Categoría: Puntos de Vista

Colección de artículos de opinión, producidos por el autor entre los años 2000 a 2002.

Realidades de la Historia y Verdades del Presente

Yo, modestamente, opino que todas las personas que estén genuinamente interesadas en comprender lo que está sucediendo en el Medio Oriente tienen derecho a recibir explicaciones. Dado que es implausible que haya sólo una explicación que dé cuenta de todos los hechos, lo mejor es atender a todos los que quieran pronunciarse sobre dicho tema (que en realidad es una familia de temas) de manera que encontremos en el mercado de las ideas diversas aclaraciones de modo que la gente pueda contrastar las explicaciones que se avancen y optar libremente por la que le parezca ser la mejor concepción. Es obvio que lo que está pasando ahora en el Medio Oriente tiene que poder ser explicado de manera racional y lo es también que el mero recuento de hechos no equivale a una explicación. Sin duda, hay mucha gente que tiene multitud de datos en la cabeza, pero ello no es equivalente a contar con una explicación mínimamente convincente de los hechos. Sin duda, el periodismo es útil, pero en general la “información” que a través de los medios se obtiene es parcial, incompleta y sobre todo eminentemente tendenciosa, por lo que mantenerse en el plano de los datos periodísticos y televisivos es prácticamente quedarse sin entender nada. Este es claramente el caso, desde luego, de la matanza cotidiana de lo que queda de la población palestina en Gaza y del criminal ataque israelí en contra de Irán, un ataque perpetrado de manera sorpresiva, injustificada y sin una previa declaración de guerra. En este como en otros casos debemos comportarnos como niños, es decir, de la manera más cándida posible, y entonces preguntar: ¿cómo es que pueden darse, teniendo a la población mundial como testigo, fenómenos tan horrendos y tan imperdonables como las masacres cotidianas en la Franja de Gaza y la eliminación selectiva de altos mandos del ejército y del gobierno iraní por parte de fuerzas armadas de un país con el que no se estaba en guerra? ¿Cómo nos explicamos semejante estado de barbarie?

Un primer obstáculo en la  tarea de explicar lo que sucede lo encontramos en quienes intentan a toda costa evitar que la gente comprenda para lo cual se inventaron y pusieron en circulación la expresión ‘teoría de la conspiración’. Se trata de una estratagema que a menudo tiene éxito, aunque sea tan sólo porque a mucha gente le gusta usar expresiones cuyo sentido no del todo capta, pero que dota a quien las usa de un aire de sabiduría y profundidad que nunca nadie les adscribe y eso los gratifica. Así, con expresiones como estas como punta de lanza los partidarios de la incomprensión de lo que está pasando logran a menudo bloquear la especulación racional logrando así que los temas que de manera natural nos interesan queden hundidos en una atmósfera de oscuridad imposible de disipar. No perdamos de vista el hecho de que en general estos enemigos profesionales de la claridad intelectual están muy bien remunerados por lo que trabajan con ahínco para desquitar sueldos y apoyos de toda índole. El resultado neto es que la incomprensión campea en las mentes de las personas, quienes no logran liberarse de las trampas que les tienden quienes luchan contra toda clase de “teoría de la conspiración”.

Desafortunadamente para estos últimos, tarde o temprano la gente en general termina por captar el espíritu de sus consideraciones y muy rápidamente constata que todos aquellos que se solazan hablando de “teorías de la conspiración” no pasan de ser esquiroles teóricos cuyo objetivo primordial no es otro que el de impedir que tanto muchas situaciones históricas como fenómenos sociales actuales se vuelvan inteligibles. Dado que teóricamente, los “anti-conspiracionistas” en última instancia fracasan en sus intentos de bloquear el avance cognoscitivo, el ciudadano cuidadoso debería recordar que en múltiples ocasiones lo que no se logra por las buenas se obtiene por las malas, por lo que no es ni mucho menos absurdo pensar que muy pronto se dejarán oír voces proponiendo que quede estrictamente prohibido proponer cualquier cosa que los enemigos de la verdad denominen ‘teoría de la conspiración’.  Mientras eso sucede, sin embargo, nosotros aprovecharemos que todavía somos libres para generar teorías sobre la temática que sea y delinear, si así nos place, nuestras propias “teorías de la conspiración”, independientemente de lo que se diga. Lo que en cambio siempre será de nuestro interés será la crítica seria que cualquier lector honesto tenga a bien emitir.

Iniciemos entonces nuestra labor consistente en esbozar a grandes brochazos una teoría que permita dar cuenta de lo que está pasando en esa parte convulsionada del mundo que es el Medio Oriente. Para ello, lo primero que habría que hacer sería preparar el escenario, esto es, el telón de fondo que es lo que permitirá dotar de un sentido preciso a nuestras afirmaciones y acomodarlas de manera apropiada en lo que sería un  nuevo mosaico de hechos. En concordancia con ello, quisiera empezar por traer a la memoria una verdad muy simple, a saber, que eso que a nosotros nos puede parecer lo más natural del mundo, a saber, que el mundo se divide en países, es una realidad relativamente reciente. Antes de que hubiera países independientes hubo imperios, los cuales albergaban a muchos de los que ahora son países soberanos y autónomos. Un ejemplo paradigmático de ello es el Imperio Austro-Húngaro, el cual incluía lo que ahora son Hungría, Austria, la República Checa, Eslovaquia  y por lo menos parte de Polonia, de Rumanía y de lo que alguna vez fue Yugoeslavia. En todo caso en Europa, con el abandono paulatino de una lengua común impuesta por la fuerza como lo era el latín, el constante debilitamiento de la Iglesia Católica, el desarrollo económico propio del capitalismo, el auge de la ciencia y algunos otros factores como estos se fueron cocinando las condiciones para el surgimiento de grupos humanos que se sentían unidas por tradiciones concretas, un mismo lenguaje, intereses más nítidamente delimitados y que simplemente no embonaban con los de otros sectores, comunidades o sociedades que constituían a los distintos imperios. Se fue así debilitando el “Antiguo Régimen”, un proceso que simbólicamente culminó con la decapitación de Luis XVI y de María Antonieta, en 1793. Ellos, desde luego, no fueron los únicos en ser sacrificados en la rueda de la historia, pero sí son símbolos muy representativos de lo que es el cambio social. El Imperio Austro-Húngaro, claro está, sólo se acabó con la Primera Guerra Mundial, pero las bases de su desaparición habían sido sembradas desde mucho tiempo antes.

En el siglo XX, la ejemplificación más clara y contundente del fin del período de la monarquía lo tenemos en la Revolución Bolchevique, dirigida por personajes míticos, como V. I. Lenin, Y. Sverdlov y León D. Bronstein, alias Trotsky. Fueron Lenin y Sverdlov (Trotsky, no estaba en Rusia en ese momento) quienes en 1919 ordenaron, por razones políticas y militares precisas, la eliminación del zar Nicolás II y de toda su familia, de facto encarcelada en la ciudad de Ekaterimburgo. Con la muerte, primero de Sverdlov, posteriormente la de Lenin y a raíz de ésta de la derrota política y administrativa de Trotsky (a quien a pesar de todo se le permitió emigrar), la revolución bolchevique se transformó en la revolución soviética, propiamente hablando, dirigida ésta ya por José Stalin hasta la muerte de este último, en marzo de 1953. La Unión Soviética evolucionó y murió, pero la nobleza de los Romanov nunca fue restablecida. Por otra parte, hay que constatar que, si bien ya sin imperios y de hecho al margen de sus respectivos gobiernos, todavía quedan remanentes, cada vez más dañinos, obsoletos y ridículos, de las monarquías de sangre. Éstas en realidad no se componen de otra cosa en nuestros días que de figuras decorativas sin poder ni injerencia en los asuntos de los Estados en los que todavía subsisten. España e Inglaterra son, si no estoy en el error, los mejores ejemplos de nobleza decadente e inservible. No creo mentir si afirmo que en los últimos tiempos a lo único a lo que han dado lugar los miembros de las familias reales europeas es a escándalos, a delitos de diversa índole y a auto-exhibiciones como paradigmas de la banalidad, la ociosidad y el parasitismo. Desde luego que no sé cuánto tiempo sobrevivirá la institución de la monarquía, pero lo que sí me atrevo a predecir es que su salida del mundo – considerado el tiempo históricamente – no tardará mucho en llegar.

