No sé nada al respecto, pero yo sinceramente dudo de que los súbditos de las monarquías de antaño, al servicio de nobles y de oligarcas, estuvieran al tanto de las motivaciones, intrigas y decisiones de los gobernantes del momento. Podría pensarse que, con el desarrollo de los periódicos, el radio y la televisión esa situación cambiaría y que a partir del momento en que fueron inventados el acceso a la información genuina se habría vuelto una realidad para todo mundo. Si a esto le añadimos el mundo de la computación (videos, redes sociales y demás), parecería que sólo a un insensato fantasioso se le ocurriría poner en tela de juicio la idea de que seguimos viviendo, desde el punto de vista de la información acerca de las causas de lo que pasa, en las tenebrosas épocas del pasado. Sin embargo, y a riesgo de ser tildado precisamente de eso, i.e., de insensato fantasioso, me atrevo a formular la hipótesis de que en Occidente, hoy más que nunca, el ciudadano medio de nuestros días está más desvinculado de la realidad que sus predecesores. Por ejemplo, es creíble que el individuo de otros tiempos no supiera nada de lo que sucedía en los pasillos y las alcobas de los jerarcas, que era donde a menudo se tomaban decisiones cruciales (no estoy seguro de que eso no siga siendo el caso, dicho sea de paso), pero en la actualidad no sólo seguimos en la ignorancia absoluta de por qué o sobre qué bases se opta por tal o cual política, sino que son tantos los datos con los que a diario se nos bombardea que el ciudadano medio simplemente ya no sabe qué creer. En otras palabras, además de seguir manteniéndonos desinformados respecto a las motivaciones y objetivos ocultos de multitud de decisiones políticas, independientemente del nivel del cual provengan, ahora a las personas sistemáticamente se les confunde a través de la deliberada manipulación informativa a la que cotidianamente se les somete. O sea, puede haber datos fidedignos en circulación en un espacio público, pero como son transmitidos junto con cientos o miles de otros datos que no lo son y en una vorágine que nunca se detiene, al individuo, inclusive si tiene un mínimo de preparación política, no le resulta nada fácil formarse un cuadro coherente y plausible de lo que acontece. Es como si, estando en un estanque, de pronto soltaran lo que parecerían ser miles de pescaditos de colores diferentes siendo sólo algunos de ellos pescados reales y no meros curricanes, dejándole a las personas la tarea de determinar cuáles son reales y cuáles no lo son. Haciendo a un lado consideraciones más bien obvias, si los “pescados” son los datos en circulación y todo se reduce a un asunto de percepción, la verdad es que sería una broma de mal gusto decir que “el individuo tiene un libre acceso a la información”.
La situación descrita se aplica sin problemas a lo que sucede en la actualidad tanto en un plano nacional como en uno internacional. ¿Acaso sabe alguien quiénes realmente y por qué mataron al presidente municipal de Uruapan? ¿Está enterada la gente acerca de las motivaciones de acciones declaradamente contrarias al bien común, moralmente despreciables y socialmente dañinas, como los amparos proporcionados a toda clase de delincuentes por los miembros de la antigua Suprema Corte de la Nación, esto es, por la ex-Magistrada Norma Piña y su clique? ¿Podría una persona común y corriente explicarnos la orientación que E. Macron le imprimió a la política exterior de Francia, una política abiertamente contraria a, por ejemplo, la del General Ch. de Gaulle, sin duda un auténtico patriota? ¿Tiene alguien alguna idea de quiénes mataron a J. F. Kennedy y de por qué lo hicieron? ¿Se sabe quiénes organizaron el atentado en contra de D. J. Trump durante su campaña electoral, en julio de 2024 y por qué lo hicieron? ¿Está enterada la gente de lo que podríamos llamar la ‘trama Epstein’, de, e.g., las relaciones entre J. Epstein y el padre de Ghislaine Maxwell, esto es, Robert Maxwell, agente estrella del Mossad y enterrado con pompa y circunstancias en el Monte de los Olivos (vaya injuria! Allí donde Jesús pasó su última noche!), en las afueras de Jerusalem? ¿Disponen los ciudadanos del mundo de los elementos para formarse siquiera una idea acerca de la mentalidad de monstruos como Epstein y su detestable compinche, Ghilaine Maxwell? ¿Acaso podría una persona, inclusive si es culta, extraer de los diarios y de los noticieros alguna información relevante respecto a psicópatas y criminales de guerra como Benjamín Netanyahu? La información existe, hasta cierto punto, pero no proviene de las fuentes comunes de información. De manera que, en general, la gente no tiene ni idea de lo que es, permitiéndome un barbarismo, la “verdadera realidad”. Como dije, la información (aunque obviamente no completa) existe y en principio está al alcance de las personas, pero este ‘en principio’ es el ‘en principio’ de la fantasía, no el ‘en principio’ de lo efectivamente realizable. “En principio” un indigente puede sacarse la lotería y convertirse en millonario de un día para otro, pero eso es simplemente un espejismo de ideas, una mera posibilidad lógica. La realidad, lo sabemos, es muchísimo más restrictiva.
