Política, Guerras y la Naturaleza Humana

Para poder presentar y desarrollar algunas ideas que quiero hacer públicas necesito hacer previamente algunas consideraciones sobre dos cuestiones no necesariamente vinculadas una con la otra, a saber, el asunto de los potenciales efectos de las guerras y el tema de la naturaleza humana. Una vez delineados los planteamientos al respecto, abordaré el tema central del artículo.

Consideremos primero el tema de la guerra. Examinada, por así decirlo, “en abstracto”, no hay duda de que las guerras son como navajas de doble filo. Por una parte, significan notoriamente destrucción, matanzas, violencia irrestricta, dolor inmenso, abusos de toda índole de unos humanos sobre otros. Yo creo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que las guerras son el peor de todos los fenómenos humanos. De hecho, son un fenómeno esencialmente humano. Los animales, con la potencial excepción de la marabunta, no guerrean. Hay ciertamente enfrentamientos feroces entre clanes o entre grupos de animales diferentes, pero con ello no se involucra a todos los animales de medio continente. Inclusive la cacería de presas, por atroz que pueda en algunos casos parecernos, no es propiamente hablando una “guerra”, puesto que no están involucrados planes de esclavización, las presas no se organizan para la resistencia o para contraatacar, etc. La guerra, por lo tanto, es una de las aportaciones humanas a la historia del mundo. Por otra parte y como era de esperarse, en las guerras afloran y se materializan los peores rasgos de los seres humanos: la crueldad, la falta de piedad, el deseo de tener en su poder a otras personas y de tratarlas como si fueran objetos de su propiedad, como cosas desechables. Dicho en unas cuantas palabras, las guerras son como cajas de Pandora: una vez abiertas, todos los males imaginables se desparraman por las zonas en conflicto.

Ahora bien, aún así habría que reconocer que las guerras tienen facetas positivas. Desde la perspectiva del materialismo histórico, por ejemplo, la guerra es no sólo inevitable sino que, en algún sentido al menos, es deseable. Alguien podría exclamar indignado: ¿cómo se podría defender sensatamente semejante punto de vista? Bueno, recordemos que la idea fundamental del materialismo histórico – que es bastante sensata – es que la lucha o guerra de clases es el motor de la historia. La evolución del mundo (humano) se explica precisamente por la permanente confrontación entre clases sociales con intereses objetivamente contrapuestos y cuyo choque es lo que hace que a final de cuentas pueda haber progreso en todos los ámbitos de la vida social: económico, artístico, político, etc. Después de una guerra, civil u otra, viene el renacimiento y el florecimiento de las sociedades afectadas. Es obvio, sin embargo, que el punto de vista materialista no puede ser totalmente correcto, puesto que hay también un sinnúmero de guerras que tienen orígenes en ambiciones personales, rivalidades étnicas, conflictos ideológicos o religiosos o cosas por el estilo. Sin embargo, inclusive en casos así parecería que es equivocado el pensamiento de que la guerra no acarrea nada positivo. Es un hecho establecido empíricamente que las guerras fuerzan a los pueblos a regenerarse y a las sociedades a transformarse y en eso precisamente consiste el progreso. Desde luego que las guerras liberan las pasiones más bajas de los humanos (por eso, en parte, hay tantos mercenarios), pero también es cierto que le abren los ojos a la gente sobre lo que realmente tiene valor en la vida. Es en periodos de guerra que de pronto las personas pueden entender que todo aquello que adoraban cuando vivían en otras condiciones no tenía el valor que ellos le atribuían. Desgraciadamente, la gente tiene que encontrarse en situaciones de sufrimiento para que pueda percatarse de la fatuidad y la banalidad de sus pretensiones cotidianas y de lo despreciable que pueden llegar a ser sus antiguas vanidades y sus insufribles caprichos. Tiene que faltarles el agua, la comida, la luz eléctrica, un lugar donde guarecerse de drones y de bombardeos para que aquellos que desperdiciaban la comida y que sólo soñaban con tener 60 propiedades y 40 autos puedan llegar a entender la vacuidad de sus existencias de antes de la guerra.