Por mi parte, reconozco que estoy convencido de que la gente que vivió los acontecimientos decisivos en las épocas del derrocamiento de las monarquías no habría podido entender la naturaleza última de los cambios que se estaban operando ante sus propios ojos. La gente simplemente era testigo de diversos sucesos cuya significación última inevitablemente se le escapaba. Insisto en que eso es de lo más natural y es perfectamente comprensible de suyo porque, según yo, un fenómeno similar se produjo en nuestros tiempos y la gente no se percató de ello ni tiene la más remota idea de la importancia del cambio operado. La gente vive los procesos que le  toca vivir, pero no necesariamente puede dar cuenta de ellos. Para superar el escepticismo que podría invadir a los potenciales lectores de estas líneas cuando digo que en general la gente no aprehende la naturaleza de cambios que tiene ante los ojos no queda más que presentar un caso concreto. Veamos si es ello como yo me lo imagino.

Tal vez deba empezar por señalar que lo que me interesa de los recordatorios elementales de historia que hice más arriba es que éstos permiten trazar un parangón muy ilustrativo con la situación actual. Desde mi perspectiva, así como los imperios europeos y el Antiguo Régimen se descompusieron en países, un fenómeno que requirió del surgimiento del sistema capitalista, de la sociedad burguesa, de la industrialización, de la implantación de la democracia, etc., en la actualidad los países de facto están empezando a borrarse o, para ser más precisos, no los países en tanto que entidades delimitades geográfica, histórica y políticamente, sino sus gobiernos. Factores como la globalización y el auge de colosales empresas trasnacionales tanto de ropa como de minerales raros, la unificación de las redes bancarias, la subordinación de ciertas monedas a otras, la re-estructuración y regulación del comercio mundial, la computarización en todos los dominios de la vida humana, etc., fueron inadvertidamente generando organizaciones e instituciones igualmente trasnacionales o, para decirlo de otra manera, supra-nacionales. La Organización Mundial de la Salud, la ONU, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, el Banco Mundial, la FIFA, etc., dictan políticas para todos o por lo menos para la inmensa mayoría de los países. Lo interesante de ello es que a través de todos esos organismos mundiales se fue de hecho generando también un coordinador, un manager trasnacional o, en otras palabras, un gobierno mundial, un gobierno de o para los gobiernos nacionales. Los países pueden seguir allí, pero el hecho es que ellos ya no son autónomos. Hay un estructura financiera, económica, militar, comercial, etc., mundial, a la que los países se tienen que someter, so pena de verse severamente castigados, aislados, privados de toda clase de ayuda por parte del nuevo gobierno mundial y, eventualmente, destruidos. Dicho sea de paso, tampoco son los pueblos libres políticamente en nuestros días, puesto que todos deben jugar lo que podríamos llamar el ‘juego de la democracia’, que es el mejor mecanismo para mantenerlos bajo control. Ya no se puede pensar en sistemas alternativos de gobierno y de organización social, porque de inmediato recae sobre quien haga alguna propuesta en este sentido el peligroso epíteto de ‘anti-democrático’, con lo cual la persona en cuestión, sea dirigente político o simplemente libre-pensador, se hace acreedora automáticamente de un repudio generalizado. Huelga decir que calificativos como esos abundan en la actualidad, pues ya quedó demostrado que constituyen un mecanismo efectivo de descalificación y desprestigio de quien osa pensar de un modo diferente al estipulado por los amos del mundo. Por lo pronto, lo que a nosotros nos debe quedar claro es que el gobierno mundial al que aludo es básicamente el gobierno de Occidente, entendido éste como una entidad política, financiera, militar y demás. Este nuevo gobierno supra-nacional ahora abarca no sólo a países como México, Nueva Zelandia y Japón, sino (y sobre todo) a Francia, a Alemania, a Gran Bretaña y, desde hace unas décadas, a los Estados Unidos también. En otras palabras, este nuevo gobierno mundial está por encima de los gobiernos particulares en el sentido de que los domina y por debajo de ellos en el sentido de que es la plataforma colectiva. Pero – podría preguntarse – ¿en dónde está el gobierno que coordina y maneja a todas esas instituciones, ese supuesto gobierno mundial? La respuesta requiere de un mínimo de aclaraciones previas.

Uno de los puntos más originales y llamativos del discurso político de Donald Trump desde muchos años antes de su segunda campaña presidencial fue su constante alusión a lo que  él denominó el ‘Estado Profundo’ (Deep State). Éste tiene diversos componentes, pero indudablemente el fundamental es el sionismo norteamericano. Pienso, por lo tanto, que la respuesta a la pregunta del párrafo anterior es relativamente obvia y muy simple: ese super-gobierno mundial si bien extiende sus tentáculos en todo el mundo Occidental en última instancia tiene su sede en Israel o, quizá mejor, es el gobierno de Israel y sus ramificaciones a lo largo y ancho del mundo. La ventaja de este cuadro del tablero mundial es que permite generar de manera muy fácil explicaciones aceptables de fenómenos que con el cuadro tradicional en términos de países que tienen a los Estados Unidos como líder simplemente no se pueden proporcionar. Por ejemplo, desde este nuevo punto de vista resulta abiertamente grotesco y profundamente estúpido hacer afirmaciones como la de que Israel es el mejor aliado de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Eso quizá haya sido así en algún momento del pasado, pero ciertamente no lo es en la actualidad. Sin duda alguna, el gobierno de los Estados Unidos fue el gobierno más poderoso del planeta después del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero no sólo ya perdió su carácter de única superpotencia, sino que terminó siendo controlado y manipulado por el nuevo gobierno mundial, un gobierno esencialmente sionista que obviamente no surgió por generación espontánea, sino cuya existencia tiene un sinfín de causas precisas. De ahí que en realidad ese Goliat entre los gobiernos del mundo que es el gobierno de los Estados Unidos no sea después de todo más que un engranaje más, sin duda el fundamental, del sistema capitalista trasnacional manejado a su antojo por el David que es el gobierno sionista mundial. Como todos los demás en Occidente, el gobierno norteamericano se subordina a este gobierno mundial no perceptible a la mirada superficial, pero que es el coordinador real de la economía, el comercio, las finanzas, etc., de por lo menos el mundo occidental y que tiene su asentamiento en el gobierno israelí. Naturalmente, es en el gobierno norteamericano, entendido como el más poderoso de todos los miembros del Estado Mundial, en el que el gobierno sionista mundial más concentra su atención y cifra sus esperanzas. Los Estados europeos son elementos ya completamente digeridos por el gobierno mundial, el cual los maneja como mejor le conviene y de los cuales recibe todo el apoyo que necesita o ¿acaso no está la OTAN participando activamente en la guerra entre Israel e Irán? Negar esa verdad es como querer tapar el sol con un dedo. De todos modos cabe preguntar: ¿cómo diablos podría el gobierno israelí manejar al poderoso gobierno norteamericano al grado de imponerle políticas abiertamente contraproducentes para el pueblo norteamericano, para los Estados Unidos de América? En el complejísimo proceso de manipulación del gobierno norteamericano por el Estado profundo sionista mundial operan múltiples “factores”, como lo son la Reserva Federal, Hollywood y la prensa mundial, instituciones mundiales como las mencionadas anteriormente, etc., todo ello en concomitancia con el férreo control de las Cámaras de Senadores y de Representantes (o sea, el Poder Legislativo de los Estados Unidos), de las gubernaturas estatales a través de un sinfín de bien conocidos mecanismos de convencimiento y de presión y, desde hace unas décadas ya pero ahora de manera manifiesta del Poder Ejecutivo mismo de los Estados Unidos. Hasta un niño sabe que las campañas electorales en los Estados Unidos se ganan con las aportaciones de millones de dólares de donadores y que si Donald Trump llegó a la presidencia fue gracias precisamente (entre otras cosas) a las donaciones de ciudadanos americano-israelíes, como la heredera del imperio de los casinos. Miriam Adelson, fanática pro-israelí sin cuya cooperación Trump ciertamente no habría regresado a la Casa Blanca. ¿Quién manda en los Estados Unidos? Concretamente: en lo que concierne a la guerra entre Irán e Israel: ¿quién es el verdadero presidente: Trump o Netanyahu? Yo creo que los hechos hablan por sí mismos y no se necesita poner en palabras lo que indican.

Debo advertir que no es mi objetivo hundirme aquí y ahora en consideraciones concernientes al origen y las implicaciones del trascendental proceso histórico-político que estamos viviendo. Incursioné superficialmente en ese terreno porque aspiro a explicar lo que está pasando en el Medio Oriente. Es de esto de lo que hay que hablar y para lo cual las aclaraciones anteriores eran indispensables.

Propongo que, al menos momentáneamente, se conceda que, aunque sea a grandes rasgos, lo que he expuesto es una hipótesis relativamente fiel a los hechos. Podemos entonces hacer preguntas para las cuales deberíamos en principio recibir respuestas claras. Quizá no esté de más empezar por señalar que los adversarios de las “teorías de la conspiración” son incapaces de explicar por qué Israel es el único país que no se somete y que no respeta las regulaciones que valen para todos. Nosotros exigimos, por ejemplo, que se nos explique por qué puede el gobierno de un país territorialmente insignificante como lo es el de B. Netanyahu bombardear diariamente durante casi dos años a una población indefensa, como lo es la población de Palestina (de la Franja de Gaza sobre todo). Esta explicación sencillamente no se puede encontrar en el marco de la visión común en términos de países independientes. Yo pregunto: ¿qué otro país en este mundo se atrevería a hacer algo semejante? La respuesta es inmediata: ninguno, pero ese es precisamente el misterio: ¿por qué Israel sí puede y los demás países no? ¿Por qué los israelíes sí pueden torturar, violar, robar, asesinar impunemente como lo han hecho en Palestina desde hace 80 años, una conducta que la comunidad internacional no le permitiría a ningún otro país? ¿Por qué con Israel se quedan todos los gobiernos callados y hasta le aplauden cuando comete actos palpables de barbarie? A mí me parece que de alguna manera se tiene que explicar semejante singularidad, semejante excepcionalismo! ¿Por qué Israel y sus criminales dirigentes, auténticos delincuentes y criminales de guerra, no son nunca llevados ante los tribunales internacionales erigidos precisamente para perseguir delitos flagrantes, innegables, imperdonables de lesa humanidad, como los cometidos por los militares israelíes, desde el más engreído de los generales hasta el más corrupto de sus soldados? Todos hemos visto a militares israelíes aventar hacia arriba a personas en sillas de ruedas, golpear niños como si fueran luchadores, robarse lo que se les antoja cuando entran a las casas de familias palestinas y así ad nauseam. ¿Por qué Israel puede anexarse territorios a su gusto, desplazar a poblaciones enteras como si se tratara de rebaños de borregos, algo que si se tratara de otro país de inmediato suscitaría la reacción espontánea de protesta de todos los gobiernos? Estas y muchas otras son preguntas que todo mundo se plantea, pero que con el enfoque tradicional de países dizque autónomos simplemente no se pueden responder nunca de manera satisfactoria. En cambio, si modificamos el enfoque, entonces sí podemos empezar a entender el por qué de lo que sucede en el Medio Oriente.

Llegamos ahora al conflicto con Irán. Yo quisiera que los enemigos de la razón, esto es, los que permanentemente conspiran en contra de las “teorías de la conspiración”, nos expliquen por qué un país puede darse el lujo de bombardear a otro sin que le haya hecho absolutamente nada! Porque así como Irak fue brutalmente sacrificado enarbolando la falsa bandera de que tenía armas de destrucción masiva, una mentira flagrante que costó la vida de por lo menos un millón de ciudadanos iraquíes, ahora Irán es atacado con el armamento más avanzado que hay acusado de tener lo que todo mundo sabe perfectamente bien que no tiene, a saber, una bomba atómica. Y por si fuera poco; ¿quiénes hacen semejante acusación? La hacen quienes tienen almacenadas más de 200 ojivas nucleares, de las cuales pueden hacer uso en todo momento. Este descaro sólo lo pueden manifestar las autoridades de un país que está seguro de que tiene las riendas de la mitad del mundo en la mano. ¿Cómo es posible que nadie pregunte por qué Israel se permite acusar en la Asamblea General de la ONU a Irán de violaciones a la reglamentación mundial de la energía atómica cuando ese mismo país no permite ninguna inspección por parte de la Organización Internacional de la Energía Atómica, algo que Irán sí permitía hasta antes de que bombardearan su territorio? Obviamente, muchas respuestas a preguntas concretas para las que todos buscamos respuestas tendrían que venir acompañadas de datos concretos, pero mi objetivo no es esa clase de investigación. Mi objetivo era simplemente sugerir lo que puede ser el marco dentro del cual se puedan acomodar los hechos de un modo que el resultado sea comprensible para todos y que permita generar explicaciones genuinas y convincentes, algo que de hecho en relación con Israel no hemos recibido desde hace ya muchos lustros.

Como era de esperarse, la transformación casi insensible de la faz política de la Tierra acarrea consigo cambios en las mentalidades. Esto se ve con toda claridad en las conductas verbales de los gobernantes. Cualquiera puede percibir que los gobernantes y mandamases sionistas están imbuidos de soberbia, de altanería irreligiosa, de indiferencia total por las vidas de los ciudadanos sencillos, simples, normales. Salta a la vista que a los miembros de esa nueva nobleza que es la nobleza financiera y a sus representantes legales, los Netanyahus y los Blinken, les falta todavía mucho para ostentarse como verdaderos nobles. Por así decirlo, les falta estilo. Nadie en el medio resulta más odioso que el descarado Netanyahu, quien lloriquea porque un misil iraní afectó un hospital en Tel Aviv cuando él ordenó la destrucción de todos los hospitales y clínicas en Gaza (más de 700) o cuando ridículamente se rasga las vestiduras por el hecho de que el conflicto con Irán habría obligado a su pobre hijo a posponer por segunda vez su boda. Qué tragedia! Uno inocentemente se pregunta: ese monstruo: ¿se representará alguna vez a los niños que por órdenes suyas quedaron mutilados, fueron operados sin anestesia, acribillados a mansalva? ¿O a las mujeres palestinas humilladas, violadas, asesinadas por soldados y colonos, verdaderas bestias con los que sólo compartimos la pertenencia a la especie? Para Netanyahu y sus correligionarios, es decir, para los miembros del nuevo gobierno mundial, las vidas de quienes no pertenecen a su club no tienen ningún valor. Para ellos sólo los negocios de las trasnacionales y de la banca mundial son dignos de ser tomados en cuenta. Qué contraste tan notorio con el líder supremo iraní, el Ayatola Alí Khamenei! La alocución de este último al pueblo iraní después del artero y criminal ataque por parte del Estado lacayo norteamericano con el cual el gobierno iraní estaba en pláticas para llegar a acuerdos importantes puso en evidencia la inmensa y hasta conmovedora superioridad moral y espiritual del máximo líder iraní frente a los ambiciosos sin Dios como Netanyahu, el actual presidente del gobierno de Occidente. No cabe duda de que de tal gobierno, tal dirigente!

Por lo pronto podemos concluir que de lo que hemos sugerido emerge para el ciudadano común y para los dirigentes de los países por lo menos un resultado importante. Si la gente logra explicarse de manera satisfactoria lo que está realmente pasando en el Medio Oriente, inevitablemente verá en la guerra contra Palestina y contra Irán una guerra contra ella misma. Quien comprenda la situación de inmediato de identificará sentimentalmente con los pueblos palestino e iraní y sentirá que su victoria y su derrotan son también las suyas. Si nuestro esbozo de explicación es acertado, por una parte la gente podrá comprender por qué la victoria de Irán es crucial para su futuro, es decir, para el futuro de los ciudadanos del mundo que aspiran a vivir en la igualdad y en el respeto mutuo. Y por otra parte los gobiernos que no quieran ser convertidos por la fuerza en vasallos perennes de un déspota Estado mundial podrán empezar a maniobrar para liberarse de las garras de una plataforma de poder que ha demostrado no ser otra cosa que una máquina de destrucción y de muerte.

