Como todos los seres vivos, las sociedades inevitablemente albergan en su seno organismos que plácidamente se nutren de ellas (se llaman ‘parásitos’) o que de una u otra manera las destruyen, pero también tienen, a manera de sistema inmunológico, mecanismos de defensa o, siguiendo con la metáfora, sus propios glóbulos blancos que trabajan para protegerlas y para permitir que se desarrollen, hasta donde ello sea factible, de manera equilibrada. Que esta lucha entre elementos sociales constructivos y destructivos se da no es un fenómeno particularmente difícil de corroborar y ello no sólo sobre la base de la experiencia, sino que inclusive (me parece a mí) podría elaborarse una concepción de la vida social enteramente a priori que dejara en claro que ésta tiene que contener, so pena de dar lugar a un cuadro fantástico, tanto agentes sociales malignos, perversos, enfermos o decadentes como elementos positivos, constructivos, benéficos e impulsores del progreso. Dicho de otro modo, no es imaginable (aunque sea lógicamente posible) una sociedad en la que no hubiera ladrones, cobardes, mentirosos, abusivos o traidores, pero precisamente para mantener el equilibrio tiene que haber también en toda sociedad real gente valiente, emprendedora, leal, honesta, generosa, patriota. Quizá podría tratarse de encontrar alguna ley que estableciera correlaciones más o menos sistemáticas entre el estado de descomposición de una sociedad y la proliferación de sus parásitos, bacterias y células cancerígenas y demás, sólo que para intentar algo así habría que ser un erudito en historia, alguien muy hábil para delinear modelos utilizables en teorías sociales y además tener facultades discursivas excepcionales, por lo que me declaro de entrada incompetente para una labor de esas magnitudes. Lo que en cambio sí podemos hacer es externar algunas consideraciones más o menos abstractas, intentando no ser declaradamente superficial y sin olvidarnos de aplicar a nuestro contexto lo que podamos decir de manera general. Quisiera entonces, a manera de preámbulo, hilar unas cuantas palabras en torno a la figura del héroe. Espero desde luego que al final de la argumentación la concatenación de ideas resulte inobjetablemente transparente.
Es un hecho que la figura del héroe siempre ha atraído la atención de la gente. En realidad, la configuración del concepto de héroe es bastante compleja y en particular lo es la psicología del héroe. En general, éste es un personaje admirable. En la tragedia griega, por ejemplo, el héroe es exaltado por sus virtudes pero sobre todo porque lucha por algo inclusive a sabiendas de que está perdido. En el caso de la tragedia griega son valores como la perseverancia, la valentía, la fuerza de voluntad, el deseo de que se haga justicia, etc., los que se realzan a través de un personaje que los encarna y que lucha inclusive contra los designios de los dioses. Ahora bien, el héroe tiene multitud de cualidades algunas de las cuales pueden ser también características de otros seres humanos sin que por ello éstos sean héroes o que se corra el riesgo de confundirlos. O sea, el héroe puede compartir muchos rasgos con villanos de la más variada estirpe, pero nadie normal tomaría a uno por el otro. Sin duda un sicario o un fanático del futbol pueden ser personas valientes, pero difícilmente diríamos que son héroes. Y es que para ser héroe se requiere además de ciertos rasgos de personalidad que se luche por una causa noble. Podría señalarse que, al igual que un héroe, un religioso que ve amenazada su fe puede inmolarse o, como Sansón, destruir todo un templo con él dentro con tal de acabar con los enemigos de su fe, pero eso no es ser héroe sino mártir. Ciertamente los conceptos de mártir y de héroe están emparentados, pero hay grandes diferencias entre ellos. Al mártir lo acompaña su fe en la victoria final, pero el héroe puede no tener semejante consuelo. El héroe no lucha por él ni por la salvación de su alma, sino por los demás. Si el héroe lucha hasta el final sabiendo de antemano que todo está perdido no lo hace porque sea alguien que calculó mal, un derrotista o un suicida en potencia, sino porque es movido por una causa impersonal más fuerte que su voluntad y a la cual él de motu proprio se subordina. Y, generalizando para facilitar la exposición, yo diría simplemente que dicha causa es casi siempre la misma: en general, el héroe sucumbe en aras del bienestar de otros y podríamos decir, dependiendo de la situación, del bienestar general. Naturalmente, este sacrificio es físico o material, no meramente intelectual. El héroe no nada más arguye, sino que actúa; sus retos no son meramente verbales, sino de decisiones y de acciones.
