Yo, modestamente, opino que todas las personas que estén genuinamente interesadas en comprender lo que está sucediendo en el Medio Oriente tienen derecho a recibir explicaciones. Dado que es implausible que haya sólo una explicación que dé cuenta de todos los hechos, lo mejor es atender a todos los que quieran pronunciarse sobre dicho tema (que en realidad es una familia de temas) de manera que encontremos en el mercado de las ideas diversas aclaraciones de modo que la gente pueda contrastar las explicaciones que se avancen y optar libremente por la que le parezca ser la mejor concepción. Es obvio que lo que está pasando ahora en el Medio Oriente tiene que poder ser explicado de manera racional y lo es también que el mero recuento de hechos no equivale a una explicación. Sin duda, hay mucha gente que tiene multitud de datos en la cabeza, pero ello no es equivalente a contar con una explicación mínimamente convincente de los hechos. Sin duda, el periodismo es útil, pero en general la “información” que a través de los medios se obtiene es parcial, incompleta y sobre todo eminentemente tendenciosa, por lo que mantenerse en el plano de los datos periodísticos y televisivos es prácticamente quedarse sin entender nada. Este es claramente el caso, desde luego, de la matanza cotidiana de lo que queda de la población palestina en Gaza y del criminal ataque israelí en contra de Irán, un ataque perpetrado de manera sorpresiva, injustificada y sin una previa declaración de guerra. En este como en otros casos debemos comportarnos como niños, es decir, de la manera más cándida posible, y entonces preguntar: ¿cómo es que pueden darse, teniendo a la población mundial como testigo, fenómenos tan horrendos y tan imperdonables como las masacres cotidianas en la Franja de Gaza y la eliminación selectiva de altos mandos del ejército y del gobierno iraní por parte de fuerzas armadas de un país con el que no se estaba en guerra? ¿Cómo nos explicamos semejante estado de barbarie?
Un primer obstáculo en la tarea de explicar lo que sucede lo encontramos en quienes intentan a toda costa evitar que la gente comprenda para lo cual se inventaron y pusieron en circulación la expresión ‘teoría de la conspiración’. Se trata de una estratagema que a menudo tiene éxito, aunque sea tan sólo porque a mucha gente le gusta usar expresiones cuyo sentido no del todo capta, pero que dota a quien las usa de un aire de sabiduría y profundidad que nunca nadie les adscribe y eso los gratifica. Así, con expresiones como estas como punta de lanza los partidarios de la incomprensión de lo que está pasando logran a menudo bloquear la especulación racional logrando así que los temas que de manera natural nos interesan queden hundidos en una atmósfera de oscuridad imposible de disipar. No perdamos de vista el hecho de que en general estos enemigos profesionales de la claridad intelectual están muy bien remunerados por lo que trabajan con ahínco para desquitar sueldos y apoyos de toda índole. El resultado neto es que la incomprensión campea en las mentes de las personas, quienes no logran liberarse de las trampas que les tienden quienes luchan contra toda clase de “teoría de la conspiración”.
Desafortunadamente para estos últimos, tarde o temprano la gente en general termina por captar el espíritu de sus consideraciones y muy rápidamente constata que todos aquellos que se solazan hablando de “teorías de la conspiración” no pasan de ser esquiroles teóricos cuyo objetivo primordial no es otro que el de impedir que tanto muchas situaciones históricas como fenómenos sociales actuales se vuelvan inteligibles. Dado que teóricamente, los “anti-conspiracionistas” en última instancia fracasan en sus intentos de bloquear el avance cognoscitivo, el ciudadano cuidadoso debería recordar que en múltiples ocasiones lo que no se logra por las buenas se obtiene por las malas, por lo que no es ni mucho menos absurdo pensar que muy pronto se dejarán oír voces proponiendo que quede estrictamente prohibido proponer cualquier cosa que los enemigos de la verdad denominen ‘teoría de la conspiración’. Mientras eso sucede, sin embargo, nosotros aprovecharemos que todavía somos libres para generar teorías sobre la temática que sea y delinear, si así nos place, nuestras propias “teorías de la conspiración”, independientemente de lo que se diga. Lo que en cambio siempre será de nuestro interés será la crítica seria que cualquier lector honesto tenga a bien emitir.
