La Competencia de los Infames

Es una verdad de Perogrullo afirmar que los hablantes normales somos afectos a toda clase de comparaciones y equiparaciones. Por ejemplo, a la gente le gusta comparar equipos de futbol, candidatas a concursos de belleza, la ferocidad de distintas razas de perros, autos eléctricos o deportivos y así indefinidamente. Las anteriores son sin duda alguna comparaciones banales, pero hay otras que no lo son tanto, es decir, otras que se prestan a acalorados debates o que dan lugar a apretadas discusiones. Por ejemplo, es legítimo preguntar quién es el conquistador más sediento de sangre: ¿Genghis Kahn, Atila o Tamerlán? La respuesta es todo lo que se quiera menos obvia. Podría preguntarse también: ¿cuál de todos los emperadores romanos fue el más frívolo y el más depravado? Habría que investigarlo. Cabría preguntar; ¿quién es el mejor futbolista de todos los tiempos: ¿Maradona o Cruyff? En mi modesta opinión, ni mucho menos es la respuesta evidente de suyo. Un último ejemplo para mostrar que la inquietud que nos acosa puede ser planteada de un sinfín de formas. Podemos preguntar: en relación con la justicia, la construcción del país, el ejemplo como ser humano, etc.: ¿ha habido en México un presidente siquiera comparable al Lic. Andrés Manuel López Obrador? Me ahorro la respuesta no sólo porque no es este mi tema sino, básicamente, porque en este caso la respuesta sí es obvia.

Ahora bien, cuando contemplamos el panorama político mundial actual hay dos personajes que destacan por sus respectivas contribuciones a la evolución del mundo y que de manera natural atraen la atención por las similitudes entre sus respectivas trayectorias. Tengo en mente, en este caso, a dos personajes de la política mundial que despliegan conductas tan similares que parece como si estuvieran rivalizando o compitiendo por un mismo objetivo, es decir, como si se estuvieran esforzando y estuvieran luchando codo a codo por alcanzar una valiosísima presea y por que se le considere a uno de los dos el máximo representante del gremio. Desafortunadamente, en este caso la competencia es un tanto extraña, porque de lo que se trataría sería de determinar quién es el campeón de las infamias, a quién hay que considerar como el número uno en cuanto a repudio y desprecio mundial (hay quien sostiene que si se odia a alguien, entonces ya no se le puede despreciar, pero yo creo que si esa es en general la regla en este caso podríamos estar en presencia de la excepción que la confirma), a quién habría que denominar el ‘príncipe de lo anti-humano’. Bien, pero ¿de quienes estamos hablando? Yo estoy seguro de que el lector ya lo habrá adivinado, porque en verdad estoy aludiendo a los dos más grandes criminales del panorama político contemporáneo, a dos delincuentes imposibles de no percibir. Me refiero, claro está, al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu y al presidente (ilegítimo y a estas fechas ya ilegal) de Ucrania, Volodomir Zelensky. El duelo se da entre Netanyahu y Zelensky: ¿quién de ellos dos es el campeón del mal?

La verdad es que nuestra pregunta es muy simple: si se tuviera que entregarle a uno de los dos individuos mencionados el trofeo de la coherencia en la maldad, por  la conducta más anti-humana imaginable, a los generadores de la repugnancia moral más intensa posible: ¿a cuál de los dos habría que preferir? ¿Al mayor asesino de niños que ha dado la historia o al aniquilador deliberado de un país que tenía todo para ser el más próspero de Europa y de una población con más de 3 millones de emigrantes forzosos dispersos ahora a lo largo y ancho de Europa? La competencia, hay que reconocerlo, es muy ceñida, pero quizá si entramos en algunos detalles e intentamos explicar la situación podríamos tal vez emitir un veredicto atinado y sobre todo, lo más importante, justo.

