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Artículos de opinión

La Fiesta Ucraniana

Sin duda una de las cosas que el ciudadano contemporáneo ya no va a lograr nunca más es recibir a través de los medios de comunicación información genuina y fidedigna. Ese es el principal apotegma que cualquier persona mínimamente instruida y políticamente consciente tiene que llevar al plano de la conciencia. Lo peor del caso es que lo que se iniciara hace ya más de un siglo como una tímida tendencia de  ocultamiento y falsificación de realidades en la actualidad no es más que la política cotidiana y descarada que se aplica en toda clase de periódicos y programas informativos de televisión y radio. Unas cuantas agencias de prensa internacionales venden la “información” que quieren y ésta es maquillada y transmitida al gran público. En otras palabras, lo que las agencias de prensa, los periódicos y revistas, el radio y la televisión lograron fue transmutar lo que originalmente era un servicio de información a la sociedad en un negocio turbio de desinformación total para su manipulación sistemática. Por ello quien, por las razones que sean, no tiene acceso a la información real está completamente desprotegido frente al permanente bombardeo mediático. Hay, no obstante, un mecanismo de defensa que aunque no es constructivo sí es en algún sentido funcional y es el siguiente: la cantidad de mentiras descaradas que le hacen llegar al ciudadano los ejércitos de locutores, especialistas, comentaristas, periodistas y demás tiene el efecto de volver a la gente incrédula. Los ciudadanos, es cierto, no reciben información real, pero también es cierto que cada vez más cierran sus ojos y sus oídos a los torpes intentos de desinformación y terminan por no creer lo que se les cuenta. La gente no sabe qué esta pasando realmente, pero sabe que el cuadro que se le pinta es ridículo y grotescamente falso. Eso lo hemos visto de manera ininterrumpida desde hace cuatro años en relación con la labor, actividades, logros, proyectos, etc., del gran presidente de México, el Lic. Andrés Manuel López Obrador (Pregunta prueba: ¿no se siente uno automáticamente asqueado con sólo leer las inarticuladas palabras de un retrasado mental como Vicente Fox cuando de uno u otro modo pretende difamar al presidente?) pero también, aunque por razones mucho más alejadas del horizonte vivencial del ciudadano mexicano estándar, en relación con lo que ha venido pasando no sólo en los últimos meses sino en los últimos años en Europa Oriental y, más concretamente, en Ucrania. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué se intenta a toda costa generar en nosotros un odio tan enconado e irracional en contra de un pueblo magnífico desde múltiples puntos de vista y que nunca nos ha hecho absolutamente nada, como pasa ahora en relación con el pueblo ruso?¿Por qué los mexicanos (y yo añadiría los portugueses, los irlandeses, los suizos, etc., y en general todos los pueblos del mundo) tendríamos que sentir odio hacia el pueblo ruso en su conjunto? El problema es que el odio que se pretende desparramar en contra de Rusia es un odio que tiene una fuente, un origen, objetivos concretos y la fuerza que se requiere para tratar de imponerlo en todo el mundo. Ese odio no es norteamericano, pero sí está entronizado en Los Estados Unidos. ¿Queremos realmente entender lo que está sucediendo actualmente en Ucrania, entre otras cosas para comprender mejor lo que puede suceder? Entonces tenemos inevitablemente que hacer un poquito de reconstrucción histórica, porque las raíces de este odio, y por ende de la actual guerra de Ucrania, son profundas. Intentemos, pues, en unas cuantas líneas bosquejar el panorama histórico que nos permita entender por qué Ucrania entró en guerra en contra de Rusia y para que nosotros entendamos ahora por qué la guerra contra Rusia es casi una guerra privada en la que la carne de cañón es desde luego el pueblo ucraniano pero, si se ello se requiere, la humanidad en su totalidad (los instigadores de la guerra incluidos). El odio subyacente, el odio motriz de este conflicto, es lo que podríamos llamar ‘odio total’ o, alternativamente, ‘odio satánico’.

Evidentemente, es decir, casi podría adivinarse a priori, todo se inicia con la Revolución de Octubre, esto es, la revolución bolchevique. ¿Cómo se llegó a ella? Varias fuerzas y algunas decisiones cruciales entraron en juego. En primer lugar estaba la miseria, la explotación y el retraso objetivos de los pueblos del imperio zarista, pueblos que fueron poco a poco politizándose, generando múltiples líderes rebeldes en todas las regiones (desde San Petesburgo hasta el Cáucaso y más allá de los Urales) y promoviendo la insurrección en contra del status quo hasta entonces reinante. En segundo lugar y no menos importante, estaba la comunidad judía de Rusia, severamente controlada por un gobierno propio, a saber, el Kahal, el cual ejercía un control férreo sobre su población a la que simplemente no le permitía integrarse a la sociedad rusa o local. Del judío común no se esperaba otra cosa más que se instruyera leyendo la Torá, la Mishná y el Talmud, que se integrara poco a poco a la vida comercial de sus correligionarios y, eso sí, que pagara a pie juntillas y sin chistar todos los servicios impartidos por los rabinos y que no eran tema de discusión, empezando por la circuncisión y terminando en los servicios funerarios. Si ha habido una población reprimida por su propia gente, esa población era la población judío-rusa de los tiempos del zarismo. Y, en tercer lugar, hay que apuntar a las medidas liberales de diversos zares, muchas de las cuales estaban dirigidas precisamente a integrar a los judíos a la sociedad rusa, pero sistemáticamente boicoteadas por el Kahal, es decir, el gobierno de la comunidad judía en Rusia, medidas que alcanzaron su punto culminante con el fin de la servidumbre, decretada por el zar Alejandro II en 1861.

Ahora bien, independientemente de si era esa la intención o no, el hecho es que la supresión de la servidumbre automáticamente le abrió las puertas de la sociedad rusa a la comunidad judía. ¿Y qué pasó entonces? Que cientos de miles de personas que tenían aspiraciones científicas, artísticas, políticas, etc., legítimas pero frustradas inundaron súbitamente las escuelas y universidades, los ministerios, los centros de trabajo, la vida comercial y así en todos los contextos. Se dio así la mezcla perfecta para la explosión revolucionaria: un pueblo ruso sobajado, pobre, humillado y demás, y una población judía, pletórica de aspiraciones y súbitamente liberada de dos formas de esclavitud: la zarista y la del Kahal, institución que un alto porcentaje de judíos rusos simplemente detestaba. Es en este fabuloso caldo de cultivo que empiezan a surgir los grandes teóricos del cambio social, del sueño de la revolución, los intelectuales que se impregnaron de los pensamientos de teóricos de otras latitudes, que los asimilaron y los adaptaron a las condiciones de Rusia. Visto retrospectivamente, el fenómeno es perfectamente comprensible. La gente de vanguardia tenía que apoyarse en doctrinas bien elaboradas, doctrinas que les fueran útiles en la lucha ya abiertamente dirigida en contra del estado zarista. Como todos sabemos, el punto culminante en este proceso de ideologización del descontento popular y de la creación de un movimiento transformador en profundidad se alcanzó en aquella primera fase en las figuras de Lenin y Trotsky.

Surgió así el partido bolchevique, dirigido (inter alia) por Lenin, Trotsky y por quien sin duda alguna habría sido el sucesor de Lenin, esto es, Jakov Mijaílovich Sverdlov, la “cereza de la revolución”, un judío ruso originario de Nizhni Novgorod, de familia judía emancipada y hundido desde muy joven en la lucha clandestina en contra del Estado zarista. Él y Lenin fueron quienes decidieron la muerte del zar y de su familia. Los bolcheviques, como es bien sabido, dieron una especie de golpe de Estado y entonces se constituyó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ahora bien, es muy importante entender que en la lucha revolucionaria de manera natural, es decir, no como un plan preconcebido, como resultado de un complot o una conspiración, se fusionaron e identificaron dos movimientos de protesta y de liberación: el movimiento en contra del zarismo y el movimiento en contra del Kahal. El pueblo ruso participaba en el primero, amplios sectores de la población judío-rusa en los dos. Para presentar el fenómeno de manera casi caricaturesca pero ilustrativa, podríamos decir que el pueblo ruso puso el cuerpo y la cabeza la puso el pueblo judío. En todo caso, fue de esa amalgama que surgió la Unión Soviética y, como era obvio que sucedería, en la nueva infraestructura estatal que se fue formando los judíos rusos emancipados ocuparon un altísimo porcentaje de los puestos de mando en todos los niveles gubernamentales. Visto retrospectivamente, es claro que se habían sembrado las semillas de una ulterior discordia.

