Si el mundo es todo lo que sucede y lo que sucede es mucho: ¿por qué tendríamos que ocuparnos una y otra vez de las mismas situaciones?¿Por qué no abordar, por ejemplo, la densa cuestión de la sucesión universitaria o el muy entretenido script peliculesco (tan bien armado por los genios de la PGR) concerniente, primero, a la evasión de la cárcel y ahora (el siguiente capítulo de la novela policiaca que al parecer ya nos tienen listo) a la misteriosa huida de un malherido Chapo Guzmán, preámbulo obligatorio del capítulo final y cuyo desenlace a todas luces tendrá necesariamente que ver con la muerte del héroe? ¿Por qué no hablar de los problemas del magisterio nacional, del sino macabro de los muchachos de Ayotzinapa (y de las nuevas infamias que nos tienen preparadas las autoridades encargadas del caso, como la inculpación de nuevos personajes) o de la sucesión presidencial argentina? Es obvio que como esos hay un sinfín de temas de interés. Sin embargo, hay algunos que por su importancia y trascendencia de manera natural se auto-imponen y literalmente nos fuerzan a volver a encararlos. Un tema así, sin duda alguna, es el conflicto israelí-palestino. ¿Por qué ese problema una y otra vez, por así decirlo, nos estalla en las manos? La respuesta es obvia y simple: porque es un conflicto al que no se le ha querido dar una solución. Pero eso ¿por qué? La respuesta a esta pregunta es todo lo que se quiera menos obvia y simple. Intentemos, no obstante, decir algo razonable al respecto.
A lo largo de las últimas semanas nos hemos venido enterando, a través de los más variados medios de información, de choques cotidianos entre palestinos e israelíes. Para empezar, es tentador señalar un evento particular como el detonador de la nueva fase de violencia, pero una sugerencia así es fácilmente rebatible: son tantos ya los actos de violencia ocurridos (como el haberle prendido fuego a un niño en su cuna) que sería prácticamente imposible seleccionar uno en particular y erigirlo en detonador, además de que, en segundo lugar, es obvio que algo es o puede ser un detonador sólo en un contexto apropiado. Sería altamente improbable que, si se eliminara o modificara drásticamente el contexto, el detonador en cuestión tuviera los efectos que en este caso habría mostrado tener o simplemente ni siquiera se habría dado. La pregunta es entonces: ¿cuál es ese contexto que con tanta facilidad promueve la detonación de actos de violencia y odio entre palestinos e israelíes? La pregunta es precisa, pero requiere para ser debidamente respondida ciertas aclaraciones.
Con toda franqueza, no creo que tenga el menor sentido abordar un tema a fin de tratarlo con seriedad para posteriormente limitarse a recitar lugares comunes, discutir con hombres de paja o repetir consignas. Pero si ello es así, entonces tal vez debamos empezar por señalar que lo que es inusual en Israel y en los territorios ocupados es la violencia entre palestinos e israelíes, puesto que lo que sí es real es la violencia cotidiana en contra de la población palestina en su conjunto. Negar eso sería simplemente mostrar que no se desea tratar el tema con objetividad. Todos sabemos que todos los días la población palestina, independientemente de que se sea hombre, mujer, anciano o niño, es víctima de toda clase de tropelías y humillaciones por parte del ejército israelí, así como todos los días los palestinos son víctimas de atropellos y de actos de violencia injustificada por parte de los colonos (los famosos “settlers”), quienes poco a poco, y en concordancia con la política del gobierno israelí, se engullen los remanentes de lo que otrora fuera tierra palestina. A lo que asistimos ahora, por consiguiente, es a expresiones de violencia por parte de palestinos como una respuesta desesperada frente a una situación que es ya francamente insoportable. ¿Cuál es esa situación?¿De qué situación hablamos? De una situación de injusticia estructural, crónica y galopante. Se trata de una situación que prevalece por lo menos desde la creación de Israel, o sea, desde hace 67 años. En otras palabras, mientras que las personas que viven a lo largo y ancho del mundo en situaciones de normalidad se pasean, trabajan, se reproducen, comen, festejan, etc., los palestinos lloran, son agredidos, golpeados, encarcelados, asesinados. Así, el mundo contempla pasivamente y desde lejos el martirio cotidiano palestino. Por razones que es ya es hora de que salgan a la luz, lo cierto es que la casi totalidad de los gobiernos actúa en connivencia con la política de limpieza racial, de odio irracional y de prepotencia alevosa por parte del gobierno y la sociedad israelíes.
