Categoría: 2025

Artículos de opinión.

Las Raíces del Mal en México

En estos últimos días se hizo del dominio público el descubrimiento de un macabro rancho llamado ‘Izaguirre’,  ubicado en el Municipio de Teuchitlán, en el Estado de Jalisco, México. Los hechos sucedidos en dicha propiedad que se pueden ahora reconstruir son espeluznantes y algo diré al respecto, si bien debo advertir desde ahora que no es mi función reportar detalles. Para nuestros propósitos sabemos lo suficiente y, sobre todo, es evidente que los datos se irán incrementando vertiginosamente, por lo que no tiene sentido esperar a tener una lista exhaustiva de hechos para abordar el tema. Día tras día se irá recopilando nueva información espantosa de lo ocurrido allá en Jalisco y el panorama se irá poco a poco completando hasta que se sepa todo lo que sucedió en ese lugar. El problema es que inclusive la suma total de datos no basta para hacer inteligible un determinado fenómeno. Los datos son indispensables, obviamente, pero a lo que nosotros aspiramos es más bien a comprender el caso y a la comprensión no se accede sólo añadiendo información. Ésta se tiene que procesar. Además, es a las instituciones supuestamente dedicadas a la persecución del delito a las que corresponde la labor de obtención de datos, así como a la multitud de periodistas abocados al caso y a los incansables buscadores y buscadoras de desaparecidos, padres, madres y familiares de personas “levantadas” sobre quienes recae el mérito de hacer públicos los tétricos hechos que se produjeron en dicho sitio. Nuestra tarea, en cambio, es distinta, pues no es de investigación empírica sino más bien de reflexión sobre el fenómeno mismo con miras a hacerlo comprensible y ello entre otras cosas para evitar que los debates en torno a tan horrendo lugar queden en discusiones teóricamente pueriles, en controversias que no apuntan a diagnósticos generales y que, por consiguiente, no sugieren potenciales líneas de lucha efectiva en contra del bestialismo que asola a la sociedad mexicana. Sin duda alguna podríamos hacernos un sinfín de preguntas, pero como obviamente en unas cuantas páginas no podemos desarrollar a fondo el tema tendremos que conformarnos con un par de interrogantes de la clase de preguntas que puede uno plantear cuando no se es investigador de campo, rastreador de cadáveres, médico forense, ministerio público o algo por el estilo. En este caso, la pregunta que yo me hago y que invito al lector a que él también se la haga, es: ¿cómo nos explicamos el fenómeno mexicano de la violencia a ultranza, de la brutalidad injustificada, de la falta total de escrúpulos, de la indiferencia insultante y humillante ante la muerte gratuita de multitud de personas? La inquietud es: ¿cómo es que se genera y se llega a una situación así?

Antes de presentar e intentar desarrollar en unas cuantas líneas mi punto de vista sobre un fenómeno social tan complejo y tan estremecedor como este que azota al país, quisiera descartar un par de líneas de razonamiento, a primera vista atractivas pero que ciertamente no podrían aceptarse como dándonos la explicación que buscamos. Una de ellas gira en torno a la pobreza. La propuesta de dar cuenta de los problemas que nos aquejan apelando a la pobreza es muy cómoda pues ésta está, por así decirlo, siempre a la mano, pero es una sugerencia de lo más superficial que pueda imaginarse. Para empezar, la pobreza en México es multifacética, tiene muchas formas de manifestarse. Es claro que la pobreza de una u otra manera forma parte del cuadro explicativo general de la vida social, pero entra más como sus consecuencias que como sus fundamentos. Para ilustrar lo que digo: Kenia, Bolivia, Irak y muchos otros países son más pobres que México, pero no hay en ellos escuadrones de la muerte, sicarios que se cuentan por miles, una gama impresionante de modalidades de criminalidad, recurso espontáneo a la violencia y al salvajismo en prácticamente todos los sectores de la población. En otras palabras, se puede ser un país pobre, pero ello no implica que en él se tenga que padecer la violencia como la que se sufre en México. Basta con preguntarse por qué lo que sucede en México no sucede en, e.g., Costa Rica o en Brasil ¿Será acaso porque allá no hay pobres? Una respuesta así no sería seria. Lo que pasa es más bien que la clave para la explicación última del problema de la violencia irrestricta está en otro lado. Además, si bien es innegable que la violencia afecta en primer término a las clases más desfavorecidas, en México la violencia tiende a afectar sobre todo a la clase media y en particular a la clase media baja. El caso del rancho maldito de Teuchitlán lo pone de manifiesto de manera fehaciente: los delincuentes buscan gente preparada que sepan de computación, de química, de contabilidad.  Lo que es tenebroso es que, como si estuvieran lidiando con pollos o cerdos, los secuestradores van haciendo su selección de su personal forzado con la misma sangre fría con la que procede un carnicero en un rastro y eliminan a quienes no pasan sus tests, sus pruebas de calidad, como quien se cambia de ropa. No son, pues, las personas en miseria extrema, los indigentes quienes más se ven amenazados. Ellos ciertamente son víctimas de la violencia institucional, pero no de la violencia criminal que tiene que enfrentar todos los días el ciudadano común. El argumento de la pobreza para explicar los actos de maldad inaudita como la de la violencia ejercida en el rancho jalisciense, por lo tanto, no es teóricamente interesante.

Otro error, en este caso metodológico, que constantemente se comete en esta clase de investigaciones, es el de buscar “causas”. Quien pretende buscar “causas” en el ámbito de los conflictos sociales erró su camino antes de adentrarse en él. Es obvio que quien busca causas en el universo de los fenómenos sociales (políticos, psicológicos, sociológicos, etc.) está confundido: quien busca “causas” piensa que las explicaciones de carácter social son de la misma naturaleza que las explicaciones que se ofrecen en el terreno de las ciencias duras (física, química) y eso es un error. Los fenómenos naturales no tienen sentido y se explican básicamente mediante leyes generales aplicadas a situaciones particulares. No se necesita más. Pero los fenómenos humanos no se dejan atrapar de esa manera, precisamente porque tienen sentido. En las situaciones en las que intervienen los seres humanos tenemos que hablar de intenciones, propósitos, objetivos, estrategias, conductas y demás, so pena de no entenderlos en lo absoluto y de todo lo cual no se habla cuando se está lidiando con minerales, estrellas u océanos o con procesos como los de oxidación o combustión. Infiero que si lo que queremos es comprender la situación que nos agobia con miras a corregirla, lo que tenemos que hacer es formarnos una idea de la génesis del problema, rastrear los orígenes de la situación de modo que, a la manera de eslabones que se van engarzando, se puedan establecer las conexiones relevantes entre distintos eventos, situaciones, personajes, etc., para posteriormente estar en posición de desarticularlos Desde esta perspectiva, para la reconstrucción histórica se requiere obviamente de datos, de información genuina, pero también de imaginación no fantasiosa, porque sin ésta la reconstrucción no es viable. Si el resultado al que se llega resulta convincente, eso querrá decir que el cuadro que se pintó tiene sentido y entonces los fenómenos humanos estudiados se habrán vuelto comprensibles. Obviamente, es en esa dirección que nosotros pretendemos movernos.

Regresemos entonces a nuestro interrogante inicial: ¿cómo es que se llegó a está situación de depravación social general tan marcada, a este estado de putrefacción social e institucional en el que ahora tenemos que vivir? En primer lugar, habría que recordar que problemas sociales como el de la violencia a la mexicana llevan mucho tiempo para gestarse. Son procesos paulatinos. Son, obviamente, procesos humanos, de ahí que lo que en primer término ayuda a entenderlos sea el conocimiento de lo que podríamos llamar su ‘contexto de gestación’. Relacionado con esto habría que observar, en segundo lugar, que si bien es cierto que no podemos señalar a nadie en concreto como el o la “causante” de lo que nos está pasando, de seguro que sí podemos apuntar a personas que son en mayor o menor medida responsables de la situación actual, por cuanto por sus directivas, órdenes, decisiones y demás contribuyeron de manera palpable a la descomposición del tejido social mexicano. Esto nos lleva a una verdad de primera importancia, esto es, que juega en general y jugó en particular un rol absolutamente decisivo eso que para nuestros objetivos podemos identificar como la ‘clase gobernante’. Fueron, dicho de la manera más general posible, los dirigentes nacionales en todos los niveles y sectores de (más o menos) los últimos 12 sexenios quienes, a la manera de vaqueros marcando su ganado, le impusieron a la frágil e indefensa población mexicana el sello de la corrupción generalizada. Esto es muy importante, porque precisamente situaciones como la del rancho de Teuchitlán no son otra cosa que la expresión más cruda posible de un estado permanente de corrupción social, las últimas escenas de una obra maestra de descomposición social. Es un hecho que, como muchos otros vicios sociales, el recurso a la violencia permea al país. La violencia sicaria, como podemos llamar a la instanciada en el rancho de Teuchitlán, no es más que la forma más ominosa y degradante de violencia, pero la verdad es que la violencia está en todas partes y es cada vez más de todos contra todos, es decir, no sólo de criminales contra ciudadanos honestos, sino  de ciudadanos honestos contra ciudadanos honestos. Vivimos en una atmósfera de violencia cuyos signos más llamativos son eventos como los que tuvieron lugar en el rancho de propietario desconocido – una expresión más de corrupción superlativa, porque ¿cómo es que no se puede determinar quién es el dueño de esa propiedad? ¿Cómo pueden decir las autoridades que no saben de quién es el rancho en cuestión? Esa es una conducta típica de la época de la corrupción generalizada que es la actual. Pero dejando esto de lado, replanteemos una vez más nuestra pregunta: ¿cómo plausiblemente se llegó a generar una sociedad como la mexicana marcada de manera esencial por la violencia?

Viajemos momentáneamente al pasado. ¿Qué vemos? Vemos toda clase de arribistas y oportunistas usando las leyes para enriquecerse, aprovechando sus puestos para favorecer a sus familias y a sus amigos, destruyendo sistemáticamente todo vestigio de meritocracia, haciendo escarnio público de toda expresión de honestidad, burlándose descaradamente de todo esfuerzo genuino de impartición de justicia; nos encontramos con montones de individuos, hombres y mujeres, interesados exclusivamente en un bienestar puramente material desmedido y desde luego no ganado a base de esfuerzo sino de componendas y chanchullos; identificamos a innumerables sujetos no sólo susceptibles sino deseosos de vender los bienes de la nación – y hasta a sus habitantes si ello fuera factible – con tal de obtener inmensas cantidades de dinero, para como aprendices de brujos acumular irracionalmente decenas y hasta centenas de bienes raíces, a derecha e izquierda, sin ton ni son. Ahora bien, y esto también hay que tomarlo muy en cuenta, el dejarse llevar por la corriente de las ambiciones más prosaicas posibles trae aparejadas muchas otras cosas pero muy en especial un extraordinario desprecio por los bienes de la vida que no son de orden material. O sea, la ambición y el ansia desenfrenada por bienes materiales (por coches, por perros, por viajes, por ropa, etc.) inevitablemente genera la desespiritualización de la sociedad. Aunque la gente vaya a misa, en una sociedad tan profundamente corrompida como la mexicana ello no pasa de ser un mero simulacro, un auto-engaño ya que, como es bien sabido, los auto-engaños (como las histerias) no sólo son individuales, sino también colectivos. Esto que hemos dicho y que no son más que pinceladas de un cuadro muchísimo más complejo, forma parte esencial del trasfondo sobre el cual brotó la sociedad a la que pertenecemos y cuyos resortes, mecanismos, procedimientos para resolver problemas y demás ahora padecemos. Ahora lloramos las consecuencias de lo que generaciones de mexicanos, liderados por quienes eran sus dirigentes políticos, hicieron de México a lo largo de muchos lustros. Como bien dice el dicho, Quien siembra vendavales, cosecha tempestades y eso hicieron los mexicanos en su conjunto. Es por eso también que hay un sentido en el que lo que está pasando en México nos indigna a todos, pero no sorprende a nadie y no sorprende a nadie porque todos entendemos que lo que sucede es afín al modo de vida que prevalece en el país. Y ese dato también es muy significativo y elocuente.