Iniciemos entonces nuestra labor consistente en esbozar a grandes brochazos una teoría que permita dar cuenta de lo que está pasando en esa parte convulsionada del mundo que es el Medio Oriente. Para ello, lo primero que habría que hacer sería preparar el escenario, esto es, el telón de fondo que es lo que permitirá dotar de un sentido preciso a nuestras afirmaciones y acomodarlas de manera apropiada en lo que sería un nuevo mosaico de hechos. En concordancia con ello, quisiera empezar por traer a la memoria una verdad muy simple, a saber, que eso que a nosotros nos puede parecer lo más natural del mundo, a saber, que el mundo se divide en países, es una realidad relativamente reciente. Antes de que hubiera países independientes hubo imperios, los cuales albergaban a muchos de los que ahora son países soberanos y autónomos. Un ejemplo paradigmático de ello es el Imperio Austro-Húngaro, el cual incluía lo que ahora son Hungría, Austria, la República Checa, Eslovaquia y por lo menos parte de Polonia, de Rumanía y de lo que alguna vez fue Yugoeslavia. En todo caso en Europa, con el abandono paulatino de una lengua común impuesta por la fuerza como lo era el latín, el constante debilitamiento de la Iglesia Católica, el desarrollo económico propio del capitalismo, el auge de la ciencia y algunos otros factores como estos se fueron cocinando las condiciones para el surgimiento de grupos humanos que se sentían unidas por tradiciones concretas, un mismo lenguaje, intereses más nítidamente delimitados y que simplemente no embonaban con los de otros sectores, comunidades o sociedades que constituían a los distintos imperios. Se fue así debilitando el “Antiguo Régimen”, un proceso que simbólicamente culminó con la decapitación de Luis XVI y de María Antonieta, en 1793. Ellos, desde luego, no fueron los únicos en ser sacrificados en la rueda de la historia, pero sí son símbolos muy representativos de lo que es el cambio social. El Imperio Austro-Húngaro, claro está, sólo se acabó con la Primera Guerra Mundial, pero las bases de su desaparición habían sido sembradas desde mucho tiempo antes.
En el siglo XX, la ejemplificación más clara y contundente del fin del período de la monarquía lo tenemos en la Revolución Bolchevique, dirigida por personajes míticos, como V. I. Lenin, Y. Sverdlov y León D. Bronstein, alias Trotsky. Fueron Lenin y Sverdlov (Trotsky, no estaba en Rusia en ese momento) quienes en 1919 ordenaron, por razones políticas y militares precisas, la eliminación del zar Nicolás II y de toda su familia, de facto encarcelada en la ciudad de Ekaterimburgo. Con la muerte, primero de Sverdlov, posteriormente la de Lenin y a raíz de ésta de la derrota política y administrativa de Trotsky (a quien a pesar de todo se le permitió emigrar), la revolución bolchevique se transformó en la revolución soviética, propiamente hablando, dirigida ésta ya por José Stalin hasta la muerte de este último, en marzo de 1953. La Unión Soviética evolucionó y murió, pero la nobleza de los Romanov nunca fue restablecida. Por otra parte, hay que constatar que, si bien ya sin imperios y de hecho al margen de sus respectivos gobiernos, todavía quedan remanentes, cada vez más dañinos, obsoletos y ridículos, de las monarquías de sangre. Éstas en realidad no se componen de otra cosa en nuestros días que de figuras decorativas sin poder ni injerencia en los asuntos de los Estados en los que todavía subsisten. España e Inglaterra son, si no estoy en el error, los mejores ejemplos de nobleza decadente e inservible. No creo mentir si afirmo que en los últimos tiempos a lo único a lo que han dado lugar los miembros de las familias reales europeas es a escándalos, a delitos de diversa índole y a auto-exhibiciones como paradigmas de la banalidad, la ociosidad y el parasitismo. Desde luego que no sé cuánto tiempo sobrevivirá la institución de la monarquía, pero lo que sí me atrevo a predecir es que su salida del mundo – considerado el tiempo históricamente – no tardará mucho en llegar.