Por otra parte, dada la estructura y la complejidad de la vida del ser humano en sociedad no debería sorprendernos el que nos encontráramos con héroes en prácticamente todos los contextos: hay héroes políticos, guerreros, artísticos, del deporte, del trabajo, del conocimiento, etc. Dicho de otro modo, en todos esos contextos habrá siempre gente viciosa, malévola, egoísta, corrupta, etc., o, en el mejor de los casos, simplemente gente sencilla que no se desvía de su sendero vital y que no descuella ni por su maldad ni por su heroísmo. Pero en todo caso una cosa es clara: los intereses del héroe no son nunca los propios. El héroe no pelea por “lo suyo”, por “lo que le pertenece”, por “lo que le corresponde”. Esa no es su actitud. Yo casi me atrevería a proponer la estipulación lingüística según la cual si hay intereses de por medio, entonces se podrá quizá hablar de un luchador pero no ya de un héroe. Sin este elemento de intereses impersonales el carácter heroico desaparece. Después de todo, nadie se convierte en héroe por tratar de obtener lo que le conviene. Por otra parte, es obvio que el héroe se distingue por tintes trágicos porque lucha siempre en contra de fuerzas superiores. Para el héroe es evidente que
À vaincre sans péril, on triomphe sans gloire
(Al vencer sin peligro, se triunfa sin gloria. Le Cid, Racine)
No porque un grandulón le gane a unos infantes una carrera de obstáculos se convierte en un héroe. Una victoria así no tiene ningún valor; en cambio, en el caso del héroe el valor tanto de su derrota como de su potencial victoria está garantizado. Por último, me parece importante señalar que la alharaca social, la auto-evaluación elogiosa, el ansia de publicidad y ambiciones como esas son lo más ajeno que pueda haber al héroe. El verdadero héroe, en lo que concierne a su persona, ama el silencio, actúa sin llamar la atención sobre sí, simplemente cumple con su deber. Si se vuelve alguien conocido o no, eso es una contingencia irrelevante para su conducta. Evidentemente, no todos pueden ser héroes, por lo que la conducta del héroe sencillamente no es generalizable; es más bien única.
Hay dos hechos en relación con el héroe que me parecen de primera importancia: primero, que se trata de un ser que reconocemos o identificamos por su conducta y, segundo, que se trata de alguien que se constituye en un referente para los demás, en alguien que sirve de guía, de modelo, de ejemplo para otros. El héroe es siempre, tiene que ser un personaje de sus tiempos, de su cultura. Desde luego que admiramos a los héroes del pasado, pero los que nos impactan son los héroes de hoy, porque al saber a qué fuerzas se oponen nos resulta más fácil comprender la magnitud de su esfuerzo. Ahora bien, es precisamente de un héroe contemporáneo de quien quiero decir aunque sea unas cuantas palabras.
Como dije más arriba, son múltiples las modalidades del heroísmo. En la actualidad, sin duda alguna una forma de ser heroico es lo que podríamos llamar el ‘heroismo periodístico’ o, si se prefiere, el ‘heroísmo cibernético’. ¿Cómo se es heroico al ser periodista? Por ejemplo, dando a conocer datos prohibidos y que los gobiernos o corporaciones como los bancos mantienen ocultos, informando a la gente acerca de sucesos que le abren los ojos aunque sea un poquito y ayudando a que se dé cuenta de cuán manipulada ha sido por sus gobiernos y por la prensa y la televisión estándar. Y si esa labor es efectuada a sabiendas de que se corren grandes riesgos, no hay duda de que se cumplen todas las condiciones semánticas para poder hablar legítimamente de “periodistas heroicos”.