El conflicto que se veía venir estalló con el declive físico de Lenin y con la lucha por el poder. Con la muerte de Lenin, en enero 1924, empieza oficialmente la guerra entre el grupo revolucionario nacionalista, dirigido por Stalin, y el grupo revolucionario internacionalista, dirigido por Trotsky. Ya sabemos qué  fue lo que pasó y cómo Stalin desmanteló y acabó con el partido original de Lenin, un partido en el que muchos de sus miembros, prominentes o no, eran justamente de origen judío. La lucha por el poder en la Unión Soviética nunca fue de carácter antisemita, pero de facto el sector original, “culto”, internacionalista, etc., representado por los grandes ideólogos judíos, perdió la batalla política, lo cual en aquellos tiempos y en aquellas circunstancias era algo más bien delicado. En todo caso, Stalin se impuso y le imprimió a la Unión Soviética un carácter pluri-nacionalista, dándole prioridad y favoreciendo evidentemente al pueblo ruso.

El punto relevante de esta reconstrucción es que con Stalin los sectores revolucionarios judío-rusos quedaron desplazados. Esta es sin duda una de las grandes ironías de la historia: a quienes en gran medida se les debía la configuración, el bosquejo, la estructuración, etc., de una nueva sociedad fueron en grandes porcentajes finalmente excluidos de lo que en parte era su propia creación. A partir de cierto momento, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, la situación de las las comunidades judías rusas fue cambiando y la actitud de éstas hacia la Unión Soviética también. Los sueños de emancipación total, de realización, etc., de los judíos rusos empezaron a orientarse más bien hacia lo que a partir de cierto momento veían como la Tierra Prometida, esto es, Israel, cuya existencia se debe en gran medida al propio Stalin, quien apoyó fuertemente su creación en la ONU, en 1947. Se inició entonces el proceso de emigración masiva de ciudadanos judíos soviéticos hacia Israel. Si al hacer su aliyá los judíos de la antigua Unión Soviética efectivamente encontraron el paraíso en la Tierra o no en Israel es un tema interesante pero demasiado complejo y en el que no tiene caso entrar aquí y ahora.

Con esto termina el primer acto indispensable para comprender lo que está pasando en Europa del Este. Pasemos entonces al segundo acto, un acto tan apasionante como el primero.

Cambiamos drásticamente de escenario. Nos encontramos ahora en los Estados Unidos, digamos inmediatamente después de la Guerra de Secesión, es decir, una guerra que formalmente termina en 1865. Los Estados Unidos para entonces eran prácticamente un desierto, una tierra de nadie que requería urgentemente de inmigrantes, entre otras cosas para arrebatarles sus tierras a las poblaciones indígenas del nuevo país y poder así materializar el impulso hacia el progreso cuya fuerza ya se hacía sentir (por la inmensidad del territorio, sus riquezas naturales, su régimen liberal que contrastaba con las obsoletas monarquías europeas, etc.). Hubo múltiples oleadas de inmigrantes de Inglaterra, Irlanda, Francia, Suecia, etc., pero también de judíos de Europa Oriental (básicamente, de Rusia, Lituania y Polonia, aunque no nada más, naturalmente). Así, llegaron a un país en formación, con una población de cow-boys, coristas (para  tener una idea de la clase de mujeres que llegaban exiliadas y poblaron el nuevo mundo recomiendo la lectura del fantástico libro del abad Prévot, Historia de Manon Lescault y del Caballero des Grieux. No tengo dudas de que quien guste de la buena literatura lo disfrutará), industriales inescrupulosos, granjeros ansiosos de apropiarse de las tierras vírgenes de Sioux, Cheyenes, Apaches y demás, más de dos millones de judíos, la inmensa mayoría de ellos en condiciones terribles, familias que no tenían ningún futuro en Europa, en donde eran hostigadas, etc., pero con una riqueza inusual, a saber, con miles de años de historia, con una cultura familiar, religiosa, escolar, etc., pétrea, inamovible y con ansias de trabajar y de triunfar en condiciones menos drásticas que las de Europa Oriental. Primero se instalaron en Nueva York y en medio siglo prácticamente se apoderaron del mundo norteamericano: crearon Broadway, luego Hollywood, la Reserva Federal, toda la prensa y luego, paulatina pero incontrolablemente, se hicieron de los mecanismos del gobierno norteamericano. No voy a entrar en los detalles porque no es mi objetivo, pero bastará con señalar como manifestaciones palpables del poder del nuevo sector de la población norteamericana la participación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el asesinato de Kennedy, la guerra de Irak, la sumisión cada vez más obvia ante el gobierno israelí y, ahora, la guerra de Ucrania. ¿Por qué es ello así? Hagamos una vez más un poquito de historia.

Debido a la fantasía infantil de M. S. Gorbachov (Erick Honnecker, el exdirigente de la República Democrática Alemana, lo expondría más bien de este modo: La Unión Soviética dejó de existir por una traición llamada ‘Perestroika’), su sucesor, el alcohólico ridículo, Boris Yeltsin deshizo la Unión Soviética, es decir, la puso en venta. Poner en venta la Unión Soviética equivalía a vender el país por la simple razón de que todo era estatal, desde el quiosco en donde se compraban dulces y boletos del metro hasta las compañías de aviación, de televisión, de petróleo, de ferrocarriles, de aviones, de barcos, etc. Todo estaba en venta, pero ¿quién podía adquirir los bienes de la nación? ¿El ciudadano ruso medio que ganaba su salario mínimo y luchaba por aprovechar sus servicios de seguridad social? Claro que no. ¿Qué pasó entonces? Ciudadanos rusos de origen judío llegaron a acuerdos con bancos occidentales quienes les facilitaron billones de dólares para hacerse de los grandes bienes de la ya para entonces ex-Unión Soviética. Se creó así de la noche a la mañana una nueva casta de super-ricos, en su inmensa mayoría de origen judío y a los que el pueblo ruso se refería como “los oligarcas”. Ese fue el legado a Rusia de Yeltsin e, indirectamente, de Gorbachov.

La vida política, sin embargo, depara sorpresas y súbitamente apareció Vladimir Putin en el escenario. Pero ¿qué representaba Putin? Básicamente, lo que el instinto de conservación ruso indicaba que se requería, a saber, una política de recuperación nacionalista, de recuperación en todos los sentidos: económica, militar, cultural, religiosa, de orgullo nacional, etc. Y de nuevo viendo las cosas retrospectivamente de inmediato nos percatamos de que en Rusia un nuevo choque era simplemente inevitable, un choque entre fuerzas que se movían en direcciones contrarias: la constituida por gente que de hecho se había beneficiado de la traición de Yeltsin, por una parte, y la nueva fuerza nacionalista rusa, por la otra. Pasó entonces lo que ya sabemos: vinieron las expropiaciones, algunos super-magnates fueron a la cárcel y el Estado ruso impuso los intereses de la nación por encima de los intereses de grupúsculos ya para entonces super-ricos y super poderosos. Y es aquí que empieza el tercer acto, esto es, la saga ucraniana.

