En vista de que el sencillo ciudadano común, como yo, no tiene la menor posibilidad de alterar el curso de los acontecimientos y de que en realidad somos cautivos de las decisiones de los gobernantes (y de quienes gobiernan a los gobernantes, que es como parece que ahora se maneja el mundo), a veces no queda otra opción que, sin olvidarnos de los graves y profundos problemas que aquejan a amplios sectores de la humanidad, distraerse volviendo la mirada hacia temas de menor importancia, temas de la vida cotidiana que de uno u otro modo reflejan la pérdida de espiritualidad, el deterioro de las mentalidades o la victoria de las incongruencias, en una palabra el triunfo de la ilogicidad y de la estupidez humanas. Nuestra vida social, por ejemplo en México, está plagada de costumbres, de enfoques y de líneas de acción tan absurdos que hacen difícil explicar cómo es la convivencia factible. Esto es así, porque lo que las reacciones y las conductas incomprensibles o contraproducentes revelan son huecos y fallas en la mentalidad popular. En este sentido, debo decir que me llama sobremanera la atención el hecho de que si bien fijándonos podemos detectar en otros pueblos líneas de conducta igualmente ininteligibles o incompartibles, acá en México conductas así proliferan de un modo como no es fácil percibirlo en otros países, en otras sociedades. Por mi parte, pienso que es muy importante describir y sacar a la luz esa clase de situaciones, porque es así como se les identifica y sobre esa base resulta más viable enfrentarlas y corregirlas. Lo más fácil, obviamente, es quedarse callado y no exponerse al escarnio al que a menudo se somete a quienes no tienen otro objetivo que el de denostar vicios de pensamiento y costumbres dañinas. Demos entonces unos cuantos ejemplos de ello.
1) Gente y policías. Algo que estoy seguro que es único en el mundo es lo fácil que resulta que un ciudadano cualquiera se ponga “al tú por tú” con algunos representantes de la autoridad, quizá no con soldados (aunque también el fenómeno se da con ellos) pero sí por lo menos con policías de tránsito y con los pertenecientes a la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Artículos de periódico y videos al respecto abundan. Lo que en ellos encontramos son no sólo reclamos indignados sino empellones, insultos, retos, golpes a los uniformados, un fenómeno que es simplemente imposible de visualizar si pensamos en países como Estados Unidos, Francia, Israel o Gran Bretaña, por no mencionar más que unos cuantos. Recientemente se hizo famoso a nivel nacional el caso de una ciudadana de otro país que fue filmada gritándole a la cara y sin tapujos a un policía toda una serie improperios por haber intentado ponerle a su carro, que había dejado mal estacionado, la así llamada ‘araña’. Se burló hasta de su color de piel! Como este incidente hay muchos otros y mucho más violentos inclusive en los que ciudadanos comunes y corrientes empujan, ofenden, retan abiertamente a quienes se supone que son los representantes del orden. La pregunta que todos nos hacemos es: ¿cómo es eso posible? En mi opinión se tiene que poder construir una explicación, por compleja que sea, pero que dé elementos para pensar cómo superar el problema.
En mi opinión, sucesos como el mencionado son viables – entre otras muchas razones – porque en México la población en su conjunto asocia el respeto a la ley con la estupidez. O sea, respetar la ley es ser tonto: pagar impuestos es no saber evadirlos, respetar los semáforos de tránsito es perder el tiempo, etc. El mexicano se siente muy ufano repitiendo a derecha e izquierda que “la ley está hecha para violarla”. Hacer afirmaciones de esa clase lo hace sentir bien, lo compensa y gratifica psicológicamente. Por otra parte, en el imaginario colectivo todo miembro de la policía es de hecho un ser corrupto y si no lo es ello se debe simplemente a que todavía no ha tenido oportunidad de convertirse en un maleante con uniforme. A los ojos del ciudadano medio, más que su defensora o protectora la policía es más bien enemiga del pueblo y, la verdad sea dicho, son tantos los casos de abuso por parte de los policías que todo parece confirmar que esa forma de ver a los uniformados en general (sobre todo a los oficiales de alto rango) es esencialmente correcta. Concediendo el punto, sin embargo, es obvio que conductas así son no sólo reprobables sino que tienen que ser severamente castigadas, si bien el castigo a ciudadanos insolentes tiene que venir acompañado de una transformación radical de los cuerpos policiacos. Como eso no se logra de la noche a la mañana y los individuos no se educan en un abrir y cerrar de ojos, la situación problemática tiende a “normalizarse” y todo sigue igual. El problema es que si eso no cambia los policías seguirán operando simultáneamente en dos carriles debilitando así las instituciones policiacas y favoreciendo con ello a todo mundo menos a los ciudadanos respetables.
