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Artículos de opinión.

Incongruencias Cotidianas

En vista de que el sencillo ciudadano común, como yo, no tiene la menor posibilidad de alterar el curso de los acontecimientos y de que en realidad somos cautivos de las decisiones de los gobernantes (y de quienes gobiernan a los gobernantes, que es como parece que ahora se maneja el mundo), a veces no queda otra opción que, sin olvidarnos de los graves y profundos problemas que aquejan a amplios sectores de la humanidad, distraerse volviendo la mirada hacia temas de menor importancia, temas de la vida cotidiana que de uno u otro modo reflejan la pérdida de espiritualidad, el deterioro de las mentalidades o la victoria de las incongruencias, en una palabra el triunfo de la ilogicidad y de la estupidez humanas. Nuestra vida social, por ejemplo en México, está plagada de costumbres, de enfoques y de líneas de acción tan absurdos que hacen difícil explicar cómo es la convivencia factible. Esto es así, porque lo que las reacciones y las conductas incomprensibles o contraproducentes revelan son huecos y fallas en la mentalidad popular. En este sentido, debo decir que me llama sobremanera la atención el hecho de que si bien fijándonos podemos detectar en otros pueblos líneas de conducta igualmente ininteligibles o incompartibles, acá en México conductas así proliferan de un modo como no es fácil percibirlo en otros países, en otras sociedades. Por mi parte, pienso que es muy importante describir y sacar a la luz esa clase de situaciones, porque es así como se les identifica y sobre esa base resulta más viable enfrentarlas y corregirlas. Lo más fácil, obviamente, es quedarse callado y no exponerse al escarnio al que a menudo se somete a quienes no tienen otro objetivo que el de denostar vicios de pensamiento y costumbres dañinas. Demos entonces unos cuantos ejemplos de ello.

1) Gente y policías. Algo que estoy seguro que es único en el mundo es lo fácil que resulta que un ciudadano cualquiera se ponga “al tú por tú” con algunos representantes de la autoridad, quizá no con soldados (aunque también el fenómeno se da con ellos) pero sí por lo menos con policías de tránsito y con los pertenecientes a la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Artículos de periódico y videos al respecto abundan. Lo que en ellos encontramos son no sólo reclamos indignados sino empellones, insultos, retos, golpes a los uniformados, un fenómeno que es simplemente imposible de visualizar si pensamos en países como Estados Unidos, Francia, Israel o Gran Bretaña, por no mencionar más que unos cuantos. Recientemente se hizo famoso a nivel nacional el caso de una ciudadana de otro país que fue filmada gritándole a la cara y sin tapujos a un policía toda una serie improperios por haber intentado ponerle a su carro, que había dejado mal estacionado, la así llamada ‘araña’. Se burló hasta de su color de piel! Como este incidente hay muchos otros y mucho más violentos inclusive en los que ciudadanos comunes y corrientes empujan, ofenden, retan abiertamente a quienes se supone que son los representantes del orden. La pregunta que todos nos hacemos es: ¿cómo es eso posible? En mi opinión se tiene que poder construir una explicación, por compleja que sea, pero que dé elementos para pensar cómo superar el problema.

En mi opinión, sucesos como el mencionado son viables – entre otras muchas razones – porque en México la población en su conjunto asocia el respeto a la ley con la estupidez. O sea, respetar la ley es ser tonto: pagar impuestos es no saber evadirlos, respetar los semáforos de tránsito es perder el tiempo, etc. El mexicano se siente muy ufano repitiendo a derecha e izquierda que “la ley está hecha para violarla”. Hacer afirmaciones de esa clase lo hace sentir bien, lo compensa y gratifica psicológicamente. Por otra parte, en el imaginario colectivo todo miembro de la policía es de hecho un ser corrupto y si no lo es ello se debe simplemente a que todavía no ha tenido oportunidad de convertirse en un maleante con uniforme. A los ojos del ciudadano medio, más que su defensora o protectora la policía es más bien enemiga del pueblo y, la verdad sea dicho, son tantos los casos de abuso por parte de los policías que todo parece confirmar que esa forma de ver a los uniformados en general (sobre  todo a los oficiales de alto rango) es esencialmente correcta. Concediendo el punto, sin embargo, es obvio que conductas así son no sólo reprobables sino que tienen que ser severamente castigadas, si bien el castigo a ciudadanos insolentes tiene que venir acompañado de una transformación radical de los cuerpos policiacos. Como eso no se logra de la noche a la mañana y los individuos no se educan en un abrir y cerrar de ojos, la situación problemática tiende a “normalizarse” y todo sigue igual. El problema es que si eso no cambia los policías seguirán operando simultáneamente en dos carriles debilitando así las instituciones policiacas y favoreciendo con ello a todo mundo menos a los ciudadanos respetables.

2) Basura y caos. Estamos en épocas de lluvia y, como sucede año tras año, amplios sectores de la Ciudad de México se ven profundamente afectados por las “inundaciones”. Yo no cuestiono la corrección de la hipótesis del cambio climático, pero me parece evidente que los problemas de las inundaciones en el Valle de México no tienen prácticamente nada que ver con ello. Lo primero que hay que señalar es que la palabra ‘inundaciones’ tiene por lo menos dos sentidos: por una parte significa exceso de agua limpia que cae del cielo y, por la otra, cantidades desbordadas de aguas negras, en el peor de los sentidos. Las inundaciones que afectan a los capitalinos son de esta segunda clase. Pero ¿por qué se producen y con efectos en ocasiones tan aparatosos? Por la simple razón de que las de por sí obsoletas cañerías de la ciudad (que en muchas zonas deben datar de la época de Don Benito Juárez, si no es que de antes) “se tapan”. Algún incauto podría preguntar: ¿se tapan con agua? Claro que no! Se tapan con basura, con desechos, con residuos de toda índole, en fin, para decirlo explícitamente, con toda clase de porquerías. Lo que se mete a las casas de la gente no es agua de río con peces de colores flotando alegremente. No! Se mete lo peor que puede encontrarse en una metrópoli de las magnitudes de la Ciudad de México. Pero ahora preguntamos: ¿por qué pasa eso año tras año? ¿Será que los mexicanos tienen una memoria muy deficiente y no recuerdan lo que les sucedió el año anterior? Quizá eso sea parte de la explicación, porque el hecho es que a lo largo de todo el año y a sabiendas de lo que con eso van a causar cuando lleguen las lluvias, los ciudadanos, ricos y pobres, a pie o desde elegantes automóviles, tiran la basura en la calle. Con eso tienen aseguradas sus “inundaciones” anuales. Esto es algo que nadie quiere, pero entonces ¿por qué lo hacen? Muchos factores contribuyen a ello. Primero, desde luego, la falta de educación de la gente y, algo muy importante, la ausencia total de anuncios, de advertencias, de propaganda gubernamental en favor de la limpieza callejera. Pero eso no es todo. No hay tambos de basura más que en alguno que otro parque, en alguna que otra plaza. No tenemos, como en París, canales de agua que se lleven la basura hacia centros en donde pueda ser recolectada y, por lo tanto,  ésta se va, paciente pero efectivamente, acumulando en los canales subterráneos. Yo recuerdo que en los tiempos en que era presidente Luis Echeverría se ponían tambos de basura, los cuales eran útiles pero que hubo que dejar de colocar porque la gente se los robaba, quizá para hacer carnitas. El punto importante es que, por lo menos desde que tengo uso de razón, la Ciudad de México (sobre todo mas no únicamente, las secciones más pobres de la ciudad y su alrededores, Chalco por ejemplo) ha padecido de manera regular este horrendo problema, el cual (hay que decirlo) empeora todos las años. Es realmente penoso ver a la gente casi nadar en aguas negras dentro de su casa, en donde están los colchones, los refrigeradores, los sillones, etc., batallando para regresar a una de por sí modesta existencia. Pero lo que no puede pasarse por alto es el hecho de que esas mismas personas que hoy padecen por inundaciones caseras de aguas negras regresarán a las andadas y seguirán, apenas termine la estación de lluvias, tirando la basura en la calle. ¿Cómo superar una contradicción así?

La inquietud es: ¿cómo se combate ese problema? Por lo visto a nadie en los puestos gubernamentales en donde se toman las decisiones concernientes a estos y otros mini-cataclismos capitalinos se le ocurre elaborar un plan realista, de amplio espectro para neutralizar los efectos de las fuerzas de la naturaleza. ¿Qué se requiere para ello? Evidentemente, no es con una varita mágica como se va a resolver un problema de esta complejidad, pero sin grandes y espectaculares medidas se puede disminuir considerablemente el problema. Es obvio que una ciudad, como la de México, que genera más de 15 mil toneladas diarias de basura, requiere con urgencia de todo un cinturón de plantas procesadoras de basura y purificadoras de agua, pero se requiere también (y esta parece ser la parte problemática) una política no sólo de “concientización”, sino también de castigo y de multas para quienes tiren la basura en la calle, desde un lata de refresco hasta bultos repletos de suciedades y residuos. Pocas cosas hay tan horrorosas para quien camina por la ciudad como toparse por aquí y por allá con postes rodeados por montones de bolsas de basura, auténticos nichos de roedores, de toda clase de insectos, de malos olores y demás. Pero ¿de veras tiene que ser así? ¿Es así como estamos condenados a vivir? No lo creo. Se necesita multiplicar por 10 el número de camiones de basura, pero si medidas como esa no son suficientes y si para tener una ciudad de parques y avenidas limpias hay que abrir el mundo de la basura a la inversión privada, yo que soy enemigo acérrimo de la desestatización de los servicios a la comunidad apoyaría una medida así siempre y cuando se evitaran los monopolios y la corrupción sindicalista. Uno se pregunta: ¿para qué se nos pide que separemos la basura si apenas se la llevan de inmediato la mezclan toda en el camión? Eso lo único que indica es un manejo primitivo de la basura. De hecho, el ciudadano medio preferiría pagar oficialmente mes a mes por el servicio de la basura, como se paga por el de la luz o el de agua, que dejar todo al azar y a los “arreglos” entre particulares y recogedores de basura, a los que de todos modos (a la mexicana) se termina por pagarles. Parecería que el Estado y la gente, cada uno a su modo, compiten para ver quién contribuye más efectivamente al desastre ecológico de la ciudad y a las desgracias de las familias.

3) Derecho a la información. Todos oímos a diario que una sociedad democrática es una sociedad de gente informada, porque sólo con gente informada pueden procesos como los electorales ser procesos auténticamente libres. Surge, sin embargo, un problema, que es típico de nuestro país porque, hasta donde he logrado constatarlo, no se da en otros lugares. El problema en cuestión es la palpable contradicción que se da entre la verborrea oficial, pública y privada, concerniente al acceso a la información y la información real que de hecho se le proporciona al ciudadano mexicano medio. Esto se ve claramente en el caso de las noticias acerca de hechos delictivos. A mi modo de ver no hay nada más ridículo que darle al telespectador o al lector de periódicos noticias, por ejemplo, referentes a asaltos, asesinatos, violaciones y demás y, al mismo tiempo, omitir u ocultar sistemáticamente los nombres y los rostros de los indiciados o potenciales responsables, porque ¿de qué se entera realmente el ciudadano normal? Bueno, por ejemplo que un tal Juan N. asesinó a tal o cual persona o que una tal María N durmió con una bebida tóxica a un cliente con la intención de robarle y el cual, desafortunadamente, murió en el hotel al que habían ido. Se nos “informa” que el chofer de un autobús de transporte colectivo, el señor Pepito N., atropelló a una anciana de nombre ‘Josefina N’ porque ésta no logró subirse a tiempo al camión en cuestión. Y así todo el tiempo! ¿Será porque todos los criminales son parientes? Claro que no. En todo caso, es claro que si dejaran de informar a la ciudadanía no se perdería ningún contenido informativo valioso.

La raíz de este problema radica, me parece, en una combinación letal de incomprensión radical y de ilogicidad. Como todos sabemos, una contradicción acarrea muchas otras y esto es algo que puede fácilmente constatarse en este caso. A menudo, dado que con ello se facilitaría la recopilación de pruebas, se contribuiría a hacer más plausible la sentencia. Por ello se le pide al ciudadano que si reconoce al detenido acuda al Ministerio Público. La verdad es que eso no pasa de ser una burla, porque ¿cómo puede alguien reconocer a un sujeto si le tapan la cara? Claro que no faltará aquí el ilustrado periquillo leguleyo que saldrá con su ingeniosa mente para hacer valer su noción espuria de “derechos humanos”, escudo pseudo-teórico de cuanta estupidez pueda uno imaginar. Cualquier persona normal intuye que no hay conexión alguna entre información periodística completa y violación de derechos humanos. En primer lugar, proporcionar la información completa (como se hace en todos los países) no puede constituir una violación de derechos humanos por la simple razón de que los periodistas no son autoridad. En segundo lugar, sería bueno recordar que también la población en su conjunto tiene derecho a ser debidamente informada. No se viola ningún derecho si quien es aprehendido lo es por la institución nacional creada para realizar esa clase de tareas, es decir, por la policía. Esa es precisamente una de sus obligaciones! Claro que pueden producirse errores y se puede arrestar a alguien equivocadamente, pero la posibilidad de error tiene que contextualizarse. No hablamos de situaciones en las que la policía detiene personas al azar, sino de situaciones en la lucha contra la delincuencia. En relación con esto es importante evitar caer en la fácil falacia de lo lógicamente posible. Esto amerita una veloz explicación.

Que algo sea “lógicamente posible” significa únicamente que la descripción que se hace no es auto-contradictoria (como sí lo es ’la silla es roja y la silla no es roja’). Evidentemente, siempre será lógicamente posible que a quien se acusa de ser el asesino del niño N no lo sea y que por lo tanto es lógicamente posible que presentarlo en público sea afectarlo negativamente. Pero eso sólo significa que no es contradictorio pensar que la policía se equivocó, no que de hecho se haya equivocado. Por eso, hasta el momento de la presentación al público no se puede hablar ni de aciertos ni de errores sino sólo de que éstos son posibles, porque para que ese potencial “daño” se produzca se tiene que demostrar primero que efectivamente la policía se equivocó y que el detenido es inocente. Si hay pruebas, aunque no sean conclusivas, en contra de alguien detenido, el mero hecho de que sea posible que la policía se haya equivocado no basta para anularlas. Esas pruebas sólo se anulan con mejores pruebas. En cambio, lo que generalmente se hace es contrastar una posibilidad lógica con pruebas falibles que resultan de la investigación policiaca y lo increíble es que pesa más una mera posibilidad lógica que el trabajo policiaco de aprehensión del delincuente. Eso es declaradamente absurdo (estoy hablando, obviamente, de situaciones normales, no de situaciones de coerción, chantaje, tortura y demás). Y es sobre esa base que hay quienes rechazan que se presente ante la sociedad a alguien que fue detenido, e.g.,  con un cuchillo en la mano junto a un cadáver, sobre la base de que es lógicamente posible que el sujeto en cuestión no sea el asesino. Seamos claros: esta es una no muy sutil falacia para defender delincuentes. Nótese que todo en este contexto es un asunto de pruebas en favor o en contra de los indiciados, por lo que la mera posibilidad lógica de la equivocación no puede redundar en demérito de la labor factual realizada por las instituciones encargadas de luchar contra la delincuencia. Dejo de lado detalles como el de que en general los sujetos aprehendidos no estaban estudiando química orgánica en alguna biblioteca ni las mujeres delincuentes procedían de la orden de las carmelitas descalzas. En todo caso, lo que es seguro es que quienes resultan siempre perjudicados, de uno u otro modo, son precisamente los ciudadanos, es decir, las víctimas de los delincuentes y de la prensa, puesto que su derecho a la información se ve severamente mermado por las falacias de los usurpadores del concepto de derecho humano y del recurso a lo lógicamente posible. Como todos sabemos, si hay un  concepto manoseado sin escrúpulos y tergiversado sobre todo por los profesionales del ramo (y esto lo digo porque me he topado con algunos ejemplares así), que lo usan como se les antoja y conviene, es precisamente el concepto de derechos humanos. Este, sin embargo, es un tema que por razones evidentes de suyo tendré que dejar para otra oportunidad

4) Educación y meritocracia. ¿Qué se diría de alguien que, estando digamos en su casa, pretende salir de ella pero no por la puerta sino más bien aventándose con la cabeza por delante contra el muro para abrir en él un hueco y poder salir? No es muy difícil imaginar una situación así, una situación en la que el sujeto se rompe una y otra vez la cabeza obviamente sin alcanzar nunca su objetivo. Una y otra vez se le explica que no va a poder abrir un hueco en el muro a fuerza de cabezazos y una y otra vez lo intenta. Esta caricatura sirve para ejemplificar de manera plástica el hecho de que esa persona no aprende de la experiencia, es decir, comete todo el tiempo los mismos errores. Dicha caricatura, que en realidad es una forma de ridiculizar visualmente la conducta absurda de alguien, se puede extender a las políticas de las instituciones. La caricatura en cuestión no tiene un carácter explicativo sino meramente ilustrativo, pero si es convincente abre la puerta para que se busquen las explicaciones causales del fenómeno de que se trate. Consideremos rápidamente entonces los estudios profesionales en nuestro país. Desde luego que la experiencia de quienes hemos trabajado como docentes es minúscula pero es de todos modos representativa, inclusive si a nivel global su representatividad es mínima. Dado que no estamos haciendo encuestas, elaborando estadísticas, realizando trabajo de campo ni nada que se le parezca, nos contentaremos con reflexiones generales para lo cual nuestra experiencia es suficiente. Para validarla aún más, me concentraré en mi propia área de estudios que es, dicho a grandes rasgos, la de humanidades y más concretamente la de la filosofía.

La filosofía es el ámbito del pensamiento puro pero, como cualquier persona normal ya lo habrá adivinado, este pensamiento puro es alcanzable sólo a través de las palabras, a través del lenguaje. No podemos adivinar pensamientos, pero pensamientos no expresados o hechos públicos no tienen ningún valor. Para que el pensamiento sea útil tiene que materializarse y sólo puede materializarse por medio de palabras. Podemos efectivamente entonces decir: Tu expresión verbal es el mejor espejo de tu pensamiento. Así, alguien que sabe discurrir, improvisar, sugerir hipótesis, argumentar, etc., es alguien de pensamiento certero, claro, utilizable. Pero ¿qué se requiere para poder pertenecer al conjunto de las personas que piensan acertadamente? Obviamente, tienen que saber hablar. Pero ¿qué es saber hablar? Es, por ejemplo, saber articular debidamente oraciones, hilarlas en secuencias lógicamente conectadas, hacer descripciones complejas y coloridas, disponer de un vocabulario amplio. ¿Por qué es todo eso importante? Porque los pensamientos que trascienden en general quedan plasmados en el papel o en la computadora. Lo que quiero decir es que es esencial a la expresión del pensamiento saber escribir. En concordancia con lo que hemos dicho, quien no sabe escribir no sabe pensar, es decir, tendrá un pensamiento tosco, burdo, grueso, nada sutil, pobre y, naturalmente, ello afectará diversas funciones de su intelecto: su imaginación será pobre, su capacidad de innovar se reducirá al mínimo, se comprensión y manejo de situaciones serán primitivos y así sucesivamente. Entonces ¿qué requerimos como país para tener gobernantes sensatos, científicos de avanzada, hacedores de cultura fructíferos y progresistas? Necesitamos con urgencia gente que sepa escribir, porque quien sabe escribir sabe hablar y quien sabe hablar sabe pensar.

Sobre la base de lo expuesto, echemos un vistazo a nuestros procesos educativos. Cuando pienso en el tema, de inmediato me viene a la mente la imagen del tipo que quiere salir rompiendo el muro con su cabeza: falla una y otra vez y lo vuelve a intentar. A este respecto, yo creo que la situación en México es simplemente patética. A mí me duele mucho tener que señalar que somos el país de habla hispana en el que peor se habla el español. Y la pregunta es: ¿qué se hace para remediar esta nefasta situación? La respuesta es: casi nada. En este caso caemos en uno de los vicios mentales típicos de nuestra sociedad: muy fácilmente caemos en la auto-complacencia y en el auto-engaño. Sólo que la realidad es, además de triste, necia: los alumnos de la carrera de filosofía la cursan y obtienen sus grados habiendo llegado en cantidades muy elevadas con un nivel de redacción de primaria. Yo, con el paso del tiempo, he aprendido a no fijarme, hasta donde ello es factible, en el “instrumento” del pensar, esto es, en el lenguaje, pero por razones obvias no podemos ignorarlo. Y aquí viene la pregunta: ¿son los alumnos responsables o culpables de su lamentable primitivismo lingüístico? O ¿son más bien sus padres, quienes no los indujeron a leer cuentos cuando eran niños, y novelas o historia cuando eran jóvenes? ¿O es más bien el Estado, más interesado en el adoctrinamiento de los niños en las nuevas ideologías que en la formación sólida de hablantes certeros? ¿Cómo podemos explicar el hecho de que un alumno de tercer año de la carrera de filosofía sea prácticamente incapaz de redactar tres cuartillas bien articuladas? Estamos hablando de un problema que involucra al todo de la sociedad y en la que al parecer ninguno de los participantes en los procesos de educación cumple debidamente con sus funciones.

Obviamente, los factores causales del desastre pedagógico nacional son múltiples y van desde la alimentación defectuosa hasta la enseñanza nada rigurosa pasando por la atmósfera familiar contraria por completo a los procesos educativos y, por si fuera poco, la modestia de ingresos. México, es triste pero hay que decirlo, es uno de los países de mayor desperdicio humano en el mundo. Los alumnos mexicanos tienen que hacer un esfuerzo mucho mayor al que hacen los niños y los jóvenes de otros países. Desde luego que los programas de apoyo gubernamentales son indispensables, sólo que no son suficientes. Hay que re-pensar la educación nacional en términos no sólo cuantitativos sino también cualitativos, hay que reintroducir las distinciones y volver a realzar la meritocracia, desde luego en igualdad de condiciones. Pero en México la meritocracia es mal vista; aquí lo que triunfa es más bien la mediocracia. Yo creo que hay que darle al niño y al joven lo que requiere, pero también exigirle y enseñarle que hay condiciones y que a él también se le aplica la ley y no simplemente se le deja pasar al año siguiente aunque sea incapaz de pasar el examen correspondiente. Nuestras universidades salen adelante sobre la base de una cantidad terrible de carne de cañón universitario. Eso es algo que se tiene que modificar so pena de que el país no supere nunca sus rezagos y sus handicaps.

5) Violencia de género. Es mi deber, para ponerle fin a estas desoladoras cuartillas, considerar velozmente una contradicción palpable en un movimiento minoritario, pero apoyado con vehemencia por diversos sectores poblacionales (aunque ciertamente no por todos). Me refiero al feminismo. Sin duda, algunas de las banderas enarboladas por las feministas son reivindicaciones históricamente justificadas y en contra de las cuales difícilmente se puede estar. Es correcto denunciar y castigar la brutalidad ejercida en contra de mujeres (y en general de cualquier persona)  por parte de seres físicamente más fuertes, abusivos, bestiales, injustos y demás. La violencia por la violencia es algo que no se debe permitir. El problema es que con mucha facilidad nos topamos con el sorprendente hecho de que esas enemigas acérrimas de la violencia, esas promovedoras de la paz se transforman en verdaderas máquinas vivientes de pelea cuando organizan sus manifestaciones y salen a la calle, cuando a martillazos destruyen a su paso el patrimonio nacional, cuando sin entender siquiera lo que  hacen se divierten rompiendo sin ton ni son vidrios de toda clase de locales, cuando agreden a hombres por estar en el momento inapropiado en el lugar inapropiado. ¿En qué quedamos entonces? ¿Se puede buscar la paz promoviendo la violencia? ¿No es eso una contradicción flagrante que sería congruente erradicar? Si cada vez que alguien abre la boca para cuestionar algún postulado feminista corre el riesgo de ser convertido en mártir, entonces en el fondo el movimiento no es de paz sino de guerra y es, por lo tanto, inconsistente. La verdad es que no es fácil comprender protestas así.

Sin duda alguna, situaciones como estas que hemos considerado abundan en otros países, pero a nosotros las que nos incumben son las que de uno u otro modo entorpecen o complican nuestra vida cotidiana. Claro que comparadas con los problemas tan atroces como la hecatombe de Gaza o la destrucción de Ucrania resultan ser temas en cierto sentido menores o por lo menos no tan urgente como otros. No obstante, considero que es importante ocuparse de temas como estos de cuando en cuando, porque en estos casos nuestro interlocutor es ante todo el ciudadano común, la persona sencilla sin delirios de grandeza que quiere intercambiar puntos de vista sobre temas que le atañen directamente. Y de seguro que si me veo favorecido con alguna opinión sensata, por adversa que sea a la mía, podré quedar convencido de que hice algo útil.

 

 

Apariencias y Decepciones

Sin duda, los periodos de transición social, y sobre todo los de decadencia de una sociedad, son de los más difíciles de caracterizar, aquellos en donde menos regularidades encontramos. Se habla, por  ejemplo, de “agitación social”, de “disfunciones institucionales”, de “corrupción generalizada”, etc., pero esas son expresiones demasiado generales que pueden servir para designar las más variadas situaciones y procesos. En casos como los aludidos, es inevitable ir a los detalles, a las anécdotas, a los sucesos particulares para, a través de ilustraciones, ir captando la clase de decaimiento social al que nos referimos. Por ejemplo, uno pensaría que en condiciones de estabilidad (por no decir “de normalidad”) nadie osaría tener un enfrentamiento con o desafiar en público a un presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, al parecer en épocas de turbulencia social ello no sólo es posible, sino factible. Por ello, me propongo divagar libremente sobre lo que, desde mi perspectiva, es el ya franco proceso de deterioro social, de decadencia y de descomposición en el que claramente están cada vez más hundidos los Estados Unidos a través del prisma de la casi fantástica situación en la que se encuentra  su actual presidente. Si estoy en lo correcto, ciertos hechos particulares pueden ilustrar (y reforzar) una tesis general. Trataré de desplegar mi idea de la manera más convincente posible.

