Descarado!

Una ventaja que tenemos quienes de motu proprio nos esforzamos por articular pensamientos que sean no sólo coherentes y explicativos sino también que sirvan para expresar lo que son nuestros genuinos puntos de vista es que no estamos constreñidos a ocuparnos de los temas del momento, de esos de los que a fuerzas (por definición) se tienen que ocupar los periodistas profesionales. Nosotros no tenemos semejantes restricciones, por lo que podemos retomar libremente el tema que consideremos digno de reflexión aunque éste ya no sea “de actualidad”. Yo tuve que ausentarme una semana, por razones de trabajo (asistí en la ciudad de Puebla al “Vº Congreso Wittgenstein en Español”, del cual soy co-organizador) y no tuve entonces tiempo para abordar un tema que llamó la atención pública y que sin duda ameritaba un mínimo de ponderación. Puedo desde luego enunciar rápidamente el tema que me incumbe, pero me parece que lo apropiado es describir, aunque sea a grandes rasgos, el marco general dentro del cual es menester ubicarlo.

Con toda franqueza, no sabría decir si sólo un desquiciado o un ser malvado podrían negar que el mundo está pasando por una etapa de destrucción y desolación que no tiene paralelo en la historia humana. ¿Cómo entender y evaluar de manera responsable lo que está pasando en el mundo? Yo creo que las respuestas variarán en función del grado de abstracción en el que nos ubiquemos. Hay que hacer aquí un gran esfuerzo para, por así decirlo, colocarse por encima y ver de lejos los sucesos del mundo y mientras más universal sea nuestra perspectiva mayor claridad tendremos del tema que nos incumbe. Evidentemente, el nivel perfecto de observación es lo que podríamos llamar el ‘punto de vista de Dios’: a Él sí una sola mirada le bastaría para captar el complicado entramado de políticas, decisiones, ambiciones, ideas, pasiones y demás que operan y que dan como resultado lo que es la situación actual. A Dios ciertamente Obama no podría engañarlo, Netanyahu no podría amedrentarlo, Hollande no le haría sentir pena ajena y así podríamos seguir mencionando a todos aquellos que, por ocupar (aunque sea de manera pasajera) posiciones mundanas decisivas, inciden en las vidas de los demás y muy a menudo para el infortunio de las personas. Nosotros, evidentemente, estamos a años luz de la sabiduría divina, por lo que no nos imaginamos estar revelando los arcanos del universo. No obstante, aunque sea de manera sumamente imperfecta, hacemos el esfuerzo por contemplar lo que pasa alrededor de nosotros de la manera más objetiva posible. Y ¿qué es lo que vemos? Lo que mi aparato cognoscitivo me indica, a la manera de un sensor que cuando detecta una señal automáticamente enciende un foco, es algo tan simple que hasta da pena enunciarlo, en gran medida porque quienes no tienen ese sensor (la inmensa mayoría de las personas, por muy variadas razones) intentan hacer sentir a quien sí lo tiene como si fuera alguien que padece alucinaciones de alguna índole o que es algo así como un retrasado mental. ¿A qué me refiero, concretamente? Yo creo que lo que salta a la vista es pura y simplemente que el sistema de vida reinante, el capitalismo, ya no funciona, es decir, ya no es operativo realmente, ya no hace que la humanidad progrese, vaya hacia adelante, supere sus contradicciones y sus miserias. No creo, en efecto, que nadie sensato y con una dosis elemental de información pueda sostener que la civilización contemporánea no es una civilización de destrucción sistemática de la naturaleza y de sumisión de unos (muchos) por otros (muy pocos). Sería hasta redundante, por no decir tedioso, enumerar las catástrofes humanas que día con día tienen lugar en el planeta, catástrofes no naturales y de causantes fácilmente indiciables. Ese es el marco dentro del cual habría que ubicar nuestro tema. ¿Y cuál es ese?

Como todos sabemos, el Papa Francisco hizo recientemente una importante visita a América. Básicamente, sus pasos lo llevaron a Bolivia, a Cuba y a los Estados Unidos. Parte crucial del mensaje del Papa fue un llamado, a mi modo de ver infructuoso pero eminentemente noble, a abrir los ojos ante la evolución del mundo. Como el mundo es entendido vía categorías económico-políticas, el Papa Francisco habló del capitalismo (o sea, el sistema de vida imperante) y en forma casi patética llamó a cambiarlo porque él, sin duda mucho más y mejor inspirado que yo, detectó la esencial maldad del sistema, un sistema que genera profundas asimetrías económicas y crueles engaños políticos. Todos sabemos que un papa es la cabeza de un estado, pero no por ello deja de ser persona y por lo tanto no se puede simplemente descalificar lo que dice apelando a su investidura. Su discurso fue muy claro: el modo de vida prevaleciente es cruel y contrario a las más básicas de las genuinas intuiciones religiosas, intuiciones que tienen que ver con el amor al prójimo y el respeto a la vida.

