Con toda franqueza, yo creo que lo mejor que podemos hacer es empezar este artículo felicitando a la Selección Nacional, pero no porque haya jugado bella o heroicamente o siquiera simplemente como era su deber haberlo hecho, sino porque gracias al lamentable espectáculo que ofreció en su juego contra Brasil podemos ya dejar atrás los sentimientos de vergüenza, bochorno y pena ajena que nos generó y concentrarnos en cuestiones importantes, como lo es la soberbia victoria obtenida por el Lic. Andrés Manuel López Obrador en el importante proceso electoral del 1 de julio. No obstante, confieso que no resisto, antes de abordar un tema serio como el incuestionable triunfo político del domingo, hacer unos cuantos comentarios sobre el patético desempeño de “nuestra” Selección.
Yo creo que así como es legítimo elogiar a un artista destacado, aclamar a un político que efectivamente trabaja para su comunidad, hacerle un reconocimiento a un científico que hace avanzar su disciplina o reverenciar a un sabio, así también se vale externar nuestra decepción, frustración o enojo cuando con quien tenemos que lidiar es con una banda de mediocres, con un grupo de fracasados o con un conjunto de incompetentes completos. Y, guste o no, esto último es precisamente el caso de la Selección, considerada in toto. Con alguna excepción, en general yo describiría a muchos de ellos como meros “lunáticos”: se trata de jugadores que cada vez que están frente a la portería rival o tienen la oportunidad de tirar al marco lo que hacen es … tirar el balón hacia la Luna! En contraste con montones de jugadores de todos los países que a 30 o 40 metros le ponen a otro el balón en los pies, éstos son especialistas en errar los pases, en perder balones, en jugar hacia atrás (eso ya es una tradición). Son desesperantes! El juego con Brasil realmente da mucho que pensar. Con un poco de imaginación perversa podría hasta suponerse, por el modo como jugaron los brasileños, que el partido estaba pensado para que ganara México (dado que ya se habían ido Argentina, Portugal y España), porque jugaron como si estuvieran jugando con niños, pero éstos fueron tan ineptos que ni regalándoles la cancha ni cediéndoles la iniciativa lograron meter un gol y evitar dos. Era obvio que para los brasileños el juego era como una sesión de entrenamiento. Hubieran podido meter 15 goles si hubieran querido. Seamos claros: la actuación de la Selección Mexicana en Rusia fue sencillamente horrenda. Sólo alguien proclive al auto-engaño estaría dispuesto a no reconocer que fue el peor equipo de este Mundial: jugadores físicamente disminuidos (Rafa Márquez, otrora estupendo central, podría haber salido con muletas o en silla de ruedas!), sin una estrategia clara de juego (a menos de que el ridículo que hicieron haya sido deliberado, pero no me atrevo a llegar tan lejos en la especulación), carentes obviamente de un verdadero crack, etc. Si a eso le añadimos el comportamiento penoso de algunos compatriotas (no me refiero a los de vestimenta estrafalaria o cosas por el estilo. Eso es perfectamente legítimo, colorido, original, sino a los barbajanes de siempre), el cuadro es completo. Por eso y muchas cosas más que podrían mencionarse, debemos darle las gracias a los jugadores de la Selección Nacional por haberle puesto fin a la pesadilla. A otra cosa!
Pasemos entonces a la gran victoria del pueblo de México y de su candidato, Andrés Manuel López Obrador.
Yo creo que lo primero que habría que decir es que el triunfo de MORENA no cae como una sorpresa para nadie. Es obvio que era políticamente impensable que AMLO no ganara. Es más: yo diría que inclusive si, per impossibile, hubiera perdido de hecho la votación, de todos modos hubiera sido necesario declararlo vencedor. ¿Por qué? Porque no hacerlo hubiera sido simplemente incendiar el país, orientar el descontento popular por la vía de una inconformidad política profunda y colocar a México a las puertas del infierno. Eso es algo que nadie conscientemente habría querido promover, fomentar o permitir. O sea, ante un fraude electoral de las magnitudes que se requerían para volver a robarle el triunfo al Lic. López Obrador, esos 45 o 50 millones de personas que votaron por él habrían salido a las calles y el país habría explotado. Nadie en sus cabales, ni siquiera los más aguerridos de los enemigos de AMLO, se habrían atrevido a hacer algo así. Por lo tanto, el triunfo popular en esta ocasión era inevitable. Una vez cada 40 años tampoco es mucho pedir!
