Categoría: 2017-I

Sobre la “Reforma Educativa”

A la rabiosa jauría desatada en contra del candidato del pueblo, el Lic. Andrés Manuel López Obrador, se sumó la semana pasada el mandamás en turno de la Secretaría de Educación Pública, el Mtro. Aurelio Nuño Mayer. Éste, movido por alguna clase de súbita inspiración, pronosticó que en caso de la eventual victoria del Lic. López Obrador en la competencia por la presidencia de México la famosa “reforma educativa” se vería amenazada y que, muy probablemente, se produciría un retroceso hacia formas superadas de prácticas de corte clientelar, de bien conocidos mecanismos de corrupción como venta y herencia de plazas, sobresueldos, ausentismo, trabajos dentro y fuera de las escuelas y demás. No cabe duda de que el Mtro. Nuño es una persona sumamente discreta, pues entre otras cosas se abstuvo de decir que eso de lo que sin que se haya producido todavía ya acusa al candidato de MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) es parte de lo que su partido, el PRI, le heredó al país. El descaro de los priistas, hay que decirlo, es realmente fantástico: ellos, que se constituyeron en los maestros del fraude y la corrupción, son quienes ahora acusan a diestra y siniestra a sus adversarios políticos de lo que ellos tan exitosamente institucionalizaron! El Mtro. Nuño habla de peligros potenciales en relación con eventos potenciales, por lo que yo me inclinaría a sostener que su seriedad y su indignación también son potenciales, pero no entraré en el análisis detallado de su conducta verbal porque no es ese realmente el tema que me interesa. Me limitaré a señalar que el Mtro. Nuño ejemplifica a la perfección la práctica camaleónica priista de transformación mágica de un día para otro: el lunes es Jefe de la Oficina de la presidencia y el martes es Secretario de Educación Pública. Ese fenómeno es de lo más común entre los priistas los cuales, con la mano en la cintura, pasan sin problemas de la Secretaría de Hacienda a la de Relaciones Exteriores para luego pasar a la Sedesol (Secretaría de Desarrollo Social) o al Instituto Mexicano del Seguro Social o a la dependencia gubernamental que sea. Eso no importa! Ellos se creen preparados para pasar del sector salud al sector educacional, de éste al energético y así ad infinitum. A todas luces, esa costumbre priista de pasar del amateurismo a la profesionalización (un proceso que les puede llevar hasta 30 años!) a costa del pueblo de México que es quien paga por sus errores de iniciación, llegó para quedarse. En lo que al Mtro. Nuño concierne, dejando de lado su triste papel en el infame caso de la “Casa Blanca” (un caso en el que él defendió lo que hasta el mismo presidente después públicamente consideró que había sido un “error”) y sus poses de lord (sin duda, importados de Oxford, si bien habría que señalar que el “college” en el cual él estuvo, esto es, St. Anthony’s, que es un colegio básicamente para graduados y extranjeros, ni siquiera tiene “formal dinners”, que son de la clase de prácticas típicas de Oxford de las que se le habría podido impregnar algo que permitiera explicar sus actitudes de barón, tan fuera de lugar en un universo como el de la SEP), no podemos menos que preguntarnos sobre qué bases puede él desarrollar una auténtica reforma educativa, pensada para los niños y las niñas de este país, cuando él se formó en una universidad católica privada. ¿Qué contacto tuvo él antes de llegar al puesto que ahora ocupa con alumnos y maestros de ciudades pequeñas diseminadas a lo largo y ancho de México, de zonas agrarias, con escuelas públicas aquí mismo en la ciudad de México, en la Candelaria de los Patos, en la Merced, en Tláhuac, etc.?¿Qué visión de lo que es y debe ser la educación nacional puede brotar de alguien que habla como hacendado y que llegó al puesto por una jugada de ajedrez político, pero ciertamente no por méritos pedagógicos o relacionados con el sector educativo? Todo esto hace pensar que cuando hablamos de “reforma educativa” se puede estar hablando de cosas muy diferentes según quién use la expresión. Por lo pronto, yo estoy persuadido de que el Mtro. Nuño y el Lic. López Obrador tienen en mente cosas distintas cuando hablan de “reforma educativa”. Propongo entonces que, para aclararnos a nosotros mismos qué está en juego le echemos un vistazo al “Modelo Educativo” que, de acuerdo con los miedos del Mtro. Nuño, podría verse en grave peligro en caso de que el candidato de MORENA ganara, como la razón indica que debería suceder, la presidencia de la República el año entrante.

Antes de entrar en materia permítaseme hacer un veloz recordatorio para ubicar mejor el proyecto de reforma. Como todos sabemos, el sector magisterial fue un sector sumamente combativo y de vanguardia hasta que, a punta de golpizas y tácticas represivas, fue destrozado durante el gobierno de Adolfo López Mateos, respaldado e incentivado por su Secretario de Gobernación, el sanguinario Gustavo Díaz Ordaz. Para controlar a los maestros, los gobiernos priistas se apoderaron del sindicato y practicaron de la manera más descarada la política de control de los maestros a través de la corrupción del sector. De ahí surgió el monstruo que, primero, fue destruyendo poco a poco la educación en nuestro país, convirtiéndose ante todo en un órgano activo del PRI y del gobierno, muy útil en particular durante los períodos electorales, con nefandos líderes enriqueciéndose de manera tan increíble como ofensiva y que terminaron creyéndose indispensables en el sistema. El problema fue que con la destrucción sistemática del sistema educativo nacional el propio Estado empezó a sentirse asfixiado y, medio siglo después de lo que pasara con Othón Salazar y el movimiento magisterial de finales de los años 50, entendió que por meras razones de sobrevivencia había que modificar la política en el sector educativo. Los primeros en protestar, naturalmente, fueron los líderes y ahí empezó una lucha que muy rápidamente terminó metiendo a la cárcel a la lideresa suprema, Elba Esther Gordillo, de cuyas hazañas prefiero no hablar. Así, lo que ahora se llama ‘reforma educativa’ constituye simplemente la implantación de una política correctiva, pero sin dejar de tener el control sobre el sindicato de los maestros y sin dejar de sembrar la discordia y la división entre ellos. Yo no creo que ni a corto plazo ese programa tenga éxito.

Con ese trasfondo, podemos entender entonces qué es la “reforma educativa”. Sí hay efectivamente una política de reforma en el sector, pero es todo menos educativa. Viene desde luego revestida en un lenguaje pseudo o cuasi-académico, pero es totalmente vacua desde el punto de vista de la educación propiamente hablando. Esto no es inexplicable: eso que se llama ‘reforma educativa’ debería llamarse más bien ‘reforma gubernamental del sector magisterial’. Eso sería un apelativo mucho más acorde a lo que se propone. Y podríamos estar de acuerdo con la idea de regenerar la escuela primaria y secundaria de México si todo se redujera a eso, pero cuando examinamos con un mínimo de atención los cambios y la orientación que se le quieren imprimir a la educación infantil mexicana, entonces es difícil no darse cuenta de que lo que se está promoviendo es una reforma educativa anti-nacional o apátrida. Y esto, pienso yo, no es muy difícil de hacer ver.

Que todo el “modelo” está marcado ideológicamente de principio a fin es algo que se revela desde la primera página del texto en el que está plasmado. La SEP se formó en 1921, bajo la presidencia del Gral. Álvaro Obregón quien al frente de la cual puso al conocido intelectual mexicano José Vasconcelos. Sobre el desempeño de Vasconcelos en la SEP hay mucho que decir, pero no entraré en detalles aquí y ahora. Es innegable, por otra parte, que tanto en su primer periodo como durante su segundo periodo como Secretario de Educación Pública (en el sexenio de López Mateos, precisamente), el Mtro. Jaime Torres Bodet fue un destacado ministro. Ambos están mencionados en el preámbulo. Pero lo que es una distorsión y una auténtica canallada histórica es que en el texto ni siquiera se mencione la distinguidísima labor educativa desarrollada por el Lic. Narciso Bassols ni lo que, unos cuantos años más tarde, vino a ser conocido como la ‘educación socialista’, impulsada por el Gral. Cárdenas. O sea, el programa de Nuño (con el visto bueno, desde luego, de la presidencia) borra de golpe el periodo más glorioso de la educación mexicana, el periodo durante el cual realmente se sentaron las bases de la educación popular en México. Si el Mtro. Nuño ignora eso lo único que podemos hacer es recomendarle que se instruya, que vaya a la escuela.

Ahora sí, me parece, podemos echarle un vistazo al “modelo”, lo cual requiere también un par de aclaraciones previas. En la SEP, ignoro por qué, son muy afectos a las modas y desde hace ya varios sexenios en ella se ha acogido a toda clase de oportunistas, los cuales se incrustan en la institución e influyen en su orientación general y en las políticas pedagógicas que desde la Secretaría se implementan sin que les importe mayormente sus efectos en la niñez mexicana. Durante el periodo de Luis Echeverría, argentinos y chilenos expulsados de sus respectivos países y a quienes justamente se les dio asilo en México impulsaron reformas que eran obviamente negativas para el país y que tuvieron consecuencias desastrosas, como por ejemplo la introducción de las letras de molde en lugar de la escritura normal. Durante el periodo de E. Zedillo la palabra mágica en la SEP era ‘valores’: había que educar “con valores”, “inculcar valores”, “transmitir valores” y así ad nauseam. Saltaba a la vista que esa moda, importada de algunas universidades norteamericanas, no tenía ni sentido ni valor, pero ¿quién, aparte del presidente, disuade a un Secretario de Estado en este país? Era más fácil convencer a un virrey que modificara algún edicto que lograr que un Secretario no haga su capricho. En todo caso el punto importante es que ahora también el nuevo “modelo” incorpora sus palabras clave, las cuales revelan que no se tiene ni idea de qué es lo que se pretende implantar. Voy a dar un par de ejemplos para ilustrar.

Teóricamente, la noción crucial del “nuevo modelo pedagógico” es la noción de “aprender a aprender” (está también la noción “aprender a convivir”, pero como lo que diga sobre la primera vale, mutatis mutandis, para la segunda, no me ocuparé de esta última). La “justificación” para apelar a esta idea es que la memorización es inadecuada en los tiempos de la “sociedad del conocimiento” (otra de las execrables expresiones meramente importadas y, por ende, usadas sistemáticamente de manera descontextualizada). Lo que se requiere es que los alumnos (niños y púberes) aprendan a resolver problemas, a pensar críticamente y cosas por el estilo. El slogan fundamental, el nuevo apotegma de la reforma educativa, es “hay que aprender a aprender”. ¿Por qué es eso una falacia atroz? Voy a tratar de explicarlo.

Hay verbos que son, llamémoslos así, de primer nivel. Usamos el verbo para indicar directamente que una acción se está llevando a cabo. Verbos como ‘comer’, ‘platicar’ ‘estudiar’, etc., son claramente verbos de primer nivel. Tenemos, sin embargo, verbos que de alguna manera recogen o apuntan a lo que se logra cuando se realizan acciones de primer nivel. Llamemos a estos verbos ‘verbos de segundo nivel’. O sea, por medio de verbos de segundo nivel hablamos de las acciones indicadas por los verbos de primer nivel. Esta es una de las múltiples jerarquías de las que está lleno el lenguaje. Pero si existe esa distinción entre verbos y expresiones de primer nivel y palabras de segundo nivel es porque los términos involucrados no significan de la misma manera. Cuando decimos que, por ejemplo, Luisito aprende rápido, lo que queremos decir es que Luisito responde de inmediato a las preguntas en el examen, que Luisito memoriza fielmente los poemas que oye y cosas por el estilo. En otras palabras, cuando usamos el verbo ‘aprender’ no estamos designando ninguna actividad en particular. No existe una actividad que se llame ‘aprender’, porque aprender no es un verbo de primer nivel. Por lo tanto, cuando alguien dice que hay que “aprender a aprender” lo que está diciendo, salvo si lo dice en contextos teóricos u otros muy peculiares, es una reverenda tontería. Si, per impossibile, nos permitiéramos preguntar: ¿cómo se aprende a aprender?, lo único que podríamos sensatamente responder es. “practica la lectura, escribe todos los días una página y corrígete, memoriza bien las tablas de multiplicación” y así ad libitum.

Es evidente que falacias de esta clase inundan el habla de muchas personas. Hay quien gusta de decir, por ejemplo, que hay que aprender a amar, pero aparte de una frase que podría ser útil en determinadas circunstancias y para determinados efectos, en el nivel del lenguaje coloquial: ¿qué se podría querer decir con ella? Sería una tontería decir algo así. ¿Por qué? Porque, una vez más, ‘amar’ es un verbo de segundo nivel: Juan ama a María porque la quiere, la respeta, la trata bien, etc.; Toño ama a su perro puesto que le da de comer, lo baña, lo cuida, etc., pero ¿qué clase de orden le estaría dando alguien a una persona si le dijera que tiene que “aprender a amar”? Aprender a amar es algo que se hace amando a personas concretas, a seres vivos, conduciéndose de cierta manera, etc. Es, por así decirlo, amando como se aprende a amar y, este el punto relevante para nosotros: es aprendiendo como se aprende a aprender. Por lo tanto, trasladar el énfasis de los procesos educativos del nivel real de aprendizaje, que es el nivel 1, a un fantasmagórico nivel 2 que sería el del aprendizaje del aprendizaje no es más que jugar con palabras y burlarse de la gente. Eso es lo que se hace en el “modelo educativo 2016”.

Podemos ahora extraer ciertas conclusiones, muy tristes debo confesarlo, respecto a lo que es el verdadero proyecto educacional para México incorporado en la tan cacareada “reforma educativa”. Al desestimar la verdadera educación, que es la educación de asimilación de conocimientos (de historia, de matemáticas, de biología, de español, etc.), lo que se pretende hacer es precisamente alejar a los niños y las niñas del mundo de conocimiento real. En el texto del “modelo pedagógico” se habla una y otra vez de la “sociedad del conocimiento”. Nunca se define dicha noción (ni se intenta hacerlo), pero podemos tener una idea de lo que se quiere decir. Lo que se quiere decir es simplemente que en la actualidad los individuos que no están preparados cognoscitivamente (no ‘cognitivamente’, como se dice en el texto. Esto último quiere decir otra cosa) no podrán ascender en la escala social, con todo lo que eso entraña. Por otra parte, ¿qué significa ‘estar preparado cognoscitivamente’? Entre otras cosas, haber asimilado mucha información. El que la información a nivel mundial crezca exponencialmente día con día no significa que haya que ignorar la que ya se acumuló ni que sea factible brincarse las etapas. No es así como se podría pasar de la primaria al doctorado por mucho que el alumno haya “aprendido a aprender”. Eso aparte de falaz es una patraña inmensa. Al desdeñar la asimilación concreta de información lo que se proyecta hacer con la niñez mexicana es moldearla de manera que, para cuando se haya transformado en adulta, conforme una población de taxistas habilidosos, de boleros ingeniosos, de meseras locuaces y así sucesivamente. Los planeadores de la SEP no pueden pretender engañarnos haciéndonos creer que el conocimiento es en última instancia superfluo y que sólo cuentan o son importantes las “habilidades”. De nuevo, ‘habilidad’, como ‘inteligencia’ para dar otro ejemplo, son palabras de segundo nivel. Se es hábil porque se sabe redactar, hacer operaciones matemáticas, dibujar mapas, programar, etc., pero no tiene el menor sentido decir que se puede preparar a alguien para que “desarrolle habilidades”, en abstracto: las habilidades sólo se desarrollan realizando actividades concretas exitosamente. ¿Y qué es esto último? Saber leer, saber historia, saber biología, etc. Por increíble que parezca, eso es de lo único que no se habla en el super “modelo educativo 2016”.

Llama la atención en el texto, aparte de ser “anti-cognoscitivo” en espíritu de arriba a abajo, la total carencia de alusiones a México, a la patria, a nuestros héroes, a nuestro lenguaje, etc. Hay mucho de “igualdad de género”, de “aprender a convivir” (otra locura del texto) y cosas por el estilo (se trata en verdad de un texto verborreico insufrible), pero el sano nacionalismo está notoriamente ausente. Éste no forma parte  de la perspectiva con la que se quiere imbuir a la SEP. Si justamente México es un mosaico étnico, son dos los ejes por los que se debe transitar simultáneamente: el del cemento nacional y el de las peculiaridades contextuales. Desde luego que se tienen que reforzar las culturas y los lenguajes indígenas y éstos varían de estado en estado, pero también se tiene que reforzar la unidad nacional, la idea de México como una nación indisoluble, ligada por un pasado compartido, un lenguaje común y un futuro único, independientemente de acentos y localismos. Ni una sola reflexión de esa naturaleza encontramos en el citado “modelo educativo”.

Yo creo que ahora sí estamos en posición de evaluar el juicio del Mtro. Nuño sobre el Lic. López Obrador. ¿Teme que la “reforma educativa” quede cancelada cuando éste llegue a la presidencia? Yo creo que se equivoca. Yo creo que el Lic. López Obrador está muy consciente de que el gobierno tiene que dejar de controlar al sindicato de maestros, que lo que hay que hacer es re-estructurarlo, limpiarlo (sobre todo de sus líderes) y dejarlo que actúe como lo que debería ser, esto es, como un instrumento de defensa y promoción de los derechos de los trabajadores de la educación y no como un mero apéndice y un instrumento de los gobiernos en turno. Pero yo creo que también el Lic. López Obrador está consciente de que sencillamente no se ha realizado ninguna reforma educativa en el sentido literal de la expresión y que eso está todavía por diseñarse e implementarse. Y con eso creo que sólo un priista a la vez dogmático y fanático podría estar en desacuerdo.

Notas sobre Terrorismo y Guerra

El tema del terrorismo es un tema a la moda, lo cual de inmediato “huele mal” y nos alarma, porque el mero hecho de estar a la moda indica que lo más probable es que haya quedado profundamente tergiversado por los comentaristas de los medios de comunicación y nos alarma porque ello hace nuestra labor de esclarecimiento mucho más ardua. Por otra parte, si el tema está efectivamente a la orden del día es porque el fenómeno del terrorismo se ha esparcido, es decir, se ha convertido en una realidad cotidiana que, de uno u otro modo, afecta a millones de personas en todo el mundo. El terrorismo, obviamente, es un fenómeno sumamente complejo. Se trata inevitablemente de un tema que despierta en todos quienes se ocupan de él las actitudes más radicales y las posiciones más apasionadas. Yo aquí me propongo tan sólo y en unas cuantas líneas intentar decir algo sustancial sobre el terrorismo de manera que tan importante fenómeno social se pueda comprender aunque sea un  poquito mejor. Toda caracterización adecuada, en mi opinión, tiene que ser no sólo coherente, sino también operativa o funcional, es decir, debe permitir efectuar diagnósticos y dar cuenta de situaciones reales y de casos concretos de actos terroristas o de situaciones de terror. Desde luego que no pretendo ofrecer una definición formalmente correcta y materialmente adecuada de ‘terrorismo’, pero confío en que la caracterización que ofrezco no resulte totalmente insatisfactoria. En todo caso, debo decirlo, lo que sí reivindico para mi punto de vista es que es éticamente neutro. En otras palabras, mi análisis es conceptual, no político.

Quizá no sería inapropiado dar inicio a nuestra labor recordando que la palabra ‘terrorismo’ es un término del lenguaje natural y aunque en tanto que término de la politología es quizá de cuño reciente, de todos modos se deriva de nociones que no lo son. Las modalidades del terror son y han sido de lo más variado. A lo largo de la historia, han implantado el terror los padres, los maestros, los gobernantes, los eclesiásticos, los sardos, los filibusteros, los para-militares, etc., es decir, quienes de uno u otro modo ocupaban puestos de autoridad o estaban en posición de imponer su voluntad por la fuerza. Nótese, sin embargo, que un rasgo importante del fenómeno contemporáneo del terrorismo consiste precisamente en que ahora el terror también se impone desde fuera de las esferas del poder, por minorías o grupos que luchan en contra de quienes lo ejercen. Pero vayamos paso a paso.

Habría que señalar que en general el tratamiento del tema del terrorismo queda si no determinado sí prácticamente prejuzgado y orientado en una dirección específica por lo que es el enfoque inicial, por las connotaciones con las que viene cargada la palabra, por lo que se debe ser particularmente cuidadoso con lo que serán las categorías o distinciones de arranque. Así, yo sugiero que se tome como distinción fundamental la dicotomía <terrorismo de Estado (A)/terrorismo contra el Estado (B)>. Yo creo que es sólo sobre la base de esta clasificación inicial que se podría después pasar a considerar objetivos, métodos, valores, etc., del terrorismo real y estar en una mejor posición para comprenderlo y juzgarlo objetivamente. Por lo pronto, soy de la opinión de que se puede sostener con alto grado de plausibilidad la idea de que es lógicamente imposible que haya “terrorismo B” si previamente no hubo o no hay “terrorismo A”. En otras palabras, no tiene mayor sentido hablar de terrorismo de grupos, sectas, facciones o individual si no se vive o no se padeció en algún grado el terrorismo de Estado.

Con esto en mente, tal vez podríamos intentar trazar ahora una especie de mapa conceptual, una lista general de verdades referentes al terrorismo. La idea es indicar una serie de rasgos del fenómeno tales que si detectamos su presencia podríamos entonces hablar del terrorismo de manera sensata. Naturalmente, no hay tal cosa como la esencia del terrorismo: como la gran mayoría de nuestros conceptos, el de terrorismo es un concepto de semejanzas de familia, lo cual significa que es posible que haya casos en los que estarán presentes algunos rasgos que no estarán presentes en otros, si bien en todos ellos podremos seguir hablando de terrorismo. Por lo pronto, creo que podemos incluir entre las notas aclaratorias del concepto a las siguientes:

1) en ninguna de sus modalidades es el terrorismo un fenómeno en principio incomprensible, es decir, no brota de la irracionalidad humana. Obviamente, comprensión y justificación son dos asuntos diferentes e independientes.
2) El terrorismo es un fenómeno de carácter esencialmente político. Se tiene que poder distinguir entre el fenómeno del terrorismo y las prácticas sanguinarias de toda clase de sicarios, para-militares, gangsters, etc.
3) El fenómeno universalmente conocido, esto es, el que encontramos en multitud de países y en prácticamente todos los tiempos, es el terrorismo de tipo A (desde, por decir algo, los primeros emperadores chinos hasta la CIA). El terrorismo de tipo (B) es un fenómeno más bien reciente (aunque también siempre lo hubo. Por ejemplo, un tiranicidio o inclusive un magnicidio son ejemplos de terrorismo de tipo (B)).
4) El terrorismo (A) es una forma de violencia y, más precisamente, una modalidad de guerra (pública cuando se ejerce contra una nación enemiga o secreta y casi silenciosa cuando se practica contra su propio pueblo).
5) El terrorismo en su modalidad (B) es ante todo una reacción. Básicamente, es una consecuencia de la lógica de la violencia estatal. Por consiguiente, el terrorismo (B) tiene causas concretas que debería ser posible especificar (muy probablemente el terrorismo (A) sea siempre una de ellas).
6) El terrorismo (B) tiene un componente simbólico fundamental. Volar la estatua de un dictador no causa víctimas, pero es un acto terrorista de protesta. De ahí que el terrorismo (B) no necesariamente implique víctimas (inocentes o no), aunque en la gran mayoría de las veces sí las tiene. El terrorismo (A) es impensable sin víctimas.
7) La lucha contra el terrorismo (B) tiene dos grandes vertientes y puede consistir en (a): un intento por extirparlo de raíz, es decir, por la fuerza, y (b) una política tendiente a erradicar las causas de las que se deriva.
8) El terrorismo de tipo (A) es la forma más pura de violación de derechos humanos.
9) El terrorismo de tipo (A) es ante todo un instrumento político, un mecanismo de imposición política.

Es obvio que la lista (1)-(9) no pretende ser exhaustiva y que probablemente hayamos dejado de lado muchos rasgos importantes del terrorismo sin mencionar. No obstante, me parece que como plataforma inicial es aceptable. Veamos ahora cómo podemos expandir nuestro análisis.

Consideremos primero el terrorismo (A), es decir, el terrorismo estatal. El estado puede practicar una política de terror frente a:

  1. individuos concretos (líderes políticos, sindicalistas, estudiantiles, opositores, etc.)
  2. grupos humanos relativamente fáciles de identificar (por raza, por religión, por status social, etc.)
  3. poblaciones enteras.

Por otra parte, como ya fue mencionado, el terrorismo estatal puede materializarse frente a poblaciones de un país enemigo en tiempos de guerra (que es claramente, por ejemplo, el caso de Israel y el pueblo palestino) o en tiempos de paz como represión en contra de su propio pueblo. Históricamente, ambas clases de casos están ampliamente ejemplificadas y no sería muy difícil dar largas listas de ellos.

Con las clasificaciones recién trazadas podemos catalogar como “terroristas” muchos estados de cosas o muchas situaciones que normalmente no calificaríamos de “terroristas”. Ello no es particularmente difícil de ilustrar. No estará de más notar, por otra parte, hablar de “terrorismo en tiempos de paz” es un tanto paradójico por no decir contradictorio, pero es innegable que esa situación se da. Me refiero a situaciones de represión estatal brutal, solapada o abierta, en condiciones de vida social relativamente estables. Los asesinatos de dirigentes estudiantiles u obreros a todo lo largo y ancho de América Latina son un claro ejemplo de (a), puesto que son acciones de resultados funestos y alcanzados por completo al margen de la legalidad mientras la sociedad vive más o menos normalmente; las masacres de cátaros y demás herejes por parte de la Inquisición son buen ejemplo de (b); la persecución de indígenas en Guatemala durante la segunda mitad del siglo XX o la vida infra-humana a la que son sometidos de manera inenarrablemente cruel y despiadada los palestinos ilustran (c). De hecho los ejemplos sobran, por lo que resultaría absurdo y dogmático pretender negar que tiene sentido hablar de terrorismo estatal en “tiempos de paz”.

Pero ahora preguntémonos: ¿en qué consiste el terrorismo estatal? Tiene básicamente que ver con la utilización sin restricciones, esto es, al margen de la ley, de los aparatos de represión del Estado (policías, ejércitos, servicios secretos, espionaje, etc.) con miras a imponer o sostener un determinado status quo el cual tuvo que haber generado una gran inconformidad social. El terrorismo (A), por lo tanto, sirve en general para reforzar una política de desigualdad y de injusticia que genera descontento popular y contra la cual no hay antídotos políticos. Si el Estado en cuestión surgió de un putsch (como el gobierno de A. Pinochet), entonces es de entrada un estado dictatorial, ilegítimo, etc., y entonces la política de ese Estado será por principio una política de terror (persecución, tortura, etc.), por lo menos en alguna de sus fases. Aquí podemos establecer una nueva conexión conceptual: aunque no todo Estado terrorista surge como un Estado ilegítimo, todo Estado ilegítimo será en algún momento un Estado terrorista. Las violaciones de los derechos humanos, por otra parte, pueden revestir toda una multiplicidad de formas. Lo característico del caso de política de terror estatal es que a los grupos disidentes afectados se les niega de antemano la posibilidad de negociar y llegar a arreglos. La política de terror por parte del Estado se practica cuando los estrategas políticos calculan que pueden vencer por la fuerza y el objetivo no es otro que la aniquilación material de la oposición. Pero no debemos pasar por alto que no todo terrorismo estatal reviste necesariamente una forma policiaca o militar. Una variante de terrorismo estatal es el terrorismo fiscal. Si se usan las instituciones hacendarias para, por ejemplo, clausurar negocios, efectuar auditorías arbitrariamente, imponer multas, impuestos sin que hayan sido aprobados por las Cámaras, etc., los ciudadanos se verán desprotegidos por y ante su propio Estado y no tendrán a nadie a quien apelar para defenderse. Eso también es terrorismo estatal y violación de derechos humanos. Aquí la cuestión inquietante que es imposible no plantearse es, sin pretender formular una pregunta meramente retórica, lo siguiente: si como reacción frente al terrorismo de tipo (A) se producen acciones violentas de tipo (B): ¿son éstas ilegítimas o condenables a priori?¿Hay algún sentido en el que sería legítimo o justificable luchar contra el terrorismo estatal por medio del terrorismo anti-estatal? La cuestión, obviamente, es demasiado complicada y no se dirime en unas cuantas líneas.

