A estas alturas, es relativamente obvio para todo mundo que los reaccionarios mexicanos, todos esos resentidos por el hecho de que la transformación que se sigue impulsando en nuestro país les arrebató toda clase de prebendas y de privilegios y a quienes, poco a poco, ha venido forzando a que entreguen cuentas, paguen lo que deben y se sometan a los mandatos de la ley, le declararon la guerra a muerte al gobierno de la nación. A partir del momento en que entendieron que la Dra. Claudia Sheinbaum tenía la seria intención de construir el “segundo piso” de la transformación nacional, la guerra en todos los frentes y en toda su profundidad resultó ser, tal como ellos perciben la realidad, su única posibilidad de acción. Para los ambiciosos del pasado no hay ya escrúpulos, restricciones o límites a la acción anti-social que valgan. De ahora en adelante todo está permitido y de todo se valen, porque ahora sí ya les quedó claro que si la transformación que significa Morena se extiende al final de este sexenio habrán quedado definitivamente borrados del panorama político nacional. Esto implica que tendrían que renunciar de una vez por todas a sus alucinaciones de poder ilimitado y de dinero mal habido, de fácil y desproporcionado enriquecimiento a costa del trabajo de amplios sectores de la población, de fáciles maniobras fraudulentas operando siempre en la oscuridad desde los más variados puestos de gobierno. Por ello la guerra en contra de las instituciones nacionales y, en verdad, en contra de los interesas sagrados de la Patria, se ha ido intensificando y lo que se pensó que podría desarrollarse como una lucha de atrición en el poder legislativo se fue transformando en una guerra llevada a cabo desde el terreno de la ilegalidad, recurriendo a los métodos más sucios y apelando a toda clase de mecanismos que sirvan para entorpecer las labores gubernamentales y de mejora, aunque sea mínimamente, del nivel de vida de la gente. Lo mismo se agita con jóvenes inexpertos e ingenuos que se pacta con delincuentes irredimibles que se pide a gritos la intervención de la soldadesca norteamericana. A los reaccionarios no les importan ni los niños ni los ancianos, ni el pasado ni el futuro de México. Lo único que les importa a los enemigos de nuestro país es volver a convertir el Estado mexicano en un instrumento de manipulación privada cuyo único objetivo sería el de mantener y reforzar el status quo, por injusto que sea.
Ahora bien, lo que poco a poco sale a la luz es algo que habría podido descubrirse a priori, es decir, por un mero ejercicio de la razón, sin necesidad de apelar a datos empíricos. En verdad es espeluznante enterarse todos los días de las actividades y acciones de los grandes grupos delincuenciales que operan en el país. Yo no diría, como tendenciosamente D. Trump gusta de presentar los hechos, que en México los cárteles gobiernan. Yo pienso más bien que inciden de manera importante, sobre todo en ciertas regiones del país, en la vida cotidiana de las personas, inmiscuyéndose en sus trabajos, negocios, profesiones y demás, trastornando la existencia de muchas personas y entorpeciendo multitud de procesos económicos y comerciales. En relación con esto, creo que vale la pena hacerse la siguiente pregunta: si ciudadanos comunes y corrientes se reunieran y decidieran organizar un cártel ¿podrían hacerlo? Lógicamente, desde luego que sí, pero ¿factualmente también? Reflexiónese un minuto al respecto: es obvio que para echar a andar una organización delictiva como esas de las que todos los días oímos hablar se requieren armas, celulares, cuentas bancarias en México y en el extranjero, empresas fantasma, autos, aviones, sicarios, contactos con otras organizaciones, etc. Pero ¿podrían, por decir algo, cien personas comunes y corrientes satisfacer todos esos requerimientos? A mí me parece evidente que no. Ni cien ni mil ni cien mil. Por lo tanto, las organizaciones criminales sólo pudieron haber sido constituidas por gente que de entrada ya era muy rica y poderosa. La imagen de los cárteles como resultando de la acción de, digamos, lumpen proletarios es o una descarada mentira o una ingenua falacia. Obviamente, en el mundo del crimen organizado puede pasar un sinfín de cosas que no estaban previstas en los planes originales, y es altamente probable que uno de los mas fuertes dolores de cabeza de quienes impulsaron la formación de bandas delincuenciales sea que éstas muy rápidamente tiendan a “independizarse” y a partir de cierto momento a actuar por cuenta propia. Como no tengo ni la más remota idea de las estructuras y el modus operandi de esas organizaciones, no puedo decir nada acerca su “historia natural”, pero lo que sí podemos señalar es que la imagen de los cárteles como organizaciones de pobres es absolutamente falsa. Los “pobres” que hacen los trabajos sucios, inclusive si muy rápidamente dejan de ser pobres, siguen estando al servicio de los “poderosos”. ¿Y quiénes son los poderosos? La respuesta es simple: los enemigos mortales de la Cuarta Transformación.