Así como no se le perdonó a Stalin – uno de los personajes más calumniados de la historia, dicho sea de paso – por razones más bien obvias, el haber desplazado a los bolcheviques judíos soviéticos, así tampoco se le perdonó a Putin el haber truncado un grandioso plan de apoderamiento de su país. La ofensiva en su contra esta vez no se expresó a través de protestas callejeras, de atentados más o menos inconexos, etc., sino desde el Salón Oval de la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque (sinceramente, no creo que se necesite argumentar mucho al respecto para entender lo que estoy diciendo) el gobierno norteamericano es manejado por ciudadanos judíos norteamericanos. Aquí hay una verdad que el ciudadano medio norteamericano simplemente es todavía incapaz de entender: el gobierno de los Estados Unidos tiene dos sedes, una en Washington y otra en Tel-Aviv. Quien no entiende esto no entiende la política mundial. Esta es la premisa de inicio, el punto de partida. Una vez entendido esto todo lo que está pasando en Europa Oriental (y en el Medio Oriente!) queda claro, se comprende, independientemente de qué actitudes y sentimientos suscite su aprehensión y comprensión.

Con el golpe de Estado operado en 2014, orquestado cínicamente por Victoria Nuland, Ucrania quedó lista para la venganza en contra de Putin. Las poblaciones rusas viviendo en Ucrania, de manera totalmente artificial por razones históricas perfectamente explicables pero en las que no tenemos por o para qué entrar, se vieron de pronto brutalmente hostigadas, atacadas y amenazadas de extinción. Las propuestas de arreglos provenientes de Rusia obviamente fueron desechadas (y a los que se había llegado, como el pacto de Minsk, simplemente se les ignoró por completo) y se puso al frente del gobierno ucraniano a un tenebroso payaso cuyo desempeño ha dejado en claro que lo único que no le importa son sus compatriotas y su país. Zielensky es un sujeto del que se sabe que ha hecho negocios con la guerra, que tiene millones de dólares en cuentas ocultas, que es un drogadicto, un farsante, un calumniador y un mentiroso profesional, un individuo que destila a diestra y siniestra su pus de odio en contra de Rusia y del pueblo ruso, un sujeto que promueve masacres de los propios ucranianos que intentar salir de ciudades cercadas u ocupadas, impulsando a sus tropas conformadas por nacionalistas banderistas (por Bandera, el dizque héroe ucraniano que ni los alemanes querían) y mercenarios criminales dispuestos a cometer toda clase de barbaridades, matanzas y demás contra soldados rusos y población ucraniana que no lo acepta. Ucrania quedó en manos de un muñeco promovido y sostenido sobre todo y en primer lugar por la maquinaria sionista norteamericana, es decir, el gobierno norteamericano. La guerra de Ucrania es entonces una guerra privada efectuada por medio de la población ucraniana y, si se requiere, por las poblaciones de Europa en su conjunto. El haber desbaratado el proceso de apropiación de Rusia por parte de una minoría rusa de origen judío constituye a los ojos de los sionistas norteamericanos (Antony Blinken, Victoria Nuland y muchos más. La lista es muy larga) el crimen supremo, el crimen que justifica, si ello se requiere, hasta la muerte del último niño ucraniano. Esta no es una guerra entre pueblos, sino una guerra de una camarilla que tiene su propia agenda, inserta ya en la estructura del gobierno de los Estados Unidos y en contra de un líder político, y por ende de una nación. Como bien lo dijo el presidente Putin, el objetivo último de toda esa complicada maniobra política, económica, militar, etc., no es el bienestar y la seguridad de Ucrania, sino la destrucción de Rusia, su desmembramiento en múltiples pequeños países a los que se haría pelear constantemente unos con otros. Ahora bien, el panorama que se esta delineando es muy claro: ese plan, que ahora ya está a la vista, tiene como límite el armamento nuclear ruso. La pregunta es: ¿es el odio sionista tan grande como para llevar a la destrucción del mundo no ya para obtener algo sino simplemente para vengarse de algo y de alguien? La respuesta se la dejo al lector.

En general no se tiene una idea clara de las verdaderas relaciones entre los países europeos y el gobierno sionista de los Estados Unidos. Los gobiernos europeos son literalmente los lacayos del actual doble gobierno norteamericano y a este gobierno qué le pase a los pueblos de Europa es algo que le importa tanto o menos de lo que pase con los osos blancos del Polo Norte. Eso explica las increíbles medidas auto-destructivas que los gobiernos europeos están tomando todos los días, medidas que van palpablemente en contra del propio bienestar de sus respectivos pueblos. Y lo mismo pasa en los Estados Unidos, un país que está siendo llevado a lo que puede ser su última confrontación en la Tierra. Mientras tanto la “fiesta” en Ucrania sigue, a costa de la destrucción de un país y de la muerte innecesaria de miles de personas de ambas partes. En vista de lo que en este planeta pasa todos los días, uno a veces se pregunta si no sería esa solución terminal lo que realmente se merece el género humano, estos seres que recibieron de Dios todo para disfrutar de la vida sanamente y elevar sus loas a Él, pero que hicieron de la existencia humana una lucha eterna de pasiones bajas, de ambiciones desmedidas y de repudio factual de la sagrada creencia en Dios.

Zelensky, el Maldito

Si para los políticos profesionales de alto vuelo, avezados en toda clase de intrigas y conspiraciones, los fenómenos políticos – dada su complejidad – no siempre resultan explicables o comprensibles, ¿qué podemos esperar del ciudadano de a pie, del hombre de la calle para quien la información genuina es de hecho inaccesible, de los millones de personas a quienes nadie les explica con un poquito de paciencia lo que sucede y por qué sucede? El caso de la actual guerra de Ucrania contra Rusia (me explico: la invasión fue rusa, pero la guerra de facto la declaró Ucrania, por razones que espero que afloren a lo largo de esta exposición) ejemplifica a la perfección lo que afirmo. En este caso particular, la situación se vuelve más ininteligible todavía no sólo por el hecho de que Ucrania, por razones geográficas e históricas, es un país que a, digamos, nosotros los latinoamericanos nos queda, por así decirlo “muy lejos”, sino sobre todo porque el fenómeno de la  guerra ruso-ucraniana está sometido a un pavoroso e intensísimo proceso de desinformación, mentiras y tergiversaciones, jugando todo el tiempo con suposiciones falsas que se hacen pasar como verdades evidentes de suyo y que por lo tanto es anatema cuestionar o poner en tela de juicio (daré algunos ejemplos después). Dado que el bombardeo cotidiano de calumnias por parte de la prensa, el radio y la televisión termina por abrumar a la gente, a ésta no le queda más que resignarse tratando de conciliar lo que su sano instinto le dice (a saber, que las cosas no son como le están diciendo que son) con las cataratas de falsedades y patrañas con que la sepultan. El resultado a menudo no puede ser otro que alzarse de hombros y volverse indiferente frente a una situación que resulta cada vez más incomprensible pero en relación con la cual se carece de datos para poder defender, aunque sea mínimamente, un punto de vista un poco más equilibrado. La moraleja es simple: la influencia de los medios masivos de comunicación es inversamente proporcional al nivel de cultura e información de las personas: mientras menos se instruye uno, mientras menos recaba uno información genuina, más fácil se es presa de los agoreros a sueldo, esto es, de los empleados (a menudo, inmensos mediocres, pero con el micrófono en la mano) del frente de la desinformación y el engaño popular internacional.