Tal vez lo más apropiado sea empezar señalando que la sorprendente transformación de lo que hasta hace 50 años era incuestionablemente la potencia número uno del mundo puede hasta cierto punto ser explicada en términos de “correlaciones de fuerza”. Éstas cambiaron. Los Estados Unidos siguen desde luego siendo una de las dos potencias militares más poderosas del mundo, pero ello por sí solo ya no basta para garantizar ni su supremacía ni su supervivencia en caso de un conflicto militar serio con la otra superpotencia. Uno se pregunta: dejando de lado lo que serían las reacciones de otros países, que con toda seguridad serían igualmente destructivas, ¿de qué le sirve a los Estados Unidos (o cualquier otra potencia atómica) tener miles de bombas atómicas si, en caso de que se les empleara para acabar con sus adversarios, ellos mismos inevitablemente se estarían auto-destruyendo? La era atómica exige forzosamente cambios de mentalidad y de perspectiva y hay límites para la acción bélica que son racionalmente infranqueables. Por otra parte, recuérdese que los ejércitos se entrenan y prueban en la guerra y las fuerzas armadas norteamericanas de hecho han perdido todas las guerras en las que han participado, desde Vietnam hasta Afganistán. En una confrontación militar entre ejércitos con la otra superpotencia ni mucho menos es seguro que el norteamericano saldría victorioso. Es claro también que la aviación militar norteamericana no es superior a la rusa ni a la china. Es cierto que los Estados Unidos tienen más portaviones, pero en estos tiempos de misiles hipersónicos y de drones kamikaze los portaviones ya no juegan el rol que desempeñaban en otros tiempos cuando había otra clase de armamento. Hoy son artefactos fácilmente vulnerables y el desarrollo de armas hipersónicas, con rayos láser, satélites, etc., los ha vuelto un tanto obsoletos. Por esas y muchas razones más, ya no tiene sentido hablar tajantemente de superioridad militar de los Estados Unidos.

Dejando de lado el frente militar, es claro que hay otros frentes que también permiten medir la situación real de un país o de una sociedad vis à vis el resto del mundo. Y ¿vemos en la actualidad algo que haga pensar que, definitivamente, los Estados Unidos ya no están a la cabeza del mundo, que (para decirlo suavemente) el espíritu del progreso ya no encarna en ellos? La zona de influencia patente y decisiva de los gobiernos norteamericanos se reduce ante todo a Europa. A diferencia de lo que pasa como Alemania o Gran Bretaña, Brasil por ejemplo puede abiertamente sostener que no requiere  del dólar para comerciar y crecer y que no está dispuesto a someterse a los caprichos de la actual administración. De hecho, los BRICS, primero objeto de burla y ahora enemigos temidos, quebraron ya la columna vertebral del imperialismo norteamericano, esto es, el uso indiscriminado del dólar como arma de negociación, presión y chantaje. Desde luego que todavía hay países a los que los Estados Unidos pueden someter a presiones terribles, inclusive si éstas son abiertamente improcedentes, provocativas y hasta ilegítimas, pero lo cierto en todo caso es que las posiciones y las políticas de los gobiernos de hoy ya no son las tradicionales de los políticos entreguistas, corruptos y cobardes que hasta hace pocos años prevalecían. Hoy nuestro gobierno, por ejemplo, tiene, como pasa con muchos otros países que han crecido políticamente, sus propias reivindicaciones y exigencias y pretende hacerlas valer. La condición para ello es, obviamente, un fuerte respaldo popular del cual la presidenta de México por fortuna goza. Sobre esa base, es factible asumir que pasó ya la época de brutales golpes de Estado como los que se practicaron a granel en el siglo XX, sirviéndose de obtusos militares, masacrando gente a diestra y siniestra y obligando a los pueblos a vivir viendo sus derechos permanentemente violentados. Hoy si el gobierno norteamericano se propone organizar un golpe de Estado desde luego que puede hacerlo, pero tiene que hacerlo o desde el poder judicial (como estuvo a punto de suceder en nuestro país) o desde el poder legislativo (como en algunos países de América Latina), pero no ya recurriendo a la mera fuerza bruta, entre otras razones porque también las fuerzas armadas han evolucionado, están mejor instruidas y se les infunde cada día con más fuerza un espíritu nacionalista genuino gracias a lo cual se les ha convertido en agentes activos en los procesos de reconstrucción nacional. Washington puede a final de cuentas imponer su voluntad, pero ya no es tan fácil como cuando era la potencia indiscutible y eso es una prueba de que su control sobre el mundo ha disminuido. Así, pues, que los Estados Unidos no son ya la potencia rectora del planeta es algo que ni ellos mismos podrían negar. Sin duda se puede seguir hablando con sentido del “imperio americano”, pero también con sentido se puede afirmar que éste ya rebasó su cúspide y entró en un proceso acelerado de decadencia.

A mi modo de ver, el imperio americano está mortalmente herido, pero no por haber sufrido derrotas militares decisivas con potencias externas. Seguramente, la explicación última de su debilitamiento y de su decadencia tiene una fuente y una explicación externas al país mismo, pero pienso también que la causa fundamental de su debilitamiento es interna a él. Las causas externas de su decaimiento tienen que ver con el surgimiento o resurgimiento de grandes potencias, las alteraciones en el tablero del comercio mundial, el debilitamiento del dólar, su incapacidad para competir en el marco de la ley con economías mucho más pujantes, etc. La lucha contra el mundo sin duda agota, pero es cuestionable si mata. Sin embargo, lo  que sí es letal es la conquista silenciosa de sus instituciones y el sometimiento de sus órganos gubernamentales a la voluntad de intereses y fuerzas que en algún sentido no son norteamericanas. No son los problemas internos al país, problemas como la colosal deuda interna, los graves conflictos sociales, raciales y demás que los aquejan, su débil competitividad comercial, etc. No! Yo pienso más bien que lo que terminó por agotar al país fue el haberlo forzado durante ya décadas a funcionar para defender, exaltar, promover, etc., los intereses de otra nación. Lo innegable, en efecto, es que los Estados Unidos se fueron transmutando poco a poco en un país con un gobierno bicéfalo, en una sociedad completamente dominada y manipulada por fuerzas que en algún sentido son y en otro no son americanas, una nueva fuerza que entró en el escenario de la vida pública de los Estados Unidos no hará más de 150 años y que, por así decirlo, se apoderó de la casa que le abrió las puertas. Esta nueva fuerza hizo de los Estados Unidos su brazo armado y su instrumento político, al grado de que puso a sus instituciones y autoridades a su servicio. O sea, fue desde dentro de su propio país que los imperialistas americanos se vieron ellos mismos sometidos, desde todos puntos de vista salvo el bélico, por conquistadores de una nueva estirpe, por una comunidad con una historia y una sabiduría de las que ellos (pobres ingenuos) carecían y que le permitió tomar el control del pueblo y del gobierno norteamericanos. De manera que el formidable imperio norteamericano no solamente tiene que enfrentar día a día a enemigos cada vez más poderosos y seguros de sí mismos, sino que por si fuera poco quedó sometido a lo que podríamos llamar un ‘meta-imperio’. ¿A qué me refiero? Bueno, a lo que no hay otra forma de identificar que como el “imperio sionista”. Ambos imperios, el norteamericano y el sionista, son compatibles, coexisten y se apoyan uno al otro, pero los intereses sionistas ocupan indiscutiblemente el primer lugar, es decir, tienen prioridad en todos los ámbitos y en todos los contextos de la vida del país. Lo que a estas alturas sería ridículo sería tener dudas de que los norteamericanos ya no mandan en su propio país y de que quien en estos tiempos tiene el control efectivo sobre los gobiernos de Occidente en general y su sede última o primordial en Israel, es el gobierno sionista incrustado hasta las raíces en el Estado norteamericano. En los Estados Unidos los sionistas mandan.

Así vistas las cosas, automáticamente muchas situaciones resultan comprensibles. Cualquier persona puede preguntar: ¿tiene el pueblo americano alguna animadversión natural, algún agravio histórico causado por el pueblo ruso? Claro que no. La historia no registra ningún conflicto entre ambos pueblos. ¿Tienen los habitantes de Oklahoma o de Luisiana o de Nuevo México algún problema no resuelto con el pueblo palestino o en general con los habitantes del Medio Oriente? No se sabe de nada al respecto. Ah!, pero otras  comunidades sí tienen esos conflictos. No hay nadie, salvo el segundo criminal más grande del siglo XXI, a saber, V. Zelensky, que odie más al pueblo ruso que los sionistas norteamericanos. Pero entonces ¿la guerra de Ucrania es guerra de los Estados Unidos, en algún sentido importante? No. Es la guerra de todo Occidente orquestada por el gobierno sionista de los Estados Unidos, una guerra que tiene raíces históricas y una explicación relativamente clara acerca de la cual me he pronunciado en otros ensayos por lo que no regresaré sobre el tema. ¿Impide el pueblo palestino que los norteamericanos disfruten de su bienestar? Hasta donde yo sé no se le puede imputar nada semejante. Ah! pero los sionistas sí tienen reclamos que hacer: los palestinos estorban para la creación del Gran Israel, el cual abarcaría en principio muchísimo más que la pobre (en todos los sentidos de la palabra) Franja de Gaza. Así explicamos entonces los más de 800 millones de dólares que diariamente el gobierno norteamericano “le regala” al de Israel (“su más fiel aliado en el Medio Oriente”, “la única democracia en el Medio Oriente” y demás sandeces por el estilo.), la donación de toda clase de armamento (inclusive de las bombas “Buster” (bunker busters), que se suponía que eran exclusivas del ejército americano), como de aviones de última generación (F-35), el apoyo político sistemático y total no sólo en todos los foros del mundo (ONU, UE, UNESCO, etc., etc.), sino también en relación con las imperdonables e injustificables atrocidades de los israelíes (soldados, jueces, colonos y demás) en detrimento de los niños, los ancianos, hombres y mujeres de Palestina y que reciben el apoyo sin titubeos de los gobiernos norteamericanos, y hasta la supresión de libertados y derechos que los ciudadanos norteamericanos pensaban que les eran innatos, como el derecho a expresarse y a repudiar las políticas de Israel. Nadie ignora, por ejemplo, quién fue el verdadero presidente de los Estados Unidos durante todo el periodo de J. Biden y cómo estaba estructurado su gobierno. Tan era público y notorio que Anthony Blinken era el verdadero presidente que cuando llegó Trump a la presidencia por segunda vez ordenó una investigación sobre quién realmente tomaba las decisiones en la Casa Blanca durante la administración anterior. Algunas cosas pasaron, sin embargo, y esa investigación, como tantas otras, no fructificó. Y esto me lleva al núcleo del artículo.

Los gobiernos, huelga decirlo, son “entidades” manejadas por personas concretas, de carne y hueso y la presidencia de los Estados Unidos no es una excepción a la  regla (todavía). Obviamente, quien sea presidente de los Estados Unidos ocupará una posición privilegiada a nivel mundial pero, al igual que con los países, eso no implica que no sea controlable. También el presidente de los USA, precisamente por ser una persona con las pasiones y debilidades de todos, está sometido a los mismos mecanismos que cualquier otra persona: también él quiere jugar golf, tomar decisiones, comer hamburguesas, negociar con el gobierno chino, imponerle su voluntad a quien se deje, tener amoríos por aquí y por allá, etc., pero también por todo eso es manipulable, “comprable” y sobre todo chantajeable. En eso radica la tragedia de Donald Trump. Recuérdese que éste llegó a la presidencia después de por lo menos un intento de asesinato y con una plataforma política, su famosa MAGA (Make America Great Again, cuya traducción más precisa me parece que es Hacer de nuevo grandes a los Estados Unidos), con la cual literalmente galvanizó a las multitudes a lo largo y ancho de los Estados Unidos, hizo crecer en ellas nuevas esperanzas y nuevas ilusiones porque, aunque el ciudadano norteamericano todavía no ha despertado del todo de su desesperante letargo ideológico, ya está empezando a percatarse de quién realmente gobierna en su país. Podrá decirse lo que se quiera de los americanos, pero no que son tarados. También ellos, un poco tarde quizá, están empezando a darse cuenta de que su país fue literalmente secuestrado y que ahora está completamente dominado, sólo que pacíficamente, a través de la banca, de Hollywood y la prensa internacional, de la televisión, de instituciones que en realidad operan al margen del gobierno, como lo CIA y, last but not least, de todo el aparataje burocrático gubernamental que está en manos de los “neocons”, que no es más que una etiqueta alternativa para ‘sionistas’ (no sabría de qué otra manera identificar a Richard Perle, a Paul Wolfowitz, a Anthony Blinken o a Victoria Nuland, por no mencionar más que a algunos de los más destacados). Y, siguiendo con nuestro razonamiento, la “prueba” de que efectivamente los Estados Unidos ya no son en el juego político mundial contemporáneo quienes dirigen los destinos del mundo es que su presidente resultó ser un fraude inmenso, un espejismo político descorazonador, una gran decepción. Del programa y de las promesas de Trump que tanto entusiasmaron a la gente no queda más que el recuerdo. De hecho Trump hasta prefirió distanciarse de sus seguidores, como Elon Musk, fracturar su propio gabinete y decepcionar a millones de personas que cumplir con su promesa de sanear la política norteamericana. Pero ¿cómo se explica esta increíble conversión? Porque, y esa es mi premisa a la que dogmáticamente me aferro, tiene que haber una explicación al alcance de todos y yo creo que si la buscamos la encontraremos en lo que en este momento es con mucho el escándalo más grande que se ha vivido en los Estados Unidos desde, quizá, el asesinato de J. F. Kennedy.  Me refiero, evidentemente, al caso de Jeffrey Epstein, Ghislaine Maxwell et alia. Veamos rápidamente de qué se trata.

Necesitamos un par de datos preliminares para ubicar a nuestros personajes. Empecemos con los Maxwell. El padre de Ghislaine Maxwell, hoy en la cárcel en Florida cumpliendo una condena de 20 años, era un individuo que llegó a ser multimillonario, el magnate de la prensa británica (y no sólo), hacia la mitad del segunda parte del siglo XX. Para nosotros, lo que es relevante es su rol histórico: es bien sabido que Robert Maxwell fue un agente del Mossad, o sea, del gobierno israelí y entre sus logros está el de haberle vendido a los países del Pacto de Varsovia un software que le permitió a los israelíes cómodamente espiar a los líderes y dirigentes políticos del campo soviético durante años. Naturalmente, Maxwell hizo lo mismo con otros gobiernos, incluyendo el norteamericano. Por malos manejos de sus empresas y después de un escandaloso robo de los ahorros de sus trabajadores, Maxwell se vio en la necesidad de pedirle al gobierno para el cual él había trabajado en cuerpo y alma, dado que él mismo era un judío checo naturalizado inglés después de la guerra, cerca de 400 millones de dólares, que era lo que necesitaba con urgencia para sanear sus empresas. El gobierno israelí, sin embargo, rehusó regalarle semejante cantidad de dinero, a lo cual él entonces respondió con la amenaza de que “hablaría”. El dúctil gobierno israelí modificó entonces su postura y fijaron una fecha para que él se encontrara con la persona que le entregaría de una u otra manera los fondos requeridos. El lugar de la cita fue la cubierta del impresionante yate de Maxwell, en un lugar del Mediterráneo, en aguas españolas, a una cierta hora de la madrugada. Excitado como estaba ante la posibilidad del arreglo, Maxwell mantuvo en secreto su potencial encuentro y desde la madrugada se recostó en la cubierta de su yate. Él efectivamente recibió la visita del representante de Israel sólo que no la que él esperaba, porque el buzo que sigilosamente subió al yate a la hora convenida le aplicó a Maxwell un solo piquete, prácticamente imperceptible, detrás de la oreja, con lo cual el magnate expiró casi de inmediato. Vale la pena señalar que el gobierno israelí, que primero lo usó y después lo asesinó, también le organizó una grandiosa ceremonia, casi oficial, de manera que Robert Maxwell está enterrado en las afueras de Jerusalén.

Hablemos ahora de Ghislaine Maxwell, la hija preferida entre los muchos hijos que tuvo su padre, Robert Maxwell. Ella fue siempre una privilegiada, estudió en Oxford (creo recordar que ni más ni menos que en Balliol College. Me pregunto si las autoridades actuales de tan respetable institución estarán ahora muy orgullosas por contar en su historial académico-administrativo con alumnos como ella). En todo caso, ella siempre fue una consentida y miembro del verdadero jet-set. Tiene tres nacionalidades al menos, a saber, la británica, la francesa y la israelí (ignoro si también es estadounidense, lo cual no sorprendería a nadie, supongo). Esta persona disponía de mucho dinero, pero sobre todo de múltiples contactos en los más altos niveles sociales y políticos, contactos que obviamente durante cerca de 30 años sabría “explotar”. Tenemos ahora que pasar a hablar de otra “persona”, íntimamente (en todos los sentidos de la palabra) vinculada con Ghislaine Maxwell y el centro de todas las polémicas que tienen ahora lugar sobre todo y por razones obvias en los Estados Unidos.

El sujeto aludido, de origen mediocre (no tenía en una primera instancia mucho que ver con el mundo de los Maxwell), era un neoyorquino, maestro de física de escuela secundaria, quien al parecer entró en contacto, inter alia, con Robert Maxwell y a través de él con su hija. Una vez Maxwell sacado del tablero político, Epstein empezó a desarrollar una relación novelesca con Ghislaine, una relación que era simultáneamente de carácter criminal, pasional y política. La pareja funcionó, entre otras razones, porque se daba entre ellos una perfecta división del trabajo: ella atraía hacia a Epstein, convertido súbitamente en multimillonario sin que al día de hoy se sepa de dónde obtuvo su fortuna, a gente de muy alto nivel, sobre todo mas no únicamente del mundo norteamericano. En todo caso, Epstein de pronto resultó ser dueño de una isla (en las Islas Vírgenes) en la que tenía una mansión que parecía diseñada por directores de Hollywood, pero también de ranchos y mansiones en Nueva York, Nuevo México, París, etc. Todo parecía de ensueño salvo por un detalle, que es la naturaleza de la misión compartida con Ghislaine Maxwell. ¿Cuál era esa “misión”? Era muy simple y muy ilustrativa: de lo que se trataba (y se logró ampliamente) era de traficar con muchachitas hermosas, en su inmensa mayoría menores de edad, las cuales seducidas, asustadas y entrenadas debían satisfacer los deseos más bajos de connotadísimos personajes, de políticos como Bill Clinton y el ex-primer ministro israelí, Ehmud Barack, nobles como el Príncipe Andrew, artistas como el mago David Copperfield o celebridades como el influyente abogado Alain Dershowitz, etc., etc., y el actual presidente de los Estados Unidos, esto es, Donald Trump!! Después de atraerlas mediante engaños, violarlas y amenazarlas (y hay quien habla de crímenes todavía peores), los invitados que llegaban en el avión privado de Epstein disfrutaban su estancia haciendo absolutamente lo que quisieran con las “anfitrionas” sólo que, esto ellos no lo sabían, eran sistemáticamente espiados y filmados. Ahora bien, estas filmaciones no respondían a meros deseos perversos (aunque sin duda éstos eran también una motivación): eran trampas políticas, instrumentos de potenciales chantajes, armas para obligar a los incautos a hacer lo que en algún momento se les exigiera hacer. Se armó así una inmensa red de tráfico de personas usadas, sin que ellas lo supieran, para los más turbios objetivos políticos secretos y de alto nivel. Pero ¿para quién trabajaban Epstein y Maxwell? Eran (y probablemente sigan siendo) ni más ni menos que agentes del Mossad, es decir, de la agencia israelí de inteligencia (o sea, de espionaje y trabajo en favor de Israel en otros países).

Hay varias mentiras inmensas en toda toda esta macabra conspiración. La primera es que una vez descubierta, gracias sobre todo a algunas muy valientes mujeres (la más importante de las cuales casi acaba de fallecer, en Australia) que a través de testimonios forzaron a que se abrieran juicios. Epstein fue encarcelado (por segunda vez) sólo que después de unos meses … se habría suicidado estando en la prisión más vigilada de Nueva York!!! ¿Habrá algún inocente en este mundo que se crea tan estúpida mentira? En los Estados Unidos ahora que el asunto “Epstein” estalló, absolutamente nadie, ningún periodista, ningún comentarista, ningún analista lo cree. Se cuentan en cientos las declaraciones en este sentido. Y la prueba de que en todo caso el cadáver que nunca nadie vio no era el de Epstein es que ahora, durante la guerra de los 12 días entre Israel e Irán, los servicios secretos iraníes se infiltraron en los sistemas de comunicación del gobierno israelí y reconocieron la voz de Epstein, su risa y sus comentarios. Dicho de otro modo: a diferencia de lo que pasó con el ex-agente del Mosssad, Robert Maxwell, aquellos para quienes o, quizá mejor, con quienes (puesto que era parte de la institución, al igual que los Maxwell) Epstein trabajaba decidieron no abandonarlo y lo rescataron. Según los indicios entonces Epstein está libre y vive en Israel. Dado el trasfondo que meramente delineamos y que podríamos enriquecer con múltiples otros casos (está por ejemplo el muy interesante caso del famoso espía judío norteamericano, J. Pollard, quien fuera recibido en el aeropuerto Ben-Gurión por el mismísimo B. Netanyahu, después de casi 30 años de cárcel, y que ahora reside en Israel), queda claro que hay un gobierno que puede hacer en los Estados Unidos lo que el gobierno americano no puede hacer y ese gobierno es el gobierno israelí. Pero entonces ¿quién está a la cabeza de la presidencia en los Estados Unidos? A estas alturas, la respuesta es, creo, clarísima.

Una segunda gran mentira que se trata de difundir es, como era de esperarse, que Epstein y Maxwell eran simplemente un par de depravados sobre los cuales había que hacer caer todo el peso de la ley por haber cometido delitos de diversa índole. Esta, sin embargo, no pasa de ser una estratagema casi infantil para tratar de ocultar el sol con un dedo, es decir, para quitarle al “affaire Epstein” su cariz eminentemente político. Pero vayamos al meollo del escándalo. Como todos sabemos, Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos con un formidable discurso de denuncia pública del “Estado profundo” y regalando promesas a derecha e izquierda concernientes a lo que  sería su “limpieza” del mundo político norteamericano. Prometió abrir expedientes de casos críticos, como el del asesinato (todavía sin esclarecer) de J. F. Kennedy y, entre otros, de todo lo que contuviera el expediente de Epstein, conformado por los documentos que se confiscaron después de la supuesta muerte de este último. Súbitamente, sin embargo, explotó el asunto de los expedientes secretos de Epstein, los cuales contienen entre otras cosas las listas de los personajes que visitaron su isla o sus otras propiedades y que eran potenciales víctimas de chantaje. ¿Y qué pasó entonces? Que Trump se echó para atrás en todos los terrenos. Desapareció el presidente de la paz: no acabó con la guerra en Ucrania, cosa que según él se lograría en un día. No se condenó ya la diabólica destrucción del pueblo palestino: no menguó ni en un dólar la “ayuda” (yo más bien lo llamaría el impuesto) a Israel. Bien, pero ¿qué significa todo eso? Significa que las decisiones relevantes de la presidencia de los Estados Unidos no se toman en Washington, sino en Tel Aviv. Eso es lo que la derrota de Trump significa. Trump optó por un enfrentamiento con un miembro muy importante de su gabinete, como lo era, Elon Musk  quien renunció, pero quien en su plataforma, antaño Twitter hoy X, sostuvo que Trump no puede cumplir con su programa político porque él mismo está en los expedientes de Epstein, de quien fue durante más de una década su gran amigo. Eso no quiere decir que Trump supiera todo lo que Epstein hacía y por consiguiente no estaba al tanto de que éste tenía de él un muy comprometedor material que simplemente si se hiciera público forzaría a Trump a dejar la presidencia y probablemente terminaría sus días en la cárcel. Esto saca a la luz la naturaleza de la conspiración “Maxwell-Epstein”. Yo me limito a preguntar: ¿no que no había conspiraciones?

En conclusión: si es posible manipular, presionar, forzar, obligar a un líder supremo de una nación a hacer lo que líderes de otra nación le ordenan hacer, ello es porque el primero, y con él su gobierno y su país, perdieron su autonomía y ahora trabajan para sus nuevos amos. Habrá desde luego que tener cuidado y actuar con dignidad y con firmeza porque muy probablemente, en lo que sin duda alguna es su profunda frustración, Trump intentará desviar su furia hacia otros blancos, aunque con ello genere todavía más problemas para los demás y para él y su gobierno, pero también para seguir viviendo en el auto-engaño y manteniendo a la fuerza la cada vez más falsa convicción de que sigue siendo el rey del mundo.