Intentemos en unas cuantas palabras describir lo que es la vida desespiritualizada de una nación. Un pueblo que perdió el rumbo, como le pasó por culpa de sus gobernantes al pueblo de México, tiene varios rasgos fácilmente detectables. Para empezar, es un pueblo inmoral. No hay más que ver qué hace la gente (desde Sonora hasta Yucatán) cuando hay un accidente carretero: se aproximan a los accidentados pero no para ayudarlos, sino para robarles todo lo que se pueda. No se da cuenta la gente que eso que ella hace es su contribución a una situación en la que la principal víctima es ella misma. De ejemplos similares podríamos elaborar una lista realmente extensa, por lo que no me detendré en ello. En segundo lugar, es un pueblo en el que se razona poco, dado que con mucha facilidad se opta por la acción violenta para resolver prácticamente cualquier conflicto, en la casa, en el trabajo o en la calle. Esto es comprensible: la desespiritualización desemboca en la irracionalidad o ¿seriamente piensa alguien lo contrario? Tercero, se vive en el auto-engaño y en la trampa. No importa que los niños no sepan leer: que pasen al grado siguiente y no importa que en el grado siguiente no aprendan a multiplicar: que pasen al grado siguiente. Y así se van otorgando diplomas hasta llegar a los estudios universitarios. Y todos contentos! Acerca del resultado prefiero abstenerme de hacer comentarios. Podríamos indicar otros rasgos propios de un pueblo sometido a la diabólica enfermedad de la corrupción generalizada, pero con esto nos bastará. Quisiera pasar ahora a examinar rápidamente con los elementos con los que contamos el tema de la violencia absurda ejemplificada en lo sucedido en el rancho Izaguirre.

Lo primero que hay que señalar es que el cáncer de la corrupción en México es tan virulento que lo que se empezó a gestar (y que muy probablemente va a ser muy difícil de erradicar) es la creación de un mini-Estado dentro del Estado. ¿Cómo es eso factible? La respuesta es muy simple: la corrupción permite y promueve absolutamente cualquier estado de cosas. Imaginemos entonces a un militar entrenado que, quizá por sentirse injustamente excluido del mundo de los afortunados, siente unas ganas inmensas de vivir como viven los políticos de todos los niveles, es decir, aspira con toda su alma a tener él también acceso a toda clase de bienes materiales. En este sentido, hay que decirlo, el horizonte que se contempla es más bien limitado, porque a lo único que aspiran individuos como el aludido es a disponer de mucho dinero en efectivo, a tener muchos autos, muchas mujeres, a comer y beber hasta hartarse y quizá algo más pero no mucho más. El militar en cuestión convertido en enemigo social también quiere cobrar sus impuestos y en un régimen de corrupción eso es hasta comprensible. Tiene también que formar sus propios cuadros, pero no se trata de artistas, investigadores en ciencia, humanistas y demás. No: él necesita un auténtico ejército, una anti-policía pero de igual o mejor preparación que los representantes de la ley, contadores, etc. Como la moralidad no es un elemento vitalmente real en una sociedad corrupta, entonces lo que se genera es un conglomerado de individuos que simplemente no saben lo que es tener límites, porque se trata de sujetos a los que nunca les pasó por la cabeza la idea de que hay cosas que no se pueden hacer. Son personas que perdieron el alma, aunque siguen funcionando como si fueran seres humanos normales, sólo que están mutiladas. ¿Quién puede, si no alguien sin alma (obviamente, empleo la expresión psicológica, no teológicamente), atormentar y matar a alguien a sangre fría sólo porque no satisface sus requerimientos? A uno se le ocurre que si no pasan las pruebas que no les den los empleos a los que aspiraban, pero ¿por qué quitarles la vida, por qué hacerlos sufrir, por qué destruir la vida de sus familiares? ¿Cómo se puede obligar a una persona a que se coma a otra para que demuestre que es susceptible de cumplir cualquier orden que se le dé? Los únicos casos de esto último de los que yo tenía noticia atañen a lo que los piratas ingleses hacían con los esclavos negros durante los trayectos de África a América cuando los esclavos se sublevaban, pero nada más. Prácticas como esas sólo las pueden implementar individuos de una sociedad putrefacta, echada a perder como en más de un sentido lo era la sociedad esclavista inglesa del siglo XVII. En todo caso, queda claro que el deseo de ser “como ellos”, i.e., como los gobernantes convertidos en una nueva nobleza con dinero mal habido, que manejaron al país a su antojo durante décadas y que fijaron para la sociedad valores, métodos, modelos y demás, culmina en la creación de seres susceptibles de hacer lo que sea. Ciertamente, así no son los seres humanos “normales”.

El cuadro general obviamente requiere de más elementos. Uno que para mí es decisivo es la educación. Además de someter al mexicano medio a un intenso proceso de corrupción se le quitó la posibilidad de educarse en serio. Con sindicatos corruptos por delante, el sector educativo se vino abajo. Esto hay que tomarlo en cuenta por lo siguiente: no importa si los asesinos de cárteles y bandas son pobres o no, pero importa que sean gente fundamentalmente inculta. El ínfimo nivel de educación abre las puertas para que se vea en la conducta bestial, inmoral, brutal conducta normal, porque el sujeto no cuenta con parámetros para medir y evaluar acciones, propias o de otros. El ignorante no es religioso, pero sí es supersticioso. El sicario no cree en Dios; él se inventa su propia divinidad y cree en la Santa Muerte. Eso es lo que llamé ‘auto-engaño’ y ese fenómeno psicológico sólo puede darse cuando se ingiere el coctel armado con corrupción e ignorancia, y por ende inmoralidad, ausencia de sentimientos nobles, elevados, edificantes, sustitución de la religión por variantes de satanismo y demás. Ahora sí el fenómeno de la violencia extrema, irracional en la que se vive empieza a resultar comprensible.

Al cuadro conformado por la corrupción y la ignorancia, con todo lo que éstas acarrean, quisiera añadir otro elemento a mi modo de ver crucial, a saber, la descompostura radical del sistema judicial. No hay nada más ad hoc al florecimiento de la criminalidad y a la intensificación de toda clase de conducta anti-social que un sistema de impartición de justicia podrido como el que, aunque por fortuna agonizante, está teniendo sus últimos espasmos. Por ello, la reforma judicial iniciada por el presidente Andrés Manuel López Obrador no es otra cosa que una bendición política para el pueblo de México. Si a esta reforma la acompañara una lucha gubernamental sin cuartel en contra del bandolerismo, del pandillerismo y demás y si se lograra llevar a cabo una reforma radical del sistema educativo nacional, entonces sí se estarían asentando las bases para la redención de México en un futuro no muy lejano.

Podemos ahora replantear nuestra pregunta original: ¿cómo es que se llegó a la situación que hoy prevalece en nuestro desamparado país? México evolucionó como lo hizo porque tomó el poder un ejército de seres de mala entraña que, creyéndose muy astutos, le inyectaron inmoralidad a la sociedad (empezando por sus propias familias) y terminaron por generar en ella un cáncer social de inimaginables consecuencias. Si no me equivoco participó en las últimas elecciones presidenciales una persona que tiene una hermana condenada por secuestradora a 89 años de cárcel. Imaginemos que hubiera ganado: ¿no estaríamos confirmando  como en un laboratorio lo acertado de nuestras conjeturas? Tendríamos como presidenta a la hermana de una criminal  quien, podemos estar seguros de ello, no estaría aquí y ahora en la cárcel. Y ¿no es muy revelador el que haya obtenido los votos que muchos mexicanos le dieron? Pero retomando nuestra disquisición: ¿por qué es tan importante disponer de un diagnóstico claro y convincente de nuestra realidad? Porque es sólo sobre esa base que se pueden tomar las decisiones adecuadas para iniciar el trabajo de recomposición social, de reconstrucción de la sociedad mexicana, desde sus cimientos. Si lo que he dicho tiene visos de verdad, no queda más que apostarle a la lucha frontal en contra de la delincuencia organizada, a la impartición efectiva de justicia y a la re-educación del pueblo. Es sólo sobre transformaciones de esa naturaleza y de esas magnitudes como se podrá dejar atrás situaciones como la del rancho de Teuchitlán, que es entre otras cosas un símbolo, porque debe haber muchos así a lo largo y ancho del país, y que podrá el mexicano medio llevar una vida buena. Pero ¿qué es la vida buena? Para responder a esta pregunta le cederé la palabra al gran filósofo inglés, Bertrand Russell. En un famoso escrito de los años 30 del siglo pasado, Russell ofrece una definición sencilla, pero nítida y profunda a la vez, de lo que es la vida buena, de esa vida que queremos para todos los mexicanos. La vida buena, nos enseñó Russell, es la vida inspirada en el amor y guiada por el conocimiento. Al buen entendedor, pocas palabras.

 

 

 

 

 