Y es aquí que de pronto nos topamos con el asombroso hecho de que un escritor venido a más, un cuentero artificialmente inflado, un político fracasado y lleno de resentimientos, se permite pronunciarse, en un tono condescendiente y desdeñoso, sobre lo dicho por el Papa, como dando a entender que las afirmaciones de este último son meramente el producto de la senilidad y de una profunda incomprensión de lo que está pasando. Me refiero al novelista Mario Vargas Llosa. Su pronunciamiento, obviamente, no fue hecho en privado sino que recibió la mayor difusión posible, lo cual también tiene una explicación. Aquí se hace valer el proverbio según el cual Dime con quién andas y te diré quién eres y ¿con quién hizo pública Vargas Llosa su evaluación del Papa? Ni más ni menos que con el agente ideológico pro-yanki, el apologista del capitalismo por excelencia, el argentino-norteamericano Andrés Oppenheimer!! Así, pretendiendo enmendarle la plana al Papa Francisco, Vargas Llosa se permitió hacer un par de afirmaciones dignas de ser tomadas en cuenta. Sostuvo, primero, que la crítica de la Iglesia al capitalismo no era nueva y que lo que el Papa había sostenido simplemente representaba el verdadero punto de vista de la Iglesia Católica y, segundo, que el Papa (y por consiguiente la Iglesia) no había logrado comprender que el capitalismo está internamente conectado con la libertad y la democracia. Dado que es obvio que Vargas Llosa no tiene formación filosófica fue incapaz de enunciar lo que realmente tenía en mente. Lo vamos a hacer nosotros por él: lo que Vargas Llosa quiso decir es simplemente que los conceptos de democracia, capitalismo y libertad están esencialmente vinculados unos con otros. O sea, se implican mutuamente y rechazar uno equivale a rechazar los otros dos.

Me parece que podemos copiarle al Papa su conducta lingüística y aplicarla en el caso del escritor español (y digo ‘español’ porque, como todo mundo sabe, Vargas Llosa renunció a la nacionalidad peruana a raíz de su estrepitosa derrota electoral ni más ni menos que ante Alberto Fujimori; a todas luces, no es un buen perdedor). Cuando le pidieron al Papa que se pronunciara sobre los homosexuales (al margen de la Iglesia), él con humildad respondió: ¿Y quién soy yo para juzgar a los demás? Yo creo que podemos, mutatis mutandis, hacer la misma pregunta en relación con Vargas Llosa: ¿y quién es él para permitirse juzgar a personajes mucho más capacitados y mejor ubicados que él para hablar de la situación mundial?¿Por qué se le habría de conceder atención especial a los dichos de un escritor al que por decisiones de burocracia internacional de administración cultural se le colocó en la cima? Nosotros quisiéramos preguntar (como en algunos otros casos notorios): ¿cuál es esa obra tan magnífica que lo llevó al premio Nobel? ¿Pantaleón y las Visitadoras? Que no nos hagan reír! Vargas Llosa es obviamente el beneficiario de un premio que no es de literatura en sentido estricto, sino que se da en el ámbito de la literatura dependiendo del rol político que se desempeñe. La pregunta es entonces: ¿cuál es dicho rol?