Así, pues, las guerras son, por una parte, la expresión del triunfo de los ideales más abyectos y horrorosos de dominio sobre otros seres humanos, de explotación y apropiación ilegítimas de los bienes de otros pero, por la otra, es igualmente innegable que obligan a repensar los modelos de organización social, a que se gesten nuevos ideales políticos para dejar atrás todo aquello que contribuyó al mal satánico de la guerra. Habría que inferir entonces que las guerras nos colocan inevitablemente ante una especie de paradoja, porque aunque todos (o la inmensa mayoría) instintiva y conscientemente rechazamos la guerra, tenemos que reconocer que sin ésta no habría cambios ni progreso. El problema es, pues, que las guerras generan tanto progreso como lo que  podríamos llamar ‘anti-progreso’ y eso las vuelve ambivalentes. Por lo pronto, podemos exponer la idea como sigue: los seres humanos están conformados de modo tal que hacen del progreso social algo que tiene un precio y ese precio es la guerra, con todo lo que ésta acarrea. El punto de vista infantil o angelical de que es lógicamente posible que la humanidad se desarrolle sin conflictos, por consiguiente, parecería ser además de mero wishful thinking un punto de vista superficial y a-histórico.

Examinemos ahora la complicada cuestión de la naturaleza humana. Hablar de “naturaleza humana” es aludir a lo esencial del ser humano. La palabra ‘esencia’ es usada normalmente para indicar rasgos, cualidades o características que algo tiene que tener para ser lo que es. Hablar de esencia es, por lo tanto, hablar de propiedades necesarias. Un ejemplo sencillo es, digamos, el agua. El agua es una sustancia cuya composición es H2O, es decir, se compone de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Es imposible que haya algo que sea agua y que no sea H2O. Si un líquido tiene otra composición química, entonces automáticamente podemos afirmar que no es agua. Así, a la pregunta ‘¿tiene el agua cualidades o características necesarias?’ la respuesta es un claro ‘sí’. Ahora bien, preguntas como esa las podemos plantear en relación con multitud de objetos, animales, etc., y también los seres humanos. Podemos preguntar: ¿tienen los seres humanos propiedades necesarias? Una respuesta que de inmediato se nos ocurre consiste en decir que sí: todo ser humano es necesariamente un animal racional. Pero aquí empiezan los problemas, porque esa definición es excesivamente abstracta. Para empezar, tendríamos que ofrecer una explicación, aunque fuera esquematizada, de lo que es la racionalidad y eso resulta ser un asunto bastante más complejo de lo que podría imaginarse. Y, por otra parte, no habría que olvidar que también la racionalidad, como prácticamente  todo, tiene un carácter histórico y muchas reacciones, actitudes, conductas, formas de pensar y demás que en un momento y en determinadas culturas son concebidas como “racionales” en otras no son vistas ni calificadas de esa manera. Por consiguiente, la fácil respuesta ‘animal racional’, que sirve no tanto para señalar características necesarias de las personas como para distinguir a los seres humanos de los demás seres vivos, no es la respuesta esperada a la pregunta de si los seres humanos (i.e., los animales racionales) tienen características necesarias.

Ahora bien, además de las complicaciones que entraña la noción de esencia, ésta no parece cumplir con su cometido porque podemos constatar que la “naturaleza humana” es modificable (o, alternativamente, manipulable) y por lo tanto puede hacerse ver que lo que se pensaba que eran propiedades necesarias en el fondo no lo son. En otras palabras, no hay tal cosa como naturaleza humana. Pero este reconocimiento no debería desalentarnos. Podemos remplazar la idea de esencia de lo humano con la noción de ideales de lo humano y en relación con los ideales yo estoy convencido de que sí hay una plataforma sólida para hablar de un ideal que sería aceptable por todos, en todos los lugares del planeta y en todas las épocas, y que por consiguiente podría ser visto como constituyendo (parcialmente al menos) el núcleo de lo humano, sin tener ya que apelar a la idea metafísica de esencia. Veamos esto más en detalle.

