Uno de los principales obstáculos para la descripción y la comprensión de los sucesos entre gobiernos, países, Estados o imperios es que, sin reflexionar al respecto, para hablar de ellos trasladamos y hacemos uso de nuestras categorías usuales, esto es, a las que recurrimos para hablar de asuntos cotidianos, y eso tanto implica una distorsión como genera confusiones. Por ejemplo, podemos decir de alguien que se le está acabando el tiempo y eso que decimos tiene un sentido relativamente preciso: entre tales y cuales horas tiene que hacer algo, a lo sumo dentro de un año tendrá que cumplir con tal o cual obligación, etc. Pero podemos decir también que a una sociedad se le está acabando el tiempo para su regeneración, pero no podríamos proporcionar las fechas de su proceso. El concepto de tiempo aplicado a las acciones humanas es ligeramente distinto que el que usamos para hablar de sociedades o países. Si no tomamos en cuenta estas diferencias conceptuales muy fácilmente nos invadirán temores infundados o seremos presa de ilusiones casi infantiles. Por ejemplo, es evidente que a los Estados Unidos los afecta una crisis global cada vez más grave y más intensa y que por consiguiente el imperio norteamericano, que hasta hace unos 40 años todavía “florecía”, se está derrumbando. Sí, es cierto, pero ese “derrumbe” no puede medirse en términos del tiempo que le llevaría a una persona desplomarse o derrumbarse, porque decir eso sería simplemente decir una mentira. Es innegable que el imperio americano entró en una primera fase de descomposición, pero su proceso de putrefacción no culminará dentro de un mes, como sería si alguien tuviera una gangrena. El tiempo social no se mide con cronómetros, sino de otros modos. Dado que el concepto de tiempo aplicado a las sociedades y a los imperios es en última instancia un concepto teórico, lo que se requiere para medir la evolución de los países sólo pueden ser datos de diversa índole: económicos, militares, financieros, sociales, culturales y demás. Son todos esos datos los que pueden, tomados de manera conjunta, darnos el ritmo de evolución de una sociedad o de un país, dependiendo de cuál sea nuestro objeto de estudio. El asunto del tiempo social es, pues, más complejo que la cuestión del tiempo individual.
Ahora bien, yo estoy convencido de que, en efecto, el así llamado ‘imperio americano’ está empezando a colapsarse y tarde o temprano se va derrumbar. Quizá habría que expresar la idea como sigue: desde el punto de vista de la historia y de la evolución de los países, el asunto es casi inminente, pero eso no significa que desde el punto de vista del individuo dicho desenlace vaya a producirse en los próximos días, semanas, meses o inclusive años. Lo que sí podemos aseverar con relativa seguridad es que a dicho proceso no lo detiene nada ni nadie. El problema radica en el peculiar modo de agonizar que revestirá el fin del imperio americano. En relación con eso se abren por lo menos dos posibilidades, a las que me referiría como la ‘sensata’ y la ‘irracional’. Tratemos de dejar en claro este asunto.
