Sin duda una de las cosas que el ciudadano contemporáneo ya no va a lograr nunca más es recibir a través de los medios de comunicación información genuina y fidedigna. Ese es el principal apotegma que cualquier persona mínimamente instruida y políticamente consciente tiene que llevar al plano de la conciencia. Lo peor del caso es que lo que se iniciara hace ya más de un siglo como una tímida tendencia de ocultamiento y falsificación de realidades en la actualidad no es más que la política cotidiana y descarada que se aplica en toda clase de periódicos y programas informativos de televisión y radio. Unas cuantas agencias de prensa internacionales venden la “información” que quieren y ésta es maquillada y transmitida al gran público. En otras palabras, lo que las agencias de prensa, los periódicos y revistas, el radio y la televisión lograron fue transmutar lo que originalmente era un servicio de información a la sociedad en un negocio turbio de desinformación total para su manipulación sistemática. Por ello quien, por las razones que sean, no tiene acceso a la información real está completamente desprotegido frente al permanente bombardeo mediático. Hay, no obstante, un mecanismo de defensa que aunque no es constructivo sí es en algún sentido funcional y es el siguiente: la cantidad de mentiras descaradas que le hacen llegar al ciudadano los ejércitos de locutores, especialistas, comentaristas, periodistas y demás tiene el efecto de volver a la gente incrédula. Los ciudadanos, es cierto, no reciben información real, pero también es cierto que cada vez más cierran sus ojos y sus oídos a los torpes intentos de desinformación y terminan por no creer lo que se les cuenta. La gente no sabe qué esta pasando realmente, pero sabe que el cuadro que se le pinta es ridículo y grotescamente falso. Eso lo hemos visto de manera ininterrumpida desde hace cuatro años en relación con la labor, actividades, logros, proyectos, etc., del gran presidente de México, el Lic. Andrés Manuel López Obrador (Pregunta prueba: ¿no se siente uno automáticamente asqueado con sólo leer las inarticuladas palabras de un retrasado mental como Vicente Fox cuando de uno u otro modo pretende difamar al presidente?) pero también, aunque por razones mucho más alejadas del horizonte vivencial del ciudadano mexicano estándar, en relación con lo que ha venido pasando no sólo en los últimos meses sino en los últimos años en Europa Oriental y, más concretamente, en Ucrania. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué se intenta a toda costa generar en nosotros un odio tan enconado e irracional en contra de un pueblo magnífico desde múltiples puntos de vista y que nunca nos ha hecho absolutamente nada, como pasa ahora en relación con el pueblo ruso?¿Por qué los mexicanos (y yo añadiría los portugueses, los irlandeses, los suizos, etc., y en general todos los pueblos del mundo) tendríamos que sentir odio hacia el pueblo ruso en su conjunto? El problema es que el odio que se pretende desparramar en contra de Rusia es un odio que tiene una fuente, un origen, objetivos concretos y la fuerza que se requiere para tratar de imponerlo en todo el mundo. Ese odio no es norteamericano, pero sí está entronizado en Los Estados Unidos. ¿Queremos realmente entender lo que está sucediendo actualmente en Ucrania, entre otras cosas para comprender mejor lo que puede suceder? Entonces tenemos inevitablemente que hacer un poquito de reconstrucción histórica, porque las raíces de este odio, y por ende de la actual guerra de Ucrania, son profundas. Intentemos, pues, en unas cuantas líneas bosquejar el panorama histórico que nos permita entender por qué Ucrania entró en guerra en contra de Rusia y para que nosotros entendamos ahora por qué la guerra contra Rusia es casi una guerra privada en la que la carne de cañón es desde luego el pueblo ucraniano pero, si se ello se requiere, la humanidad en su totalidad (los instigadores de la guerra incluidos). El odio subyacente, el odio motriz de este conflicto, es lo que podríamos llamar ‘odio total’ o, alternativamente, ‘odio satánico’.