El tema del terrorismo estatal en épocas de guerra desemboca de inmediato en áreas más amplias de discusión, puesto que se toca con el controvertible tema que es el de la así llamada ‘guerra justa’. Podría pensarse que en general las guerras son precisamente la encarnación, por así decirlo, del terrorismo, pero que hay excepciones y que hay guerras que no son así puesto que son “justas”. Yo creo que eso es una falacia, pero antes de pronunciarme sobre el tema habría que decir unas cuantas palabras respecto al concepto de guerra justa.

Vale la pena notar que al hablar de “guerra justa” nos encontramos aquí frente a lo que prima facie es una formulación internamente incongruente, porque ¿cómo podemos hablar de “guerras justas” si precisamente las guerras son fenómenos humanos esencialmente injustos, consistentes en la producción de situaciones atroces en las que mueren niños, mujeres y hombres inocentes, durante las cuales se destruye lo construido por generaciones y se acaba con el patrimonio de los pueblos? Dado que eso no podrá nunca ser visto como justo, al hablar de “guerra justa” se tiene que querer estar diciendo otra cosa. A lo que se alude es, me parece, a dos cosas principalmente:

a) la motivación inicial para entrar en guerra

b) la regulación de la guerra misma

En relación con (b), la “guerra justa” (jus in bello) sería la guerra conducida en concordancia con ciertos principios básicos, ciertos pactos firmados previamente por los países, como las Convenciones de Ginebra; la injusta sería en cambio la guerra en la que todo estaría permitido, la guerra total. ¿Cuándo podríamos hablar de “guerra justa” en este sentido sin tener por ello que hablar al mismo tiempo de terrorismo bélico? Una vez más, estamos aquí en una especie de contradicción, puesto que de lo que estamos hablamos es de acciones destinadas a causar el mayor daño posible pero realizadas de la manera menos salvaje posible, lo cual es incongruente. En todo caso, algunas de las condiciones para poder hablar de “guerra justa” que no fuera una guerra terrorista contra otro país serían por lo menos las siguientes:

a) proporcionalidad entre causas de guerra y medios empleados
b) distinción sistemática entre población civil y ejércitos
c) trato humanitario a heridos, prisioneros, civiles, etc.
d) respeto a las convenciones internacionales y pactos firmados.
e) no recurso a armas prohibidas

El problema es que si bien las intenciones de limitar la conducta desenfrenada de los soldados durante los conflictos son laudables, lo cierto es que son en general ineficaces. Por ejemplo, los actuales bombardeos de Arabia Saudita en contra de Yemen pecan abierta y descaradamente en contra de las Convenciones de Ginebra; bajo ninguna descripción podría sostenerse seriamente que los bombardeos norteamericanos y la destrucción de Irak ilustran lo que sería una “guerra justa”! La verdad es que la idea de guerra justa nos pone inevitablemente frente a una paradoja, porque si ella es la máxima expresión de la violencia y la violencia toma cuerpo en acciones o reacciones incontroladas: ¿cómo se puede pretender regular lo incontrolable? En el fondo ¿no es hablar de guerras justas como hablar de matanzas justas, de pillaje justo, de destrucción justa y así sucesivamente? Desde este punto de vista, por lo tanto, toda guerra, por cuidadosamente planeada que esté, será terrorista.

Hay otro sentido de ‘guerra justa’, el cual tiene que ver no con el modo como se hace la guerra sino con la motivación del conflicto armado. La pregunta ahora es: ‘¿si una declaración de guerra estuviera mínimamente justificada: no podríamos ya hablar de terrorismo estatal en lo absoluto?’. Yo creo que la repuesta no es del todo simple, pero examinemos primero lo que tendrían que ser algunas de las condiciones que se deben cumplir para que podamos aplicar sensatamente la expresión ‘guerra justa’ en el sentido de ‘guerra justificada’. Así, podemos hablar de “guerra justificada” por lo menos cuando:

1) se trata de repeler una agresión (defensa propia)
2) está en grave peligro la existencia del estado o la nación
3) otro estado tiene exigencias insensatas y desmedidas
4) es claro que los procedimientos políticos entre gobiernos dejaron  de  funcionar
5) los males de la guerra no pueden ser mayores que los de aceptación de las potenciales
condiciones de una derrota

En casos en los que se cumplieran condiciones como estas quizá se podría hablar de guerra justificada, pero lo relevante para nosotros no es eso. La pregunta es: si la guerra es justa en el sentido considerado ¿serían las acciones bélicas del Estado atacado o sometido “acciones terroristas”? El intento por responder a esta pregunta hace ver que en el fondo no hay un concepto “objetivo” de terrorismo, sino que es quien dispone de los medios propagandísticos apropiados quien determina si ciertas acciones son terroristas o no, independientemente de si la causa por la que se realizan es justa o no. El concepto de terrorismo es ante todo un concepto estratégico: sirve para describir las acciones del enemigo. Ahora bien, quién sea el enemigo y por qué lo es es irrelevante. La etiqueta es independiente de la causa. De ahí que la idea de terrorismo estatal no tenga mucho que ver con la justicia. Me parece, por lo tanto, que podemos concluir que en general no tiene mayor sentido hablar de “guerras justas” y que inclusive si las hubiere, ello no las despojaría de su carácter de conjuntos de acciones terroristas. Y esto es importante, pero el que no podamos en sentido estricto distinguir entre guerras justas y terrorismo estatal prueba que no hay justificación posible para la guerra. Toda guerra, “justa” o no, será terrorista y en la misma medida inaceptable.

Me parece que podemos empezar a extraer ciertas conclusiones generales importantes. El terrorismo es en primer término una práctica estatal, una forma brutal de implementar políticas las cuales pueden estar dirigidas hacia el exterior, en contra de otros pueblos, o hacia el interior, en contra del propio pueblo del Estado de que se trate. Nos las habemos con casos paradigmáticos de terrorismo estatal frente a otros países cuando se producen crímenes contra la paz (preparación de la guerra), crímenes de guerra (usos de armas no permitidas) y crímenes contra la humanidad (genocidio, masacres, etc.).[1] El horizonte de las guerras nos lleva desde guerras que carecen por completo de justificación (la invasión de Siria, por ejemplo) como las así llamadas ‘guerras justas’, llamadas ‘justas’ tanto por sus causas como por el modo como son practicadas. La conclusión correcta es casi un enunciado analítico, si bien yo no la presentaría como resultado de una mera estipulación lingüística sino como resultado de un examen conceptual y es que toda guerra es de carácter terrorista.

Vimos someramente lo que sería el terrorismo estatal dirigido contra otro Estado (país, nación, etc.), pero habría que decir algo del terrorismo estatal en contra de la propia población del Estado en cuestión. Aunque es relativamente claro lo que es el terrorismo de Estado y, asimismo, que se trata de un fenómeno más bien cotidiano, también es cierto que lo que en general más se discute es el terrorismo en su modalidad (B), esto es, el terrorismo no practicado por el Estado sino más bien en su contra. La pregunta inquietante es: ¿podría haber alguna forma justificada de terrorismo no estatal?

 
 
[1] Para la clasificación de crímenes de Estado véase el libro Le Tribunal Russell. Le Jugement de Stockholm (Paris: Gallimard, 1967).

Los Efectos de la Hipocresía

Debo empezar por decir que disfruté mucho el diagnóstico oficial que hizo el gobierno chino sobre el estado de los derechos humanos en los Estados Unidos para 2016. Esta iniciativa china es la respuesta de una superpotencia a un país que, sin que nadie se lo pidiera, se auto-nombró a través de su Departamento de Estado juez internacional supremo y auto-facultado para calificar la conducta “democrática” de los países,  determinar en cuáles no se respetan los derechos fundamentales de las personas y actuar en consecuencia. Esto es obviamente una forma poco sutil de intervencionismo descarado. Cuba en algún momento le dio la respuesta apropiada a los intentos norteamericanos de desestabilización de la isla y ahora le tocó el turno a la República Popular de China. Creo que vale la pena citar parte del reporte:
En 2016, la política del dinero y los tratos de poder-por-dinero controlaron la elección presidencial, la cual estuvo llena de mentiras y farsas. (…). No hubo garantías de derechos políticos, en tanto que el público respondió con olas de boicot y de protestas, poniendo plenamente al descubierto la naturaleza hipócrita de la democracia de los Estados Unidos.

Yo creo que lo que el gobierno chino dice es algo que todo mundo sabe pero que, curiosamente, no todos se atreven a decir en voz alta. El gobierno mexicano en particular, por ejemplo, tendría muchas y muy buenas razones para emitir un pronunciamiento por lo menos tan crítico como el del gobierno chino. Para la mayor deshonra nacional, sin embargo, la expresión de repudio por parte del gobierno mexicano tanto del discurso político norteamericano actual como de las políticas de hecho implementadas por ese país en contra de México ha sido ridículamente tímida; prácticamente, el gobierno de México se ha quedado callado y ello ciertamente no por falta de oportunidades, porque éstas abundan. Frente a los ridículos infundios de que México se ha aprovechado de los USA a través del Tratado de Libre Comercio, como si un adulto hubiera estafado a un niño, el gobierno mexicano no ha dicho nada respecto a cómo ellos se han beneficiado con dicho tratado, cómo por ejemplo desde el día siguiente al que fue firmado el tratado nos inundaron de buenas a primeras con toda clase de chácharas de consumo casero, comestible, productos industriales, etc., arrasando con compañías e industrias mexicanas, o cómo vaciaron el campo mexicano haciéndonos totalmente dependientes de ellos hasta en maíz y frijol; frente a las fáciles patrañas de D. Trump, pensadas desde luego para consumo del americano medio, en el sentido de que los mexicanos son violadores y narcotraficantes, el gobierno mexicano ni siquiera ha intentado refutarlo con datos referentes a cómo y con qué brazos se levantan las cosechas en el país vecino, en qué condiciones viven y qué salarios reciben los trabajadores mexicanos (porque son trabajadores en su inmensa mayoría) en el país de la democracia y las oportunidades; frente a la provocación que representa la creación del muro y la cínica pretensión de que sea el pueblo mexicano, a través de sus impuestos, quien lo pague, el gobierno mexicano no sólo ha mantenido un discreto silencio (en lugar de haber hecho una gran alharaca), sino que nunca amenazó con medidas diplomáticas elementales, como podría ser la de exigir que los ciudadanos estadounidenses por lo menos paguen por visas para entrar a nuestro país! Como todos sabemos, aquí el ciudadano estadounidense entra como Pedro por su casa, con sólo una identificación americana. Ni siquiera se le exige pasaporte! ¿Por qué si Brasil pudo imponerles visa a los turistas norteamericanos México no puede o más bien no se atreve a hacerlo? El trato es completamente asimétrico entre los norteamericanos y los mexicanos, porque aquí en general hasta los delincuentes son bien tratados, en tanto que allá detienen a mexicanos que van tranquilamente caminando por las calles sin haber cometido ninguna acción ilegal. ¿Por qué entonces el gobierno de México no se ha inconformado a través de un dictamen oficial sobre las violaciones de derechos humanos en los Estados Unidos, aunque fuera restringiéndose exclusivamente al caso de los ciudadanos mexicanos? ¿Por qué el gobierno de México no ha dicho ni esto ni mil cosas más que se pueden decir y ha permanecido vergonzosamente callado frente a las injurias del país del norte (que tampoco son tan nuevas, dicho sea de paso)? Pero claro, se nos olvida que el gobierno mexicano no es un gobierno popular (ni populista) como el de la República Popular de China. Las diferencias radican entonces en las distintas relaciones que se dan entre los gobiernos y sus pueblos.

A mí me parece que la gente pensante compartiría de buena gana la idea de que el gobierno de los USA es efectivamente el más hipócrita del mundo. Ahora bien, aunque el tema de la hipocresía de un gobierno, esto es, un gobierno que proclama una cosa y hace otra completamente distinta, es interesante per se, el estudio de sus potenciales efectos en la conciencia individual puede resultar todavía más interesante todavía. Planteemos, pues, el asunto desde su raíz, a sabiendas de que por razones de espacio no podremos desarrollar el tema todo lo que quisiéramos.

Independientemente de cuán frecuentes puedan ser, lo cierto es que hay determinadas experiencias que nunca nadie querría tener. Tenge en mente en particular la experiencia consistente en, por así decirlo, llegar a descubrir algo importante concerniente a nuestras vidas cuando ya no hay absolutamente nada que hacer, darse cuenta súbitamente de que en realidad uno vivió creyendo algo que era falso de arriba a abajo. Ahora bien, si lo que queremos es evitar el típico error (que a tantos parece complacer) de meter en un mismo saco cosas que son discerniblemente diferentes, es menester trazar aquí ciertas distinciones. Ilustremos el punto. Supongamos que después de enterrar a su amada esposa un hombre de edad ya avanzada a la semana descubre que esa mujer a la que él le consagró su existencia lo engañó sistemáticamente con su mejor amigo. La situación es perfectamente imaginable. Después de todo, así como hay conspiraciones que triunfan hay secretos que nunca salen a la luz. De hecho, se podría sostener con relativa confianza que es muy poco probable que haya alguien que se vaya a la tumba sin secretos. Pero ya sea real o meramente imaginaria, no cabe duda de que la experiencia a la que aludimos tendría que ser sumamente dolorosa, pues equivaldría a enterarse de que se cometió un fraude con uno, que uno fue durante años objeto de escarnio, que se abusó de su buena fe. Eso es precisamente lo que un hipócrita exitoso lograría generar en alguien y no veo por qué lo que vale para una persona no valdría también para un gobierno o para un Estado. El caso es psicológica y existencialmente interesante pero, debo decirlo, no es tampoco exactamente la clase de experiencia de la que quisiera ocuparme aquí. Lo que yo quisiera indagar es no tanto situaciones en las que a uno lo engañan, sino más bien situaciones en las que uno se engaña a sí mismo. De nuevo, es imprescindible trazar distinciones, porque hay sub-grupos dentro de este grupo de casos de auto-engaño que son radicalmente diferentes unos de otros. No me propongo ocuparme, por ejemplo, de casos de akrasia, de ilogicidad notoria, de acciones voluntarias que chocan abiertamente con lo que son nuestros mejores juicios y cosas semejantes. Tampoco es mi objetivo ocuparme de casos de auto-engaño vinculados a disfunciones mentales, ni de casos de sujetos con creencias irracionales (incomprensibles, injustificables, incompartibles, etc. (delusions)). ¿Cuál es entonces mi tema? Aquí me interesa considerar exclusivamente el caso de creencias asumidas conscientemente por una persona, la cual estaría plenamente convencida de ellas porque estarían basadas en argumentos que la gente en general tendería a dar por buenos, creencias asumidas y compartidas por multitud de personas, al grado de que hasta podríamos quizá referirnos a ellas como creencias “decentes”. Esta forma de presentar nuestro material nos obliga a ser un poquito más precisos todavía.

Debo, pues, decir, que lo que me interesa considerar, aunque sea  superficialmente, es el caso de creencias muy generales concernientes a, por ejemplo, modos de vida, sistemas políticos, convicciones religiosas y cosas por el estilo, creencias, puntos de vista, convicciones que normaron la existencia de una persona durante prácticamente toda su vida, que le imprimieron seguridad, que le dieron una orientación precisa a lo largo de su existencia, que le permitieron ocasionalmente sentirse feliz, totalmente integrada a su sociedad pero que, por alguna razón, hacia el final la persona en cuestión se ve llevada a repudiar. Nuestro experimento de pensamiento consistiría entonces en imaginar cómo sería y qué le pasaría a una persona que en su última etapa de vida racional, por inspiración divina, evolución personal, por casualidad o por cualquier otra razón, se percata o llega a la conclusión de que esas hermosas creencias en función de las cuales vivió en el fondo son totalmente falsas, que ella las adoptó sin haber tenido nunca la oportunidad de ponderarlas con el cuidado que ameritaban, porque básicamente habría sido inducido desde que tenía edad de razón a hacerlas suyas de modo que se fueron convirtiendo poco o a poco en una especie de férula mental que habría fijado para siempre su estructura doxástica, su cosmovisión. La pregunta es: ¿de qué tendría que ser testigo una persona para que tuviera una experiencia así?

Es evidente, supongo, que una situación como la imaginada puede materializarse cuando de lo que hablamos es de creencias de carácter político, de posiciones ideológicas (en el sentido más simple o menos técnico de la palabra), de convicciones religiosas. Se sigue que el trauma intelectual causado por una decepción de la clase que estoy considerando estaría asociado a ciertas nociones básicas y muy generales, indispensables en nuestro discurso y actuar cotidianos, como por ejemplo las nociones de libertad (y todo lo que ella acarrea: libertad de pensamiento, de expresión, de acción), de democracia, de derechos humanos y así indefinidamente. Pero ahora sí podemos ser más concretos e iniciar nuestra disquisición. Imaginemos entonces a un ciudadano norteamericano que hubiera nacido, crecido y se hubiera desarrollado en lo que desde niño se le hubiera inculcado a decir que era “el país de la libertad”, “el país democrático por excelencia”, “el país paladín de los derechos humanos en todo el mundo”, “el país exportador de ideales superiores”, “el país igualitario por antonomasia” y así sucesivamente. Asumamos también que estamos hablando de un individuo suficientemente honrado intelectualmente como para ser susceptible de pasar por un proceso de deconstrucción y reconstrucción de hechos y que cuando ya está en la etapa final de su vida de pronto  “redescubre” a su país. ¿Qué es lo que él habría tenido que percibir para sentirse engañado al grado de sentirse forzado a repudiar sus queridas ideas y convicciones? La verdad es que en el caso de los USA no creo que ello sea tan difícil de enunciar! El sujeto en cuestión habría visto que los Estados Unidos son el país exportador de guerras más grande de la historia, que no hay continente en donde no haya soldados norteamericanos sembrando el terror y la muerte, drones, helicópteros, submarinos, bombarderos, misiles, paramilitares, escuadrones de la muerte, tortura, etc. El país que más golpes de Estado ha organizado, que a más dictadores ha apoyado (América Latina fue su gran campo de experimentación durante un siglo y lo sigue siendo, si bien ahora mediante nuevos métodos, y ciertamente no el único), que más bombas ha dejado caer y probablemente el que más civiles inocentes haya sacrificado en aras de sus maravillosos ideales, el único que ha bombardeado un país con armas atómicas y no una vez sino dos! El norteamericano imaginario en cuestión se percataría de que eso que se llama ‘democracia’ y en nombre de la cual muere tanta gente degeneró muy rápidamente en un juego político que reduce la participación ciudadana a una ridícula ceremonia de votación cada cuatro años, en tanto que los dos partidos que se reparten el poder no son otra cosa que los instrumentos de un poder oculto mayor que los financia y para el cual trabajan. Yo creo que ese pobre ciudadano norteamericano imaginario realmente podría quedar muy afectado si de pronto se percatara de que su país ha vivido a base de tratados disparejos, desiguales, injustos, asimétricos, ventajosos, impuestos por la fuerza o aprovechándose descaradamente de la miseria y el retroceso de otros pueblos para finalmente consumir la mitad de lo que en el globo terráqueo se produce, o sea, lo que producen diariamente millones de seres que trabajan en todas las latitudes del planeta. Y creo que podemos ir todavía un poco más lejos y divagar sobre qué pasaría con ese ciudadano norteamericano si súbitamente entendiera que la libertad de la que habría gozado durante toda su vida era total pero dentro de marcos rígidamente establecidos y bastante estrechos a final de cuentas. O sea, él se habría dado cuenta de que en su país se era libre siempre y cuando lo que se hiciera sirviera  para apoyar, reforzar, fortificar el American Way of Life, pero que no se es libre si se quiere ser crítico, adverso o contrario a los pilares de su tan querida “libertad”, que la libertad de asociación está restringida (el Partido Comunista, por ejemplo, está proscrito en los Estados Unidos. No se tiene el derecho de formar un partido así!), que el ciudadano medio es el más espiado del mundo y muchas cosas más. Pero una vez que efectivamente hubiera caído en la cuenta de que fue sistemáticamente engañado no por una persona sino más bien por un modo de vida: ¿qué le pasaría a un ciudadano así? ¿Se suicidaría? Es poco probable. Lo que no es improbable, sin embargo, es que se llenara de amargura y de odio por haberse dejado engañar, por constatar que vivió imbuido de creencias semi-absurdas que lo habrían llevado no por los derroteros de la realidad social e histórica, sino por los de la fantasía política y la manipulación práctica.

Yo tomé el implausible caso de un norteamericano renegado, porque al preguntarme sobre lo que puede pasar con alguien que descubre en su propio caso lo que son las trampas de la hipocresía estaba tomando el caso de un país y una sociedad altamente representativos y cuyos roles a nivel mundial nadie sensato cuestionaría. El problema es que de pronto me asaltó a mí la duda de si eso que podría pasarle en la actualidad a un ciudadano norteamericano no podría suceder también en otras latitudes, a ciudadanos de otros países. Resulta entonces imposible no preguntar: ¿estaremos acaso nosotros, los mexicanos, a salvo de un fenómeno semejante?¿Acaso es lógicamente imposible que una decepción tan grande como la de nuestro norteamericano imaginado le sucediera a un mexicano de nuestros días? Después de todo, también aquí en México se proclama a diestra y siniestra que éste es un país de libertad en el que la gente puede expresarse sin tapujos, pero ¿y si eso fuera falso? Recordemos rápidamente, sin entrar en detalles, que la hipocresía consiste en fingir algo que no se es, en decir lo que no se piensa y también en no decir lo que se piensa. Mucho me temo entonces que sí podríamos encontrarnos en una situación muy semejante a la de mi norteamericano imaginario. La verdad es que las diferencias entre esa entidad imaginada y un mexicano real que llegara a abrir los ojos sobre su mundo son sólo  de grado: los estadounidenses son más fanáticos que nosotros y por lo tanto adoptan con mayor dogmatismo y vehemencia sus creencias políticas que nosotros las nuestras. Pero la diferencia es, como dije, meramente de grado. De todos modos la inquietud persiste: ¿qué pasaría con un paisano que llegara a entender cuánto dolor, cuánto sacrificio, cuánta injusticia, cuánto desperdicio de recursos nacionales se requiere para construir la sociedad que tenemos?¿Pudiera llegar a darse el caso de que nunca más quisiera volver a cantar México lindo y querido?

¿Y si se hubiera equivocado?

Quiero empezar por confesar que desde que adopté la perspectiva marxista del desarrollo social siempre he pensado que el ser humano es esencialmente un ser maleable. Lo que quiero decir con esto es, dicho de manera un tanto gruesa, que sus modalidades de ser están históricamente condicionadas. Esto a su vez implica que cada civilización, cada cultura, cada sociedad tiene su propia forma de crear y destruir, de progresar y retroceder, de amar y odiar, de respetar la vida o de hacer de ella un infierno. Hay, obviamente, un sentido en el que los seres humanos son los mismos en todas partes y en todos los tiempos (biológicamente, por ejemplo, e inclusive en ese terreno se dan cambios), pero hay otro sentido, igualmente importante, en el que ciertamente no lo son. Me parece, por ejemplo, que la racionalidad y la irracionalidad están también condicionadas históricamente y desde luego este condicionamiento depende en gran medida del modo como se produzca y se distribuya la riqueza generada, pero también está mediado por grandes creencias que permean a las sociedades en cuestión, las cuales tienden a ser incompartibles por seres humanos de otras culturas y que, por ende, les resultan ininteligibles. Es claro, por ejemplo, que era no sólo racional sino vitalmente indispensable para los aztecas arrancarle el corazón a niños y jóvenes y ofrecérselos a sus dioses, puesto que ellos estaban convencidos de que de eso dependía el que hubiera un “mañana”. Esa conducta, socialmente aceptada en aquella extraña y para nosotros ciertamente incomprensible sociedad (sería francamente ridículo argumentar que el mexicano contemporáneo comparte mucho de su concepción del mundo con los habitantes del Valle de México de hace 600 años sólo porque vivimos donde ellos vivieron; inclusive esto último es en algún sentido debatible, puesto que si de pronto apareciera algún azteca genuino entre nosotros, lo único que no reconocería sería su Valle de Anáhuac, su “región más transparente”. Pienso, pues, que estamos justificados en deducir que Valle de Anáhuac y Valle de México no son lo mismo) sería totalmente inadmisible en la nuestra. ¿Eran entonces irracionales los aztecas? Decir algo así sería manifestar una gran torpeza. Lo que habría que decir es más bien que su cosmovisión estaba regida por otra racionalidad, por un sistema de creencias y valores drásticamente diferente del nuestro y que para nosotros resulta incompartible e incomprensible. Pasar luego a decir que una es mejor o superior a la otra ya no es decir nada que valga la pena debatir.

Ahora bien, a pesar de las diferencias profundas que podemos discernir entre civilizaciones, culturas o sociedades, se pueden no obstante trazar distinciones que permiten agruparlas de diverso modo, esto es, en función de los intereses teóricos que persigamos. Una clasificación así es entre sociedades de las cuales podemos decir que, aunque lo hagan de manera diferente en cada caso, van hacia adelante, se mueven en la dirección del progreso, entendido como mejoramiento medido por los parámetros de su propio marco histórico y cultural. Y al revés: hay sociedades que, medidas con sus propios criterios, van hacia atrás. Hay sociedades que aunque intentan ir hacia adelante, de todos modos sus esfuerzos pueden terminar en un estrepitoso fracaso. Considérese por un momento el gobierno de D. Trump, tratando de entenderlo por así decirlo “internamente”, esto es, al margen de sus relaciones con México o con otros pueblos y religiones, porque entonces automáticamente irrumpen las emociones y entonces el enfoque objetivo se vuelve imposible. Preguntémonos: ¿con qué se enfrentó Trump en los Estados Unidos? Con una clase política putrefacta, conformada por vividores en gran escala de la política que fueron perdiendo su credibilidad y que no juegan ya realmente su rol de representantes de los genuinos intereses del pueblo norteamericano; con una situación económica que empieza a ser desesperante (desempleo, marcados contrastes sociales, a más de graves y profundos problemas en los ámbitos de la educación, la salud, la vivienda, etc.). Y ¿qué es lo que hace Trump, es decir, cómo reacciona frente a esa alarmante situación? A diferencia de lo que hacía Obama y que habría hecho H. Clinton, Trump (y lo que él representa, naturalmente) intenta resolver la crisis de su país. Dejando de lado el hecho de que prácticamente no lo dejan gobernar y de que lo que se libra en los Estados Unidos es un gran conflicto político interno de grandes repercusiones a corto, mediano y largo plazo, se puede argumentar que muchas de sus políticas están mal pensadas y que, por consiguiente, no van a dar los resultados que él confía que darán, pero obviamente no es ese nuestro tema ni lo que me interesa discutir. Lo que a mí sí me interesa destacar es el hecho de que la sociedad norteamericana, lo logre o no, intenta ir hacia adelante  rompiendo esquemas de acción política, económica, militar, etc. Es perfectamente imaginable que el trumpismo termine siendo un fracaso total y que la sociedad norteamericana finalmente pierda su oportunidad de regenerarse, pero lo que es importante enfatizar es el hecho de que hay una conciencia nacional respecto a en qué dirección moverse, inclusive si el esfuerzo en última instancia es fallido. Una y otra vez Trump afirma que su objetivo es rehacer los Estados Unidos: reconstruir puentes, líneas de ferrocarril, carreteras, acabar con el pandillerismo, etc., etc. Por lo menos allá están conscientes de qué es lo que se debería hacer. Que lo logren o no ya es una cuestión de hechos, pero obviamente no es de hechos de lo que me estoy ocupando sino de un modo particular de encararlos.

