércitos de mujeres que tienen, digamos, 50 relaciones sexuales al día, en medio de golpizas, enfermedades y abandono. Y eso, como sucede en el frente del trabajo, pasa en todos los países diariamente. Están también los casos de violación permanente de derechos fundamentales de cualquier ser humano, esto es, de víctimas de violencia física salvaje que no tienen la menor posibilidad de defenderse; ni más ni menos que lo que pasa con una persona que es propiedad de alguien, es decir, con un esclavo. Antes ciertamente se distinguía entre seres humanos (digamos, blancos) y esclavos (básicamente, negros). Distinciones así en la actualidad son explícitamente repudiadas por tratarse de expresiones de odio, de racismo, etc. O sea, en la cultura occidental es propio de las personas horrorizarse antes tales categorizaciones. Éstas no están permitidas: es de mal gusto recurrir a ellas, no es “decente” ni “políticamente correcto” hacerlo. Nos rehusamos a distinguir lingüísticamente entre seres humanos. Eso suena bien, pero ¿también se corrige con eso la realidad? Me temo que no. Ahora ya no hablamos de amos y esclavos. ¿Para qué? Se habla más bien de indocumentados, de ilegales. El problema es que el cambio de terminología no modificó la realidad, el status de millones de personas que de hecho son las sucesoras de los esclavos de otros tiempos. La situación es, pues, en lo esencial la misma para los hombres que venían en cadenas desde su tierra natal que para los millones de personas que por hambre, miedos, soledad, etc., tienen que aceptar lo que se exija de ellos para poder seguir viviendo. Pero la verdad es que hay algo que hace a estas situaciones más odiosas aún, si es ello factible, Me refiero al toque de hipocresía en el que vienen envueltas, el detestable envoltorio lingüístico de la cultura contemporánea que contrasta abiertamente con sus prácticas para ella indispensables. Las mismas terribles prácticas de tiempos rebasados siguen vigentes, pero el discurso oculta dicha realidad.

Otro aspecto incomprensible del fenómeno de la esclavitud capitalista revestida de descripciones tranquilizantes se refleja espontáneamente en la actitud de millones de personas que sinceramente se sienten negativamente afectadas por las nuevas migraciones humanas. Grandes representantes de estas actitudes lo son en particular grupos cuantitativamente no desdeñables de norteamericanos y de franceses. Por ejemplo, en los Estados Unidos mucha gente sinceramente cree que los mexicanos, como los argelinos o los cameruneses en Francia, son gente que llega para “aprovecharse” de los habitantes de buena fe de países que en principio les abren las puertas y a los cuales ellos sólo contribuyen desequilibrando el mercado de trabajo, aportando su delincuencia y cosas por el estilo. Pero eso no pasa de ser una grotesca parodia de la realidad y por muy sincero que sea el sentimiento de gente que así piensa no por ello está en lo correcto. En general, yo diría, por una parte, que entran en los países del bienestar básicamente las cantidades más o menos calculadas de personas que se requieren para mantener salarios bajísimos y para que se realicen las faenas (como limpiar cañerías) que ya nadie en esos países quiere realizar. Ningún ciudadano norteamericano haría el pesado trabajo que realizan los mexicanos y menos aún por los salarios que éstos reciben y en las condiciones en las que trabajan. Pero además se les olvida a todas esas personas que si efectivamente los niveles de migración rebasan los calculados y que la carne de cañón laboral y humana empieza a ser incontenible en gran medida los responsables de ello son sus connacionales. Se les olvida que a menudo sus empresas agotan los recursos naturales de donde son oriundos esos migrantes, que si bien sus “inversiones” fueron cuantiosas nunca se reinvirtieron por lo que para las poblaciones locales su enriquecimiento significó más bien una pauperización irrefrenable, que las más de las veces sus empresas evadieron impuestos por medio de prestanombres y de triquiñuelas de toda clase de modo que le dejaron muy poco al país del que obtuvieron sus ganancias, que si bien generaron jugosos dividendos para sus accionistas ello fue a costa de grandes estragos ecológicos y manipulando al máximo los mercados de trabajo para mantener a los trabajadores al nivel casi de la subsistencia. Pero entonces ¿cómo se entiende la situación de la gente a la que se desproveyó de toda posibilidad real de desarrollo personal y que está a merced de gente abusiva y de mala fe?¿Hay otra palabra para describir dicha situación mejor que ‘esclavitud’?

Lo que es increíble es que a pesar de todo, en esta atmósfera de hipocresía lingüística y cinismo práctico, de todos modos aparecen seres humanos que no se suman a la fácil corriente ideológica de condena y ataque de los migrantes. A mí me parece que en relación con dicho tema la actitud correcta consiste en la adopción de una forma de tribalismo: es cierto que muchos de nosotros en lo personal no nos hemos aprovechado de nadie, pero es claro que muchos otros sí. Todos entonces cargamos con la culpa. Dicho de manera cruda: el sistema capitalista nos hace a todos culpables. Por razones obvias de funcionalidad social y de justicia, no se puede indiciar legalmente más que a quienes se atrape in fraganti cometiendo alguna clase de ilícito (y ya sabemos que ni siquiera a pillos así se les puede hacer pagar por su codicia y su deseo irracional de enriquecimiento sin fin. ¿Nunca se preguntarán estos multibillonarios para qué amasar tanto dinero si de todos modos lo más probable es que, si bien les va, llegarán a los 90 años?), pero lo cierto es que todos aquellos que no somos migrantes de uno u otro modo cargamos inevitablemente con la mancha con que nos ensucia este sistema que además de cosificar todo destruye modos enteros de vida, sociedades, familias, personas. Es para dar expresión a esta situación existencial de culpa heredada que dan ganas de hablar de auténtica, seria, profunda, indeleble pecaminosidad, porque en verdad es día con día que con nuestro bienestar avalamos la plataforma en la que se erigen nuestras vidas pero que aplasta a millones de seres humanos. Yo me pregunto si más allá de la fácil retórica de justificación individual y del lenguaje propagandístico estándar hay algo o alguien que pueda en principio eximirnos de nuestra responsabilidad y de nuestra culpa.

Pacto con Irán

Por fin, después de casi dos años de arduas negociaciones, el grupo de los 5 + 1 (Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania) e Irán lograron llegar a un acuerdo concerniente al programa nuclear de esa república islámica. Hay que recalcar que, si bien no se trata de un pacto bilateral entre los Estados Unidos e Irán, éstos fueron los países que llevaron la voz cantante durante todo este periodo. Es importante entender, sin embargo, que el mero factum de la negociación es un triunfo colosal del gobierno iraní, porque como es bien sabido los Estados Unidos no se sientan a negociar con nadie salvo cuando no están en posición de imponer sus puntos de vista mediante presiones económicas, chantajes políticos o amenazas de uso de la fuerza. O sea, ellos “negocian” con sus generales por delante y llaman a eso ‘diplomacia’. Lo que es cierto es que desde hacía años Irán buscaba llegar a acuerdos con los Estados Unidos, pero mientras éstos no consideraron que Irán fuera un adversario a tomar seriamente en cuenta sencillamente desdeñaron toda invitación a negociar. Pero cuando Irán lanzó satélites al espacio, neutralizó los ciber-ataques a sus instalaciones atómicas (por ejemplo, el del famoso virus Stuxnet, así como virus de la siguiente generación), desarrolló un programa de misiles de mediano alcance (no intercontinentales), derribó drones espías en su territorio, desmanteló redes terroristas creadas para asesinar a sus científicos más destacados, sobrevivió a las descaradas manipulaciones de los precios del petróleo (hay gente de buena voluntad que todavía cree en las “leyes objetivas del mercado”) y que mostró que no lo habían doblegado ni las brutales e injustificadas sanciones comerciales ni el congelamiento de sus cuantiosos fondos en bancos occidentales, entonces y sólo entonces los norteamericanos se sentaron a negociar con ellos. Se puede así constatar que, estrictamente hablando, no hay tal cosa como “diplomacia americana”: si ellos no “negocian” desde una posición de superioridad y de prepotencia, entonces no ganan las negociaciones. Y la mejor prueba de ello nos la da el pacto con Irán: lo que los norteamericanos y sus aliados (en este caso al menos) lograron fue imponerle a Irán algo que nunca se contrapuso a los objetivos del gobierno iraní! Para que nos entendamos: Irán, al día de hoy, nunca se propuso desarrollar armas atómicas y eso que nunca se propuso es lo que los americanos le impusieron! Es cierto que el acuerdo está enmarcado en un sinnúmero de restricciones y de condiciones casi humillantes, de formas de vigilancia que son más bien modalidades no muy discretas de espionaje, pero visto todo el proceso de manera global, no se puede ocultar el hecho de que la diplomacia iraní mostró ser mucho más fina y efectiva que la occidental y la americana en particular (dejando de lado un rol serio y bien llevado por parte del Secretario de Estado, J. Kerry, que sería de necios no reconocer). En todo caso, Irán alcanzó sus objetivos fundamentales, entre los cuales podemos mencionar el levantamiento (aunque sea gradual) de las pesadas sanciones económicas, tanto de las impuestas por la ONU como de las emanadas del congreso norteamericano y de sus aliados occidentales, la reanudación de los intercambios comerciales con estos últimos, relaciones benéficas y sumamente prometedoras para ambas partes (hablamos de inversiones inmensas en diversos sectores productivos), el incuestionable engrandecimiento de su presencia en el Medio Oriente sin para ello tener que renunciar a su política de apoyo a Siria y al pueblo palestino. Tiene además las manos libres para firmar nuevos y millonarios contratos de gas y petróleo con China, la India y otros países, adquirir el armamento que requiera (los SS-20 rusos, por ejemplo, si éstos finalmente se los venden) y podrá en general reactivar con ímpetu su economía y elevar el nivel de vida de su esforzada población. ¿Todo eso por no hacer lo que de todos modos no se tenía pensado hacer? No está mal!
Como siempre pasa con acuerdos de magnitudes del que se acaba de concretar, una cosa es el texto y otra las implicaciones, esto es, los racimos de consecuencias que éstos acarrean. No es nunca fácil extraer de golpe y hacer explícito todo lo que está virtualmente contenido en pactos como éste, pero lo cierto es que con ellos súbitamente se iluminan ámbitos de sectores de la vida política cotidiana que aunque los tenemos frente a nosotros permanentemente en general rara vez fijamos nuestra atención en ellos. Yo creo que en este caso, podemos apuntar al menos a dos escenarios políticos de primera importancia en relación con los cuales a no dudarlo el pacto nuclear iraní habrá de producir convulsiones y transformaciones.
El primero concierne a una reconfiguración general del mapa político del Medio Oriente. Por lo pronto, el plan de destrucción de los países musulmanes hostiles a Israel y que había venido cuajando, aunque fuera a un costo altísimo (Irak, Libia, Egipto, Líbano y Siria y que habría de culminar con la destrucción de Irán) ya no fructificó. Siria, y eso es innegable, habrá quedado prácticamente destruida por el ejército mercenario que la invadió, pero el régimen legítimo del presidente Bashar al-Assad se sostuvo y ahora ya no habrá forma de aniquilarlo. Contrariamente a lo que recientemente afirmó un general israelí, es falso que Siria se esté muriendo y que lo único que falte sea su acta de defunción. Irán es un aliado de Siria y es ahora un factor que ya no será posible ignorar. En segundo lugar, el pacto puso al descubierto súbitamente una profunda escisión en el universo político norteamericano. Dejó en claro en efecto que, más allá de las luchas entre republicanos y demócratas, que son básicamente luchas entre grupos de consorcios – puesto que dejando de lado la usual retórica a la que cada uno de los dos grandes partidos recurre, no hay ninguna oposición ideológica fundamental entre ellos – lo que se empieza a delinear es una lucha cada vez más explícita y cada vez más enconada entre los políticos norteamericanos (senadores, representantes, gobernadores) que dependen y están estrechamente vinculados a los intereses americano-sionistas y por ende claramente al servicio de Israel, por una parte, y los políticos que pretenden velar por los genuinos intereses de los Estados Unidos antes que por los de cualquier otro estado, sea el que sea, por la otra. Esta ciertamente es una confrontación que apenas comienza, pero cuyo espectro sin duda se irá poco a poco ampliando y profundizando. Por el momento esta confrontación reviste la forma de un conflicto entre el poder ejecutivo y el congreso, pero es obvio que eso no es más que la punta de un iceberg que poco a poco irá emergiendo. Como es del dominio público, el Congreso está fuertemente dominado por los defensores a ultranza del gobierno israelí por lo que puede en principio bloquear el acuerdo con Irán, pero se expone al veto, ya anunciado, del presidente. Así, pues, dejando de lado las cláusulas técnicas del acuerdo, es obvio que éste tiene implicaciones políticas de largo alcance no siempre visibles, pero que de todos modos es importante intentar descifrar.
De lo que en cambio no cabe duda es de que el gran perdedor con el acuerdo es, evidentemente, B. Netanyahu, el primer ministro israelí. Aquí lo irónico del asunto es que no es improbable que, por desafiar abiertamente la política del presidente de los Estados Unidos confiado en el inmenso poder de los grupos sionistas y pro-israelíes americanos, el propio Netanyahu le haya dado sin querer un fuerte impulso a lo que precisamente a toda costa quería evitar. No hay duda de que, independientemente de su fracaso político, él intentará de todos modos sacarle provecho a su derrota ordeñando al gobierno norteamericano y extrayendo de él un aumento de entre un 30 y un 40 % en el apoyo anual de los más o menos 3,000 millones de dólares que los Estados Unidos desde hace lustros le regalan a Israel año tras año. Se habla ahora de cantidades que oscilan entre los 4,000 y 4,500 millones de dólares. Ningún estado en la historia de la humanidad ha recibido o recibe subvenciones de estas magnitudes, cuya raison d’être sin embargo no es el momento de explorar. Hay, pues, un sentido en el que, a pesar del permanente boicot al que lo sometió y lo sigue sometiendo, también a Israel le convino el acuerdo nuclear con Irán. No obstante, hay un punto en el que el pacto inevitablemente significa la bancarrota moral de la política del actual gobierno israelí y es el siguiente: si un estado, presentado sistemáticamente ante el mundo como “terrorista” y como “promotor del terrorismo”, como lo ha sido Irán, acepta firmar pactos de no proliferación de armas nucleares y llega a un acuerdo según el cual acepta auto-limitar su producción de energía atómica así como una vigilancia extrema y permanente de sus instalaciones, la supresión de miles de centrífugas, la disminución en sus procesos de enriquecimiento de plutonio y uranio y, más en general, se compromete a no intentar producir un arma atómica: ¿por qué entonces Israel sigue siendo la excepción?¿Por qué no negocian y firman también un pacto nuclear el grupo de los 5 + 1 e Israel esta vez?¿Por qué Israel no permite la inspección internacional de sus instalaciones nucleares del desierto de Neguev y en particular del ya obsoleto reactor de Dimona? Es evidente que no se puede sentar a la mesa de negociaciones a Israel por la fuerza, pero lo que se discutía no era eso sino la supuesta supremacía moral de la que gozaba. Uno de los efectos notorios del pacto nuclear con Irán y que está a la vista de todo mundo es que se demostró que la tesis de la superioridad moral de Israel sobre el mundo musulmán no tiene el menor fundamento, no pasa de ser un mito ideológico y que si hay un estado terrorista en el Medio Oriente ese estado no es Irán.
El histórico acuerdo al que llegaron las partes en concordancia con el cual el avance atómico iraní queda confinado a usos pacíficos (medicina, electricidad, etc.) puso también de relieve que cierta retórica ideológica y política ya está descontinuada, completamente desgastada y que si se sigue recurriendo a ella es pura y simplemente por falta de argumentos y de imaginación. Es el caso de todos esos fáciles rapprochements de cualquier situación tensa que de uno u otro modo tenga algo que ver con Israel con situaciones pasadas (el Pacto de Múnich de 1938, el peligro del antisemitismo, los testimonios de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial y cosas por el estilo). Eso, hay que decirlo, ya no da resultado y ello no sólo porque las comparaciones son cada vez más forzadas, más incongruentes, más fuera de lugar, sino porque a menudo están fundadas en datos que son no sólo cuestionables, sino demostrablemente falsos. Por ejemplo, como se recordará, Netanyahu se permitió llevar para su presentación ante el Congreso a un supuesto sobreviviente de Auschwitz, Elie Wiesel (Premio Nobel, por si fuera poco), al cual los representantes de las dos cámaras le rindieron un prolongado aplauso. El problema es que, como ahora se sabe, dicho personaje ni siquiera lleva en el brazo el tatuaje que forzosamente portaban los prisioneros del mencionado campo de concentración y que de hecho todavía tienen los auténticos sobrevivientes, además de muchos otros datos que hacen pensar que se trata de un fraude completo (su edad no corresponde a la que debería tener, las autoridades polacas no tienen documentos de él, hay otra persona que sí tiene tatuado en el brazo el número que él afirma que era el suyo, la gente que estuvo en el campo no lo reconoce, no habla húngaro, etc. A este respecto vale la pena examinar en los videos correspondientes lo que afirman Brother Nathanael y Alain Soral sobre el caso). Parecería, por consiguiente, que el acuerdo iraní volvió obsoleto el expediente del recurso a lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial como un elemento argumentativo en las discusiones y negociaciones políticas contemporáneas. La confrontación política o diplomática exige, al igual que las negociaciones comerciales o financieras, el uso de argumentos de actualidad, vigentes, no de otra naturaleza.
El acuerdo entre Irán y las grandes potencias está todavía en un estado no embrionario, pero sí fetal. Mientras no esté firmado por el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y por el líder supremo de la República Islámica de Irán, el Ayatollah Khamenei, puede en todo momento desvanecerse. La batalla en el Congreso norteamericano va a ser tremenda, si bien el presidente Obama ya anunció que vetará cualquier resolución tendiente a bloquear su materialización. El problema es que el actual presidente norteamericano no estará ya mucho tiempo más en funciones y así como los pactos se firman también se cancelan. Lo realmente importante para quienes no estamos directamente involucrados en tan complicados procesos es tener bien claro qué se gana y qué se pierde, quién gana y quién pierde, con el acuerdo iraní. El acuerdo, con todos los defectos que pueda contener para una y otra parte, es básicamente un acuerdo de paz, encarna la preferencia por mecanismos racionales de solución de conflictos en lugar del fácil pero muy peligroso y contraproducente uso de la fuerza (que en nuestros días ya no es de falanges y batallas cuerpo a cuerpo sino de armas cada vez más sofisticadas de destrucción masiva), simboliza un muro de contención para políticos megalómanos y demagogos delirantes, fanáticos e irresponsables. Si quisiéramos jugar con visiones maniqueas, diríamos que el Bien acaba de ganarle una partida al Mal. El problema con esta reificación de los valores es que de inmediato tendríamos que pensar en que inevitablemente habrá una próxima jugada en la que lo que podría vencer fueran el odio y la ambición y que con ello de golpe se estropeara lo que con tanto esfuerzo y para beneficio de los pueblos de la región se logró construir.

¿Por qué no mejor Santa Ana?

No hay pueblo en la Tierra que no esté expuesto a ataques externos, al pillaje y a la explotación brutal de su gente y de sus recursos naturales ya sea por parte de sus conquistadores o (lo cual casi equivale a lo mismo, sólo que modernizado) por los “inversionistas”, y que esté a salvo de quedar atrapado en complicadas relaciones de dependencia y sumisión vis à vis pueblos o países más desarrollados y potentes. Ahora bien, esta potencial desgracia implícita en el sino de cualquier nación crece y se intensifica cuando el pueblo de que se trate, además de tener que protegerse de peligrosas fuerzas externas, tiene que defenderse de enemigos que se gestan en su seno. De éstos hay, como es de imaginarse, toda una gama: hay desde luego los traidores ocultos de siempre, los vende-patrias descarados, los prestanombres inmorales y muchas otras especies de congéneres que hicieron o se dedican a hacer inmensas fortunas al margen de la ley, usando abiertamente los bienes de la nación o sus instituciones, a las cuales corrompen desde fuera mediante sobornos o haciendo partícipes a quienes están al frente de ellas en jugosos negocios ilícitos. Pero el colmo del infortunio para un pueblo se alcanza cuando se produce no sólo lo que podríamos llamar la “des-solidarización” entre, por una parte, los grupos pudientes y los administradores gubernamentales y, por la otra, la población en su conjunto, sino cuando además de ello se pretende hundir al país en la infamia. ¿Cuándo se produce dicho fenómeno? No creo que sea muy difícil responder: cuando los grupos “pensantes” (con las honrosas excepciones de siempre puesto que aquí, como es obvio, no hay enunciados legaliformes, leyes naturales, necesidades de ninguna índole) se voltean en contra de su propia gente, esto es, de la gente que a decir verdad en el fondo ni siquiera reconocen como “suya”, más allá de la palabrería huera de siempre. Está bien, pero ¿cuándo habría que decir que sucede algo así? No sé si se pueda ofrecer una lista exhaustiva de factores, pero me parece que sí podemos apuntar a por lo menos dos de ellos:
a) la ausencia de toda crítica seria de quienes manejan los aparatos de estado, así como la concomitante proliferación permanente de aprobación y elogios de todas las decisiones que se tomen desde las cúpulas del poder y del dinero (siempre tienen razón quienes manejan al país, hagan lo que hagan y digan lo que digan) y,
b) la deconstrucción sistemática del pasado de la nación, el intento a final de cuentas ridículo (por infructuoso) de re-escribir nuestra historia, las más de las veces (hablo de lo que he leído y de lo que he visto – hasta donde el hígado me lo ha permitido – en programas de televisión) por medio de argumentos inarticulados, de razonamientos de párvulos mentales por parte de gente que yo describiría como de “mente sucia”.

La gente a la que me refiero, i.e., esos pseudo-intelectuales que se excitan hasta la fruición porque aparecen en un programa de televisión, que entonces aprovechan para decir todo lo que ellos imaginan que quieren oír los potentados de los medios de comunicación, esos profesores e investigadores que presentan con voz docta y poses de “dons” de Cambridge (disfraz que a la gran mayoría de ellos simplemente les queda grande) ideas o tesis que nunca alcanzan el status de ensayos para revistas profesionales en las respectivas áreas de cuyos temas se ocupan (historia, politología, economía, etc.), pero que a ellos les permiten pontificar a diestra y siniestra y en forma totalmente irresponsable sobre personajes de nuestra historia. Tengo en mente personajes que han fungido casi como el único cemento social de una población a la que ideológicamente esos dizque académicos pretenden, por así decirlo, desnudar y desproteger y quienes transmiten sus insidiosas opiniones por medio de novelitas que no valen gran cosa. Tenemos entonces todos que soportar las diatribas y las peroratas de payasos revisionistas dedicados a destruir nuestra auto-imagen colectiva, dolorosamente construida a lo largo de un par de siglos, para poner en su lugar lo que a final de cuentas no pasa de ser un cuadro incoherente y detestable de nuestros héroes y de nuestro pasado. Afortunadamente, todos esos mediocres no parecen ser capaces de entender que frente a la retórica destructiva barata con que nos ofenden y con la cual, gracias a los medios de comunicación (Televisa a la vanguardia), acaparan los espacios públicos de debate, el pueblo opone un antídoto formidable, a saber, un instintivo y muy saludable desinterés en sus sub-productos ideológicos. Escudado en dicho desinterés, el pueblo silenciosamente, sin alharaca ni discusiones “profundas”, simplemente neutraliza a sus enemigos ideológicos internos. Para decirlo con toda claridad: independientemente de lo que los engendros de la academia regurgiten, sea lo que sea que vociferen en contra de Hidalgo, de Juárez, de Zapata o de Calles, la gente va a seguir viendo a esos individuos como sus caudillos, como sus verdaderos representantes, como hombres de historia que genuinamente encarnaron ideales populares y por lo tanto legítimos. Y, a decir verdad, no creo tener que esforzarme mucho para ilustrar lo que estoy diciendo y de esta manera demostrar que ni miento ni exagero. Ahora resulta que Cortés, el ambicioso y bestial aventurero gachupín que prácticamente acabó con las culturas mesoamericanas, era un caballero ilustrado que “amaba a los indios” (cita textual de un bodrio abominable), que Don Benito Juárez, el verdadero arquitecto de eso que llamamos ‘México’, llegó a la Presidencia (como Felipe Calderón) por medio de imperdonables fraudes electorales o que el mediocre Maximiliano de Habsburgo, un parásito del cual no sabían cómo deshacerse en Viena, era un libertador llegado a México sin duda por designios divinos y para beneficio de las masas indígenas que con fervor lo aclamaban. La verdad es que a lo único a lo que estos recordatorios nos conminan es a aceptar la idea de que siempre habrá gente a la cual le gusta tener a alguien frente a quien arrodillarse! En todo caso, todo indica que el interés por estos personajes está relacionado con algo así como los ciclos de las mareas o con las fases del movimiento lunar, porque atraen la atención de los “pensadores” a sueldo por olas, por etapas, según la temperatura eidética y las hemorragias mentales que padezcan. Lo que en todo caso se ha vuelto ya realmente insoportable es la basura ideológica concerniente al personaje en turno, el que se nos tenga sumidos en una cínica e insufrible campaña en favor de uno de los más aborrecibles personajes de la historia de nuestro país! En efecto y como todo mundo puede fácilmente constatar, mañana, tarde y noche en programas televisivos y en panfletos periodísticos nos encontramos ahora con denodados esfuerzos por miembros de la más variada fauna de “investigadores” por reivindicar ante quienes de hecho son los descendientes de quienes lo padecieron al único gran dictador que ha tenido este país, a saber, Porfirio Díaz. Esto ya rebasa los límites de la prudencia, de la sensatez, del decoro intelectual y de la paciencia! Que por favor no le extrañe a nadie que el próximo paladín del México, desconocido por todos nosotros pero promovido por los mass-media,resulte ser el muy honorable y distinguido Antonio López de Santa Ana, Su Alteza. Hasta donde logro ver es el único que les falta!

Concentrémonos entonces momentáneamente en el execrable Porfirio Díaz y recordemos algunos hechos relacionados con el ahora fuerte candidato para la beatificación política. ¿Qué es lo que en general nos cuentan sus abogados? Está el argumento de las vías de ferrocarril, el de la atracción de capitales extranjeros, el de la paz social, el del aumento en el PIB, el de la supuesta creación de una burguesía mexicana, el de la creación de la Universidad Nacional y quizá alguno que otro de la misma estirpe. Desde mi personal pero no por ello no menos digno de ser expresado punto de vista, argumentos como estos, plagados de distorsiones, de mentiras, de incomprensiones y, yo añadiría, de mala fe y de intenciones aviesas, son casi propios de y para débiles mentales. Dejando de lado los anacronismos típicos y las suggestioni falsi de siempre (por ejemplo, la idea absurda de que, si Díaz no hubiera gobernado, el país se hubiera paralizado durante 30 años, habría estado estático), veamos qué podemos decir en unas cuantas líneas en contra de este cuadro tan enaltecedor (por no decir ‘conmovedor’) de alguien que se fue a la tumba con muchos asesinatos en la conciencia.
Consideremos el argumento de la construcción de los ferrocarriles. Primero, lo que no se nos da son las condiciones de la construcción, es decir, no se nos cuenta que México le regalaba tanto rieles como máquinas a las compañías extranjeras para que “invirtieran” aquí, de manera que lo que se construía no era ni siquiera propiedad nacional. La nacionalización de los ferrocarriles vino mucho después. Se nos oculta también que dichas construcciones no respondieron nunca a una política de planificación estatal, que tomara en cuenta los intereses de ciudades y poblados, sino que lo que contaba eran pura y simplemente los intereses y caprichos de los dueños de las trasnacionales de la época, básicamente inglesas y norteamericanas. Así, si a un magnate se le antojaba ver pasar el tren frente a su hacienda, entonces el gobierno de Díaz le construía su línea del ferrocarril. Porfirio Díaz, por otra parte, prácticamente le regaló a las compañías extranjeras asociadas a las de ferrocarriles campos petrolíferos inmensos, por lo cuales hubo después que pagar costosísimas indemnizaciones al momento de nacionalizar el petróleo. Se presenta como una explicación causal lo que no pasa de ser una mera concomitancia social e histórica, como la creación de la universidad. Todos sabemos que si de Díaz hubiera dependido, él habría gustosamente mantenido a la población en su ignorancia y en su miseria. La creación de instituciones como la universidad nacional (o las comisiones de derechos humanos, para dar otro ejemplo) no responde a actos de generosidad por parte de los gobernantes en turno, sino a requerimientos histórica y socialmente condicionados. A la gente no se le cuenta, por ejemplo, que los yaquis (inter alia) fueron prácticamente exterminados por el humanitario General Porfirio Díaz que, dicho sea de paso, de general no tenía nada. Él había sido un guerrillero exitoso en Oaxaca en la lucha contra los franceses, cuando Don Benito Juárez dio la batalla por México, desde la capital y en el exilio, pero de estudios militares tenía los mismos que Villa, o sea, ninguno. En general, en lo que no gustan mucho de entrar los apologistas del porfiriato, los neo-porfiristas, es en el tema de la brutalísima represión en la que se mantuvo al humilde y desvalido pueblo de México (por aquellos tiempos, digamos, el 90 % de la población) durante más o menos 30 años: lo que eran los temibles rurales, la policía secreta, la prohibición de sindicatos, de periódicos independientes, etc. ¿No era acaso la frasecita preferida de Díaz, cuando se enviaba al ejército a reprimir algún alboroto obrero, “mátenlos en caliente”? Claro que podemos hablar de “paz social” durante el detestable porfiriato si en lo que estamos pensando es en el silencio impuesto por leyes mordaza, por la supresión brutal de cualesquiera opiniones críticas y por la inmovilidad en las que dejaron a los mexicanos los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la “pax porfiriana”. Seamos francos: Yagoda habría sentido no sólo admiración sino envidia por las tácticas y los métodos represivos del dictador oaxaqueño. Tampoco estará de más traer a la memoria que Díaz fue el primero (luego, para nuestra desgracia, vendrían muchos más) en traicionar las Leyes de Reforma y en devolverle a la Iglesia Católica propiedades, prerrogativas, injerencia en la vida pública de México, con lo cual lo único que logró fue sembrar las simientes de la horrorosa guerra cristera de 40 años después. El latifundio, la forma de propiedad de la tierra más improductiva que se pueda imaginar, floreció durante los gobiernos de Díaz, los cuales no fueron otra cosa que gobiernos de compadres y de cliques de amigotes. ¿Les resulta acaso muy complicado a estos defensores de causas perdidas comprender que lo que Porfirio Díaz realmente instituyó en México fue lo que podríamos llamar el ‘medievalismo’: la tienda de raya, el encadenamiento eterno del peón a las haciendas, la postración campesina exactamente como pasaba en Francia o en Alemania en los siglos VII o VIII de nuestra era?¿Eso es el “progreso” para los neo-porfiristas? Extraña noción de progreso, en verdad. ¿Y no por eso fue la Revolución Mexicana un movimiento esencialmente agrario destinado a acabar precisamente con las instituciones medievales porfiristas?¿De qué nos hablan estos “historiadores”? La verdad es que la lista de actos criminales de Porfirio Díaz es interminable.

Afirmé más arriba que el cuadro con el que los doctos quieren remplazar nuestra visión del pasado de México es esencialmente incoherente y ello no es tan complicado de mostrar, porque ¿no es acaso incongruente por parte de todos estos defensores de la democracia salir en jauría a defender a un dictador?¿Cómo pueden conciliar su “defensa” de la democracia (afortunadamente, la democracia se sostiene por sí sola, porque con abogados como éstos ya habría quedado refutada), por la cual se desgarran las vestiduras y se dan golpes de pecho mañana, tarde y noche, con su defensa de un tirano que se re-eligió 9 veces?¿No cabe acaso en sus cabecitas que no se pueden las dos cosas al mismo tiempo? Pero quizá lo que pasa es que tenemos que explicarle a la gente que estos “intelectuales” son ardientes defensores de la democracia cuando aluden a Fidel Castro o a Hugo Chávez, a quien casi se lo comen vivo por haber ganado con toda legitimidad una elección presidencial. O sea, los abogados de Porfirio Díaz son defensores de la democracia formal (es decir, sin mayores contenidos sociales, reduciéndola a meros procedimientos electorales), cuando lo que está en juego es el contraste con formas socialistas de organización social y política, pero son partidarios explícitos de la dictadura cuando de lo que se trata es de exaltar figuras afines a la ideología imperante. Esa es nuestra “élite”. Lo peor es que están trabajando al unísono para hacerle al pueblo de México una lacerante ofensa más: están empeñados en traer a México los restos de ese gran represor y traidor a la Patria (una república que apenas empezaba a configurarse) que fue Porfirio Díaz. Lo vergonzoso del asunto es que ni siquiera son capaces de apreciar el hecho de que con ello estarán alcanzando los más altos niveles de infamia histórica y política.

Moralejas Griegas

De entre los muchos sucesos importantes de esta semana (los vaivenes de la espantosa guerra en Siria, la estéril y completamente gratuita – aunque costosa en términos humanos y potencialmente muy peligrosa – confrontación en Ucrania, el viaje del Papa a América, el irreflexivo respaldo de la Suprema Corte de la Nación a la adopción de infantes por parte de parejas de un mismo sexo, etc.), desde el punto de vista del amarillismo periodístico sin duda alguna se llevan las palmas, primero, el potencial acuerdo nuclear entre Irán y el grupo de los 5 + 1 (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia, China y Alemania) y, segundo, el referéndum y en general la situación financiera y política de Grecia. En esta ocasión quisiera verter algunas reflexiones sobre este segundo tópico, pero quisiera rápidamente señalar algo en relación con el primero. Es, claro está, un asunto endiabladamente complejo, tanto técnica como políticamente, pero tal vez no sea inapropiado señalar que se le puede enfocar desde dos grandes perspectivas básicas: desde el punto de vista de quien quiere promover la paz en la región y, en verdad, en el mundo, y desde el punto de vista de los beligerantes y supremacistas que intentan a toda costa bloquear el acuerdo y destruir militarmente (o, mejor dicho, en todos sentidos) a Irán. Por ello, inclusive a unas horas de que se venza el nuevo plazo que los participantes en esas discusiones se dieron, no podríamos todavía sensatamente predecir el desenlace final de las negociaciones, las cuales ya se extendieron demasiado en el tiempo, si bien no tenía ello por qué haber sido así. Parte de lo que enturbia las negociaciones es el hecho de que la diplomacia norteamericana, tramposa como siempre, juega con dos cartas simultáneamente. Por un lado, la presidencia negocia un tratado pero por la otra el Senado se reserva el derecho de bloquear todo acuerdo. El Senado, como no estará de más recordar, está completamente dominado por el super-poderoso lobby judío y como por casualidad el principal opositor de dicho acuerdo es ni más ni menos que el primer ministro israelí, B. Netanyahu. Hay quienes están persuadidos de que, pace los potenciales costos de una confrontación militar con Irán, ésta vale la pena porque a final de cuentas Irán sería aplastado. De manera que es factible que se llegue a un arreglo y se firme un pacto y que a la semana el congreso norteamericano lo eche por tierra con nuevas sanciones en contra de Irán. Como triquiñuelas y procedimientos lúgubres son la especialidad norteamericana, esa opción está siempre abierta. Los partidarios de la paz deseamos obviamente que sí se logre firmar el tratado nuclear entre Irán, un país que nunca ha desarrollado una política expansionista y que no tiene armas atómicas (a diferencia Israel, que nunca da información acerca de su arsenal pero del que se sabe que se compone de entre 300 y 400 ojivas nucleares, así como de submarinos para lanzarlas desde prácticamente cualquier punto del planeta, y que siempre se ha rehusado a firmar los tratados de no proliferación de armas nucleares) y las grandes potencias de modo que, por ejemplo, se liberen los billones de dólares iraníes que por ventas de petróleo están congelados en bancos norteamericanos y de otros países desde hace ya varios años. De cuál sea finalmente el resultado nos enteraremos o cuando estén públicamente firmando los acuerdos o cuando estén abandonando definitivamente la sala de reuniones.

El otro asunto importante, en cierto sentido de menor envergadura, es el problema financiero y político griego, el cual dicho sea de paso nos concierne de diversos modos. Por lo pronto, el dólar subió en dos días lo que tarda un año en subir. La situación griega, sin embargo, nos afecta también de otros modos. Para entender esto quizá lo primero que debamos hacer sea unos cuantos recordatorios básicos. El problema de la deuda de Grecia no es un problema de pagos de capital prestado por bancos y gobiernos extranjeros. Es un problema de pagos de intereses de capitales prestados. O sea, Grecia está pidiendo dinero para pagar intereses, no para reducir su deuda propiamente hablando. A lo que se opuso el gobierno griego no fue a pagar, sino a las brutales medidas que los banqueros, siempre bien representados (para eso los tienen) por sus grandes “líderes”, querían imponer. Esto es algo que hay que entender, porque el caso griego es interesante no tanto porque sea único, sino más bien porque es paradigmático. La situación es simple: los países se endeudan a través de instituciones internacionales que sirven como canales para la infusión de capitales que se supone que se van a invertir en los países que contraten los créditos. Dado que los países requieren de inversiones estatales, se ven forzados a aceptar créditos maquiavélicamente estructurados de manera que nunca terminan de pagar sus deudas. Como atinadamente lo argumentó el comandante Fidel Castro hace unos 20 años en diversos artículos que publicó, la deuda externa de los países es matemáticamente impagable. Así, año tras año se pagan intereses, pero nunca se liquida el capital. Algunos países, gracias a auténticos líderes que casi como hongos surgen, como Cristina Fernández de Kirchner, renegocian sus deudas y sacan a sus países de trampas financieras letales. Claro que hay represalias, como lo hace patente el caso de Argentina, pero es una solución política sensata, nacionalista, sabia. Desafortunadamente, estadistas así son la excepción porque, como sabemos, en general, los dirigentes de los países son siempre muy osados frente a sus poblaciones (piénsese en el delincuencial Zedillo, por ejemplo, y en su tristemente famoso Fobaproa, del cual por cierto ya nadie habla), pero lastimosamente lacayunos frente a los banqueros. Lo que en todo caso hay que tener permanentemente presente es lo que exigen las instituciones financieras mundiales para prestar fondos y posteriormente más fondos para pagar los intereses de los fondos originales. La verdad es que siempre es lo mismo, a saber, obligan a los gobiernos a que bajen el nivel de vida de sus poblaciones, a que reduzcan drásticamente todos los programas sociales (a eso creo que se le llama ‘populismo’ y es terriblemente mal visto, sobre todo entre los licenciados en economía) y, la clave del mecanismo, la famosa privatización. Esto último es un procedimiento de atraco social absolutamente fantástico. ¿En qué consiste? No en que se comparta algo con el ciudadano común y corriente, con el hombre de la calle, el individuo que no es más que un número, una estadística. Pensar eso ya no es ni wishful thinking! Es mero delirio. No: la privatización consiste en que las grandes corporaciones, a su vez estrechamente vinculadas con los bancos, toman el control de las riquezas de las naciones. O sea, se fuerza a los países a que se deshagan de sus recursos, naturales u otros. Por ejemplo, de Grecia les interesan sus puertos (el Pireo), como en México se interesan por el petróleo y en Chile por el cobre. El objetivo de todas estas complejísimas maniobras financieras y políticas es que por medio de ellas los propietarios de la banca mundial (después de todo, tiene que haber algo así como dueños de bancos, llámeseles como se les llame, aunque se les presente por ejemplo como meros “accionistas”), los super-millonarios, los illuminati se quedan con la infraestructura económica del mundo. Para la población mundial el proyecto es simplemente que viva al día, que la gente tenga su casita, salga de paseo de vez en cuando, se apriete constantemente el cinturón para que recuerde cuál es su ubicación en el mundo, etc., etc.

Regresemos entonces al caso griego: ¿se alzó Grecia en contra del yugo de los banqueros? Yo diría que más bien gimió, al modo como lo hace una res que llevan al matadero y que de alguna manera intuye que la van a degollar. Ciertamente se trata de una protesta, si bien muy débil, pero lo interesante de la reacción griega es lo que pone de manifiesto. ¿Qué es lo que la situación y la conducta del gobierno griego muestran? Para empezar, se pone de relieve el estado de esclavitud al que están sometidos más de una centena de países y, por consiguiente, el estado de permanente (para no decir ‘eternamente’) sumisión de sus respectivas poblaciones. Yo propongo como una nueva clase de verdad, como una especie de tautología política, la siguiente: nunca terminaremos de pagar nuestras “deudas”. La deuda mexicana, por ejemplo, es más o menos de unos 350,000 millones de dólares y está calculado que como para el 2020 México deberá lo que Grecia debe hoy. Si alguien pensó que porque no se habla de la deuda en los periódicos, en la televisión, etc., como se tuvo que hacer en época de Salinas, es porque ya no tenemos ningún problema de deuda, ese alguien tiene que ser un iluso que raya en la demencia. A pesar de ello, como bien lo implica toda esa sarta de comentaristas sin vergüenza que no paran de criticar al gobierno griego por no pagar sus deudas, los banqueros no tienen de qué alarmarse: en México no habrá nunca un gobierno que opte por la moratoria. No tenemos hombres de estado capaces de preferir el bienestar del pueblo mexicano al bienestar de los banqueros del mundo, los cuales por si fuera poco ya nadan en dinero. Esto me lleva a otro punto.

La débil protesta griega fue factible, además de por lo pesado y brutal de las exigencias (sobre todo de Alemania y Francia), porque el pueblo griego apoyó a su gobierno. Eso se dice fácil, pero hay que preguntarse sobre las condiciones que se tienen que satisfacer para que un apoyo así pueda darse. Para empezar, la población tiene que estar políticamente consciente. Si no hay conciencia política no puede haber apoyo político. Además, el gobierno tiene que haber informado debidamente a su población; tiene que tratarse por lo tanto de un sistema de gobierno en el que los dirigentes realmente entran en contacto con la gente, le exponen los problemas tal como éstos se presentan, no los engañan o los mantienen informados a base de comunicados de prensa o de twitts. Con una población consciente, un gobierno puede tomar medidas de defensa, de higiene y protección social, de (como dirían los revolucionarios franceses) “salud pública”. Cuando eso no se da, un gobierno queda solo frente a la banca mundial y entonces está perdido, a menos de que se radicalice, como pasó con Cuba, con Venezuela y con algunos otros países, pero esa posibilidad requiere también de condiciones muy especiales (se requieren verdaderos líderes y esos tampoco abundan). Pero ahora, morbosamente y quizá sólo por el ejercicio del intelecto, preguntémonos: ¿podría algo así suceder en México en caso de que la deuda nos llegara hasta el cuello? Lógicamente, sí; factualmente, es improbable en grado sumo. ¿Por qué? Las razones, desgraciadamente, saltan a la vista: nosotros no vivimos en una genuina democracia. Aquí se nos ha querido hacer creer que la democracia consiste esencialmente en un costoso juego electoral, pero eso es una inmensa patraña, una soberbia desfiguración conceptual. La democracia tiene que ver ante todo con la interacción entre gobernantes y súbditos, con las orientaciones generales de las políticas que se implementan en los diversos sectores (educativo, productivo, cultural, fiscal, etc.), las cuales tendrían siempre que estar dirigidas para favorecer los intereses de las mayorías; la democracia tiene que ver con la preparación del pueblo para que se proteja mejor en la difícil competencia de la vida y un sistema en el que al pueblo se le embrutece y paraliza mentalmente no es un sistema democrático, por mucha maniobra electoral que haya. ¿Tenemos algo de todo eso en México? Sólo algún payaso mediático se atrevería a responder afirmativamente. Pero entonces ¿qué nos inspira la crisis griega? Por una parte, una gran envidia y, por la otra, una gran pena, porque nos hace entender desde antes que se den los acontecimientos que no tenemos quien nos defienda, que estamos a merced de la banca mundial, de las grandes corporaciones y de los estados que las protegen. México es un eslabón seguro en la cadena que sistemáticamente se construye para edificar la gran oligarquía internacional, la nueva nobleza mundial.

No obstante, los griegos nos dan también una lección de optimismo. Es cierto que, por una parte, dejan perfectamente en claro que su destino es realmente el de todos nuestros países, esto es, el de todos los países endeudados, y nos colocan frente a la horrible verdad de que, en las condiciones prevalecientes, los estados sólo pueden salir de aprietos si aceptan endeudarse más para pagar las deudas que ya contrajeron (y que, por múltiples razones, nunca rindieron los frutos que se esperaba que rindieran), para lo cual (ya lo sabemos) tienen que rebajar permanentemente el nivel de vida de sus pueblos. A pesar de ello, la crisis griega puso de manifiesto que es de todos modos posible negarse a seguir haciéndole el juego a las potencias, es decir, es posible ponerlas a ellas en crisis, es factible liberarse mediante la rebelión, como se liberaron los gladiadores con Espartaco o México con Juárez. Evidentemente, siempre serán indispensables sacrificios dolorosos, procesos traumáticos, situaciones de alta tensión, pero en principio es viable escapar de la trampa mortal en la que se ha hecho caer a los pueblos del planeta. El sistema capitalista salvaje en el que vivimos no lo hizo Dios. Es, por lo tanto, modificable. Hay para ello que ir tomando las medidas necesarias para cuando se produzca el enfrentamiento con los grandes parásitos que viven de los ahorros y esfuerzos de la gente, a lo largo y ancho del mundo. Y es muy importante que los políticos de ahora abran los ojos porque, si Grecia es un guía infalible para la lectura de la realidad político-económica, lo más seguro es que dentro de no mucho tiempo nos encontraremos en su situación.

