Me parece que antes de iniciar nuestro breve análisis de la situación que nos interesa examinar deberíamos hacer un recordatorio elemental pero, como intentaré hacer ver, indispensable. Así, debe quedarnos claro a todos que después de decenios de entrenamiento, hay ya hasta manuales de cómo derrocar un gobierno legítimo. Con esto en mente, iniciemos nuestra labor de análisis.
Como más de una persona recordará, durante mucho tiempo en México había dos figuras políticas que era pura y llanamente imposible criticar: el presidente de la República y el papa. Si algo de esto lograba hacerse, se corrían graves peligros. Dado que, por un sinfín de razones en las que no entraré aquí y ahora, puede afirmarse que la civilización cristiana está prácticamente desahuciada, el papa dejó de ser una figura fundamental en la vida política nacional y con ello se amplió el horizonte de la crítica política. Es cierto que todavía llegan millones el 12 de diciembre a la Basílica de Guadalupe y vemos con consternación las manifestaciones de idolatría, fanatismo, credulidad, fe, etc., de innumerables personas que de rodillas, arrastrándose, en sillas de ruedas le piden a la Virgen que los ayude en su miseria, con sus deudas, sus limitaciones, sus penas y demás. Pero esta no es más que una faceta de la vida religiosa que es de las últimas en extinguirse. No ahondaré, sin embargo, en el tema porque mi objeto de reflexión es otro. Lo único que quería señalar es que habiendo perdido vigencia en el mundo la religión católica, la prohibición política de no criticar al papa se fue diluyendo y en la actualidad hasta chistes se hacen de Su Santidad. Y lo que sostengo es que algo similar sucedió con la figura presidencial, un fenómeno que en México sin duda alguna se intensificó debido a la mediocridad qua estadistas de quienes estuvieron al frente del país.
Un exhorto: no confundamos, por favor, poder nacional transitorio con grandeza o trascendencia histórica. Los presidentes de México hasta hace poco eran prácticamente dictadores y así se conducían, pero como eran mediocres culturalmente, abiertamente inmorales (¿a quién pueden engañar un Felipe Calderón o un Peña Nieto?), ostensiblemente anti-mexicanos (“vende-patrias” descarados), vulgares arribistas (Fox. ¿Será el único?), algunos de ellos acompañados de “primeras damas” para las cuales podríamos acuñar más apropiados epítetos, hicieron que la figura presidencial fuera perdiendo lustre y se convirtiera finalmente en un artefacto político al servicio de intereses particulares. Así, el proceso que podríamos denominar de “desmitologización del presidente” llegó al grado de que en la actualidad cualquier mequetrefe con una dosis mínima de insolencia se atreve a increparlo, a “criticarlo” y hasta a insultarlo y ello no sólo en un plano político, sino hasta personal. Todos en más de una ocasión hemos sido testigos de actitudes bochornosas y conductas francamente odiosas como lanzar improperios en contra del hijo y de la esposa del presidente, de burlas que rebasan con mucho el límite de lo decente, que van más allá del mal gusto y, probablemente, hasta de lo legal. Que las cosas han evolucionado en el sentido indicado es algo que cualquiera puede de alguna manera “corroborar”. Haga el lector el siguiente experimento: imagínese a sí mismo a finales de los años 90 del siglo pasado hablando en público o escribiendo algo para algún periódico acerca de las orejas o de la calva de Carlos Salinas de Gortari. Con toda franqueza: ¿cree el lector que alguien se habría atrevido a semejante desacato y que si, per impossibile, lo hubiera hecho, no le habría pasado nada? Los ejemplos podrían proliferar, pero el punto es claro: la figura presidencial se ha desmoronado y al presidente Andrés Manuel López Obrador le tocó lo que bien podría ser la fase final del presidencialismo mexicano.
Ahora bien, es un hecho irrecusable que las relaciones entre el gobierno del actual presidente de México, por un lado, y los medios de comunicación, por el otro, están viciadas y de hecho podrían quedar recogidas mediante una muy simple directiva: al presidente (con todo lo que eso acarrea, esto es, su política) se le critica si hace algo y se le critica también si no lo hace o inclusive si hace lo contrario. Ese es el principio rector de la prensa y la televisión mexicanas en relación con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Ese es el hecho. Cabe preguntar: ¿por qué es ello así?