Cuando volvemos la mirada sobre nuestro país, lo que dolorosamente los hechos nos hacen percibir es que, a diferencia del esfuerzo norteamericano, fallido o no, de “ir hacia adelante”, México es un país que decididamente va hacia atrás. ¿Qué queremos decir con eso? Algo tan simple como lo siguiente: en México la población actúa de miles de formas que inciden en contra de sus propios intereses y el Estado, a través de sus aparatos y operadores políticos, no hace nada para detener, redireccionar y modificar la conducta popular. Para no hacer de estas afirmaciones aseveraciones sin fundamento, demos algunos ejemplos de conducta socialmente irracional (o sea, que es dañina, que se sabe que es dañina, pero que no obstante se sigue practicando) y ello nos permitirá extraer de manera justificada la conclusión ya anunciada.

Son incontables los rubros que habría que considerar y, naturalmente, sería imposible examinarlos todos, pero ni mucho menos es esa mi pretensión. Tengo en mente objetivos muchos más modestos, por lo que me concentraré en temas comunes y prosaicos como el agua, la basura, la contaminación y auto-boicot social, tanto a nivel individual como institucional. Diré unas cuantas palabras sobre cada uno de esos temas respecto a los cuales, debo advertir, no soy ni pretendo presentarme como un especialista.

Que la Ciudad de México está condenada por sus requerimientos insaciables de agua es algo que a estas alturas difícilmente se podría negar. Poco menos de la mitad del agua que se consume en la ciudad se tiene que traer desde una distancia de más de 100 kilómetros. Dejando de lado multitud de factores, lo que esto significa es pura y llanamente que se le roba el agua a otros estados para mantener con vida a la capital del país. El resto del agua que se consume se extrae del subsuelo de la ciudad. Esta succión llevó, entre otras cosas, a la desecación del Lago de Texcoco, como está empezando a hacerlo ahora en la zona de Xochimilco. Hace unas cuantas semanas se vio como se formaba un gran hoyo por donde literalmente se vaciaba todo un sector de la zona de las chinampas. El nivel del agua bajó considerablemente (como pasó en Chapala, en Pátzcuaro y en tantos otros lugares). Dejando de lado los alardes patrioteros de “zona protegida”, “patrimonio de la humanidad” y muchas otras fórmulas huecas como esas, la verdad es que Xochimilco se ha ido transformando en un basurero lacustre. Da una mezcla de pena, vergüenza y asco ir de visita por allí. Cuando uno se sube a una trajinera se tarda uno media hora en salir del amontonamiento de barcas por lo que no queda más que hacer un recorrido por canales cercanos, todos plagados de basura, plásticos, papeles y demás, obviamente sin vida y sin poder ir hacia canales más limpios pero más lejanos so pena de ser asaltado. Aquí automáticamente se plantean dos preguntas y con igual celeridad se obtienen dos respuestas inequívocas: 1) ¿quién daña la zona con basura, desperdicios, etc., y a quién perjudica de manera directa esa situación? Respuesta: los habitantes de la zona tanto la arruinan como padecen su deterioro. En otras palabras, ellos mismos destruyen su habitat; y 2) ¿“quién” no sabe, no puede y no quiere tomar las medidas necesarias para transformar Xochimilco en la zona que podría ser? Planteo la pregunta en términos personales, porque es la forma sencilla como el lenguaje nos permite expresarnos, aunque todos entendemos que no estamos hablando de personas. Respuesta: es el gobierno de la ciudad de México, las autoridades delegacionales, el gobierno federal, las entidades políticas que se han revelado como totalmente incapaces para resolver los problemas de Xochimilco. ¿Cuál es el diagnóstico? Muy simple: estamos hundidos en una situación prácticamente insoluble dado que los incontables intereses involucrados se contraponen de modo que el deterioro ambiental es tanto imposible de detener como irreversible. Esta situación ilustra lo que quiero decir cuando digo que una sociedad va hacia atrás.

Tomemos el caso de la basura. México es el campeón de los tiraderos al aire libre. Vaya uno a donde vaya en el país, con lo que se va a encontrar es con zonas, en general fuera de las ciudades pero no necesariamente muy lejos de ellas, en donde elegantemente planean los zopilotes, pululan las ratas, hiede de manera repugnante y en donde, para “resolver” el problema de los excesos de basura, ésta se quema generando un soberbio desastre ambiental. Todos nos preguntamos una y otra vez: ¿por qué en México no hay un centro de procesamiento de las miles de toneladas de basura que todos los días se generan? La situación es complicada. Nosotros en nuestras casas separamos la basura, pero los trabajadores de la basura la vuelven a juntar porque todo se deposita en lugares en donde se reclasifica la basura. Para ello, hay ejércitos de los así llamados ‘pepenadores’ y éstos están organizados laboralmente. Hay, por lo tanto, intereses económicos, políticos y financieros involucrados y una estructura que de hecho no se puede tocar. Imagínese nada más si hay una huelga de los trabajadores de la basura en la Ciudad de México por más de 48 horas! Nos comen las ratas y nos aniquila el tifo. Pero ¿cómo es posible que una metrópoli como la ciudad de México no cuente con una refinería moderna de basura?¿Acaso no hay ingenieros en México que puedan construir y echar a andar una empresa así? Claro que los hay sólo que, una vez más, hay fuerzas sociales que están en contradicción: el trabajo de miles de personas contra la eficiencia laboral, los grandes negocios de los caciques de la basura frente a los intereses de los ciudadanos particulares, los objetivos políticos del gobierno de mantener ciertos equilibrios, etc., etc. El resultado neto es la parálisis respecto a la solución a fondo del grave problema de la basura. En México, podríamos decir, se traslada la basura de un lugar a otro, pero el problema de la basura sigue sin resolverse. Aquí no se superan los problemas, sino que se les tapa con otros problemas. Por lo pronto yo, contra mi voluntad, confirmo mi dicho: en relación con la basura, el país va para atrás.

Si consideramos el aire y la contaminación no sólo en la Ciudad de México (la cual a menudo ya presenta las apariencias de una ciudad fantasma, lo cual sería gracioso si no fuera por el detalle de que el aspecto fantasmal se debe al veneno atmosférico que respiramos todos los días y que de múltiples maneras daña en forma terrible nuestra salud), sino en muchas otras grandes ciudades del país (Monterrey, Guadalajara, León, etc.) se nos ponen los cabellos de punta. El problema técnicamente tiene solución pero factualmente no, puesto que para implementarla se requeriría una reforma tan profunda de los procesos económicos de las ciudades, reformas de impuestos, laborales, regulaciones de tránsito, de transporte colectivo, etc., etc. Así, se puede vivir todavía con tranquilidad en las grandes aglomeraciones mexicanas siempre y cuando no se tenga la ilusión de que los problemas de contaminación del aire se van resolver. Si se quiere vivir en ciudades como la Ciudad de México se tiene que haber interiorizado la idea de que habrá cada vez más seguido contingencias ambientales, se aplicará cada vez más el doble (y luego el triple) “hoy no circula” y cosas por el estilo. ¿Qué significa todo esto? Que en este rubro el país no va para adelante y esto a su vez quiere decir que simplemente no hay mecanismos de solución de problemas, esto es, que el progreso en esta área no es para quienes vivimos aquí una opción.

Si le echamos un vistazo al  tema de los ríos el efecto en nosotros es como el de un mazazo en la cabeza: nos marea, nos duele, nos vence, nos acaba. México de por sí siempre fue un país con poca agua. Comparado con Francia o con Brasil, por ejemplo, México es de una orografía más bien pobre. Pero ese ya no es ahora el problema. El problema ahora consiste en que se acabaron los ríos que había en México. Yo reto al más erudito de los geógrafos a que nos indique en qué ríos de México hay todavía vida, qué ríos no están saturados de toda clase de desechos (industriales, caseros, petrolíferos, etc.), en qué ríos se puede uno meter a bañarse sin salir con problemas de piel, infecciones y demás. Hay desde luego pequeños meandros, pequeñas barras en donde todavía puede uno adentrarse y disfrutarlos, pero a nivel nacional realmente no cuentan (ni cuantitativamente ni en términos de productividad, piscícola, turística o de cualquier otra naturaleza). Yo por lo menos no le aconsejaría ni a mi peor enemigo que metiera el pie en lo que queda del río Lerma (sobre todo en ciertas partes del Estado de México!). Por si fuera poco, muchos ríos no sólo están contaminados y son ellos mismos fuentes de contaminación, sino que ya están entubados, es decir, ya dejaron de ser ríos, propiamente hablando. ¿A qué se debe este desastre ecológico de grandes dimensiones? No tenemos que ir muy lejos por la respuesta: industriales, agricultores, campesinos, la gente en general usó los ríos para tirar sus desechos (si alguien tiene dudas respecto al comportamiento de la gente y a la ineptitud de las autoridades que le eche un vistazo a los Dinamos para que se convenza), para evitar gastos e inversiones, llenándolos de detergentes, químicos, residuos animales, etc., a ciencia y paciencia de los gobiernos estatales y de los diversos gobiernos federales, incapaces de forzar a la gente (empresarios o simplemente habitantes de la zona) a convertirse en agentes económicos que respetan el patrimonio nacional. Obviamente, la naturaleza se desquita: se contaminan las aguas, el ganado se envenena, los productos agrícolas (espinacas, lechugas, etc.) absorben químicos, materia fecal, etc., y esos productos se venden en los mercados y son alimento tanto para niños como para adultos. ¿Hay forma de detener toda esa locura? Teóricamente, sí; en la vida real, no. Son demasiadas las contradicciones entre los actores sociales de manera que no hay propuesta que salvaguarde los intereses  ni siquiera de la mayoría. O ¿piensa alguien que los ríos en México tienen una posibilidad real de reconstituirse? Pago por que me contagie su optimismo.

Es relativamente fácil seguir el derrotero mexicano si lo contemplamos a distancia. Detectamos la brutalidad del gobierno cuando de los intereses populares se trata, sólo que esta brutalidad se tiene que compensar con algo y eso se logra volviendo laxas e inefectivas multitud de reglas elementales de convivencia, legislaciones y en general la normatividad que debería imperar. Como se mantiene a la gente en un estado de sumisión, se le permite (dentro de ciertos márgenes) que haga lo que quiera. En marcado contraste con la brutalidad hacia las clases bajas, encontramos la sumisión gubernamental frente a las élites, frente a los “inversionistas”. Por otras razones pero con un efecto parecido (aunque peor, por ser de mayores magnitudes), la ley no se hace respetar por los propietarios, las grandes empresas (piénsese nada más un momento en el daño tanto ecológico como humano que causan los compañías mineras canadienses), nunca se les marcan límites para nada (en playas, por ejemplo). Es, pues, normal que los gobiernos municipales, estatales y federal conciban su acción y su toma de decisiones como no teniendo otro objetivo que mantener el status quo, es decir, la estabilidad social, aunque tenga ésta fundamentos enclenques y corroídos. Pero hay un problema: eso no es gobernar. Eso es sentar las bases para la desintegración paulatina de la nación. Así, los gobiernos por un lado y los diversos grupos sociales por el otro, lo cierto es que todos contribuyen a que resulte imposible resolver de manera sensata los problemas que aquejan a todos. Por lo tanto, sí se puede afirmar que el país no cuenta con los mecanismos apropiados para generar progreso. Todo además es causa y efecto de la formidable corrupción que está matando a México. Aquí todos velan por sus intereses personales de corto plazo y la idea misma de bienestar colectivo o de obligaciones hacia la comunidad es una idea que no pasa nunca por las cabezas de las personas. Por ejemplo, en cualquier predio que se encuentre en, digamos, la Delegación Benito Juárez, el empresario o la compañía que tenga los recursos de inmediato construyen un inmenso edificio, habitacional o para oficinas. Cualquier edificio acarrea un complejo sistema de tuberías, porque en todos los pisos de todos los edificios se va a usar agua, mucha y que además se desperdicia. Por qué el gobierno de la Ciudad de México no impone restricciones y sigue permitiendo que se construyan en serie condominios en, por ejemplo, la Colonia del Valle, en las zonas de mayor aglomeración de la ciudad, es algo que no vamos a poder entender. Es incomprensible que en el gobierno de la ciudad no se sienta la necesidad (no digamos la urgencia) de diseñar planes para detener el crecimiento elefantiásico de la capital, con todo lo que ello entraña, o sea, más consumo de agua, más basura, más inseguridad, etc. En condiciones como las nuestras: ¿es siquiera visualizable la posibilidad de progreso en esas condiciones? Le dejo al amable lector la respuesta.

Yo quisiera poder, como Voltaire, decir No es ya a los hombres a quienes me dirijo, sino a Ti, Dios de todos los seres, de todos los mundos y de todos los tiempos y elevar entonces un plegaria para que a través de Su intervención se le diera solución a los problemas del mundo. Esa, sin embargo, no es nuestra forma de expresar nuestro desasosiego. Se nos ha enseñado desde siempre que Dios es omnisciente y que, por lo tanto, el ser humano, su invención, es la maravilla del mundo y la cúspide de la creación. Pero viendo lo que los humanos de nuestros tiempos y nuestras latitudes hacen, las bajezas, ruindades y vilezas que día con día cometen, la barbarie en la que viven y obligan a los demás a vivir, si como Voltaire me atreviera a dirigirme a Dios, yo me contentaría con preguntarle de la manera más humilde posible: Señor: tu aparente joya está destruyendo el mundo. ¿Está excluida la posibilidad de que te hubieras equivocado y no sería acaso para volver a intentarlo todo de nuevo que esto que hoy existe se está acabando?

La Perspectiva Nacional

No se necesita ser un experto en historia de México para saber que las reglas del juego político en torno a la sucesión presidencial son drásticamente diferentes ahora de lo que eran hace 30 años. Otrora, las reglas eran claras y el resultado incierto, en tanto que ahora es difícil no tener la impresión de que las reglas fueron sustituidas por coyunturas y los resultados están más o menos a la vista de todos. En aquellos tiempos quién resultara ser el “tapado” era, para la gran mayoría de las personas, una cuestión de adivinanza, pero las reglas eran relativamente claras: el presidente en turno tenía la última palabra y él determinaba no sólo quién sería el sucesor sino los tiempos de la campaña. El presidente era el fiel de la balanza de tan importante proceso. En la actualidad las reglas son otras. Primero, porque ya no hay tal cosa como “El Candidato” y el presidente no tiene injerencia en la elección de los candidatos de otros partidos que no sean el suyo; y, segundo, porque ya ni en el suyo es la decisión del presidente totalmente personal. Ahora tiene que “consensuar” su decisión de un modo como no tenía que hacerlo antaño. Todo eso significa que el sistema presidencialista mexicano se debilitó. La moraleja es simple: ahora estamos ya como en los Estados Unidos: si pudo ser presidente de México un individuo como Vicente Fox, entonces efectivamente cualquiera puede ser presidente de México.

Lo anterior viene a cuento por el hecho de que podemos detectar desde ahora una cierta transición gradual de carácter cognoscitivo respecto de quiénes serán los protagonistas del próximo espectáculo electoral. En primer lugar y concentrándonos exclusivamente en las candidaturas, esto es, en decisiones partidistas y no en cuestiones factuales (alguien se enferma, le pasa algo, etc.), MORENA es el partido de mayor claridad y ya tiene a su candidato que, obviamente, es Andrés Manuel López Obrador. Él es el líder político y moral de ese partido y es incuestionable su primacía. En segundo lugar está el PRI. No podemos afirmar con el mismo grado de certeza quién será el candidato, pero hay multitud de síntomas que dejan entrever con un alto grado de probabilidad que el candidato del presidente es Luis Videgaray. Se han tomado decisiones importantes en las que este último ha participado, se ha tratado de protegerlo (frente al gasolinazo, por ejemplo) y él ha venido jugando un rol cada vez más prominente en la política nacional de manera que, a todas luces, Videgaray lleva la delantera. Es posible equivocarse desde luego, pero el margen de error es más bien reducido. En tercer lugar presenciamos una disputa casi de vecindario entre el presidente del PAN, Ricardo Anaya, y la esposa del ex-presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, esto es, Margarita Zavala de Calderón. Aquí hay demasiados estiras y aflojas de manera que por el momento no se puede determinar cuál de los dos candidatos terminará siendo el abanderado del blanquiazul, pero algo sí es relativamente claro: los ambiciosos improvisados, con unas ganas de llegar a la cima del poder que no saben ni disfrazar, como el gobernador de Puebla, no van a llegar a la fase final. No tienen, al interior de su partido, la fuerza suficiente. Y, por último, está el PRD. Aquí a lo que asistimos es a una vulgar rebatinga de la que no es improbable que el mayor beneficiado sea el gobernador de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera. Después de todo, hay que aprovechar las ventajas que aporta el saqueo de los bolsillos de los conductores a base de multas hasta por rebasar 10 centímetros con el carro la marca peatonal y en ese sentido el Dr. Mancera estaría, si el criterio es financiero, a la vanguardia. En este caso, un problema se resuelve con otro: Mancera es apartidista, pero el PRD no tiene en este momento a nadie realmente representativo. La otra posibilidad es, claro está, que el PRD, después de una pelea de perros interna saque a su propio candidato y Mancera se lance como candidato independiente. Ese es más o menos el panorama visual de la carrera por la presidencia. Lo interesante es que hay también “lo no visual”. Trataré de ser claro.

Yo diría que, dejando de lado desde luego a Andrés Manuel López Obrador, el rasgo común, la característica compartida de los candidatos en perspectiva se llama ‘mediocridad’. ¿Cómo se explica eso? La explicación es simple. Lo que pasa es que en México la política conforma una dimensión de la vida en la que, como sucede con tantas otras, la excelencia profesional y moral de los involucrados es lo único que no cuenta. En el medio político nacional nadie tiene escrúpulos como para rehusar una candidatura aunque sepa en su fuero interno que, por así decirlo, es un(a) incapaz y que no tiene el nivel para ella. Aquí los criterios que permiten seleccionar gente no son criterios de calidad, porque ¿quién los impondría? Yo diría, por ejemplo, que un candidato a la presidencia tendría que tener un record laboral impecable, pero ¿alguien se atrevería a afirmar tal cosa de la labor del Secretario Videgaray al frente de la Secretaría de Hacienda? Sólo de broma. Asimismo, yo supondría que si alguien se propone tratar de llegar a la presidencia de México debería tener una visión política bien estructurada, sutil, ramificada, ser capaz de ofrecer explicaciones sistemáticas de situaciones tanto internas como internacionales, no recurrir al lenguaje de las amas de casa, pero ¿pretendería alguien en serio sostener que Margarita Zavala es alguien que viene cargada con una dosis de ideología y de teoría política que le permitiría enfrentar y manejar con éxito los problemas del país? Si se está parloteando en una cantina sí se podría decir algo así, pero no confundamos el destino de México con las intrigas de una telenovela, por popular que sea! Siendo francos: ¿de dónde sale la Sra. Margarita con aspiraciones presidenciales si no es por la ambición desenfrenada de su marido de volver a residir en Los Pinos? Y por si fuera poco: ¿cuál es la orientación política de dicho ex-presidente? Como todos sabemos, acaba de compartir con el público su última escenita de político retrógrada y de peón al servicio de las más despreciables fuerzas en su fracasado intento de ir a Cuba a entrevistarse con la odiosa disidencia cubana. Con toda razón el gobierno cubano le negó la entrada. Como era de esperarse, el Secretario de Relaciones Exteriores, miembro de otro partido político pero del mismo partido ideológico que Calderón, ni tardo ni perezoso se apresuró a decir que el gobierno de México “lamentaba profundamente la decisión del gobierno de Cuba”. Pero eso aparte de una maniobra diplomática intervencionista es hipócrita y unilateral, porque ¿acaso dejaría entrar México a Raúl Castro para que se fuera a entrevistar con los padres de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa? No se lo permitieron ni al Papa! O ¿dejarían los hipócritas que ocupan los puestos decisivos en el gobierno mexicano que viniera, por ejemplo, el ex-presidente de Irán, el gran  Mahmud Ahmadinejad, a entrevistarse con la dirigencia zapatista?¿O le negarían la entrada? La respuesta es tan evidente que hasta un débil mental daría con ella, por lo que me la ahorro. Aquí tenemos, dicho sea de paso, otro ejemplo de cómo se han venido rompiendo antiguas reglas del juego político en México: anteriormente, una regla importante y sana era que una vez que dejaba alguien de ser presidente ya no intervenía más en política. Esa regla era útil, porque permitía gobernar y mantener un cierto equilibrio. Aquí los panistas, Fox y Calderón, han ido lo más que han podido en contra de dicha regla. Claro que es muy fácil para el ejecutivo volver a ponerlos en su lugar puesto que, como es obvio, les saben muchas cosas. Por ejemplo, en el caso de Fox, que es un hablantín insoportable, cuando empezó a rebasar ciertos límites se le hizo públicamente el recordatorio de que los hijos de su señora esposa tenían cuentas pendientes y entonces automáticamente se calló (por un rato). El problema para nosotros, los ciudadanos apartidistas, es que la banda de los presidenciables, dejando de lado una vez más a Andrés Manuel López Obrador, son del mismo club ideológico que Calderón, o sea, lacayunos, sometidos, cobardes políticamente (por ejemplo, frente a los Estados Unidos. Las declaraciones de Videgaray en relación con la situación creada por la llegada de D. Trump a la Casa Blanca son casi ridículas). Lo primero que un ciudadano se pregunta es: ¿esos son los que nos van a defender cuando lleguen al poder? No nos hagamos ilusiones: una vez más, estamos condenados.

Y, sin embargo, sí podemos hacernos ilusiones, porque sí podemos visualizar el triunfo del personaje político al que, en este momento y en las circunstancias por las que atraviesa el país, le corresponde históricamente convertirse en el presidente de México, esto es, Andrés Manuel López Obrador. Es incontrovertible (por favor, lector, no digas ‘controversial’, como la mayoría de nuestros encumbrados políticos y alguno que otro “agente cultural”) que políticamente la presidencia le corresponde al hombre a quien ya se la robaron dos veces! Yo no sostendría que el Lic. López Obrador tiene absolutamente todas las virtudes del político perfecto. Aparte de tonto, hacer una afirmación de esa clase es infantil y confieso que no soy proclive a esa especie de exabruptos. Lo que sí sostengo, en cambio, y en esto coincido con lo que siente (aunque no lo sepa expresar en una prosa impecable, pero para eso precisamente estamos nosotros) la gran mayoría del pueblo de México, es que Andrés Manuel López Obrador es notablemente superior como político (y en la mayoría de los casos como persona) a cualquier de sus potenciales contrincantes. No sólo es un hombre de una honestidad a prueba de calumnias y patrañas, un hombre con una sólida y bien armada perspectiva nacionalista, identificado con y por el ciudadano mexicano desde Baja California hasta Yucatán, si no también una persona con genuina experiencia política, un gran organizador y constructor y al que, como sabemos, lo respalda un desempeño administrativo formidable (a pesar de la, como todos lo recordamos, infame guerra que le declaró el entonces presidente de las botas de charol a Andrés Manuel cuando éste era Jefe de Gobierno del Distrito Federal, entidad a la que dicho sea de paso el presidente ranchero dañó criminalmente a través de brutales reducciones presupuestales que no tenían otro objetivo ni otra justificación que empañar la labor del entonces Jefe de Gobierno. La actitud de Fox es curiosa, porque es una extraña y patológica mezcla de odio político y profunda envidia personal). Desafortunadamente, ser un hombre honrado y tener una orientación progresista es precisamente lo que los políticos comunes y mediocres no perdonan. Esto explica algo de lo que está pasando.

Las declaraciones de los políticos del momento dejan en claro una cosa: por encima de las divergencias tanto inter-partidistas como intra-partidistas los une el pavor que les inspira una victoria masiva de López Obrador en las elecciones del año entrante. ¿Por qué? Por lo menos por dos razones. Primero, porque con López Obrador en la presidencia se acabarían multitud de chanchullos, prebendas, atracos a la nación, negocios fraudulentos, crímenes de cuello blanco y así sucesivamente. Pero si eso llegara a pasar entonces la política, tal como ha sido entendida ya desde generaciones por quienes se dedican a ella aquí en México, perdería su sentido, puesto que aquí no es más que una forma de ganarse la vida a través de actividades de una u otra manera relacionadas con el patrimonio nacional. Podemos hablar de sueldos (en la suprema corte saben algo de eso, según creo) o de puestos clave para hacer negocios (concesiones, concursos, licitaciones, etc.). Ejemplos no es lo que nos faltaría, me parece. Los gobernadores priistas son maravillosos y famosos ejemplares de esa concepción de la política, de modo que ni pierdo mi tiempo en dar nombres. Todo mundo los conoce. Y, en segundo lugar, los políticos de carrera le temen a la victoria de Andrés Manuel porque saben que a la cabeza del país con éste se operaría un golpe de timón. Pero todos los ciudadanos debemos estar plenamente conscientes de que a los profesionales de la política no les importa que eso justamente sea lo que el país necesita. Un cambio radical es un obstáculo en sus proyectos privados y eso no se puede permitir. Por consiguiente, van a hacer todo lo que esté a su alcance para impedir el triunfo popular, es decir, el de López Obrador. No importa que, como ese maravilloso lugar que alguna vez fue Xochimilco, México acabe de hundirse. Lo único que les importa es que López Obrador no llegue a la silla presidencial. Es muy importante entender que hay aquí una oposición radical: están por un lado los intereses y objetivos de los políticos profesionales y por el otro los del pueblo de México. Va a estar difícil que una pandilla, por poderosa que sea, gane esta vez.

Es penoso constatar, por otra parte, que además de las calumnias, patrañas, mentiras descaradas y toda clase de denuestos en contra del político hoy por hoy más aclamado en México proferidos por los dirigentes partidistas y gente así, se unan a esa campaña difamatoria catervas de novelistas y panfletistas a la moda (y sería bueno analizar la moda en cuestión). Un ejemplo paradigmático de lo primero lo tenemos en el actual presidente del PRI, E. Ochoa Reza, un sujeto que combina maravillosamente la mala fe y una verborrea infernal con una especie de inocencia psicológica que da como resultado declaraciones ridículas. Por ejemplo, todos sabemos quién es y tenemos una idea de lo que hizo Javier Duarte mientras fue gobernador de Veracruz. Era un gobernador priista. Lo que hizo es no solamente ilegal sino moralmente repugnante. Ahora bien, la brillante estrategia del Sr. Ochoa consiste en ligar a Duarte con el Lic. López Obrador y con MORENA y exige entonces a grito pelado una investigación al respecto! El caso es más o menos como sigue: alguien llega a casa de un criminal, al que deja escapar, pero estando en la mansión del criminal se encuentra con un llavero de otra persona y entonces se olvida del criminal y pretende desviar toda la atención pública y la investigación policiaca sobre el propietario del llavero, asumiendo que hay tal propietario. ¿No es eso francamente ridículo? El Sr. Ochoa es un especialista en bravuconadas y pretende que el Lic. López Obrador se ponga al tú por tú a debatir con un energúmeno. Bien vistas, son chistosas las declaraciones de Ochoa cuando afirma que no puede creer que López Obrador viva con sólo 50,000 pesos mensuales! A esto me refería cuando hablaba de su candidez psicológica: él se está auto-exhibiendo cuando dice eso. Está involucrada en lo que dice lo que se llama una “implicatura conversacional”: el Sr. Ochoa asevera una cosa, pero sin darse cuenta da a entender otra. En pocas palabras: es grotesco. Por otra parte, están los revisionistas de nuestra historia, la gente encargada de desfigurar a muchos mexicanos del pasado que se destacaron por alguna hazaña o alguna realización en favor de México. Es el caso de Francisco Martín Moreno, estrella de televisión y columnista de diversos diarios, además de novelista. Este sujeto es digno de una investigación especial, por lo que no me abocaré a analizar su trayectoria aquí y ahora, pero es imposible no señalar su permanente ataque a Andrés Manuel. Lo que queda claro cuando uno lo lee es que ataques como los suyos son todo menos espontáneos. Son, podría pensarse, como algunos de sus libros: sobre pedido (y quizá hasta escritos por otros). Es con escritores así como se realiza esa simbiosis político-intelectual (ejemplificada en “Ochoa/ Martín Moreno”) y entonces la maquinaria empieza a funcionar. El resultado es el acoso cotidiano y desde todos puntos de vista que se les ocurra a López Obrador. La preocupación de muchos es: ¿lograrán acabar con él?