Después de Yalta, los Estados Unidos simplemente se negaron a seguir siendo aliados de la Unión Soviética, cuya ideología les proporcionó el pretexto ideal para su expansión a lo largo y ancho del mundo. Concomitantemente, empezó el gran periodo de turbulencia bélica a nivel mundial, el cual perdura hasta nuestros días. A los norteamericanos les quedó claro que el militarismo y el belicismo eran no sólo la solución para múltiples problemas sino una fuente, que ellos pensaban inagotable, de bienestar interno. “Guerra en otros lados, crecimiento y progreso en nuestro país. Las familias de otros pueblos no importan; sólo las nuestras cuentan”. Esos habrían podido ser sus slogans políticos más genuinos y fue precisamente esa política la que practicaron en Corea, Vietnam, Laos, Camboya, Irak, Libia, Yugoeslavia, Granada y en muchos otros lugares y de muy diverso modo. El problema con esa política es que sólo puede practicarse cuando no hay más que una superpotencia y ese de hecho nunca fue el caso. Cuando J. F. Kennedy entendió que una confrontación atómica con la Unión Soviética no era lo más aconsejable quedó claro que había un país en el mundo, que era la Unión Soviética, a la que no se le podría aplicar su política de imposición por medio de bombardeos, golpes de Estado, invasiones y demás. Por otra parte, el nivel de bienestar económico y social prevaleciente en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, que llevó a que se hablara a diestra y siniestra del “sueño americano”, realmente duró relativamente poco (en términos de tiempo social). Poco a poco fueron emergiendo nuevas potencias rivales, económicas primero y militares después, las cuales empezaron a minar el papel preponderante del hasta entonces super-poderoso país que eran los Estados Unidos. Éstos, lenta pero sistemáticamente, han venido perdiendo terreno en el plano internacional, a pesar de triunfos incuestionables, como la destrucción del sistema del socialismo real y el derrumbe de la URSS. A este respecto no quiero omitir el recordatorio de que la Unión Soviética nunca fue vencida: fue vendida por una camada de políticos ingenuos, de idealistas genuinos pero desorientados que creyeron a pie juntillas en todas las patrañas de los gobernantes occidentales, en particular de los norteamericanos. Éstos juraron solemnemente que la OTAN no se expandiría ni un milímetro hacia el Este y hoy prácticamente tienen rodeada a Rusia. Obviamente, faltan para que dicho encercamiento sea total Bielorrusia y Ucrania, por lo que podemos afirmar que el cerco total de Rusia en Europa nunca se completará. ¿Por qué? La respuesta es simple: porque la Federación Rusa no lo va a permitir. Pero ¿cómo puede ella oponerse a la voluntad del gobierno americano, de la hiper-potencia mundial? Por la sencilla razón de que la Unión Soviética era un país super generoso y de hecho dejó protegido al régimen que vendría posteriormente. Rusia, hay que decirlo, es militarmente indestructible y si se le puede destruir será porque el país que la ataque igualmente desaparecerá de la faz de la Tierra. Y básicamente lo mismo se podrá decir en breve (tomando ‘en breve’ en su sentido histórico) de China. El declive militar de los Estados Unidos, fundamento de su enriquecimiento, es pues patente.
Si pasamos al terreno de la economía, de las finanzas, del desarrollo tecnológico de punta, etc., es imposible no ver que los Estados Unidos tampoco ocupan ya el primer lugar. En especial, no tienen cómo competir con China, quien también militarmente estará a su nivel muy pronto y, en cierto sentido, ya lo está. Por el momento, como bien lo expresó un miembro del gobierno chino, en su país todos saben que los norteamericanos pueden arrasar con ellos 10 veces, pero que a ellos con una les basta. Eso es sabiduría oriental. Y esto nos lleva a confirmar nuestra suposición inicial: los Estados Unidos están hundidos en un palpable proceso de decadencia. El problema es que, como sus estrategas no quieren reconocer los hechos, entonces buscan y proponen soluciones cada vez más absurdas. Por ejemplo, es incuestionable que la juventud norteamericana vive en el mundo de las drogas, independientemente de la cantidad y de las drogas de las que se hable. En general, el consumo de narcóticos puede ser algo no universal pero sí muy extendido sobre todo en Occidente y en particular en los Estados Unidos. Pero entonces ¿no es allí en donde se debería dar la batalla por la salud de la población? ¿No es en ese país en donde se debería librar la más feroz de las guerras en contra del narcotráfico? Sin embargo, como los gobernantes, los policy-makers y los think tanks norteamericanos no dan su brazo a torcer y se niegan a aceptar las nuevas realidades, entonces optan por obligar a los demás países a que detengan el tráfico de drogas aunque más que cualquier otro pueblo sean ellos quienes lo promueven, desde la mariguana hasta el fentanilo. Como el negocio de la droga es de cifras casi inimaginables, cantidades de dinero que se lavan, es decir, se invierten en su país, entonces ellos por un lado promueven la producción y trasiego de drogas, pero por el otro atacan a los países en los que éstas se producen y desde los cuales se envían a los USA. ¿Hay algo más contradictorio y por ende más absurdo que eso? Claro que no, pero mientras puedan seguir imponiendo sus absurdas políticas las cosas continuarán así: ellos seguirán acosando a los países en los que pueden intervenir tanto porque producen como porque no detienen la producción de sustancias prohibidas. ¿Qué revela eso? Una incapacidad intrínseca de elaborar políticas racionales y sensatas, no digamos ya justas. ¿Y eso qué significa? Significa que ya no es factible para ellos actuar políticamente de manera racional, que dada su nueva posición ya no pueden ser congruentes, entre otras razones porque se rehúsan a aceptar que ya no mandan como lo hicieron durante la segunda parte del siglo pasado.