Un ejemplo contundente e innegable de lo que acabo de decir nos lo proporciona la guerra mediática en contra del presidente de México, el Lic. Andrés Manuel López Obrador. Dejando de lado a quienes tienen intereses contrarios a los de nuestro país, a los de la nación mexicana, augustamente representada por el presidente, podemos preguntar: ¿en quién tiene éxito dicha guerra? Ante todo en la gente ignorante que no sabe hacer otra cosa que repetir como perico lo que se le inyectó en la mente a base de “noticieros”, “comentaristas”, “columnistas” y demás. En el caso de México, afortunadamente, hay un factor de equilibrio, que son las presentaciones que hace el presidente todos los días, de lunes a viernes, a través de las cuales proporciona datos fidedignos y explicaciones certeras sobre toda una variedad de situaciones y problemas que de otro modo nunca se conocerían y lo tanto no podría nunca la gente enterarse de qué aspecto efectivamente presenta la realidad. La confrontación, sin embargo, es (como todos sabemos) tremendamente desproporcionada: son dos horas de conversación con el presidente frente a toneladas de escritos, pronunciamientos, descalificaciones, calumnias, insultos, mentiras y demás 24 horas al día. Aun así, dada la ínfima calidad de los soldados del frente ideológico – sólo alguien con un intelecto de paquidermo puede todavía encontrar graciosas las sandeces de un Brozo o las canalladas de un Loret de Mola, digo yo – el presidente ha logrado neutralizar en gran medida todo el diluvio de mentiras odiosas y cada vez más inverosímiles. Pero si el proceso de desinformación sistemática es difícil de contrarrestar en México inclusive si los asuntos a tratar son asuntos que nos conciernen directamente, ¿qué podemos esperar cuando la labor de adormilamiento mental concierne a países de los que, para bien o para mal, estamos muy alejados? Desafortunadamente, en el caso de la guerra entre Ucrania y Rusia no tenemos algo equivalente a un AMLO que pudiera detener o al menos frenar el flujo de falsedades, embustes y demás con que se nos inunda. Por ello, los librepensadores de todas las latitudes tenemos la obligación de pronunciarnos sobre el tema para, sin ni mucho menos pretender presentarnos como especialistas, contribuir simplemente a que se tenga un cuadro un poquito menos falsificado y un poquito más realista de lo que aquí y ahora está sucediendo en Europa Oriental.

Como a todos nos queda claro, las agencias internacionales de prensa, que son las que producen, manejan y distribuyen en todo el mundo la información circulante (se verán los mismos clips en Chile que en España que en Estados Unidos, etc., y, obviamente, que en México) están empeñadas en alcanzar uno y el mismo objetivo: convencer al mundo de la maldad intrínseca del presidente ruso, V. Putin y exaltar la siniestra figura de la marioneta ucraniana al servicio de intereses esencialmente no ucranianos, esto es, de Volodímir Zielensky. Ahora pregunto yo: ¿se ha puesto el amable lector a pensar quién es este individuo, por qué y cómo llegó a la presidencia de Ucrania y para quién “trabaja” realmente? Intentemos nosotros construir, con los pocos datos que poseemos, un cuadro un poco menos ridículo que el que nos pintan los noticieros del canal 4 de Televisa o los articulistas del New York Times, que para el caso son básicamente lo mismo.

Para empezar: ¿quién es Zelensky? Es un ciudadano ucraniano, de origen judío, de profesión abogado, muy probablemente un inepto puesto que de hecho nunca ejerció y pasó de abogado a actor de programas pretendidamente cómicos de televisión. Alcanzó una gran popularidad gracias a una demagógica serie de carácter político que, como por casualidad, “está en Netflix”. Él trabajaba para una compañía cuyo propietario es el gran oligarca Igor Kolomoisky, ciudadano ucraniano pero también israelí. Este sujeto fue de los que supieron aprovechar el derrumbe del socialismo y se apropió en Ucrania un poco de todo: fundó un banco, incursionó en la industria del acero, en compañías de aviación, etc., y en una compañía de televisión, que es donde Zielensky llegó a trabajar. Primer resultado: quien descubrió y promovió a Zielensky, quien lo hizo candidato a la presidencia, quien le dictó su política de arriba a bajo fue Kolomoisky. Éste es su patrón o ¿habrá una palabra menos cruda?

El plan político que Zelensky acepó imponer en Ucrania era de un simpleza y de un nitidez asombrosas: se trataba a toda costa de integrar a Ucrania en el club de lacayos de los Estados Unidos, esto es, en la tristemente famosa Unión Europea, y sobre todo en la OTAN, que es el brazo militar de los Estados Unidos en Europa. No se olvide, por ejemplo, que Alemania nunca desde el fin de la Segunda Guerra Mundial dejó de ser un país ocupado por el ejército norteamericano. Nunca después de haber firmado la paz abandonaron los norteamericanos sus cuarteles y sus bases. Más bien al contrario: se extendieron por toda Europa al grado de que integraron no sólo países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia (digamos, la OTAN soviética), sino a ex-repúblicas soviéticas, como Estonia, Letonia y Lituania. Con bases de la OTAN (o, para usar un sinónimo, norteamericanas) en Rumanía, Polonia, etc., faltaba sólo Ucrania para tener literalmente rodeada a Rusia. Desde el punto de vista de los intereses norteamericanos, Ucrania era estratégicamente el país más importante, más que por ejemplo Polonia, que no tiene ni la riqueza natural (trigo, cebada, petróleo, etc.) ni la posición estratégica de Ucrania, con acceso al mar de Azov y al Mar Negro. Estas son algunas de las premisas del juego. Faltan algunas piezas del rompecabezas.

La primera fase del plan de absorción de Ucrania era, naturalmente, la toma del poder, cosa que se logró con el golpe de Estado de 2014. Todos recordamos a la descarada (y satánica) subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, repartiendo dulces y chocolates a las personas con las que se topaba en la calle después de los disturbios de Maidan. Una vez obtenido el poder lo que se hizo fue implementar una política de “pre-guerra” en contra de Rusia. No sólo se desató la agitación política a nivel popular, exacerbando los sentimientos nacionalistas de la población (algo siempre relativamente fácil de lograr), con promesas fantásticas de bienestar y progreso, con la formación de grupos paramilitares, entrenados por norteamericanos y canadienses, sino que se instalaron los primeros laboratorios de guerra bacteriológica (el coronavirus: ¿le dice algo al lector?), obviamente clandestinos, en los que estuvo involucrado, cobrando alrededor de 80,000 dólares mensuales por sólo parecer como miembro de la junta directiva, el hijo del presidente J. Biden. Quizá se recuerde que el presidente Donald Trump lo denunció y el gobierno ucraniano se negó a proceder en concordancia con lo que Trump solicitaba, que era hacer públicos los negocios turbios en los que estaba involucrada la familia Biden. Mucho de esto se sabe, dicho sea de paso, porque (¿cómo calificarlo, si no es como “estúpido”?), el hijo de Biden perdió una laptop con información privilegiada y obviamente mucha de esa información pasó a otras manos. Todo estaba, pues, encaminado, pero no estamos más que empezando el segundo acto.

Uno de los problemas que enfrentaban a Rusia con Ucrania (ojo: no a la Federación Soviética Rusa y a la República Popular de Ucrania.  En la época del socialismo conflictos así no existían) se sitúa en el sur del país, en donde en ciertas regiones, concretamente la del Donbas, pero no nada más, sino también en Crimea, la población es por tradición y mayoritariamente rusa. El objetivo de los neo-nacionalistas ucranianos (o, empleando  terminología del presidente Putin, de los neo-nazis ucranianos) era ni más ni menos que la aniquilación de la población rusa en lo que quedó como Ucrania al momento en el que la Unión Soviética dejó de existir. Para la labor de extermino de miles de familia los expertos en masacres, esto es, los militares norteamericanos, a través de su títere del momento, empezaron a pensar en algo así como las famosas “brigadas internacionales” que se formaron para luchar en contra de la insurrección franquista durante la guerra civil española, sólo que compuesta en este caso por los mercenarios más desalmados en los que pueda uno pensar, como los que mataron a Muammar Kadhafi o siguen hoy todavía cometiendo barbaridades inenarrables en Siria. Eso no podría ser de otro modo porque, podría sostener un indignado oriundo de Europa, es impensable que un europeo rubio degüelle a niños y mujeres embarazadas! Una simple clase de historia bastaría para rebatir una opinión tan ridícula, pero en todo caso lo que podemos aseverar es que semejante plan parecía impensable hasta que los servicios de inteligencia rusos recabaron la información secreta del proyecto ucraniano, un proyecto no pensado por el monigote Zelensky, porque él no piensa: él es un actor, pero sí avalado, justificado y legalizado por él. Los problemas con la población rusa del Donbas se venían arrastrando desde hacía años. Para solucionarlos se llegaron a ciertos acuerdos que se firmaron en Minsk, pero que los ucranianos nunca respetaron. Aquí la pregunta que cualquier persona se haría es: ¿qué se supone que tenían que hacer el gobierno ruso? La respuesta es tan obvia que me la ahorro. Me limitaré a señalar que yo trato de escribir para gente pensante y no para retrasados mentales que no sabrían dar una respuesta obvia a una pregunta clara.