El Realismo Fallido de Donald Trump

Difícilmente podría negarse que, en lo que política internacional concierne, 2025 resultó ser, por lo menos en lo que llevamos de él, un año fantástico. Independientemente de lo que suceda tras bambalinas, algo a lo que nosotros, sencillos ciudadanos del mundo, no tenemos acceso (ni nos presentamos como si lo tuviéramos), lo cierto es que hay concomitancias entre hechos que ni eran predecibles ni son fortuitas. Supongo que nadie negará que el primer dato de primerísima importancia del 2025 es la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Se podría replicar que eso no tiene nada de extraordinario dado que era algo que ya todo mundo sabía: Trump ya había sido declarado vencedor en el proceso electoral de noviembre de 2024. Pero las cosas no son tan simples porque, aunque resultó el vencedor en el proceso electoral, de todos modos habría podido no tomar posesión nunca. En los Estados Unidos, como es bien sabido, los atentados contra los presidentes no son algo impensable. Desde luego que hay casos en los que el político atacado se salva, como pasó con Ronald Reagan, pero otros, como J. F. Kennedy, no corrieron con la misma suerte y Trump habría podido ser de estos. De hecho él ya tuvo esa horrible experiencia que es la de ser el blanco de un francotirador. O sea, también él sufrió un atentado y el modo como se salvó fue realmente extraordinario: una bala le dio en la oreja derecha, a medio centímetro de su cabeza pero sin tocarla. En verdad, lo menos que podemos decir es que se salvó “de milagro”. Más aún: la forma espontánea de expresar la situación consistiría en decir que Dios lo protegió! Pero ¿por qué habría querido alguien eliminar a Donald Trump? Obviamente, no voy a discutir la ridícula tesis del “tirador solitario”, una grotesca narrativa a la cual ya sistemáticamente se apela en todos los casos de magnicidio y se le presenta como la “explicación” del suceso. Eso, todo mundo lo entiende, es una burla. Intentar asesinar a un presidente o a un candidato a la presidencia de los Estados Unidos es no sólo una acción suicida, sino una acción que sólo se puede fraguar por medio de una maquinaria  que opere sistemáticamente desde las sombras y que se siente amenazada, desde algo así como el “Estado Profundo” (“Deep State”), tal como el mismo Trump lo ha identificado. ¿Quién más podría intentar desembarazarse de un presidente que está limpiando sus establos de Augía? En todo caso, de lo que podemos estar seguros es de que intentos como esos no son el producto ni de una casualidad ni de decisiones meramente personales de un psicópata. Como dije, avanzar pseudo-explicaciones como la del tirador solitario es simplemente burlarse en forma descarada de la gente, estar convencido de que el ciudadano medio no tiene por qué recibir información fidedigna. Por otra parte, es evidente que el intento por matar a un político como Donald Trump no se debe a que éste sea una persona insignificante, manipulable, de carácter débil, sin visión política, etc., un Joe Biden cualquiera, para ilustrar sin dejar lugar a dudas. El atentado contra Trump se explica más bien por el hecho de que sus enemigos jurados, los que de entrada están y estarán en contra de todo lo que diga y haga, están en los Estados Unidos y probablemente también al interior de su gobierno (John Bolton es un buen ejemplo de ello, pero ni mucho menos el único). Y lo más interesante del asunto, dejando de lado lo que podríamos llamar el ‘milagro de Donald Trump’, es que hay un sentido en el que quienes desde las sombras intentaron eliminarlo, quienes más temen que exhiba sus crímenes, fraudes, actos inmensos de corrupción y manipulación políticas, su uso de las instituciones públicas al margen por completo de la ley, su utilización cínica de enormes cantidades de dinero usadas sin justificación alguna, todos ellos tenían razón en temer a Trump. Que hay un conflicto muy grande entre el actual presidente norteamericano y el Estado Profundo de los Estados Unidos es algo que ahora podemos constatar y se trata de un fenómeno que, como es natural, quisiéramos también comprender.

Consideremos el problema palestino. Es perfectamente posible que haya sido una feliz casualidad o una decisión concertada con sus pares israelíes, pero a mí lo que me interesa enfatizar es el hecho de que un día antes de la toma de posesión deTrump cesaron las hostilidades en Palestina y la Franja de Gaza. Eso es algo que con un monstruo horrendo y odioso, el ex-Secretario de Estado norteamericano más pro-israelí que ha habido en la Casa Blanca, un funcionario del gobierno norteamericano (con todo su equipo) más sionista que el mismo B. Netanyahu, como lo era A. Blinken, no sucedió en más de 450 días y que nunca habría sucedido. Eso no es un hecho que pueda simplemente pasar desapercibido. Pero además de la decisión de detener la masacre de los niños palestinos (y no sólo de niños. Lo digo sencillamente como un recordatorio más doloroso), igualmente fantástica ha sido la política, totalmente novedosa pero esencialmente sana, impuesta por Trump en relación con el conflicto ucraniano. La pregunta que todos nos hacemos y a la que buscamos incesantemente una respuesta racional es: ¿por qué le dio el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, un giro tan súbito y tan inesperado a la política exterior del país todavía más poderoso del mundo? El hecho es políticamente de suma importancia pero, en mi opinión, resulta inteligible sólo si se tiene presente su trasfondo histórico. En concordancia con ello, intentaré echar un mínimo de luz sobre el tema para lo cual, inevitablemente, será menester hacer un poco de historia y, si da tiempo, también de filosofía de la historia. Pero empecemos con los datos.

No tengo la menor duda de que, si se le pregunta a una persona razonablemente culta cuándo empezó y cuándo terminó la Segunda Guerra Mundial, de inmediato nos dirá que empezó el 1º de septiembre de 1939 y terminó el 8 de mayo de 1945, cuando el mariscal W. Keitel firmó la rendición incondicional de Alemania (lo hizo el 9 ante las fuerzas soviéticas). La respuesta, en mi opinión, es simplemente errónea. Lo que tuvo lugar entre septiembre de 1939 y mayo de 1945 fue la lucha armada entre los diversos países involucrados, pero las hostilidades estaban latentes desde el Tratado de Versalles y realmente empezaron a hacerse sentir a partir del momento en que el movimiento nacional-socialista triunfó en las elecciones y llegó al poder con A. Hitler como Canciller del Reich. A partir de ese momento se hizo desde la plataforma formada por las grandes potencias occidentales de la época todo lo que se pudo para asfixiar económicamente a Alemania, exactamente como se hizo con Rusia durante la operación especial en Ucrania: retiro de inversiones, clausura de los mercados a la exportación de sus productos, bloqueos bancarios de toda índole, etc. Dado que Alemania no estaba dirigida por gente con una visión del todo clara de la situación mundial, poco a poco Alemania se fue encaminando por la vía de la confrontación para la solución de sus problemas y obviamente terminó en un fracaso rotundo, esto es, en su destrucción. Sin duda uno de los errores más grandes y decisivos de la lucha armada fue la absurda invasión de la Unión Soviética, un país con el que Alemania no sólo tenía un pacto de no agresión, sino también relaciones comerciales que eran inclusive favorables para ella. Ahora bien, con la derrota militar de Alemania hizo su aparición en el escenario mundial una nueva potencia o, mejor dicha, la nueva super-potencia, esto es, los Estados Unidos. Y aquí es donde hay que tener cuidado con las descripciones que se hagan, porque lo que esta sucediendo hoy se deriva precisamente de eso que empezó a fraguarse a partir de la división de Alemania y de la creación de la República Federal Alemana y, por lo tanto, de la ocupación de Alemania por las fuerzas estadounidenses. Lo que hay que entender es que con el fin de la guerra vino no sólo un reajuste político, sino una auténtica transformación del planeta y que el nuevo mapa del mundo lo diseñaron e impusieron casi en su totalidad los Estados Unidos. En muy poco tiempo se acabaron los imperios británico y francés y los Estados Unidos y la Unión Soviética quedaron como los nuevos rivales. Primero los americanos formaron la OTAN (1949), supuestamente para contener la “agresión rusa” (si esto suena familiar no hay por qué sorprenderse), lo cual tuvo como efecto que los soviéticos formaron un bloque con los países europeos que estaban bajo su influencia y que se conocería como el ‘Pacto de Varsovia’ (1955). Empezó entonces una nueva confrontación, esta vez entre los Estados Unidos y las URSS, un choque que afortunadamente nunca llegó a ser militar, entre las dos super-potencias. Lo que en cambio éstas sí hicieron fue difuminar su enfrentamiento a través de un complejo juego de estiras y aflojas en los países del Tercer Mundo y, naturalmente, con Europa jugando un papel central en el panorama político, pero siempre totalmente subordinado al de los Estados Unidos. Al periodo que lleva del fin del enfrentamiento armado al derrumbe del bloque socialista y al desmoronamiento de la Unión Soviética se le conoce oficialmente como el periodo de la “Guerra Fría”. Esta delimitación de dicho periodo es inexacta puesto que, como ahora todo mundo lo sabe, la agresión norteamericana (como es obvio, apoyada incondicionalmente por los gobiernos lacayos europeos) persistió e inclusive se intensificó. Su punto culminante se alcanzó precisamente con la guerra en Ucrania. En relación con esto es menester hacer ciertos recordatorios.

Con la caída de la Unión Soviética los gobiernos norteamericanos a partir de George H. W. Bush se envalentonaron y articularon una nueva política de agresión en contra esta vez de la Federación Rusa. Los policy makers y los Think Tanks norteamericanos empezaron a padecer una especie de delirio eufórico y empezaron a tener alucinaciones políticas, consistentes básicamente en la convicción de que el desmembramiento de la Federación Rusa era factible, que se podría tener el control político y militar total sobre ella, someterla financiera y comercialmente a Occidente y hasta dividirla en pequeños países. Se hizo todo para alcanzar esos objetivos, empezando por la expansión sistemática de la OTAN – a pesar de que uno de los compromisos más importantes asumidos por los Estados Unidos en el periodo del caos post-soviético, cuando el país era dirigido por un individuo que además de alcohólico era increíblemente ingenuo (Boris Yeltsin), era precisamente no expandir la OTAN hacia el Este. Es muy importante entender que hasta el golpe de Estado en Ucrania, orquestado por los Estados Unidos en 2014, la política norteamericana de presión permanente sobre Rusia había dado resultados relativamente positivos para ellos, si bien también es cierto que las cosas ya habían empezado a cambiar. Aquí es donde la historia se pone interesante.

El periodo de la Guerra Fría fue un periodo de jugosos negocios que le dejaron al sector privilegiado de la población norteamericana colosales ganancias. Todo lo que tuviera que ver con la industria armamentista se vio formidablemente beneficiado por las guerras que los distintos gobiernos de los Estados Unidos promovieron o directamente causaron a lo largo más o menos de 70 años, es decir, desde la guerra de Corea hasta la guerra de Ucrania. La guerra siempre fue un gran negocio para los Estados Unidos, un negocio que benefició a la población norteamericana generando trabajo, inversiones, un alto nivel de vida y de bienestar material. En marcado contraste con ello, la guerra para la URSS siempre significó un desgaste, limitaciones presupuestarias terribles, imposibilidad de darle a los ciudadanos soviéticos el nivel de vida al que tenían derecho, etc. Para decirlo de manera escueta: la guerra en el sistema capitalista es un estupendo negocio en tanto que en el sistema socialista es una carga y un lastre. No obstante, a lo largo del último medio siglo, poco a poco pero consistentemente, el esquema norteamericano de dominio empezó a fallar. En primer lugar, nunca lograron los americanos ubicarse en el terreno militar por encima de los rusos de modo que pudieran desatar una guerra y ganarla. Los diferentes gobiernos de Rusia siempre pudieron dejarle en claro a los norteamericanos que no había forma de que ganaran una guerra atómica. Eso significaba un límite a las pretensiones de dominio total por parte de los norteamericanos. A eso se sumó el impactante y fulgurante desarrollo económico de China, por lo que los Estados Unidos volvieron a vivir en otro contexto la experiencia de no ser ya los primeros, los mandamases, los número uno. A esto habría que añadir que multitud de gobiernos de los así llamados ‘países del Tercer Mundo’ empezaron a deslindarse de las políticas neo-colonialistas de los Estados Unidos y sus aliados (políticas de explotación, de segregación, de chantajes financieros, de intervenciones arbitrarias y así indefinidamente), lo cual terminó por generar, entre otras cosas, la formación de los BRICS, una agrupación económica, cultural, comercial y demás de países que crece día con día y a la cual los Estados Unidos, ni con el apoyo incondicional de todos los gobiernos lacayos con los que cuenta, podrían poner de rodillas. En otras palabras: los gobernantes norteamericanos sencillamente no se percataron de lo que había venido sucediendo enfrente de sus propias narices, esto es, que la situación mundial se había radicalmente modificado y que lo que había sido su orden mundial se había definitivamente trastocado. Ante un asombroso y veloz cambio del mundo, los soberbios, corruptos e infames líderes políticos de los Estados Unidos, junto con los de todas sus camarillas, organismos, instituciones y demás se mantuvieron con los ojos cerrados. Y esa histórica alteración de las jerarquías en todos los dominios alcanzó su punto culminante precisamente con lo que pasará a la historia como el último esfuerzo de los norteamericanos para mantener su primacía, sólo que ahora se les puede gritar a la cara: “Eso, se acabó!”.  Y se acabó no sólo gracias a la inteligencia, la astucia, la sagacidad, la perseverancia de dirigentes políticos como el presidente Vladimir V. Putin, sino también a la mediocridad política y a la bajeza humana de personajes como G. W. Bush, Barak Obama o, el sin duda alguna más representativo de la época, el ultra-corrupto y senil Joe Biden.