Una Esperanza para Palestina

Muy probablemente, más que la destrucción del otrora floreciente y magnífico Medio Oriente o que la artificial, por forzada, guerra de Ucrania, el evento de esta semana sea la quiebra financiera de Grecia y todo lo que ella supuestamente podría acarrear, como su expulsión, definitiva o no, de la Unión Europea. La verdad es que los efectos de una moratoria griega pueden ser dañinos para el sistema financiero mundial, pero inclusive para alguien ajeno por completo al mundo de la usura oficial de la banca mundial resulta obvio que dichos daños difícilmente podrían ser funestos o letales. Un par de meses de guerra en el Medio Oriente cuestan mucho más de lo que el pueblo griego le debe a sus “acreedores”. Naturalmente, la función de la prensa mundial es agitar, alarmar, preocupar al ciudadano medio en todo el mundo y manipular sus ideas de modo que no se solidarice con la posición griega, para la cual inflan los efectos de un “no pago” que en realidad ya fue más que pagado, de acuerdo con cálculos y juegos financieros no criminales. La verdad es que la banca mundial (FMI et alia) puede sin mayores trastornos absorber esa “pérdida”, sobre todo cuando sabe que tiene a casi el resto del mundo para recuperar la. Es de esperarse que el pueblo griego, a través del referendum que se prepara, apoye a su gobierno y no permita que lleguen al poder nuevos lacayos del imperialismo financiero, porque entonces todo, esto es, el esfuerzo del gobierno por impedir que se someta al pueblo griego al yugo de los bancos, las tensiones políticas, la lucha diplomática, etc., todo habrá sido en vano.

Hay, no obstante, un sentido en el que lo que está pasando en Grecia no es realmente una “noticia”, sino algo que de uno u otro modo se veía venir, algo que se sabía que tarde o temprano tenía que suceder, un “peligro” en el que potencialmente pueden incurrir muchos países subdesarrollados o que no acaban nunca de desarrollarse plenamente (como México, dicho sea de paso). Después de todo, no todos los pueblos son tan sumisos como el mexicano, que parece aguantar las peores situaciones imaginables, ni todos los gobiernos son como los gobiernos mexicanos, que parecen gobiernos de extranjeros manejando un país que les es ajeno y extraño. Más bien, lo que debería sorprendernos es que el fenómeno griego no se haya dado antes y con más países en los que el pago puntual de su eterna, infinita y, yo añadiría, ‘criminal’ deuda se logra sólo a costa de la baja constante del nivel de vida de sus habitantes. Las condiciones que los bancos imponen para “sanear” las finanzas de un país comportan siempre la pauperización de la población, subidas brutales de impuestos, mayores restricciones en todos los contextos de la vida cotidiana, lo cual naturalmente genera descontento civil y ahora no sólo del ciudadano medio, sino también y cada vez más del pequeño empresario o productor, por la desprotección en la que el gobierno lo deja frente a una competencia a menudo tramposa y nunca recíproca de empresas trasnacionales cuyas inversiones no le dejan nada al país salvo creación pasajera de fuentes de trabajo para hacer de él un país de maquila y de prestadores de servicios. Claro, no faltará quien me señale de inmediato que ya las llamadas de larga distancia cuestan lo mismo que las locales, que bajó el costo de la luz (para ejemplificar, de 800 a 750 pesos bimestrales!) y alguna que otra prebenda gubernamental de poca monta pero cuya difusión por la televisión o el radio haría pensar a cualquiera que vivimos en Jauja. Yo desde luego que no pretendo adentrarme en temas que no son de mi competencia, pero confieso que no deja de asombrarme cómo puede haber gente que realmente esté convencida de que el férreo sistema prevaleciente de explotación y esclavitud financiera pueda perdurar indefinidamente. El caso de Grecia no es más que un anuncio de las convulsiones sociales que habrán de venir en el siglo XXI causadas por el conflicto entre el sistema bancario mundial y los intereses de la humanidad.

Ahora bien, a pesar de la indudable importancia del fenómeno griego, a mí me parece que el hecho político fundamental, no suficientemente publicitado, de los últimos días es el reconocimiento del Estado de Palestina por parte del Vaticano. Una vez más, la institución dirigida por el Papa Francisco da muestras no sólo de una gran valentía, sino también de estar haciendo un serio esfuerzo por generar desde su interior un genuino proceso de recomposición y de reencuentro con sus valores primordiales, con su verdadera misión de ayuda a los desvalidos, sentando así un precedente y un ejemplo de primerísima importancia. Es cierto que por lo menos Suecia ya había reconocido al Estado de Palestina, pero el gobierno de Suecia no representa a miles de millones de personas, como sí lo hace la Iglesia Católica. Es imaginable que nadie emule a Suecia, pero es muy poco probable que la decisión papal no influya en las políticas que diseñen otros estados. Se trata, pues, de una decisión sumamente importante aunque, por razones obvias, no haya recibido por parte de los medios la difusión que merecía.
Palestina

La decisión de la Iglesia, con Francisco a la cabeza, es realmente valiente y respetable, porque se toma en un contexto en el que son otras las fuerzas las que le dictan e imponen al mundo, por las buenas o por las malas, los lineamientos de cómo se tiene que pensar y hablar y estas fuerzas son claramente opuestas a la orientación general del reconocimiento vaticano. Y son tan poderosas las fuerzas en cuestión que llegan al grado de pretender forzarnos a que no creamos en lo que vemos y a que creamos en lo que no vemos! ¿Qué es lo que vemos? Por ejemplo, somos testigos de que la franja de Gaza se ha convertido en el campo de concentración más grande de todos los tiempos (con 1,800,000 cautivos), más grande desde luego que los campos de concentración alemanes de la Segunda Guerra Mundial y que los grandes Gulags soviéticos. La población palestina es una población sitiada a la que no sólo no se le deja vivir más que entre lo que resta de sus ciudades bombardeadas y tierra desértica cuyos plantíos se contaminan y destruyen periódicamente, sino a la que ni siquiera se le permite recibir el apoyo generoso proveniente de otros pueblos, gobiernos e instituciones. Por enésima vez, ahora con personajes de la vida pública a nivel mundial (un antiguo presidente de Túnez, un miembro español del Parlamento Europeo, etc.), la marina israelí acaba de interceptar un barco con ayuda humanitaria para una población que no recibe nada de nadie en el mundo, ni medicinas ni alimentos ni … nada! De manera que ni por aire, ni por tierra ni por agua se puede ayudar a una población que ha dado muestras de un heroísmo y de una dignidad poco comunes. Los palestinos no pueden transitar libremente ni hacia Egipto ni hacia Israel, en donde algunos de ellos trabajan; los ocupantes israelíes a diario se auto-adjudican tierras y propiedades palestinas, los hostigan y golpean a ciencia y paciencia (por decirlo suavemente) de las “fuerzas del orden” y todo ello está acreditado en múltiples periódicos, reportes, libros y demás. Hace alrededor de una semana, el gobierno israelí cerró el caso de la matanza desde un barco de la marina de cuatro niños que jugaban futbol en la playa y a quienes literalmente cazaron como si fueran conejos o ciervos. Todo eso y mucho más es lo que vemos a diario (quien tenga un mínimo de interés por el tema puede leer el diario The Electronic Intifida para darse una idea un poco más realista de lo que deja traslucir la prensa mundial), pero que se nos induce a decir que no vemos.
Niños palestinos

Lo que he mencionado es lo que vemos y que, se nos induce a sostener, en realidad no vemos sino que sólo creemos que vemos pero, por otra parte, ¿qué es lo que se quiere que creamos o por lo menos que repitamos que vemos, pero que nosotros afirmamos que no vemos? Estas fuerzas frente a las que ahora se yergue la Iglesia con el reconocimiento del Estado de Palestina pretenden hacernos creer que los niños, las mujeres, los ancianos palestinos son todos “terroristas” execrables, que Israel es una democracia (¿cómo se puede hablar de democracia cuando se habla de un estado que carece de una constitución que garantice los derechos fundamentales de sus ciudadanos y cuando es público y notorio que no todos sus ciudadanos tienen los mismos derechos?), que no se practica ninguna política de limpieza étnica en su territorio, que no se despoja injustamente a los ciudadanos no judíos de sus propiedades, que no se les destruyen sus casas como una forma de castigo y múltiples otras “fantasmagorías” como esas. Eso es lo que nadie ve, pero que se nos quiere hacer creer que en realidad sí vemos y que por lo tanto debemos creerlo.

La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿cómo es posible que se pretenda llegar al colmo de lo absurdo queriendo que la gente se engañe hasta con los datos básicos de sus sentidos y con sus creencias fundamentales? Esa absurda pretensión sólo puede tener como fundamento un poder económico, mediático y político inmenso, no invencible pero sí en su cúspide, en su momento histórico de triunfo, un periodo que por ley natural no habrá de ser eterno. Si nos fijamos, veremos que Benjamín Netanyahu, el bien conocido primer ministro israelí, se comporta no como un hombre de estado más. Sería infantil interpretar así su conducta, verbal y política. Él más bien se conduce como el rey de Occidente. Él, y todo lo que él representa, es decir, el sionismo triunfante, no acepta que Israel sea sancionado por la ONU, no toma en cuenta los reportes y las recomendaciones de organizaciones no gubernamentales que luchan por salvaguardar los derechos humanos (en este caso de palestinos) y sobre el trato a los palestinos (entre otros; sería bueno instruirse sobre lo que pasa con los judíos etíopes y cómo son tratados en Israel), se presenta ante el Senado de los Estados Unidos de motu proprio (salvaguardando las formas más elementales, esto es, después de hacerse invitar) para dictar en ese país la política exterior a seguir, no acata los tratados de no proliferación de armas nucleares y así indefinidamente. El actual gobierno israelí no reconoce compromisos con nadie ni con nada, no se somete a ninguna regulación, está por encima de toda ley internacional. Ni siquiera empresas internacionales independientes pueden retirarse del mercado israelí sin la previa autorización del gobierno de Israel, como lo pone de manifiesto el caso de la compañía francesa Orange. Pero si Netanyahu y el actual gobierno israelí se conducen como lo hacen: ¿es porque no razonan correctamente, porque no saben lo que hacen? No, nada de eso. Es precisamente porque saben muy bien cuál es su fuerza que se conducen como lo hacen. Dicho en dos palabras, a través del AIPAC (Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos) y del CRIF (Concejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia), el gobierno instalado en Tel-Aviv mantiene un fácil control de los gobiernos norteamericano y francés. Con esa, entre otras, fuerzas detrás sí se puede pretender obligar a los demás a decir que digan que no ven lo que ven y que ven lo que no ven.

Bueno, pues son esas fuerzas a las que se enfrenta el Vaticano con la decisión de reconocer el Estado de Palestina, Son las mismas fuerzas que tienen en jaque a Grecia y en el puño a todos los países deudores, es decir, a prácticamente todos los países. Se trata sin duda de fuerzas muy poderosas, pero no debemos olvidar que por grandes que sean el poder siempre tienen fisuras. En este caso, lo que opera como antídoto es la conciencia moral, la información sistemática, el sentimiento de solidaridad con el inocente que sufre, el sentimiento de confianza que da la conciencia de ser injustamente tratado simplemente por ser inferior física, económica o materialmente, la creencia en Dios. La decisión del Vaticano, que católicos o no de todo el mundo aplaudimos, es la decisión de quien hace valer la conciencia frente a los caprichos a los que llevan el dinero, el poder y la prepotencia.

A mi modo de ver es muy importante el próximo viaje del Papa Francisco tanto a Cuba como a los Estados Unidos. No sé si deba o si tenga mayor sentido que venga a México o a otros países, pero sí creo que es imperativo que vaya a Francia. Francia es un país esencialmente católico y por lo tanto un lugar en donde el Papa le puede dar un gran impulso a su perspectiva, tanto religiosa como política, si logra hacer vibrar el corazón de los franceses. Hay momentos en los que ciertas decisiones son trascendentales y la decisión de ir a Francia podría ser una decisión así. Ojalá el Vaticano promueva dicho viaje, antes de que sea demasiado tarde.

Decisiones Judiciales

Los honorables miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuvieron a bien garantizarle al pueblo de México, mediante una decisión más que cuestionable, la legalidad de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Con ello, México se habría sumado a lo que, superficialmente al menos, parecería ser una tendencia civil mundial irrefrenable, y por lo tanto justa, aunque ciertamente es un tema abierto el de si será irreversible. Eso es algo que, aunque no se puede descartar, en este momento es imposible de prever, pero si no se puede prever es precisamente porque la cuestión misma es controvertible en grado sumo, es decir, ni mucho menos se trata de un asunto de resolución obvia, evidente de suyo, por más que sea así como los partidarios del matrimonio homosexual gustan de presentarlo. Desde mi punto de vista, la cuestión de la legitimidad o ilegitimidad del matrimonio entre seres de un mismo sexo representa una maravillosa oportunidad para exhibir o hacer público lo que realmente son nuestros niveles de libertad de expresión. Esto lo digo porque, como puede fácilmente constatarse, con algunas muy raras excepciones (entre las cuales habría que incluir al Cardenal Norberto Rivera), lo que la prensa escrita o los programas de televisión abiertamente difunden es únicamente uno de los dos puntos de vista que hay al respecto, a saber, el que es favorable a esa nueva forma de unión legal de parejas. Yo, quiero enfatizarlo, no me he encontrado todavía con nadie que por escrito o en televisión públicamente haya defendido el punto de vista contrario al que es “políticamente correcto” defender. Este simple hecho hace que se tengan serias dudas respecto a la viabilidad y la conveniencia de expresarse en México en contra de lo que algunos quieren presentar como un acuerdo generalizado y que ciertamente dista mucho de serlo. No confundamos “no expresión” con “aceptación”. De hecho, como ya señalé, no hay en este contexto antecedentes no digamos ya de puntos de vista declaradamente opuestos a la institución del matrimonio homosexual, sino ni siquiera esfuerzos de análisis más o menos objetivos o neutrales. Por otra parte, por experiencia sí sabemos que hay multitud de demagogos que lanzan toda clase de juramentos estridentes y que se desgarran las vestiduras para hablar en abstracto de la sagrada “libertad de expresión”, pero que cuando efectivamente alguien hace uso de ella sólo que para decir algo que no les gusta, entonces son los primeros en manifestar su inclinación por la censura, su horror por el debate abierto y su profunda hipocresía. Es, pues, comprensible que en relación con el tema de los matrimonios entre personas del mismo sexo mucha gente se sienta inhibida y se resista a pronunciarse, por más que tenga puntos de vista fuertemente arraigados al respecto y contrarios a lo que la SCJN estipuló. Es por eso que pienso que, dadas las circunstancias, el tema representa un estupendo test para medir nuestros verdaderos niveles de libertad de expresión. Lo más deseable sería, me parece, que la gente efectivamente se pronunciara sin tapujos, lo cual por lo menos hasta ahora ciertamente no parece haber sido el caso. Pero vayamos al punto y olvidémonos, momentáneamente al menos, de toda clase de consideraciones externas a él.
Para empezar, no estará de más señalar que aparte de que realmente no ha habido en México ningún debate serio sobre el tema puesto que, como dije, solamente una parte habla y a los adversarios de la decisión judicial de facto no se les ha concedido la palabra, el tema en sí mismo es complejo y con esto quiero decir que su tratamiento presupone un diagnóstico general de la situación, exige diversas clases de análisis y de explicaciones causales y, sobre la base de lo anterior, de uno u otro modo conduce a que se emitan pronunciamientos de preferencia ponderados, pero no ambiguos. Este último paso es inevitable, porque hablar de matrimonios homosexuales, en favor o en contra, no es como hablar de los números irracionales o de las trayectorias de los cometas. No! Es abordar un tema que de entrada es fuertemente emocional y que lo reconocemos como tal, pero lo que esto a su vez implica es que tiene tanto derecho a expresarse emocionalmente quien está en favor de dicho procedimiento como quien está en contra. El problema es que en general prevalece aquí una flagrante asimetría: quien está en contra de inmediato es sumergido en una catapulta de calificativos y de epítetos, una conducta desde luego reprobable y que en general está terminantemente prohibida al opositor. Así, todo mundo encuentra natural que alguien que es “pro” matrimonio “gay” califique a su oponente como “machista” o como “retrógrada” o como homófobo, pero si el otro tilda a su adversario de “degenerado”, entonces eso ya no es válido, ya no es de buen gusto, ya no es permisible. Por mi parte, pienso que hay que intentar ser parejos: si es válido emplear calificativos en un sentido, entonces se debe tener el derecho de emplearlos en el sentido contrario. Lo mejor en todo caso será tratar de evitar, hasta donde sea posible, los calificativos, pero mucho me temo que éstos tendrán que formar parte del cuadro, sea el que sea, que uno se forme del tema. En otras palabras, el posicionamiento y el pronunciamiento parecen inevitables.
En el fondo, el tema de los matrimonios homosexuales es la homosexualidad misma, porque la cuestión de la legalidad de dichos matrimonios es simplemente la expresión jurídica de lo que se reconoce como una fuerza cultural que está ya operando en la sociedad y a la que se quiere integrar proporcionándole un marco legal. Pero todo mundo entiende (salvo quizá ellos mismos) que los juristas son simplemente articuladores de reglas para lo que ya es vigente socialmente, por lo que las decisiones jurídicas no iluminan el tema ni aportan absolutamente nada para su esclarecimiento. El tema del derecho es la justicia, no la verdad ni el conocimiento. El asunto que requiere ser explicado es, por consiguiente, el fenómeno social de la homosexualidad, no lo que al respecto dictaminen los ministros o los jueces o los litigantes. La pregunta es entonces: ¿cómo nos explicamos la realidad de la homosexualidad, esto es, de un fenómeno que para muchos es abiertamente contra natura? No pudo haber surgido así nada más, de la nada. ¿Cuáles son entonces sus condiciones de existencia? Yo creo que podemos apuntar a diversos factores, si bien habría que reconocer de entrada que la lista que aquí pueda uno proporcionar no pretende ser exhaustiva. No obstante, teóricamente yo estaría conforme si los factores que menciono son reales, aunque no sean suficientes. Ahora bien, lo que yo sostengo es que la descripción de ese especial caldo de cultivo cultural que es lo que en principio permite que se den ciertas expresiones de realización humana que eran simplemente impensables en otras épocas es parte de la explicación global que estamos buscando. Tenemos, pues, que inquirir acerca de cuáles son las condiciones de existencia de la homosexualidad, porque entonces estaremos en posición de comprender cómo es que éstas impulsan los cambios de los que somos testigos. Necesitamos entonces construir un marco referencial general dentro del cual se puedan ir acomodando diversas clases de explicaciones causales. Ahora bien, lo que es de primera importancia comprender es que el marco en cuestión es de carácter social, cultural e histórico, no biológico. El que la vida biológica misma se vea afectada por los cambios culturales y cómo lo es sin duda alguna es una cuestión interesante teóricamente, pero lógicamente subordinada a la primera fase de la investigación. En concordancia con lo dicho, yo quisiera pasar a mencionar algunos de los elementos que a mí me parece que son constitutivos del marco dentro del cual se gesta el fenómeno social contemporáneo de la homosexualidad y, por ende, de los matrimonios entre gente del mismo sexo.
Tal vez debamos empezar por traer a la memoria el hecho de que nos estamos ocupando de un fenómeno social que, más que meramente condenable desde todos puntos de vista (moral, estético, religioso, práctico, etc.), habría resultado simplemente impensable no sólo durante la Edad de Piedra, en la Antigüedad clásica, en la época de los aztecas y en general en las culturas indígenas precolombinas, durante la Edad Media europea, en China, en Egipto, etc., sino prácticamente en todo el planeta a lo largo de la historia de la humanidad. La pregunta inquietante y que es menester plantearse es, por lo tanto, la siguiente: ¿a qué se debe, cómo explicarnos el surgimiento de un fenómeno humano históricamente nuevo como lo es el de la homosexualidad a nivel masivo y que culmina en una drástica transformación de la superestructura de la sociedad (en especial de la legal, mas no únicamente)? De seguro que tiene que haber una respuesta a esta inquietud. En mi opinión, hay que considerar por lo menos los siguientes factores:
a) Individualismo y derechos humanos. Sin duda uno de los elementos que más contribuyeron al florecimiento del fenómeno social de la homosexualidad fue la paulatina implantación a nivel mundial de la cultura de los derechos humanos, la cual puede ser vista como una faceta del auge del individualismo a ultranza. En efecto, a partir sobre todo del fin de la Segunda Guerra Mundial, de las profundas transformaciones que dicho suceso acarreó y en estrecha conexión con la “Guerra Fría”, entramos en una etapa de reivindicaciones individuales frente al Estado como no se había visto antes. Se empieza a hablar abiertamente de derechos de grupos humanos hasta entonces reprimidos o nulificados (mujeres, niños, etc.) y a exaltar todo lo concerniente a la individualidad de la persona en detrimento de lo que tiene que ver con las relaciones del individuo con los demás (padres, maestros, vecinos, etc.). En la perspectiva contemporánea queda claro que el individuo tiene derecho a desarrollarse en todas las direcciones posibles, en relación con todas las facetas de su existencia y eso naturalmente atañe también a su vida sexual. O sea, un cambio político le abrió al individuo la posibilidad de materializar sus potencialidades de vida sexual en la dirección que él elija y quiera, sin restricción alguna (mientras no afecte a otros, etc.). Así como los padres perdieron el derecho de castigar físicamente a sus hijos, perdieron también el derecho de inmiscuirse en su orientación y desarrollo sexuales. Poco a poco todo en esta área se fue volviendo legítimo el cambio de orientación sexual de manera que ahora se pueden materializar las potencialidades sexuales del individuo como a éste le convenga y plazca, puesto que esta faceta de su existencia cae en el dominio de la vida individual, de la vida privada con la cual puede hacer lo que quiera y crea que más le conviene. Yo no sé si eso está bien o si es criticable, pero lo que sí sé es que constituyó de hecho una nueva mentalidad, una mentalidad que ciertamente no existía no digamos en tiempos pretéritos, sino hace dos generaciones. Es, pues, sobre la base de una nueva concepción política del individuo (una concepción en la que el individuo es considerado como una unidad autónoma, independiente, valiosa, etc., en sí misma) que puede en principio desarrollarse una nueva forma de vida sexual y, naturalmente, una vez desarrollada esa nueva forma tarde o temprano se requerirá la sanción legal que los gobiernos entonces imponen. Así, pues, la primera condición sine qua non para el surgimiento y expansión de la homosexualidad a nivel masivo es un cambio político.
b) La liberación de la mujer. Es un hecho que con la incorporación masiva de las mujeres en los procesos de trabajo (lo cual acarreó dinero propio, deseos personales de superación, independencia frente al hombre, etc.), el hombre perdió derechos, prioridades y prerrogativas a las que se aferraba, muchas de ellas ciertamente injustas y desproporcionadas, ventajas que lo ponían en una situación de superioridad injustificada frente a la mujer y que no tenía otra explicación que la dependencia económica de esta última frente al hombre. El cambio del status laboral de la mujer alentó el re-equilibrio entre el hombre y la mujer, pero es obvio que este re-equilibrio tenía que tener consecuencias. De éstas hay muchas, pero una que pocos han notado son los efectos de todos estos cambios en los hombres. Lo que hay que entender es que la independización de la mujer acarreó la auto-devaluación de muchos hombres vis à vis las mujeres. Muchos hombres, en efecto, sencillamente no resistieron el impacto de la pérdida de derechos, de la incorporación de la mujer en la vida social pública, de las relaciones al tú por tú, y muchos reaccionaron en forma timorata y debilitante frente a mujeres audaces, decididas, que sabían lo que querían etc., y eso los alejó de la mujer qua mujer. Francamente, no creo que se pueda razonablemente negar que el factor “miedo masculino” operó con fuerza en favor del surgimiento y del florecimiento de la homosexualidad.
c) Hartazgo de las guerras. Europa, todos lo sabemos, ha sido siempre un continente de guerra. Los europeos, tan creativos y tan cultos, no han dejado de guerrear con los pueblos de otros continentes y entre ellos mismos desde que ocuparon el continente. En la actualidad está el conflicto de Ucrania, pero antes se produjo la destrucción de Yugoeslavia, hubo dos guerras mundiales y si seguimos enumerando conflictos bélicos europeos tendremos que llegar a los Neanderthales para detenernos. En general, yo diría que los jóvenes del primer mundo están hartos del eterno, del insaciable militarismo de sus gobiernos sólo que este militarismo es asociado, consciente o inconscientemente, correcta o incorrectamente, con la masculinidad, con la virilidad. El repudio del militarismo reviste entonces la forma de repudio de lo masculino y de reorientación hacia lo femenino, lo cual abarca múltiples aspectos de la vida privada, entre ellos la vida sexual. Así, pues, el anti-militarismo es como un catalizador en el surgimiento del homosexualismo como fenómeno masivo o social.
4) Hollywood. Es evidente que el cine se ha constituido como la fuerza “educativa” colectiva más poderosa en el planeta. No hay nadie en el mundo que lea tantos libros como ve películas y no hay nadie en el mundo que no vea películas. Ahora bien, si se ven películas con lo que se entra en contacto es con Hollywood. De ahí que si algo ha moldeado la mentalidad occidental ese algo es el poderosísimo centro de creación de estereotipos, de promoción de valores (morales, estéticos, políticos, religiosos, etc.), de educación espiritual colectiva, que es Hollywood. No hay ministerio de educación en el mundo que se le compare en poder y en influencia. La presencia de Hollywood se hace sentir en prácticamente todo el mundo pero, naturalmente, sobre todo en el occidental y Hollywood, a través de sus programas televisivos, sus películas, sus premios, sus héroes y heroínas, etc., (emulado en todas partes y patéticamente por empresas como Televisa, en donde se remplaza el humor o la eficacia por la vulgaridad y la estupidez) promueve abiertamente las relaciones homosexuales. El problema es que Hollywood no sólo influye en las mentes de niños, de hombres, de mujeres, de adultos, de gobernantes, de militares, de delincuentes, etc., sino que las conforma. Yo en lo personal pondría a Hollywood como la fuerza espiritual actual más importante en la promoción sistemática de la homosexualidad. Ahora bien, por qué los mandamases hollywoodenses están tan interesados en promover la transmutación de los valores tradicionales, por qué se promueven cambios hasta en el nivel del instinto, por qué se intenta destruir instituciones basadas en éstos (como la idea tradicional de familia), todo eso es algo sobre lo que podemos y debemos meditar, pero no es este el momento de hacerlo. Desde luego que hay en todo esto intereses ocultos, prácticamente imposibles de discernir, y siniestros, pero no es este nuestro tema y por lo tanto no ahondaré en ello.
En resumen: una utilización peculiar de la idea de derechos humanos, la liberación de la mujer, el antimilitarismo y el imperio de los mass-media (con Hollywood a la cabeza y como emblema) son algunos elementos importantes sólo sobre la base de los cuales el surgimiento de la homosexualidad como fenómeno social se vuelve en principio comprensible. Dichos factores, como es obvio, no tienen absolutamente nada que ver con la biología, lo cual no obsta para que contribuyen a explicarnos la génesis y el triunfo de la homosexualidad. Lo importante es entender que estos factores funcionando de manera conjunta constituyen una corriente cultural que se impone y que es tan fuerte que de hecho barre con la oposición. Hay un sentido en el que condenar públicamente la homosexualidad, atreverse a afirmar en público que uno por nada del mundo quisiera que sus hijos o sus nietos fueran homosexuales, manifestar repulsión por ella, etc., es conducirse torpemente, porque equivale a hacer declaraciones en el contexto más inapropiado posible, puesto que todo habla en favor de ella: la idea de derechos humanos, el repudio del “machismo” (signifique lo que signifique esta palabra, pero en todo caso permitiendo la fácil identificación de la vida varonil y la masculinidad con algo que todos condenamos, generando así una muy útil definición persuasiva), el inmenso poder del cine y la televisión, etc., y ahora las leyes. Cuando se tiene claro el panorama se entiende mejor por qué no ha habido y muy probablemente no habrá una discusión real sobre el tema de la homosexualidad y su sub-producto, el de los matrimonios homosexuales (y ya viene otro, más delicado todavía, que es el de la adopción, pero podemos estar seguros de cuáles serán las resoluciones que se tomen; yo estaría dispuesto a apostar al respecto). Queda claro que la sociedad mexicana actual no es suficientemente auto-crítica. Tenemos, pues, que contentarnos con señalar que es sólo con este turbio trasfondo de transformación cultural, en una atmósfera de prohibición de discusión abierta, como se toman medidas de suma importancia para el futuro del país y de las generaciones por venir en nuestra inefable Suprema Corte de Justicia.

Actualizando el Pensamiento

Ofrezco de entrada una disculpa, pero me resulta imposible enunciar lo que quiero decir sin antes hacer en forma escueta algunas aclaraciones elementales.
a) Supongo que no se querrán elevar objeciones a la afirmación de que nuestro pensamiento sólo puede materializarse a través del lenguaje o a través de la acción. El examen de lo que de hecho una persona hace nos revela mejor que cualquier otra cosa lo que piensa (cree, asume, duda, niega y demás). Es sin embargo gracias al lenguaje como normalmente nos enteramos de lo que la gente opina, supone, imagina, etc. Ahora bien, nuestro lenguaje y nuestras formas particulares de expresarnos revelan lo que son nuestras “categorías”. Esto es muy importante, porque es en función de las categorías que hagamos nuestras como habremos de dar forma y expresión a nuestro pensamiento. Las categorías que empleamos son utensilios y son los mismos para todos. Dicho de otro modo: las palabras tienen los mismos significados para todos los hablantes. No obstante, tenemos que distinguir entre las categorías empleadas y sus connotaciones. Éstas son simplemente las asociaciones que generan en nosotros las categorías que usamos. A diferencia del contenido objetivo de las categorías que empleamos, que es fijo, las connotaciones varían de persona en persona. Por ejemplo, tenemos la categoría “divorciado”, una categoría que suscita diferentes reacciones (o sea, tiene diferentes connotaciones) en un católico, un judío, un musulmán o un ateo. O sea, la categoría es la misma para todos (la palabra ‘divorciado’ tiene el mismo significado para todos), pero nuestras actitudes hacia lo que ella denota varían de persona en persona y de cultura en cultura. Cómo se evalúe a un divorciado y qué actitud se adopte frente a él dependerá, por lo tanto, de las connotaciones, espontáneas o inducidas culturalmente, de los hablantes. Debe quedar absolutamente claro que en este contexto no hay leyes rígidas, conexiones férreas, inquebrantables. Un ateo, por ejemplo, puede ver con buenos ojos la institución del divorcio y sin embargo y por las razones que sean detestar a los divorciados que conoce. O a la inversa. Es, pues, muy importante distinguir entre el contenido (llamémosle así) “semántico” de las categorías que empleamos al decir lo que pensamos de los efectos causales que tiene su uso en los hablantes.
b) Puede sostenerse que de lo anterior se sigue que nuestro pensamiento depende precisamente de las categorías que empleemos al hablar. Es obvio que la señora A, quien se refiere a la persona que trabaja en su casa como “la gata”, no piensa de la misma manera que la señora B que habla siempre de su “trabajadora doméstica”. La señora A y la señora B tienen categorías diferentes y por lo tanto, podemos inferir, piensan diferente. El pensamiento del señor C, quien se refiere a los individuos que conforman un cierto grupo humano como “patas-rajadas”, es marcadamente diferente del de quien habla de ellos como “indígenas” o, algo más inusitado todavía, como “hermanos indígenas”. Podríamos sin problemas efectuar la misma clase de ejercicios en relación con las acciones: el sujeto que le avienta el cambio a un indígena no piensa como la persona que le entrega su cambio en la mano y menos aún como aquel que le da su dinero y además le da un apretón de manos. Las respectivas acciones de los interfectos muestran, sin dejar lugar a dudas, que piensan diferente.
c) Lo anterior es importante porque tiene aplicaciones muy extensas y ramificadas en nuestra vida cotidiana. Nuestro pensamiento requiere de toda una variedad de categorías para poder modelar la realidad en sus distintas facetas. Todo el tiempo necesitamos recurrir a categorías factuales, artísticas, científicas, históricas, deportivas, religiosas, etc., y, obviamente, políticas. Cómo pensemos, qué tan matizado, sutil o sofisticado sea nuestro pensamiento en relación con el tema que sea, ello es algo que inevitablemente se manifestará en las categorías que hagamos nuestras para expresarnos verbalmente y en las acciones que realicemos (o dejemos de realizar) en relación con nuestros temas de interés. Lenguaje y acción son, pues, los termómetros más certeros del pensamiento. Es difícil establecer en este punto jerarquías, pero si nos viéramos forzados a hacerlo quizá tendríamos que reconocer que tiene prioridad (en última instancia) la acción. Después de todo, como bien sabemos, los charlatanes abundan!
d) Si nos concentramos ahora en la realidad política y queremos pronunciarnos acerca de ella, de inmediato nos damos cuenta de que somos como alguien que quiere arreglar un reloj usando guantes de electricista. Las categorías que usamos, y que hasta me dan ganas de decir que se nos obliga a emplear, son demasiado burdas, demasiado gruesas, demasiado toscas como para permitir la gestación en esta área de un pensamiento claro, nítido, preciso. Obviamente, si no se dispone del aparato categorial adecuado, entonces lo único que se puede producir y esperar de otros son descripciones simplonas, engaños y auto-engaños colectivos y en general patrañas de toda índole. Por ejemplo, dado que se maneja en general una noción sumamente primitiva de democracia, la categoría “democracia” da lugar a descripciones ridículas y que rayan en lo absurdo. Así, el ahora tristemente célebre presidente del INE sale con bombo y platillo a declarar que estas últimas elecciones son un “triunfo de la democracia”, cuando lo cierto es que votó menos de la mitad del población! Es cosa nada más de hacer cuentas: si de la mitad de la población en alguno de los estados un partido ganó con, digamos, el 30% de los votos, entonces el hecho es que el nuevo gobernador habrá ganado teniendo el 70 % de la gente en contra y a eso se le llama “triunfo de la democracia”! Eso es lo que podríamos llamar una ‘burla demagógica’, pero la verdad es que no me interesa discutir el hecho mismo: lo que me incumbe es simplemente hacer ver que dicha mofa se vuelve factible sólo porque se maneja un concepto tremendamente ramplón de democracia, esto es, una categoría construida de tal modo que autoriza a hablar de triunfo cuando a todas luces habría que hablar de fracaso total. Y conste, una vez más, que no estoy analizando hechos (no soy ni pretendo ser un “analista político”), es decir, no me estoy ocupando de impugnaciones, descontentos, sospechas, dudas y demás, sino simplemente indicando que se puede fácilmente poner en cuestión uno de los instrumentos que se usa en el discurso político estándar de nuestros tiempos, esto es, un concepto semi-vacuo, casi puramente formal, de democracia. Entre eso y ser inservible para el pensar realmente no hay un gran trecho.
e) Ahora bien ¿a qué fenómeno, crucial en mi opinión, apuntamos con estas observaciones? La respuesta salta a la vista: es notoria en la actualidad la falta de categorías políticas realmente útiles para la descripción de los fenómenos políticos contemporáneos. La consecuencia inmediata de ello es que la realidad política, la nuestra desde luego pero en general la mundial también, resulta pura y llanamente incomprensible. Por medio de las categorías que se usan no se entienden los hechos ni sus conexiones. Hay razones que explican por qué es ello así, ya que ciertamente no es casual lo que sucede, si bien debo prevenir al lector que no me propongo aquí y ahora enumerar y presentar de manera jerarquizada las causas de esta agobiante situación (entre las cuales habría que incluir desde causas que conciernen al planeta en su conjunto hasta causas locales que sirven para entender lo que pasa en una determinada zona del mundo). Es obvio, por ejemplo, que con la venta de la Unión Soviética (hablo de “venta” porque en realidad la Unión Soviética no fue derrotada sino rematada por Gorbachov y sus secuaces) y su consecuente extinción todo el vocabulario político de la izquierda mundial perdió súbitamente su base y, aparentemente, perdió toda su utilidad. Con la Unión Soviética, en efecto, se fueron categorías como las de “socialismo”, “rojillo”, “anti-imperialista”, “democracia popular” y muchas otras más. En México, el nefasto factor “Octavio Paz” fue decisivo para la aniquilación de la de por sí endeble y, con raras excepciones, siempre acomodaticia izquierda mexicana. Todo ello es hasta cierto punto comprensible, pero en lo que no se repara es en la funesta consecuencia de dicha realidad, esto es, en el hecho de que de pronto nos quedamos sin categorías con que balancear las descripciones superficiales y tendenciosas impuestas por los vencedores de la guerra fría y sus portavoces, desde los que llevan la voz cantante hasta los más insignificantes de sus corifeos. Nos quedamos entonces limitados a categorías como “democracia”, “libre empresa” y todas las que, con ellas, conforman una familia categorial. Lo preocupante de la situación es que nuestra realidad social y política requiere con urgencia que se elabore una nueva terminología, es decir, que se construya un nuevo conjunto de categorías para poder dar cuenta de ella de una manera menos falseadora y equívoca. En verdad, nuestra situación en relación con el pensamiento político es semejante a la situación en la que nos encontraríamos si súbitamente se nos hubiera privado del lenguaje de los colores, que se nos hubiera dejado con “blanco” y “negro” y que tuviéramos que describir nuestro campo visual sólo con esas dos categorías. Es evidente que nuestras descripciones serían grotescamente pobres. Eso es precisamente, mutatis mutandis, lo que pasa en la actualidad con nuestro sistema de categorías para explicarnos la vida política, nacional e internacional.
f) La pregunta es entonces: ¿tiene ello que ser así?¿Estamos destinados a no usar para hablar de política más que categorías formales, de carácter casi puramente aritmético, sin contenido sustancial y que sólo dan lugar a descripciones insípidas y prácticamente inservibles? Yo creo que no. En este punto, sin embargo, sería útil tener presente una distinción: una cosa es demostrar que ciertas categorías son ya abiertamente inservibles y que por eso se les desecha y otra muy diferente es impedir que se usen conceptos útiles, pero que no conviene que se empleen y entonces se les proscribe. Ilustremos esto. Supongamos que alguien quisiera hoy en día hablar, verbigracia, de “amos”, “lacayos”, “condes” y “emperadores”. Es obvio que aunque sea un hecho que hay oligarcas, plutócratas, elitistas y segregacionistas de toda índole, después de lustros de estar oyendo hablar de “derechos humanos”, “libertad, igualdad y fraternidad” (“fraternidad” es ciertamente una categoría inútil en el contexto de la política) y cosas por el estilo, es claro hasta para un iletrado que el vocabulario medieval mencionado resulta ya totalmente fuera de lugar. Es cierto que queda por ahí una que otra “reina”, más decorativa que útil aunque tan dañina como siempre, pero en realidad personajes así no son políticamente relevantes. La vida social en el mundo no se organiza en función de categorías como “reina” y “súbdito”. Es factible demostrar, por lo tanto, que categorías así no sirven para describir nuestra situación. Pero una cosa muy diferente es impedir, por medio de trucos, propaganda, lucha política y cultural, que se empleen ciertas categorías aunque todo mundo entienda que son no sólo útiles, sino indispensables. Este es el engaño que tiene lugar en la actualidad. De hecho, podríamos decir que el uso de ciertas nociones está “culturalmente” prohibido, pero no porque se haya demostrado que las categorías en cuestión son obsoletas, sino simplemente porque se les anatemizó, se les condenó y se les expulsó del vocabulario “políticamente correcto”. No es de buen gusto recurrir a ellas, por más que sean indispensables. No podemos entonces hablar de “enajenación”, de “lucha de clases”, de “acumulación del capital”, de “fetichismo de la mercancía”, de “plusvalía”, de “explotación” y así sucesivamente, pero no porque los fenómenos a los que aluden ya no se den, sino porque está culturalmente prohibido hacerlo. Lo que ha sucedido, por lo tanto, es que se ha amordazado el pensamiento y sólo tienen la palabra los superficiales especialistas de diversos aspectos de la superestructura (jurídica, política, filosófica, etc.) que encuentran satisfactorios sus “análisis” políticos expresados en las categorías más convencionales posibles. Dicho de otro modo: desde la perspectiva en la que encaramos nuestro tema, podemos afirmar que el desmantelamiento del socialismo real significó la esclavización del pensamiento político. No somos libres para pensar políticamente, porque no podemos emplear las categorías que son políticamente útiles y no se han construido nuevas. Si queremos expresar nuestra indignación política, tendremos que recurrir a categorías casi carentes de contenido y por lo tanto no podremos decir lo que realmente quisiéramos decir. La situación es en verdad patética para algo así como el 95% de la población mundial.
g) ¿Es esa una situación imposible de modificar? Claro que no! Las categorías van surgiendo en función de los requerimientos tanto teóricos como prácticos de la vida social y de uno u otro modo se van construyendo y aplicando sólo que el proceso de construcción puede llevar mucho tiempo y eso es tiempo perdido. Es innegable que la elaboración de un aparato conceptual como el que ahora necesitamos con urgencia requiere de un genio como, por ejemplo, Karl Marx, pero genios así definitivamente no abundan. Lo que en cambio sí prolifera son los comentaristas de pacotilla, los que ya demostraron que el marxismo (la teoría del sistema capitalista) está refutado. La verdad es que es hasta divertido imaginar a estos seres debatiendo con Marx, a quien obviamente no le habrían servido ni para el arranque, como se dice. Pero regresemos a nuestro tema: como lo advertimos al principio, el pensamiento se expresa no sólo por medio de la palabra, sino también a través de la acción y la acción queda cabalmente entendida y es realmente aprovechada cuando queda categorizada del modo como la realidad lo requiere. Nuestro país, por ejemplo, está hundido en la corrupción, la desigualdad, la injusticia, la disfuncionalidad institucional, las ambiciones oligárquicas, el embrutecimiento sistemático de la población, la convivencia del despilfarro y la miseria y así indefinidamente. Describir lo que pasa en él por medio de esas categorías que emanan del lenguaje natural es correcto, pero ello es teóricamente insuficiente. Para la teorización apropiada requerimos de un nuevo vocabulario político y el problema es que se proscribió el marxista y nadie todavía ha construido el nuevo aparato conceptual. La vida, sin embargo, exige cada vez con más fuerza que esta construcción se realice, porque de lo contrario no se comprenden ni los problemas ni los cambios. Por ejemplo, necesitamos conceptos para dar cuenta de la bancarrota a la que todos los países sistemáticamente se ven llevados por la lógica misma de la banca mundial. No hay palabras para describir eso que, no obstante, es una realidad. Como no tenemos ese concepto, entonces no se puede actuar en concordancia con él y por lo tanto no podemos concebir cómo zafarnos de la garra de los banqueros ladrones. Necesitamos poder hablar de un movimiento emancipador como el que está teniendo lugar en Grecia, país que está a punto de romper el yugo de los bandoleros-banqueros, sin que tengamos para ello que hablar de “defaul”, de “incumplimiento en los pagos”, etc., porque la sencilla razón de que el problema no queda bien descrito de ese modo. Esas categorías recogen el modo como los banqueros perciben el asunto, pero dicho modo no es el de las poblaciones del mundo. Requerimos de un nuevo léxico para poder transmitir los horrores del campo de concentración más grande de todos los tiempos, esto es, Gaza, y ya no nos bastan las palabras que se usaban para otros sitios como ese; nos faltan las categorías para medir en todo su horror las matanzas de estudiantes y muchas otras atrocidades que se cometen día con día por consideraciones de orden económico y político, y así indefinidamente. En otras palabras, necesitamos, so riesgo de asfixiarnos, al verdadero libertador del pensamiento, al individuo que logre acuñar las categorías que exigen las complejidades de la vida política contemporánea y que son indispensables para que podamos pensar claro y actuar con decisión para beneficio de las mayorías.

¿Quién Manda Aquí?