Con todo listo para empezar el ataque a lo que podríamos llamar la ‘región rusa de Ucrania’, el gobierno ucraniano le puso en bandeja de plata al gobierno ruso la justificación de su potencial intervención. Era obvio que el gobierno ruso no se iba a quedar de brazos cruzados presenciando de lejos la masacre de sus connacionales y la instalación de bases norteamericanas en su frontera. Así, un par de días antes de que los ucranianos iniciaran su campaña de guerra, Rusia actuó en defensa propia y por razones de supervivencia. Es en este contexto que Zelensky, quien debe tener además de un odio infinito dos dedos de sesos, jugó su papel de actorcete en rol de presidente y le infundió un tono particular al conflicto. Esto amerita unas cuantas palabras.

Que Zelensky no es más un títere como lo fueron Batista o Somoza (yo añadiría Zedillo, Fox, Calderón, Peña, Macri, etc., pero no es mi meta polemizar al respecto) es algo que su conducta y su lenguaje dejan perfectamente en claro. Ningún político serio, con un mínimo de experiencia y de amor por su pueblo se habría expresado como el irresponsable Zelensky lo ha venido sistemáticamente haciendo. Sin ningún pudor, sin restricciones morales de ninguna índole, pontificando como si estuviera haciendo un sketch televisivo, manifestando un inmenso desprecio por la diplomacia y los arreglos pacíficos, Zelensky ha aprovechado todos los medios que han sido puestos a su disposición (y son muchos) para expresarse en un lenguaje de odio contra un pueblo hermano (él, obviamente, tiene otras filiaciones), siendo permanentemente provocador, grosero y haciendo al pie de la letra lo que su jefe Kolomoisky y sus amos norteamericanos le ordenan. Así, ha venido boicoteando todo el tiempo las pláticas de paz con Rusia, sin que le importe en lo mínimo el hecho de que mientras tanto Ucrania paulatinamente se desangra y que el pueblo ucraniano se convierte en un pueblo nómada. Cualquiera entiende que mientras no haya conversaciones de paz serias no habrá cese al fuego. Sólo un demente sin experiencia política y militar real como él podría fantasear con una victoria militar sobre una hiper-potencia como Rusia! Pero a él lo contrataron para jugar un rol, no para idear nada nuevo y ese rol lo ha desempeñado a la perfección. Lo cierto es que por culpa de Zelensky Ucrania está destruida. Si eso no es ser maldito, entonces reconozco que no sé quién o qué pudiera serlo.

La parte rusa, hay que decirlo, ha desarrollado lo que podría calificarse de ‘guerra civilizada’, esto es, guerra efectuada en concordancia con los acuerdos de Ginebra. Toda guerra es terrible, pero hay de modalidades a modalidades.  A diferencia de lo que hacen los yankis, que bombardean desde las alturas una ciudad y arrasan con todo sin que les importe la población para posteriormente mandar a la infantería a lo que es ya un sitio en ruinas, el ejército ruso se ha negado a practicar la política de guerra anglo-sajona de bombardeos estratégicos, que tanto éxito tuviera durante la Segunda Guerra Mundial. Todos sabemos cómo se logró aterrorizar a las poblaciones alemanas con escuadrones de bombarderos sin adversarios y que cumplían al pie de la letra las órdenes de acabar con todas las ciudades que se pudiera (piénsese en Leipzig, para tener una idea de lo que digo). Los rusos en cambio han generado los corredores humanitarios y quienes disparan contra la gente que abandona las ciudades son los francotiradores ucranianos, empeñados en prolongar la guerra lo más que se pueda. Esto está más que acreditado. Si el ejército ruso se hubiera propuesto destruir Ucrania, Kiev (con todo y Zelensky) simplemente habría dejado de existir, sería una ciudad fantasmas. Eso no lo han hecho los rusos. Ellos se han concentrado en objetivos militares y se han atenido a los protocolos de Ginebra. Estimado lector: ¿has oído algo de esto en los noticieros de Televisa?

El colmo del descaro fue la propuesta norteamericana, inmediatamente descartada por el comité correspondiente, de concederle a Zelensky el premio Nobel de la paz!! Todos a estas alturas sabemos que los premios Nobel no tienen absolutamente ningún valor, salvo el pecuniario, pero como dirían los franceses “quand même!”, Eso es como ofrecerle a Brozo el premio Nobel de la cultura o a Loret de Mola el de la decencia. Es francamente grotesco. Si alguien condujo conscientemente su país a la guerra, si alguien ha demostrado ser enemigo de la paz, ese alguien es Volodímir Zelensky. Es un auténtico criminal de guerra y debería ser juzgado en consecuencia ante un tribunal internacional, como en su momento lo fueron los alemanes en Nüremberg, Radovan Karadzic en la Haya, Saddam Hussein o algunos otros (huelga decir que sería inútil buscar entre los acusados a líderes criminales norteamericanos o ingleses y ello no porque no abunden, sino porque son ellos quienes juzgan. Podríamos sentar en el banquillo de los acusados, por ejemplo, al presidente norteamericano que ordenó lanzar bombas atómicas sobre ciudades japonesas o a los que ordenaron arrasar con armas prohibidas el sureste asiático o a quienes decidieron el destino de poblaciones enteras en Centroamérica por medio de grupos para-militares debidamente entrenados en los Estados Unidos). Zelensky, de la manera más cínica posible, en un estilo que no es el de la política y la diplomacia normales, pide a gritos por televisión, dirigiéndose a Senados, Cámaras de Representantes, Supremas Cortes, etc., que les manden más armamento, que establezcan una zona de exclusión aérea en Ucrania, a sabiendas de que ello significaría la guerra directa e inmediata con Rusia, que bloqueen comercial y financieramente a Rusia, que generen desempleo, hambrunas, que la Cruz Roja no instale centros de apoyo cerca de la frontera con Rusia, etc., etc. Eso es lo que ese demente le pide al mundo. Si el premio Nobel de la paz es lo mismo que el Oscar de la farsa política, se podría estar de acuerdo en que se lo concedieran, pero sólo así. La verdad es que Zelensky es una mezcla de inmoralidad suprema y estupidez. Desgraciadamente, quienes pagan los platos rotos son los ucranianos, algo que de hecho desde hace más de un mes ya han venido haciendo.