Realidades de la Historia y Verdades del Presente

Yo, modestamente, opino que todas las personas que estén genuinamente interesadas en comprender lo que está sucediendo en el Medio Oriente tienen derecho a recibir explicaciones. Dado que es implausible que haya sólo una explicación que dé cuenta de todos los hechos, lo mejor es atender a todos los que quieran pronunciarse sobre dicho tema (que en realidad es una familia de temas) de manera que encontremos en el mercado de las ideas diversas aclaraciones de modo que la gente pueda contrastar las explicaciones que se avancen y optar libremente por la que le parezca ser la mejor concepción. Es obvio que lo que está pasando ahora en el Medio Oriente tiene que poder ser explicado de manera racional y lo es también que el mero recuento de hechos no equivale a una explicación. Sin duda, hay mucha gente que tiene multitud de datos en la cabeza, pero ello no es equivalente a contar con una explicación mínimamente convincente de los hechos. Sin duda, el periodismo es útil, pero en general la “información” que a través de los medios se obtiene es parcial, incompleta y sobre todo eminentemente tendenciosa, por lo que mantenerse en el plano de los datos periodísticos y televisivos es prácticamente quedarse sin entender nada. Este es claramente el caso, desde luego, de la matanza cotidiana de lo que queda de la población palestina en Gaza y del criminal ataque israelí en contra de Irán, un ataque perpetrado de manera sorpresiva, injustificada y sin una previa declaración de guerra. En este como en otros casos debemos comportarnos como niños, es decir, de la manera más cándida posible, y entonces preguntar: ¿cómo es que pueden darse, teniendo a la población mundial como testigo, fenómenos tan horrendos y tan imperdonables como las masacres cotidianas en la Franja de Gaza y la eliminación selectiva de altos mandos del ejército y del gobierno iraní por parte de fuerzas armadas de un país con el que no se estaba en guerra? ¿Cómo nos explicamos semejante estado de barbarie?

Un primer obstáculo en la  tarea de explicar lo que sucede lo encontramos en quienes intentan a toda costa evitar que la gente comprenda para lo cual se inventaron y pusieron en circulación la expresión ‘teoría de la conspiración’. Se trata de una estratagema que a menudo tiene éxito, aunque sea tan sólo porque a mucha gente le gusta usar expresiones cuyo sentido no del todo capta, pero que dota a quien las usa de un aire de sabiduría y profundidad que nunca nadie les adscribe y eso los gratifica. Así, con expresiones como estas como punta de lanza los partidarios de la incomprensión de lo que está pasando logran a menudo bloquear la especulación racional logrando así que los temas que de manera natural nos interesan queden hundidos en una atmósfera de oscuridad imposible de disipar. No perdamos de vista el hecho de que en general estos enemigos profesionales de la claridad intelectual están muy bien remunerados por lo que trabajan con ahínco para desquitar sueldos y apoyos de toda índole. El resultado neto es que la incomprensión campea en las mentes de las personas, quienes no logran liberarse de las trampas que les tienden quienes luchan contra toda clase de “teoría de la conspiración”.

Desafortunadamente para estos últimos, tarde o temprano la gente en general termina por captar el espíritu de sus consideraciones y muy rápidamente constata que todos aquellos que se solazan hablando de “teorías de la conspiración” no pasan de ser esquiroles teóricos cuyo objetivo primordial no es otro que el de impedir que tanto muchas situaciones históricas como fenómenos sociales actuales se vuelvan inteligibles. Dado que teóricamente, los “anti-conspiracionistas” en última instancia fracasan en sus intentos de bloquear el avance cognoscitivo, el ciudadano cuidadoso debería recordar que en múltiples ocasiones lo que no se logra por las buenas se obtiene por las malas, por lo que no es ni mucho menos absurdo pensar que muy pronto se dejarán oír voces proponiendo que quede estrictamente prohibido proponer cualquier cosa que los enemigos de la verdad denominen ‘teoría de la conspiración’.  Mientras eso sucede, sin embargo, nosotros aprovecharemos que todavía somos libres para generar teorías sobre la temática que sea y delinear, si así nos place, nuestras propias “teorías de la conspiración”, independientemente de lo que se diga. Lo que en cambio siempre será de nuestro interés será la crítica seria que cualquier lector honesto tenga a bien emitir.

Iniciemos entonces nuestra labor consistente en esbozar a grandes brochazos una teoría que permita dar cuenta de lo que está pasando en esa parte convulsionada del mundo que es el Medio Oriente. Para ello, lo primero que habría que hacer sería preparar el escenario, esto es, el telón de fondo que es lo que permitirá dotar de un sentido preciso a nuestras afirmaciones y acomodarlas de manera apropiada en lo que sería un  nuevo mosaico de hechos. En concordancia con ello, quisiera empezar por traer a la memoria una verdad muy simple, a saber, que eso que a nosotros nos puede parecer lo más natural del mundo, a saber, que el mundo se divide en países, es una realidad relativamente reciente. Antes de que hubiera países independientes hubo imperios, los cuales albergaban a muchos de los que ahora son países soberanos y autónomos. Un ejemplo paradigmático de ello es el Imperio Austro-Húngaro, el cual incluía lo que ahora son Hungría, Austria, la República Checa, Eslovaquia  y por lo menos parte de Polonia, de Rumanía y de lo que alguna vez fue Yugoeslavia. En todo caso en Europa, con el abandono paulatino de una lengua común impuesta por la fuerza como lo era el latín, el constante debilitamiento de la Iglesia Católica, el desarrollo económico propio del capitalismo, el auge de la ciencia y algunos otros factores como estos se fueron cocinando las condiciones para el surgimiento de grupos humanos que se sentían unidas por tradiciones concretas, un mismo lenguaje, intereses más nítidamente delimitados y que simplemente no embonaban con los de otros sectores, comunidades o sociedades que constituían a los distintos imperios. Se fue así debilitando el “Antiguo Régimen”, un proceso que simbólicamente culminó con la decapitación de Luis XVI y de María Antonieta, en 1793. Ellos, desde luego, no fueron los únicos en ser sacrificados en la rueda de la historia, pero sí son símbolos muy representativos de lo que es el cambio social. El Imperio Austro-Húngaro, claro está, sólo se acabó con la Primera Guerra Mundial, pero las bases de su desaparición habían sido sembradas desde mucho tiempo antes.

En el siglo XX, la ejemplificación más clara y contundente del fin del período de la monarquía lo tenemos en la Revolución Bolchevique, dirigida por personajes míticos, como V. I. Lenin, Y. Sverdlov y León D. Bronstein, alias Trotsky. Fueron Lenin y Sverdlov (Trotsky, no estaba en Rusia en ese momento) quienes en 1919 ordenaron, por razones políticas y militares precisas, la eliminación del zar Nicolás II y de toda su familia, de facto encarcelada en la ciudad de Ekaterimburgo. Con la muerte, primero de Sverdlov, posteriormente la de Lenin y a raíz de ésta de la derrota política y administrativa de Trotsky (a quien a pesar de todo se le permitió emigrar), la revolución bolchevique se transformó en la revolución soviética, propiamente hablando, dirigida ésta ya por José Stalin hasta la muerte de este último, en marzo de 1953. La Unión Soviética evolucionó y murió, pero la nobleza de los Romanov nunca fue restablecida. Por otra parte, hay que constatar que, si bien ya sin imperios y de hecho al margen de sus respectivos gobiernos, todavía quedan remanentes, cada vez más dañinos, obsoletos y ridículos, de las monarquías de sangre. Éstas en realidad no se componen de otra cosa en nuestros días que de figuras decorativas sin poder ni injerencia en los asuntos de los Estados en los que todavía subsisten. España e Inglaterra son, si no estoy en el error, los mejores ejemplos de nobleza decadente e inservible. No creo mentir si afirmo que en los últimos tiempos a lo único a lo que han dado lugar los miembros de las familias reales europeas es a escándalos, a delitos de diversa índole y a auto-exhibiciones como paradigmas de la banalidad, la ociosidad y el parasitismo. Desde luego que no sé cuánto tiempo sobrevivirá la institución de la monarquía, pero lo que sí me atrevo a predecir es que su salida del mundo – considerado el tiempo históricamente – no tardará mucho en llegar.

Por mi parte, reconozco que estoy convencido de que la gente que vivió los acontecimientos decisivos en las épocas del derrocamiento de las monarquías no habría podido entender la naturaleza última de los cambios que se estaban operando ante sus propios ojos. La gente simplemente era testigo de diversos sucesos cuya significación última inevitablemente se le escapaba. Insisto en que eso es de lo más natural y es perfectamente comprensible de suyo porque, según yo, un fenómeno similar se produjo en nuestros tiempos y la gente no se percató de ello ni tiene la más remota idea de la importancia del cambio operado. La gente vive los procesos que le  toca vivir, pero no necesariamente puede dar cuenta de ellos. Para superar el escepticismo que podría invadir a los potenciales lectores de estas líneas cuando digo que en general la gente no aprehende la naturaleza de cambios que tiene ante los ojos no queda más que presentar un caso concreto. Veamos si es ello como yo me lo imagino.

Tal vez deba empezar por señalar que lo que me interesa de los recordatorios elementales de historia que hice más arriba es que éstos permiten trazar un parangón muy ilustrativo con la situación actual. Desde mi perspectiva, así como los imperios europeos y el Antiguo Régimen se descompusieron en países, un fenómeno que requirió del surgimiento del sistema capitalista, de la sociedad burguesa, de la industrialización, de la implantación de la democracia, etc., en la actualidad los países de facto están empezando a borrarse o, para ser más precisos, no los países en tanto que entidades delimitades geográfica, histórica y políticamente, sino sus gobiernos. Factores como la globalización y el auge de colosales empresas trasnacionales tanto de ropa como de minerales raros, la unificación de las redes bancarias, la subordinación de ciertas monedas a otras, la re-estructuración y regulación del comercio mundial, la computarización en todos los dominios de la vida humana, etc., fueron inadvertidamente generando organizaciones e instituciones igualmente trasnacionales o, para decirlo de otra manera, supra-nacionales. La Organización Mundial de la Salud, la ONU, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, el Banco Mundial, la FIFA, etc., dictan políticas para todos o por lo menos para la inmensa mayoría de los países. Lo interesante de ello es que a través de todos esos organismos mundiales se fue de hecho generando también un coordinador, un manager trasnacional o, en otras palabras, un gobierno mundial, un gobierno de o para los gobiernos nacionales. Los países pueden seguir allí, pero el hecho es que ellos ya no son autónomos. Hay un estructura financiera, económica, militar, comercial, etc., mundial, a la que los países se tienen que someter, so pena de verse severamente castigados, aislados, privados de toda clase de ayuda por parte del nuevo gobierno mundial y, eventualmente, destruidos. Dicho sea de paso, tampoco son los pueblos libres políticamente en nuestros días, puesto que todos deben jugar lo que podríamos llamar el ‘juego de la democracia’, que es el mejor mecanismo para mantenerlos bajo control. Ya no se puede pensar en sistemas alternativos de gobierno y de organización social, porque de inmediato recae sobre quien haga alguna propuesta en este sentido el peligroso epíteto de ‘anti-democrático’, con lo cual la persona en cuestión, sea dirigente político o simplemente libre-pensador, se hace acreedora automáticamente de un repudio generalizado. Huelga decir que calificativos como esos abundan en la actualidad, pues ya quedó demostrado que constituyen un mecanismo efectivo de descalificación y desprestigio de quien osa pensar de un modo diferente al estipulado por los amos del mundo. Por lo pronto, lo que a nosotros nos debe quedar claro es que el gobierno mundial al que aludo es básicamente el gobierno de Occidente, entendido éste como una entidad política, financiera, militar y demás. Este nuevo gobierno supra-nacional ahora abarca no sólo a países como México, Nueva Zelandia y Japón, sino (y sobre todo) a Francia, a Alemania, a Gran Bretaña y, desde hace unas décadas, a los Estados Unidos también. En otras palabras, este nuevo gobierno mundial está por encima de los gobiernos particulares en el sentido de que los domina y por debajo de ellos en el sentido de que es la plataforma colectiva. Pero – podría preguntarse – ¿en dónde está el gobierno que coordina y maneja a todas esas instituciones, ese supuesto gobierno mundial? La respuesta requiere de un mínimo de aclaraciones previas.

Uno de los puntos más originales y llamativos del discurso político de Donald Trump desde muchos años antes de su segunda campaña presidencial fue su constante alusión a lo que  él denominó el ‘Estado Profundo’ (Deep State). Éste tiene diversos componentes, pero indudablemente el fundamental es el sionismo norteamericano. Pienso, por lo tanto, que la respuesta a la pregunta del párrafo anterior es relativamente obvia y muy simple: ese super-gobierno mundial si bien extiende sus tentáculos en todo el mundo Occidental en última instancia tiene su sede en Israel o, quizá mejor, es el gobierno de Israel y sus ramificaciones a lo largo y ancho del mundo. La ventaja de este cuadro del tablero mundial es que permite generar de manera muy fácil explicaciones aceptables de fenómenos que con el cuadro tradicional en términos de países que tienen a los Estados Unidos como líder simplemente no se pueden proporcionar. Por ejemplo, desde este nuevo punto de vista resulta abiertamente grotesco y profundamente estúpido hacer afirmaciones como la de que Israel es el mejor aliado de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Eso quizá haya sido así en algún momento del pasado, pero ciertamente no lo es en la actualidad. Sin duda alguna, el gobierno de los Estados Unidos fue el gobierno más poderoso del planeta después del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero no sólo ya perdió su carácter de única superpotencia, sino que terminó siendo controlado y manipulado por el nuevo gobierno mundial, un gobierno esencialmente sionista que obviamente no surgió por generación espontánea, sino cuya existencia tiene un sinfín de causas precisas. De ahí que en realidad ese Goliat entre los gobiernos del mundo que es el gobierno de los Estados Unidos no sea después de todo más que un engranaje más, sin duda el fundamental, del sistema capitalista trasnacional manejado a su antojo por el David que es el gobierno sionista mundial. Como todos los demás en Occidente, el gobierno norteamericano se subordina a este gobierno mundial no perceptible a la mirada superficial, pero que es el coordinador real de la economía, el comercio, las finanzas, etc., de por lo menos el mundo occidental y que tiene su asentamiento en el gobierno israelí. Naturalmente, es en el gobierno norteamericano, entendido como el más poderoso de todos los miembros del Estado Mundial, en el que el gobierno sionista mundial más concentra su atención y cifra sus esperanzas. Los Estados europeos son elementos ya completamente digeridos por el gobierno mundial, el cual los maneja como mejor le conviene y de los cuales recibe todo el apoyo que necesita o ¿acaso no está la OTAN participando activamente en la guerra entre Israel e Irán? Negar esa verdad es como querer tapar el sol con un dedo. De todos modos cabe preguntar: ¿cómo diablos podría el gobierno israelí manejar al poderoso gobierno norteamericano al grado de imponerle políticas abiertamente contraproducentes para el pueblo norteamericano, para los Estados Unidos de América? En el complejísimo proceso de manipulación del gobierno norteamericano por el Estado profundo sionista mundial operan múltiples “factores”, como lo son la Reserva Federal, Hollywood y la prensa mundial, instituciones mundiales como las mencionadas anteriormente, etc., todo ello en concomitancia con el férreo control de las Cámaras de Senadores y de Representantes (o sea, el Poder Legislativo de los Estados Unidos), de las gubernaturas estatales a través de un sinfín de bien conocidos mecanismos de convencimiento y de presión y, desde hace unas décadas ya pero ahora de manera manifiesta del Poder Ejecutivo mismo de los Estados Unidos. Hasta un niño sabe que las campañas electorales en los Estados Unidos se ganan con las aportaciones de millones de dólares de donadores y que si Donald Trump llegó a la presidencia fue gracias precisamente (entre otras cosas) a las donaciones de ciudadanos americano-israelíes, como la heredera del imperio de los casinos. Miriam Adelson, fanática pro-israelí sin cuya cooperación Trump ciertamente no habría regresado a la Casa Blanca. ¿Quién manda en los Estados Unidos? Concretamente: en lo que concierne a la guerra entre Irán e Israel: ¿quién es el verdadero presidente: Trump o Netanyahu? Yo creo que los hechos hablan por sí mismos y no se necesita poner en palabras lo que indican.

Debo advertir que no es mi objetivo hundirme aquí y ahora en consideraciones concernientes al origen y las implicaciones del trascendental proceso histórico-político que estamos viviendo. Incursioné superficialmente en ese terreno porque aspiro a explicar lo que está pasando en el Medio Oriente. Es de esto de lo que hay que hablar y para lo cual las aclaraciones anteriores eran indispensables.

Propongo que, al menos momentáneamente, se conceda que, aunque sea a grandes rasgos, lo que he expuesto es una hipótesis relativamente fiel a los hechos. Podemos entonces hacer preguntas para las cuales deberíamos en principio recibir respuestas claras. Quizá no esté de más empezar por señalar que los adversarios de las “teorías de la conspiración” son incapaces de explicar por qué Israel es el único país que no se somete y que no respeta las regulaciones que valen para todos. Nosotros exigimos, por ejemplo, que se nos explique por qué puede el gobierno de un país territorialmente insignificante como lo es el de B. Netanyahu bombardear diariamente durante casi dos años a una población indefensa, como lo es la población de Palestina (de la Franja de Gaza sobre todo). Esta explicación sencillamente no se puede encontrar en el marco de la visión común en términos de países independientes. Yo pregunto: ¿qué otro país en este mundo se atrevería a hacer algo semejante? La respuesta es inmediata: ninguno, pero ese es precisamente el misterio: ¿por qué Israel sí puede y los demás países no? ¿Por qué los israelíes sí pueden torturar, violar, robar, asesinar impunemente como lo han hecho en Palestina desde hace 80 años, una conducta que la comunidad internacional no le permitiría a ningún otro país? ¿Por qué con Israel se quedan todos los gobiernos callados y hasta le aplauden cuando comete actos palpables de barbarie? A mí me parece que de alguna manera se tiene que explicar semejante singularidad, semejante excepcionalismo! ¿Por qué Israel y sus criminales dirigentes, auténticos delincuentes y criminales de guerra, no son nunca llevados ante los tribunales internacionales erigidos precisamente para perseguir delitos flagrantes, innegables, imperdonables de lesa humanidad, como los cometidos por los militares israelíes, desde el más engreído de los generales hasta el más corrupto de sus soldados? Todos hemos visto a militares israelíes aventar hacia arriba a personas en sillas de ruedas, golpear niños como si fueran luchadores, robarse lo que se les antoja cuando entran a las casas de familias palestinas y así ad nauseam. ¿Por qué Israel puede anexarse territorios a su gusto, desplazar a poblaciones enteras como si se tratara de rebaños de borregos, algo que si se tratara de otro país de inmediato suscitaría la reacción espontánea de protesta de todos los gobiernos? Estas y muchas otras son preguntas que todo mundo se plantea, pero que con el enfoque tradicional de países dizque autónomos simplemente no se pueden responder nunca de manera satisfactoria. En cambio, si modificamos el enfoque, entonces sí podemos empezar a entender el por qué de lo que sucede en el Medio Oriente.

Llegamos ahora al conflicto con Irán. Yo quisiera que los enemigos de la razón, esto es, los que permanentemente conspiran en contra de las “teorías de la conspiración”, nos expliquen por qué un país puede darse el lujo de bombardear a otro sin que le haya hecho absolutamente nada! Porque así como Irak fue brutalmente sacrificado enarbolando la falsa bandera de que tenía armas de destrucción masiva, una mentira flagrante que costó la vida de por lo menos un millón de ciudadanos iraquíes, ahora Irán es atacado con el armamento más avanzado que hay acusado de tener lo que todo mundo sabe perfectamente bien que no tiene, a saber, una bomba atómica. Y por si fuera poco; ¿quiénes hacen semejante acusación? La hacen quienes tienen almacenadas más de 200 ojivas nucleares, de las cuales pueden hacer uso en todo momento. Este descaro sólo lo pueden manifestar las autoridades de un país que está seguro de que tiene las riendas de la mitad del mundo en la mano. ¿Cómo es posible que nadie pregunte por qué Israel se permite acusar en la Asamblea General de la ONU a Irán de violaciones a la reglamentación mundial de la energía atómica cuando ese mismo país no permite ninguna inspección por parte de la Organización Internacional de la Energía Atómica, algo que Irán sí permitía hasta antes de que bombardearan su territorio? Obviamente, muchas respuestas a preguntas concretas para las que todos buscamos respuestas tendrían que venir acompañadas de datos concretos, pero mi objetivo no es esa clase de investigación. Mi objetivo era simplemente sugerir lo que puede ser el marco dentro del cual se puedan acomodar los hechos de un modo que el resultado sea comprensible para todos y que permita generar explicaciones genuinas y convincentes, algo que de hecho en relación con Israel no hemos recibido desde hace ya muchos lustros.

Como era de esperarse, la transformación casi insensible de la faz política de la Tierra acarrea consigo cambios en las mentalidades. Esto se ve con toda claridad en las conductas verbales de los gobernantes. Cualquiera puede percibir que los gobernantes y mandamases sionistas están imbuidos de soberbia, de altanería irreligiosa, de indiferencia total por las vidas de los ciudadanos sencillos, simples, normales. Salta a la vista que a los miembros de esa nueva nobleza que es la nobleza financiera y a sus representantes legales, los Netanyahus y los Blinken, les falta todavía mucho para ostentarse como verdaderos nobles. Por así decirlo, les falta estilo. Nadie en el medio resulta más odioso que el descarado Netanyahu, quien lloriquea porque un misil iraní afectó un hospital en Tel Aviv cuando él ordenó la destrucción de todos los hospitales y clínicas en Gaza (más de 700) o cuando ridículamente se rasga las vestiduras por el hecho de que el conflicto con Irán habría obligado a su pobre hijo a posponer por segunda vez su boda. Qué tragedia! Uno inocentemente se pregunta: ese monstruo: ¿se representará alguna vez a los niños que por órdenes suyas quedaron mutilados, fueron operados sin anestesia, acribillados a mansalva? ¿O a las mujeres palestinas humilladas, violadas, asesinadas por soldados y colonos, verdaderas bestias con los que sólo compartimos la pertenencia a la especie? Para Netanyahu y sus correligionarios, es decir, para los miembros del nuevo gobierno mundial, las vidas de quienes no pertenecen a su club no tienen ningún valor. Para ellos sólo los negocios de las trasnacionales y de la banca mundial son dignos de ser tomados en cuenta. Qué contraste tan notorio con el líder supremo iraní, el Ayatola Alí Khamenei! La alocución de este último al pueblo iraní después del artero y criminal ataque por parte del Estado lacayo norteamericano con el cual el gobierno iraní estaba en pláticas para llegar a acuerdos importantes puso en evidencia la inmensa y hasta conmovedora superioridad moral y espiritual del máximo líder iraní frente a los ambiciosos sin Dios como Netanyahu, el actual presidente del gobierno de Occidente. No cabe duda de que de tal gobierno, tal dirigente!

Por lo pronto podemos concluir que de lo que hemos sugerido emerge para el ciudadano común y para los dirigentes de los países por lo menos un resultado importante. Si la gente logra explicarse de manera satisfactoria lo que está realmente pasando en el Medio Oriente, inevitablemente verá en la guerra contra Palestina y contra Irán una guerra contra ella misma. Quien comprenda la situación de inmediato de identificará sentimentalmente con los pueblos palestino e iraní y sentirá que su victoria y su derrotan son también las suyas. Si nuestro esbozo de explicación es acertado, por una parte la gente podrá comprender por qué la victoria de Irán es crucial para su futuro, es decir, para el futuro de los ciudadanos del mundo que aspiran a vivir en la igualdad y en el respeto mutuo. Y por otra parte los gobiernos que no quieran ser convertidos por la fuerza en vasallos perennes de un déspota Estado mundial podrán empezar a maniobrar para liberarse de las garras de una plataforma de poder que ha demostrado no ser otra cosa que una máquina de destrucción y de muerte.

 

Zelensky y la Humanidad

Yo sinceramente creo que cualquier persona de buena voluntad, de la nacionalidad que sea, que le echara un vistazo a la situación que prevalece en Europa Oriental, de inmediato llegaría a la conclusión de que ésta se está agravando minuto a minuto y ello de manera alarmante. A pesar de los genuinos pero poco duraderos esfuerzos por parte del presidente Donald Trump y de la perseverancia e inmensa paciencia del gobierno de la Federación Rusa en entablar negociaciones serias con Ucrania para ponerle fin a un conflicto en el que no hay más que un vencedor evidente, que es Rusia, Volodimir Zelensky, el soi-disant presidente ucraniano sigue empeñado en bloquear sistemáticamente todo intento por construir la paz. Si se desconocen por completo los hechos, lo primero que se pensaría es que en Zelensky nos las estamos viendo con un héroe que combina la inteligencia de Ulises con la valentía de Eneas. El problema es que la condición para formarse semejante idea de Zelensky es la ignorancia total de los hechos. La verdad es que, para cualquier persona normal, mínimamente instruida, la conducta de Zelensky no podría entenderse de otra manera que como la de un individuo declaradamente irracional, movido sólo por emociones morbosas, un insensato irresponsable que sin remordimiento alguno arrastra a su pueblo al infierno. Sin embargo, es claro que todo intento de explicación de la conducta de Zelensky en esos términos sería demasiado fácil, demasiado burda, demasiado superficial y ello por no pocas razones. De hecho, el mayor favor que podría hacérsele a Zelensky sería declararlo un enfermo mental, un psicópata, porque entonces se le estaría eximiendo de su responsabilidad política, militar e histórica. Después de todo, los locos no rinden cuenta de sus acciones. De ahí que si se decidiera clasificarlo como un “enfermo mental” nos quedaríamos sin explicación de todo lo que ha pasado desde que aceptó cambiar sus disfraces de comediante por su eterna vestimenta de militar, una vestimenta que, dicho sea de paso, le valió un comentario un tanto burlón por parte del presidente D. Trump cuando éste lo recibió en la Casa Blanca (“Vean, vino muy elegante”! o algo por el estilo le dijo D. Trump a los periodistas al momento de recibir a Zelensky). Nosotros, sin embargo, aspiramos a comprender lo que está sucediendo en Ucrania, para lo cual lo primero que tenemos que hacer es rechazar la idea de la idiotez congénita  de Zelensky. No! Zelensky no es ni un tonto ni un ingenuo ni una persona engañada. Él sabe perfectamente bien lo que hace, pero es precisamente por eso que nos encontramos ante un enigma. Es curioso, pero casi podría sostenerse que en este punto Zelensky es como una refutación viviente ni más ni menos que de Platón. Éste sostenía que nadie busca hacer el mal deliberadamente; el mal es producto sólo de la ignorancia. Sin embargo, si no estamos en el error eso es precisamente lo que  Zelensky hace: él deliberadamente promueve el mal. De ahí que nuestro interrogante es: ¿cómo puede alguien perfectamente consciente de lo que hace optar por hacer el mal? Ese es el “misterio Zelensky”.

