Difícilmente podría negarse que el cambio plantea problemas de comprensión. ¿Por qué? Bueno, porque por una parte el cambio es movimiento incesante, pero por la otra nuestra comprensión de cualquier fenómeno requiere de un lenguaje y sea cual sea éste, lo que hacemos al emplearlo es “atrapar” la realidad, fijarla, por así decirlo. El problema es que al momento de atraparla, ésta se vuelve estática: pasamos de la descripción de un estado a otro, pero el cambio mismo se nos vuelve a escapar. El lenguaje, en efecto, es como una red que permite pescar hechos pero éstos, una vez atrapados se (por decirlo de algún modo) momifican y dejan de ser los elementos vivientes de los cuales somos testigos pero que, cada vez que los describimos, esto es, cada vez que los atrapamos lingüísticamente, mueren.
Este problema que plantea el cambio se aplica claramente no sólo en el plano de las teorías científicas, sino también en el de la vida cotidiana, tanto individual como social. Por ejemplo, todos distinguimos sin problemas a un niño de 5 años de un joven de 17 y de un anciano de 80, pero es obvio que a pesar de sus marcadas diferencias son y siguen siendo una y la misma persona. Pero ¿acaso percibimos cómo la persona en cuestión pasó de niño a joven, de joven a hombre maduro y de hombre maduro a anciano? Claro que no. Podemos describir los resultados del cambio, pero no los procesos. No por lo menos con nuestras matemáticas y nuestras lógicas. No obstante, seguimos diciendo del joven que de alguna manera “emergió” de ese niño, que proviene de él, que es su continuación. Eso sí lo podemos en todo momento constatar. El joven, obviamente, ya no es como el niño, pero algunos elementos (por lo menos los esenciales) se conservan, puesto que de lo contrario no podríamos decir que a pesar de los cambios son “la misma persona”. O sea, lo único que no puede suceder es que el niño y el joven que de él emana sean dos seres completamente distintos y que no tienen nada en común.
Ahora bien, lo que quiero sostener en estas páginas es que, aunque mucho más complejo, el mismo fenómeno se produce a nivel social. Las sociedades evolucionan, pero no se da nunca, ni siquiera en periodos revolucionarios, un cambio tal que en el estado en el que se encuentra una determinada sociedad no puedan descubrirse arterias o vasos comunicantes que llevan del estado actual al inmediatamente anterior. Se sigue que una transformación social del 100% es lógicamente imposible. Lo que me propongo hacer es aplicar este “esquema” a lo que prima facie son dos países distintos, a saber, la Unión Soviética y la actual Federación Rusa. Veamos qué podemos decir al respecto.
Como sucede con las transformaciones grandiosas, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas vino al mundo como resultado de una combinación de, por una parte, fuerzas sociales que de manera incontrolada estaban ya destruyendo los cimientos de la sociedad hasta entonces existente, esto es, la del zarismo y, por la otra, de la acción de actores políticos inteligentes y decididos que le dieron a las fuerzas sociales una determinada orientación. A diferencia de la acción de las fuerzas sociales, que en cierto sentido eran incontrolables, las acciones humanas si bien resultaron decisivas eran de todos modos contingentes, es decir, podían no haberse dado, podían haber fallado, podían haber tenido otros efectos que los que de hecho tuvieron. Es precisamente esa combinación de necesidad material con acción individual azarosa lo que nos permite visualizar derroteros distintos de los que de hecho se implantaron. Para eso son los así llamados ‘contrafácticos’. Por ejemplo, podemos afirmar que sin la audacia de Lenin para tomar ilegítimamente el poder en un país prácticamente en caos, la revolución bolchevique no habría fructificado. Desde luego que Rusia se habría transformado, pero es sumamente implausible que el zarismo se hubiera vuelto a imponer (a pesar de la descarada intervención de múltiples países en los asuntos internos de Rusia para derrocar el nuevo gobierno y reinstaurar la monarquía, lidereados como era de esperarse por los ingleses). Asimismo, si a Lenin no le hubiera dado una embolia tan fuerte como la que padeció, si a Sverdlov no lo hubiera matado en 1918 la fiebre española, si Trostsky no hubiera resultado ser un manipulador burocrático tan mediocre como manifestó serlo, es poco probable que Stalin hubiera llegado al poder y que la construcción del socialismo se hubiera realizado al estilo staliniano. Y, de igual modo, si los gobiernos occidentales no hubieran presionado tanto al nuevo régimen, si no hubieran cortado toda clase de relaciones con él, si los kulaks no hubieran optado por enfrentarse al gobierno por medio de sabotajes, bloqueos, ocultamiento de víveres, alzas de precios, etc., es poco probable que el gobierno soviético se hubiera radicalizado como lo hizo cuando se vio forzado a expropiar y nacionalizar la tierra para garantizar los víveres para las ciudades.
