Las Dos Caras de Donald Trump

El 20 de enero del presente es, guste o no, una fecha memorable. ¿Por qué? Porque ese día Donald Trump tomó posesión como cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos de América. Mucha gente podría o querría decir que eso, en última instancia, no es ningún hecho notable sino un acto político-burocrático más que se cumple rigurosamente cada cuatro años. Sí y no. Desde un punto de vista puramente formal, es correcto decir que hay un acto civil importante, recurrente, inevitable, etc., pero que en cierto sentido es un acto de gobierno más y eso es todo. El problema es que no en cada ocasión es nombrado presidente alguien como Donald Trump. Los norteamericanos nos tienen acostumbrados, por lo menos desde W. Clinton hasta J. Biden, pasando por G. W. Bush y B. Obama, a la mediocridad política, al burocratismo, al mero operacionalismo orgánico del gobierno, pero Trump ciertamente no es uno más en esa lista. Digan lo que digan sus detractores, en general gente superficial y de opiniones de fácil obtención y consumo, el regreso de Trump a la silla presidencial es un hecho histórico, en el sentido de ‘trascendente’. Pero ¿por qué sería especial el triunfo de Trump? Una respuesta simple sería: por lo que encarna y representa. Y ¿qué es lo que Trump representa? Sobre eso precisamente intentaremos decir algo en estas páginas que ayude a entender su mensaje político, envuelto a menudo en un lenguaje sibilino y enigmático, por no decir contradictorio. Ahora bien, dejando de lado la posibilidad de que él mismo aclare lo que quiere decir, me parece que la única forma de descifrar mensajes brumosos como los de Trump es reconstituir hasta donde sea posible su trasfondo. Éste es, evidentemente, un enjambre de hechos que hay que desenmarañar y eso no es tarea fácil. Sin, ni mucho menos, tener la pretensión de aclarar totalmente el panorama político de Trump, pero alejándonos decididamente de las lecturas simplonas y repetitivas de su personalidad y de su plan de trabajo que encontramos en prensa y televisión, intentaré servirme de algunos datos por todos conocidos para intentar diagnosticar eso que podríamos llamar el ‘fenómeno Trump’.

Sin duda alguna, el primer dato a tomar en cuenta es que a Donald Trump le pospusieron 4 años su toma de posesión. Él en su momento lo declaró y es factible reconstituir los hechos, pero lo que probablemente algún día salga a la luz es que con Trump se cometió un inmenso fraude electoral. Con ‘inmenso’ no quiero decir que él estuviera ganando las elecciones con una abrumadora mayoría, sino simplemente que la magnitud del robo electoral fue de importancia mundial e históricamente crucial. Vale la pena señalar que, aunque él aceptó oficialmente el veredicto, de todos modos llamó al pueblo norteamericano a defender su voto pacíficamente. Eso es legítimo. El que la marea popular en un momento dado se haya desbordado sólo se explica por la furia de la gente ente el despojo de una victoria ganada a cabalidad. Nosotros, los mexicanos, sabemos de eso y en verdad mucho. No creo que sea necesario recordar los descarados robos de calderonistas y peñanietistas de la Presidencia de la República, pero vale la pena contrastar los dos casos. Como todos recordamos, en una de las ocasiones en las que al Lic. López Obrador le arrebataron la presidencia la avenida Reforma fue ocupada y el Zócalo se llenó de casas de campaña. Yo me imagino que si manipulando a las masas el presidente de los Estados Unidos hubiera querido reaccionar ante el fraude de seguro que habría podido hacer algo mucho más contundente que la incursión a la Casa Blanca por parte de un grupo de ciudadanos inconformes. O sea, él de facto no hizo nada y sin embargo fue acusado de todo, en particular de rebelión en contra de las instituciones nacionales y el orden establecido. Eso, que claramente fue una injusticia y que lo convirtió en un perseguido político (en el país de la democracia y la libertad!) no fue sino el primero de muchos otros ataques sucios, como el de involucrar a una prostituta para exhibirlo por medio de la televisión y los periódicos. Pero Trump resistió y terminó ganando una segunda vez. Eso debería decirnos algo de su temple como político y como persona. No va a ser fácil, independientemente de las causas, ganarle a Trump.