Con toda franqueza, no creo disponer de todos los medios para poder despejar la “incógnita Zelenski”. No obstante, creo que alguna luz podremos echar sobre el tema de modo que el fenómeno ucraniano nos resulte un poquito más comprensible. En lo que sigue, por lo tanto, procederé del siguiente modo: voy a hacer unos cuantos recordatorios elementales sobre la situación actual y luego trataré de delinear lo que sería la verdadera explicación de lo que está sucediendo en Ucrania y de la conducta de ese ángel de la muerte llamado ‘Volodomir Zelensky’.

En primer lugar, me parece que habría que empezar por admitir que la situación en el frente es costosa y penosa para Rusia, entre otras razones porque contra quien tiene ésta que pelear no es contra las fuerzas armadas de Ucrania únicamente, sino contra las fuerzas de la Unión Europea disfrazadas de soldados ucranianos. Ahora bien, dicho esto habría que reconocer que es igualmente innegable que la situación es todavía peor para Ucrania y que para el pueblo ucraniano esta guerra dejó de ser una pesadilla para convertirse en una auténtica tragedia. Pero entonces la pregunta que de inmediato todos queremos plantear es la siguiente: ¿por qué si de facto, es decir, objetivamente Ucrania tiene perdida la guerra, por qué si es simplemente impensable que la gane, por qué Zelensky se aferra a una política belicosa e intransigente que de manera fácilmente confirmable sólo contribuye a una inútil destrucción de su país y a una innecesaria aniquilación de cientos de miles de personas? A primera vista, la política del gobierno ucraniano liderado por Zelensky es absurda.

Obviamente, sin embargo, dicha conducta dista mucho de ser ininteligible; más bien, es perfectamente comprensible, inclusive si es totalmente descabellada y errada. En realidad, a mí me parece que la solución del “enigma Zelensky” es en el fondo bastante sencilla. Lo que se tiene que entender es que hay elementos anormales en el tablero político y lo que quiero decir con eso es simplemente que en el conflicto ucraniano están operando subrepticiamente causas que desconocemos. Es por eso que a partir de cierto momento la situación ya no puede resultarle explicable al hombre de la calle, esto es, al individuo engañado por los medios de comunicación masiva (periódicos y televisión, sobre todo). Pero entonces, asumiendo que Zelensky no es un lunático y que sabe perfectamente bien qué es lo que está haciendo, lo que tenemos que hacer es rastrear las causas ocultas de la guerra de Crimea. Eso, desafortunadamente, es una labor mucho más difícil de lo que podría pensarse a primera vista.

Afirmé que en la tragedia ucraniana operan dos clases de causas: las que están a la vista y las que están ocultas y no salen más que muy rara vez a la luz. Antes de tratar de adivinar cuáles podrían ser estas últimas, veamos primero a qué nos referimos cuando hablamos de las causas visibles de desmoronamiento de Ucrania. Pienso básicamente en hechos como los siguientes:

a) el choque militar frontal con una superpotencia, como lo es Rusia. De entrada resultaba claro que las provocaciones ucranianas, e.g., hostigando a las minorías rusas del Donbass, eran una especie de medidas suicidas que no tenían mayor sentido.

b) El medio trillón de dólares que Ucrania ha consumido básicamente en armamento por lo menos desde que se inició la guerra con Rusia y que prácticamente representa el remate de la riqueza mineral, agrícola, energética, etc., de Ucrania para beneficio de gobiernos y empresas extranjeras.

c) La fantástica corrupción del gobierno de Zelensky y su pandilla, a expensas claro está del presupuesto nacional y en detrimento de la inversión pública, es decir, en favor de la población.

d) El doloroso costo humano y de infraestructura cuya reconstrucción llevará lustros y el sacrificio de por lo menos toda una generación.

e) El drástico cambio en la política presidencial de los Estados Unidos, pilar fundamental en el proyecto criminal en contra de Rusia.

Estos son algunos de los hechos más prominentes en el panorama ucraniano que permiten que uno se forme una idea de la magnitud del desastre que está ocurriendo en lo que otrora fuera la República Soviética Socialista de Ucrania. El problema es que si nada más nos fijamos en estos y en otros factores como estos, entonces seguiremos sin entender por qué Zelensky no los toma en cuenta, por qué no les concede la importancia que sin duda tienen. Por consiguiente, tiene que haber otros elementos de peso a los que nosotros, pobres mortales, no tenemos acceso pero que son los que realmente explicarían su desempeño como “presidente”. Por ejemplo, algo que visto desde lejos simplemente no se entiende es la aparentemente irrevocable decisión del político ucraniano de por ninguna razón hacer la paz con Rusia. Pero ¿qué hay detrás de la decisión de Zelensky de que, pase lo que pase, mientras él sea “presidente” (dicho sea de paso, un presidente usurpador, puesto que ya terminó su periodo y no ha llamado a elecciones, entre otras razones porque él sabe que si convocara a elecciones las perdería ignominiosamente) nunca hará la paz con Rusia? Una vez más, cualquier persona normal se preguntaría: ¿pero por qué? ¿Por qué si es factible entablar conversaciones serias para la paz, inclusive con la participación de otros países, el representante oficial de Ucrania, el gran usurpador, Volodomir Zelensky, prefiere morirse antes que firmar la paz con Rusia? Con toda franqueza: ¿no le parece al lector eso algo raro? Yo creo que, de manera cándida o espontánea, en un primer examen de la situación nadie razonable lograría dotar de sentido a la conducta de Zelensky. A la gente normal, sensata, sin parti pris sólo le quedaría recurrir a fórmulas simplonas que para lo único que servirían sería para expresar que se llegó a los límites de la inteligibilidad. La gente diría cosas como ‘Zelensky se volvió loco’ o ‘a Zelensky lo engañan sus militares’ o algo por el estilo. Y ya no habría más que decir.

Ahora bien, yendo en contra de lo que las apariencias hacen pensar, yo considero que Zelensky es un individuo perfectamente coherente y no sólo coherente, sino que es un sujeto decidido inclusive a convertirse en mártir de sus inconfesables ideales y objetivos políticos. Hasta donde logro ver, Zelensky está dispuesto a morir por sus ideales (si bien habría que decir también que la perspectiva de nadar en dinero viviendo de incógnito en alguna isla paradisiaca del Océano Índico que con gusto le regalarían sus compinches extranjeros después de su derrota debe resultarle, a él y a su esposa, un proyecto sumamente atractivo y tentador). Lo que en todo caso es muy interesante es el rol fundamental que ha venido desempeñando desde hace varios años, un rol que desde el primer momento él se tomó muy en serio. En mi opinión, es importante comprender su trayectoria. No olvidemos que él es un cómico de vaudeville, por lo que para comprender al personaje lo que se requiere es quitarle la máscara y ver qué es lo que tras ella se esconde. Eso no es nada fácil, pero lo menos que podemos hacer es intentarlo tratando de generar una hipótesis genuinamente explicativa.

Consideremos entonces a ese adefesio humano que es V. Zelensky. No se necesita ser psicólogo lombrosiano para detectar en su rostro los gestos que lo delatan como un auténtico criminal ni se necesita ser un filósofo del lenguaje para descifrar su mentalidad a través de su forma tan ofensiva de hablar. Hay en verdad un sentido en el que Zelensky es enteramente transparente. En efecto, es un individuo que no puede ocultar su odio mortal, total y definitivo por Rusia. Para confirmar esto lo único que se tiene que hacer es fijarse en los hechos.

Tratemos primero de describir fielmente el mosaico de hechos en el que está inmerso Zelensky.  ¿Cuáles son nuestras premisas? Zelensky (atención: no Ucrania) goza del total apoyo del ya ni siquiera tan oculto gobierno mundial que manipula como quiere y le conviene a los gobiernos de Europa Occidental. Zelensky es el instrumento designado y preparado para cumplir con los objetivos que el gobierno de Occidente fijó y le encomendó. Siendo él partidario de dicho programa y a la vez un fanático total, no hubiera sido nada fácil encontrar a un mejor instrumento político para cumplir con el programa de la OTAN, del Deep State norteamericano y de la burocracia superior de los países de Europa (con excepción, obviamente, de Bielorrusia). Digámoslo con toda claridad y con todo respeto: Zelensky resultó ser el agente secreto perfecto. Este es un primer punto.

Un segundo punto es el siguiente: a estas alturas del proceso bélico, Zelensky sabe que esta guerra con Rusia la tiene perdida y aún así lo único que no quiere es hablar de paz. No olvidemos, dicho sea de paso, que la decisión de no rendirse significa la destrucción total de su país y la muerte de decenas de miles de ucranianos. Pero ¿por qué alguien preferiría un desenlace como ese a un arreglo negociado que permitiría rescatar a su país de la ruina y la extinción y que le garantizara a lo que quede de su población un mínimo de bienestar? Obviamente, aquí hay algo que no se nos ha dicho. Como diría Kant, quien quiere el fin quiere los medios, pero si lo que sucede es que él tiene en mente otros medios, ello significa que él tiene tiene en mente también otros fines y entre esos fines no están la integridad de Ucrania ni el bienestar del pueblo ucraniano, o lo están sólo que de manera secundaria o derivada. Yo pienso entonces que si alguien en las nada envidiables condiciones de Zelensky persiste en la política de guerra total es porque tiene fines no reconocidos públicamente y cree poder llegar a tener los medios que se requieren para su obtención. Hay, pues, una situación, por así decirlo, invisible que se sobrepone a la que todos conocemos y que necesitamos para explicar la conducta de Zelensky. Naturalmente, no va a ser fácil encontrar la explicación de lo que son los retorcidos contenidos políticos y mentales del peor enemigo que ha tenido Ucrania, y digo ‘peor’ porque la está conduciendo directamente a su destrucción; tampoco la vamos a encontrar en los programas de desinformación de la CNN o en los artículos del New York Times o del Washington Post. En los medios de desinformación masiva sistemática no vamos a encontrar otra cosa que eso, a saber, desinformación masiva (datos falsos, explicaciones falaces, mentiras por toneladas, etc.). Nótese que esta desinformación masiva significa un apoyo silencioso pero total a los planes ocultos de Zelensky. Bien, pero ¿cuáles son esos planes?

Llegamos ahora sí al meollo del asunto. La conducta a primera vista absurda de Zelensky se explica por el hecho de que él está persuadido de que se puede generar una situación militar tal que permita el bombardeo atómico de Rusia. Obviamente, alguna reacción rusa se produciría y no es impensable que Kiev fuera arrasada, con todo y Zelensky, pero eso a un fanático ya no le importa. Más aún: no importa que toda Ucrania quedé hecha polvo. A Zelensky lo único que le importa o lo que más le importa y por lo cual está dispuesto a dar todo es la destrucción de Rusia. Pero ¿por qué cree él que eventualmente podría logar su cometido? Porque efectivamente tiene el apoyo real del gobierno supra-estatal de Occidente y el objetivo principal en este momento de ese gobierno es la destrucción de Rusia. Tengamos presente que se trata de un gobierno no elegido por una votación universal, sino auto-impuesto y auto-impuesto porque, a través de complejos mecanismos financieros, políticos, comerciales, “culturales”, militares y propagandísticos, ejerce un control férreo sobre las decisiones gubernamentales de los países occidentales, empezando en los Estados Unidos, pasando por prácticamente toda Europa y los países, llamémosles así, del Sur global.

Oficialmente entonces los gobernantes occidentales, naturalmente, no sólo apoyan a Zelensky sino que él es parte esencial en sus macabros planes y todos ellos están dispuestos a exponer a sus pueblos y sus ciudades con tal de que el plan de aniquilamiento de Rusia triunfe.  Es obvio que se ha hablado tanto de una conflagración atómica mundial que los “super dotados” think tanks de Occidente ya perdieron el miedo o creen que pueden ganar dicha confrontación con Rusia. De hecho, el bombardeo de los aeropuertos rusos el domingo pasado 1º de junio fue un intento por dejar inutilizados los aviones que podrían llevar bombas atómicas a cualquier parte del mundo y que estaban estacionados al aire libre en concordancia con los acuerdos internacionales concernientes a bombarderos atómicos. Ahora bien, si los hubieran efectivamente destruido Rusia habría súbitamente quedado en gran medida inhabilitada para responder a un ataque atómico sorpresivo. Ahora sabemos que se trató de una operación realizada por las fuerzas inglesas. En todo caso, Zelensky, en connivencia con los gobernantes occidentales y el Estado Profundo norteamericano, está convencido de que se puede construir una situación que le permitiría a quienes lo pusieron al frente del gobierno ucraniano atacar desde Ucrania ya sin restricciones a Rusia y acabar con ella de una vez por todas. Son causas como está las que mantienen viva una guerra que ya no tiene militarmente hablando ningún sentido.

La conducta de Zelensky exhibe de manera palpable lo que estoy afirmando. A él no le importan los niños ucranianos, no le importan los hombres y mujeres de Ucrania, porque él, en el sentido relevante, ni siquiera es ucraniano. El es de aquí y de allá, de todos lados y de ninguno, pero ante todo y sobre todo es enemigo de Rusia. Y la verdad es que se ha desempeñado tan bien en su rol de dirigente de Ucrania que de hecho en este momento Zelensky es, para las élites de las élites, el héroe supremo, el hombre más querido, el verdadero representante de cierta ideología y de un cierto proyecto de conquista del mundo, ese proyecto que Putin frustró cuando llegó a la presidencia de la Federación Rusa. Ahora sí todo lo que Zelensky hace y dice (por ejemplo a través de su horripilante blog, en el que destila como pocas veces lo podemos detectar en la historia de la humanidad un odio contra el pueblo ruso absolutamente escalofriante) se vuelve transparente, inteligible, evidente. Obviamente, todos entendemos que para él las “conversaciones” con el team ruso para concertar acuerdos y preparar el terreno para la paz no son más que una estratagema barata para ganar tiempo, rehacer sus fuerzas y hacer todo lo que esté a su alcance para, en esta última etapa de la guerra, asegurar que el choque con Rusia cambiará de status y pasará de ser una guerra proxy, es decir, una guerra en nombre de otros, a ser un enfrentamiento global, que es al parecer a lo que están dispuestos los amos secretos del mundo. El presidente Trump ha hecho todo lo que ha podido para evitar que la guerra se oriente en esa dirección, pero ya quedó claro que el Estado Profundo norteamericano, la super élite gubernamental, financiera, hollywoodense y demás, ya lo doblegó y eso no es un buen augurio.

La situación es entonces la siguiente: SI Zelensky junto con los gobernantes de Europa Occidental, los miembros europeos de la OTAN (básica mas no únicamente Gran Bretaña, Francia y Alemania), la CIA, el complejo militar-industrial de los Estados Unidos, la banca mundial, etc., logra realizar su anhelo de generar la confrontación global con Rusia, entonces por las consecuencias de lo que sería la respuesta rusa, inevitablemente los USA también entrarían en guerra con la Federación Rusa y eso obviamente significaría el fin de nuestro mundo. Por ello, hay que asimilar la deprimente idea de que los actuales y verdaderos dueños del mundo están dispuestos a perecer antes que ver destruido su obsoleto y obsceno ideal, antes que constatar que no es realizable, sobre todo cuando su realización parecía estar al alcance de la mano. Se trataba de rodear a Rusia con misiles, agotarla económicamente y finalmente dividirla en pequeños países de manera que nunca volviera a florecer. El problema es que el plan falló y Rusia se mantuvo firme y se erigió como el gran obstáculo para la materialización de la alucinante ideología de control total del mundo y de la humanidad. En estos momentos, la frustración de las élites debe ser inmensa, Deben estar inconsolables y por ello cada vez más decididos a todo.

¿Y la humanidad? ¿Y todos aquellos que aspiramos a vivir en paz, los que queremos ver en los demás hermanos y hermanas? ¿Acaso no contamos? Para los grandiosos delirios de control total no somos nada, no tenemos nada, no representamos nada. Pero viéndolo bien eso no es así. Sí tenemos algo: tenemos a la Madre Rusia, en la que depositamos nuestro amor y nuestras esperanzas de salvación como habitantes libres de este a final de cuentas insignificante planeta.

 

La Competencia de los Infames

Es una verdad de Perogrullo afirmar que los hablantes normales somos afectos a toda clase de comparaciones y equiparaciones. Por ejemplo, a la gente le gusta comparar equipos de futbol, candidatas a concursos de belleza, la ferocidad de distintas razas de perros, autos eléctricos o deportivos y así indefinidamente. Las anteriores son sin duda alguna comparaciones banales, pero hay otras que no lo son tanto, es decir, otras que se prestan a acalorados debates o que dan lugar a apretadas discusiones. Por ejemplo, es legítimo preguntar quién es el conquistador más sediento de sangre: ¿Genghis Kahn, Atila o Tamerlán? La respuesta es todo lo que se quiera menos obvia. Podría preguntarse también: ¿cuál de todos los emperadores romanos fue el más frívolo y el más depravado? Habría que investigarlo. Cabría preguntar; ¿quién es el mejor futbolista de todos los tiempos: ¿Maradona o Cruyff? En mi modesta opinión, ni mucho menos es la respuesta evidente de suyo. Un último ejemplo para mostrar que la inquietud que nos acosa puede ser planteada de un sinfín de formas. Podemos preguntar: en relación con la justicia, la construcción del país, el ejemplo como ser humano, etc.: ¿ha habido en México un presidente siquiera comparable al Lic. Andrés Manuel López Obrador? Me ahorro la respuesta no sólo porque no es este mi tema sino, básicamente, porque en este caso la respuesta sí es obvia.

Ahora bien, cuando contemplamos el panorama político mundial actual hay dos personajes que destacan por sus respectivas contribuciones a la evolución del mundo y que de manera natural atraen la atención por las similitudes entre sus respectivas trayectorias. Tengo en mente, en este caso, a dos personajes de la política mundial que despliegan conductas tan similares que parece como si estuvieran rivalizando o compitiendo por un mismo objetivo, es decir, como si se estuvieran esforzando y estuvieran luchando codo a codo por alcanzar una valiosísima presea y por que se le considere a uno de los dos el máximo representante del gremio. Desafortunadamente, en este caso la competencia es un tanto extraña, porque de lo que se trataría sería de determinar quién es el campeón de las infamias, a quién hay que considerar como el número uno en cuanto a repudio y desprecio mundial (hay quien sostiene que si se odia a alguien, entonces ya no se le puede despreciar, pero yo creo que si esa es en general la regla en este caso podríamos estar en presencia de la excepción que la confirma), a quién habría que denominar el ‘príncipe de lo anti-humano’. Bien, pero ¿de quienes estamos hablando? Yo estoy seguro de que el lector ya lo habrá adivinado, porque en verdad estoy aludiendo a los dos más grandes criminales del panorama político contemporáneo, a dos delincuentes imposibles de no percibir. Me refiero, claro está, al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu y al presidente (ilegítimo y a estas fechas ya ilegal) de Ucrania, Volodomir Zelensky. El duelo se da entre Netanyahu y Zelensky: ¿quién de ellos dos es el campeón del mal?

La verdad es que nuestra pregunta es muy simple: si se tuviera que entregarle a uno de los dos individuos mencionados el trofeo de la coherencia en la maldad, por  la conducta más anti-humana imaginable, a los generadores de la repugnancia moral más intensa posible: ¿a cuál de los dos habría que preferir? ¿Al mayor asesino de niños que ha dado la historia o al aniquilador deliberado de un país que tenía todo para ser el más próspero de Europa y de una población con más de 3 millones de emigrantes forzosos dispersos ahora a lo largo y ancho de Europa? La competencia, hay que reconocerlo, es muy ceñida, pero quizá si entramos en algunos detalles e intentamos explicar la situación podríamos tal vez emitir un veredicto atinado y sobre todo, lo más importante, justo.

Comencemos entonces con el execrable ser de nuestra especie que es B. Netanyahu. Lo que aquí tenemos que preguntarnos es: ¿cuáles son sus referentes ideológicos fundamentales? En general, hasta principios del siglo pasado, la población judía se dividía básicamente entre askenazíes y sefarditas, pero con la masiva movilización de las poblaciones judías de Europa Oriental (nótese: no de África del Norte ni de Asia Menor, Irán, etc., en donde las comunidades judías vivían en paz) hacia los Estados Unidos se creó un nuevo núcleo poblacional judío, al que podríamos etiquetar como el ‘judío americano’. Aunque obviamente cargando su historia y sus tradiciones, en la nueva tierra la población judía se adaptó a las nuevas circunstancias y se integró en la joven sociedad norteamericana al grado de que conformó, junto con la población local, una nueva cultura, a saber, la actual cultura judeo-americana. No tiene sentido hablar de la cultura americana sin la contribución judía, aunque sí  tiene sentido hablar de la cultura judía sólo que tamizada esta vez por las condiciones de vida prevalecientes en los Estados Unidos.

Para nosotros lo importante es tener presente cómo fue evolucionando el rol de los Estados Unidos en el mundo y, por consiguiente,  el de la comunidad judía norteamericana, digamos a partir del momento en que se constituyeron la Reserva Federal y Hollywood. Considérese simplemente la participación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. ¿Por qué los Estados Unidos entraron en guerra con un país que nunca les había sido hostil? ¿Por el tristemente famoso y ridículo telegrama Zimmerman? Claro que no. Los Estados Unidos entraron en la guerra como resultado de un pacto entre el gobierno británico – el cual, dicho sea de paso, de hecho ya había sido derrotado por Alemania y sus aliados – y el grupo dirigido por el ministro de la Suprema Corte, Louis Brandeis.  El acuerdo consistió en garantizarle al gobierno británico la entrada en la guerra por parte de los Estados Unidos a cambio de la promesa de la creación de un protectorado inglés en Tierra Santa, concebido con miras a la ulterior creación de un Estado judío. Ese acuerdo quedó plasmado en una famosa carta y se conoce como la ‘Declaración Balfour’. Esto da una idea de la fuerza que ya para entonces había adquirido la comunidad judía en lo que ya se sentía como el país del futuro inmediato, esto es, los Estados Unidos.

Ahora bien, Netanyahu si bien nació en Tel Aviv vivió desde niño, en diferentes periodos, en los Estados Unidos y naturalmente se empapó de la nueva mentalidad judía, una mentalidad de éxito sin restricciones que ya había dejado atrás muchos rasgos del judaísmo (en un sentido amplio de la expresión) de Europa Oriental. De hecho, el padre de Netanyahu fue secretario ni más ni menos que de V. Jabotinsky, el representante del sionismo así llamado ‘revisionista’. Es importante entender que también el sionismo, como cualquier otra doctrina, evoluciona. Es obvio que el sionismo de Th. Herzl, que es de alguien que busca justicia para poblaciones sin nacionalidad diseminadas a lo largo y ancho de Europa, no es como el sionismo de Jabotinsky, que es el de un nacionalismo reivindicador que raya en el fanatismo y que es a su vez diferente del sionismo de Netanyahu, que es el sionismo de la época del imperialismo israelí. Es en este contexto de triunfo permanente que el objetivo declarado de Netanyahu, ya como primer ministro, se convirtió pura y llanamente en el exterminio del pueblo palestino y en la anexión descarada de sus territorios, esto es, de Cisjordania y de la Franja de Gaza, sin olvidar lo que Israel ya se había robado (las colinas del Golán, por ejemplo) a raíz de la guerra de 1967.

Hagamos aquí una primera acotación: como objetivos políticos e históricos de destrucción y matanza los de Netanyahu se destacan hasta por encima de los de Alejandro el Grande o de los de cualquier otro conquistador, como Carlomagno o Cortés. A los grandes conquistadores del pasado nunca les cruzó por la mente exterminar a las poblaciones sometidas. Claro que hubo masacres, matanzas, saqueos y todo lo que sabemos que pasa durante las guerras, pero el objetivo explícito de aniquilar a los niños de una nación, pues la verdad es que con la potencial excepción de Herodes yo confieso que no sé de nadie que lo haya hecho suyo. En este punto, Netanyahu se lleva las palmas y para cerciorarse de ello yo invitaría al lector, conjurándolo a que haga una esfuerzo por no llorar, a echarle un vistazo a algunas de las fotos de los niños palestinos sacrificados para disipar las dudas que pudieran tenerse respecto a la moralidad, la religiosidad y los ideales políticos de ese mal primer ministro. Parecería entonces que tenemos que reconocer que Netanyahu se pone claramente a la cabeza y por lo menos de entrada se ve muy difícil que Zelensky pueda no digamos ya superarlo, sino siquiera acercársele. Parecería que, en efecto, el título de “criminal más grande del siglo XXI”, recae sobre Netanyahu. Yo desde luego reconocería que el alcance de su maldad es mucho mayor, pero no vale la pena extenderse al respecto.

