Categoría: Puntos de Vista

Colección de artículos de opinión, producidos por el autor entre los años 2000 a 2002.

La Última Escena

No sé nada al respecto, pero yo sinceramente dudo de que los súbditos de las monarquías de antaño, al servicio de nobles y de oligarcas, estuvieran al tanto de las motivaciones, intrigas y decisiones de los gobernantes del momento. Podría pensarse que, con el desarrollo de los periódicos, el radio y la televisión esa situación cambiaría y que a partir del momento en que fueron inventados el acceso a la información genuina se habría vuelto una realidad para todo mundo. Si a esto le añadimos el mundo de la computación (videos, redes sociales y demás), parecería que sólo a un insensato fantasioso se le ocurriría poner en tela de juicio la idea de que seguimos viviendo, desde el punto de vista de la información acerca de las causas de lo que pasa, en las tenebrosas épocas del pasado. Sin embargo, y a riesgo de ser tildado precisamente de eso, i.e., de insensato fantasioso, me atrevo a formular la hipótesis de que en Occidente, hoy más que nunca, el ciudadano medio de nuestros días está más desvinculado de la realidad que sus predecesores. Por ejemplo, es creíble que el individuo de otros tiempos no supiera nada de lo que sucedía en los pasillos y las alcobas de los jerarcas, que era donde a menudo se tomaban decisiones cruciales (no estoy seguro de que eso no siga siendo el caso, dicho sea de paso), pero en la actualidad no sólo seguimos en la ignorancia absoluta de por qué o sobre qué bases se opta por tal o cual política, sino que son tantos los datos con los que a diario se nos bombardea que el ciudadano medio simplemente ya no sabe qué creer. En otras palabras, además de seguir manteniéndonos desinformados respecto a las motivaciones y objetivos ocultos de multitud de decisiones políticas, independientemente del nivel del cual provengan, ahora a las personas sistemáticamente se les confunde a través de la deliberada manipulación informativa a la que cotidianamente se les somete. O sea, puede haber datos fidedignos en circulación en un espacio público, pero como son transmitidos junto con cientos o miles de otros datos que no lo son y en una vorágine que nunca se detiene, al individuo, inclusive si tiene un mínimo de preparación política, no le resulta nada fácil formarse un cuadro coherente y plausible de lo que acontece. Es como si, estando en un estanque, de pronto soltaran lo que parecerían ser miles de pescaditos de colores diferentes siendo sólo algunos de ellos pescados reales y no meros curricanes, dejándole a las personas la  tarea de determinar cuáles son reales y cuáles no lo son.  Haciendo a un lado consideraciones más bien obvias, si los “pescados” son los datos en circulación y todo se reduce a un asunto de percepción, la verdad es que sería una broma de mal gusto decir que “el individuo tiene un libre acceso a la información”.

La situación descrita se aplica sin problemas a lo que sucede en la actualidad tanto en un plano nacional como en uno internacional. ¿Acaso sabe alguien quiénes realmente y por qué mataron al presidente municipal de Uruapan? ¿Está enterada la gente acerca de las motivaciones de acciones declaradamente contrarias al bien común, moralmente despreciables y socialmente dañinas, como los amparos proporcionados a toda clase de delincuentes por los miembros de la antigua Suprema Corte de la Nación, esto es, por la ex-Magistrada Norma Piña y su clique? ¿Podría una persona común y corriente explicarnos la orientación que E. Macron le imprimió a la política exterior de Francia, una política abiertamente contraria a, por ejemplo, la del General Ch. de Gaulle, sin duda un auténtico patriota? ¿Tiene alguien alguna idea de quiénes mataron a J. F. Kennedy y de por qué lo hicieron? ¿Se sabe quiénes organizaron el atentado en contra de D. J. Trump durante su campaña electoral, en julio de 2024 y por qué lo hicieron? ¿Está enterada la gente de lo que podríamos llamar la ‘trama Epstein’, de, e.g., las relaciones entre J. Epstein y el padre de Ghislaine Maxwell, esto es, Robert Maxwell, agente estrella del Mossad y enterrado con pompa y circunstancias en el Monte de los Olivos (vaya injuria! Allí donde Jesús pasó su última noche!), en las afueras de Jerusalem? ¿Disponen los ciudadanos del mundo de los elementos para formarse siquiera una idea acerca de la mentalidad de monstruos como Epstein y su detestable compinche, Ghilaine Maxwell? ¿Acaso podría una persona, inclusive si es culta, extraer de los diarios y de los noticieros alguna información relevante respecto a psicópatas y criminales de guerra como Benjamín Netanyahu? La información existe, hasta cierto punto, pero no proviene de las fuentes comunes de información. De manera que, en general, la gente no tiene ni idea de lo que es, permitiéndome un barbarismo, la “verdadera realidad”. Como dije, la información (aunque obviamente no completa) existe y en principio está al alcance de las personas, pero este ‘en principio’ es el ‘en principio’ de la fantasía, no el ‘en principio’ de lo efectivamente realizable. “En principio” un indigente puede sacarse la lotería y convertirse en millonario de un día para otro, pero eso es simplemente un espejismo de ideas, una mera posibilidad lógica. La realidad, lo sabemos, es muchísimo más restrictiva.

Así, pues, nuestro objetivo es ante todo comprender lo que sucede. Concentrémonos entonces en el caso de la guerra de Ucrania. ¿Qué es esencial en ella y que no se nos informa al respecto? Con lo anterior en mente, me parece por lo pronto que estamos justificados en afirmar que dicha guerra entró ya en su fase final. Ahora bien, aunque desde el inicio del conflicto los datos fluían por toneladas y por todas partes, era tan abigarrado el panorama que no es sino hasta ahora, esto es, cuando la situación se decantó ya con suficiente nitidez, que podemos aspirar a formarnos un cuadro relativamente fidedigno y explicativo de lo que pasó con ese pobre país y de por qué el desenlace será lo que razonablemente podemos imaginar que será. Esto, sin embargo, no quedaba todavía claro, a pesar de los datos a la mano, hace todavía algunos meses. Dado que nuestro objetivo no es atiborrar al lector con más datos (no es esa nuestra función), lo que tenemos que hacer es, usando la información de la que disponemos, tratar de explicar qué fue lo que pasó allá en Europa Oriental y qué podemos sensatamente pensar que pasará en un futuro no muy lejano.

El primer hecho a tomar en cuenta para explicarnos el fenómeno de la guerra entre Ucrania y Rusia es, obviamente, la rivalidad entre Occidente y Rusia. Esta rivalidad se configuró a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Al frente de la coalición de Occidente en esto que se intentó presentar como algo parecido a una nueva cruzada, estaban involucrados evidentemente los Estados Unidos de América. Pero, y aquí nos topamos con una primera complicación, porque hablar de los Estados Unidos o del gobierno de los Estados Unidos a secas es prácticamente perder el tiempo y confundir a la gente. Frente al mundo hay un gobierno, viz., el norteamericano, pero lo que ya todo mundo debería saber es que al interior de dicho gobierno y operando también desde la sociedad civil, hay otras y muy poderosas fuerzas en acción en los Estados Unidos. Podemos entonces visualizar el gobierno americano como una construcción de dos pisos: el gobierno público, oficial, representativo, etc., por una parte, y por la otra –– retomando una expresión si no acuñada sí ampliamente aprovechada (a final de cuentas no sabemos bien para qué) por D. Trump –– el “Estado Profundo” (“Deep State”). La expresión ‘Estado Profundo’ refiere a un número indeterminado de fuerzas operantes, de diversa índole, que todo mundo sabe que existen, que “están allí”, pero nadie sabe bien a bien cuándo actúan y cómo lo hacen. En relación con las cuestiones de la vida civil cotidiana, estas fuerzas no necesariamente dictan la política global del gobierno oficial de los Estados Unidos pero sí la “sub-determinan”, en el sentido de que, pase lo que pase, el gobierno oficial simplemente no puede chocar con ciertos intereses; y, por otra parte, hay algunos temas en relación con los cuales las fuerzas profundas sistemáticamente marcan, cada vez con mayor decisión, la política de los gobiernos norteamericanos. Además, estas fuerzas pueden ser tanto públicas como privadas, o una mezcolanza de ambas. Entre esas fuerzas subterráneas pero poderosísimas que operan 24  horas al día en los Estados Unidos están, ante todo, el complejo militar-industrial, la CIA y lo que podríamos llamar, mutatis mutandis,  el ‘complejo americano-sionista’, el cual incorpora a más de 150 organizaciones, todas ellas muy activas y debidamente jerarquizadas. Entre éstas, el AIPAC (American Israel Public Affairs Commettee, o sea, Comité de Asuntos Públicos Estadounidense Israelí), sin duda alguna, ocupa un lugar preeminente.

Lo que hemos dicho da la pauta para entender por lo menos dos rasgos de la política norteamericana del siglo XX y de lo que va del XXI: en primer término, su belicismo y su excepcionalismo, ambos fundados en su inmenso poder militar, y en segundo lugar su defensa incondicional y a ultranza de Israel. Si se entiende eso se puede entender también por qué las más de las veces las preguntas y las aseveraciones que se hacen en relación con la política de los Estados Unidos vis à vis Israel son declaradamente ingenuas, por no decir torpes. La gente pregunta: ¿por qué los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad bloquean absolutamente cualquier iniciativa o protesta por parte de miembros del Consejo mismo o de la Asamblea General para, por ejemplo, ponerle un límite a la desvergonzada barbarie israelí en el Medio Oriente (y más allá!)? Si alguien plantea una pregunta como esa es porque definitivamente no está informado de nada! Debería ser obvio para todo mundo que los fenómenos políticos no suceden por azar ni por capricho. Si los Estados Unidos protegen a Israel por las canalladas que el gobierno israelí comete, ello no es ni por casualidad ni por equivocación; si un presidente como Donald Trump le arrima la silla al primer ministro israelí para que se siente, eso no es ni una broma ni acto de hospitalidad ni nada que se le parezca. Es simplemente la expresión conductual de una realidad política, a saber, que el gobierno de los Estados Unidos está bajo el control del sionismo mundial, enraizado desde luego en ese país. Si eso se entiende, entonces se entenderá también por qué, políticamente, los Estados Unidos tienen no una sino dos capitales: para asuntos internos y mundiales que no estén directamente vinculados con Israel la capital es Washington D. C., pero para todo lo que tenga que ver con Israel, dentro y fuera de los Estados Unidos, la capital es Jerusalem. Como lo mismo o probablemente peor pasa con los Estados europeos, el lector puede empezar a forjarse una idea un poquito más realista de lo que Israel significa para el mundo, independientemente de nuestro posicionamiento al respecto. Desde luego que lo que voy a decir es un tanto exagerado, pero el hecho es que podemos representar la relación “USA-Israel” como una especie de engendro en el que los músculos son los Estados Unidos y la cabeza (el cerebro, la mente) es Israel. La pregunta test es entonces la siguiente: si momentáneamente se acepta este cuadro: ¿se entiende mejor lo que pasó y está por suceder en Ucrania? Faltan premisas, pero pienso que sí.

Preguntémonos: ¿cómo se manipula un gobierno? Desde luego, estableciendo relaciones de dependencia entre él y otras instituciones, que pueden ser de muy variada índole, pero también sometiendo de uno u otro modo a personas clave que ocupan puestos relevantes. Pero ¿es esto último algo que podría lograrse con los políticos norteamericanos? La verdad es que eso es algo que Israel no sólo podría hacer, sino que de hecho lo ha venido haciendo desde hace décadas. Un mecanismo eficiente, allá y en casi todas partes, es la corrupción. Obviamente circulan para ello grandes sumas de dinero, apoyos políticos de toda clase, viajes todo pagado a Israel, etc., pero con lo que realmente los israelíes se superaron a sí mismos fue con la hazaña realizada por otro de sus  grandes super-agentes, a saber, Jeffrey Epstein. El caso, top secret durante muchos años pero ahora por todos conocido gracias a las denuncias de algunas de sus víctimas, es el de una operación que se extendió alrededor de 20 años, de chantaje sexual de personalidades que cayeron en el garlito (algunos de ellos, porque otros sabían perfectamente bien a lo que iban) que representa el sexo sin restricciones, gratis y ornamentado al máximo. Muchos de esos maquiavélicos políticos resultaron ser cándidos borregos que, sin tener ni idea de ello, fueron filmados en situaciones, digamos, embarazosas, con jóvenes hermosas, con menores de edad y demás, dando rienda suelta a sus fantasías sexuales. Como el caso saltó a la luz pública por acusaciones de víctimas, lo único que quedó por hacer fue presentar a Epstein como un degenerado, un depravado, un traficante de jovencitas, un tratante de blancas, etc., intentando así desviar la atención de lo que eran sus objetivos reales y de para quién trabajaba. A mí en lo particular no me interesaron nunca las “pasiones” de ese delincuente, pero sí su función política. La lista de sus “invitados” también ya se hizo pública, a pesar de los esfuerzos de Trump por evitar el cataclismo político que, como a muchos otros, se le viene encima por su relación de muchos años con Epstein. Una vez enterados de la situación en la que se encontraban, los distinguidos miembros del club de Epstein (el muy respetado Noam Chomsky incluido, por ejemplo) no podían hacer otra cosa que lo que se les ordenara y eso era siempre en favor de Israel. Eso es control de un gobierno por parte de otro. Dicen del Hércules sexual del Mossad, esto es, Epstein,  que se suicidó en la cárcel más severa de Nueva York! A mí esa versión, lo admito, nunca me convenció. Su cuerpo fue sacado de la prisión como si se tratara de un secreto de Estado. Todo mundo asegura que está muerto pero yo, con toda franqueza, le creo a los iraníes, quienes sostienen que por medio de radares captaron su voz y reconocieron lo que decía estando en Israel. O sea, Epstein está vivo, aunque nunca más se le volverá a ver. Pero en todo caso, él cumplió con su misión. Como director del lupanar más lujoso del mundo, permitió de todo, como conductas incalificables, como las de su gran amigo, el ex-Primer Ministro de Israel, Ehmud  Barack, a quien al parecer le gustaba el trato “fuerte” con las jovencitas, consistente en golpear a la persona, hacerla sangrar al tiempo que la usaba y humillaba. En todo caso, la moraleja es clara: se puede manejar a miembros clave de un gobierno y una sociedad que hasta hace poco eran los de la única hiperpotencia del mundo.