Evidentemente, es decir, casi podría adivinarse a priori, todo se inicia con la Revolución de Octubre, esto es, la revolución bolchevique. ¿Cómo se llegó a ella? Varias fuerzas y algunas decisiones cruciales entraron en juego. En primer lugar estaba la miseria, la explotación y el retraso objetivos de los pueblos del imperio zarista, pueblos que fueron poco a poco politizándose, generando múltiples líderes rebeldes en todas las regiones (desde San Petesburgo hasta el Cáucaso y más allá de los Urales) y promoviendo la insurrección en contra del status quo hasta entonces reinante. En segundo lugar y no menos importante, estaba la comunidad judía de Rusia, severamente controlada por un gobierno propio, a saber, el Kahal, el cual ejercía un control férreo sobre su población a la que simplemente no le permitía integrarse a la sociedad rusa o local. Del judío común no se esperaba otra cosa más que se instruyera leyendo la Torá, la Mishná y el Talmud, que se integrara poco a poco a la vida comercial de sus correligionarios y, eso sí, que pagara a pie juntillas y sin chistar todos los servicios impartidos por los rabinos y que no eran tema de discusión, empezando por la circuncisión y terminando en los servicios funerarios. Si ha habido una población reprimida por su propia gente, esa población era la población judío-rusa de los tiempos del zarismo. Y, en tercer lugar, hay que apuntar a las medidas liberales de diversos zares, muchas de las cuales estaban dirigidas precisamente a integrar a los judíos a la sociedad rusa, pero sistemáticamente boicoteadas por el Kahal, es decir, el gobierno de la comunidad judía en Rusia, medidas que alcanzaron su punto culminante con el fin de la servidumbre, decretada por el zar Alejandro II en 1861.
Ahora bien, independientemente de si era esa la intención o no, el hecho es que la supresión de la servidumbre automáticamente le abrió las puertas de la sociedad rusa a la comunidad judía. ¿Y qué pasó entonces? Que cientos de miles de personas que tenían aspiraciones científicas, artísticas, políticas, etc., legítimas pero frustradas inundaron súbitamente las escuelas y universidades, los ministerios, los centros de trabajo, la vida comercial y así en todos los contextos. Se dio así la mezcla perfecta para la explosión revolucionaria: un pueblo ruso sobajado, pobre, humillado y demás, y una población judía, pletórica de aspiraciones y súbitamente liberada de dos formas de esclavitud: la zarista y la del Kahal, institución que un alto porcentaje de judíos rusos simplemente detestaba. Es en este fabuloso caldo de cultivo que empiezan a surgir los grandes teóricos del cambio social, del sueño de la revolución, los intelectuales que se impregnaron de los pensamientos de teóricos de otras latitudes, que los asimilaron y los adaptaron a las condiciones de Rusia. Visto retrospectivamente, el fenómeno es perfectamente comprensible. La gente de vanguardia tenía que apoyarse en doctrinas bien elaboradas, doctrinas que les fueran útiles en la lucha ya abiertamente dirigida en contra del estado zarista. Como todos sabemos, el punto culminante en este proceso de ideologización del descontento popular y de la creación de un movimiento transformador en profundidad se alcanzó en aquella primera fase en las figuras de Lenin y Trotsky.
Surgió así el partido bolchevique, dirigido (inter alia) por Lenin, Trotsky y por quien sin duda alguna habría sido el sucesor de Lenin, esto es, Jakov Mijaílovich Sverdlov, la “cereza de la revolución”, un judío ruso originario de Nizhni Novgorod, de familia judía emancipada y hundido desde muy joven en la lucha clandestina en contra del Estado zarista. Él y Lenin fueron quienes decidieron la muerte del zar y de su familia. Los bolcheviques, como es bien sabido, dieron una especie de golpe de Estado y entonces se constituyó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ahora bien, es muy importante entender que en la lucha revolucionaria de manera natural, es decir, no como un plan preconcebido, como resultado de un complot o una conspiración, se fusionaron e identificaron dos movimientos de protesta y de liberación: el movimiento en contra del zarismo y el movimiento en contra del Kahal. El pueblo ruso participaba en el primero, amplios sectores de la población judío-rusa en los dos. Para presentar el fenómeno de manera casi caricaturesca pero ilustrativa, podríamos decir que el pueblo ruso puso el cuerpo y la cabeza la puso el pueblo judío. En todo caso, fue de esa amalgama que surgió la Unión Soviética y, como era obvio que sucedería, en la nueva infraestructura estatal que se fue formando los judíos rusos emancipados ocuparon un altísimo porcentaje de los puestos de mando en todos los niveles gubernamentales. Visto retrospectivamente, es claro que se habían sembrado las semillas de una ulterior discordia.