Para empezar, tenemos que ubicarnos en el terreno de la moralidad. Obviamente, no hay nada más variado que las inclinaciones, las preferencias y las reglas morales, pero ello no implica que no podamos postular un ideal que sería superior a los alternativos. Confieso que soy optimista al respecto. Yo creo que un ideal así es viable y que permite unificar los más variados puntos de vista. ¿Cuál es ese ideal? Yo creo que el ser humano moralmente perfecto es el que hace suya y respeta la así llamada Regla de Oro. ¿Qué dice esta regla? Es muy simple: No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Este simple principio es esencialmente opuesto a toda clase de principios segregacionistas, racistas, sectarios; es, asimismo, el principio democrático por excelencia, puesto que de acuerdo con él todos valen por uno y, por si fuera poco, no induce a errores ni a situaciones grotescas como lo que puede pasar con el principio utilitarista del mayor beneficio. Toda regla moral y toda conducta que se ajusten a este principio tienen garantizadas su respeto y aceptación por parte de los demás, porque ¿quién podría ir en contra de este principio fundamental, quién podría querer desecharlo? Hay una respuesta que es clara una vez que comprendemos el símbolo que le subyace. La Regla de Oro encarna en la figura de Jesucristo, puesto que esa era su doctrina. Si la figura de Jesucristo es la figura de la divinidad, entonces quien rechaza el principio es su enemigo y ¿quién es el enemigo de Dios? La respuesta es tan obvia que me la ahorro.

Podemos ahora sí pasar a aplicar nuestras consideraciones sobre la guerra y sobre el ideal humano a casos concretos y ¿qué caso más ad hoc que la guerra del Medio Oriente? Yo estoy totalmente convencido de que esta guerra es la mejor ejemplificación de la tesis del doble rostro de la guerra, de que la naturaleza humana es manipulable y que hay quienes se desplazan en la vida por la vía condenada hace 2000 años por un individuo inigualable pero, hasta donde nuestras limitaciones lo permiten, emulable. Intentaré hacer ver por qué es ello así.

Consideremos primero el gobierno israelí y su formidable maquinaria de destrucción. A estas alturas de la historia sería ridículo pretender negar que los israelíes han venido cometiendo crímenes de lesa humanidad desde antes inclusive de que existiera el país, echado al mundo en 1948. Desde entonces los israelíes no han hecho otra cosa que generar dolor bajo absolutamente todas sus formas. Su “política” no ha consistido en otra cosa que en implementar prácticas de limpieza étnica, anexiones tan voraces como ilegales de territorios ajenos y sometimiento a procesos indiscriminados de degradación ontológica de los seres por ellos violentados. No hay horror imaginable que los israelíes no hayan cometido con los pueblos vecinos, no hay tortura, física y psicológica, en la que no se hayan alegremente ejercitado. Por lo que se sabe de las cárceles israelíes éstas son pura y simplemente el infierno en la tierra: terror, hambre, golpizas, experimentaciones médicas, violaciones (y no nada más de mujeres, sino también de hombres), niños e inválidos violentados de manera infame, etc., etc. Ahora bien, y esto es muy importante, debe quedar claro que una política anti-humana, violatoria de todos los códigos internacionales de conducta militar, es practicable sólo con el apoyo activo, con la aprobación decidida de su población. Por lo tanto, la responsabilidad de los males de la guerra generada siempre, en todos los casos por Israel recae tanto en sus fuerzas armadas como en las fuerzas para-militares de los “colonos” y en la población en su conjunto. Esto, naturalmente, tiene una explicación en términos de nuestras premisas.

Lo que hemos dicho nos remite claramente a la faceta negativa de la guerra. Tenemos que preguntarnos ahora: ¿puede una guerra tan desproporcionada tener una faceta “positiva”? Yo creo que sí. En primer lugar, consideremos rápidamente el pueblo martirizado por los israelíes, i.e., el glorioso pueblo palestino. ¿Qué efectos fuera de Gaza han tenido las masacres cotidianas perpetradas por los israelíes de toda esa pobre gente? Para empezar, se trata de un pueblo querido por todo el mundo, que ya pasó a la historia por su admirable heroísmo, su valentía y su resistencia ante un sufrimiento totalmente injustificable. Por más que me rompo la cabeza no veo qué defensa, que no sea una cínica parodia de explicación, podría darse para justificar la creación del campo de concentración más grande de todos los tiempos y del bombardeo diario de una población inerme y desprotegida. El sufrimiento de los palestinos es, por consiguiente, un sufrimiento gratuito, sin razón de ser, imperdonable. El pueblo palestino es ciertamente un pueblo por el que absolutamente todos aquellos que no hayan sido contaminados por la maquinaria propagandística sionista sólo pueden sentir admiración, conmiseración, respeto y amor. Claro que los palestinos son un conglomerado de personas a quienes quisiéramos abrazar, llorar con ellos, consolarlos y  ayudarlos, porque son víctimas de una inaudita e imperdonable (y desde luego, inolvidable) crueldad inhumana. Yo estoy seguro de que ese es el sentimiento, lo sepan expresar o no, que imbuye a todas las personas de buena voluntad que saben lo que está sucediendo en aquella región del mundo. De manera que la cruenta agresión israelí ya generó a nivel mundial la compasión y el cariño por los palestinos y su concomitante sentimiento hacia los agresores. Supongo que el lector no querrá preguntarme cuál es ese sentimiento!