Llegamos así a la guerra de Ucrania, una guerra que nunca tuvo ningún sentido inteligible para nadie salvo para quienes la diseñaron y llevaron a cabo. Sobre los orígenes de la guerra ya dije lo que tenía que decir por lo que no ahondaré en el tema. Me bastará con señalar que los arquitectos a quienes se les debe la destrucción de Irak son básicamente los mismos que los que ahora intentaron destruir Rusia y lo único que lograron fue destruir Ucrania. El entusiasmo provocado por la obtención sistemática de sus objetivos, la demostración en los hechos de que hasta entonces habían podido imponer su voluntad manipulando hábilmente al títere en que convirtieron al gobierno norteamericano (y en cierto sentido, al pueblo norteamericano también) llevó a los grupos poderosos semi-invisibles de los Estados Unidos y, por ende, de Europa Occidental, a diseñar un diabólico plan para acabar de una vez por todas con la gran adversaria, i.e., la Federación Rusa. Sólo una posibilidad estaba vedada, a saber, intentar doblegarla por la fuerza. La maquinaria del Estado Profundo norteamericano se puso entonces en marcha y orquestó un plan para poner de rodillas a Rusia. En otras palabras, lo que se planeó a fondo, un trabajo de no menos de 15 años, fue precisamente la guerra de Ucrania. Se elaboraron detalladamente todos los cálculos en todos los ámbitos: económicos, financieros, militares, comerciales, diplomáticos, etc. Cuatro años después de haberse iniciado el conflicto armado, podemos afirmar que ningún otro país, con la potencial excepción de China, habría resistido semejante presión. Pero lo que ese todopoderoso “Estado Profundo” occidental (porque éste impera no nada más en los Estados Unidos sino en todo Occidente), con sede en los Estados Unidos, no calibró debidamente a su enemigo mortal, esto es, al presidente de la Federación Rusa, Vladimir V. Putin. Con él, y habría que añadir ‘gracias a él’, se detuvo la cadena ininterrumpida de éxitos del Estado Profundo. Y lo peor es que ahora viene la resaca. Ya era hora!

A mi modo de ver, sólo a megalómanos delirantes les pudo haber pasado por la cabeza la idea de que era posible sin armas atómicas aniquilar a Rusia. Y, por otra parte, es sólo sobre este trasfondo de delincuencia organizada a nivel mundial que se puede situar debidamente la silueta de uno de los bandoleros más escalofriantes y despreciables de la historia, a saber, Volodomir Zelensky. Yo soy de la opinión de que, por lo menos en el mundo occidental, con la enseñanza y el mensaje cristianos la actitud de la gente cambió. Se era de una manera antes de Cristo y de un modo distinto después. Antes de Cristo, matar era una actividad más. No despertaba ningún horror. El cristianismo, sin embargo, enseñó que eso no es así, que no se puede simplemente cosificar a un adversario y destriparlo, que la vida humana no puede ser ser conducida por esos canales. Desde luego que los humanos siguieron matando, saqueando y demás, pero surgieron escrúpulos y apareció la piedad como un factor a tomar en cuenta. El problema es que, después de 2000 años de dolorosa enseñanza, Zelensky, el enemigo jurado de la Iglesia Ortodoxa, nos regresó a la edad del pre-cristianismo, del bestialismo. Yo no dudo de que, si de Zelensky dependiera, él ya hubiera formado un batallón con niños de 10 años y lo hubiera mandado al frente. Para Zelensky, como para Netanyahu, todo está permitido, todo se vale, no hay límites. O, mejor dicho, en este caso sí los hubo, porque los impuso el Presidente Putin.

Como el plan de destruir a Rusia no fructificó, la guerra de Ucrania dejó de ser el gran proyecto en el que coincidieron durante algún tiempo los intereses tanto del Estado oficial como del Estado Profundo norteamericanos. (Un gran negocio, dicho sea de paso, para Zelensky y su pandilla. Ucrania está catalogada como el país más corrupto del mundo!). Ahora bien, a raíz de la innegable victoria militar rusa, el plan original, que con tanta meticulosidad fue preparado, se convirtió en una carga demasiado pesada para los Estados Unidos y de implicaciones imposibles de aceptar. Por eso, desde que regresó a la presidencia. D. Trump ha venido batallando para ponerle fin a una situación que simplemente ya no le genera a los Estados Unidos como país absolutamente ningún beneficio (político, militar, diplomático, estratégico, etc.). Por ello es que su plan de paz es realmente un plan realista, que como era de esperarse, los fanáticos occidentales con Zelensky a la cabeza simplemente se niegan a aceptar. Aquí el problema para todos ellos es que frente a las fantasías de los reyes ocultos de Occidente lo que se erige es la realidad del ejército ruso. Si las cosas siguen como están ahora, con un frente que se desmorona hora tras hora, con una deserción de un 25 % de sus efectivos, con una población expuesta a un crudo invierno y que pide a gritos la destitución de Zelensky, con la ayuda norteamericana semi-congelada, no es descabellado pensar que el ejército ruso entrará en Kiev quizá para la fecha en la que se inició de manera forzada la operación especial. Sin duda alguna, esta puede ser la gran escena, la escena final de una imperdonable (por los costos humanos y materiales) farsa histórica. Como es poco probable que Zelensky entre en razón, lo mejor que le puede pasar a los ucranianos es que su dictador huya, abandone al pueblo ucraniano a su suerte y que un nuevo gobierno negocie con Rusia su rendición incondicional. Desafortunadamente, la ceguera política y moral de Zelensky es tal que a pesar de tener en contra al presidente de los Estados Unidos se empeña en “renegociar” el plan Trump. Lo que él se rehúsa a entender y a aceptar es que las condiciones cambiaron, que el plan del cual él formaba parte definitivamente fracasó, que Rusia los venció y que ahora es el auténtico gobierno norteamericano el que entablará, ya sin intermediarios, negociaciones con Rusia.

Sintetizando: sin duda alguna, entre las lecciones más importantes de todo este lamentable escenario, del cual nos hablan poco los mass-media, podemos enumerar las siguientes:

1) El marco político heredado, conformado al término de la Segunda Guerra Mundial, de una Europa unificada, dirigida y protegida por los Estados Unidos quedó atrás. Lo que ahora se producirá será un reacomodo de fuerzas entre las diversas superpotencias y Europa no se verá particularmente favorecida, entre otras razones porque ni completa es una super-potencia. Así como la Europa colonial es cosa del pasado, así también la Europa del bienestar permanente y de la unión por los siglos de los siglos resulta ya una realidad anquilosada.

2) La guerra por medio de intermediarios (i.e., el gobierno de Zelensky) que el Estado Profundo occidental desencadenó en contra de Rusia está a punto de terminar y las consecuencias de un fracaso de esas magnitudes serán igualmente colosales para todos los involucrados. Para Ucrania es una tragedia (los ucranianos sólo ahora vienen a darse cuenta de que fueron vulgarmente usados, vilmente engañados, cruelmente manipulados); para los odiosos gobiernos occidentales (cada vez más en pugna con sus respectivos pueblos) se trata de un derrota terrible (y carísima, como lo pone de manifiesto el hecho de que, aunque no se atreven, insinúan que quieren apoderarse de los más de 400,000 millones de dólares rusos que tienen congelados en sus arcas y bancos) y que augura cambios drásticos en las políticas gubernamentales; para los Estados Unidos significa liberarse del lastre que desde hace ya algunos años representaba Europa para su presupuesto y su libertad de acción.

3) El reconocimiento norteamericano de la victoria rusa en Ucrania no es una expresión de caridad o de buena voluntad. Claro que los Estados Unidos habrían podido prolongar la guerra, pero ellos ya saben que de todos modos Ucrania no habría ganado la guerra y lo único que con eso se habría logrado habría sido unir todavía más a la Federación Rusa con la República Popular de China, que es lo que  los Estados Unidos más temen.

4) Desafortunadamente, la derrota en Ucrania, si bien dolorosa, no acarreará consigo la desaparición del Estado Profundo occidental, o por lo menos no de inmediato, que es lo que realmente importaría. Por haberse dejado engañar, el pueblo ucraniano tendrá que pagar por la reconstrucción de su país, pero para los promotores de la guerra, para quienes utilizan a los pueblos con miras a alcanzar objetivos que son sólo de ellos, Ucrania no es más que un capítulo más que se cierra y a otra cosa.

5) El plan de D. Trump es un plan de defensa de los genuinos intereses norteamericanos porque, si bien es también un plan de nuevas relaciones con Rusia, está pensado sobre todo para contener a quien los Estados Unidos realmente temen, con o sin “Estado Profundo”, a saber, la República Popular de China. Yo, sin embargo, me atrevo a pensar que si hay algo en lo que el muy astuto y bien diseñado plan de paz de Trump no puede tener éxito es en separar a dos pueblos y dos gobiernos hermanados por revoluciones socialistas, a través de las que se forjaron valores y proyectos que no se prestan al sucio manejo mercantilista al que están acostumbrados los mandamases de Occidente.

 

 

Coyunturas Peligrosas

A estas alturas, es relativamente obvio para todo mundo que los reaccionarios mexicanos, todos esos resentidos por el hecho de que la transformación que se sigue impulsando en nuestro país les arrebató toda clase de prebendas y de privilegios y a quienes, poco a poco, ha venido forzando a que entreguen cuentas, paguen lo que deben y se sometan a los mandatos de la ley, le declararon la guerra a muerte al gobierno de la nación. A partir del momento en que entendieron que la Dra. Claudia Sheinbaum tenía la seria intención de construir el “segundo piso” de la transformación nacional, la guerra en todos los frentes y en toda su profundidad resultó ser, tal como ellos perciben la realidad, su única posibilidad de acción. Para los ambiciosos del pasado no hay ya escrúpulos, restricciones o límites a la acción anti-social que valgan. De ahora en adelante todo está permitido y de todo se valen, porque ahora sí ya les quedó claro que si la transformación que significa Morena se extiende al final de este sexenio habrán quedado definitivamente borrados del panorama político nacional. Esto implica que tendrían que renunciar de una vez por todas a sus alucinaciones de poder ilimitado y de dinero mal habido, de fácil y desproporcionado enriquecimiento a costa del trabajo de amplios sectores de la población, de fáciles maniobras fraudulentas operando siempre en la oscuridad desde los más variados puestos de gobierno. Por ello la guerra en contra de las instituciones nacionales y, en verdad, en contra de los interesas sagrados de la Patria, se ha ido intensificando y lo que se pensó que podría desarrollarse como una lucha de atrición en el poder legislativo se fue transformando en una guerra llevada a cabo desde el terreno de la ilegalidad, recurriendo a los métodos más sucios y apelando a toda clase de mecanismos que sirvan para entorpecer las labores gubernamentales y de mejora, aunque sea mínimamente, del nivel de vida de la gente. Lo mismo se agita con jóvenes inexpertos e ingenuos que se pacta con delincuentes irredimibles que se pide a gritos la intervención de la soldadesca norteamericana. A los reaccionarios no les importan ni los niños ni los ancianos, ni el pasado ni el futuro de México. Lo único que les importa a los enemigos de nuestro país es volver a convertir el Estado mexicano en un instrumento de manipulación privada cuyo único objetivo sería el de mantener y reforzar el status quo, por injusto que sea.