Comencemos entonces con el execrable ser de nuestra especie que es B. Netanyahu. Lo que aquí tenemos que preguntarnos es: ¿cuáles son sus referentes ideológicos fundamentales? En general, hasta principios del siglo pasado, la población judía se dividía básicamente entre askenazíes y sefarditas, pero con la masiva movilización de las poblaciones judías de Europa Oriental (nótese: no de África del Norte ni de Asia Menor, Irán, etc., en donde las comunidades judías vivían en paz) hacia los Estados Unidos se creó un nuevo núcleo poblacional judío, al que podríamos etiquetar como el ‘judío americano’. Aunque obviamente cargando su historia y sus tradiciones, en la nueva tierra la población judía se adaptó a las nuevas circunstancias y se integró en la joven sociedad norteamericana al grado de que conformó, junto con la población local, una nueva cultura, a saber, la actual cultura judeo-americana. No tiene sentido hablar de la cultura americana sin la contribución judía, aunque sí  tiene sentido hablar de la cultura judía sólo que tamizada esta vez por las condiciones de vida prevalecientes en los Estados Unidos.

Para nosotros lo importante es tener presente cómo fue evolucionando el rol de los Estados Unidos en el mundo y, por consiguiente,  el de la comunidad judía norteamericana, digamos a partir del momento en que se constituyeron la Reserva Federal y Hollywood. Considérese simplemente la participación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. ¿Por qué los Estados Unidos entraron en guerra con un país que nunca les había sido hostil? ¿Por el tristemente famoso y ridículo telegrama Zimmerman? Claro que no. Los Estados Unidos entraron en la guerra como resultado de un pacto entre el gobierno británico – el cual, dicho sea de paso, de hecho ya había sido derrotado por Alemania y sus aliados – y el grupo dirigido por el ministro de la Suprema Corte, Louis Brandeis.  El acuerdo consistió en garantizarle al gobierno británico la entrada en la guerra por parte de los Estados Unidos a cambio de la promesa de la creación de un protectorado inglés en Tierra Santa, concebido con miras a la ulterior creación de un Estado judío. Ese acuerdo quedó plasmado en una famosa carta y se conoce como la ‘Declaración Balfour’. Esto da una idea de la fuerza que ya para entonces había adquirido la comunidad judía en lo que ya se sentía como el país del futuro inmediato, esto es, los Estados Unidos.

Ahora bien, Netanyahu si bien nació en Tel Aviv vivió desde niño, en diferentes periodos, en los Estados Unidos y naturalmente se empapó de la nueva mentalidad judía, una mentalidad de éxito sin restricciones que ya había dejado atrás muchos rasgos del judaísmo (en un sentido amplio de la expresión) de Europa Oriental. De hecho, el padre de Netanyahu fue secretario ni más ni menos que de V. Jabotinsky, el representante del sionismo así llamado ‘revisionista’. Es importante entender que también el sionismo, como cualquier otra doctrina, evoluciona. Es obvio que el sionismo de Th. Herzl, que es de alguien que busca justicia para poblaciones sin nacionalidad diseminadas a lo largo y ancho de Europa, no es como el sionismo de Jabotinsky, que es el de un nacionalismo reivindicador que raya en el fanatismo y que es a su vez diferente del sionismo de Netanyahu, que es el sionismo de la época del imperialismo israelí. Es en este contexto de triunfo permanente que el objetivo declarado de Netanyahu, ya como primer ministro, se convirtió pura y llanamente en el exterminio del pueblo palestino y en la anexión descarada de sus territorios, esto es, de Cisjordania y de la Franja de Gaza, sin olvidar lo que Israel ya se había robado (las colinas del Golán, por ejemplo) a raíz de la guerra de 1967.

Hagamos aquí una primera acotación: como objetivos políticos e históricos de destrucción y matanza los de Netanyahu se destacan hasta por encima de los de Alejandro el Grande o de los de cualquier otro conquistador, como Carlomagno o Cortés. A los grandes conquistadores del pasado nunca les cruzó por la mente exterminar a las poblaciones sometidas. Claro que hubo masacres, matanzas, saqueos y todo lo que sabemos que pasa durante las guerras, pero el objetivo explícito de aniquilar a los niños de una nación, pues la verdad es que con la potencial excepción de Herodes yo confieso que no sé de nadie que lo haya hecho suyo. En este punto, Netanyahu se lleva las palmas y para cerciorarse de ello yo invitaría al lector, conjurándolo a que haga una esfuerzo por no llorar, a echarle un vistazo a algunas de las fotos de los niños palestinos sacrificados para disipar las dudas que pudieran tenerse respecto a la moralidad, la religiosidad y los ideales políticos de ese mal primer ministro. Parecería entonces que tenemos que reconocer que Netanyahu se pone claramente a la cabeza y por lo menos de entrada se ve muy difícil que Zelensky pueda no digamos ya superarlo, sino siquiera acercársele. Parecería que, en efecto, el título de “criminal más grande del siglo XXI”, recae sobre Netanyahu. Yo desde luego reconocería que el alcance de su maldad es mucho mayor, pero no vale la pena extenderse al respecto.