No obstante lo expuesto, creo que – pensándolo bien – no deberíamos apresurarnos, porque Zelensky es un candidato muy digno, de muy alta calidad. Consideremos brevemente su historial. Él nació en la República Socialista Soviética de Ucrania, por lo que él además de ser bilingüe (y del inglés que aprendió mucho después), y de haber vivido años en Mongolia cuando era niño, dado que allá trabajaba su padre, que era ingeniero, creció en la atmósfera de odio total a la Unión Soviética tan típico de aquellos años en aquellas regiones del mundo. Desde muy joven comenzó a trabajar en el medio artístico de producciones de televisión, series, etc., hasta llegar a lo que fue su muy exitosa actuación en la serie ‘El Servidor del Pueblo’, un  producto cultural de desorientación ideológica que no le pide nada a las mejores producciones de Hollywood. Zelensky trabajaba para Ihor Kolomolsky, uno de esos tantos rateros y especuladores que se hicieron de las riquezas de las antiguas Repúblicas Socialistas que conformaban la URSS cuando ésta se desmoronó. Este sujeto, para quien Zelensky trabajó, está ahora en la cárcel acusado de múltiples fraudes y de un asesinato. En todo caso, el éxito de la serie de Zelensky fue tal que lo llevó a crear un partido político y a postularse para las elecciones presidenciales de Ucrania, las cuales ganó en 2019. Permitiéndome establecer un parangón, yo diría que el triunfo electoral de Zelensky es más o menos equivalente a lo que sería si Brozo hubiera formado su partido y hubiera ganado las elecciones presidenciales en México. Independientemente de ello, habría que admitir que Zelensky es, para expresarme de manera coloquial, “mucho más pieza” que el pobre de Brozo, quien es incapaz de modificar su repertorio de vulgaridades, pero tampoco entraremos en dicho  tema. En todo caso, hay que tener presente que es a esos niveles de engaño político y de desorientación ideológica a los se llevó a amplios sectores del pueblo ucraniano.

Zelensky demostró ser un actor consumado y además encantado con su rol político, el cual muy probablemente simplemente fue la materialización de su sueño secreto de juventud, a saber, el de ser la punta de lanza, la vanguardia del ataque no nuclear más violento desencadenado hasta ahora en contra de la Federación Rusa. El objetivo, planeado y ejecutado por los gobiernos de neo-cons y de sionistas (¿no son lo mismo?) de los Estados Unidos y fundado en un odio tribal, tenía como meta ahorcar económicamente a la Federación Rusa, rodearla desde el Báltico hasta el Mar Negro de misiles y finalmente dividirla en unos cuantos países de modo que nunca más pudiera constituirse en una potencia rival. En passant, quisiera reconocer lo acertado de algo que el ex-presidente Joe Biden dijo. Éste afirmó que para ser sionista no se necesita ser judío y la prueba de ello es que él es sionista sin ser judío. En mi opinión, lo que Biden dijo es acertado e importante, pero por el momento no consideraremos el tema, porque nos alejaría de nuestra “investigación”.

Ahora bien, el primer gran problema para el diabólico plan de destrucción de Rusia usando el poder (militar, económico, comercial, etc.) de los Estados Unidos y de la Unión Europea fue un factor que realmente no supieron evaluar correctamente ni Zelensky ni sus aliados. Ese factor se llama ‘Vladimir Vladimirovich Putin’. Y, por otra parte, después de más de 3 años de apoyo incondicional, billones dólares invertidos en armas de toda clase, haciendo todo lo que fueron capaces de hacer para seguir desangrando a Rusia, surgió para dicho plan otro problema. Ese otro problema se llama ‘Donald Trump’. Pero ¿cuál fue el papel de hecho jugado por Zelensky en esta conspiración mundial? (No nos dejemos amedrentar por el epíteto ‘teórico de la conspiración’. La función de una acusación como esa es simplemente descalificar de entrada una hipótesis plausible que no se quiere que circule porque, entre otras cosas, puede resultar muy convincente. Hasta una criatura entiende que la historia, la política y la vida cotidiana están plagadas de conspiraciones). Su papel consistió en enviar al frente con mano de hierro a los ucranianos de todas las edades, y ahora a mujeres y hasta a gente de la tercera edad, para morir en una guerra para ellos artificial y que de hecho ya se perdió en el campo de batalla. A Zelensky nunca le importó que destruyeran hasta los cimientos de su país, el cual silenciosamente se había muy rápidamente convertido en un país con un futuro espléndido. Pero el odio de Zelensky hacia Rusia es infinito y ni los peores golpes de realidad lo desviaron de su proyecto. Éste era todo menos cándido. El gobierno de Zelensky tenía preparadas matanzas y esclavización de las poblaciones de origen ruso que vivían en Ucrania, pero que vivían allí porque siempre así lo hicieron desde que Ucrania existe. Fueron los inconfesables planes bien conocidos ahora de exterminio de personas inocentes lo que forzó al gobierno de la Federación Rusa a llevar a cabo la operación especial en Ucrania (al menos uno de los factores esenciales). Con todo lo que ahora sabemos de dichos planes, creo que nadie mínimamente decente podría ahora cuestionar lo sabio y lo oportuno que fue la decisión del presidente Putin.

Hemos dicho unas cuantas palabras sobre nuestros “héroes” y sus respectivos méritos, pero ¿no sería interesante saber qué opinan uno del otro? La verdad es que sus respectivos pronunciamientos han sido más bien escasos, pero cuando han hablado ha sido básicamente para expresar simpatía y apoyo de uno al otro. Huelga decir que los dos son judíos sionistas, pero juegan en terrenos diferentes y procuran no llamar la atención sobre sus simpatías últimas y odios supremos. Lo que sí es seguro es que, en ambos casos, el enemigo por excelencia, el adversario vital es Rusia.

No cabe duda de que en esta deshonrosa competencia los méritos de Netanyahu son a primera vista mucho más elevados. Éste se convirtió en el gran verdugo, el gran degollador de niños. Por si fuera poco, se jacta de ello. Pero Netanyahu es más que eso: es especialista en hacer sufrir, en humillar a seres humanos y está muy orgulloso de ello. Su placer mayor es golpear allí donde las personas están más desamparadas y son más vulnerables, las que tratan de ocultarse en el último refugio que hay en los alrededores para ponerse a resguardo de las bombas israelíes, destructoras de edificios enteros que dejan aplastados a las decenas de personas que se ocultan en ellos. Por ejemplo, si no queda más que un hospital en toda Gaza, ese es el blanco que Netanyahu elige; si no queda más que una sinagoga para rezarle a Dios y pedir su ayuda, Netanyahu se ufana de haberla reducido a cenizas y de no haber dejado más que cadáveres. Las estadísticas que llegan a través de los diarios y los noticieros son risibles. Se habla de alrededor de 50,000  fallecidos. Esa cifra es una burla. Una bomba como las que usa Israel –  regalo de los Estados Unidos – simplemente desintegra a quien le cae. Lo único que se puede contar, por lo tanto, son cadáveres, no las personas exterminadas por los aviones y los misiles israelíes. Recordemos que se han tirado más bombas en Gaza contra una población inerme que durante la Segunda Guerra Mundial!!! El récord de Netanyahu es, pues, excelente, claro sin olvidar que estamos hablando de “méritos negativos” de un criminal irredimible e imperdonable.

Bien, pero no nos apresuremos porque, como diríamos en México, Zelensky no canta mal las rancheras! Ya se cuentan las bajas ucranianas en alrededor de un millón de personas, que para una población de más o menos 36 millones es altamente significativa. Toda la infraestructura de la mitad del país está destrozada y no perdamos de vista que si no es todo el país lo que está destruido es porque Rusia no bombardea zonas residenciales, aunque inevitablemente hay graves daños ocasionados por los bombardeos de sitios militares. Peor aún: en su odio y en su decisión de no llegar a un acuerdo sensato con Rusia, Zelensky optó por rematar Ucrania firmando un pacto económico suicida con los Estados Unidos de acuerdo con el cual prácticamente toda la riqueza ucraniana de minerales raros, cruciales en este momento para la producción de computadoras, automóviles eléctricos, etc., y que sólo la República Popular de China tiene en cantidades semejantes, se vuelve propiedad de los Estados Unidos y sus compañías. En todo caso, Zelensky ya demostró que su odio por Rusia es más fuerte que su amor por sus compatriotas y su país de origen.

Pero yo creo que los partidarios de Netanyahu lo aclamarían recordándonos que él no permite ni alimentos ni medicamentos para enfermos, para niños, ancianos, etc. Literalmente, se nos dirá, él arrasó con Gaza de un modo que no tiene antecedentes en la historia (ni la destrucción de Persépolis es equiparable a la destrucción y al tormento cotidianos de los gazatíes). Eso es un logro insuperable! Por si fuera poco, como ya lo señalamos, Netanyahu vampirescamente proclama a los cuatro vientos que su deseo intenso de acabar con todos los habitantes de la Franja de Gaza, ya sea por hambre o por medio de bombas, y de anexarse la tierras palestinas para hacer realidad sus delirantes objetivos de control total del Medio Oriente (y de lo que queda de su agua, entre otras cosas). Habría, pues, que ir sumando puntos, porque la competencia entre el fugitivo de la ley que es Netanyahu y el potencial Sansón ucraniano, perfectamente capaz de provocar  la Tercera Guerra Mundial con tal de realizar sus planes o si éstos no logran materializarse, da resultados muy parejos. Claro que podemos también tratar de restarles puntos a nuestros competidores y eso se podría hacer examinándolos desde otra perspectiva. Por ejemplo, se habla de miles de millones de dólares robados por Zelensky e invertidos en cuentas especiales, sobre todo en Francia, en donde están sus mejores amigos (empezando por E. Macron, el ex-empleado de la banca Rotschild), pero estos por el momento son sólo rumores. Netanyahu en cambio, tiene juicios en su contra por corrupción en gran escala, aunque hay que reconocerlo, de mucho menor alcance que lo que generan las sucias maniobras de Zelensky. Las masacres de Gaza tienen precisamente, entre otros objetivos, el de desviar la opinión pública israelí de los problemas legales de su primer ministro hacia  temas más urgentes. Claro que también es cierto que la corrupción en Ucrania ya alcanzó niveles formidables, sobre todo en el círculo cercano de Zelensky y eso cuenta. Así que, desde el punto de vista de la corrupción, hay que reconocer que es difícil determinar quién es peor.

Podríamos seguir divagando sobre estos dos hermanos de sangre y de crímenes de lesa humanidad (los de Zelensky se van a hacer públicos pronto), pero con lo que hemos dicho podemos poner a prueba nuestro cacumen y tratar de responder al conundrum que nos sirvió de punto de partida: ¿quién en el horizonte político actual tiene más méritos para ser considerado como el mayor criminal de (por lo menos) el siglo XXI: el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, o el presidente de Ucrania por la fuerza, puesto que su mandato ya terminó y él no llamó a elecciones, Volodomir Zelensky? Creo que cualquier decisión en favor de uno o de otro será polémica y es altamente probable que no se logre alcanzar un acuerdo general. A mí me parece, sin embargo, que hay un error involucrado en el planteamiento y que éste consiste en pretender poner a uno de los candidatos por encima del otro. Yo creo que la solución a nuestra pregunta acerca de quién es el más bestial, el más culpable, el más maldito está mal delineada. Si observamos los hechos detenidamente, llegamos muy rápidamente a la conclusión de que entre ellos dos no hay ganador y que en lo que va del siglo ambos son los políticos que desde el punto de vista del crimen social, de la violación de los valores humanos más elementales o básicos, son con mucho los más grandes, los más prominentes, los más imperdonables. En nombre, por lo tanto, de la razón me atrevo a sostener que en la competencia de los infames el primer lugar lo ocupan simultáneamente Netanyahu y Zelensky. Hay un empate técnico entre ellos. Quién sí perdió fue la humanidad en su conjunto, los niños, las mujeres y en general los seres humanos que no pudieron escapar del mal que ellos encarnan. Esperemos tan sólo que V. Putin y D. Trump en la Tierra los neutralicen y que en la otra vida Dios los castigue per secula seculorum.

Las Raíces del Mal en México

En estos últimos días se hizo del dominio público el descubrimiento de un macabro rancho llamado ‘Izaguirre’,  ubicado en el Municipio de Teuchitlán, en el Estado de Jalisco, México. Los hechos sucedidos en dicha propiedad que se pueden ahora reconstruir son espeluznantes y algo diré al respecto, si bien debo advertir desde ahora que no es mi función reportar detalles. Para nuestros propósitos sabemos lo suficiente y, sobre todo, es evidente que los datos se irán incrementando vertiginosamente, por lo que no tiene sentido esperar a tener una lista exhaustiva de hechos para abordar el tema. Día tras día se irá recopilando nueva información espantosa de lo ocurrido allá en Jalisco y el panorama se irá poco a poco completando hasta que se sepa todo lo que sucedió en ese lugar. El problema es que inclusive la suma total de datos no basta para hacer inteligible un determinado fenómeno. Los datos son indispensables, obviamente, pero a lo que nosotros aspiramos es más bien a comprender el caso y a la comprensión no se accede sólo añadiendo información. Ésta se tiene que procesar. Además, es a las instituciones supuestamente dedicadas a la persecución del delito a las que corresponde la labor de obtención de datos, así como a la multitud de periodistas abocados al caso y a los incansables buscadores y buscadoras de desaparecidos, padres, madres y familiares de personas “levantadas” sobre quienes recae el mérito de hacer públicos los tétricos hechos que se produjeron en dicho sitio. Nuestra tarea, en cambio, es distinta, pues no es de investigación empírica sino más bien de reflexión sobre el fenómeno mismo con miras a hacerlo comprensible y ello entre otras cosas para evitar que los debates en torno a tan horrendo lugar queden en discusiones teóricamente pueriles, en controversias que no apuntan a diagnósticos generales y que, por consiguiente, no sugieren potenciales líneas de lucha efectiva en contra del bestialismo que asola a la sociedad mexicana. Sin duda alguna podríamos hacernos un sinfín de preguntas, pero como obviamente en unas cuantas páginas no podemos desarrollar a fondo el tema tendremos que conformarnos con un par de interrogantes de la clase de preguntas que puede uno plantear cuando no se es investigador de campo, rastreador de cadáveres, médico forense, ministerio público o algo por el estilo. En este caso, la pregunta que yo me hago y que invito al lector a que él también se la haga, es: ¿cómo nos explicamos el fenómeno mexicano de la violencia a ultranza, de la brutalidad injustificada, de la falta total de escrúpulos, de la indiferencia insultante y humillante ante la muerte gratuita de multitud de personas? La inquietud es: ¿cómo es que se genera y se llega a una situación así?

Antes de presentar e intentar desarrollar en unas cuantas líneas mi punto de vista sobre un fenómeno social tan complejo y tan estremecedor como este que azota al país, quisiera descartar un par de líneas de razonamiento, a primera vista atractivas pero que ciertamente no podrían aceptarse como dándonos la explicación que buscamos. Una de ellas gira en torno a la pobreza. La propuesta de dar cuenta de los problemas que nos aquejan apelando a la pobreza es muy cómoda pues ésta está, por así decirlo, siempre a la mano, pero es una sugerencia de lo más superficial que pueda imaginarse. Para empezar, la pobreza en México es multifacética, tiene muchas formas de manifestarse. Es claro que la pobreza de una u otra manera forma parte del cuadro explicativo general de la vida social, pero entra más como sus consecuencias que como sus fundamentos. Para ilustrar lo que digo: Kenia, Bolivia, Irak y muchos otros países son más pobres que México, pero no hay en ellos escuadrones de la muerte, sicarios que se cuentan por miles, una gama impresionante de modalidades de criminalidad, recurso espontáneo a la violencia y al salvajismo en prácticamente todos los sectores de la población. En otras palabras, se puede ser un país pobre, pero ello no implica que en él se tenga que padecer la violencia como la que se sufre en México. Basta con preguntarse por qué lo que sucede en México no sucede en, e.g., Costa Rica o en Brasil ¿Será acaso porque allá no hay pobres? Una respuesta así no sería seria. Lo que pasa es más bien que la clave para la explicación última del problema de la violencia irrestricta está en otro lado. Además, si bien es innegable que la violencia afecta en primer término a las clases más desfavorecidas, en México la violencia tiende a afectar sobre todo a la clase media y en particular a la clase media baja. El caso del rancho maldito de Teuchitlán lo pone de manifiesto de manera fehaciente: los delincuentes buscan gente preparada que sepan de computación, de química, de contabilidad.  Lo que es tenebroso es que, como si estuvieran lidiando con pollos o cerdos, los secuestradores van haciendo su selección de su personal forzado con la misma sangre fría con la que procede un carnicero en un rastro y eliminan a quienes no pasan sus tests, sus pruebas de calidad, como quien se cambia de ropa. No son, pues, las personas en miseria extrema, los indigentes quienes más se ven amenazados. Ellos ciertamente son víctimas de la violencia institucional, pero no de la violencia criminal que tiene que enfrentar todos los días el ciudadano común. El argumento de la pobreza para explicar los actos de maldad inaudita como la de la violencia ejercida en el rancho jalisciense, por lo tanto, no es teóricamente interesante.

Otro error, en este caso metodológico, que constantemente se comete en esta clase de investigaciones, es el de buscar “causas”. Quien pretende buscar “causas” en el ámbito de los conflictos sociales erró su camino antes de adentrarse en él. Es obvio que quien busca causas en el universo de los fenómenos sociales (políticos, psicológicos, sociológicos, etc.) está confundido: quien busca “causas” piensa que las explicaciones de carácter social son de la misma naturaleza que las explicaciones que se ofrecen en el terreno de las ciencias duras (física, química) y eso es un error. Los fenómenos naturales no tienen sentido y se explican básicamente mediante leyes generales aplicadas a situaciones particulares. No se necesita más. Pero los fenómenos humanos no se dejan atrapar de esa manera, precisamente porque tienen sentido. En las situaciones en las que intervienen los seres humanos tenemos que hablar de intenciones, propósitos, objetivos, estrategias, conductas y demás, so pena de no entenderlos en lo absoluto y de todo lo cual no se habla cuando se está lidiando con minerales, estrellas u océanos o con procesos como los de oxidación o combustión. Infiero que si lo que queremos es comprender la situación que nos agobia con miras a corregirla, lo que tenemos que hacer es formarnos una idea de la génesis del problema, rastrear los orígenes de la situación de modo que, a la manera de eslabones que se van engarzando, se puedan establecer las conexiones relevantes entre distintos eventos, situaciones, personajes, etc., para posteriormente estar en posición de desarticularlos Desde esta perspectiva, para la reconstrucción histórica se requiere obviamente de datos, de información genuina, pero también de imaginación no fantasiosa, porque sin ésta la reconstrucción no es viable. Si el resultado al que se llega resulta convincente, eso querrá decir que el cuadro que se pintó tiene sentido y entonces los fenómenos humanos estudiados se habrán vuelto comprensibles. Obviamente, es en esa dirección que nosotros pretendemos movernos.

Regresemos entonces a nuestro interrogante inicial: ¿cómo es que se llegó a está situación de depravación social general tan marcada, a este estado de putrefacción social e institucional en el que ahora tenemos que vivir? En primer lugar, habría que recordar que problemas sociales como el de la violencia a la mexicana llevan mucho tiempo para gestarse. Son procesos paulatinos. Son, obviamente, procesos humanos, de ahí que lo que en primer término ayuda a entenderlos sea el conocimiento de lo que podríamos llamar su ‘contexto de gestación’. Relacionado con esto habría que observar, en segundo lugar, que si bien es cierto que no podemos señalar a nadie en concreto como el o la “causante” de lo que nos está pasando, de seguro que sí podemos apuntar a personas que son en mayor o menor medida responsables de la situación actual, por cuanto por sus directivas, órdenes, decisiones y demás contribuyeron de manera palpable a la descomposición del tejido social mexicano. Esto nos lleva a una verdad de primera importancia, esto es, que juega en general y jugó en particular un rol absolutamente decisivo eso que para nuestros objetivos podemos identificar como la ‘clase gobernante’. Fueron, dicho de la manera más general posible, los dirigentes nacionales en todos los niveles y sectores de (más o menos) los últimos 12 sexenios quienes, a la manera de vaqueros marcando su ganado, le impusieron a la frágil e indefensa población mexicana el sello de la corrupción generalizada. Esto es muy importante, porque precisamente situaciones como la del rancho de Teuchitlán no son otra cosa que la expresión más cruda posible de un estado permanente de corrupción social, las últimas escenas de una obra maestra de descomposición social. Es un hecho que, como muchos otros vicios sociales, el recurso a la violencia permea al país. La violencia sicaria, como podemos llamar a la instanciada en el rancho de Teuchitlán, no es más que la forma más ominosa y degradante de violencia, pero la verdad es que la violencia está en todas partes y es cada vez más de todos contra todos, es decir, no sólo de criminales contra ciudadanos honestos, sino  de ciudadanos honestos contra ciudadanos honestos. Vivimos en una atmósfera de violencia cuyos signos más llamativos son eventos como los que tuvieron lugar en el rancho de propietario desconocido – una expresión más de corrupción superlativa, porque ¿cómo es que no se puede determinar quién es el dueño de esa propiedad? ¿Cómo pueden decir las autoridades que no saben de quién es el rancho en cuestión? Esa es una conducta típica de la época de la corrupción generalizada que es la actual. Pero dejando esto de lado, replanteemos una vez más nuestra pregunta: ¿cómo plausiblemente se llegó a generar una sociedad como la mexicana marcada de manera esencial por la violencia?

Viajemos momentáneamente al pasado. ¿Qué vemos? Vemos toda clase de arribistas y oportunistas usando las leyes para enriquecerse, aprovechando sus puestos para favorecer a sus familias y a sus amigos, destruyendo sistemáticamente todo vestigio de meritocracia, haciendo escarnio público de toda expresión de honestidad, burlándose descaradamente de todo esfuerzo genuino de impartición de justicia; nos encontramos con montones de individuos, hombres y mujeres, interesados exclusivamente en un bienestar puramente material desmedido y desde luego no ganado a base de esfuerzo sino de componendas y chanchullos; identificamos a innumerables sujetos no sólo susceptibles sino deseosos de vender los bienes de la nación – y hasta a sus habitantes si ello fuera factible – con tal de obtener inmensas cantidades de dinero, para como aprendices de brujos acumular irracionalmente decenas y hasta centenas de bienes raíces, a derecha e izquierda, sin ton ni son. Ahora bien, y esto también hay que tomarlo muy en cuenta, el dejarse llevar por la corriente de las ambiciones más prosaicas posibles trae aparejadas muchas otras cosas pero muy en especial un extraordinario desprecio por los bienes de la vida que no son de orden material. O sea, la ambición y el ansia desenfrenada por bienes materiales (por coches, por perros, por viajes, por ropa, etc.) inevitablemente genera la desespiritualización de la sociedad. Aunque la gente vaya a misa, en una sociedad tan profundamente corrompida como la mexicana ello no pasa de ser un mero simulacro, un auto-engaño ya que, como es bien sabido, los auto-engaños (como las histerias) no sólo son individuales, sino también colectivos. Esto que hemos dicho y que no son más que pinceladas de un cuadro muchísimo más complejo, forma parte esencial del trasfondo sobre el cual brotó la sociedad a la que pertenecemos y cuyos resortes, mecanismos, procedimientos para resolver problemas y demás ahora padecemos. Ahora lloramos las consecuencias de lo que generaciones de mexicanos, liderados por quienes eran sus dirigentes políticos, hicieron de México a lo largo de muchos lustros. Como bien dice el dicho, Quien siembra vendavales, cosecha tempestades y eso hicieron los mexicanos en su conjunto. Es por eso también que hay un sentido en el que lo que está pasando en México nos indigna a todos, pero no sorprende a nadie y no sorprende a nadie porque todos entendemos que lo que sucede es afín al modo de vida que prevalece en el país. Y ese dato también es muy significativo y elocuente.

Intentemos en unas cuantas palabras describir lo que es la vida desespiritualizada de una nación. Un pueblo que perdió el rumbo, como le pasó por culpa de sus gobernantes al pueblo de México, tiene varios rasgos fácilmente detectables. Para empezar, es un pueblo inmoral. No hay más que ver qué hace la gente (desde Sonora hasta Yucatán) cuando hay un accidente carretero: se aproximan a los accidentados pero no para ayudarlos, sino para robarles todo lo que se pueda. No se da cuenta la gente que eso que ella hace es su contribución a una situación en la que la principal víctima es ella misma. De ejemplos similares podríamos elaborar una lista realmente extensa, por lo que no me detendré en ello. En segundo lugar, es un pueblo en el que se razona poco, dado que con mucha facilidad se opta por la acción violenta para resolver prácticamente cualquier conflicto, en la casa, en el trabajo o en la calle. Esto es comprensible: la desespiritualización desemboca en la irracionalidad o ¿seriamente piensa alguien lo contrario? Tercero, se vive en el auto-engaño y en la trampa. No importa que los niños no sepan leer: que pasen al grado siguiente y no importa que en el grado siguiente no aprendan a multiplicar: que pasen al grado siguiente. Y así se van otorgando diplomas hasta llegar a los estudios universitarios. Y todos contentos! Acerca del resultado prefiero abstenerme de hacer comentarios. Podríamos indicar otros rasgos propios de un pueblo sometido a la diabólica enfermedad de la corrupción generalizada, pero con esto nos bastará. Quisiera pasar ahora a examinar rápidamente con los elementos con los que contamos el tema de la violencia absurda ejemplificada en lo sucedido en el rancho Izaguirre.