Ahora bien, lo que poco a poco sale a la luz es algo que habría podido descubrirse a priori, es decir, por un mero ejercicio de la razón, sin necesidad de apelar a datos empíricos. En verdad es espeluznante enterarse todos los días de las actividades y acciones de los grandes grupos delincuenciales que operan en el país. Yo no diría, como tendenciosamente D. Trump gusta de presentar los hechos, que en México los cárteles gobiernan. Yo pienso más bien que inciden de manera importante, sobre todo en ciertas regiones del país, en la vida cotidiana de las personas, inmiscuyéndose en sus trabajos, negocios, profesiones y demás, trastornando la existencia de muchas personas y entorpeciendo multitud de procesos económicos y comerciales. En relación con esto, creo que vale la pena hacerse la siguiente pregunta: si ciudadanos comunes y corrientes se reunieran y decidieran organizar un cártel ¿podrían hacerlo? Lógicamente, desde luego que sí, pero ¿factualmente también? Reflexiónese un minuto al respecto: es obvio que para echar a andar una organización delictiva como esas de las que todos los días oímos hablar se requieren armas, celulares, cuentas bancarias en México y en el extranjero, empresas fantasma, autos, aviones, sicarios, contactos con otras organizaciones, etc. Pero ¿podrían, por decir algo, cien personas comunes y corrientes satisfacer todos esos requerimientos? A mí me parece evidente que no. Ni cien ni mil ni cien mil. Por lo tanto, las organizaciones criminales sólo pudieron haber sido constituidas por gente que de entrada ya era muy rica y poderosa. La imagen de los cárteles como resultando de la acción de, digamos, lumpen proletarios es o una descarada mentira o una ingenua falacia. Obviamente, en el mundo del crimen organizado puede pasar un sinfín de cosas que no estaban previstas en los planes originales, y es altamente probable que uno de los mas fuertes dolores de cabeza de quienes impulsaron la formación de bandas delincuenciales sea que éstas muy rápidamente tiendan a “independizarse” y a partir de cierto momento a actuar por cuenta propia. Como no tengo ni la más remota idea de las estructuras y el modus operandi de esas organizaciones, no puedo decir nada acerca su “historia natural”, pero lo que sí podemos señalar es que la imagen de los cárteles como organizaciones de pobres es absolutamente falsa. Los “pobres” que hacen los trabajos sucios, inclusive si muy rápidamente dejan de ser pobres, siguen estando al servicio de los “poderosos”. ¿Y quiénes son los poderosos? La respuesta es simple: los enemigos mortales de la Cuarta Transformación.

Lo anterior no es otra cosa que un recordatorio de pequeñas verdades por todos conocidas, pero es interesante porque permite divagar sobre un tema importante, como lo es la lucha de clases. Cuando un conflicto social genuino estalla no hay intermediarios entre las grupos sociales involucrados. Es el amo contra el esclavo, el burgués contra el obrero, el terrateniente contra el campesino. Aquí lo paradójico es que, inclusive asumiendo que los miembros de pandillas o grupos delincuenciales dedicados al tráfico de drogas o a la extorsión son, para expresarme coloquialmente, “hijos del pueblo”, de todos modos es al pueblo al que atacan, al que hacen sufrir. Luego la violencia que se padece en México no es violencia de clase. Es pura y llanamente violencia delincuencial o criminal. Por consiguiente, si no he errado en mi argumentación, a lo que asistimos ahora es esencialmente a una guerra política, no a una lucha popular. Quien paga en grande, con múltiples tragedias, es la población civil, pero aquí el conflicto no es entre la población civil y el Estado como representante de las clases pudientes, sino entre las mafias de políticos defenestrados, de super-empresarios desmedidamente ambiciosos, de ultra-ricos delirantes, por una parte, y el gobierno de México y sus instituciones, por la otra, instituciones que dejan de cumplir satisfactoriamente con sus funciones naturales. Esta lucha en contra de las instituciones nacionales, todos lo sabemos, se inició a partir del momento en que el Lic. Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el Presidente de la República y dio el banderazo para el arranque de la nueva transformación de México. Me parece que solamente un cretino o un sujeto cegado por el odio no reconocería que sólo un individuo con la experiencia política, de honradez inmaculada, de lenguaje simple pero de pensamiento complejo y brillante, de buenos sentimientos, habría podido iniciar el cambio por el que desesperadamente clamaba el pueblo de México, desde Baja California hasta Yucatán. Pero dado que por un sinnúmero de consideraciones él mismo no habría podido darle continuidad a su gran proyecto político de transformación del Estado y de la sociedad mexicanos, el Lic. López Obrador le transfirió a la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo la inmensa responsabilidad de continuar con el proceso ya iniciado. Ahora podemos constatar, una vez más, que el Lic. López Obrador estaba en verdad dotado de un muy fino olfato político, porque eligió para tan importante y noble labor a quien era la mejor opción dentro gabinete. Desde luego que el Presidente López Obrador cometió algunos errores. ¿Quién no comete errores en su vida? Aquí no queda más que contestar con la sentencia de Jesucristo: Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra! Me gustaría en verdad saber quién, hablando con seriedad, tendría la osadía de hacerlo, pero no me hundiré en divagaciones entretenidas pero vacuas. A mí me parece, por ejemplo, que el Lic. López Obrador cometió un error político al permitir que más de un pajarraco le faltara al respeto durante las mañaneras. ¿Por qué? Porque la figura presidencial se tiene que hacer respetar, so pena de que los presidentes corran el mismo sino que Cristina Kirshner, a quienes los medios ridiculizaron durante años al grado de generar un odio irracional en su contra por parte de la mayoría de los argentinos. Y ese odio, lo acabamos de ver, operó de manera efectiva en las últimas elecciones. Pero, como se dice en inglés, vayamos al punto. Yo soy de la idea de que la Dra. Sheinbaum “heredó” un conflicto que si bien ya era muy complejo durante el sexenio pasado ahora es peor, por las razones que venido delineando. Es un hecho que la guerra con los enemigos de la transformación social se recrudeció. Ahora es más cruenta, más omniabarcadora, más irrestricta, más indiscriminada. Ahora quienes se aferran al ideal de la corrupción y de la esclavización de la población están decididos a todo. En cierto sentido, podemos afirmar que México se “ucranizó”: aquí se pueden usar niños para llevar bombas, jovencitos para asesinar a dirigentes políticos, mujeres para llevar la complicada contabilidad de incontables empresas inexistentes, hombres para realizar las acciones más terroríficas que uno pueda imaginar. Ya sólo falta que recluten ancianos! Ahora bien, toda esa movilización no es más que el aspecto visible de la guerra en contra del gobierno. La lucha de los condottieri mexicanos en contra de las instituciones y de quienes ocupan puestos de gobierno se lleva a cabo también en el frente ideológico y de propaganda política. Sobre esto hay que decir unas cuantas palabras.

El frente ideológico es para los enemigos de la nación de suma importancia, por la sencilla razón de que ellos aspiran a volver a revestir sus actividades criminales con el ropaje de la vida institucional, de la legalidad. Para esto tienen que ganar en el terreno de la vida política y en este terreno el juego fundamental es el de las elecciones. Para los delincuentes de cuello blanco es de primerísima importancia recuperar el  terreno perdido. Va a ser muy difícil, yo en lo personal creo que imposible y ello por múltiples razones, que anulen la gran reforma judicial que a través de la participación popular se logró imponer en México, por lo que los objetivos de los canallas anti-mexicanos, de los despreciables vende-patrias, se van a centrar desde luego en la presidencia y en el Congreso, pero van a empezar a tratar de imponer su voluntad en el nivel de presidentes municipales, alcaldes y gobernadores (y de personas que toman decisiones al interior de Secretarías de Estado y cosas por el estilo). Las campañas de odio, de desprestigio, de burla, de tergiversación de hechos, etc., ya empezaron y se materializan todos los días a través de periódicos, radio y televisión. Los millones de pesos no van a faltar, pero aquí se plantea un problema que los derechistas, me parece a mí, ni entienden ni van a poder resolver. Veamos de qué se trata.

         El objetivo primordial de la propaganda política reaccionaria es apostarle al grupo social más numeroso que, en principio, habrá de participar en las elecciones. ¿Cuál es ese grupo? Dicho de la manera más general posible, el constituido por los “jóvenes”, una noción usada de manera deliberadamente ambigua. Tendremos que convivir de ahora en adelante con toda clase de exultaciones, promesas, cuentos de hadas, sueños. etc., de los jóvenes para alejarlos del gobierno, confundiéndolos al máximo y desde luego tratando de corromperlos intelectual y moralmente, es decir, tratando de infundir en ellos un modo de pensar opuesto al que es propio de la Cuarta Transformación. Pero hay un problema: ese proyecto propagandístico sólo se puede implementar despolitizando por completo a sus potenciales receptores. O sea, se le va a hablar a los jóvenes de sueños, de identificación entre generaciones, de modas y de lo que sea menos de temas políticos. La condición para el triunfo político de la derecha mexicana es, pues, la despolitización de la juventud. Pero ¿como se puede ganar una contienda política despolitizando a los participantes? Un programa así es de entrada un programa fallido. No se puede ganar en la lucha política por medio de categorías y consignas que no tienen nada que ver con la política, pero tan pronto se habla de política se le despierta al joven su conciencia política y entonces el mensaje en términos no políticos pierde automáticamente su valor. Esto es comprensible: no se puede engañar a quien ya abrió los ojos!

Ahora bien, un grave problema para el Gobierno de México es que la agresión reaccionaria  está planeada y se lleva a cabo dentro de un marco mucho más peligroso (si cabe), a saber, el constituido por las presiones y las amenazas del gobierno de los Estados Unidos. Aquí se está configurando una coyuntura peligrosa, mas no insuperable. La actitud beligerante del gobierno norteamericano responde a una política de bravuconadas, provocaciones, intimidaciones típicas de un Estado en descomposición pero que todavía tiene la capacidad de hacer daños inmensos e irreparables. La actitud perversa del gobierno estadounidense abre un frente delicado que el Gobierno de la Dra. Sheinbaum no puede simplemente ignorar. Lo que por lo pronto está claro es que el Gobierno de la República tiene que pelear al interior con la delincuencia organizada y al exterior con un gobierno que se rehúsa a ya no ser la hiper-potencia del mundo, lo cual lo lleva a adoptar políticas inviables o contraproducentes, pero también destructivas. En el caso de México, el trato que Trump ha tratado de imponer es el del noble frente al plebeyo, siendo desde luego ellos los nobles y nosotros los plebeyos. Sumando fuerzas, lo menos que podemos decir es que el Estado mexicano no la tiene fácil pero como va a tener que enfrentar los retos, lo que urge es que se vaya ya diseñando la nueva política interna y externa de México y, sobre todo, que se le aplique. En este caso, la pérdida de tiempo significa trabajar para los oligarcas, los capos y, en general, para quienes de uno u otro modo se comportan como los verdugos de la sociedad mexicana.

Cabe preguntar: ¿acaso hay recetas tales que, si se les siguiera al pie de la letra, estaríamos a salvo? Claro que no. Pero hay valores superiores y lineamientos políticos que le permitirían al país enfrentar con éxito los retos del presente. Consideremos primero el frente interno. ¿Cómo poner orden en el caos al que nos lleva la delincuencia organizada y activa? La respuesta es obvia: con la ley. Pero eso no basta, porque todo depende de qué leyes se tenga en mente. Si se va a querer operar o hacer funcionar las instituciones con leyes blandengues que se aplican a medias, entonces lo podemos asegurar la batalla está perdida. En muy poco tiempo se puede generar un escenario social que resulte simplemente imposible de controlar o manejar. Sería algo así como el estallido de una guerra civil, la construcción de un Estado dentro de otro, lo cual llevaría muchos años para poder controlar y desde luego sería de consecuencias funestas a corto, mediano y largo plazo. La solución, por lo tanto, está en las manos de legisladores (a los que habría que ordenarles que no rebajen penas, como lo hizo el inefable R. Monreal hace poco con argumentos de risa y para encolerizar al más pacífico de los ciudadanos), de jueces, de ministerios públicos y de las instituciones policiacas y de defensa de la población en su conjunto. Salta a la vista que ni las fuerzas armadas ni la Guardia Nacional están allí nada más para ayudar a la gente en casos de catástrofes naturales. Urgen leyes severas, policías efectivas, ministerios públicos decididos y jueces impolutos. El Estado mexicano puede contener a la delincuencia, de cuello blanco o de cuello sucio. Las delincuencia por si sola no puede vencer al Estado mexicano si éste funciona como debería y podría hacerlo. Y de esta manera el frente interno estaría bajo control.