Así, pues, nuestro objetivo es ante todo comprender lo que sucede. Concentrémonos entonces en el caso de la guerra de Ucrania. ¿Qué es esencial en ella y que no se nos informa al respecto? Con lo anterior en mente, me parece por lo pronto que estamos justificados en afirmar que dicha guerra entró ya en su fase final. Ahora bien, aunque desde el inicio del conflicto los datos fluían por toneladas y por todas partes, era tan abigarrado el panorama que no es sino hasta ahora, esto es, cuando la situación se decantó ya con suficiente nitidez, que podemos aspirar a formarnos un cuadro relativamente fidedigno y explicativo de lo que pasó con ese pobre país y de por qué el desenlace será lo que razonablemente podemos imaginar que será. Esto, sin embargo, no quedaba todavía claro, a pesar de los datos a la mano, hace todavía algunos meses. Dado que nuestro objetivo no es atiborrar al lector con más datos (no es esa nuestra función), lo que tenemos que hacer es, usando la información de la que disponemos, tratar de explicar qué fue lo que pasó allá en Europa Oriental y qué podemos sensatamente pensar que pasará en un futuro no muy lejano.
El primer hecho a tomar en cuenta para explicarnos el fenómeno de la guerra entre Ucrania y Rusia es, obviamente, la rivalidad entre Occidente y Rusia. Esta rivalidad se configuró a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Al frente de la coalición de Occidente en esto que se intentó presentar como algo parecido a una nueva cruzada, estaban involucrados evidentemente los Estados Unidos de América. Pero, y aquí nos topamos con una primera complicación, porque hablar de los Estados Unidos o del gobierno de los Estados Unidos a secas es prácticamente perder el tiempo y confundir a la gente. Frente al mundo hay un gobierno, viz., el norteamericano, pero lo que ya todo mundo debería saber es que al interior de dicho gobierno y operando también desde la sociedad civil, hay otras y muy poderosas fuerzas en acción en los Estados Unidos. Podemos entonces visualizar el gobierno americano como una construcción de dos pisos: el gobierno público, oficial, representativo, etc., por una parte, y por la otra –– retomando una expresión si no acuñada sí ampliamente aprovechada (a final de cuentas no sabemos bien para qué) por D. Trump –– el “Estado Profundo” (“Deep State”). La expresión ‘Estado Profundo’ refiere a un número indeterminado de fuerzas operantes, de diversa índole, que todo mundo sabe que existen, que “están allí”, pero nadie sabe bien a bien cuándo actúan y cómo lo hacen. En relación con las cuestiones de la vida civil cotidiana, estas fuerzas no necesariamente dictan la política global del gobierno oficial de los Estados Unidos pero sí la “sub-determinan”, en el sentido de que, pase lo que pase, el gobierno oficial simplemente no puede chocar con ciertos intereses; y, por otra parte, sí hay algunos temas en relación con los cuales las fuerzas profundas sistemáticamente marcan, cada vez con mayor decisión, la política de los gobiernos norteamericanos. Además, estas fuerzas pueden ser tanto públicas como privadas, o una mezcolanza de ambas. Entre esas fuerzas subterráneas pero poderosísimas que operan 24 horas al día en los Estados Unidos están, ante todo, el complejo militar-industrial, la CIA y lo que podríamos llamar, mutatis mutandis, el ‘complejo americano-sionista’, el cual incorpora a más de 150 organizaciones, todas ellas muy activas y debidamente jerarquizadas. Entre éstas, el AIPAC (American Israel Public Affairs Commettee, o sea, Comité de Asuntos Públicos Estadounidense Israelí), sin duda alguna, ocupa un lugar preeminente.