2) Basura y caos. Estamos en épocas de lluvia y, como sucede año tras año, amplios sectores de la Ciudad de México se ven profundamente afectados por las “inundaciones”. Yo no cuestiono la corrección de la hipótesis del cambio climático, pero me parece evidente que los problemas de las inundaciones en el Valle de México no tienen prácticamente nada que ver con ello. Lo primero que hay que señalar es que la palabra ‘inundaciones’ tiene por lo menos dos sentidos: por una parte significa exceso de agua limpia que cae del cielo y, por la otra, cantidades desbordadas de aguas negras, en el peor de los sentidos. Las inundaciones que afectan a los capitalinos son de esta segunda clase. Pero ¿por qué se producen y con efectos en ocasiones tan aparatosos? Por la simple razón de que las de por sí obsoletas cañerías de la ciudad (que en muchas zonas deben datar de la época de Don Benito Juárez, si no es que de antes) “se tapan”. Algún incauto podría preguntar: ¿se tapan con agua? Claro que no! Se tapan con basura, con desechos, con residuos de toda índole, en fin, para decirlo explícitamente, con toda clase de porquerías. Lo que se mete a las casas de la gente no es agua de río con peces de colores flotando alegremente. No! Se mete lo peor que puede encontrarse en una metrópoli de las magnitudes de la Ciudad de México. Pero ahora preguntamos: ¿por qué pasa eso año tras año? ¿Será que los mexicanos tienen una memoria muy deficiente y no recuerdan lo que les sucedió el año anterior? Quizá eso sea parte de la explicación, porque el hecho es que a lo largo de todo el año y a sabiendas de lo que con eso van a causar cuando lleguen las lluvias, los ciudadanos, ricos y pobres, a pie o desde elegantes automóviles, tiran la basura en la calle. Con eso tienen aseguradas sus “inundaciones” anuales. Esto es algo que nadie quiere, pero entonces ¿por qué lo hacen? Muchos factores contribuyen a ello. Primero, desde luego, la falta de educación de la gente y, algo muy importante, la ausencia total de anuncios, de advertencias, de propaganda gubernamental en favor de la limpieza callejera. Pero eso no es todo. No hay tambos de basura más que en alguno que otro parque, en alguna que otra plaza. No tenemos, como en París, canales de agua que se lleven la basura hacia centros en donde pueda ser recolectada y, por lo tanto, ésta se va, paciente pero efectivamente, acumulando en los canales subterráneos. Yo recuerdo que en los tiempos en que era presidente Luis Echeverría se ponían tambos de basura, los cuales eran útiles pero que hubo que dejar de colocar porque la gente se los robaba, quizá para hacer carnitas. El punto importante es que, por lo menos desde que tengo uso de razón, la Ciudad de México (sobre todo mas no únicamente, las secciones más pobres de la ciudad y su alrededores, Chalco por ejemplo) ha padecido de manera regular este horrendo problema, el cual (hay que decirlo) empeora todos las años. Es realmente penoso ver a la gente casi nadar en aguas negras dentro de su casa, en donde están los colchones, los refrigeradores, los sillones, etc., batallando para regresar a una de por sí modesta existencia. Pero lo que no puede pasarse por alto es el hecho de que esas mismas personas que hoy padecen por inundaciones caseras de aguas negras regresarán a las andadas y seguirán, apenas termine la estación de lluvias, tirando la basura en la calle. ¿Cómo superar una contradicción así?