Es obvio que no. Las injurias y los improperios, las difamaciones y las afirmaciones insidiosas le hacen a López Obrador “lo que el viento a Juárez”, o sea, nada. No es así como se combate al verdadero adversario ideológico, pero es que en el fondo en toda esa jauría desatada en contra de López Obrador no hay un solo rival a la altura de su perseguido. Cualitativamente, están perdidos. Pero hay además un argumento mayor en contra de la coalición de los mediocres, a saber, que ni Zavala, ni Videgaray ni Anaya ni ninguno de los que están preparándose para la competencia por la presidencia encarnan el espíritu de los tiempos, la necesidad de un cambio profundo, los intereses populares, los valores nacionales. Todos bailan al son que les tocan y ellos lo saben. En el espectro mexicano, por lo tanto, no hay más que un político que auténticamente represente a los mexicanos en su conjunto (no a todos, desde luego, puesto que eso es imposible inclusive en la más perfecta de las democracias, pero sí a la gran mayoría), un político con quienes los jerarcas del país deberían ya llegar a un acuerdo definitivo si no quieren ver a México sumergido en un pantano del cual ya no podrá salir. Ese político se llama ‘Andrés Manuel López Obrador’ y es quien representa la perspectiva mexicana.

Lenguaje Político y Sentimientos Nacionales

Una de las funciones que todos los días cumplen (o deberían cumplir) los políticos profesionales es hacer declaraciones. Dependiendo de las épocas y de los personajes, las relaciones comunicativas entre individuos que ocupan puestos políticos importantes (presidentes, primeros ministros, líderes supremos) y la gente son de lo más variado y van desde el mutismo casi total hasta una relación cotidiana de explicación al pueblo sobre las decisiones que se toman. Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, cuando era Jefe de Gobierno del Distrito Federal tenía todos los días una entrevista de prensa a las 8 de la mañana, una sana pero pesada costumbre que, evidentemente, ningún otro político mexicano se ha auto-impuesto. El Comandante Chávez, por ejemplo, tenía un programa de radio todos los días de varias horas que se llamaba ‘Aló, Presidente?’ (retomado ahora por el presidente Nicolás Maduro) durante el cual él le explicaba a los radioescuchas (la ciudadanía en su conjunto) los problemas que aquejaban a su país y las soluciones que su gobierno iba implementando. Chávez le esbozaba a los venezolanos un cuadro de la situación general que prevalecía tanto al interior como al exterior de Venezuela, así como entraba en detalles sobre temas particulares (cambios en su gabinete, problemas con tal o cual empresa, etc.) de modo que la población estaba más o menos enterada de lo que realmente sucedía en el país y fuera de él. Es evidente que para poder hacer eso hay que tener algo que decir y eso por lo que se ve no se le da a todos. Otro ejemplo de político de altos vuelos que mantenía una comunicación permanente con su pueblo era Fidel. Éste, como todos sabemos, no se limitaba al radio: él aparecía por igual en televisión y, más importante aún, se presentaba personalmente en las fábricas, en los centros agrícolas, en las escuelas, etc., y permanentemente dialogaba con cubanos y cubanas de todas las edades. Para poder hacer eso hay que tener mucha confianza en sí mismo y estar seguro de que lo respalda a uno el bien social que ha logrado generar. Eso no lo hace cualquiera. Es inimaginable, por ejemplo, ver a Mauricio Macri conducirse de un modo parecido. Vale la pena notar, por otra parte, que las actitudes comunicativas genuinas no se limitan a los gobiernos (llamémosles así) “progresistas”. Tienen que ver más bien con una concepción de cómo debería ser la relación entre gobernantes y gobernados, independientemente de la ideología que se adopte. En los Estados Unidos, por ejemplo, la comunicación entre presidente y ciudadanos se daba básicamente por televisión y a través de entrevistas de prensa. Con D. Trump, sin embargo, eso cambió notoriamente, porque éste optó por hablarle directamente a su gente, por comunicarse con su pueblo de un modo como una política momificada como H. Clinton era totalmente incapaz de hacer suyo. Y ¿qué características tiene esa forma de comunicación? La respuesta está a la vista de todo mundo: Trump afirma a derecha e izquierda que el objetivo último de su política es el bienestar del pueblo norteamericano, informa a la población sobre muchos temas que los políticos profesionales de siempre mantienen en la oscuridad, como si fueran privados, habla en un lenguaje coloquial comprensible por todas las personas, dejando de lado el lenguaje acartonado y semi-vacuo de los políticos comunes; toma en serio a la gente  y se dirige a su público casi como si estuviera dialogando con él, lo cual es una evidente marca de respeto. Y hace además algo que le da mucho gusto a la gente: denuesta a la omniabarcadora prensa establecida, a las grandes cadenas de televisión y rechaza hablar con ellos, los denuncia y los acusa públicamente de mentir y de engañar a la gente en forma sistemática y cínica, lo cual es totalmente cierto. Aunque sin duda recurre a otros medios, lo que quiere decir lo transmite básicamente de manera presencial. Es importante que la gente se percate de que esa clase de interacción que se da entre Trump y el pueblo norteamericano es uno de los factores que lo hizo popular y lo llevó al poder. Desafortunadamente, hay que reconocerlo, es una forma de interactuar entre gobernantes y gobernados casi por completo desconocida en el México contemporáneo.

Dije unas cuantas palabras sobre una forma particular de comunicación entre políticos y pueblo, pero ¿podríamos decir algo sobre sus contenidos? En la forma de comunicarse con la gente a la que me refiero se tiende a dar datos precisos, se alude a problemas concretos y no se mantiene uno en el plano del discurso impersonal, como si se estuviera dando una clase, proporcionando datos que al 99 % de las personas no les dicen absolutamente nada. El político con el perfil delineado tiene en general, hay que decirlo, un lenguaje nacionalista y no se cansa de exaltar los valores de su país y de su cultura. Como es obvio, y dejando de lado una vez más a México, siempre encontraremos elementos de esta clase de discurso en cualquier político que se respete, en cualquier político serio. Hablaban o hablan así (y en ocasiones hasta fanáticamente) personas tan diferentes entre sí como Margaret Thatcher, Marie Le Pen o Vladimir Putin. Por otra parte, también es fácil reconocer a los políticos del estilo lingüístico opuesto. H. Clinton, M. Macri y los presidentes mexicanos de Miguel de la Madrid en adelante son buenos representantes de él. Nosotros, en México, ya estamos adaptados a esa otra forma de hacer declaraciones políticas, pero es justamente aquí que quisiera apuntar a un problema, un problema que es en parte social y en parte político: ahora podemos constatar que la clase de discurso que se impuso en México tiene efectos sociales negativos en tiempos más o menos apacibles y en épocas de conflictos más serios la ausencia del estilo vivaz de relacionarse con la población desde el poder tiene efectos pura y llanamente devastadores. Si en situaciones de peligro, de amenaza externa, de desasosiego, la comunicación entre la población y los miembros de la cúpula política sigue siendo la estándar, la aburrida, la de siempre, la gente se deprime y, como pasa ahora, se siente no sólo decepcionada sino, una vez más, defraudada y desprotegida. ¿Cómo se podría etiquetar el discurso político que hemos muy a grandes rasgos caracterizado? La respuesta es más que obvia: hablamos de lenguaje o de discurso (permítaseme emplear la palabra prohibida) populista. Dada la compleja situación actual, lo menos que podemos decir es: cómo nos hace falta!

Yo no sabría decir aquí y ahora si Trump es un presidente “populista”, en parte porque el concepto mismo de populismo ha sido tan manoseado que realmente casi no permite hacer ninguna descripción precisa de nada. Ahora bien, independientemente de cómo evaluemos su desempeño, lo cierto es que el actual presidente de los Estados Unidos se ganó la simpatía y el apoyo de millones de norteamericanos con su promesa, que como político populista parecería que tiene todas las intenciones de cumplir, de erigir un muro a lo largo de la frontera con nuestro país. Se trata de una decisión con importantes implicaciones para ambas partes a corto, mediano y largo plazo y desde muy diversos puntos de vista (comercial, político, de seguridad, cultural, etc.). Aquí mucha gente a título personal ha manifestado su repudio, su rechazo, su crítica de la política delineada en Washington, pero lo que no deja de asombrarnos es que siendo este un conflicto (porque lo es) entre dos gobiernos, los diversos personajes políticos de alto nivel que se han expresado al respecto lo han hecho en el lenguaje declaradamente no-populista y hasta anti-populista típico de los últimos 40 años. A estos políticos de lenguaje pulcro y rígido no parece importarles que hasta el más simple de los mexicanos hubiera esperado de ellos, y sobre todo del presidente y de sus allegados, un mínimo de alocuciones en defensa abierta de la soberanía nacional, una exposición seria por parte del presidente de cuál es la situación, de que amenazas se ciernen sobre México, de cómo puede México reaccionar para defenderse, de qué significa la unidad nacional, etc., frente a lo que a primera vista es una agresión. Pero ¿cuál ha sido más bien la retórica de los políticos nacionales? Hagamos un poquito de memoria.

Que el populismo en México, signifique éste lo que signifique, fue convertido en una postura política de antemano condenable e imperdonable lo muestra el hecho de que ser tachado de populista es para los políticos mexicanos la vergüenza mayúscula, la etiqueta que a toda costa hay que evitar. Esto explica quizá la bochornosa escena en la que Peña Nieto advierte sobre los peligros del populismo y el mismo Barack Obama le responde en esa reunión que hay que tener cuidado porque muy probablemente él (o sea, Obama) sea un presidente populista! O sea, ni en los Estadios Unidos es el populismo tan  temido y detestado como en México. Cuando se suscitó el problema de la cancelación del viaje del presidente Peña Nieto a los Estados Unidos para entrevistarse con el entonces recién nombrado presidente Trump, quienes primero hicieron declaraciones públicas fueron el Secretario José Antonio Meade y el actual Secretario de Relaciones Exteriores, el político consentido del sistema, Luis Videgaray. Y ¿cuál fue el tenor de sus dichos? Frente a un discurso de Trump que para nosotros era prepotente, chauvinista e impositivo pero para ellos era “populista”, la respuesta (si es que eso es una respuesta) vino en términos desde luego no populistas, sino más bien en términos de “intentos de negociación”, de recomendaciones de no abandonar nunca los “canales de la diplomacia” y, perdóneseme la expresión, burradas de esas magnitudes. A lo más que Videgaray ha llegado, movido sin duda por el hecho de que ya es imposible no percibir que se presenta casi oficialmente como el sucesor de Peña Nieto (y desde luego pontifica como si lo fuera) ha sido decir que de “ninguna manera México pagará por el muro”. Definitivamente: qué anti-populista!, pero también qué pobreza de expresión, qué débil vinculación con los ciudadanos! Da lo mismo decir eso que no decir nada. Aparte de timorata, hay que señalar de paso que se trata de una posición fácilmente desmontable. El gobierno norteamericano tiene muchos mecanismos para arrebatarle a México el dinero que cueste la construcción del famoso muro. Pero como Videgaray se limita a unas cuantas palabras, lo que se revela es su actitud de fondo, una actitud de “no hay nada que hacer. Ya lo decidieron por nosotros!”. Así precisamente es como se expresan los no populistas. Ahora bien, el punto culminante de la ignominia y la desvergüenza sin duda se produjo cuando el Secretario Meade expresó su opinión acerca de cómo tenía que reaccionar México. Como fenómeno más bien raro, fue tan indignante su respuesta y tan repulsiva su actitud (desde luego, no populistas) que inclusive periodistas de Televisa encontraron que lo que decía era inaceptable! El mismo Carlos Loret de Mola no aguantó y se atrevió a increparlo en vivo, reclamándole (con justa razón, pienso yo) por la tibieza (por no decir, ‘por la cobardía’) de su posición. Ante lo que obviamente era una afrenta al presidente de México, el Sr. Secretario Meade aconsejaba guardar la compostura, no olvidar la diplomacia y sandeces por el estilo. Aquí lo que me interesa enfatizar es que estamos precisamente en presencia de un típico discurso político no populista. ¿Qué quiere decir eso en nuestras circunstancias? Un discurso político miedoso, entreguista, sometido y a final de cuentas anti-mexicano, un discurso en el que no se alude a la nación en su conjunto, a la necesidad de integrarse en un nuevo pacto social, a la urgencia por encontrar mecanismos de defensa que tenga el aval y el apoyo del pueblo de México. Por ello, desde mi muy humilde punto de vista, esas declaraciones de Meade bastan para descalificarlo definitivamente de toda competencia por la candidatura del PRI a la presidencia de la República. Definitivamente, no puede ser candidato a la presidencia (si alguna vez tuvo esa ambición) y mucho menos presidente un sujeto que ante una situación de amenaza externa, una situación que dista mucho de ser una broma, se revela como un ser incapaz de expresar puntos de vista patrióticos, de diseñar políticas realistas pero nacionalistas, de defender el orgullo nacional (¿por qué los norteamericanos sí tendrían derecho a ello y nosotros no?) y aprovecha la ocasión para auto-presentarse más bien como alguien sensato que quiere congraciarse con quien nos ofende, como alguien sin voluntad de defensa de los intereses nacionales y doblando públicamente la cerviz de la manera más desvergonzada posible. El problema es que básicamente esa ha sido la dieta retórica con la que nos han alimentado, una dieta de carácter obviamente no populista.

¿Esperábamos algo grandioso por parte de las autoridades mexicanas? En relación con estos (y con muchos) temas, los mexicanos siempre han sido modestos. Esperábamos solamente una reacción digna, no una reacción cobarde y tonta. A nadie se le ocurre pensar en conflictos con los Estados Unidos de una naturaleza que no sea económica, comercial o política, pero es que ellos tampoco piensan en eso. El infame rumor de que Trump había amenazado con enviar tropas a México es, como todo mundo sabe ahora, una patraña más de la prensa mundial para intensificar las tensiones entre México y los Estados Unidos. El problema es de relaciones complicadas, no de odios insuperables, pero lo que a mí me interesaba destacar es cómo el lenguaje político “mesurado”, “pro-positivo”, “constructivo”, etc.,  de los políticos mexicanos hace nacer en la población un sentimiento de frustración y de traición. Cómo sería útil ahora un discurso más comprometido con los requerimientos y las expectativas nacionales, es decir, un discurso populista!

¿Por qué esa clase de discurso está vedada en México? Curiosamente, la expulsaron del país grupos que ahora más nunca la necesitarían. Ahora que la retórica y la vida política en los Estados Unidos cambió, porque de hecho cambió y lo hizo de un modo y en una dirección inesperados, quienes se solazaron criticando toda clase de visión nacionalista, de conexiones con nuestro pasado, minimizando políticas represoras y conflictos de clase, todos ellos carecen ahora de un discurso político vigorizante, útil; ahora vemos que son ellos los incapaces de generar un discurso que contenga otra cosa que tres datos baratos de economía y que les permita hacer algo más que prognosis que rayan en lo ridículo (hay, en este  sentido, un par de comentaristas de televisión que son verdaderamente de antología!). Pero el problema sigue y ahora tenemos no sólo el derecho sino la necesidad de preguntar: ¿cómo se unifica y encauza a la población?¿Con datos sobre las tasas de interés?¿Cómo puede un gobierno anti- populista tomar decisiones auténticamente nacionalistas, que es lo que ahora se necesita?¿Qué apoyo tiene un gobierno cuando ante una situación como la que enfrentamos se reúnen en torno al Ángel de la Independencia unos cuantos miles de personas? Ahí quedó exhibida la fractura entre el Estado mexicano y el pueblo de México. Esa es precisamente la clase de manifestaciones públicas a las que da lugar el discurso político usual. Eso se tiene que recomponer, aunque sea por estrictas razones de supervivencia, pero para ello es indispensable galvanizar a la población con un lenguaje político renovado, hacer valer mitos políticos nacionalistas (como los tienen todos los pueblos), desechar el aletargador discurso en torno a la “democracia” y cosas por el estilo. Se necesitan nuevos ideólogos, gente con mente fresca y consciente de que está en juego el futuro del país y de que los políticos de hoy no parecen ser capaces de defenderlo en su integridad y en sus derechos. Pero claro: un nuevo lenguaje político implicaría un drástico viraje en las políticas públicas y es eso lo que todavía y a toda costa se quiere evitar. Por eso el discurso político mexicano sigue siendo frío, aemocional, telegráfico, inútil. Por ello, aunque es obvio que tienes asegurado tu futuro y que tarde o temprano estarás de nuevo en circulación, lo menos que podemos decir por ahora, antes de que las cosas se pongan más difíciles todavía, es: Ay! Populismo, cómo te extrañamos!

 

Viaje a Disneylandia

No es nada inusual en nuestro medio que importantes decisiones políticas se tomen en función no de los requerimientos y necesidades reales de la población y del país en general, sino en función de proyectos y caprichos personales vinculados a ambiciones políticas a menudo hasta difíciles de ocultar. Dicho de manera coloquial, con tal de obtener lo que consideran útil para la promoción de sus objetivos personales, los políticos están dispuestos a actuar en forma egoísta sin percatarse de que muy pronto sus acciones pueden resultar negativas y hasta contraproducentes, quizá no para sus propias causas pero sin duda sí para la población en su conjunto. Por ejemplo, me parece que ese es precisamente el caso que quedó muy bien ejemplificado en la incesante presión que el actual Gobernador de la Ciudad de México ejerció sobre los miembros de la comisión encargada de redactar la nueva constitución de la capital del país. Todo mundo pudo apreciar que el Sr. Mancera estaba obsesionado con la idea de que dicho documento tenía que quedar “listo” para el 5 de febrero, esto es, tenía a fuerzas que coincidir con el centésimo aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917. Esta insistencia tenía obviamente que ver con su proyecto presidencial, pues como él mismo lo confesó públicamente hace algunos meses, “claro que quiero ser presidente de México”. Es, pues, evidente que si alguien está interesado en interpretar debidamente su desempeño político, lo que tiene que hacer es determinar cómo se vincula el discurso que pronuncie (frente a quien lo hace, por ejemplo), su participación en tal o cual evento (de quién está acompañado o a quién acompaña), las medidas que tome (si son efectivas para recaudar fondos, por ejemplo) y así sucesivamente con el proyecto presidencial, que es la columna vertebral de su conducta política. El Sr. Mancera, por alguna razón que se me escapa, veía la promulgación de la nueva constitución como absolutamente crucial para seguir adelante con su plan. Yo pienso que todo ese proyecto está destinado al fracaso y no sólo porque hay otros candidatos, porque él es un ilustre desconocido en provincia y cosas por el estilo, sino sobre todo porque los habitantes de la Ciudad de México no le vamos a perdonar el daño que nos hizo con su letal (y probablemente de efectos irreversibles) reglamento de tránsito. Desde luego que al actual gobernador de la Ciudad de México lo deja completamente indiferente lo que los ciudadanos sientan y opinen sobre él hasta que llega el momento de las elecciones, naturalmente. El Sr. Mancera es, a no dudarlo, un hombre hábil. Para poderse manejar en forma autónoma, uno de sus primeros movimientos fue distanciarse muy oportunamente de su antiguo jefe, Marcelo Ebrard y, por consiguiente, del candidato natural a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador. Y ¿cómo no mencionar lo que podríamos llamar su ‘programa de asalto lícito al ciudadano’, encarnado en un reglamento de tránsito cuyos efectos devastadores no terminamos de ver? Todos somos testigos de cómo los conductores se sienten literalmente desvalijados por las multas legales pero ilegítimas que se nos imponen por tratar de agilizar el tráfico cuando ello es viable o cuando hay que pagar por haber circulado a 60 kms por hora en Insurgentes cuando ello era perfectamente factible. Todo eso es una práctica de la que Mancera y su grupo abiertamente se jactan. Hace no mucho leía en el periódico que comunicaban orgullosamente que llevaban acumulados más de 260 millones de pesos de fotomultas! Yo ya me he pronunciado sobre el tema en numerosas ocasiones, pero aprovecho la ocasión para expresar una vez más mi repudio de esas vulgares tácticas recaudatorias. La verdad es que con su administración de pronto todo se volvió una cuestión de multas, pagos, impuestos, resellos, verificaciones, actualizaciones de la ley, etc., etc. Yo estoy seguro de que la ciudadanía no se olvidará cuando de todas esas afrentas y en su momento lo harán sentir, pero también creo que ya es hora de que alguien (algún presidente, Trump, Dios) empiece a mandarle la cuenta por las nefastas consecuencias de sus mal pensadas decisiones. Los resultados están a la vista: peligrosos índices de contaminación, un cada vez más insoportable tráfico, incontables daños a autos ocasionados por esos infames “reductores de velocidad vial” (todo un negocio, como lo pone de manifiesto su carácter esencialmente superfluo o gratuito), por hoyos nunca tapados, por topes que proliferan por todos lados, la contaminación visual de miles de señalamientos completamente innecesarios (uno tras otro tras otro tras otro, sin ton ni son), la inseguridad en aumento galopante (se disparó, por ejemplo, el robo de motocicletas) y así indefinidamente. Habría que incluir todo lo que son “regularizaciones” en relación con prediales, agua, etc., el cambio de nombre de la ciudad y de la papelería con todo lo que ello entrañó (gastos fantásticos!). Es claro que toda esa “política” ha representado entradas masivas de dinero. Nosotros, naturalmente, no somos ni contadores ni trabajamos en la Secretaria de la Función Pública ni nos interesa estar rastreando fondos, pero lo que nos llama la atención es el contraste entre el flujo pecuniario y la inversión pública. Es cierto que se pusieron jardincitos verticales en las columnas del Periférico, pero ahora que la basura se está comiendo a la ciudad: ¿se empezó acaso a construir una gran procesadora de basura que viniera a remplazar a los pestilentes basureros al aire libre? Yo no recuerdo haber transitado en otros tiempos por calles y avenidas en el estado tan lamentable en el que está ahora la carpeta asfáltica de la ciudad. Y así como el Sr. Mancera aprovecha cualquier evento, cualquier situación (el gasolinazo, por ejemplo) para darle retoques a su imagen pública (él “se deslinda”, pero ¿y eso de qué sirve?): ¿no debería también aceptar abiertamente su responsabilidad (y su fracaso) en relación con el obvio deterioro de la ciudad y el desquiciamiento de la vida en ella? Pero eso es obviamente pedir demasiado, porque el plan de lucha por la presidencia está más vigente que nunca.

El panorama que presenciamos es en verdad espeluznante, pero no hemos mencionado todavía la cereza de este pastel podrido que es la política del actual gobernador de la Ciudad de México. ¿Cuál podrá ser esta? La respuesta es evidente de suyo: la constitución de la Ciudad de México, un texto elaborado a marchas forzadas para que el señor gobernador pudiera tener su juguete justo a tiempo, esto es, en el centésimo aniversario de la Constitución de 1917 y pudiera pasar con éxito a la siguiente etapa de su plan general de trabajo. Que el texto constitucional tenía que terminar siendo lo que ahora tenemos me parece que es el resultado natural de un capricho más del señor gobernador, un logro más en lo que a todas luces pretende ser su carrera hacia la Presidencia de la República. Independientemente ya de cuándo entre en vigor, la Constitución ya está redactada. El que ésta se haya cocinado al vapor no es algo que parezca importarle mayormente al Sr. Mancera, puesto que lo que a él le interesaba era básicamente disponer de dicho documento para dejar en claro en la arena política su eficiencia administrativa, su control de la cámara de representantes y cosas por el estilo. Yo en lo personal creo que logró sus objetivos, sólo que el precio es tremendamente alto. ¿Por qué? Porque el texto que se le entregó a la ciudadanía es como un cuento de hadas, un conjunto de pronunciamientos sin mayor relación con la realidad. Debe quedar claro que a nosotros el destino político del Sr. Mancera no es algo que nos interese, pero sí es de nuestra incumbencia el hecho de que por la premura en tener listo el texto constitucional de la ciudad de México (confieso que yo añoro hablar del Distrito Federal) lo que se logró fue confirmar que México es un país en donde por un lado están las leyes, los reglamentos, las edictos, los protocolos, los mandatos, etc., y por otro la vida canalizada por los requerimientos prácticos cotidianos y no por cuentos de hadas jurídicos. El resultado en el caso de la flamante constitución es que tenemos un texto desbordante de palabras pomposas, promesas, pronunciamientos, declaraciones y demás, todos ellos maravillosos, pero que no son otra cosa que palabras huecas. Veamos rápidamente por qué hacemos aseveraciones tan osadas.

La verdad es que a mí me encantaría poder pedirle al Sr. Mancera, siendo él además abogado, que me explicara qué entiende él por ‘derechos humanos’ y, dado el uso de la expresión en su constitución, le estaría muy agradecido (y no sólo yo) si pudiera, por ejemplo, darnos una lista, por mínima que fuera, de “nuestros derechos humanos”, una noción que permea el texto de arriba a abajo. Por ejemplo ¿es un derecho humano mío el respirar, el comerme unos tacos en la calle, el cruzar la avenida corriendo, el usar paraguas si llueve, oír música en mi auto? Yo sé que tengo los derechos que explícitamente emanan de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos y de los códigos que se deriven de ella, pero si ahora además se me dice que tengo “derechos humanos” lo menos que puedo hacer es preguntar cuáles son éstos! Yo en verdad quisiera saberlo, asumiendo (quizá erróneamente) que son los mismos que los de cualquier otro ciudadano. Para no extendernos, a mi modo de ver lo que hay que decir es simple: no hay tal cosa como “derechos humanos”. Me parece ya oír a más de un abogado o de algún honorable miembro de alguna organización no gubernamental elevar la voz y responder indignado: “pero es evidente que todos los seres humanos tenemos derechos humanos!”. Eso es una hermosa tautología, aparte de que la repuesta no podría reducirse a un “es obvio”. Aquí no hay nada obvio y lo que sí hay es una confusión conceptual. Esto no es muy difícil de entender. Los derechos que los ciudadanos tienen son, como dije, los derechos que están recogidos en la Constitución de México y en los diferentes códigos que se han ido elaborando y que cubren distintas facetas de la vida social. Pero debería quedar claro que no hay otra fuente de derechos que la Constitución. Si eso es así, entonces ‘derechos humanos’ significa lo mismo que ‘derechos positivos’ o ‘garantías individuales’ y si a su vez ese fuera el caso: ¿para qué querríamos una nueva expresión? Es obvio que ello no puede ser así. La expresión ‘derechos humanos’ es muy útil, pero tiene que ser empleada en conexión con por lo menos otra. Lo que los destacados leguleyos, intelectuales y demás que tomaron parte en la redacción de la nueva constitución parecen ignorar es el simple hecho de que el concepto fundamental no es “derechos humanos” a secas, sino “violación de derechos humanos”, queriendo eso decir ‘violación de los derechos positivos, de las garantías individuales de una persona por parte de las autoridades”. Eso sí que tiene sentido. Pero decir, como se dice en 4.A.1 del texto constitucional que “En la Ciudad de México las personas gozan de los derechos humanos y garantías reconocidos en la Constitución ….” es decir una reverenda tontería. Es como decir “En la Ciudad de México las personas gozan de las garantías y de las garantías reconocidas en la Constitución …”. En otras palabras, el texto está ajustado a la retórica política en circulación independientemente de si equivale a un engaño y, obviamente, a un auto-engaño. Ahora, no todo está mal: lo que se afirma en, por ejemplo, 4.A.5 (“Las autoridades deberán prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los derechos humanos.”) es perfectamente correcto. Pero 4.B vuelve a ser un conjunto de sinsentidos. El texto es una mezcolanza de afirmaciones sensatas y afirmaciones asignificativas.