El objetivo del mal llamado ‘presidente’ Zelensky, en concordancia con sus amos occidentales, es obviamente debilitar a Rusia desde todos puntos de vista, pero esta confrontación ha venido acompañada de una odiosa campaña mundial de rusofobia. Zelensky deliberadamente ha promovido el odio entre los pueblos, pero hay que distinguir dos cosas que aunque vienen mezcladas son lógicamente independientes. Por una parte está la rivalidad actual con Rusia. Esa es una confrontación entre el Estado norteamericano, con todo lo que acarrea (o sea, Europa Occidental, Japón, Israel, etc.) y Rusia. Por la otra está el odio al pueblo ruso. Eso no tiene en lo esencial nada que ver con el pueblo norteamericano. ¿Cómo nos lo explicamos entonces? El odio en contra del pueblo ruso, difundido ahora por todos los rincones del mundo, tiene otra raíz y responde a otra confrontación, a saber, al enfrentamiento entre Rusia y el sionismo norteamericano. Son los sionistas entronizados en el gobierno y en la cultura norteamericanos quienes propagan, difunden, promueven, fomentan el odio en contra del pueblo ruso, un pueblo heroico, trabajador, con un alto grado de espiritualidad, creativo, amigable, etc. ¿Por qué razón? Esa es una problemática de hondas raíces culturales, históricas y políticas. Surgió desde la época de los zares y de las primeras comunidades judías que se instalaron en territorios rusos. Tiene que ver con el peculiar papel de una juventud judía rusa liberada durante la segunda mitad del siglo XIX y que llevó a Rusia por el sendero de la Revolución. Digámoslo claramente: la Revolución Bolchevique fue en gran medida obra de los judíos y judías rusos emancipados. Con Stalin volvieron a surgir tensiones entre el Estado ruso y las comunidades judías. Con la llegada de más de dos millones de judíos provenientes de Europa Oriental pero sobre todo de Rusia a los Estados Unidos, el odio heredado de los exiliados en contra de Rusia se encauzó por el lado de Hollywood y de la prensa mundial. Como todos sabemos, no hay película americana en la que los rusos no sean pintados como crueles, cínicos, ambiciosos, insensibles, torpes, ridículos, etc. Y con Putin se volvieron a encender los ánimos cuando éste neutralizó a los oligarcas judíos que en el período de Yeltsin prácticamente se apropiaron de todo lo que había pertenecido al Estado Soviético. Eso no se lo perdonan los sionistas norteamericanos a Putin y ese odio hacia él se transfiere automáticamente hacia el pueblo ruso. El problema es que son ellos quienes manejan el gobierno de los Estados Unidos. Son ellos quienes hacen creer que Rusia puede entrar en guerra sólo porque un hombre arbitrariamente lo decide, como si en Rusia no hubiera instituciones, leyes, consensos, decisiones colectivas, intereses nacionales objetivos, etc. Así, pues, dos conflictos se sobreponen dando la impresión de que es uno solo. Eso no es así y si no se entiende este doble carácter del conflicto, entonces no se entiende lo que está pasando dentro y fuera de Ucrania. Zelensky es la mejor prueba de lo estoy diciendo.

Volodímir Zelensky pasará a la historia como el gran destructor de Ucrania, como el gran traidor al pueblo ucraniano. Muy probablemente, termine sus días gozando de una mansión en Miami, en las islas Tahití o, como M. Khodorkovsky, entablando una demanda sin sentido en contra de Rusia y del presidente Putin por miles de millones de dólares. Es un personaje detestable, sin duda antipático, destilando odio y olvidándose por completo de que su misión como presidente era proteger a su pueblo y salvaguardar la integridad de su país. Por haber antepuesto intereses ajenos a los intereses nacionales, Zelensky merece ser juzgado. Yo en todo caso estoy persuadido de que así como Vlad Tepes, el conde Drácula, era llamado ‘Vlad el Empalador’, Zelensky debe quedar en los anales de la historia como ‘Zelensky el Maldito’, por todo el daño que le hizo al mundo.

Realidades Históricas y Mentiras Descaradas: el conflicto ruso-ucraniano

Nosotros, ciudadanos mexicanos pero también ciudadanos del mundo, sabemos desde hace ya mucho tiempo que desde hace también ya mucho tiempo el famoso “Cuarto Poder” (prensa, televisión, radio, etc.) dejó de ser un instrumento para la transmisión de información genuina y se transformó en una maquinaria de desinformación sistemática para favorecer, de manera cada vez más obvia y descarada, los intereses no sólo de sus propietarios sino sobre todo los de los grupos sociales a quienes ellos sirven como portavoces. Cabe preguntar: ¿con qué objeto? La respuesta es simple: lo que está en juego es el control cotidiano de las conciencias de millones de personas. Bien, pero ¿por qué estarían interesados los dueños del mundo en tergiversar los hechos, en presentar cuadros de la realidad que, por las mentiras que incorporan, se han vuelto abiertamente grotescos, declaradamente ridículos, patentemente falsos? No importa si se trata de la política nacionalista y popular del presidente de México o de la política ferozmente anti-humana del gobierno norteamericano o de lo que sea. El objetivo es tergiversar los hechos, confundir a la gente y, sobre todo, no proporcionar información genuina porque lo que se busca es perpetuar el actual modo de vida y evitar a cualquier precio reformas serias o profundas de la estructura social. Para ello, se requiere convertir a las masas de personas en manadas de borregos, puesto que mientras más manipulables y más dóciles sean más pasivos serán. Y, naturalmente, para quitarle lo peligroso a la población mundial la pócima óptima es el engaño, la patraña, la mentira, la desinformación. Es muy importante que la gente no entienda la situación en la que vive, sea a nivel local o a nivel internacional, porque si no la comprende o la entiende mal entonces sus acciones serán inefectivas, pues estarán dirigidas hacia objetivos ficticios y entonces sus esfuerzos por modificar la realidad inevitablemente fallarán, una y otra vez. Mentiras no piadosas como las que se le inculca a la gente, en México y en muchos otros países, son por ejemplo que los Estados Unidos son el país de la libertad, que Israel no es un país racista y discriminatorio, que el juego de las elecciones es el único mecanismo para asegurar la justicia y la equidad, que Inglaterra es un país de caballeros, que en Francia no se practica una política de represión brutal, que el INE no intenta dar un golpe de Estado y así indefinidamente. Todas esas son mentiras con las que el ciudadano promedio se topa mañana, tarde y noche en los medios de comunicación, que básicamente son los mismos en todas partes (las mismas agencias de prensa, los mismos reportajes, etc.).

Ahora bien, nosotros, los ciudadanos del mundo poco a poco hemos ido aprendiendo a defendernos de las permanentes agresiones mediáticas y mal que bien hemos ido elaborando lo que podríamos llamar ‘códigos de defensa para lectores y televidentes’, esto es, un sistema de reglas de salud mental que guíen nuestros contactos con los mass-media. Como en tantas otros casos, el asunto es una cuestión de ensayo y error en lo que nos ejercitamos hasta tener normas o reglas ya muy decantadas. Ni mucho menos me propongo en este artículo ofrecer mi decálogo, pero si quisiera ejemplificar rápidamente lo que digo. Por ejemplo, cuando uno lee lo que sin duda es el periódico más mentiroso del mundo, entre otras razones por ser el que marca la pauta, esto es, el New York Times, o a nivel local, El Universal (un bodrio cada vez más repulsivo, en el que muy probablemente lo más interesante sea la sección de crímenes y ni siquiera para eso es un periódico con el  cual pueda uno sentirse satisfecho), a la primera regla que se tiene que apelar es: cree exactamente lo contrario de lo que se afirma y promueve en este instrumento de difusión de visiones torcidas. Una regla que vale para la televisión es, obviamente: no des crédito a esas imágenes. Las más de las veces son de otros lugares y fueron filmadas en otros tiempos. Reglas como esas hay muchas, aunque no nos pondremos ahora a enumerarlas, pero sí conjuro al lector para que haga el experimento de intentar aplicarlas y verá qué sensación tan placentera de liberación tendrá posteriormente. La idea es: si veo el mundo al revés de cómo se me está constriñendo a que lo haga, siento que entiendo mejor la realidad! En conexión con esto, sin duda alguna una regla importante es, Hay que buscar en internet fuentes de información alternativas, sobre todo si uno quiere ser ciudadano del mundo (como se tiene que ser en nuestros días). Pasa con los buitres de los periódicos y los “especialistas” de la demagogia televisiva algo parecido con lo que pasa con los así llamados ‘mentirólogos’ (o sea, los meteorólogos): si éstos anuncian que al día siguiente va a llover a cántaros, a menos de que ello sea obvio para cualquiera lo que hay que hacer es prepararse para una fuerte ola de calor. La diferencia entre los “mentirólogos” y los mentirosos de la vida política nacional e internacional es que los primeros por lo menos actúan de buena fe, tratando de ser científicos en un ámbito en el que las predicciones son esencialmente inseguras, en tanto que los canallas de la prensa y la televisión no son otra cosa que calumniadores profesionales, repulsivos embusteros a sueldo y que de buena fe no tienen absolutamente nada. Esto hace pensar en una regla todavía más radical, a saber, hay simplemente que dejar de leerlos y oírlos, porque no tiene caso leer a gente que de entrada sabemos que miente, filibusterillos de la laptop que nunca le darán a los lectores o a los televidentes información genuina, y lo único que sacaremos al consumir su fraudulenta mercancía será que nos estafen y que nos hagan perder el tiempo.