I) El escándalo
Hace unos días nos despertamos en todo el mundo con la increíble noticia de que una de las asociaciones deportivas más importantes del mundo, la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado), había sido intervenida por la policía norteamericana la cual, en territorio suizo, había detenido a un cierto número de funcionarios prominentes de dicha organización (cerca de 50). La justificación de la intervención del gobierno yanqui fue que se había descubierto que los dirigentes de la FIFA habían cometido toda clase de maniobras financieras ilícitas (fraudes), lavado de dinero y acciones típicas de crimen organizado. Naturalmente, dado el bombardeo mediático, la impresión que el ciudadano normal se lleva ante noticias de acción policiaca como esta en contra de la FIFA es de satisfacción y aprobación. El razonamiento común es que habría sido gracias sólo a una ardua investigación de varios años que por fin se habría hecho justicia y se habría desbaratado una organización criminal, parasitaria y en el fondo hasta deformadora del deporte mismo que, se supone, pretende impulsar a nivel mundial. La reacción espontánea de la gente podría expresarse así: “Bravo! Bien merecido se lo tienen esos delincuentes de alto nivel. Bien por el FBI!”.
No cabe duda de que la noticia en cuestión resultó por lo menos doblemente sorpresiva. La acción del gobierno de los Estados Unidos en contra de la FIFA tomó a todo mundo de sorpresa porque, curiosamente, algo de lo que ha salido a la luz ya se sabía; de hecho se sabía mucho más, pero nunca se había hecho nada. Qué sorpresa que ahora sí, súbitamente, se hiciera algo. ¿Raro, no? Era bien sabido, por ejemplo, que para tomar decisiones importantes los dirigentes de la FIFA se reunían con todos los dirigentes de todas las asociaciones mundiales en alguna isla que rentaban durante tres o cuatro días y por medio de bacanales, sobornos, orgías y demás se cooptaba a los dirigentes y se captaban sus votos. Ese es un aspecto de la corrupción por medio de la cual operaba la organización. Pero siempre hubo otros, no tan llamativos. Por ejemplo, todos recordamos la odiosa e injusta expulsión de Maradona durante la Copa del Mundo en los Estados Unidos, en 1994. Con Maradona al frente, Argentina en esa Copa era simplemente imparable. Había que sacarlo de la cancha porque era un estorbo para grandes negocios ya acordados. Se hizo entonces lo que había que hacer, o sea, sacar a Maradona (quien no era comprable) para obtener el objetivo deseado que era, como todos sabemos, que Brasil se coronara. El brasileño Joao Havellange era todavía el presidente de la FIFA y en verdad fue con él que ésta se convirtió en la máquina de negocios que desde entonces ha sido. La FIFA maneja anualmente miles de millones de dólares en contratos (televisión, ropa, comida, telefonía, afiliaciones, transferencias de jugadores, etc.) y es obvio que en esos niveles la corrupción tiene que estar presente. Es de párvulos pensar que se pueden manejar empresas trasnacionales de esas magnitudes sin que haya sobornos, chantajes y en general acciones ilícitas de todo tipo. Pero la pregunta aquí, y esa es la segunda razón por la que era inevitable no sentir asombro por el suceso, es: ¿por qué justo ahora?¿Por qué, si todo se sabía desde hacía 25 años, por qué estalló el escándalo ahora?¿Por qué derrocar a Blatter si éste siempre actuó en concordancia con las leyes del mercado? Que no nos vengan a decir que por requerimientos norteamericanos de higiene financiera, porque eso sería además de todo un insulto no digamos ya a la inteligencia, sino al sentido común. Lo estremecedor del caso es que la respuesta al enigma de la FIFA no está en las prácticas de la FIFA, porque si así fuera los Estados Unidos tendrían que desmantelar un número fantástico de empresas norteamericanas (Walmart, Enron, Merrill Lynch, Merck y tantas otras) que operan fraudulentamente a lo largo y ancho del mundo y eso ni lo han hecho, no lo hacen ni lo harán. Entonces ¿por qué ensañarse con la FIFA y sus dirigentes?
II) Las raíces de la destrucción de la FIFA
Como dije, si queremos entender mínimamente qué pasó con la FIFA tenemos que ver en otra dirección; tenemos que volver la mirada hacia donde se toman las decisiones fundamentales en el mundo occidental. Después de todo, la FIFA no es cualquier agrupación. Ahora bien, si queremos entender lo que está pasando con la FIFA (lo cual incluye la renuncia de Blatter el día de hoy, martes 2 de junio), tenemos que cambiar totalmente de escenario: tenemos que remontarnos a los años 90 y revivir el desmoronamiento de la URSS. El encargado de desmantelar la Unión Soviética fue Yeltsin, el dipsómano. De lo que se trataba era de privatizar todo lo que hasta entonces había sido propiedad estatal, es decir, prácticamente todo lo que operaba como unidad productiva en el país: las fábricas, los periódicos, el petróleo, la televisión, las siderúrgicas, los trenes, etc., etc. La consigna era deshacerse de todo y rápido. El problema era: ¿quién estaba capacitado para absorber lo que hasta entonces habían sido las empresas del Estado, toda la riqueza nacional de una super-potencia? Desde luego que no el ciudadano común y corriente. No obstante y como siempre, aparecieron de la nada algunos “vivales” que, financiados por banqueros y magnates occidentales, en un santiamén se apoderaron de todo. Conformaron entonces lo que la gente en Rusia empezó a llamar el grupo de los ‘oligarcas’. De manera que no más de 20 o 25 personas se quedaron con todo lo que era la riqueza de los pueblos de la Unión Soviética.
Los oligarcas eran ricos en serio. Estamos hablando de gente que llegó a tener 60,000 millones de dólares prácticamente de un día para otro. En ese contexto de desmantelamiento forzado y precipitado de la Unión Soviética llega Vladimir Putin al poder y, como era de esperarse, se da la confrontación entre los oligarcas y el nuevo presidente de un país que estaba dejando de ser lo que había sido sin ser todavía nada determinado. El evento decisivo se produjo en el Kremlin, durante una ahora célebre reunión en la que, al llegar, Putin va saludando personalmente a todos y cada uno de los presentes. Éstos, sin embargo, ya tenían un plan y, mejor aún, un portavoz: Mihail Khodorkovsky. Éste acusa al gobierno de presiones injustificadas, de extorsiones, etc., y le exige a Putin que le ponga fin a todas esas prácticas. En un momento dado (la verdad es que yo no sabría si calificar su pronunciamiento como cínico o como extremadamente sincero), él explícitamente admite que es obvio que todos los que están allí robaron, pero que tiene que haber un nuevo punto de partida, un nuevo arranque y que ellos, los nuevos magnates rusos, le exigen al gobierno que nos los obstaculice en sus actividades, porque la economía rusa depende de ellos. Lo inesperado en esa reunión es, obviamente, la reacción de Putin: éste no sólo no se deja intimidar por los nuevos multimillonarios sino que contra-ataca y se sale. Al otro día Khodorkovsky es detenido y encarcelado. Poco a poco, Putin recupera mucho de lo que había sido robado por estos “hombres de negocios” y redistribuye los bienes. (Khodorkovsky, como es bien sabido, negocia su salida y sale de la cárcel y de Rusia unos 14 años después).
Lo anterior, aunque estrictamente hablando asunto interno de Rusia, genera una furia inaudita, inmensa, infinita en Occidente pero especialmente en los Estados Unidos. Y tenían razón, porque lo que se desvaneció fue el “sueño americano”. Lo que se vino abajo fue la idea de tener un país hermano dominado abiertamente por los oligarcas rusos, con lo cual se habría completado un plan de dominio mundial. Pero apareció Putin y el proyecto se extinguió. Esto explica el odio tan feroz que en ciertos sectores hay hacia él. Al subordinar a los oligarcas, Putin automáticamente se convirtió para la prensa mundial en el nuevo ídolo del mal, el causante de todos los problemas del universo, cuando en realidad lo único que hizo fue hacer valer sus sentimientos nacionalistas y religiosos e imponer una política favorable al pueblo ruso y no a unos cuantos arribistas y parvenus como lo eran Berezovsky, Smolensky y los otros. Pero desde el punto de vista de la cúpula política, financiera y mediática de los Estados Unidos, Putin es absolutamente imperdonable. No lo crucifican ni queman vivo porque no pueden, pero el odio se manifiesta de múltiples maneras. Una de ellas es, por ejemplo, la artificial y criminal guerra de Ucrania, una guerra planeada y orquestada desde Washington. Pero con todo y eso, el proyecto de trasnacionalización del mundo fue frustrado y lo fue por un hombre: Vladimir Putin.
III) La FIFA, Rusia y Palestina
Aquí es donde retomamos el tema de la FIFA. Blatter arregló, como lo había venido haciendo con la anuencia de todo mundo, que en 2018 la Copa del Mundo tuviera lugar en Rusia. Pero con el trasfondo que hemos delineado esa era una decisión sencillamente inaceptable e imperdonable. ¿Cómo es que se atrevió a hacerlo? Con esa decisión, Blatter selló su sentencia de muerte. Pero se necesitaba algo más para echar a andar el proceso de destrucción de la FIFA de Blatter y ese pretexto lo suministraron involuntariamente los palestinos. Éstos se habían venido quejando, con yo diría mil por ciento de razón, del hostigamiento, del acoso y de la brutalidad de la que son objetos sus futbolistas cuando tienen que salir del campo de concentración de Gaza para competir, siempre en condiciones de desventaja, con sus rivales deportivos. Pueden no cumplir con sus compromisos porque no los dejan salir o llegar de regreso y no encontrar sus casas porque ya se las demolieron. Y eso todo el tiempo. Entonces, ante una brutalidad israelí que hasta los invidentes podrían ver (es curioso: hay fenómenos que un invidente puede ver, pero que un fanático no puede percibir!), los palestinos solicitan a la FIFA que excluya a Israel de la Federación. El tema es recibido como digno de ser considerado y eso sí ya no se puede permitir. Llegamos a los límites de lo permisible. Ya están los elementos en el tablero y ya se puede pasar a la acción.
El procedimiento judicial y policiaco se prepara en tres minutos. Lo que siempre se busca es tener a la mano una buena justificación política. En este caso se disponía de ella desde hacía 30 años. No había problema. Entonces el gobierno americano interviene una institución privada cuando nadie inició ninguna acción legal en su contra y, auto-confiriéndose derechos de extra-territorialidad, arresta a ciudadanos de diversos países en un país europeo. Hasta donde mi razón me lo indica, eso es una flagrante violación de la soberanía nacional en este caso de Suiza. Estoy seguro de que para muchas personas resulta incomprensible que los gobiernos europeos no hayan dicho ni una palabra al respecto, que nadie haya protestado. Pero dejando esto de lado, con la intervención del FBI: ¿qué se persigue?¿Cuál es el objetivo de la operación? Podemos mencionar varias cosas.
En primer lugar, iniciar el proceso de re-estructuración de la FIFA de modo que en un plazo no muy lejano se reúnan los dirigentes de todas las asociaciones y echen por tierra las decisiones anteriores, muy especialmente desde luego la de concederle a Rusia la sede para la siguiente Copa del Mundo. Debe quedar claro: el odio contra Putin es inmenso y va a durar varios miles de años. En segundo lugar, se acabó el problema palestino. Ya se les explicó a éstos una vez más que ellos no tienen derechos y menos aún de inconformarse en contra de una política o de una decisión del gobierno israelí. Tiene que quedar claro que eso no está permitido, que no es una regla de conducta pública o privada que tenga validez en la vida occidental contemporánea. En tercer lugar, hay que darle un escarmiento a Blatter y de paso indicarle a los líderes o dueños o dirigentes lo que les puede pasar si se atreven a violar las leyes supremas no escritas de la política occidental. En cuarto lugar: debe quedar claro que no se trata de detener u obstaculizar el modus operandi del big business. Lo que está pasando no es el inicio de un proceso de moralización, de re-estructuración moral, de limpieza axiológica. Nada de eso. Pensar algo así es ser ridículo. Lo que está en juego es otra cosa. La nueva FIFA procederá exactamente igual o peor que la FIFA de Blatter. ¿Quién es Blatter a final de cuentas?¿Cómo puede un sujeto así imaginar que va a retar a los amos del mundo occidental?¿Quién manda aquí entonces? Es en eso en lo que inevitablemente el asunto de la FIFA hace pensar.
R E G R E S O   E N   D O S   S E M A N A S
 

Incidentes Bochornosos

1) No creo que haya alguien que piense, si lee lo que escribo, que estoy particularmente interesado en desarrollar una labor de periodista. Definitivamente, para la (indispensable) labor de recopilación de datos para nada más mencionarlos y pasar a otra cosa no me siento apto. No debería entonces sorprender a nadie si ocasionalmente me ocupo de sucesos que ya no son de actualidad pero que, desde mi punto de vista al menos, revisten algún interés y que, por consiguiente, ameritan que regrese uno sobre ellos, aunque como “novedades” hayan ya quedado sepultados por las subsiguientes avalanchas de datos. O sea, no es parte de mis objetivos estar reportando acontecimientos, sino que más bien me interesa seleccionar hechos que en mi opinión ameritan ser considerados porque pueden dar lugar a una reflexión personal que a su vez permita extraer alguna lección o moraleja digna de ser ponderada. De ahí que me permita hoy recuperar un evento que tuvo lugar la semana pasada pero al que, justamente, no quisiera darle un trato meramente periodístico. Quisiera, pues, recuperar una vergonzosa situación para, aunque sea superficialmente, examinarla y tratar de extraer de ella alguna lección.
2) El penoso hecho que tengo en mente es la conversación telefónica mantenida por el destacado Dr. Lorenzo Córdova Vianello, ahora Consejero Presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), con el Secretario Ejecutivo del instituto en cuestión. La plática fue tramposamente grabada y hecha pública. No es difícil percatarse de inmediato que están involucrados dos temas lógicamente independientes, aunque es debatible si de facto lo son también. Está por una parte el contenido de la conversación y por la otra la ilegalidad de la grabación. Me da la impresión de que se nos presentan aquí básicamente cuatro posibilidades. Podríamos tener:

A
Plática banal grabada (y difundida)
B
Plática banal no grabada
C
Plática no banal grabada (y difundida)
D
Plática no banal no grabada

De entrada sabemos que los casos B y D no son relevantes: si no se puede, legal o ilegalmente, saber qué opina alguien sobre un tema en particular, no hay nada que discutir. Quedan, pues, los casos A y C. En el primero no hay conflicto alguno: se comete una ilegalidad que sólo sirve para demostrar que se puede violentar la privacidad y la intimidad de las personas. Obviamente, dicha ilegalidad es a todas luces injustificable. El caso crítico, sin embargo, es C y es el caso de Córdova. Por qué es este el caso crucial es algo de lo que nos ocuparemos en la siguiente sección.
3) Precisemos, para empezar, que el contenido de la plática del H. Consejero Presidente con su Secretario más que importante es significativo, representativo, simbólico. El contenido no es del todo trivial, en el sentido de que se hacen afirmaciones ofensivas, lacerantes, burlonas respecto a gente que ha sido siempre denigrada, explotada y humillada. El problema es que nosotros nos enteramos de dichos “puntos de vista” gracias a un acto ilegal. El asunto es: independientemente de si otros se enteran o no, de seguro que todo mundo tiene derecho a pensar y a opinar lo que le venga en gana sobre el tema que sea. Puede no gustarnos, podemos no coincidir con lo que alguien afirma, pero la persona de que se trate tiene derecho a pensar como lo hace, sea el tema que sea. En eso consiste la libertad de pensamiento y de opinión. Se plantea una dificultad, sin embargo, porque las opiniones externadas y de las cuales nos enteramos no congenian del todo con lo que se espera de un funcionario en el puesto que Córdova ocupa. Pero entonces ¿qué tiene prioridad: la libertad de expresión o el rol político en el que quien opina se desempeña?
4) Ilustremos el asunto con un caso imaginario. Supongamos que hay una dependencia oficial en alguna Secretaría de Estado destinada a proveer servicios y apoyo para gente discapacitada, digamos invidentes o sordo-mudos. Asumamos sin discutir que el director de la dependencia en cuestión cumple satisfactoriamente con su trabajo, pero que lo graban durante una fiesta en su casa burlándose y dando rienda suelta a todo su desprecio por las personas discapacitadas para las cuales, se supone, trabaja. O sea, hay una discordancia entre la faceta oficial del personaje y su vida personal. ¿Basta eso para condenarlo? Desde un punto de vista meramente lógico, no: no hay ninguna contradicción formal entre las dos “personalidades” del sujeto. Hay a lo sumo una especie de esquizofrenia política y moral. Pero ¿qué hay que hacer cuando se está frente a un caso como este de esquizofrenia ideológica?¿Basta con constatarla y asunto arreglado?¿Es suficiente con que el hombre público cumpla con sus obligaciones como funcionario independientemente de lo que en su fuero interno piense o sienta? Eso es lo que se necesita dirimir.
5) El que no se trate de un caso de contradicción formal no quiere decir que no estemos en presencia de alguna clase de tensión, de oposición, de incongruencia. Supóngase que alguien tiene un amigo que habla muy mal de él pero que hace todo para favorecerlo. Si la persona se queja ¿sería aceptable la respuesta de que lo que cuenta son los hechos y que no hay que concederle a las palabras mayor importancia? No creo que muchas personas aceptarían de buena gana una situación así y con justa razón. No se puede negar entonces que, en el caso de Córdova, hay una especie de contradicción personal: él no tiene la actitud correcta hacia las personas para las cuales supuestamente trabaja (y cobra!). Eso se llama ‘hipocresía’ y ciertamente hay un elemento de inmoralidad involucrado. Pero el otro problema, a saber, que si bien la conducta lingüística del sujeto es en algún sentido inmoral, de todos modos se le exhibe por medio no sólo de otra conducta inmoral, sino de lo que es abiertamente una ilegalidad. ¿Cómo se supone entonces que se debe reaccionar frente a una inmoralidad exhibida por una ilegalidad? No podemos avalar el acto ilegal: el día de mañana a cualquiera de nosotros nos publican nuestras modestas opiniones personales, que con toda seguridad a muchos dejarían insatisfechos, y ello no nos gustaría. Sí, pero hay una diferencia fundamental: nosotros no somos funcionarios públicos. ¿Cuál es entonces el juicio apropiado en el caso de Córdova?
6) A mí me parece obvio que sobre la base de una ilegalidad no se pueden hacer cargos de carácter legal en contra de nadie. O sea, el Sr. Consejero Presidente es legalmente inimputable. Pero también es cierto que si bien no se le pueden hacer cargos legales, dado el contenido y el tenor de sus palabras sí se le pueden hacer críticas morales. Quizá no las pueda elevar quien grabó la conversación telefónica, porque eso sería tanto como que un criminal se pusiera a pontificar sobre lo que es la vida moralmente buena: él no tiene autoridad para ello. Y aquí se vuelve a plantear el problema: ¿qué valor tiene un buen consejo moral cuando emana de un inmoral? Afortunadamente, este no es nuestro caso, dado que nosotros no tenemos nada que ver con la grabación. Por lo tanto, aunque reconocemos que no se podría proceder legalmente en contra del Consejero Presidente del INE, sí nos arrogamos el derecho de pronunciarnos sobre su moralidad, dado que por mecanismos legales o ilegales de todos modos conocemos el contenido de su plática y no podemos ya simplemente ignorarla. Consideremos, pues, el caso.
7) Lo primero que hay que señalar es que la situación es de entrada involuntariamente paradójica, porque es en un lenguaje despreciable, digno del más mediocre de los preparatorianos o de los peores actorcetes de Televisa, como Córdova se mofa de un cierto grupo social y de una persona en particular. Es como si alguien se quejara de cómo se expresa un vecino usando para ello el lenguaje más soez y vulgar posible. Así expresado, el quejoso no parece gozar de ninguna autoridad. Lo penoso del asunto es que quien así se expresa detenta un puesto público importante, una de cuyas funciones es ir a ilustrar sobre diversos temas de derecho electoral precisamente a las personas de las cuales se burla. Es como si un maestro rural se burlara de los niños a los que tiene que enseñarles a escribir. Esa conducta no es aceptable. Como ya dije, inclusive si no es formal aquí hay una contradicción pragmática. La conducta del sujeto es indignante, sobre todo porque hace escarnio de un grupo de gente mal tratada desde siempre. Me parece, sin embargo, que podemos dejar de lado todo lo que revela la doble moral del Consejero Presidente y concentrarnos en otra cosa, esto es, en algo que me parece más importante, que rebasa el caso particular y que nos concierne a todos. Me refiero a lo que la situación y el personaje simbolizan, a lo que reflejan. Eso es lo importante de la escena telefónica y es de eso de lo que quisiera brevemente ocuparme.
8) A mí me parece que el Consejero Presidente el INE encarnó a la perfección durante un minuto o minuto y medio que duró su plática lo que son nuestros líderes, nuestros representantes, nuestros dirigentes, nuestros políticos. Por un lado tenemos la faceta pública del sujeto: un buen orador, profesionalmente competente, etc., pero, por la otra, tenemos a alguien que manifiesta un gran desprecio por la gente común, por el ciudadano de a pie, por la gente que no desayuna, come y cena como él. En ese sentido, el Dr. Córdova es como el común de nuestros políticos: bien vestido, atufado, etc., pero manifestando en privado un reverendo desprecio por todo lo que en público profesa respetar. Podemos imaginar que ese señor, que lamentó en público su conducta, sin realmente ofrecer disculpas como pudo haberlo hecho, en privado, entre amigos, se muere de risa por lo que sucedió y muy probablemente esté muy orgulloso de su “crónica marciana”. Que no nos extrañe que esa pifia ya le haya ampliado su horizonte “político”, porque ahora los profesionales, los grandes lagartos de la política mexicana, ya reconocen en él a uno de ellos, esto es, una moneda falsa, alguien por lo tanto con quien ciertamente se podrá en todo momento colaborar. Por consiguiente, al Dr. Córdova le auguramos un brillante futuro en la política nacional. Lo que le pasó es simplemente una prueba de que no está todavía suficientemente fogueado, que le falta un poquito de experiencia, pero ciertamente dejó en claro que tiene madera de político mexicano y nos demostró, una vez más, que lo que en otros países le habría costado caro a quien hubiera hecho lo mismo aquí en México puede ocurrir y no pasa nada. Desde la perspectiva tanto del juego político como de una moralidad sencilla, lo que él tenía que haber hecho era haber ofrecido su renuncia, pero en México un gesto así es prácticamente impensable. Y ahí sigue, vivito y coleando. No es implausible que una vez pasadas las elecciones deje el INE y pase a otro puesto. Felicidades de antemano!
9) Aunque, como vimos, es posible maldecir a alguien y actuar en beneficio de él, cuando llegamos al caso de las figuras públicas esa combinación de doble estándar es a la larga insostenible. ¿Por qué? Porque a final de cuentas se termina por no creer en las bondades de las acciones realizadas. No pueden dicotomizarse a tal grado el lenguaje y la acción. Aunque en la imaginación es posible separarlos tajantemente, en la realidad se requiere un mínimo de congruencia entre lo que se dice y lo que se hace. Desde luego que se puede ser un hipócrita completo, como el grueso de los políticos de este país, pero el punto es que aunque no se pueda hacer nada en contra de ellos de todos modos nadie les cree nada. Y se nos hizo ver que el Sr. Córdova, por un descuido, forma parte ya del super-honorable club de farsantes al cual ingresan en primer lugar nuestros inefables políticos. El repudio moral de sus prácticas, quiero decirlo explícitamente, ni mucho menos significa que avalamos la práctica infame de la invasión de la privacidad. Es más: si tuviéramos que elegir entre hipocresía total e ilegalidad, no cabe duda de que habría que preferir ser inmoral que ser ilegal. Es a esta clase de conflictos a los que permanentemente nos lleva la “política nacional”.

Dad al Papa lo que es del Papa!

I) Si hay algo que no me gusta es hablar de mí mismo. Sin embargo, la máxima de mi actitud tiene en ocasiones que violentarse, porque de no hacerlo algunas cosas que pudiera yo afirmar podrían no ser comprendidas o debidamente apreciadas. Tengo, pues, que confesar que lo que mis más remotos recuerdos me dicen es que nací y viví siempre en un medio esencialmente ateo. Yo nací en un medio permeado por la figura del Lic. Narciso Bassols, un destacado mexicano que en tanto que Secretario de Educación, a principios de los años 30, había protagonizado un serio enfrentamiento con la retrógrada y reaccionaria institución de la Iglesia Católica mexicana. La causa eficiente del conflicto lo fue la enseñanza de la biología en la Escuela Primaria, con todo lo que ello entraña y en particular el estudio de temas relacionados con la sexualidad (anatomía, reproducción, etc.). La confrontación entre el Estado Mexicano y la Iglesia fue tan agria que al cabo de dos años el Lic. Bassols decidió presentar su renuncia al puesto y evitarle así al gobierno un desgaste político (y quizá hasta militar) que habría podido alcanzar los niveles de la cruenta guerra abiertamente promovida por el clero mexicano y que había terminado tan sólo unos 4 años antes. En todo caso, en nuestra familia se respiró siempre una atmósfera liberal, juarista, anti-clerical y, aunque no se nos infundía ninguna clase de odio por la religión en general, tampoco se nos impartió ninguna clase de “instrucción religiosa”. A decir verdad, la religión de nuestra casa era más bien algo así como la creencia en las bondades del socialismo. Convicciones como esas ciertamente pueden tener sesgos religiosos, pero no es ese el tema del que quiero ocuparme aquí. Lo que por el momento quiero es simplemente subrayar que, a diferencia de lo que pasaba con prácticamente toda la gente que me rodeaba con excepción de los miembros de una minoría muy especial, de hecho yo no nunca tomé parte en los ritos bien conocidos en los que participan millones de personas (bautismos, primeras comuniones, misas, tedeums y demás). La cuestión de si me perdí de algo o no es debatible, puesto que yo por cuenta propia me topé posteriormente con la creencia en Dios, escribí dos libros sobre temas de filosofía de la religión y he impartido en muchas ocasiones cursos, seminarios y conferencias sobre temas centrales de esa rama de la filosofía y en cambio no tuve que pasar por los miedos, las angustias, los peligros y los traumas por lo que pasan muchísimos niños y jóvenes que entran a formar parte de congregaciones religiosas. Para ilustrar: nunca me afiliaron mis padres a, por ejemplo, los Legionarios de Cristo! Nunca estuve al alcance de ningún Maciel.
II) Lo anterior lo cuento porque quisiera que se le dieran a mis palabras el sentido y, de ser posible el valor que tienen, tomando en cuenta de quién provienen. Yo durante un periodo muy largo de mi vida me dejé llevar frente a la religión y el Papado, que es el tema que me incumbe, por los escritos de pensadores como Friedrich Nietzsche y Bertrand Russell. Pero poco a poco me fui independizando, primero del primero y después del segundo. Ahora mi actitud es diferente. Como todo mundo sabe, la historia del Papado es muy variada e incluye desde grandes hombres hasta  agitadores en gran escala (como Urbano II), desde ambiciosos desmedidos (como Gregorio IX o Inocencio IV, los dos enemigos mortales del gran Federico de Hohenstaufen) hasta intrigantes y hombres totalmente inescrupulosos (como Alejandro VI, ni más ni menos que el padre de Cesar Borgia), desde hombres de estado más o menos estándar (como Paulo VI) hasta actores políticos carismáticos, como Juan XXIII, y algunos de efectos letales (como Juan Pablo II). No formando parte yo del reino de la Santa Madre, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, ninguno de esos personajes tiene para mí otra cosa que un interés histórico o, si es más reciente, político y de todos modos el panorama a que dan lugar en general no me atrae. La vida en el Vaticano, los conciliábulos, los crímenes que allá se cometen (como el asesinato de Juan Pablo Primero. Qué casualidad que ya estaban en curso las conversaciones entre, por una parte Reagan y Thatcher y, por la otra, Gorbachov y Shevarnadze, para la venta de los países del Pacto de Varsovia, sólo que se necesitaba a la persona ad hoc para iniciar el proceso de desmantelamiento del socialismo y Juan Pablo I no era esa persona), nada de eso me resulta un paisaje atractivo. Con el Papa Ratzinger no tenía yo la menor razón para cambiar de opinión. Pero inesperadamente un cambio importante se produjo: apareció Francisco. Y entonces, de algún modo y en alguna medida, mi punto de vista se modificó. Quisiera explicar en unas cuantas palabras en qué sentido y por qué.
III) Desde luego que una persona no puede ella sola alterar radicalmente juicios que histórica y culturalmente quedaron establecidos con toda firmeza, independientemente de si dichos juicios están justificados o no. No es, pues, el juicio histórico sobre el Papado lo que por personajes como Francisco podría modificarse. Sin embargo, personajes como él sí pueden dar inicio a una nueva apreciación y valoración y empezar un proceso que llevaría a juicios históricos novedosos. Yo creo que es el caso del Papa Francisco. En mi opinión, Francisco puede ser evaluado desde tres perspectivas distintas: como persona, como actor político y como líder religioso. Echémosle, pues, un vistazo a esas tres facetas del Papa actual.
A) Como persona. Sin duda alguna, hay un marcado contraste entre este Papa y sus predecesores. Todos ellos tienen que cumplir con los ritos ya establecidos de la Iglesia, como el lavado de pies, y en ese sentido son todos iguales. Qué diferencia haya entre cómo lo hace uno y cómo lo hacer otro es algo realmente superficial y que no amerita ninguna reflexión, en el mismo sentido en que da exactamente lo mismo que uno sea zurdo y otro derecho. Si vamos a hablar de la persona tenemos que fijarnos en lo que es específico de ella. ¿Qué rasgos se detectan en este Papa? A diferencia de muchos otros, Francisco no sólo sonríe, sino ríe. Eso le da un aspecto afable. Pero además es un Papa decidido a entrar en contacto con la gente: saluda, acaricia cabezas, cuenta chistes (contó uno bien conocido sobre cómo se suicidan sus compatriotas, esto es, los argentinos, pensando (supongo) sobre todo en los porteños) y tiene la virtud cardinal de todo sujeto genuinamente religioso: es un hombre humilde. No pretende erigirse en juez, en legislador universal, en potentado. Para expresarlo de un modo un tanto paradójico: Francisco no pontifica, obviamente en el mal sentido de la palabra. Es una persona a todas luces sensible y, por si fuera poco, valiente. Como se sabe, tres parientes suyos murieron en un “accidente” vehicular, a saber, la esposa y los hijos de su sobrino. Esto bien pudo haber sido un simple accidente automovilístico, pero la sombra de un atentado y, sobre todo, de una advertencia, planea sobre el evento en cuestión. Algo en ese sentido podría quizá colegirse de una entrevista en la que se le preguntó sobre lo que él pensaba que podría pasarle a él, a lo cual respondió sonriendo que quería vivir, pero que si habían decidido matarlo que sólo pedía que lo mataran rápido, porque no quería sufrir. Respuesta honesta y valiente. ¿Por qué? Porque el mensaje de su respuesta es claramente que ninguna amenaza, ningún peligro le haría modificar su visión de lo que es su misión, una respuesta dada en público para quien quisiera oírla. Por otra parte, es incuestionable que Francisco le hace honor a ‘Francisco’: el ahora Papa adoptó como nombre oficial el nombre de quien muy probablemente podría ser catalogado (si dicha clasificación tiene sentido) como el hombre más modesto y humilde de la historia: Francisco de Asís. Auto-denominarse de ese modo es, por lo tanto, adquirir un compromiso muy grande. Y todo indica que lo está haciendo bien. Francisco es un hombre a la altura de su puesto.
B) Como actor político. Es obvio que cualquier Papa será siempre una pieza importante en el tablero de la política mundial. Así tiene que serlo el líder de una comunidad de más de 1,200 millones de personas. Y Francisco ya dio muestras de gran olfato político. Por lo pronto, medió entre Washington y Cuba. Es cierto que ya estaban dadas las condiciones para un cambio en la relación entre esos dos países, por razones más o menos obvias. Por una parte, para florecer Cuba necesita que la dejen interactuar libremente con otros países y para ello se requiere ponerle fin a un criminal y obsoleto bloqueo que, aunque con fisuras, de todos modos entorpece sobremanera el desarrollo de la isla y el mejoramiento de las condiciones de vida de su esforzada población. Pero, por la otra, es claro que los norteamericanos (que tienen perdida la guerra comercial con China y permanentemente requieren de nuevos “mercados”) están perdiendo multitud de oportunidades concretas de negocios en la isla, oportunidades que están aprovechando los españoles, los franceses, los mexicanos, etc. El punto es importante: 50 años después de haber emigrado y con el fin de la Guerra Fría, la comunidad gusana (esto es, lo constituida por los cubanos instalados en Miami) ya no le representa a los Estados Unidos más beneficios que la apertura comercial, financiera, cultural, deportiva, etc., con Cuba. En estas circunstancias, Francisco facilitó la comunicación y generó con ello unas expectativas que tienen boquiabierto a medio planeta. Pero eso no es todo. Su apoyo a las comunidades cristianas del Medio Oriente ha tenido algunos efectos y V. Putin mismo, cuando propuso su estrategia de paz para Siria, antes de la invasión de los mercenarios de Estado Islámico, pagados (como todo mundo sabe) por los Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, mencionó al Papa como uno de los factores a tomar en cuenta, con lo cual se logró retrasar un poco dicha invasión, que por otra parte era inevitable (y aunque ciertamente muy costosa desde todos puntos de vista, probablemente infructuosa, si el objetivo último es aniquilar el gobierno legítimo del presidente Assad). Pero el movimiento más audaz y por el cual Francisco se ha ganado la admiración, el respeto y hasta el cariño de millones de personas es el reconocimiento oficial del Estado de Palestina por parte del Vaticano. Eso nadie se había atrevido a hacerlo, con la excepción de Suecia. Europa tiene la puerta abierta para ello, porque ya se la abrió Francisco. Eso enaltece a quien quiera que sea, porque todo mundo sabe lo que diariamente sucede en Gaza y en Cisjordania y nadie dice nada, pero el Papa Francisco levantó la mano y habló. Nadie con dos dedos de sensibilidad puede estar en desacuerdo. Es por eso que el Papa recibió al presidente palestino, Mahmoud Abbas, como a “un ángel de la paz”. Y, como acto simbólico de solidaridad con un pueblo azotado de manera brutal mañana, tarde y noche desde hace 70 años, Francisco beatifica a dos monjas palestinas que vivieron a finales del siglo XIX, en una zona que pertenecía al Imperio Otomano. Todo ello tiene un fuerte impacto en la opinión pública mundial y a mí me parece además que es una demostración de consistencia política y de congruencia moral. Todo mundo está a la espera de su viaje, en septiembre, tanto a Cuba como a los Estados Unidos en donde, como todos sabemos y entendemos por qué, pueden tener lugar eventos tan inesperados como indeseables.
C) Como líder religioso. A mí me parece que con Francisco la Iglesia Católica se re-encuentra a sí misma, recupera su verdadera vocación, la que inspiró a los Padres de la Iglesia, a gente como San Agustín y a los franciscanos. El tema de la pobreza se volvió de un día para otro central en el lenguaje del Vaticano. Por otra parte, me parece también que Francisco sabe que llegó el momento de enfrentar esa insidiosa pero permanente y cada vez más descarada campaña en contra de todo simbolismo que emane de los Evangelios. Los valores cristianos se han visto peligrosamente afectados: la idea de familia, por ejemplo, a la que se trata de sustituir con una idea grotesca de familia que es la que complace a los dueños de Hollywood, la idea de una familia que no es una familia; la figura religiosa suprema de la cultura cristiana, esto es, Jesús, a quien se ha tratado de denigrar (sin éxito, en el fondo) de todos los modos posibles (como super- estrella, como homosexual vergonzante, como un individuo sujeto a las tentaciones más bajas habidas y por haber, como el amante de María Magdalena, etc., etc.) y así indefinidamente. Yo creo que Francisco puede reagrupar a la comunidad cristiana mundial y que él tiene todo para movilizar gente y defender entonces activamente lo que son parte de los cimientos de la cultura occidental. Si lo intenta de seguro que contará, aparte de sus correligionarios, con muchos otros que, aunque sea parcialmente, simpatizamos con su visión. En ese sentido claro que comparto el entusiasmo expresado por Raúl Castro.
Ojalá el Papa Francisco pueda llevar a cabo la revolución palaciega que el Vaticano requiere, que logre vencer la resistencia de la burocracia eclesiástica, modificar lo que haya que modificar para que la Iglesia se purifique (por ejemplo, acabar con el trasnochado y dañino celibato forzoso de los sacerdotes) y unificar de nuevo espiritualmente a Occidente, sin motivaciones de rivalidad espirituales con las otras grandes religiones del mundo. Si lo logra, la humanidad en su conjunto se regocijará, apoyará su causa y sabrá reconocer lo que serían sus eternos méritos.

Auto-Conocimiento y Desintegración

En la antigua Grecia de la época clásica, a la entrada del Templo de Apolo, en Delfos, a donde se asistía para recibir orientación y consejos, había dos inscripciones. La que aquí a mí me interesaría aprovechar era: Conócete a ti mismo. La “recomendación” es como una regla de oro: es obvio que quien realmente se conoce a sí mismo, quien aprendió a no auto-engañarse, está en principio habilitado para evitar muchos tropiezos y descalabros, muchas perturbaciones mentales y un sinfín de frustraciones. Ahora bien, algo interesante de tan atinado imperativo es que se puede imaginativamente extender su aplicación y pasar de individuos a pueblos. Lo que tendríamos entonces sería una directiva general cuyo contenido podríamos parafrasear de esta manera: es mejor para los pueblos conocerse con todos sus defectos, tal como efectivamente son, que auto-engañarse y adoptar la muy costosa política del fingimiento permanente y que finalmente desemboca sistemáticamente en un callejón sin salida. Así entendido, yo estaría totalmente de acuerdo con el precepto. El problema entonces es aplicarlo. Veamos a dónde nos conduce el intento.
Para poder producir soluciones hay que tener una idea clara de los problemas que se enfrentan. Conocernos a nosotros mismos es ante todo tener una visión clara de nuestra “esencia”. Pero ¿qué es conocer la esencia de algo? Hay muchas formas de responder a esa pregunta, pero para nuestros propósitos me parece que damos con la esencia de lo mexicano si encontramos elementos que sean comunes a todos los compatriotas (yo soy mexicano, y a mucho orgullo). Pero ¿hay efectivamente algo así? Es cuestionable. Consideremos, por ejemplo, la cocina. La cocina mexicana es de lo más variado y es simplemente falso que toda sea picosa. Tampoco tienen los mexicanos una única forma de vestirse: hay lugares en donde se usa sombrero, pero otros donde no; no todo mundo usa guayabera ni los jorongos son populares en todas las latitudes del país. Por lo tanto, tampoco la vestimenta nos daría algo “esencial” de los mexicanos. Si nos fijamos en las formas de hablar, lo que encontramos es más bien un mosaico de variedades y tonalidades del español antes que una única forma estándar de expresarnos. Y yo creo que podríamos seguir buscando elementos en común a la gente de Chihuahua, Yucatán y Colima, por mencionar algunos estados claramente dispares en términos humanos, culturales, históricos y demás, y nos costaría mucho enumerar, dejando de lado banalidades inservibles como la de que todos los habitantes de esos estados de la República son seres humanos, elementos en común. Y sin embargo, si persistimos en nuestro esfuerzo, me parece que podemos dar en el clavo y detectar por lo menos un elemento que sí permea a la sociedad mexicana de arriba abajo. ¿Cuál será ese? A mi modo de ver, salta a la vista. Me refiero al mal social por excelencia, presente no sólo en todos los estados sino en todos los estratos sociales: la corrupción. Aquí sí ya no importa de dónde se sea, en qué se trabaje, cuánto se gane: dejando de lado la historia, el lenguaje, las instituciones que nos rigen, la biología y cosas como esas, no cabe duda de que el cemento social de México en este periodo de su historia es la vida en la corrupción. Si ello es así, entonces el tema de la corrupción amerita al menos algunas reflexiones.
La corrupción mexicana es no sólo legendaria: es una corrupción hiperbólica. En México se ven afectados por la corrupción hasta los mecanismos diseñados para acabar con ella. La sociedad mexicana es como un organismo cuyos glóbulos blancos cada vez que detectaran una bacteria se acercaran a ella y en lugar de atacarla le abrieran el paso para facilitarle su acceso a los órganos. En México, de Baja California a Yucatán y de Tamaulipas a Chiapas, se vive en la cultura de la corrupción. Aquí sí ya llegamos a la esencia de la mexicanidad contemporánea.
Si quisiéramos hacer preguntas tontas, dado que lo que queremos es conocernos a nosotros mismos, preguntaríamos entonces algo como ‘¿qué es la corrupción?’. Nosotros desechamos esa estrategia. Mejor preguntemos: ¿de quién, bajo qué circunstancias decimos de alguien que es corrupto?¿Cómo identificamos al corrupto? La verdad es que yo debería cederle la palabra a los expertos, que naturalmente en nuestro país abundan, pero como me faltan los contactos y la confianza creo que por lo pronto, aunque tímidamente, podría apuntar a los siguientes rasgos de personalidad y de conducta para poder hablar de prácticas corruptas:
1) para empezar, hay que ser especialista en el manejo y la desviación de fondos del erario público. Esto es condición sine qua non para estar en posición de cometer fraudes fiscales en gran escala (aunque también sirve para malversaciones de menor nivel)
2) Se tiene que ser muy apto para saber utilizar la ley a fin de delinquir no sólo exitosamente, sino con elegancia. Hay siempre que poder decir en el momento oportuno algo como “Pero el reglamento en su sección x, parágrafo y dice que …”. Si para lo primero hay que tener nociones de economía, para esto hay que ser abogado.
3) Hay que saber ofrecer y vender, no necesariamente al mejor postor, el patrimonio y los bienes de la nación. Para esto hay que haber estudiado comercio o economía, por lo menos. Un corrupto que se respeta tiene que ser razonable y, por lo tanto, fácilmente comprable.
4) Es menester tener nociones de formación de grupos de poder y de actuación en pandilla. Es muy difícil en nuestros días actuar completamente solo, aunque hay aventureros que lo intentan. Por eso, por ejemplo, un gobernador encubre a otro, un secretario de Estado a un embajador, etc. La solidaridad gangsteril es crucial.
5) Se tiene que tener un control de las facciones que ni los actores logran tener porque, y esta es la condición subjetiva suprema del corrupto, hay que saber no sólo inventar mentiras para salir al paso, sino haber hecho de la mentira su segunda naturaleza. ¿Cómo podría un corrupto tener éxito sin ser un mentiroso descarado? La técnica de la mentira es imprescindible.
6) Hay que ser de un egoísmo patológico y manifestar profundas tendencias anti-sociales. El grado de corrupción que se alcance dependerá de cuán graves son los desórdenes de personalidad que se padezcan. Es obvio!
7) Como un corolario de lo anterior, tenemos que señalar que hay que ser un “duro”, es decir, no sólo un caradura (punto 5), sino haber aprendido a ser totalmente indiferente hacia la situación de los demás. El corrupto tiene que tener su conciencia tranquila: tiene que poder comer a gusto, usar el dinero de otros para viajar, apostar en Las Vegas, etc., sin que lo perturben pensamientos concernientes al hambre, la miseria, la insalubridad, etc., en la que viven millones de compatriotas. Faltaba más!
8) Se necesita haber pasado por un efectivo proceso de des-espiritualización, es decir, en haberse convertido en alguien enteramente prosaico, plagado de ambiciones de orden material, haber reducido su horizonte de intereses a comida, sexo, poder y dinero (eventualmente coches y propiedades). Ese es su universo. Lo del sexo, desde luego, puede incluir a niños y niñas. ¿Será necesario dar ejemplos?
9) Es preciso sentir en forma genuina un reverendo desprecio por todo lo que sea honradez, sencillez, verdad, justicia. Se tiene que saber presentar esos temas como si se tratara de juegos y poses infantiles, actitudes de gente que “todavía no ha madurado”.
10) Es importante, para ser un corrupto de calidad aceptable, promover enfáticamente y con entusiasmo la desmoralización, la desinformación y la desintegración sociales, todo ello naturalmente envuelto en el lenguaje contrario a esos “programas de trabajo” (derechos humanos, libertad de expresión, etc.).
11) Es innegable que es propio del corrupto profesional ufanarse, por lo menos en privado, de sus fechorías, cohechos, sobornos y demás. Como cualquier artista, también el corrupto aspira a que se le reconozca y aplauda por sus acciones y logros. Después de todo, nadie quiere ser un pobre político!
12) Como todo ser vivo, el corrupto aspira a reproducirse, por lo que se esmera por transmitirle a sus vástagos, y si se puede hasta a sus nietos, sus valores, su perspectiva de vida, su desprecio por los demás, a quienes ve exclusivamente como instrumentos. La corrupción se perpetúa.
Estos lugares comunes sirven como meros recordatorios de la atmósfera en la que estamos inmersos, pero adquieren un cariz un poco más alarmante y generan en nosotros reacciones de rechazo un poco más vívidas cuando pasamos de la reflexión sobre lo que es ser corrupto a la constatación de los efectos en la vida real de esa deformación mental y social que es la corrupción. Ésta reviste las más variadas formas. He aquí unos cuantos ejemplos, tomados al azar.
A) Durante años se han venido implementando campañas para convencer a las comunidades de indígenas, de los remanentes de lo que otrora fuera un fuerte campesinado y que viven lejos de las ciudades, de que vacunen a sus hijos contra la polio, la varicela, etc. La semana pasada en Chiapas se presentaron varias familias para aprovechar el servicio de vacunación del glorioso Instituto Mexicano del Seguro Social y ¿qué pasó? Gracias a la vacunación de la que fueron objeto por lo menos dos niños, que no tenían ni un mes de nacidos, murieron. Dónde están los responsables, qué castigo se les va a imponer, cómo se va a apoyar a los padres que se quedaron “huérfanos de hijos”, de eso no sabe absolutamente nada. Aquí la corrupción (una auténtica descendiente de Proteo) tomará la forma de encubrimiento. Al ver la foto de los padres frente al féretro de su hija me viene a la memoria un poema de José Martí que me permito recomendar. Se llama ‘Los Dos Príncipes’. Y ello me hace preguntar: ¿qué pasa con los doctores criminales que mal aplicaron las vacunas? Bien, gracias. Eso es corrupción forma (9), por lo menos.
B) A lo largo y ancho de las zonas en las que en México se siembra y cosecha café la roya ha hecho estragos. En Chiapas se habla de la destrucción de un 50% de su producción normal, al igual que en Guerrero, y de un 30% en Puebla y en Veracruz. Pero en la Sagarpa minimizan con desparpajo el desastre. El problema tiene muchas ramificaciones y tiene que ver, por ejemplo, con millonarias compras forzadas de productos químicos para medio detener la plaga. Pero el director de Productividad y Desarrollo Tecnológico de la Sagarpa ni suda ni se acongoja. Él asegura que se trata de un problema menor y tan tranquilo como siempre, aunque a lo que asistimos en diversos estados de la República es a una quiebra generalizada de los cafeticultores. Esa forma de corrupción cae por lo menos bajo el rubro (7) mencionado más arriba. Yo añadiría el matiz “prácticas desvergonzadamente anti-nacionales”, pero eso es opcional. Con lo otro basta.
C) El tercer caso con el cual quiero ilustrar lo omniabarcadora que es la corrupción en México nos lo proporciona la Delegación Magdalena Contreras, en el Distrito Federal. La ex-delegada, Leticia Quezada, ahora en abierta campaña electoral en favor de su potencial sucesora y protectora, la candidata del PRD, Beatriz Garza Ramos, ya ha sido ocasionalmente denunciada por diversas (llamémosles así) “anomalías”. Como es natural, ahora aspira a una diputación local. Pero ¿cómo dejó la Delegación a su cargo? No voy a entrar en cuestiones de presupuestos, malversaciones, bonos injustificados, tráfico de influencias ni nada que se parezca. Me voy a limitar a preguntar: ¿cómo dejó físicamente la Delegación? Quizá haya un acuerdo con (inter alia) los importadores de amortiguadores, porque por todos lados hay hoyos, baches, fugas de agua, etc. Ya ni los topes están bien puestos. Aquí, si no me equivoco, nos las habemos con las modalidades (1), (7) y (11).
Los sucesos mencionados son todo menos cómicos. Aquí ya no se trata de divagar sobre la naturaleza, extensión, orígenes y demás de la corrupción. Lo que estamos haciendo es ejemplificar los efectos de la acción corrupta. La corrupción se infiltra en todos los ámbitos de la vida del país. Es un mal social, cultural y mental que, en condiciones normales, es pura y llanamente imposible de erradicar. Los mexicanos estamos desamparados frente a la corrupción. La famosa Ley contra la Corrupción no acaba ni de ser formulada y todos sabemos ya que no servirá más que para refinar los mecanismos de operación de la corrupción. Aquí lo único que podría servir como punto de partida para iniciar un proceso de limpia serían múltiples juicios públicos contra delincuentes de cuello blanco por todos conocidos y ¿quién se va a atrever a hacer eso?¿Quién es el valiente que le va a poner el cascabel al tigre? La corrupción mexicana es simplemente invencible, en el marco de lo que hay. Yo pienso que sólo cuando la corrupción esté ya literalmente asfixiando al país es que la sociedad mexicana reaccionará. Es de esperarse que para entonces México no se haya desintegrado, que Baja California o cualquier otro estado no se haya “independizado”, que las fuerzas de ocupación norteamericanas (sus policías, sus espías) no estén ya actuando libremente en suelo mexicano (como de hecho ya empiezan a hacerlo) y, más en general, que no sea demasiado tarde. Según yo, esto (y mucho más sobre lo que no hablamos) es “conocernos a nosotros mismos”.