Fue con ese nuevo paisaje político como trasfondo, ahora sí ya fácilmente reconocible, como D. Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos. La diferencia con los presidentes anteriores es que Trump sí entiende la nueva situación y desde luego que va a hacer todo lo que pueda para revertirla, pero reconociendo desde el arranque que lo intentará desde una nueva plataforma, una plataforma que no es ya la de la única super-potencia, la del país que dicta e impone las condiciones. Eso quedó atrás, por lo menos en lo que a los BRICS atañe. Así, la política de Trump no es más que el reconocimiento público de que la herencia de la Segunda Guerra Mundial se acabó y que empieza una nueva era. Lo que es peculiar del presidente Trump es la conjugación de su claridad política con un estilo muy personal de gobernar, de relacionarse con el pueblo norteamericano y con los gobernantes de los demás países. Trump sí va a darle su lugar al presidente Putin y al presidente de la República Popular China, el también extraordinario Xi Jinping, pero no porque él sea todo un caballero y un generoso altruista, sino simplemente porque él sí entendió que el tablero del mundo tiene una nueva composición y que no tiene caso pretender seguir gobernando como si la realidad no le estuviera dando signos muy claros de que o se abandona la política de la prepotencia y la amenaza, en especial con Rusia, o los Estados Unidos se van directamente al abismo. Por si fuera poco, el presidente Trump tendrá que lidiar no sólo con los enormes adversarios que son Rusia y China (y yo añadiría, por lo menos, a la India), sino que tendrá que enfrentar una brutal guerra en su propio país y la verdad es que ni mucho menos es seguro de que la gane. Yo inclusive pensaría que para el futuro norteamericano es mucho más importante la victoria al interior de los Estados Unidos frente al “Estado Profundo” que la potencial victoria sobre las otras grandes potencias. Y hay una razón para ello, a saber, que el declive, por no decir la decadencia definitiva de los Estados Unidos, se debe en gran medida precisamente al Estado Profundo, compuesto por instituciones y personas con mucho poder y dinero que usaron como quisieron y para su propio beneficio al gobierno de los Estados Unidos. Blinken y su pandilla son, a mi modo de ver, los mejores ejemplos de quienes llevaron a los Estados Unidos al desastre.

El fenómeno Trump, por otra parte, sacó a relucir la hipocresía y la ceguera política de los actuales gobernantes de Europa Occidental. El actual Vicepresidente de los Estados Unidos, James D. Vance, les impartió una auténtica cátedra de política avanzada a todos esos pseudo-líderes, oportunistas y corruptos, que no han entendido todavía que el mundo cambió, que la rusofobia pertenece a la época de la Guerra Fría pero que en la actualidad es una actitud y una política contraria a los intereses económicos no sólo de los Estados Unidos sino de ellos mismos y, en verdad, de todo el mundo. Los gobernantes europeos siguen entrampados en las estrategias del pasado, estrategias que palpablemente ya fracasaron. Todos sabemos que la OTAN fue militarmente derrotada en Ucrania. Los europeos van a tener que pagar por su obstinación y su odio eterno hacia Rusia y van a tener que adaptarse o pasar a formar parte de un nuevo “Tercer Mundo”. Casi dan ganas de decirles: “Bienvenidos, fracasados!”. En todo caso, lo que es claro es que los europeos no tienen con qué forzar a los Estados Unidos a que éstos sacrifiquen sus intereses para mantener sus caprichos y sus incomprensiones.

Con base en lo expuesto, me parece que podemos afirmar que si hubiera alguien todavía que preguntara: ¿Pero qué diablos está haciendo Donald Trump?, creo que la respuesta ad hoc sería: si preguntas eso es porque no entiendes nada de nada! Ahora nosotros, después de lustros de engaños sistemáticos por parte de la prensa mundial, hemos aprendido que lo razonable y lo sensato es siempre pensar lo contrario de lo que los mass-media quieren que pensemos. ¿Cómo nos pintan a Trump la CNN o comentaristas tan odiosas como Rachel Maddow, quien obviamente no tiene otra misión que la de vilipendiar y difamar al actual presidente de los Estados Unidos? Como un monstruo, como un ignorante, como un demente. No obstante, si nos atenemos a nuestro principio concerniente a los medios de comunicación lo que tenemos que inferir es que Trump es exactamente lo contrario de como lo presentan los escandalosos portavoces del Estado Profundo. Al implantar en Ucrania una política nueva, Trump está siendo realista, pero ser realista estando al frente del gobierno de los Estados Unidos es poner en jaque a multitud de actores políticos que se creían intocables, es atentar en contra de dañinos intereses creados. Es un hecho que Donald Trump está acabando con el status quo norteamericano que se construyó e impuso por lo menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. O sea, con Trump llegó a su fin lo que quedaba de “Guerra Fría”.  Lo que no han entendido todavía y no quieren aceptar quienes controlan el poder en Europa Occidental es que la rusofobia ya no es negocio! Sin duda, el imperio americano va en declive y Trump quiere a toda costa reconstruirlo. Eso es lo que significa ‘MAGA’, o sea, algo así como “Hacer de nuevo grandes a los Estados Unidos”, en donde se usa ‘grandes’ para decir ‘la única super-potencia’. En relación con el slogan de Trump, debo decir que, en mi opinión, si bien él tiene toda la razón al reconocer lo que es la nueva realidad geo- política, financiera y demás prevaleciente en el mundo y de actuar en consecuencia, también hay que admitir que sus objetivos imperialistas van en contra de la lógica de la historia. Ésta en efecto enseña que una vez que los imperios se debilitan y entran en declive, no hay forma ya de detener su  proceso de descomposición. Yo tengo la convicción de que, a pesar del tremendo esfuerzo que hará Donald Trump para que ello no sea así, el imperio del siglo XX, es decir, el imperio norteamericano está destinado a desaparecer e inevitablemente tendrá que cederle su lugar a las nuevas fuerzas de las que está ya impregnado el mundo.

 

 

 

 

 

África y México

Por un sinnúmero de razones, lo cierto es que ese continente fantástico que es África sigue siendo para los mexicanos una realidad enigmática y desconocida. En parte ello se explica por el hecho de que nuestra población negra es numéricamente muy reducida. Hay en México pequeñas comunidades de origen africano sobre todo, mas no únicamente, en los estados de Veracruz, Oaxaca y Guerrero. ¿Por qué en este sentido es nuestro país tan diferente de países como Colombia o Venezuela, no digamos ya Brasil? La explicación es relativamente obvia y simple. Una vez conquistado militarmente el continente americano desde California hasta la Patagonia, el objetivo de los invasores europeos no podía ser otro que el de aprovechar su inmensa riqueza natural y vivir de la mano de obra gratuita de los habitantes del Nuevo Mundo. La explotación que a partir de la conquista se inició fue sistemática y duró tres siglos, durante los cuales no sólo pudieron las monarquías europeas mantener con lujos sus parasitarias existencias, sino que hasta terminaron creando nuevas etnias. Ese fue notoriamente el caso de México, en donde la ocupación española significó, entre otras cosas, el exterminio de un porcentaje muy elevado de hombres y la violación sistemática de mujeres, creando así a la nueva población mestiza. Por otra parte, como en América Central y del Sur nunca se conjugaron grandes civilizaciones y poblaciones aguerridas (en Perú, por ejemplo, las poblaciones indígenas simplemente se rindieron ante el invasor. Nunca se produjo en América del Sur una batalla como la de Iztapalapa), la sujeción extranjera nunca alcanzó el grado de violencia que impusieron los españoles en la Nueva España. En lo que ahora es México había indígenas suficientes para mantener de manera ininterrumpida el flujo de riqueza (oro, plata, productos agrícolas, etc.) que requería la corona española para seguir manteniendo su status, una meta alcanzable sólo por medio de guerras financiadas en última instancia por las minas de Zacatecas, Guanajuato e Hidalgo. Recuérdese que durante los tres siglos de dominio español en América Latina, España participó en decenas de guerras y si bien ahora las guerras son ante todo negocios de grandes empresas y corporaciones, las cuales lucran magníficamente con vidas humanas, antes eran procesos muy costosos cuyos frutos se daban sólo hasta que el vencedor impusiera sus condiciones (reparaciones, impuestos, anexiones etc.). En todo caso, durante ese lapso de tres siglos, que por lo menos a los habitantes de la Nueva España les ha de haber parecido como un suplicio interminable, para la explotación de la riqueza mexicana que la Metrópoli requería la mano de obra existente era suficiente, pero esa no era la situación ni en el Caribe ni en América del Sur. Allá, extensiones inmensas de terreno quedaban sin ser exploradas y explotadas por falta de hombres. Muy pronto entonces, los españoles pero sobre todo los portugueses empezaron a traficar con seres humanos, un negocio al que de inmediato se unieron y desarrollaron en gran escala ingleses, franceses y holandeses. Y ¿de dónde extraían los europeos el material humano para los trabajos forzados? La respuesta es obvia: de África. A través de argucias, engaños, estafas y, sobre todo, por por medio de razzias, los europeos crearon el comercio de esclavos más grande de la historia. Según Hugh Thomas, en tres siglos los europeos vendieron como esclavos a cerca de 90 millones de personas. Se dice fácil! El comercio de esclavos fue probablemente el negocio más redituable para las monarquías europeas. O sea, todo ese bienestar y esa elegancia de multitud de “gentlemen”, de intrigantes palaciegos y de cortesanas arribistas tiene como plataforma la sangre, el sufrimiento y el horror de millones de hombres, mujeres y niños completamente indefensos. Y ahora, lo cual es increíble, los gobiernos que fueron poco a poco remplazando a sus respectivas noblezas se niegan a darle asilo a seres humanos que huyen de las espantosas condiciones de vida que heredaron de ellos precisamente. Eso sin duda es parte de la “grandeza” de Occidente.

El trato brutal recibido por las poblaciones africanas desde que se iniciaron sus relaciones con los europeos ni mucho menos se limita a la trata y venta de personas. No voy a entrar en el recuento de las atrocidades de ese fabuloso negocio. En su libro, The Slave Trade (El Comercio de Esclavos), Thomas recoge multitud de testimonios que son realmente espeluznantes pero, como dije, no entraré en esa clase de detalles. Lo que en cambio sí me importa destacar es la continuidad en el trato bestial del que en la actualidad son objeto las poblaciones africanas en su conjunto por parte de los occidentales de la etapa post-esclavista. Una ratificación contundente de lo que ha sido el permanente enfoque occidental lo encontramos en el rey belga Leopoldo II, propietario durante casi un cuarto de siglo de lo que se conocía como ‘Estado Libre del Congo’, posteriormente ‘Congo Belga’ y en la actualidad ‘República Democrática del Congo’. La extracción de diamantes, marfil y demás productos de la región requirió de cerca de 10 millones de vidas. Cuando ya el escándalo era vox populi, el Estado Belga tomó posesión del país y las cosas siguieron más o menos igual. No es, pues, por casualidad que, en los años 60 del siglo pasado, hubiera surgido en esa colonia un revolucionario extraordinario, un gran líder político, un humanista visionario como lo fue Patricio Lumumba. Cuando parecía que el país se encaminaba ya por la vía de la libertad, Lumumba fue cobardemente asesinado por la CIA en 1961. Lo que la República Democrática del Congo heredó de sus antiguos amos fue caos étnico, pobreza, conflictos armados y explotación sistemática, ahora por parte de trasnacionales que no tienen otro objetivo que el de llevarse toda la riqueza mineral que puedan del país. Los desplazamientos de pueblos enteros y la violación de derechos humanos en la República Democrática del Congo está, como era de esperarse, a la orden del día.