Y esto nos lleva al punto álgido, que es el de las decisiones últimas. ¿Qué opciones tienen los gobiernos norteamericanos, independientemente de quién esté al frente? Yo pienso que o bien aceptan las nuevas realidades, en cuyo caso tendrán que modificar drásticamente sus políticas, o bien pueden intentar una vez más practicar la política de la confrontación, en particular con las superpotencias rivales. Pero llevada hasta sus últimas consecuencias: ¿a qué conduciría eso? Sin duda a la destrucción de sus enemigos, pero con toda certeza también a su propia destrucción. ¿Es esa una opción realista? Yo no lo creo, pero sin duda alguna el fanatismo de su clase gobernante, el rechazo decidido de la idea de que ya no son quienes deciden, el tener que coexistir con pueblos y países autónomos que otrora estuvieron bajo su tutelaje, etc., la mantienen como una posibilidad, la supuesta solución de Sansón con los filisteos. El paralelismo con Sansón, sin embargo, no se sostiene, porque si bien éste se sacrifica para acabar con los enemigos de su pueblo lo hace porque su pueblo le sobreviviría, pero en el caso actual ya no quedaría pueblo que salvar. Por eso califiqué esta opción como ‘irracional’.
Si nos fiamos a la historia, a menudo el fin de un imperio queda indicado por una fecha célebre: una batalla famosa, un acontecimiento espectacular, etc. Así pasó, por ejemplo, con el fin del Imperio Romano de Oriente cuando el Sultán Mehmet tomó Constantinopla. Asumiendo que el imperio americano efectivamente está en crisis: ¿cómo se manifiesta ésta en el concierto de las naciones? ¿Cuál sería el hecho notorio indicativo de su situación actual? A mí me parece que los gobernantes norteamericanos están en una situación tal que es prácticamente imposible que se les ocurra otra cosa que medidas desesperadas, probablemente no pensadas a fondo o con suficiente ecuanimidad. Y algo muy importante: ellos toman decisiones en contextos de corrupción cada vez más flagrantes, típicos de situaciones de decadencia y de descomposición social. La situación actual de los Estados Unidos, en la que por ejemplo ellos ahora dependen de las tierras raras, del litio, etc., es decir, de todo lo cual ellos carecen al menos en las cantidades que requieren sus industrias armamentista, computacional, etc., y la imposibilidad de obtener lo que necesitan a través del la presencia de sus portaviones y sus bombarderos, los lleva a promover más guerras, más destrucción, más peligros y ello sin tener ahora ni mucho menos la victoria asegurada. Ese es justamente el caso de Venezuela. Dado que los Estados Unidos no pueden funcionar sin petróleo, sin oro y demás y que Venezuela tiene todo eso y más, entonces la única “solución” que se les ocurre es invadir Venezuela. Pero lo que no entienden es que esa clase de soluciones ahora ya no les va a dar los resultados que buscan. Venezuela hizo multitud de ofrecimientos muy positivos y redituables para la economía norteamericana, concesiones que el gobierno venezolano en principio no tenía por qué hacer, pero los americanos creen que pueden seguir siendo el único factotum y quieren por lo tanto seguir explotando y mangoneando países y líderes como si estuviéramos en 1960. Desde ahora podemos afirmar que la vía armada, de sabotaje e invasión no les va dar lo que quieren. El gobierno venezolano es un gobierno revolucionario y el ejército venezolano es un ejército popular, no un puñado de mercenarios. La invasión no sólo les costaría más de lo que puedan obtener (porque también los venezolanos tienen la opción de destruir todo antes que dejárselos a los gringos), sino que es muy poco probable que sea exitosa. Lo que los norteamericanos tienen que hacer es aprender a negociar, a recurrir a la diplomacia y no nada más a los bombarderos y los saqueos de ciudades y países. Esa política ya no les va a dar resultado, por más que nos inunden con su ideología barata, una ideología que ni siquiera han sabido renovar.