Fantochadas del Pasado y Realidades del Presente

Para nuestra permanente desesperación, lo cierto es que nunca faltan a nuestro alrededor los ilusos de lengua larga que creen que con mucha palabrería, con verborrea destilada sobre todo en periodos a primera vista confirmatorios de lo que afirman, pueden ocultar realidades o, mejor aún, anularlas. Por ejemplo, un día alegre de alza en la Bolsa basta para “confirmar” que las desastrosas políticas monetaristas de todo un sexenio son las acertadas. Siempre habrá algún iluminado que vendrá a ilustrarnos sobre las bondades de las lamentables política exterior, salarial, educativa o de la índole que sea con base en algún hecho afortunado, alguna bienaventurada coincidencia o alguna benéfica configuración fortuita de situaciones. Añadamos a esto que en la mayoría de los casos los “pitonisos” que acaparan los canales de expresión, emitiendo a menudo trivialidades pero pronunciándose sistemáticamente en tonos doctorales sobre diversos temas de interés colectivo y mundial, carecen por completo del sentido de la historia y no parecen entender cosas tan elementales como el simple hecho de que el concepto cotidiano y práctico de tiempo no es el mismo que el concepto histórico o, digamos, el cosmológico. Dicho de otro modo, los cambios de los fenómenos cotidianos se miden de un modo diferente de como se miden los sucesos históricos o los acontecimientos de dimensiones cósmicas. Sería para destornillarse de risa el que alguien pensara que los fenómenos cósmicos se pueden medir con un cronómetro o mediante cálculos realizados en conexión con el desplazamiento del sol en nuestro firmamento. Así, pues, intereses personales las más de las veces vergonzosos, ignorancia superlativa, confusiones de ideas, errores conceptuales, momentos de euforia y de embriaguez teórica y muchos otros factores como esos permiten que se nos bombardee con “verdades” presentadas como definitivas pero que, vistas a través del prisma correcto, al poco tiempo quedan refutadas y se ven entonces como penosamente tontas. ¿Cómo explicarnos eso? Lo que sucede es que los cambios históricos, que parecen haber sido medidos con un concepto individual de tiempo, les dan un mentís formidable y los deja en ridículo al mostrar que sus “verdades” eran todo menos eternas. Intentaré ejemplificar rápidamente lo que acabo de enunciar para que, aunque sea rápidamente, podamos abordar desde una plataforma más o menos sólida un par de temas de actualidad e importantes, de uno u otro modo, para todo el mundo.
Como todos sin duda tendrán presente, cuando finalmente después de complejas y turbias negociaciones la Unión Soviética dejó por segunda vez de existir, de inmediato los oportunistas del momento entraron en su fase de papagayos teóricos (con todo el apoyo de los medios de comunicación, nacionales y mundiales) para anunciarle al mundo la derrota no sólo factual del socialismo, sino de principio. Estoy seguro de que entre los amables lectores habrá muy pocos que recuerden a uno de esos pseudo-intelectuales de pacotilla que en uno de los programas que Televisa le regaló a otro muy dañino personaje, a saber, Octavio Paz, el gran paladín de las huestes de “intelectuales” de derecha, afirmó que la derrota del socialismo no sólo era una derrota factual, política, sino una derrota de principio y moral. Explico esto: lo que el peregrino personaje con todo desparpajo sostuvo (y lo digo porque yo vi ese programa) era que la derrota factual del socialismo real implicaba tanto su derrota moral como el triunfo moral del capitalismo! No es necesario profundizar en el tema para hacer ver en forma inmediata que lo que ese renombrado escritor (de cuyo nombre prefiero por el momento no acordarme; no vale la pena) sostenía era y es fácilmente refutable. Para empezar, podemos presentar contra-ejemplos. De acuerdo con él, entonces, el que Jesús haya sido crucificado implicaría que su mensaje era moralmente inaceptable. ¿Monstruoso, verdad? Y, por otra parte, podemos señalar que el sujeto de quien hablamos incurre de manera ostensible en la falacia cuya testa la corta sin miramientos la así llamada ‘Guillotina de Hume’. Como todos sabemos, Hume nos enseñó que no podemos deducir válidamente enunciados de valor a partir de enunciados de hecho. Ahora bien, por sorprendente que parezca, eso precisamente es lo que hacía en público el distinguido participante mencionado durante aquellas penosas jornadas. Puedo asegurar que ni entre los peores alumnos que he tenido a lo largo de 30 años de labor como profesor me he encontrado con alguien que cometa de manera tan desfachatada semejante falacia. En alguna otra ocasión, cuando la situación lo amerite y sea propicia para ello, proporcionaré los datos necesarios para que mis gentiles lectores identifiquen sin problemas al individuo del que hablo y al que aludí sólo como preámbulo para mi tema.
Dejemos, pues, de lado el anecdotario local para ocuparnos de temas importantes que tienen que ver con lo que dije más arriba. Para ello, quisiera empezar por traer a la memoria el lamentable hecho de que la derrota de la URSS significó para muchos la derrota del marxismo, por más que inclusive entonces era obvio, a pesar de que nos encontrábamos sumidos en un estado de histeria colectiva, que esa conexión era totalmente infundada. Que por razones ideológicas la Unión Soviética se sirviera del marxismo era una cosa, que su derrota significara la descalificación de la única gran teoría del sistema capitalista que ha sido producida al día de hoy era otra completamente diferente. Todo parecía indicar que el proceso mismo de desintegración de la URSS era la prueba viviente de que las teorías y las explicaciones que encontramos en El Capital eran falsas! Desde luego que eso es absurdo y para mostrarlo quiero brevemente retomar tan sólo una idea marxista, esto es, una idea que según los superficiales agoreros de aquellos tiempos había quedado descartada para siempre. Me refiero a la crucial, imprescindible, inevitable idea (por lo menos en el marco del sistema capitalista) de lucha de clases. ¿Era creíble siquiera que el complejo fenómeno de oposición de intereses entre los diversos grupos sociales que pueden más o menos discernirse en función de sus respectivas relaciones con los medios de producción, de sus correspondientes estructuras culturales y hasta mentales, todo eso y más súbitamente desaparecía porque la URSS se desmoronaba?¿No se siente de entrada, por lo menos ahora, que afirmar algo así es una ofensa a la inteligencia de cualquier persona normal?
Para pruebas un botón. Preguntémonos: ¿cuál es el fenómeno de fondo al que estamos asistiendo en los Estados Unidos? Desde luego que los conflictos raciales están a la orden del día y que en general el racismo está como volviendo a “florecer” en ese país, pero lo que nos inquieta, lo que queremos saber es si se trata de un fenómeno último, un fenómeno sin trasfondo económico o si no es más bien una expresión de una descomposición de otra naturaleza. Yo me inclino por lo segundo y quisiera al menos intentar explicar por qué. Lo que en mi humilde opinión pasa es que el apoderamiento del mundo con el que soñaron los políticos y militares norteamericanos después de la simbólica caída del Muro de Berlín terminó en un fracaso y hundiendo, a un costo humano inmenso, todo el Medio Oriente y parte de Asia en un infierno de destrucción y muerte. Los gobernantes norteamericanos intentaron llenar de inmediato los huecos que inevitablemente crearía el forzoso retroceso de sus enemigos jurados y procedieron en consecuencia: buscaron apoderarse de la riqueza petrolera de Irak, destruir a los palestinos, controlar Afganistán (y el negocio del opio, desde luego) y extenderse a partir de ahí hacia las antiguas repúblicas asiáticas de la para entonces ya fallecida Unión Soviética e instalar bases militares de manera que Rusia quedara definitivamente rodeada y bajo control. Pero la realidad no se ajustó a sus planes y a pesar de los horrores por los que hicieron y siguen haciendo pasar a millones de personas los planes de conquista mundial norteamericanos ya no se materializaron como fueron delineados. Aunque obviamente las grandes compañías americanas se han enriquecido brutalmente, para el gobierno norteamericano las guerras han sido costosísimas, desde todos puntos de vista. Cuando el joven Bush le declaró la guerra a Irak en el congreso anunció que la guerra costaría 77 billones de dólares. Al cabo de un par de años el costo se había duplicado. En la que era la nueva configuración del tablero mundial Rusia dejó en claro que seguía siendo una super-potencia y una arrolladora China generó algo así como una derrota comercial (y financiera cuando los dirigentes chinos lo consideren oportuno, dentro de algunos años seguramente) para los Estados Unidos. Pero ¿qué significaron esos cambios mundiales para ellos? Los resultados fueron claramente negativos: su crecimiento económico casi se detuvo, su mercado interno se empantanó, sus “burbujas inflacionarias” explotaron y todo ello junto con las diabólicas manipulaciones de los grandes bancos terminaron por pauperizar a grandes sectores de la población. Naturalmente, empezaron a pulular los conflictos entre grupos humanos. En otras palabras, una vez que el bienestar material generalizado que lo encubría se cuarteó, el capitalismo que 50 años antes había deslumbrado al mundo por sus impresionantes logros materiales y culturales reveló de pronto su verdadero rostro: el de un sistema esencialmente asimétrico, injusto y susceptible de generar no sólo riqueza sino también pobreza y ello en su sede principal. ¿Qué es, pues, lo que actualmente en relación con los costos de educación, los servicios de salud, los bienes inmuebles, etc., se está poniendo al descubierto? Que empieza a activarse algo que en los Estados Unidos no se conocía. ¿Qué es aquello de lo que el pueblo americano no tenía mayor idea cuando el grueso de su población vivía muy bien, pero que ahora empieza a resentir en su propia población? Se llama ‘lucha de clases’.
Realmente no entiendo cómo podría alguien imaginar que, considerados como agentes económicos y sociales, un obrero y un banquero podrían quedar ideológicamente identificados. Ese espejismo puede llegar a producirse sólo cuando se vive en situaciones de economía boyante. Entonces el banquero y el obrero pueden coincidir y sentarse juntos en el estadio de beisbol así como comprar un hot-dog y una cerveza en el mismo puesto, pero aparte de esa milagrosa coincidencia no tienen nada o tienen muy poco en común (dejando de lado su ser biológico, su ser ciudadanos, etc.). El punto importante es que cuando el velo del bienestar se rasga lo que se percibe es otra cosa que una relación idílica entre propietarios y trabajadores. Entonces afloran y se manifiestan todas las tendencias de muerte que una situación favorable ocultaba en casa y proyectaba hacia afuera. No debería pasarse por alto que el pueblo americano, por lo menos desde el surgimiento de Hollywood a principios del siglo pasado, ha crecido educado en el odio y el desprecio hacia todo lo que no es propio de su “american way of life”. Objetos de burla y odio han sido los alemanes, los japoneses, los chinos, los rusos, los latinos, los comunistas, los revolucionarios, los italianos, etc., y ahora los “terroristas”, queriendo esto decir lo que convenga en el momento en que se use la expresión. El problema es que ahora las convulsiones sociales se dan dentro, al interior de los Estados Unidos: las situaciones de miseria e injusticia que antes eran característica de sociedades sub-desarrolladas, de esos pueblos que no habían entendido cómo organizarse para vivir bien y a los que había que enseñarles todo, las tienen ahora ellos en su propia casa. Eso naturalmente afecta y modifica el discurso político. Por primera vez en los Estados Unidos se habla de socialismo y de revolución y no son oscuros profesores de economía política quienes así se expresan, sino senadores, diputados (representantes) políticos profesionales en general (un buen ejemplo de ello es el senador Bernie Sanders). Por primera vez se habla en contra de los super-millonarios y poco a poco el discurso político se enriquece con fraseología inaudita en los Estados Unidos. Como el descontento generalizado no es todavía un descontento politizado, es decir, no pasa por el tamiz de la conciencia política sino que todavía es, empleando una expresión leninista, espontaneísmo puro, entonces reviste la forma más simple, elemental, directa o primaria que pueda adoptar: la del odio racial. Eso naturalmente tiene su contrapartida: la policía no tiene empacho en “despacharse” a gente de color por el menor pretexto: porque el sospechoso corrió, porque gritó, porque levantó los brazos, porque pidió ayuda, etc., se le dispara y sólo cuando el asunto es realmente escandaloso que se castiga al culpable. Todo eso y muchas más cosas que suceden, en particular con los mexicanos y los indocumentados centroamericanos, son síntomas inequívocos de descomposición social. Pero ¿qué hay detrás de todo ello?¿Sobre qué plataforma se dan todos esos eventos?¿Son acaso acontecimientos dislocados y que se producen como hongos, unos aquí, otros allá, sin causa alguna? Claro que no. Todos esos acontecimientos adquieren un sentido cuando se les coloca sobre la plataforma, la realidad de la lucha de clases, de ese complejo fenómeno social que muchos líderes y dizque pensadores declararon superado. Creo entonces que es justo que sea ahora a otros a quienes les toque reír y tenemos el derecho de preguntar: ¿no fueron ridículos todos esos pseudo-profetas de derecha en su descalificación del marxismo en general y de ideas tan potentes y seminales como la de lucha de clases?¿Cómo nos explicamos que en 20 años sus utopías se hayan colapsado? Me parece que el diagnóstico de esos ideólogos es simple: un veloz letargo de la historia los dejó ciegos.
La lucha de clases se intensifica o amaina según las circunstancias mundiales (mercados, guerras, crisis bancarias, especulaciones de bolsa en gran escala, etc.). Lo que es interesante ahora es que su realidad ya se hizo sentir en los propios Estados Unidos, el país anti-socialista por antonomasia. Allá ahora las diferencias sociales son cada día más notorias y más apabullantes, por más que sea innegable que el nivel de vida de los norteamericanos está todavía muy por encima del de la gran mayoría de los países (no de todos, ciertamente). Pero los contrastes internos son cada vez más innegables y para ellos cada vez más indignantes e inaceptables. Hay quien habla ya de tomar los bancos, por ejemplo. Es claro que las diversas partes en conflicto tendrán que encauzar por la vía política sus respectivos intereses, pero eso acarreará modificaciones hasta ahora impensables en ese país. Sencillamente no es posible que millones de personas viven sujetas a los caprichos del capital financiero, como es el caso en nuestros días. Esa es en todo caso una realidad que el pueblo americano tendrá que enfrentar. Para nosotros, el problema es que lo que pasa allá nos abre los ojos sobre lo que pasa aquí, por lo que de inmediato queremos preguntar: ¿acaso en México no se da el fenómeno de lucha de clases? Sería absurdo negarlo. Pero entonces ¿hasta cuándo tendrá el pueblo de México que vivir sometido a los caprichos de los banqueros?¿No es acaso obvio que se da una contradicción estridente entre los intereses de una banca mal parida y los de los mineros, los obreros, los electricistas, los profesores, etc., etc.?¿No es todo lo que pasa diariamente en la provincia mexicana una expresión leve pero ya palpable de descontento de clase? En mi modesta opinión, el control ideológico que durante decenios se ejerció en México y para el cual se prestaron muchos “intelectuales” nacionales está a punto de romperse. Qué venga es algo que dependerá en gran medida de la sensatez o insensatez con que los dirigentes del país pretendan resolver lo que es un agudo conflicto de clases. Pero pobres de todos nosotros si la única opción que se visualiza es la de la represión policiaca y militar.

Ludwig Wittgenstein: a 126 años de su nacimiento y 64 de su muerte

Fue por sólo 3 días que no coincidieron la alegre y la funesta efemérides del nacimiento y el deceso de Ludwig Wittgenstein, quien nació el 26 de abril y murió el 29, de 1889 y 1951 respectivamente. Sería una demostración contundente a la vez de insensibilidad filosófica y de profunda torpeza personal no dedicarle algunos pensamientos a quien no sólo es al día de hoy, digan lo que digan sus alfeñiques detractores filosóficos, el pensador más grande en los más o menos 2,600 años de historia que tiene la filosofía occidental. Sin menoscabo de los grandes filósofos, a muchos de los cuales no sólo respetamos sino cuya lectura disfrutamos y quienes constantemente nos dan lecciones de diversa índole, Wittgenstein descuella por la magnitud de su reto filosófico. Él ciertamente no es un eslabón más en la cadena de los grandes filósofos: es alguien que enfrenta la cadena misma, alguien que pone en cuestión esa clase peculiar de actividad intelectual de la cual son brillantes exponentes Platón y Sto. Tomás, Descartes y Kant, Frege y Russell, entre muchos otros desde luego. De las entrañas de la filosofía convencional y sobre la base de una potente y profunda intuición concerniente a la naturaleza última de los problemas de la filosofía, Wittgenstein desarrolló una nueva actividad intelectual, inventó una nueva forma de reflexión cuyo objetivo fundamental era no la supresión autoritaria ni la negación dogmática de la filosofía, sino el desmantelamiento, paulatino y trabajoso, de sus perplejidades, de lo que desde la nueva perspectiva no son otra cosa que conglomerados de marañas conceptuales e insolubles enigmas, esto es, pseudo-problemas. Congruente hasta el último día de su vida en sus exigencias de pureza y dureza argumentativa, auto-crítico como muy pocos, Wittgenstein elaboró un nuevo aparato conceptual y un sistema de técnicas de investigación filosófica, una especie de pequeño motor que él mismo puso a funcionar para mostrar, con resultados tangibles y definitivos, cómo había que proceder frente a las complejas construcciones filosóficas y para hacer ver que, una vez desbaratadas, no había realmente nada detrás de ellas aparte de graves confusiones y profundas incomprensiones de las reglas implícitas en los usos colectivos de los signos (palabras del lenguaje natural, lenguajes teóricos, sistemas formales, notaciones de las más variadas clases). De manera que así como la mente humana no puede evitar caer en las trampas que el lenguaje natural le tiende, así también puede destilar el antídoto necesario generando un modo de pensar que nulifique o cancele las monstruosas creaciones de pensamiento de las que se compone la filosofía tradicional. En muy variadas áreas de la filosofía, Wittgenstein logró establecer puntos de vista de manera tan clara y convincente que hizo redundantes los temas y las discusiones de las que él se ocupó. Dado que, como el Ave Fénix (o como Drácula, que quizá sería un mejor parangón), la filosofía renace de sus propios escombros y cenizas, la labor de esclarecimiento inaugurada por Wittgenstein no tiene fin. En la arena filosófica, hay que decirlo, nadie lo ha vencido, pero hay varios factores que lo afectan negativamente. Yo señalaría dos, uno natural y uno social. El primero es el tiempo, que engulle todo, hasta lo más sagrado; el segundo es la cultura contemporánea, la cual es opuesta por completo en espíritu al trabajo de Wittgenstein. Eso quiere decir, entre otras cosas, que éste luchó siempre contra la corriente, contra el modo usual de pensar, que es lo que hace que surjan las dificultades filosóficas. Los efectos negativos de esa cultura (cientificista, materialista en un sentido peyorativo de la expresión, irreligiosa, mercantilista al máximo, etc.) se sienten en todos los contextos y mucha gente lucha por neutralizarla o superarla. Pero, curiosamente, en el mundo filosófico profesional esa reacción todavía no se deja sentir. Y eso hace que Wittgenstein siga siendo visto como alguien brillante pero un tanto excéntrico, alguien a quien se le puede simplemente ignorar. Yo creo que eso es un error total, pero no ahondaré aquí y ahora en el tema. Mi interés es más bien externar algunos pensamientos no tanto sobre Wittgenstein el filósofo, sino más bien sobre Wittgenstein la persona, el ser humano, para compartir el cuadro que yo me hice de él. A eso me abocaré en lo que sigue.
La verdad es que es difícil determinar qué faceta de Wittgenstein es más imponente, si su faceta como filósofo o su faceta como persona. Como pensador sin duda fue un revolucionario, pero ¿fue también como persona tan excepcional? Yo creo que sí. Yo creo que hay un sentido en el que Wittgenstein pertenece a esa muy especial y reducida clase de hombres a los que podríamos llamar ‘fundadores de religiones’. No quiero decir que ellos mismos sean personas interesadas en generar algo así como una cofradía, una hermandad, un movimiento proselitista. Quiero decir más bien que es de la clase de personas que otros toman para fundar, sobre la base de su enseñanza, un movimiento espiritual nuevo. Hay que ser excepcional para ello. Quizá entonces un breve (e incompleto) recuento de hechos podría ayudar a entender cuán fantástico era en verdad ese hombre.
Para empezar, debo señalar que, salvo quizá por algunas raras excepciones, no conozco a nadie ni sé de nadie que se haya desprendido de una fortuna de las magnitudes de la que Wittgenstein heredó cuando su padre murió. Sé de multitud de personas, inclusive de gente acomodada, que no se desprenderían ni de un clavo. Eso abunda. Pero lo opuesto es más bien raro. Ahora bien ¿por qué habría hecho eso Wittgenstein? Por una razón muy simple: él tenía una misión y sabía que estaba en posición de llevarla a cabo, pero sabía también que la condición sine qua non para ello era la renuncia a transitar en la vida por la senda de la búsqueda incesante del bienestar material, del permanente consumo de mercancías, de la clase que sea. Hay que ser muy fuertes y muy ricos “internamente” para percatarse de lo que uno realmente es y decidirse por su materialización, porque hay un precio alto que pagar por ello. La historia ciertamente nos da algunos ejemplos de seres así, pero son contados. Me refiero a personajes como San Francisco de Asís o Sto. Tomás de Aquino, ambos nobles que dejaron todo lo que la vida les tenía preparado por una irrenunciable vocación. Wittgenstein era de esos privilegiados de Dios.
Wittgenstein ha sido a menudo pintado como una especie de anacoreta paranoide, como una especie de genio un tanto descontextualizado, como un intelectual orgánico un tanto estrafalario, manteniendo una especie de diálogo consigo mismo y sin que le importara mucho lo que otros pensaban o decían. Nada más alejado de la verdad. Para empezar, y es este un tema que habría que investigar mucho más a fondo de lo que se ha hecho pero que es también factible que resulte imposible hacerlo, Wittgenstein era un gran patriota y yo creo que sus sentimientos en ese sentido no se modificaron nunca. Para empezar, fue soldado, estuvo en el frente y en diversas ocasiones solicitó ser elegido para operaciones peligrosas. Valiente, por lo tanto, lo era y sabía lo que era estar en una trinchera, viendo caer gente a su alrededor y no meramente trabajando con los “servicios de inteligencia”. Era un hombre que gustaba de trabajar no sólo con el intelecto sino también con sus manos, como lo ponen de manifiesto su trabajo como jardinero en un monasterio y sus incursiones en la arquitectura y en la escultura. La casa diseñada por él y de la que estuvo al tanto hasta en los más mínimos detalles, como las tapas de las coladeras (una obra de arte que hoy, por increíble que parezca, es propiedad de la Embajada de Bulgaria en Viena), es de un refinamiento, de una belleza sobria y de una originalidad asombrosos. Wittgenstein no despreciaba el ejercicio físico, como lo muestran también algunas fotos en la que se le ve remando. En su caso, mente y cuerpo marchaban al unísono.
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Podría pensarse, como no ha faltado gente que ya lo hizo, que Wittgenstein era una especie de máquina de pensar, ajeno por completo a las expresiones espontáneas de alegría o a los objetivos naturales de los seres de nuestra especie. Tratando de reformatearlo, se ha pretendido ver en él a alguien con una orientación sexual diferente de la que en aquellos tiempos era la estándar. Ahora sabemos que si algo es un “trasvesti” de la verdad es precisamente ese cuadro. Wittgenstein, como cualquier persona normal, estuvo profundamente enamorado de una amiga de su hermana, de origen suizo, quien haciendo uso no sé si de su inteligencia pero sí de todo su derecho prefirió casarse con un sueco e irse a vivir a Chile antes que casarse con Wittgenstein, como él se lo propuso. Wittgenstein, como lo dejan en claro sus diarios, sufrió no poco y ello por al menos dos razones: primero, porque estaba consciente de que había perdido el objeto de su amor y, segundo, porque sabía que así tenía que ser, con ella o con quien fuera, porque él no tenía otra opción. Su formidable misión de libertador del pensamiento no se lo hubiera permitido. Wittgenstein garantizó con sufrimiento personal la indeleble calidad de su obra. Eso es un don reservado a los predestinados.
Que Wittgenstein era un genio sería ridículo negarlo, pero lo importante es entender qué, según él, es ser un genio. Por las razones que sean, prácticamente todo mundo coincidiría en que ser genio tiene algo que ver con el coeficiente intelectual. Eso para Wittgenstein no pasaría de ser una reverenda tontería. Para él, lo genial de una persona tiene que ver con su voluntad, con su fuerza de carácter. El genio es aquel que simplemente no se deja desviar por ninguna clase de tentaciones, de la naturaleza que sean, alguien que persigue una idea hasta sus últimas consecuencias para lo cual tiene que concentrarse en ella, trabajar día y noche hasta que se logra establecer el punto de vista que a uno lo convence y lo deja satisfecho. El genio es, por lo tanto, producto del trabajo que a su vez es producto de la fuerza de voluntad. Los (por paradójico que suene) elitismos baratos no entran en la explicación de su genio.
En 1935 Wittgenstein visitó, en lo que sin duda fue el mejor año de su historia, la Unión Soviética. Para entonces ya había aprendido ruso. Se sabe muy poco de su estancia de tres meses en lo que a la sazón era un floreciente y pujante país, pero si Wittgenstein se decidió a ir con la intención de quedarse a vivir allá ello no habría podido ser el resultado de un capricho o de un arrebato. La verdad es que su decisión es perfectamente comprensible, sólo que es endiabladamente difícil de transmitir en una época de tergiversación histórica sistemática y a gente de otra cultura. Aquí me limitaré a decir que Wittgenstein sin duda era lo que llamaríamos un ‘hombre de izquierda’, lo cual no sirve de mucho porque es una noción un tanto vaga y cuyo significado tiene que ajustarse a los cambios del mundo. De izquierda eran los jacobinos, John S. Mill y muchas otras personas que no parecen tener mucho en común. Pero la expresión es de todos modos útil, porque apunta a un rechazo de las injusticias sociales y de la jerarquización de la gente por razones externas a ellas. Wittgenstein era, pues, un humanista en el que teoría y praxis fueron siempre congruentes. De sus pronunciamientos sobre temas de la situación política de su época sabemos relativamente poco, entre otras razones por la delincuencial labor de censura que ejercieron algunos de sus albaceas, E. Anscombe en particular, pero podemos inferir mucho. El test es la armonía del cuadro final que de él se pinte y es obvio que su simpatía por el socialismo encaja perfectamente con su conducta y su trabajo.
Muchas de las personas que tuvieron el privilegio de tratar personalmente a Wittgenstein quedaron tan impactadas por su personalidad que espontáneamente quisieron a través de la palabra escrita transmitir algo de lo que sus encuentros con él les dejaron. Gracias a ellas, también nosotros podemos ahora disfrutar, aunque sea de lejos, de algo de la ejemplar sabiduría que emanaba de tan singular personaje. Algunas anécdotas son divertidas, otras transmiten una lección filosófica, otras enseñan a comportarse, etc. Particularmente revelador de su delicadeza espiritual es lo que cuenta el Prof. G. H. von Wright, quien fuera primero su discípulo, luego su amigo y finalmente su sucesor en la universidad. Resulta que el último domingo de su vida y para sorpresa de todos, Wittgenstein, con una metástasis ya muy avanzada, pasó a visitar a von Wright a su casa. Súbitamente, Wittgenstein sugirió que tomaran unas fotos que por fortuna se conservan. Después de charlar un momento, Wittgenstein se despidió y se fue. Y comenta von Wright que sólo a la semana, una vez muerto Wittgenstein, cayó en la cuenta de que él había tenido la deferencia con él de ir a su casa para, a su manera, despedirse.
img001pieniA Wittgenstein, por razones comprensibles de suyo, se lo apropiaron los filósofos ingleses, así como en Austria decidieron olvidarse de él, quizá por haberse nacionalizado inglés en 1938. Ambas cosas me parecen injustas. Lo segundo, porque no se toma en cuenta que para poder negociar con las nuevas autoridades en Austria después de la anexión al Reich Wittgenstein no podía simplemente presentarse con un pasaporte austriaco, pues lo habrían automáticamente detenido. No fue por amor a Inglaterra que él se nacionalizó inglés, sino por consideraciones estrictamente prácticas. Podemos sensatamente razonar contrafácticamente: si no hubiera habido anexión, Wittgenstein no habría cambiado de nacionalidad. Así de simple. Por lo tanto, si alguien ha sido maltratado en su país natal ese alguien es Wittgenstein. Respecto a lo primero, es de celebrarse que él haya vivido y trabajado en Inglaterra, el país de vanguardia en filosofía (hasta antes de la contra-revolución norteamericana de los Quine, los Davidson, los Kripke y demás). Pero ello induce a pensar que Wittgenstein es un filósofo británico más y eso es un error. Wittgenstein, qua filósofo, es propiedad mundial en un sentido muy preciso: dado que es el gran filósofo del lenguaje natural, sus técnicas de discusión y esclarecimiento filosófico se pueden adaptar a todo lenguaje natural imaginable. A diferencia de lo que pasa con grandes filósofos como Kant o Quine (y en realidad con todos), la filosofía wittgensteiniana es un asunto no de memorización de tesis sino de práctica filosófica, de ejercicio de pensamiento y eso se puede hacer en todos los idiomas. Se puede hacer filosofía wittgensteiniana en chino, en árabe, en finlandés, etc. Siempre que se presente una “problemática” filosófica se le podrá contrarrestar practicando filosofía wittgensteiniana. Ese es el regalo de Wittgenstein a la humanidad. Es, pues, un error verlo como de tal o cual país, de tal o cual secta. Los horizontes de Wittgenstein eran ciertamente más amplios.
Me parece que se desprende de lo que hemos dicho, que ha sido poco (no mencioné nada, por ejemplo, de su labor como maestro de primaria en una escuela rural), un cuadro de un individuo integral, completo, que sabe que no necesita más que de lo indispensable para realizarse. Sin duda, es un modelo a seguir de honestidad consigo mismo. Por el momento, desafortunadamente, su mensaje no es escuchado, pero en lo personal no tengo la menor duda de que en un futuro no muy lejano lo será, porque cuando se conjugan profundidad y autenticidad inevitablemente se vence. Wittgenstein era un hombre que modificaba vidas, como lo muestran tanto las narraciones auto-biográficas de quienes lo conocieron como las concernientes a discípulos y amigos. Y lo más maravilloso de ese gran ser humano que fue Ludwig Wittgenstein es que, como si hubiera fallecido apenas ayer, lo sigue haciendo, a 64 años de su prematura muerte.

Fatalismo realista

La idea filosófica de fatalismo es la idea de que el futuro está ya configurado y que la única diferencia con el pasado es que en tanto que conocemos o podemos conocer los hechos del pasado no podemos conocer los hechos futuros. Esta idea de que aunque desconocido el futuro está ya determinado se funda en diversas nociones y tesis filosóficas y quizá la primera en la que habría que pensar sería la idea de que todo lo expresado por una oración gramaticalmente correcta es una genuina proposición y es por ello verdadera o falsa. Lo que puede suceder es que nosotros no podamos determinar aquí y ahora si lo que se afirma es verdadero o falso, pero esa incapacidad nuestra no altera la esencial naturaleza de la proposición, que es la de ser o verdadera o falsa. Por diversas razones, los hablantes se ven inducidos a pensar que aunque no puedan determinarlo, de todos modos una oración como ‘el 20 de abril de 2020 lloverá en la Ciudad de México’ es ya, ahora, verdadera o falsa, aunque para determinar su verdad o falsedad haya que esperar hasta esa fecha. En general, la gente expresaría coloquialmente la idea de esta manera: “Yo no sé si va a llover ese día o no, pero lo que sí sé es que o llueve ese día o no llueve ese día”. O sea, es cierto ahora que ese día o lloverá o no lloverá y eso ya está desde ahora determinado, sólo que nosotros no podemos saberlo sino hasta que pase. En otras palabras, los hechos futuros están tan configurados y determinados como los del pasado. Lo que cambia es nuestro acceso cognoscitivo a ellos: en unos casos podemos verificar lo que afirmamos, en otros no.
Intuitivamente sentimos que algo debe estar profundamente mal en esta concepción, pero ¿qué? Por razones comprensibles de suyo, no puedo extenderme en el tema todo lo que quisiera, pero me gustaría hacer unas cuantas observaciones que, si se desarrollaran, podrían quizá permitir elaborar algún argumento que echaría por tierra la visión determinista del futuro, la concepción fatalista de la realidad. La primera concierne a la noción filosófica de proposición, esto es, lo expresado por una oración, su sentido. En el marco de una concepción filosófica estándar del lenguaje el problema no tiene solución, pero si en lugar de proposiciones hablamos de movimientos en los juegos de lenguaje, entonces el panorama se aclara. Podemos entender entonces que decir que el sol estallará dentro de varios miles de millones de años no es todavía aseverar nada: es simplemente indicar que esa oración es significativa y que podría en principio emplearse en el momento y lugar apropiados. Pero eso es, por así decirlo, una promesa de proposición, no una proposición propiamente hablando. En segundo lugar, habría que señalar que cuando se habla normalmente se asume sin cuestionar que hay una relación “interna”, es decir, necesaria o esencial, entre lo que se dice, su verdad o falsedad y la verificación de la proposición por parte de los hablantes. Si quitamos el elemento de comprobación, el uso del lenguaje perdería su sentido. Nada más imagínese qué pasaría si siempre que dijéramos algo nunca nadie pudiera confirmar, checar, verificar, comprobar o refutar lo que se dice. Entonces ¿para qué decirlo? La práctica de la aseveración perdería su sentido. Eso es lo que pasaría con las oraciones en futuro si nada más sirvieran para emitir proposiciones. De hecho, nos estaríamos contradiciendo, puesto que estaríamos dando a entender que hay proposiciones (en este caso acerca del futuro) a las que no se puede ni en principio adscribirles un valor de verdad y que, por lo tanto, estrictamente hablando, no son proposiciones. En cambio, si nos fijamos en la utilidad que prestan las oraciones en futuro la cosa cambia. Aquí hay que preguntarse: ¿para qué diría alguien algo acerca del futuro cuando sabe que no puede ni verificarse ni refutarse lo que se dice? Desde luego que se pueden hacer predicciones, pero entonces entramos en el juego de las probabilidades. Y desde luego que hacer predicciones no es lo único para lo que sirven las oraciones en futuro. Imaginemos un diálogo entre dos personas en el que una de ellas le dice a la otra: “yo sé que usted me pagará mañana’. Eso puede ser una amenaza, una insinuación, una manera de ponerle fin a una conversación, una adivinanza, la expresión de un deseo y muchas cosas más. Para lo único para lo que una afirmación así no serviría sería para emitir una proposición. Pero si no es una proposición lo que está en juego entonces, en concordancia con lo dicho, ya no se está aludiendo a ningún hecho futuro y ya no se podrá afirmar que o será el caso o no será el caso eso que se afirma. Lo que pasa es que con muchas afirmaciones en futuro se hace un uso diferente del lenguaje que meramente enunciar hechos, pero si el lenguaje en futuro no sirve para enunciar hechos entonces el fatalismo se desmorona.
Yo creo que el problema filosófico del fatalismo y de la supuesta determinación del futuro es un típico pseudo-problema, pero no por ello quisiera deshacerme de la noción no filosófica de fatalismo. Yo soy de la opinión de que el futuro le plantea a la humanidad problemas mucho más serios que el de si sus hechos son contingentes o no. Y es precisamente en relación con uno de estos problemas, muy grave en mi humilde opinión, que quisiera por un momento dar expresión a algunas divagaciones. Me quiero preguntar entre otras cosas si la situación actual tenía que ser la que es o si bien el mundo habría podido evolucionar de un modo diferente.
Cuando uno logra despegarse de los hechos cotidianos relacionados con las exigencias de la vida práctica y logra conformarse una visión, por rudimentaria que sea, de alguna totalidad (de la existencia, esto es, de la totalidad de las experiencias, del mundo, es decir, de la totalidad de los hechos), siempre se sienten ganas (independientemente de cuán justificados podamos estar en ello) de hacer afirmaciones de la forma “Pero claro, tenía que ser así!” o “Visto a distancia resulta obvio que no habría podido ser de otra manera” o “Contemplado retrospectivamente, salta a la vista que no era posible otro desenlace” y así sucesivamente. “Visiones” así son visiones de corte fatalista en un sentido no filosófico de la expresión, pero no por ello igual de inútiles o menos significativas. Lo que yo quiero sostener es que una visión fatalista y pesimista de la situación actual del mundo lo hace a éste más comprensible, más inteligible y nos da elementos para esperar, con un grado aceptable de razonabilidad, un desenlace tenebroso en la secuencia de hechos que, a la manera de una tragedia griega, cotidianamente la humanidad teje. Son dos puntos de vista fatalistas, es decir, dos afirmaciones que nos llevan a aseverar que las cosas no habrían podido ser de otra manera, en favor de los cuales me quisiera rápidamente pronunciar. El primero tiene que ver con el sistema democrático y el segundo con la guerra.
Lo primero que quiero sostener (de manera vaga, lo admito, pero creo que como todo mundo me puedo permitir yo también cierto grado de vaguedad) es que eso que se llama ‘democracia’ en los regímenes presidencialistas y que es la forma de organización política propia del sistema bancario y financiero especulativo que rige al mundo, termina inevitablemente por generar un sistema político bicéfalo, esto es, termina por construir un estado con dos gobiernos. Por una complejísima evolución, lo cierto es que en la actualidad en los sistemas democráticos de modalidad presidencialista los poderes ejecutivos tienen que compartir su poder con los poderes legislativos: el presidente y las cámaras, el presidente y los representantes, los primeros ministros y las cortes, el presidente y el congreso, etc. La nomenclatura realmente no importa. El hecho es que la democracia se convierte por una evolución natural en el sistema en el que muchas de las decisiones que se toman a nivel gubernamental son sistemáticamente negociadas entre los dos grandes poderes. Naturalmente, estos poderes pueden chocar, por multitud de razones, y entonces boicotearse mutuamente. Por ejemplo, los congresos redactan leyes que no son las que los presidentes promueven y los presidentes vetan los acuerdos a los que los congresos llegan. El caso paradigmático de esta situación lo constituyen los Estados Unidos y un ejemplo contundente de la clase de conflictos al que da lugar lo proporciona el tema del tratado nuclear con Irán: la Casa Blanca aspira a manejar “diplomáticamente” a Irán (recurriendo claro está a toda clase de presiones, trampas, espionajes, provocaciones, mentiras, chantajes y demás), en tanto que el congreso norteamericano, abiertamente manejado por otras fuerzas y otros intereses, hace todo lo que puede para que dicho acuerdo no se firme. Pero no sólo eso. Digamos que, aunque sea a su manera, el presidente busca la paz con Irán, pero los congresistas buscan la guerra con ese país precisamente. Quién prevalezca frente a quién es algo de lo que nos enteraremos muy pronto, pero a mí por el momento lo que me interesa subrayar es simplemente que, contemplada a distancia esa pequeña totalidad, podemos decir algo como: claro! vistas así las cosas, entendiendo que operan permanentemente tales y cuales fuerzas políticas, financieras, propagandísticas, etc., eso que está pasando en los Estados Unidos es precisamente lo que tenía que pasar y muy probablemente lo que le pasará a todos los sistemas democráticos de corte presidencialista. Ahora bien, yo pienso que si aceptamos que eso tenía que pasar, dado que ese país es decisivo para el resto del mundo, tendremos que aceptar también que hay otra situación hacia la que el mundo al parecer también ineluctablemente se está aproximando. Me refiero a una situación de guerra total que, si bien se ha venido posponiendo, no se ve cómo se pueda evitar. Al parecer, tiene que ser así. Veamos de qué se trata.
Los Estados Unidos parecen estar dispuestos a enfrentar, y a llegar en ello hasta sus últimas consecuencias, el reto que representan el poder económico de la República Popular China y el poder militar de la Federación Rusa. Como los estados tienden (en general, porque hay excepciones de las que a veces resulta indigesto acordarse) a defender su autonomía, su patrimonio, su población, su pasado, el manejo y control de las colonias (lo que antes se llamaba el ‘tercer mundo’) se ha vuelto cada vez más complicado (salvo, repito, en relación con algunos países cobardes que, confieso, prefiero no mencionar y que optaron por el entreguismo y el derrotismo y por si fuera poco en forma alegre y triunfalista). Estos cambios explican en parte el brutal asalto del que es actualmente víctima el continente africano. Ello tiene una explicación relativamente simple: en África hay petróleo, diamantes, madera, oro, playas, etc., etc., todo lo que ahora cuesta más trabajo extraer de los países colonia. Por lo tanto, hay que conquistar África, cueste lo que cueste, y no serán ni las poblaciones locales ni los remanentes de leones, hienas y gacelas lo que detendrá el “progreso” y la “democratización” del continente. Es por eso que las masacres, los golpes de estado, las divisiones de países, el derrocamiento de regímenes establecidos no tienen fin. Añadamos a esto las interminables y espantosas guerras del Medio Oriente y de Asia, las cuales no son el resultado de improvisadas aventuras, sino de complejos cálculos económicos, políticos y militares. El problema es que esos cálculos han venido fallando pero las políticas de un imperio que, como el norteamericano, paulatinamente está entrando en una etapa crítica siguen sin modificarse. Se va generando entonces, y cada día con mayor intensidad, un escenario de confrontación global. El Medio Oriente está destruido y eso tarde o temprano va a afectar a todos los países de la zona (el agua va a faltar, las refinerías van a explotar, etc., etc.). Como las sublevaciones se multiplican y como por todos lados surgen guerrillas, milicias, ejércitos populares, los Estados Unidos incrementan vía sus aliados la represión militar. Obviamente, como los problemas no se van resolviendo de manera racional sino en concordancia con la lógica de la muerte y de la destrucción, los frentes van aumentando en número día con día. Ahora, por ejemplo, hizo su aparición en el teatro de guerra Arabia Saudita, y lo hizo bombardeando Yemen, el país vecino, sin ninguna clase de advertencia y menos aún de declaración de guerra. Sin embargo, a pesar de la sorpresa y la alevosía, lo que parecía una victoria fácil está empezando a complicarse y es evidente ahora que el conflicto no se va a solucionar en un futuro cercano. Por otras razones, conectadas de uno u otro modo con lo que pasa en el Medio Oriente y en Asia, porque todo está conectado con todo en el tablero de la política mundial, está el problema, completamente artificial de Ucrania, un problema literalmente inventado por la OTAN. Lo peligroso aquí es que las dos grandes potencias militares del mundo (¿cuál es la diferencia entre una super-potencia, como lo es Rusia, y una hiper-super potencia como los son los Estados Unidos? No hay victoria posible en un caso de ataque nuclear sorpresa y los mandos militares de ambos países lo saben) ya no se están enfrentando nada más a través de sus aliados, sin que ellos mismos están empezando a tener roces militares concretos. Ya se han producido varios incidentes aéreos entre aviones rusos y aviones norteamericanos e ingleses. Y eso va in crescendo. No estará de más recordar que los rusos no despliegan maniobras militares en el Golfo de México, pero los americanos sí lo hacen en el Báltico; que los rusos no tienen armamento táctico de alta tecnología en Cuba, pero los americanos sí quieren instalar nuevos equipos militares (“modernizarlos”) en Polonia, en la República Checa y en Ucrania. Desde la semana pasada los americanos tienen soldados en suelo ucraniano, esto es, en un país que ni siquiera es de la OTAN, supuestamente para entrenar al ejército del gobierno títere ucraniano porque simplemente éste no puede lidiar con los separatistas ucranianos pro-rusos. Como era de esperarse, los rusos respondieron levantando la prohibición de venta de los temibles misiles S-300 a Irán, lo cual enfureció al gobierno israelí. Las cosas, por lo tanto, se van complicando poco a poco pero inexorablemente y lo que es muy importante entender es que muy fácilmente se pueden configurar situaciones que los actores que contribuyeron a construirlas sencillamente no puedan ya mantener bajo su control. Es en condiciones así que puede producirse la catástrofe mayúscula. La pregunta es: ¿es lo que se está viviendo ahora una situación inevitable?¿Era verdad hace 50 años que el mundo de hoy estaría al borde de un cataclismo como no se ha visto otro? Me temo que en algún sentido la repuesta no puede ser más que positiva.
En gran medida, el punto de vista que adoptemos dependerá desde luego de la amplitud de la perspectiva que se maneje. En el plano de los hechos por así llamarlos ‘inmediatos’ ninguna previsión así era posible. Era inimaginable hace 50 años que estaríamos hoy en los límites de la convivencia y a punto de entrar en un escenario de confrontación entre las grandes potencias, una confrontación en la que, si se diera, inevitablemente tomarían parte todos los países con armas nucleares (9, si no me equivoco. Es demasiado para el planeta). Sin embargo, vistas hoy las cosas a distancia, ello ya no parece una hipótesis tan estrafalaria. Así como un búfalo al que los leones derriban pelea hasta el último momento, así los dirigentes de un imperio que se desintegra prefieren llevarse al mundo por delante antes que ver perdidos sus privilegios y sus ventajas. Y la situación es más frágil todavía cuando el estado crucial tiene de facto no uno sino dos gobiernos, que es lo que acontece con los Estados Unidos. La retórica militar de los congresistas es realmente o un gran blof y una práctica propagandística de lo más irresponsable que pueda haber o el resultado de un delirio colectivo que sólo puede tener como consecuencia una confrontación entre los grandes poderes del mundo.
La situación es sin duda alarmante, pero cuando vemos la miseria cotidiana de tantas familias, la injusticia en la que viven tantas personas, el hambre y el sometimiento por los que pasan millones de seres humanos, el horror en el que viven millones de niños en todo el mundo, cuando constatamos la esencial vacuidad y la superficialidad de la cultura imperante, cuando nos enteramos de los desastres ecológicos causados por todos en todos lados, desde el Polo Norte hasta la Antártida (eso también ahora parece que era inevitable en un mundo en el que reina la idea poco religiosa de que el lugar en donde vivimos es para explotarlo al máximo), cuando no podemos no ver la horrenda esclavitud a la que han sido sometidos los animales y las plantas del mundo, entonces nos preguntamos si ese temible potencial desenlace que parece inscrito en la naturaleza misma del sistema bancario-corporativista que nos tiene sometidos a todos y nos obliga a vivir como no queremos vivir no es en el fondo algo sumamente deseable, algo profundamente bueno, algo así como la expresión de un secreto designio corrector de un dios amoroso.