Lo que sucede en la República Democrática del Congo no es un fenómeno aislado y ello explica por qué, a lo largo y ancho de ese formidable continente, han surgido grandes intelectuales, líderes políticos, dirigentes con visión y animados por legítimos ideales de liberación, bienestar y seguridad. Así, después de Patricio Lumumba aparecería en el escenario político mundial otro luchador ejemplar, de  dimensiones históricas, a saber, el gran Nelson Mandela, un libertador pacifista y que, después de 28 años de cárcel, logró acabar con el odioso apartheid que prevalecía en Sudáfrica. Antes de Mandela, la población blanca vivía en un estado jurídicamente normal, pero junto a la población local, esto es, negra, la cual no gozaba de los mismos derechos. Eso se llama ‘racismo’, pero aparte de que el racismo en sí mismo es inaceptable, ¿por qué habría una población de ser discriminada en su propio país?! Es que ese era el sistema que los afrikaners, de origen básicamente holandés, habían impuesto. Sin embargo, Mandela triunfó y con su victoria Sudáfrica cambio de rumbo para su bien y para siempre. Mucho menos buena suerte tuvo otro gran político africano, libio esta vez, a saber, Muammar Gadafi. Éste llevó a su país al primer lugar en África en lo que a bienestar atañe. Realizó incontables reformas en los sectores alimentario, petrolífero (con nacionalizaciones decisivas), educativo, social, etc. Gadafi encaminó a Libia hacia el socialismo y eso le ganó, desde la época de R. Reagan, el odio norteamericano. Finalmente, después de toda una maraña de intrigas, acciones de sabotaje, de desestabilización, etc., con los aviones de la OTAN por delante, el gobierno de Libia fue salvajemente destruido y su líder asesinado de una manera horrenda. La infame Hilary Clinton, en una memorable entrevista, exultando describió la situación diciendo: “Nosotros llegamos, vimos y él murió”, una parodia ridícula de la célebre frase de César, ‘Vine, vi y vencí’, para referirse a su conquista de las Galias. En la destrucción de Libia jugaron un papel especial las fuerzas armadas francesas, pero el saqueo fue generalizado y las inmensas reservas de oro que Gadafi había acumulado para su país simplemente se esfumaron. Dicho sea de paso, la participación francesa, que tuvo lugar durante el periodo presidencial de N. Sarkozy, fue diseñada, orquestada e impulsada por Bernard Henri Lévy, un bien conocido sionista francés. Hay publicado y en la red mucho material al respecto.

Pero regresemos a nuestra  tema, que es el continente africano. Lo que hemos expuesto no tenía otro objetivo que el de permitirnos echar un vistazo con comprensión sobre la situación actual de África y, por más que lo intentemos, lo que no podemos dejar de percibir es la maldad, la codicia, la desvergüenza occidental. Los perros, como se sabe, ya sea que se trate de pastores alemanes, chihuahueños o de setters irlandeses, tienen un origen común, que es el animal que en la Edad de Piedra se fue acercando a los humanos hasta quedar vinculado a ellos como su compañero. Mutatis mutandis, pasa lo mismo con los humanos: que sean rubios o de ojos rasgados, de cabello lacio o de pelo chino, todos tienen un mismo origen y ese origen es africano. Si estuviéramos divagando por medio de analogías y asociaciones fáciles, tendríamos que decir que la raza blanca es en verdad la más ingrata de la historia. Como todos sabemos, el primer núcleo de seres de nuestra especie surgió en lo que hoy es Sudáfrica, hace alrededor de 2 millones de años. Poco a poco, aquella gente fue remontando el continente hasta llegar a Egipto, de donde pasaron hacia lo que hoy es el Medio Oriente y paulatinamente se fueron diseminando por Europa. No se sabe si allá se encontraron con los Neandertales y si los aniquilaron o se mezclaron con ellos, pero en todo caso se impusieron y, con los cambios de clima, de alimentación, etc., la raza humana se fue, por así decirlo, diversificando. Y lo paradójico del caso es que los descendientes de quienes desempeñaron el papel de semillas de la civilización occidental son quienes han sido peor tratados por los occidentales a lo largo de su historia. Por sus condiciones geográficas, climáticas y humanas, África se rezagó en lo que a su desarrollo material concierne y eso la volvió tremendamente vulnerable frente a la codicia de los países “civilizados”.

Sin embargo, el hecho es que, de manera desesperadamente lenta pero al parecer consistente, África está abriendo los ojos y empezando a estirar los músculos. En la época actual, dadas las condiciones de vida no hay más que un grupo social que puede reforzar y dirigir este despertar africano, a saber, el de los militares nacionalistas. Poco a poco, los nuevos gobiernos en diversos Estados africanos han echado de sus respectivos países a las fuerzas occidentales estacionadas en ellos. Se acabaron las colonias holandesas, portuguesas e inglesas y ahora le toca el turno a las francesas. A los franceses prácticamente los corrieron de Senegal, de Chad, de Burkina Faso, de Niger y de otros países. Ahora los países africanos empiezan a percatarse de su fuerza y de sus potencialidades y a exigir un trato diferente, más equilibrados convenios comerciales, respeto a sus instituciones políticas, religiones y tradiciones. La nueva clase de dirigentes, esto es, de militares nacionalistas, que es lo que los pueblos de África necesitan para poder transitar a modos de organización civiles que les convengan, sean los que sean, se compone de luchadores que están conscientes de sus debilidades y de sus dependencias frente a los países occidentales avanzados. Sin embargo, y a diferencia de las estrategias adoptadas en, por ejemplo América Latina, los países de África han encontrado amigos reales y están orientándose cada vez más hacia procesos de colaboración más eficientes y positivos para sus finanzas, programas de salud, de educación, etc., con ellos. Esos países, esos nuevos amigos son, obviamente, Rusia y China. En pugna permanente con lo que los occidentales llaman la ‘penetración rusa y china’, lo que estos países aportan son infraestructura, medicinas, alimentos, etc. Frente a la innegable fuerza y el despotismo del dólar, Rusia y China supieron construir nuevas alianzas y lograron formar el famoso BRICS, que son las letras iniciales de Brasil, Rusia, India, China y … Sudáfrica! Este grupo de países, que constituye una genuina alternativa al bando occidental conformado por los países europeos con los Estados Unidos a la cabeza,  ha ido creciendo y ahora incluye entre sus nuevos miembros a otros países africanos, que son Etiopía y Egipto y están en la lista Uganda y Nigeria y sin duda hay otros que harán todo lo que puedan para ingresar al grupo salvador. Ahora bien, lo que es importante entender es que es sólo mediante estas nuevas alianzas que los países de África podrán efectivamente dejar atrás su injusto pasado y florecer como sin duda tienen derecho a hacerlo. Y yo iría más lejos: aunque desde muchos puntos de vista México es un país más desarrollado que la mayoría de los países africanos, se debería entender en México que éstos nos están dando aquí y hora una auténtica lección de política y de historia. Trataré de explicar la idea, aunque de hecho me parece evidente de suyo.

Lo que África nos está enseñando es que si, como nación, aspiramos a protegernos de los poderosos países parásitos occidentales, los países que no saben establecer relaciones de igualdad sino que intentan siempre implantar vínculos de dependencia, de subordinación, de explotación descarada, de imposición arbitraria, ello sólo lo podremos lograr si establecemos nuevas alianzas, relaciones frescas con países con los que se puede comerciar de manera mutuamente beneficiosa y no por medio de tratados de pseudo-libre comercio, tratados que cuando así le conviene a uno de sus signatarios lo echan por tierra sin respeto por los pactado ni por los países que lo firmaron. Tenemos los ejemplos ante los ojos y no se hace nada para modificar de raíz esa horrenda situación de imposición y subordinación. Un ejemplo bastará para ilustrar lo que estoy diciendo: el maíz transgénico. El presidente Andrés Manuel López Obrador logró, contra viento y marea, mantener la prohibición de usar el maíz genéticamente modificado para el consumo de la población mexicana. La razón lo asistía totalmente. El problema es que eso ya cambió. Los Estados Unidos finalmente impusieron su voluntad y de ahora en adelante, tarde o temprano, en México se usará un maíz ponzoñoso para hacer tortillas, un maíz tratado a base de glifosato, que es veneno puro. Una vez que se permita su importación, ya su comercialización generalizada será cuestión de  tiempo. Los mercaderes de siempre cumplirán con su función y el maíz ilegítimo terminará en nuestras mesas. Pero ¿por qué se aceptó una resolución tan negativa para nuestra población? ¿Acaso los panistas así lo decidieron? No, porque ellos no tienen el poder para eso, porque si lo hubieran tenido desde luego que ya habrían abierto de par en par las puertas del país y no sólo para el maíz transgénico. ¿Será acaso porque la presidenta está de acuerdo con ello? Yo no lo creo. Lo que parece haber sucedido es más bien que, por una parte, los ineptos miembros de las mesas de discusión que representaban a México fracasaron en defender el punto de vista de nuestros legítimos intereses nacionales y, por otra parte, porque al no tener a quien recurrir, en quien apoyarse, México no tuvo cómo defenderse frente a la maquinaria político-militar-corporativista-financiera y demás de los Estados Unidos. ¿Qué tiene que hacer México? Seguir el ejemplo de algunos lúcidos países africanos porque, aunque menos desarrollados como países, nos están dando una lección política de primer orden.

Es obvio que el actual gobierno de México no va a poder resistir el embate preparado por el gobierno al frente del cual está D. Trump. Éste va a hacer todo lo que pueda para re-imponer el orden imperial. Para impedir una nueva era de explotación, desigualdad, arbitrariedades, intervenciones, corrupción y demás, no basta con proclamar la soberanía o recitar slogans. La seguridad de México es algo que se defiende en los hechos, no en el discurso. Desde luego que se le puede hacer frente a Trump y aprovechar sus errores y pasos en falso, que son muchos. Él es un típico blofista que llegará hasta donde se lo permitan sus interlocutores. Hay que pararse frente a él, pero ¿cómo hacerlo? Yo creo que África marca la pauta. Hay no sólo que multiplicar nuestras relaciones con los países de ese continente, es decir, es importante variar nuestras relaciones comerciales pero también culturales, diplomáticas, educativas, turísticas y demás con países a los que, puede especularse, el futuro, aunque no sea inmediato, les pertenecerá. Hay que acercarnos a ellos, empezando por rescatar como se debe a nuestras reducidas comunidades de origen africano e incrementar los lazos de amistad e intercambio con ellos, pero sobre todo hay que seguir su ejemplo. Por ello, a mí me parece que, en las condiciones actuales, el objetivo político, diplomático y de seguridad nacional número uno es la adhesión de México a los BRICS. Sólo así México estará un poquito mejor preparado para enfrentar la agresión que se nos viene encima. Si Brasil forma parte de dicho grupo ¿por qué México no? Si los “Tratados de Libre Comercio” no se respetan ¿por qué auto-limitarnos a y por ellos? No tenemos por qué seguir los a primera vista desquiciados pasos de un Milei, quien se dio el lujo de rechazar la invitación de unirse al grupo. Claro que la política del presidente argentino no es casual ni es el resultado de un exabrupto, sino parte de un plan de venta del país que no encajaba con lo que los BRICS promueven, que es exactamente lo contrario. Poco a poco, como después de un letargo de siglos, África se despierta y gracias a sus nuevos amigos, Rusia y China, podrá disfrutar de lo que se le ha sistemáticamente sustraído y accederá a un nuevo estadio de civilización que sólo los verdaderos amigos pueden garantizar. A todas luces, México debería seguir sus pasos.