Por mi parte, reconozco que estoy convencido de que la gente que vivió los acontecimientos decisivos en las épocas del derrocamiento de las monarquías no habría podido entender la naturaleza última de los cambios que se estaban operando ante sus propios ojos. La gente simplemente era testigo de diversos sucesos cuya significación última inevitablemente se le escapaba. Insisto en que eso es de lo más natural y es perfectamente comprensible de suyo porque, según yo, un fenómeno similar se produjo en nuestros tiempos y la gente no se percató de ello ni tiene la más remota idea de la importancia del cambio operado. La gente vive los procesos que le toca vivir, pero no necesariamente puede dar cuenta de ellos. Para superar el escepticismo que podría invadir a los potenciales lectores de estas líneas cuando digo que en general la gente no aprehende la naturaleza de cambios que tiene ante los ojos no queda más que presentar un caso concreto. Veamos si es ello como yo me lo imagino.
Tal vez deba empezar por señalar que lo que me interesa de los recordatorios elementales de historia que hice más arriba es que éstos permiten trazar un parangón muy ilustrativo con la situación actual. Desde mi perspectiva, así como los imperios europeos y el Antiguo Régimen se descompusieron en países, un fenómeno que requirió del surgimiento del sistema capitalista, de la sociedad burguesa, de la industrialización, de la implantación de la democracia, etc., en la actualidad los países de facto están empezando a borrarse o, para ser más precisos, no los países en tanto que entidades delimitades geográfica, histórica y políticamente, sino sus gobiernos. Factores como la globalización y el auge de colosales empresas trasnacionales tanto de ropa como de minerales raros, la unificación de las redes bancarias, la subordinación de ciertas monedas a otras, la re-estructuración y regulación del comercio mundial, la computarización en todos los dominios de la vida humana, etc., fueron inadvertidamente generando organizaciones e instituciones igualmente trasnacionales o, para decirlo de otra manera, supra-nacionales. La Organización Mundial de la Salud, la ONU, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, el Banco Mundial, la FIFA, etc., dictan políticas para todos o por lo menos para la inmensa mayoría de los países. Lo interesante de ello es que a través de todos esos organismos mundiales se fue de hecho generando también un coordinador, un manager trasnacional o, en otras palabras, un gobierno mundial, un gobierno de o para los gobiernos nacionales. Los países pueden seguir allí, pero el hecho es que ellos ya no son autónomos. Hay un estructura financiera, económica, militar, comercial, etc., mundial, a la que los países se tienen que someter, so pena de verse severamente castigados, aislados, privados de toda clase de ayuda por parte del nuevo gobierno mundial y, eventualmente, destruidos. Dicho sea de paso, tampoco son los pueblos libres políticamente en nuestros días, puesto que todos deben jugar lo que podríamos llamar el ‘juego de la democracia’, que es el mejor mecanismo para mantenerlos bajo control. Ya no se puede pensar en sistemas alternativos de gobierno y de organización social, porque de inmediato recae sobre quien haga alguna propuesta en este sentido el peligroso epíteto de ‘anti-democrático’, con lo cual la persona en cuestión, sea dirigente político o simplemente libre-pensador, se hace acreedora automáticamente de un repudio generalizado. Huelga decir que calificativos como esos abundan en la actualidad, pues ya quedó demostrado que constituyen un mecanismo efectivo de descalificación y desprestigio de quien osa pensar de un modo diferente al estipulado por los amos del mundo. Por lo pronto, lo que a nosotros nos debe quedar claro es que el gobierno mundial al que aludo es básicamente el gobierno de Occidente, entendido éste como una entidad política, financiera, militar y demás. Este nuevo gobierno supra-nacional ahora abarca no sólo a países como México, Nueva Zelandia y Japón, sino (y sobre todo) a Francia, a Alemania, a Gran Bretaña y, desde hace unas décadas, a los Estados Unidos también. En otras palabras, este nuevo gobierno mundial está por encima de los gobiernos particulares en el sentido de que los domina y por debajo de ellos en el sentido de que es la plataforma colectiva. Pero – podría preguntarse – ¿en dónde está el gobierno que coordina y maneja a todas esas instituciones, ese supuesto gobierno mundial? La respuesta requiere de un mínimo de aclaraciones previas.