La inquietud es: ¿cómo se combate ese problema? Por lo visto a nadie en los puestos gubernamentales en donde se toman las decisiones concernientes a estos y otros mini-cataclismos capitalinos se le ocurre elaborar un plan realista, de amplio espectro para neutralizar los efectos de las fuerzas de la naturaleza. ¿Qué se requiere para ello? Evidentemente, no es con una varita mágica como se va a resolver un problema de esta complejidad, pero sin grandes y espectaculares medidas se puede disminuir considerablemente el problema. Es obvio que una ciudad, como la de México, que genera más de 15 mil toneladas diarias de basura, requiere con urgencia de todo un cinturón de plantas procesadoras de basura y purificadoras de agua, pero se requiere también (y esta parece ser la parte problemática) una política no sólo de “concientización”, sino también de castigo y de multas para quienes tiren la basura en la calle, desde un lata de refresco hasta bultos repletos de suciedades y residuos. Pocas cosas hay tan horrorosas para quien camina por la ciudad como toparse por aquí y por allá con postes rodeados por montones de bolsas de basura, auténticos nichos de roedores, de toda clase de insectos, de malos olores y demás. Pero ¿de veras tiene que ser así? ¿Es así como estamos condenados a vivir? No lo creo. Se necesita multiplicar por 10 el número de camiones de basura, pero si medidas como esa no son suficientes y si para tener una ciudad de parques y avenidas limpias hay que abrir el mundo de la basura a la inversión privada, yo que soy enemigo acérrimo de la desestatización de los servicios a la comunidad apoyaría una medida así siempre y cuando se evitaran los monopolios y la corrupción sindicalista. Uno se pregunta: ¿para qué se nos pide que separemos la basura si apenas se la llevan de inmediato la mezclan toda en el camión? Eso lo único que indica es un manejo primitivo de la basura. De hecho, el ciudadano medio preferiría pagar oficialmente mes a mes por el servicio de la basura, como se paga por el de la luz o el de agua, que dejar todo al azar y a los “arreglos” entre particulares y recogedores de basura, a los que de todos modos (a la mexicana) se termina por pagarles. Parecería que el Estado y la gente, cada uno a su modo, compiten para ver quién contribuye más efectivamente al desastre ecológico de la ciudad y a las desgracias de las familias.
3) Derecho a la información. Todos oímos a diario que una sociedad democrática es una sociedad de gente informada, porque sólo con gente informada pueden procesos como los electorales ser procesos auténticamente libres. Surge, sin embargo, un problema, que es típico de nuestro país porque, hasta donde he logrado constatarlo, no se da en otros lugares. El problema en cuestión es la palpable contradicción que se da entre la verborrea oficial, pública y privada, concerniente al acceso a la información y la información real que de hecho se le proporciona al ciudadano mexicano medio. Esto se ve claramente en el caso de las noticias acerca de hechos delictivos. A mi modo de ver no hay nada más ridículo que darle al telespectador o al lector de periódicos noticias, por ejemplo, referentes a asaltos, asesinatos, violaciones y demás y, al mismo tiempo, omitir u ocultar sistemáticamente los nombres y los rostros de los indiciados o potenciales responsables, porque ¿de qué se entera realmente el ciudadano normal? Bueno, por ejemplo que un tal Juan N. asesinó a tal o cual persona o que una tal María N durmió con una bebida tóxica a un cliente con la intención de robarle y el cual, desafortunadamente, murió en el hotel al que habían ido. Se nos “informa” que el chofer de un autobús de transporte colectivo, el señor Pepito N., atropelló a una anciana de nombre ‘Josefina N’ porque ésta no logró subirse a tiempo al camión en cuestión. Y así todo el tiempo! ¿Será porque todos los criminales son parientes? Claro que no. En todo caso, es claro que si dejaran de informar a la ciudadanía no se perdería ningún contenido informativo valioso.