Pero eso no es todo. Consideremos ahora los efectos de la guerra desde otra perspectiva. La guerra contra el pueblo palestino, iniciada no hace dos años sino, como dije, desde que los inmigrantes sionistas empezaron a poblar lo que en algún momento se llamó ‘Tierra Santa’, no ha cesado y le permitió a Israel consolidar su posición en la región. Imbuidos de ambición y de soberbia, los israelíes generaron las reacciones esperadas por parte de todos los pueblos de los alrededores. No obstante, dada su evidente superioridad militar y económica, fundada en el apoyo ilimitado del gobierno sionista norteamericano, Israel se fue expandiendo y se generó así el mito de una armada invencible. Este mito a su vez generó un excesivo grado de confianza en sus potencialidades de modo que Israel terminó cayendo en su propia trampa: intensificó la guerra no sólo contra los indomables palestinos, sino también contra los sirios, los libaneses, los iraquíes, etc. Casi todos los pueblos de los alrededores han padecido la brutalidad de los arrogantes militares israelíes. Sin embargo, llevados por esa vorágine de triunfos fáciles sobre ejércitos menos preparados y deleitándose en los bombardeos de poblaciones civiles, los israelíes creyeron que podrían hacer lo mismo con Irán y se llevaron una formidable sorpresa. La reciente guerra de los 12 días la ganó Irán de arriba a abajo y esa verdad se la tuvieron que tragar los odiosos dirigentes sionistas. Así, la una vez más injustificada agresión (puesto que no hubo ninguna provocación por parte del gobierno liderado por el Ayatola Jamenei) a Irán generó una respuesta que marcó para siempre los límites de la acción militar sionista: nunca podrá Israel doblegar a Irán, salvo si usa bombas atómicas, pero si usa bombas atómicas Israel mismo sería bombardeado con bombas atómicas. Por lo tanto, esta odiosa guerra, meticulosamente preparada por B. Netanyahu y sus compinches, teniendo una vez más como escudo al gobierno norteamericano, sirvió para ponerle un límite a las pretensiones expansionistas del propio Israel! Por lo menos hacia el Este Israel ya no avanzará. Ese resultado se le debe a la guerra que ellos mismos iniciaron. Pero hay peor.

Yo creo que desde que estaba desparramada por Europa, y sobre todo en Europa Oriental (en Polonia, en Lituania, etc., pero fundamentalmente en la Rusia zarista), la población judía siempre estuvo controlada y manipulada por sus respectivas autoridades. Éstas vivían de los aplastantes impuestos que le imponían a sus súbditos, a quienes de hecho a través de políticas concertadas con los gobiernos correspondientes mantenían aislados de las sociedades en las que estaban inmersos. En Rusia, la liberación del pueblo judío llegó o se efectuó en dos oleadas: primero, con el decreto zarista del fin de la servidumbre y, segundo, con la Revolución de Octubre. O sea, tan pronto pudo el pueblo judío se quitó la tutela de sus gobernantes y se liberó. Obviamente, se tienen que cumplir también múltiples condiciones que no son fáciles de conjugar. Dejando de lado este aspecto del asunto, lo cierto es que hoy por hoy los ciudadanos israelíes están una vez más “unificados” a base de chantajes (sentimentales, religiosos, políticos, financieros, históricos, etc.) por parte de sus autoridades y sus ideólogos y ahora queda claro que dichas autoridades los han hecho cómplices de sus crímenes. Evidentemente, los mecanismos de sujeción no son ahora como los de la época del Kahal en la Rusia pre-revolucionaria. Mecanismos para mantener a la población en su conjunto apoyando acciones criminales odiosas hay muchos, pero para nosotros el relevante es este: para seguir recibiendo el apoyo, que empieza a diluirse, de la población israelí, de dentro y fuera de Israel, lo que los jerarcas sionistas han hecho ha sido, por una parte, satanizar hasta a los niños palestinos y victimizarse vociferantemente pero, por la otra, alejar a la población lo más que se pueda de la Regla de Oro. Es por eso que podemos ver videos en los que niños cantan canciones que exaltan el exterminio de hombres, mujeres y ancianos palestinos (son tan odiosos dichos videos que no se les puede ver más allá de 15 segundos!), que podemos ver y escuchar a adolescentes de 15 años riéndose y regocijándose ante los bombardeos que cómodamente se sientan a contemplar desde las ventanas de sus viviendas, que se nos hace ser testigos de colonos cobardemente disparando a mansalva sobre jóvenes palestinos indefensos y así indefinidamente, obviamente llenando a los espectadores de indignación. La pregunta ineludible es: ¿cómo reaccionarían todos ellos si se les aplicara la Regla de Oro? ¿Les  gustaría? La ironía de la historia consiste precisamente en eso: en que esa odiosa guerra en contra de la población palestina tiene como precio para el pueblo israelí su alejamiento del ideal moral de la humanidad. Esto amerita ser comentado.