A mi modo de ver, el estado de cosas prevaleciente es sintomático y ciertamente digno de vivisecar. Notemos, primero, que quienes día tras día se dedican a criticar o a burlarse del presidente constituyen obviamente la infantería del partido de la oposición. Son los soldados rasos, los peones del juego político, aquellos con quienes “empieza” la partida, el verdadero enfrentamiento político que ha de seguir. Me refiero, claro está, a los “intelectuales” (me estremezco al usar esa palabra, sobre todo cuando veo la lista de quienes firmaron el documento por la “libertad de expresión”. Hay desde directores de institutos de la UNAM hasta panfletarios y agitadores profesionales, pasando por toda clase de parásitos y de deudores del fisco que hasta vergüenza daría mencionarlos!), es decir, a los encargados de iniciar lo que en principio debería transmutarse en un ataque frontal, directo, mortal y definitivo en contra del actual gobierno. Recordemos nuestro axioma inicial: hay manuales acerca de cómo derrocar un gobierno y la labor inicial se le confía a los periodistas, a los analistas, a los comentaristas, etc., cuya función es embrutecer con pseudo-análisis a la población, desinformando a la gente, repitiéndole ad nauseam mentiras y aplicando multitud de tácticas similares (como erigirse en juez y parte de cada situación de la que se ocupan). Y esto es lo que cotidianamente se hace sólo que hay un problema: los encargados de iniciar el barullo politiquero son tan ineptos que no sólo no logran paralizar la mente de la gente, sino que generan más bien los estados de ánimo contrarios a los que pretenden promover! Lo cierto es que mientras más elevan sus infantiles, pueriles, aburridas, repetitivas e injustificadas críticas al presidente más lo acercan a la gente y más refuerzan el apoyo que ésta le brinda. Sería un acto de honestidad intelectual inaudito el que reconocieran que un alto porcentaje de sus “críticas” no son sólo injustificadas, sino que son declaradamente estúpidas. ¿Qué se puede lograr con soldados tan ineptos como estos? Algo me hace pensar que los magnates que les pagan deben estar muy descontentos con su desempeño.
Afirmé que el conflicto entre el presidente y los mass-media es sintomático, pero sintomático ¿de qué? Naturalmente, de una confrontación que es de mucha mayor envergadura. En realidad, el conflicto no es con los “periodiqueros”. Quienes cuentan son sus ventrílocuos. Pero ¿quiénes son estos? Dejemos que los intelectuales que protestan nos lo digan ellos mismos. Hasta donde es factible ver, los payasos de la “inteligencia” mexicana recibieron la orden de agitar y a lo más que llegaron fue a la peregrina idea de protestar por el peligro en que se encuentra en México la libertad de expresión. Seamos francos: originales no son. ¿Quién que no esté ebrio, embrutecido por drogas o que no sea un delincuente mental podría darle crédito a semejante queja, cuando es palpable que en México hoy por hoy se escribe y se dice absolutamente lo que se quiera? Esa acusación, por lo tanto, es pura y llanamente ridícula. Naturalmente, frente a lo ridículo la reacción popular es la de alzarse de hombros, no hacer caso y seguir adelante. Por lo tanto, la primera fase del ataque al gobierno nacional es fallida y nuestra conclusión preliminar es simple: los intelectuales tropicales no saben hacer su trabajo de desmantelamiento ideológico. Entre otras razones, estos ineptos en grado superlativo no parecen entender que son abiertamente contradictorios: ellos quieren que el pueblo apoye medidas anti-populares. Eso es absurdo. El que nuestros “intelectuales” no defiendan causas populares es algo que la gente, aunque sea intuitiva u oscuramente, percibe, entiende, capta y resiente. Por lo tanto, toda su diarrea lingüística es inevitablemente contraproducente para los intereses de sus propios amos. La explicación es simple y es que no saben hacer el trabajo por el que les pagan que, yo añadiría, no es poco!