Quisiera señalar que, inclusive si tratamos de hacerlo de manera racional, es obvio que consideraciones de esta clase, dejando de lado el hecho de que son excitantes intelectualmente, son meras especulaciones más o menos plausibles, más o menos descabelladas. No obstante, hay verdades a priori que no resulta factible rechazar, como la indicada más arriba de que la sociedad emergente se explica en gran medida por sus vinculaciones con la sociedad que existía previamente. Así, la Unión Soviética es incomprensible si no se entiende lo que era la vida bajo el zarismo, pero quiero también sostener que la actual Federación Rusa no es comprensible si no se entiende lo que realmente fue la Unión Soviética. Preguntémonos entonces: ¿qué fue la Unión Soviética y por qué fue tan importante no sólo para el pueblo ruso y los pueblos de las repúblicas de las que se componía el imperio de los zares? La importancia histórica y política de la Unión Soviética consiste en que fue el primer esfuerzo colectivo en la historia de la humanidad por construir una sociedad socialista. Esto último exige que hagamos algunos recordatorios básicos sobre tan singular país.
Como hasta el más ignorante de los ideólogos de la reacción y de los partidarios de las sociedades clasistas saben, la Unión Soviética vio la luz en las circunstancias más desafortunadas y adversas posibles. Era, pues, obvio que la reconstrucción de la vida cotidiana en una sociedad caótica y amenazada por multitud de fuerzas hostiles, como lo era la sociedad rusa de la época, no iba a poder realizarse sin inmensos sacrificios, medidas drásticas y la imposición de una radicalmente nueva constitución y de nuevas leyes (sobre todo de propiedad) sin el uso de la fuerza. Primera lección histórica importante: es una ilusión pensar que se puede llegar al socialismo por la vía de la persuasión y ello por una simple razón: porque lo que está en juego es la redistribución de la riqueza nacional y no es plausible imaginar que los magnates, los propietarios, los terratenientes, los pillos, los delincuentes de cuello blanco y, más en general, los beneficiados del bandolerismo oficial legitimado bajo todas sus formas podrían presenciar tranquilamente el cambio con los brazos cruzados. Las transiciones sociales de magnitudes históricas no se logran con discursos.
Lo que es fantástico en el caso de la Unión Soviética es que, a pesar de todo, contra viento y marea, ésta salió adelante y, sobre a todo a partir del momento en que Stalin tomó realmente las riendas del poder, el nuevo y joven país recibió una orientación claramente definida. Pero ¿qué se perseguía realmente? Los hechos hablan por sí solos. Lo que con la Unión Soviética se estaba empezando a gestar, como perfectamente la vieron Beatrice y Sidney Webb, esos grandes intelectuales ingleses, miembros de la célebre ‘Sociedad Fabiana’, lo mejor de la gran Bretaña de aquellos tiempos, era en realidad una “nueva civilización”. En aquella tierra donde habían reinado los nobles y los terratenientes (kulaks), los cuales habían mantenido en la miseria a millones de campesinos iletrados y dominados por el vodka, surgieron de pronto inmensas propiedades comunales, propiedades estatales al servicio de la nación. Se hacían nuevas ciudades en 5 años, se multiplicaron las fábricas, florecieron las ciencias y las artes (una nueva pintura, una nueva música, una nueva literatura), se educó a toda la población, todo ello obviamente dirigido por una ideología ad hoc que efectivamente contribuía a que el país avanzara a grandes pasos para defenderse de los anquilosados gobiernos de banqueros