El artículo 2 es alarmante. Independientemente de lo que se diga en otra parte del texto (y si no concuerdan es porque el documento es pura y llanamente incoherente), el punto 2 indica explícitamente que se tiene proyectado no planear la expansión poblacional de la ciudad. Cito: “La Ciudad de México se enriquece con el tránsito, destino y retorno de la migración nacional e internacional”(¡). A menos de que tenga un significado oculto, lo que se está diciendo es que aquí puede venir a instalarse quien quiera y cuando tenga ganas de hacerlo. No se prevén restricciones, ordenamientos, re-organización, nada. La bandera es: “libertad absoluta”, aunque sea en detrimento de los habitantes y de la vida en la ciudad. O sea, en una ciudad que ya no se da abasto con el agua (que se desperdicia a chorros todos los días, porque la mitad de la tubería es obsoleta y no se le ha dado el mantenimiento apropiado), cuyo aire está literalmente matando a miles de personas (aunque rehúsen dárnoslos y traten de mantener ocultos los datos concretos de habitantes de la ciudad con graves problemas respiratorios, cutáneos, oculares y demás), los legisladores se dan de todos modos el lujo de dictaminar que quien quiera puede venir a instalarse aquí. O sea, hasta que la Ciudad de México no se funda con Cuernavaca, Pachuca, Puebla o Toluca no se prevé que se impongan restricciones para vivir en la capital del país. Eso es, según ellos, cuidar su futuro!

El carácter fantasioso de la nueva Carta Magna se deja sentir desde el inicio. Por ejemplo, en I.6 se nos dice que “Para la construcción del futuro la Ciudad impulsa la sociedad del conocimiento, la educación integral e inclusiva, la investigación científica, la innovación tecnológica y la difusión del saber.”. Eso es demagogia en gran escala. ¿De cuándo a acá la investigación científica (digamos, sobre la formación de galaxias o de la reproducción de tarántulas) ha dependido de las autoridades de la Ciudad de México? La idea de una “sociedad del conocimiento” es simplemente irreal. ¿A qué sociedad se refieren quienes redactaron este documento? Dejando de lado a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, cuyos orígenes se remontan desde luego a Andrés Manuel López Obrador quien cuando la creó le había imprimido una orientación perfectamente clara y justificada, hablar de la “sociedad del conocimiento” en abstracto es simplemente generar expectativas, jugar con palabras, expresar deseos fantasiosos y dar los lineamientos de una ciudad de un mundo al que la Ciudad de México, para bien o para mal, sencillamente no pertenece. Aquí, en mi opinión, lo que necesitamos, y con urgencia, es la sociedad de la gente sin hambre, la sociedad de los niños de la calle, la sociedad de las personas asaltadas y violadas y así sucesivamente. Pero ¿necesita la Ciudad de México, dejando de lado desde luego sus grandes centros académicos, como la UNAM y el CINVESTAV (no son los únicos, desde luego), que se impulse desde el gobierno de la capital algo así como una “sociedad del conocimiento”, una expresión que además ni siquiera es definida, de manera que ni siquiera sabemos de qué se está hablando?¿Es eso serio? Mi diagnóstico es que tenía que ser así por la precipitación con que fue redactada. Y ¿por qué tal precipitación? La respuesta es automática: por los tiempos políticos del Sr. Mancera.

Se supone que el texto de la Constitución de la Ciudad de México debería constituir el marco normativo supremo de la vida en la ciudad y, por lo tanto, debería contener únicamente prescripciones, reglas, normas, recomendaciones. Curiosamente, sin embargo, contiene también enunciados que no tienen ningún carácter normativo, como 1.7, en donde se afirma que “La sustentabilidad de la Ciudad exige eficiencia en el uso del territorio, así como en la gestión de bienes públicos, infraestructura, servicios y equipamiento”. Suena bien, pero ¿es aquí que se va a cumplir todo eso?¿Y se va a cumplir simplemente porque está la idea recogida en un texto?¿Por decreto? Eso es ridículo. No hay ni siquiera atisbos de cómo se podrían generar u obtener los bellos resultados visualizados por quienes pasaron un buen rato elaborando el texto. Se nos debería decir algo, aunque fuera muy a grandes rasgos, sobre cómo se podría pasar de la vida en el desperdicio (pienso, por ejemplo, en las toneladas de productos del campo que diariamente se desperdician en la Central de Abastos) a una vida en la que privara la eficiencia en la administración de los recursos. Pero naturalmente sobre los temas difíciles, esto es, los que exigen tomas de decisiones valientes, no se nos dice una sola palabra.

Hay secciones que, por agramaticales, son simplemente vergonzosas. Considérese el Articulo 3.2.en donde se lee: “La función social de la Ciudad, a fin de garantizar el bienestar de sus habitantes, en armonía con la naturaleza”. Así como está es un sinsentido, pero no sería justo afirmar que el texto es asignificativo dado que hay una frase introductoria previamente enunciada y que dice: “La Ciudad de México asume como principios:” y a continuación viene, entre otras cosas, lo que cité más arriba. El problema es que esa aclaración no sirve de gran cosa, porque: ¿qué diablos significa eso de “la función social de la ciudad”? ¿Qué es eso? Un lector cándido no tiene ni idea. Hay, por otra parte, sentencias que no sólo son falsas o por lo menos altamente cuestionables, sino que son grotescas. Considérese por ejemplo la siguiente: “La vida digna contiene implícitamente el derecho a una muerte digna”. Aparte de ser de un sentimentalismo barato y fuera de lugar, eso es claramente falso y, peor aún, torpe. Es perfectamente imaginable que alguien haya vivido “dignamente” (sin saber realmente qué es lo que se está afirmando) y que hacia el final de su vida se hubiera convertido en un gran criminal. Alguien así: ¿tiene derecho a una “muerte digna”? Supongamos que sí, pero si tiene derecho a una muerte digna haga lo que haga, entonces ¿para qué hablar de vida con dignidad, si independientemente de cómo sea ésta de todos modos se tiene derecho a una muerte digna? El texto es, pues, ridículo, pero ¿por qué esa formulación? Porque, como todo en el texto, es una fórmula demagógica y falaz (ya que por medio de ella se apela descaradamente a los sentimientos de la gente para que se le dé el visto bueno), porque ¿quién querría cuestionar la idea de una vida en la dignidad? Nadie. Esa expresión no sirve más que para confundir.

Si he de ser franco, leer el texto de la nueva constitución se vuelve muy pronto una experiencia harto desagradable, porque resulta imposible no ver en ella un texto politiquero de la peor calaña: parecería que de lo que se trataba era de quedar bien con todo mundo y con todos los sectores poblacionales, identificados desde todos los puntos de vista posibles: se queda bien lo mismo con autoridades que con empleados, con niños que con comunidades lésbico-homosexuales, con policías que con pueblos originarios, con estudiantes que con el sector magisterial, y así indefinidamente. O sea, esta constitución no pretende dirigir la vida de la ciudad en ninguna dirección concreta y precisa. Para ser la primera, eso es un gran fracaso. Nosotros podríamos seguir analizando el texto e ir sacando a la luz sus incontables fallas, pero obviamente no es esa nuestra función. A mí lo que de entrada me llamó la atención y me chocó fue la ansiedad del Jefe de Gobierno de verla ya terminada, sin que importara mucho cómo iba a quedar redactada. Lo que importaba era la constitución como arma política, no como un marco regulatorio que permitiera aspirar a realidades benéficas pero asequibles. Lo que se elaboró fue una especie de cuento de hadas con muy poco valor práctico. Eso sí: se habla de la ciudad de los derechos humanos, de la ciudad democrática, de la ciudad educadora, etc., etc. Eso no es lo que se esperaba. Lo único que se hizo fue traspasar, en un champurrado inservible, trozos de constituciones de otros países copiadas y amalgamadas aquí para hacer de la constitución de la Ciudad de México “la más avanzada”, “la más progresista”, etc., del mundo, y de paso la más inútil. Una vez más, venció el engaño político, la ambición personal o de grupo y, una vez más, perdieron la ciudadanía y las generaciones que vienen. El recorrido del texto es como un viaje virtual a un lugar de recreo, digamos, Disneylandia, y en ese sentido es medio entretenido. Pero tiene un problema y es que cuando despertamos de toda esa excursión al país del wishful thinking, encarnado en artículos dignos de una legislación de novela fantástica, nos volvemos a topar con la realidad y volvemos a constatar que en México la vida habrá de seguir por el doble cauce de las inservibles fantasías políticas, por un lado, y de las amargas verdades cotidianas, por el otro.

Decisiones Últimas

Desde hace ya algún tiempo se ha venido haciendo del dominio público una gran multitud de documentos y de información en torno a lo que sería la verdadera personalidad de la expareja presidencial norteamericana, esto es, Barack y Michelle Obama. De él hacía tiempo que corrían rumores un tanto desconcertantes referentes a su pasado, a sus hábitos de juventud, a su conducta como adulto y desde luego como político, pero era natural pensar que todas esas historietas no eran otra cosa que chismes e infundios puestos en circulación por sus enemigos políticos. Se decía, por ejemplo, que había serios problemas con sus documentos personales (acta de nacimiento, pasaporte), los cuales nunca habían sido sacados a la luz pública. El mismo Donald Trump, durante su campaña, no tuvo empacho en públicamente acusar a Obama de ser el presidente menos transparente en cuanto a su vida personal en la historia de los Estados Unidos. Poco a poco, sin embargo, todos esos rumores se han venido reforzando y ahora circula una gran cantidad de datos sorprendentes sobre el pasado y la vida personal de Obama que ya no se puede tranquilamente ignorar o simplemente desdeñar. Por ejemplo, el pasaporte original de Obama deja perfectamente en claro que él no nació en los Estados Unidos. Al parecer su madre, de nombre ‘Ann Dunham’, siendo una teenager izquierdosa, se habría ido a radicar a Hawai, en donde supuestamente habría conocido a quien Obama dice que es su padre. El problema es que está prácticamente demostrado (y eso se constata además cuando se confrontan las fotografías de los interfectos) que el verdadero padre de Obama fue más bien un amigo de su mamá, a saber, un activista político de nombre ‘Frank Marshall Davies’. Es con éste y no con Barack Obama Senior que ella habría tenido a Obama siendo soltera. O sea, el padre biológico de Obama no es quien Obama dice que es. Se sabe, por otra parte, que por una serie de triquiñuelas administrativas, Obama pudo inscribirse y mantenerse en la Universidad de Columbia, en Nueva York,  a pesar de sus no muy buenas calificaciones (algo que logró, según se cuenta, por estar inscrito como estudiante extranjero de intercambio). Es cierto que posteriormente él estudió derecho en Harvard, en donde enseñó alrededor de 10 años. Posteriormente pasó a Chicago, que es donde realmente empezó su carrera política. En 2004, Obama ganó un puesto de elección popular y se convirtió en senador por el partido demócrata. Para entonces ya había llamado la atención de importantes y muy efectivos operadores políticos, como David Axelrod, Valery Jarrett y Lester Crown, quienes al parecer coincidieron en ver en él al potencial primer candidato negro a la presidencia de los Estados Unidos.

De su juventud se sabe, como ya dije, que no fue un estudiante destacado, pero al parecer sí consumía cantidades considerables de mariguana y era muy fiestero. Esto pudo haber sido la regla para muchos jóvenes de la época, pero si lo que se cuenta de Obama es cierto lo menos que puede decirse es que él con mucho habría rebasado los límites de la decencia y de lo que pasaba por normal. Circulan ahora, por ejemplo, testimonios de gente que tuvo un trato íntimo con él y que lo describe de un modo que resulta hasta difícil de creer. Larry Sinclair, por ejemplo, quien en una audiencia pública reconoce ser homosexual, extraficante de droga, falsificador de cheques, de haber usado tarjetas de créditos robadas, de ser convicto y haber estado en la cárcel, declara haber conocido a Obama en Chicago, en 1999. Él cínicamente reconoce haber estado en busca de compañía masculina y entonces es puesto en contacto por un conocido común con el senador Obama mismo. De acuerdo con su relato, Obama por teléfono habría conseguido la cocaína que los dos, en la limusina rentada de Sinclair, habrían consumido, aparte de practicar felatio con él. Posteriormente, sin embargo, este sujeto habría iniciado un litigio en contra del senador Obama por hostigamiento y amenazas. Muchos datos se pueden añadir a la lista de los que ya disponemos, pero con toda franqueza no es la vida privada de Obama lo que me interesa. Lo que me incumbe es lo que su vida privada y algunos detalles que de ella se conocen dejan entrever acerca del modus operandi de la política en los Estados Unidos de hoy y en la orientación  que se le está imprimiendo. Antes de abordar dicho tema, sin embargo, quisiera decir unas cuantas palabras sobre quien todos suponemos que es (o era, si es cierto que ya está en proceso su divorcio) la esposa de Obama, a saber, Michelle Obama.

Al igual que con Obama, ya hay mucha investigación sobre la niñez y la juventud de Michelle pero, al igual que lo que me pasa en relación con su marido, no es su vida privada lo que me atrae. Es imposible, sin embargo, no tocar ciertos temas que son ahora del dominio público. A decir verdad, el caso de Michelle me parece un poquito menos claro y quizá más el resultado de una manipulación y una construcción que el caso de Barack, pero de todos modos es muy difícil no tener serias dudas respecto a su persona cuando se examina el material que circula en internet. Lo que se dice y se intenta mostrar a través de todo un arsenal de fotografías, análisis anatómicos, videos, gestos, muecas, etc., es simplemente que Michelle Obama es un … transgénero! Lo “trasgénero” no tiene una única caracterización, pero en el caso de Michelle Obama lo que se quiere decir es simplemente que el sexo que oficialmente se le reconoce (i.e., femenino) no coincide con su conducta, su anatomía, sus reacciones. Dicho de manera breve, lo que se sostiene es ni más ni menos que Michelle Obama es un hombre. Habiendo sido ella hasta hace un mes y durante ocho años la primera dama de los Estados Unidos, un alegato como ese no puede ser simplemente ignorado, puesto que de ser cierto se trataría de un tremendo engaño y una increíble burla de los estadounidenses.

¿Cuáles son las fuentes de estas visiones de la ex-pareja presidencial norteamericana? Hay muchas, pero una de ellas fue quien tuviera en Hollywood uno de los programas de chismes, básicamente sobre actores y políticos, más populares en los Estados Unidos. Me refiero a la famosa Sra. Joan Rivers, Ésta se caracterizaba, como es bien sabido, por una personalidad mordaz y provocativa y era un personaje quizá más que respetado temido en el mundo de la televisión. Ahora bien, como se sabe, hay una veloz entrevista con ella en la que explícitamente describe a Michelle como transgenérica, dejando dicho sea de paso boquiabierto al periodista que le hacía la entrevista. Lo curioso del caso es que un par de semanas después de su temible declaración en público la famosa conductora de programas estaba muerta, dejando una herencia de cerca de 100 millones de dólares.

Nosotros, estando lejos y siendo totalmente externos al espectáculo político de los Estados Unidos, no podemos hacer otra cosa que tratar de obtener información generada y procesada allá. Los datos no los generamos nosotros; nosotros no somos ni pretendemos ser fuente de información. Lo que sí podemos hacer es reflexionar libremente sobre la información recabada y no cabe duda de que el escándalo que se está gestando en los Estados Unidos ante el descubrimiento de que Obama era un homosexual y Michelle una transgénero tiene que estar diciéndonos algo sobre lo que son los procesos políticos en ese país. Antes de emitir alguna hipótesis al respecto, sin embargo, quisiera considerar otro caso.

Diré, pues, unas cuantas palabras sobre el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Quizá debería empezar por decir que, dejando de lado las apariciones de Trump como candidato y como presidente, he visto algunos videos en los que él aparece. Concretamente, vi tres. A decir verdad, el señor Trump, porque eso es lo que era en los videos mencionados, me resultó simpático. La primera vez lo vi cuando lo entrevistaba un individuo sumamente turbio del cine, un sujeto que dirigió y actuó en una famosa película llamada ‘Borat’. Me refiero, claro está, a Sasha Baron Cohen. Sobre este último me voy a limitar a un par de datos por la sencilla razón de que es bien conocido, además de que no estoy interesado en ocuparme de él. Ahora bien, esta persona tenía en Inglaterra un famoso programa de entrevistas y estaba acostumbrado a poner a temblar a miembros de la Cámara de los Comunes, a artistas, etc., con preguntas insolentes, capciosas, tendenciosas, provocativas. Él mismo es un agente provocador, como todo mundo sabe. Pues bien, en el video que vi él pretende meter en su circo al Sr. Trump pero éste no se lo permite: tan pronto empiezan las preguntas ridículas, le desea suerte, lo saluda, se levanta y se va. A mí me cayó muy bien Trump en esa ocasión. Las otras dos veces que vi al Sr. Trump fueron una en la lucha libre y otra en una pelea de box por un campeonato mundial de peso completo. Él era el promotor en ambos casos. En el caso de la lucha libre, que en los Estados Unidos es todo un espectáculo, en un momento dado él mismo empieza a pelear con un luchador, se caen al suelo, él lo golpea o hace como que lo golpea, etc., etc., recibiendo los aplausos frenéticos de la audiencia. Quien ha visto alguna vez un show de lucha libre norteamericana entenderá que la participación de Trump era parte del espectáculo, independientemente de si el show mismo es o no un fraude total. Lo que nadie puede negar es que ciertamente es muy entretenido.

Lo que sugiero ahora es que consideremos de manera conjunta los casos mencionados, esto es, los de los Obama y el de Trump. Por un lado tenemos, si lo que se afirma es cierto, a una pareja totalmente fraudulenta, gente que se hizo pasar por lo que no era, que engañó descaradamente a la sociedad estadounidense (y al mundo) o, para ser precisos, que se burló durante ocho años ante todo del pueblo norteamericano. Según algunas fuentes, ni siquiera son de ellos las niñas a quienes presentan como sus hijas, sino de unos amigos muy cercanos y ciertamente no se les parecen. Dicho de otro modo, en los Estados Unidos habrían tenido como presidente durante 8 años a un homosexual y consumidor de cocaína, o sea, la droga por la que han obligado a que se entrematen poblaciones enteras de muchos países, por ejemplo en América Latina. Eso es un fraude total, una estafa imperdonable y que rebasa con mucho las fronteras y los intereses de los Estados Unidos. Por otra parte, me parece que se tiene derecho a preguntar: ¿ese personaje que aparece forcejando con luchadores profesionales  (en un auditorio repleto de gente), revolcándose en el piso, es el presidente del país más poderoso del mundo? Confieso que me cuesta mucho asociar los dos roles. ¿Cómo nos explicamos estos casos?¿Qué nos dicen de los procesos políticos de los Estados Unidos?

A mí me parece que hay de entrada dos posibles líneas de explicación. La primera es rechazar la veracidad de la información en circulación y minimizar lo más que se pueda los casos: nada de lo que se afirma por aquí y por allá está probado, las escenas con Trump son perfectamente comprensibles (él era un empresario, estaba en su negocio, había que hacer ciertas cosas, etc.). En pocas palabras, no hay nada que explicar. A mí, lo confieso, esta primera línea de respuesta me parece superficial e inaceptable. El cuadro total que una respuesta así permitiría elaborar resulta a final de cuentas ininteligible, plagado de huecos explicativos e insatisfactorio intelectualmente. Opto, por lo tanto, por la segunda línea de respuesta que consistiría en aceptar como verídica la información, cada vez más completa, y en razonar tomándola como plataforma. Lo que vemos entonces es lo siguiente: en los Estados Unidos ya encontraron el mecanismo ideal para poner al frente del gobierno a personas que, por su pasado oscuro, son perfectamente controlables y manejables. Tienen que ser, obviamente, personas inteligentes, hábiles, audaces, que saben hablar y con muchas otras cualidades, pero eso no les quita su status de peleles. El punto crucial, por lo tanto, es que hay algunas personas en los Estados Unidos, ciertamente no muchas, que son quienes los eligen y los hacen llegar al puesto más alto. Lo que los casos de los Obama y de Trump ponen de manifiesto es que detrás del gobierno oficial de los Estados Unidos hay un gobierno sombra, un gobierno profundo, un gobierno secreto que es el que realmente decide, en función de sus intereses ocultos, quiénes son los candidatos, quién tiene que ganar y, desde luego, qué es lo que tiene que hacer quien gane una vez en la Casa Blanca. Es ese gobierno sombra el que fija la agenda política, militar, financiera, social, cultural, deportiva, etc., etc., de la presidencia de los Estados Unidos y, a través de ella, de un gran sector del mundo y es para alcanzar sus objetivos que necesitan a individuos como Obama y como Trump. Después de todo, es mejor tener a un drogadicto y a un buscapleitos como presidentes, puesto que son mucho más fácilmente chantajeables, manejables o manipulables que políticos más serios, más profesionales, un poco más idealistas quizá (pienso en alguien como Bernie Sanders, aunque si la hipótesis del gobierno sombra es acertada, ni Bernie Sanders ni nadie que tome parte en el juego político puede sustraerse al dinero del gobierno cuyo inmenso poder se deja sentir, pero no se deja identificar).

Si adoptamos la hipótesis aquí propuesta, entonces muchas cosas súbitamente se aclaran. Ahora entendemos por qué Barack Obama tenía que ser el primer presidente de los Estados Unidos en promover los matrimonios entre personas del mismo sexo, rompiendo con una tradición muy arraigada en ese país, es decir, yendo en contra de valores que se suponía que él iba a hacer respetar. Pero la promoción de la homosexualidad en los Estados Unidos, y por ende en el mundo, es parte de un programa que se echó a andar hace ya muchos lustros y que con Obama alcanzó su zénit. Podemos entender también el de otro modo incomprensible y a todas luces injustificado odio de Obama por Rusia y por su máximo dirigente, Vladimir Putin. Claro: Obama simplemente estaba siguiendo las directivas de los grupos realmente poderosos interesados en imponer a como dé lugar un “nuevo orden mundial”, pero que tenían (y es de esperarse que tienen) en Rusia a un opositor decidido e igualmente poderoso. Ahora podemos entender toda la política norteamericana de destrucción y muerte en el Medio Oriente. Obama lo único que hacía era articular dichas políticas, darles expresión, pero los objetivos mismos de dichas políticas no los fijaba él. Así, pues, de acuerdo con esta hipótesis, el presidente de los Estados Unidos es simplemente el lacayo de los ultra-poderosos y de los super-super ricos norteamericanos. Siendo coherentes con eso, creo que tendría que decirse que lo mismo vale, con las variantes que cada caso entraña, para Donald Trump. Todo su discurso en contra de los musulmanes, un discurso ridículo y sin fundamentos, está dirigido a preparar un escenario político y de guerra que es francamente espeluznante.

Y eso nos lleva entonces a examinar la situación actual y a interpretarla desde la óptica que hemos adoptado. La verdad es que lo que vemos es aterrador. Todo mundo puede darse cuenta de que muchas de las medidas del gobierno de Trump no tienen la menor justificación, aunque nos las repitan y escriban 1000 veces al día. Considérese, por ejemplo, la actual retórica militar norteamericana tendiente a convencer a todo mundo de que Irán es un peligro para la seguridad de los Estados Unidos. ¿Quién podría creer tan descarada mentira?¿Cerca de qué costas del continente americano están los submarinos o los portaviones iraníes que puedan amenazar el territorio yanqui? Ni un niño se cree semejante patraña. ¿Por qué el empresario de boxeo y lucha libre tiene desde hace meses un discurso de acercamiento con Rusia? La respuesta es obvia: la encomienda consiste en tratar a toda costa de contener a Rusia para tener las manos libres con Irán. Si para poder actuar libremente con Irán (esto es, destruirlo) hay que regalarle Ucrania a Rusia (habría que decir más bien “devolverle”, pero no entraré en el tema en este momento), pues hay que tenderle la mano, negociar con ella y proceder como se tiene planeado hacerlo. O sea, la política que el gobierno sombra le ordenó a Obama practicar, esto es, la política de la confrontación con Rusia, de las sanciones, del boicot, de la presencia militar en las fronteras, etc., ya no funcionó. Hay que cambiarla. Hay que optar, por lo tanto, por la negociación, el diálogo, las concesiones, etc., pero sin olvidar el objetivo central que es la destrucción de Irán. No se fueron a pasear al Océano Indico los portaviones norteamericanos. La consigna que viene de los amos del mundo es acabar con Irán al precio que sea. Trump lo único que hace es orquestar las órdenes que recibe de “más arriba”. Aquí la pregunta inquietante es: ¿hasta dónde están dispuestos a llegar y cuál podría ser el costo de ese capricho?

Sería conveniente tomar en cuenta, me parece, que los dirigentes de la República Islámica de Irán están perfectamente conscientes de lo que se avecina. Las declaraciones de Trump, completamente gratuitas, en el sentido de que Irán es el país terrorista más peligroso del mundo, son la indicación verbal indirecta de que Irán está en la mira de los militares estadounidenses. Por eso los militares iraníes han perfeccionado sus misiles, sus drones, su marina, etc. Por otra parte, es altamente dudoso, por no decir imposible, que Rusia se venda, que abandone por razones dizque pragmáticas a su mejor aliado y que renuncie a la columna vertebral de su política exterior, una política de contención de las agresiones norteamericanas. Éstas no paran. Todos los días, sin permiso del gobierno sirio, aviones norteamericanos bombardean poblaciones sirias y matan a decenas de personas en sus bombardeos. ¿Con qué derecho? Con el derecho que da la fuerza para diseñar provocaciones, para cometer crímenes contra la paz y crímenes de guerra. Yo sinceramente no creo que Trump sea más sagaz que Putin. El problema es que todo indica que los Estados Unidos ya se decidieron por la guerra. No es por casualidad (ni por el festejo de toma de posesión) que dentro de unos 10 días B. Netanyahu estará en los Estados Unidos. La visita de Netanyahu es exactamente una calca de la visita de Ariel Sharon a G. W. Bush y que sirvió para ultimar los detalles de la invasión a Irak (una vez más, una invasión completamente injustificada). No es por casualidad que los mandos supremos de la OTAN hacen todo el tiempo declaraciones beligerantes en contra de Rusia. Se trata de disuadirla a toda costa para que acepte la remodelación completa del Medio Oriente, empezando por la destrucción de Irán. El panorama ya está más o menos claro: son los Estados Unidos, la OTAN e Israel contra Rusia, China e Irán. Que no quepa duda alguna: se están poniendo las piezas en el tenebroso tablero de la guerra total.

El panorama delineado sólo cumple una función: sirve para hacer ver hasta dónde se puede llegar cuando la población (el pueblo) queda efectivamente al margen de las decisiones políticas, cuando las masas dejan de contar, cuando los procedimientos democráticos (elecciones, por ejemplo) fueron corrompidos, cuando se rompió el contacto entre la gente y su gobierno o, para decirlo de otra manera, cuando la gente dejó de tener su gobierno. Eso precisamente fue lo que pasó en los Estados Unidos. Cuando el poder es ejercido vía terceros, a través de alguien; cuando ya no se tiene que dar cuenta de nada, cuando ya no es necesario dar explicaciones y justificar decisiones; cuando los programas gubernamentales ya no están dirigidos hacia el bienestar de la gente, de la población, de nuestros congéneres, cuando el poder se ejerce desde la oscuridad; cuando todo eso sucede, entonces la humanidad pierde su  status de fin último y se convierte en un objeto más de negociación, de compra y venta, en una vulgar mercancía. Cuando ya no tiene importancia si mueren o viven millones de personas, entonces la vida política empieza a girar en torno a planes demenciales de megalómanos desquiciados, de gente ebria de poder completamente desorientada, de gente que perdió ya el sentido de la realidad y que se cree Dios. Yo no tengo dudas de que esa gente volverá a poner los pies en la tierra, pero cuando ya sea demasiado tarde, cuando la destrucción toque a su puerta y entonces entienda, cuando ya todo esté perdido, que para lo único que sirvió fue para ser un instrumento en los planes de Satanás.