En todo caso, la consecuencia práctica inmediata de la torpeza de los “intelectuales” que protestan ante la supuesta falta de libertad de expresión en nuestro país (ojalá que de entre esos afanosos libertarios no surja uno que pretenda que yo sí me calle, aunque ello no debería sorprendernos porque su incoherencia es hiperbólica) es que en esas condiciones simplemente no puede arrancar la segunda fase del ataque al gobierno, que es la de la lucha política y económica abierta en su contra y aunque sea en detrimento de los intereses de la población en su conjunto. A los enemigos del pueblo no les importa si hay escasez de comida y si la gente tiene hambre, si como ratas viviendo amontonadas las personas se lastiman unas a otras, si se les quitan los medicamentos a los enfermos, niños u otros, como ha pasado en el sector salud en donde miembros del personal de hospitales y clínicas esconden, escamotean, negocian, etc., las medicinas adquiridas por el gobierno y así indefinidamente. En la lucha en la que están en juego los intereses concretos de grupos de privilegiados ya no hay límites. Esa fase todavía no empieza, porque la primera ha sido fallida. La simple presentación diaria del presidente en la pantalla proporcionando información de primera mano, genuina, verídica, confirmable ha bastado para neutralizar la ponzoñosa verborrea anti-gubernamental. Aquí casi podríamos adaptar el lema de D’Artagnan y sus amigos: todos contra uno y uno contra todos. ‘Todos’ quiere decir aquí, evidentemente, los afectados por la política rectificadora de la 4 T, la bien llamada ‘Cuarta Transformación’, y ‘uno’ querría decir ‘el presidente’, pero con el pueblo apoyándolo.
La ineptitud de los hipócritas dizque paladines de la libertad de expresión, en el peculiar sentido en que ellos emplean la frase, puede llegar a materializarse en algo a la vez patético y risible, como sucede con uno de los videos de propaganda anti-gubernamental en el que un elocuentísimo “orador” (me ahorro el nombre, entre otras razones porque no le voy a hacer publicidad alguna. Todo mundo además sabe de quién hablo) exhibe una de las verdaderas motivaciones de esta ansiosa demanda de libertad de expresión: él deja perfectamente (por no decir ‘descaradamente’) en claro que todo en última instancia se retrotrae al tema de la consulta iniciada por el presidente para determinar si es constitucionalmente válido someter a juicio a los expresidentes o no. En otras palabras, el verdadero problema no es el de la libertad de expresión. Eso es lo que los soldados ideológicos presentan como motivación para la insurrección, pero obviamente es una mentira. El verdadero problema es un conflicto de poder, de dinero y de tráfico de influencias que opone a quienes dirigen en la actualidad las instituciones nacionales y a quienes durante cinco sexenios no hicieron otra cosa que sacarles jugo, beneficiarse personalmente de ellas, aprovecharlas de la manera más descarada posible para encumbrar a parientes, amigos y socios, todo ello claro está a costa de las arcas de la nación y del bienestar popular. Nosotros, sin embargo, no vamos a caer en la simplona treta de discutir sobre la libertad de expresión en México, porque ese no es un problema real. Lo que nosotros y todos los ciudadanos tenemos que plantearnos es la pregunta: ¿son enjuiciables los antiguos mandatarios o no?
