¿Y si se hubiera equivocado?

Quiero empezar por confesar que desde que adopté la perspectiva marxista del desarrollo social siempre he pensado que el ser humano es esencialmente un ser maleable. Lo que quiero decir con esto es, dicho de manera un tanto gruesa, que sus modalidades de ser están históricamente condicionadas. Esto a su vez implica que cada civilización, cada cultura, cada sociedad tiene su propia forma de crear y destruir, de progresar y retroceder, de amar y odiar, de respetar la vida o de hacer de ella un infierno. Hay, obviamente, un sentido en el que los seres humanos son los mismos en todas partes y en todos los tiempos (biológicamente, por ejemplo, e inclusive en ese terreno se dan cambios), pero hay otro sentido, igualmente importante, en el que ciertamente no lo son. Me parece, por ejemplo, que la racionalidad y la irracionalidad están también condicionadas históricamente y desde luego este condicionamiento depende en gran medida del modo como se produzca y se distribuya la riqueza generada, pero también está mediado por grandes creencias que permean a las sociedades en cuestión, las cuales tienden a ser incompartibles por seres humanos de otras culturas y que, por ende, les resultan ininteligibles. Es claro, por ejemplo, que era no sólo racional sino vitalmente indispensable para los aztecas arrancarle el corazón a niños y jóvenes y ofrecérselos a sus dioses, puesto que ellos estaban convencidos de que de eso dependía el que hubiera un “mañana”. Esa conducta, socialmente aceptada en aquella extraña y para nosotros ciertamente incomprensible sociedad (sería francamente ridículo argumentar que el mexicano contemporáneo comparte mucho de su concepción del mundo con los habitantes del Valle de México de hace 600 años sólo porque vivimos donde ellos vivieron; inclusive esto último es en algún sentido debatible, puesto que si de pronto apareciera algún azteca genuino entre nosotros, lo único que no reconocería sería su Valle de Anáhuac, su “región más transparente”. Pienso, pues, que estamos justificados en deducir que Valle de Anáhuac y Valle de México no son lo mismo) sería totalmente inadmisible en la nuestra. ¿Eran entonces irracionales los aztecas? Decir algo así sería manifestar una gran torpeza. Lo que habría que decir es más bien que su cosmovisión estaba regida por otra racionalidad, por un sistema de creencias y valores drásticamente diferente del nuestro y que para nosotros resulta incompartible e incomprensible. Pasar luego a decir que una es mejor o superior a la otra ya no es decir nada que valga la pena debatir.

Ahora bien, a pesar de las diferencias profundas que podemos discernir entre civilizaciones, culturas o sociedades, se pueden no obstante trazar distinciones que permiten agruparlas de diverso modo, esto es, en función de los intereses teóricos que persigamos. Una clasificación así es entre sociedades de las cuales podemos decir que, aunque lo hagan de manera diferente en cada caso, van hacia adelante, se mueven en la dirección del progreso, entendido como mejoramiento medido por los parámetros de su propio marco histórico y cultural. Y al revés: hay sociedades que, medidas con sus propios criterios, van hacia atrás. Hay sociedades que aunque intentan ir hacia adelante, de todos modos sus esfuerzos pueden terminar en un estrepitoso fracaso. Considérese por un momento el gobierno de D. Trump, tratando de entenderlo por así decirlo “internamente”, esto es, al margen de sus relaciones con México o con otros pueblos y religiones, porque entonces automáticamente irrumpen las emociones y entonces el enfoque objetivo se vuelve imposible. Preguntémonos: ¿con qué se enfrentó Trump en los Estados Unidos? Con una clase política putrefacta, conformada por vividores en gran escala de la política que fueron perdiendo su credibilidad y que no juegan ya realmente su rol de representantes de los genuinos intereses del pueblo norteamericano; con una situación económica que empieza a ser desesperante (desempleo, marcados contrastes sociales, a más de graves y profundos problemas en los ámbitos de la educación, la salud, la vivienda, etc.). Y ¿qué es lo que hace Trump, es decir, cómo reacciona frente a esa alarmante situación? A diferencia de lo que hacía Obama y que habría hecho H. Clinton, Trump (y lo que él representa, naturalmente) intenta resolver la crisis de su país. Dejando de lado el hecho de que prácticamente no lo dejan gobernar y de que lo que se libra en los Estados Unidos es un gran conflicto político interno de grandes repercusiones a corto, mediano y largo plazo, se puede argumentar que muchas de sus políticas están mal pensadas y que, por consiguiente, no van a dar los resultados que él confía que darán, pero obviamente no es ese nuestro tema ni lo que me interesa discutir. Lo que a mí sí me interesa destacar es el hecho de que la sociedad norteamericana, lo logre o no, intenta ir hacia adelante  rompiendo esquemas de acción política, económica, militar, etc. Es perfectamente imaginable que el trumpismo termine siendo un fracaso total y que la sociedad norteamericana finalmente pierda su oportunidad de regenerarse, pero lo que es importante enfatizar es el hecho de que hay una conciencia nacional respecto a en qué dirección moverse, inclusive si el esfuerzo en última instancia es fallido. Una y otra vez Trump afirma que su objetivo es rehacer los Estados Unidos: reconstruir puentes, líneas de ferrocarril, carreteras, acabar con el pandillerismo, etc., etc. Por lo menos allá están conscientes de qué es lo que se debería hacer. Que lo logren o no ya es una cuestión de hechos, pero obviamente no es de hechos de lo que me estoy ocupando sino de un modo particular de encararlos.