 

Zelensky y la Humanidad

Yo sinceramente creo que cualquier persona de buena voluntad, de la nacionalidad que sea, que le echara un vistazo a la situación que prevalece en Europa Oriental, de inmediato llegaría a la conclusión de que ésta se está agravando minuto a minuto y ello de manera alarmante. A pesar de los genuinos pero poco duraderos esfuerzos por parte del presidente Donald Trump y de la perseverancia e inmensa paciencia del gobierno de la Federación Rusa en entablar negociaciones serias con Ucrania para ponerle fin a un conflicto en el que no hay más que un vencedor evidente, que es Rusia, Volodimir Zelensky, el soi-disant presidente ucraniano sigue empeñado en bloquear sistemáticamente todo intento por construir la paz. Si se desconocen por completo los hechos, lo primero que se pensaría es que en Zelensky nos las estamos viendo con un héroe que combina la inteligencia de Ulises con la valentía de Eneas. El problema es que la condición para formarse semejante idea de Zelensky es la ignorancia total de los hechos. La verdad es que, para cualquier persona normal, mínimamente instruida, la conducta de Zelensky no podría entenderse de otra manera que como la de un individuo declaradamente irracional, movido sólo por emociones morbosas, un insensato irresponsable que sin remordimiento alguno arrastra a su pueblo al infierno. Sin embargo, es claro que todo intento de explicación de la conducta de Zelensky en esos términos sería demasiado fácil, demasiado burda, demasiado superficial y ello por no pocas razones. De hecho, el mayor favor que podría hacérsele a Zelensky sería declararlo un enfermo mental, un psicópata, porque entonces se le estaría eximiendo de su responsabilidad política, militar e histórica. Después de todo, los locos no rinden cuenta de sus acciones. De ahí que si se decidiera clasificarlo como un “enfermo mental” nos quedaríamos sin explicación de todo lo que ha pasado desde que aceptó cambiar sus disfraces de comediante por su eterna vestimenta de militar, una vestimenta que, dicho sea de paso, le valió un comentario un tanto burlón por parte del presidente D. Trump cuando éste lo recibió en la Casa Blanca (“Vean, vino muy elegante”! o algo por el estilo le dijo D. Trump a los periodistas al momento de recibir a Zelensky). Nosotros, sin embargo, aspiramos a comprender lo que está sucediendo en Ucrania, para lo cual lo primero que tenemos que hacer es rechazar la idea de la idiotez congénita  de Zelensky. No! Zelensky no es ni un tonto ni un ingenuo ni una persona engañada. Él sabe perfectamente bien lo que hace, pero es precisamente por eso que nos encontramos ante un enigma. Es curioso, pero casi podría sostenerse que en este punto Zelensky es como una refutación viviente ni más ni menos que de Platón. Éste sostenía que nadie busca hacer el mal deliberadamente; el mal es producto sólo de la ignorancia. Sin embargo, si no estamos en el error eso es precisamente lo que  Zelensky hace: él deliberadamente promueve el mal. De ahí que nuestro interrogante es: ¿cómo puede alguien perfectamente consciente de lo que hace optar por hacer el mal? Ese es el “misterio Zelensky”.

Con toda franqueza, no creo disponer de todos los medios para poder despejar la “incógnita Zelenski”. No obstante, creo que alguna luz podremos echar sobre el tema de modo que el fenómeno ucraniano nos resulte un poquito más comprensible. En lo que sigue, por lo tanto, procederé del siguiente modo: voy a hacer unos cuantos recordatorios elementales sobre la situación actual y luego trataré de delinear lo que sería la verdadera explicación de lo que está sucediendo en Ucrania y de la conducta de ese ángel de la muerte llamado ‘Volodomir Zelensky’.

En primer lugar, me parece que habría que empezar por admitir que la situación en el frente es costosa y penosa para Rusia, entre otras razones porque contra quien tiene ésta que pelear no es contra las fuerzas armadas de Ucrania únicamente, sino contra las fuerzas de la Unión Europea disfrazadas de soldados ucranianos. Ahora bien, dicho esto habría que reconocer que es igualmente innegable que la situación es todavía peor para Ucrania y que para el pueblo ucraniano esta guerra dejó de ser una pesadilla para convertirse en una auténtica tragedia. Pero entonces la pregunta que de inmediato todos queremos plantear es la siguiente: ¿por qué si de facto, es decir, objetivamente Ucrania tiene perdida la guerra, por qué si es simplemente impensable que la gane, por qué Zelensky se aferra a una política belicosa e intransigente que de manera fácilmente confirmable sólo contribuye a una inútil destrucción de su país y a una innecesaria aniquilación de cientos de miles de personas? A primera vista, la política del gobierno ucraniano liderado por Zelensky es absurda.

Obviamente, sin embargo, dicha conducta dista mucho de ser ininteligible; más bien, es perfectamente comprensible, inclusive si es totalmente descabellada y errada. En realidad, a mí me parece que la solución del “enigma Zelensky” es en el fondo bastante sencilla. Lo que se tiene que entender es que hay elementos anormales en el tablero político y lo que quiero decir con eso es simplemente que en el conflicto ucraniano están operando subrepticiamente causas que desconocemos. Es por eso que a partir de cierto momento la situación ya no puede resultarle explicable al hombre de la calle, esto es, al individuo engañado por los medios de comunicación masiva (periódicos y televisión, sobre todo). Pero entonces, asumiendo que Zelensky no es un lunático y que sabe perfectamente bien qué es lo que está haciendo, lo que tenemos que hacer es rastrear las causas ocultas de la guerra de Crimea. Eso, desafortunadamente, es una labor mucho más difícil de lo que podría pensarse a primera vista.

Afirmé que en la tragedia ucraniana operan dos clases de causas: las que están a la vista y las que están ocultas y no salen más que muy rara vez a la luz. Antes de tratar de adivinar cuáles podrían ser estas últimas, veamos primero a qué nos referimos cuando hablamos de las causas visibles de desmoronamiento de Ucrania. Pienso básicamente en hechos como los siguientes:

a) el choque militar frontal con una superpotencia, como lo es Rusia. De entrada resultaba claro que las provocaciones ucranianas, e.g., hostigando a las minorías rusas del Donbass, eran una especie de medidas suicidas que no tenían mayor sentido.

b) El medio trillón de dólares que Ucrania ha consumido básicamente en armamento por lo menos desde que se inició la guerra con Rusia y que prácticamente representa el remate de la riqueza mineral, agrícola, energética, etc., de Ucrania para beneficio de gobiernos y empresas extranjeras.

c) La fantástica corrupción del gobierno de Zelensky y su pandilla, a expensas claro está del presupuesto nacional y en detrimento de la inversión pública, es decir, en favor de la población.

d) El doloroso costo humano y de infraestructura cuya reconstrucción llevará lustros y el sacrificio de por lo menos toda una generación.

e) El drástico cambio en la política presidencial de los Estados Unidos, pilar fundamental en el proyecto criminal en contra de Rusia.