e industriales, gobiernos que siempre toman decisiones contrarias a los intereses de las clases explotadas. En verdad, en la época del socialismo soviético se creó un nuevo tipo de ser humano, del ser humano que sólo puede florecer en una sociedad esencialmente igualitaria. Quizá 1935, el año en el que el pensador por antonomasia, Ludwig Wittgenstein, hizo una visita de tres meses al nuevo país, haya sido el año que marca el punto culminante en el que se conjugaron intereses gubernamentales e intereses sociales. La Unión Soviética entró después en un proceso muy complejo de “limpieza política interna” que creó un panorama un tanto sombrío. Se incrustó en multitud de puestos cruciales gente perversa, personajes como Yagoda, Ezhov y luego Beria, que tergiversaron el proceso positivo de la nación y empañaron su progreso. De todos modos, el país siguió creciendo y lo hizo de modo tal que, cuando se produjo lo que no puede entenderse más que como la traición más grande de la historia (yo, lo confieso, no conozco una equiparable, salvó quizá la de Judas, pero eso es un plano individual, no social), esto es, el sorpresivo e indescriptiblemente violento y destructivo ataque de Alemania, el 22 de junio de 1941, la Unión Soviética resistió y sobrevivió, como ningún otro país en el mundo habría podido hacerlo. Esto es algo que amerita ser enfatizado.
Julio Cesar, el día en que los senadores romanos lo apuñalaran y lo dejaran tendido a los pies de la estatua de Pompeyo, tenía ya preparado un ejército de 100,000 soldados para atacar al imperio persa; Napoleón preparó su invasión a Rusia para lo cual armó un ejército de 1,000,000 de soldados, cuya suerte, hay que decirlo, a él no le importaba mayormente, como lo dejaron en claro su actitud y su conducta durante su regreso a Francia después de haber tomado Moscú. Ahora bien, lo que los alemanes desataron en contra de una más que desprevenida excesivamente cautelosa Unión Soviética (ya que Stalin no quería indisponer ni mínimamente al gobierno alemán en su contra) fue un ataque despiadado, sin declaración y sin respetar reglas de guerra, de … 3,000,000 de soldados, con el mejor armamento de la época y que, por si fuera poco, iniciaron su embate desde la frontera entre los dos países (con algunos territorios polacos de por medio). Necesito volver a especular, pero creo que la conclusión de mi especulación es incuestionable: ningún país habría resistido semejante ataque; cualquier otro país se habría derrumbado. Pero la Unión Soviética, con apenas 20 años de existencia, frenó y venció al invasor. El costo fue enorme: la destrucción total de la parte occidental del país y alrededor de 28,000,000 de muertos. Si después de revisar los datos históricos no se reconoce que en los hechos el socialismo funciona, es porque o se es tarado o ignorante o un irredimible reaccionario ideológico.
Sí, hay que decirlo: la Unión Soviética original, promisoria, llena de vida, creativa, etc., murió con la invasión alemana. Ésta no logró acabar con el país, pero sí lo transformó, porque además de la inmensa destrucción que causó, lo desfiguró: inevitablemente se radicalizaron algunas malas tendencias inscritas en el régimen, se generó un status quo que ya no era totalmente acorde a los ideales del socialismo originario y ese proceso degenerativo terminó cuando entre M. Gorbachov y B. Yeltsin desmantelaron y vendieron el Estado soviético, un Estado que sólo vivió 70 años. Y aquí llegamos al punto realmente crucial, que es el de la continuidad de una fase en otra, i.e., la transformación de la Unión Soviética en la Federación Rusa.