No es mi propósito discutir aquí y ahora el status de la “violencia palestina”. Desde luego que cuando un palestino apuñala a un soldado israelí ejerce violencia, pero es pura y llanamente imposible (insensato) pretender juzgar un acto así al margen de su contexto, de su trasfondo. Si a una persona le mataron a sus padres, demolieron su casa, lo han golpeado en repetidas ocasiones, mutilaron a sus hermanos, etc., es perfectamente comprensible que el individuo en cuestión en algún momento actúe con violencia. Frente a un estado racista y terrorista como el israelí, no creo que haya muchas opciones de acción. El tema interesante es desde luego el de cómo y por qué puede haber un estado así, pero ese es un tema demasiado complejo como para tratarlo en unas cuantas páginas. De seguro que en algún momento regresaremos sobre él. Por ahora, sin embargo, mi objetivo es mucho más modesto y se reduce a compartir con el lector algunas reflexiones sueltas sobre diversos potenciales efectos, quizá no del todo bien sopesados por parte de los actuales dirigentes israelíes, de una política que, se puede argumentar tanto a priori como a posteriori, está destinada a fracasar.
Yo creo que debería quedarle claro a los líderes sionistas que, con toda y su inmensa superioridad material, va a ser de hecho imposible para Israel aniquilar a 5,000,000 de personas. Ahora bien, si, per impossibile, el estado israelí lograra realizar dicha proeza, ello representaría ipso facto una derrota simbólica total para él. ¿Por qué? Porque lo que Israel habría realizado sería una nueva Shoah, su propia Shoah, una Shoah palestina. Con ello, al mismo tiempo, quedaría identificado precisamente con eso que más detesta que lo identifiquen: sería, a los ojos de la población mundial, el nuevo estado nazi, el estado nazi del Medio Oriente. Eso será todo lo que se quiera menos una victoria política.
En segundo lugar, el estado israelí no debería desdeñar al modo como lo hace el repudio popular mundial al cual ya se ha hecho acreedor. El estado israelí funda su política única y exclusivamente en consideraciones de fuerza (financiera, militar y propagandística). Le importan únicamente los apoyos gubernamentales en las instancias relevantes, pero es ostensiblemente indiferente a la antipatía de los pueblos. Empero, ésta a menudo resulta indispensable y hasta decisiva. Ya en nuestros días, dejando de lado algunos sectores importantes de la sociedad norteamericana, hay prácticamente pocos pueblos no directamente involucrados en el conflicto del Medio Oriente que sientan simpatía por Israel, mucho menos que lo apoyen. Digámoslo claramente: los millones de personas que viajan a Israel no se desplazan por conocer dicho país, sino que viajan a él para visitar el Santo Sepulcro, el Jardín de los Olivos y el Gólgota y las más de las veces regresan ofendidos por lo que vieron o vivieron allá (los sistemáticos escupitajos a las monjas por parte de los transeúntes, por ejemplo).
En tercer lugar, me parece muy arriesgado pensar que en los países de los cuales provienen sus mayores apoyos (Estados Unidos y Francia, sobre todo) no pueden darse cambios sustanciales que podrían afectar peligrosamente su situación de vencedores. Es claro que sin el apoyo material, financiero, logístico y diplomático de los Estados Unidos Israel no sería el país fuera de ley que es y digo ‘fuera de ley’ por la simple razón de que nunca acata las resoluciones en su contra independientemente de en dónde se tomen (UNESCO, ONU, etc.). Sin los cerca de 10,000 millones de dólares que el Congreso norteamericano le regala a Israel anualmente, sin la pródiga dádiva de armamento sensible que recibe del Pentágono, Israel no resistiría mucho tiempo una guerra como la que ahora se libra en el Medio Oriente. Ahora bien, cambios así se pueden dar. Es bien sabido que el Partido Socialista francés (y por ende, en la actualidad, el gobierno francés) está dominado por gente que trabaja abiertamente en comunión con el CRIF (Concejo representativo de las Instituciones Judías de Francia), pero también se sabe de la oposición popular la cual, dirigida por gente tan diversa como Alain Soral o Dieudonné M’Bala M’Bala, ha sido aclamada de un modo que hasta hace un par de años habría sido inimaginable. En Estados Unidos, igualmente, se pueden dar cambios que podrían limitar drásticamente la actualmente todopoderosa influencia del así llamado ‘lobby judío’. De hecho, el lenguaje político norteamericano está empezando a cambiar, por la sencilla razón de que las políticas públicas tienen que modificarse (seguro social, educación, etc.). Pero ¿qué pasaría si el status quo político norteamericano se modificara y las correlaciones de fuerzas cambiaran? Es obvio que Israel no se puede bombardear a sí mismo con armas atómicas y una guerra sin el masivo apoyo occidental del cual dependen y al cual están acostumbrados podría poner a los israelíes en situaciones críticas hasta ahora desconocidas. Infiero que la soberbia a la Netanyahu, fundada en la convicción de que nunca nada cambiará en los países occidentales, puede conducir al desastre.