A reserva de elaborar, en este y en otros escritos, la contestación a dicha pregunta, la primera respuesta que automáticamente se nos viene a las mientes es: ¿y por qué no habrían de serlo?¿Se trata acaso de seres divinos que nosotros, pobres humanos, no podemos cuestionar, frente a los cuales lo único que podemos hacer es postrarnos, rogarles, pedirles perdón? Hasta donde se me alcanza, estamos hablando de seres humanos comunes y corrientes, individuos que lo único que los distingue es el haber ocupado durante seis años el puesto político más importante del país (y haberse hecho muy, muy ricos). La pregunta que nos hacemos es: ¿se puede, se tiene el derecho de deliberar públicamente y con la documentación y los testigos apropiados sobre el desempeño de esos individuos o no? Desde mi humilde punto de vista, el único desideratum a tomar en cuenta es si dañaron a la nación, si traicionaron al pueblo, si abusaron del poder del que gozaron o no. Esa es la pregunta y la respuesta es tan obvia que quizá lo mejor sea ilustrarla simplemente. Cualquier persona normal razonaría de este modo: si juzgan o destituyen o meten a la cárcel a un mandatario, como fue ni más ni menos que el caso de Richard Nixon en los USA, el de Fernando Collor de Mello y Lula da Silva en Brasil y otros que podríamos citar: ¿por qué no podrían en México ser juzgados políticamente los pasajeros amos del país?¿Es acaso absurdo pedir que rindan cuentas? ¿Quién los exoneró de dicha obligación? ¿El pueblo de México, al que tanto humillaron, ofendieron y degradaron desde todos puntos de vista? Seamos claros y directos: la solicitud del presidente de que se determine si constitucionalmente los ex-funcionarios públicos mayores, como dije seres humanos como nosotros, que ocuparon durante un periodo larguísimo un puesto privilegiado pero que lo aprovecharon en última instancia ante todo para hacer el mal, son susceptibles de ser juzgados es la expresión política del sentimiento nacional. Es evidente que si fuera un mero capricho presidencial sería insensato siquiera proponer algo así. El presidente no tendría la fuerza política para ello. Pero lo que les debe quedar bien claro a estos lacayunos “intelectuales” al servicio de los ex–presidentes es que lo que está detrás de la iniciativa presidencial es una demanda nacional, es lo que los mexicanos queremos. Lo que el presidente perfectamente captó fueron las significativas miradas de las víctimas de los pseudo-virreyes, de los que se creyeron miembros de una nueva nobleza, de los que nos trataron como si fuéramos sus siervos. Señores intelectuales, sabios del Trópico de Cáncer: ¿quieren saber qué queremos los mexicanos? Que juzguen a los delincuentes! ¿Les quedó claro?
Sabemos, pues, en qué consiste el actual conflicto y quienes toman parte en él. Contemplando el campo de batalla, nos damos cuenta de que, desde diversos puntos de vista, la confrontación es muy dispareja. El enemigo tiene la prensa (yo no la llamaría amablemente ‘de derecha’ ni ‘fifí’ ni nada por el estilo, sino más bien ‘abiertamente reaccionaria, vendida y anti-mexicana’), la televisión (Televisa a todo volumen) y a su servicio una cierta casta (no llegan a constituir una clase, ni por el número ni por la heterogeneidad) conformada por “intelectuales” acomodaticios, resentidos por haber perdido regalías de toda índole, gente abiertamente al servicio de servidores públicos, de super-ricos o de potencias extranjeras operando en México. Lo que sin dudad tienen en común es que todos reverencian el dinero. Por su parte, el presidente tiene consigo dos “comodines” políticos: desde luego, las instituciones nacionales y, no menos importante, un incuestionable y decidido apoyo popular. Pero viéndolo bien, tiene también algo más, a saber, lo animan causas justas. Ahora bien, es menester señalar que el gobierno también tiene debilidades, algunas de ellas graves. A mi modo de ver, las debilidades mayúsculas del presidente son, primero, que no tiene portavoces, que carece de un departamento de propagandistas dedicados a defender, justificar y ensalzar su política, sus decisiones, su lenguaje, etc., así precisamente como lo hacen sus enemigos; segundo, que en su afán por ser coherente el presidente de despoja a sí mismo de armas para el combate cotidiano. O sea, él mismo se debilita; él mismo le abre las puertas a los traidores, saqueadores, tramposos de toda clase. Parecería que al presidente se le olvida, desgraciadamente, que la lucha política pasa por fases diversas y que una cosa es la lucha por el poder y otra la lucha desde el poder. Cambiar de tácticas no es ser incoherente; es simplemente adaptarse a las nuevas circunstancias. Aquí no se está lidiando con párvulos y se tira a matar.