No obstante lo expuesto, creo que – pensándolo bien – no deberíamos apresurarnos, porque Zelensky es un candidato muy digno, de muy alta calidad. Consideremos brevemente su historial. Él nació en la República Socialista Soviética de Ucrania, por lo que él además de ser bilingüe (y del inglés que aprendió mucho después), y de haber vivido años en Mongolia cuando era niño, dado que allá trabajaba su padre, que era ingeniero, creció en la atmósfera de odio total a la Unión Soviética tan típico de aquellos años en aquellas regiones del mundo. Desde muy joven comenzó a trabajar en el medio artístico de producciones de televisión, series, etc., hasta llegar a lo que fue su muy exitosa actuación en la serie ‘El Servidor del Pueblo’, un  producto cultural de desorientación ideológica que no le pide nada a las mejores producciones de Hollywood. Zelensky trabajaba para Ihor Kolomolsky, uno de esos tantos rateros y especuladores que se hicieron de las riquezas de las antiguas Repúblicas Socialistas que conformaban la URSS cuando ésta se desmoronó. Este sujeto, para quien Zelensky trabajó, está ahora en la cárcel acusado de múltiples fraudes y de un asesinato. En todo caso, el éxito de la serie de Zelensky fue tal que lo llevó a crear un partido político y a postularse para las elecciones presidenciales de Ucrania, las cuales ganó en 2019. Permitiéndome establecer un parangón, yo diría que el triunfo electoral de Zelensky es más o menos equivalente a lo que sería si Brozo hubiera formado su partido y hubiera ganado las elecciones presidenciales en México. Independientemente de ello, habría que admitir que Zelensky es, para expresarme de manera coloquial, “mucho más pieza” que el pobre de Brozo, quien es incapaz de modificar su repertorio de vulgaridades, pero tampoco entraremos en dicho  tema. En todo caso, hay que tener presente que es a esos niveles de engaño político y de desorientación ideológica a los se llevó a amplios sectores del pueblo ucraniano.

Zelensky demostró ser un actor consumado y además encantado con su rol político, el cual muy probablemente simplemente fue la materialización de su sueño secreto de juventud, a saber, el de ser la punta de lanza, la vanguardia del ataque no nuclear más violento desencadenado hasta ahora en contra de la Federación Rusa. El objetivo, planeado y ejecutado por los gobiernos de neo-cons y de sionistas (¿no son lo mismo?) de los Estados Unidos y fundado en un odio tribal, tenía como meta ahorcar económicamente a la Federación Rusa, rodearla desde el Báltico hasta el Mar Negro de misiles y finalmente dividirla en unos cuantos países de modo que nunca más pudiera constituirse en una potencia rival. En passant, quisiera reconocer lo acertado de algo que el ex-presidente Joe Biden dijo. Éste afirmó que para ser sionista no se necesita ser judío y la prueba de ello es que él es sionista sin ser judío. En mi opinión, lo que Biden dijo es acertado e importante, pero por el momento no consideraremos el tema, porque nos alejaría de nuestra “investigación”.