Podemos señalar, en cuarto lugar, como una causa más para re-pensar la política intransigente y criminal del actual gobierno israelí el hecho de que es una vulgar patraña la afirmación de que el gobierno sionista efectivamente representa al 100 % de la población israelí y judía en general. Hay varios sectores judíos de personas inconformes con la política racista y represora del gobierno israelí. Están, por una parte, los ultra-ortodoxos, aquellos que por razones religiosas están en contra de la existencia del estado mismo de Israel. Ese es un tema nada desdeñable, ni teórica ni prácticamente. Están, por otra parte, los libre-pensadores, la gente que no comparte los valores sionistas y que, superando multitud de prejuicios y chantajes, se han declarado en contra de las masacres y el trato degradante de los ciudadanos de segunda clase, esto es, de los árabes que son ciudadanos israelíes y viven en Israel. Los exponentes de la política israelí siempre se expresan como si hablaran en nombre de todos los judíos del planeta, israelíes o no, pero eso es simplemente una táctica política. No hay tal cosa. Hay muchos intelectuales, artistas, refuseniks, religiosos y seres humanos de buena voluntad de origen judío que simplemente están en contra de lo que en su nombre se hace. Por el momento, sin duda alguna, son una minoría, pero es más que obvio que es una minoría que crece día con día.
Por último, podemos apuntar a fracasos políticos que pueden desencadenar secuencias de hechos cuyos impactos es altamente probable que el gobierno israelí no pueda neutralizar. Un caso así fue el pacto atómico con Irán y otro la no extinción de Siria y de su legítimo gobierno. Ya Israel se llevó algunas sorpresas cuando tuvo que enfrentar al Hezbollá con un mínimo de armamento (nunca igual al suyo, es cierto). El día que el ejército israelí enfrente un ejército realmente bien preparado y que no pueda derrotarlo: ¿qué consecuencias acarrearía eso a nivel mundial para la población judía? Pienso que, si se sopesaran las potenciales consecuencias de una coyuntura no favorable, se tendrían elementos para pensar que la política de gobiernos como el de Netanyahu pueden ser funestas para los israelíes y para el pueblo judío en general.
Yo me inclino a pensar que la historia ha sentado tantos precedentes y le ha dado a los seres humanos tantas lecciones que lo menos inteligente que se puede hacer es taparse ojos y oídos y rehusarse a aprender del pasado. Una política de odio, de desprecio hacia nuestros congéneres, no puede triunfar. Los dogmas de superioridad y los mesianismos de invencibilidad terminan siempre por derrumbarse estrepitosamente. No se le puede impunemente enseñar a niños a cantar que hay que ir a matar palestinos y cosas por el estilo (hay mucho de esto en internet y para alguien que no está inmerso en ese mundo no es tan fácil de soportar), porque esa política a la larga dará malos resultados al interior de la sociedad que ahora los fomenta. La terca política de un solo estado con diferentes clases de ciudadanos (diferentes derechos, obligaciones, etc.) no tiene futuro y menos aún en la época de una feroz globalización. La cruel obscenidad del presente no se justifica apelando a la crueldad obscena del pasado. El mundo sabe ya cuál es la fuente del verdadero terrorismo, del terrorismo de estado, a pesar de toda la manipulación que sistemáticamente se haga a través de los medios de comunicación. A pesar de éstos y de las múltiples formas que hay para presionar, a la gente alrededor del mundo le queda día con día cada vez más claro quiénes son los terroristas y quienes las víctimas en Tierra Santa.