Que la derrota electoral de Trump fue el resultado de una siniestra maniobra política de altos vuelos nos lo dejan ver con toda nitidez los 4 años de la presidencia de Joe Biden. Éste, un hombre senil desde el inicio de su campaña, un pillo de siete suelas – como lo dejan en claro, además de su propio historial, el perdón otorgado al delincuente que es su hijo y a otros familiares – era ya desde que inició su mandato una pieza políticamente inactiva (Trump se refería ya desde entonces a él como ‘sleepy Joe’, algo así como ‘José el dormilón’) y era por ello el hombre ideal para la poderosa pandilla encabezada por el detestable Anthony Blinken y cuyos miembros sentían que ya había llegado la hora para que ellos, escondidos entre los ropajes del Partido Demócrata (inter alia) y la administraciòn pública tomaran definitivamente las riendas del gobierno norteamericano y le dieran continuidad al siniestro plan político-militar delineado desde muchos años antes por A. Sharon y B. Netanyahu, el cual había venido implementándose pero que Trump había osado interrumpir durante su primer mandato. Es obvio para todos, supongo, que Trump no habría llevado a los Estados Unidos a la guerra en Ucrania y es altamente probable que tampoco habría permitido que se llevara a cabo la más horrenda y odiosa masacre de seres humanos cometida en lo que va de los últimos 100 años en el mayor campo de concentración de la historia, esto es, la Franja de Gaza. Dado que la guerra en Ucrania y la reconfiguración bestialmente efectuada del Medio Oriente significaban tanto jugosos negocios como avances muy importantes para algunos influyentes grupos operando sistemáticamente en el tablero político de los Estados Unidos, era imperativo hacer a un lado a Trump, al precio que fuera. Y eso fue lo que pasó: se le hizo a un lado para beneficiar al complejo militar-industrial de los Estados Unidos y a las grandes empresas gaseras que se beneficiaron descomunalmente al verse los europeos en la necesidad de comprarle a los norteamericanos un gas que ellos ya no podían obtener de Rusia y pagar hasta 3 o 4 veces más caro por dicho producto, pero sobre todo se trataba de hacer realidad el sueño de los grandes representantes del sionismo mundial contemporáneo, entronizado sobre todo (mas no únicamente) en los Estados Unidos, a saber, destruir a Rusia. Sobre este tema, ya muy bien conocido por mucha gente, aunque no podía negligentemente omitirlo no diré nada por ahora. Lo que me interesaba era mostrar que había fuertes razones para pensar que a Trump efectivamente le robaron la presidencia hace cuatro años y que eso no es una historieta inventada por un resentido.