Cuando volvemos la mirada sobre nuestro país, lo que dolorosamente los hechos nos hacen percibir es que, a diferencia del esfuerzo norteamericano, fallido o no, de “ir hacia adelante”, México es un país que decididamente va hacia atrás. ¿Qué queremos decir con eso? Algo tan simple como lo siguiente: en México la población actúa de miles de formas que inciden en contra de sus propios intereses y el Estado, a través de sus aparatos y operadores políticos, no hace nada para detener, redireccionar y modificar la conducta popular. Para no hacer de estas afirmaciones aseveraciones sin fundamento, demos algunos ejemplos de conducta socialmente irracional (o sea, que es dañina, que se sabe que es dañina, pero que no obstante se sigue practicando) y ello nos permitirá extraer de manera justificada la conclusión ya anunciada.

Son incontables los rubros que habría que considerar y, naturalmente, sería imposible examinarlos todos, pero ni mucho menos es esa mi pretensión. Tengo en mente objetivos muchos más modestos, por lo que me concentraré en temas comunes y prosaicos como el agua, la basura, la contaminación y auto-boicot social, tanto a nivel individual como institucional. Diré unas cuantas palabras sobre cada uno de esos temas respecto a los cuales, debo advertir, no soy ni pretendo presentarme como un especialista.

Que la Ciudad de México está condenada por sus requerimientos insaciables de agua es algo que a estas alturas difícilmente se podría negar. Poco menos de la mitad del agua que se consume en la ciudad se tiene que traer desde una distancia de más de 100 kilómetros. Dejando de lado multitud de factores, lo que esto significa es pura y llanamente que se le roba el agua a otros estados para mantener con vida a la capital del país. El resto del agua que se consume se extrae del subsuelo de la ciudad. Esta succión llevó, entre otras cosas, a la desecación del Lago de Texcoco, como está empezando a hacerlo ahora en la zona de Xochimilco. Hace unas cuantas semanas se vio como se formaba un gran hoyo por donde literalmente se vaciaba todo un sector de la zona de las chinampas. El nivel del agua bajó considerablemente (como pasó en Chapala, en Pátzcuaro y en tantos otros lugares). Dejando de lado los alardes patrioteros de “zona protegida”, “patrimonio de la humanidad” y muchas otras fórmulas huecas como esas, la verdad es que Xochimilco se ha ido transformando en un basurero lacustre. Da una mezcla de pena, vergüenza y asco ir de visita por allí. Cuando uno se sube a una trajinera se tarda uno media hora en salir del amontonamiento de barcas por lo que no queda más que hacer un recorrido por canales cercanos, todos plagados de basura, plásticos, papeles y demás, obviamente sin vida y sin poder ir hacia canales más limpios pero más lejanos so pena de ser asaltado. Aquí automáticamente se plantean dos preguntas y con igual celeridad se obtienen dos respuestas inequívocas: 1) ¿quién daña la zona con basura, desperdicios, etc., y a quién perjudica de manera directa esa situación? Respuesta: los habitantes de la zona tanto la arruinan como padecen su deterioro. En otras palabras, ellos mismos destruyen su habitat; y 2) ¿“quién” no sabe, no puede y no quiere tomar las medidas necesarias para transformar Xochimilco en la zona que podría ser? Planteo la pregunta en términos personales, porque es la forma sencilla como el lenguaje nos permite expresarnos, aunque todos entendemos que no estamos hablando de personas. Respuesta: es el gobierno de la ciudad de México, las autoridades delegacionales, el gobierno federal, las entidades políticas que se han revelado como totalmente incapaces para resolver los problemas de Xochimilco. ¿Cuál es el diagnóstico? Muy simple: estamos hundidos en una situación prácticamente insoluble dado que los incontables intereses involucrados se contraponen de modo que el deterioro ambiental es tanto imposible de detener como irreversible. Esta situación ilustra lo que quiero decir cuando digo que una sociedad va hacia atrás.