Estos son algunos de los hechos más prominentes en el panorama ucraniano que permiten que uno se forme una idea de la magnitud del desastre que está ocurriendo en lo que otrora fuera la República Soviética Socialista de Ucrania. El problema es que si nada más nos fijamos en estos y en otros factores como estos, entonces seguiremos sin entender por qué Zelensky no los toma en cuenta, por qué no les concede la importancia que sin duda tienen. Por consiguiente, tiene que haber otros elementos de peso a los que nosotros, pobres mortales, no tenemos acceso pero que son los que realmente explicarían su desempeño como “presidente”. Por ejemplo, algo que visto desde lejos simplemente no se entiende es la aparentemente irrevocable decisión del político ucraniano de por ninguna razón hacer la paz con Rusia. Pero ¿qué hay detrás de la decisión de Zelensky de que, pase lo que pase, mientras él sea “presidente” (dicho sea de paso, un presidente usurpador, puesto que ya terminó su periodo y no ha llamado a elecciones, entre otras razones porque él sabe que si convocara a elecciones las perdería ignominiosamente) nunca hará la paz con Rusia? Una vez más, cualquier persona normal se preguntaría: ¿pero por qué? ¿Por qué si es factible entablar conversaciones serias para la paz, inclusive con la participación de otros países, el representante oficial de Ucrania, el gran usurpador, Volodomir Zelensky, prefiere morirse antes que firmar la paz con Rusia? Con toda franqueza: ¿no le parece al lector eso algo raro? Yo creo que, de manera cándida o espontánea, en un primer examen de la situación nadie razonable lograría dotar de sentido a la conducta de Zelensky. A la gente normal, sensata, sin parti pris sólo le quedaría recurrir a fórmulas simplonas que para lo único que servirían sería para expresar que se llegó a los límites de la inteligibilidad. La gente diría cosas como ‘Zelensky se volvió loco’ o ‘a Zelensky lo engañan sus militares’ o algo por el estilo. Y ya no habría más que decir.

Ahora bien, yendo en contra de lo que las apariencias hacen pensar, yo considero que Zelensky es un individuo perfectamente coherente y no sólo coherente, sino que es un sujeto decidido inclusive a convertirse en mártir de sus inconfesables ideales y objetivos políticos. Hasta donde logro ver, Zelensky está dispuesto a morir por sus ideales (si bien habría que decir también que la perspectiva de nadar en dinero viviendo de incógnito en alguna isla paradisiaca del Océano Índico que con gusto le regalarían sus compinches extranjeros después de su derrota debe resultarle, a él y a su esposa, un proyecto sumamente atractivo y tentador). Lo que en todo caso es muy interesante es el rol fundamental que ha venido desempeñando desde hace varios años, un rol que desde el primer momento él se tomó muy en serio. En mi opinión, es importante comprender su trayectoria. No olvidemos que él es un cómico de vaudeville, por lo que para comprender al personaje lo que se requiere es quitarle la máscara y ver qué es lo que tras ella se esconde. Eso no es nada fácil, pero lo menos que podemos hacer es intentarlo tratando de generar una hipótesis genuinamente explicativa.

Consideremos entonces a ese adefesio humano que es V. Zelensky. No se necesita ser psicólogo lombrosiano para detectar en su rostro los gestos que lo delatan como un auténtico criminal ni se necesita ser un filósofo del lenguaje para descifrar su mentalidad a través de su forma tan ofensiva de hablar. Hay en verdad un sentido en el que Zelensky es enteramente transparente. En efecto, es un individuo que no puede ocultar su odio mortal, total y definitivo por Rusia. Para confirmar esto lo único que se tiene que hacer es fijarse en los hechos.

Tratemos primero de describir fielmente el mosaico de hechos en el que está inmerso Zelensky.  ¿Cuáles son nuestras premisas? Zelensky (atención: no Ucrania) goza del total apoyo del ya ni siquiera tan oculto gobierno mundial que manipula como quiere y le conviene a los gobiernos de Europa Occidental. Zelensky es el instrumento designado y preparado para cumplir con los objetivos que el gobierno de Occidente fijó y le encomendó. Siendo él partidario de dicho programa y a la vez un fanático total, no hubiera sido nada fácil encontrar a un mejor instrumento político para cumplir con el programa de la OTAN, del Deep State norteamericano y de la burocracia superior de los países de Europa (con excepción, obviamente, de Bielorrusia). Digámoslo con toda claridad y con todo respeto: Zelensky resultó ser el agente secreto perfecto. Este es un primer punto.

Un segundo punto es el siguiente: a estas alturas del proceso bélico, Zelensky sabe que esta guerra con Rusia la tiene perdida y aún así lo único que no quiere es hablar de paz. No olvidemos, dicho sea de paso, que la decisión de no rendirse significa la destrucción total de su país y la muerte de decenas de miles de ucranianos. Pero ¿por qué alguien preferiría un desenlace como ese a un arreglo negociado que permitiría rescatar a su país de la ruina y la extinción y que le garantizara a lo que quede de su población un mínimo de bienestar? Obviamente, aquí hay algo que no se nos ha dicho. Como diría Kant, quien quiere el fin quiere los medios, pero si lo que sucede es que él tiene en mente otros medios, ello significa que él tiene tiene en mente también otros fines y entre esos fines no están la integridad de Ucrania ni el bienestar del pueblo ucraniano, o lo están sólo que de manera secundaria o derivada. Yo pienso entonces que si alguien en las nada envidiables condiciones de Zelensky persiste en la política de guerra total es porque tiene fines no reconocidos públicamente y cree poder llegar a tener los medios que se requieren para su obtención. Hay, pues, una situación, por así decirlo, invisible que se sobrepone a la que todos conocemos y que necesitamos para explicar la conducta de Zelensky. Naturalmente, no va a ser fácil encontrar la explicación de lo que son los retorcidos contenidos políticos y mentales del peor enemigo que ha tenido Ucrania, y digo ‘peor’ porque la está conduciendo directamente a su destrucción; tampoco la vamos a encontrar en los programas de desinformación de la CNN o en los artículos del New York Times o del Washington Post. En los medios de desinformación masiva sistemática no vamos a encontrar otra cosa que eso, a saber, desinformación masiva (datos falsos, explicaciones falaces, mentiras por toneladas, etc.). Nótese que esta desinformación masiva significa un apoyo silencioso pero total a los planes ocultos de Zelensky. Bien, pero ¿cuáles son esos planes?

Llegamos ahora sí al meollo del asunto. La conducta a primera vista absurda de Zelensky se explica por el hecho de que él está persuadido de que se puede generar una situación militar tal que permita el bombardeo atómico de Rusia. Obviamente, alguna reacción rusa se produciría y no es impensable que Kiev fuera arrasada, con todo y Zelensky, pero eso a un fanático ya no le importa. Más aún: no importa que toda Ucrania quedé hecha polvo. A Zelensky lo único que le importa o lo que más le importa y por lo cual está dispuesto a dar todo es la destrucción de Rusia. Pero ¿por qué cree él que eventualmente podría logar su cometido? Porque efectivamente tiene el apoyo real del gobierno supra-estatal de Occidente y el objetivo principal en este momento de ese gobierno es la destrucción de Rusia. Tengamos presente que se trata de un gobierno no elegido por una votación universal, sino auto-impuesto y auto-impuesto porque, a través de complejos mecanismos financieros, políticos, comerciales, “culturales”, militares y propagandísticos, ejerce un control férreo sobre las decisiones gubernamentales de los países occidentales, empezando en los Estados Unidos, pasando por prácticamente toda Europa y los países, llamémosles así, del Sur global.

Oficialmente entonces los gobernantes occidentales, naturalmente, no sólo apoyan a Zelensky sino que él es parte esencial en sus macabros planes y todos ellos están dispuestos a exponer a sus pueblos y sus ciudades con tal de que el plan de aniquilamiento de Rusia triunfe.  Es obvio que se ha hablado tanto de una conflagración atómica mundial que los “super dotados” think tanks de Occidente ya perdieron el miedo o creen que pueden ganar dicha confrontación con Rusia. De hecho, el bombardeo de los aeropuertos rusos el domingo pasado 1º de junio fue un intento por dejar inutilizados los aviones que podrían llevar bombas atómicas a cualquier parte del mundo y que estaban estacionados al aire libre en concordancia con los acuerdos internacionales concernientes a bombarderos atómicos. Ahora bien, si los hubieran efectivamente destruido Rusia habría súbitamente quedado en gran medida inhabilitada para responder a un ataque atómico sorpresivo. Ahora sabemos que se trató de una operación realizada por las fuerzas inglesas. En todo caso, Zelensky, en connivencia con los gobernantes occidentales y el Estado Profundo norteamericano, está convencido de que se puede construir una situación que le permitiría a quienes lo pusieron al frente del gobierno ucraniano atacar desde Ucrania ya sin restricciones a Rusia y acabar con ella de una vez por todas. Son causas como está las que mantienen viva una guerra que ya no tiene militarmente hablando ningún sentido.