Lo anterior no es otra cosa que un recordatorio de pequeñas verdades por todos conocidas, pero es interesante porque permite divagar sobre un tema importante, como lo es la lucha de clases. Cuando un conflicto social genuino estalla no hay intermediarios entre las grupos sociales involucrados. Es el amo contra el esclavo, el burgués contra el obrero, el terrateniente contra el campesino. Aquí lo paradójico es que, inclusive asumiendo que los miembros de pandillas o grupos delincuenciales dedicados al tráfico de drogas o a la extorsión son, para expresarme coloquialmente, “hijos del pueblo”, de todos modos es al pueblo al que atacan, al que hacen sufrir. Luego la violencia que se padece en México no es violencia de clase. Es pura y llanamente violencia delincuencial o criminal. Por consiguiente, si no he errado en mi argumentación, a lo que asistimos ahora es esencialmente a una guerra política, no a una lucha popular. Quien paga en grande, con múltiples tragedias, es la población civil, pero aquí el conflicto no es entre la población civil y el Estado como representante de las clases pudientes, sino entre las mafias de políticos defenestrados, de super-empresarios desmedidamente ambiciosos, de ultra-ricos delirantes, por una parte, y el gobierno de México y sus instituciones, por la otra, instituciones que dejan de cumplir satisfactoriamente con sus funciones naturales. Esta lucha en contra de las instituciones nacionales, todos lo sabemos, se inició a partir del momento en que el Lic. Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el Presidente de la República y dio el banderazo para el arranque de la nueva transformación de México. Me parece que solamente un cretino o un sujeto cegado por el odio no reconocería que sólo un individuo con la experiencia política, de honradez inmaculada, de lenguaje simple pero de pensamiento complejo y brillante, de buenos sentimientos, habría podido iniciar el cambio por el que desesperadamente clamaba el pueblo de México, desde Baja California hasta Yucatán. Pero dado que por un sinnúmero de consideraciones él mismo no habría podido darle continuidad a su gran proyecto político de transformación del Estado y de la sociedad mexicanos, el Lic. López Obrador le transfirió a la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo la inmensa responsabilidad de continuar con el proceso ya iniciado. Ahora podemos constatar, una vez más, que el Lic. López Obrador estaba en verdad dotado de un muy fino olfato político, porque eligió para tan importante y noble labor a quien era la mejor opción dentro gabinete. Desde luego que el Presidente López Obrador cometió algunos errores. ¿Quién no comete errores en su vida? Aquí no queda más que contestar con la sentencia de Jesucristo: Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra! Me gustaría en verdad saber quién, hablando con seriedad, tendría la osadía de hacerlo, pero no me hundiré en divagaciones entretenidas pero vacuas. A mí me parece, por ejemplo, que el Lic. López Obrador cometió un error político al permitir que más de un pajarraco le faltara al respeto durante las mañaneras. ¿Por qué? Porque la figura presidencial se tiene que hacer respetar, so pena de que los presidentes corran el mismo sino que Cristina Kirshner, a quienes los medios ridiculizaron durante años al grado de generar un odio irracional en su contra por parte de la mayoría de los argentinos. Y ese odio, lo acabamos de ver, operó de manera efectiva en las últimas elecciones. Pero, como se dice en inglés, vayamos al punto. Yo soy de la idea de que la Dra. Sheinbaum “heredó” un conflicto que si bien ya era muy complejo durante el sexenio pasado ahora es peor, por las razones que venido delineando. Es un hecho que la guerra con los enemigos de la transformación social se recrudeció. Ahora es más cruenta, más omniabarcadora, más irrestricta, más indiscriminada. Ahora quienes se aferran al ideal de la corrupción y de la esclavización de la población están decididos a todo. En cierto sentido, podemos afirmar que México se “ucranizó”: aquí se pueden usar niños para llevar bombas, jovencitos para asesinar a dirigentes políticos, mujeres para llevar la complicada contabilidad de incontables empresas inexistentes, hombres para realizar las acciones más terroríficas que uno pueda imaginar. Ya sólo falta que recluten ancianos! Ahora bien, toda esa movilización no es más que el aspecto visible de la guerra en contra del gobierno. La lucha de los condottieri mexicanos en contra de las instituciones y de quienes ocupan puestos de gobierno se lleva a cabo también en el frente ideológico y de propaganda política. Sobre esto hay que decir unas cuantas palabras.