Lo que hemos dicho da la pauta para entender por lo menos dos rasgos de la política norteamericana del siglo XX y de lo que va del XXI: en primer término, su belicismo y su excepcionalismo, ambos fundados en su inmenso poder militar, y en segundo lugar su defensa incondicional y a ultranza de Israel. Si se entiende eso se puede entender también por qué las más de las veces las preguntas y las aseveraciones que se hacen en relación con la política de los Estados Unidos vis à vis Israel son declaradamente ingenuas, por no decir torpes. La gente pregunta: ¿por qué los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad bloquean absolutamente cualquier iniciativa o protesta por parte de miembros del Consejo mismo o de la Asamblea General para, por ejemplo, ponerle un límite a la desvergonzada barbarie israelí en el Medio Oriente (y más allá!)? Si alguien plantea una pregunta como esa es porque definitivamente no está informado de nada! Debería ser obvio para todo mundo que los fenómenos políticos no suceden por azar ni por capricho. Si los Estados Unidos protegen a Israel por las canalladas que el gobierno israelí comete, ello no es ni por casualidad ni por equivocación; si un presidente como Donald Trump le arrima la silla al primer ministro israelí para que se siente, eso no es ni una broma ni acto de hospitalidad ni nada que se le parezca. Es simplemente la expresión conductual de una realidad política, a saber, que el gobierno de los Estados Unidos está bajo el control del sionismo mundial, enraizado desde luego en ese país. Si eso se entiende, entonces se entenderá también por qué, políticamente, los Estados Unidos tienen no una sino dos capitales: para asuntos internos y mundiales que no estén directamente vinculados con Israel la capital es Washington D. C., pero para todo lo que tenga que ver con Israel, dentro y fuera de los Estados Unidos, la capital es Jerusalem. Como lo mismo o probablemente peor pasa con los Estados europeos, el lector puede empezar a forjarse una idea un poquito más realista de lo que Israel significa para el mundo, independientemente de nuestro posicionamiento al respecto. Desde luego que lo que voy a decir es un tanto exagerado, pero el hecho es que podemos representar la relación “USA-Israel” como una especie de engendro en el que los músculos son los Estados Unidos y la cabeza (el cerebro, la mente) es Israel. La pregunta test es entonces la siguiente: si momentáneamente se acepta este cuadro: ¿se entiende mejor lo que pasó y está por suceder en Ucrania? Faltan premisas, pero pienso que sí.