Ahora bien, el primer gran problema para el diabólico plan de destrucción de Rusia usando el poder (militar, económico, comercial, etc.) de los Estados Unidos y de la Unión Europea fue un factor que realmente no supieron evaluar correctamente ni Zelensky ni sus aliados. Ese factor se llama ‘Vladimir Vladimirovich Putin’. Y, por otra parte, después de más de 3 años de apoyo incondicional, billones dólares invertidos en armas de toda clase, haciendo todo lo que fueron capaces de hacer para seguir desangrando a Rusia, surgió para dicho plan otro problema. Ese otro problema se llama ‘Donald Trump’. Pero ¿cuál fue el papel de hecho jugado por Zelensky en esta conspiración mundial? (No nos dejemos amedrentar por el epíteto ‘teórico de la conspiración’. La función de una acusación como esa es simplemente descalificar de entrada una hipótesis plausible que no se quiere que circule porque, entre otras cosas, puede resultar muy convincente. Hasta una criatura entiende que la historia, la política y la vida cotidiana están plagadas de conspiraciones). Su papel consistió en enviar al frente con mano de hierro a los ucranianos de todas las edades, y ahora a mujeres y hasta a gente de la tercera edad, para morir en una guerra para ellos artificial y que de hecho ya se perdió en el campo de batalla. A Zelensky nunca le importó que destruyeran hasta los cimientos de su país, el cual silenciosamente se había muy rápidamente convertido en un país con un futuro espléndido. Pero el odio de Zelensky hacia Rusia es infinito y ni los peores golpes de realidad lo desviaron de su proyecto. Éste era todo menos cándido. El gobierno de Zelensky tenía preparadas matanzas y esclavización de las poblaciones de origen ruso que vivían en Ucrania, pero que vivían allí porque siempre así lo hicieron desde que Ucrania existe. Fueron los inconfesables planes bien conocidos ahora de exterminio de personas inocentes lo que forzó al gobierno de la Federación Rusa a llevar a cabo la operación especial en Ucrania (al menos uno de los factores esenciales). Con todo lo que ahora sabemos de dichos planes, creo que nadie mínimamente decente podría ahora cuestionar lo sabio y lo oportuno que fue la decisión del presidente Putin.

Hemos dicho unas cuantas palabras sobre nuestros “héroes” y sus respectivos méritos, pero ¿no sería interesante saber qué opinan uno del otro? La verdad es que sus respectivos pronunciamientos han sido más bien escasos, pero cuando han hablado ha sido básicamente para expresar simpatía y apoyo de uno al otro. Huelga decir que los dos son judíos sionistas, pero juegan en terrenos diferentes y procuran no llamar la atención sobre sus simpatías últimas y odios supremos. Lo que sí es seguro es que, en ambos casos, el enemigo por excelencia, el adversario vital es Rusia.

No cabe duda de que en esta deshonrosa competencia los méritos de Netanyahu son a primera vista mucho más elevados. Éste se convirtió en el gran verdugo, el gran degollador de niños. Por si fuera poco, se jacta de ello. Pero Netanyahu es más que eso: es especialista en hacer sufrir, en humillar a seres humanos y está muy orgulloso de ello. Su placer mayor es golpear allí donde las personas están más desamparadas y son más vulnerables, las que tratan de ocultarse en el último refugio que hay en los alrededores para ponerse a resguardo de las bombas israelíes, destructoras de edificios enteros que dejan aplastados a las decenas de personas que se ocultan en ellos. Por ejemplo, si no queda más que un hospital en toda Gaza, ese es el blanco que Netanyahu elige; si no queda más que una sinagoga para rezarle a Dios y pedir su ayuda, Netanyahu se ufana de haberla reducido a cenizas y de no haber dejado más que cadáveres. Las estadísticas que llegan a través de los diarios y los noticieros son risibles. Se habla de alrededor de 50,000  fallecidos. Esa cifra es una burla. Una bomba como las que usa Israel –  regalo de los Estados Unidos – simplemente desintegra a quien le cae. Lo único que se puede contar, por lo tanto, son cadáveres, no las personas exterminadas por los aviones y los misiles israelíes. Recordemos que se han tirado más bombas en Gaza contra una población inerme que durante la Segunda Guerra Mundial!!! El récord de Netanyahu es, pues, excelente, claro sin olvidar que estamos hablando de “méritos negativos” de un criminal irredimible e imperdonable.

Bien, pero no nos apresuremos porque, como diríamos en México, Zelensky no canta mal las rancheras! Ya se cuentan las bajas ucranianas en alrededor de un millón de personas, que para una población de más o menos 36 millones es altamente significativa. Toda la infraestructura de la mitad del país está destrozada y no perdamos de vista que si no es todo el país lo que está destruido es porque Rusia no bombardea zonas residenciales, aunque inevitablemente hay graves daños ocasionados por los bombardeos de sitios militares. Peor aún: en su odio y en su decisión de no llegar a un acuerdo sensato con Rusia, Zelensky optó por rematar Ucrania firmando un pacto económico suicida con los Estados Unidos de acuerdo con el cual prácticamente toda la riqueza ucraniana de minerales raros, cruciales en este momento para la producción de computadoras, automóviles eléctricos, etc., y que sólo la República Popular de China tiene en cantidades semejantes, se vuelve propiedad de los Estados Unidos y sus compañías. En todo caso, Zelensky ya demostró que su odio por Rusia es más fuerte que su amor por sus compatriotas y su país de origen.