De Fracaso en Fracaso

1) Una muestra contundente de sabiduría es saber perder. Este “saber perder” puede tomar cuerpo en el reconocimiento, tanto público como “interno”, de que uno se equivocó y de que es inevitable intentar remediar el entuerto mediante acciones concretas. Otra forma como puede materializarse la modalidad de sabiduría que tengo en mente es reconociendo, aunque sea para sí mismo, que las cosas cambiaron y que se establecieron nuevos límites, que nuestro horizonte de acción se encogió y que es preciso adaptarse a las nuevas circunstancias. Y una tercera forma como se puede mostrar que se aprendieron las lecciones de la vida es reconociendo que no es ya uno quien encarna el “espíritu de los tiempos”, que las banderas que uno enarboló ya no motivan a los demás, pues se volvieron obsoletas y dejaron de ser populares. Esto que casi inevitablemente enuncio en términos personales se puede extender a países y es ese realmente el tema que me interesa abordar aquí, a saber, el de la sabiduría o ceguera de las naciones que se rehúsan sistemáticamente a admitir errores, a aceptar restricciones a sus incontenibles apetitos, a reconocer que el mundo evolucionó y que surgieron para ellas nuevos límites, limitaciones que antes no existían y a las que ahora se tienen que someter, a admitir que no representan ellas ya el ideal, el modelo a seguir. En mi opinión, salta a la vista que hay en la actualidad un país que simplemente no quiere asimilar que sus tiempos como única nación abrumadoramente dominante están en el pasado y que lo único que la mantiene en su pedestal es su todavía incuestionable poderío militar. Me refiero, obviamente, a los Estados Unidos. Intentemos justificar esta perspectiva.
2) Es a partir del auto-golpe de estado que se dieron los norteamericanos hace 14 años que se inicia su intento de reconquista del mundo, partiendo desde luego del Medio Oriente. Es claro que la dizque “guerra contra el terror”, que resultó ser, como lo podemos constatar aquí y ahora, un fracaso total, tiene como una de sus fuentes la desaparición de la Unión Soviética. Los gobernantes americanos, “sometidos” a los caprichos y a las fantasías de su clase militar, decidieron aprovechar el vacío generado por la tristemente célebre perestroika e intentaron volver a imponer su presencia militar, sus corporaciones, sus intereses económicos y geo-estratégicos sobre todo en el Medio Oriente y Asia. Pero ahora todos somos testigos de que no lograron su cometido, a pesar de la destrucción del régimen de Saddam Hussein (y de su forzosa y muy discutible expulsión del mundo) y de la invasión de Afganistán. Las pseudo-razones para intentar justificar todas las matanzas, bombardeos, destrucción, desestabilización, tortura que esa política generó no son mi tema en este momento. Todos entendemos que, examinadas seriamente, no resisten el análisis ni tienen ningún valor teórico. Lo que en cambio sí me interesa es considerar algunos casos concretos de situaciones conflictivas actuales en relación con las cuales los políticos y militares norteamericanos han mostrado en forma grotesca una formidable miopía política, una falta de sabiduría y una diabólica maldad. A estas alturas, dadas las correlaciones de fuerzas, ellos deberían abiertamente aceptar que se equivocaron, que fallaron en sus predicciones y que es sólo por su colosal armamento, su increíble soberbia, por su profunda incapacidad para entender la evolución del mundo, que siguen empeñados en implantar políticas fracasadas a priori y que a lo más que pueden llegar en su intento de dominio mundial es a la destrucción de buena parte del planeta, los Estados Unidos incluidos, desde luego. Los casos que tengo en mente para ilustrar mi convicción son Cuba, Ucrania e Irán.
3) Consideremos primero Cuba. Empecemos por recordar (porque el recuerdo nos es grato) que hubo un líder que vapuleó política y diplomáticamente a 10 administraciones norteamericanas, a saber, el comandante Fidel Castro. Con él no pudieron ni en sus mejores tiempos. De ahí que el “encuentro” entre Raúl Castro y Barack Obama no pueda ser visto como el resultado de un acto de magnanimidad por parte del presidente de los Estados Unidos. Estamos más bien ante el reconocimiento de facto de que el estado más poderoso del planeta no pudo acabar con la Revolución Cubana. El fenómeno de acercamiento es a no dudarlo interesante e importante, porque para explicarlo entran en juego no sólo los actores políticos directos, sino muchos más. A los americanos les importa mucho, por ejemplo, disociar a Cuba de Rusia y toda esa zalamería y esos encabezados del New York Times y en general de la prensa norteamericana sobre el “encuentro histórico” entre Raúl y Obama es una pantalla de humo. Podemos con confianza afirmar que los dirigentes norteamericanos están completamente equivocados si creen que van a poder desmantelar los logros de la Revolución y hacer que Cuba regrese a situaciones pretéritas y rebasadas. Cuba nunca volverá a ser un garito y un lupanar para norteamericanos depravados. A diferencia del estadounidense, el pueblo cubano es un pueblo instruido y políticamente alerta. 50 años de Comités de Defensa no se esfuman por tramposas promesas de inversiones, creaciones de Disneylandias o incremento en el turismo. Obama tuvo que hacer lo que otros presidentes no pudieron hacer, porque las condiciones no estaban dadas. ¿Y cuáles son esas condiciones? En primer lugar, el costosísimo fracaso militar de los Estados Unidos en Asia; en segundo lugar, el resurgimiento de Rusia como super-potencia (con un super-líder al frente) y el acelerado e incontenible desarrollo económico y militar de China. Todo mundo entiende que en cualquier escenario de guerra total, los adversarios serán siempre los Estados Unidos y la OTAN (e Israel), por un lado, y China y Rusia, por el otro. Cada día estamos más cerca en el que los Estados Unidos simplemente no sólo no podrán ganar el enfrentamiento militar, lo cual ya es el caso, sino que podrían perderlo. En esas condiciones, la mano tendida a Cuba no es un gesto de humanismo, no es el reconocimiento de que se practicó durante medio siglo una política bárbara contra toda una población. Es la expresión de una derrota política y diplomática. El problema es que esto no se quiere reconocer. Esto, como argumentaré, es un error.
4) La aventura americana en Ucrania es también el símbolo de que se está llegando al fin de una era, la era de la mal llamada ‘Pax Americana’ (sencillamente nunca hubo “pax” mientras ellos dirigieron los destinos del mundo). El caso de Ucrania es el de una peligrosa escalada en la política de provocación en contra de Rusia. Los roces entre bombarderos y cazas en el Báltico se están multiplicando y eso puede desencadenar una confrontación muy seria, muy peligrosa y lo peor: gratuita. Las raíces del problema no tienen nada que ver con la auto-determinación de los pueblos ni nada que se le parezca. Ucrania y Rusia siempre han vivido en un estado de simbiosis. Nikita Kruschev, ni más ni menos que el sucesor de Stalin, era ucraniano. Lo que no se esperaban los americanos fue la reacción de Vladimir Putin en Crimea y el límite que les marcaron las brigadas pro-rusas de Ucrania. Los americanos, todo mundo lo sabe, no cumplen sus promesas, no respetan sus propios protocolos (por ejemplo, en el uso de drones), no respetan a las poblaciones civiles, no se ajustan a los tratados que firman (léase, por ejemplo,‘Tratado de Libre Comercio con México’), es decir, no se imponen a sí mismos límites cuando están en posición de usar la fuerza. Para ellos todo es factible, todo está permitido. Por ejemplo, ahora ya sabemos a ciencia cierta que el avión malayo de pasajeros no fue derribado desde tierra por los milicianos pro-rusos, sino por aviones del gobierno ucraniano usando para ello armas americanas y obviamente siguiendo instrucciones de la OTAN. Sin duda los esfuerzos de desestabilización en las zonas fronterizas con Rusia responden a muy variadas razones, pero no hay duda de que una de ellas fue que Putin prácticamente eliminó del panorama político y económico a quienes en Rusia la gente llamaba los ‘oligarcas’, esto es, los que de hecho con la ayuda del alcohólico Yeltsin se robaron prácticamente toda la riqueza de la Unión Soviética, casi todos ellos de origen judío. Esa medida de Putin le ganó el odio de los poderosísimos grupos sionistas de los Estados Unidos, los cuales decidieron castigar a Rusia y como el gobierno norteamericano está casi totalmente en el bolsillo del AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí) y de decenas de otras asociaciones como esa, entonces se implementó la política de agresión contra ese país en todos los frentes menos el militar. Rusia, sin embargo, no es Siria y por lo tanto sólo la puede destruir el país que esté dispuesto a ser a su vez destruido. Se instauró entonces una política de bloqueo y de aislamiento para poner de rodillas a Rusia, sólo que no les funcionó. El problema es que los americanos y sus secuaces no parecen entender que ellos ya no fijan solos las reglas ni pueden configurar las situaciones que se les antoje sin que paguen las consecuencias. Así, si bien es cierto que su política generó problemas económicos en Rusia, porque bajaron dramáticamente los precios del petróleo a sus más bajos niveles en muchos años, porque la inflación subió, etc., lo único que lograron fue tener ellos mismos problemas económicos y que Putin ampliara y extendiera sus relaciones con otros países europeos y asiáticos. Dicho de otro modo, el tiro les salió por la culata. Esa política anti-rusa de bloqueo les ha generado a ellos problemas económicos, de suministro de alimentos, de intercambios culturales, comerciales, financieros, etc., y Rusia se vio obligada a diversificar sus contactos, entre otros con diversos países europeos que ya no están dispuestos a ir hasta donde los Estados Unidos pretendan llevarlos. Se acabó, pues, la completa preponderancia de los norteamericanos hasta con sus aliados. ¿Cuál es el problema? Que no lo quieren ver, que no lo quieren reconocer. Los americanos se niegan a admitir que ya no sólo ellos fijan la agenda y los tiempos del mundo.
5) El tercer caso es Irán. Primero, hay que enfatizar que tuvieron que negociar con Irán un tratado de no proliferación de armas nucleares. En otros tiempos, como en 1953 cuando los servicios secretos americanos y británicos derrocaron a Mossadegh, quien había sido democráticamente elegido y había nacionalizado el petróleo, el gobierno norteamericano impuso en Irán al execrable, al detestable Shah, quien obviamente de inmediato le abrió las puertas a las compañías petroleras norteamericanas. Después de la revolución del Ayatollah Khomeini, hasta su embajada fue asaltada y, en tiempos de Carter, se inició una operación militar que terminó en el más grande ridículo cuando las fuerzas americanas aterrizaron en el desierto, en lugar de hacerlo en Teherán. Desde entonces Irán creció, se fortaleció y ahora golpes de estado como los de hace 60 años ya no son ni imaginables. Ahora el gobierno norteamericano tiene que negociar, cosa que ellos no hacen si pueden imponer sus acostumbradas leyes de cow–boys. Desde luego que militarmente podrían acabar con Irán, pero eso tendría tan terribles repercusiones en el Medio Oriente y más allá que no les queda otra cosa que hacer que negociar. Y cuando nos enteramos de las peripecias y el resultado de la negociación confirmamos lo que dijimos más arriba: los Estados Unidos ya no fijan arbitrariamente y a su gusto las reglas del juego político internacional. Y una vez más: ¿qué lograron con toda esa presión económica que han venido ejerciendo sobre Irán? Si conjugamos el conflicto de Crimea con el problema de Irán e Israel, lo natural y previsible era que Rusia levantara la prohibición de venderle a Irán los misiles S-300. Y eso es precisamente lo que pasó. Irán ganó una negociación y se fortaleció. El problema, lo repito, es que los norteamericanos no quieren aprender la lección de la historia. Su situación es más o menos como la de un imaginario emperador romano que de pronto apareciera en el siglo IV y quisiera mandar en Roma como en la época de los Césares. ¿Qué pensaríamos? Que no entendió nada. Algo así, mutatis mutandis está pasando con los policy-makers y sobre todo con los militares norteamericanos. Estos últimos, hay que decirlo, sí representan un grave peligro para todos, porque pueden querer a toda costa forzar a los distintos gobiernos civiles de los Estados Unidos a que impongan una política que lo único que podría acarrear sería la destrucción de todo.
6) Algo que es muy preocupante es que no sólo los americanos no quieren aceptar la evolución del mundo y tratan infructuosamente de forzarla para orientarla en la dirección que a ellos convendría, sino que otros gobiernos y otros políticos tampoco entienden sus propias lecciones históricas. En la reciente cumbre de las Américas, el papel triste, deprimente, vergonzoso lo hizo México. Ciertamente, el actual presidente de México no se comportó como lo hizo Fox en la anterior Cumbre, en donde hizo gala (como era su costumbre) de una lacayuna actitud frente a Bush. Fox, hay que decirlo, es simplemente insuperable en lo que a ridiculez y vulgaridad atañe, cualidades que resaltan todavía más cuando se le compara con personajes como Hugo Chávez, Lulla da Silva y Néstor Kirchner, con quienes tuvo el privilegio de interactuar en aquella ocasión (relación asimétrica, desde luego). En esta ocasión, el contraste fue más bien entre las suaves afirmaciones del presidente de México y los decididos discursos de la presidenta de Argentina y de los presidentes de Bolivia y de Ecuador. Yo no tengo idea de quién le prepara sus alocuciones al presidente, pero desafortunadamente lo que éste leyó fue un texto que nosotros calificaríamos como de ‘típicamente priista’: demagógico, vacuo, pueril, superficial, retórico en el peor sentido de la expresión, un discurso de esos a los que los mexicanos ya están acostumbrados, pero que está totalmente fuera de lugar en foros como el de Panamá. Pero el punto al que quería llegar es simple y es el siguiente: los americanos no quieren aprender su lección, pero por lo visto los mexicanos tampoco la suya. Todo indica que así como los dirigentes de los primeros se siguen creyendo omnipotentes cuando ya no lo son, así también nuestros dirigentes una y otra vez rechazan asimilar la lección histórica mexicana por excelencia, la más palpable y obvia que pueda haber, a saber, la triste verdad de que lo peor que se puede hacer es venderse a los Estados Unidos, entregar nuestra autonomía, nuestras riquezas (o lo que queda de ellas), dejar que penetren en nuestro territorio a través de sus organismos policiacos y así indefinidamente. Si los americanos no aceptan sus lecciones vitales cometerán errores y el desenlace será peor para ellos. Y si los mexicanos no entienden que hay que apostarle a la independencia, a desarrollar al máximo los vínculos con los países de América Latina, a diversificar nuestras relaciones culturales, financieras, comerciales, militares, deportivas etc., con otros países (con Rusia, por ejemplo), si no aprenden de una vez por todas a deslindarse de los voraces intereses de los vecinos, si no quieren entender que hay valores que son irrenunciables, entonces seguiremos todos pagando las consecuencias de no haber asimilado una lección histórica tan grande como el maravilloso continente en el que vivimos.

Aclaraciones en torno a un artículo de Guillermo Hurtado

1) Inevitablemente, para estas líneas un tanto improvisadas y que no tenía proyectado redactar, tendré que hacer un poco de publicidad no deseada, pero mucho me temo que simplemente no haya opción. Voy a tener que publicitar, violentando levemente mis principios y valores, las aportaciones periodísticas de un destacado colega, ex-director él mismo del instituto donde trabajo, y digo ‘violentando’ porque, por razones que iré ofreciendo y como podrá apreciarse, tengo que confesar que sus declaraciones y pronunciamientos han generado en mí una cada vez más pobre impresión, tanto literariamente como desde el punto de vista del contenido. Aunque haré un esfuerzo para no extenderme sobre el tema (sobre el cual se podría decir mucho), diré de todos modos más abajo unas cuantas palabras sobre lo que podríamos llamar ‘potenciales motivaciones panfletarias’. Esta propaganda involuntaria acarrea, no obstante, un cierto beneficio consistente en que quienes se sientan atraídos por el cebo periodístico tendrán la oportunidad de delinear por cuenta propia el perfil del interfecto y podrán extraer sus propias conclusiones. Por mi parte, admito que no quisiera repetir la experiencia, por lo que trataré de responder en forma tajante y definitiva a lo que me parece que es un intento fallido más de estigmatización de un mexicano ilustre por parte de alguien incomparablemente menor. Permítaseme que me explique.
2) En una de sus últimas contribuciones como articulista de periódico, Guillermo Hurtado afirma lo siguiente:

Entre diciembre de 1934 y abril de 1935, Caso debatió en las páginas de El Universal con Francisco Zamora y Vicente con Lombardo Toledano sobre el materialismo histórico. En aquella ríspida polémica, Caso fue tachado como un intelectual conservador, e incluso como un enemigo de la Revolución. Pero hoy podríamos decir que Caso era, en realidad, un revolucionario de los de entonces —para usar la frase de Luis Cabrera— y que los marxistas como Narciso Bassols y Vicente Lombardo Toledano eran los enemigos de la Revolución original, la de Francisco I. Madero.

Aquí hay precisiones que hacer.
3) En relación con su dicho, Hurtado amerita que se le refresque la memoria. Hay algunos hechos que no debería haber pasado por alto, sobre todo para evitar ese tonito de “small talk”, superficial y barato, que a menudo adopta para hablar de temas de historia nacional que merecen respeto y otra clase de tratamiento y enfoque. Vayamos, pues, por partes.
Primero, dada la redacción de Hurtado, cualquier lector extrae fácilmente la conclusión de que el Lic. Bassols estuvo involucrado en la famosa controversia sobre el materialismo. No es el caso. Obviamente Hurtado ignora que hay una carta de Antonio Caso, de cuando fue maestro de lógica en la Preparatoria Nacional, en la que (cito de memoria porque no tengo el texto a la mano) elogia la inteligencia y la dedicación de su más brillante alumno, a saber precisamente Narciso Bassols. Lo cierto es que la relación entre el Mtro. Caso y el Lic. Bassols siempre fue de mutuo respeto, independientemente de sus respectivas posiciones en relación con diversos temas de interés nacional. Pero hay que enfatizar que el Lic. Bassols nunca entró en polémica pública con Don Antonio Caso, su ex-maestro de lógica.
Segundo, seamos claros: la esencia del maderismo es el anti-re-eleccionismo (“Sufragio Efectivo-No Re-elección”). Ahora bien, cuando Madero hizo su entrada triunfal en la Ciudad de México Narciso Bassols tenía 14 años y a diferencia de Hurtado el joven Narciso Bassols abiertamente apoyaba al partido anti-re-eleccionista. Al igual que mucha gente que así se auto-denomina, Hurtado se declara ‘maderista’ cuando en realidad su conducta indica que repudia el maderismo, porque ¿acaso no fue él re-elegido director del Instituto?¿En qué consiste entonces su adhesión al maderismo? Eso de declararse maderista es una buena pose, porque en general lo que se hace es decir que se es maderista pero de hecho lo que se promueve (en general con pésimos argumentos) es lo contrario, esto es, la re-elección – de diputados, senadores, gobernadores, etc., todo ello como parte de una inevitable campaña previa para poder finalmente plantear el álgido tema de la re-elección presidencial. O sea, los maderistas actuales, como Hurtado, son quienes promueven la política más anti-maderista que pueda haber! Para nosotros lo importante, sin embargo, es que por cómo sucedieron los eventos en la capital del país, por la muerte prematura del caudillo, etc., el maderismo no pasó de lo estipulado en el Plan de San Luis y en él no hay prácticamente nada sobre educación. Por ello, lo más grotesco, lo más absurdo que se puede hacer sea contraponer el maderismo con los programas educativos de los años 30 en México, cuando el país se encontraba en una situación completamente diferente (se había vivido no sólo un terrible movimiento armado, sino la espantosa guerra cristera) y tenía nuevas aspiraciones y objetivos. En pocas palabras: no tiene nada que ver una cosa con la otra. Inferir, por lo tanto, que el Lic. Bassols y el Mtro. Lombardo Toledano eran “enemigos de la revolución maderista” es absurdo y es un non-sequitur colosal, poco digno en verdad de alguien que se supone que llevó por lo menos un año de lógica en la universidad. Yo infiero que el Lic. Bassols, al igual que el Mtro. Caso, habría podido enseñarle a Hurtado a extraer lo implicado en las premisas, pero no ahondaré en el tema. Me es suficiente con hacer ver que hay mala fe en la “argumentación” de Hurtado.
Tercero, Hurtado no parece haberse enterado de que el Lic. Bassols no tuvo formalmente mucho que ver con lo que se llamó la ‘educación socialista’ y no porque no simpatizara con un proyecto así, muy de la época dicho sea de paso, sino porque cuando se implantó él ya no era Secretario de Educación. Es altamente probable que Hurtado se haya confundido y haya mezclado el tema de la educación socialista con el muy grave conflicto que llevó al Lic. Bassols como Secretario de Educación a chocar con el retrógrada clero mexicano, el cual manipulaba a las asociaciones de padres de familia, por haber implantado lo que se denominaba la ‘educación sexual’. Sería bueno que Hurtado, quien supuestamente investiga el pasado ideológico reciente de México, se informara en serio sobre la reforma educativa implementada por el Lic. Bassols desde la Secretaría y con el ejemplo, una reforma alabada por más de algún historiador (algunos de ellos extranjeros) y sobre todo, que recabara datos sobre lo que era la educación en México y sobre cómo y quién la impartía previamente a la labor desarrollada por el Lic. Bassols desde la Secretaría. Es de suponerse que él, que es “fan” de Vasconcelos (“el gusto se rompe en géneros”, como dicen), debería poder hacer un trabajo comparativo objetivo e iluminar a su público. Por ahí le recomiendo el librito de S. Novo, “Jalisco-Michoacán”, el cual quizá podría serle útil. A ver si todo ello le infunde un poquito de perspectiva histórica, que buena falta le hace.
Cuarto, es lamentable tener que constatar que le falta a Hurtado familiaridad con la vida intelectual del México de los años 30 y 40. Si no fuera así, él sabría que ese distinguido Secretario de Educación al que alude, esto es, Jaime Torres Bodet, era un individuo que aunque ciertamente no comulgaba con la perspectiva progresista del Lic. Bassols, de todos modos lo admiraba y respetaba profundamente. De hecho se tuteaba con Doña Clementina Batalla, esposa del Lic. Bassols. Ni mucho menos es descabellada la idea de que el libro de texto, que Torres Bodet hizo realidad cuando fue Secretario de Educación, a finales de los años 50, está inspirado en mucho de la labor educativa del ministro Bassols. Las contraposiciones y contrastes fáciles que tanto gustan a Hurtado, para lo cual lo único que se requiere son etiquetas y clichés, lo único que logran es enturbiar el pasado del país y claramente se fundan en un soberbio desconocimiento de primera mano de muchas personas y situaciones, pero revelan también la presencia de otros factores que es imposible no percibir. Por eso yo me pregunto: realmente ¿para quién escribe Hurtado?¿Qué persigue? ¿Con quién quiere quedar bien? La verdad es que preferiría no entrar en detalles, pero sí me resulta imposible no decir unas cuantas palabras sobre tan escabroso tema.
4) Debo reconocer que si tuviera por la fuerza que elegir entre leer un artículo de Ricardo Alemán y uno de Guillermo Hurtado creo que sin mayores titubeos elegiría uno del primero. Por lo menos en ese caso uno ya sabe qué esperar; más aún, ya se sabe que no hay ninguna reflexión seria de por medio sino mera labor de zapa del más burdo nivel. Pero debo reconocer que Hurtado es desconcertante. En lo que a mí concierne, no me resulta fácil combinar su formación con productos tan desesperadamente  banales y vacuos como su artículo sobre “queremos vacaciones”, su loa a uno de los presidentes más execrables y detestados de todos los tiempos, i.e., Miguel Alemán Valdés, el uso personalizado que hace de una columna de un diario de distribución nacional, la presentación de pequeños panfletos sobre temas de interés académico pero que no podrían nunca adquirir el status de artículos en revistas profesionales. Sólo eso basta para que uno se desinterese de dicha “producción” y no habríamos pasado de ahí. Pero cuando Hurtado mediante comparaciones amañadas, recurriendo a formas de presentación tendenciosas, intenta (a final de cuentas, sin lograrlo) manchar la reputación de la poca gente verdaderamente ilustre que ha dado este país, entonces nos vemos forzados a volver a leerlo y a responderle. Muchos en el medio sabemos qué clase de motivaciones tiene Hurtado, de cuán delirantes pueden llegar a ser sus aspiraciones a hacer una carrera de administración académica y es imposible no vincular todo eso con lo que afirma en el periódico en el que escribe. Hurtado ha de pensar que bien vale París una misa y que si por un poquito de amarillismo politiquero, de difamación velada, de tergiversación ad hoc queda bien con alguien bien ubicado y que (por las razones que sean) quiere ver publicado lo que él firma, entonces se vale, es legítimo. El problema es que es difícil ocultar motivos y propósitos. Como por casualidad, los escritos de Hurtado siempre concuerdan con la línea que automáticamente se marca desde los puestos de poder, académico o de otra clase. Lo irónico es que es altamente probable que Hurtado se engañe, porque lo que México necesita es justamente lo contrario, es decir, gente que piense libremente, que sea crítica de nuestras instituciones, de las políticas que se imponen. México no necesita sofistas, intelectuales a sueldo, sino espíritus libres, gente genuinamente preocupada por el destino de este pueblo golpeado y mancillado una y otra vez, gente que realmente se preocupe tanto por nuestro pasado como por nuestro presente y nuestro futuro, gente que tenga motivaciones impersonales. Es precisamente en pretender denostar a personas que trabajaron denodadamente para este país, que entregaron su vida por él en circunstancias muy adversas y ciertamente muy diferentes de las agradables circunstancias que a Hurtado le tocó vivir que consiste el anti-nacionalismo intelectualoide de nuestros días. Pero que ni Hurtado ni nadie se olvide de que, en última instancia, no fueron los sofistas sino los Sócrates y los Platones quien pasaron a la historia y si tuviéramos eso en mente no tendríamos que estar haciendo aclaraciones como las de esta un tanto forzada y precipitada contribución.

Comentarios sobre el argumento ontológico de San Anselmo

I) Justificación
Para ser sincero, quisiera darle al lector un respiro (y dármelo a mí mismo) y dejar por un momento los temas a la moda, los temas “de actualidad”, en relación con los cuales las más de las veces lo que los comentaristas hacen es volver a contar un episodio (volver a narrar lo que todo mundo ya sabe) y decir al respecto lo que les viene en gana, lo cual no es una faena particularmente difícil. Siento, por lo tanto, la necesidad de dejar de hablar de elecciones, democracia, delincuencia y múltiples otros temas parecidos para concentrarme, aunque sea momentáneamente, en alguna clase de reflexión más impersonal, sobre un tema de interés universal y en relación con el cual podamos en alguna medida ejercer nuestras limitadas facultades de raciocinio. Se me ocurrió entonces que podría decir algo relacionado con el curso de filosofía de la religión que imparto en el Colegio de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Hace unos 9 años, más o menos, impartí un curso parecido, pero contrastando mis notas de aquel curso con lo que he preparado ahora me doy cuenta de que mi punto de vista se modificó en relación con un tema específico y que lo que antaño me pareciera una argumentación inválida ahora me parece ser (como a algunos otros pensadores que respeto y admiro, como Normal Malcolm) básicamente correcta. Para no mantener al lector en la expectativa, le diré que mi tema (de un par de sesiones) es una auténtica joya filosófica. Me refiero al famoso argumento articulado por un monje que vivió hace 10 siglos, San Anselmo, y que pasó a la historia como el “argumento ontológico”. Para mí, el problema no es ya la legitimidad de la conclusión, sino cómo interpretar el resultado. Veamos, pues, de qué se trata.
II) El trasfondo
En este curso he venido desarrollando una tesis, controvertible desde luego, concerniente a la gestación y desarrollo del teísmo clásico, esto es, la creencia en un Dios, creador, omnisciente, omnipotente, ilimitado, protector, etc., y he tratado de hacer ver que dicha creencia fue el resultado de la fusión de diversas fuerzas “culturales”. En particular, encontramos elementos de platonismo, ya que fue Platón quien primero habló no de un creador pero sí de un diseñador del mundo, a quien llamó el ‘Demiurgo’. Se deja sentir también la presencia del aristotelismo puesto que, muy en la línea platónica pero con otro aparato conceptual y más ambicioso quizá, Aristóteles postuló su Motor Inmóvil, esto es, Dios, inteligencia pura, no corpórea sin la cual, sin embargo, el movimiento en el mundo no se explicaría. Pero es en el siglo III después de Cristo cuando, sintetizando la sabiduría de los griegos, con el gran pensador de origen africano pero que desarrolló en Roma su inmenso trabajo filosófico, Plotino, que la espiritualidad alcanza su máxima expresión. El producto fue la así llamada ‘teoría de las emanaciones’, una compleja pero muy bien armada concepción mediante la cual Plotino explica la racionalidad del universo y el puesto del Hombre en él. Todas esas construcciones son, aparte de edificantes, apasionantes y hermosas pero adolecen de un defecto: son demasiado intelectualistas y no tienen la capacidad de generar una religión. Definitivamente, con un pensamiento como el de Plotino las delicias de la vida espiritual quedan reservadas para unos cuantos privilegiados susceptibles de comprenderlo y disfrutarlo. No obstante, las bases racionales para el surgimiento de la religión estaban dadas, sólo que faltaba algún componente importante.
Éste vino del Medio Oriente y, más precisamente, del judaísmo, mas no del judaísmo ortodoxo sino de la rama disidente representada por Jesús de Nazaret y su pequeña secta y recogido y elaborado a través de los grandes mitos creados por San Pablo, el verdadero diseñador de la religión católica. Lo que con el cristianismo se difundió fue el monoteísmo, la idea de un Dios único, y fue con la fusión del pensamiento racionalista griego y romano con el monoteísmo de origen judío que surgió una religión que muy rápidamente se apoderó del mundo occidental dominado a la sazón por Roma, esto es, básicamente Europa, el norte de África y el Medio Oriente. Los grandes mitos paulinos (Dios crucificado, Dios Hijo inmolado para salvar a los pecadores, Dios nacido de una virgen, etc.) se fueron poco a poco apoderando del imaginario colectivo y terminaron por arraigarse en las mentes de los hombres de aquellos tiempos junto con las instituciones correspondientes que se fueron paralelamente creando. Sin embargo, faltaba todavía mucho por hacer para que doctrinalmente la religión católica, por así decirlo, cuajara. Hacer que así fuera fue labor de los Padres de la Iglesia, empezando por San Agustín, en el siglo V. Como puede verse, el proceso de formación de eso que ahora es dado in toto, como una unidad, llevó muchos siglos y muchas controversias conformarlo y más que eso, porque las controversias para ajustar la doctrina, seleccionar los Evangelios, etc., eran a menudo violentas, como lo cuentan las reconstrucciones de los grandes concilios ecuménicos.
Con la idea monoteísta de Dios en circulación casi automáticamente se fueron creando en el lenguaje natural (es decir, no técnico o teológico) la familia de nociones religiosas que se requería, conformada por nociones como las de fe, pecado, milagro, rezo, infierno y muchas más. La vida se fue canalizando a través de la institución de la Iglesia Católica y de la creencia en Dios. Poco a poco, los conceptos religiosos se fueron más o menos aclarando, salvo uno: el de Dios! Qué situación tan curiosa: toda la vida giraba en torno a la noción de Dios y nadie podía resolver el problema fundamental que dicha noción planteaba. ¿Cuál era dicho problema? La respuesta es obvia: determinar si efectivamente hay un ser así. Eso nadie lo podía demostrar. Pero eso era demasiado paradójico: como dije, todo giraba alrededor de la idea de Dios, pero no se sabía si Dios existía! A partir de la obra de San Agustín, pasaron 6 siglos hasta que entró en escena el primer gran pensador que ofreció lo que él consideró una prueba irrefutable de la existencia de Dios. Su prueba pasó a la historia como el ‘argumento ontológico’. Ocupémonos rápidamente de él.
III ) Los argumentos de San Anselmo
Es en su libro Proslogio que San Anselmo presenta entremezcladas dos líneas de razonamiento claramente discernibles y que apuntan a lo mismo. El primer argumento, que es inválido, es el siguiente: podemos pensar en un ser mayor que el cual ningún otro puede ser concebido. O sea, podemos pensar en un ser más perfecto que el cual ningún otro puede ser concebido. Pero si efectivamente lo pensamos, es decir, lo tenemos en la mente, entonces ese ser tiene que existir también fuera de la mente, porque de lo contrario no habríamos estado pensando en el ser más perfecto que el cual ningún otro puede ser concebido, puesto que podríamos pensar en otro que, además de ser concebido, efectivamente existiera en la realidad. Por lo tanto, si logramos pensar en el ser mayor que el cual ningún otro puede ser concebido, entonces tenemos que admitir que ese ser existe, pues de lo contrario nos estaríamos contradiciendo.
Dije que el argumento es una joya de pensamiento porque de inmediato nos pone en contacto con diversas problemáticas filosóficas, de lógica filosófica y teoría del conocimiento en especial. El argumento presenta varias fallas, pero voy a limitarme aquí a señalar una de ellas, porque otras requieren de explicaciones técnicas y no es ni factible ni deseable presentarlas en este espacio. La objeción que me parece más fácil de aprehender consiste simplemente en decir que Anselmo no respeta la fundamental intuición de que las cuestiones de existencia no se dirimen por medio de definiciones, sean éstas las que sean. Podemos postular lo que queramos, pero determinar si eso que postulamos existe en la realidad o no requiere de una investigación que no puede ser meramente de carácter semántico o lingüístico. Hay, como dije, otros argumentos en contra del de Anselmo, que tienen sobre todo que ver con la noción de existencia y que ciertamente lo echan por tierra. Lo interesante, sin embargo, es que Anselmo tiene otro argumento, que no es tan fácil de nulificar. Intentemos reconstruirlo.
El segundo argumento de Anselmo es de carácter modal, es decir, en él se apela a nociones modales, como las de necesidad o posibilidad. Se nos dice lo siguiente: es posible pensar en un ser cuya no existencia no es posible, es decir, cuya existencia es necesaria. Un ser así es más perfecto que cualquier otro cuya no existencia sí es posible, esto es, no es necesaria (es contingente). Pero si efectivamente podemos concebir que no existe ese ser cuya no existencia no es concebible, entonces en realidad no estábamos pensando en el ser cuya existencia es necesaria. Tenemos que aceptar, por lo tanto, que si efectivamente concebimos el ser cuya no existencia no es posible concebir, entonces tenemos que aceptar que dicho ser existe en la realidad. Dicho ser se llama ‘Dios’.
IV) Breve discusión
Yo pienso que Anselmo tiene razón, sólo que la conclusión que él extrae requiere de interpretación. El primer argumento no es demostrativo y el segundo lo que demuestra es que Dios es un ser necesario. Pero lo que estos dos resultados implican es pura y llanamente que el teísmo clásico es falso, porque el teísmo presupone que Dios es un objeto (un ser) y el primer argumento falla en demostrar que hay tal objeto; y lo que el segundo argumento prueba es que Dios es un ser necesario y por lo tanto no es un objeto, es decir, no es realmente un objeto más. ¿Por qué? Para decirlo un tanto paradójicamente, porque un objeto necesario no es un objeto. Un objeto necesario tiene sólo propiedades necesarias. Esto concuerda con nuestra noción usual de Dios: todos hablamos de Él como todopoderoso, infinitamente bueno, ilimitado, que existe necesariamente etc. Como entonces ya no nos las habemos con un objeto más, tenemos que tratar de determinar de qué hablamos cuando hablamos de Dios como de un ser necesario, a sabiendas de que no hablamos ya de un objeto particular, por especial que sea.
Esto nos lleva al terreno de la interpretación y de cierta especulación filosófica. Queríamos saber qué significa decir que Dios es un ser necesario. Dijimos que significa, por lo menos en parte, que todo lo que prediquemos de Él tiene el carácter de necesidad (bondad, indestructibilidad, sabiduría, etc.). Pero el siguiente paso ahora es preguntarnos: ¿para qué queremos un concepto así?¿Por qué los seres humanos sintieron la necesidad de construir el concepto de un ser más perfecto que el cual ningún otro puede ser concebido? Y para responder a esto tenemos que salirnos del ámbito de la argumentación para pasar al de la aclaración conceptual. ¿Por qué es el concepto de Dios, entendido como un ser necesario, tan importante en o para la vida humana?¿Por qué, si Anselmo tiene razón, no podemos decir significativamente que Dios no existe?
El concepto de Dios, entendido como ser supremo, es indispensable por razones de ética. Hasta el más perfecto de los individuos ha cometido alguna injusticia, ha matado algún animalito que nunca le hizo nada, ha tenido algún desliz, ha cedido a alguna tentación. Entonces si alguien se arrepiente sinceramente por algo que hizo y necesita, por la razón que sea (porque lastimó a un inocente, porque humilló a alguien humilde, porque destruyó una familia, etc.), pedir perdón, quiere sentirse redimido: ¿quién lo va a juzgar?¿Alguien que, por decente, correcto, bueno que sea, de todos modos es como él, es decir, imperfecto? No. Tiene que ser alguien absolutamente intachable, algo que esté por encima de cualquier falla imaginable, alguien perfecto. Sólo Dios es así. Es por eso que el concepto de Dios es indispensable: porque sólo Él me puede condenar o perdonar. Lo demás es justicia humana y ya sabemos todos lo que eso es. De manera que si no tuviéramos el concepto de Dios tendríamos que conformarnos con la injusticia humana y entonces estaríamos perdidos. Como bien dijo Ludwig Wittgenstein: “¿De qué te sirve tener todo el dinero del mundo si tu alma está perdida?”
Unas cuantas palabras acerca de la realidad religiosa del mundo actual se imponen. El hombre de hoy no cree en Dios. Los intelectuales, los científicos no creen en Dios porque ridículamente imaginan que creer en Dios es asumir el teísmo clásico. No parecen ser capaces de entender que el teísmo clásico no es más que el resultado de una interpretación del lenguaje religioso. O sea, no saben fijarse en las funciones reales de dicho lenguaje. Y, por otra parte, la gente se entusiasma con el dios teísta, con el dios con el que pueden comerciar, rogarle para que les vaya bien en los negocios, en toda clase de andanzas, hasta para el crimen. Todo eso son formas irracionales de religiosidad, superchería, como diría Kant mera (y mala) “ilusión trascendental”. La verdadera vida religiosa es totalmente interna, silenciosa, pues se expresa sobre todo a través de las acciones que se realizan, moviendo siempre al individuo por el intenso deseo de complacer al ser mayor que el cual ningún otro puede ser concebido. Es esa una lección que nos sirve hoy y que podemos derivar del pensamiento que nos legara un monje benedictino que escribió hace 10 siglos.

Todos Unidos con Carmen Aristegui!

Mentiría si afirmara, aquí y ahora, que concordaba en todo o que me gustaba en forma irrestricta el programa de noticias conducido por Carmen Aristegui en MVS radio, oficialmente de 6 a 10 de la mañana. Ciertamente no es el caso. Hubo días en los que me quedé con la sensación de que el programa había tenido tintes amarillistas y hasta de mal gusto, como el caso de la anciana de Zongolica; tuve la impresión en ocasiones de que el repertorio de temas se estaba haciendo cada vez más estrecho y que no salíamos ya de los aburridísimos tópicos de elecciones, democracia, partidos y demás, temas quizá políticamente actuales, pero existencialmente mortales; me pareció que faltaba exposición y discusión de política mundial (Venezuela, Ucrania, Medio Oriente, etc.); asimismo, sentí (sobre todo de un tiempo para acá) que había un exceso de anuncios y me desesperaba un tanto que la conductora llegara casi a las 7.00 am, lo cual representaba, para nosotros los madrugadores, una hora casi perdida. De igual modo, las cápsulas “infantiles” de la red o la lista de nombres por los onomásticos siempre me generaron alguna clase de escozor. Pues con todo y eso sigo pensando que el programa de Aristegui era, en su género, el mejor de la radio en México. Se sigue lógicamente que su supresión, planeada o no, constituye un golpe al público nacional, al hombre de la calle que ansía encontrar un programa con el que no se le embrutezca más, al hombre sencillo al que se le quita el único programa de análisis político serio que había en el espectro de la radio y la televisión (supongo que nadie en sus cabales querrá llamar ‘análisis político serio’ a las charlas de bar a las que someten a sus respectivos públicos cautivos las televisoras, con la obvia excepción del programa de Porfirio Muñoz Ledo) en el que se decía algo que no representara puntos de vista oficiales, en el que no se elevaban críticas que más bien son como burlas por lo inocuo y lo superficial, defensas descaradas de intereses creados y fácilmente identificables, todo ello desde la perspectiva del lenguaje coloquial y carente por completo de cientificidad, tal como ésta toma cuerpo en discusiones de politología. En su programa, Aristegui no se presentó nunca como haciendo ciencia política, pero de inmediato podía sentirse que detrás de esa voz había alguien que sí fue a la universidad. Pues eso precisamente fue lo que nos quitaron, con lo cual se incrementó en un grano de arena más el descontento y el resentimiento populares hacia gobernantes y oligarcas.
El programa de Aristegui se presentaba como un noticiero, pero la verdad es que fue rápidamente evolucionando para convertirse en un programa de análisis político. Aristegui (a quien no tengo el gusto de conocer) adquirió renombre precisamente porque en su programa no se hacía lo que en prácticamente todos los demás: refritearse noticias y seguir directivas. Es obvio que, gracias a su estupenda preparación, Aristegui podía interrogar a miembros de la Suprema Corte, a gobernadores, a políticos y a gente destacada, siempre haciendo preguntas y observaciones pertinentes, siempre incisiva y hasta mordaz. Por otra parte, Aristegui, con su ejemplo, le dio una lección de honor y respeto por uno mismo a sus competidores, dizque académicos venidos a locutores (en el mejor de los casos) y dispuestos a todo con tal de seguir percibiendo las jugosas quincenas que es plausible pensar que reciben. Por lo que puede observarse, Aristegui, convirtiéndose en un emblema de dignidad y profesionalismo, siempre tuvo su renuncia lista. Es obvio que ella no estaba ahí para cobrar un salario. Que ella misma estuviera ligada a intereses es tan inatacable como en el caso de … y de … y de … y así ad nauseam. Es legítimo y tenía derecho, como todos los demás. Con eso no se rompe ninguna regla. Pero el punto importante es que, inclusive admitiendo que ella estuviera ligada a algún potentado o a algún magnate, difícilmente podría sostenerse que su trabajo se veía afectado por ello. De hecho por esa actitud se ganó la admiración de amigos y el respeto de sus competidores, en general muy inferiores en fineza argumentativa. Una prueba de eso es que ella es de las pocas periodistas mexicanas que han trabajado como entrevistadora en CNN. Si esa agencia de información y Carmen Aristegui coinciden en posiciones políticas o no es algo que, por lo menos al ojo externo, es imposible determinar, porque ella es una periodista profesional, no una amateur, una improvisada, una arribista. Y de eso hay tanto …!
El conflicto con la estación MVS Radio tiene todas las apariencias de un conflicto artificial. Si ello es así, como todo parece indicarlo, lo que se le puso a Aristegui fue una celada. Es difícil creer que la decisión de los dueños de la estación, los hijos del millonario Joaquín Vargas, de desprenderse de la conductora del programa de carácter político más escuchado en México haya tenido una causa interna. En este como en muchos otros casos, las apariencias son la realidad y lo que las apariencias dicen es que se trató de un castigo. Aristegui, con la audacia que la caracteriza, se atrevió a dar noticias y a hacer señalamientos importantes e inusitados en un país de borregos en el que se nos pretende hacer creer que porque se bala ‘democracia’ a diestra y siniestra automáticamente se goza de las ventajas de un país realmente democrático. Aquí tenemos una demostración palpable de que en lo que nosotros vivimos es en el país de la pseudo-democracia vociferante. Qué tan caro haya la estación de radio vendido a Aristegui, es decir, a cambio de qué prebendas, negocios, licitaciones o exenciones de impuestos es algo de lo que, obviamente, por el momento no nos vamos a enterar. Tendremos que esperar un poco más de tres años para que empiecen a emerger del lodazal de la vida pública algunas verdades que harán que nos estremezcamos. Por el momento, como siempre en este país, a lo que el ciudadano de a pie habrá de enfrentarse será un muro de silencio, decenas de chismes regados por todos los medios para desorientarlo (tácticas de desinformación) y desde luego a todo lo que haya que hacer para que no se le recontrate y vuelva a salir al aire. Pero va a ser difícil que MVS radio recupere su audiencia. No es ciertamente con las banales (y en ocasiones filosóficamente absurdas) cápsulas de Gaby Vargas como se va a recuperar el público que ya desde hoy dejó de sintonizar la estación. Es verdad: perdimos a Aristegui, pero ganamos una estación de música estridente, de programas frívolos y estériles, de más basura radiofónica. ¿Quién quiere sintonizar MVS? Yo no y hasta donde logro percatarme prácticamente nadie. ¿Ya ven qué caro sale una voz independiente?
El punto siniestro en todo esto, desde luego, lo señaló Aristegui misma, cuando en su último o penúltimo programa, esto es, cuando ya el conflicto era abierto y se sentía que no habría solución, ella dijo (casi poéticamente) que había vendavales de autoritarismo en México, un regreso a prácticas pasadas que creíamos definitivamente rebasadas. Aquí tocamos el núcleo del problema. Suprimir el programa de Aristegui, mediante la estratagema que se quiera, es intentar volver a ponerle al pueblo de México una mordaza, es regresar a prácticas porfiristas (debidamente actualizadas), algo que se pudo hacer en alguna medida gracias a todos esos ideologuillos que no han parado desde hace varias décadas de resucitar al desalmado Cortés, al petulante y ambicioso Maximiliano, al criminal Porfirio Díaz, a quienes quisieron re-escribir la historia de México ensalzando a sus enemigos naturales en detrimento de sus héroes nacionales, como Juárez, Ocampo y Calles. Esa atmósfera intelectual de traición al país por parte de los oportunistas del momento (en economía o en política, en educación o en ecología) contribuye a la gestación de un médium que le facilita al Estado la toma de decisiones abiertamente anti-nacionales. Y aquí está el resultado, porque preguntémonos: ¿por qué realmente se acaba el programa de Carmen Aristegui?¿Por un conflicto que tiene una resolución jurídica evidente y fácil? No. El programa de Aristegui se acaba porque no se quiere permitir que en México se hable en voz alta, porque se quiere mantener a más de 100 millones de personas en la ignorancia y en la sumisión. Pero eso no va a ser posible, porque no nos vamos a quedar callados y a menos de que se transforme México en una inmensa cárcel o en una inmensa fosa común, la cultura de nuestros tiempos seguirá impulsando al ciudadano, cada vez con mayor fuerza, a decir lo que quiere, lo que piensa, a expresar sus aspiraciones. Lo realmente delincuencial es intentar acallar la conciencia de las personas. Lo veo difícil.
Hay por lo menos dos temas recientes (hay más, pero mencionaré solamente estos dos) sobre los que Carmen Aristegui no sólo con valentía sino con toda razón puso su vigilante ojo y exhibió en toda su obscenidad, Me refiero a la nominación del nuevo miembro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Eduardo Medina Mora, y el asunto de la así llamada ‘casa blanca’, esto es, la compra de la fastuosa casa en la que estuvo involucrada la esposa del presidente. Si todo ello responde o no a maniobras políticas es irrelevante, puesto que la periodista juega en concordancia con las reglas por todos admitidas en la actividad de difusión de la información. Lo que no se vale es la trampa, es decir, presumir que aquí se juega con ciertas reglas y luego ser el primero en suprimirlas. El asunto de Medina Mora es políticamente más escandaloso. El Lic. M. Bartlett escribió en el periódico El Universal un estupendo y contundente artículo al respecto, por lo que en cierto sentido Aristegui es simplemente un chivo expiatorio. Mucho me temo que México así lo entiende y entiende también lo que está sucediendo: se está construyendo el trasfondo adecuado para múltiples reformas constitucionales que están por realizarse. Cuando están en juego intereses tan grandes hasta la más modesta de las voces puede tornarse insoportable, sobre todo si es denunciante.
No siempre es así, pero a menudo el triunfo de una causa justa exige la inmolación de su portavoz. Si hay algo de lo que Aristegui es portavoz es de una de las causas más nobles y por las que más hemos luchado, en los más variados contextos, a saber, la libertad de expresión. Nosotros no queremos ni que se anule nuestra libertad de expresión ni perder a Carmen Aristegui. Por eso le deseamos un triunfo legal arrollador y que regrese pronto a una estación de radio digna, que se enaltezca dándole la difusión que merece y que todos requerimos, estemos o no de acuerdo con todo lo que ella afirma. De hecho, no sólo lo pedimos sino que lo exigimos. Por lo pronto, nos olvidamos de los noticieros, los programas de analistas, los entrevistadores (?), etc. No vamos a recibir ya información maloliente, filtrada, tergiversada, inútil. De manera que, parafraseando al Sub-Comandante Marcos cuando estuvo en Ciudad Universitaria, desde aquí te decimos:

Carmen Aristegui: Ciudad Universitaria te saluda!