Partamos de una verdad elemental: la Federación Rusa ya no es la Unión Soviética – en el mismo sentido en el que un hombre de 50 años ya no es el nene de 5 meses que en algún momento fue – pero de todos modos, y esta es mi tesis, representa la continuidad con la Unión Soviética. Dicho de otro modo, en la Federación Rusa prevalece ahora una variante de socialismo propio de una situación en la que no se tiene que partir de cero, que no se tienen que construir los cimientos de una nueva civilización, que no se tiene que contar con el sacrificio de la gente en aras de un futuro mejor para las siguientes generaciones. La Federación Rusa, como lo indica su constitución, le garantiza a sus ciudadanos múltiples servicios (educación, salud, etc.), pero ya no se ve en la necesidad de coaccionar, presionar, forzar decisiones para sacar adelante sus programas de bienestar social. La ideología del socialismo de hoy es distinta de la del socialismo primigenio, que era una ideología de choque social. Esta ya no se necesita. Inclusive en periodos de guerra, como el actual – que no es más que el resultado de un infame capricho, una demencial obsesión en los que se conjugan el aborrecimiento del socialismo con el odio hacia Rusia – el gobierno ruso sigue siendo un gobierno esencialmente protector de su pueblo o, si se prefiere, de los pueblos de la Federación.
Es importante entender el cambio social, porque sólo ello nos permitirá comprender que el socialismo actual ya no tiene necesidad de limitar la acción política e inclusive la propiedad privada, si bien mantiene como un elemento constitutivo esencial la obligación de darle a sus ciudadanos un nivel de vida muy superior al que la Unión Soviética estaba en posición de darle a los suyos. El ciudadano ruso actual puede viajar (si, como antes, los gobiernos occidentales les dan visas, cosa que por ejemplo en este momento es imposible. La verdad es que no visualizo a turistas rusos desembarcando en Heathrow o en Orly, aunque sí puedo imaginar turistas ingleses o alemanes llegando a Moscú o a San Petersburgo), puede tener una tienda, una empresa, una casa de campo, etc. Lo que no puede hacer es expoliar a sus conciudadanos, porque el marco legal no se lo permitiría. En la nueva Rusia casi no hay desempleo y el Estado garantiza la efectividad de los servicios que todos imaginamos como parte de las obligaciones propias de cualquier Estado: transporte, educación, servicios médicos, vacaciones, etc.; el ciudadano medio puede adoptar la religión ortodoxa, combatida en la Unión Soviética por su estrecha vinculación con la nobleza rusa. Ese conflicto ya no existe. En Rusia ciertamente no se vive como en los Estados Unidos, en donde no hay seguridad social (si no se compró uno un seguro, está totalmente desprotegido), en donde la educación universitaria, por ejemplo, implica deudas inmensas para los estudiantes, etc. En Rusia ya no se persigue el ideal del estatismo radical, por atractivo que éste pueda ser para los países en los que se lucha por la justicia social sin ser todavía países socialistas. Lo que sí es incuestionable es la prioridad del Estado sobre el capital o las inversiones privadas. Considérese, por ejemplo, el caso de los servicios de recolección de basura: puede haber empresas privadas, pero el marco general lo fija el Estado a través de sus ministerios. En Rusia no es posible que el Estado sancione una situación en la que las empresas privadas anteponen sus intereses a los de la población.
Sintetizando: en la Rusia actual encontramos un equilibrio entre lo público y lo privado y ‘equilibrio’ en este caso quiere simplemente decir que el Estado fija el rumbo, los alcances de las decisiones que se tomen, los objetivos generales de los organismos estatales, los mecanismos para alcanzarlos, etc., dejando un amplio margen al ingenio y capacidades individuales o grupales. Obviamente, la función primordial del jefe del Estado es y tiene que ser la de mantener dentro de ciertos márgenes, que deberían ser infranqueables, las tendencias pro-capitalistas, porque si éstas triunfaran se regresaría a esquemas injustos y ya superados de organización social. Eso en Rusia es históricamente inviable.