Lo anterior vale de manera espectacularmente precisa para el caso de la “intervención rusa” en Ucrania. Hasta donde he logrado darme cuenta, prácticamente en ningún “artículo”, en ningún reportaje de noticieros, en ninguna entrevista con dizque “especialistas” (con las notables excepciones de siempre, desde luego) se le da al ciudadano mexicano (y lo mismo pasa, obviamente, en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Francia, etc., con los ciudadanos de esos países) información genuina sobre lo que está pasando en Europa Oriental. Con ánimo de hacer algo útil, por lo tanto, trataré de esbozar a grandes brochazos un cuadro un poquito menos ridículo que el que nos pintan la prensa y la televisión mexicanas, las cuales deben contarse (estoy persuadido de ello) entre las peores del mundo.

Empecemos entonces por recordar que, estrictamente hablando, Ucrania nunca fue un país independiente. Ucrania siempre formó parte del imperio zarista, es decir, era parte de Rusia. Los pueblos ruso y ucraniano están claramente emparentados. Pretender presentarlos como pueblos radicalmente distintos es como intentar desligar a gallegos de lusitanos o a corsos y genoveses. La semejanza de sus lenguajes es la mejor demostración de su consanguinidad. De hecho son tan parecidos que yo, que no conozco más que un poquito de ruso, entiendo no pocas cosas que dicen los ucranianos (sobre todo si son tan elocuentes como el actual “presidente” de Ucrania, quien en una de sus lamentables alocuciones dirigidas al pueblo ucraniano, un pueblo al que hizo entrar en guerra con un pueblo hermano, impulsado evidentemente por motivaciones tenebrosas e inconfesables, dijo: “el gobierno, aquí, los ministros, aquí, el presidente, aquí!”. Claro que con esos niveles de complejidad semántica no tiene mayor mérito entender lo que dijo, sobre todo cuando se esperaba de él algo más que onomatopeyas!). Ucrania por primera vez vio oficialmente la luz cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, aunque formando parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Fueron los comunistas rusos quienes le concedieron a Ucrania el status de “república” y fue así como formó parte de la URSS. Pero peor aún: cuando el ingenuo Gorbachov se decidió a acabar con la Unión Soviética, a través de sus famosas “glasnost” y “perestroika”, y cuando Yeltsin, el alcohólico, prácticamente remató su país, Ucrania por primera vez en su historia alcanzó la autonomía política. En la euforia de la transformación, los líderes soviéticos entraron en negociaciones torpes y fueron vilmente engañados por los especialistas en corrupción, esto es, los políticos occidentales. Con el desplome de la Unión Soviética, el bloque hasta entonces conformado por los países socialistas se desmoronó y se entró en una fase diferente de negociaciones e intercambios. Ahora bien, una de las condiciones que los líderes soviéticos impusieron, si bien cometieron el grave error de imponerla únicamente de manera verbal, fue el compromiso de que la OTAN no crecería hacia el Este, es decir, no incorporaría a sus filas a los antiguos países miembros del Pacto de Varsovia. O sea, lo único que los rusos exigían eran condiciones que garantizaran su seguridad como nación, esto es, su seguridad física. Verbalmente, los negociadores norteamericanos y europeos consintieron en todo, pero como los hechos lo demuestran ahora, simplemente mintieron, no cumplieron. La prueba es que en la actualidad la OTAN cuenta con 30 miembros y forman parte de dicha organización militar no sólo los países miembros del Pacto de Varsovia, sino hasta algunas ex-repúblicas soviéticas, como las bálticas (Estonia, Letonia y Lituania). Así que todos de pronto nos venimos a dar cuenta de que en alrededor de 20 años la Federación Rusa quedó cercada por una organización que, estrictamente hablando, no tiene razón de ser, puesto que su enemigo jurado, esto es, el sistema del socialismo real, dejó de existir. Ya no hay comunistas que liquidar. Entonces ¿por qué sigue en pie la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, que ahora abarca mucho más que eso? La respuesta es obvia: la lucha contra la Unión Soviética estaba pintarrajeada de ideología y era presentada como un combate entre el libre mercado y la economía planificada centralmente, entre países democráticos (en México, creo, sabemos lo que eso significa) y dictaduras unipartidistas, etc. En la medida en que el capitalismo desarrollaba mejor las fuerzas productivas que el socialismo de aquellos tiempos es comprensible que terminara por imponerse, pero obviamente ya no es ese el problema. Entonces ¿qué persiguen los Estados Unidos, usando su juguete político preferido, esto es, la OTAN? El objetivo es obvio: de lo que se trata es de tener a Rusia cercada colocando fuertes cantidades de armamento convencional en sus fronteras (por si se diera la oportunidad de una invasión), pero también de armas atómicas, con las cuales se podría alcanzar Moscú o cualquier otra ciudad de Rusia en 4 minutos, sin dar lugar a defenderse. La pregunta que todos nos hacemos: ¿por qué tendría Rusia, que es una hiperpotencia, que permitir que se le rodee con armas de última generación a lo largo de sus fronteras? y, sobre todo: ¿sobre qué bases se podría negarle a Rusia el derecho de defenderse ante las agresiones de los occidentales?

Regresemos a Ucrania. Los problemas serios se agudizaron cuando hizo su entrada en escena una de las figuras más siniestras de la política norteamericana, a saber, Victoria Nuland. Éste personaje, esposa del “think tank” ultra-sionista, como ella, viz., Robert Kagan, forma parte del grupo que realmente liderea la política exterior norteamericana y este grupo está particularmente interesado en destruir el gobierno de Vladimir Putin. Hay varias razones políticas y militares para ello, pero también hay motivaciones ocultas. Putin se ganó el odio eterno de los verdaderos “policy makers” de los Estados Unidos cuando desbarató a la pandilla de oligarcas que se habían apoderado de todo lo que había sido propiedad estatal en la Unión Soviética: las compañías de trenes, de aviones, el petróleo, las minas, las tiendas, las industrias del acero, del carbón, las cadenas de televisión, la prensa, etc. Al enviar a M. Khodorkovsky a la cárcel y recuperar para Rusia mucho de lo robado (porque, para ilustrar: es un robo si se pagan, digamos, 10 millones de pesos por Telmex o por Pemex o por alguna empresa de esas magnitudes, que era lo que abundaba en la Unión Soviética), Putin frustró para siempre una intriga de nivel internacional y de trascendencia histórica. Consecuentemente, la política contra Rusia se intensificó y Ucrania era el lugar perfecto para el desquite. Así, en 2014 se produjo, siendo  Nuland la  Sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos, un vulgar golpe de Estado y el presidente Victor Yanukovich tuvo que salir de Ucrania. La Sra. Nuland participó alegremente en la verbena que ella organizó y salió a la calle en Kiev a repartir dulces y paletas a la gente para felicitarla por el “apoyo popular”. Para pacificar al país el gobierno ucraniano firmó en Minsk una serie de acuerdos con Rusia, Francia y Alemania y se comprometió, entre otras cosas, a no hostigar a las poblaciones rusas que desde siempre han habitado en el sur de Ucrania. Odessa, por ejemplo, siempre fue un puerto ruso, como nos lo recuerda una de las 10 mejores películas de todos los tiempos, El Acorazado Potemkin, y Crimea, si la historia y Tolstoy no nos fallan, es tan rusa como es mexicana la Península de Yucatán. Como era de esperarse, los ucranianos no cumplieron y siguieron hostigando a las poblaciones rusas instaladas en el sur de Ucrania, pero Rusia logró contener a los ucranianos dentro de límites manejables. Sin embargo, por diversas razones pero siempre con los Estados Unidos tras bambalinas se promovió un nuevo cambio en el gobierno de Ucrania y se puso como presidente a lo que podríamos llamar el ‘Brozo ucraniano’, esto es, V. Zelenski. Hay que decir que el Brozo ucraniano está un poquito más preparado que el Brozo local, pero por lo pronto podemos ver hasta dónde puede llevar a un país un payacete irresponsable cuando se le pone al mando. Con Zelenski, como era de esperarse, el odio a Rusia se entronizó, definitivamente no se respetaron los acuerdos de Minsk y decididamente se procedió a preparar el terreno para la incorporación de Ucrania a la OTAN. En esas condiciones ¿qué era lo que Rusia tenía que hacer?