¿Habrá Resucitado o Nunca Murió?

Durante mis estudios de licenciatura, cuando era yo estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, tuve un amigo, fallecido hace unos 37 años pero del cual guardo su imborrable imagen de un joven brillante, risueño y muy ingenioso. Me acuerdo que tenía lo que desde entonces me parecía la mejor fórmula simple para, en unas cuantas palabras, describir México. Solía decir, cuando la cuestión lo ameritaba, que no había nada de qué extrañarse, puesto que “todos sabemos que México es el país en donde la razón no vale!”. Frases como esa he escuchado por montones, pero confieso que ninguna me convence tanto como esta. Cuántas veces, para mi desaliento, he tenido que constatar lo certero del pensamiento de aquel inolvidable gran estudiante y amigo que fue César Gálvez. Oportunidades para desconfirmar su dictum no han faltado, pero una y otra vez, como si se tratara de una maldición, tengo que volver a reconocer lo atinado de su pensamiento. Desafortunadamente, en efecto, se trata de una verdad cuyo feo rostro se nos aparece de calle en calle, de trámite en trámite, de proceso social en proceso social, de conflicto político en conflicto político. Conste que hablo aquí de nuestra idiosincrasia, no de fenómenos universales que tienen que ver con la razón humana en general, como la akrasia o la elección en contra de lo que es nuestro mejor juicio. Tengo en mente más bien fenómenos locales, expresiones culturales propias de lo que es México. Me interesa tratar de determinar cómo se aplica lo que mi amigo decía cuando examinamos transacciones sociales de la índole que sean o el modo como se “resuelven” muchos de los conflictos políticos que nos aquejan. Una forma nuestra de irracionalidad es, por ejemplo, la siguiente: los mandamases están convencidos de que pueden mentir descaradamente y, por ejemplo, anunciarnos que el asunto de la matanza de los jóvenes de Ayotzinapa es un caso cerrado, que fue exitosamente resuelto, aunque la población en su conjunto esté totalmente convencida de que eso es una vulgar mentira. El problema es que como la gente ya automáticamente se asume que los dirigentes políticos son unos mentirosos, entonces la gente también se siente justificada en mentir y se genera así una cultura en la que la gente elude pagar impuestos, hacer negocios a costa de las instituciones, no buscar más que su bienestar personal de corto plazo, no pensar en que los daños ecológicos que genera van a afectar a sus nietos sino es que también a sus hijos y hasta a ella misma, etc., etc. Así, pues, esos políticos por una parte se salen con la suya, pero por la otra ellos mismos se generan problemas que preferirían no tener. En México los casos de conducta incomprensible abundan. Para ilustrar: aquí cualquier economista le puede espetar en su cara a un indigente que el tema del hambre es un gran mito, puesto que las cifras de la macro-economía no mienten y que por lo tanto el país se está moviendo y está creciendo. Así son los noticieros en México: programas de mentiras secuenciadas que todo mundo sabe que son mentiras, pero que a pesar de ello todos siguen viendo. Así de absurdas pueden llegar a ser las situaciones por las que se nos hace pasar y con las que tenemos que convivir.
Cuando se discute la política impuesta por la presidencia del país nos volvemos a topar con situaciones de alarmante irracionalidad. Se toman decisiones que abiertamente atentan en contra del bienestar de las mayorías, se sabe que ello es así y se sigue adelante. Siempre hay, desde luego, apologistas fervientes, los ilustrados de este negro periodo histórico que nos tocó vivir, empeñados en justificar las políticas diseñadas desde las cúpulas de poder (sean cuales sean: esa es otra característica típica de nuestra inteligencja). De manera que, si de lo que hablamos es de lo que está pasando, no va a haber forma de mostrar que se está dirigiendo mal al país, que se están tomando multitud de decisiones por las que otras generaciones van a pagar y muy caro. Sin embargo, dado que en este país la razón no vale, a menos de que sea uno más corrupto que los más corruptos, algo difícil de lograr, no le queda al individuo otra cosa que ver y, como diría Voltaire, cultivar su jardín, es decir, ocuparse de sus asuntos personales.
No obstante, a sabiendas de que no hay crítica sana que no quede de inmediato refutada, voy a intentar aquí una estrategia diferente. No voy a referirme a las magníficas razones que se nos dan para justificar el hecho de que México sea un país cada día más endeudado y dependiente, un país cada vez más sometido y entregado a los salvadores (grandes inversionistas, banqueros, etc.), tanto nacionales como extranjeros. Propongo entonces que momentáneamente nos olvidemos de lo que pasa en nuestro país y que traigamos a la memoria algunos de los “logros” de la política de un país que pasó por una fase de locura social muy similar a la mexicana pero que, por una extraordinaria coyuntura política, salió en alguna medida de ella y hasta donde se pudo logró reconstituirse. Sostengo que es altamente probable que ese esquema será también (lo es ya en parte) el de México. Quiero, pues, decir unas cuantas palabras sobre uno de los presidentes más odiados de un entrañable país. Me refiero a Carlos Saúl Ménem, dos veces (!) presidente de Argentina.
No estará de más decir de entrada que lo que de Ménem me importa no son sus ridículas exhibiciones como futbolista o bailante de tango, sus andanzas con vedettes, las vicisitudes de su familia y en general el anecdotario personal, simplemente porque todo ello es irrelevante para nuestros propósitos, no porque no haya muchas cosas que comentar al respecto. Lo que quiero hacer es más bien ver a Ménem como actor político que puede a nosotros, los mexicanos, decirnos algo a través de su lamentable actuación como presidente; me interesa reconstruirlo no como persona sino como programador político de un país para, aunque sea de manera un tanto superficial, dejar en claro a dónde lo llevó y, por consiguiente, tratar de adivinar a dónde podemos llegar nosotros. ¿Cuál es, pues, el legado de Ménem?¿Qué le dejó Ménem al pueblo argentino? Preguntas así son importantes, porque habrá después que hacérnoslas en relación con nuestros propios “policy makers”.
A mí me parece que podemos afirmar que Ménem fue el gran vende patrias argentino. Era el “fan” absoluto de la privatización. Él desmanteló el Estado argentino como nadie. Durante su primer periodo sobre todo se remataron las grandes y emblemáticas empresas nacionales argentinas. Se fueron por la borda ni más ni menos que Aerolíneas Argentinas (la Mexicana de Aviación de allá), los Yacimientos Petrólíferos Fiscales (YPF, es decir, el Petróleos Mexicanos de Argentina), así como se vendió lo que era la compañía nacional de Teléfonos (digamos, Telmex, antes de que pasara a manos privadas para convertir a quien oficialmente es su dueño en el segundo hombre más rico del mundo), los ferrocarriles, la televisión, el agua, los servicios de recolección de la basura, carreteras y muchas otras cosas más. El campo argentino sufrió tremendamente con Ménem: los pequeños propietarios prácticamente desparecieron debido a la incomprensible dolarización de la economía y quedaron las grandes extensiones listas ya para la producción de soya desplazando a la ganadería por la cual Argentina era (y sigue siendo) reconocida en el mundo entero. El ataque a las universidades públicas fue feroz: se congelaron fondos y se propició en cambio el surgimiento de multitud de universidades privadas. Dejo de lado la política exterior criminal del ex-presidente, su protagonismo que rayaba en lo grotesco. Ménem, hay que recordarlo, restableció las relaciones con Gran Bretaña, a 10 años de la humillación y la pérdida de muchas vidas que los generales argentinos con Galtieri a la cabeza le causaron a su pueblo a través de una guerra que estaba perdida de antemano. Aunque ya había un movimiento en ese sentido, Ménem lo acentuó otorgando el perdón a militares y torturadores profesionales con su famosa amnistía. Con vergüenza recordamos el apoyo a los tristemente célebres Contras, en Nicaragua, así como la venta ilegal de armas a Ecuador y a Croacia, aventura que como todos sabemos desembocó, para acabar con pistas, en la explosión de una fábrica militar que destruyó de paso media ciudad. Viéndolo retrospectivamente, es increíble cuánto mal puede hacer un individuo en tan poco tiempo!
A estas alturas, me parece que podemos afirmar que es un hecho que Ménem estaba llevando a Argentina no sólo por un proceso de decadencia, sino a algo mucho más grave. La prueba es que, al poco tiempo de haber dejado la presidencia, se produjo el escandaloso suceso conocido como el ‘Corralito’, una medida que le habría tocado a él tomar de haber ganado la presidencia por tercera vez. Pero en medio de todo ese fango y esa podredumbre sucedió algo fantástico: cuando Argentina estaba entrando en una situación caótica, casi de inicios de anarquía, se produjo el milagro: llegó Néstor Kirchner a la presidencia y rescató a su país. En el periodo que con él se inicia – de reequilibrio frente al gangsterismo político del menemismo, el Estado argentino fue recuperando poco a poco algunos (no todos) de sus bienes. Se renacionalizaron, resistiendo los embates tanto de la oligarquía argentina como de fuerzas extranjeras (del gobierno español, por ejemplo), las empresas vendidas a los peores postores: Aerolíneas Argentinas, YPF, los ferrocarriles nacionales, etc. Queda mucho por hacer, pero hay algo que es preciso decir en voz alta: en Argentina se produjo una chispa de instinto político, se reactivó la política de defensa de los intereses nacionales y Argentina reorientó su camino, a un costo alto pero valientemente pagado.
Si me he ocupado superficialmente de aquellos aciagos días es porque creo que se puede construir un argumento que contribuya a cerrarle la boca a los doctos en democracia o en tasas de interés, enfrentándolos con hechos crudos. El argumento es por analogía, pero no por ello es inválido. Así, podemos afirmar que nadie, ni el más fanático de los menemistas, puede negar que la política de Ménem fue de principio a fin un fracaso total, una desgracia para el pueblo argentino, un timo político, una estafa de dimensiones históricas. Y ¿dónde está Ménem ahora? En el banquillo de los acusados. Pero si lo que pasó en Argentina es lo que está pasando en México ¿no ocurrirá lo mismo acá?¿No será imposible no echar marcha atrás dentro de 10 o 15 años a la ahora eufórica política de privatización, de auto-desmantelamiento por parte del Estado mexicano?¿No se están viendo ya a lo lejos espectros tenebrosos que son las secuelas de las políticas anti-nacionales que se implementan en la actualidad?¿No es hora de gritar ya: ¿dónde están nuestros Néstor y Cristina Kirchner?¿Por qué nada más tenemos Ménems y no tenemos Kirchners?
Si, dicho de manera muy abstracta, es acertado decir que lo que en México se está haciendo es seguir los pasos del menemismo, tomando a este último como un símbolo, y éste feneció en el fracaso y el desprestigio, la conclusión se sigue por sí sola. Aceptemos que el menemismo inevitablemente desemboca en el fracaso. Nuestra pregunta es: ¿es ese esquema político el que se está aplicando en México? Me temo que sí. No es que el fenómeno en México sea nuevo. Se inició inclusive antes que en Argentina. Lo interesante del caso argentino es que es un proceso terminado y que se puede examinar a distancia como un todo acabado: se ve en él nítidamente y en pequeño lo que en México está pasando ahora y es en grande. Los grandes procesos de privatización, como Ménem lo enseñó, vienen sistemática e inevitablemente envueltos en una inmodificable atmósfera de corrupción. No se puede vender los bienes de una nación sin hacer trampas, sin vender a la población, sin traicionar al país. Es lógicamente imposible y Argentina (o la Rusia de Yeltsin, para no ir más lejos) lo demuestra. La euforia de la época de Ménem es similar a la que prevalece en nuestros días aquí en México. La sumisión lacayuna al consenso de Washington es la misma en ambos casos. Con el entusiasmo típico de la gente cegada por ambiciones desmedidas, por objetivos prácticos de corto plazo, se está cuidadosamente preparando la venta de la electricidad, del petróleo, del agua, tratando de convertir a México en un país de mano de obra para trasnacionales, obedeciendo al pie de la letra los mandatos de la banca mundial. Ante nuestros ojos se está construyendo, paulatina pero sistemáticamente, el estado empresarial, en detrimento del estado nacional. Es probable que, siguiendo las mejores tradiciones de nuestra sinrazón, muchos políticos mexicanos ni siquiera entiendan qué están haciendo realmente. Simplemente actúan en función de los intereses de hoy, si bien se les olvida los de pasado mañana. Cuando vemos eso parecería que el espectro de Ménem viene hacia nosotros y es con horror que entonces nos preguntamos: ¿habrá resucitado o nunca murió?

Netanyahu ante el Congreso: una oportunidad manquée

Me permito sugerir que una forma útil de clasificar a los hombres de Estado es la siguiente: hay algunos que se vuelven grandes, que adquieren una dimensión histórica porque detectaron y no dejaron escapar las ocasiones excepcionales en las que la historia los colocó y porque supieron aprovechar la oportunidad que la vida les estaba brindando para aportar algo nuevo, para desconcertar a todo mundo con una propuesta hasta entonces no imaginada, para salir de un impasse político, para innovar y lograr no sólo alcanzar sus propios objetivos sino también para abrir nuevos horizontes para la vida en el planeta; y hay, por otra parte, los hombres de Estado que, ubicados en posiciones excepcionales y teniendo todo para remodelar las situaciones prevalecientes, dejan pasar la oportunidad en aras de posiciones pragmáticas de corto plazo, por miopía política, por un fanatismo ilimitado y, en última instancia, por un complejo fenómeno de auto-engaño generado por ambiciones desmedidas y por una colosal confianza en sí mismo y en sus capacidades. De seguro que hay muchos casos en los que la clasificación sería controvertible y polémica pero en todo caso, para bien o para mal, podemos afirmar con relativa seguridad que Benjamín Netanyahu no cae dentro de nuestro primer grupo de hombres de Estado. Inteligente, decidido y consciente de su poder se dio el lujo de espetarle al mundo, vía el Congreso de los Estados Unidos (y la prensa mundial), lo que quería decir y en la forma como quiso hacerlo, mostrando una gran seguridad en sí mismo, sabiendo que estaba respaldado por los grupos económicos más fuertes del mundo, con todo lo que eso entraña. El problema es que el contenido de su alocución no sorprendió a nadie. Es triste decirlo: Netanyahu no aportó absolutamente nada para la resolución de los graves problemas por los que pasa el Medio Oriente ni aportó la más mínima idea para resolver pacíficamente las tensiones con Irán. Más bien, hizo todo lo contrario: su discurso fue una mezcolanza indigerible de propaganda incendiaria, de caricaturización política, de propagación de odio y de expresión de amenazas ya no tan veladas. La verdad es que, por lo menos para quienes no somos otra cosa que observadores distantes, es casi imposible entender qué fue a hacer Netanyahu a los Estados Unidos.
Si efectivamente Netanyahu, a pesar de su aplomo y dominio total de la tribuna, no dijo absolutamente nada que pudiera despertar la curiosidad de alguien, entonces ¿cuál fue el propósito de su viaje?¿Para qué retar públicamente a la Casa Blanca aceptando una invitación no avalada por el presidente de los Estados Unidos? En cierto sentido, como bien lo señaló de inmediato Nancy Pelosi, la líder de la minoría demócrata en la Casa de Representantes, el discurso del primer ministro israelí fue un atentado a la inteligencia de los congresistas. No les dijo nada que no supieran. Yo creo que la Sra. Pelosi tiene razón, pero lo importante es lo que podemos inferir de ello y lo primero que podemos “deducir” es precisamente que el discurso no estaba dirigido a los miembros del Congreso. Entonces ¿a quiénes se dirigía Netanyahu con su discurso vía el Congreso? A mí me parece que él tenía varios destinatarios en mente. Veamos cuáles de seguro lo eran.
El primer destinatario del discurso fue, evidentemente, el gobierno (y el pueblo) de Irán. El mensaje, solapado, sepultado entre toneladas de slogans y de retruécanos baratos, tras una parodia de clase de historia, fue: si los Estados Unidos no adoptan y refuerzan la política de sanciones y aislamiento de Irán y si no lo fuerzan a que acepte el diktat israelí, entonces “Israel irá solo”. ¿Qué es lo que estaba diciendo Netanyahu?¿A dónde puede ir solo Israel? Eso no puede ser entendido de otra manera más que como una pre-declaración de guerra. El asunto es grave.
El segundo destinatario obvio del discurso de Netanyahu era el congreso mismo, pero en otro sentido: Netanyahu fue a los Estados Unidos a asegurarse que, en caso de guerra con Irán, el Congreso norteamericano seguirá apoyando incondicionalmente al gobierno de Israel. También en este caso Netanyahu habló sin titubeos: los Estados Unidos e Israel “comparten un mismo destino”. En otras palabras, si Israel entra en guerra, también lo harán los Estados Unidos de América.
Un tercer destinatario era, obviamente, el público israelí, de frente a las elecciones que habrán de tener lugar en Israel dentro de un par de semanas. En este caso el mensaje es diferente: lo que Netanyahu le quiso decir a la población israelí es que, en el espectro político existente en Israel, sólo él puede defenderlo del enemigo externo, del enemigo realmente peligroso y que por lo tanto, a pesar de los fracasos en la política interna (los conflictos con los sindicatos, la pobreza en muchos sectores, el estado permanente de guerra, los choques con los sectores religiosos más radicales por, e.g., el servicio militar, etc.), deberían votar por él.
Y el último gran destinatario del discurso de Netanyahu está constituido por los gobiernos del mundo, y en particular por los gobiernos de las grandes potencias. Lo que Netanyahu fue a decir es que Israel no va a tolerar que haya un país en toda la zona (bastante extensa, dicho sea paso, porque en principio realmente abarca desde Marruecos hasta Paquistán) que rivalice con él y que esté habilitado para ponerle un límite a sus políticas expansionistas y de guerra permanente.
Que el discurso del primer ministro israelí no tenía como objetivo enunciar hechos lo deja en claro no sólo la retahíla de mentiras con las que aderezó su exposición, sino el recurso histriónico de presentar a un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, un pobre anciano que muy probablemente ni cuenta se dio de cómo estaba siendo utilizado. Que Netanyahu se haya prácticamente burlado de los miembros del Congreso lo pone de relieve la sarta de falsedades que expresó ante ellos, quienes conocen la situación tan bien como él. Un ejemplo claro de manipulación política: Netanyahu aseguró que Irán era el responsable del bombazo de la AMIA, en Buenos Aires. El problema es que, por lo menos hasta donde la investigación va en este momento, eso no sólo no ha sido demostrado sino que parece ser una explicación que cada día pierde verosimilitud. Asimismo, presentó en forma casi infantil a Irán como un estado terrorista, como si se tratara de asustar niños, cuando es en Israel y en los territorios ocupados en donde todos los días mueren palestinos asesinados por las fuerzas armadas o por los violentos y fanáticos ocupantes de los nuevos asentamientos. Habló del antisemitismo promovido por Irán, cuando todo mundo sabe que los miembros de las pequeñas comunidades judías de Irán no quieren (como tantas otras de otros rincones del mundo) emigrar a Israel y viven tranquilamente en ese país. Habló del hostigamiento anti-cristiano de Irán, pero se le olvidó mencionar cómo se trata a los cristianos en Jerusalem (no hay más que echar un vistazo a videos en Youtube para ver cómo las monjas se cubren con paraguas de los escupitajos de mucha gente). Hay un sentido, por lo tanto, en el que desde el punto de vista del contenido el discurso de Netanyahu simplemente no fue serio.
El núcleo del supuesto desacuerdo con la administración Obama respecto a un potencial pacto con Irán concierne a las instalaciones de este último y a los tiempos. Netanyahu dejó en claro que a lo que él aspira es a ver de rodillas a Irán, para lo cual éste tiene que desmantelar todas sus instalaciones de producción de energía atómica y se tiene que hacer de modo tal que Irán no pueda, en caso de desacuerdo con los Estados Unidos, tener tiempo para producir una bomba atómica. Realmente el cinismo de Netanyahu no tiene límites y sólo nos hace recordar las palabras que en relación con otro tema expresara hace muchos años el gran Stefan Zweig. Dijo: Quod Deus perdere vult, dementat prius: A quien Dios quiere perder le quita la razón. Este es el caso de Netanyahu: él está exigiendo cosas que son pura y llanamente imposibles de conceder. Y su posición es: o eso o vendrá la guerra. Netanyahu no fue a los Estados Unidos a dar un discurso e implorar ayuda. No: fue a advertir lo que va a pasar si el gobierno iraní no se ajusta a sus exigencias y el pacto con los Estados Unidos no satisface sus requerimientos. Él entiende perfectamente bien que una vez que Irán disponga de armas atómicas ciertas políticas ya no podrán implementarse. Se le olvidó decir, sin embargo, que Israel tiene (según cálculos que son de dominio público) más de trescientas ojivas nucleares, aparte de que tiene, al igual que algunas otras grandes potencias, armamento químico y armamento biológico. El gran problema es el inmenso costo, no sólo pecuniario, del potencial conflicto con Irán. Si el discurso de Netanyahu es un último intento por intimidar a Irán en la fase final de las negociaciones para que ceda todavía más en lo que concierne a sus investigaciones e instalaciones nucleares, es decir, si es un mero blof o si es una amenaza real, eso es algo que sólo Netanyahu y sus allegados más cercanos saben. Nosotros, como el resto del mundo, lo sabremos muy pronto.
Lo que a mí en lo personal me queda claro es que nunca la opción en favor de la guerra es la mejor a mediano y largo plazo. El problema aquí es que ni siquiera a corto plazo se ve una ventaja tan grande por parte de Israel que valga la pena intentarla, a menos de que el gobierno israelí esté decidido ya a usar armas de destrucción masiva, armas atómicas, quizá bombas atómicas tácticas. Pero es evidente que eso acarrearía reacciones impredecibles por parte de otros gobiernos y otros pueblos. Me parece que Netanyahu está jugando irresponsablemente no sólo con la vida de millones de seres humanos, sino con el destino del pueblo cuyos intereses dice defender. En mi opinión, hay indicios de que lo que se está fraguando es una situación apocalíptica. Por el momento, dado el marco dentro del cual se dan los acontecimientos, lo único que nos resta por desear es que Netanyahu no gane las elecciones en Israel. Un conflicto en gran escala es lo peor que puede pasarle a todos. Lo preocupante es que todo parece indicar que el Congreso de los Estados Unidos ya le dio su asentimiento (esto es, su apoyo, que es inmenso) y que la Casa Blanca parece haber finalmente aceptado que Israel actúe por cuenta propia. Esperemos que no tengamos nunca que decir algo como “Ay! Si tan sólo Netanyahu hubiera sopesado mejor las cosas, si tan sólo lo hubiera pensado dos veces!”. Quiera Dios que estemos totalmente equivocados.

Excesos de Soberbia

Empecemos con un parangón. Imaginemos que un propietario de la zona más rica de una ciudad tiene como vecinos, después de turbios manejos relacionados con lo que ahora son sus respectivas propiedades, a los miembros de una familia de gente paupérrima y que, por las razones que sean, el individuo opulento y quienes viven en la choza de al lado empiezan a atacarse mutuamente. El multimillonario les manda a su jauría, un grupo de Dobermans entrenados para atacar y, evidentemente, éstos causan destrozos en el terreno de al lado. Los vecinos, sin embargo, se desquitan y arrojan piedras, con lo cual rompen vidrios y ocasionalmente algún vitral caro de la casa del magnate. Éste, furioso, arremete contra ellos usando a sus abogados, a sus ingenieros, por medio de los cuales él “demuestra” que originalmente el terreno era de él y se va apropiando poco a poco de todo lo que la famélica familia vecina tenía. No contento con ello, el sujeto compra la imprenta de la esquina y todos los días manda pegar por todos lados panfletos y boletines denostando a los vecinos a los que, de paso, no sólo ya les quitó el agua y la luz sino que les roba su correspondencia, intriga para que ningún vecino los reciba e impide que los ayuden con una limosna. Por si fuera poco, organiza fabulosas fiestas en su casa, en donde se degusta lo mejor de las tiendas de alrededor y come y bebe plácidamente frente a quienes se esfuerzan en vano, porque cada vez que va a haber una cosecha el vecino rico se las envenena, las contamina, etc. Por todas las actividades que despliega, todos los invitados a la casa grande, sistemáticamente, pasan al balcón para ver de arriba a abajo a los peligrosos y nefandos vecinos y, en las salas de la mansión, en los diversos comedores o en los jardines, todos se asombran de que pueda haber gente tan infame como los niños de al lado y le expresan al señor y a su familia sus más dolidas y sinceras condolencias por tener que tratar con seres que no se han hecho merecedores del status de “humanos”. Y un punto culminante (no desde luego el único en esta singular historia de impiedad e infamia) se alcanza cuando, en un acto de perversión jurídica inenarrable, el juez de la calle le ordena a los miserables, que no tienen ni en dónde caerse muertos, que le paguen por daños y perjuicios el mal que le han ocasionado al admirable dueño de la hermosa casa.
Lo que aquí he someramente descrito (habría podido extenderme tanto cuanto hubiera querido) es, obviamente, una narración meramente fantasiosa, pero cumple no obstante una función. La idea es plantear una situación para imaginativamente ubicarse en ella y visualizar lo que serían nuestras reacciones normales o espontáneas. El problema es, claro está, que cuando trasladamos el ejemplo a la realidad tratando de anclarlo en alguna situación que efectivamente se dé, ni nuestras reacciones son espontáneas ni lo que en general se diría correspondería a lo que sería nuestro juicio en el caso del cuentito de más arriba. Preguntémonos entonces: ¿a qué situación en el mundo corresponde el contenido de la historieta? No creo que se requiera ser ni particularmente ducho en cuestiones de geo-política ni singularmente instruido para de inmediato apuntar a uno de los conflictos más desbalanceados, injustificables, horrendos de la historia. Me refiero al conflicto entre Israel y el pueblo palestino. Dada la situación, me parece que sería hasta ridículo, por redundante, indicar quien es quien, el gobierno israelí y el pueblo palestino, en el relato inicial.
Antes de explicar y comentar algunos de los paralelismos entre la fantasía y la realidad, valdría la pena hacer ver por qué no hay nada que corresponda en la realidad a lo que en el cuento serían las reacciones espontáneas del testigo. La razón salta a la vista: la prensa mundial, los comentaristas políticos de periódicos, los locutores políticos de radio y televisión, los dueños o amos del mundo de las letras y de la cultura, todos, cotidianamente, escriben, debaten, polemizan, anatemizan el caso e inducen o fuerzan a decir que los culpables del conflicto, los enemigos de la raza humana, los desalmados terroristas, etc., etc., son los palestinos, esto es, en la historieta, los vecinos pobres. De ahí que cuando alguien quiere emitir un juicio puede hacerlo, pero ya no será espontáneo, puesto que ya habrá pasado por el prisma de la mediatización, que es un arma más en este caso del poderoso y por ahora vencedor en la contienda. Pero dejemos la fantasía y ratifiquemos que efectivamente ésta da una idea de lo que es el conflicto actual.
Todos sabemos que Palestina fue barrida por los sionistas triunfantes quienes, a partir de la Declaración Balfour – mediante la cual los ingleses declaraban a Palestina un “protectorado” – se dedicaron a preparar el terreno para la formación del Estado de Israel. Durante el periodo que va más o menos de 1925 a 1948, a través de organizaciones terroristas como el Irgún (para no mencionar más que una), los sionistas sembraron el terror en Palestina y obligaron a miles a abandonar sus tierras. Una vez constituido Israel, los sucesivos gobiernos israelíes se dedicaron a expandir su país, un país que no tiene oficialmente fronteras, porque no se sabe hasta dónde habrá de extenderse el Gran Israel. Claro que cuando uno habla del conflicto palestino-israelí a la gente se le olvida que no es esa la ecuación que da cuenta de los hechos, porque el conflicto es entre palestinos e israelíes gozando estos últimos en todos los contextos del apoyo incondicional de los Estados Unidos, no, desde luego, por casualidad, ni porque los políticos norteamericanos sean generosos y desinteresados socios, sino por otras razones que tienen que ver con la realpolitik mundial y en las que no tenemos para qué entrar en este momento. En estas condiciones, es realmente difícil rastrear en la historia un conflicto más desproporcionado que el que se da entre Israel y los Estados Unidos, por un lado, y Gaza y Cisjordania, por el otro.
Todo esto viene a cuento porque el lunes 23 de febrero del presente, un juez en Nueva York falló en contra de los palestinos, representados por la Autoridad Palestina y por la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), y los condena a pagar alrededor de seiscientos cincuenta y cinco millones de dólares! O sea, un juzgado en los Estados Unidos le da curso a una demanda de particulares en contra de las instituciones que funcionan como el estado palestino por 33 muertos y unos 450 heridos (no todos heridos físicamente, pero sí psicológicamente), bajas ocurridas entre los años 2002-2004, por ataques palestinos en territorio israelí. Esto es como cobrarles los vidrios rotos a los muertos de hambre que habitan junto al vecino rico y poderoso en un terruño cada vez más pequeño.
Aquí hay varias cosas que distinguir. Por una parte, unos particulares (ciudadanos americanos y judíos norteamericanos) demandan a un gobierno casi fantasma en estado de guerra permanente. Pero ¿qué lógica es esta? Si un gobierno o una población están en guerra, por las razones que sean (porque se les destruyen sus ciudades de la manera más vil y alevosa, porque tienen a sus ciudadanos abarrotando cárceles en el país con el cual se está en guerra, porque todos los días les roban terreno para construir permanentemente nuevos asentamientos, porque no se les deja ni que reciban ayuda internacional, etc., etc.), lo más absurdo es demandarla por estar en guerra. Pero, por la otra: ¿dan acaso los tribunales norteamericanos cabida a juicios por parte de palestinos en contra del gobierno israelí por sus innegables atrocidades? Ni por pienso! La situación de los palestinos, por consiguiente, es similar tanto en el terreno militar como en el terreno legal: se les privó del derecho a defenderse. Los aviones israelíes (otro regalo de los congresistas de los USA) pueden destruir Gaza, pero si un desesperado palestino, desesperado porque le mataron a su familia, lo torturaron o le expropiaron su propiedad en Israel (algo muy común), ya sin opciones de vida se decide a inmolarse y ataca a un transeúnte, entonces la prensa mundial pone el grito en el cielo por el “terrorismo” palestino y vienen las represalias que son literalmente 100 veces más pesadas. Basta con hacer el cálculo de cuántos muertos palestinos hay por cada israelí que haya sido víctima de un atentado para darse una idea de la desproporción. Pero en todo caso el mensaje que la ley americana está enviando ahora es muy claro: los palestinos no tienen derecho ni a defenderse físicamente ni a defenderse legalmente. Claro, esto en principio vale para Israel y los Estados Unidos , pero dado que lo que vale en los Estados Unidos se hace valer en la mayor parte del mundo, entonces el sino de los palestinos está prácticamente sellado.
Quizá sea pertinente (por no decir ‘urgente’) hacer una aclaración antes de seguir adelante. De ninguna manera estamos regocijándonos por la muerte de nadie y menos de civiles, de gente no relacionada directamente con lo que sucede en el teatro de operaciones, esto es, en Palestina, que es el fácil campo de batalla preferido de los gobernantes israelíes, así como no podemos reír o sentir alguna clase de satisfacción al ver como un avión destruye edificios, escuelas, etc., en un lugar en donde no hay baterías anti-aéreas y con gente dentro. No es ese el punto que estoy estableciendo. De lo que nosotros estamos en contra es de las matanzas de civiles y más en general de la guerra, pero lo que resulta particularmente indignante es la guerra desproporcionada, ventajosa, alevosa, desigual, innecesaria, fundada en mentiras. La guerra en contra del pueblo palestino rebasa ya los límites de toda cordura, de toda decencia, de toda comprensión. Es muy importante que los líderes israelíes y sus amigos entiendan que su causa es incompartible por la humanidad, que aunque se sea un ignorante instintivamente la gente se solidarizará espiritualmente con los palestinos, porque el sufrimiento hermana. El odio y la crueldad sionistas no son parte del judaísmo, por lo que es absolutamente falso que ser anti-sionista sea ser anti-semita. Nosotros, por ejemplo, somos pro-semitas como somos pro-palestinos. Lo que está pasando con el pueblo palestino es algo que ningún ser humano normal o real podría avalar. No se le puede pedir a nadie que sea testigo de la aniquilación de un pueblo y que permanezca indiferente. No hay ser humano normal que haga eso y las triquiñuelas políticas también llegan a un fin.
Es claro que vivimos la época del triunfo sionista, un triunfo casi mundial y casi total en Occidente. No tiene caso negar realidades. En algún sentido, quizá hasta podría afirmarse que es perfectamente explicable. El problema es que el sionismo actual está llevando al mundo por un mal derrotero, porque está generando dolor en exceso, dolor injustificado e injustificable.  Pero si se reconoce su inmensa fuerza ¿quiere eso decir que no hay entonces ya nada que hacer? Desde luego que no y pienso que no se le podría dar a una pregunta así una simple respuesta afirmativa. El mundo da cambios inesperados. Pero más que eso, yo estoy seguro de que así como hace 2000 años hubo un individuo que se insubordinó en contra de la doctrina de que sólo unos cuantos eran los “hijos de Dios”, que enseñó que todos lo somos, que lo hizo con valentía y amor y que triunfó totalmente a pesar de los todopoderosos de la época, así también irán surgiendo del seno de la sociedad israelí misma los ciudadanos judíos conscientes de su humanidad y que de ellos, paulatinamente, surgirá el movimiento liberador para todo el Medio Oriente, ellos incluidos. Cuando la población israelí ya no se deje manipular por negociantes internacionales y por gente ebria de poder, cuando el simple ciudadano israelí quiera vivir y convivir y compartir su cultura y sus tradiciones con sus vecinos, con sus congéneres de siempre, entonces la paz regresará al Medio Oriente y todo este horrendo periodo que nos tocó presenciar quedará  como una etapa vergonzosa del cual nadie querrá acordarse.

Bienvenido, Señor Presidente!

Difícilmente podría negarse que los gobiernos norteamericanos nos han ido poco a poco acostumbrando a espectáculos grotescos y que serían risibles sino fuera por la seriedad de los asuntos involucrados. Sin duda uno de estos eventos, que terminó en un auténtico circo político, fue la relección de G. W. Bush. El país de la democracia se vio envuelto en un escándalo electoral que la más bananera de las repúblicas le habría envidiado. Tardaron finalmente más de un mes para convencer al mundo de que efectivamente Bush junior era el vencedor. Qué fuerzas entraron en acción nos las podemos imaginar, pero sobre lo que estoy llamando la atención en este momento es sobre el carácter contradictorio de la situación: el país de la libertad, de los derechos civiles, de los valores más altos, por una parte, y lo que a todos luces fue un fraude avalado simplemente por un modo peculiar de contar los votos, por la otra. En números, todos sabemos que Al Gore ganó la presidencia, pero quien fue ungido presidente fue Bush, lo cual constituyó una tragedia para el mundo de la cual todavía no vemos el último acto.
En estos días asistimos a una nueva escena que debe tener a muchos líderes del mundo destornillándose de risa. La verdad es que el caso por una parte es en efecto un tanto cómico, pero desafortunadamente lo que está detrás de dicho evento es todo menos risible. El hecho es que, como ya todo mundo está al tanto de ello, el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, sin consultarlo con la Casa Blanca, esto es, con la presidencia de los Estados Unidos (presidente, vice-presidente, secretario de estado, etc.) hizo una invitación pública para que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, pronuncie un discurso ante la Cámara, lo cual habrá de ocurrir un par de semanas antes de que tenga lugar un importante proceso electoral en Israel, proceso en el que estará en juego el futuro político del propio Netanyahu. La invitación, por lo tanto, venía cargada de intenciones y no tenía nada de espontánea ni de ingenua. Se trata de un movimiento político muy cuidadosamente calculado. Lo más probable es que haya sido planeado en Israel y ello por toda una variedad de motivos, entre los cuales destacan los siguientes. Primero, porque es potencialmente un acto político beneficioso para Netanyahu. Éxito en su maniobra significa su reelección a mediados de marzo; segundo, porque Netanyahu quiere no meramente hacer llegar un mensaje al Congreso norteamericano para que boicotee todo posible acuerdo con Irán en relación con su programa nuclear, sino que quiere decírselo personalmente a los congresistas; tercero, de paso humilla a un presidente con el que ha tenido roces, que casi va de salida y con quien ya no tiene mayor sentido dialogar ni negociar; cuarto, porque justamente con este viaje se da también el banderazo de partida para la carrera por la elección presidencial de 2016 en los Estados Unidos. Esas y algunas otras cosas más llevaron a que se reconociera oficialmente lo que de hecho fue la auto-invitación de Netanyahu para hablar ante la audiencia más importante de los Estados Unidos. Pero ¿no es eso algo insensato?¿No es acaso una decisión así una provocación peligrosa cuando el agraviado es el gobierno del país más poderoso del mundo?¿No es absurdo retar y ofender públicamente al presidente de los Estados Unidos, sea quien sea? A final de cuentas ¿no es Israel un pequeño país cuya existencia está siempre en la cuerda floja y sobrevive únicamente gracias al apoyo norteamericano, un apoyo que puede en cualquier momento cesar?¿Hay en el mundo otro hombre de estado que podría hacer lo que Netanyahu se permite? Realmente, los niveles de tolerancia y benevolencia del gobierno norteamericano son extraordinarios!
El problema es que la situación no es en lo más mínimo como se presenta al ojo superficial. Si Netanyahu se permite semejante provocación no es porque esté haciendo alguna clase de cálculo heroico: es porque sabe que puede hacerlo. De inmediato se plantea entonces la pregunta: ¿por qué, cómo es que puede alguien darse el lujo de ningunear al presidente de los Estados Unidos? Tan pronto intentamos responder a esta pregunta dejamos la faceta chusca del asunto y nos adentramos en un aspecto turbio pero crucial de la historia reciente de los Estados Unidos, digamos de los últimos cien años. Tiene que ver con el proceso que llevó a una pequeña pero poderosísima comunidad ni más ni menos que a adquirir el control del estado norteamericano. Esa comunidad es la comunidad sionista de los Estados Unidos. ¿Cómo se materializó dicho proceso?
La explicación gira en torno a muchos elementos, pero algunos de los más importantes son los siguientes: el juego democrático-bipartidista de los Estados Unidos no puede echarse a andar y funcionar sin inmensas cantidades de dinero. Los candidatos de los partidos tienen que buscar sus propias fuentes de financiamiento y propaganda política. El dinero para las campañas de senadores, gobernadores, representantes y presidente proviene de distintos sectores, pero quienes invierten en grandes magnitudes en el juego político son los grupos sionistas, muchos de los cuales actúan de manera coordinada. Estos grupos, como por ejemplo el AIPAC (American Israel Public Affaires Committee) proporcionan a los contendientes enormes cantidades de dinero que, obviamente, no son meros regalos. Los candidatos son prácticamente comprados y, naturalmente, cumplen con su parte del pacto, que es la defensa a ultranza del estado sionista y el apoyo incondicional a sus políticas. Este apoyo reviste muchísimas formas, como por ejemplo la donación diaria de 800 millones de dólares al estado de Israel por parte del Congreso, casi en su totalidad controlado por las organizaciones sionistas. Israel recibe además apoyo militar, logístico, diplomático, cultural, etc., y goza de total impunidad gracias al derecho de veto al que permanentemente recurre el gobierno norteamericano en la ONU y en todo foro internacional en donde se discuta el caso de las políticas interna y externa de Israel. Los dos grandes partidos políticos de los Estados Unidos son cautivos del inmenso poder financiero y mediático de los grupos sionistas de ese país. Con el control casi total de los medios de comunicación (Hollywood, televisión, radio, periódicos, etc.), del control de la banca a través de la Federal Reserve y del poder político a través de los senadores, representantes, gobernadores subvencionados por dinero sionista, a más de los grupos insertos en el Pentágono, en el Departamento de Estado, etc. (en donde en su momento jugaron su papel magistralmente personajes tenebrosos como Richard Pearl y Paul Wolfowitz, entre muchos otros), el gobierno norteamericano está simplemente copado. Lo dijo claramente, antes de que lo durmieran para siempre, Ariel Sharon, cuando durante una discusión con gente de su gabinete que manifestaba temor por la potencial reacción americana ante ciertas decisiones del gobierno israelí, respondió: “Estoy harto de oír este argumento. Nosotros, el pueblo judío, controlamos a los Estados Unidos”. Puede ser que haya sido un poquito cínico, pero negar que era verdad lo que decía es como pretender tapar el sol con un dedo.
Con ese trasfondo, el caso del discurso de Netanyahu ante la Cámara de Representantes se explica solito. Lo que hay que entender, y si no se entiende no se comprenderá nunca la situación del mundo (las guerras del Medio Oriente, la utilización de Ucrania en contra de Rusia, la tragedia palestina, etc., etc.), es algo a la vez muy simple y asombroso y es que el centro de poder para muchísimos efectos pasó de Washington a Tel Aviv. Es en la capital política del estado de Israel en donde se toman decisiones y Washington las acata, quiera o no. Y, naturalmente, tener bajo su control al gobierno norteamericano es controlar el mundo, o casi!
A pesar de lo anterior, también es cierto que en política a veces hay que guardar las formas, independientemente de que se trate de una farsa. Para mantener un aire de dignidad, como una “reacción” de enojo ante lo que a todas luces es un agravio tanto político como personal, el presidente Obama hizo saber que no se encontraría con su homólogo israelí; el vice-presidente Biden hizo lo suyo y, como muestra de valiente autonomía, se auto-organizó un viaje para no asistir y tener que ir a aplaudirle al verdadero jefe cuyo principal objetivo, muy probablemente, sea dictarle en vivo y en directo al gobierno americano los lineamientos a seguir en su política con Irán. En este como en muchos otros casos, los intereses americanos no son lo que importa, ni su imagen ni el degradante papel que se les hace jugar. Lo que cuenta son los intereses de Israel y punto. Y Netanyahu va a dejar bien claro quién manda en los Estados Unidos.
Dado que lo que en realidad se está haciendo es darle al presidente de los Estados Unidos una bofetada con guante blanco, algunos congresistas americanos tuvieron la osadía de protestar porque “no se siguieron las reglas del protocolo”. Esto es una pobre justificación. La respuesta, sin embargo, no se hizo esperar, de modo que el magnate de casinos, Sheldon Adelson, un entusiasta seguidor del primer ministro israelí, dejó bien en claro que iban a hacer público cuáles de los congresistas demócratas no habrían asistido al discurso del primer ministro israelí. Y, para no dejar espacio para dudas, Mort Klein, la cabeza de la Organización Sionista de América., añadió que la única forma como se justificaría la ausencia de alguien durante el discurso de Netanyahu sería presentando un certificado médico. Más claro ni el agua. Sin embargo, la política (como ya insinué) tiene sus reglas a las que en ocasiones hay que respetar aunque se tenga todo para ignorarlas si fuera eso lo que se quisiera. Por ello y a pesar de todo, la insolencia de Netanyahu puede costarle más de lo que él cree. Si las tensiones con el gobierno americano se intensifican más allá de ciertos límites, entonces, en aras del bienestar de Israel si hay que sacrificar a Netanyahu se le sacrifica. Al día de hoy el viaje del primer ministro israelí no se ha modificado, a pesar de algunas voces israelíes que han protestado por el deterioro de las relaciones con los Estados Unidos que genera la ahora cada vez más descarada prepotencia sionista. Pero eso también es un juego: desde mi punto de vista, en este momento histórico al menos el gobierno israelí no tiene absolutamente nada que temer de los Estados Unidos de Norteamérica. Las aguas están alcanzando su nivel y cada quien juega el rol que de hecho le corresponde.
Para un observador distante lo realmente interesante de todo esto son las lecciones históricas que se pueden extraer del caso del discurso de Netanyahu. Queda demostrado que se puede doblegar al más poderoso y uno de los más belicosos gobiernos que han existido sobre la Tierra, que en ocasiones las conspiraciones, los planes de grupos o sociedades secretas sí tienen éxito, que grupúsculos emanados de un pueblo durante muchos siglos satanizado y perseguido pueden convertirse en los dueños del mundo, que se pueden manejar las instituciones y ponerlas al servicio de intereses particulares. Todo eso y más. ¿No es entonces el espectáculo que ofrecen aquí y ahora los Estados Unidos a la vez jocoso y triste? En las próximas semanas todos podremos apreciar si lo que aquí afirmamos tenía visos de verdad y si en efecto la mejor forma de recibir a Benjamín Netanyahu en el Congreso era diciéndole: “Bienvenido, señor Presidente!”.