En verdad, el paralelismo entre la Unión Soviética y la Federación Rusa puede verse nítidamente en el caso de la guerra. La Unión Soviética, un paradigma de heroísmo, triunfó allí donde nadie habría triunfado, es decir, frente a una agresión artera e injustificada. Por su parte, la Federación Rusa fue víctima de una intriga mundial y de una agresión creciente que, de no haberse iniciado la Operación Especial, tendría en este momento a Rusia totalmente rodeada de misiles occidentales (a los que sin duda ya se habrían añadido los que se habrían instalado en lo que otrora fueran Repúblicas Soviéticas, en el Cáucaso y más allá). A mi modo de ver, la intensidad de la agresión en contra de la Federación Rusia, una agresión preparada con años de anticipación, es mayor que la desatada por los alemanes en 1941. Los alemanes querían apropiarse de Ucrania, de Bielorrusia, etc.; en cambio, los adversarios occidentales de la Federación odian a Rusia y lo que buscan es su extinción. No pueden invadirla militarmente, pero su odio es más intenso y data de más tiempo. Por qué es ello así es, sin embargo, un tema en el que no ahondaré. Independientemente de ello, creo que así como vimos al Ejército rojo ganar la Segunda Guerra Mundial, podamos ahora predecir el triunfo militar de Rusia, la cual si bien esta vez operó en condiciones muy difíciles financieramente, bajo brutales presiones y chantajes comerciales, económicos, sociales, culturales, diplomáticos, etc., de todos modos desde un punto de vista militar estaba mejor preparada que la Unión Soviética cuando Alemania decidió invadirla. Y así como el Ejército Rojo, después de un esfuerzo titánico, venció a la Wermacht, así Rusia ahora venció a la OTAN. Y esto lo digo porque me parece que hasta un niño entiende que la guerra de Ucrania es una guerra de la OTAN en contra de Rusia a través de un gobierno cada vez más ilegal e ilegítimo, como lo es el del vampiro de Ucrania, el “clown” Zelensky. Para nosotros lo que importa es el hecho de que podemos ver los lazos de continuidad entre la Rusia actual y La Unión Soviética. Y así como J. V. Stalin salvó el socialismo real en su primera y tormentosa etapa, así V. Putin salvó el socialismo de la etapa de bienestar económico de las garras de sus enemigos occidentales. La modestia típica del homo sovietucus ya no es indispensable, ya la gente puede con todo derecho aspirar a un mejor nivel de consumo, de bienestar económico, desde luego no equiparable al de las minorías opulentas occidentales, pero sin duda superior y sobre todo más parejo que el de las grandes masas del así llamado “Sur Global” (y de amplísimos sectores poblacionales de los países de Europa Occidental e inclusive de los Estados Unidos, y sin los problemas intrínsecos a estas sociedades).
Con base en lo expuesto, creo que podemos sostener que la victoria rusa en Ucrania es sin duda alguna, en primer lugar, una victoria de las poblaciones rusas del Donbás (Donetsk, Lugansk) y de las que, tras un plebiscito, decidieron unirse a Rusia; en segundo lugar, es una victoria del pueblo y del soldado rusos; pero, en tercer lugar, es una victoria del socialismo de nuestros tiempos. En ese sentido, la victoria rusa en Ucrania es una victoria de todos nosotros, i.e., de todos quienes no somos ni magnates ni siervos de magnates.
Ahora bien: ¿está esta victoria asegurada? Quisiera ser optimista y pensar que, por una vez, la justicia y la razón prevalecerán en este mundo. Pero no se puede cantar victoria sino hasta que los mandamases occidentales hayan sido forzados a firmar su vergonzosa derrota. Considerada desde un punto de vista material y humano, la guerra en Ucrania, concebida y descaradamente provocada en contra de Rusia por los oligarcas de Occidente y sus gobiernos títeres (¿quién manda en Occidente? ¿Macron? ¿Starmer? ¿Merz? ¿Trump? Una respuesta en estos términos sería como para destornillarse de risa!) no es peor ni más terrible que la indescriptible destrucción de Gaza. Desde un punto de vista humano, lo que todos los días acontece en Palestina es incomparable con cualquier otro suceso histórico. Toda persona normal, razonable, no viciada intelectual y espiritualmente, pide a gritos la creación inmediata del Estado Palestino, un Estado que ya existe en la imaginación y en los corazones de la inmensa mayoría de los seres humanos. Pero desde el punto de vista de la humanidad en su conjunto, simbólicamente, la victoria de la Federación Rusa en su lucha con el siniestro Zelensky y los gobiernos que lo apoyan, es la victoria del nuevo socialismo, del socialismo real de nuestra época, del socialismo al que aspiran los seres humanos sencillos que no tienen otra misión en la vida que coexistir en paz y en armonía con sus semejantes.