Es evidente hasta para un niño que Vargas Llosa es el caso típico del escritor que, gozando de un cierto prestigio literario, aprovecha un determinada coyuntura, cambia de disfraz ideológico y se deja mansamente cooptar, convirtiéndose entonces en el portavoz de exactamente lo contrario que hasta entonces había venido representando. Dado que, a diferencia de lo que pasa en Europa en donde el filósofo, cuando es relevante, es una figura pública respetable y escuchada, en América Latina ese papel lo juegan más bien los literatos. Son éstos los que, ante la opinión pública, juegan el papel de hacedores de opinión. Vargas Llosa es claramente el caso peruano, pero nosotros no tenemos que ir muy lejos para apuntar a exactamente el mismo fenómeno: ahí está Octavio Paz, el individuo que, adelantándosele,  le marcó con toda precisión el camino a seguir a Vargas Llosa. Como muchos otros, Gabriel García Márquez por ejemplo y el mismo Paz, Vargas Llosa se inició en la literatura como un escritor de izquierda, lo cual a la sazón quería decir ‘anti-golpista’, ‘pro Revolución Cubana’, etc. Pero Vargas Llosa tuvo su camino de Damasco: su inspiración divina llegó con la intervención de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga, en 1968, una intervención nunca siquiera mínimamente explicada. Ahora que para nosotros es fácil constatar que lo que pasó en Polonia 10 años después era justamente lo que estaba a punto de suceder en lo que era la República Socialista de Checoslovaquia, podemos apreciar el certero oportunismo de Vargas Llosa. Éste súbitamente se apoderó (o creyó que lo hacía, porque podríamos pensar que más bien fue al revés) del fácil vocabulario demagógico de la “libertad” y la “democracia” para convertirse a partir de ese momento en uno de los líderes de la más descarada de las derechas. No podría sorprender a nadie entonces que ahí y no antes se iniciara su incontenible triunfo mundano, un triunfo que sus previas novelitas no le habrían podido deparar: candidato a la presidencia, premio Nobel, ideólogo reconocido, ciudadano ilustre, invitado distinguido, etc., etc. Como es natural, fue un participante activo en los programas de Televisa que Octavio Paz dirigió (y que de cuando en cuando vuelven a sacar al aire, por si se nos olvidan sus “lecciones”) a raíz de la caída del Muro de Berlín y de la disolución final del mundo socialista, cosa que aprovechó a la perfección para exponer su famosa tesis sobre la “dictadura perfecta” mexicana, encarnada desde luego en el PRI y la cual curiosamente encajaba a la perfección con los planes de cambio gubernamental para México que ya se fraguaban en los Estados Unidos. Desde luego que no vamos a defender al PRI pero tampoco a atacarlo, porque eso es caer en el juego falaz de considerar fenómenos muy complejos como si fueran simples: el PRI jugó papeles diferentes en diferentes momentos de su historia y es evidente de suyo que hablar del PRI como lo hizo Vargas Llosa no era más que una maniobra demagógica para debilitar, con el pretexto del cambio mundial, a un gobierno que todavía tenía vetas nacionalistas. En ese sentido, es claro que Vargas Llosa le hizo un profundo daño a la nación mexicana, inter alia. En todo caso, lo que es claro es que a partir de entonces Vargas Llosa ha sido uno de los más estridentes críticos de todo lo que sea oposición al sistema capitalista. No cabe duda de que es un hombre con los pies muy bien puestos en la tierra!

Tengo que confesar que por diversas razones siento una gran antipatía por Vargas Llosa, porque creo detectar en él motivaciones muy bajas o sucias en lo que es su rol político, pero mi animadversión se incrementó cuando me percaté de que sucedía con él lo que sucede en muchos países de habla hispana (España incluida, desde luego) y es que, una vez ungido, se volvió un parlanchín que se pronuncia con nonchalance sobre temas que desconoce y que, para quienes algo sabemos al respecto, no son otra cosa que retahílas insoportable de trivialidades, errores y falsedades. Es el caso, por ejemplo, de su reseña de un bien conocido libro sobre el célebre encuentro entre el gran pensador austriaco, naturalizado británico, Ludwig Wittgenstein, y el filósofo Karl Popper, también de origen austriaco y también naturalizado inglés, quien provocó en la universidad de Cambridge una situación ridícula de enfrentamiento con alguien a quien envidiaba y que era infinitamente superior a él, como lo historia lo atestigua. La reseña por parte de Vargas Llosa del libro que recoge ese episodio es a las claras la de alguien externo al mundo académico pero que, avalado por su fama, se siente autorizado para hablar con desparpajo sobre temas que le son ajenos. Yo mismo reseñé el libro del cual él se ocupa e invito al lector a que confronte nuestros respectivos trabajos para que pueda determinar por cuenta propia cuán bien o mal fundado está lo que afirmo.

La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿qué peligros representan personajes como Vargas Llosa? Éste me parece ser un buen prototipo del ser humano esencialmente materialista, un desespiritualizado típico de la época de nihilismo por la que atravesamos, justamente de lo más anti-wittgensteiniano que podríamos imaginar. Vargas Llosa es el intelectual latinoamericano adormecido por los cantos de sirena del éxito terrenal. Ser un clown de super-ricos, alguien que ameniza con palabras el banquete al que con benevolencia se le invita, alguien que puede salir en las revistas de la “gente bien”, alguien a quien por consiguiente por decreto se le aplaudirá, escriba lo que escriba, esa es la meta de Vargas Llosa y de gente como él. Es, pues, el símbolo perfecto del intelectual latinoamericano extraviado espiritualmente. Qué lástima que lo que nos incitó a redactar estas cuantas páginas no haya sido otra cosa que un descarado comentario.

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