El frente ideológico es para los enemigos de la nación de suma importancia, por la sencilla razón de que ellos aspiran a volver a revestir sus actividades criminales con el ropaje de la vida institucional, de la legalidad. Para esto tienen que ganar en el terreno de la vida política y en este terreno el juego fundamental es el de las elecciones. Para los delincuentes de cuello blanco es de primerísima importancia recuperar el terreno perdido. Va a ser muy difícil, yo en lo personal creo que imposible y ello por múltiples razones, que anulen la gran reforma judicial que a través de la participación popular se logró imponer en México, por lo que los objetivos de los canallas anti-mexicanos, de los despreciables vende-patrias, se van a centrar desde luego en la presidencia y en el Congreso, pero van a empezar a tratar de imponer su voluntad en el nivel de presidentes municipales, alcaldes y gobernadores (y de personas que toman decisiones al interior de Secretarías de Estado y cosas por el estilo). Las campañas de odio, de desprestigio, de burla, de tergiversación de hechos, etc., ya empezaron y se materializan todos los días a través de periódicos, radio y televisión. Los millones de pesos no van a faltar, pero aquí se plantea un problema que los derechistas, me parece a mí, ni entienden ni van a poder resolver. Veamos de qué se trata.
El objetivo primordial de la propaganda política reaccionaria es apostarle al grupo social más numeroso que, en principio, habrá de participar en las elecciones. ¿Cuál es ese grupo? Dicho de la manera más general posible, el constituido por los “jóvenes”, una noción usada de manera deliberadamente ambigua. Tendremos que convivir de ahora en adelante con toda clase de exultaciones, promesas, cuentos de hadas, sueños. etc., de los jóvenes para alejarlos del gobierno, confundiéndolos al máximo y desde luego tratando de corromperlos intelectual y moralmente, es decir, tratando de infundir en ellos un modo de pensar opuesto al que es propio de la Cuarta Transformación. Pero hay un problema: ese proyecto propagandístico sólo se puede implementar despolitizando por completo a sus potenciales receptores. O sea, se le va a hablar a los jóvenes de sueños, de identificación entre generaciones, de modas y de lo que sea menos de temas políticos. La condición para el triunfo político de la derecha mexicana es, pues, la despolitización de la juventud. Pero ¿como se puede ganar una contienda política despolitizando a los participantes? Un programa así es de entrada un programa fallido. No se puede ganar en la lucha política por medio de categorías y consignas que no tienen nada que ver con la política, pero tan pronto se habla de política se le despierta al joven su conciencia política y entonces el mensaje en términos no políticos pierde automáticamente su valor. Esto es comprensible: no se puede engañar a quien ya abrió los ojos!