Ser dirigente de un gobierno popular inevitablemente implica que se lastimen intereses creados, ilegítimos, espurios, indecentes y eso, obviamente, tiene que suscitar enemistad, animadversión, odio y deseos de acabar con él (políticamente al menos). En México, sin embargo, la lucha es dispareja porque el presidente juega con reglas y se atiene a ellas, en tanto que sus adversarios no. Calumnias como las que aparecen en el “Reforma” deberían ser penadas. La disparidad en cuestión, por otra parte, tampoco es casual. Después de todo puede tratar de defenderse con la ley cuando de lo que se es culpable es de delitos de lesa nacionalidad. Ciertamente, el presidente podría ser mucho más drástico de lo que es en el marco de la ley, pero no lo está siendo. Cualquier reporterillo o reporterilla de tercera le falta al respeto durante sus exposiciones matutinas. Todo eso desespera a sus seguidores y simpatizantes. A mi modo de ver, permean el pensamiento del presidente algunas confusiones conceptuales más bien graves (como por ejemplo confundir libertad con anarquismo, permitir actos unilaterales de violencia como muestra de democratismo, etc.), pero no entraré en ellos aquí y ahora. Me interesa hacer un esfuerzo y adelantarnos a lo que sugieren los manuales para derrocar gobiernos legítimos.
Estoy seguro de que a más de una persona le parecerá que lo que estamos viendo es una película que hemos visto ya en numerosas ocasiones. Las ambiciones, los temores, los odios de los afectados en la lucha actual son hombres ricos y poderosos, individuos que pueden recoger el guante y enfrentarse al gobierno. De lo que quizá no estén muy conscientes es de que con esa postura lo que logran es llevar a los dirigentes (y como consecuencia de ello, a los países) a posiciones para las que posteriormente no hay marcha atrás. Son seres así, totalmente renuentes al cambio y a la renovación, los que obligan a que los gobiernos sean derrocados o se radicalicen para seguir existiendo. Parecería entonces como si los dirigentes de gobiernos populares tuvieran que elegir entre ejemplificar a Nicolás Maduro (radicalización de un movimiento) o a Salvador Allende (auto-inmolación en aras de un ideal político). En otras palabras, ante la presión de los oligarcas, los caciques, los patriarcas, los grandes rateros y demás o se acentúan los procesos de lucha contra la corrupción, contra la delincuencia, etc., o los dirigentes optan por dejarse asesinar y le ceden el lugar a los Pinochets de siempre. Huelga decir que los ineptos intelectuales tropicales no tienen nada que temer ante un golpe de estado, signifique eso lo que signifique para la Patria. Ellos saben cómo entenderse con el poder militar, cómo adular a los nuevos jerarcas y sobre todo, cómo beneficiarse del fin de la lucha contra la corrupción y la miseria, que a final de cuentas para ellos no pasa de ser un tema de seminario, en el mejor de los casos.
El presidente ciertamente tiene consigo dos “comodines”: las instituciones nacionales y un incuestionable apoyo popular. Afortunadamente, así como están las cosas intentar un putsch, un atentado, un golpe de estado es todavía prematuro y simplemente equivaldría a incendiar el país de arriba abajo. Eso sólo le convendría a los que están en la mira de la justicia. Para fortuna de nosotros, los mexicanos, los encargados de preparar el terreno de la ingobernabilidad profunda son unos magníficos ineptos, por lo que podemos afirmar que la primera fase del manual ni siquiera se ha iniciado.
Buen análisis…
https://librartelibreria.blogspot.com/2020/08/reflexiones-en-torno-al-mercado-de-la.html
Excelente análisis, querido Alejandro. Agregaría que el desplegado está en línea con la fallida demanda por difamación del dueńo de AHMSA. Triste, que entre los intelectuales tropicales golpistas se encuentren colegas investigadores y miembros de la JG…
Muy buen análisis. Acertadamente prolijo. Solo que habría que considerar las casi proféticas apreciaciones de El Ché Guevara sobre las “vías pacíficas” al socialismo. Cierto tenemos claro que la trayectoria por decenios, el gobierno y programa de AMLO corroboran que sus metas son REFORMISTAS. Pero las circunstancias son particularmente difíciles cuando en EUA impera un ENERGUMENO y en nuestro país y en Morena no se ha logrado un avance respetable en formación política masiva. Estos textos abonan un proceso saludable Felicitaciones
Como siempre un análisis profundo y claro sobre la situación política y social que actualmente atravesamos.
Doctor Tomasini, gracias por tomarse el tiempo para compartir sus escritos con quienes siempre lo tienen, incluso sin conocerlo personalmente , en muy alta estima intelectual.