En relación con el frente externo, me parece que al gobierno de México se le acaba el tiempo. Lo único que el país no necesita en este momento son diplomáticos debiluchos y ambiguos. Tarde o temprano México se va a ver en una encrucijada imposible de sortear y tendrá que elegir entre la sumisión y el servilismo o la independencia y el progreso. Hay que tener una visión del mundo que tome en cuenta las transformaciones que ya se dieron. Hay, por así decirlo, dos menús políticos, uno representado por (retomando una frase de L. Echeverría) “los emisarios del pasado”, esto es, los muy poderosos todavía pero cada vez más anquilosados Estados Unidos, con una Europa a punto de desmembrarse, y el otro constituido por los BRICS, que hasta un invidente ve que representan el futuro de la humanidad. Si México quiere salvaguardar su soberanía, sus riquezas naturales, su integridad geográfica, su identidad nacional, lo único que no puede hacer es entregarse a sus enemigos naturales, que es lo que la historia cuenta. Las amenazas de invasión por parte de D. Trump no son pronunciamientos de un gobierno amigo ni son avisos que se puedan tomar a la ligera. Aquí abundan las Lilly Téllez y otros engendros políticos que, como ella, con gusto le abrirían las puertas del Palacio Nacional a algún general norteamericano. Ojalá no tengamos nunca que volver a repetir, parafraseándola, la célebre frase del Gral. Anaya: “Si hubiéramos tenido quien nos defendiera no estarían aquí”.

Realidades de la Historia y Verdades del Presente

Yo, modestamente, opino que todas las personas que estén genuinamente interesadas en comprender lo que está sucediendo en el Medio Oriente tienen derecho a recibir explicaciones. Dado que es implausible que haya sólo una explicación que dé cuenta de todos los hechos, lo mejor es atender a todos los que quieran pronunciarse sobre dicho tema (que en realidad es una familia de temas) de manera que encontremos en el mercado de las ideas diversas aclaraciones de modo que la gente pueda contrastar las explicaciones que se avancen y optar libremente por la que le parezca ser la mejor concepción. Es obvio que lo que está pasando ahora en el Medio Oriente tiene que poder ser explicado de manera racional y lo es también que el mero recuento de hechos no equivale a una explicación. Sin duda, hay mucha gente que tiene multitud de datos en la cabeza, pero ello no es equivalente a contar con una explicación mínimamente convincente de los hechos. Sin duda, el periodismo es útil, pero en general la “información” que a través de los medios se obtiene es parcial, incompleta y sobre todo eminentemente tendenciosa, por lo que mantenerse en el plano de los datos periodísticos y televisivos es prácticamente quedarse sin entender nada. Este es claramente el caso, desde luego, de la matanza cotidiana de lo que queda de la población palestina en Gaza y del criminal ataque israelí en contra de Irán, un ataque perpetrado de manera sorpresiva, injustificada y sin una previa declaración de guerra. En este como en otros casos debemos comportarnos como niños, es decir, de la manera más cándida posible, y entonces preguntar: ¿cómo es que pueden darse, teniendo a la población mundial como testigo, fenómenos tan horrendos y tan imperdonables como las masacres cotidianas en la Franja de Gaza y la eliminación selectiva de altos mandos del ejército y del gobierno iraní por parte de fuerzas armadas de un país con el que no se estaba en guerra? ¿Cómo nos explicamos semejante estado de barbarie?

Un primer obstáculo en la  tarea de explicar lo que sucede lo encontramos en quienes intentan a toda costa evitar que la gente comprenda para lo cual se inventaron y pusieron en circulación la expresión ‘teoría de la conspiración’. Se trata de una estratagema que a menudo tiene éxito, aunque sea tan sólo porque a mucha gente le gusta usar expresiones cuyo sentido no del todo capta, pero que dota a quien las usa de un aire de sabiduría y profundidad que nunca nadie les adscribe y eso los gratifica. Así, con expresiones como estas como punta de lanza los partidarios de la incomprensión de lo que está pasando logran a menudo bloquear la especulación racional logrando así que los temas que de manera natural nos interesan queden hundidos en una atmósfera de oscuridad imposible de disipar. No perdamos de vista el hecho de que en general estos enemigos profesionales de la claridad intelectual están muy bien remunerados por lo que trabajan con ahínco para desquitar sueldos y apoyos de toda índole. El resultado neto es que la incomprensión campea en las mentes de las personas, quienes no logran liberarse de las trampas que les tienden quienes luchan contra toda clase de “teoría de la conspiración”.

Desafortunadamente para estos últimos, tarde o temprano la gente en general termina por captar el espíritu de sus consideraciones y muy rápidamente constata que todos aquellos que se solazan hablando de “teorías de la conspiración” no pasan de ser esquiroles teóricos cuyo objetivo primordial no es otro que el de impedir que tanto muchas situaciones históricas como fenómenos sociales actuales se vuelvan inteligibles. Dado que teóricamente, los “anti-conspiracionistas” en última instancia fracasan en sus intentos de bloquear el avance cognoscitivo, el ciudadano cuidadoso debería recordar que en múltiples ocasiones lo que no se logra por las buenas se obtiene por las malas, por lo que no es ni mucho menos absurdo pensar que muy pronto se dejarán oír voces proponiendo que quede estrictamente prohibido proponer cualquier cosa que los enemigos de la verdad denominen ‘teoría de la conspiración’.  Mientras eso sucede, sin embargo, nosotros aprovecharemos que todavía somos libres para generar teorías sobre la temática que sea y delinear, si así nos place, nuestras propias “teorías de la conspiración”, independientemente de lo que se diga. Lo que en cambio siempre será de nuestro interés será la crítica seria que cualquier lector honesto tenga a bien emitir.

Iniciemos entonces nuestra labor consistente en esbozar a grandes brochazos una teoría que permita dar cuenta de lo que está pasando en esa parte convulsionada del mundo que es el Medio Oriente. Para ello, lo primero que habría que hacer sería preparar el escenario, esto es, el telón de fondo que es lo que permitirá dotar de un sentido preciso a nuestras afirmaciones y acomodarlas de manera apropiada en lo que sería un  nuevo mosaico de hechos. En concordancia con ello, quisiera empezar por traer a la memoria una verdad muy simple, a saber, que eso que a nosotros nos puede parecer lo más natural del mundo, a saber, que el mundo se divide en países, es una realidad relativamente reciente. Antes de que hubiera países independientes hubo imperios, los cuales albergaban a muchos de los que ahora son países soberanos y autónomos. Un ejemplo paradigmático de ello es el Imperio Austro-Húngaro, el cual incluía lo que ahora son Hungría, Austria, la República Checa, Eslovaquia  y por lo menos parte de Polonia, de Rumanía y de lo que alguna vez fue Yugoeslavia. En todo caso en Europa, con el abandono paulatino de una lengua común impuesta por la fuerza como lo era el latín, el constante debilitamiento de la Iglesia Católica, el desarrollo económico propio del capitalismo, el auge de la ciencia y algunos otros factores como estos se fueron cocinando las condiciones para el surgimiento de grupos humanos que se sentían unidas por tradiciones concretas, un mismo lenguaje, intereses más nítidamente delimitados y que simplemente no embonaban con los de otros sectores, comunidades o sociedades que constituían a los distintos imperios. Se fue así debilitando el “Antiguo Régimen”, un proceso que simbólicamente culminó con la decapitación de Luis XVI y de María Antonieta, en 1793. Ellos, desde luego, no fueron los únicos en ser sacrificados en la rueda de la historia, pero sí son símbolos muy representativos de lo que es el cambio social. El Imperio Austro-Húngaro, claro está, sólo se acabó con la Primera Guerra Mundial, pero las bases de su desaparición habían sido sembradas desde mucho tiempo antes.

En el siglo XX, la ejemplificación más clara y contundente del fin del período de la monarquía lo tenemos en la Revolución Bolchevique, dirigida por personajes míticos, como V. I. Lenin, Y. Sverdlov y León D. Bronstein, alias Trotsky. Fueron Lenin y Sverdlov (Trotsky, no estaba en Rusia en ese momento) quienes en 1919 ordenaron, por razones políticas y militares precisas, la eliminación del zar Nicolás II y de toda su familia, de facto encarcelada en la ciudad de Ekaterimburgo. Con la muerte, primero de Sverdlov, posteriormente la de Lenin y a raíz de ésta de la derrota política y administrativa de Trotsky (a quien a pesar de todo se le permitió emigrar), la revolución bolchevique se transformó en la revolución soviética, propiamente hablando, dirigida ésta ya por José Stalin hasta la muerte de este último, en marzo de 1953. La Unión Soviética evolucionó y murió, pero la nobleza de los Romanov nunca fue restablecida. Por otra parte, hay que constatar que, si bien ya sin imperios y de hecho al margen de sus respectivos gobiernos, todavía quedan remanentes, cada vez más dañinos, obsoletos y ridículos, de las monarquías de sangre. Éstas en realidad no se componen de otra cosa en nuestros días que de figuras decorativas sin poder ni injerencia en los asuntos de los Estados en los que todavía subsisten. España e Inglaterra son, si no estoy en el error, los mejores ejemplos de nobleza decadente e inservible. No creo mentir si afirmo que en los últimos tiempos a lo único a lo que han dado lugar los miembros de las familias reales europeas es a escándalos, a delitos de diversa índole y a auto-exhibiciones como paradigmas de la banalidad, la ociosidad y el parasitismo. Desde luego que no sé cuánto tiempo sobrevivirá la institución de la monarquía, pero lo que sí me atrevo a predecir es que su salida del mundo – considerado el tiempo históricamente – no tardará mucho en llegar.

Por mi parte, reconozco que estoy convencido de que la gente que vivió los acontecimientos decisivos en las épocas del derrocamiento de las monarquías no habría podido entender la naturaleza última de los cambios que se estaban operando ante sus propios ojos. La gente simplemente era testigo de diversos sucesos cuya significación última inevitablemente se le escapaba. Insisto en que eso es de lo más natural y es perfectamente comprensible de suyo porque, según yo, un fenómeno similar se produjo en nuestros tiempos y la gente no se percató de ello ni tiene la más remota idea de la importancia del cambio operado. La gente vive los procesos que le  toca vivir, pero no necesariamente puede dar cuenta de ellos. Para superar el escepticismo que podría invadir a los potenciales lectores de estas líneas cuando digo que en general la gente no aprehende la naturaleza de cambios que tiene ante los ojos no queda más que presentar un caso concreto. Veamos si es ello como yo me lo imagino.

Tal vez deba empezar por señalar que lo que me interesa de los recordatorios elementales de historia que hice más arriba es que éstos permiten trazar un parangón muy ilustrativo con la situación actual. Desde mi perspectiva, así como los imperios europeos y el Antiguo Régimen se descompusieron en países, un fenómeno que requirió del surgimiento del sistema capitalista, de la sociedad burguesa, de la industrialización, de la implantación de la democracia, etc., en la actualidad los países de facto están empezando a borrarse o, para ser más precisos, no los países en tanto que entidades delimitades geográfica, histórica y políticamente, sino sus gobiernos. Factores como la globalización y el auge de colosales empresas trasnacionales tanto de ropa como de minerales raros, la unificación de las redes bancarias, la subordinación de ciertas monedas a otras, la re-estructuración y regulación del comercio mundial, la computarización en todos los dominios de la vida humana, etc., fueron inadvertidamente generando organizaciones e instituciones igualmente trasnacionales o, para decirlo de otra manera, supra-nacionales. La Organización Mundial de la Salud, la ONU, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, el Banco Mundial, la FIFA, etc., dictan políticas para todos o por lo menos para la inmensa mayoría de los países. Lo interesante de ello es que a través de todos esos organismos mundiales se fue de hecho generando también un coordinador, un manager trasnacional o, en otras palabras, un gobierno mundial, un gobierno de o para los gobiernos nacionales. Los países pueden seguir allí, pero el hecho es que ellos ya no son autónomos. Hay un estructura financiera, económica, militar, comercial, etc., mundial, a la que los países se tienen que someter, so pena de verse severamente castigados, aislados, privados de toda clase de ayuda por parte del nuevo gobierno mundial y, eventualmente, destruidos. Dicho sea de paso, tampoco son los pueblos libres políticamente en nuestros días, puesto que todos deben jugar lo que podríamos llamar el ‘juego de la democracia’, que es el mejor mecanismo para mantenerlos bajo control. Ya no se puede pensar en sistemas alternativos de gobierno y de organización social, porque de inmediato recae sobre quien haga alguna propuesta en este sentido el peligroso epíteto de ‘anti-democrático’, con lo cual la persona en cuestión, sea dirigente político o simplemente libre-pensador, se hace acreedora automáticamente de un repudio generalizado. Huelga decir que calificativos como esos abundan en la actualidad, pues ya quedó demostrado que constituyen un mecanismo efectivo de descalificación y desprestigio de quien osa pensar de un modo diferente al estipulado por los amos del mundo. Por lo pronto, lo que a nosotros nos debe quedar claro es que el gobierno mundial al que aludo es básicamente el gobierno de Occidente, entendido éste como una entidad política, financiera, militar y demás. Este nuevo gobierno supra-nacional ahora abarca no sólo a países como México, Nueva Zelandia y Japón, sino (y sobre todo) a Francia, a Alemania, a Gran Bretaña y, desde hace unas décadas, a los Estados Unidos también. En otras palabras, este nuevo gobierno mundial está por encima de los gobiernos particulares en el sentido de que los domina y por debajo de ellos en el sentido de que es la plataforma colectiva. Pero – podría preguntarse – ¿en dónde está el gobierno que coordina y maneja a todas esas instituciones, ese supuesto gobierno mundial? La respuesta requiere de un mínimo de aclaraciones previas.