Divagaciones sobre la Educación en México

Las relaciones entre los países y entre las culturas, por no hablar ya de civilizaciones, son de lo más irregular que pueda uno imaginar. La convicción más simple al respecto, que raya en lo absurdo, es la idea de que la mera posterioridad automáticamente acarrea progreso en todos los sentidos. Pensar eso es realmente una bobada. Desde luego que en ciertos rubros el progreso es lineal o ascendente, pero eso se explica por la naturaleza de aquello que se considere. Si hablamos de conocimiento y de tecnología, entonces es evidente que el mundo de hoy es más avanzado que el mundo de hace 10,000 años, pero se necesita ser muy superficial y muy torpe para entonces pretender inferir que en todos los contextos se produce el mismo fenómeno de avance y mejora. No tenemos que ir muy lejos para presentar contraejemplos. Así, podemos afirmar que no hay entre los ilustres pintores contemporáneos uno solo que pueda equipararse en imaginación, destreza, técnica, en otras palabras, en calidad pictórica con el desconocido artista de las cavernas que dejó plasmada su creación en las grutas de Altamira. Ni la colección de toros de Picasso se compara con esas pinturas rupestres en las que se combinan en forma increíble color, fuerza, movimiento, imaginación, magia y algunas otras cosas más. De manera que es claro que, por lo menos en pintura, avance en el tiempo no acarrea progreso o superioridad. De igual modo, yo sospecho que el hombre de nuestros días es muchísimo más cruel, más despiadado, más bruto que el sencillo homo sapiens sapiens que vagaba por las planicies de África o del Medio Oriente. Ciertamente, nuestros primeros antepasados mataban a sus presas y eventualmente a sus enemigos, pero podemos estar seguros de que los bombardeos de nuestros días, el sicariato, los asesinatos masivos, la proliferación de los paraísos sexuales (México ocupando uno de los primeros lugares en abuso sexual infantil), toda la maldad desplegada por los servicios secretos, agencias de inteligencia, ejércitos, policías, paramilitares y demás, así como los rastros, los experimentos con animales en laboratorios, las corridas de toros, etc., etc., todo ello y todo lo que no mencionamos pero que sabemos que sucede diariamente los habría hecho palidecer y muy probablemente se habrían avergonzado de tener semejantes descendientes, esto es, “nosotros”, los seres humanos del siglo XXI. Moralmente, por lo tanto, dudo mucho que pueda hablarse de progreso frente a los humanos simples de edades pretéritas. En lo que a ciencia y tecnología atañe sin duda los dejamos atrás. Ellos peleaban y mataban uno a uno; en la actualidad un avión puede destruir una ciudad con 20 millones de habitantes en unos cuantos segundos. En eso, a no dudarlo, somos mejores.
El fenómeno disparejo de progreso y retroceso se palpa en cualquier comparación que se haga entre dos países. Tomemos por caso los Estados Unidos y México. En muchos sentidos, de nuevo, en todo lo que tiene que ver con el conocimiento y la tecnología, vamos a la zaga. Pero ¿también en racismo y en otras clases de segregacionismo, en violencia, en nuestras respectivas concepciones de la familia, en nuestras diferentes relaciones hacia la naturaleza, en religiosidad? Es debatible y desde luego hay un sentido en el que los modos de organización social no dependen de la buena o mala disposición de los habitantes, sino de fuerzas materiales, políticas y culturales, de tradiciones y de muchos otros factores que son totalmente independientes de la voluntad individual. No obstante, la comparación objetiva a menudo es conveniente tanto para corregir equivocaciones al emular al que nos aventaja como para preservarnos de sus errores cuando seguimos nuestra propia ruta. El gran problema es no dejarse hipnotizar por el progreso científico y lo que éste acarrea, porque entonces se tiene muy fácilmente la impresión de que el país más avanzado científica y tecnológicamente lleva la delantera en todo y pensar eso es ser presa de una confusión.
Siempre será importante, como dije, estudiar a otros países más avanzados que México entre otras cosas para extraer lecciones de sus fracasos y no recorrer su mismo derrotero y equivocarnos como ellos. Consideremos el caso de la educación. En los Estados Unidos todo, la educación incluida, es sometida a las así llamadas ‘leyes del mercado’. Dicho de otro modo, la educación no es más que una mercancía más. Dado que el Estado no interviene para regular nada (para eso está la Reserva Federal, que es una especie de sindicato de bancos y que es, desde luego, una entidad totalmente privada), el sino de la educación varía en función de fenómenos económicos: inflación, desempleo, tasas de interés, crisis de bienes raíces, etc. En épocas de auge económico la educación es de acceso generalizado, pero cuando los indicadores económicos bajan entonces la educación deja de ser un bien al alcance de todos. En la actualidad, grandes conglomerados de jóvenes sencillamente no tienen acceso a la educación superior y si lo tienen es porque se auto-financian sus estudios. ¿Cómo lo hacen? Por medio de contratos que, para decirlo crudamente, los esclavizan prácticamente para siempre. En esas condiciones, la educación no cumple más que un fin: preparar al joven para que cuando termine sus estudios obtenga un trabajo y pague su deuda. Esto, obviamente, atañe sobre todo a las clases bajas y medias. Naturalmente, siempre habrá estudiantes provenientes de medios sociales menos desfavorecidos y sus orígenes sociales cada vez se decantan con mayor precisión. La educación en los Estados Unidos es eminentemente piramidal. Obviamente, un país tan fuerte y rico siempre tendrá estudiantes en sus escuelas y universidades, pero en relación con sus propios niveles y estándares es innegable que a lo que asistimos es a un retroceso social escandaloso.
Ahora bien ¿cómo nos sirve a nosotros en México lo que podría llamarse el ‘desastre educativo norteamericano’? Yo simplemente asumo que le debería quedar claro a las autoridades mexicanas que el camino recorrido por los Estados Unidos no es el nuestro. Aquí necesitamos que el Estado intervenga para garantizar la educación de la población. Nosotros no podemos darnos el lujo de tolerar siquiera la idea de que la educación en México pueda convertirse en una mercancía más de la cual en última instancia sólo quienes pagan por ella puedan disfrutar. El acceso a la educación es un logro de los sangrientos procesos de transformación social ocurridos en México en la primera mitad del siglo XX, así como lo es el que ésta sea obligatoria, gratuita y laica y es obligación del Estado garantizarla. En otras palabras, desde nuestra perspectiva y en concordancia con nuestra historia, la educación no es ni una prerrogativa de unos cuantos ni algo que se pueda negociar. No es tampoco un favor que el Estado le hace a la población. Los mexicanos tienen derecho a la educación y si el Estado falla en garantizársela lo que se comete es una violación de derechos humanos, lo cual no es el caso en los Estados Unidos, puesto que allá el Estado no quedó articulado o constituido de modo que fuera una de sus obligaciones garantizarle a sus ciudadanos el acceso a la educación, como tampoco lo es garantizarles el acceso a los servicios de salud (eso le corresponde a las compañías de seguros, todo un debate en la actualidad en los Estados Unidos). Prevalecen entre nuestros países realidades sociales, concepciones e ideales políticos prima facie diferentes, por no decir radicalmente opuestos. No cometamos, pues, los errores de otros.
Cómo serían los Estados Unidos si ellos nos copiaran a nosotros y si se concibiera allá la educación “a la mexicana” (con su infraestructura, sus capacidades materiales, sus grandes instituciones de investigación avanzada, etc.) es un tema sobre el que podría divagarse amenamente cuanto se quisiera, pero no voy a solazarme en ello. Me interesa más bien especular sobre cómo debe organizarse la educación en México de modo que se cumplan los preceptos constitucionales y que el rendimiento educativo sea cada vez mayor y más tangible sin, para ello, seguir los pasos de nuestro poderoso vecino. ¿Qué principios generales que no sean meramente utópicos (“queremos un México sin crímenes” y exabruptos similares) deben regir esta primordial función estatal? Obviamente, no se pueden hacer valer las mismas reglas y los mismos principios en todos los niveles pedagógicos. A nivel de Primaria y Secundaria, por ejemplo, es vital efectuar una reforma educativa en la que la columna vertebral sea la despolitización del sector. O sea, hay que echar marcha atrás y deshacer el entramado que durante sexenios los gobiernos mexicanos armaron transformando el sindicalismo en un brazo político operando a base de corrupción e intimidación para mantener callado al sector magisterial. Sindicato tiene que haber y defensa de los derechos laborales de los profesores tiene que darse, pero los maestros pueden organizarse solos, sin la ayuda de la mafia gubernamental que nada más genera enriquecimiento ilícito (y ofensivo), ineficacia, prácticas delictivas de todo tipo, promoción de la inmoralidad y cosas por el estilo. Si el Estado se atreviera a dejar de controlar al sector y cumpliera su función de garante proporcionando los medios (salones dignos, pizarrones, computadoras, salarios decentes, etc.) para la obtención de los fines fijados por la constitución muy pronto dejaríamos de tener las masas de niños y púberes ignorantes, desorientados y carne de cañón para la delincuencia organizada que hoy pululan. Aquí la clave es instrucción en concordancia con los planes de estudio y educación física (nuestros niños no saben no digamos ya nadar: no saben correr! No se tiene derecho a dejarlos tan indefensos). A nivel del sector medio (Preparatoria) se necesita introducir un poco más de rigor: establecer mecanismos efectivos para acabar con el detestable ausentismo, vigilar más de cerca el trabajo desarrollado en las aulas, alentar al alumnado con competencias académicas en todas las materias, examinar periódicamente a los maestros, etc. Como no se les da lo que tiene derecho a recibir, es comprensible que el alumnado carezca de ímpetu, de interés (más que cuando es propio, alentado en la casa, etc.) y de conciencia del esfuerzo que la nación hace para que se eduque. Hay mucho por hacer para mejorar la educación media y todo ello factible. ¿Por qué entonces no hacerlo? La educación superior, por su parte, plantea otros retos. Una vez más, debe formar parte de nuestros objetivos y fines ser diferentes de lo que hacen nuestros vecinos, quienes nos aventajan en muchos otros campos. Sin embargo, nosotros tenemos algunas ventajas sobre su modelo, porque nosotros de hecho fomentamos (algo que se debe reforzar) el estudio de las humanidades, de (por así decirlo) “ramas del saber” que no dependen de su éxito o fracaso mercantiles. No puede ser nunca parte de nuestros objetivos el crear una sociedad en la que se haga depender la poesía, la filosofía o el teatro de si se venden boletos, de si la gente compra o no libros o de si se hace depender la promoción de “momentos estéticos” de potenciales ganancias pecuniarias. Hay que evitar hasta donde se pueda la maldición capitalista, esto es, la cosificación de todo: educación, relaciones personales, producción artística, investigación desinteresada, etc. Pero para que el esfuerzo fructifique es menester también reformar los procesos educativos en las instituciones de educación superior. Desde luego que hay que generar profesionistas para que se incorporen al mercado de trabajo lo mejor preparados posible, pero ello inevitablemente requiere elevar el nivel académico de quienes ingresan a las universidades. Una reforma universitaria seria tiene que proponerse acabar con el amiguismo académico, con la confección de plazas (prefiguradas para tal o cual persona), con el manejo discrecional (casi privado) de las publicaciones, con la implantación de políticas independientes de personas concretas o de intereses de grupo. Sería ingenuo (y más que eso) pensar que hay oasis sociales y que hay instituciones que podrían sustraerse a la atmosfera general prevaleciente en un país. México es un país de corrupción y ese fenómeno es invasivo, por lo que las instituciones no están exentas de él. Es importante, por lo tanto, en aras de las generaciones que vienen y del futuro del país, implantar políticas destinadas a evitar la formación de grupúsculos semi-profesionales-semi-politiqueros que no hacen más que pelearse los presupuestos, desterrar de una vez por todas la práctica del despilfarro (como cambiar de computadora cada año o tener tres computadoras porque se está en tres programas diferentes), luchar contra el caciquismo académico, tan dañino en las universidades como en las asociaciones obreras. Las universidades se deben regir por mecanismos académicos transparentes, por procedimientos sometidos a regulaciones objetivas, por principios de honestidad intelectual que hay que hacer respetar contra viento y marea. Algo de esto hizo o pretendió lograr, un tanto a tientas y a locas pero bien intencionado, el reciente movimiento estudiantil del Instituto Politécnico Nacional. A mí me parece que el alumnado politécnico puso el ejemplo y fijó el camino. De lo que se trata ahora es de seguirlo.

Modelos de Organización Política

A primera vista, la humanidad ya produjo a lo largo de su historia todos los modelos de organización estatal imaginables. Afirmar algo así me parece que es, entre otras cosas, revelar una miopía política y una imaginación tan pobres que hasta risa da. Me parece que se podría argumentar a priori que, si todavía hay seres humanos poblando el planeta (lo cual es todo menos obvio) habrá dentro de un siglo formas de organización social y política que no han encontrado todavía a su Julio Verne. Mucho de las limitaciones que la mente humana en nuestros días se auto-impone en cuanto a concepciones políticas concierne se debe en alguna medida a los obstáculos intelectuales que impone el modelo democrático reinante y, peor todavía, a la presión moral y política que en su nombre sistemáticamente se ejerce. Por razones que no sería muy difícil proporcionar, el ciudadano contemporáneo, no importa de dónde sea, se ve bombardeado mañana, tarde y noche con toda clase de mensajes, tanto burdos como subliminales, para que al despertarse grite a todo pulmón y se vaya a dormir inscribiendo en su conciencia la consigna obligatoria, tanto política como moralmente, de que la democracia es el non plus ultra en cuanto a sistemas de vida y de organización gubernamental atañe. Ahora desde el más inteligente hasta el más tonto de los habitantes repiten como sonámbulos aburridas y vacuas proclamas de la forma “La democracia es el bien supremo”, “Sin la democracia no queremos vivir”, “Todo se lo debemos a la democracia”, etc., etc. Y, naturalmente, está activa también la faceta menos agradable de la “defensa de la democracia”, a saber, la mirada colectiva sospechosa sobre quien se atreve a poner en duda sus bondades, la denostación pública del escéptico, la animadversión grupal hacia quien osa cuestionar el modelo. El crítico de la democracia puede tener algunos titubeos, pero hay algo sobre lo cual puede tener certeza: para sus objeciones, por razonables que sean, no habrá mecanismos de difusión, no habrá un auditorio mínimamente objetivo, no habrá paz.
Y sin embargo, cuando echamos una ojeada no ya al futuro, puesto que eso no se puede, sino al pasado, nos encontramos con que eso que ahora es exaltado con fanatismo era visto más bien con condescendencia y hasta con desdén. Los griegos, tan sabios en todo, sentían una particular aversión por la democracia. De los tres gigantes del pensamiento occidental que fueron Sócrates, Platón y Aristóteles, ninguno de ellos se inclinaba por la democracia. De hecho Sócrates fue una víctima de ese sistema y Platón, el divino, hasta fue vendido como esclavo por estar promoviendo ideales anti-democráticos. De los grandes pensadores políticos que vinieron después, ni San Agustín, ni Sto. Tomás, ni Maquiavelo, ni Leibniz ni Hegel ni Marx ni muchos otros eran partidarios de la democracia. La democracia se gestó y se fundamentó filosóficamente en el mundo anglo-sajón. Sus grandes representantes son Locke, Mill, Russell (con reticencias) y posteriormente los politólogos norteamericanos. Como los anglo-sajones se quedaron con el mundo impusieron su sistema, un sistema que les funcionó a ellos (hasta hoy, porque es debatible el que seguirá funcionando todavía por mucho tiempo) y acerca del cual nos quieren a toda costa convencer de que efectivamente es el mejor. Independientemente de todo, es innegable que la democracia genera políticos de una mediocridad superlativa. Recuerdo al vicepresidente Dan Quayle diciendo, justo antes de iniciar un viaje por América Latina, cuando se le preguntó sobre cuál era su mensaje a los gobiernos del continente, que elocuentemente respondió: “Democracia, democracia y más democracia”. El sistema democrático está íntimamente asociado con la demagogia y la vacuidad retórica. Nadie negará que con argumentos como el de Quayle resulta en verdad un poquito difícil polemizar. Lo interesante del caso es que (estoy seguro) nunca le cruzó por la mente a Quayle el famoso dictum de Heráclito Todo pasa, nada permanece. Según yo, esto se aplica por igual a la democracia la cual, como todo, tiene su momento de florecimiento y también de descomposición. El escándalo de la reelección de Bush, por ejemplo, es un síntoma inequívoco de que el sistema democrático de los Estados Unidos está desgastado y está empezando a agotarse. No creo que lo que paulatinamente lo remplace sea magnífico (más bien me temo lo contrario), pero el bipartidismo estéril, el triunfo de las trasnacionales, la sumisión total a las políticas de la Federal Reserve, el racismo cada vez más intenso en el que se vive, la presencia cada vez mayor de los órganos de represión, el espionaje permanente de los ciudadanos, etc., etc., no permiten augurar nada maravilloso. Yo creo que no es descabellado pensar que cuando finalmente caiga, el derrumbe del sistema democrático será estrepitoso.
Como decía más arriba, se nos quiere inculcar la idea de que el sistema democrático es la culminación natural en la evolución política del Hombre. Yo creo que la historia enseña otra cosa. El desarrollo histórico y político no es tan simple. Consideremos nuestro país. ¿Qué se logró con la democracia en México? La respuesta es simple: afianzar, reforzar, radicalizar el status quo. La democracia mexicana (o a la mexicana) ha tenido resultados palpables que es imposible no percibir. Permítaseme mencionar algunos. Con la democracia, México perdió autonomía en el plano internacional. Nunca los gobiernos democráticos de México han desarrollado una política internacional tan digna como la de la época de López Mateos o de Luis Echeverría; las sumas de dinero gastadas para mantener el sistema partidista (que es la modalidad democrática de la lucha política) son obscenas y afrentosas, sobre todo para lo que es una población hambrienta, desarrapada, sin instrucción, de gente que vive al día y todo lo que ya sabemos; con la democracia creció exponencialmente la corrupción en México. Lo que antes unos cuantos hacían a escondidas ahora lo hace quien puede a la luz del día y presume por ello; si de algo podemos acusar al sistema democrático es de haber impulsado, reforzado, potenciado la impunidad. Las estadísticas hablan por sí solas: de 100,000 averiguaciones previas que se inician no se concluyen exitosamente ni 50. Vivimos, gracias en gran medida al sistema democrático-corrupto-propiciador de la impunidad en la indefensión y en la injusticia. México siempre fue un país de contrastes pero ahora, gracias a la bendita democracia, lo que eran límites borrosos en otros tiempos se transformaron en límites nítidos, profundos, infranqueables entre grupos sociales. En México conviven universos que se yuxtaponen, pero que no se tocan. El sistema que nos rige fomenta el caos, ya que esa es la única forma de protesta política lógicamente compatible con él. El sistema es una auténtica burla. Por ejemplo, se nos dice que diputados y senadores son “nuestros representantes”. No sé qué pasará con otras personas, pero confieso que no me siento en lo más mínimo representado por gente que ni conozco ni me conocen, gente que no recorre la zona donde vivo, que no entra en contacto con los vecinos más que en periodos de elecciones y eso a distancia, él o ella sobre una tarima y los asistentes, acarreados o no, abajo y de lejos, gente que cuando deja su puesto abandona lo que caía bajo su radio de acción en peores condiciones que cuando asumió el poder. Pero al parecer todos estos flagelos, estos males que la democracia le ha acarreado al pueblo de México se justifican por los beneficios que, se nos quiere hacer creer, la democracia nos ha traído, a nosotros los ciudadanos comunes y corrientes. Preguntémonos entonces: ¿cuáles son dichos beneficios? La respuesta es tan obvia como inmediata: los efectos negativos de la democracia (de inmediato se nos aclara: no lógica sino sólo contingentemente vinculados a ésta) son el precio que hay que pagar por la participación del ciudadano en la vida política del país. Y ¿cómo se manifiesta, cómo toma cuerpo dicha “participación”? Hasta un niño lo sabe: el ciudadano tiene el derecho, el privilegio, de ir a depositar su voto en una urna una vez cada 6 años, si la elección es presidencial, de gubernatura estatal o para la Cámara de Senadores y una vez cada 3 años para elegir a su diputado o a su delegado. El ciudadano tiene el inalienable derecho de tachar unas hojitas y expresar así, desde lo más hondo de su alma, su voluntad política. Ese es el gran avance político que representa la democracia para el hombre de la calle y por el cual es menester soportar con estoicismo los males que casualmente implica.
No nos engañemos: el juego político de la democracia tiene dos frentes. Uno es el de las relaciones entre el poder (las autoridades) y el ciudadano y otra es el de las relaciones entre los miembros de la clase gobernante, en todos los ámbitos relevantes. En relación con éstos ciertamente el juego cambió: pasamos de un presidencialismo autoritario al juego de la democracia parlamentaria, de las elecciones (siempre truqueadas, siempre falseadas) que es lo que entretiene, interesa y beneficia a los actores políticos. Lo que con la democracia se modificó fueron las reglas internas de la contienda política: ahora se puede interpelar al presidente, se pueden hacer coaliciones con adversarios y ganar posiciones, etc., etc. Ese es el gran logro de la democracia: una revolución para beneficio de la clase política, de la clase constituida por la gente que toma decisiones. Ahí se produjo un cambio evidente. Pero eso ¿en qué beneficia eso a la población? Propongo que se lo pregunten a los estudiantes de Ayotzinapa.
Podemos distinguir entonces entre dos grandes aspectos de la vida política de un país: el aspecto formal, que es donde la democracia es relevante, y el aspecto material, en donde la democracia es más que inocua, dañina. Proporcionalmente, desde un punto de vista material el pueblo de México no vive mejor ahora que en los años 70. El comercio mundial se expandió y ahora los humanos explotan sin misericordia alguna hasta el último rincón del planeta (imagino que si la Tierra fuera un ser vivo preferiría estar muerta a seguir siendo tratada como lo es en la actualidad. Afortunadamente no se trata más que de una imaginación que en ocasiones se desboca). Pero aun así hay más gente que vive peor hoy que hace 40 años. La criminalidad, la inseguridad, la contaminación, etc., no tienen comparación. Podemos ahora entender por qué el juego de la democracia es un juego político perjudicial: se antepone el aspecto formal al material y el aspecto material de la vida, que es el que le importa al ser humano de carne y hueso, se mantiene en los límites de lo aceptable y si es necesario se le baja o disminuye, como por ejemplo se reducen a su mínima expresión la canasta básica y el salario mínimo. Todo ello en aras del bienestar de minorías infames, voraces, sin límites. Si todavía el lenguaje religioso tuviera el sentido y la fuerza que tuvo en otros tiempos, yo diría “de minorías sin Dios”. Por todo eso y muchas cosas más que podrían decirse reconocemos que la democracia no convence, no gusta, no se le quiere. Toda la verborrea desplegada para ensalzarla en el fondo no es más que una artimaña para mantener en una situación permanente de sumisión, de sometimiento, de sobajamiento, de humillación a millones de personas, de seres de nuestra especie que podrían florecer, desarrollarse, aportar alegría, arte, conocimiento, toda clase de logros, pero que viven con sus potencialidades mutiladas o canceladas. En verdad, la clase política mexicana y sus portavoces a sueldo no tienen nombre!
¿Qué queremos? ¿Regresar al pasado, a sistemas políticos rebasados? En política no hay regresos, por lo tanto, esa no es una opción. No es eso lo que se quiere, pienso yo, aunque si se nos pone en la disyuntiva de elegir entre un poder tirano pero benefactor material de su población o un régimen democrático pero inepto o incapaz en lo que a producir bienestar material concierne, estoy persuadido de que millones de personas (sobre todo si piensan en sus hijos) sin vacilar preferirían lo primero y con mucho. Pero esa disyuntiva es puramente teórica. Yo creo que lo que la gente quiere es un modo de vida en el que se dé el juego democrático, si esa es la condición, pero a cambio de convertir a este país no sólo en un país de leyes sino en uno en el que se apliquen las que tiene y que a sí mismo se da, un país en el que por tener la población tan desvalida y desprotegida que tiene haya un gobierno que se erija en protector del pueblo, llámesele como se le llame (a sabiendas de que no faltarán los doctos que de inmediato se levantarán en contra de la idea de un gobierno “paternalista”, “populista”, “benefactor”, “proveedor”, etc., etc., todas esas desde luego categorías importadas por los portavoces de la democracia de los países en donde ésta no se contrapone a los intereses nacionales), que cuide a su población, a su infancia y no que esté permanentemente velando por los intereses de los grandes capitalistas mexicanos. Yo no veo en México más que a un político susceptible de reprogramar al país dentro del marco del sistema democrático, pero sobre él hablaremos en otra ocasión.

Sobre la Libertad de Expresión: algunos comentarios sueltos

Soy de la opinión de que una de las tareas intelectuales más difíciles de realizar con éxito es la de establecer límites. Es difícil, por ejemplo, establecer límites respecto al significado de nuestras expresiones. Consideremos brevemente la palabra ‘perro’. ¿Hasta dónde llega su aplicación’. Supongamos que decimos que los perros son animales carnívoros que viven en casas de personas y acompañan a la gente. Bueno, alguien podría tener un su casa un coyote (que como sabemos es carnívoro) y que éste lo acompañara todo el tiempo. Tendríamos entonces que decir que ese coyote es un perro, lo cual obviamente no nos va a dejar satisfechos. O supongamos que alguien dice que una mesa es una plancha de madera sobre cuatro patas. De inmediato le mostramos artefactos de plástico, de acero, de tres patas, de una, de vidrio, etc., a los que también llamamos ‘mesas’. Entonces ¿hasta dónde llega el uso correcto de la palabra? Hay desde luego formas objetivas de indicar los límites de aplicación de las expresiones, pero si dificultades así se plantean con nociones tan simples como la de perro y mesa podemos de inmediato inferir que cuando lidiemos con entidades o fenómenos abstractos los problemas crecerán de manera exponencial. Eso es justamente lo que creo que pasa con nociones como la de “libertad de expresión”. ¿Hasta dónde tiene sentido hablar de “libertad de expresión” y a partir de dónde deberíamos hablar más bien de mal uso o de abuso de la libertad de expresión? Por otra parte, ¿qué o quién fija los límites de dicha libertad?¿Se pueden acaso establecer dichos límites sin caer en autoritarismos inaceptables? El tema es importante, por diversas razones. La libertad de expresión se conecta directamente, por una parte, con la libertad de acción, de la cual es una modalidad (hacemos lo que decimos), y por la otra con la libertad de pensamiento, que es como su presuposición más básica (decimos lo que pensamos). El tema que nos concierne, que es sumamente elusivo, es, pues, de interés permanentemente, pero su importancia resalta y se impone cuando surgen problemas como el del semanario francés atacado la semana pasada en París. A mí me parece que para poder pronunciarse de manera mínimamente racional sobre el tema en cuestión hay que haberse forjado previamente alguna idea de qué clase de privilegio es dicha libertad y de hasta dónde se puede aplicar legítimamente la noción sin distorsionarla. El asunto, como dije es esquivo, entre otras razones porque mucho de lo que hay que decir es un asunto de grados. Lo que esto significa es que no deberían esperarse respuestas contundentes, tajantes y definitivas, puesto que si lo que digo es acertado entonces es lógicamente imposible formular respuestas de nitidez matemática.
El tema del derecho a la libre expresión es un tema tan eterno como el Hombre, pero a nivel masivo es un tema más bien reciente. Lo primero es fácil de hacer ver: a Sócrates, hace unos dos mil cuatrocientos años, no lo mataron porque estuviera organizando conspiraciones o preparando golpes de estado, sino pura y llanamente por decir lo que pensaba, sólo que lo que pensaba le resultaba incómodo a ciertas élites y a diversos personajes y entonces (para expresarme en terminología que todo mundo conoce y entiende) le “armaron un operativo”, lo llevaron ante los jueces y lo condenaron a la ingestión de cicuta, esto es, a muerte. Pero el problema general de la libertad de expresión, no reducible al caso particular de un individuo genial y excepcionalmente honesto, es diferente. Se trata de un tema típico de la época de la cultura del flujo de información. Prima facie, no parece congruente por una parte desarrollar toda la tecnología de la información de la que ahora se goza y que presupone investigación, inversiones, contratos, mercados, etc., y por la otra pretender imponer límites a los beneficios que dicha industria genera. De manera natural, el horizonte de la libertad de expresión tiene hoy que ser mucho mayor que el de cualquier otra época del pasado y por ‘libertad de expresión’ en la actualidad debe entenderse el derecho no sólo a decir en voz alta sino a difundir literalmente lo que le venga a uno en gana. No obstante, también es conceptualmente incoherente pensar que entonces ese derecho no está o no debe estar sometido a restricciones de ninguna índole. El problema consiste más bien en proporcionar los criterios y los mecanismos para el establecimiento de límites racionalmente aceptables en relación con un derecho que hoy por hoy la cultura mundial le concede al individuo. El problema es: ¿dónde están esos criterios?¿Quién los formula?¿En qué se fundan?
Yo quisiera empezar por sugerir que pasa con la noción de derecho a la información y a la libre expresión algo parecido a lo que pasa con la noción de derecho humano. Son conceptos, por así decirlo, “negativos”. Sirven ante todo para indicar límites. La importancia del concepto de derecho humano no es que permita apuntara una serie de derechos positivos especiales que serían los derechos humanos. No hay tal cosa. “Derecho humano” sirve para indicar que los derechos positivos de los ciudadanos, los derechos reconocidos en constituciones y leyes, fueron violados por las autoridades encargadas de hacerlos valer. Así, si un ladrón le roba a una persona comete un delito, pero si a la persona le roba la Secretaría de Hacienda, entonces se violan sus derechos humanos. Si un doctor particular no quiere prestar un servicio, en última instancia está en su derecho (aunque en principio también su acción podría resultar criminal), pero si un doctor del ISSSTE le niega el servicio a un paciente que tiene derecho a él, entonces lo que hace es violar su derecho humano de derecho a los servicios de salud. Lo que es importante, por lo tanto, en relación con los derechos humanos no es una potencial lista de derechos, lista que es inexistente, sino el concepto de “violación de derechos humanos”. En el caso de la libertad de expresión pasa algo similar: lo que es importante son las restricciones ilegítimas a la libertad de expresión o las que se deberían imponer para que dicho derecho no sea mal empleado. Tenemos entonces dos interrogantes. Primero: ¿cómo se restringe de hecho la libertad de expresión? y, segundo, ¿qué clase de restricciones habría que imponer para evitar que, como a menudo sucede, se hace un ejercicio indebido de él?
Obviamente, en la sociedad en la que vivimos (capitalista, tecnológica, etc.), la forma más usual (y muy efectiva, dicho sea de paso) de limitar el derecho a la libertad de expresión es restringiendo el acceso a los medios de comunicación. Aquí empiezan a verse las asimetrías y las desigualdades que prevalecen en relación con este derecho. Por ejemplo, si un palestino se inmola en prácticamente todos los periódicos del mundo occidental se pondrá el grito en el cielo y en forma estridente se hablará de terrorismo, pero si se bombardean poblaciones inermes en Gaza entonces o no se da la noticia o se menciona un dato como cuando se da el precio de un producto. O sea, considerada en abstracto ciertamente hay algo así como ‘libertad de expresión’, pero en concreto es falso que todos podamos ejercerlo sistemáticamente. Peor aún: eso puede suceder inclusive si uno pretende justificadamente defenderse. El problema contemporáneo con la libertad de expresión, por lo tanto, tiene que ver en primer término con la posesión o el control de los canales de información. Antes eran los gobiernos los que los controlaban, pero poco a poco fueron cediendo sus derechos a particulares. El núcleo del problema está por consiguiente en cómo regular el manejo de la información por parte de particulares (compañías de televisión, periódicos, estaciones de radio, etc.). En este caso se entrevé una salida: se tiene que establecer una lista de principios por medio de los cuales se regule legalmente la función social de difusión de la información. Obviamente, le corresponde al estado fijar establecer dicho marco jurídico.
Hay, sin embargo, otra forma, mucho más insidiosa y no necesariamente legítima (aunque sí legal), de limitar o pretender limitar el derecho de expresión, la libertad de palabra. Esta tiene que ver con un fenómeno muy complejo que es el de la manipulación de la información. Que no se nos diga que estamos viendo conspiraciones donde no las hay, porque desafortunadamente el fenómeno de la manipulación de la información está a la orden del día y todo mundo lo padece. Manipular la información es importante para manejar la opinión pública y esto a su vez es crucial para controlar a las poblaciones. Hay multitud de técnicas para ello: no proporcionar todos los datos relevantes, ser deliberadamente inexactos, repetir un dato falso cientos de veces, dar la información entremezclada con evaluaciones subjetivas o de grupo, confundir a los receptores por medio de juegos de palabras, imágenes, modelos y así indefinidamente. La desorientación informativa es característica del México de nuestros días y a ello en gran medida se le debe que nuestro país sea uno de los peor informados de América Latina. El mexicano medio no sabe ni quién era Chávez ni qué son las FARC ni qué sucede en el Medio Oriente ni … La ignorancia del mexicano, evidentemente, no es innata ni genética: se debe simplemente a que no se le da la información que en principio tiene derecho a recibir. Esto pone de relieve otro dato importante: el derecho a la libertad de expresión trae aparejado el derecho a la recepción de la información. Si no se ejerce uno probablemente tampoco se ejercerá el otro.
El punto crucial en relación con el derecho a la información y a la libertad de palabra es que, de facto, por el efecto de fuerzas sociales operantes, invisibles o no, hay cosas que no se pueden decir, hay verdades que no se pueden publicar. Aquí sí tocamos los límites del derecho a la información y del derecho a la libre expresión. No importa si lo que se quiere decir es verdad, si urge que la gente esté enterada de ello, si es injusto que no lo esté, etc.: hay verdades que no se pueden decir. Aquí es donde se traba la lucha decisiva: ¿qué hacer cuando los límites a la libertad de expresión los fijan intereses particulares, de personas o grupos humanos relativamente fáciles de identificar pero que, por las razones que sean, de hecho son intocables?¿Qué hacer en esos casos? Aquí se conjugan todos los obstáculos: se restringen los canales de difusión de ideas, se ponen en marcha los mecanismos culturales para frenarlas y se recurre a la fuerza, en todas sus modalidades, para impedir que efectivamente se den a conocer? El mundo occidental se jacta de ser el mundo de la libertad de expresión, pero podríamos sin problemas hacer una lista de temas que de inmediato reconoceríamos como tabúes. Conclusión: sí hay libertad de expresión para lo estrictamente personal, lo banal, lo intrascendente, etc. Poco a poco se transita hacia temas en relación con los cuales hay que pelear para poder expresarse libremente y, finalmente, hay temas prohibidos y que acarrean sanciones si alguien se atreve a tocarlos. Dejo al amable lector la no muy difícil tarea de elaborar una lista así.
Abordemos el asunto desde esta otra perspectiva: ¿qué es hacer mal uso del derecho a la libertad de expresión? Es esta una pregunta inmensamente compleja y para la cual muy probablemente sea imposible encontrar una respuesta satisfactoria. Una razón de ello salta a la vista: al usar la palabra ‘mal’ nos introducimos en el mundo de las valoraciones, las evaluaciones, las jerarquizaciones, etc., y al hacerlo abandonamos el terreno de la objetividad y el conocimiento. Me parece a mí que ‘mal uso’ sirve para indicar que se emplea una técnica, se pone a funcionar una industria, se utiliza una empresa de la información de tal manera que sus actividades en principio entran en conflicto o chocan teóricamente con los valores encarnados en las leyes vigentes. Así, si un periódico se burla del modo de vestir de la gente de, digamos, Pakistán, ese periódico estará teóricamente violentando valores de toda sociedad en la que se supone que se respeta el modo como a la gente le gusta vestirse, por estrafalario que éste sea. Si se hacen caricaturas ofensivas de gente lisiada se está generando un corto-circuito con los valores de la sociedad la cual, a través de sus leyes y códigos, nos enseña a respetar a los demás y prohíbe que se humille o se convierta en objeto de escarnio a una persona y más aún si ello es por alguna deficiencia física. A fortiori, en las sociedades occidentales es claro que si un periódico se burla de una religión, sea la que sea, estará teóricamente entrando en conflicto con los valores de su propia sociedad, pues en general en las leyes de estas sociedades se condena la mofa de algo tan serio como los contenidos de una doctrina religiosa particular. Así entendidas las cosas, podemos preguntarnos: el ahora mundialmente conocido semanario francés “Charlie”: ¿estaba rebasando los límites del derecho de la libertad de expresión? Yo creo que esa pregunta se responde por sí sola, de manera que me la ahorro. Pero esto me lleva al punto crucial: ¿qué hacer con el famoso derecho de libertad de expresión cuando éste se ejerce para burlarse de un grupo humano, una religión, una persona, cuando se sabe que no va a haber castigo, multa, penalización alguna por ello y cuando la posibilidad de responder en forma equivalente de hecho está clausurada?¿Qué se supone que tienen que hacer los afectados? No quiero retomar el caso del semanario parisino porque, a pesar de la desinformación sistemática a la que se ha sometido a la población mundial, a estas alturas ya quedó claro que todo lo que allá pasó estuvo planeado y orquestado desde otras latitudes, con objetivos políticos muy concretos y que es realmente un cuento de hadas la historieta de que los jovenzuelos cazados por la policía francesa hayan sido realmente los autores del atentado. La pregunta es: ¿qué se puede y qué se debe hacer cuando se es víctima del mal uso del derecho a la libertad de expresión?
El tema tiene mil aristas y es de una gran complejidad y, por lo tanto, no es en unas cuantas líneas como estas que se puede ofrecer una respuesta satisfactoria a semejante inquietud. Sin embargo, me parece que tener conciencia de que se puede hacer mal uso del derecho a la libertad de expresión es algo positivo por cuanto genera en nosotros nuevas obligaciones. En efecto, así como están las cosas en la actualidad, en la que ciertos grupos manipulan la información en función de sus intereses y que no hay nada que hacer al respecto (no podemos ni siquiera soñar en la estatización de todos los medios de comunicación del mundo), lo que el individuo tiene que hacer es aprender a defenderse del mal uso de la libertad de expresión al que está permanentemente expuesto. Pero eso ¿cómo se logra? Por lo pronto, tenemos dos nuevas obligaciones tan pronto nos hundimos en el mundo de la información (noticias, editoriales, etc.). La primera es que, en esta época de caudales de información accesible en todo momento, las personas tienen que aprender a aprovechar la información disponible, la que está ya al alcance de su mano; en la red, en periódicos de otros países, etc.; y, en segundo lugar, la gente tiene que enseñarse a sí misma a leer o a escuchar críticamente la “información” que recibe, de manera que la distorsión informática pueda rectificarse, aunque sea en alguna medida. Eso es lo que, si no me equivoco, en México de manera instintiva se hace o se tiende a hacer. Por ejemplo, se nos dice que un individuo solo mató a Colosio: ¿cómo reaccionamos los mexicanos? De entrada no lo creemos, creemos más bien lo contrario y entonces buscamos la información genuina en la red, en libros, en hemerotecas, etc. Como dicen, no hay mal que por bien no venga!