Preguntémonos: ¿cómo se manipula un gobierno? Desde luego, estableciendo relaciones de dependencia entre él y otras instituciones, que pueden ser de muy variada índole, pero también sometiendo de uno u otro modo a personas clave que ocupan puestos relevantes. Pero ¿es esto último algo que podría lograrse con los políticos norteamericanos? La verdad es que eso es algo que Israel no sólo podría hacer, sino que de hecho lo ha venido haciendo desde hace décadas. Un mecanismo eficiente, allá y en casi todas partes, es la corrupción. Obviamente circulan para ello grandes sumas de dinero, apoyos políticos de toda clase, viajes todo pagado a Israel, etc., pero con lo que realmente los israelíes se superaron a sí mismos fue con la hazaña realizada por otro de sus grandes super-agentes, a saber, Jeffrey Epstein. El caso, top secret durante muchos años pero ahora por todos conocido gracias a las denuncias de algunas de sus víctimas, es el de una operación que se extendió alrededor de 20 años, de chantaje sexual de personalidades que cayeron en el garlito (algunos de ellos, porque otros sabían perfectamente bien a lo que iban) que representa el sexo sin restricciones, gratis y ornamentado al máximo. Muchos de esos maquiavélicos políticos resultaron ser cándidos borregos que, sin tener ni idea de ello, fueron filmados en situaciones, digamos, embarazosas, con jóvenes hermosas, con menores de edad y demás, dando rienda suelta a sus fantasías sexuales. Como el caso saltó a la luz pública por acusaciones de víctimas, lo único que quedó por hacer fue presentar a Epstein como un degenerado, un depravado, un traficante de jovencitas, un tratante de blancas, etc., intentando así desviar la atención de lo que eran sus objetivos reales y de para quién trabajaba. A mí en lo particular no me interesaron nunca las “pasiones” de ese delincuente, pero sí su función política. La lista de sus “invitados” también ya se hizo pública, a pesar de los esfuerzos de Trump por evitar el cataclismo político que, como a muchos otros, se le viene encima por su relación de muchos años con Epstein. Una vez enterados de la situación en la que se encontraban, los distinguidos miembros del club de Epstein (el muy respetado Noam Chomsky incluido, por ejemplo) no podían hacer otra cosa que lo que se les ordenara y eso era siempre en favor de Israel. Eso es control de un gobierno por parte de otro. Dicen del Hércules sexual del Mossad, esto es, Epstein, que se suicidó en la cárcel más severa de Nueva York! A mí esa versión, lo admito, nunca me convenció. Su cuerpo fue sacado de la prisión como si se tratara de un secreto de Estado. Todo mundo asegura que está muerto pero yo, con toda franqueza, le creo a los iraníes, quienes sostienen que por medio de radares captaron su voz y reconocieron lo que decía estando en Israel. O sea, Epstein está vivo, aunque nunca más se le volverá a ver. Pero en todo caso, él cumplió con su misión. Como director del lupanar más lujoso del mundo, permitió de todo, como conductas incalificables, como las de su gran amigo, el ex-Primer Ministro de Israel, Ehmud Barack, a quien al parecer le gustaba el trato “fuerte” con las jovencitas, consistente en golpear a la persona, hacerla sangrar al tiempo que la usaba y humillaba. En todo caso, la moraleja es clara: sí se puede manejar a miembros clave de un gobierno y una sociedad que hasta hace poco eran los de la única hiperpotencia del mundo.
Llegamos así a la guerra de Ucrania, una guerra que nunca tuvo ningún sentido inteligible para nadie salvo para quienes la diseñaron y llevaron a cabo. Sobre los orígenes de la guerra ya dije lo que tenía que decir por lo que no ahondaré en el tema. Me bastará con señalar que los arquitectos a quienes se les debe la destrucción de Irak son básicamente los mismos que los que ahora intentaron destruir Rusia y lo único que lograron fue destruir Ucrania. El entusiasmo provocado por la obtención sistemática de sus objetivos, la demostración en los hechos de que hasta entonces habían podido imponer su voluntad manipulando hábilmente al títere en que convirtieron al gobierno norteamericano (y en cierto sentido, al pueblo norteamericano también) llevó a los grupos poderosos semi-invisibles de los Estados Unidos y, por ende, de Europa Occidental, a diseñar un diabólico plan para acabar de una vez por todas con la gran adversaria, i.e., la Federación Rusa. Sólo una posibilidad estaba vedada, a saber, intentar doblegarla por la fuerza. La maquinaria del Estado Profundo norteamericano se puso entonces en marcha y orquestó un plan para poner de rodillas a Rusia. En otras palabras, lo que se planeó a fondo, un trabajo de no menos de 15 años, fue precisamente la guerra de Ucrania. Se elaboraron detalladamente todos los cálculos en todos los ámbitos: económicos, financieros, militares, comerciales, diplomáticos, etc. Cuatro años después de haberse iniciado el conflicto armado, podemos afirmar que ningún otro país, con la potencial excepción de China, habría resistido semejante presión. Pero lo que ese todopoderoso “Estado Profundo” occidental (porque éste impera no nada más en los Estados Unidos sino en todo Occidente), con sede en los Estados Unidos, no calibró debidamente a su enemigo mortal, esto es, al presidente de la Federación Rusa, Vladimir V. Putin. Con él, y habría que añadir ‘gracias a él’, se detuvo la cadena ininterrumpida de éxitos del Estado Profundo. Y lo peor es que ahora viene la resaca. Ya era hora!
A mi modo de ver, sólo a megalómanos delirantes les pudo haber pasado por la cabeza la idea de que era posible sin armas atómicas aniquilar a Rusia. Y, por otra parte, es sólo sobre este trasfondo de delincuencia organizada a nivel mundial que se puede situar debidamente la silueta de uno de los bandoleros más escalofriantes y despreciables de la historia, a saber, Volodomir Zelensky. Yo soy de la opinión de que, por lo menos en el mundo occidental, con la enseñanza y el mensaje cristianos la actitud de la gente cambió. Se era de una manera antes de Cristo y de un modo distinto después. Antes de Cristo, matar era una actividad más. No despertaba ningún horror. El cristianismo, sin embargo, enseñó que eso no es así, que no se puede simplemente cosificar a un adversario y destriparlo, que la vida humana no puede ser ser conducida por esos canales. Desde luego que los humanos siguieron matando, saqueando y demás, pero surgieron escrúpulos y apareció la piedad como un factor a tomar en cuenta. El problema es que, después de 2000 años de dolorosa enseñanza, Zelensky, el enemigo jurado de la Iglesia Ortodoxa, nos regresó a la edad del pre-cristianismo, del bestialismo. Yo no dudo de que, si de Zelensky dependiera, él ya hubiera formado un batallón con niños de 10 años y lo hubiera mandado al frente. Para Zelensky, como para Netanyahu, todo está permitido, todo se vale, no hay límites. O, mejor dicho, en este caso sí los hubo, porque los impuso el Presidente Putin.
Como el plan de destruir a Rusia no fructificó, la guerra de Ucrania dejó de ser el gran proyecto en el que coincidieron durante algún tiempo los intereses tanto del Estado oficial como del Estado Profundo norteamericanos. (Un gran negocio, dicho sea de paso, para Zelensky y su pandilla. Ucrania está catalogada como el país más corrupto del mundo!). Ahora bien, a raíz de la innegable victoria militar rusa, el plan original, que con tanta meticulosidad fue preparado, se convirtió en una carga demasiado pesada para los Estados Unidos y de implicaciones imposibles de aceptar. Por eso, desde que regresó a la presidencia. D. Trump ha venido batallando para ponerle fin a una situación que simplemente ya no le genera a los Estados Unidos como país absolutamente ningún beneficio (político, militar, diplomático, estratégico, etc.). Por ello es que su plan de paz es realmente un plan realista, que como era de esperarse, los fanáticos occidentales con Zelensky a la cabeza simplemente se niegan a aceptar. Aquí el problema para todos ellos es que frente a las fantasías de los reyes ocultos de Occidente lo que se erige es la realidad del ejército ruso. Si las cosas siguen como están ahora, con un frente que se desmorona hora tras hora, con una deserción de un 25 % de sus efectivos, con una población expuesta a un crudo invierno y que pide a gritos la destitución de Zelensky, con la ayuda norteamericana semi-congelada, no es descabellado pensar que el ejército ruso entrará en Kiev quizá para la fecha en la que se inició de manera forzada la operación especial. Sin duda alguna, esta puede ser la gran escena, la escena final de una imperdonable (por los costos humanos y materiales) farsa histórica. Como es poco probable que Zelensky entre en razón, lo mejor que le puede pasar a los ucranianos es que su dictador huya, abandone al pueblo ucraniano a su suerte y que un nuevo gobierno negocie con Rusia su rendición incondicional. Desafortunadamente, la ceguera política y moral de Zelensky es tal que a pesar de tener en contra al presidente de los Estados Unidos se empeña en “renegociar” el plan Trump. Lo que él se rehúsa a entender y a aceptar es que las condiciones cambiaron, que el plan del cual él formaba parte definitivamente fracasó, que Rusia los venció y que ahora es el auténtico gobierno norteamericano el que entablará, ya sin intermediarios, negociaciones con Rusia.
Sintetizando: sin duda alguna, entre las lecciones más importantes de todo este lamentable escenario, del cual nos hablan poco los mass-media, podemos enumerar las siguientes:
1) El marco político heredado, conformado al término de la Segunda Guerra Mundial, de una Europa unificada, dirigida y protegida por los Estados Unidos quedó atrás. Lo que ahora se producirá será un reacomodo de fuerzas entre las diversas superpotencias y Europa no se verá particularmente favorecida, entre otras razones porque ni completa es una super-potencia. Así como la Europa colonial es cosa del pasado, así también la Europa del bienestar permanente y de la unión por los siglos de los siglos resulta ya una realidad anquilosada.
2) La guerra por medio de intermediarios (i.e., el gobierno de Zelensky) que el Estado Profundo occidental desencadenó en contra de Rusia está a punto de terminar y las consecuencias de un fracaso de esas magnitudes serán igualmente colosales para todos los involucrados. Para Ucrania es una tragedia (los ucranianos sólo ahora vienen a darse cuenta de que fueron vulgarmente usados, vilmente engañados, cruelmente manipulados); para los odiosos gobiernos occidentales (cada vez más en pugna con sus respectivos pueblos) se trata de un derrota terrible (y carísima, como lo pone de manifiesto el hecho de que, aunque no se atreven, insinúan que quieren apoderarse de los más de 400,000 millones de dólares rusos que tienen congelados en sus arcas y bancos) y que augura cambios drásticos en las políticas gubernamentales; para los Estados Unidos significa liberarse del lastre que desde hace ya algunos años representaba Europa para su presupuesto y su libertad de acción.
3) El reconocimiento norteamericano de la victoria rusa en Ucrania no es una expresión de caridad o de buena voluntad. Claro que los Estados Unidos habrían podido prolongar la guerra, pero ellos ya saben que de todos modos Ucrania no habría ganado la guerra y lo único que con eso se habría logrado habría sido unir todavía más a la Federación Rusa con la República Popular de China, que es lo que los Estados Unidos más temen.
4) Desafortunadamente, la derrota en Ucrania, si bien dolorosa, no acarreará consigo la desaparición del Estado Profundo occidental, o por lo menos no de inmediato, que es lo que realmente importaría. Por haberse dejado engañar, el pueblo ucraniano tendrá que pagar por la reconstrucción de su país, pero para los promotores de la guerra, para quienes utilizan a los pueblos con miras a alcanzar objetivos que son sólo de ellos, Ucrania no es más que un capítulo más que se cierra y a otra cosa.
5) El plan de D. Trump es un plan de defensa de los genuinos intereses norteamericanos porque, si bien es también un plan de nuevas relaciones con Rusia, está pensado sobre todo para contener a quien los Estados Unidos realmente temen, con o sin “Estado Profundo”, a saber, la República Popular de China. Yo, sin embargo, me atrevo a pensar que si hay algo en lo que el muy astuto y bien diseñado plan de paz de Trump no puede tener éxito es en separar a dos pueblos y dos gobiernos hermanados por revoluciones socialistas, a través de las que se forjaron valores y proyectos que no se prestan al sucio manejo mercantilista al que están acostumbrados los mandamases de Occidente.