Uno de los puntos más originales y llamativos del discurso político de Donald Trump desde muchos años antes de su segunda campaña presidencial fue su constante alusión a lo que  él denominó el ‘Estado Profundo’ (Deep State). Éste tiene diversos componentes, pero indudablemente el fundamental es el sionismo norteamericano. Pienso, por lo tanto, que la respuesta a la pregunta del párrafo anterior es relativamente obvia y muy simple: ese super-gobierno mundial si bien extiende sus tentáculos en todo el mundo Occidental en última instancia tiene su sede en Israel o, quizá mejor, es el gobierno de Israel y sus ramificaciones a lo largo y ancho del mundo. La ventaja de este cuadro del tablero mundial es que permite generar de manera muy fácil explicaciones aceptables de fenómenos que con el cuadro tradicional en términos de países que tienen a los Estados Unidos como líder simplemente no se pueden proporcionar. Por ejemplo, desde este nuevo punto de vista resulta abiertamente grotesco y profundamente estúpido hacer afirmaciones como la de que Israel es el mejor aliado de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Eso quizá haya sido así en algún momento del pasado, pero ciertamente no lo es en la actualidad. Sin duda alguna, el gobierno de los Estados Unidos fue el gobierno más poderoso del planeta después del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero no sólo ya perdió su carácter de única superpotencia, sino que terminó siendo controlado y manipulado por el nuevo gobierno mundial, un gobierno esencialmente sionista que obviamente no surgió por generación espontánea, sino cuya existencia tiene un sinfín de causas precisas. De ahí que en realidad ese Goliat entre los gobiernos del mundo que es el gobierno de los Estados Unidos no sea después de todo más que un engranaje más, sin duda el fundamental, del sistema capitalista trasnacional manejado a su antojo por el David que es el gobierno sionista mundial. Como todos los demás en Occidente, el gobierno norteamericano se subordina a este gobierno mundial no perceptible a la mirada superficial, pero que es el coordinador real de la economía, el comercio, las finanzas, etc., de por lo menos el mundo occidental y que tiene su asentamiento en el gobierno israelí. Naturalmente, es en el gobierno norteamericano, entendido como el más poderoso de todos los miembros del Estado Mundial, en el que el gobierno sionista mundial más concentra su atención y cifra sus esperanzas. Los Estados europeos son elementos ya completamente digeridos por el gobierno mundial, el cual los maneja como mejor le conviene y de los cuales recibe todo el apoyo que necesita o ¿acaso no está la OTAN participando activamente en la guerra entre Israel e Irán? Negar esa verdad es como querer tapar el sol con un dedo. De todos modos cabe preguntar: ¿cómo diablos podría el gobierno israelí manejar al poderoso gobierno norteamericano al grado de imponerle políticas abiertamente contraproducentes para el pueblo norteamericano, para los Estados Unidos de América? En el complejísimo proceso de manipulación del gobierno norteamericano por el Estado profundo sionista mundial operan múltiples “factores”, como lo son la Reserva Federal, Hollywood y la prensa mundial, instituciones mundiales como las mencionadas anteriormente, etc., todo ello en concomitancia con el férreo control de las Cámaras de Senadores y de Representantes (o sea, el Poder Legislativo de los Estados Unidos), de las gubernaturas estatales a través de un sinfín de bien conocidos mecanismos de convencimiento y de presión y, desde hace unas décadas ya pero ahora de manera manifiesta del Poder Ejecutivo mismo de los Estados Unidos. Hasta un niño sabe que las campañas electorales en los Estados Unidos se ganan con las aportaciones de millones de dólares de donadores y que si Donald Trump llegó a la presidencia fue gracias precisamente (entre otras cosas) a las donaciones de ciudadanos americano-israelíes, como la heredera del imperio de los casinos. Miriam Adelson, fanática pro-israelí sin cuya cooperación Trump ciertamente no habría regresado a la Casa Blanca. ¿Quién manda en los Estados Unidos? Concretamente: en lo que concierne a la guerra entre Irán e Israel: ¿quién es el verdadero presidente: Trump o Netanyahu? Yo creo que los hechos hablan por sí mismos y no se necesita poner en palabras lo que indican.

Debo advertir que no es mi objetivo hundirme aquí y ahora en consideraciones concernientes al origen y las implicaciones del trascendental proceso histórico-político que estamos viviendo. Incursioné superficialmente en ese terreno porque aspiro a explicar lo que está pasando en el Medio Oriente. Es de esto de lo que hay que hablar y para lo cual las aclaraciones anteriores eran indispensables.

Propongo que, al menos momentáneamente, se conceda que, aunque sea a grandes rasgos, lo que he expuesto es una hipótesis relativamente fiel a los hechos. Podemos entonces hacer preguntas para las cuales deberíamos en principio recibir respuestas claras. Quizá no esté de más empezar por señalar que los adversarios de las “teorías de la conspiración” son incapaces de explicar por qué Israel es el único país que no se somete y que no respeta las regulaciones que valen para todos. Nosotros exigimos, por ejemplo, que se nos explique por qué puede el gobierno de un país territorialmente insignificante como lo es el de B. Netanyahu bombardear diariamente durante casi dos años a una población indefensa, como lo es la población de Palestina (de la Franja de Gaza sobre todo). Esta explicación sencillamente no se puede encontrar en el marco de la visión común en términos de países independientes. Yo pregunto: ¿qué otro país en este mundo se atrevería a hacer algo semejante? La respuesta es inmediata: ninguno, pero ese es precisamente el misterio: ¿por qué Israel sí puede y los demás países no? ¿Por qué los israelíes sí pueden torturar, violar, robar, asesinar impunemente como lo han hecho en Palestina desde hace 80 años, una conducta que la comunidad internacional no le permitiría a ningún otro país? ¿Por qué con Israel se quedan todos los gobiernos callados y hasta le aplauden cuando comete actos palpables de barbarie? A mí me parece que de alguna manera se tiene que explicar semejante singularidad, semejante excepcionalismo! ¿Por qué Israel y sus criminales dirigentes, auténticos delincuentes y criminales de guerra, no son nunca llevados ante los tribunales internacionales erigidos precisamente para perseguir delitos flagrantes, innegables, imperdonables de lesa humanidad, como los cometidos por los militares israelíes, desde el más engreído de los generales hasta el más corrupto de sus soldados? Todos hemos visto a militares israelíes aventar hacia arriba a personas en sillas de ruedas, golpear niños como si fueran luchadores, robarse lo que se les antoja cuando entran a las casas de familias palestinas y así ad nauseam. ¿Por qué Israel puede anexarse territorios a su gusto, desplazar a poblaciones enteras como si se tratara de rebaños de borregos, algo que si se tratara de otro país de inmediato suscitaría la reacción espontánea de protesta de todos los gobiernos? Estas y muchas otras son preguntas que todo mundo se plantea, pero que con el enfoque tradicional de países dizque autónomos simplemente no se pueden responder nunca de manera satisfactoria. En cambio, si modificamos el enfoque, entonces sí podemos empezar a entender el por qué de lo que sucede en el Medio Oriente.

Llegamos ahora al conflicto con Irán. Yo quisiera que los enemigos de la razón, esto es, los que permanentemente conspiran en contra de las “teorías de la conspiración”, nos expliquen por qué un país puede darse el lujo de bombardear a otro sin que le haya hecho absolutamente nada! Porque así como Irak fue brutalmente sacrificado enarbolando la falsa bandera de que tenía armas de destrucción masiva, una mentira flagrante que costó la vida de por lo menos un millón de ciudadanos iraquíes, ahora Irán es atacado con el armamento más avanzado que hay acusado de tener lo que todo mundo sabe perfectamente bien que no tiene, a saber, una bomba atómica. Y por si fuera poco; ¿quiénes hacen semejante acusación? La hacen quienes tienen almacenadas más de 200 ojivas nucleares, de las cuales pueden hacer uso en todo momento. Este descaro sólo lo pueden manifestar las autoridades de un país que está seguro de que tiene las riendas de la mitad del mundo en la mano. ¿Cómo es posible que nadie pregunte por qué Israel se permite acusar en la Asamblea General de la ONU a Irán de violaciones a la reglamentación mundial de la energía atómica cuando ese mismo país no permite ninguna inspección por parte de la Organización Internacional de la Energía Atómica, algo que Irán sí permitía hasta antes de que bombardearan su territorio? Obviamente, muchas respuestas a preguntas concretas para las que todos buscamos respuestas tendrían que venir acompañadas de datos concretos, pero mi objetivo no es esa clase de investigación. Mi objetivo era simplemente sugerir lo que puede ser el marco dentro del cual se puedan acomodar los hechos de un modo que el resultado sea comprensible para todos y que permita generar explicaciones genuinas y convincentes, algo que de hecho en relación con Israel no hemos recibido desde hace ya muchos lustros.

Como era de esperarse, la transformación casi insensible de la faz política de la Tierra acarrea consigo cambios en las mentalidades. Esto se ve con toda claridad en las conductas verbales de los gobernantes. Cualquiera puede percibir que los gobernantes y mandamases sionistas están imbuidos de soberbia, de altanería irreligiosa, de indiferencia total por las vidas de los ciudadanos sencillos, simples, normales. Salta a la vista que a los miembros de esa nueva nobleza que es la nobleza financiera y a sus representantes legales, los Netanyahus y los Blinken, les falta todavía mucho para ostentarse como verdaderos nobles. Por así decirlo, les falta estilo. Nadie en el medio resulta más odioso que el descarado Netanyahu, quien lloriquea porque un misil iraní afectó un hospital en Tel Aviv cuando él ordenó la destrucción de todos los hospitales y clínicas en Gaza (más de 700) o cuando ridículamente se rasga las vestiduras por el hecho de que el conflicto con Irán habría obligado a su pobre hijo a posponer por segunda vez su boda. Qué tragedia! Uno inocentemente se pregunta: ese monstruo: ¿se representará alguna vez a los niños que por órdenes suyas quedaron mutilados, fueron operados sin anestesia, acribillados a mansalva? ¿O a las mujeres palestinas humilladas, violadas, asesinadas por soldados y colonos, verdaderas bestias con los que sólo compartimos la pertenencia a la especie? Para Netanyahu y sus correligionarios, es decir, para los miembros del nuevo gobierno mundial, las vidas de quienes no pertenecen a su club no tienen ningún valor. Para ellos sólo los negocios de las trasnacionales y de la banca mundial son dignos de ser tomados en cuenta. Qué contraste tan notorio con el líder supremo iraní, el Ayatola Alí Khamenei! La alocución de este último al pueblo iraní después del artero y criminal ataque por parte del Estado lacayo norteamericano con el cual el gobierno iraní estaba en pláticas para llegar a acuerdos importantes puso en evidencia la inmensa y hasta conmovedora superioridad moral y espiritual del máximo líder iraní frente a los ambiciosos sin Dios como Netanyahu, el actual presidente del gobierno de Occidente. No cabe duda de que de tal gobierno, tal dirigente!

Por lo pronto podemos concluir que de lo que hemos sugerido emerge para el ciudadano común y para los dirigentes de los países por lo menos un resultado importante. Si la gente logra explicarse de manera satisfactoria lo que está realmente pasando en el Medio Oriente, inevitablemente verá en la guerra contra Palestina y contra Irán una guerra contra ella misma. Quien comprenda la situación de inmediato de identificará sentimentalmente con los pueblos palestino e iraní y sentirá que su victoria y su derrotan son también las suyas. Si nuestro esbozo de explicación es acertado, por una parte la gente podrá comprender por qué la victoria de Irán es crucial para su futuro, es decir, para el futuro de los ciudadanos del mundo que aspiran a vivir en la igualdad y en el respeto mutuo. Y por otra parte los gobiernos que no quieran ser convertidos por la fuerza en vasallos perennes de un déspota Estado mundial podrán empezar a maniobrar para liberarse de las garras de una plataforma de poder que ha demostrado no ser otra cosa que una máquina de destrucción y de muerte.