Un ejemplo ilustrativo de la situación global que he tratado de describir es el de la a la vez patético y ridículo caso de la venezolana traidora a su propio país, a su propia gente, la despreciable María Corina Machado. Como parte de los movimientos preparatorios de la agresión norteamericana en contra del gobierno y del pueblo venezolanos, se le confirió el Premio Nobel de la Paz. Todo mundo desde hace mucho tiempo ya sabe que los premios Nobel tienen exclusivamente un valor pecuniario (valen algo así como un millón de euros), pero que desde el punto de vista de la simbología política y del honor y el mérito académicos su valor es vacuo, por lo menos en algunos casos. La verdad es que, por lo menos los premios Nobel de la paz, son un auténtico escándalo, además de ser declaradamente ridículos. Por ejemplo, uno de los presidentes norteamericanos más beligerantes, violentos, criminales fue sin duda alguna B. Obama y a él se le concedió dicho premio!!! Eso es tan grotesco como el premio de literatura a Octavio Paz (!), a Vargas Llosa o a Bob Dylan, como si no hubiera en el mundo escritores muchísimo más valiosos. Todos entendemos las razones por las cuales los mencionados (y muchos otros) se vieron privilegiadas con tan jugosos ingresos, pero lo que no se nos puede decir es que decisiones como esas sean justificables. Y ahora, en el contexto de la putrefacción paulatina del sistema de vida norteamericano, se le confiere el premio Noble de la paz a una anti-chavista rabiosa, a una apátrida que estuvo a punto de llevar a su país a la guerra civil. ¿Es eso luchar por la paz? Dejo de lado el escándalo (realmente bochornoso) de la intervención de B. Netanyahu en la decisión del jurado, una decisión supuestamente secreta pero que obviamente no lo fue. Dicho sea de paso, al influir en la decisión Netanyahu mató dos pájaros de un tiro: por una parte, favoreció a alguien que, de llegar al poder, le regalaría Venezuela (inter alia) a Israel y, por la otra, castigó al presidente D. Trump, manifestándole con ello su descontento con su conducta en el conflicto del Medio Oriente, a pesar de que objetivamente hablando Trump merecía mucho más el premio que la execrable Machado. Ésta ha gritado (literalmente) a derecha e izquierda que de llegar al poder en Venezuela, para lo cual habría que derrocar un gobierno legítimo y destruir un país en su totalidad, marcando para siempre a su población con el signo del sometimiento y la esclavitud, ella desnacionalizaría todo y le abriría las puertas a las empresas norteamericanas, israelíes, inglesas, etc., para que se hicieran de la colosal riqueza natural de Venezuela. La Machado, por consiguiente, es una enemiga de su propio pueblo, traidora irredenta y a quien los venezolanos le importan como le pueden importar las moscas o las lagartijas. ¿Y todo ello en nombre de qué? Yo estoy seguro de que el lector ya lo adivinó: en nombre de la libertad y de la democracia. Esos son los conceptos ideológicos que permiten “justificar” la invasión de un país soberano por un país de filibusteros.