Tomemos el caso de la basura. México es el campeón de los tiraderos al aire libre. Vaya uno a donde vaya en el país, con lo que se va a encontrar es con zonas, en general fuera de las ciudades pero no necesariamente muy lejos de ellas, en donde elegantemente planean los zopilotes, pululan las ratas, hiede de manera repugnante y en donde, para “resolver” el problema de los excesos de basura, ésta se quema generando un soberbio desastre ambiental. Todos nos preguntamos una y otra vez: ¿por qué en México no hay un centro de procesamiento de las miles de toneladas de basura que todos los días se generan? La situación es complicada. Nosotros en nuestras casas separamos la basura, pero los trabajadores de la basura la vuelven a juntar porque todo se deposita en lugares en donde se reclasifica la basura. Para ello, hay ejércitos de los así llamados ‘pepenadores’ y éstos están organizados laboralmente. Hay, por lo tanto, intereses económicos, políticos y financieros involucrados y una estructura que de hecho no se puede tocar. Imagínese nada más si hay una huelga de los trabajadores de la basura en la Ciudad de México por más de 48 horas! Nos comen las ratas y nos aniquila el tifo. Pero ¿cómo es posible que una metrópoli como la ciudad de México no cuente con una refinería moderna de basura?¿Acaso no hay ingenieros en México que puedan construir y echar a andar una empresa así? Claro que los hay sólo que, una vez más, hay fuerzas sociales que están en contradicción: el trabajo de miles de personas contra la eficiencia laboral, los grandes negocios de los caciques de la basura frente a los intereses de los ciudadanos particulares, los objetivos políticos del gobierno de mantener ciertos equilibrios, etc., etc. El resultado neto es la parálisis respecto a la solución a fondo del grave problema de la basura. En México, podríamos decir, se traslada la basura de un lugar a otro, pero el problema de la basura sigue sin resolverse. Aquí no se superan los problemas, sino que se les tapa con otros problemas. Por lo pronto yo, contra mi voluntad, confirmo mi dicho: en relación con la basura, el país va para atrás.

Si consideramos el aire y la contaminación no sólo en la Ciudad de México (la cual a menudo ya presenta las apariencias de una ciudad fantasma, lo cual sería gracioso si no fuera por el detalle de que el aspecto fantasmal se debe al veneno atmosférico que respiramos todos los días y que de múltiples maneras daña en forma terrible nuestra salud), sino en muchas otras grandes ciudades del país (Monterrey, Guadalajara, León, etc.) se nos ponen los cabellos de punta. El problema técnicamente tiene solución pero factualmente no, puesto que para implementarla se requeriría una reforma tan profunda de los procesos económicos de las ciudades, reformas de impuestos, laborales, regulaciones de tránsito, de transporte colectivo, etc., etc. Así, se puede vivir todavía con tranquilidad en las grandes aglomeraciones mexicanas siempre y cuando no se tenga la ilusión de que los problemas de contaminación del aire se van resolver. Si se quiere vivir en ciudades como la Ciudad de México se tiene que haber interiorizado la idea de que habrá cada vez más seguido contingencias ambientales, se aplicará cada vez más el doble (y luego el triple) “hoy no circula” y cosas por el estilo. ¿Qué significa todo esto? Que en este rubro el país no va para adelante y esto a su vez quiere decir que simplemente no hay mecanismos de solución de problemas, esto es, que el progreso en esta área no es para quienes vivimos aquí una opción.