Yo pensaría que lo he señalado sobre el heroísmo en relación con el periodismo a nosotros aquí en México nos debería resultar auto-evidente, porque de hecho tenemos muchos héroes de esa clase. En efecto, mucha gente (tanto hombres como mujeres) respetable, trabajadora, buscadora de la verdad, ha sido no sólo amenazada sino masacrada por haber denunciado crímenes de toda índole, por haber protestado ante injusticias flagrantes, por no haberse quedado callados ante los contubernios y la impunidad de la más variada fauna de delincuentes y políticos. En este sentido, lamentablemente, México es un país de héroes y, según las estadísticas, de hecho el país más peligroso del mundo para reporteros y periodistas (después de Siria y Afganistán, países invadidos por los Estados Unidos, directamente en el segundo caso y a través de mercenarios en el primero, como todo mundo sabe). No estará de más recordar que aquí se crearon la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra Periodistas y posteriormente la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión. Sin duda, instituciones así son muy laudables sólo que habría que confrontarlas con los hechos porque, al menos hasta donde yo sé, de los más de 140 casos de asesinatos de periodistas ocurridos en los últimos años no se ha resuelto uno solo! Se pueden crear las fiscalías que se quiera, pero si esa es la clase de resultados que van a dar pues es obvio que estaremos frente a un caso más de auto-engaño a la mexicana (que es de lo más burdo, dicho sea de paso). Lo que en todo caso es innegable es que los periodistas caídos son auténticos héroes. El que su trabajo sea más bien de carácter local no mengua en lo más mínimo su heroísmo, por su valentía, su tesón y la fuerza de sus convicciones. Ahora bien, sin que ello influya en demérito de estos grandes luchadores sociales, quiero señalar que hay un periodista no local sino más bien internacional acerca del cual quisiera decir unas cuantas palabras porque, a menos de que yo esté completamente equivocado, es al igual que el más sencillo de los periodistas asesinados en este país, un héroe del periodismo sólo que a nivel global. Me refiero a Julian Assange.
Dado que no es un trabajo de reportaje lo que estoy haciendo y que Assange es un personaje mundialmente conocido, me limitaré a proporcionar tan sólo unos cuantos datos para centrar la exposición. Julian Assange es un ciudadano australiano que hizo (sin terminarlos) estudios de física, de matemáticas, de ciencias sociales y luego se adentró en el mundo del periodismo. Siendo periodista obtuvo muchos e importantes premios (por The Economist, Amnistía Internacional, CNN, Al Jazeera English y muchos más) y en muy diversos países. Interesado en asuntos de política internacional y ferviente defensor de la vida democrática, Assange intentó primero fundar un partido político, The WikiLeaks Party, pero al fracasar su proyecto terminó fundando “WikiLeaks”, esto es, una plataforma desde la cual se dedicó a hacer públicos cientos de miles de documentos clasificados como “secretos” sobre todo por el Pentágono y el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Al hacer eso, Assange sabía (como todo héroe) que estaba jugando con fuego, que lo iban a perseguir hasta el último rincón del planeta y que tratarían por todos los medios no sólo de impedir que siguiera filtrando documentos, sino que siguiera viviendo. Pero vale la pena preguntar: ¿qué fue lo que Assange denunció que tanto preocupó al gobierno norteamericano? Básica mas no únicamente, algunas de las múltiples barbaridades de los militares estadounidenses durante el bombardeo de Bagdad y de las bestialidades cometidas en la guerra en Afganistán. Por ejemplo, hay filmaciones que obviamente fueron totalmente hackeadas y en las que se ve cómo desde drones se ametralla a ciudadanos iraquíes indefensos sólo porque los militares norteamericanos sospechan que pueden estar portando armas. Usando un léxico extremadamente cínico y ya muy conocido, los militares que operan los drones, que dan instrucciones, etc., llaman a todas las matanzas de inocentes equívocamente ‘daños colaterales’. No sé de ninguna persona normal que haya visto esas escenas y no se haya indignado por la prepotencia del invasor yanqui y por la terrible conciencia de la impotencia para actuar. Lo que los soldados norteamericanos hacen, en Asia y a donde vayan, es sencillamente espantoso, horrendo.
Como insinué más arriba, al delinearse en contraposición a sus enemigos, Assange le quita la máscara al soldado norteamericano, un soldado siempre presentado por Hollywood y por la prensa mundial como un soldado liberador, defensor de la democracia y permanentemente envuelto en el ya bien consabido “bla-bla-bla” sobre la libertad, los derechos humanos y demás que ese enfoque mentiroso acarrea. Pero, permitiéndonos razonar de manera simplona, podemos afirmar lo siguiente: Assange ciertamente no es un delincuente, no es un traficante de drogas o de personas, no pretende al menos hasta donde se le conoce, lastimar a nadie, dañar a nadie, perjudicar a nadie en particular. Inferimos que eso es precisamente lo que sus adversarios quieren. Pongámoslo de esta manera: el gobierno de los Estados Unidos quiere “castigar” a (o sea, vengarse de) Assange por haber “filtrado” (es decir, por haber hecho del dominio público información que ocultaban pero a la que los ciudadanos tienen en principio derecho a acceder) información concerniente a terribles violaciones de derechos humanos cometidas por el ejército de ocupación norteamericano, entre otras cosas. Esta información es obviamente crucial, porque por ejemplo tanto a nosotros, simples ciudadanos, como a los gobernantes y las personas que ocupan puestos clave en los gobiernos nos queda claro qué es lo que pasaría si, por ejemplo, el gangsteril gobierno norteamericano invadiera Venezuela. Los venezolanos ya están advertidos gracias a Assange sobre lo que les pasaría, sobre lo que pueden esperar en caso de invasión y por lo tanto se les previene respecto a lo que deben hacer ya! O sea, no sabemos qué harían los colombianos o los mercenarios brasileños o quienes sean si invadieran Venezuela, pero de lo que no tenemos dudas es de los que los norteamericanos harían. El héroe Assange ya nos abrió los ojos.