La conducta de Zelensky exhibe de manera palpable lo que estoy afirmando. A él no le importan los niños ucranianos, no le importan los hombres y mujeres de Ucrania, porque él, en el sentido relevante, ni siquiera es ucraniano. El es de aquí y de allá, de todos lados y de ninguno, pero ante todo y sobre todo es enemigo de Rusia. Y la verdad es que se ha desempeñado tan bien en su rol de dirigente de Ucrania que de hecho en este momento Zelensky es, para las élites de las élites, el héroe supremo, el hombre más querido, el verdadero representante de cierta ideología y de un cierto proyecto de conquista del mundo, ese proyecto que Putin frustró cuando llegó a la presidencia de la Federación Rusa. Ahora sí todo lo que Zelensky hace y dice (por ejemplo a través de su horripilante blog, en el que destila como pocas veces lo podemos detectar en la historia de la humanidad un odio contra el pueblo ruso absolutamente escalofriante) se vuelve transparente, inteligible, evidente. Obviamente, todos entendemos que para él las “conversaciones” con el team ruso para concertar acuerdos y preparar el terreno para la paz no son más que una estratagema barata para ganar tiempo, rehacer sus fuerzas y hacer todo lo que esté a su alcance para, en esta última etapa de la guerra, asegurar que el choque con Rusia cambiará de status y pasará de ser una guerra proxy, es decir, una guerra en nombre de otros, a ser un enfrentamiento global, que es al parecer a lo que están dispuestos los amos secretos del mundo. El presidente Trump ha hecho todo lo que ha podido para evitar que la guerra se oriente en esa dirección, pero ya quedó claro que el Estado Profundo norteamericano, la super élite gubernamental, financiera, hollywoodense y demás, ya lo doblegó y eso no es un buen augurio.

La situación es entonces la siguiente: SI Zelensky junto con los gobernantes de Europa Occidental, los miembros europeos de la OTAN (básica mas no únicamente Gran Bretaña, Francia y Alemania), la CIA, el complejo militar-industrial de los Estados Unidos, la banca mundial, etc., logra realizar su anhelo de generar la confrontación global con Rusia, entonces por las consecuencias de lo que sería la respuesta rusa, inevitablemente los USA también entrarían en guerra con la Federación Rusa y eso obviamente significaría el fin de nuestro mundo. Por ello, hay que asimilar la deprimente idea de que los actuales y verdaderos dueños del mundo están dispuestos a perecer antes que ver destruido su obsoleto y obsceno ideal, antes que constatar que no es realizable, sobre todo cuando su realización parecía estar al alcance de la mano. Se trataba de rodear a Rusia con misiles, agotarla económicamente y finalmente dividirla en pequeños países de manera que nunca volviera a florecer. El problema es que el plan falló y Rusia se mantuvo firme y se erigió como el gran obstáculo para la materialización de la alucinante ideología de control total del mundo y de la humanidad. En estos momentos, la frustración de las élites debe ser inmensa, Deben estar inconsolables y por ello cada vez más decididos a todo.

¿Y la humanidad? ¿Y todos aquellos que aspiramos a vivir en paz, los que queremos ver en los demás hermanos y hermanas? ¿Acaso no contamos? Para los grandiosos delirios de control total no somos nada, no tenemos nada, no representamos nada. Pero viéndolo bien eso no es así. Sí tenemos algo: tenemos a la Madre Rusia, en la que depositamos nuestro amor y nuestras esperanzas de salvación como habitantes libres de este a final de cuentas insignificante planeta.

 

Victoria sobre Victoria

Como todos sabemos (y lo resentimos), los Estados son instituciones inmensamente complejas. Derivado de ello, uno de sus rasgos es una inevitable jerarquización en los puestos y en las responsabilidades. Es evidente, por ejemplo, que una recepcionista que trabaje en una Secretaria de Estado tiene un trabajo concreto que realizar y recibe instrucciones u órdenes de su superior inmediato, pero obviamente ella misma no incide ni mínimamente en la política general del ministerio en cuestión. De hecho, ella en el organigrama puede estar separada del Secretario de Estado o ministro de que se trate por decenas de niveles intermedios, de puestos correspondientes a las diversas  dependencias de la Secretaria en cuestión. Todo gobierno es, pues, una institución fantásticamente ramificada pero, curiosamente, también es cierto que ello nos resulta tan familiar que simplemente ya ni nos detenemos a reflexionar al respecto, así como no nos llama la atención el hecho de que el sol salga todos los días por el Oriente y se ponga por el Occidente. Nótese, dicho sea de paso, que este fenómeno de dos caras, i.e., complejidad institucional y familiaridad con dicha complejidad, no es privativo del Estado: cualquier empresa trasnacional, cualquier sistema bancario está estructurado y organizado de manera semejante, esto es, de manera piramidal, sólo que en lugar de hablar de presidente se habla de CEO, en lugar de Secretarios de Estado se habla de directores regionales o de directores de áreas y así sucesivamente. Los ministerios o áreas a su vez se expanden, funcionan por medio de ejércitos de empleados, subalternos, ayudantes, personal administrativo de todos las clases imaginables. Aquí puede apuntarse a una potencial diferencia muy importante entre la burocracia pública y la burocracia privada, a saber, que en el sector privado siempre que es ello factible se reduce al máximo la cantidad de empleados contratados, lo cual no siempre sucede en el caso de los gobiernos, por razones evidentes de suyo. El punto al que quiero llegar en todo caso es el siguiente: la supuesta familiaridad con ese monstruo institucional con el que convivimos, del cual no podemos pasarnos (no compartimos ningún punto de vista con planteamientos tan delirantes y carentes de sustento histórico como los de Javier Milei) y que dista mucho de ser transparente a menudo impide que se calibre debidamente la naturaleza de los cambios que se producen al interior (en este caso) de los gobiernos. Por ejemplo, un cambio de Secretario de Estado o ministro puede ser el resultado de una intriga palaciega, de una conspiración entre pares, puede deberse a que al jefe del ministro en cuestión le puede parecer que éste sería más útil en otro sector gubernamental, puede deberse a alguna diferencia muy grande con los lineamientos generales promovidos por el gobierno o por el jefe de Estado en turno y así indefinidamente. Pero también pueden producirse cambios que tienen un sentido mucho más profundo, que indican que hay desavenencias mucho más radicales entre quien “presenta su renuncia” y la dirigencia política del país. Esos cambios son los realmente importantes, porque además de sus efectos algo dicen respecto a la coherencia política del gobierno, a las magnitudes e intensidades de las tensiones y las luchas internas entre los diversos miembros de los gabinetes y grupos políticos incrustados en los gobiernos. Tensiones y rivalidades de esa naturaleza rara vez son de índole personal. Los conflictos realmente trascendentales son más bien de carácter político y, dependiendo del nivel en el que se produzcan, tienen una mayor o menor significación. Con esto en mente, propongo que examinemos someramente el caso de lo que a primera vista es un simple cambio de personal en el gobierno de los Estados Unidos pero que, si no me equivoco, representa más bien un cambio en profundidad, un corte importante en relación con por lo menos algunos aspectos de la política exterior de dicho país.