 

 

 

Impartición de Justicia e Imperialismo Ideológico

Un caso muy sonado en nuestro país y que ha despertado muy variadas reacciones es el de una indignante agresión física a una señora en un estacionamiento por un incidente vehicular menor, por no decir insignificante. Al parecer, la situación fue la siguiente: al momento de estacionar su auto, una señora habría descuidadamente rozado el espejo del lado del conductor de un auto que ya estaba estacionado allí. Lo que puede verse en el video, que obviamente se hizo viral, es lo que pasa después de que la señora habla con la conductora que estaba sentada en el auto supuestamente afectado. Lo que se observa es que ella regresa a su auto y posteriormente afirmó que lo había hecho para sacar los papeles del carro. Sin embargo y contradiciendo lo dicho por la señora, súbitamente, aparece el personaje detonador del incidente para, aparentemente, reclamarle el que quisiera escaparse para evitarse el pago del daño causado o por lo menos los engorrosos trámites con el seguro. Hasta ahí las escenas son las de un típico altercado entre propietarios o conductores de vehículos por algún problema de tránsito. De pronto, sin embargo, todo da un giro y cambia por completo de cariz porque el interfecto, podríamos decir que con alevosía y ventaja mas quizá no con premeditación, le propina a la señora una golpiza: después de 4 o 5 puñetazos en el rostro, la señora se cae y él continúa golpeándola, primero pateándola y luego con más golpes en el rostro estando ella ya en el suelo. Aparecen por ahí dos personas que hacen como que van a poner al sujeto en su lugar, pero finalmente no hacen nada y él, después de insultar a su acompañante que ya se iba, logra subirse al auto y huye del sitio. Alrededor de un mes más tarde, después de unas agradables vacaciones en la playa, el individuo de marras es atrapado y recluido en un centro de readaptación social, que es como se les llama ahora a las cárceles.

Lo que he narrado es algo que sucede muy a menudo en México. Por ejemplo, es bien sabido que si alguien tiene un problema con un taxista lo más probable es que en cinco minutos esté rodeado de taxistas, primero amenazantes pero que muy rápidamente pasan a la acción violenta, ya sea en contra de la persona o en contra de su auto. También es familiar el choque violento entre automovilistas y ello inclusive sin que haya de por medio una colisión, sino como resultado de alguna clase de competencia vehicular. Los encontronazos con motociclistas son el pan nuestro de cada día y en no pocas ocasiones de inmediato salen a relucir armas, blancas o de fuego. No obstante, el espectáculo del incidente en el estacionamiento de Naucalpan, en el Estado de México, no es tan usual, es decir, no todos los días se ven hombres jóvenes golpeando a señoras por un insignificante roce de autos. Lo debatible para nosotros, sin embargo, no es el mini-choque mismo, lo sucedido a esa hora y en ese lugar. Eso es asunto de los ajustadores y, en última instancia, de policías y ministerios públicos. Para nosotros, que somos observadores con aspiraciones de objetividad e imparcialidad, lo importante es lo que vino después. ¿Y qué vino después? La señora levantó una demanda, el sujeto fue aprehendido y recluido, de hecho lleva ya casi un año en la cárcel, fue juzgado y hallado culpable. Pero culpable ¿de qué delito? Ni más ni menos que de “feminicidio en grado de tentativa”. La sentencia del juez se dará a conocer en los próximos días.

Me parece que, antes de reflexionar sobre las presuposiciones e implicaciones del caso, será conveniente decir unas cuantas palabras acerca del sujeto que está ya en la pista de la condena. Se trata de un vulgar “influencer” (uno más), un bueno para nada que no tiene otro oficio que publicitar disparates, decir sandeces, presumir un status social y económico para cuya obtención su padre tuvo primero que morir, haciendo y diciendo payasada y media en su canal e impresionando sobre todo a gente con mucho tiempo que perder, que se deja fácilmente impactar y de la cual se siente líder. El tipo es un ser despreciable que no hace más daño porque sus capacidades y su radio de acción son más bien minúsculos. Él se ha dado a conocer a través de actos ilegales, como bloquear un puente para filmar un video afectando con ello a cientos de personas, y de acciones que denotan un alto grado de vulgaridad, de mal gusto, de superficialidad. No se trata de una persona interesante, a la que uno quisiera tratar porque podría aprender algo de ella. En pocas palabras, es un mequetrefe con dinero, cuyo plan de vida es darse a conocer aunque sea por imbecilidades. Realmente, el sujeto no es particularmente atractivo desde ningún punto de vista. Por lo pronto estoy seguro de que, con lo que hasta aquí hemos dicho, hasta su madre estaría de acuerdo.

La trama, sin embargo, no termina aquí, porque sea quien sea el indiciado y haya hecho lo que haya hecho, en principio también tiene derechos y puede defenderse. Aunque no conozco los detalles jurídicos del caso, si no me equivoco había de entrada dos vías legales para juzgarlo: por lesiones graves o por intento de feminicidio. Por consideraciones que no son de nuestra incumbencia, el hecho es que su primer abogado, quien intentaba llevar el debate legal hacia una acusación por lesiones, con todos los agravantes que se quisiera añadir salvo el de “muy graves”, al parecer fracasó en convencer al acusado y a su familia de que, aunque requería algo de tiempo, esa era la opción correcta, tanto teórica como prácticamente. Como el abogado renunció y el juicio torpemente se llevó de otro modo, el indiciado terminó siendo acusado de “feminicidio en grado de tentativa”, lo cual significa de facto que la condena no puede ser, por razones de cálculos de penas, menor a 15 o 16 años de prisión. Y es aquí que el asunto empieza a enturbiarse y que la temática se vuelve problemática porque, sin percatarnos siquiera de ello, se pasa de una situación de impartición de justicia a una de impartición de injusticia. De acuerdo con el estribillo tradicional, el objetivo fundamental en la impartición de justicia es darle a cada quien lo que le corresponde, pero dado que es más fácil percibir la injusticia que la justicia lo que habría que decir es más bien que impartir justicia consiste en primer lugar en no darle a los demás lo que no les corresponde. Y lo que quiero sugerir es que, independientemente de cuán despreciable sea el tal “Fofo”, como se hace llamar el indiciado, i.e., Rodolfo Márquez, en este caso se le está dando lo que no le corresponde, es decir, se está claramente cometiendo con él un acto de injusticia. Veamos por qué.

Son dos los temas cruciales en este caso: la descripción de los hechos y el concepto de feminicidio, que es en este caso el (por así decirlo) concepto operativo. Empecemos con los hechos, es decir, con lo que se ve en el video. Lo que uno ve son golpes, un atropello injustificable inclusive si, en el peor de los casos, la señora efectivamente hubiera dañado el auto de la otra persona y hubiera intentado escaparse. O sea, ni siquiera imaginando el peor escenario posible tendría la conducta del susodicho patán una justificación. Dicho de otro modo: no hay forma de exonerarlo y es obvio que merece un castigo severo, pero severidad no significa desproporcionalidad e injusticia. Y precisamente esta es la otra cara de la moneda, porque ni aquí ni en China los golpes que el mentado Fofo le propina a su víctima son golpes propios o característicos de un intento de asesinato. Normalmente, se habla de feminicidio cuando una mujer muere violentamente, en principio a manos de un hombre (aunque ahora ya no está claro si también cuando una mujer asesina a otra se trata de feminicidios), por razones de una u otra manera vinculadas con el sexo. En este punto es importante hacer algunas precisiones.

Cuando la noción empezó a circular, se entendía por feminicidio el asesinato de una mujer “por su condición de mujer”, es decir, por el mero hecho de ser mujer! Esta idea a mí siempre me ha resultado ininteligible y la verdad es que no sabría decir si a lo largo de la historia de la humanidad se han producido asesinatos de esa clase. En todo caso, de lo que podemos estar seguros es de que es de lo más raro que pueda uno imaginar. Una mujer puede ser asesinada porque vio algo, porque se enteró de algo muy grave o delicado, porque se proponía delatar a alguien, porque se quería defender de alguien, etc., pero ¿por el mero hecho de ser mujer? La idea en sí misma es absurda, porque entonces el supuesto feminicida tendría que acabar con cuanta mujer pudiera antes de que lo detuvieran y eso no existe. Es obvio que siempre que se hable de “asesinato”, tanto de hombres como de mujeres, es porque se puede apuntar a alguna causa, pero precisamente ser mujer no es una causa potencial de nada. El asesinato de una mujer sólo por ser mujer es el asesinato de una persona sin causa alguna. No es factible visualizar una situación así. Dado que una caracterización como esa de lo que es un feminicidio no es, por así decirlo, funcional, se le tiene entonces que “enriquecer” o completar y eso se logra proporcionando una lista de condiciones para la aplicación del concepto. En el caso por lo menos de la legislación mexicana, las condiciones son básicamente las siguientes (Código Penal Federal, artículo 325). Se nos dice que:

Comete el delito de feminicidio quien prive de la vida a una mujer por razones de género. Se considera que existen razones de género cuando concurra alguna de las siguientes circunstancias:

1 La victima presente signos de violencia sexual de cualquier tipo;

2. A la víctima se le hayan infligido lesiones o mutilaciones infamantes o degradantes, previas o posteriores a la privación de la vida o actos de necrofilia;

3. Existan antecedentes o datos de cualquier tipo de violencia en el ámbito familiar, laboral o escolar, del sujeto activo en contra de la víctima;

4. Haya existido entre el activo y la victima una relación sentimental, afectiva o de confianza;

5. Existan datos que establezcan que hubo amenazas relacionadas con el hecho delictuoso, acoso o lesiones del sujeto activo en contra de la víctima;

6. La victima haya sido incomunicada, cualquiera que sea el tiempo previo a la privación de la vida;

7. El cuerpo de la víctima sea expuesto o exhibido en un lugar público.

Es evidente que en el caso de la agresión del Fofo no sólo no se cometió ningún feminicidio (ya que, afortunadamente, la señora sigue viva) sino que, dadas las condiciones para ello, ni siquiera era posible que lo hubiera intentado, puesto que ninguna de las condiciones para cometer un feminicidio se cumple. Dicho de otro modo: si no es conceptualmente posible que alguien cometa un determinado acto, es decir, si no tiene sentido decir algo así, entonces tampoco es posible que tuviera la intención de cometer dicho acto. Hasta donde logro ver, para caracterizar al Fofo como “feminicida fallido” no habría más que dos formas de hacerlo: o bien él tenía un plan preconcebido de matar a su víctima y su plan habría fallado o él tenía las intenciones de matarla pero sus intenciones habrían sido frustradas. Lo primero obviamente no es el caso, pero quizá sus intenciones sí eran criminales desde que se dirigió al auto de la señora. Pero ¿cómo se reconocen intenciones? No, desde luego, intentando “buscar la intención en la mente de la persona”. Eso es una forma primitiva de entender el uso de nuestras nociones psicológicas y con el cual no polemizaré en este artículo. Lo que yo sostengo es simplemente que la intención se revela en la descripción minuciosa del caso y es entonces que se cae en la cuenta de que la intención del agresor era ante todo lastimar y humillar a quien agredió y de paso estimular o gratificar su estúpido ego. Pero por lo que se ve en el video es imposible adscribirle al indiciado, alias Fofo, la intención de matar a la persona con la que tuvo el altercado. Para decirlo de manera sintética: no hay intento de feminicidio. El sujeto no intenta pasarle el auto por encima, no le azota la cabeza contra el suelo, no usa ningún arma, etc. Quien habla de “intento de feminicidio” es porque ve lo que quiere ver. Expliquemos rápidamente este punto.