Si le echamos un vistazo al  tema de los ríos el efecto en nosotros es como el de un mazazo en la cabeza: nos marea, nos duele, nos vence, nos acaba. México de por sí siempre fue un país con poca agua. Comparado con Francia o con Brasil, por ejemplo, México es de una orografía más bien pobre. Pero ese ya no es ahora el problema. El problema ahora consiste en que se acabaron los ríos que había en México. Yo reto al más erudito de los geógrafos a que nos indique en qué ríos de México hay todavía vida, qué ríos no están saturados de toda clase de desechos (industriales, caseros, petrolíferos, etc.), en qué ríos se puede uno meter a bañarse sin salir con problemas de piel, infecciones y demás. Hay desde luego pequeños meandros, pequeñas barras en donde todavía puede uno adentrarse y disfrutarlos, pero a nivel nacional realmente no cuentan (ni cuantitativamente ni en términos de productividad, piscícola, turística o de cualquier otra naturaleza). Yo por lo menos no le aconsejaría ni a mi peor enemigo que metiera el pie en lo que queda del río Lerma (sobre todo en ciertas partes del Estado de México!). Por si fuera poco, muchos ríos no sólo están contaminados y son ellos mismos fuentes de contaminación, sino que ya están entubados, es decir, ya dejaron de ser ríos, propiamente hablando. ¿A qué se debe este desastre ecológico de grandes dimensiones? No tenemos que ir muy lejos por la respuesta: industriales, agricultores, campesinos, la gente en general usó los ríos para tirar sus desechos (si alguien tiene dudas respecto al comportamiento de la gente y a la ineptitud de las autoridades que le eche un vistazo a los Dinamos para que se convenza), para evitar gastos e inversiones, llenándolos de detergentes, químicos, residuos animales, etc., a ciencia y paciencia de los gobiernos estatales y de los diversos gobiernos federales, incapaces de forzar a la gente (empresarios o simplemente habitantes de la zona) a convertirse en agentes económicos que respetan el patrimonio nacional. Obviamente, la naturaleza se desquita: se contaminan las aguas, el ganado se envenena, los productos agrícolas (espinacas, lechugas, etc.) absorben químicos, materia fecal, etc., y esos productos se venden en los mercados y son alimento tanto para niños como para adultos. ¿Hay forma de detener toda esa locura? Teóricamente, sí; en la vida real, no. Son demasiadas las contradicciones entre los actores sociales de manera que no hay propuesta que salvaguarde los intereses  ni siquiera de la mayoría. O ¿piensa alguien que los ríos en México tienen una posibilidad real de reconstituirse? Pago por que me contagie su optimismo.