El conflicto que se veía venir estalló con el declive físico de Lenin y con la lucha por el poder. Con la muerte de Lenin, en enero 1924, empieza oficialmente la guerra entre el grupo revolucionario nacionalista, dirigido por Stalin, y el grupo revolucionario internacionalista, dirigido por Trotsky. Ya sabemos qué fue lo que pasó y cómo Stalin desmanteló y acabó con el partido original de Lenin, un partido en el que muchos de sus miembros, prominentes o no, eran justamente de origen judío. La lucha por el poder en la Unión Soviética nunca fue de carácter antisemita, pero de facto el sector original, “culto”, internacionalista, etc., representado por los grandes ideólogos judíos, perdió la batalla política, lo cual en aquellos tiempos y en aquellas circunstancias era algo más bien delicado. En todo caso, Stalin se impuso y le imprimió a la Unión Soviética un carácter pluri-nacionalista, dándole prioridad y favoreciendo evidentemente al pueblo ruso.
El punto relevante de esta reconstrucción es que con Stalin los sectores revolucionarios judío-rusos quedaron desplazados. Esta es sin duda una de las grandes ironías de la historia: a quienes en gran medida se les debía la configuración, el bosquejo, la estructuración, etc., de una nueva sociedad fueron en grandes porcentajes finalmente excluidos de lo que en parte era su propia creación. A partir de cierto momento, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, la situación de las las comunidades judías rusas fue cambiando y la actitud de éstas hacia la Unión Soviética también. Los sueños de emancipación total, de realización, etc., de los judíos rusos empezaron a orientarse más bien hacia lo que a partir de cierto momento veían como la Tierra Prometida, esto es, Israel, cuya existencia se debe en gran medida al propio Stalin, quien apoyó fuertemente su creación en la ONU, en 1947. Se inició entonces el proceso de emigración masiva de ciudadanos judíos soviéticos hacia Israel. Si al hacer su aliyá los judíos de la antigua Unión Soviética efectivamente encontraron el paraíso en la Tierra o no en Israel es un tema interesante pero demasiado complejo y en el que no tiene caso entrar aquí y ahora.
Con esto termina el primer acto indispensable para comprender lo que está pasando en Europa del Este. Pasemos entonces al segundo acto, un acto tan apasionante como el primero.
Cambiamos drásticamente de escenario. Nos encontramos ahora en los Estados Unidos, digamos inmediatamente después de la Guerra de Secesión, es decir, una guerra que formalmente termina en 1865. Los Estados Unidos para entonces eran prácticamente un desierto, una tierra de nadie que requería urgentemente de inmigrantes, entre otras cosas para arrebatarles sus tierras a las poblaciones indígenas del nuevo país y poder así materializar el impulso hacia el progreso cuya fuerza ya se hacía sentir (por la inmensidad del territorio, sus riquezas naturales, su régimen liberal que contrastaba con las obsoletas monarquías europeas, etc.). Hubo múltiples oleadas de inmigrantes de Inglaterra, Irlanda, Francia, Suecia, etc., pero también de judíos de Europa Oriental (básicamente, de Rusia, Lituania y Polonia, aunque no nada más, naturalmente). Así, llegaron a un país en formación, con una población de cow-boys, coristas (para tener una idea de la clase de mujeres que llegaban exiliadas y poblaron el nuevo mundo recomiendo la lectura del fantástico libro del abad Prévot, Historia de Manon Lescault y del Caballero des Grieux. No tengo dudas de que quien guste de la buena literatura lo disfrutará), industriales inescrupulosos, granjeros ansiosos de apropiarse de las tierras vírgenes de Sioux, Cheyenes, Apaches y demás, más de dos millones de judíos, la inmensa mayoría de ellos en condiciones terribles, familias que no tenían ningún futuro en Europa, en donde eran hostigadas, etc., pero con una riqueza inusual, a saber, con miles de años de historia, con una cultura familiar, religiosa, escolar, etc., pétrea, inamovible y con ansias de trabajar y de triunfar en condiciones menos drásticas que las de Europa Oriental. Primero se instalaron en Nueva York y en medio siglo prácticamente se apoderaron del mundo norteamericano: crearon Broadway, luego Hollywood, la Reserva Federal, toda la prensa y luego, paulatina pero incontrolablemente, se hicieron de los mecanismos del gobierno norteamericano. No voy a entrar en los detalles porque no es mi objetivo, pero bastará con señalar como manifestaciones palpables del poder del nuevo sector de la población norteamericana la participación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el asesinato de Kennedy, la guerra de Irak, la sumisión cada vez más obvia ante el gobierno israelí y, ahora, la guerra de Ucrania. ¿Por qué es ello así? Hagamos una vez más un poquito de historia.