Lo primero que hay que señalar es que el cáncer de la corrupción en México es tan virulento que lo que se empezó a gestar (y que muy probablemente va a ser muy difícil de erradicar) es la creación de un mini-Estado dentro del Estado. ¿Cómo es eso factible? La respuesta es muy simple: la corrupción permite y promueve absolutamente cualquier estado de cosas. Imaginemos entonces a un militar entrenado que, quizá por sentirse injustamente excluido del mundo de los afortunados, siente unas ganas inmensas de vivir como viven los políticos de todos los niveles, es decir, aspira con toda su alma a tener él también acceso a toda clase de bienes materiales. En este sentido, hay que decirlo, el horizonte que se contempla es más bien limitado, porque a lo único que aspiran individuos como el aludido es a disponer de mucho dinero en efectivo, a tener muchos autos, muchas mujeres, a comer y beber hasta hartarse y quizá algo más pero no mucho más. El militar en cuestión convertido en enemigo social también quiere cobrar sus impuestos y en un régimen de corrupción eso es hasta comprensible. Tiene también que formar sus propios cuadros, pero no se trata de artistas, investigadores en ciencia, humanistas y demás. No: él necesita un auténtico ejército, una anti-policía pero de igual o mejor preparación que los representantes de la ley, contadores, etc. Como la moralidad no es un elemento vitalmente real en una sociedad corrupta, entonces lo que se genera es un conglomerado de individuos que simplemente no saben lo que es tener límites, porque se trata de sujetos a los que nunca les pasó por la cabeza la idea de que hay cosas que no se pueden hacer. Son personas que perdieron el alma, aunque siguen funcionando como si fueran seres humanos normales, sólo que están mutiladas. ¿Quién puede, si no alguien sin alma (obviamente, empleo la expresión psicológica, no teológicamente), atormentar y matar a alguien a sangre fría sólo porque no satisface sus requerimientos? A uno se le ocurre que si no pasan las pruebas que no les den los empleos a los que aspiraban, pero ¿por qué quitarles la vida, por qué hacerlos sufrir, por qué destruir la vida de sus familiares? ¿Cómo se puede obligar a una persona a que se coma a otra para que demuestre que es susceptible de cumplir cualquier orden que se le dé? Los únicos casos de esto último de los que yo tenía noticia atañen a lo que los piratas ingleses hacían con los esclavos negros durante los trayectos de África a América cuando los esclavos se sublevaban, pero nada más. Prácticas como esas sólo las pueden implementar individuos de una sociedad putrefacta, echada a perder como en más de un sentido lo era la sociedad esclavista inglesa del siglo XVII. En todo caso, queda claro que el deseo de ser “como ellos”, i.e., como los gobernantes convertidos en una nueva nobleza con dinero mal habido, que manejaron al país a su antojo durante décadas y que fijaron para la sociedad valores, métodos, modelos y demás, culmina en la creación de seres susceptibles de hacer lo que sea. Ciertamente, así no son los seres humanos “normales”.

El cuadro general obviamente requiere de más elementos. Uno que para mí es decisivo es la educación. Además de someter al mexicano medio a un intenso proceso de corrupción se le quitó la posibilidad de educarse en serio. Con sindicatos corruptos por delante, el sector educativo se vino abajo. Esto hay que tomarlo en cuenta por lo siguiente: no importa si los asesinos de cárteles y bandas son pobres o no, pero importa que sean gente fundamentalmente inculta. El ínfimo nivel de educación abre las puertas para que se vea en la conducta bestial, inmoral, brutal conducta normal, porque el sujeto no cuenta con parámetros para medir y evaluar acciones, propias o de otros. El ignorante no es religioso, pero sí es supersticioso. El sicario no cree en Dios; él se inventa su propia divinidad y cree en la Santa Muerte. Eso es lo que llamé ‘auto-engaño’ y ese fenómeno psicológico sólo puede darse cuando se ingiere el coctel armado con corrupción e ignorancia, y por ende inmoralidad, ausencia de sentimientos nobles, elevados, edificantes, sustitución de la religión por variantes de satanismo y demás. Ahora sí el fenómeno de la violencia extrema, irracional en la que se vive empieza a resultar comprensible.

Al cuadro conformado por la corrupción y la ignorancia, con todo lo que éstas acarrean, quisiera añadir otro elemento a mi modo de ver crucial, a saber, la descompostura radical del sistema judicial. No hay nada más ad hoc al florecimiento de la criminalidad y a la intensificación de toda clase de conducta anti-social que un sistema de impartición de justicia podrido como el que, aunque por fortuna agonizante, está teniendo sus últimos espasmos. Por ello, la reforma judicial iniciada por el presidente Andrés Manuel López Obrador no es otra cosa que una bendición política para el pueblo de México. Si a esta reforma la acompañara una lucha gubernamental sin cuartel en contra del bandolerismo, del pandillerismo y demás y si se lograra llevar a cabo una reforma radical del sistema educativo nacional, entonces sí se estarían asentando las bases para la redención de México en un futuro no muy lejano.

Podemos ahora replantear nuestra pregunta original: ¿cómo es que se llegó a la situación que hoy prevalece en nuestro desamparado país? México evolucionó como lo hizo porque tomó el poder un ejército de seres de mala entraña que, creyéndose muy astutos, le inyectaron inmoralidad a la sociedad (empezando por sus propias familias) y terminaron por generar en ella un cáncer social de inimaginables consecuencias. Si no me equivoco participó en las últimas elecciones presidenciales una persona que tiene una hermana condenada por secuestradora a 89 años de cárcel. Imaginemos que hubiera ganado: ¿no estaríamos confirmando  como en un laboratorio lo acertado de nuestras conjeturas? Tendríamos como presidenta a la hermana de una criminal  quien, podemos estar seguros de ello, no estaría aquí y ahora en la cárcel. Y ¿no es muy revelador el que haya obtenido los votos que muchos mexicanos le dieron? Pero retomando nuestra disquisición: ¿por qué es tan importante disponer de un diagnóstico claro y convincente de nuestra realidad? Porque es sólo sobre esa base que se pueden tomar las decisiones adecuadas para iniciar el trabajo de recomposición social, de reconstrucción de la sociedad mexicana, desde sus cimientos. Si lo que he dicho tiene visos de verdad, no queda más que apostarle a la lucha frontal en contra de la delincuencia organizada, a la impartición efectiva de justicia y a la re-educación del pueblo. Es sólo sobre transformaciones de esa naturaleza y de esas magnitudes como se podrá dejar atrás situaciones como la del rancho de Teuchitlán, que es entre otras cosas un símbolo, porque debe haber muchos así a lo largo y ancho del país, y que podrá el mexicano medio llevar una vida buena. Pero ¿qué es la vida buena? Para responder a esta pregunta le cederé la palabra al gran filósofo inglés, Bertrand Russell. En un famoso escrito de los años 30 del siglo pasado, Russell ofrece una definición sencilla, pero nítida y profunda a la vez, de lo que es la vida buena, de esa vida que queremos para todos los mexicanos. La vida buena, nos enseñó Russell, es la vida inspirada en el amor y guiada por el conocimiento. Al buen entendedor, pocas palabras.

 

 

 

 

 

El Realismo Fallido de Donald Trump

Difícilmente podría negarse que, en lo que política internacional concierne, 2025 resultó ser, por lo menos en lo que llevamos de él, un año fantástico. Independientemente de lo que suceda tras bambalinas, algo a lo que nosotros, sencillos ciudadanos del mundo, no tenemos acceso (ni nos presentamos como si lo tuviéramos), lo cierto es que hay concomitancias entre hechos que ni eran predecibles ni son fortuitas. Supongo que nadie negará que el primer dato de primerísima importancia del 2025 es la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Se podría replicar que eso no tiene nada de extraordinario dado que era algo que ya todo mundo sabía: Trump ya había sido declarado vencedor en el proceso electoral de noviembre de 2024. Pero las cosas no son tan simples porque, aunque resultó el vencedor en el proceso electoral, de todos modos habría podido no tomar posesión nunca. En los Estados Unidos, como es bien sabido, los atentados contra los presidentes no son algo impensable. Desde luego que hay casos en los que el político atacado se salva, como pasó con Ronald Reagan, pero otros, como J. F. Kennedy, no corrieron con la misma suerte y Trump habría podido ser de estos. De hecho él ya tuvo esa horrible experiencia que es la de ser el blanco de un francotirador. O sea, también él sufrió un atentado y el modo como se salvó fue realmente extraordinario: una bala le dio en la oreja derecha, a medio centímetro de su cabeza pero sin tocarla. En verdad, lo menos que podemos decir es que se salvó “de milagro”. Más aún: la forma espontánea de expresar la situación consistiría en decir que Dios lo protegió! Pero ¿por qué habría querido alguien eliminar a Donald Trump? Obviamente, no voy a discutir la ridícula tesis del “tirador solitario”, una grotesca narrativa a la cual ya sistemáticamente se apela en todos los casos de magnicidio y se le presenta como la “explicación” del suceso. Eso, todo mundo lo entiende, es una burla. Intentar asesinar a un presidente o a un candidato a la presidencia de los Estados Unidos es no sólo una acción suicida, sino una acción que sólo se puede fraguar por medio de una maquinaria  que opere sistemáticamente desde las sombras y que se siente amenazada, desde algo así como el “Estado Profundo” (“Deep State”), tal como el mismo Trump lo ha identificado. ¿Quién más podría intentar desembarazarse de un presidente que está limpiando sus establos de Augía? En todo caso, de lo que podemos estar seguros es de que intentos como esos no son el producto ni de una casualidad ni de decisiones meramente personales de un psicópata. Como dije, avanzar pseudo-explicaciones como la del tirador solitario es simplemente burlarse en forma descarada de la gente, estar convencido de que el ciudadano medio no tiene por qué recibir información fidedigna. Por otra parte, es evidente que el intento por matar a un político como Donald Trump no se debe a que éste sea una persona insignificante, manipulable, de carácter débil, sin visión política, etc., un Joe Biden cualquiera, para ilustrar sin dejar lugar a dudas. El atentado contra Trump se explica más bien por el hecho de que sus enemigos jurados, los que de entrada están y estarán en contra de todo lo que diga y haga, están en los Estados Unidos y probablemente también al interior de su gobierno (John Bolton es un buen ejemplo de ello, pero ni mucho menos el único). Y lo más interesante del asunto, dejando de lado lo que podríamos llamar el ‘milagro de Donald Trump’, es que hay un sentido en el que quienes desde las sombras intentaron eliminarlo, quienes más temen que exhiba sus crímenes, fraudes, actos inmensos de corrupción y manipulación políticas, su uso de las instituciones públicas al margen por completo de la ley, su utilización cínica de enormes cantidades de dinero usadas sin justificación alguna, todos ellos tenían razón en temer a Trump. Que hay un conflicto muy grande entre el actual presidente norteamericano y el Estado Profundo de los Estados Unidos es algo que ahora podemos constatar y se trata de un fenómeno que, como es natural, quisiéramos también comprender.

Consideremos el problema palestino. Es perfectamente posible que haya sido una feliz casualidad o una decisión concertada con sus pares israelíes, pero a mí lo que me interesa enfatizar es el hecho de que un día antes de la toma de posesión deTrump cesaron las hostilidades en Palestina y la Franja de Gaza. Eso es algo que con un monstruo horrendo y odioso, el ex-Secretario de Estado norteamericano más pro-israelí que ha habido en la Casa Blanca, un funcionario del gobierno norteamericano (con todo su equipo) más sionista que el mismo B. Netanyahu, como lo era A. Blinken, no sucedió en más de 450 días y que nunca habría sucedido. Eso no es un hecho que pueda simplemente pasar desapercibido. Pero además de la decisión de detener la masacre de los niños palestinos (y no sólo de niños. Lo digo sencillamente como un recordatorio más doloroso), igualmente fantástica ha sido la política, totalmente novedosa pero esencialmente sana, impuesta por Trump en relación con el conflicto ucraniano. La pregunta que todos nos hacemos y a la que buscamos incesantemente una respuesta racional es: ¿por qué le dio el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, un giro tan súbito y tan inesperado a la política exterior del país todavía más poderoso del mundo? El hecho es políticamente de suma importancia pero, en mi opinión, resulta inteligible sólo si se tiene presente su trasfondo histórico. En concordancia con ello, intentaré echar un mínimo de luz sobre el tema para lo cual, inevitablemente, será menester hacer un poco de historia y, si da tiempo, también de filosofía de la historia. Pero empecemos con los datos.

No tengo la menor duda de que, si se le pregunta a una persona razonablemente culta cuándo empezó y cuándo terminó la Segunda Guerra Mundial, de inmediato nos dirá que empezó el 1º de septiembre de 1939 y terminó el 8 de mayo de 1945, cuando el mariscal W. Keitel firmó la rendición incondicional de Alemania (lo hizo el 9 ante las fuerzas soviéticas). La respuesta, en mi opinión, es simplemente errónea. Lo que tuvo lugar entre septiembre de 1939 y mayo de 1945 fue la lucha armada entre los diversos países involucrados, pero las hostilidades estaban latentes desde el Tratado de Versalles y realmente empezaron a hacerse sentir a partir del momento en que el movimiento nacional-socialista triunfó en las elecciones y llegó al poder con A. Hitler como Canciller del Reich. A partir de ese momento se hizo desde la plataforma formada por las grandes potencias occidentales de la época todo lo que se pudo para asfixiar económicamente a Alemania, exactamente como se hizo con Rusia durante la operación especial en Ucrania: retiro de inversiones, clausura de los mercados a la exportación de sus productos, bloqueos bancarios de toda índole, etc. Dado que Alemania no estaba dirigida por gente con una visión del todo clara de la situación mundial, poco a poco Alemania se fue encaminando por la vía de la confrontación para la solución de sus problemas y obviamente terminó en un fracaso rotundo, esto es, en su destrucción. Sin duda uno de los errores más grandes y decisivos de la lucha armada fue la absurda invasión de la Unión Soviética, un país con el que Alemania no sólo tenía un pacto de no agresión, sino también relaciones comerciales que eran inclusive favorables para ella. Ahora bien, con la derrota militar de Alemania hizo su aparición en el escenario mundial una nueva potencia o, mejor dicha, la nueva super-potencia, esto es, los Estados Unidos. Y aquí es donde hay que tener cuidado con las descripciones que se hagan, porque lo que esta sucediendo hoy se deriva precisamente de eso que empezó a fraguarse a partir de la división de Alemania y de la creación de la República Federal Alemana y, por lo tanto, de la ocupación de Alemania por las fuerzas estadounidenses. Lo que hay que entender es que con el fin de la guerra vino no sólo un reajuste político, sino una auténtica transformación del planeta y que el nuevo mapa del mundo lo diseñaron e impusieron casi en su totalidad los Estados Unidos. En muy poco tiempo se acabaron los imperios británico y francés y los Estados Unidos y la Unión Soviética quedaron como los nuevos rivales. Primero los americanos formaron la OTAN (1949), supuestamente para contener la “agresión rusa” (si esto suena familiar no hay por qué sorprenderse), lo cual tuvo como efecto que los soviéticos formaron un bloque con los países europeos que estaban bajo su influencia y que se conocería como el ‘Pacto de Varsovia’ (1955). Empezó entonces una nueva confrontación, esta vez entre los Estados Unidos y las URSS, un choque que afortunadamente nunca llegó a ser militar, entre las dos super-potencias. Lo que en cambio éstas sí hicieron fue difuminar su enfrentamiento a través de un complejo juego de estiras y aflojas en los países del Tercer Mundo y, naturalmente, con Europa jugando un papel central en el panorama político, pero siempre totalmente subordinado al de los Estados Unidos. Al periodo que lleva del fin del enfrentamiento armado al derrumbe del bloque socialista y al desmoronamiento de la Unión Soviética se le conoce oficialmente como el periodo de la “Guerra Fría”. Esta delimitación de dicho periodo es inexacta puesto que, como ahora todo mundo lo sabe, la agresión norteamericana (como es obvio, apoyada incondicionalmente por los gobiernos lacayos europeos) persistió e inclusive se intensificó. Su punto culminante se alcanzó precisamente con la guerra en Ucrania. En relación con esto es menester hacer ciertos recordatorios.

Con la caída de la Unión Soviética los gobiernos norteamericanos a partir de George H. W. Bush se envalentonaron y articularon una nueva política de agresión en contra esta vez de la Federación Rusa. Los policy makers y los Think Tanks norteamericanos empezaron a padecer una especie de delirio eufórico y empezaron a tener alucinaciones políticas, consistentes básicamente en la convicción de que el desmembramiento de la Federación Rusa era factible, que se podría tener el control político y militar total sobre ella, someterla financiera y comercialmente a Occidente y hasta dividirla en pequeños países. Se hizo todo para alcanzar esos objetivos, empezando por la expansión sistemática de la OTAN – a pesar de que uno de los compromisos más importantes asumidos por los Estados Unidos en el periodo del caos post-soviético, cuando el país era dirigido por un individuo que además de alcohólico era increíblemente ingenuo (Boris Yeltsin), era precisamente no expandir la OTAN hacia el Este. Es muy importante entender que hasta el golpe de Estado en Ucrania, orquestado por los Estados Unidos en 2014, la política norteamericana de presión permanente sobre Rusia había dado resultados relativamente positivos para ellos, si bien también es cierto que las cosas ya habían empezado a cambiar. Aquí es donde la historia se pone interesante.

El periodo de la Guerra Fría fue un periodo de jugosos negocios que le dejaron al sector privilegiado de la población norteamericana colosales ganancias. Todo lo que tuviera que ver con la industria armamentista se vio formidablemente beneficiado por las guerras que los distintos gobiernos de los Estados Unidos promovieron o directamente causaron a lo largo más o menos de 70 años, es decir, desde la guerra de Corea hasta la guerra de Ucrania. La guerra siempre fue un gran negocio para los Estados Unidos, un negocio que benefició a la población norteamericana generando trabajo, inversiones, un alto nivel de vida y de bienestar material. En marcado contraste con ello, la guerra para la URSS siempre significó un desgaste, limitaciones presupuestarias terribles, imposibilidad de darle a los ciudadanos soviéticos el nivel de vida al que tenían derecho, etc. Para decirlo de manera escueta: la guerra en el sistema capitalista es un estupendo negocio en tanto que en el sistema socialista es una carga y un lastre. No obstante, a lo largo del último medio siglo, poco a poco pero consistentemente, el esquema norteamericano de dominio empezó a fallar. En primer lugar, nunca lograron los americanos ubicarse en el terreno militar por encima de los rusos de modo que pudieran desatar una guerra y ganarla. Los diferentes gobiernos de Rusia siempre pudieron dejarle en claro a los norteamericanos que no había forma de que ganaran una guerra atómica. Eso significaba un límite a las pretensiones de dominio total por parte de los norteamericanos. A eso se sumó el impactante y fulgurante desarrollo económico de China, por lo que los Estados Unidos volvieron a vivir en otro contexto la experiencia de no ser ya los primeros, los mandamases, los número uno. A esto habría que añadir que multitud de gobiernos de los así llamados ‘países del Tercer Mundo’ empezaron a deslindarse de las políticas neo-colonialistas de los Estados Unidos y sus aliados (políticas de explotación, de segregación, de chantajes financieros, de intervenciones arbitrarias y así indefinidamente), lo cual terminó por generar, entre otras cosas, la formación de los BRICS, una agrupación económica, cultural, comercial y demás de países que crece día con día y a la cual los Estados Unidos, ni con el apoyo incondicional de todos los gobiernos lacayos con los que cuenta, podrían poner de rodillas. En otras palabras: los gobernantes norteamericanos sencillamente no se percataron de lo que había venido sucediendo enfrente de sus propias narices, esto es, que la situación mundial se había radicalmente modificado y que lo que había sido su orden mundial se había definitivamente trastocado. Ante un asombroso y veloz cambio del mundo, los soberbios, corruptos e infames líderes políticos de los Estados Unidos, junto con los de todas sus camarillas, organismos, instituciones y demás se mantuvieron con los ojos cerrados. Y esa histórica alteración de las jerarquías en todos los dominios alcanzó su punto culminante precisamente con lo que pasará a la historia como el último esfuerzo de los norteamericanos para mantener su primacía, sólo que ahora se les puede gritar a la cara: “Eso, se acabó!”.  Y se acabó no sólo gracias a la inteligencia, la astucia, la sagacidad, la perseverancia de dirigentes políticos como el presidente Vladimir V. Putin, sino también a la mediocridad política y a la bajeza humana de personajes como G. W. Bush, Barak Obama o, el sin duda alguna más representativo de la época, el ultra-corrupto y senil Joe Biden.

Fue con ese nuevo paisaje político como trasfondo, ahora sí ya fácilmente reconocible, como D. Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos. La diferencia con los presidentes anteriores es que Trump sí entiende la nueva situación y desde luego que va a hacer todo lo que pueda para revertirla, pero reconociendo desde el arranque que lo intentará desde una nueva plataforma, una plataforma que no es ya la de la única super-potencia, la del país que dicta e impone las condiciones. Eso quedó atrás, por lo menos en lo que a los BRICS atañe. Así, la política de Trump no es más que el reconocimiento público de que la herencia de la Segunda Guerra Mundial se acabó y que empieza una nueva era. Lo que es peculiar del presidente Trump es la conjugación de su claridad política con un estilo muy personal de gobernar, de relacionarse con el pueblo norteamericano y con los gobernantes de los demás países. Trump sí va a darle su lugar al presidente Putin y al presidente de la República Popular China, el también extraordinario Xi Jinping, pero no porque él sea todo un caballero y un generoso altruista, sino simplemente porque él sí entendió que el tablero del mundo tiene una nueva composición y que no tiene caso pretender seguir gobernando como si la realidad no le estuviera dando signos muy claros de que o se abandona la política de la prepotencia y la amenaza, en especial con Rusia, o los Estados Unidos se van directamente al abismo. Por si fuera poco, el presidente Trump tendrá que lidiar no sólo con los enormes adversarios que son Rusia y China (y yo añadiría, por lo menos, a la India), sino que tendrá que enfrentar una brutal guerra en su propio país y la verdad es que ni mucho menos es seguro de que la gane. Yo inclusive pensaría que para el futuro norteamericano es mucho más importante la victoria al interior de los Estados Unidos frente al “Estado Profundo” que la potencial victoria sobre las otras grandes potencias. Y hay una razón para ello, a saber, que el declive, por no decir la decadencia definitiva de los Estados Unidos, se debe en gran medida precisamente al Estado Profundo, compuesto por instituciones y personas con mucho poder y dinero que usaron como quisieron y para su propio beneficio al gobierno de los Estados Unidos. Blinken y su pandilla son, a mi modo de ver, los mejores ejemplos de quienes llevaron a los Estados Unidos al desastre.

El fenómeno Trump, por otra parte, sacó a relucir la hipocresía y la ceguera política de los actuales gobernantes de Europa Occidental. El actual Vicepresidente de los Estados Unidos, James D. Vance, les impartió una auténtica cátedra de política avanzada a todos esos pseudo-líderes, oportunistas y corruptos, que no han entendido todavía que el mundo cambió, que la rusofobia pertenece a la época de la Guerra Fría pero que en la actualidad es una actitud y una política contraria a los intereses económicos no sólo de los Estados Unidos sino de ellos mismos y, en verdad, de todo el mundo. Los gobernantes europeos siguen entrampados en las estrategias del pasado, estrategias que palpablemente ya fracasaron. Todos sabemos que la OTAN fue militarmente derrotada en Ucrania. Los europeos van a tener que pagar por su obstinación y su odio eterno hacia Rusia y van a tener que adaptarse o pasar a formar parte de un nuevo “Tercer Mundo”. Casi dan ganas de decirles: “Bienvenidos, fracasados!”. En todo caso, lo que es claro es que los europeos no tienen con qué forzar a los Estados Unidos a que éstos sacrifiquen sus intereses para mantener sus caprichos y sus incomprensiones.

Con base en lo expuesto, me parece que podemos afirmar que si hubiera alguien todavía que preguntara: ¿Pero qué diablos está haciendo Donald Trump?, creo que la respuesta ad hoc sería: si preguntas eso es porque no entiendes nada de nada! Ahora nosotros, después de lustros de engaños sistemáticos por parte de la prensa mundial, hemos aprendido que lo razonable y lo sensato es siempre pensar lo contrario de lo que los mass-media quieren que pensemos. ¿Cómo nos pintan a Trump la CNN o comentaristas tan odiosas como Rachel Maddow, quien obviamente no tiene otra misión que la de vilipendiar y difamar al actual presidente de los Estados Unidos? Como un monstruo, como un ignorante, como un demente. No obstante, si nos atenemos a nuestro principio concerniente a los medios de comunicación lo que tenemos que inferir es que Trump es exactamente lo contrario de como lo presentan los escandalosos portavoces del Estado Profundo. Al implantar en Ucrania una política nueva, Trump está siendo realista, pero ser realista estando al frente del gobierno de los Estados Unidos es poner en jaque a multitud de actores políticos que se creían intocables, es atentar en contra de dañinos intereses creados. Es un hecho que Donald Trump está acabando con el status quo norteamericano que se construyó e impuso por lo menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. O sea, con Trump llegó a su fin lo que quedaba de “Guerra Fría”.  Lo que no han entendido todavía y no quieren aceptar quienes controlan el poder en Europa Occidental es que la rusofobia ya no es negocio! Sin duda, el imperio americano va en declive y Trump quiere a toda costa reconstruirlo. Eso es lo que significa ‘MAGA’, o sea, algo así como “Hacer de nuevo grandes a los Estados Unidos”, en donde se usa ‘grandes’ para decir ‘la única super-potencia’. En relación con el slogan de Trump, debo decir que, en mi opinión, si bien él tiene toda la razón al reconocer lo que es la nueva realidad geo- política, financiera y demás prevaleciente en el mundo y de actuar en consecuencia, también hay que admitir que sus objetivos imperialistas van en contra de la lógica de la historia. Ésta en efecto enseña que una vez que los imperios se debilitan y entran en declive, no hay forma ya de detener su  proceso de descomposición. Yo tengo la convicción de que, a pesar del tremendo esfuerzo que hará Donald Trump para que ello no sea así, el imperio del siglo XX, es decir, el imperio norteamericano está destinado a desaparecer e inevitablemente tendrá que cederle su lugar a las nuevas fuerzas de las que está ya impregnado el mundo.