Política, Intereses y Odio

Es realmente lamentable que el presidente Donald Trump acapare al grado que lo hace la atención mundial. Eso desde luego no es culpa de él, sino una consecuencia inmediata de la guerra desencadenada en su contra por la televisión y la prensa mundiales. Dado que, en forma general, la prensa mundial no está interesada en presentar a Trump bajo una buena luz, el cuadro que se genera de él termina por ser una caricatura de su persona. Desde luego que Trump ha tomado algunas decisiones que son altamente criticables, pero también es innegable que frente a dichas decisiones hay otras que son sumamente laudables y en relación con las cuales no sólo no se dice prácticamente nada, sino que en general se les tergiversa. El resultado neto de la acción de la prensa y la televisión mundiales es la deformación sistemática y la incomprensión total del actual presidente norteamericano, con lo cual se crea un abismo entre él (su administración) y la población, americana y mundial. Esta oposición a Trump es de ramificaciones alambicadas y no es fácil llegar hasta su raíz, pero hay cosas que son relativamente obvias como para pasar desapercibidas. La prensa y la televisión, como los mercados y las bolsas de valores, no se mueven solitos, por una inercia física. No! Alguien los mueve, alguien los dirige, así como alguien toma las decisiones de subir o bajar los precios de las mercancías, las tasas de interés, las fluctuaciones entre divisas y demás. Sería ridículo echarle la culpa “al mercado” por alguna catástrofe financiera. Debería ser evidente que cualquier evento así es causado por agentes económicos concretos, aunque obviamente ocultos, a quienes ello beneficia. Lo mismo pasa con la prensa y en general con los medios de comunicación. Para decirlo de manera simplista, “alguien” tiene que decidir qué se suprime, qué se anuncia y cómo se debe presentar el material destinado al consumo de las grandes masas. Por consiguiente, si Trump es permanentemente atacado o vilipendiado por la prensa y la televisión, lo que eso indica es que hay tensiones entre él y quienes manejan los medios de comunicación. Son conflictos de alto nivel que sólo se manifiestan, pero que no salen a la luz pública. Yo en lo personal creo que Trump ha cometido errores, algunos de ellos graves, pero me parece que muchos de ellos, como el conflicto con México por ejemplo, son obviamente el resultado de inexperiencia política. La ventaja de que esos errores tengan esa causa es que, por lo menos en principio, son corregibles y sus resultados reversibles. Es obvio que Trump necesita empaparse de experiencia política y urge que se le enseñe algo que se supone que debería saber pero que él claramente muestra que no sabe, esto es, que el capitalismo no se maneja, controla o gobierna por decretos. El capitalismo es mucho más complejo que el mundo circunscrito de negocios (por millonarios que sean) al que Trump pertenecía y en el que se pueden eventualmente tomar decisiones arbitrarias para, por ejemplo, acabar con un competidor indeseable. Pero no se puede proceder de esa manera a nivel global, a nivel de países. De modo que exabruptos como el de que si México no quiere pagar por la construcción del muro, y en lo cual está 100% en lo correcto (de hecho, habría una rebelión nacional si el gobierno cediera a la presión norteamericana), entonces se subirán los aranceles de los productos mexicanos de exportación, son de un simplismo político y de una ceguera económica y comercial que simplemente los exhiben como lo que son, esto es, como baladronadas infundadas por parte de alguien que todavía no entiende ni aprecia bien lo que es estar al frente del gobierno de los Estados Unidos. Las consecuencias que una política tan atrabiliaria como la enunciada tendría si se implementara serían muy graves y no poco inconvenientes para los Estados Unidos, a condición, claro está, que el gobierno mexicano sepa responder y comportarse a la altura de las circunstancias. En todo caso, para bien o para mal, lo cierto es que el capitalismo no es tan simple como Trump parece haberlo imaginado. De igual modo, la clase de decisiones personales y unilaterales a la que Trump estaba acostumbrado como empresario, que vale para mundos reducidos de competidores económicos, no se puede sencillamente traspasar a otros dominios ni permite generar políticas sensatas (internas o externas), puesto que lo que de inmediato generan (como ya se vio) son el caos, distorsión económica, turbulencias gratuitas que el mundo en general no está ya dispuesto a aceptar. Cuesta mucho llegar a ciertos equilibrios para que un individuo (y “su” administración) de un plumazo derribe todo lo construido a lo largo de lustros. Así, por ejemplo, el proyecto trumpiano del muro a lo largo de la frontera con México, que se veía como viable al momento de la campaña por la presidencia, ya desde la presidencia se ve pura y llanamente como algo imposible y hasta contraproducente, a corto, mediano y largo plazo. Aparte de completamente injustificable desde casi todo punto de vista (quizá no de todos: si sirviera, por ejemplo, para detener el flujo de armas de Estados Unidos hacia México al menos cumpliría una función benéfica), se trata de un proyecto destinado al fracaso, una inversión absurda puesto que es obvio, me parece, que si se llegara a construir en unos cuantos años habría que derribarlo. El muro que Trump, motivado sin duda por razones patrióticas mal digeridas, soñó en construir no tiene futuro. Ese proyecto suyo pertenece justamente a la clase de planes que se pueden considerar cuando no se está tomando en serio la naturaleza indómita del capitalismo. Yo pienso que Trump tendrá que entender que no se manejan como él pensó que se manejaban las complejas relaciones entre países en el sistema capitalista, en donde hay acuerdos, organizaciones, instituciones, pactos, etc., a nivel mundial y que de uno u otro modo las regulan. En verdad, ahora el problema de Trump es cómo echar marcha atrás sin perder demasiado la cara, es decir, sin hacer demasiado el ridículo.

Ahora bien, los errores crasos de Trump no deberían opacar sus ideas positivas, algunas (como dije) altamente laudables. ¿Por qué entonces atacarlo por ellas también? Se nos preguntará: ¿qué ideas o propuestas de Trump son claramente positivas? Hay una respuesta inmediata: el proyecto de acercarse a Rusia, de convertirla en aliada, de acabar junto con ella con el terrorismo mundial, de instaurar un periodo de paz. Pregunto: ¿hay quién en sus cabales podría estar en contra de una propuesta así? Desafortunadamente, la respuesta es que sí. Yo diría, inclusive, que si hay un proyecto que más genere una enconada oposición en los medios políticos norteamericanos importantes (empezando por el Congreso) es precisamente esa idea, esto es, la idea de levantar las sanciones económicas (esas sí, completamente arbitrarias e injustas aunque no demoledoras) en contra de Rusia, de arreglar de una vez por todas la situación de Ucrania (una región del mundo que siempre estuvo ligada a Rusia), de formar un único frente para acabar con ISIS, de eventualmente llegar a un acuerdo de reducción de armamentos nucleares, de incrementar los niveles de comercio, intercambios culturales, etc. Evidentemente, quienes están en contra de esos proyectos son quienes dirigen la prensa y la televisión contra Trump y quienes a toda costa pretenden desprestigiarlo y hasta (si se puede) sacarlo (como sea) de la presidencia. Es obvio que en cualquier momento se inventan un nuevo “watergate” para lo cual ya casi está el trasfondo listo, a saber, la dizque “inconformidad popular”. Aquí la incógnita, la pregunta que todos deberían hacerse es: ¿por qué hay gente que está en contra del acercamiento con Rusia? Parafraseando nuestra pregunta: ¿Por qué hay gente decididamente en contra de la paz mundial?

Es obvio que los Estados Unidos están viviendo un proceso nuevo, a mi modo de ver tremendamente interesante, y que hasta cierto punto ha tomado a todos por sorpresa. Cambios así no son impuestos a la fuerza por una persona. Más bien, una persona es en un momento dado la expresión de la necesidad de un cambio, un cambio que la sociedad, de una u otra manera, está exigiendo. Cambios como el que está teniendo lugar en los Estados Unidos y que no sabemos hasta dónde pueda llegar, es decir, que tan radical pueda ser, representan la oxigenación política del país. El “cambio Trump” es simplemente la expresión del rechazo masivo de un sistema en el que estándares económicos, ideales políticos y procedimientos y mecanismos de gobierno ya no estaban coordinados, ya no encajaban unos con otros. El fenómeno Trump no es más que la expresión de esa insatisfacción. Ahora bien, tratar de superar esa “insatisfacción” implica inevitablemente entrar en conflicto con las fuerzas políticas (entre otras) del status quo, es decir, con quienes se benefician de él y quienes obviamente no quieren el cambio. Los gritos en los aeropuertos, las emociones colectivas frente a un edificio, etc., etc., que tanto exaltan la televisión y los periódicos, no tienen mayor peso. Las masas son siempre manejables. Esa es una lección perenne de los maestros por excelencia de la manipulación ideológica, esto es, los medios de comunicación actuales (sobre todo, aunque no únicamente, los anglo-sajones). Pero entonces ¿con quién y por qué está en conflicto Trump cuando pretende entablar relaciones, digamos, amistosas con Rusia? Está desde luego el ahora insignificante y mal recordado Obama, pero desafortunadamente no es el único.

Dije más arriba que una de los objetivos de los medios masivos de comunicación mundiales era desviar la atención de la población de asuntos fundamentales concentrando el interés de las personas en la “caricatura Trump”. El caso de las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia es un ejemplo perfecto de ello. De hecho, el propio Trump en un twitter da un atisbo de lo que estoy sosteniendo. Lo transcribo para evitar malos entendidos. Escribe Trump:

  • Senators should focus their energies on ISIS, illegal immigrationand border security instead of always looking to start World War III.
  • Los senadores deberían enfocar sus energías sobre ISIS, sobre la inmigración ilegal y la seguridad fronteriza, en lugar de estar siempre tratando de iniciar la Tercera Guerra Mundial

Aseveraciones como esta de parte del presidente de los Estados Unidos, sea quien sea, no son algo que se pueda tomar a broma. Son declaraciones muy serias y de una clase no muy usual, puesto que sacan a la luz lo que son tensiones internas del gobierno norteamericano, sin duda alguna muy fuertes. ¿A quién se refiere Trump en su twitter?¿Quiénes son los senadores en cuestión? Ni más ni menos que los promotores de guerra más explícitos que pueda haber, a saber, John McCain y Lindsay Graham, senadores republicanos por Arizona y Carolina del Sur respectivamente. Ahora bien, ellos obviamente no son otra cosa que los voceros de una posición determinada; a decir verdad, son como muñecos en las rodillas de alguien y a través de los cuales ese otro alguien habla. No voy a entrar aquí y ahora en las zonas oscuras de la política norteamericana. Me interesa más bien destacar una consecuencia práctica de la oposición a Trump y tratar de construir algunos pensamientos al respecto. Veamos de qué se trata.

El Congreso norteamericano, dirigido de arriba a abajo por promotores de guerra (como siempre) giró indicaciones precisas al Pentágono y a los diversos servicios de inteligencia para que realizaran un estudio sobre las probabilidades de sobreviviencia de dirigentes rusos y chinos a lo que sería un súbito ataque nuclear norteamericano. Entendámonos: esto no es una, por así llamarla, investigación académica. Esta orden tiene objetivos concretos. Sirve para hacer cálculos político-militares, pero ¿de qué clase? Tienen que ver ni más ni menos que con la destrucción del mundo. El tema del estudio solicitado es el de determinar qué tan probable sería que los dirigentes de China y Rusia pudieran seguir, desde por ejemplo, escondites subterráneos, dando instrucciones y responder a lo que sería un súbito ataque nuclear con uno de magnitudes semejantes. Pero ¿quién que no sea un demente puede intentar implementar un plan de ataque con las clases de armamentos, de radares, satélites, submarinos, etc., que ahora se tienen?

Debo decir que mi instinto me dice, aunque obviamente se trata de cuestiones tremendamente complicadas que no se manejan por medio de “intuiciones”, que afortunadamente el resultado de la investigación será negativo. La paridad atómica entre los Estados Unidos y Rusia (no así todavía entre los Estados Unidos y China), con todo lo que ello entraña, es básicamente imposible de modificar. No hay forma de que un agresor atómico se salga con la suya. Pero lo que no es imposible es volver a forzar a Rusia a entrar en el “juego” de la carrera armamentista. ¿Cuál es el interés de ello? Son muchos los objetivos que se logran, pero en lo fundamental se trata de reactivar la economía de los Estados Unidos, de volver a hacer grandes, grandes negocios y de retrasar el progreso económico ruso lo más que se pueda; se trata de echar otra vez a andar el potente complejo militar-industrial de los Estados Unidos para volver a unir en un ciclo económico virtuoso a la industria, la defensa y las universidades y así reactivar el mercado interno, el comercio, etc., y sobre todo, como ya dije, el big, big business. El problema es que un plan así ya no es viable al modo como lo fue mientras existió la Unión Soviética. En la confrontación con esta última, esa modalidad de presión constante sobre ella funcionó maravillosamente por la clase de sistema económico que prevalecía en aquel país: para los soviéticos, aumentar el presupuesto militar significaba inevitablemente quitárselo a la educación, a la inversión interna, etc., en tanto que con los Estados Unidos pasaba exactamente lo contrario. Pero esa fundamental condición en la Rusia actual ya no se da (y en China menos). ¿Cómo se explica entonces la insistencia en querer a toda costa ganar una nueva guerra fría a sabiendas de que la “guerra caliente” es imposible de ganar? Nótese que eso es a lo que aspiran los enemigos de Trump en los Estados Unidos.

Yo desde hace ya mucho tiempo dejé de ser, por toda una serie de razones que he ofrecido en otros escritos, consumidor de películas (aunque quizá nunca se pueda llegar a una abstinencia total en ese sentido), pero hay algunas entre las muchas que vi que me siguen resultando dignas de ser vistas. Una de ellas es de Stanley Kubrick intitulada ‘Doctor Strangelove’. La película combina comedia (por no decir parodia) con un tema álgido en aquellos tiempos (principios de los años 60, poco después de la crisis cubana), a saber, precisamente la confrontación nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Lo que el director con mucha perspicacia detectó y de manera un tanto jocosa presentó es el inmenso riesgo que de hecho se corre cuando se llevan las cosas al límite. En la película es un fanático militar norteamericano quien se encierra y da una orden de ataque nuclear y el ataque tiene lugar, con las consecuencias previstas. Quizá las cosas no sean tan simples ahora y que un militar aislado no pueda dar una orden de ataque a submarinos y bombarderos, pero cuando hay nuevos riesgos hay nuevas posibilidades de traspasar los límites. ¿Qué se requiere para eso? Yo creo que los ingredientes son relativamente pocos y simples. Se requiere ser de un fanatismo brutal, estar imbuido de un odio tan grande que se prefiere destruir el mundo (y morir con él, desde luego) a presenciar un mundo en el que sus queridos ideales y los valores que le inculcaron desde niño son superados por otros que ni siquiera intenta conocer. Se necesita haber pasado por un proceso de profunda des-espiritualización para no saber apreciar otra cosa que costos y beneficios, ganancias y pérdidas, poder y superioridad sobre los demás. Es revelador que haya gente que esté dispuesta a llevar las cosas hasta sus últimas (en todos los sentidos de la expresión) consecuencias con tal de no aceptar la derrota de su concepción del mundo. El problema es que gente así tiene mucho poder y está en puestos clave en el gobierno más poderoso del mundo. Esos son algunos de los enemigos de Trump.

A mí me parece que algunas decisiones abruptas de Trump han tenido buenas consecuencias, aunque éstas sean mínimas y hayan sido provocadas por malas razones. Por ejemplo, el absurdo y totalmente injusto decreto trumpiano de no dejar llegar  musulmanes a los USA (una especie de trampa que él mismo se puso, pues ahora tiene que cumplir con lo que prometió durante su campaña) generó en algunos sectores de la población norteamericana una reacción muy positiva: por fin la gente se dio cuenta de que los “musulmanes” también son personas, de que también tienen familias, sentimientos, actividades productivas, que pueden ser grandes amigos, que también hay musulmanas hermosas, etc., y súbitamente dejaron de percibirlos como habían sido acostumbrados a hacerlo por la prensa y la televisión, esto es, a través de meras etiquetas, despersonalizándolos por completo. Poco a poco, a través de una política un tanto errática, el pueblo americano se va politizando, va abriendo los ojos a muchas realidades que hasta antes de Trump no veía. Es de esperarse que este despertar político se oriente hacia el control cada vez más efectivo de los verdaderos enemigos de la humanidad, los imperdonables promotores de guerras, los grandes e insaciables negociantes, quienes trafican y lucran con la vida humana, yo diría los “sin Dios” que se apoderaron del gobierno norteamericano para convertirlo en el vampiro de los pueblos (América Latina, África y Asia dan testimonio de ello sin problemas). Yo desde luego que repudio muchas de las cosas que Trump hace y dice pero, sea Trump o sea quien sea, si un presidente de los Estados Unidos trabaja para la paz mundial, no veo qué podría sensatamente decirse para condenarlo, dejando de lado desde luego las toneladas de calumnias y patrañas con que se le quiere enterrar.

 

Palestina, mi amor

Desde 1948, el año en que se creó el estado de Israel, el mundo ha evolucionado de una manera pasmosa. Multitud de sucesos de lo más variado, eventos que considerados cósmicamente no tienen ningún valor pero que para nosotros, los humanos, fueron decisivos, conforman dicha evolución. Sin duda pertenecen a esa cadena de hechos que va de la fecha mencionada al día de hoy muchos acontecimientos positivos, aunque habría que apuntar tal vez que no son tan numerosos como hubiera sido deseable. Podríamos incluir, desde luego, a las revoluciones cubana y bolivariana, la integración de China al mundo, la llegada del hombre a la Luna, toda una gama de descubrimientos científicos y algunas cosas más. Dicha lista, sin embargo, queda opacada cuando se le equipara a la de los sucesos negativos que desde entonces tuvieron lugar. Se produjeron las horrorosas guerras de Corea y Vietnam, se popularizó la práctica de la eliminación de individuos por parte de los Estados (de líderes políticos, estudiantiles, sindicalistas, etc. Kennedy, supongo, es un buen ejemplo de ello), el mundo quedó sometido a los caprichos de unos cuantos estados y de una cuantas instituciones (me parece que se hablaba en conexión con esto del “consenso de Washington”), se derrumbó el experimento social más bello de la historia, esto es, el “socialismo real”, se aprendió a experimentar con crisis económicas para enriquecer a unos cuantos y dejar en la miseria a amplios sectores de la población mundial, se alteraron ópticas morales saludables, niveles de vida, rangos de libertad individual, se exacerbó la explotación del planeta (de sus mares, sus bosques, su subsuelo, sus animales, etc.) y así indefinidamente. Todo eso y mucho más pasó, pero hay una cosa que en lo esencial no se ha modificado desde entonces, a saber, el estado de sufrimiento, de hostigamiento brutal permanente, de humillación cotidiana, de trato incomprensiblemente cruel del cual han sido objeto los palestinos, todo ello conjugado con una casi total indiferencia por parte de los gobiernos y (sobre todo por ignorancia) de la población mundial. Eso que no ha cambiado en un mundo esencialmente mutante es el proceso de aniquilación lenta, pero que se pretende volver inexorable, del pueblo palestino.
La historia moderna de Palestina ha sido ya contada en innumerables ocasiones y no tiene mayor caso repetirla. Todo mundo está enterado de cómo los habitantes de Palestina fueron masacrados y expulsados a raíz del surgimiento de Israel, de la guerra de los 6 días y de la invasión de Líbano. En total, más de un millón de personas tuvieron que abandonar sus tierras, sus propiedades, su marco vital y ahora ni los sobrevivientes (por ejemplo, de las masacres de Sabra y Chatila) ni sus descendientes pueden regresar a la tierra de sus ancestros. Poco a poco pero sistemáticamente, los territorios palestinos que todavía constituyen la Franja de Gaza y Cisjordania son literalmente deglutidos por lo que en realidad es una potencia internacional, la cual goza (no por casualidad, desde luego) de múltiples y poderosos apoyos de toda índole (militar, financiero, ideológico, etc.) en muchos lugares del mundo y con la cual el pueblo palestino obviamente no puede rivalizar. No hay televidente en el mundo que no haya visto escenas de “enfrentamientos” entre ciudadanos palestinos arrojando piedras y soldados israelíes usando el mejor armamento imaginable, escenas que expresan el desbalance y la asimetría entre los protagonistas del conflicto. Esta “confrontación” entre, por una parte, el ejército de un estado que exporta armas, que entrena ejércitos para la represión en sus propios países (como sucedió en América Central en los años 80 del siglo pasado, en particular en Guatemala, durante las grandes matanzas de poblaciones indígenas por los kaibiles. Dicho sea de paso, el ejército mexicano en Chiapas podría contarnos algo acerca de cómo se “beneficia” de la experiencia militar israelí), que posee armamento nuclear, químico y biológico, que recibe de regalo submarinos, miles de millones de dólares anualmente en aviones, radares, misiles, etc., y, por la otra, una población cercada, a la que se le restringe en la actualidad la electricidad a tres horas al día, se le raciona el agua, a la que se le retienen sus fondos de cuentas bancarias de manera que nada puede florecer en su cada vez más exiguo territorio por falta de inversiones, cuya infraestructura es una y otra vez inmisericordemente demolida, que ha sido blanco de bombardeos con armas prohibidas (bombas de fósforo blanco, por ejemplo), que no tiene un ejército ni mecanismos elementales de defensa, a la que no se le permite recibir ayuda (recuérdese los casos de las flotillas atacadas por la marina israelí), es una “confrontación” que parece más una lograda creación de literatura de horror que una secuencia de hechos incuestionables. Sin embargo, no es tanto sobre los contenidos de las descripciones que abundan sobre el tema sobre lo que quiero reflexionar. Es más bien la posibilidad misma de ese estado de cosas lo que quisiera considerar. ¿A qué se debe, cómo se explica que el mundo tolere esa situación, una situación obviamente repulsiva moralmente y que inevitablemente hace que uno se sienta, por una parte, horrorizado e indignado y, por la otra, inundado de compasión y de deseos de tender la mano, de ayudar a esa pobre gente? Nuestra duda es: ¿hay realmente una explicación de esa situación infernal?¿Responde ella a una determinada lógica histórica y política o es meramente el resultado de un sinnúmero de contingencias?

Lo primero que habría que hacer es señalar que no todo ciudadano israelí ni todo judío que vive fuera de Israel apoya la actual política gubernamental. Hay multitud de judíos que, por sus propias experiencias pasadas, por la historia, por su conciencia moral, por sus convicciones religiosas, por sus posiciones políticas sencillamente no está de acuerdo con lo que pasa todos los días en Palestina. Hay gente respetable, de primer nivel, como Ilan Pappé o como Norman Finkelstein, simultáneamente aclamado en universidades de prestigio pero sistemáticamente acosado laboralmente en su país (USA), bienvenido en universidades europeas pero vilipendiado por la prensa mundial (en estos días está en Alemania impartiendo conferencias). Como ellos hay muchos otros, menos conocidos, dentro y fuera de Israel, gente que no acepta convivir tranquilamente con el estado de semi-esclavitud en el que se mantiene a la población palestina. Hay importantes grupos de religiosos ortodoxos que rechazan, sobre bases bíblicas, la existencia misma del Estado israelí y que ciertamente no son nazis sino judíos, tan legítimos como sus opositores o más. Hay dentro de Israel artistas e intelectuales, todo el tiempo hostigados y violentados, que protestan en contra del status quo impuesto por el actual gobierno, desgraciadamente apoyado todavía por sectores importantes de la sociedad israelí. Hay de hecho un interesante portal que se llama ‘Rompiendo el Silencio’ (http://www.breakingthesilence.org.il/), un portal de internet en el que los soldados israelíes cuentan sus experiencias durante las incursiones en los territorios ocupados. Es, obviamente, un portal de auto-crítica, no de auto-vanagloria. Hay cantantes encarceladas y hostigadas y muchos librepensadores descontentos con la situación en relación con la población palestina. Los genuinos opositores judíos, sin embargo, siguen todavía siendo una minoría, si bien una minoría que emana del pueblo mismo, de gente que extrae su religión del Antiguo Testamento y que deja que éste guíe su vida cotidiana, y no textos muy posteriores, como el Talmud y la Cábala, que exaltan más bien otras clases de sentimientos y actitudes. Pero si no hay unanimidad en el seno de la población judía mundial respecto a la política a seguir con los palestinos y hay un gran repudio internacional: ¿cómo entonces se explica dicha política?

Yo pienso que hay toda una variedad de factores que coinciden y que, considerados de manera conjunta, están en la raíz de la terrible situación que se vive día a día en Palestina, pero el punto que hay que entender es el siguiente: ninguno de esos factores por sí solo podría llevar a la situación actual. Es su conjunción lo que adquiere el poder causal cuyos efectos conocemos.

Todo tiene que ver con la historia. Israel es ciertamente un país joven, pero las comunidades judías asentadas tanto en Europa como en los Estados Unidos tienen una historia milenaria. Desde hace mucho tiempo ya son comunidades perfectamente bien establecidas, sumamente exitosas económicamente y en muchos casos podemos calificarlas como las más exitosas del mundo. Las fortunas más cuantiosas que hay son básicamente (si bien no únicamente) de gente de origen judío, muchos de ellos ligados desde luego a la banca mundial, pero también al petróleo, a los garitos, etc. El dinero fluye hacia Israel de muchas formas, pero sin duda alguna los cuantiosos apoyos de banqueros y magnates de toda clase le han infundido una gran fuerza y confianza a los sucesivos gobiernos israelíes. El poder económico judío, particularmente fuerte en los Estados Unidos, y su consecuencia lógica, o sea, su decisiva influencia en las políticas gubernamentales, se ve reforzado por lo que se conoce como el “quinto poder”, los mass media, los aparatos de entretenimiento y propaganda que son parte integral de cualquier sociedad. En los Estados Unidos prácticamente todas las agencias noticias, los canales de televisión, el cine, todos los periódicos conocidos, todo el mundo del show-business, Hollywood en general, todo eso está básicamente en manos de judíos. Desde luego que ello no es ilegal. Es simplemente un hecho que hay que indicar y tomar en cuenta para explicar otros fenómenos. Además, no es ningún secreto. Lo sabe todo mundo y se sabe en todo el mundo. Pero justamente es esa realidad lo que explica por qué un intento de apuñalar a un soldado israelí es objeto de artículos incendiarios en la prensa mundial y en cambio si quien es arteramente baleado, si quien es quemado en su cuna, si a quien le demuelen su casa es un palestino, entonces sencillamente no hay ninguna noticia que reportar. Riqueza y propaganda conforman ya ellas solas un factor político de una formidable fuerza.

En tercer lugar encontramos el factor político. Propaganda y dinero abren puertas, lo cual explica por qué en los Estados Unidos sobre todo hay tantas personas en puestos fundamentales que son americanos de origen judío. Sería ridículo negar la importancia de los lobbies judíos, siendo el más importante desde luego el AIPAC (Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos), pero hay muchos otros (Anti-Defamation League, B’nai B’rith, el World Jewish Congress, etc.), todos ellos sumamente poderosos e influyentes. Es a través de dichos grupos de poder como sus allegados van ocupando puestos clave del gobierno norteamericano. Como un ejemplo paradigmático de este fenómeno podemos señalar a Victoria Nuland y a su esposo, Robert Kagan, quienes forman en verdad una extraordinaria pareja: ella, por ejemplo, organiza el golpe de Estado en Ucrania y él entonces promueve jugosos negocios armamentistas. En general, los así llamados ‘neoconservadores’ (Wolfowitz, Perle, Feith, etc.) son casi todos ellos de origen judío y todo mundo sabe que fueron ellos quienes orquestaron la guerra de Irak. Poder político, por lo tanto, sí tienen.

En cuarto lugar podríamos mencionar el grandioso plan político del gobierno israelí, esto es, la idea del “Gran Israel”, un plan de expansión territorial que se ha ido decantando cada vez con mayor nitidez. El éxito portentoso de los grupos judíos aliados del gobierno israelí hace que éste se vuelva cada día más agresivo, más prepotente, más ambicioso y que sus políticos sean cada día más fanáticos y más decididos. Israel no le rinde cuentas a ninguna institución mundial ni acata ninguna disposición tendiente a limitarlo. Así, lo que hace 20 años era en principio un plan aceptable de dos Estados independientes hoy ya se volvió obsoleto y no representa ya nada atractivo para los actuales dirigentes israelíes, puesto que ahora ellos están conscientes de su enorme fuerza. No tienen entonces para qué negociar si pueden imponer sus objetivos y ciertamente actúan en consecuencia.