Ahora bien, un grave problema para el Gobierno de México es que la agresión reaccionaria está planeada y se lleva a cabo dentro de un marco mucho más peligroso (si cabe), a saber, el constituido por las presiones y las amenazas del gobierno de los Estados Unidos. Aquí se está configurando una coyuntura peligrosa, mas no insuperable. La actitud beligerante del gobierno norteamericano responde a una política de bravuconadas, provocaciones, intimidaciones típicas de un Estado en descomposición pero que todavía tiene la capacidad de hacer daños inmensos e irreparables. La actitud perversa del gobierno estadounidense abre un frente delicado que el Gobierno de la Dra. Sheinbaum no puede simplemente ignorar. Lo que por lo pronto está claro es que el Gobierno de la República tiene que pelear al interior con la delincuencia organizada y al exterior con un gobierno que se rehúsa a ya no ser la hiper-potencia del mundo, lo cual lo lleva a adoptar políticas inviables o contraproducentes, pero también destructivas. En el caso de México, el trato que Trump ha tratado de imponer es el del noble frente al plebeyo, siendo desde luego ellos los nobles y nosotros los plebeyos. Sumando fuerzas, lo menos que podemos decir es que el Estado mexicano no la tiene fácil pero como va a tener que enfrentar los retos, lo que urge es que se vaya ya diseñando la nueva política interna y externa de México y, sobre todo, que se le aplique. En este caso, la pérdida de tiempo significa trabajar para los oligarcas, los capos y, en general, para quienes de uno u otro modo se comportan como los verdugos de la sociedad mexicana.
Cabe preguntar: ¿acaso hay recetas tales que, si se les siguiera al pie de la letra, estaríamos a salvo? Claro que no. Pero hay valores superiores y lineamientos políticos que le permitirían al país enfrentar con éxito los retos del presente. Consideremos primero el frente interno. ¿Cómo poner orden en el caos al que nos lleva la delincuencia organizada y activa? La respuesta es obvia: con la ley. Pero eso no basta, porque todo depende de qué leyes se tenga en mente. Si se va a querer operar o hacer funcionar las instituciones con leyes blandengues que se aplican a medias, entonces lo podemos asegurar la batalla está perdida. En muy poco tiempo se puede generar un escenario social que resulte simplemente imposible de controlar o manejar. Sería algo así como el estallido de una guerra civil, la construcción de un Estado dentro de otro, lo cual llevaría muchos años para poder controlar y desde luego sería de consecuencias funestas a corto, mediano y largo plazo. La solución, por lo tanto, está en las manos de legisladores (a los que habría que ordenarles que no rebajen penas, como lo hizo el inefable R. Monreal hace poco con argumentos de risa y para encolerizar al más pacífico de los ciudadanos), de jueces, de ministerios públicos y de las instituciones policiacas y de defensa de la población en su conjunto. Salta a la vista que ni las fuerzas armadas ni la Guardia Nacional están allí nada más para ayudar a la gente en casos de catástrofes naturales. Urgen leyes severas, policías efectivas, ministerios públicos decididos y jueces impolutos. El Estado mexicano puede contener a la delincuencia, de cuello blanco o de cuello sucio. Las delincuencia por si sola no puede vencer al Estado mexicano si éste funciona como debería y podría hacerlo. Y de esta manera el frente interno estaría bajo control.
En relación con el frente externo, me parece que al gobierno de México se le acaba el tiempo. Lo único que el país no necesita en este momento son diplomáticos debiluchos y ambiguos. Tarde o temprano México se va a ver en una encrucijada imposible de sortear y tendrá que elegir entre la sumisión y el servilismo o la independencia y el progreso. Hay que tener una visión del mundo que tome en cuenta las transformaciones que ya se dieron. Hay, por así decirlo, dos menús políticos, uno representado por (retomando una frase de L. Echeverría) “los emisarios del pasado”, esto es, los muy poderosos todavía pero cada vez más anquilosados Estados Unidos, con una Europa a punto de desmembrarse, y el otro constituido por los BRICS, que hasta un invidente ve que representan el futuro de la humanidad. Si México quiere salvaguardar su soberanía, sus riquezas naturales, su integridad geográfica, su identidad nacional, lo único que no puede hacer es entregarse a sus enemigos naturales, que es lo que la historia cuenta. Las amenazas de invasión por parte de D. Trump no son pronunciamientos de un gobierno amigo ni son avisos que se puedan tomar a la ligera. Aquí abundan las Lilly Téllez y otros engendros políticos que, como ella, con gusto le abrirían las puertas del Palacio Nacional a algún general norteamericano. Ojalá no tengamos nunca que volver a repetir, parafraseándola, la célebre frase del Gral. Anaya: “Si hubiéramos tenido quien nos defendiera no estarían aquí”.