 

 

 

 

 

África y México

Por un sinnúmero de razones, lo cierto es que ese continente fantástico que es África sigue siendo para los mexicanos una realidad enigmática y desconocida. En parte ello se explica por el hecho de que nuestra población negra es numéricamente muy reducida. Hay en México pequeñas comunidades de origen africano sobre todo, mas no únicamente, en los estados de Veracruz, Oaxaca y Guerrero. ¿Por qué en este sentido es nuestro país tan diferente de países como Colombia o Venezuela, no digamos ya Brasil? La explicación es relativamente obvia y simple. Una vez conquistado militarmente el continente americano desde California hasta la Patagonia, el objetivo de los invasores europeos no podía ser otro que el de aprovechar su inmensa riqueza natural y vivir de la mano de obra gratuita de los habitantes del Nuevo Mundo. La explotación que a partir de la conquista se inició fue sistemática y duró tres siglos, durante los cuales no sólo pudieron las monarquías europeas mantener con lujos sus parasitarias existencias, sino que hasta terminaron creando nuevas etnias. Ese fue notoriamente el caso de México, en donde la ocupación española significó, entre otras cosas, el exterminio de un porcentaje muy elevado de hombres y la violación sistemática de mujeres, creando así a la nueva población mestiza. Por otra parte, como en América Central y del Sur nunca se conjugaron grandes civilizaciones y poblaciones aguerridas (en Perú, por ejemplo, las poblaciones indígenas simplemente se rindieron ante el invasor. Nunca se produjo en América del Sur una batalla como la de Iztapalapa), la sujeción extranjera nunca alcanzó el grado de violencia que impusieron los españoles en la Nueva España. En lo que ahora es México había indígenas suficientes para mantener de manera ininterrumpida el flujo de riqueza (oro, plata, productos agrícolas, etc.) que requería la corona española para seguir manteniendo su status, una meta alcanzable sólo por medio de guerras financiadas en última instancia por las minas de Zacatecas, Guanajuato e Hidalgo. Recuérdese que durante los tres siglos de dominio español en América Latina, España participó en decenas de guerras y si bien ahora las guerras son ante todo negocios de grandes empresas y corporaciones, las cuales lucran magníficamente con vidas humanas, antes eran procesos muy costosos cuyos frutos se daban sólo hasta que el vencedor impusiera sus condiciones (reparaciones, impuestos, anexiones etc.). En todo caso, durante ese lapso de tres siglos, que por lo menos a los habitantes de la Nueva España les ha de haber parecido como un suplicio interminable, para la explotación de la riqueza mexicana que la Metrópoli requería la mano de obra existente era suficiente, pero esa no era la situación ni en el Caribe ni en América del Sur. Allá, extensiones inmensas de terreno quedaban sin ser exploradas y explotadas por falta de hombres. Muy pronto entonces, los españoles pero sobre todo los portugueses empezaron a traficar con seres humanos, un negocio al que de inmediato se unieron y desarrollaron en gran escala ingleses, franceses y holandeses. Y ¿de dónde extraían los europeos el material humano para los trabajos forzados? La respuesta es obvia: de África. A través de argucias, engaños, estafas y, sobre todo, por por medio de razzias, los europeos crearon el comercio de esclavos más grande de la historia. Según Hugh Thomas, en tres siglos los europeos vendieron como esclavos a cerca de 90 millones de personas. Se dice fácil! El comercio de esclavos fue probablemente el negocio más redituable para las monarquías europeas. O sea, todo ese bienestar y esa elegancia de multitud de “gentlemen”, de intrigantes palaciegos y de cortesanas arribistas tiene como plataforma la sangre, el sufrimiento y el horror de millones de hombres, mujeres y niños completamente indefensos. Y ahora, lo cual es increíble, los gobiernos que fueron poco a poco remplazando a sus respectivas noblezas se niegan a darle asilo a seres humanos que huyen de las espantosas condiciones de vida que heredaron de ellos precisamente. Eso sin duda es parte de la “grandeza” de Occidente.

El trato brutal recibido por las poblaciones africanas desde que se iniciaron sus relaciones con los europeos ni mucho menos se limita a la trata y venta de personas. No voy a entrar en el recuento de las atrocidades de ese fabuloso negocio. En su libro, The Slave Trade (El Comercio de Esclavos), Thomas recoge multitud de testimonios que son realmente espeluznantes pero, como dije, no entraré en esa clase de detalles. Lo que en cambio sí me importa destacar es la continuidad en el trato bestial del que en la actualidad son objeto las poblaciones africanas en su conjunto por parte de los occidentales de la etapa post-esclavista. Una ratificación contundente de lo que ha sido el permanente enfoque occidental lo encontramos en el rey belga Leopoldo II, propietario durante casi un cuarto de siglo de lo que se conocía como ‘Estado Libre del Congo’, posteriormente ‘Congo Belga’ y en la actualidad ‘República Democrática del Congo’. La extracción de diamantes, marfil y demás productos de la región requirió de cerca de 10 millones de vidas. Cuando ya el escándalo era vox populi, el Estado Belga tomó posesión del país y las cosas siguieron más o menos igual. No es, pues, por casualidad que, en los años 60 del siglo pasado, hubiera surgido en esa colonia un revolucionario extraordinario, un gran líder político, un humanista visionario como lo fue Patricio Lumumba. Cuando parecía que el país se encaminaba ya por la vía de la libertad, Lumumba fue cobardemente asesinado por la CIA en 1961. Lo que la República Democrática del Congo heredó de sus antiguos amos fue caos étnico, pobreza, conflictos armados y explotación sistemática, ahora por parte de trasnacionales que no tienen otro objetivo que el de llevarse toda la riqueza mineral que puedan del país. Los desplazamientos de pueblos enteros y la violación de derechos humanos en la República Democrática del Congo está, como era de esperarse, a la orden del día.

Lo que sucede en la República Democrática del Congo no es un fenómeno aislado y ello explica por qué, a lo largo y ancho de ese formidable continente, han surgido grandes intelectuales, líderes políticos, dirigentes con visión y animados por legítimos ideales de liberación, bienestar y seguridad. Así, después de Patricio Lumumba aparecería en el escenario político mundial otro luchador ejemplar, de  dimensiones históricas, a saber, el gran Nelson Mandela, un libertador pacifista y que, después de 28 años de cárcel, logró acabar con el odioso apartheid que prevalecía en Sudáfrica. Antes de Mandela, la población blanca vivía en un estado jurídicamente normal, pero junto a la población local, esto es, negra, la cual no gozaba de los mismos derechos. Eso se llama ‘racismo’, pero aparte de que el racismo en sí mismo es inaceptable, ¿por qué habría una población de ser discriminada en su propio país?! Es que ese era el sistema que los afrikaners, de origen básicamente holandés, habían impuesto. Sin embargo, Mandela triunfó y con su victoria Sudáfrica cambio de rumbo para su bien y para siempre. Mucho menos buena suerte tuvo otro gran político africano, libio esta vez, a saber, Muammar Gadafi. Éste llevó a su país al primer lugar en África en lo que a bienestar atañe. Realizó incontables reformas en los sectores alimentario, petrolífero (con nacionalizaciones decisivas), educativo, social, etc. Gadafi encaminó a Libia hacia el socialismo y eso le ganó, desde la época de R. Reagan, el odio norteamericano. Finalmente, después de toda una maraña de intrigas, acciones de sabotaje, de desestabilización, etc., con los aviones de la OTAN por delante, el gobierno de Libia fue salvajemente destruido y su líder asesinado de una manera horrenda. La infame Hilary Clinton, en una memorable entrevista, exultando describió la situación diciendo: “Nosotros llegamos, vimos y él murió”, una parodia ridícula de la célebre frase de César, ‘Vine, vi y vencí’, para referirse a su conquista de las Galias. En la destrucción de Libia jugaron un papel especial las fuerzas armadas francesas, pero el saqueo fue generalizado y las inmensas reservas de oro que Gadafi había acumulado para su país simplemente se esfumaron. Dicho sea de paso, la participación francesa, que tuvo lugar durante el periodo presidencial de N. Sarkozy, fue diseñada, orquestada e impulsada por Bernard Henri Lévy, un bien conocido sionista francés. Hay publicado y en la red mucho material al respecto.

Pero regresemos a nuestra  tema, que es el continente africano. Lo que hemos expuesto no tenía otro objetivo que el de permitirnos echar un vistazo con comprensión sobre la situación actual de África y, por más que lo intentemos, lo que no podemos dejar de percibir es la maldad, la codicia, la desvergüenza occidental. Los perros, como se sabe, ya sea que se trate de pastores alemanes, chihuahueños o de setters irlandeses, tienen un origen común, que es el animal que en la Edad de Piedra se fue acercando a los humanos hasta quedar vinculado a ellos como su compañero. Mutatis mutandis, pasa lo mismo con los humanos: que sean rubios o de ojos rasgados, de cabello lacio o de pelo chino, todos tienen un mismo origen y ese origen es africano. Si estuviéramos divagando por medio de analogías y asociaciones fáciles, tendríamos que decir que la raza blanca es en verdad la más ingrata de la historia. Como todos sabemos, el primer núcleo de seres de nuestra especie surgió en lo que hoy es Sudáfrica, hace alrededor de 2 millones de años. Poco a poco, aquella gente fue remontando el continente hasta llegar a Egipto, de donde pasaron hacia lo que hoy es el Medio Oriente y paulatinamente se fueron diseminando por Europa. No se sabe si allá se encontraron con los Neandertales y si los aniquilaron o se mezclaron con ellos, pero en todo caso se impusieron y, con los cambios de clima, de alimentación, etc., la raza humana se fue, por así decirlo, diversificando. Y lo paradójico del caso es que los descendientes de quienes desempeñaron el papel de semillas de la civilización occidental son quienes han sido peor tratados por los occidentales a lo largo de su historia. Por sus condiciones geográficas, climáticas y humanas, África se rezagó en lo que a su desarrollo material concierne y eso la volvió tremendamente vulnerable frente a la codicia de los países “civilizados”.

Sin embargo, el hecho es que, de manera desesperadamente lenta pero al parecer consistente, África está abriendo los ojos y empezando a estirar los músculos. En la época actual, dadas las condiciones de vida no hay más que un grupo social que puede reforzar y dirigir este despertar africano, a saber, el de los militares nacionalistas. Poco a poco, los nuevos gobiernos en diversos Estados africanos han echado de sus respectivos países a las fuerzas occidentales estacionadas en ellos. Se acabaron las colonias holandesas, portuguesas e inglesas y ahora le toca el turno a las francesas. A los franceses prácticamente los corrieron de Senegal, de Chad, de Burkina Faso, de Niger y de otros países. Ahora los países africanos empiezan a percatarse de su fuerza y de sus potencialidades y a exigir un trato diferente, más equilibrados convenios comerciales, respeto a sus instituciones políticas, religiones y tradiciones. La nueva clase de dirigentes, esto es, de militares nacionalistas, que es lo que los pueblos de África necesitan para poder transitar a modos de organización civiles que les convengan, sean los que sean, se compone de luchadores que están conscientes de sus debilidades y de sus dependencias frente a los países occidentales avanzados. Sin embargo, y a diferencia de las estrategias adoptadas en, por ejemplo América Latina, los países de África han encontrado amigos reales y están orientándose cada vez más hacia procesos de colaboración más eficientes y positivos para sus finanzas, programas de salud, de educación, etc., con ellos. Esos países, esos nuevos amigos son, obviamente, Rusia y China. En pugna permanente con lo que los occidentales llaman la ‘penetración rusa y china’, lo que estos países aportan son infraestructura, medicinas, alimentos, etc. Frente a la innegable fuerza y el despotismo del dólar, Rusia y China supieron construir nuevas alianzas y lograron formar el famoso BRICS, que son las letras iniciales de Brasil, Rusia, India, China y … Sudáfrica! Este grupo de países, que constituye una genuina alternativa al bando occidental conformado por los países europeos con los Estados Unidos a la cabeza,  ha ido creciendo y ahora incluye entre sus nuevos miembros a otros países africanos, que son Etiopía y Egipto y están en la lista Uganda y Nigeria y sin duda hay otros que harán todo lo que puedan para ingresar al grupo salvador. Ahora bien, lo que es importante entender es que es sólo mediante estas nuevas alianzas que los países de África podrán efectivamente dejar atrás su injusto pasado y florecer como sin duda tienen derecho a hacerlo. Y yo iría más lejos: aunque desde muchos puntos de vista México es un país más desarrollado que la mayoría de los países africanos, se debería entender en México que éstos nos están dando aquí y hora una auténtica lección de política y de historia. Trataré de explicar la idea, aunque de hecho me parece evidente de suyo.

Lo que África nos está enseñando es que si, como nación, aspiramos a protegernos de los poderosos países parásitos occidentales, los países que no saben establecer relaciones de igualdad sino que intentan siempre implantar vínculos de dependencia, de subordinación, de explotación descarada, de imposición arbitraria, ello sólo lo podremos lograr si establecemos nuevas alianzas, relaciones frescas con países con los que se puede comerciar de manera mutuamente beneficiosa y no por medio de tratados de pseudo-libre comercio, tratados que cuando así le conviene a uno de sus signatarios lo echan por tierra sin respeto por los pactado ni por los países que lo firmaron. Tenemos los ejemplos ante los ojos y no se hace nada para modificar de raíz esa horrenda situación de imposición y subordinación. Un ejemplo bastará para ilustrar lo que estoy diciendo: el maíz transgénico. El presidente Andrés Manuel López Obrador logró, contra viento y marea, mantener la prohibición de usar el maíz genéticamente modificado para el consumo de la población mexicana. La razón lo asistía totalmente. El problema es que eso ya cambió. Los Estados Unidos finalmente impusieron su voluntad y de ahora en adelante, tarde o temprano, en México se usará un maíz ponzoñoso para hacer tortillas, un maíz tratado a base de glifosato, que es veneno puro. Una vez que se permita su importación, ya su comercialización generalizada será cuestión de  tiempo. Los mercaderes de siempre cumplirán con su función y el maíz ilegítimo terminará en nuestras mesas. Pero ¿por qué se aceptó una resolución tan negativa para nuestra población? ¿Acaso los panistas así lo decidieron? No, porque ellos no tienen el poder para eso, porque si lo hubieran tenido desde luego que ya habrían abierto de par en par las puertas del país y no sólo para el maíz transgénico. ¿Será acaso porque la presidenta está de acuerdo con ello? Yo no lo creo. Lo que parece haber sucedido es más bien que, por una parte, los ineptos miembros de las mesas de discusión que representaban a México fracasaron en defender el punto de vista de nuestros legítimos intereses nacionales y, por otra parte, porque al no tener a quien recurrir, en quien apoyarse, México no tuvo cómo defenderse frente a la maquinaria político-militar-corporativista-financiera y demás de los Estados Unidos. ¿Qué tiene que hacer México? Seguir el ejemplo de algunos lúcidos países africanos porque, aunque menos desarrollados como países, nos están dando una lección política de primer orden.

Es obvio que el actual gobierno de México no va a poder resistir el embate preparado por el gobierno al frente del cual está D. Trump. Éste va a hacer todo lo que pueda para re-imponer el orden imperial. Para impedir una nueva era de explotación, desigualdad, arbitrariedades, intervenciones, corrupción y demás, no basta con proclamar la soberanía o recitar slogans. La seguridad de México es algo que se defiende en los hechos, no en el discurso. Desde luego que se le puede hacer frente a Trump y aprovechar sus errores y pasos en falso, que son muchos. Él es un típico blofista que llegará hasta donde se lo permitan sus interlocutores. Hay que pararse frente a él, pero ¿cómo hacerlo? Yo creo que África marca la pauta. Hay no sólo que multiplicar nuestras relaciones con los países de ese continente, es decir, es importante variar nuestras relaciones comerciales pero también culturales, diplomáticas, educativas, turísticas y demás con países a los que, puede especularse, el futuro, aunque no sea inmediato, les pertenecerá. Hay que acercarnos a ellos, empezando por rescatar como se debe a nuestras reducidas comunidades de origen africano e incrementar los lazos de amistad e intercambio con ellos, pero sobre todo hay que seguir su ejemplo. Por ello, a mí me parece que, en las condiciones actuales, el objetivo político, diplomático y de seguridad nacional número uno es la adhesión de México a los BRICS. Sólo así México estará un poquito mejor preparado para enfrentar la agresión que se nos viene encima. Si Brasil forma parte de dicho grupo ¿por qué México no? Si los “Tratados de Libre Comercio” no se respetan ¿por qué auto-limitarnos a y por ellos? No tenemos por qué seguir los a primera vista desquiciados pasos de un Milei, quien se dio el lujo de rechazar la invitación de unirse al grupo. Claro que la política del presidente argentino no es casual ni es el resultado de un exabrupto, sino parte de un plan de venta del país que no encajaba con lo que los BRICS promueven, que es exactamente lo contrario. Poco a poco, como después de un letargo de siglos, África se despierta y gracias a sus nuevos amigos, Rusia y China, podrá disfrutar de lo que se le ha sistemáticamente sustraído y accederá a un nuevo estadio de civilización que sólo los verdaderos amigos pueden garantizar. A todas luces, México debería seguir sus pasos.

 

 

 

Impartición de Justicia e Imperialismo Ideológico

Un caso muy sonado en nuestro país y que ha despertado muy variadas reacciones es el de una indignante agresión física a una señora en un estacionamiento por un incidente vehicular menor, por no decir insignificante. Al parecer, la situación fue la siguiente: al momento de estacionar su auto, una señora habría descuidadamente rozado el espejo del lado del conductor de un auto que ya estaba estacionado allí. Lo que puede verse en el video, que obviamente se hizo viral, es lo que pasa después de que la señora habla con la conductora que estaba sentada en el auto supuestamente afectado. Lo que se observa es que ella regresa a su auto y posteriormente afirmó que lo había hecho para sacar los papeles del carro. Sin embargo y contradiciendo lo dicho por la señora, súbitamente, aparece el personaje detonador del incidente para, aparentemente, reclamarle el que quisiera escaparse para evitarse el pago del daño causado o por lo menos los engorrosos trámites con el seguro. Hasta ahí las escenas son las de un típico altercado entre propietarios o conductores de vehículos por algún problema de tránsito. De pronto, sin embargo, todo da un giro y cambia por completo de cariz porque el interfecto, podríamos decir que con alevosía y ventaja mas quizá no con premeditación, le propina a la señora una golpiza: después de 4 o 5 puñetazos en el rostro, la señora se cae y él continúa golpeándola, primero pateándola y luego con más golpes en el rostro estando ella ya en el suelo. Aparecen por ahí dos personas que hacen como que van a poner al sujeto en su lugar, pero finalmente no hacen nada y él, después de insultar a su acompañante que ya se iba, logra subirse al auto y huye del sitio. Alrededor de un mes más tarde, después de unas agradables vacaciones en la playa, el individuo de marras es atrapado y recluido en un centro de readaptación social, que es como se les llama ahora a las cárceles.

Lo que he narrado es algo que sucede muy a menudo en México. Por ejemplo, es bien sabido que si alguien tiene un problema con un taxista lo más probable es que en cinco minutos esté rodeado de taxistas, primero amenazantes pero que muy rápidamente pasan a la acción violenta, ya sea en contra de la persona o en contra de su auto. También es familiar el choque violento entre automovilistas y ello inclusive sin que haya de por medio una colisión, sino como resultado de alguna clase de competencia vehicular. Los encontronazos con motociclistas son el pan nuestro de cada día y en no pocas ocasiones de inmediato salen a relucir armas, blancas o de fuego. No obstante, el espectáculo del incidente en el estacionamiento de Naucalpan, en el Estado de México, no es tan usual, es decir, no todos los días se ven hombres jóvenes golpeando a señoras por un insignificante roce de autos. Lo debatible para nosotros, sin embargo, no es el mini-choque mismo, lo sucedido a esa hora y en ese lugar. Eso es asunto de los ajustadores y, en última instancia, de policías y ministerios públicos. Para nosotros, que somos observadores con aspiraciones de objetividad e imparcialidad, lo importante es lo que vino después. ¿Y qué vino después? La señora levantó una demanda, el sujeto fue aprehendido y recluido, de hecho lleva ya casi un año en la cárcel, fue juzgado y hallado culpable. Pero culpable ¿de qué delito? Ni más ni menos que de “feminicidio en grado de tentativa”. La sentencia del juez se dará a conocer en los próximos días.

Me parece que, antes de reflexionar sobre las presuposiciones e implicaciones del caso, será conveniente decir unas cuantas palabras acerca del sujeto que está ya en la pista de la condena. Se trata de un vulgar “influencer” (uno más), un bueno para nada que no tiene otro oficio que publicitar disparates, decir sandeces, presumir un status social y económico para cuya obtención su padre tuvo primero que morir, haciendo y diciendo payasada y media en su canal e impresionando sobre todo a gente con mucho tiempo que perder, que se deja fácilmente impactar y de la cual se siente líder. El tipo es un ser despreciable que no hace más daño porque sus capacidades y su radio de acción son más bien minúsculos. Él se ha dado a conocer a través de actos ilegales, como bloquear un puente para filmar un video afectando con ello a cientos de personas, y de acciones que denotan un alto grado de vulgaridad, de mal gusto, de superficialidad. No se trata de una persona interesante, a la que uno quisiera tratar porque podría aprender algo de ella. En pocas palabras, es un mequetrefe con dinero, cuyo plan de vida es darse a conocer aunque sea por imbecilidades. Realmente, el sujeto no es particularmente atractivo desde ningún punto de vista. Por lo pronto estoy seguro de que, con lo que hasta aquí hemos dicho, hasta su madre estaría de acuerdo.

La trama, sin embargo, no termina aquí, porque sea quien sea el indiciado y haya hecho lo que haya hecho, en principio también tiene derechos y puede defenderse. Aunque no conozco los detalles jurídicos del caso, si no me equivoco había de entrada dos vías legales para juzgarlo: por lesiones graves o por intento de feminicidio. Por consideraciones que no son de nuestra incumbencia, el hecho es que su primer abogado, quien intentaba llevar el debate legal hacia una acusación por lesiones, con todos los agravantes que se quisiera añadir salvo el de “muy graves”, al parecer fracasó en convencer al acusado y a su familia de que, aunque requería algo de tiempo, esa era la opción correcta, tanto teórica como prácticamente. Como el abogado renunció y el juicio torpemente se llevó de otro modo, el indiciado terminó siendo acusado de “feminicidio en grado de tentativa”, lo cual significa de facto que la condena no puede ser, por razones de cálculos de penas, menor a 15 o 16 años de prisión. Y es aquí que el asunto empieza a enturbiarse y que la temática se vuelve problemática porque, sin percatarnos siquiera de ello, se pasa de una situación de impartición de justicia a una de impartición de injusticia. De acuerdo con el estribillo tradicional, el objetivo fundamental en la impartición de justicia es darle a cada quien lo que le corresponde, pero dado que es más fácil percibir la injusticia que la justicia lo que habría que decir es más bien que impartir justicia consiste en primer lugar en no darle a los demás lo que no les corresponde. Y lo que quiero sugerir es que, independientemente de cuán despreciable sea el tal “Fofo”, como se hace llamar el indiciado, i.e., Rodolfo Márquez, en este caso se le está dando lo que no le corresponde, es decir, se está claramente cometiendo con él un acto de injusticia. Veamos por qué.

Son dos los temas cruciales en este caso: la descripción de los hechos y el concepto de feminicidio, que es en este caso el (por así decirlo) concepto operativo. Empecemos con los hechos, es decir, con lo que se ve en el video. Lo que uno ve son golpes, un atropello injustificable inclusive si, en el peor de los casos, la señora efectivamente hubiera dañado el auto de la otra persona y hubiera intentado escaparse. O sea, ni siquiera imaginando el peor escenario posible tendría la conducta del susodicho patán una justificación. Dicho de otro modo: no hay forma de exonerarlo y es obvio que merece un castigo severo, pero severidad no significa desproporcionalidad e injusticia. Y precisamente esta es la otra cara de la moneda, porque ni aquí ni en China los golpes que el mentado Fofo le propina a su víctima son golpes propios o característicos de un intento de asesinato. Normalmente, se habla de feminicidio cuando una mujer muere violentamente, en principio a manos de un hombre (aunque ahora ya no está claro si también cuando una mujer asesina a otra se trata de feminicidios), por razones de una u otra manera vinculadas con el sexo. En este punto es importante hacer algunas precisiones.