Podría preguntarse; ¿por qué era impensable que López Obrador no ganara?¿Porque él es una persona bien intencionada, de buenos sentimientos, porque se ganó el corazón de la gente? Seamos claros: lo más absurdo que se puede intentar hacer es pretender explicar situaciones políticas desde la plataforma de la subjetividad. No hay genuinas explicaciones así. La que hay que entender es que la situación actual es la última etapa de un proceso de más de 40 años de disminución permanente del nivel de vida de los mexicanos, una situación causada por multitud de agentes políticos que aprovecharon y promovieron consistentemente la corrupción y que causaron un desastroso deterioro institucional. Todos esos parásitos se beneficiaron de la riqueza nacional a lo largo de muchos sexenios durante los cuales el pueblo asistió maniatado a un indignante espectáculo de enriquecimiento ilícito por parte de ridículos aspirantes a conformar una nueva “nobleza”, una pseudo-nobleza basada en el robo descarado del patrimonio nacional y en el manejo personalizado de las instituciones, una dizque nobleza sin méritos propios, sin virtudes, sin contacto con el pueblo (error de repercusiones nunca inmediatas, pero siempre fatales). Lo que pasó el domingo, por lo tanto, no es el resultado de una improvisación, no fue la toma del poder por un grupo rebelde ni nada que se le parezca. El triunfo político de AMLO es la expresión, recatada y discreta pero firme, de un pueblo que está harto de vivir en los límites de la miseria, en un contexto de contrastes sociales odiosos, viendo que vendidos y corruptos manejan las instituciones del país a su antojo y siendo permanentemente víctima de toda clase de arbitrariedades. La verdad es que con el resultado de las elecciones muchos corrieron con suerte, porque al canalizar el descontento popular a través del juego electoral, se salvaron de la furia popular, la cual puede ser implacable. Así, pues, la opción era: o López Obrador o un conflicto social de magnitudes superiores. Los beneficiados del sistema no tenían entonces opción.
Lo anterior es importante, porque de inmediato revela la naturaleza del suceso. Dejando de lado las sandeces de multitud de mal intencionados, de periodistas amarillistas de cuarta, de comentaristas políticos que se toman a sí mismos muy en serio (algunos son de risa, realmente) y engendros parecidos, es cierto que el triunfo electoral es el triunfo de la ideología populista, pero la ideología populista no es ideología revolucionaria. La ideología populista es, en situaciones extremas como la mexicana, la ideología del sentido común, de la sensatez política, de la conmiseración por los desfavorecidos, del esfuerzo por hacer renacer un mínimo de solidaridad social, de aspiraciones de florecimiento individual y colectivo, de crecimiento económico, de restablecimiento moral. Ya basta entonces de las torpes, superficiales y mañosas contrastaciones entre el populismo lopezobradorista y, por ejemplo, el pensamiento revolucionario bolivariano representado hoy por el presidente Maduro o la maravillosa revolución indigenista de Evo Morales. El populismo mexicano no apunta a reformas agrarias, a nacionalizaciones de bancos, a la reintroducción del control de cambio o cosas por el estilo. En lo más mínimo. El objetivo del gobierno populista es “simplemente” proteger un poquito a los “desheredados de la tierra”, limitar la voracidad y la insaciabilidad de los aprovechados de siempre (por ejemplo, los eternamente beneficiados por la Secretaria de Hacienda), forzar a que la casta de los “inversionistas” se ajusten siquiera a los lineamientos constitucionales, purificar los mecanismos gubernamentales en toda clase de transacciones, acabar con los detestables favoritismo y amiguismo, con la justicia selectiva, con los excesos de burocratización y así indefinidamente. Y todo eso es mucho y muy positivo, algo que se tiene que apoyar y reforzar en toda la línea, pero debe quedar bien claro que por positivo que sea no es ni equivale a una revolución.
El gobierno popular elegido en las urnas el domingo pasado tiene metas de política interna muy concretas, alcanzables, sensatas y modestas, aunque no por ello desdeñables o menospreciables, pero sin duda alguna es de significación mayor en el terreno de la política exterior. Por fin podrá México desembarazarse de la repugnante política entreguista, lacayuna y cobarde orquestada por L. Videgaray, el cual tiene que rendir cuentas puesto que no sólo no llegó a aprender nada a la Secretaría de Relaciones Exteriores (yo creo que es un ignoramus completo de la historia diplomática de México), sino que estuvo a punto de convertirla en una oficina del Departamento de Estado. Medida con el rasero de la gran tradición no intervencionista, de resolución pacífica de conflictos, etc., desplegada por México a lo largo de muchos decenios, la actuación de Videgaray (sí, el del caserón impresionante allá en Malinanco) es casi de traición a la patria! Considerado simbólicamente, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador podría significar el fin de la ola de gobiernos reaccionarios y anti-populares en América Latina y cuyos mayores exponentes son obviamente los gobiernos de Argentina y de Colombia (el segundo como miembro “observador invitado” de la OTAN y el primero como albergando en la Patagonia ya sin tapujos bases norteamericanas e israelíes. Que nadie se sorprenda por un súbito desmembramiento de Argentina). Pero, una vez más, si bien es innegable que el gobierno del Lic. López Obrador habrá de tener efectos positivos en el continente tampoco se efectuará una revolución en este dominio de la vida pública: México no firmará tratados militares con Rusia o comerciales con China. Sí mejorarán (y hay que aprovechar la oportunidad al máximo) las relaciones con Cuba, con Venezuela, con Palestina y se defenderán posiciones un poquito menos estúpidas que las que hasta ahora se han enarbolado en múltiples foros internacionales, pero nada más. Todo eso que hemos mencionado es poco desde el punto de vista de lo que podría ser, pero mucho desde la perspectiva de lo que hay.