El destino de Assange es, no cabe duda, el de un típico héroe. ¿Qué pasó con él? Después de diversas vicisitudes y siendo perseguido por todas lados, encontró un refugio en la Embajada de Ecuador en Londres. El gran presidente ecuatoriano de ese país por aquel entonces (2011), Rafael Correa, le concedió el status de asilado político. Assange pasó 7 años en lo que de hecho equivalía a una prisión y no fue sino hasta que el nuevo presidente (quien fuera vice-presidente del presidente Correa!), un tal Lenin Moreno (un ejemplo formidable de alguien que no le hace honor al nombre) simplemente se lo regaló al gobierno norteamericano, ofreciendo una ridícula explicación de su decisión y dejando ver de paso que héroe es precisamente lo que él no es. Actualmente, Assange está encarcelado en Londres en espera de ser enviado o a Suecia, en donde tiene un juicio pendiente por acoso sexual y violación (algo que podría tener una explicación política) o (lo peor que puede suceder) de ser entregado a los Estados Unidos, en donde le esperaría un juicio militar que fácilmente podría concluir con una sentencia de muerte. Independientemente de lo que venga, pase lo que pase, Assange ya demostró que es un héroe.
Ahora bien, que Julian Assange sea un héroe es un hecho que debería hacernos reflexionar y a extraer al menos dos conclusiones importantes. Primero, que debemos aclamarlo como tal, es decir, manifestar públicamente, en forma oral o por escrito, nuestra admiración por su valentía, nuestro respeto por sus valores y nuestro total repudio por la persecución de la que ha sido objeto, porque a final de cuentas es una persona que trabajó para nosotros, los ciudadanos del mundo, alguien que no se dejó comprar, alguien que reconoció valores superiores y más importantes que su propio bienestar. Y, segundo, que debemos tratar de emularlo, que nuestro respeto no puede limitarse a una aprobación meramente verbal. Lo que quiero decir es que si efectivamente sentimos respeto por este héroe mundial del periodismo, entonces tenemos que mostrar que aprendimos a anteponer a nuestros propios intereses personales los intereses de las grandes mayorías, a no dejarnos chantajear por minorías exaltadas de la índole que sean, a no dejar imponernos las modas del momento o no dejarnos intimidar por los caprichos de maras no ya de déclassés involuntarios sino de pseudo-intelectuales intoxicados por alguna que otra idea delirante. Así son las lecciones de este caso particular de heroísmo.
No estará de más preguntarse: ¿por quién hizo Assange todo lo que hizo? Por ti, lector, por mí, por todos nosotros. ¿Quién es su enemigo? El enemigo de los ciudadanos del mundo en general: el gobierno putrefacto de los Estados Unidos, curiosamente el gobierno más poderoso del mundo y a la vez totalmente esclavizado por unas minorías ultra-privilegiadas que supieron acaparar la riqueza producida por el trabajo de todos los habitantes del planeta, un mero instrumento de la banca mundial y del complejo militar industrial más despilfarrador y destructor de la historia, el gobierno más hipócrita que uno pueda imaginar, un gobierno que mancilló la democracia convirtiendo dicha noción en un mero escudo ideológico para justificar sus inenarrables intervenciones criminales a lo largo y ancho de los cinco continentes. Lo que con su sacrificio Assange dejó en claro es que en esta sociedad, en esta cultura, en este modo de vida la libertad de expresión y de pensamiento es el valor supremo, un bien que tenemos que defender contra viento y marea porque de nuestra voluntad y de nuestra capacidad de hacerlo en todos los contextos depende nuestro futuro como seres autónomos y porque de no hacerlo estaremos permitiendo que se convierta al género humano en un mero conglomerado amorfo de máquinas vivientes.