Hace un poco más de dos semanas se dio a conocer en los Estados Unidos la renuncia de la sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland. ¿Quién es este personaje? De entrada, podemos afirmarlo, alguien que si pasa a la historia pasará por ser una incontinente promotora de guerras y una causante indirecta de muchas desgracias y de muchos muertos. Se trata de una “diplomática” norteamericana, de origen moldavo aunque ella misma nacida en los Estados Unidos, que desde hace cerca de 30 años ha venido ocupando puestos importantes en las diversas administraciones norteamericanas con, vale la pena señalarlo, la notable excepción de la administración del presidente D. Trump. Está casada con un bien conocido ensayista, ideólogo y politólogo, muy activo y muy influyente (fue asesor de G. W. Bush) de nombre ‘Robert Kagan’. Este individuo fue de los intelectuales pioneros en conformar durante los gobiernos de B. Clinton y G. W. Bush el grupo de “neo-consevadores” (de gente como R. Pearle, P. Wolfowitz y muchos otros) que idearon, planearon y finalmente llevaron al gobierno de los Estados Unidos a (entre otras cosas) bombardear Irak, matar a un millón de personas y liquidar a Saddam Hussein. Se trataba, como es obvio, de un grupo sionista declarada, abierta, cínicamente pro-israelí. Este poderosísimo grupo de “policy makers”, es decir, de gente que diseña la política exterior (en este caso de los Estados Unidos) tiene como objetivo principal la defensa a ultranza del gobierno israelí, sea el que sea y haga lo que haga, en el entendido de que cualquier gobierno de Israel será visto como una extensión del gobierno norteamericano pero, y esto es muy importante, asumiendo también la premisa oculta de que el gobierno de los Estados Unidos está en sus manos y bajo su total control. Aquí de inmediato nos asalta la duda: ¿cómo se controla al gobierno de una potencia como los son los Estados Unidos? ¿Quién puede lograr semejante hazaña? La respuesta es: el lobby sionista, más de 120 organizaciones pro-israelíes, la prensa internacional, Hollywood, la Federal Reserve, por no mencionar más que los factores, instrumentos y elementos políticos y financieros más prominentes. Son todas esas instituciones las que, operando mañana, tarde y noche tanto en los Estados Unidos como a nivel mundial, garantizan que ese pre-requisito efectivamente se cumpla. Entre las organizaciones sionistas norteamericanas destacan la Anti-Difamation League, el Congreso Mundial Judío, B’nai B’rith y, sobre todo, el poderosísimo AIPAC, esto es, el Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos. No puede entonces sorprender a nadie que el gobierno norteamericano haya solapado los abominables crímenes y las despreciables mentiras del gobierno israelí en relación, por ejemplo, con la operación de limpieza étnica y apropiación territorial que se está llevando a cabo en lo que alguna vez se llamó ‘Palestina’.

Sin duda alguna, Victoria Nuland es una psicópata irredimible, una fanática convencida de que se debe usar el poderío económico y militar norteamericano para mantener la primacía de los sucesivos gobiernos sionista-norteamericanos en el mundo. Sin duda alguna, es una mujer “competente”, aunque es mi deber decir que las veces que yo la he oído hablar en entrevistas me ha resultado tremendamente decepcionante y superficial. Su discurso oficial no rebasa nunca el plano de la perorata concerniente a “sus valores”, la “democracia” y la “libertad”, un discurso más vacuo que un cascarón vacío y más aburrido que una alocución de Ciro Gómez Leyva o de Leo Zuckermann sobre las elecciones en México. Lo que V. Nuland destila es verborrea politiquera para gente realmente despolitizada. Es evidente, por otra parte, que su función política, si bien no se reducía a ser una mera portavoz de las visiones megalómanas de su esposo, sí era básicamente la de ser su instrumento para su articulación desde el interior de las instituciones y los canales gubernamentales. Ella claramente forma parte de un clan y es sólo vista de esa manera que su itinerario y su rol políticos se vuelven inteligibles y transparentes. Su declaración de despedida fue una joya de discurso impolítico: declaró, primero, que la Rusia actual no es la Rusia que ella hubiera querido dejar y, segundo, que el dinero invertido (“prestado”·) en Ucrania era automáticamente recuperado en los Estados Unidos por las empresas norteamericanas fabricantes de armas, dejando con ello en claro que la guerra en Ucrania a final de cuentas resultó ser un estupendo negocio para las empresas norteamericanas. Desde su perspectiva, desde luego, Europa no cuenta.

La evolución de la vida política en los Estados Unidos es, vista a distancia, relativamente fácil de delinear. Después del asesinato de J. F. Kennedy, un presidente católico de cuya muerte se sabe que hay diversas versiones siendo la única no creíble la historieta oficial, esto es, la del asesino solitario (Lee Harvey Oswald), un cuento de hadas tan fantástico como el de que las Torres Gemelas fueron destruidas por más o menos 20 beduinos, el gobierno norteamericano fue prácticamente tomado por asalto. El resultado político neto, el hecho innegable es que en la actualidad los Estados Unidos tienen de facto no una sino dos capitales, que son Washington D.C. y Tel-Aviv (o Jerusalém, si se prefiere). En este momento, la inmensa mayoría del personal político al frente de la administración Biden está constituida básicamente por sionistas (para dar un ejemplo representativo, Ch. Schumer, que es el líder de la mayoría en el Senado). El resultado es una realidad sui generis – no única en el mundo porque en Francia pasa algo muy parecido – consistente en que lo que hay es un gobierno de dos cabezas. Este dato ayuda a entender tanto la coherencia como las inconsistencias del gobierno norteamericano. En todo caso, la política norteamericana es abiertamente pro-israelí o quizá deberíamos decir simplemente ‘israelí’. Esto explica los cerca de 4,000 millones de dólares que todos los años el gobierno norteamericano le transfiere al de Israel. Se trata de un “regalo” del pueblo americano al gobierno israelí. A esto añádase el apoyo militar, diplomático, de política interna que es permanente. En eso la política norteamericana sin duda alguna ha sido coherente de principio a fin.

Antes de seguir adelante quisiera rápidamente llamar la atención sobre un hecho que vale la pena destacar y es el siguiente: a pesar de decenios de inyecciones de odio en contra de los “comunistas”, los “rojos”·, los “soviéticos” y ahora simplemente los “rusos” efectuadas a través de películas, programas de televisión, múltiples comentaristas políticos con programas muy populares (un ejemplo espectacular de ello es Rachel Maddow), entrevistas, y desde luego prácticamente toda la prensa escrita (New York Times, Washington Post, Wall Street Journal, etc., etc.), lo cierto es que el pueblo norteamericano no tiene en lo esencial nada en contra del pueblo ruso. No hay un odio natural entre esos dos pueblos. El problema es que no pasa lo mismo con los sionistas norteamericanos. ¿Por qué? Porque ellos tienen un historial diferente con Rusia. Prácticamente todos los sionistas norteamericanos preponderantes tienen sus raíces (de dos, tres o más generaciones) en Europa Oriental y, muy especialmente, en Rusia. Históricamente, la relación con el zarismo fue ciertamente muy difícil para las comunidades judías, lo cual explica la proliferación de líderes sionistas como Z. Jabotinsky, quien fue realmente de los fundadores del Estado de Israel. Pero esas son vinculaciones con el pasado. El presente es Vladimir Putin y el problema con éste es que se interpuso a los planes sionistas e impidió que sucediera en Rusia lo que ya había sucedido en los Estados Unidos. Eso le valió el odio eterno del sionismo mundial, entronizado precisamente en dicho país.

El deseo de venganza ante el triunfo del nacionalismo ruso representado por el presidente Putin llevó entonces a diseñar y fraguar un conflicto letal en contra de Rusia sin para ello convertirse necesariamente en blanco de sus armas atómicas. Se preparó entonces paso a paso el conflicto de Ucrania, empezando por un golpe de Estado. No hubo tampoco mayores problemas para encontrar al personaje adecuado, otro sionista, para dirigir al país después de orquestar la deposición del presidente Víctor Yanukóvich. Y, evidentemente, una pieza decisiva de la maquinaria golpista fue Victoria Nuland. Simbólicamente, ella es quien orquestó lo que podríamos llamar el ‘plan Ucrania’, el cual arrancó con el golpe de Estado durante el cual, mientras se quemaban edificios, ella en la plaza Maidan repartía golosinas entre la población incitándola a protestar. La “anécdota” más conocida de esa primera etapa de preparación fue la escena en la que, discutiendo con el embajador norteamericano en Ucrania acerca de quién podría sustituir al presidente depuesto, por teléfono intercambian nombres y el embajador propone a alguien sugiriéndole que hay que tomar en cuenta a la Unión Europea, a lo cual la no muy diplomática representante del gobierno norteamericano le responde con un “fuck the European Union”, que en nuestro idioma equivaldría a algo como “que se chingue la Unión Europea”. Sería difícil dar una prueba más clara de prepotencia. Obviamente, un comentario así en la remota época de gloria del Imperio Británico hubiera sido impensable, pero no lo es en la época del imperio sionista-norteamericano y del concomitante declive europeo.