Uno de los puntos más originales y llamativos del discurso político de Donald Trump desde muchos años antes de su segunda campaña presidencial fue su constante alusión a lo que él denominó el ‘Estado Profundo’ (Deep State). Éste tiene diversos componentes, pero indudablemente el fundamental es el sionismo norteamericano. Pienso, por lo tanto, que la respuesta a la pregunta del párrafo anterior es relativamente obvia y muy simple: ese super-gobierno mundial si bien extiende sus tentáculos en todo el mundo Occidental en última instancia tiene su sede en Israel o, quizá mejor, es el gobierno de Israel y sus ramificaciones a lo largo y ancho del mundo. La ventaja de este cuadro del tablero mundial es que permite generar de manera muy fácil explicaciones aceptables de fenómenos que con el cuadro tradicional en términos de países que tienen a los Estados Unidos como líder simplemente no se pueden proporcionar. Por ejemplo, desde este nuevo punto de vista resulta abiertamente grotesco y profundamente estúpido hacer afirmaciones como la de que Israel es el mejor aliado de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Eso quizá haya sido así en algún momento del pasado, pero ciertamente no lo es en la actualidad. Sin duda alguna, el gobierno de los Estados Unidos fue el gobierno más poderoso del planeta después del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero no sólo ya perdió su carácter de única superpotencia, sino que terminó siendo controlado y manipulado por el nuevo gobierno mundial, un gobierno esencialmente sionista que obviamente no surgió por generación espontánea, sino cuya existencia tiene un sinfín de causas precisas. De ahí que en realidad ese Goliat entre los gobiernos del mundo que es el gobierno de los Estados Unidos no sea después de todo más que un engranaje más, sin duda el fundamental, del sistema capitalista trasnacional manejado a su antojo por el David que es el gobierno sionista mundial. Como todos los demás en Occidente, el gobierno norteamericano se subordina a este gobierno mundial no perceptible a la mirada superficial, pero que es el coordinador real de la economía, el comercio, las finanzas, etc., de por lo menos el mundo occidental y que tiene su asentamiento en el gobierno israelí. Naturalmente, es en el gobierno norteamericano, entendido como el más poderoso de todos los miembros del Estado Mundial, en el que el gobierno sionista mundial más concentra su atención y cifra sus esperanzas. Los Estados europeos son elementos ya completamente digeridos por el gobierno mundial, el cual los maneja como mejor le conviene y de los cuales recibe todo el apoyo que necesita o ¿acaso no está la OTAN participando activamente en la guerra entre Israel e Irán? Negar esa verdad es como querer tapar el sol con un dedo. De todos modos cabe preguntar: ¿cómo diablos podría el gobierno israelí manejar al poderoso gobierno norteamericano al grado de imponerle políticas abiertamente contraproducentes para el pueblo norteamericano, para los Estados Unidos de América? En el complejísimo proceso de manipulación del gobierno norteamericano por el Estado profundo sionista mundial operan múltiples “factores”, como lo son la Reserva Federal, Hollywood y la prensa mundial, instituciones mundiales como las mencionadas anteriormente, etc., todo ello en concomitancia con el férreo control de las Cámaras de Senadores y de Representantes (o sea, el Poder Legislativo de los Estados Unidos), de las gubernaturas estatales a través de un sinfín de bien conocidos mecanismos de convencimiento y de presión y, desde hace unas décadas ya pero ahora de manera manifiesta del Poder Ejecutivo mismo de los Estados Unidos. Hasta un niño sabe que las campañas electorales en los Estados Unidos se ganan con las aportaciones de millones de dólares de donadores y que si Donald Trump llegó a la presidencia fue gracias precisamente (entre otras cosas) a las donaciones de ciudadanos americano-israelíes, como la heredera del imperio de los casinos. Miriam Adelson, fanática pro-israelí sin cuya cooperación Trump ciertamente no habría regresado a la Casa Blanca. ¿Quién manda en los Estados Unidos? Concretamente: en lo que concierne a la guerra entre Irán e Israel: ¿quién es el verdadero presidente: Trump o Netanyahu? Yo creo que los hechos hablan por sí mismos y no se necesita poner en palabras lo que indican.