 

Zelensky y la Humanidad

Yo sinceramente creo que cualquier persona de buena voluntad, de la nacionalidad que sea, que le echara un vistazo a la situación que prevalece en Europa Oriental, de inmediato llegaría a la conclusión de que ésta se está agravando minuto a minuto y ello de manera alarmante. A pesar de los genuinos pero poco duraderos esfuerzos por parte del presidente Donald Trump y de la perseverancia e inmensa paciencia del gobierno de la Federación Rusa en entablar negociaciones serias con Ucrania para ponerle fin a un conflicto en el que no hay más que un vencedor evidente, que es Rusia, Volodimir Zelensky, el soi-disant presidente ucraniano sigue empeñado en bloquear sistemáticamente todo intento por construir la paz. Si se desconocen por completo los hechos, lo primero que se pensaría es que en Zelensky nos las estamos viendo con un héroe que combina la inteligencia de Ulises con la valentía de Eneas. El problema es que la condición para formarse semejante idea de Zelensky es la ignorancia total de los hechos. La verdad es que, para cualquier persona normal, mínimamente instruida, la conducta de Zelensky no podría entenderse de otra manera que como la de un individuo declaradamente irracional, movido sólo por emociones morbosas, un insensato irresponsable que sin remordimiento alguno arrastra a su pueblo al infierno. Sin embargo, es claro que todo intento de explicación de la conducta de Zelensky en esos términos sería demasiado fácil, demasiado burda, demasiado superficial y ello por no pocas razones. De hecho, el mayor favor que podría hacérsele a Zelensky sería declararlo un enfermo mental, un psicópata, porque entonces se le estaría eximiendo de su responsabilidad política, militar e histórica. Después de todo, los locos no rinden cuenta de sus acciones. De ahí que si se decidiera clasificarlo como un “enfermo mental” nos quedaríamos sin explicación de todo lo que ha pasado desde que aceptó cambiar sus disfraces de comediante por su eterna vestimenta de militar, una vestimenta que, dicho sea de paso, le valió un comentario un tanto burlón por parte del presidente D. Trump cuando éste lo recibió en la Casa Blanca (“Vean, vino muy elegante”! o algo por el estilo le dijo D. Trump a los periodistas al momento de recibir a Zelensky). Nosotros, sin embargo, aspiramos a comprender lo que está sucediendo en Ucrania, para lo cual lo primero que tenemos que hacer es rechazar la idea de la idiotez congénita  de Zelensky. No! Zelensky no es ni un tonto ni un ingenuo ni una persona engañada. Él sabe perfectamente bien lo que hace, pero es precisamente por eso que nos encontramos ante un enigma. Es curioso, pero casi podría sostenerse que en este punto Zelensky es como una refutación viviente ni más ni menos que de Platón. Éste sostenía que nadie busca hacer el mal deliberadamente; el mal es producto sólo de la ignorancia. Sin embargo, si no estamos en el error eso es precisamente lo que  Zelensky hace: él deliberadamente promueve el mal. De ahí que nuestro interrogante es: ¿cómo puede alguien perfectamente consciente de lo que hace optar por hacer el mal? Ese es el “misterio Zelensky”.

Con toda franqueza, no creo disponer de todos los medios para poder despejar la “incógnita Zelenski”. No obstante, creo que alguna luz podremos echar sobre el tema de modo que el fenómeno ucraniano nos resulte un poquito más comprensible. En lo que sigue, por lo tanto, procederé del siguiente modo: voy a hacer unos cuantos recordatorios elementales sobre la situación actual y luego trataré de delinear lo que sería la verdadera explicación de lo que está sucediendo en Ucrania y de la conducta de ese ángel de la muerte llamado ‘Volodomir Zelensky’.

En primer lugar, me parece que habría que empezar por admitir que la situación en el frente es costosa y penosa para Rusia, entre otras razones porque contra quien tiene ésta que pelear no es contra las fuerzas armadas de Ucrania únicamente, sino contra las fuerzas de la Unión Europea disfrazadas de soldados ucranianos. Ahora bien, dicho esto habría que reconocer que es igualmente innegable que la situación es todavía peor para Ucrania y que para el pueblo ucraniano esta guerra dejó de ser una pesadilla para convertirse en una auténtica tragedia. Pero entonces la pregunta que de inmediato todos queremos plantear es la siguiente: ¿por qué si de facto, es decir, objetivamente Ucrania tiene perdida la guerra, por qué si es simplemente impensable que la gane, por qué Zelensky se aferra a una política belicosa e intransigente que de manera fácilmente confirmable sólo contribuye a una inútil destrucción de su país y a una innecesaria aniquilación de cientos de miles de personas? A primera vista, la política del gobierno ucraniano liderado por Zelensky es absurda.

Obviamente, sin embargo, dicha conducta dista mucho de ser ininteligible; más bien, es perfectamente comprensible, inclusive si es totalmente descabellada y errada. En realidad, a mí me parece que la solución del “enigma Zelensky” es en el fondo bastante sencilla. Lo que se tiene que entender es que hay elementos anormales en el tablero político y lo que quiero decir con eso es simplemente que en el conflicto ucraniano están operando subrepticiamente causas que desconocemos. Es por eso que a partir de cierto momento la situación ya no puede resultarle explicable al hombre de la calle, esto es, al individuo engañado por los medios de comunicación masiva (periódicos y televisión, sobre todo). Pero entonces, asumiendo que Zelensky no es un lunático y que sabe perfectamente bien qué es lo que está haciendo, lo que tenemos que hacer es rastrear las causas ocultas de la guerra de Crimea. Eso, desafortunadamente, es una labor mucho más difícil de lo que podría pensarse a primera vista.

Afirmé que en la tragedia ucraniana operan dos clases de causas: las que están a la vista y las que están ocultas y no salen más que muy rara vez a la luz. Antes de tratar de adivinar cuáles podrían ser estas últimas, veamos primero a qué nos referimos cuando hablamos de las causas visibles de desmoronamiento de Ucrania. Pienso básicamente en hechos como los siguientes:

a) el choque militar frontal con una superpotencia, como lo es Rusia. De entrada resultaba claro que las provocaciones ucranianas, e.g., hostigando a las minorías rusas del Donbass, eran una especie de medidas suicidas que no tenían mayor sentido.

b) El medio trillón de dólares que Ucrania ha consumido básicamente en armamento por lo menos desde que se inició la guerra con Rusia y que prácticamente representa el remate de la riqueza mineral, agrícola, energética, etc., de Ucrania para beneficio de gobiernos y empresas extranjeras.

c) La fantástica corrupción del gobierno de Zelensky y su pandilla, a expensas claro está del presupuesto nacional y en detrimento de la inversión pública, es decir, en favor de la población.

d) El doloroso costo humano y de infraestructura cuya reconstrucción llevará lustros y el sacrificio de por lo menos toda una generación.

e) El drástico cambio en la política presidencial de los Estados Unidos, pilar fundamental en el proyecto criminal en contra de Rusia.

Estos son algunos de los hechos más prominentes en el panorama ucraniano que permiten que uno se forme una idea de la magnitud del desastre que está ocurriendo en lo que otrora fuera la República Soviética Socialista de Ucrania. El problema es que si nada más nos fijamos en estos y en otros factores como estos, entonces seguiremos sin entender por qué Zelensky no los toma en cuenta, por qué no les concede la importancia que sin duda tienen. Por consiguiente, tiene que haber otros elementos de peso a los que nosotros, pobres mortales, no tenemos acceso pero que son los que realmente explicarían su desempeño como “presidente”. Por ejemplo, algo que visto desde lejos simplemente no se entiende es la aparentemente irrevocable decisión del político ucraniano de por ninguna razón hacer la paz con Rusia. Pero ¿qué hay detrás de la decisión de Zelensky de que, pase lo que pase, mientras él sea “presidente” (dicho sea de paso, un presidente usurpador, puesto que ya terminó su periodo y no ha llamado a elecciones, entre otras razones porque él sabe que si convocara a elecciones las perdería ignominiosamente) nunca hará la paz con Rusia? Una vez más, cualquier persona normal se preguntaría: ¿pero por qué? ¿Por qué si es factible entablar conversaciones serias para la paz, inclusive con la participación de otros países, el representante oficial de Ucrania, el gran usurpador, Volodomir Zelensky, prefiere morirse antes que firmar la paz con Rusia? Con toda franqueza: ¿no le parece al lector eso algo raro? Yo creo que, de manera cándida o espontánea, en un primer examen de la situación nadie razonable lograría dotar de sentido a la conducta de Zelensky. A la gente normal, sensata, sin parti pris sólo le quedaría recurrir a fórmulas simplonas que para lo único que servirían sería para expresar que se llegó a los límites de la inteligibilidad. La gente diría cosas como ‘Zelensky se volvió loco’ o ‘a Zelensky lo engañan sus militares’ o algo por el estilo. Y ya no habría más que decir.

Ahora bien, yendo en contra de lo que las apariencias hacen pensar, yo considero que Zelensky es un individuo perfectamente coherente y no sólo coherente, sino que es un sujeto decidido inclusive a convertirse en mártir de sus inconfesables ideales y objetivos políticos. Hasta donde logro ver, Zelensky está dispuesto a morir por sus ideales (si bien habría que decir también que la perspectiva de nadar en dinero viviendo de incógnito en alguna isla paradisiaca del Océano Índico que con gusto le regalarían sus compinches extranjeros después de su derrota debe resultarle, a él y a su esposa, un proyecto sumamente atractivo y tentador). Lo que en todo caso es muy interesante es el rol fundamental que ha venido desempeñando desde hace varios años, un rol que desde el primer momento él se tomó muy en serio. En mi opinión, es importante comprender su trayectoria. No olvidemos que él es un cómico de vaudeville, por lo que para comprender al personaje lo que se requiere es quitarle la máscara y ver qué es lo que tras ella se esconde. Eso no es nada fácil, pero lo menos que podemos hacer es intentarlo tratando de generar una hipótesis genuinamente explicativa.

Consideremos entonces a ese adefesio humano que es V. Zelensky. No se necesita ser psicólogo lombrosiano para detectar en su rostro los gestos que lo delatan como un auténtico criminal ni se necesita ser un filósofo del lenguaje para descifrar su mentalidad a través de su forma tan ofensiva de hablar. Hay en verdad un sentido en el que Zelensky es enteramente transparente. En efecto, es un individuo que no puede ocultar su odio mortal, total y definitivo por Rusia. Para confirmar esto lo único que se tiene que hacer es fijarse en los hechos.

Tratemos primero de describir fielmente el mosaico de hechos en el que está inmerso Zelensky.  ¿Cuáles son nuestras premisas? Zelensky (atención: no Ucrania) goza del total apoyo del ya ni siquiera tan oculto gobierno mundial que manipula como quiere y le conviene a los gobiernos de Europa Occidental. Zelensky es el instrumento designado y preparado para cumplir con los objetivos que el gobierno de Occidente fijó y le encomendó. Siendo él partidario de dicho programa y a la vez un fanático total, no hubiera sido nada fácil encontrar a un mejor instrumento político para cumplir con el programa de la OTAN, del Deep State norteamericano y de la burocracia superior de los países de Europa (con excepción, obviamente, de Bielorrusia). Digámoslo con toda claridad y con todo respeto: Zelensky resultó ser el agente secreto perfecto. Este es un primer punto.

Un segundo punto es el siguiente: a estas alturas del proceso bélico, Zelensky sabe que esta guerra con Rusia la tiene perdida y aún así lo único que no quiere es hablar de paz. No olvidemos, dicho sea de paso, que la decisión de no rendirse significa la destrucción total de su país y la muerte de decenas de miles de ucranianos. Pero ¿por qué alguien preferiría un desenlace como ese a un arreglo negociado que permitiría rescatar a su país de la ruina y la extinción y que le garantizara a lo que quede de su población un mínimo de bienestar? Obviamente, aquí hay algo que no se nos ha dicho. Como diría Kant, quien quiere el fin quiere los medios, pero si lo que sucede es que él tiene en mente otros medios, ello significa que él tiene tiene en mente también otros fines y entre esos fines no están la integridad de Ucrania ni el bienestar del pueblo ucraniano, o lo están sólo que de manera secundaria o derivada. Yo pienso entonces que si alguien en las nada envidiables condiciones de Zelensky persiste en la política de guerra total es porque tiene fines no reconocidos públicamente y cree poder llegar a tener los medios que se requieren para su obtención. Hay, pues, una situación, por así decirlo, invisible que se sobrepone a la que todos conocemos y que necesitamos para explicar la conducta de Zelensky. Naturalmente, no va a ser fácil encontrar la explicación de lo que son los retorcidos contenidos políticos y mentales del peor enemigo que ha tenido Ucrania, y digo ‘peor’ porque la está conduciendo directamente a su destrucción; tampoco la vamos a encontrar en los programas de desinformación de la CNN o en los artículos del New York Times o del Washington Post. En los medios de desinformación masiva sistemática no vamos a encontrar otra cosa que eso, a saber, desinformación masiva (datos falsos, explicaciones falaces, mentiras por toneladas, etc.). Nótese que esta desinformación masiva significa un apoyo silencioso pero total a los planes ocultos de Zelensky. Bien, pero ¿cuáles son esos planes?