Pero yo creo que los partidarios de Netanyahu lo aclamarían recordándonos que él no permite ni alimentos ni medicamentos para enfermos, para niños, ancianos, etc. Literalmente, se nos dirá, él arrasó con Gaza de un modo que no tiene antecedentes en la historia (ni la destrucción de Persépolis es equiparable a la destrucción y al tormento cotidianos de los gazatíes). Eso es un logro insuperable! Por si fuera poco, como ya lo señalamos, Netanyahu vampirescamente proclama a los cuatro vientos que su deseo intenso de acabar con todos los habitantes de la Franja de Gaza, ya sea por hambre o por medio de bombas, y de anexarse la tierras palestinas para hacer realidad sus delirantes objetivos de control total del Medio Oriente (y de lo que queda de su agua, entre otras cosas). Habría, pues, que ir sumando puntos, porque la competencia entre el fugitivo de la ley que es Netanyahu y el potencial Sansón ucraniano, perfectamente capaz de provocar  la Tercera Guerra Mundial con tal de realizar sus planes o si éstos no logran materializarse, da resultados muy parejos. Claro que podemos también tratar de restarles puntos a nuestros competidores y eso se podría hacer examinándolos desde otra perspectiva. Por ejemplo, se habla de miles de millones de dólares robados por Zelensky e invertidos en cuentas especiales, sobre todo en Francia, en donde están sus mejores amigos (empezando por E. Macron, el ex-empleado de la banca Rotschild), pero estos por el momento son sólo rumores. Netanyahu en cambio, tiene juicios en su contra por corrupción en gran escala, aunque hay que reconocerlo, de mucho menor alcance que lo que generan las sucias maniobras de Zelensky. Las masacres de Gaza tienen precisamente, entre otros objetivos, el de desviar la opinión pública israelí de los problemas legales de su primer ministro hacia  temas más urgentes. Claro que también es cierto que la corrupción en Ucrania ya alcanzó niveles formidables, sobre todo en el círculo cercano de Zelensky y eso cuenta. Así que, desde el punto de vista de la corrupción, hay que reconocer que es difícil determinar quién es peor.

Podríamos seguir divagando sobre estos dos hermanos de sangre y de crímenes de lesa humanidad (los de Zelensky se van a hacer públicos pronto), pero con lo que hemos dicho podemos poner a prueba nuestro cacumen y tratar de responder al conundrum que nos sirvió de punto de partida: ¿quién en el horizonte político actual tiene más méritos para ser considerado como el mayor criminal de (por lo menos) el siglo XXI: el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, o el presidente de Ucrania por la fuerza, puesto que su mandato ya terminó y él no llamó a elecciones, Volodomir Zelensky? Creo que cualquier decisión en favor de uno o de otro será polémica y es altamente probable que no se logre alcanzar un acuerdo general. A mí me parece, sin embargo, que hay un error involucrado en el planteamiento y que éste consiste en pretender poner a uno de los candidatos por encima del otro. Yo creo que la solución a nuestra pregunta acerca de quién es el más bestial, el más culpable, el más maldito está mal delineada. Si observamos los hechos detenidamente, llegamos muy rápidamente a la conclusión de que entre ellos dos no hay ganador y que en lo que va del siglo ambos son los políticos que desde el punto de vista del crimen social, de la violación de los valores humanos más elementales o básicos, son con mucho los más grandes, los más prominentes, los más imperdonables. En nombre, por lo tanto, de la razón me atrevo a sostener que en la competencia de los infames el primer lugar lo ocupan simultáneamente Netanyahu y Zelensky. Hay un empate técnico entre ellos. Quién sí perdió fue la humanidad en su conjunto, los niños, las mujeres y en general los seres humanos que no pudieron escapar del mal que ellos encarnan. Esperemos tan sólo que V. Putin y D. Trump en la Tierra los neutralicen y que en la otra vida Dios los castigue per secula seculorum.

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