En quinto lugar está el chantaje intelectual que a través de todos los medios posibles se ha pretendido ejercer esta vez no sólo nada más sobre los palestinos sino sobre todos los ciudadanos del mundo y consistente en hacerles digerir la ecuación “anti-sionismo = antisemitismo”. Esa identificación es a la vez una mentira y una falacia. Cualquier crítico serio de las políticas israelíes de inmediato es catalogado como “anti-semita” y a partir de ello se inicia su persecución. Obviamente, después de 68 años de haber usado y abusado de esta táctica, el procedimiento ya se desgastó. Dejando de lado la historia del concepto, en la actualidad el sionismo es sencillamente la política del gobierno israelí. “Antisemitismo” y “anti-sionismo”, por consiguiente, son conceptos lógicamente independientes y para ilustrar lo que estoy afirmando haré algo que no me gusta, a saber, me daré a mí mismo como ejemplo. Yo he tenido muchos amigos judíos en diversos lugares (en Polonia, en Inglaterra, en América del Sur), pero lo único que nunca he tenido han sido pensamientos anti-semitas, esto es, nunca he sentido la menor tentación por rechazar a una persona sólo porque profesa una cierta religión o pertenece a una determinada etnia o comunidad. Y como yo hay muchos anti-sionistas que no son antisemitas. En la medida en que el verdadero anti-semitismo es una forma vulgar de racismo, yo soy el primero en oponerme a él. Empero, ello no me ciega para ver las barbaridades cometidas todos los días en contra de una población prácticamente indefensa por parte de un gobierno que le hace lo mismo que lo que le hicieron a su propio pueblo en otros siglos. El problema es que tan pronto alguien quiere alzar la voz, de inmediato la Liga Anti-Difamación (Anti-Defamation League) o cualquier otra organización como esa echa a andar sus mecanismos de desprestigio, vituperación, amenazas, etc., en contra del atrevido hasta que éste queda o en la ruina o es golpeado, amenazado o, lo que también puede suceder, se vuelva un enemigo acérrimo activo del sionismo, como sucedió en Francia con Alain Soral y Dieudonné M’Bala M’Bala, lo cual a final de cuentas le resultó al beligerante movimiento sionista francés altamente contraproducente.

Por último, está una ideología inculcada desde los primeros años, una ideología de odio, de desprecio por los sentimientos, valores, cultura, etc., del pueblo vecino. Esta ideología es la prueba de que pocas cosas hay tan maleables como el ser humano, porque ese niño que grita “hay que matar niños palestinos” podría haber sido educado de manera que gritara “hay que ayudar a los niños palestinos”. Si los adultos son manipulables, los niños más.

Ahora sí podemos atar cabos y comprender por qué se da la situación que prevalece en esa zona del Medio Oriente, por qué se puede en el siglo XXI atormentar a un pueblo desamparado tal como lo hace el gobierno israelí con los mártires palestinos. Es la conjunción de los factores mencionados lo que constituye la plataforma sobre la cual se erige el anti-palestinismo israelí. Poder, dinero en exceso, manipulación de las mentes, una historia agitada, gobiernos oportunistas, dirigentes políticos tan ambiciosos como inescrupulosos y una ideología no de amor sino de odio, todo eso conjugado es lo que constituye los cimientos sobre los que se erige el trato inhumano del pueblo palestino. Y si a eso le añadimos la fácil identificación del palestino con el terrorista, la pseudo-justificación de la auto-defensa, la auto-conmiseración por sufrimientos pasados, entonces entendemos la modalidad agresiva de racismo que se despliega en un territorio en donde en la actualidad sólo hay presas y depredadores.

Ahora bien, con toda esa ventaja militar, financiera y propagandística que tiene el gobierno israelí sobre el pueblo palestino, de todos modos es difícil pensar que tiene su triunfo asegurado. Y si algo nos asiste en esta idea es la profunda convicción de que un gobierno que cínicamente despliega una política como la del gobierno de B. Netanyahu nunca tendrá el apoyo de la población mundial. Por más que la gente ajena al conflicto esté sometida al bombardeo propagandístico pro-israelí, por más que se llene el espacio con noticias tergiversadas sobre lo que pasa allá todos los días, el hecho es que nunca será la gente indiferente y nunca estará sentimentalmente del lado del prepotente y del abusador, porque esa causa no es noble puesto que exige el exterminio de un pueblo para triunfar. Hay lazos naturales de solidaridad humana que la euforia triunfalista de un grupo, por poderoso que sea, no puede romper. Lograrlo equivaldría a haber destruido la naturaleza humana. Un mínimo de sentido histórico debería hacerles pensar a quienes hoy se ensañan con el pueblo palestino que no es posible sostenerse indefinidamente en el lado victorioso de la “confrontación” y aplastar a los “enemigos” indefinidamente, hasta el fin de los tiempos. No es así como fluye la historia. Por eso pienso que la decisión del presidente D. Trump de pasar la embajada norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalem, si bien a primera vista será la expresión del triunfo total del proyecto sionista, será más bien una victoria pírrica y marcará el momento en el que dicho proyecto político estará entrando en su primera etapa de descomposición y de desintegración definitiva.

Obama, Trump y México

Por fin podemos con júbilo exclamar que llegó a su término el periodo presidencial de uno de los mandatarios norteamericanos más siniestros de los últimos tiempos, esto es, Barack Obama. A pesar de su francamente cursi y ultra-demagógico discurso de despedida – una especie de canto de cisne ridículo en el que hábilmente sintetizó vanagloria con auto-elogios por supuestos logros más ficticios que reales, manifestando abiertamente actitudes de superioridad moral sobre todos los pueblos de la Tierra, tratando a toda costa de conminar a la administración entrante, mediante insinuaciones y descaradas exhortaciones, a que adopte sus lineamientos de odio, en especial en contra de Rusia – el record de Obama no se altera y sigue siendo negativamente formidable. Decididamente, el mundo está en una peor situación ahora que cuando Obama tomó las riendas del gobierno de los Estados Unidos. Por ningún motivo debemos olvidar que fue un presidente que se jactaba de ser el campeón de los asesinatos selectivos y ataques con drones, una política que ni siquiera G. W. Bush se atrevió a adoptar, una conducta militar que causó miles de muertos, cientos de ellos inocentes, entre otras razones por los errores tácticos cometidos (bombardeo de hospitales o de celebraciones familiares, como bodas, confundidas con “concentraciones de terroristas”). Su frase dilecta y por la que pasará a la historia era: “Soy realmente bueno para matar gente, verdad?”. Curiosamente, siendo él el primer presidente negro de un país azotado por un incurable racismo lo único que a final de cuentas logró fue exacerbar los conflictos raciales como nadie antes! Ahora hay más problemas inter-étnicos en los Estados Unidos que hace 10 años. Para volver a encontrarnos con la misma violencia racial de la actual policía norteamericana tenemos que remontarnos a los años 60 del siglo pasado. Como es bien sabido, por otra parte, Obama deliberadamente no cumplió multitud de promesas de campaña, como la de cerrar la ignominiosa cárcel de Guantánamo, que es en realidad territorio cubano robado y descaradamente ocupado para las peores prácticas represivas. Tampoco retiró las tropas norteamericanas de Afganistán, sino que hizo exactamente lo contrario: reforzó la presencia militar americana en aquel destruido país. México, desgraciadamente podemos afirmarlo, recibió de él un trato de segunda, como lo muestran las diversas operaciones “Rápido y Furioso”, las cuales no se habrían podido realizar sin el asentimiento gubernamental del más alto nivel y que ponen de manifiesto lo que fue su cínica política intervencionista. Dejando de lado el pueril circo mediático ejecutado con B. Netanyahu, consistente en ignorarse mutuamente y en hacer declaraciones que apuntaban a un distanciamiento oficial, el hecho es que Obama le concedió a Israel el apoyo militar norteamericano más considerable de todos los tiempos (firmó en enero de este año el acta por 38,000 millones de dólares), lo cual significa la sumisión total del gobierno de los Estados Unidos a las políticas racistas y expansionistas del actual nefasto gobierno israelí. Obama es, con Hillary Clinton, responsable directo del asesinato de M. Khadafi y de la infame destrucción de Libia, a la sazón el país más próspero de África, con un gobierno que había amasado oro suficiente para echar a andar su propia moneda, una moneda que habría de ser continental e independiente ya del Banco Mundial. Pero eso había que impedirlo a cualquier precio y para quedarse con su oro, y de paso con su petróleo, Obama orquestó (con Francia) la destrucción de Libia. (Hay un video en el que Hillary Clinton sonriendo afirma, parodiando a Julio César: “Llegamos, vimos y él murió”, refiriéndose claro está al gobernante libio). Tampoco se puede perder de vista el hecho de que a pesar de que se le regaló el premio Nobel de la Paz (un premio que, ya lo sabemos y lo reconfirmamos recientemente con el último laureado, no tiene ningún valor aparte del monetario), Obama fue un presidente que llevó a los Estados Unidos a los umbrales de una confrontación frontal con Rusia y con China. El pacto atómico con Irán (JCPOA) se logró a pesar de sus repetidos intentos de boicotear las negociaciones pues, como es bien sabido, en por lo menos dos ocasiones J. Kerry, que era su enviado, trató de terminarlas, sólo que Rusia y China, que también formaban parte de la mesa de negociación, lo impidieron. Los norteamericanos nunca han sabido de diplomacia más allá que lo que permite la presión financiera o la amenaza de drones y misiles. Y lo mismo pasó con Cuba: el contacto con la isla (más mediático que real) es una expresión de la solidez de la Revolución Cubana. Sería infantil pensar que el “acercamiento” se debió a un gesto humanitario por parte de Obama. Al día de hoy el bloqueo sigue en pie y los cubanos siguen sin poder importar tornillos o harina. Lo único que Obama hizo fue oficializar la derrota americana y ello sobre todo porque los norteamericanos se están quedando fuera de los negocios que empiezan a proliferar en Cuba. Ahora bien, sin duda alguna lo más significativo de su mandato en lo que a política internacional concierne es la animadversión personal en contra del super líder político que es Vladimir Putin y el odio mortal en contra de Rusia con que Obama la impregnó. Ese es su sello y pretende que sea su herencia. Para él era realmente muy fácil convertir a Putin en su chivo expiatorio sistemático, pues tenía a la prensa y a la televisión mundiales a su servicio. El que no soporte a Putin quizá se explique porque, dejando de lado el frente de la propaganda y ubicándonos en el de los hechos, éste lo derrotó diplomáticamente con el pacto con Irán y militarmente en Siria, en donde los aviones y misiles rusos prácticamente acabaron con los mercenarios y asesinos entrenados y pagados por Washington para destruir Siria. Con la derrota de los terroristas de Daesh en Siria se firmó el certificado de defunción de la odiosa y criminal política de Obama en el Medio Oriente. Su venganza y la de otras fuerzas operantes en los Estados Unidos fue y desde luego sigue siendo Europa Oriental en sus fronteras con Rusia, a donde como un último acto de maldad y de odio incontenible Obama ordenó el envío de más tanques y tropas que las que hubo alguna vez en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En vista de todo lo que sabemos sobre el personaje, creo que lo único que nos queda por hacer es vitorear su salida de la Casa Blanca y desear no volver a saber nunca nada más acerca de él.
      Frente al monstruoso Obama que por fin se va, dejando un país dividido, con sus programas fallidos (incluido el famoso Obamacare, repudiado por todo mundo y para el cual ya en este momento la nueva administración tiene un proyecto alternativo), quien estará ahora al frente del gobierno de los Estados Unidos (si no lo matan antes de que tome posesión o ya siendo presidente, algo acerca de lo cual en los Estados Unidos tienen experiencia, como sabemos) es el señor Donald Trump. En relación con Trump lo que nosotros tenemos que hacer es simplemente preguntarnos dos cosas: 1) ¿quién es Trump? y 2) ¿qué significa Trump para México? Intentaré responder a estas dos preguntas de manera escueta.
      Donald Trump es un político que viene del mundo del big-business, no de filas partidistas, o sea, no es un político estándar, recortado con tijera. Aunque poco a poco se va delineando su proyecto político global, la verdad es que todavía es una incógnita, en gran medida porque, como es obvio, el contenido de sus discursos está mediado por los intereses inmediatos de campaña y previos a su toma de posesión. Que Trump proceda del mundo de los negocios no significa que políticamente sea un ingenuo o un desorientado. Yo creo que no se puede entender lo que políticamente hablando Trump es si no se dispone de un cuadro mínimamente claro de la situación en la que él se encuentra, que en mi opinión es tanto conflictiva como peligrosa y es, muy a grandes rasgos, la siguiente: por un lado, es incuestionable que Trump se ganó a la opinión pública norteamericana, lo cual es interesante, porque muestra que ésta fue sensible a un discurso político inusual, al tiempo que mostró su hartazgo con la retórica política vacua de los demagogos de siempre, bien representados en este caso por Hillary Clinton. Por otro lado, sin embargo, es un hecho que Trump es permanente, sistemáticamente hostigado por la prensa y la televisión mundiales, que son los medios a través de los cuales la gente “se entera” de lo que él dice y hace. La construcción de la imagen de alguien es algo muy fácil de lograr y los mass media conocen a la perfección las técnicas de deformación y difamación. Nótese, dicho sea de paso, que lo que refleja la oposición entre la opinión pública más o menos despierta políticamente y los medios de comunicación es simplemente que ambas partes tienen intereses diferentes, por no decir opuestos. Dicho de manera general, los intereses de las masas y los de los medios de comunicación se contraponen: lo que le conviene a una parte no le conviene a la otra, y a la inversa. Como nosotros no nos comunicamos con la gente, en abstracto, sino que nos enteramos de lo que sucede a través de los medios, lo que recibimos son los mensajes que éstos quieren hacernos llegar, no los de la gente. Así, lo que a nosotros nos llega es la imagen de un Trump uno de cuyos objetivos más anhelados aparentemente sería destruir México. Eso, huelga decirlo, es una caricatura malvada, una tergiversación que sólo se puede neutralizar si se entiende por qué los medios están interesados en presentar a Trump como lo hacen, esto es, de un modo que se le generan enemigos por todos lados. ¿Por qué se da esa animadversión, esa oposición tan fuerte a Trump por parte de la prensa mundial? Si no se tiene una respuesta a ello, entonces no se entiende a Trump. Mi hipótesis es la siguiente: a diferencia de lo que pasa con Obama y con su ex-jefa del Departamento de Estado, Clinton, quienes obviamente eran simples lacayos del sistema bancario internacional, el rasgo político fundamental de Trump es que él sí es un auténtico nacionalista norteamericano. Yo de entrada diría que el que así sea es mejor para México, puesto que siempre será mejor lidiar con un nacionalista genuino que con un mero empleado de la banca, que lo único que hará será imponer políticas acordes a las reglas que le dicten los amos del dinero. De manera general, es claro que el nacionalismo es en su raíz esencialmente opuesto al cosmopolitismo bancario. El problema se plantea entonces porque en última instancia los bancos son, a través de complejísimos mecanismos, los dueños de todo, las televisoras, los periódicos, el cine, etc., incluidos. Así, todo el ataque mediático en contra de Trump no es más que una enorme presión política de alto nivel para indicarle desde ahora que su nacionalismo tiene límites y que más le conviene no intentar traspasarlos. Para hacerle sentir que la guerra puede ser total ya se llegó hasta el plano de las “revelaciones” personales según las cuales Trump habría participado en Moscú en tremendas orgías. Ahora sabemos que toda esa historieta fue armada por un ex-espía de MI6, el servicio secreto británico. La verdad es que la prensa mundial es un asco y no tiene límites, pero no entraremos ahora en tan horrendo tema. Regresemos al nuestro. Con base en lo dicho, me parece que ahora sí podemos entender por qué es Trump de entrada presentado de una manera tan incongruente, como si fuera un demente y representara una amenaza no sólo para México sino para todo el mundo. La razón es que el espíritu (por el momento sólo es eso. Habrá que ver después cómo se materializa) trumpiano es opuesto al espíritu bancario internacional y éste es el sistema del mundo. Todo haría pensar que tarde o temprano tendrá que haber una confrontación al interior de los Estados Unidos para determinar quién en última instancia manda realmente en ese país, si el gobierno elegido, que en general está de paso, o lo que se llama el “gobierno profundo”, las fuerzas que manejan y controlan las finanzas del mundo, que está ahí permanentemente activo. Si Trump efectivamente es un nacionalista, él de manera natural buscará implementar (si no lo matan, como ya dije) políticas monetarias, de inversión, militares, etc., que son esencialmente contrarias a la clase de maniobras financieras practicadas por los bancos, que son las que los vuelven ultra-ricos y por ende ultra-poderosos, en detrimento desde luego de la población mundial. Las políticas de los, por decir algo, 20 bancos más grandes del mundo desembocan siempre en burbujas inflacionarias, crisis de propiedades y bienes raíces, pauperización galopante, recortes gubernamentales, deudas eternas de los países, etc., esto es, crisis para todo el mundo menos para ellos y de las cuales salen sistemáticamente beneficiados (puesto que ellos las crean). Aquí, naturalmente, no es ni la moralidad ni el sentido común lo que importa, sino los grandes intereses. Así, por ejemplo, uno diría que cuando Trump propone tener relaciones amistosas y de cooperación con Rusia, ello es bueno para todos! Pues no: ello significa limitar al complejo industrial-militar, disminuir las inversiones en nuevas clases de armamento, redirigir fondos hacia objetivos relacionados con la producción agrícola, educativa, etc., y eso no le conviene al sistema bancario mundial. La verdad es que ya no se tiene derecho a no entender quiénes son realmente los enemigos del género humano pero, independientemente de ello, ya entendemos por qué Trump es el blanco de las críticas de la prensa y la televisión mundiales (sin olvidar el cine! Recuérdese, por ejemplo, la ridícula actuación de Merryl Streep en contra de Trump. Patética!).
      Tomando en cuenta lo que hemos dicho: ¿qué podemos pensar que representa Trump para nosotros? A mi modo de ver, el tema del muro y las políticas nacionalistas que él pretende imponer son cuestiones delicadas, de múltiples implicaciones, pero son temas que en principio se deberían poder tratar, negociar, bloquear, modificar. El problema en el fondo es otro y creo que podemos presentarlo de manera un tanto paradójica como sigue: nuestro problema es que nosotros no tenemos Trumps, no tenemos a nadie que dé la cara, que se faje por México. Yo no recuerdo a nadie que proclame a diestra y siniestra que quiere “hacer grande a México”. Nuestro problema, desde la época de la Malinche, pasando por José María Gutiérrez de Estrada (el miserable que le ofreció México a Maximiliano), por Santa Anna y por toda la caterva de Miramones y Mejías que han infectado a este país, es que casi lo único que hemos tenido como gobernantes han sido fracasados y desvergonzados personajes vacíos de sentimientos nacionalistas y populares. Considérese momentáneamente (no soportamos hacerlo más tiempo) al descarado Serra Puche, el irresponsable causante del “error de diciembre” y de todo lo que eso acarreó (ni más ni menos que el Fobaproa), un sujeto que se había mantenido en el anonimato durante 15 años pero que ahora sale a abrir la boca para insistir en que frente a las políticas nacionalistas de Trump México no se cierre y que no haga lo mismo, o sea, que no defienda su economía y su gente! Que se entienda de una vez por todas: nuestro problema no es Trump: nuestro problema son justamente los Serras Puches, los que firmaron un tratado de libre comercio que se sabía de entrada que iba a destruir al agro mexicano, los cretinos incapaces de exigir que se cumplieran las cláusulas del mentado tratado, los actuales rematadores de lo que quedaba de la riqueza nacional, los que firman convenios que le quitan soberanía a México sobre sus territorios aéreos, sus playas, sus productos naturales, los que permiten que en México se experimente con todo, hasta con su gente (piénsese nada más en los alimentos transgénicos y en los permisos para que se produzcan y distribuyan aquí), los que regalan su subsuelo y así ad nauseam. Nuestro problema es precisamente que no tenemos dirigentes como Trump que estén dispuestos a sentarse a la mesa a negociar con dignidad y con valentía el presente y el futuro del país y que no saben hacer otra cosa que ceder y conceder; nuestro problema es ante todo que nos dirigen incapaces, mediocres, gentuza que ocupa puestos de primera importancia, desde los cuales se toman decisiones trascendentales para el país, pero que no están ahí gracias a sus cualidades, sus aptitudes o conocimientos, sino por compadrazgos, compromisos y demás. Nuestro problema son los políticos de pacotilla, los mediocres de siempre que hicieron que México, en lugar de diversificar sus relaciones comerciales, se centrara en Estados Unidos y se volviera enteramente dependiente de éstos; que en lugar de desarrollar una política exterior autónoma y propia, optaron por llevar al país por la senda de la sumisión y la abyección (Fox y Calderón son como el epítome de esas rastreras tendencias). ¿Que quiere Trump erigir un muro? Adelante, siempre y cuando el gobierno que nos represente sepa responder a dicho plan. México tiene muchas maneras de presionar y de defenderse, pero para activarlas  se necesitan políticos valientes, nacionalistas, con visión, “juaristas” me gustaría decir. El problema es que no tenemos eso. Una vez más: nuestro problema no es Trump. Con él en principio se debería poder negociar de manera mucho más positiva y efectiva para México de lo que se pudo hacer con otros gobernantes estadounidenses y desde luego de todo lo que se hubiera podido hacer con una inescrupulosa delincuente de las magnitudes de Hillary Clinton. Nuestro problema son nuestros gobernantes, los priistas venidos a panistas y los panistas transformados en priistas, todos esos imbéciles que no saben hacer otra cosa que aullar apenas se usa la palabra ‘populismo’ o se ensalzan las posiciones populistas de Trump, cuando es justamente una política populista real lo único que podría sacar al país del hoyo en el que está y del abismo al que se aproxima. Desafortunadamente, los profesionales mexicanos de la política sólo reaccionan cuando ya pasaron las cosas, cuando ya no hay nada que hacer, cuando ya se nos murió la gallina de los huevos de oro. Qué horror! Yo estoy seguro de que hasta la hedionda casta política mexicana lamentará, cuando se les congregue un millón o un millón y medio de personas a lo largo de la frontera sin poder cruzarla por el muro de Trump, no haber adoptado posiciones trumpianas y no haber defendido contra viento y marea los verdaderos intereses de lo que es su única razón de ser, lo único que justifica su existencia, a saber, el pueblo de México.

La Receta Perfecta

La reflexión sobre lo que pasa todos los días en México es, para nosotros, una cuestión de obligación moral, pero también lo es el que en ocasiones hagamos un esfuerzo por pensar en México considerándolo más bien in toto, por así decirlo “a distancia”, tratando de rastrear su evolución a lo largo de (permítaseme ser vago por el momento) los últimos tiempos y sobre todo por tratar de adivinar la dirección en la que se desplaza. A mí en lo particular, debo decirlo, esta clase de faena intelectual me gusta en gran medida porque obliga a combinar pensamientos empíricos, datos, con pensamientos a priori. El problema son las sorpresas que en ocasiones nos llevamos porque hay veces en las que los resultados a los que uno llega pueden ser tan alarmantes que uno hubiera preferido no haberse adentrado en los temas de los que uno se ocupó ni haberlos abordado combinando las dos clases de enfoque mencionadas. Intentemos justificar esta pequeña paradoja.
      Un primer punto que quisiera dejar establecido es que las sublevaciones no son previsibles. Es perfectamente defendible la idea de que la Revolución Francesa, la mexicana, la cubana y muchos otros fenómenos históricos de magnitudes semejantes, así como sus respectivas consecuencias, en realidad eran impensables para quienes los vivieron y hasta para quienes mucho tiempo después se ocuparon de ellos. Podría argüirse que, sea como fuere, la Revolución Francesa tarde o temprano de todos modos habría estallado. Eso no se puede negar, pero lo que es indudable es que fue una chispa, por así describirla, lo que súbitamente le imprimió un giro distinto al descontento generalizado que prevalecía y que fue la toma de la Bastilla. Este evento concreto se dio como resultado de un movimiento espontáneo ante ciertas noticias provenientes de la corte, asentada en Versalles (la destitución de Necker, la supuesta concentración de tropas alemanas cerca del Palacio de Versalles, las intrigas de diversos agitadores profesionales, ciertos temores y resentimientos populares, etc.), lo cual enardeció al populacho y éste se lanzó contra la fortaleza y antigua prisión, la cual en un santiamén quedó reducida a cenizas. Todo esto es bien conocido, pero lo que a mí me importa enfatizar es el hecho de que la trascendental acción de tomar la Bastilla era simplemente impensable una semana antes de que sucediera. En México, el movimiento armado del siglo pasado realmente arrancó sólo cuando Madero y Pino Suárez fueron asesinados por V. Huerta pero, salvo quizá en la mente de quien lo perpetró, el magnicidio mismo no estaba en la agenda política nacional y era totalmente imposible un mes antes tener siquiera atisbos de que algo así podría suceder. Una de las muchas razones por las que la Revolución de Octubre nos parecerá siempre un evento un tanto fantástico es que todo lo que acarreó (ni más ni menos que el nacimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la nacionalización de la tierra, etc.) no se habría dado si Lenin no se hubiera adueñado del poder dando en el momento propicio un audaz golpe de Estado. Ahora bien, lo que Lenin mostró es que era un gran oportunista, pero precisamente por eso la decisión concreta que tomó fue una improvisación y por lo tanto algo imposible de predecir. Podemos seguir ejemplificando nuestra tesis, pero creo que con lo que hemos dicho nos basta. Lo que yo deseo sostener es simplemente que las revoluciones requieren de detonadores, pero los detonadores son imprevisibles. Por consiguiente, hay un sentido en el que las revoluciones también lo son.
      Ahora bien, y esta es la otra cara de la moneda, el que las revoluciones requieran para producirse de un evento fatal que es imprevisible no significa ni anula el hecho de que sólo puedan gestarse toda vez que se haya cocinado el caldo de cultivo apropiado y de que si no hay tal “caldo de cultivo” entonces la idea misma de detonador pierde todo su sentido. Aquí lo interesante es el contraste entre el caldo de cultivo y el detonador, porque a diferencia del segundo el primero es un fenómeno explicable científicamente. Podemos entonces presentar la relación entre transformación social radical, caldo de cultivo y detonador como sigue:

A) Caldo de cultivo
(cognoscible)
Detonador(es) Sublevación general
(movimiento armado, transformación social radical, etc.)
B) No hay caldo de cultivo No tiene sentido hablar de detonador No hay transformación social
C) Caldo de cultivo No hay detonador ? ? ? ? ?