Para intentar validar el mal causado sobre multitud de inocentes personas de todas las edades y condiciones y seguir gozando del apoyo de su población, los  gobernantes israelíes, acostumbrados desde siempre a manipular a su población, tuvieron que practicar una política de educación completamente anormal. Ellos tuvieron que convencer a sus propios ciudadanos de que ser cruel, ser ladrón, ser abusivo, injusto, tratar a los demás como seres inferiores, como no humanos, etc., es en lo que consiste ser bueno, es ser encomiable, es algo que hay que aplaudir. Y lo peor del caso es que lo lograron. Apelando a sucesos de hace 80 años pretenden justificar actos que son peores que los que les daban un status de víctimas. Pero esto es claramente contradictorio, porque nunca hace 80 años hubo un campo de concentración como lo que es ahora Gaza y nunca antes se bombardeó diariamente, con las más avanzadas armas disponibles, a una población que no tiene ni en donde esconderse. Lo que los israelíes han hecho en Gaza simplemente no tiene antecedentes. Pero lo que los dirigentes de esa entidad política que es Israel no ven (o si lo ven no les importa) es que la la materialización de sus planes requirió que se cortaran los vínculos que conectan a la población israelí con el resto de la humanidad, con quienes no son sensibles a sus chantajes. Y eso, salta a la vista, tendrá tarde o temprano inmensas repercusiones negativas para el propio Israel, porque debería ser obvio que no se puede generar impunemente una población declaradamente inmoral y anti-humana. Esos jovencitos que ahora son indoctrinados en el odio algún día no tendrán a nadie externo sobre quien hacer recaer su “moralidad” y entonces los ciudadanos israelíes comprenderán que la clase de humanos que sus gobiernos crearon no es lo que ellos se imaginaron. Esa es la contraportada de la guerra sionista en el Medio Oriente.

Lo que la guerra sionista en contra del pueblo palestino deja en claro es que si bien lo humano no tiene esencia, porque ya quedó demostrado que a través de procesos “educativos”, de instrucción religiosa, de exaltación de intereses, de propaganda bestializante, etc., se puede modificar la estructura moral del ser humano, se le puede transformar en lo opuesto de lo que debería ser, es decir, se puede efectivamente lograr que alguien se destornille de risa cuando frente a él otro se retuerce de dolor. Me pregunto entonces: ¿son las guerras la garantía de que tarde o temprano se superará una determinada situación tan absurda y tan detestable como la que prevalece en la actualidad en el Medio Oriente? Creo que eso es inevitable. ¿Tienen las guerras efectos positivos? Si esta guerra fuerza a los israelíes a reflexionar sobre su (in)moralidad y a modificar su actitud hacia sus congéneres, entonces la respuesta es un entusiasta ‘sí!’. ¿Sirven las guerras, a pesar de todo lo que entrañan, para que la humanidad deje atrás situaciones innecesariamente dolorosas y palpablemente injustas? Yo tengo mi respuesta, pero le dejo al lector la suya.

 

 

 

2 comments

  1. Maria Josefina Benitez Sabalza says:

    Muy buen artículo Dr.
    Me gustaría que escribiera un artículo en donde exprese su punto de vista de la política mexicana en la actualidad y como vislumbra el futuro de México en ese sentido.
    Saludos cordiales.

  2. Karl Coox says:

    Hemos apartada a Dios de nuestras vidas.
    L’as consecuències del pecador original originante,són devastadors a todos l’ós nivells des de un punto de vista púramente moral, sociológico,económico ,histórico y espiritual.

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