Nuestra percepción sensorial está mediada por nuestro pensamiento y, en última instancia, por nuestras categorías lingüísticas. Sin duda, “vemos” lo mismo que una vaca, sólo que nosotros vemos, por ejemplo, un refrigerador pero la vaca no ve eso. La diferencia se explica por el hecho de que nosotros manejamos conceptos, lo cual no es el caso de los seres que carecen de lenguaje. Ahora bien, esto se aplica por igual en el campo del derecho: nuestra percepción, comprensión y evaluación de las acciones humanas dependerá en última instancia de las categorías que se usen para, por así decirlo, “medirlas”. Ahora bien, en el caso que nos ocupa, se recurre a una categoría que dista mucho de tener aceptación universal y que, a decir verdad, fue poco a poco introducida a la fuerza, a saber, la categoría de feminicidio. Este es un concepto problemático en grado sumo. Veamos rápidamente si ello es así.

En realidad, el concepto de feminicidio es un regalo conceptual para las feministas y sus aliados, pero hay algo profundamente mal en él. Lo real es que hablar de asesinatos es hablar en primer lugar de asesinatos de personas, las cuales pueden ser de género masculino o femenino. El problema es que con “feminicidio” se pretende poner por encima de la categoría fundamental de persona o de ser humano a la de “miembro del género femenino”, que obviamente es una categoría derivada de la de “persona”. Salta a la vista que está involucrada en esto una falacia, puesto que “mujer” o “ser humano femenino” aparece simultáneamente en dos niveles en la jerarquía de conceptos, es decir, por arriba y por abajo del concepto de persona. Así, si se acepta el concepto de feminicidio automáticamente nos vemos comprometidos con la distinción entre homicidios y feminicidios. De acuerdo con esto hay dos formas como una mujer puede ser asesinada, por homicidio o por feminicidio. Concomitantemente, las penas por esos delitos varían y lo hacen considerablemente. Por un homicidio la pena es entre 10 y 15 años de prisión, en tanto que por un feminicidio es de entre 25 y 60 años!!! Asumiendo que en general son los hombres quienes matan tanto a hombres como a mujeres, se sigue que la vida de una mujer puede llegar a valer tres o cuatro veces más que la de un simple hombre, dependiendo de cómo se clasifique el asesinato. Eso es pura y llanamente inaceptable. Todo esto es posible porque el concepto de feminicidio está mal construido, pues es un concepto (por así llamarlo) “abierto” o ”elástico”, por cuanto permite interpretaciones y aplicaciones arbitrarias, ad libitum. Por ejemplo, en el caso que nos concierne yo lo que veo no es ni siquiera un intento de homicidio y, por razones esbozadas, menos aún uno de feminicidio. Cabe preguntar: en el caso del Fofo y la señora: ¿cómo distingue el juzgador entre la tentativa de feminicidio, que ni siquiera se habría podido consumar, y la tentativa de homicidio? Es como le plazca. De manera que a los numerosos y ya bien conocidos defectos y debilidades en la impartición de justicia en nuestro país habrá que añadir uno más, a saber, el de la ideologización (la “wokización”) de la cultura jurídica mexicana. Lo importante de todo esto es que, más allá del caso particular del aspirante a delincuente que es el tal Fofo, queda claro que la justicia mexicana quedó cooptada por medio de categorías de movimientos minoritarios (i.e., poco representativos) y fanáticos, lo cual va a generar en el futuro inmediato (o lo está generando ya) muchísima injusticia con base en decisiones arbitrarias, desmedidas e irracionales.

Se ha dicho por aquí y por allá que la decisión judicial en contra del Fofo sólo fue posible porque en México se logró efectuar una gran reforma judicial. Yo en lo personal estoy totalmente de acuerdo con la reforma, que más que indispensable era urgente, pero me parece que si incide en nuestro tema lo hace de manera indirecta, es decir, por cuestiones de corrupción, venalidad y demás. Lo que en cambio a todas luces sí influyó directamente en la decisión del juez fue la sin duda muy fuerte presión ideológica y mediática para transmutar un caso jurídico en otro. Para cualquier persona que no tenga ideas preconcebidas, el sujeto que está en la cárcel de Barrientos sin duda merece ser castigado y debe pagar las reparaciones correspondientes a su delito, además de asistir a cursos de civismo, ética o inclusive de religión para hacerle comprender no sólo lo perjudicial que ha sido como ciudadano, sino también para que comprenda la vacuidad de su vida, la estupidez en la que hasta ahora ha vivido e intente reparar sus entuertos. Pero lo que no se debe permitir es que se le cobre por una multa que no debe. Dejando de lado su expiación, habría que señalar que es sobre su padre y sobre todo sobre su madre sobre quienes recae la responsabilidad por el pequeño monstruo en el que convirtieron a su hijo, dejándolo crecer sin obligaciones, sin inculcarle un mínimo de responsabilidad y solidaridad con los demás. De hecho, el tal Fofo es un típico producto de la sociedad mexicana contemporánea. Lo que él hizo es odioso, pero lo terrible es que se le está acusando por un intento de crimen que nunca intentó cometer. El día de hoy la víctima de un veredicto y una sentencia errados de repercusiones inmensas es él, pero mañana podrá ser cualquier otro hombre. Si nada más se usa el concepto de feminicidio y no hay un concepto correspondiente, por ejemplo de masculinicidio y de intento de masculinicidio para balancear la impartición de justicia, los seres humanos del género masculino estarán sistemáticamente desprotegidos. Estaremos entonces sujetos a los caprichos de los estentóreos representantes del nuevo orden conceptual.

Las Dos Caras de Donald Trump

El 20 de enero del presente es, guste o no, una fecha memorable. ¿Por qué? Porque ese día Donald Trump tomó posesión como cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos de América. Mucha gente podría o querría decir que eso, en última instancia, no es ningún hecho notable sino un acto político-burocrático más que se cumple rigurosamente cada cuatro años. Sí y no. Desde un punto de vista puramente formal, es correcto decir que hay un acto civil importante, recurrente, inevitable, etc., pero que en cierto sentido es un acto de gobierno más y eso es todo. El problema es que no en cada ocasión es nombrado presidente alguien como Donald Trump. Los norteamericanos nos tienen acostumbrados, por lo menos desde W. Clinton hasta J. Biden, pasando por G. W. Bush y B. Obama, a la mediocridad política, al burocratismo, al mero operacionalismo orgánico del gobierno, pero Trump ciertamente no es uno más en esa lista. Digan lo que digan sus detractores, en general gente superficial y de opiniones de fácil obtención y consumo, el regreso de Trump a la silla presidencial es un hecho histórico, en el sentido de ‘trascendente’. Pero ¿por qué sería especial el triunfo de Trump? Una respuesta simple sería: por lo que encarna y representa. Y ¿qué es lo que Trump representa? Sobre eso precisamente intentaremos decir algo en estas páginas que ayude a entender su mensaje político, envuelto a menudo en un lenguaje sibilino y enigmático, por no decir contradictorio. Ahora bien, dejando de lado la posibilidad de que él mismo aclare lo que quiere decir, me parece que la única forma de descifrar mensajes brumosos como los de Trump es reconstituir hasta donde sea posible su trasfondo. Éste es, evidentemente, un enjambre de hechos que hay que desenmarañar y eso no es tarea fácil. Sin, ni mucho menos, tener la pretensión de aclarar totalmente el panorama político de Trump, pero alejándonos decididamente de las lecturas simplonas y repetitivas de su personalidad y de su plan de trabajo que encontramos en prensa y televisión, intentaré servirme de algunos datos por todos conocidos para intentar diagnosticar eso que podríamos llamar el ‘fenómeno Trump’.

Sin duda alguna, el primer dato a tomar en cuenta es que a Donald Trump le pospusieron 4 años su toma de posesión. Él en su momento lo declaró y es factible reconstituir los hechos, pero lo que probablemente algún día salga a la luz es que con Trump se cometió un inmenso fraude electoral. Con ‘inmenso’ no quiero decir que él estuviera ganando las elecciones con una abrumadora mayoría, sino simplemente que la magnitud del robo electoral fue de importancia mundial e históricamente crucial. Vale la pena señalar que, aunque él aceptó oficialmente el veredicto, de todos modos llamó al pueblo norteamericano a defender su voto pacíficamente. Eso es legítimo. El que la marea popular en un momento dado se haya desbordado sólo se explica por la furia de la gente ente el despojo de una victoria ganada a cabalidad. Nosotros, los mexicanos, sabemos de eso y en verdad mucho. No creo que sea necesario recordar los descarados robos de calderonistas y peñanietistas de la Presidencia de la República, pero vale la pena contrastar los dos casos. Como todos recordamos, en una de las ocasiones en las que al Lic. López Obrador le arrebataron la presidencia la avenida Reforma fue ocupada y el Zócalo se llenó de casas de campaña. Yo me imagino que si manipulando a las masas el presidente de los Estados Unidos hubiera querido reaccionar ante el fraude de seguro que habría podido hacer algo mucho más contundente que la incursión a la Casa Blanca por parte de un grupo de ciudadanos inconformes. O sea, él de facto no hizo nada y sin embargo fue acusado de todo, en particular de rebelión en contra de las instituciones nacionales y el orden establecido. Eso, que claramente fue una injusticia y que lo convirtió en un perseguido político (en el país de la democracia y la libertad!) no fue sino el primero de muchos otros ataques sucios, como el de involucrar a una prostituta para exhibirlo por medio de la televisión y los periódicos. Pero Trump resistió y terminó ganando una segunda vez. Eso debería decirnos algo de su temple como político y como persona. No va a ser fácil, independientemente de las causas, ganarle a Trump.