La raíz de este problema radica, me parece, en una combinación letal de incomprensión radical y de ilogicidad. Como todos sabemos, una contradicción acarrea muchas otras y esto es algo que puede fácilmente constatarse en este caso. A menudo, dado que con ello se facilitaría la recopilación de pruebas, se contribuiría a hacer más plausible la sentencia. Por ello se le pide al ciudadano que si reconoce al detenido acuda al Ministerio Público. La verdad es que eso no pasa de ser una burla, porque ¿cómo puede alguien reconocer a un sujeto si le tapan la cara? Claro que no faltará aquí el ilustrado periquillo leguleyo que saldrá con su ingeniosa mente para hacer valer su noción espuria de “derechos humanos”, escudo pseudo-teórico de cuanta estupidez pueda uno imaginar. Cualquier persona normal intuye que no hay conexión alguna entre información periodística completa y violación de derechos humanos. En primer lugar, proporcionar la información completa (como se hace en todos los países) no puede constituir una violación de derechos humanos por la simple razón de que los periodistas no son autoridad. En segundo lugar, sería bueno recordar que también la población en su conjunto tiene derecho a ser debidamente informada. No se viola ningún derecho si quien es aprehendido lo es por la institución nacional creada para realizar esa clase de tareas, es decir, por la policía. Esa es precisamente una de sus obligaciones! Claro que pueden producirse errores y se puede arrestar a alguien equivocadamente, pero la posibilidad de error tiene que contextualizarse. No hablamos de situaciones en las que la policía detiene personas al azar, sino de situaciones en la lucha contra la delincuencia. En relación con esto es importante evitar caer en la fácil falacia de lo lógicamente posible. Esto amerita una veloz explicación.
Que algo sea “lógicamente posible” significa únicamente que la descripción que se hace no es auto-contradictoria (como sí lo es ’la silla es roja y la silla no es roja’). Evidentemente, siempre será lógicamente posible que a quien se acusa de ser el asesino del niño N no lo sea y que por lo tanto es lógicamente posible que presentarlo en público sea afectarlo negativamente. Pero eso sólo significa que no es contradictorio pensar que la policía se equivocó, no que de hecho se haya equivocado. Por eso, hasta el momento de la presentación al público no se puede hablar ni de aciertos ni de errores sino sólo de que éstos son posibles, porque para que ese potencial “daño” se produzca se tiene que demostrar primero que efectivamente la policía se equivocó y que el detenido es inocente. Si hay pruebas, aunque no sean conclusivas, en contra de alguien detenido, el mero hecho de que sea posible que la policía se haya equivocado no basta para anularlas. Esas pruebas sólo se anulan con mejores pruebas. En cambio, lo que generalmente se hace es contrastar una posibilidad lógica con pruebas falibles que resultan de la investigación policiaca y lo increíble es que pesa más una mera posibilidad lógica que el trabajo policiaco de aprehensión del delincuente. Eso es declaradamente absurdo (estoy hablando, obviamente, de situaciones normales, no de situaciones de coerción, chantaje, tortura y demás). Y es sobre esa base que hay quienes rechazan que se presente ante la sociedad a alguien que fue detenido, e.g., con un cuchillo en la mano junto a un cadáver, sobre la base de que es lógicamente posible que el sujeto en cuestión no sea el asesino. Seamos claros: esta es una no muy sutil falacia para defender delincuentes. Nótese que todo en este contexto es un asunto de pruebas en favor o en contra de los indiciados, por lo que la mera posibilidad lógica de la equivocación no puede redundar en demérito de la labor factual realizada por las instituciones encargadas de luchar contra la delincuencia. Dejo de lado detalles como el de que en general los sujetos aprehendidos no estaban estudiando química orgánica en alguna biblioteca ni las mujeres delincuentes procedían de la orden de las carmelitas descalzas. En todo caso, lo que es seguro es que quienes resultan siempre perjudicados, de uno u otro modo, son precisamente los ciudadanos, es decir, las víctimas de los delincuentes y de la prensa, puesto que su derecho a la información se ve severamente mermado por las falacias de los usurpadores del concepto de derecho humano y del recurso a lo lógicamente posible. Como todos sabemos, si hay un concepto manoseado sin escrúpulos y tergiversado sobre todo por los profesionales del ramo (y esto lo digo porque me he topado con algunos ejemplares así), que lo usan como se les antoja y conviene, es precisamente el concepto de derechos humanos. Este, sin embargo, es un tema que por razones evidentes de suyo tendré que dejar para otra oportunidad
4) Educación y meritocracia. ¿Qué se diría de alguien que, estando digamos en su casa, pretende salir de ella pero no por la puerta sino más bien aventándose con la cabeza por delante contra el muro para abrir en él un hueco y poder salir? No es muy difícil imaginar una situación así, una situación en la que el sujeto se rompe una y otra vez la cabeza obviamente sin alcanzar nunca su objetivo. Una y otra vez se le explica que no va a poder abrir un hueco en el muro a fuerza de cabezazos y una y otra vez lo intenta. Esta caricatura sirve para ejemplificar de manera plástica el hecho de que esa persona no aprende de la experiencia, es decir, comete todo el tiempo los mismos errores. Dicha caricatura, que en realidad es una forma de ridiculizar visualmente la conducta absurda de alguien, se puede extender a las políticas de las instituciones. La caricatura en cuestión no tiene un carácter explicativo sino meramente ilustrativo, pero si es convincente abre la puerta para que se busquen las explicaciones causales del fenómeno de que se trate. Consideremos rápidamente entonces los estudios profesionales en nuestro país. Desde luego que la experiencia de quienes hemos trabajado como docentes es minúscula pero es de todos modos representativa, inclusive si a nivel global su representatividad es mínima. Dado que no estamos haciendo encuestas, elaborando estadísticas, realizando trabajo de campo ni nada que se le parezca, nos contentaremos con reflexiones generales para lo cual nuestra experiencia es suficiente. Para validarla aún más, me concentraré en mi propia área de estudios que es, dicho a grandes rasgos, la de humanidades y más concretamente la de la filosofía.