Debo advertir que no es mi objetivo hundirme aquí y ahora en consideraciones concernientes al origen y las implicaciones del trascendental proceso histórico-político que estamos viviendo. Incursioné superficialmente en ese terreno porque aspiro a explicar lo que está pasando en el Medio Oriente. Es de esto de lo que hay que hablar y para lo cual las aclaraciones anteriores eran indispensables.
Propongo que, al menos momentáneamente, se conceda que, aunque sea a grandes rasgos, lo que he expuesto es una hipótesis relativamente fiel a los hechos. Podemos entonces hacer preguntas para las cuales deberíamos en principio recibir respuestas claras. Quizá no esté de más empezar por señalar que los adversarios de las “teorías de la conspiración” son incapaces de explicar por qué Israel es el único país que no se somete y que no respeta las regulaciones que valen para todos. Nosotros exigimos, por ejemplo, que se nos explique por qué puede el gobierno de un país territorialmente insignificante como lo es el de B. Netanyahu bombardear diariamente durante casi dos años a una población indefensa, como lo es la población de Palestina (de la Franja de Gaza sobre todo). Esta explicación sencillamente no se puede encontrar en el marco de la visión común en términos de países independientes. Yo pregunto: ¿qué otro país en este mundo se atrevería a hacer algo semejante? La respuesta es inmediata: ninguno, pero ese es precisamente el misterio: ¿por qué Israel sí puede y los demás países no? ¿Por qué los israelíes sí pueden torturar, violar, robar, asesinar impunemente como lo han hecho en Palestina desde hace 80 años, una conducta que la comunidad internacional no le permitiría a ningún otro país? ¿Por qué con Israel se quedan todos los gobiernos callados y hasta le aplauden cuando comete actos palpables de barbarie? A mí me parece que de alguna manera se tiene que explicar semejante singularidad, semejante excepcionalismo! ¿Por qué Israel y sus criminales dirigentes, auténticos delincuentes y criminales de guerra, no son nunca llevados ante los tribunales internacionales erigidos precisamente para perseguir delitos flagrantes, innegables, imperdonables de lesa humanidad, como los cometidos por los militares israelíes, desde el más engreído de los generales hasta el más corrupto de sus soldados? Todos hemos visto a militares israelíes aventar hacia arriba a personas en sillas de ruedas, golpear niños como si fueran luchadores, robarse lo que se les antoja cuando entran a las casas de familias palestinas y así ad nauseam. ¿Por qué Israel puede anexarse territorios a su gusto, desplazar a poblaciones enteras como si se tratara de rebaños de borregos, algo que si se tratara de otro país de inmediato suscitaría la reacción espontánea de protesta de todos los gobiernos? Estas y muchas otras son preguntas que todo mundo se plantea, pero que con el enfoque tradicional de países dizque autónomos simplemente no se pueden responder nunca de manera satisfactoria. En cambio, si modificamos el enfoque, entonces sí podemos empezar a entender el por qué de lo que sucede en el Medio Oriente.
Llegamos ahora al conflicto con Irán. Yo quisiera que los enemigos de la razón, esto es, los que permanentemente conspiran en contra de las “teorías de la conspiración”, nos expliquen por qué un país puede darse el lujo de bombardear a otro sin que le haya hecho absolutamente nada! Porque así como Irak fue brutalmente sacrificado enarbolando la falsa bandera de que tenía armas de destrucción masiva, una mentira flagrante que costó la vida de por lo menos un millón de ciudadanos iraquíes, ahora Irán es atacado con el armamento más avanzado que hay acusado de tener lo que todo mundo sabe perfectamente bien que no tiene, a saber, una bomba atómica. Y por si fuera poco; ¿quiénes hacen semejante acusación? La hacen quienes tienen almacenadas más de 200 ojivas nucleares, de las cuales pueden hacer uso en todo momento. Este descaro sólo lo pueden manifestar las autoridades de un país que está seguro de que tiene las riendas de la mitad del mundo en la mano. ¿Cómo es posible que nadie pregunte por qué Israel se permite acusar en la Asamblea General de la ONU a Irán de violaciones a la reglamentación mundial de la energía atómica cuando ese mismo país no permite ninguna inspección por parte de la Organización Internacional de la Energía Atómica, algo que Irán sí permitía hasta antes de que bombardearan su territorio? Obviamente, muchas respuestas a preguntas concretas para las que todos buscamos respuestas tendrían que venir acompañadas de datos concretos, pero mi objetivo no es esa clase de investigación. Mi objetivo era simplemente sugerir lo que puede ser el marco dentro del cual se puedan acomodar los hechos de un modo que el resultado sea comprensible para todos y que permita generar explicaciones genuinas y convincentes, algo que de hecho en relación con Israel no hemos recibido desde hace ya muchos lustros.