Que la derrota electoral de Trump fue el resultado de una siniestra maniobra política de altos vuelos nos lo dejan ver con toda nitidez los 4 años de la presidencia de Joe Biden. Éste, un hombre senil desde el inicio de su campaña, un pillo de siete suelas – como lo dejan en claro, además de su propio historial, el perdón otorgado al delincuente que es su hijo y a otros familiares – era ya desde que inició su mandato una pieza políticamente inactiva (Trump se refería ya desde entonces a él como ‘sleepy Joe’, algo así como ‘José el dormilón’) y era por ello el hombre ideal para la poderosa pandilla encabezada por el detestable Anthony Blinken y cuyos miembros sentían que ya había llegado la hora para que ellos, escondidos entre los ropajes del Partido Demócrata (inter alia) y la administraciòn pública tomaran definitivamente las riendas del gobierno norteamericano y le dieran continuidad al siniestro plan político-militar delineado desde muchos años antes por A. Sharon y B. Netanyahu, el cual había venido implementándose pero que Trump había osado interrumpir durante su primer mandato. Es obvio para todos, supongo, que Trump no habría llevado a los Estados Unidos a la guerra en Ucrania y es altamente probable que tampoco habría permitido que se llevara a cabo la más horrenda y odiosa masacre de seres humanos cometida en lo que va de los últimos 100 años en el mayor campo de concentración de la historia, esto es, la Franja de Gaza. Dado que la guerra en Ucrania y la reconfiguración bestialmente efectuada del Medio Oriente significaban tanto jugosos negocios como avances muy importantes para algunos influyentes grupos operando sistemáticamente en el tablero político de los Estados Unidos, era imperativo hacer a un lado a Trump, al precio que fuera. Y eso fue lo que pasó: se le hizo a un lado para beneficiar al complejo militar-industrial de los Estados Unidos y a las grandes empresas gaseras que se beneficiaron descomunalmente al verse los europeos en la necesidad de comprarle a los norteamericanos un gas que ellos ya no podían obtener de Rusia y pagar hasta 3 o 4 veces más caro por dicho producto, pero sobre todo se trataba de hacer realidad el sueño de los grandes representantes del sionismo mundial contemporáneo, entronizado sobre todo (mas no únicamente) en los Estados Unidos, a saber, destruir a Rusia. Sobre este tema, ya muy bien conocido por mucha gente, aunque no podía negligentemente omitirlo no diré nada por ahora. Lo que me interesaba era mostrar que había fuertes razones para pensar que a Trump efectivamente le robaron la presidencia hace cuatro años y que eso no es una historieta inventada por un resentido.

Por otra parte, es un hecho que frente a toda clase de hostigamientos, traiciones y demás, Trump se mantuvo de una pieza y, dado que conoce muy bien lo que se juega en los Estados Unidos (y por lo tanto, en el mundo), pudo fácilmente volver a convertirse en el candidato del Partido Republicano. A partir de ese momento quedó claro que los demócratas no iban a poder derrotarlo en las nuevas elecciones. Pero ¿por que en principio no habrían podido los demócratas derrotar a Trump? Porque Trump cuenta con el apoyo consciente de la mayoría del pueblo norteamericano. Es a ese pueblo que él se dirige, por quien él se preocupa y cuyos intereses le importa salvaguardar. Dicho de otro modo: él iba a ganar porque contrariamente a rivales como Hilary Clinton o Kamala Harris, que no son otra cosa que oportunistas palaciegas, Donald Trump es un populista, pero no un populista caribeño, sudamericano o europeo. No. Donald Trump es un populista norteamericano. Él está rompiendo la estructura de poder establecida que permitía un nimio intercambio de roles entre republicanos y demócratas en favor de una estructura de poder que asfixia ya a los norteamericanos y de lo cual ellos están cada día más conscientes. Su plan político, por lo tanto, tiene en efecto objetivos que no encajan con lo que al día de hoy asociamos con los gobiernos de los Estados Unidos. Por ejemplo, con Robert F. Kennedy a la cabeza, el Departamento de Salud le está enviando un mensaje fuerte a trasnacionales como las farmacéuticas, a las corporaciones que controlan hasta a la OMS, como el manejo de las pandemias lo ha dejado ver. Uno de sus objetivos más inmediatos y anunciados a los cuatro vientos es terminar con la guerra en Ucrania, lo cual representa un choque brutal no sólo con los lacayunos gobiernos europeos, que no pesan, sino a todos aquellos que tuvieron como líderes a políticos como A. Blinken y V. Nuland. Gracias a Donald Trump se logró en 24 horas imponer la paz en Gaza y se puso en orden a la exaltada marioneta que se sentía omnipotente y omnisciente, el despreciable Benjamín Netanyahu. En relación con éste vale la pena mencionar que el representante de Trump para el Medio Oriente en una “conversación” sin precedentes logró que Netanyahu ordenara el cese de las hostilidades. Independientemente del sentido de la jugada política de Trump, lo cierto es que esto es algo por lo que la humanidad entera sólo puede sentir agradecimiento hacia él. Yo no sé qué vaya a hacer en otros contextos y en relación con otros temas, pero el que los niños palestinos hayan podido salir a la calle a correr, a tomar el sol, a reír, algo que no hicieron durante más de 450 días, es algo que le debemos a Trump y por lo cual lo admiramos. Es cierto que su decisión de ordenar el cese de las hostilidades es también un gesto de apoyo a Israel y que no se trataba nada más de hacer lo que el pueblo americano, como prácticamente los pueblos de todo el mundo, pedía a gritos, a saber, que terminara el martirio palestino, el inolvidable e imperdonable genocidio israelí. La medida de Trump fue la ayuda que Israel urgentemente necesitaba porque, como todos sabemos, Israel ya había sido derrotado: sus soldados estaban desertando por decenas, el ejército está plagado de heridos, mutilados, desquiciados, etc., y el que se le hubiera “ordenado” a Netanyahu detener la agresión israelí era en el fondo ayudar a Israel. Pero si esa fue o no fue la principal motivación, ello no modifica el hecho de que Trump en un día hizo lo que Blinken no hizo en 450 días. O sea que es imposible restarle a Trump su inmenso mérito. Por último, tenemos que recordar el refrescante y sano enfoque, de sentido común, impuesto por Trump en contra de esa basura intelectual conocida como ‘wokismo’. Aquí voy simplemente a recoger la principal aportación: se acabó la manipulación y el pérfido ataque social y cultural en contra de la población mundial pero en particular de la norteamericana, de destrucción de la familia y del tejido social, porque a partir de ahora para el gobierno de los Estados Unidos no hay más que dos géneros: el masculino y el femenino. Se acabó el apoyo a la perspectiva “trans”. Trump vigorosamente enarbola esta bandera en contra de la desintegración familiar y la depravación social que ha venido azotando a la humanidad desde hace ya varios lustros. Ahora bien, tomando en cuenta lo que hemos venido diciendo: ¿cómo calificar a Trump? Yo creo que la respuesta es simple: Donald Trump en los Estados Unidos es un revolucionario. Realmente lo que le falta es el vocabulario apropiado, porque él se sigue sirviendo del léxico de la época de la guerra fría, el cual es no sólo inoperante sino confundente. Esto tiene una explicación, en la que no entraré porque nos desviaría hacia otros temas, pero en todo caso lo importante es lo siguiente: hay que aprender a ver las acciones y a olvidarnos del anquilosado lenguaje ideológico de Trump, porque no cabe duda de que estamos frente a alguien que está rompiendo con el status quo y ese es un rasgo típico, una condición sine qua non, mas no suficiente desde luego, de todo revolucionario.

El panorama se modifica cuando pasamos al escenario internacional. En este caso, el cambio de aspecto de Trump es como el de Míster Hyde en el Dr. Jekyll. Trump es un presidente que sabe que su país vive de la explotación y la subordinación de los demás países y lo que él sostiene, explícita por no decir descaradamente, es que eso debe de seguir siendo así! Algunas de sus disparatadas “boutades” (de corte mileyano) son la recuperación del canal de Panamá, la anexión de Groenlandia y el cambio de nombre del Golfo de México. Aquí el problema está en que no es fácil discernir si es el político o el blofista, un sicario de la política internacional o un hábil diplomático, quien habla. Después de todo, Trump sabe perfectamente bien que también los Estados Unidos tienen límites. Militarmente, por ejemplo, no pueden con Rusia y económicamente con China. Es cierto que el lenguaje de Trump es muy beligerante y provocador, pero curiosamente tampoco quiere la confrontación. El chantaje de los aranceles acabará pronto, dependiendo también de cuán bien se sepan defender los gobiernos afectados, como el de México, por ejemplo. Él, sin duda alguna, va a intentar nulificar la voluntad de los gobiernos de otros países, va a intentar doblegarlos, pero ciertamente no es el único actor político y no es invulnerable. Lo que es importante tener presente es que no hay nada ni nadie que le haga entender a Trump cuán erradas pueden ser sus concepciones. Lo único que va a detener a Trump en su megalomanía (que en ocasiones raya en el delirio) son las realidades económicas, los efectos contraproducentes para los Estados Unidos de sus propias medidas comerciales, los peligros ante agresiones militares, es decir, los límites que la realidad misma le fije. Si él logra modificar esos límites por la pusilanimidad de otros gobernantes, habrá que reconocer que es, algo de lo cual él se jacta, esto es, un buen negociador.

En relación con el tormentoso fenómeno de la inmigración, lo más fácil es ver en Trump a un ogro xenófobo, pero obviamente eso es una lectura simplista de su posición. Hasta donde se me alcanza, las fronteras de América son desde hace ya un par de siglos básicamente las mismas. América Central siempre ha padecido procesos turbulentos y hasta horrorosos, como notoriamente sucedió durante la segunda parte del siglo XX en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Haití y algunos otros países más. Pero las caravanas de migrantes que atraviesan todo México para llegar a los Estados Unidos son un fenómeno reciente. ¿Por qué? ¿Por qué no había caravanas así hace 30 o inclusive 20 años? La respuesta es simple: porque no había quien las subvencionara. Las caravanas se organizan, pero ¿acaso espontáneamente la gente de los poblados de Guatemala o de Venezuela se ponen de acuerdo para iniciar su agónica travesía? Pensar algo así es de ingenuos. Claro que no! Movimientos de esas magnitudes, regularidades, etc., están coordinados por organizaciones no gubernamentales, a su vez financiadas por gente interesada sobre todo en crear problemas sociales, políticos y culturales en los Estados Unidos. De manera que cuando Trump eleva la voz en contra de los migrantes, en realidad a quien él está combatiendo y amenazando es a quienes están detrás de todos estos movimientos que, como se dan a escala mundial, presuponen una estructura económica inmensa y una gran influencia política. ¿Quién puede dirigir y controlar movimientos así? Le dejo la pregunta al lector para que lo investigue.

En síntesis: en lo que a política exterior concierne, Trump va a ser un presidente ambicioso, amedrentador, provocador, quizá inescrupuloso, pero seguirá siendo de todos modos un hombre realista y que sabe que hay límites. Sus vinculaciones políticas profundas probablemente nunca se modifiquen. Por ejemplo, su apoyo a Israel nunca se modificará. Eso explica por qué Israel ya empezó su nueva campaña de terror en Cisjordania, lo cual obviamente Netanyahu puede hacer sólo en coordinación con el presidente de los Estados Unidos. Así, por un lado Trump detiene a Israel en Gaza, que está en ruinas, y se le aclama en todo el mundo, pero por la otra le da manga ancha a Israel en Cisjordania, que es un territorio menos destruido, con muchos problemas de robo de territorios por parte de los colonos israelíes, que son como la vanguardia de las fuerzas armadas. Ya empezaron (con un Secretario de Estado de origen cubano como lo es Marco Rubio) las agresiones en contra de Cuba, pero los puntos verdaderamente candentes serán ante todo Irán y los inevitables rivales, Rusia y la República Popular de China. La primera señal de con quién se las está viendo el mundo será lo que los Estados Unidos hagan en Ucrania.

Finalmente ¿quién es Trump? Yo pienso que es un individuo que juega dos roles al mismo tiempo: aspira a ser y es un revolucionario en su país y un imperialista convencido frente al resto del mundo. Sería interesante determinar a priori si esas dos facetas son lógicamente conciliables, pero de lo que podemos estar seguros es de que dentro de muy poco tiempo la experiencia nos lo hará saber.