La filosofía es el ámbito del pensamiento puro pero, como cualquier persona normal ya lo habrá adivinado, este pensamiento puro es alcanzable sólo a través de las palabras, a través del lenguaje. No podemos adivinar pensamientos, pero pensamientos no expresados o hechos públicos no tienen ningún valor. Para que el pensamiento sea útil tiene que materializarse y sólo puede materializarse por medio de palabras. Podemos efectivamente entonces decir: Tu expresión verbal es el mejor espejo de tu pensamiento. Así, alguien que sabe discurrir, improvisar, sugerir hipótesis, argumentar, etc., es alguien de pensamiento certero, claro, utilizable. Pero ¿qué se requiere para poder pertenecer al conjunto de las personas que piensan acertadamente? Obviamente, tienen que saber hablar. Pero ¿qué es saber hablar? Es, por ejemplo, saber articular debidamente oraciones, hilarlas en secuencias lógicamente conectadas, hacer descripciones complejas y coloridas, disponer de un vocabulario amplio. ¿Por qué es todo eso importante? Porque los pensamientos que trascienden en general quedan plasmados en el papel o en la computadora. Lo que quiero decir es que es esencial a la expresión del pensamiento saber escribir. En concordancia con lo que hemos dicho, quien no sabe escribir no sabe pensar, es decir, tendrá un pensamiento tosco, burdo, grueso, nada sutil, pobre y, naturalmente, ello afectará diversas funciones de su intelecto: su imaginación será pobre, su capacidad de innovar se reducirá al mínimo, se comprensión y manejo de situaciones serán primitivos y así sucesivamente. Entonces ¿qué requerimos como país para tener gobernantes sensatos, científicos de avanzada, hacedores de cultura fructíferos y progresistas? Necesitamos con urgencia gente que sepa escribir, porque quien sabe escribir sabe hablar y quien sabe hablar sabe pensar.
Sobre la base de lo expuesto, echemos un vistazo a nuestros procesos educativos. Cuando pienso en el tema, de inmediato me viene a la mente la imagen del tipo que quiere salir rompiendo el muro con su cabeza: falla una y otra vez y lo vuelve a intentar. A este respecto, yo creo que la situación en México es simplemente patética. A mí me duele mucho tener que señalar que somos el país de habla hispana en el que peor se habla el español. Y la pregunta es: ¿qué se hace para remediar esta nefasta situación? La respuesta es: casi nada. En este caso caemos en uno de los vicios mentales típicos de nuestra sociedad: muy fácilmente caemos en la auto-complacencia y en el auto-engaño. Sólo que la realidad es, además de triste, necia: los alumnos de la carrera de filosofía la cursan y obtienen sus grados habiendo llegado en cantidades muy elevadas con un nivel de redacción de primaria. Yo, con el paso del tiempo, he aprendido a no fijarme, hasta donde ello es factible, en el “instrumento” del pensar, esto es, en el lenguaje, pero por razones obvias no podemos ignorarlo. Y aquí viene la pregunta: ¿son los alumnos responsables o culpables de su lamentable primitivismo lingüístico? O ¿son más bien sus padres, quienes no los indujeron a leer cuentos cuando eran niños, y novelas o historia cuando eran jóvenes? ¿O es más bien el Estado, más interesado en el adoctrinamiento de los niños en las nuevas ideologías que en la formación sólida de hablantes certeros? ¿Cómo podemos explicar el hecho de que un alumno de tercer año de la carrera de filosofía sea prácticamente incapaz de redactar tres cuartillas bien articuladas? Estamos hablando de un problema que involucra al todo de la sociedad y en la que al parecer ninguno de los participantes en los procesos de educación cumple debidamente con sus funciones.