Así, pues, si hubo alguien que impulsó, defendió, articuló, argumentó en favor de la guerra de Ucrania, ese alguien fue Victoria Nuland. El plan era, masacrar a las poblaciones rusas del sur de Ucrania e integrar a Ucrania a la Unión Europea y, sobre  todo, a la OTAN. Se habría completado así el cerco a Rusia (dejando de lado a Bielorrusia). Cuando Rusia se preparó para defender a sus hermanos de sangre que vivían en suelo ucraniano dando con ello inicio a la operación especial, el pueblo ucraniano fue usado como carne de cañón y Rusia fue “sancionada” desde todos los ángulos imaginables, bloqueándola sobre todo desde un punto de vista económico y financiero, tratando de hacerle (como se hubiera dicho en otros tiempos) morder el polvo, ponerla de rodillas, dividirla, aprovechar sus riquezas naturales y crear una Rusia “democrática”, en exactamente el mismo sentido en el que la Argentina de Milei es una Argentina “democrática”. Pero algo falló. ¿En dónde estuvo el error? ¿Por qué fracasó el plan de desmantelamiento de Rusia?

De que algo estuvo mal calculado no hay duda de ello, puesto que finalmente Rusia – podemos ahora afirmarlo con toda confianza –  ganó la guerra de Ucrania en prácticamente todos los frentes: militarmente acabó no sólo con Ucrania, sino con la OTAN. Ahora queda claro que los europeos, a pesar de las ridículas baladronadas de E. Macron, no tienen ni la unidad que pensaban tener ni el poderío militar, económico y moral que se requeriría para derrotar a Rusia. Si los Estados Unidos se desentienden de Europa, que es a lo que apunta el desarrollo de la vida política con lo que normalmente debería ser un aplastante triunfo de Donald Trump – si es que lo dejan “concursar” por la presidencia – Europa quedará como lo que siempre fue, a saber, una entidad geográfica a la que se le quiso dar la apariencia de un único cuerpo con los mismos intereses pero que, en el fondo, es un conglomerado de pueblos y países con intereses no sólo divergentes sino hasta opuestos, como lo pone de relieve el famoso “Brexit”, que ahora todos quieren imitar. Durante todo el periodo de la operación especial, Rusia diversificó sus exportaciones, enriqueció sus contactos con el mundo no europeo, firmó alianzas de primerísima importancia, fortaleció su mercado interno, desarrolló magníficamente su industria militar, renovó sus estrategias militares y sin lugar a dudas recuperará lo que siempre había sido su territorio (que incluye no sólo la región del Donbas, Lugansk y otras, sino también a  Sebastopol y Odessa y, paradójicamente, hasta Transnistria, región de Moldavia cuyos habitantes han pedido oficialmente que se les permita unirse a Rusia). De paso, Rusia aumentó su presencia en otros continentes, en especial el africano, en donde ha venido regalando toneladas de trigo y cereales para poblaciones hambrientas, una clase de ayuda que no les cruza por la cabeza ni a ingleses ni a franceses ni a norteamericanos. Los regímenes de los “muy civilizados” países que han vivido de la esclavitud y de la explotación de prácticamente todos los pueblos de la Tierra no dan nunca nada. Los rusos (y los chinos, dicho sea de paso) no son así. La guerra de Ucrania ya la ganó Rusia, todo mundo lo sabe, con lo cual empieza la retirada occidental, la cual se manifiesta de múltiples formas: retrasando la entrega de armas a los ucranianos (entre otras razones porque ya no hay), limitando los préstamos de cantidades estratosféricas de dinero, reiterando las críticas al gobierno títere del antiguo payaso de televisión, Volodomir Zelensky y así indefinidamente. Para decirlo de manera un tanto simplona: tácticamente, Ucrania perdió la guerra, pero estratégicamente, el gobierno de los Estados Unidos (Europa no cuenta) perdió Ucrania.

Y es aquí que empieza lo interesante de toda esta saga política. La derrota norteamericana en Ucrania representó un duro golpe para el gobierno norteamericano en su conjunto y entre las muchas cosas que dicha derrota generó está un cierto despertar en la clase política norteamericana o, más bien, el reforzamiento de un cierto descontento pre-existente causado por la orientación general que le ha venido imprimiendo a su política exterior el poderosísimo lobby sionista. Sin embargo, la catástrofe política norteamericana fue tan grande que no quedó otro remedio que echar del gobierno a Victoria Nuland! Esa decisión no es un mero cambio burocrático: es una reacción muy fuerte en contra de todo un proyecto pensado a fondo por ideólogos y estrategas rabiosamente anti-rusos. Entendámoslo bien de una vez por todas: la idea de vencer a Rusia es un objetivo “natural” de los Estados Unidos, pero la guerra de Ucrania fue casi una guerra privada y alguien tiene que responder por un fracaso tan rotundo y tan costoso. Es obvio que quienes le apostaron todo a la destrucción de Rusia tienen ahora que pagar el precio político por el fracaso de su desbordada fantasía y el símbolo más inequívoco de ese ajuste de cuentas interno del gobierno de los Estados Unidos no podía ser otro que la expulsión de la sub-Secretaria de Relaciones Exteriores. La verdad es que aunque no hay datos al respecto, no sería de extrañar que la explicación última del crimen terrorista cometido en Moscú hace unos días hubiera sido la última perversa acción orquestada por la tristemente célebre sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos ante su inminente expulsión definitiva del actual gobierno norteamericano.

Naturalmente, el poder sionista en los Estados Unidos seguirá siendo inmenso, pero también seguirá siendo un hecho altamente significativo e importante el haber corrido a Nuland del crucial puesto que ocupaba. Lo que este hecho revela es que, después de todo, por poderosos que sean los sionistas no son omnipotentes, ni siquiera en los Estados Unidos. A la alegría generalizada (y abiertamente manifestada en múltiples videos, entrevistas, artículos, pronunciamientos de periodistas, políticos y politólogos de los Estados Unidos) habría que añadir el descontento masivo de los norteamericanos por el apoyo de la administración Biden a la barbarie israelí en contra del pueblo palestino (más de 32,000 personas masacradas en unos cuantos meses, de las cuales la mitad son “niños terroristas”) y en favor de la criminal política del Nosferatu del Medio Oriente, Benjamín Netanyahu. La política de encubrimiento y apoyo tácito al gobierno israelí por parte del gobierno sionista-norteamericano es demasiado obvia como para suscitar dudas razonables al respecto. Como puede aprecisarse, la derrota en Ucrania abrió las puertas para muchos fenómenos políticos nuevos en los Estados Unidos.

Es evidente que el mundo depende de lo que suceda en los Estados Unidos y si algo dejó en claro el dato de la expulsión de Victoria Nuland es que hay un gran descontento al interior del gobierno y una repulsión cada vez mayor entre la población por la política exterior del gobierno sionista-norteamericano. Obviamente, dicho grupo va a recurrir a todos los mecanismos a los que tenga acceso para evitar un cambio esencial en la política exterior norteamericana, independientemente de que el gobierno de la Casa Blanca sea de demócratas o de republicanos. Al interior de los Estados Unidos, sus grandes armas son el dinero (la banca), la propaganda y el poder político concentrado en sus manos. Pero lo cierto es que la lección “Nuland” es imposible de ocultar. Como siempre con los seres humanos de todos los tiempos, la arrogancia, el abuso y la excesiva seguridad en sí mismos pueden desencadenar situaciones hasta ese momento impensables. Por lo pronto en este caso sí puede afirmarse que Nuland terminó siendo nula y que se obtuvo una resonante victoria sobre Victoria.