Es importante tener presente que la plataforma que habrá de darle soporte a la política delineada por el nuevo gobierno es el apoyo popular. Ni el mejor intencionado de los gobiernos puede operar en concordancia con sus planes si la oposición no lo deja trabajar, pero ello es factible sólo si la opinión pública quedó paralizada mentalmente por, por ejemplo, la televisión y la prensa. Eso fue precisamente lo que pasó en Argentina. En una confrontación abierta la “oposición” no le gana al gobierno salvo si falta el apoyo popular. Si la oposición impide, traba, bloquea, mina, boicotea, etc., la política gubernamental, el gobierno puede tomar medidas más drásticas y ponerla en orden, pero eso es sólo posible si tiene el aval de la población en su conjunto. De otra manera está perdido. Considérese a D. Trump. Es obvio que cuando llegó al poder Trump venía ya con un gabinete armado por otros y que le impusieron a la casi totalidad de sus colaboradores. Le ha llevado casi dos años liberarse de ellos y empezar a delinear en algunos casos su propia política. La paz con la República Democrática de Corea del Norte sólo pudo implementarse porque el presidente Trump logró imponerse a los militares y si los Estados Unidos no se han salido de Siria es porque el presidente norteamericano no ha podido meter en cintura al sector “militar-industrial”. La próxima reunión con el presidente V. Putin se hace a pesar de la oposición de múltiples consejeros, altos mandos y “policy.makers” que quieren la confrontación permanente con Rusia. Si cosas así pasan en los Estados Unidos, un país que goza de instituciones estatales relativamente sólidas pero también un país en el que, como aquí, la prensa y la televisión (propiedad de unos cuantos y ya sabemos de quiénes) dominan por completo el espacio mental de las personas: ¿qué no podría pasar en México? Para ilustrar el caso: como todo mundo sabe, en época del presidente Luis Echeverría sus adversarios en México (entre los cuales destacaba el poderoso grupo Monterrey) habían creado una empresa dedicada a elaborar diariamente un chiste para denigrar al presidente, al que presentaban como un pobre tonto que no entendía nada. Todo mundo conocía “el último chiste de Echeverría”. Eso es guerra mediática y el enfrentamiento fue muy costoso para el país. No se puede permitir, por lo tanto, que se debilite al nuevo presidente con chistes, memes, caricaturas, etc., porque es una forma de, por así decirlo, “ablandarlo” y ya ablandado, entonces no podrá implementar libremente su política y sus planes de gobierno. El apoyo popular es, pues, esencial al gobierno popular.
El agotamiento y el hastío del pueblo de México llegó a tal grado que MORENA, como resultado de una especie de intuición vital suprema por parte de la gente, barrió en prácticamente todos los frentes (presidencia, estados, diputaciones, Ciudad de México, etc.). El pueblo, jugando el juego democrático de las elecciones, juego en el cual le hicieron trampas incontables veces, llevó a su candidato a la silla presidencial. Es importante en este sentido entender la diferencia entre un candidato ordinario, un Meade o un Anaya cualesquiera, y un candidato populista. Éste no puede contar con el status quo como garantía de las bondades de su administración. En el caso del populismo la gente tiene que fiarse a la calidad moral de su candidato. Y en este caso, me parece que podemos estar tranquilos. Pienso que el Lic. López Obrador sí sabrá corresponder a la confianza depositada en él por el pueblo de México. La garantía última de su proyecto gubernamental es, pues, él mismo. Así es el sino de los gobernantes populares: tienen que ser moralmente impecables, porque su fuerza radica precisamente en su honestidad, su probidad, su lealtad con sus compromisos ideológicos y morales. Una gran decepción política en este caso sería un golpe mortal al pueblo de México. Tendría como consecuencia la desmoralización total de la población. Estoy persuadido de que el Lic. López Obrador está consciente de ello y que sabrá actuar en concordancia con los mandatos de su conciencia. (Es curioso, pero vale la pena señalar que este mismo discurso en relación con cualquier político estándar no populista suena totalmente artificial y hasta ridículo. ¿Por qué será así?).