Por otra parte, es un hecho que frente a toda clase de hostigamientos, traiciones y demás, Trump se mantuvo de una pieza y, dado que conoce muy bien lo que se juega en los Estados Unidos (y por lo tanto, en el mundo), pudo fácilmente volver a convertirse en el candidato del Partido Republicano. A partir de ese momento quedó claro que los demócratas no iban a poder derrotarlo en las nuevas elecciones. Pero ¿por que en principio no habrían podido los demócratas derrotar a Trump? Porque Trump cuenta con el apoyo consciente de la mayoría del pueblo norteamericano. Es a ese pueblo que él se dirige, por quien él se preocupa y cuyos intereses le importa salvaguardar. Dicho de otro modo: él iba a ganar porque contrariamente a rivales como Hilary Clinton o Kamala Harris, que no son otra cosa que oportunistas palaciegas, Donald Trump es un populista, pero no un populista caribeño, sudamericano o europeo. No. Donald Trump es un populista norteamericano. Él está rompiendo la estructura de poder establecida que permitía un nimio intercambio de roles entre republicanos y demócratas en favor de una estructura de poder que asfixia ya a los norteamericanos y de lo cual ellos están cada día más conscientes. Su plan político, por lo tanto, tiene en efecto objetivos que no encajan con lo que al día de hoy asociamos con los gobiernos de los Estados Unidos. Por ejemplo, con Robert F. Kennedy a la cabeza, el Departamento de Salud le está enviando un mensaje fuerte a trasnacionales como las farmacéuticas, a las corporaciones que controlan hasta a la OMS, como el manejo de las pandemias lo ha dejado ver. Uno de sus objetivos más inmediatos y anunciados a los cuatro vientos es terminar con la guerra en Ucrania, lo cual representa un choque brutal no sólo con los lacayunos gobiernos europeos, que no pesan, sino a todos aquellos que tuvieron como líderes a políticos como A. Blinken y V. Nuland. Gracias a Donald Trump se logró en 24 horas imponer la paz en Gaza y se puso en orden a la exaltada marioneta que se sentía omnipotente y omnisciente, el despreciable Benjamín Netanyahu. En relación con éste vale la pena mencionar que el representante de Trump para el Medio Oriente en una “conversación” sin precedentes logró que Netanyahu ordenara el cese de las hostilidades. Independientemente del sentido de la jugada política de Trump, lo cierto es que esto es algo por lo que la humanidad entera sólo puede sentir agradecimiento hacia él. Yo no sé qué vaya a hacer en otros contextos y en relación con otros temas, pero el que los niños palestinos hayan podido salir a la calle a correr, a tomar el sol, a reír, algo que no hicieron durante más de 450 días, es algo que le debemos a Trump y por lo cual lo admiramos. Es cierto que su decisión de ordenar el cese de las hostilidades es también un gesto de apoyo a Israel y que no se trataba nada más de hacer lo que el pueblo americano, como prácticamente los pueblos de todo el mundo, pedía a gritos, a saber, que terminara el martirio palestino, el inolvidable e imperdonable genocidio israelí. La medida de Trump fue la ayuda que Israel urgentemente necesitaba porque, como todos sabemos, Israel ya había sido derrotado: sus soldados estaban desertando por decenas, el ejército está plagado de heridos, mutilados, desquiciados, etc., y el que se le hubiera “ordenado” a Netanyahu detener la agresión israelí era en el fondo ayudar a Israel. Pero si esa fue o no fue la principal motivación, ello no modifica el hecho de que Trump en un día hizo lo que Blinken no hizo en 450 días. O sea que es imposible restarle a Trump su inmenso mérito. Por último, tenemos que recordar el refrescante y sano enfoque, de sentido común, impuesto por Trump en contra de esa basura intelectual conocida como ‘wokismo’. Aquí voy simplemente a recoger la principal aportación: se acabó la manipulación y el pérfido ataque social y cultural en contra de la población mundial pero en particular de la norteamericana, de destrucción de la familia y del tejido social, porque a partir de ahora para el gobierno de los Estados Unidos no hay más que dos géneros: el masculino y el femenino. Se acabó el apoyo a la perspectiva “trans”. Trump vigorosamente enarbola esta bandera en contra de la desintegración familiar y la depravación social que ha venido azotando a la humanidad desde hace ya varios lustros. Ahora bien, tomando en cuenta lo que hemos venido diciendo: ¿cómo calificar a Trump? Yo creo que la respuesta es simple: Donald Trump en los Estados Unidos es un revolucionario. Realmente lo que le falta es el vocabulario apropiado, porque él se sigue sirviendo del léxico de la época de la guerra fría, el cual es no sólo inoperante sino confundente. Esto tiene una explicación, en la que no entraré porque nos desviaría hacia otros temas, pero en todo caso lo importante es lo siguiente: hay que aprender a ver las acciones y a olvidarnos del anquilosado lenguaje ideológico de Trump, porque no cabe duda de que estamos frente a alguien que está rompiendo con el status quo y ese es un rasgo típico, una condición sine qua non, mas no suficiente desde luego, de todo revolucionario.