En Contra de Todas las Formas de Terrorismo

1) A principios de la semana tuvo lugar un suceso sangriento y ciertamente reprobable en uno de los lugares donde menos nos imaginaríamos que pudiera producirse: ni más ni menos que en el corazón de la capital de Francia. El suceso en cuestión, como todos sabemos, fue el ataque a la sede de un conocido semanario caracterizado por sus sátiras y críticas políticas. Me refiero al ahora internacionalmente famoso Charly Hebdo. El resultado del ataque fueron 12 muertos, pero si contamos sus secuelas la acción habrá producido por lo menos una veintena de ellos.
Yo pienso que cualquier persona no imbuida de fanatismo, mínimamente sobria, con dos dedos de sesos, condenaría la acción a la que, en la medida en que causa la muerte de personas inocentes o que no están directamente vinculadas con los hechos controvertibles que generaron el ataque, habría que calificar de ‘terrorista’. Yo en lo particular me uno a la condena. Sin embargo, me parece que, como en tantas otras ocasiones, en este caso el evento en cuestión es de inmediato aprovechado por la mafia política universal, es utilizado negativamente para generar más odio entre las poblaciones y es descaradamente canalizado para sacarle provecho en detrimento de la comprensión del acto, de sus motivaciones profundas y de su significado. Yo creo que, como en cualquier otra situación, de la naturaleza que sea, salvo si estamos directa y personalmente inmersos en la situación, es importante tratar de entender las dos perspectivas involucradas, reconociendo de entrada que todo lo que sea atentar en contra de inocentes es inaceptable. Pero ¿quién es totalmente inocente en este caso? El que esté libre de culpe que arroje la primera piedra!
2) Me parece que lo primero que se tiene que hacer es dimensionar correctamente el asunto. La muerte de una persona es tan dolorosa en París como en el Chad, que dicho sea de paso durante más de un siglo fue propiedad (i.e.., colonia) precisamente de los franceses. En México todos los días se encuentran fosas clandestinas con cadáveres en estado de descomposición y la prensa mundial no hace mayor alharaca al respecto. Todos entendemos, naturalmente, que por tratarse de París además de lamentar sinceramente el suceso en cuestión tenemos también que rasgarnos las vestiduras y expresar nuestra pena hasta desgañitarnos. Pero esa exigencia cultural me parece un poco fuera de lugar, porque podemos preguntar: ¿acaso Francia no llevó el horror, la muerte y la explotación a Argelia, a Marruecos, a toda África Central, al Medio Oriente, a Vietnam? Como dije, cualquier persona sensata desde luego que está en contra de los asesinatos de personas inocentes, pero hay que preguntar: ¿quién tiene la autoridad moral (no nada más el poder militar y policiaco) para quejarse y hablar de “actos de barbarie” (como lo hace el renegado socialista, el actual presidente de Francia) cuando se ha hecho exactamente lo mismo o peor aún?¿Estoy acaso históricamente equivocado al afirmar que Francia construyó en gran medida su riqueza, llenó sus hermosos museos, colocó su magnífico obelisco, se benefició de las riquezas naturales de muchos países durante siglos, traficó con esclavos, etc., etc., a costa de otros pueblos y que eso exigió la implantación del terrorismo francés en múltiples lugares de este planeta? Si se piensa un poquito en las poblaciones de África del Norte lo que dan son escalofríos (para no ir tan lejos: piénsese en el bombardeo de Libia para acabar de tajo con un estado reconocido por la ONU). Una vez más: lo sucedido en París es inadmisible, pero colocado sobre el trasfondo de lo que de hecho ha sucedido y sucede todos los días en Palestina, en Irak, en Siria, en México y en muchos otros lugares la perspectiva cambia y lo que vemos es otra cosa. La pregunta es: ¿qué?
3) Europa encarna mejor que nadie la civilización occidental. Esta civilización ha generado muchos de los productos más espléndidos creados por el ser humano: el Partenón, la filosofía, el contrapunto, Shakespeare, etc. Desafortunadamente, Europa ha sido también la cuna de guerras sin fin (territoriales, comerciales, culturales, etc.), un continente con países beligerantes y expansionistas, un continente de campos de concentración, de bombardeos, de masacres en grande (nada más la Segunda Guerra Mundial cobró la vida de más de 50 millones de personas. Eso no se ha visto en otros continentes, hasta donde yo sé. Ni en China!). En particular, esta hermosa civilización europea fue durante un par de siglos la plataforma para el ataque sistemático al Islam, porque si no me equivoco eso fueron las Cruzadas. Desde sus orígenes, siempre ha habido una gran rivalidad entre civilización cristiana y civilización islámica. Ya en nuestros tiempos, la lucha por razones de orden religioso resulta un tanto obsoleta, porque la vida contemporánea ya no gira en torno a la religión como lo hizo durante más de 10 siglos. El problema es que la disminución del encono religioso y el que las distintas religiones hayan poco a poco aprendido a convivir unas con otras no anula las rivalidades en otros terrenos y contextos. Los diamantes de África, el petróleo de Irak, el gas de Afganistán, etc. etc., siguen siendo razones para seguir odiando o despreciando a otros pueblos y, desde luego, a tratar de seguir sojuzgándolos. La diferencia es que, como dije, las bases de dicha rivalidad (en particular con el Islam) ya no es de carácter religioso, sino más bien económico (como siempre lo fue) y político.
Dado lo anterior, la situación de algunos países de Europa Occidental resulta ser paradójica, por no decir absurda. Por un lado, el imperio francés (como el de los ingleses y hasta me atrevería a decir también que el de los españoles, si examinamos lo que año tras año extraen sus bancos de América Latina) se aprovechó de múltiples regiones, zonas, poblaciones, etc., a lo largo y ancho del planeta por lo cual inevitablemente se establecieron vínculos fuertes entre la metrópoli y sus provincias. Lo globalización, la internacionalización del capitalismo, obligó a los antiguos imperios a abrirles las puertas a los nacionales de sus antiguas colonias. Éstos, obviamente, (como los mexicanos en Estados Unidos, quienes – permitiéndome citar verbatim al inefable Vicente Fox – “hacen el trabajo que ni los negros quieren hacer”), es decir, los marroquíes, los nigerianos, los libaneses, etc., se fueron integrando poco a poco a la vida en Francia, de la cual hoy son una parte inalienable. Como era de esperarse, ellos llevaron consigo desde luego su fuerza de trabajo, pero también sus tradiciones, sus costumbres, sus religiones. Llegan entonces a un lugar en donde se les prohíbe a sus mujeres que lleven el velo, se les encajona en zonas concretas de las ciudades, se les hostiga de muchas maneras y, lo cual ya es llegar a un límite, se burlan de su religión. Preguntémonos y respondámonos con franqueza: ¿qué le pasaría a un desorientado en México que escribiera panfletos burlones sobre Cristo, que hiciera caricaturas del Papa, que se burlara de la Virgen María? Uno también podría apelar a ideas magníficas como la de “libertad de expresión” o “privilegios de la democracia”, etc., etc., pero no creo que sirvieran de mucho. La respuesta a la pregunta recién planteada es obvia: lo lincharían y en ese caso ni la policía intervendría. Pero entonces, tratando de ser equilibrados, hay que tratar de contestar a la pregunta: ¿cómo se supone que tiene que reaccionar una musulmán cuando, viviendo en las condiciones en las que vive, con el pasado que lo acompaña, es testigo de una mofa descarada de lo que son los fundamentos de su cultura?¿Tiene que soportar eso y más por la “libertad de expresión”?¿Hasta dónde llega ésta? Intentando visualizar una posibilidad de reacción no violenta: ¿se supone que él tiene que ir al semanario y hacerle ver a sus periodistas, jefes, directores, etc., que hacen mal en ridiculizar al profeta Mahoma? O ¿podría darse el caso de que le permitieran a él escribir un artículo y que se lo publicaran? Es evidente que no. Pero entonces: ¿qué se supone que tiene hacer un musulmán cuando es agredido culturalmente? Yo desde luego repudio el asesinato, pero la verdad es que me quedo sin respuesta. La pregunta es más general: ¿cómo tiene que actuar el sojuzgado para romper las cadenas de su esclavitud? Le dejo al lector la respuesta.
4) Quiero terminar estas líneas diciendo que yo tengo confianza en la sabiduría política del pueblo francés, un pueblo políticamente mucho más maduro y avanzado que, por ejemplo, los pueblos anglosajones. Yo creo que los franceses tienen la capacidad de extraer las moralejas adecuadas de este lamentable evento y una de ellas es que deben aprender a entender que no hay forma imaginable de sometimiento que no desemboque tarde o temprano en la rebelión y en la violencia, porque la sumisión total (que es lo que buscan algunos) es sencillamente imposible. Los franceses pueden aprovechar la ocasión para mostrarle al mundo que efectivamente son más maduros si no permiten que se use lo que pasó para excitar más los odios inter-raciales, para denigrar más las costumbres, tradiciones y religiones de otros pueblos (y en particular los de aquellos con los, quieran o no, tendrán que convivir), si hacen un esfuerzo para entender al “otro”, al meteco, y, sobre todo, si no se dejan manipular por una prensa amarillista, vitriólica y tendenciosa, al servicio como siempre de las peores causas. El ciudadano francés tiene que entender que la acción terrorista individual, por injustificada que sea, es una reacción frente al terrorismo estatal y cultural, que es permanente, anónimo e impersonal. Si el amable lector tuvo a bien echarle un vistazo a un artículo anterior mío, “Sabiduría Popular y Análisis Filosófico”, entenderá que, según yo, se puede comprender un fenómeno humano sin por ello justificarlo. Lo importante de hechos como el ataque al semanario francés es que deben servir para encontrar la forma de reforzar la armonía entre las personas y las culturas, para acabar con los detestables segregacionismos (de la índole que sean), para borrar odios, para eliminar deseos insanos de venganza, para combatir la intolerancia y la cacería de brujas. Después de todo, el suceso en cuestión no es sino una expresión de una situación que llega ya a sus límites. Como dicen en Francia, À bon entendeur, salut!

Decadencia y Barbarie

Dejando de lado a los propios ciudadanos norteamericanos, para el mundo entero desesperadamente ingenuos desde un punto de vista político, de ninguna manera     habría podido decirse que el reporte que el “Comité sobre Inteligencia” del Senado de los Estados Unidos hizo público la semana pasada tomó a alguien por sorpresa. El reporte (bastante censurado, dicho sea de paso) contiene, desde luego, datos que no siempre salen a la luz, pero realmente su importancia no radica tanto en los detalles factuales, en hechos que de una u otra manera siempre se pueden recabar, a través por ejemplo de filtraciones, de fotografías, de videos o de confesiones que posteriormente dan lugar a escándalos, como lo sucedido en la tenebrosa prisión de Abu Ghraib. La importancia del reporte es más bien de otra índole, es (por así decirlo) simbólica: si bien lo que se denuncia era de hecho del dominio público (tortura, cárceles clandestinas, invención de resultados, etc.), lo que es interesante es que la denuncia haya sido expresada por un órgano de gobierno tan importante (y tan reaccionario) como lo es el Senado de los Estados Unidos, esto es, por un órgano que de múltiples formas apoyó abiertamente la política que se podía prever que era imposible que no culminara en lo que ahora sabemos que sucedió y que sigue pasando. Por qué en el Senado se sintió la necesidad de deslindarse públicamente de las criminales actividades de la CIA es un asunto que da que pensar. Después de todo, el hecho no es nuevo. Desde luego que no es porque la senadora Dianne Feinstein haya padecido una extraña conversión y se haya transformado de pronto en una especie de monjita de la caridad que se horroriza ante acciones y políticas de las que súbitamente se entera y de las que no tenía ni idea. Claro que eso no es así. Después de los atentados a las torres gemelas el Senado proporcionó todos los medios financieros que el gobierno de G. W. Bush le solicitó para desarrollar su “guerra contra el terrorismo”. Cuando tácitamente se sabía que la guerra había sido diseñada e impulsada por el grupo de neoconservadores que de hecho se había apoderado de la Casa Blanca (Richard Perle, Paul Wolfowitz y todo esa clique), el Senado no tuvo empacho en apoyar la invasión de Irak, con todo lo que se sabía que eso tenía que acarrear (bombardeos, masacres, destrucción de ciudades, daños ecológicos irreversibles, etc.). Trece años después, sin embargo, el Senado hace un esfuerzo por deslindarse de las actividades clandestinas y criminales de la Agencia Central de Inteligencia que él mismo propició, reaccionando como si se tratara de un descubrimiento desagradable que se requiere investigar para erradicar sus malignas causas. La verdad es que más que de otra cosa la jugada senatorial tiene todas las apariencias de una estratagema política. El tema del reporte son en efecto las actividades de la CIA en su guerra “contra el terrorismo”, una expresión que de entrada da a entender que todo le estaba permitido, como la tortura (no dejar dormir durante 180 horas, acosar con perros, usar psicotrópicos, sumergir la cabeza en el agua hasta casi ahogar al prisionero, etc.) y en general toda clase de actividades ilegales (como por ejemplo abrir y usar cárceles secretas en Polonia, en España, en Inglaterra, en donde se torturaba a los prisioneros que clandestinamente se llevaba, naturalmente en connivencia con las autoridades de esos países. El presidente Maduro tiene razón al acusar de asesino al antiguo jefe del gobierno español). Por otra parte, sería de una obnubilación mental rayana en la oligofrenia el que se pensara que las actividades ilegales de la CIA empezaron y terminaron en Irak. Yo creo que podemos afirmar con la misma seguridad con que afirmamos que vivimos en la Tierra que no hay un solo país en nuestro planeta en donde la CIA no haya llevado a cabo actividades ilegales y desde luego contrarias a los intereses de los pueblos nativos. ¿Cómo explicarnos entonces esta súbita disociación en público del Senado vis à vis del organismo oficial de “inteligencia” (o sea, de agitación, espionaje, subversión, golpes de estado, persecución política, etc.) de su propio estado, del estado del cual él forma parte?¿Se produjo alguna escisión y si así fuera a qué podría deberse?

          Que la CIA y en general las fuerzas armadas de los Estados Unidos han cometido toda clase de fechorías inenarrables y de actos criminales de todas las magnitudes imaginables es algo que sólo a un niño o a un ignorante podría asombrar. Todos sabemos que a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos entraron en un veloz proceso de expansión imperial que tenía como límites sólo los países del Pacto de Varsovia y China. Como parte de su proyecto de expansión planearon y provocaron la infame guerra de Corea, la guerra de Vietnam, durante la cual se ejercitaron en toda clase de atrocidades, llevando a todos los países cercanos (Tailandia, Laos, Cambodia) la destrucción y la muerte. América Latina, desde Guatemala hasta Tierra del Fuego, padeció la intensa actividad de “asesores” norteamericanos quienes perfeccionaron la práctica del golpe de estado (para fijar una fecha arbitraria, a partir del descarado derrocamiento – demandado por la United Fruit Company – de Jacobo Arbenz, en 1954), sistematizaron y tecnificaron la práctica de la tortura (inaugurada en Brasil, a partir del golpe de estado en contra del gobierno de Joao Goulart, en 1964) y enseñaron en forma científica las técnicas de represión de la población por parte de los cuerpos policiacos, militares y para-militares. Podrían mencionarse también los sabotajes en Cuba (atentados en contra de su producción agrícola, más de 600 intentos de asesinato del líder supremo de la Revolución Cubana, etc.), la formación de los escuadrones de la muerte, el apoyo total a los militares golpistas (en Argentina, Chile, Paraguay, etc.), la asesoría especializada en operaciones tipo Cóndor (en las que lo único que no se respetaba eran los derechos humanos de los detenidos) y así indefinidamente. Con el pretexto de que la Unión Soviética amenazaba al mundo y cubiertos o protegidos por la más impresionante maquinaria ideológica de todos los tiempos, esto es, Hollywood, la televisión y la prensa mundiales (y la desidia e ignorancia de la gente), los Estados Unidos afianzaron su presencia, impusieron sus reglas y acabaron físicamente con prácticamente todos sus enemigos políticos en todas sus zonas de influencia, es decir, en casi todo el mundo. Lo que era imprevisible es que era inevitable que tarde o temprano surgieran problemas, más allá de las dificultades materiales de la política implementada (costos, pérdidas, bajas, etc.). Uno de ellos es, por ejemplo, la descomposición interna de la sociedad norteamericana. Esto requiere algunas aclaraciones.
Mientras la economía norteamericana funcionó con éxito casi total, mientras el pueblo americano no pasó por ninguna crisis seria (desempleo, desigualdades notorias, indigencia, crisis bancarias, etc.), mientras los aparatos de represión del estado no estuvieron dirigidos en su contra, mientras el sistema funcionara, todos esos cuentos del sueño americano y de la pax americana podían sostenerse. Si todo funciona bien en casa, si en los Estados Unidos se consumía cómodamente más de la mitad de lo que todo el mundo producía, lo que pudieran decir los opositores del sistema no podía pasar de ser una muestra de envidia, de incapacidad, de inferioridad. El problema es que, aunque no fuera factible predecir cómo y cuándo, la situación de bonanza que los estadounidenses vivieron sobre todo en los años 50 tenía en algún momento que terminar, es decir, era razonable pensar que no iba a ser eterna. Las cosas en algún momento tenían que cambiar. El triunfo sobre la Unión Soviética fue sumamente equívoco y aunque ciertamente lo disfrutaron y aprovecharon a fondo podemos afirmar ahora, a escasos quince años del suceso, que dicho triunfo los desorientó también a ellos. Se plantearon nuevos retos, surgieron nuevos rivales, perdieron preponderancia económica y todo ello dentro de un marco en el que los instrumentos ideológicos de antaño ya no eran utilizables. Ya no había comunistas que temer y a quienes combatir. Por lo menos un país alcanzó la paridad militar con ellos (y pronto serán dos) de modo que le quedó claro hasta al más fanático de los macarthistas contemporáneos que la resolución última de los conflictos por la fuerza había llegado a su límite (una doctrina que, como lo demuestra el caso de Ucrania, se está tratando de cuestionar y de revertir, sin duda alguna un juego político-militar de lo más peligroso que pueda haber). Es, pues, hasta comprensible que los líderes, los dirigentes, los presidentes y en general quienes toman las decisiones políticas en los Estados Unidos no se hayan resignado todavía no digamos ya a perder sino a ver disminuida su influencia, a ver menguados sus brutales beneficios económicos, a ver retada su autoridad en foros y en organismos internacionales. Es claro que comercialmente, por ejemplo, la competencia con un país como China la tienen perdida y por la fuerza a Rusia no es posible ganarle. Se le puede destruir, pero el precio es su propia destrucción. ¿Cuál era y cuál sigue siendo entonces a los ojos de la gran mayoría de los políticos en los Estados Unidos el mecanismo que permite que su situación de primera super-potencia se siga sosteniendo? La respuesta es clara: la guerra, esto es, la guerra hasta los límites en los que lo que esté en juego sea su propia supervivencia. Lo demás no importa, ni la gente ni la naturaleza. La ineptitud de la gran mayoría de los políticos en los Estados Unidos se manifiesta en el hecho de que sólo logra visualizar la reactivación de la economía y la contención del avance de otras potencias y de otros rivales mediante la guerra. La prueba de que en eso coinciden en general los políticos norteamericanos es el presupuesto militar de un poco más de 520,000 millones de dólares que acaba de aprobar el Congreso para 2015. Pero entonces ¿por qué el Senado, que ha venido promoviendo año tras año el incremento del presupuesto militar, se distancia ahora de las consecuencias de la militarización que él mismo promueve?
Me parece que el caso de la guerra de Irak y de Afganistán algo nos dice al respecto. Desde luego que, entre otras cosas, dicha guerra fue y sigue siendo ante todo Big Business, una guerra de beneficios colosales para algunas compañías, pero ciertamente no para el país mismo, no para la sociedad americana, para su población. Es evidente que la guerra del Medio Oriente fue (es) en un sentido preciso una guerra artificial, es decir, no motivada por amenazas genuinas a la supervivencia de los Estados Unidos, una guerra forzada e impuesta a la población desde las cúpulas de la riqueza y el poder. Ni los niños, me parece a mí, se creyeron alguna vez la historieta de las armas de destrucción masiva supuestamente en poder de un loco llamado ‘Saddam Hussein’. El problema es que una guerra así tenía que tener efectos desastrosos no previsibles. No se puede simplemente desmoralizar a una población, hacer que idolatre Rambos, sin pagar los efectos de esa clase de degradación moral y política. La guerra del Medio Oriente fue el resultado de una operación interna construida desde su gestación a base de mentiras, de datos falsos, de engaño colectivo, de creación de una realidad virtual que se le hizo consumir no sólo al público norteamericano, sino a todo el mundo. Pero dado que esa guerra no era una guerra vitalmente necesaria, una guerra que respondiera a amenazas reales a la seguridad del país, sino una guerra de ambición, una guerra para beneficio de unos cuantos, tenía que ser una guerra que no tuviera nunca como objetivo llegar a una paz duradera, una guerra en la que se pudiera experimentar libremente con las poblaciones locales, con los prisioneros, una guerra en la que los invasores se sintieran libres de hacer lo que les viniera en gana, una guerra de negocios, manipulada a distancia y con toda la tecnología y la experiencia acumulada de 50 años de actividades bélicas continuas. Desde la guerra de Corea, los Estados Unidos no han dejado de pelear con el mundo. El problema para ellos ahora es que ya el mundo no es suficiente: ahora hay que pelear al interior de su propio país, ahora hay que reprimir a su propia población. Pero ¿quién va a hacer eso? Las policías y si éstas no bastan, entonces las “agencias de inteligencia”. Por eso el reporte sobre las atrocidades de la CIA, algo que como dije en cierto sentido no toma de sorpresa a nadie, significa algo a la vez importante y terrible para los ciudadanos norteamericanos, para la idea que el pueblo estadounidense tiene de sí mismo y de sus instituciones, para su auto-imagen. Es porque revela tensiones muy serias al interior del estado norteamericano (no por los datos que proporciona) que el reporte del Senado sobre las actividades de la CIA es de primera importancia. Si la CIA ha cometido toda clase de tropelías en otros países ¿por qué no podría cometerlas también en los Estados Unidos? Si la CIA se convierte en una institución que se maneja al margen de toda legalidad en los Estados Unidos ¿quién la controlaría? Si el ciudadano norteamericano, que ya está vigilado en su correo electrónico, en su teléfono, en su trabajo, etc., quisiera realmente oponerse a la política del gobierno y la policía no bastara: ¿no podría entrar en acción la CIA en suelo americano y usar toda su sabiduría guerrera en contra de su propia poblacion? No veo ninguna imposibilidad lógica al respecto. Es de temerse que el caos en el que los Estados Unidos hundieron a la mitad del mundo los arrastre a ellos también.
Muy rápidamente: ¿cuál es el contenido de dicho reporte? Como se hizo público se le encuentra fácilmente en la red (http://www.intelligence.senate.gov). Se trata de un documento en el que se denuncian las prácticas bárbaras del organismo oficial norteamericano de implantación de terror en el extranjero. Más concretamente, se hace del dominio público el hecho de que la CIA ha venido operando como un organismo al margen de la propia constitución americana y despreciando todos los acuerdos internacionales y las convenciones que tienen que ver en particular con el trato de prisioneros. Queda claro que el recurso a la tortura es precisamente lo que ellos sistemáticamente practican. No sólo está lo que en México se conoce como “pocito”, esto es, la sumersión de alguien en el agua hasta los límites de su resistencia, sino todo la maquinaria de psicólogos y psiquiatras que participaron durante años en lo que era una mezcolanza de experimento, venganza, sadismo y negocios y, como ya sugerí, de política natural cuando lo que se hace es una guerra no popular, una guerra de saqueo, de explotación y de conquista. Pero todo esto uno y otra vez nos hace regresar a la pregunta: ¿por qué entonces ahora en el Senado se siente la necesidad de criticar las actividades “clandestinas” de la CIA, cuando el Senado mismo le dio su aprobación (y su bendición) a la declaración de guerra por parte del gobierno de Bush en contra de un país que nunca intentó siquiera atentar en contra de la seguridad e integridad de los Estados Unidos y que desencadenó toda la miseria y la desgracia que se está ahora viviendo en el Medio Oriente y en partes de Asia?
Una cosa es clara: en los Estados Unidos cualquier cosa puede pasar. Después de todo, ya se dieron el lujo de matar a un presidente y de organizar un atentado mayúsculo en su propio país (la historia de 20 beduinos manejando aviones en Nueva York y eludiendo todos los filtros de seguridad del país más potente del mundo es como un cuento para Disneylandia). Hay  grupos de hombres poderosos e influyentes que se sientan decepcionados por el modo como se usa el poder del que disponen y no se puede descartar la idea de que se sientan seducidos por la idea de tomar ellos mismos las riendas del gobierno; de seguro que hay quienes estén convencidos de que ellos sabrían mejor que los gobiernos civiles cómo sacar al país adelante y más no siendo el presidente un blanco. Dráculas políticos como Richard Cheney abundan y están dispuestos a todo, a acabar con el mundo si es necesario. Es importante adelantárseles y no permitir que actúen por cuenta propia. Es por eso que una y otra vez reverbera en nuestra mente la idea de que no es por casualidad que reportes como el que el Senado hizo público se den ahora a conocer. “Cosas veredes, Sancho!”.
 

Nos volveremos a poner en contacto en enero

 
 
 

La Importancia del Castigo

El objetivo de estas líneas es tratar de realizar un breve ejercicio de aclaración conceptual y mostrar que una simple confusión puede contribuir a reforzar toda una cultura de impunidad y de auto-destrucción. Voy a tratar de articular algunos pensamientos en relación con el castigo y quizá lo primero que habría que contrastar es la idea de castigo con la idea de imposición arbitraria por parte de alguien más fuerte. Esto último no es castigo. Estrictamente hablando, castigo sólo puede haber cuando la pena que se impone es merecida. Supongo que a lo largo de nuestra existencia la gran mayoría de nosotros hemos sido víctimas en uno u otro momento de la arbitrariedad de alguien y que se nos ha convertido en blanco de la prepotencia ajena. Eso no es castigo; eso es victimización. El castigo es un mecanismo de retribución o expiación por algo malo que de hecho alguien hizo. Si porque se le ofendió en la calle o en el trabajo una persona al llegar a su casa se desquita con su hijo, lo que el niño sufre no es un castigo puesto que él no era culpable de nada. El castigo genuino tiene en todo momento que poder ser explicable, justificable. En este sentido, reconozco que creo en el castigo, entendido como mecanismo de reparación, en un sentido laxo o elástico, por un daño ocasionado e injustificado. Yo creo que el castigo es imprescindible en cualquier sociedad y que el repudio de la idea misma de castigo por parte de una sociedad tiene repercusiones funestas para ella.
La idea de castigo es de sentido común. Supongamos (o constatemos) que una cierta empresa tira sus desechos químicos en el arroyo Las Tinajas. A primera vista, lo sensato es imponerle un castigo (cerrándola, multándola, quitándole la concesión.). Lo más absurdo sería no imponerle el castigo apropiado, es decir, una sanción que la empresa en cuestión efectivamente resienta, puesto que la idea de castigo acarrea consigo la idea de proporcionalidad. Si por robarse un litro de leche a una persona le cortan las manos el castigo es desmedido, pero si por contaminar un lago a una empresa la multan con unos cuantos millones el castigo no es proporcional y por lo tanto es insuficiente. De todos modos, lo más injusto que podría hacerse frente a una acción palpablemente lesiva o dañina para toda una población es que no haya castigo en lo absoluto, es decir, que se permita que la empresa siga aniquilando los peces del lago, arruinando sembradíos, envenenando gente y animales como si no hubiera hecho nada! No castigarla es precisamente desvirtuar la noción de castigo: se desliga poco a poco la noción de castigo de la noción de merecimiento y queda entendida como mera represión por parte del más fuerte. Pero eso no es así y nuestros conceptos se rebelan. La prueba de ello es que es a la ausencia de castigo (merecido) que se le llama ‘impunidad’. Quien no quiere la impunidad quiere el castigo, pero nada más imponer algo por la fuerza no es castigar si la idea de merecimiento está ausente.
Es importante percatarse de que las ideas de castigo y de impunidad tienen distintos ámbitos de aplicación. A la misma compañía que contaminó los ríos en Sonora se le murieron en una de sus minas, en tiempos de Fox (quien ni siquiera se dignó poner los pies en el lugar), más de 60 trabajadores. Ahí tenemos un caso indignante de impunidad. Pero dejando de lado los hechos, lo que quiero distinguir aquí son tres ámbitos en relación con los cuales la idea de castigo resulta provechosa. Me refiero a los ámbitos legal, moral y espiritual o religioso (usaré indistintamente estos dos términos). Lo que quiero decir es que en relación con ellos hay una noción de castigo que es importante y diferente en cada caso. Para las acciones ilegales hay castigos previstos en las leyes. Sin embargo, hay otras clases de culpas que no podemos ignorar. No es factible regular el todo de la vida humana. Por consiguiente, siempre habrá acciones que sean malas y para las cuales no habrá códigos de ninguna índole. Por ejemplo, por un chisme mal intencionado se le puede ocasionar un daño a una persona; por estar en una fiesta alguien puede llegar tarde a un hospital y no alcanzar a ver a un ser querido, y así indefinidamente. En casos así no hay castigos legales. ¿Significa eso entonces que no hay ninguna clase de castigo para acciones como esas? No. Lo que pasa es que en esos casos los castigos son de otro orden, a saber, morales y religiosos. Demos un ejemplo.
Supongamos que una persona comete una acción tal que al enterarse de lo que hizo su mejor amigo le quita el habla para siempre. Eso no es un castigo legal. Su amigo reprueba su acción y lo castiga terminando la relación. Más no puede hacer, puesto que no estamos en el ámbito de la legalidad. Ahora bien lo interesante del caso es lo siguiente: la persona en cuestión puede reaccionar, corregir su conducta, ofrecer disculpas, etc., por un castigo que no era de naturaleza jurídica. Una mirada en el momento apropiado y de la forma apropiada puede ser el castigo apropiado, el único quizá, para alguien que, por ejemplo, destruyó con su automóvil unas rosas o los juguetes de un niño o dejó sucio un baño público o escupió en un elevador o cosas por el estilo. No hay sanción legal para acciones así, porque no hay (ni puede haber) leyes al respecto. Pero lo que sí puede haber es un repudio moral por parte de los demás. A la persona no se le puede multar, pero se le puede hacer un reproche, aunque sea en silencio. Eso es castigo moral, esto es, una expresión de desaprobación por parte de otros en relación con acciones que no pueden quedar recogidas en ningún código penal. A mí me parece que una sociedad en la que sus miembros son insensibles al reproche moral es una sociedad que inevitablemente tendrá que pagar en términos de mayores niveles no sólo de inmoralidad, sino también de ilegalidad y por ende de impunidad, porque ¿qué les importa a los inmorales los actos de ilegalidad?¿En qué les afecta, si son inmorales?
Ahora bien, además del castigo legal y de la reprobación moral, hay otra clase de castigo que me parece sumamente importante, aunque se trata de un fenómeno más bien raro. Me refiero al sentimiento de auto-crítica, de vergüenza ante uno mismo, de lo que le sucede a alguien cuando se ve críticamente en el espejo de su alma. Llamo a esto ‘castigo religioso’. En lo que aquí presento como “castigo religioso” no es “el otro” el que expresa su rechazo o su indignación, puesto que en cierto sentido no lo hay. El castigo religioso procede más bien “de dentro” de la persona, viene (por así decirlo) “de arriba”; se manifiesta cuando uno tiene remordimientos de conciencia, cuando está consciente de que hizo algo infame y no puede vivir con ese hecho aunque nadie más esté al tanto de ello (y aunque todo el mundo a su alrededor no pare de decirle que no se preocupe, que no hizo nada grave, etc.). Es muy importante entender que tanto el respeto a la ley como la sensibilidad moral y religiosa son algo que se enseñan y desarrollan y a menudo eso se logra vía sus respectivos castigos, cuando éstos claro está son merecidos. Naturalmente, es muy poco probable que a quien no se le enseñó a respetar la ley, a quien se le enseñó más bien a eludirla, pueda desarrollar su conciencia moral y religiosa, pueda ser receptivo de la desaprobación moral y, más importante aún, pueda ser crítico de sí mismo, de sus acciones. Así, resulta obvio que la ilegalidad, la inmoralidad y la irreligiosidad vienen juntas. Un hombre religioso no cometerá inmoralidades y menos aún ilegalidades, pero un individuo que no respeta la ley es también un inmoral y un sujeto imbuido (aunque no lo sepa) de profunda irreligiosidad. Un sujeto así es alguien que nunca fue castigado.
En mi opinión, lo peor que le puede pasar a una sociedad y a una persona es que se borre de la conciencia social y de la conciencia individual la idea de que el castigo es algo benéfico, una retribución justa por algo malo que se hizo. Cuando eso es lo que sucede, se abren las puertas para cualquier línea de acción; todo se vale. Ya no hay punición, ya no hay nada que temer, ya no hay cuentas que rendir: esa es justamente la mentalidad del hombre dañino, del inmoral y del irreligioso. Obviamente, quien es inmoral e irreligioso no tendrá escrúpulos en ser anti-social. Es comprensible que quien no teme el castigo (porque no tiene el concepto) considere que es de tontos no hacer simplemente lo que más conviene, independientemente de que lo que se haga sea dañino para otros y reprobable desde todos puntos de vista. Ahora bien, se puede ser hábil y eludir el castigo social. De eso los ejemplos pululan. Pero si además se es moral y religiosamente ciego, si uno es insensible a la crítica moral e incapaz de auto-criticarse, entonces realmente se está perdido. Para quien no tiene problemas morales ni inquietudes religiosas, para el hombre que además de corrompido es descarado, todo se reduce a lograr que el castigo, de cualquier índole, sea inefectivo. Por eso, el síntoma más inequívoco de descomposición social y putrefacción espiritual es el rechazo de la idea misma de castigo, la gestación de situaciones en las que se pueden cometer fechorías, del nivel de gravedad que sea, y que no pase nada porque se sabe que no habrá castigo, ni externo ni interno. Muchos de estos nuevos multimillonarios, traficantes de influencias, estafadores profesionales, políticos arribistas, todos esos que impúdicamente exhiben sus riquezas mal habidas, todos ellos son hábiles en cuanto a la manipulación de la ley y a la vez indiferentes al castigo moral y ciegos al castigo religioso. Se pueden contaminar ríos, atormentar animales, torturar personas y así indefinidamente, porque no hay castigo de ninguna índole. Nadie se siente mal. Al contrario! Mientras más ladrones e inmorales más orgullosos están de sí mismos! Todo eso puede pasar porque se vive en una sociedad en la que no se practica la política de contención del mal, esto es, la de imposición del castigo justo, del castigo que se requiere, con todo lo que ésta acarrea, a saber, impartición de justicia y prevención del delito. De lo que no se percata quien comete ilegalidades y que se siente tranquilo y hasta orgulloso de sus actos (contento con sus bienes, que le servirán unos cuantos años) es que además de ser un enemigo social él se convierte en un enemigo de sí mismo. Esta idea es clara, pero no la voy a desarrollar aquí.
Para que una sociedad florezca se requiere que reine tanto una cultura de legalidad como una de moralidad, pues sólo sobre esa base se puede elevar el nivel espiritual de sus miembros. Esto no es mera palabrería, porque hay conexiones reales entre los fenómenos mencionados. Quien logra (porque es todo un éxito) sentirse mal por, por ejemplo, haberle hecho un daño gratuito a alguien, dejará de conducirse de esa manera, puesto que temerá los efectos del castigo, moral si es de los demás o espiritual si es auto-generado. Por eso, curiosamente, el estadio superior en el desarrollo de la conciencia individual es el del auto-castigo, esto es, esa etapa a la que, después de un proceso de educación espiritual, accede una persona y en la cual si hace algo “malo” ella misma se critica, se auto-repudia, se auto-condena. Una persona así no espera a que vengan a castigarla: ella misma se castiga. Por mi parte, estoy convencido de que mera legalidad no es suficiente para tener una sociedad floreciente, para vivir bien. Lo peor de todo es tener que constatar que en México ni siquiera se vive con un nivel aceptable de legalidad, puesto que vivimos en una sociedad de no castigo permanente.
El reino de la legalidad es algo que se impone. ¿Cómo? Se castiga a quien trasgrede la ley. No hay otra forma de hacerlo. La moralidad es también algo que se inculca, no una carga genética. ¿Cómo se logra ser auténticamente moral? Se nos enseña a ser sensibles, a reaccionar frente al repudio de los demás por alguna villanía, algún acto de cobardía, alguna infamia que se haya cometido. Uno aprende a reaccionar, a enmendar la conducta, a ofrecer disculpas. El castigo moral es, pues, igualmente imprescindible, pero tampoco basta. Hay algo así como castigo religioso, que es crucial y que no consiste en miedos respecto a situaciones desconocidas e incomprensibles. El auto-castigo religioso que tengo en mente es algo más complejo, pero quiero decir que es igualmente asequible. Responde a lo que podríamos llamar sencillamente la ‘educación del alma’ y su mejor manifestación es quizá la capacidad de auto-reproche, de auto-condena que lleva a la decisión de no volver a hacer cosas que lastimaron a otros, que no se tenía derecho a hacer, etc., y por las cuales uno se arrepiente, se siente mal, quisiera corregir. El castigo religioso se vive sotto voce. Cuando México sea una sociedad en la que se castiga a quienes infligen la ley, se reprueba a quienes son anti-sociales y cuando sus ciudadanos sean los primeros en fijarse a sí mismos límites en sus conductas, en sus deseos, en sus ambiciones, etc., en otras palabras, cuando la idea de castigo esté activa, entonces México habrá alcanzado su plenitud. ¿Mera utopía? Quiero pensar que no.
 

Futuro Incierto

Si le hiciéramos caso a Televisa tendríamos que concluir que en el mundo no pasó nada más importante a partir del viernes y durante todo el fin de semana que el deceso de Roberto Gómez Bolaños, alias ‘Chespirito’. Sin ni mucho menos tratar de menoscabar lo que significa la muerte de un ser humano, lo que definitivamente resulta hasta indignante es que las matanzas en Siria y en Irak, los bombazos en Nigeria, la abierta confrontación armada descaradamente provocada por la OTAN en Ucrania y tantos otros procesos sociales, bélicos o de otra naturaleza pero de todos modos humanamente importantes, hayan quedado opacados por la cobertura de lo que podríamos llamar la ‘última función del Chavo’! Claro que se podría responder que los eventos a los que hago alusión tienen lugar en países lejanos y que no nos afectan directamente.[1] Pero a eso se podría replicar que no había que ir tan lejos: aquí en México estaban pasando más o menos a la misma hora en que se celebraba la conmovedora misa en honor del Sr. Gómez Bolaños, quien en realidad estaba muerto en vida, cosas que ciertamente nos afectan de manera directa y a las cuales ni mucho menos se les dio la cobertura que ameritaban. Que esto suceda, naturalmente, no es una casualidad, un olvido, un error, sino que responde a la labor sistemática de desinformación y de embrutecimiento de la población por parte de los medios de comunicación, pues es su forma de corresponder en el pacto político prevaleciente entre medios y gobierno. Las concesiones se pagan y Televisa cumple con su parte del pacto, teniendo siempre presente que el objetivo es, al precio que sea, mantener el status quo.
elChavo El hecho que tengo en mente, que me parece importante en sí mismo como un suceso de una clase que los ciudadanos debemos repudiar y enseñar a detestar y que simbólicamente me parece alarmante en grado sumo, es la detención y el interrogatorio en los separos de la SEIDO del estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Sandino Bucio Dovalí. Ahora sabemos cómo pasó todo y podemos sacar a la luz sus implicaciones. Para ello, quisiera primero llamar la atención sobre un aspecto simple del caso, pero muy importante y en mi opinión no suficientemente reconocido por la gente.
Algo que llama la atención en los videos en los que quedó grabada la acción de detención y de privación ilegal de la libertad de Sandino (porque eso no fue un arresto en sentido estricto) fue que si bien hubo quien filmó el evento también es cierto que de hecho nadie intervino, nadie hizo nada. Esto es lo que quiero enfatizar y para resaltar la importancia del detalle permítaseme traer a la memoria algo que Aleksander I. Solyenitzin sostuvo alguna vez en una presentación que hizo, si no mal recuerdo, de su libro Pabellón de Cancerosos. Solyenitzin sostenía que el terror policiaco que imperó en la Unión Soviética, echado a andar y dirigido por criminales y psicópatas de la talla de Yagoda, Yezov y Beria, pudo instaurarse porque cuando se realizaban las detenciones la gente se quedaba callada. En incontables ocasiones los policías llegaban a los departamentos de quienes iban a detener a las 3 o 4 de la mañana y todo se llevaba a cabo en una atmósfera de sigilo y silencio, porque la gente estaba intimidada y no reaccionaba. Solyenitzin era de la opinión, sensata me parece, de que si los parientes y los vecinos hubieran gritado, protestado, hubieran opuesto resistencia, etc., muchísimas detenciones no se habría podido realizar. Pero las personas se callaban y no actuaba y de esa manera contribuían a perpetuar el peor estado de cosas posible para ellas mismas. A mí me parece que algo muy parecido sucede en general en México y claramente fue el caso durante el arresto de Sandino, quien además pedía a gritos que lo ayudaran. Pero la gente no se movió, aparte de un par de comentarios insulsos e inútiles que se oyen en el video. Si algo queremos aprender, si queremos extraer una lección de este evento, es precisamente que esa es la actitud que hay que modificar: no hay que permitir que delincuentes, policíacos o de otra clase, amedrenten a la población, cumplan sus caprichos, se salgan con la suya, extorsionen, torturen y todo les resulte fácil. Si queremos conducirnos con lealtad hacia una víctima que puede en todo momento ser cualquier ciudadano, o sea, si queremos también auto-protegernos, tenemos que aprender a protestar en voz alta, a actuar. Eso es algo que nos deja este (ahora sí cabe usar el adjetivo) lamentable suceso. Pero no es todo.
SandinoBucio
Nosotros hemos en diversas ocasiones hemos apuntado al peligro de la represión cada vez mayor de los mexicanos por parte de un estado que palpable, visiblemente todos los días se prepara y se fortalece para cumplir una tarea así a nivel nacional. El caso que nos ocupa lo pone de manifiesto con horrorosa claridad. En otros tiempos, una manifestación, inclusive si era violenta (¿y cómo no iba a serlo si las “fuerzas del orden”, los guardianes últimos del status quo, los granaderos, la Federal de Seguridad, el servicio secreto, etc., etc., entraban en acción con entusiasmo y enjundia y violentaban a los manifestantes de múltiples maneras?) era un evento con fechas más o menos claras de nacimiento y defunción. Yo también he ido a muchas manifestaciones desde que era niño y presencié golpizas, arrestos, corretizas y demás, pero de todos modos, salvo en casos muy especiales, una manifestación era un evento que empezaba a una cierta hora, terminaba a otra y ahí acababa todo, inclusive si había “actos de violencia”, entendiendo por ‘actos de violencia’ acciones de auto-defensa, porque ¿cómo no puede haber violencia cuando lo están golpeando a uno o a alguien con quien uno está? Pero lo que me importa resaltar es que terminada la manifestación terminaba el acto político. Ahora no: ahora lo persiguen a uno después del acto político, le levantan cargos después, van por uno a su casa o a su lugar de trabajo días después, cuando ya todo pasó. Eso es represión política y todo hace pensar que estamos en los albores de un estado permanente de represión de esa naturaleza. ¿Se va a permitir eso? Creo que no debemos hacerlo. Hay que protestar por todos los medios a nuestro alcance, porque la protesta no es sólo un acto de solidaridad con un estudiante o un obrero (confieso que no recuerdo todavía manifestaciones de banqueros ni de terratenientes, porque los hay, en un país del cual se dice que vivió una reforma agraria!), sino como una medida de estricta auto-defensa: el día de mañana no es Sandino, es usted, amable lector, a quien detendrán en la calle, saliendo de su trabajo, en su casa y entonces verá que si no cuenta con la solidaridad del vecino, el apoyo de su familia, la intervención de los pasantes, etc., lo van a subir a golpes a un auto sin placas, lo van a aterrorizar psicológicamente, a violar (como amenazaron a Sandino) y no pasará absolutamente nada, salvo que su vida se habrá modificado radicalmente y no para bien. Por eso, por sus potenciales consecuencias, el caso de Sandino (a quien no conozco personalmente) es altamente significativo. No basta con filmar: hay que atreverse a protestar, a intervenir, a impedir que se cometan actos concretos de injusticia.
Lo que todo esto revela es el deterioro de los aparatos de estado, el desorden prevaleciente en las fuerzas del orden y el deterioro de los organismos de impartición de justicia en México. Muchos de nosotros hemos visto reportajes en los que a patadas unas personas suben a alguien que iba circulando en su auto por el Periférico, lo detienen, empieza el forcejeo, los golpes, etc., y tres días después se nos aclara que se trataba de un delincuente colombiano que tenía una pandilla operando en el Distrito Federal y que se dedicaba a asaltar casas, a robar autos y a cometer todas las fechorías imaginables. Psicológicamente, el proceso es exactamente el mismo que en el caso de Sandino: la simpatía va de inmediato hacia quien a todas luces parece ser una víctima de un abuso por parte de la autoridad, alguien que es sujeto de una violación flagrante, odiosa de derechos humanos, alguien injustamente tratado por delincuentes, etc. Y sin embargo posteriormente, al enterarnos de que se trataba de un operativo policiaco justificado, esa mezcla de impotencia y coraje que nos embargaba desaparece: qué bien, pensamos, que la policía finalmente atrapó a un bandido y terminó sacándolo del país. Habría que felicitar a la policía. El problema es: ¿cómo distinguir un caso de otro? Si los ciudadanos en general no estamos en posición de distinguir entre una acción policíaca justificable y una acción de represión política injusta e injustificable, ello no es nuestra culpa: es porque las autoridades no nos dan elementos para discernir entre casos, porque vivimos en una cultura de opacidad administrativa, de engaño y mentira permanentes, de falta total de transparencia en cuanto a decisiones y procedimientos, de arbitrariedades judiciales y policíacas. El ciudadano no tiene cómo adivinar y distinguir entre un operativo policiaco genuino y uno de represión interna inaceptable. De ahí que frente a la disyuntiva de protestar y equivocarnos porque la acción policíaca estaba justificada o quedarnos callados y equivocarnos porque contribuimos a que se consumara un acto de venganza política y por ende una injusticia, pienso que es mucho más razonable y saludable optar por la posibilidad de estar en el error pero protestar. Las fuerzas del orden tienen que acostumbrarse a justificar ante la sociedad sus acciones en concordancia con los procedimientos legalmente establecidos, por medio de órdenes judiciales, etc. Eso es vivir en un estado de derecho y no nada más, como en México, en un estado repleto de leyes, normas, códigos, enmiendas, reglamentos y todo lo que se quiera, que se aplican cuando los mandamases del caso lo quieren, cuando conviene, cuando se puede influir en la autoridad competente, etc. Debería quedarle claro a todo mundo que lo peor que nos puede pasar es que las policías actúen como organismos independientes en contexto de instituciones nacionales debilitadas y corrompidas y que no rindan cuenta de lo que están haciendo.
En relación con las manifestaciones hay que preguntarse: ¿tenemos o no tenemos hoy por hoy el derecho a expresar en las calles nuestra indignación por lo que pasa, nuestra oposición a decisiones gubernamentales? Si la respuesta es positiva, entonces ¿por qué las provocaciones policíacas?¿Para posteriormente dedicarse a atrapar dirigentes y líderes políticos cuando van solos por la calle o saliendo del cine o cuando fueron por sus hijos a la escuela?¿Ese es el México que quieren construir y nos quieren legar? Hay que tener mucho cuidado, porque un estado mexicano brutal y represor es lo que le conviene a diversas fuerzas políticas, tanto nacionales como extranjeras, a diversos núcleos sociales conformados por gente miope políticamente, movidos únicamente por intereses mezquinos y de corto plazo (ni siquiera en sus nietos piensan!). Es difícil no tener la sensación de que nos estamos aproximando poco a poco a una disyuntiva fundamental que tiene que ver con la orientación general del país y que obviamente depende en gran medida de lo que decidan hacer los “policymakers” mexicanos en turno. Y lo que viene no puede ser más que una de estas dos cosas: o bien se entra en un auténtico proceso, dirigido desde arriba, de democratización en el manejo de las instituciones, se hace un serio esfuerzo por limpiar las corporaciones no sólo mediante purgas pasajeras sino en estatutos y en costumbres, en tradiciones (¿por qué no es obligatorio que los policías de todos los niveles lleven un curso semestral de ética, por ejemplo? Estoy convencido de que les haría bien. Quizá hasta lo agradecerían!) o bien se orienta al país por la incierta senda de la represión, exitosa siempre al principio pero que, como la historia lo enseña, termina siempre siendo superada. Naturalmente, lo terrible de esa victoria popular última es el costo humano. Ojalá quienes toman las grandes decisiones en este país estén a la altura de sus responsabilidades históricas.

[1] O eso se piensa, porque permítaseme señalar de paso que si alguien todavía cree, por ejemplo, que las alzas y las bajas en los precios del petróleo, con todo lo que eso acarrea, no están manipuladas por quienes manejan el complejo bancario-militar-industrial que rige al mundo es porque se trata realmente de alguien muy ingenuo, alguien que todavía cree en “las leyes objetivas del mercado”, que es el cuento que narran en los manuales de economía y que todo mundo repite a diestra y siniestra. Quizá valga la pena recordar que las leyes de la economía son de naturaleza muy distinta a las de, por ejemplo, la termodinámica o la neurofisiología, en donde se nos habla de procesos que operan por sí solos, a diferencia de lo que pasa en el universo de la economía, en donde la voluntad humana es permanente y decisiva. En el mundo del dinero son personas concretas quienes todos los días, a través de complejas manipulaciones y transacciones, fijan los precios de las mercancías, los valores de las monedas y demás, les guste o no a particulares y gobiernos. ¿No es acaso por razones vinculadas a los grandes intereses mundiales que tenemos que cambiar de horario dos veces al año?