Es obvio, supongo, que cuando hablo de “caldo de cultivo” estoy aludiendo a la última etapa de diversos procesos complejos, todos ellos con efectos de carácter acumulativo y relativamente largos, esto es, que pueden durar 80, 100 años o más. Estos complejos procesos son los factores que en un determinado momento constituyen una plataforma que sólo espera a su detonador para estallar. Pero ¿qué clases de procesos o situaciones son los componentes de esos “caldos de cultivo”? Intentaré responder a esta pregunta proponiendo una breve lista de factores que a mi modo de ver son condición sine qua non del cambio social, si bien no son ellos mismos sus causas eficientes. Me limitaré, pues, a mencionar los que me parecen ser los más prominentes y decisivos, sin pretender en ningún momento estar ofreciendo aquí y ahora una lista de condiciones necesarias y suficientes. De hecho, no creo que sea posible elaborar una lista así. Lo que en todo caso sí es importante es que el cuadro general quede claro. Ahora sí: ¿qué factores podríamos incluir dentro de la lista de elementos que configuran el caldo de cultivo para que se dé un determinado cataclismo social? Sugiero por lo menos los siguientes:
A) Brutales contrastes económicos e injusticia social. Es relativamente obvio, pienso, que la primera condición en el proceso de descomposición social global es la existencia de desmedidas, injustificables y casi absurdas asimetrías económicas y, por ende, sociales. No sé ahora, pero hace 30 años El Salvador prácticamente le pertenecía a 12 familias. En México, el 1% de los mexicanos acapara cerca de 45 % de la riqueza! La situación mexicana es un auténtico paradigma de desbalance (y, por lo tanto, de injusticia) social.
B) Baja sistemática del nivel de vida. Un segundo factor que a primera vista tendría que estar presente y que de hecho es una consecuencia o efecto del anterior es el permanente descenso en el nivel de vida de la población hasta llegar a condiciones ignominiosas de paupericidad. ¿Qué queda de la canasta básica de tiempos de Echeverría o de López Portillo? Un vago recuerdo. Es obvio que en el capitalismo el nivel de consumo en el capitalismo resulte decisivo para cualquier clase de diagnóstico o evaluación social. Ello explica por qué la gente puede seguir viviendo tranquilamente (como sucede en Estados Unidos o Europa Occidental) a sabiendas de que hay por encima de ella multimillonarios que viven infinitamente mejor siempre y cuando ella misma viva bien, tenga un nivel de consumo respetable, que se le asegure el acceso a los productos básicos y no solamente a éstos. Después de todo, el ciudadano común y corriente también tiene derecho a ir de vacaciones al mar al menos una vez al año, a llevar a su familia de cuando en cuando a un restaurant y cosas por el estilo. Pero eso es precisamente lo que no pasa cuando la gente tiene que contar sus centavos para poder llegar a finales de mes, cuando tiene que calcular los litros de gasolina que puede usar diariamente, etc., etc. Como dije, yo creo que este fenómeno se deriva directamente del anterior, pero no discutiré el punto aquí.
C) Corrupción generalizada Es muy importante para entender la clase de agitación social de la que estamos hablando el hecho de que la corrupción se haya generalizado a toda la sociedad. En México, todos lo sabemos, desde el ciudadano más humilde hasta el más prepotente de los multimillonarios, la inmensa mayoría de los habitantes está imbuida, cada quien a su manera, de corrupción. Este factor es ciertamente crucial y México, una vez más, está a la vanguardia en este punto. A menudo se compara a la corrupción con un cáncer. La metáfora no está mal, pero creo que habría que precisarla. La corrupción a nivel nacional, que inunda todos los sectores de la vida social, no es nada más un cáncer: es una metástasis y éstas ya no tienen curación. Así es la clase de corrupción que prevalece en México. De ahí que cualquier persona normal entendería, si se le explicara, que ya instalada y siendo de esas magnitudes y esa profundidad, sencillamente no hay nadie que pueda erradicar la corrupción, es decir, no hay medidas particulares, pactos, legislaciones, etc., que acaben con ella. Más bien es la corrupción la que acaba con la sociedad.
D) Pantano institucional. Otro elemento que contribuye a los terremotos sociales es el hecho de que las instituciones dejen de funcionar normalmente, con la efectividad que deberían tener y cumpliendo con las funciones para las cuales fueron creadas. Una vez más, nuestro país ilustra magníficamente esta falla. Los ministerios públicos, los juzgados, los hospitales, etc., operan por inercia y las más de las veces hay que luchar no para tener éxito en nuestras solicitudes, sino simplemente para que a uno lo atiendan, le den curso a su solicitud, le presten el servicio que supuestamente la institución de que se trata proporciona. Yo creo que no necesito dar ejemplos, porque todos sabemos bien de qué se trata.
E) Inefectividad legal. Un factor de exacerbación política que es tan efectivo como significativo es la incesante generación de marcos jurídicos con, por así decirlo, osteoporosis, legislaciones vacuas y hasta abiertamente contraproducentes. En este sentido, un formidable ejemplo de esto último y que es particularmente indignante, un ejemplo de maldad y de estupidez gerencial nos lo proporciona el criminal Reglamento de Tránsito impuesto por Mancera. A partir de su imposición les llueve a los conductores del Distrito Federal multas sin fin, lo cual en nuestras circunstancias significa acabar con el reducido capital familiar, estrangularlo, darle la estocada final. Como todo mundo sabe, dicho “reglamento”, que se impuso por la fuerza, obliga a los conductores a una reducción ridícula y absurda de velocidad cuando el sentido común indica que lo que había que hacer era exactamente lo contrario, esto es, agilizar al máximo el tránsito vehicular. La ley Mancera causa pérdida imperdonable de horas de vida (lo que antes se hacía en 20 minutos ahora requiere de una hora), hizo subir brutalmente los niveles de contaminación (todos la padecemos día con día), propició la multiplicación de asaltos a conductores, pero eso sí: enriqueció a un par de compañías y quién sabe bien a bien qué se hace con los cientos de millones de pesos extraídos de los bolsillos de las personas (hay una campaña presidencial en perspectiva y campañas así requieren de sumas millonarias). Yendo, sin embargo, más allá de leyes anti-sociales como la mencionada, en la situación que hemos denominado ‘caldo de cultivo’ el fenómeno es de desprecio por la legalidad y violación permanente de las leyes, en todos los contextos y en todos los ámbitos. Si las leyes no son útiles, entonces son tiránicas y no se tiene por qué acatarlas. Aquí se cree que se puede gobernar por promulgaciones jurídicas, pero cualquiera en su sano juicio entiende que la realidad no se deja manipular de esa manera. Las leyes en México son cada vez más como manivelas de un gran mecanismo en el que se mueven de un lado para otro, pero que realmente no contribuyen a su funcionamiento.
F) Sistema educativo destruido. Las explosiones sociales a las que estamos aludiendo requieren que el nivel educativo de la población en su conjunto sea ínfimo. México, una vez más, se lleva un galardón en este rubro. No solamente tenemos a millones de iletrados sino que también un altísimo porcentaje de que los que van a la escuela desertan en los primeros años y no pasan del nivel de tercero de primaria. Un problema con ello es que gente tan “despreparada” de esta manera es fácilmente manipulable. La gente sin instrucción no sabe cómo expresar su descontento y, por lo tanto, aguanta más el mal trato, las injusticias, la impunidad. No ahondo en el tema porque nos es bien conocido. Lo que fácilmente se pierde de vista, en cambio, es que también la paciencia de esa gente tiene límites y cuando se les rebasa esa gente a la que no se le dotó de la educación a la que tenía derecho se vuelve con mucha facilidad la carne de cañón (y el brazo armado) del conflicto social.
G) Gobiernos anti-nacionalistas. Es decisivo en la gestación de un trastorno social de grandes magnitudes que los sucesivos gobiernos hayan sido, durante varios lustros o decenios, gobiernos de cobardes frente al extranjero, de sometidos políticos, gobiernos peleles y entreguistas. No creo que tengamos que ir muy lejos para constatar lo que es nuestra realidad y cómo, paulatina pero sistemáticamente, se fue desmantelando el patrimonio económico nacional. Lo que quiero resaltar, sin embargo, es que se requiere también que quienes toman las decisiones, además de traidores a la patria y a su pueblo, sean en general grandes ineptos, meras mariposas ministeriales, que brincan de una Secretaría a otra, de una gubernatura a una diputación, etc. Nuestros más destacados políticos son “todólogos”. Lo que esto significa, desafortunadamente, es que el Estado ya no está bajo el control de gente competente en cada uno de sus sectores. Ha habido políticos en México que han sido todo menos presidentes de la República. En países realmente avanzados y sólidamente establecidos eso sencillamente no es posible.
H) Libertad de expresión ficticia. Algo que va cobrando importancia a medida que se va instalando es la supresión de la libertad de expresión. Quizá todavía no lleguemos al plano de la censura descarada, de la prohibición estricta de decir lo que se piensa (aunque hay indicios de que nos movemos en esa dirección), pero lo que es cada día más claro es que la verdadera oposición sencillamente no tiene voz en este país. Hay, por ejemplo, multitud de programas de televisión y de radio en donde los 4 o 5 aburridos participantes de siempre nos regalan sus invaluables opiniones. El problema es que son siempre los mismos quienes opinan, en tanto que a sus adversarios políticos o ideológicos nunca se les concede la palabra. La gente entonces no se nutre más que del mismo material insulso, enredoso y carente de valor explicativo, esencialmente cargado con contenidos ideológicos baratos y hasta grotescos. En México, es cierto, no hay mordazas (todavía), pero tampoco hay “el otro”, al que se le volvió mudo. Esa es una forma más perversa de acabar con la libertad de expresión que la prohibición explícita.
I) Hostilidad colectiva. Una marca inequívoca de la descomposición del tejido social es el hecho de que los miembros de la sociedad, llevados por el desgaste al que están sometidos, empiezan a atacarse unos a otros. Este ataque puede ser, por ejemplo, monetario: todo mundo trata sistemáticamente de sacarle dinero a los demás, porque de hecho lo necesita. La solidaridad social no se manifiesta entonces más que negativamente, esto es, en la protesta.
J) Represión. Con lo que se topan las manifestaciones sociales de inconformidad es con la represión. De manera natural, el Estado recurrirá todos sus aparatos para “restablecer el orden”, hacer valer el estado de derecho, etc. Con la represión se cierra un ciclo y empieza otro.
      Me parece innegable que, aunque se podrían mencionar otros factores que son quizá igualmente imprescindibles para que se dé una sublevación masiva, por lo menos los que hemos mencionado se articulan de modo tal que conforman un peculiar trasfondo, un caldo de cultivo o una plataforma (el símil es lo de menos) listos para que cuando menos se lo espere la sociedad se inicie un incendio social de magnitudes incalculables. Preguntémonos entonces: ¿se dan en México las condiciones que permitirían una sacudida social severa? Le dejo la respuesta al amable lector. Lo que ciertamente ha faltado es simplemente la chispa apropiada y que tiene que afectar a la población en su conjunto. Un pillo como Duarte afecta directamente a los veracruzanos, pero mucho menos a los defeños y menos aún a los sinaloenses o a los yucatecos. De males sociales, humanos y naturales está inundado el país, pero se trata de males consuetudinarios. Falta el mal o los males que opere u operen como detonadores. Preguntemos entonces: ¿qué podría fungir aquí y ahora como un mal así? Ya sostuve que eso es esencialmente impredecible, pero podemos especular al respecto. Tiene que tratarse de decisiones abiertamente contrarias al interés popular inmediato, medidas tomadas por el gobierno que afecten de manera directa, palpable y cruda a las grandes masas, las cuales viven y padecen todos los días el complejo caldo de cultivo que ya no se puede deshacer. No habría sido descabellado pensar, por ejemplo, que el caso de los muchachos de Ayotzinapa movilizaría a la población en su conjunto o totalidad, pero no fue así. El caso Ayotzinapa no fue un detonador suficientemente fuerte. El caso del brutal incremento de la gasolina, en cambio, me parece que se acerca mucho más a la idea de detonador de procesos sociales terribles. No es improbable que, una vez más, el pueblo de México se apriete el cinturón y se resigne a vivir en las condiciones que se le imponen. Es muy importante entender, no obstante, que los sistemas de vida tienen su propia lógica y que no se pueden desviar de lo que son sus objetivos internos, como el mantenimiento y reforzamiento del status quo. De ahí que si no fue Ayotzinapa y no fue el gasolinazo otra cosa será el detonador del gran conflicto social que se avecina. Lo que difícilmente podría negarse es que estamos cada vez más cerca de los límites más allá de los cuales se da la conflagración social a nivel nacional. Cuando eso suceda, de lo único de lo que no podremos tener dudas es de quiénes habrán sido los culpables, esto es, los ineptos cocineros políticos que elaboraron y aplicaron la receta perfecta para la esclavización del pueblo de México y su perpetuo estado de insatisfacción y enojo.

Cristo y el Jesús de Paul Verhoeven

Ahora que, después de haberla abandonado durante un año, decidí retomar mi práctica de escribir al menos un artículo por semana sobre temas de interés general, necesito empezar por confesar que reinicio mi labor con sentimientos encontrados porque, por una parte, estoy contento por volver a poner por escrito algunas reflexiones personales pero, por la otra, reconozco que justo mi tema de hoy lo constituye un libro que me resultó, de principio a fin, un auténtico vomitivo! Podría pensarse que hay que ser muy perverso para dedicarle tiempo y atención a algo que nos resulta desagradable. Mi justificación es que el tema es importante y que es mi deber ocuparme de él, independientemente de la reacción que suscite en mí el material considerado. El libro en cuestión no es muy reciente y lo adquirí en Buenos Aires durante mi última estancia en dicha ciudad, una ciudad en la que, a diferencia de lo que pasa aquí en el Distrito Federal, el libro es una mercancía muy apreciada, lo cual explica por qué tienen allá la cantidad de librerías que tienen y por qué en México no pasa de haber una cuantas y muy mediocres. El texto que me propongo comentar, como dije, no es muy reciente, pero su traducción al español sí lo es y ello me alentó a examinarlo. Se intitula ‘Jesús de Nazaret’ y pretende ser una “reconstrucción racional” de la vida de Jesús o, siendo un poco más precisos, de algunos grandes momentos de su vida y, desde luego, de La Pasión. Así, pues, creo que el tema simplemente basta para reivindicarme por tomar como objeto de análisis el libro mencionado.

Uno pensaría que, independientemente de si se le considera histórico o ficticio, escribir sobre un personaje de la talla de Jesús, un sujeto (por así decirlo) consagrado ya históricamente, constituye un reto intelectual de primer orden y, por consiguiente, quien se atreve a hacerlo tiene que estar consciente de que tiene que salir con algo realmente novedoso, original y aclaratorio. Meras paráfrasis de textos clásicos, plagios velados, repeticiones de lo que todo mundo ya sabe automáticamente descalifican al autor y a su producto. Algo, pienso yo, hay de esto en este caso, pero antes de presentar y examinar el contenido del libro quisiera decir unas cuantas palabras sobre su autor, porque me parece que ello puede ayudar a comprender mejor la evaluación que yo haga del texto.

El autor del libro del que me ocupo no es ni un completo desconocido ni un erudito de biblioteca. Es un holandés de nombre ‘Paul Verhoeven’ y es un relativamente bien conocido director de cine. Entre sus trabajos más famosos como director están Robocop y Show Girls, así como su más reciente “creación”, Elle, una película cuyo tema central es una violación. Verhoeven llegó al cine después de haber trabajado en televisión y de haber hecho la carrera de física. Formación científica la tiene, no así humanística. ¿Cómo entonces es que llegó al tema de Cristo? Lo que pasó es que durante su estancia de 10 años en Hollywood participó durante algún tiempo en el “Seminario Jesús” (Jesus Seminar), como parte de las actividades del Westar Institute, una organización supuestamente dedicada al estudio de la historia y las tradiciones cristianas (o, lo que parece más probable, a su desmantelamiento y destrucción). Pero ¿cómo es que un sujeto que se ha solazado a través de sus películas en la violencia y en la pornografía de pronto se interesa por el pacifista más grande de todos los tiempos y por quien el Fénix de los Ingenios presentara como sigue:

¡Qué vergüenza le daría
al Cordero santo en verse,
siendo tan honesto y casto,
desnudo entre tanta gente!?

¿Qué tiene que ver un especialista en perversiones sexuales con un ser como el descrito en el verso y que, por si fuera poco, es uno de los pilares de la civilización occidental? Lo menos que podemos decir es que de entrada se trata de personajes que son como antípodas y que se mueven en direcciones opuestas. Esto, sin embargo, no es más que el inicio.
El punto de partida de Verhoeven lo constituye la tesis central del grupo del cual él formó parte durante algún tiempo y es la siguiente:

haya sido quien haya sido y haya sucedido lo que haya sucedido, los Evangelios sólo pueden hablar de lo que de hecho pasó en el mundo natural. En otras palabras, para comprender al “verdadero Jesús” se le tiene que ubicar en el marco del espacio-tiempo, verlo como un ser humano que actuaba en su contexto natural, la sociedad judía en tiempos de Tiberio. Esto equivale a la adopción de un “naturalismo” radical y la primera implicación de dicho naturalismo es, obviamente, el rechazo de toda clase de milagros y, muy especialmente, de la resurrección. Todo eso queda descartado si aceptamos una visión naturalista del mundo y con ella enfocamos el fenómeno “Jesús”. Esto que acabo de enunciar es la plataforma fundamental de la “interpretación” de Verhoeven. Lo crucial es lo que éste elabora sobre ella y que es en lo que se supone que consiste su “aportación” a la cristología. Así, lo que sin duda todos quieren preguntarse entonces es: habiéndonos puesto los anteojos naturalistas: ¿cómo entonces se leen los Evangelios? Podemos adivinar que el resultado va a ser no sólo radicalmente diferente del cuadro universalmente aceptado de Jesús de Nazaret, sino un cuadro en última instancia grotesco de este último. ¿Qué o cómo era Jesús desde la perspectiva naturalista de Verhoeven? Se trata de un individuo que (por lo menos hasta su conversión espiritual) no rechazaba la violencia como una opción, a quien le gustaba departir y beber, que frecuentaba prostitutas, se dedicaba a efectuar exorcismos, un individuo un tanto desequilibrado mentalmente a quien sus familiares iban a buscar para llevarlo de regreso a su casa y líder de gente descontenta con la dominación romana a quienes no obstante defraudó, puesto que se rehusó a ser el líder de la insurrección en contra de los romanos y de los colaboracionistas judíos, la casta sacerdotal. Aparentemente, Jesús estaba convencido de que el Reino de Dios, una situación de justicia universal impuesta por el Todopoderoso, estaba por producirse y era él quien anunciaba la “buena nueva”. Ahora bien, dicho evento nunca sucedió y lo que pasó es que los evangelistas modificaron su mensaje, que quedó refutado en la experiencia, por el de la resurrección, que obviamente el enfoque naturalista descarta como posible. En manos de Verhoeven, es el relato de la vida de Jesús en su conjunto lo que cambia: no hubo ninguna “última cena”, lo que a Jesús se le atribuye haber dicho en esa ocasión es algo que él dijo en otro momento y con otros objetivos en mente, su actuación en el Templo no tuvo lugar cuando los evangelistas afirman que sucedió y así sucesivamente. Judas, por ejemplo, no fue ningún traidor, sino un “discípulo” que se decepcionó de las promesas de Jesús y que, después de la muerte de éste oficialmente se convirtió en un renegado, pero el traidor era otra persona, un típico “agent provocateur” que trabajaba para las autoridades, “judías o romanas”, algo sobre lo cual Verhoeven cómodamente nos deja en la incertidumbre (p. 256). El resultado de las invenciones de los evangelistas fue simple: “El discípulo renegado y el traidor (sea quien fuere) se fundieron en una única figura, que conservaba el nombre del renegado, Judas Iscariote” (p. 253). Independientemente de cuán repelente pueda resultarle a alguien la historieta narrada por Verhoeven, hay que señalar que da la impresión de ser el trabajo de un erudito, puesto que viene apoyada en un impresionante número de citas de los distintos Evangelios, los apócrifos incluidos. Esto hace pensar que en realidad es el coautor (Rob van Scheers) quien suministra el apoyo bibliográfico y que es Verhoeven quien elabora el cuadro de Jesús que se pretende poner en circulación.

Antes de examinar críticamente la propuesta del cineasta venido a historiador y “humanista” (permitiéndome aprovechar la elasticidad de los conceptos), quisiera muy rápidamente dar un ejemplo de reconstrucción “a la Verhoeven” (“naturalista”) de un pasaje importante de los Evangelios, a saber, el milagro de los peces. Por definición, ya lo sabemos, la idea misma de acción milagrosa es rechazada por el enfoque naturalista del Verhoeven. Como este mismo dice: “Ese ‘milagro’ es imposible. Jesús nunca convirtió cinco panes en cientos, no es Harry Potter. Además, todo el relato está tomado del Antiguo Testamento, más precisamente de 2 Reyes 4: 42-44” (p. 143). ¿Cómo se explica entonces el suceso, que ciertamente tuvo lugar, en el que se alimenta por lo menos a 500 personas? Verhoeven, dicho sea de paso, rechaza que hayan sido 5000: “Es verosímil que una gran multitud (cinco mil es una cifra hiperbólica, quinientos me parece más probable) haya sido alimentada con peces en la estepa, a la orilla del mar. Al menos cuatro de los discípulos de Jesús eran pescadores: Pedro, Andrés, Juan y Jacobo; los últimos dos, incluso, tenían una pequeña pescadería” (p. 145). Según Verhoeven, entonces, lo que pasó fue simplemente que una multitud, enardecida por la ejecución del Bautista, y un “predicador carismático” que auguraba la llegada del “Reino de Dios”, se reúnen en un lugar aislado para expresar su enojo y planear una sublevación. Pero ¿cómo se alimentaron todos esos potenciales guerrilleros? La resolución naturalista es clara: “Creo que los pescadores, en un gesto de solidaridad con Pedro, Andrés, Jacobo y Juan, arrojaron sus redes para alimentar a la población con su pesca.” (p. 145). Más claro y sencillo imposible.

Como es natural, no puedo examinar detalladamente en unas cuantas páginas el contenido de este libro y ello no sólo por su temática (ni más ni menos que la vida de Jesús y la doctrina cristiana), sino también porque habría que discutir prácticamente todo lo que el autor afirma. Para decirlo rápidamente: no hay una página en la que no detectemos una calumnia, una burla, un insulto (por lo menos a la inteligencia), una mentira, una incongruencia, una pseudo-explicación, una aseveración fuera de lugar. No me queda, por consiguiente, más que abordar el contenido del libro de la manera más abstracta posible. Quisiera entonces llamar la atención sobre varios puntos.

a) Naturalismo y religión. A mí, debo decirlo, pocas cosas me parecen tan ridículas como la de pretender interpretar un texto sagrado desde la perspectiva de la ciencia contemporánea, independientemente de qué ciencia se trate. Eso es tan absurdo como la inversa: pretender interpretar la ciencia desde un punto de vista religioso. Si alguien es un creyente genuino y acepta un determinado mensaje religioso ya no tiene nada más qué buscar o qué demostrar. La ciencia es irrelevante. El creyente acepta su texto sagrado tal cual, es decir, como se le acepta en la tradición a la que funda y a la que él pertenece. Para quien hace suyo el mensaje de Cristo la discusión acerca de su “verdad histórica”, del “verdadero Jesús”, etc., no tiene ni sentido ni interés y desde luego que no es relevante para eso que se convirtió en “su verdad”.

b) Naturalismo y congruencia. Es cierto que el escrito de Verhoeven está dedicado a Jesús de Nazaret, pero hasta un niño percibe que toda su descalificación naturalista tiene implicaciones obvias que él podría al menos haber mencionado. Yo puedo estar de acuerdo en que si un milagro es una excepción a una ley natural, entonces no hay milagros pero entonces, en aras de la coherencia, habría que sostener que los relatos en los que se nos habla de que las aguas del Mar Rojo se abrieron para dejar a un grupo humano, de la caída de los muros de Jericó y todos los supuestos sucesos maravillosos (casi todos de corte nacionalista y guerrero) en los que Jehová interviene también requieren de una “interpretación naturalista”. ¿Por qué el naturalismo nada más se le aplica la Nuevo Testamento? Hay aquí un desequilibrio demasiado ostensible como para no percibirlo. Ello naturalmente da qué pensar respecto a las motivaciones ocultas del autor.

c) Autoridad moral del autor. ¿Quién es Paul Verhoeven y cómo es que se atreve a escribir un texto tan obviamente lleno de deformaciones históricas y de transgresiones de muy variada índole (desde luego morales, pero también científicas; sobre esto digo algo más abajo) sobre un personaje, real o ficticio, que sirvió y sigue fungiendo como fundamento de toda una civilización, que estableció mejor que nadie nuestro espectro moral (la Regla de Oro), que enseñó a vernos los unos a los otros de un modo que era (y por lo visto sigue siendo) novedoso? Verhoeven es un obsesionado genital y sexual bien conocido, un cineasta nada sutil. ¿Cómo es que un sujeto así se permite vilipendiar lo que de hecho es nuestro paradigma moral último, supremo? A lo que Verhoeven aspira no es a “naturalizar” a Jesús, sino más bien a encontrar una manera de convertirlo en uno de sus descarnados personajes para llevarlo a la pantalla teniendo como “justificación” su “reconstrucción científica”.

d) Seriedad de tratamiento. Si algo no hay en el texto de Verhoeven es una genuina actitud científica. Debería quedar claro que simplemente dedicarse a jugar con lo que es lógicamente posible no es adoptar una óptica apropiada en historia. Los contextos son importantes y fijan límites a las descripciones y a las comparaciones. Por ejemplo, Verhoeven se inventa un Jesús que es ante todo un exorcista, pero es obvio que su noción de exorcista es la de la famosa película, o sea, es una noción actual. Él no dice ni que gente así proliferaba en aquellas tierras ni aclara que ser exorcista entonces no era exactamente lo mismo que ser exorcista ahora. Un exorcista ahora es un farsante que se aprovecha de la ignorancia de las personas; un exorcista de aquellos tiempos era, al menos parcialmente, un médico, porque la medicina como muchas otras cosas estaba ligada a las creencias escatológicas de la gente de aquellos lugares y de aquellos tiempos. Judea, Samaria y demás no eran territorios en donde se hubieran desarrollado la anatomía, la fisiología, la endocrinología, etc. La gente (los exorcistas) curaba apelando a las creencias universalmente aceptadas en su medio. Verhoeven abunda en descripciones que ante todo revelan incomprensión histórica. El resultado es que Jesús es pintado como como un estafador y además como particularmente repugnante, puesto que su tratamiento consistía, según él, en escupirle a los pacientes en los ojos y los oídos. Eso no es hacer historia, es deformar la historia. Por otra parte, es cierto que Verhoeven cita a diestra y siniestra a los evangelistas y a múltiples otros autores, antiguos y actuales (empezando por San Pablo), pero muy rápidamente se da uno cuenta de que los usa como le conviene y cuando le conviene. Muchas de sus citas (la mayoría) están desconectadas de sus contextos naturales. Eso es muy fácil de hacer, sólo que es un expediente declaradamente deformador y en última instancia inútil. Conclusión: el Jesús de Nazaret engendrado por Verhoeven es un fraude total: un engaño a sus contemporáneos y completamente inservible a nosotros, aquí y ahora. La pregunta que hay que hacerse es: ¿para qué redactar textos así, textos que no sólo son ofensivos sino que están destinados a ser relegados al olvido tan pronto son publicados?

Alguien podría objetar: pero de todos modos tiene que haber algo original y que valga la pena en este libro! Quizá no mucho, aparte del estilo decididamente irrespetuoso del autor. Señalar que hay contradicciones entre los Evangelios o examinar el papel histórico de cierto galileo de aquellos tiempos ciertamente no tiene nada de original. Creo, no obstante, que hay algunas sugerencias esparcidas por aquí y por allá dignas de ser ponderadas sólo que no pasan de ser curiosidades, comentarios en torno a un relato que permanece básicamente intacto. Desde mi punto de vista, sin duda alguna el tema más interesante (e importante) considerado en el libro es la transición que Verhoeven describe del Jesús revolucionario al Jesús religioso, por así decirlo, la transformación de Jesús en Cristo. Como era de esperarse, Verhoeven no tiene ni los elementos ni la capacidad para profundizar en el tema. Es esa muy especial experiencia mística que lleva a Jesús de la idea de “Reino de Dios” a la idea de sacrificio por todos (de tener que morir para que la causa triunfe) y de resurrección lo que me parece a la vez el tema más atractivo y decisivo del libro y que el autor no tiene ni idea de cómo explotar. Confirma que, por lo menos en general, los grandes hombres son seres que evolucionan, cuyos pensamientos se van transformando y con ellos ellos mismos. Qué evolución tan notable la de Jesús que lo lleva de luchador social a emancipador universal, de la idea de que hay que sacudirse a los parásitos que colaboran con los romanos (una idea meramente local) a la de que se triunfa sólo a través del perdón y del amor por quien le hace a uno daño. Qué lúcido y qué valiente tiene que ser un hombre para entregarse de esa manera a un ideal tan difícil de alcanzar. Y qué despreciable puede ser un sujeto que se expresa, como Paul Verhoeven lo hace, protegido por la atmósfera típicamente anti-cristina de Hollywood, de un individuo, ficticio o histórico, tan superior a él, a quien denigra y ridiculiza sin que siquiera le cruce por la mente el pensamiento de que ese hombre habría sido el primero (y muy probablemente el último) que lo habría perdonado.