El panorama se modifica cuando pasamos al escenario internacional. En este caso, el cambio de aspecto de Trump es como el de Míster Hyde en el Dr. Jekyll. Trump es un presidente que sabe que su país vive de la explotación y la subordinación de los demás países y lo que él sostiene, explícita por no decir descaradamente, es que eso debe de seguir siendo así! Algunas de sus disparatadas “boutades” (de corte mileyano) son la recuperación del canal de Panamá, la anexión de Groenlandia y el cambio de nombre del Golfo de México. Aquí el problema está en que no es fácil discernir si es el político o el blofista, un sicario de la política internacional o un hábil diplomático, quien habla. Después de todo, Trump sabe perfectamente bien que también los Estados Unidos tienen límites. Militarmente, por ejemplo, no pueden con Rusia y económicamente con China. Es cierto que el lenguaje de Trump es muy beligerante y provocador, pero curiosamente tampoco quiere la confrontación. El chantaje de los aranceles acabará pronto, dependiendo también de cuán bien se sepan defender los gobiernos afectados, como el de México, por ejemplo. Él, sin duda alguna, va a intentar nulificar la voluntad de los gobiernos de otros países, va a intentar doblegarlos, pero ciertamente no es el único actor político y no es invulnerable. Lo que es importante tener presente es que no hay nada ni nadie que le haga entender a Trump cuán erradas pueden ser sus concepciones. Lo único que va a detener a Trump en su megalomanía (que en ocasiones raya en el delirio) son las realidades económicas, los efectos contraproducentes para los Estados Unidos de sus propias medidas comerciales, los peligros ante agresiones militares, es decir, los límites que la realidad misma le fije. Si él logra modificar esos límites por la pusilanimidad de otros gobernantes, habrá que reconocer que es, algo de lo cual él se jacta, esto es, un buen negociador.

En relación con el tormentoso fenómeno de la inmigración, lo más fácil es ver en Trump a un ogro xenófobo, pero obviamente eso es una lectura simplista de su posición. Hasta donde se me alcanza, las fronteras de América son desde hace ya un par de siglos básicamente las mismas. América Central siempre ha padecido procesos turbulentos y hasta horrorosos, como notoriamente sucedió durante la segunda parte del siglo XX en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Haití y algunos otros países más. Pero las caravanas de migrantes que atraviesan todo México para llegar a los Estados Unidos son un fenómeno reciente. ¿Por qué? ¿Por qué no había caravanas así hace 30 o inclusive 20 años? La respuesta es simple: porque no había quien las subvencionara. Las caravanas se organizan, pero ¿acaso espontáneamente la gente de los poblados de Guatemala o de Venezuela se ponen de acuerdo para iniciar su agónica travesía? Pensar algo así es de ingenuos. Claro que no! Movimientos de esas magnitudes, regularidades, etc., están coordinados por organizaciones no gubernamentales, a su vez financiadas por gente interesada sobre todo en crear problemas sociales, políticos y culturales en los Estados Unidos. De manera que cuando Trump eleva la voz en contra de los migrantes, en realidad a quien él está combatiendo y amenazando es a quienes están detrás de todos estos movimientos que, como se dan a escala mundial, presuponen una estructura económica inmensa y una gran influencia política. ¿Quién puede dirigir y controlar movimientos así? Le dejo la pregunta al lector para que lo investigue.

En síntesis: en lo que a política exterior concierne, Trump va a ser un presidente ambicioso, amedrentador, provocador, quizá inescrupuloso, pero seguirá siendo de todos modos un hombre realista y que sabe que hay límites. Sus vinculaciones políticas profundas probablemente nunca se modifiquen. Por ejemplo, su apoyo a Israel nunca se modificará. Eso explica por qué Israel ya empezó su nueva campaña de terror en Cisjordania, lo cual obviamente Netanyahu puede hacer sólo en coordinación con el presidente de los Estados Unidos. Así, por un lado Trump detiene a Israel en Gaza, que está en ruinas, y se le aclama en todo el mundo, pero por la otra le da manga ancha a Israel en Cisjordania, que es un territorio menos destruido, con muchos problemas de robo de territorios por parte de los colonos israelíes, que son como la vanguardia de las fuerzas armadas. Ya empezaron (con un Secretario de Estado de origen cubano como lo es Marco Rubio) las agresiones en contra de Cuba, pero los puntos verdaderamente candentes serán ante todo Irán y los inevitables rivales, Rusia y la República Popular de China. La primera señal de con quién se las está viendo el mundo será lo que los Estados Unidos hagan en Ucrania.

Finalmente ¿quién es Trump? Yo pienso que es un individuo que juega dos roles al mismo tiempo: aspira a ser y es un revolucionario en su país y un imperialista convencido frente al resto del mundo. Sería interesante determinar a priori si esas dos facetas son lógicamente conciliables, pero de lo que podemos estar seguros es de que dentro de muy poco tiempo la experiencia nos lo hará saber.

One comment

  1. Carlos says:

    Buenos días :
    Trump esta luchando contra el llamado deep state.
    Tiene las ideas claras, y creo que sabe que hace(teoría de juegos).
    El mal nunca podrá vencer.

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