Llegamos ahora sí al meollo del asunto. La conducta a primera vista absurda de Zelensky se explica por el hecho de que él está persuadido de que se puede generar una situación militar tal que permita el bombardeo atómico de Rusia. Obviamente, alguna reacción rusa se produciría y no es impensable que Kiev fuera arrasada, con todo y Zelensky, pero eso a un fanático ya no le importa. Más aún: no importa que toda Ucrania quedé hecha polvo. A Zelensky lo único que le importa o lo que más le importa y por lo cual está dispuesto a dar todo es la destrucción de Rusia. Pero ¿por qué cree él que eventualmente podría logar su cometido? Porque efectivamente tiene el apoyo real del gobierno supra-estatal de Occidente y el objetivo principal en este momento de ese gobierno es la destrucción de Rusia. Tengamos presente que se trata de un gobierno no elegido por una votación universal, sino auto-impuesto y auto-impuesto porque, a través de complejos mecanismos financieros, políticos, comerciales, “culturales”, militares y propagandísticos, ejerce un control férreo sobre las decisiones gubernamentales de los países occidentales, empezando en los Estados Unidos, pasando por prácticamente toda Europa y los países, llamémosles así, del Sur global.

Oficialmente entonces los gobernantes occidentales, naturalmente, no sólo apoyan a Zelensky sino que él es parte esencial en sus macabros planes y todos ellos están dispuestos a exponer a sus pueblos y sus ciudades con tal de que el plan de aniquilamiento de Rusia triunfe.  Es obvio que se ha hablado tanto de una conflagración atómica mundial que los “super dotados” think tanks de Occidente ya perdieron el miedo o creen que pueden ganar dicha confrontación con Rusia. De hecho, el bombardeo de los aeropuertos rusos el domingo pasado 1º de junio fue un intento por dejar inutilizados los aviones que podrían llevar bombas atómicas a cualquier parte del mundo y que estaban estacionados al aire libre en concordancia con los acuerdos internacionales concernientes a bombarderos atómicos. Ahora bien, si los hubieran efectivamente destruido Rusia habría súbitamente quedado en gran medida inhabilitada para responder a un ataque atómico sorpresivo. Ahora sabemos que se trató de una operación realizada por las fuerzas inglesas. En todo caso, Zelensky, en connivencia con los gobernantes occidentales y el Estado Profundo norteamericano, está convencido de que se puede construir una situación que le permitiría a quienes lo pusieron al frente del gobierno ucraniano atacar desde Ucrania ya sin restricciones a Rusia y acabar con ella de una vez por todas. Son causas como está las que mantienen viva una guerra que ya no tiene militarmente hablando ningún sentido.

La conducta de Zelensky exhibe de manera palpable lo que estoy afirmando. A él no le importan los niños ucranianos, no le importan los hombres y mujeres de Ucrania, porque él, en el sentido relevante, ni siquiera es ucraniano. El es de aquí y de allá, de todos lados y de ninguno, pero ante todo y sobre todo es enemigo de Rusia. Y la verdad es que se ha desempeñado tan bien en su rol de dirigente de Ucrania que de hecho en este momento Zelensky es, para las élites de las élites, el héroe supremo, el hombre más querido, el verdadero representante de cierta ideología y de un cierto proyecto de conquista del mundo, ese proyecto que Putin frustró cuando llegó a la presidencia de la Federación Rusa. Ahora sí todo lo que Zelensky hace y dice (por ejemplo a través de su horripilante blog, en el que destila como pocas veces lo podemos detectar en la historia de la humanidad un odio contra el pueblo ruso absolutamente escalofriante) se vuelve transparente, inteligible, evidente. Obviamente, todos entendemos que para él las “conversaciones” con el team ruso para concertar acuerdos y preparar el terreno para la paz no son más que una estratagema barata para ganar tiempo, rehacer sus fuerzas y hacer todo lo que esté a su alcance para, en esta última etapa de la guerra, asegurar que el choque con Rusia cambiará de status y pasará de ser una guerra proxy, es decir, una guerra en nombre de otros, a ser un enfrentamiento global, que es al parecer a lo que están dispuestos los amos secretos del mundo. El presidente Trump ha hecho todo lo que ha podido para evitar que la guerra se oriente en esa dirección, pero ya quedó claro que el Estado Profundo norteamericano, la super élite gubernamental, financiera, hollywoodense y demás, ya lo doblegó y eso no es un buen augurio.

La situación es entonces la siguiente: SI Zelensky junto con los gobernantes de Europa Occidental, los miembros europeos de la OTAN (básica mas no únicamente Gran Bretaña, Francia y Alemania), la CIA, el complejo militar-industrial de los Estados Unidos, la banca mundial, etc., logra realizar su anhelo de generar la confrontación global con Rusia, entonces por las consecuencias de lo que sería la respuesta rusa, inevitablemente los USA también entrarían en guerra con la Federación Rusa y eso obviamente significaría el fin de nuestro mundo. Por ello, hay que asimilar la deprimente idea de que los actuales y verdaderos dueños del mundo están dispuestos a perecer antes que ver destruido su obsoleto y obsceno ideal, antes que constatar que no es realizable, sobre todo cuando su realización parecía estar al alcance de la mano. Se trataba de rodear a Rusia con misiles, agotarla económicamente y finalmente dividirla en pequeños países de manera que nunca volviera a florecer. El problema es que el plan falló y Rusia se mantuvo firme y se erigió como el gran obstáculo para la materialización de la alucinante ideología de control total del mundo y de la humanidad. En estos momentos, la frustración de las élites debe ser inmensa, Deben estar inconsolables y por ello cada vez más decididos a todo.

¿Y la humanidad? ¿Y todos aquellos que aspiramos a vivir en paz, los que queremos ver en los demás hermanos y hermanas? ¿Acaso no contamos? Para los grandiosos delirios de control total no somos nada, no tenemos nada, no representamos nada. Pero viéndolo bien eso no es así. Sí tenemos algo: tenemos a la Madre Rusia, en la que depositamos nuestro amor y nuestras esperanzas de salvación como habitantes libres de este a final de cuentas insignificante planeta.

 

Victoria sobre Victoria

Como todos sabemos (y lo resentimos), los Estados son instituciones inmensamente complejas. Derivado de ello, uno de sus rasgos es una inevitable jerarquización en los puestos y en las responsabilidades. Es evidente, por ejemplo, que una recepcionista que trabaje en una Secretaria de Estado tiene un trabajo concreto que realizar y recibe instrucciones u órdenes de su superior inmediato, pero obviamente ella misma no incide ni mínimamente en la política general del ministerio en cuestión. De hecho, ella en el organigrama puede estar separada del Secretario de Estado o ministro de que se trate por decenas de niveles intermedios, de puestos correspondientes a las diversas  dependencias de la Secretaria en cuestión. Todo gobierno es, pues, una institución fantásticamente ramificada pero, curiosamente, también es cierto que ello nos resulta tan familiar que simplemente ya ni nos detenemos a reflexionar al respecto, así como no nos llama la atención el hecho de que el sol salga todos los días por el Oriente y se ponga por el Occidente. Nótese, dicho sea de paso, que este fenómeno de dos caras, i.e., complejidad institucional y familiaridad con dicha complejidad, no es privativo del Estado: cualquier empresa trasnacional, cualquier sistema bancario está estructurado y organizado de manera semejante, esto es, de manera piramidal, sólo que en lugar de hablar de presidente se habla de CEO, en lugar de Secretarios de Estado se habla de directores regionales o de directores de áreas y así sucesivamente. Los ministerios o áreas a su vez se expanden, funcionan por medio de ejércitos de empleados, subalternos, ayudantes, personal administrativo de todos las clases imaginables. Aquí puede apuntarse a una potencial diferencia muy importante entre la burocracia pública y la burocracia privada, a saber, que en el sector privado siempre que es ello factible se reduce al máximo la cantidad de empleados contratados, lo cual no siempre sucede en el caso de los gobiernos, por razones evidentes de suyo. El punto al que quiero llegar en todo caso es el siguiente: la supuesta familiaridad con ese monstruo institucional con el que convivimos, del cual no podemos pasarnos (no compartimos ningún punto de vista con planteamientos tan delirantes y carentes de sustento histórico como los de Javier Milei) y que dista mucho de ser transparente a menudo impide que se calibre debidamente la naturaleza de los cambios que se producen al interior (en este caso) de los gobiernos. Por ejemplo, un cambio de Secretario de Estado o ministro puede ser el resultado de una intriga palaciega, de una conspiración entre pares, puede deberse a que al jefe del ministro en cuestión le puede parecer que éste sería más útil en otro sector gubernamental, puede deberse a alguna diferencia muy grande con los lineamientos generales promovidos por el gobierno o por el jefe de Estado en turno y así indefinidamente. Pero también pueden producirse cambios que tienen un sentido mucho más profundo, que indican que hay desavenencias mucho más radicales entre quien “presenta su renuncia” y la dirigencia política del país. Esos cambios son los realmente importantes, porque además de sus efectos algo dicen respecto a la coherencia política del gobierno, a las magnitudes e intensidades de las tensiones y las luchas internas entre los diversos miembros de los gabinetes y grupos políticos incrustados en los gobiernos. Tensiones y rivalidades de esa naturaleza rara vez son de índole personal. Los conflictos realmente trascendentales son más bien de carácter político y, dependiendo del nivel en el que se produzcan, tienen una mayor o menor significación. Con esto en mente, propongo que examinemos someramente el caso de lo que a primera vista es un simple cambio de personal en el gobierno de los Estados Unidos pero que, si no me equivoco, representa más bien un cambio en profundidad, un corte importante en relación con por lo menos algunos aspectos de la política exterior de dicho país.

Hace un poco más de dos semanas se dio a conocer en los Estados Unidos la renuncia de la sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland. ¿Quién es este personaje? De entrada, podemos afirmarlo, alguien que si pasa a la historia pasará por ser una incontinente promotora de guerras y una causante indirecta de muchas desgracias y de muchos muertos. Se trata de una “diplomática” norteamericana, de origen moldavo aunque ella misma nacida en los Estados Unidos, que desde hace cerca de 30 años ha venido ocupando puestos importantes en las diversas administraciones norteamericanas con, vale la pena señalarlo, la notable excepción de la administración del presidente D. Trump. Está casada con un bien conocido ensayista, ideólogo y politólogo, muy activo y muy influyente (fue asesor de G. W. Bush) de nombre ‘Robert Kagan’. Este individuo fue de los intelectuales pioneros en conformar durante los gobiernos de B. Clinton y G. W. Bush el grupo de “neo-consevadores” (de gente como R. Pearle, P. Wolfowitz y muchos otros) que idearon, planearon y finalmente llevaron al gobierno de los Estados Unidos a (entre otras cosas) bombardear Irak, matar a un millón de personas y liquidar a Saddam Hussein. Se trataba, como es obvio, de un grupo sionista declarada, abierta, cínicamente pro-israelí. Este poderosísimo grupo de “policy makers”, es decir, de gente que diseña la política exterior (en este caso de los Estados Unidos) tiene como objetivo principal la defensa a ultranza del gobierno israelí, sea el que sea y haga lo que haga, en el entendido de que cualquier gobierno de Israel será visto como una extensión del gobierno norteamericano pero, y esto es muy importante, asumiendo también la premisa oculta de que el gobierno de los Estados Unidos está en sus manos y bajo su total control. Aquí de inmediato nos asalta la duda: ¿cómo se controla al gobierno de una potencia como los son los Estados Unidos? ¿Quién puede lograr semejante hazaña? La respuesta es: el lobby sionista, más de 120 organizaciones pro-israelíes, la prensa internacional, Hollywood, la Federal Reserve, por no mencionar más que los factores, instrumentos y elementos políticos y financieros más prominentes. Son todas esas instituciones las que, operando mañana, tarde y noche tanto en los Estados Unidos como a nivel mundial, garantizan que ese pre-requisito efectivamente se cumpla. Entre las organizaciones sionistas norteamericanas destacan la Anti-Difamation League, el Congreso Mundial Judío, B’nai B’rith y, sobre todo, el poderosísimo AIPAC, esto es, el Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos. No puede entonces sorprender a nadie que el gobierno norteamericano haya solapado los abominables crímenes y las despreciables mentiras del gobierno israelí en relación, por ejemplo, con la operación de limpieza étnica y apropiación territorial que se está llevando a cabo en lo que alguna vez se llamó ‘Palestina’.

Sin duda alguna, Victoria Nuland es una psicópata irredimible, una fanática convencida de que se debe usar el poderío económico y militar norteamericano para mantener la primacía de los sucesivos gobiernos sionista-norteamericanos en el mundo. Sin duda alguna, es una mujer “competente”, aunque es mi deber decir que las veces que yo la he oído hablar en entrevistas me ha resultado tremendamente decepcionante y superficial. Su discurso oficial no rebasa nunca el plano de la perorata concerniente a “sus valores”, la “democracia” y la “libertad”, un discurso más vacuo que un cascarón vacío y más aburrido que una alocución de Ciro Gómez Leyva o de Leo Zuckermann sobre las elecciones en México. Lo que V. Nuland destila es verborrea politiquera para gente realmente despolitizada. Es evidente, por otra parte, que su función política, si bien no se reducía a ser una mera portavoz de las visiones megalómanas de su esposo, sí era básicamente la de ser su instrumento para su articulación desde el interior de las instituciones y los canales gubernamentales. Ella claramente forma parte de un clan y es sólo vista de esa manera que su itinerario y su rol políticos se vuelven inteligibles y transparentes. Su declaración de despedida fue una joya de discurso impolítico: declaró, primero, que la Rusia actual no es la Rusia que ella hubiera querido dejar y, segundo, que el dinero invertido (“prestado”·) en Ucrania era automáticamente recuperado en los Estados Unidos por las empresas norteamericanas fabricantes de armas, dejando con ello en claro que la guerra en Ucrania a final de cuentas resultó ser un estupendo negocio para las empresas norteamericanas. Desde su perspectiva, desde luego, Europa no cuenta.