Como era de esperarse, la transformación casi insensible de la faz política de la Tierra acarrea consigo cambios en las mentalidades. Esto se ve con toda claridad en las conductas verbales de los gobernantes. Cualquiera puede percibir que los gobernantes y mandamases sionistas están imbuidos de soberbia, de altanería irreligiosa, de indiferencia total por las vidas de los ciudadanos sencillos, simples, normales. Salta a la vista que a los miembros de esa nueva nobleza que es la nobleza financiera y a sus representantes legales, los Netanyahus y los Blinken, les falta todavía mucho para ostentarse como verdaderos nobles. Por así decirlo, les falta estilo. Nadie en el medio resulta más odioso que el descarado Netanyahu, quien lloriquea porque un misil iraní afectó un hospital en Tel Aviv cuando él ordenó la destrucción de todos los hospitales y clínicas en Gaza (más de 700) o cuando ridículamente se rasga las vestiduras por el hecho de que el conflicto con Irán habría obligado a su pobre hijo a posponer por segunda vez su boda. Qué tragedia! Uno inocentemente se pregunta: ese monstruo: ¿se representará alguna vez a los niños que por órdenes suyas quedaron mutilados, fueron operados sin anestesia, acribillados a mansalva? ¿O a las mujeres palestinas humilladas, violadas, asesinadas por soldados y colonos, verdaderas bestias con los que sólo compartimos la pertenencia a la especie? Para Netanyahu y sus correligionarios, es decir, para los miembros del nuevo gobierno mundial, las vidas de quienes no pertenecen a su club no tienen ningún valor. Para ellos sólo los negocios de las trasnacionales y de la banca mundial son dignos de ser tomados en cuenta. Qué contraste tan notorio con el líder supremo iraní, el Ayatola Alí Khamenei! La alocución de este último al pueblo iraní después del artero y criminal ataque por parte del Estado lacayo norteamericano con el cual el gobierno iraní estaba en pláticas para llegar a acuerdos importantes puso en evidencia la inmensa y hasta conmovedora superioridad moral y espiritual del máximo líder iraní frente a los ambiciosos sin Dios como Netanyahu, el actual presidente del gobierno de Occidente. No cabe duda de que de tal gobierno, tal dirigente!
Por lo pronto podemos concluir que de lo que hemos sugerido emerge para el ciudadano común y para los dirigentes de los países por lo menos un resultado importante. Si la gente logra explicarse de manera satisfactoria lo que está realmente pasando en el Medio Oriente, inevitablemente verá en la guerra contra Palestina y contra Irán una guerra contra ella misma. Quien comprenda la situación de inmediato de identificará sentimentalmente con los pueblos palestino e iraní y sentirá que su victoria y su derrotan son también las suyas. Si nuestro esbozo de explicación es acertado, por una parte la gente podrá comprender por qué la victoria de Irán es crucial para su futuro, es decir, para el futuro de los ciudadanos del mundo que aspiran a vivir en la igualdad y en el respeto mutuo. Y por otra parte los gobiernos que no quieran ser convertidos por la fuerza en vasallos perennes de un déspota Estado mundial podrán empezar a maniobrar para liberarse de las garras de una plataforma de poder que ha demostrado no ser otra cosa que una máquina de destrucción y de muerte.