Debido a la fantasía infantil de M. S. Gorbachov (Erick Honnecker, el exdirigente de la República Democrática Alemana, lo expondría más bien de este modo: La Unión Soviética dejó de existir por una traición llamada ‘Perestroika’), su sucesor, el alcohólico ridículo, Boris Yeltsin deshizo la Unión Soviética, es decir, la puso en venta. Poner en venta la Unión Soviética equivalía a vender el país por la simple razón de que todo era estatal, desde el quiosco en donde se compraban dulces y boletos del metro hasta las compañías de aviación, de televisión, de petróleo, de ferrocarriles, de aviones, de barcos, etc. Todo estaba en venta, pero ¿quién podía adquirir los bienes de la nación? ¿El ciudadano ruso medio que ganaba su salario mínimo y luchaba por aprovechar sus servicios de seguridad social? Claro que no. ¿Qué pasó entonces? Ciudadanos rusos de origen judío llegaron a acuerdos con bancos occidentales quienes les facilitaron billones de dólares para hacerse de los grandes bienes de la ya para entonces ex-Unión Soviética. Se creó así de la noche a la mañana una nueva casta de super-ricos, en su inmensa mayoría de origen judío y a los que el pueblo ruso se refería como “los oligarcas”. Ese fue el legado a Rusia de Yeltsin e, indirectamente, de Gorbachov.
La vida política, sin embargo, depara sorpresas y súbitamente apareció Vladimir Putin en el escenario. Pero ¿qué representaba Putin? Básicamente, lo que el instinto de conservación ruso indicaba que se requería, a saber, una política de recuperación nacionalista, de recuperación en todos los sentidos: económica, militar, cultural, religiosa, de orgullo nacional, etc. Y de nuevo viendo las cosas retrospectivamente de inmediato nos percatamos de que en Rusia un nuevo choque era simplemente inevitable, un choque entre fuerzas que se movían en direcciones contrarias: la constituida por gente que de hecho se había beneficiado de la traición de Yeltsin, por una parte, y la nueva fuerza nacionalista rusa, por la otra. Pasó entonces lo que ya sabemos: vinieron las expropiaciones, algunos super-magnates fueron a la cárcel y el Estado ruso impuso los intereses de la nación por encima de los intereses de grupúsculos ya para entonces super-ricos y super poderosos. Y es aquí que empieza el tercer acto, esto es, la saga ucraniana.
Así como no se le perdonó a Stalin – uno de los personajes más calumniados de la historia, dicho sea de paso – por razones más bien obvias, el haber desplazado a los bolcheviques judíos soviéticos, así tampoco se le perdonó a Putin el haber truncado un grandioso plan de apoderamiento de su país. La ofensiva en su contra esta vez no se expresó a través de protestas callejeras, de atentados más o menos inconexos, etc., sino desde el Salón Oval de la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque (sinceramente, no creo que se necesite argumentar mucho al respecto para entender lo que estoy diciendo) el gobierno norteamericano es manejado por ciudadanos judíos norteamericanos. Aquí hay una verdad que el ciudadano medio norteamericano simplemente es todavía incapaz de entender: el gobierno de los Estados Unidos tiene dos sedes, una en Washington y otra en Tel-Aviv. Quien no entiende esto no entiende la política mundial. Esta es la premisa de inicio, el punto de partida. Una vez entendido esto todo lo que está pasando en Europa Oriental (y en el Medio Oriente!) queda claro, se comprende, independientemente de qué actitudes y sentimientos suscite su aprehensión y comprensión.