¿Cuáles son las tareas inmediatas del nuevo gobierno? Un sinfín. Tiene que haber medidas maquiavélicas, pero esas son fáciles de implementar. La supresión de las cuantiosas pensiones de los ex–presidentes, por ejemplo, es una medida sana, de efectos inmediatos y relativamente fácil de tomar. Y una medida así, que habría obviamente que publicitar con bombo y platillos, le daría un gran gusto a la población. Pero con medidas así no se tocan las estructuras del putrefacto régimen que desde hace muchos lustros se vino constituyendo. Hay que retomar las reformas de Peña Nieto en materia de telecomunicaciones, petróleo, educación y demás y estudiar a fondo los contratos, sobre todo los de concesiones a particulares tanto extranjeros como nacionales. Hay que degollar a Pemex de su repugnante mafia (hacer como hizo C. Salinas: de buenas a primeras, sin avisar, meter a la cárcel a los líderes que no sólo se han enriquecido de manera obscena con el petróleo y el gas de México, sino que de hecho han permitido todo el tráfico de gasolina, el negocio de los huachicoleros y demás). Tiene que haber expropiaciones, quizá no estatales pero sí de las propiedades de los rateros profesionales que, de una u otra forma incrustados en los gobiernos anteriores, se hicieron multimillonarios. Hay que expropiarles lo que en realidad no es de ellos (Piénsese simplemente en gobernadores como los Duarte y ya con eso). Se tienen que crear o re-crear instituciones. Tengo en mente, por ejemplo, lo que en su origen fue la CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares), usada de la manera más descarada por Raúl Salinas durante el sexenio de su hermano, una institución que habría que reconstruir sobre nuevas bases, con nuevas estructuras y mecanismos de vigilancia, calidad, etc. Debería volver a crecer el sector para estatal! El Estado mexicano tiene que tener con qué defenderse y no ser meramente un agente al servicio del capital financiero e industrial. De ahí que en realidad la tarea del Lic. López Obrador sea ni más ni menos que la reconstrucción del país. La verdad es que deberíamos ver al país como si se acabara de terminar una terrible guerra y que tuviera que empezar la labor de reconstrucción. Este país necesita desde luego mejorar su infraestructura, sus carreteras, volver a poner en circulación el sistema ferroviario, (modernizándolo desde luego, pero sin incurrir en oscuros negocios de compadres que tanto le han costado a México, como lo que pasó con el tren México-Toluca por el cual hubo que pagarle al gobierno chino cantidades estratosféricas de dinero. ¿No hay nadie a quién pedirle cuentas por eso?¿O es una “venganza” pedir que se aclaren “negocios” tan turbios como ese?), recuperar Mexicana de Aviación, tener un banco nacional de primer piso, etc., etc. Urge, pues, reconstituir el tejido institucional, para lo cual es imprescindible instaurar sistemas de vigilancia para evitar hasta donde sea posible la supervivencia y la resucitación de ese cáncer social que es la corrupción. Particularmente delicados son los ámbitos de seguridad e impartición de justicia. En ellos se necesitan con urgencia algunos resultados casi inmediatos porque los tribunales en México son, como todos lo sabemos, una burla. De igual modo, todo lo que sea licitación y compras (en hospitales, escuelas, oficinas de gobierno, etc.) por parte de los organismos gubernamentales tiene que ser escudriñado, examinado a la lupa y tiene que haber castigos severos y públicos a quienes se les encuentren desvíos, estafas, bancarrotas y demás. Si no se entiende que, dado que la corrupción permea al país, si no hay castigos no hay progreso, entonces sí estamos en un problema, porque entonces no habrá diferencia entre un gobierno común y corriente y el gobierno populista. No se trata ni mucho menos de vengarse de lo que malos mexicanos (despreciables como personas y nefastos como ciudadanos) hicieron en el pasado. Hay delitos (terribles muchos de ellos) que no se van a poder castigar. Pero sí se puede hacer justicia de aquí en adelante y es en relación con eso donde veremos qué orientación real le imprime AMLO al Estado mexicano.
Así vistas las cosas, yo creo que fue el instinto lo que en última instancia salvó a México de una conflagración que hubiera sido terrible para la nación en su conjunto. Debería ser obvio hasta para el más miope que México ya no puede seguir como hasta el día de hoy, por razones tan evidentes de suyo que es hasta ocioso enumerarlas. Yo creo que también en esta ocasión se hicieron de la manera más fría imaginable los cálculos de pérdidas y beneficios en términos de dinero, vidas, negocios, actividades, etc., y les quedó claro a todos que no era ya factible seguir en el mismo canal, aplicando los mismos esquemas, recurriendo a los mismos métodos, repitiendo las mismas explicaciones de siempre. La verdad es que México se salvó in extremis y si no hubiera sido por una dosis mínima de sentido común en lugar del triunfo de un moderado y bienvenido populismo se nos hubiera aparecido Satanás y no estaríamos en este momento escribiendo estas líneas.