La evolución de la vida política en los Estados Unidos es, vista a distancia, relativamente fácil de delinear. Después del asesinato de J. F. Kennedy, un presidente católico de cuya muerte se sabe que hay diversas versiones siendo la única no creíble la historieta oficial, esto es, la del asesino solitario (Lee Harvey Oswald), un cuento de hadas tan fantástico como el de que las Torres Gemelas fueron destruidas por más o menos 20 beduinos, el gobierno norteamericano fue prácticamente tomado por asalto. El resultado político neto, el hecho innegable es que en la actualidad los Estados Unidos tienen de facto no una sino dos capitales, que son Washington D.C. y Tel-Aviv (o Jerusalém, si se prefiere). En este momento, la inmensa mayoría del personal político al frente de la administración Biden está constituida básicamente por sionistas (para dar un ejemplo representativo, Ch. Schumer, que es el líder de la mayoría en el Senado). El resultado es una realidad sui generis – no única en el mundo porque en Francia pasa algo muy parecido – consistente en que lo que hay es un gobierno de dos cabezas. Este dato ayuda a entender tanto la coherencia como las inconsistencias del gobierno norteamericano. En todo caso, la política norteamericana es abiertamente pro-israelí o quizá deberíamos decir simplemente ‘israelí’. Esto explica los cerca de 4,000 millones de dólares que todos los años el gobierno norteamericano le transfiere al de Israel. Se trata de un “regalo” del pueblo americano al gobierno israelí. A esto añádase el apoyo militar, diplomático, de política interna que es permanente. En eso la política norteamericana sin duda alguna ha sido coherente de principio a fin.

Antes de seguir adelante quisiera rápidamente llamar la atención sobre un hecho que vale la pena destacar y es el siguiente: a pesar de decenios de inyecciones de odio en contra de los “comunistas”, los “rojos”·, los “soviéticos” y ahora simplemente los “rusos” efectuadas a través de películas, programas de televisión, múltiples comentaristas políticos con programas muy populares (un ejemplo espectacular de ello es Rachel Maddow), entrevistas, y desde luego prácticamente toda la prensa escrita (New York Times, Washington Post, Wall Street Journal, etc., etc.), lo cierto es que el pueblo norteamericano no tiene en lo esencial nada en contra del pueblo ruso. No hay un odio natural entre esos dos pueblos. El problema es que no pasa lo mismo con los sionistas norteamericanos. ¿Por qué? Porque ellos tienen un historial diferente con Rusia. Prácticamente todos los sionistas norteamericanos preponderantes tienen sus raíces (de dos, tres o más generaciones) en Europa Oriental y, muy especialmente, en Rusia. Históricamente, la relación con el zarismo fue ciertamente muy difícil para las comunidades judías, lo cual explica la proliferación de líderes sionistas como Z. Jabotinsky, quien fue realmente de los fundadores del Estado de Israel. Pero esas son vinculaciones con el pasado. El presente es Vladimir Putin y el problema con éste es que se interpuso a los planes sionistas e impidió que sucediera en Rusia lo que ya había sucedido en los Estados Unidos. Eso le valió el odio eterno del sionismo mundial, entronizado precisamente en dicho país.

El deseo de venganza ante el triunfo del nacionalismo ruso representado por el presidente Putin llevó entonces a diseñar y fraguar un conflicto letal en contra de Rusia sin para ello convertirse necesariamente en blanco de sus armas atómicas. Se preparó entonces paso a paso el conflicto de Ucrania, empezando por un golpe de Estado. No hubo tampoco mayores problemas para encontrar al personaje adecuado, otro sionista, para dirigir al país después de orquestar la deposición del presidente Víctor Yanukóvich. Y, evidentemente, una pieza decisiva de la maquinaria golpista fue Victoria Nuland. Simbólicamente, ella es quien orquestó lo que podríamos llamar el ‘plan Ucrania’, el cual arrancó con el golpe de Estado durante el cual, mientras se quemaban edificios, ella en la plaza Maidan repartía golosinas entre la población incitándola a protestar. La “anécdota” más conocida de esa primera etapa de preparación fue la escena en la que, discutiendo con el embajador norteamericano en Ucrania acerca de quién podría sustituir al presidente depuesto, por teléfono intercambian nombres y el embajador propone a alguien sugiriéndole que hay que tomar en cuenta a la Unión Europea, a lo cual la no muy diplomática representante del gobierno norteamericano le responde con un “fuck the European Union”, que en nuestro idioma equivaldría a algo como “que se chingue la Unión Europea”. Sería difícil dar una prueba más clara de prepotencia. Obviamente, un comentario así en la remota época de gloria del Imperio Británico hubiera sido impensable, pero no lo es en la época del imperio sionista-norteamericano y del concomitante declive europeo.

Así, pues, si hubo alguien que impulsó, defendió, articuló, argumentó en favor de la guerra de Ucrania, ese alguien fue Victoria Nuland. El plan era, masacrar a las poblaciones rusas del sur de Ucrania e integrar a Ucrania a la Unión Europea y, sobre  todo, a la OTAN. Se habría completado así el cerco a Rusia (dejando de lado a Bielorrusia). Cuando Rusia se preparó para defender a sus hermanos de sangre que vivían en suelo ucraniano dando con ello inicio a la operación especial, el pueblo ucraniano fue usado como carne de cañón y Rusia fue “sancionada” desde todos los ángulos imaginables, bloqueándola sobre todo desde un punto de vista económico y financiero, tratando de hacerle (como se hubiera dicho en otros tiempos) morder el polvo, ponerla de rodillas, dividirla, aprovechar sus riquezas naturales y crear una Rusia “democrática”, en exactamente el mismo sentido en el que la Argentina de Milei es una Argentina “democrática”. Pero algo falló. ¿En dónde estuvo el error? ¿Por qué fracasó el plan de desmantelamiento de Rusia?

De que algo estuvo mal calculado no hay duda de ello, puesto que finalmente Rusia – podemos ahora afirmarlo con toda confianza –  ganó la guerra de Ucrania en prácticamente todos los frentes: militarmente acabó no sólo con Ucrania, sino con la OTAN. Ahora queda claro que los europeos, a pesar de las ridículas baladronadas de E. Macron, no tienen ni la unidad que pensaban tener ni el poderío militar, económico y moral que se requeriría para derrotar a Rusia. Si los Estados Unidos se desentienden de Europa, que es a lo que apunta el desarrollo de la vida política con lo que normalmente debería ser un aplastante triunfo de Donald Trump – si es que lo dejan “concursar” por la presidencia – Europa quedará como lo que siempre fue, a saber, una entidad geográfica a la que se le quiso dar la apariencia de un único cuerpo con los mismos intereses pero que, en el fondo, es un conglomerado de pueblos y países con intereses no sólo divergentes sino hasta opuestos, como lo pone de relieve el famoso “Brexit”, que ahora todos quieren imitar. Durante todo el periodo de la operación especial, Rusia diversificó sus exportaciones, enriqueció sus contactos con el mundo no europeo, firmó alianzas de primerísima importancia, fortaleció su mercado interno, desarrolló magníficamente su industria militar, renovó sus estrategias militares y sin lugar a dudas recuperará lo que siempre había sido su territorio (que incluye no sólo la región del Donbas, Lugansk y otras, sino también a  Sebastopol y Odessa y, paradójicamente, hasta Transnistria, región de Moldavia cuyos habitantes han pedido oficialmente que se les permita unirse a Rusia). De paso, Rusia aumentó su presencia en otros continentes, en especial el africano, en donde ha venido regalando toneladas de trigo y cereales para poblaciones hambrientas, una clase de ayuda que no les cruza por la cabeza ni a ingleses ni a franceses ni a norteamericanos. Los regímenes de los “muy civilizados” países que han vivido de la esclavitud y de la explotación de prácticamente todos los pueblos de la Tierra no dan nunca nada. Los rusos (y los chinos, dicho sea de paso) no son así. La guerra de Ucrania ya la ganó Rusia, todo mundo lo sabe, con lo cual empieza la retirada occidental, la cual se manifiesta de múltiples formas: retrasando la entrega de armas a los ucranianos (entre otras razones porque ya no hay), limitando los préstamos de cantidades estratosféricas de dinero, reiterando las críticas al gobierno títere del antiguo payaso de televisión, Volodomir Zelensky y así indefinidamente. Para decirlo de manera un tanto simplona: tácticamente, Ucrania perdió la guerra, pero estratégicamente, el gobierno de los Estados Unidos (Europa no cuenta) perdió Ucrania.

Y es aquí que empieza lo interesante de toda esta saga política. La derrota norteamericana en Ucrania representó un duro golpe para el gobierno norteamericano en su conjunto y entre las muchas cosas que dicha derrota generó está un cierto despertar en la clase política norteamericana o, más bien, el reforzamiento de un cierto descontento pre-existente causado por la orientación general que le ha venido imprimiendo a su política exterior el poderosísimo lobby sionista. Sin embargo, la catástrofe política norteamericana fue tan grande que no quedó otro remedio que echar del gobierno a Victoria Nuland! Esa decisión no es un mero cambio burocrático: es una reacción muy fuerte en contra de todo un proyecto pensado a fondo por ideólogos y estrategas rabiosamente anti-rusos. Entendámoslo bien de una vez por todas: la idea de vencer a Rusia es un objetivo “natural” de los Estados Unidos, pero la guerra de Ucrania fue casi una guerra privada y alguien tiene que responder por un fracaso tan rotundo y tan costoso. Es obvio que quienes le apostaron todo a la destrucción de Rusia tienen ahora que pagar el precio político por el fracaso de su desbordada fantasía y el símbolo más inequívoco de ese ajuste de cuentas interno del gobierno de los Estados Unidos no podía ser otro que la expulsión de la sub-Secretaria de Relaciones Exteriores. La verdad es que aunque no hay datos al respecto, no sería de extrañar que la explicación última del crimen terrorista cometido en Moscú hace unos días hubiera sido la última perversa acción orquestada por la tristemente célebre sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos ante su inminente expulsión definitiva del actual gobierno norteamericano.

Naturalmente, el poder sionista en los Estados Unidos seguirá siendo inmenso, pero también seguirá siendo un hecho altamente significativo e importante el haber corrido a Nuland del crucial puesto que ocupaba. Lo que este hecho revela es que, después de todo, por poderosos que sean los sionistas no son omnipotentes, ni siquiera en los Estados Unidos. A la alegría generalizada (y abiertamente manifestada en múltiples videos, entrevistas, artículos, pronunciamientos de periodistas, políticos y politólogos de los Estados Unidos) habría que añadir el descontento masivo de los norteamericanos por el apoyo de la administración Biden a la barbarie israelí en contra del pueblo palestino (más de 32,000 personas masacradas en unos cuantos meses, de las cuales la mitad son “niños terroristas”) y en favor de la criminal política del Nosferatu del Medio Oriente, Benjamín Netanyahu. La política de encubrimiento y apoyo tácito al gobierno israelí por parte del gobierno sionista-norteamericano es demasiado obvia como para suscitar dudas razonables al respecto. Como puede aprecisarse, la derrota en Ucrania abrió las puertas para muchos fenómenos políticos nuevos en los Estados Unidos.

Es evidente que el mundo depende de lo que suceda en los Estados Unidos y si algo dejó en claro el dato de la expulsión de Victoria Nuland es que hay un gran descontento al interior del gobierno y una repulsión cada vez mayor entre la población por la política exterior del gobierno sionista-norteamericano. Obviamente, dicho grupo va a recurrir a todos los mecanismos a los que tenga acceso para evitar un cambio esencial en la política exterior norteamericana, independientemente de que el gobierno de la Casa Blanca sea de demócratas o de republicanos. Al interior de los Estados Unidos, sus grandes armas son el dinero (la banca), la propaganda y el poder político concentrado en sus manos. Pero lo cierto es que la lección “Nuland” es imposible de ocultar. Como siempre con los seres humanos de todos los tiempos, la arrogancia, el abuso y la excesiva seguridad en sí mismos pueden desencadenar situaciones hasta ese momento impensables. Por lo pronto en este caso sí puede afirmarse que Nuland terminó siendo nula y que se obtuvo una resonante victoria sobre Victoria.