Cuando la noción empezó a circular, se entendía por feminicidio el asesinato de una mujer “por su condición de mujer”, es decir, por el mero hecho de ser mujer! Esta idea a mí siempre me ha resultado ininteligible y la verdad es que no sabría decir si a lo largo de la historia de la humanidad se han producido asesinatos de esa clase. En todo caso, de lo que podemos estar seguros es de que es de lo más raro que pueda uno imaginar. Una mujer puede ser asesinada porque vio algo, porque se enteró de algo muy grave o delicado, porque se proponía delatar a alguien, porque se quería defender de alguien, etc., pero ¿por el mero hecho de ser mujer? La idea en sí misma es absurda, porque entonces el supuesto feminicida tendría que acabar con cuanta mujer pudiera antes de que lo detuvieran y eso no existe. Es obvio que siempre que se hable de “asesinato”, tanto de hombres como de mujeres, es porque se puede apuntar a alguna causa, pero precisamente ser mujer no es una causa potencial de nada. El asesinato de una mujer sólo por ser mujer es el asesinato de una persona sin causa alguna. No es factible visualizar una situación así. Dado que una caracterización como esa de lo que es un feminicidio no es, por así decirlo, funcional, se le tiene entonces que “enriquecer” o completar y eso se logra proporcionando una lista de condiciones para la aplicación del concepto. En el caso por lo menos de la legislación mexicana, las condiciones son básicamente las siguientes (Código Penal Federal, artículo 325). Se nos dice que:

Comete el delito de feminicidio quien prive de la vida a una mujer por razones de género. Se considera que existen razones de género cuando concurra alguna de las siguientes circunstancias:

1 La victima presente signos de violencia sexual de cualquier tipo;

2. A la víctima se le hayan infligido lesiones o mutilaciones infamantes o degradantes, previas o posteriores a la privación de la vida o actos de necrofilia;

3. Existan antecedentes o datos de cualquier tipo de violencia en el ámbito familiar, laboral o escolar, del sujeto activo en contra de la víctima;

4. Haya existido entre el activo y la victima una relación sentimental, afectiva o de confianza;

5. Existan datos que establezcan que hubo amenazas relacionadas con el hecho delictuoso, acoso o lesiones del sujeto activo en contra de la víctima;

6. La victima haya sido incomunicada, cualquiera que sea el tiempo previo a la privación de la vida;

7. El cuerpo de la víctima sea expuesto o exhibido en un lugar público.

Es evidente que en el caso de la agresión del Fofo no sólo no se cometió ningún feminicidio (ya que, afortunadamente, la señora sigue viva) sino que, dadas las condiciones para ello, ni siquiera era posible que lo hubiera intentado, puesto que ninguna de las condiciones para cometer un feminicidio se cumple. Dicho de otro modo: si no es conceptualmente posible que alguien cometa un determinado acto, es decir, si no tiene sentido decir algo así, entonces tampoco es posible que tuviera la intención de cometer dicho acto. Hasta donde logro ver, para caracterizar al Fofo como “feminicida fallido” no habría más que dos formas de hacerlo: o bien él tenía un plan preconcebido de matar a su víctima y su plan habría fallado o él tenía las intenciones de matarla pero sus intenciones habrían sido frustradas. Lo primero obviamente no es el caso, pero quizá sus intenciones sí eran criminales desde que se dirigió al auto de la señora. Pero ¿cómo se reconocen intenciones? No, desde luego, intentando “buscar la intención en la mente de la persona”. Eso es una forma primitiva de entender el uso de nuestras nociones psicológicas y con el cual no polemizaré en este artículo. Lo que yo sostengo es simplemente que la intención se revela en la descripción minuciosa del caso y es entonces que se cae en la cuenta de que la intención del agresor era ante todo lastimar y humillar a quien agredió y de paso estimular o gratificar su estúpido ego. Pero por lo que se ve en el video es imposible adscribirle al indiciado, alias Fofo, la intención de matar a la persona con la que tuvo el altercado. Para decirlo de manera sintética: no hay intento de feminicidio. El sujeto no intenta pasarle el auto por encima, no le azota la cabeza contra el suelo, no usa ningún arma, etc. Quien habla de “intento de feminicidio” es porque ve lo que quiere ver. Expliquemos rápidamente este punto.

Nuestra percepción sensorial está mediada por nuestro pensamiento y, en última instancia, por nuestras categorías lingüísticas. Sin duda, “vemos” lo mismo que una vaca, sólo que nosotros vemos, por ejemplo, un refrigerador pero la vaca no ve eso. La diferencia se explica por el hecho de que nosotros manejamos conceptos, lo cual no es el caso de los seres que carecen de lenguaje. Ahora bien, esto se aplica por igual en el campo del derecho: nuestra percepción, comprensión y evaluación de las acciones humanas dependerá en última instancia de las categorías que se usen para, por así decirlo, “medirlas”. Ahora bien, en el caso que nos ocupa, se recurre a una categoría que dista mucho de tener aceptación universal y que, a decir verdad, fue poco a poco introducida a la fuerza, a saber, la categoría de feminicidio. Este es un concepto problemático en grado sumo. Veamos rápidamente si ello es así.

En realidad, el concepto de feminicidio es un regalo conceptual para las feministas y sus aliados, pero hay algo profundamente mal en él. Lo real es que hablar de asesinatos es hablar en primer lugar de asesinatos de personas, las cuales pueden ser de género masculino o femenino. El problema es que con “feminicidio” se pretende poner por encima de la categoría fundamental de persona o de ser humano a la de “miembro del género femenino”, que obviamente es una categoría derivada de la de “persona”. Salta a la vista que está involucrada en esto una falacia, puesto que “mujer” o “ser humano femenino” aparece simultáneamente en dos niveles en la jerarquía de conceptos, es decir, por arriba y por abajo del concepto de persona. Así, si se acepta el concepto de feminicidio automáticamente nos vemos comprometidos con la distinción entre homicidios y feminicidios. De acuerdo con esto hay dos formas como una mujer puede ser asesinada, por homicidio o por feminicidio. Concomitantemente, las penas por esos delitos varían y lo hacen considerablemente. Por un homicidio la pena es entre 10 y 15 años de prisión, en tanto que por un feminicidio es de entre 25 y 60 años!!! Asumiendo que en general son los hombres quienes matan tanto a hombres como a mujeres, se sigue que la vida de una mujer puede llegar a valer tres o cuatro veces más que la de un simple hombre, dependiendo de cómo se clasifique el asesinato. Eso es pura y llanamente inaceptable. Todo esto es posible porque el concepto de feminicidio está mal construido, pues es un concepto (por así llamarlo) “abierto” o ”elástico”, por cuanto permite interpretaciones y aplicaciones arbitrarias, ad libitum. Por ejemplo, en el caso que nos concierne yo lo que veo no es ni siquiera un intento de homicidio y, por razones esbozadas, menos aún uno de feminicidio. Cabe preguntar: en el caso del Fofo y la señora: ¿cómo distingue el juzgador entre la tentativa de feminicidio, que ni siquiera se habría podido consumar, y la tentativa de homicidio? Es como le plazca. De manera que a los numerosos y ya bien conocidos defectos y debilidades en la impartición de justicia en nuestro país habrá que añadir uno más, a saber, el de la ideologización (la “wokización”) de la cultura jurídica mexicana. Lo importante de todo esto es que, más allá del caso particular del aspirante a delincuente que es el tal Fofo, queda claro que la justicia mexicana quedó cooptada por medio de categorías de movimientos minoritarios (i.e., poco representativos) y fanáticos, lo cual va a generar en el futuro inmediato (o lo está generando ya) muchísima injusticia con base en decisiones arbitrarias, desmedidas e irracionales.

Se ha dicho por aquí y por allá que la decisión judicial en contra del Fofo sólo fue posible porque en México se logró efectuar una gran reforma judicial. Yo en lo personal estoy totalmente de acuerdo con la reforma, que más que indispensable era urgente, pero me parece que si incide en nuestro tema lo hace de manera indirecta, es decir, por cuestiones de corrupción, venalidad y demás. Lo que en cambio a todas luces sí influyó directamente en la decisión del juez fue la sin duda muy fuerte presión ideológica y mediática para transmutar un caso jurídico en otro. Para cualquier persona que no tenga ideas preconcebidas, el sujeto que está en la cárcel de Barrientos sin duda merece ser castigado y debe pagar las reparaciones correspondientes a su delito, además de asistir a cursos de civismo, ética o inclusive de religión para hacerle comprender no sólo lo perjudicial que ha sido como ciudadano, sino también para que comprenda la vacuidad de su vida, la estupidez en la que hasta ahora ha vivido e intente reparar sus entuertos. Pero lo que no se debe permitir es que se le cobre por una multa que no debe. Dejando de lado su expiación, habría que señalar que es sobre su padre y sobre todo sobre su madre sobre quienes recae la responsabilidad por el pequeño monstruo en el que convirtieron a su hijo, dejándolo crecer sin obligaciones, sin inculcarle un mínimo de responsabilidad y solidaridad con los demás. De hecho, el tal Fofo es un típico producto de la sociedad mexicana contemporánea. Lo que él hizo es odioso, pero lo terrible es que se le está acusando por un intento de crimen que nunca intentó cometer. El día de hoy la víctima de un veredicto y una sentencia errados de repercusiones inmensas es él, pero mañana podrá ser cualquier otro hombre. Si nada más se usa el concepto de feminicidio y no hay un concepto correspondiente, por ejemplo de masculinicidio y de intento de masculinicidio para balancear la impartición de justicia, los seres humanos del género masculino estarán sistemáticamente desprotegidos. Estaremos entonces sujetos a los caprichos de los estentóreos representantes del nuevo orden conceptual.

Las Dos Caras de Donald Trump

El 20 de enero del presente es, guste o no, una fecha memorable. ¿Por qué? Porque ese día Donald Trump tomó posesión como cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos de América. Mucha gente podría o querría decir que eso, en última instancia, no es ningún hecho notable sino un acto político-burocrático más que se cumple rigurosamente cada cuatro años. Sí y no. Desde un punto de vista puramente formal, es correcto decir que hay un acto civil importante, recurrente, inevitable, etc., pero que en cierto sentido es un acto de gobierno más y eso es todo. El problema es que no en cada ocasión es nombrado presidente alguien como Donald Trump. Los norteamericanos nos tienen acostumbrados, por lo menos desde W. Clinton hasta J. Biden, pasando por G. W. Bush y B. Obama, a la mediocridad política, al burocratismo, al mero operacionalismo orgánico del gobierno, pero Trump ciertamente no es uno más en esa lista. Digan lo que digan sus detractores, en general gente superficial y de opiniones de fácil obtención y consumo, el regreso de Trump a la silla presidencial es un hecho histórico, en el sentido de ‘trascendente’. Pero ¿por qué sería especial el triunfo de Trump? Una respuesta simple sería: por lo que encarna y representa. Y ¿qué es lo que Trump representa? Sobre eso precisamente intentaremos decir algo en estas páginas que ayude a entender su mensaje político, envuelto a menudo en un lenguaje sibilino y enigmático, por no decir contradictorio. Ahora bien, dejando de lado la posibilidad de que él mismo aclare lo que quiere decir, me parece que la única forma de descifrar mensajes brumosos como los de Trump es reconstituir hasta donde sea posible su trasfondo. Éste es, evidentemente, un enjambre de hechos que hay que desenmarañar y eso no es tarea fácil. Sin, ni mucho menos, tener la pretensión de aclarar totalmente el panorama político de Trump, pero alejándonos decididamente de las lecturas simplonas y repetitivas de su personalidad y de su plan de trabajo que encontramos en prensa y televisión, intentaré servirme de algunos datos por todos conocidos para intentar diagnosticar eso que podríamos llamar el ‘fenómeno Trump’.

Sin duda alguna, el primer dato a tomar en cuenta es que a Donald Trump le pospusieron 4 años su toma de posesión. Él en su momento lo declaró y es factible reconstituir los hechos, pero lo que probablemente algún día salga a la luz es que con Trump se cometió un inmenso fraude electoral. Con ‘inmenso’ no quiero decir que él estuviera ganando las elecciones con una abrumadora mayoría, sino simplemente que la magnitud del robo electoral fue de importancia mundial e históricamente crucial. Vale la pena señalar que, aunque él aceptó oficialmente el veredicto, de todos modos llamó al pueblo norteamericano a defender su voto pacíficamente. Eso es legítimo. El que la marea popular en un momento dado se haya desbordado sólo se explica por la furia de la gente ente el despojo de una victoria ganada a cabalidad. Nosotros, los mexicanos, sabemos de eso y en verdad mucho. No creo que sea necesario recordar los descarados robos de calderonistas y peñanietistas de la Presidencia de la República, pero vale la pena contrastar los dos casos. Como todos recordamos, en una de las ocasiones en las que al Lic. López Obrador le arrebataron la presidencia la avenida Reforma fue ocupada y el Zócalo se llenó de casas de campaña. Yo me imagino que si manipulando a las masas el presidente de los Estados Unidos hubiera querido reaccionar ante el fraude de seguro que habría podido hacer algo mucho más contundente que la incursión a la Casa Blanca por parte de un grupo de ciudadanos inconformes. O sea, él de facto no hizo nada y sin embargo fue acusado de todo, en particular de rebelión en contra de las instituciones nacionales y el orden establecido. Eso, que claramente fue una injusticia y que lo convirtió en un perseguido político (en el país de la democracia y la libertad!) no fue sino el primero de muchos otros ataques sucios, como el de involucrar a una prostituta para exhibirlo por medio de la televisión y los periódicos. Pero Trump resistió y terminó ganando una segunda vez. Eso debería decirnos algo de su temple como político y como persona. No va a ser fácil, independientemente de las causas, ganarle a Trump.

Que la derrota electoral de Trump fue el resultado de una siniestra maniobra política de altos vuelos nos lo dejan ver con toda nitidez los 4 años de la presidencia de Joe Biden. Éste, un hombre senil desde el inicio de su campaña, un pillo de siete suelas – como lo dejan en claro, además de su propio historial, el perdón otorgado al delincuente que es su hijo y a otros familiares – era ya desde que inició su mandato una pieza políticamente inactiva (Trump se refería ya desde entonces a él como ‘sleepy Joe’, algo así como ‘José el dormilón’) y era por ello el hombre ideal para la poderosa pandilla encabezada por el detestable Anthony Blinken y cuyos miembros sentían que ya había llegado la hora para que ellos, escondidos entre los ropajes del Partido Demócrata (inter alia) y la administraciòn pública tomaran definitivamente las riendas del gobierno norteamericano y le dieran continuidad al siniestro plan político-militar delineado desde muchos años antes por A. Sharon y B. Netanyahu, el cual había venido implementándose pero que Trump había osado interrumpir durante su primer mandato. Es obvio para todos, supongo, que Trump no habría llevado a los Estados Unidos a la guerra en Ucrania y es altamente probable que tampoco habría permitido que se llevara a cabo la más horrenda y odiosa masacre de seres humanos cometida en lo que va de los últimos 100 años en el mayor campo de concentración de la historia, esto es, la Franja de Gaza. Dado que la guerra en Ucrania y la reconfiguración bestialmente efectuada del Medio Oriente significaban tanto jugosos negocios como avances muy importantes para algunos influyentes grupos operando sistemáticamente en el tablero político de los Estados Unidos, era imperativo hacer a un lado a Trump, al precio que fuera. Y eso fue lo que pasó: se le hizo a un lado para beneficiar al complejo militar-industrial de los Estados Unidos y a las grandes empresas gaseras que se beneficiaron descomunalmente al verse los europeos en la necesidad de comprarle a los norteamericanos un gas que ellos ya no podían obtener de Rusia y pagar hasta 3 o 4 veces más caro por dicho producto, pero sobre todo se trataba de hacer realidad el sueño de los grandes representantes del sionismo mundial contemporáneo, entronizado sobre todo (mas no únicamente) en los Estados Unidos, a saber, destruir a Rusia. Sobre este tema, ya muy bien conocido por mucha gente, aunque no podía negligentemente omitirlo no diré nada por ahora. Lo que me interesaba era mostrar que había fuertes razones para pensar que a Trump efectivamente le robaron la presidencia hace cuatro años y que eso no es una historieta inventada por un resentido.

Por otra parte, es un hecho que frente a toda clase de hostigamientos, traiciones y demás, Trump se mantuvo de una pieza y, dado que conoce muy bien lo que se juega en los Estados Unidos (y por lo tanto, en el mundo), pudo fácilmente volver a convertirse en el candidato del Partido Republicano. A partir de ese momento quedó claro que los demócratas no iban a poder derrotarlo en las nuevas elecciones. Pero ¿por que en principio no habrían podido los demócratas derrotar a Trump? Porque Trump cuenta con el apoyo consciente de la mayoría del pueblo norteamericano. Es a ese pueblo que él se dirige, por quien él se preocupa y cuyos intereses le importa salvaguardar. Dicho de otro modo: él iba a ganar porque contrariamente a rivales como Hilary Clinton o Kamala Harris, que no son otra cosa que oportunistas palaciegas, Donald Trump es un populista, pero no un populista caribeño, sudamericano o europeo. No. Donald Trump es un populista norteamericano. Él está rompiendo la estructura de poder establecida que permitía un nimio intercambio de roles entre republicanos y demócratas en favor de una estructura de poder que asfixia ya a los norteamericanos y de lo cual ellos están cada día más conscientes. Su plan político, por lo tanto, tiene en efecto objetivos que no encajan con lo que al día de hoy asociamos con los gobiernos de los Estados Unidos. Por ejemplo, con Robert F. Kennedy a la cabeza, el Departamento de Salud le está enviando un mensaje fuerte a trasnacionales como las farmacéuticas, a las corporaciones que controlan hasta a la OMS, como el manejo de las pandemias lo ha dejado ver. Uno de sus objetivos más inmediatos y anunciados a los cuatro vientos es terminar con la guerra en Ucrania, lo cual representa un choque brutal no sólo con los lacayunos gobiernos europeos, que no pesan, sino a todos aquellos que tuvieron como líderes a políticos como A. Blinken y V. Nuland. Gracias a Donald Trump se logró en 24 horas imponer la paz en Gaza y se puso en orden a la exaltada marioneta que se sentía omnipotente y omnisciente, el despreciable Benjamín Netanyahu. En relación con éste vale la pena mencionar que el representante de Trump para el Medio Oriente en una “conversación” sin precedentes logró que Netanyahu ordenara el cese de las hostilidades. Independientemente del sentido de la jugada política de Trump, lo cierto es que esto es algo por lo que la humanidad entera sólo puede sentir agradecimiento hacia él. Yo no sé qué vaya a hacer en otros contextos y en relación con otros temas, pero el que los niños palestinos hayan podido salir a la calle a correr, a tomar el sol, a reír, algo que no hicieron durante más de 450 días, es algo que le debemos a Trump y por lo cual lo admiramos. Es cierto que su decisión de ordenar el cese de las hostilidades es también un gesto de apoyo a Israel y que no se trataba nada más de hacer lo que el pueblo americano, como prácticamente los pueblos de todo el mundo, pedía a gritos, a saber, que terminara el martirio palestino, el inolvidable e imperdonable genocidio israelí. La medida de Trump fue la ayuda que Israel urgentemente necesitaba porque, como todos sabemos, Israel ya había sido derrotado: sus soldados estaban desertando por decenas, el ejército está plagado de heridos, mutilados, desquiciados, etc., y el que se le hubiera “ordenado” a Netanyahu detener la agresión israelí era en el fondo ayudar a Israel. Pero si esa fue o no fue la principal motivación, ello no modifica el hecho de que Trump en un día hizo lo que Blinken no hizo en 450 días. O sea que es imposible restarle a Trump su inmenso mérito. Por último, tenemos que recordar el refrescante y sano enfoque, de sentido común, impuesto por Trump en contra de esa basura intelectual conocida como ‘wokismo’. Aquí voy simplemente a recoger la principal aportación: se acabó la manipulación y el pérfido ataque social y cultural en contra de la población mundial pero en particular de la norteamericana, de destrucción de la familia y del tejido social, porque a partir de ahora para el gobierno de los Estados Unidos no hay más que dos géneros: el masculino y el femenino. Se acabó el apoyo a la perspectiva “trans”. Trump vigorosamente enarbola esta bandera en contra de la desintegración familiar y la depravación social que ha venido azotando a la humanidad desde hace ya varios lustros. Ahora bien, tomando en cuenta lo que hemos venido diciendo: ¿cómo calificar a Trump? Yo creo que la respuesta es simple: Donald Trump en los Estados Unidos es un revolucionario. Realmente lo que le falta es el vocabulario apropiado, porque él se sigue sirviendo del léxico de la época de la guerra fría, el cual es no sólo inoperante sino confundente. Esto tiene una explicación, en la que no entraré porque nos desviaría hacia otros temas, pero en todo caso lo importante es lo siguiente: hay que aprender a ver las acciones y a olvidarnos del anquilosado lenguaje ideológico de Trump, porque no cabe duda de que estamos frente a alguien que está rompiendo con el status quo y ese es un rasgo típico, una condición sine qua non, mas no suficiente desde luego, de todo revolucionario.

El panorama se modifica cuando pasamos al escenario internacional. En este caso, el cambio de aspecto de Trump es como el de Míster Hyde en el Dr. Jekyll. Trump es un presidente que sabe que su país vive de la explotación y la subordinación de los demás países y lo que él sostiene, explícita por no decir descaradamente, es que eso debe de seguir siendo así! Algunas de sus disparatadas “boutades” (de corte mileyano) son la recuperación del canal de Panamá, la anexión de Groenlandia y el cambio de nombre del Golfo de México. Aquí el problema está en que no es fácil discernir si es el político o el blofista, un sicario de la política internacional o un hábil diplomático, quien habla. Después de todo, Trump sabe perfectamente bien que también los Estados Unidos tienen límites. Militarmente, por ejemplo, no pueden con Rusia y económicamente con China. Es cierto que el lenguaje de Trump es muy beligerante y provocador, pero curiosamente tampoco quiere la confrontación. El chantaje de los aranceles acabará pronto, dependiendo también de cuán bien se sepan defender los gobiernos afectados, como el de México, por ejemplo. Él, sin duda alguna, va a intentar nulificar la voluntad de los gobiernos de otros países, va a intentar doblegarlos, pero ciertamente no es el único actor político y no es invulnerable. Lo que es importante tener presente es que no hay nada ni nadie que le haga entender a Trump cuán erradas pueden ser sus concepciones. Lo único que va a detener a Trump en su megalomanía (que en ocasiones raya en el delirio) son las realidades económicas, los efectos contraproducentes para los Estados Unidos de sus propias medidas comerciales, los peligros ante agresiones militares, es decir, los límites que la realidad misma le fije. Si él logra modificar esos límites por la pusilanimidad de otros gobernantes, habrá que reconocer que es, algo de lo cual él se jacta, esto es, un buen negociador.

En relación con el tormentoso fenómeno de la inmigración, lo más fácil es ver en Trump a un ogro xenófobo, pero obviamente eso es una lectura simplista de su posición. Hasta donde se me alcanza, las fronteras de América son desde hace ya un par de siglos básicamente las mismas. América Central siempre ha padecido procesos turbulentos y hasta horrorosos, como notoriamente sucedió durante la segunda parte del siglo XX en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Haití y algunos otros países más. Pero las caravanas de migrantes que atraviesan todo México para llegar a los Estados Unidos son un fenómeno reciente. ¿Por qué? ¿Por qué no había caravanas así hace 30 o inclusive 20 años? La respuesta es simple: porque no había quien las subvencionara. Las caravanas se organizan, pero ¿acaso espontáneamente la gente de los poblados de Guatemala o de Venezuela se ponen de acuerdo para iniciar su agónica travesía? Pensar algo así es de ingenuos. Claro que no! Movimientos de esas magnitudes, regularidades, etc., están coordinados por organizaciones no gubernamentales, a su vez financiadas por gente interesada sobre todo en crear problemas sociales, políticos y culturales en los Estados Unidos. De manera que cuando Trump eleva la voz en contra de los migrantes, en realidad a quien él está combatiendo y amenazando es a quienes están detrás de todos estos movimientos que, como se dan a escala mundial, presuponen una estructura económica inmensa y una gran influencia política. ¿Quién puede dirigir y controlar movimientos así? Le dejo la pregunta al lector para que lo investigue.

En síntesis: en lo que a política exterior concierne, Trump va a ser un presidente ambicioso, amedrentador, provocador, quizá inescrupuloso, pero seguirá siendo de todos modos un hombre realista y que sabe que hay límites. Sus vinculaciones políticas profundas probablemente nunca se modifiquen. Por ejemplo, su apoyo a Israel nunca se modificará. Eso explica por qué Israel ya empezó su nueva campaña de terror en Cisjordania, lo cual obviamente Netanyahu puede hacer sólo en coordinación con el presidente de los Estados Unidos. Así, por un lado Trump detiene a Israel en Gaza, que está en ruinas, y se le aclama en todo el mundo, pero por la otra le da manga ancha a Israel en Cisjordania, que es un territorio menos destruido, con muchos problemas de robo de territorios por parte de los colonos israelíes, que son como la vanguardia de las fuerzas armadas. Ya empezaron (con un Secretario de Estado de origen cubano como lo es Marco Rubio) las agresiones en contra de Cuba, pero los puntos verdaderamente candentes serán ante todo Irán y los inevitables rivales, Rusia y la República Popular de China. La primera señal de con quién se las está viendo el mundo será lo que los Estados Unidos hagan en Ucrania.

Finalmente ¿quién es Trump? Yo pienso que es un individuo que juega dos roles al mismo tiempo: aspira a ser y es un revolucionario en su país y un imperialista convencido frente al resto del mundo. Sería interesante determinar a priori si esas dos facetas son lógicamente conciliables, pero de lo que podemos estar seguros es de que dentro de muy poco tiempo la experiencia nos lo hará saber.