A título de anécdota quizá no esté de más traer a la memoria el bochornoso episodio del que formó parte el hijo del actual presidente de los Estados Unidos, J. Biden, esto es, Hunter Biden, un individuo que al parecer es proclive a cometer errores  garrafales, siendo uno de sus últimas gracias haber extraviado una laptop con multitud de datos de Estado altamente confidenciales. Ese, sin embargo, es su problema. Biden formó parte de la mesa directiva de una compañía ucraniana, Burisma, que comercializaba gas natural. Aparte de que, como en tantos otros países, los directivos se sirvieron con la cuchara grande, algunos de ellos fueron acusados de lavado de dinero en grandes cantidades, en detrimento claro está de la compañía y del erario ucraniano. Fue ni más ni menos que Donald Trump quien le pidió a Zelenski que denunciara al hijo de Biden, pero el ucraniano se negó a hacerlo. Esto nos da una idea de su perfil moral y político.

Con Zelensky, como dije, llegó al poder en Ucrania no sólo el odio a Rusia y la voluntad de integrarse a la OTAN, sino también el proyecto de dotar al país de armas nucleares, además de la decisión de seguir hostigando a las poblaciones rusas en la región del Donbas. Con eso se llegó al límite de lo que Rusia podía soportar. Los occidentales, como siempre puesto que son grandes expertos en ello, hicieron muy bien su tarea de azuzar poblaciones, impedir acuerdos, etc., además de prometer el oro y el moro, empezando por armar a Ucrania hasta los dientes (lo cual, obviamente, para dicho país significará deudas pesadísimas que tarde o temprano tendrá que pagar). Usando a Ucrania como pretexto, se intentó ahora volver a practicar la política que el Reino Unido y Francia practicaron con la Alemania de antes de la Segunda Guerra Mundial: la asfixia monetaria, la expulsión del sistema de divisas y pagos, el cerco comercial, la amenaza de represalias militares, etc. El problema es que Rusia no es un país al que se pueda  amedrentar de esa manera. Era impensable que Rusia abandonara a su población instalada desde siempre en el sur de Ucrania. Dadas las circunstancias, el presidente Putin optó por reconocer la existencia política, jurídica, etc., de las nuevas repúblicas de Donetsk  y de Luhansk y evitó así una masacre de rusos, que era lo que el gobierno de Zelenski estaba ya abiertamente planeando con la idea, obviamente, de recuperar Crimea por la fuerza. La verdad es que sería más fácil que México recuperara California, pero esa es harina de otro costal.

Sin duda para el presidente Putin la decisión de entrar en Ucrania no fue fácil, pero es evidente que no tenía alternativas. Contrariamente a Zelenski, Putin siempre estuvo consciente de que la guerra con Ucrania sería una guerra fratricida y esto explica por qué lo que nos cuentan los propagandistas televiseros y los dizque periodistas respecto a cómo se está llevando la guerra es una falsificación total. Como bien lo dijo Stalin, la guerra es la guerra y en una guerra siempre habrá, como dicen, “daños colaterales”, pero es claro que si Rusia hubiera querido habría podido bombardear Ucrania de arriba abajo, sólo que el gobierno ruso no concibió esta guerra como una guerra en contra el pueblo ucraniano. Sin duda bajas indeseadas habrán, como cuando una ojiva cae en un edificio y lo destruye, pero los objetivos rusos al día de hoy han sido muy muy claros: son objetivos militares básicamente. Después vendrán las exigencias políticas. Después de todo, no es posible que el mundo se movilice para dejar las cosas como estaban antes de la movilización. Cambios profundos en Ucrania tendrá que haber. La planta central de Chernobil, por ejemplo, no era de Ucrania sino de la URSS en territorio ucraniano, por lo que recuperarla para Rusia era algo así como un mandato, sobre todo dado el contexto. Nosotros, ciudadanos del mundo que nos hemos enterado de los bombardeos yankis en Corea, Vietnam, Irak, Afganistán, Siria, Yugoeslavia, etc., etc., podemos constatar que no hay punto de comparación entre un ataque ruso en Ucrania y un bombardeo norteamericano en, digamos, Laos. Por lo menos hasta donde sabemos, el ejército ruso no ha usado napalm ni bombas de fragmentación ni ha instaurado la tortura política ni campos clandestinos de prisioneros, etc., etc. Pero entonces ¿por qué toda esta desgarradura de vestiduras cuando hemos sido testigos de sucesos mucho más trágicos, dolorosos, terribles, acerca de los cuales no se dice ni una palabra? En realidad, el fenómeno es claro y comprensible: el proceso permanente de tergiversación de los hechos tiene que venir acompañado de la mayor de las hipocresías. Son dos cara de una misma moneda.

La verdad es que la Federación Rusa, en algún sentido, cayó en la trampa occidental, pero los gobiernos de la OTAN deberían haber anticipado que los resultados no serán los que los occidentales quieren. Las provocaciones anti-rusas fueron tantas y tan bien orquestadas que finalmente no quedó otra opción que recurrir a la fuerza, pero al responder se frustraron los proyectos malditos de geoestrategia de gente como Nuland y los de traidores a su pueblo como Zelenski, a quien no le importó llevar a los ucranianos a la destrucción y a la miseria con tal de alcanzar sus oscuros objetivos políticos. La reacción occidental, liderada por la camarilla política que reina en los Estados Unidos y cuyos intereses son cada día palpablemente menos representativos de los intereses del pueblo norteamericano, sin duda tendrá efectos terribles para Rusia, para su economía, su comercio, sus intercambios culturales, etc., pero hay un problema: se trata de medidas que tendrán repercusiones y efectos negativos también en ellos, por la simple razón de que Rusia no es un Estado menor. Si Rusia recogió el guante es porque los Estados Unidos ya no mandan como mandaban cuando se inventaron la guerra de Corea. Así como ellos obligaron a los soviéticos a quitar sus bases militares de Cuba, en 1962, porque podían hacerlo, ahora no pueden detener a una Rusia recuperada, fuerte, aliada de la República Popular de China y motivada por su instinto de conservación. Las amenazas occidentales pueden hacer mella en países como México, en donde si se pretende limpiar un poco nuestros establos de Augías que es la política mexicana todavía pueden imponer su arbitrariedades, intervenir en nuestra vida política y satisfacer sus caprichos económicos. Pero es claro que con Rusia eso ya no es factible y los hechos no se alterarán por más que todos los días viertan sobre nosotros toneladas de mentiras y kilómetros de imágenes asignificativas.