Con el golpe de Estado operado en 2014, orquestado cínicamente por Victoria Nuland, Ucrania quedó lista para la venganza en contra de Putin. Las poblaciones rusas viviendo en Ucrania, de manera totalmente artificial por razones históricas perfectamente explicables pero en las que no tenemos por o para qué entrar, se vieron de pronto brutalmente hostigadas, atacadas y amenazadas de extinción. Las propuestas de arreglos provenientes de Rusia obviamente fueron desechadas (y a los que se había llegado, como el pacto de Minsk, simplemente se les ignoró por completo) y se puso al frente del gobierno ucraniano a un tenebroso payaso cuyo desempeño ha dejado en claro que lo único que no le importa son sus compatriotas y su país. Zielensky es un sujeto del que se sabe que ha hecho negocios con la guerra, que tiene millones de dólares en cuentas ocultas, que es un drogadicto, un farsante, un calumniador y un mentiroso profesional, un individuo que destila a diestra y siniestra su pus de odio en contra de Rusia y del pueblo ruso, un sujeto que promueve masacres de los propios ucranianos que intentar salir de ciudades cercadas u ocupadas, impulsando a sus tropas conformadas por nacionalistas banderistas (por Bandera, el dizque héroe ucraniano que ni los alemanes querían) y mercenarios criminales dispuestos a cometer toda clase de barbaridades, matanzas y demás contra soldados rusos y población ucraniana que no lo acepta. Ucrania quedó en manos de un muñeco promovido y sostenido sobre todo y en primer lugar por la maquinaria sionista norteamericana, es decir, el gobierno norteamericano. La guerra de Ucrania es entonces una guerra privada efectuada por medio de la población ucraniana y, si se requiere, por las poblaciones de Europa en su conjunto. El haber desbaratado el proceso de apropiación de Rusia por parte de una minoría rusa de origen judío constituye a los ojos de los sionistas norteamericanos (Antony Blinken, Victoria Nuland y muchos más. La lista es muy larga) el crimen supremo, el crimen que justifica, si ello se requiere, hasta la muerte del último niño ucraniano. Esta no es una guerra entre pueblos, sino una guerra de una camarilla que tiene su propia agenda, inserta ya en la estructura del gobierno de los Estados Unidos y en contra de un líder político, y por ende de una nación. Como bien lo dijo el presidente Putin, el objetivo último de toda esa complicada maniobra política, económica, militar, etc., no es el bienestar y la seguridad de Ucrania, sino la destrucción de Rusia, su desmembramiento en múltiples pequeños países a los que se haría pelear constantemente unos con otros. Ahora bien, el panorama que se esta delineando es muy claro: ese plan, que ahora ya está a la vista, tiene como límite el armamento nuclear ruso. La pregunta es: ¿es el odio sionista tan grande como para llevar a la destrucción del mundo no ya para obtener algo sino simplemente para vengarse de algo y de alguien? La respuesta se la dejo al lector.
En general no se tiene una idea clara de las verdaderas relaciones entre los países europeos y el gobierno sionista de los Estados Unidos. Los gobiernos europeos son literalmente los lacayos del actual doble gobierno norteamericano y a este gobierno qué le pase a los pueblos de Europa es algo que le importa tanto o menos de lo que pase con los osos blancos del Polo Norte. Eso explica las increíbles medidas auto-destructivas que los gobiernos europeos están tomando todos los días, medidas que van palpablemente en contra del propio bienestar de sus respectivos pueblos. Y lo mismo pasa en los Estados Unidos, un país que está siendo llevado a lo que puede ser su última confrontación en la Tierra. Mientras tanto la “fiesta” en Ucrania sigue, a costa de la destrucción de un país y de la muerte innecesaria de miles de personas de ambas partes. En vista de lo que en este planeta pasa todos los días, uno a veces se pregunta si no sería esa solución terminal lo que realmente se merece el género humano, estos seres que recibieron de Dios todo para disfrutar de la vida sanamente y elevar sus loas a Él, pero que hicieron de la existencia humana una lucha eterna de pasiones bajas, de ambiciones desmedidas y de repudio factual de la sagrada creencia en Dios.