Pasemos entonces a México, porque aquí también tenemos a nuestras Machados. Un prototipo de ello lo encontramos en la mal recordada Rosario Robles, quien publicó hace poco un artículo que, desde el punto de vista de la argumentación, es francamente ridículo pero desde el punto de vista del mensaje político es increíblemente peligroso. Robles, llenándose la boca de infundados elogios por Machado, sostiene precisamente que es con las nociones de libertad y de democracia (nos gustaría mucho saber qué entiende por ello, si es que entiende algo) que se puede justificar una invasión. Pero ¿habla ella de Venezuela? No o no sólo: habla de México! La cito (los énfasis son míos):
Que sirva su ejemplo para quienes en México nos negamos a la destrucción de la República y que estamos convencidos de que “las herramientas de la democracia son también las herramientas de la paz”.
Como cualquier persona normal puede apreciar, la única diferencia entre Machado y Robles es que la primera es vociferante en tanto que la segunda teme hablar en forma clara y discernible, quiere decir algo pero, por así decirlo, en voz baja. En efecto, si nos fijamos bien lo que ella de facto sostiene es que en nombre de la “libertad” y de la “democracia” se puede destruir un régimen que no es afín a los intereses del imperio norteamericano, un régimen como el de Venezuela, pero también recurriendo a esas nociones se puede destruir un régimen que represente lo que ella llama la ‘destrucción de la República’. ¿Qué significa eso? La respuesta salta a la vista: un régimen en el que, por ejemplo, se lleve a cabo una revolución judicial radical, en el que se combata la corrupción en todos los niveles de la jerarquía social, en el que se apoye a la población por medio de becas, mensualidades, etc., sin las cuales realmente estaría perdida, en el que se defiendan las riquezas de la nación y así indefinidamente. En otras palabras, la Machado mexicana está á priori dándole el visto bueno a una potencial invasión de nuestro país por parte de los Estados Unidos. Eso yo creo que es un delito federal sólo que como viene envuelto en la retórica mañosa de una timorata, no lo dice abiertamente porque ella bien sabe lo que está afirmando. Pero independientemente de que trate de ocultar lo que de todos modos afirma, el mensaje allí está y hay que tomarlo en cuenta, porque obviamente quien teóricamente le da el visto bueno a un evento como ese se lo daría en la práctica si se produjera. Nada más pensemos momentáneamente en la siguiente posibilidad: ¿cuál sería la situación de nuestro país, con tantos codiciosos entreguistas como la susodicha, si Venezuela no acaparara la atención de los norteamericanos? Estaríamos en el ojo del huracán y con gente como ella apoyando la intervención. De eso no tengamos la menor duda.
Sobre Rosario Robles misma no creo que sea necesario que me pronuncie. Ya todo mundo conoce su trayectoria, su transición desde “la izquierda” hacia los ámbitos más reaccionarios y detestables del país, involucrada hasta la médula en la tristemente célebre “estafa maestra”, su odio envidioso por Andrés Manuel López Obrador y su cambio total de perspectiva seducida por la vida de millonaria que le ofrecía el delincuente argentino C. Ahumada, su ex-pareja sentimental. Yo creo que ella es libre de pensar lo que quiera y desde luego de hacer lo que quiera con su existencia, pero me parece que si tuviera un mínimo de dignidad y de respeto por el pueblo de México, (no digamos ya de conmiseración, que también la necesita), debería dejar de publicar estos llamamientos a la destrucción de su país, dejando así de de engrosar la innoble lista de traidores y vende-patrias que desde la época de Juárez se han constituido en los más acérrimos enemigos de México.
En relación con los “intelectuales” de derecha, con los portavoces de políticas esencialmente anti-nacionalistas, confieso que me horrorizan dos de sus rasgos más característicos. Por una parte, su servilismo, su sometimiento voluntario, su complejo de inferioridad frente a quienes ellos ven como sus amos y, por la otra, su estupidez y su ceguera política. Sólo alguien con características como esas puede arrodillarse e intentar congraciarse ante líderes de un país que ya no determina el destino del mundo.