Obviamente, los factores causales del desastre pedagógico nacional son múltiples y van desde la alimentación defectuosa hasta la enseñanza nada rigurosa pasando por la atmósfera familiar contraria por completo a los procesos educativos y, por si fuera poco, la modestia de ingresos. México, es triste pero hay que decirlo, es uno de los países de mayor desperdicio humano en el mundo. Los alumnos mexicanos tienen que hacer un esfuerzo mucho mayor al que hacen los niños y los jóvenes de otros países. Desde luego que los programas de apoyo gubernamentales son indispensables, sólo que no son suficientes. Hay que re-pensar la educación nacional en términos no sólo cuantitativos sino también cualitativos, hay que reintroducir las distinciones y volver a realzar la meritocracia, desde luego en igualdad de condiciones. Pero en México la meritocracia es mal vista; aquí lo que triunfa es más bien la mediocracia. Yo creo que hay que darle al niño y al joven lo que requiere, pero también exigirle y enseñarle que hay condiciones y que a él también se le aplica la ley y no simplemente se le deja pasar al año siguiente aunque sea incapaz de pasar el examen correspondiente. Nuestras universidades salen adelante sobre la base de una cantidad terrible de carne de cañón universitario. Eso es algo que se tiene que modificar so pena de que el país no supere nunca sus rezagos y sus handicaps.
5) Violencia de género. Es mi deber, para ponerle fin a estas desoladoras cuartillas, considerar velozmente una contradicción palpable en un movimiento minoritario, pero apoyado con vehemencia por diversos sectores poblacionales (aunque ciertamente no por todos). Me refiero al feminismo. Sin duda, algunas de las banderas enarboladas por las feministas son reivindicaciones históricamente justificadas y en contra de las cuales difícilmente se puede estar. Es correcto denunciar y castigar la brutalidad ejercida en contra de mujeres (y en general de cualquier persona) por parte de seres físicamente más fuertes, abusivos, bestiales, injustos y demás. La violencia por la violencia es algo que no se debe permitir. El problema es que con mucha facilidad nos topamos con el sorprendente hecho de que esas enemigas acérrimas de la violencia, esas promovedoras de la paz se transforman en verdaderas máquinas vivientes de pelea cuando organizan sus manifestaciones y salen a la calle, cuando a martillazos destruyen a su paso el patrimonio nacional, cuando sin entender siquiera lo que hacen se divierten rompiendo sin ton ni son vidrios de toda clase de locales, cuando agreden a hombres por estar en el momento inapropiado en el lugar inapropiado. ¿En qué quedamos entonces? ¿Se puede buscar la paz promoviendo la violencia? ¿No es eso una contradicción flagrante que sería congruente erradicar? Si cada vez que alguien abre la boca para cuestionar algún postulado feminista corre el riesgo de ser convertido en mártir, entonces en el fondo el movimiento no es de paz sino de guerra y es, por lo tanto, inconsistente. La verdad es que no es fácil comprender protestas así.
Sin duda alguna, situaciones como estas que hemos considerado abundan en otros países, pero a nosotros las que nos incumben son las que de uno u otro modo entorpecen o complican nuestra vida cotidiana. Claro que comparadas con los problemas tan atroces como la hecatombe de Gaza o la destrucción de Ucrania resultan ser temas en cierto sentido menores o por lo menos no tan urgente como otros. No obstante, considero que es importante ocuparse de temas como estos de cuando en cuando, porque en estos casos nuestro interlocutor es ante todo el ciudadano común, la persona sencilla sin delirios de grandeza que quiere intercambiar puntos de vista sobre temas que le atañen directamente. Y de seguro que si me veo favorecido con alguna opinión sensata, por adversa que sea a la mía, podré quedar convencido de que hice algo útil.