Es relativamente fácil seguir el derrotero mexicano si lo contemplamos a distancia. Detectamos la brutalidad del gobierno cuando de los intereses populares se trata, sólo que esta brutalidad se tiene que compensar con algo y eso se logra volviendo laxas e inefectivas multitud de reglas elementales de convivencia, legislaciones y en general la normatividad que debería imperar. Como se mantiene a la gente en un estado de sumisión, se le permite (dentro de ciertos márgenes) que haga lo que quiera. En marcado contraste con la brutalidad hacia las clases bajas, encontramos la sumisión gubernamental frente a las élites, frente a los “inversionistas”. Por otras razones pero con un efecto parecido (aunque peor, por ser de mayores magnitudes), la ley no se hace respetar por los propietarios, las grandes empresas (piénsese nada más un momento en el daño tanto ecológico como humano que causan los compañías mineras canadienses), nunca se les marcan límites para nada (en playas, por ejemplo). Es, pues, normal que los gobiernos municipales, estatales y federal conciban su acción y su toma de decisiones como no teniendo otro objetivo que mantener el status quo, es decir, la estabilidad social, aunque tenga ésta fundamentos enclenques y corroídos. Pero hay un problema: eso no es gobernar. Eso es sentar las bases para la desintegración paulatina de la nación. Así, los gobiernos por un lado y los diversos grupos sociales por el otro, lo cierto es que todos contribuyen a que resulte imposible resolver de manera sensata los problemas que aquejan a todos. Por lo tanto, sí se puede afirmar que el país no cuenta con los mecanismos apropiados para generar progreso. Todo además es causa y efecto de la formidable corrupción que está matando a México. Aquí todos velan por sus intereses personales de corto plazo y la idea misma de bienestar colectivo o de obligaciones hacia la comunidad es una idea que no pasa nunca por las cabezas de las personas. Por ejemplo, en cualquier predio que se encuentre en, digamos, la Delegación Benito Juárez, el empresario o la compañía que tenga los recursos de inmediato construyen un inmenso edificio, habitacional o para oficinas. Cualquier edificio acarrea un complejo sistema de tuberías, porque en todos los pisos de todos los edificios se va a usar agua, mucha y que además se desperdicia. Por qué el gobierno de la Ciudad de México no impone restricciones y sigue permitiendo que se construyan en serie condominios en, por ejemplo, la Colonia del Valle, en las zonas de mayor aglomeración de la ciudad, es algo que no vamos a poder entender. Es incomprensible que en el gobierno de la ciudad no se sienta la necesidad (no digamos la urgencia) de diseñar planes para detener el crecimiento elefantiásico de la capital, con todo lo que ello entraña, o sea, más consumo de agua, más basura, más inseguridad, etc. En condiciones como las nuestras: ¿es siquiera visualizable la posibilidad de progreso en esas condiciones? Le dejo al amable lector la respuesta.

Yo quisiera poder, como Voltaire, decir No es ya a los hombres a quienes me dirijo, sino a Ti, Dios de todos los seres, de todos los mundos y de todos los tiempos y elevar entonces un plegaria para que a través de Su intervención se le diera solución a los problemas del mundo. Esa, sin embargo, no es nuestra forma de expresar nuestro desasosiego. Se nos ha enseñado desde siempre que Dios es omnisciente y que, por lo tanto, el ser humano, su invención, es la maravilla del mundo y la cúspide de la creación. Pero viendo lo que los humanos de nuestros tiempos y nuestras latitudes hacen, las bajezas, ruindades y vilezas que día con día cometen, la barbarie en la que viven y obligan a los demás a vivir, si como Voltaire me atreviera a dirigirme a Dios, yo me contentaría con preguntarle de la manera más humilde posible: Señor: tu aparente joya está destruyendo el mundo. ¿Está excluida la posibilidad de que te hubieras equivocado y no sería acaso para volver a intentarlo todo de nuevo que esto que hoy existe se está acabando?

2 comments

  1. maria elena says:

    Clara descripciòn del desastre ecològico y polìtico de nuestro Mèxico, donde prevalecen los intereses personales de los que “Gobiernan” al interès pùblico, y generar una sociedad mas igualitaria, un ambiente mas equilibrado y una distribuciòn justa.

  2. Rene Rodriguez C. says:

    Lamentablemente no puedo estar en desacuerdo, particularmente en lo relativo a la contaminacion ambiental, pues yo fui un actor dentro de la Susecretaria de pesca en la prevencion de la contaminacion de aguas. Los avances no eran espectaculares pero los habia. A partir de 1971 la responsabilidad paso’ a otra Dependencia. Una de las soluciones “geniales” casi salomónica fue la de establecer que “El que mas contamine, mas paga”, como si el pago resarciera el daño. O sea: Entregar el recurso natural a la elite del dinero, yendo al futuro HACIA ATRAS.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *