Confieso que cada vez más a menudo tengo que preguntarme si quienes en los centros de poder norteamericanos articulan las políticas a aplicar con los países latinoamericanos (y en general, con los países “en vías de desarrollo”, de hecho un eufemismo para ‘colonias del imperio norteamericano’) son simplemente malignos o son además estúpidos, porque de lo contrario ¿por qué tan a menudo pretenden a toda costa implantar políticas que son fallidas a priori? La cuestión, claro está, no tiene mucho que ver con estupidez personal sino más bien con una forma particular de pensar, un modo especial de concebirse a sí mismos y de concebir sus relaciones con otros estados y pueblos. Si bien entonces no son las personas las que son tontas, de todos modos sí podemos hablar de un pensamiento político tonto, en algún sentido quizá ingenuo y eso sí: abiertamente contraproducente. ¿En qué basamos afirmaciones tan temerarias como estas? En rasgos claramente discernibles del pensamiento político norteamericano tal como éste se materializa en las decisiones que en ese país a diario se toman. En política, a nivel estratégico más que táctico, en los Estados Unidos se piensa de manera escolástica, esto es, mediante categorías más bien simplonas, de fácil consumo, como “peligro comunista”, “terrorista islámico”, “defensa de la democracia”, “libertad de expresión”, “defensores de la libertad”, “dictador”, etc., gracias a las cuales se puede de manera abstracta esquematizar el mundo político, clasificando básicamente en dos bandos (los buenos y los malos) los entes relevantes (personajes, países, comunidades y demás), desarrollando y reforzando con ello un modo de pensar que de manera esencial impide la auto-crítica y que enarbola permanentemente el uso de la fuerza y la imposición militar como el recurso primero y último para resolver toda clase de desavenencias y de problemas en el mundo. Lo único que se necesita para coincidir con lo que digo es fijarse en el modo como se expresan, por ejemplo, los congresistas norteamericanos: ellos hablan como si el mundo les perteneciera, como si ellos representaran los intereses de la humanidad, como si a ellos les correspondiera decretar qué políticas tienen que adoptar los países y cómo tienen que vivir los pueblos. Así, examinado con un espíritu mínimamente crítico, el pensamiento político norteamericano se reduce a una mera expresión de pensamiento imperialista vulgar. A diferencia del pensamiento imperialista romano o napoleónico, en el norteamericano todo se reduce a cuestiones de rapacidad, imposición, amenaza, negocios, chantaje y cosas por el estilo. La verdad es que rasgos como los de ser grandioso o imponente lo tiene pero ante todo en relación con la brutalidad (e.g., el racismo) y la destrucción.
Una consecuencia interesante del modo de pensar político propio de Norteamérica es que parecería que tanto sus elaboradores como sus practicantes están auto-impedidos para aprender de la experiencia. Sus tesis y convicciones una y otra vez los llevan al fracaso, pero ellos no aprenden. ¿Qué es lo que no aprenden? No aprenden que son ellos mismos quienes hacen brotar la oposición, quienes enseñan a que se les odie, quienes generan a sus adversarios, a quienes de la manera más torpe posible orillan a que, paulatina o súbitamente, se radicalicen y se conviertan en adversarios que posteriormente no pueden vencer. Lo que ellos exigen es sumisión total a sus voraces y desmedidos intereses y cuando no obtienen lo que quieren, entonces creen que es sólo a base de presiones, chantajes, amenazas y, si ello no fuera suficiente, de campañas de desestabilización, subversión, acciones criminales y, por último, de bombardeos e invasión como se logra generar la situación para ellos conveniente. Pero ellos no parecen entender que con ese enfoque, cada vez menos redituable, lo que logran es justamente que sus adversarios políticos se radicalicen y perfeccionen. Así, ellos mismos convierten a sus opositores, con quienes habría que negociar (que es lo que ellos desdeñan), en líderes que los aborrecen y con quienes probablemente ya no será posible posteriormente ninguna clase de reconciliación. Yo creo que este es precisamente el caso de uno de los políticos más injustamente vilipendiados por parte de la detestable prensa mundial y denostado por muchos miembros de la clase de políticos mediocres de bajo nivel que podríamos identificar como los ‘lacayos del imperio’. Tengo en mente a una persona que pasó de ser alguien a quien con la mano en la cintura se menospreciaba, pero que resultó ser un político de primer orden. Me refiero al hombre que tomó la estafeta del Comandante Chávez: el actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
¿Quién era y quién es ahora Nicolás Maduro? Es un político que combina convicciones de dos clases diferentes: tiene arraigadas convicciones nacionalistas y genuinas convicciones de clase. Es un individuo que está inmerso en la lucha política desde los 18 años. No es ni aspira a presentarse como un político perfumado (es bastante modesto) o como un intelectualillo deseoso de aparecer en televisión para espetarle al mundo cuánto sabe o cuán verborreico puede ser ni es desde luego un arribista al que fácilmente se podría comprar con coristas o con propiedades. Es un sindicalista, que fue conductor de autobuses, miembro del gabinete del comandante Chávez, de quien obviamente aprendió mucho, muy probablemente el único que combinaba las cualidades necesarias para salvar e intensificar el proceso de la gran Revolución Bolivariana. Quienes temíamos que con la desaparición del comandante la revolución iba a entrar en una especie de letargo, dando lugar al triunfo de una burocracia rígida y paralizante o inclusive a una toma del poder por parte de militares de derecha, tenemos que reconocer públicamente que nos equivocamos. El presidente Maduro resultó ser un hombre excepcional por cuanto combina los principios revolucionarios, la teoría revolucionaria, con la práctica revolucionaria. Maduro es un hombre muy práctico, pero no olvida sus principios. Tanto en política interior como en lo que atañe a relaciones internacionales, se ha mostrado como un político consistente y valiente. Contrariamente a lo que se esperaba y a pesar de la intensísima campaña de desprestigio de la que fue objeto tanto dentro como fuera de Venezuela, Maduro ganó las elecciones presidenciales, como antes que él lo lograron Hugo Chávez en Venezuela, Fernando Lugo en Paraguay y Salvador Allende en Chile. Con Maduro a la cabeza, Venezuela ha sabido sortear muchos problemas obviamente creados desde fuera. Es evidente para todo mundo, salvo naturalmente para los enemigos del régimen y los descontentos, que Venezuela es víctima de una guerra económica permanente y total. Todos los problemas por los que pasó Cuba durante 50 años los está viviendo ahora Venezuela: bloqueos, ataques financieros, abruptas expulsiones de diplomáticos, etc. Pero Maduro ha sabido sacar a su país adelante sin vender el proyecto bolivariano. Lo más fácil, obviamente, sería inundar Venezuela con baratijas, con productos de consumo inmediato, embrutecer a la población con programas hollywoodenses y regresar a los estándares de corrupción de la época de Carlos Andrés Pérez. Pero eso no va a pasar, porque allí está Maduro para evitarlo o, mejor dicho, allí están Maduro y el pueblo políticamente consciente de Venezuela, el cual difícilmente preferirá engañarse optando por las superficiales mejoras inmediatas que representan el retorno de las oligarquías y de las élites americanizantes a cambio de su reinserción en el sistema esclavista norteamericano.
Que Venezuela enfrenta una guerra económica es algo que ni los más fanáticos opositores del estado bolivariano, traidores como Henrique Capriles y Leopoldo López, los eternos usuarios del discurso vacuo y fácil que gira en torno a nociones como las de “democracia” y “libertad”, que sirven para todo y para nada, podrían negar. Es claro, por ejemplo, que la descarada (y extremadamente compleja) manipulación mundial de los precios del petróleo estaba dirigida en primer lugar en contra de Rusia, pero también en contra de Venezuela y si en una potencia como Rusia la maniobra causó problemas, era imposible que en Venezuela no hiciera estragos. (Este es, dicho sea de paso, otro rasgo importante del pensamiento político norteamericano: no importa que nuestras empresas (Texaco, Standar Oil, Halliburton, etc.) se arruinen mientras podamos hacerle un daño a nuestros enemigos). El petróleo es fundamental en la economía venezolana, por lo que afectar su precio y comercialización significa reducir el PIB, la inversión estatal, limitar los programas de apoyo a la población, disminuir considerablemente los gastos en educación, salubridad, etc. Pero frente a esos y muchos otros actos de agresión, lo único que se ha logrado es que Maduro y la revolución chavista se radicalicen y diversifiquen sus contactos con el mundo. El bloqueo norteamericano ha hecho de Maduro un presidente activo: va no sólo a Cuba a reforzar los lazos de amistad y de cooperación con ese país, sino que (como en este momento) va a Vietnam a firmar convenios de cooperación agrícola, y a China a, como todos los dirigentes de los países, hacer negocios y a la vez hacer política. Gracias a Maduro, entre algunos otros, Asia tiene un pie en América.
Es evidente que se está haciendo todo lo posible para ampliar la crisis inducida que vive Venezuela, pero yo creo que hay razones para no ser demasiado pesimista al respecto (aunque, dadas las características del pensar político norteamericano, no podemos hacer muchas predicciones). La situación es la siguiente: en vista de que las presiones económicas no han surtido los efectos buscados, se está tratando de transformar la guerra económica en conflicto militar y para eso Colombia resulta indispensable. La estrategia americana, por lo tanto, consiste en crear focos de tensión en la frontera entre Colombia y Venezuela y en desarrollar una política de provocación permanente de modo que por fin en América del Sur pueda estallar un conflicto armado. Hace algunos días, un grupo de delincuentes colombianos atacaron e hirieron a tres policías venezolanos de la zona. Acciones como esas están bien preparadas. Lo que no está calculado es la reacción del otro. Y ¿cómo reaccionó el presidente Maduro? No con agresiones, con amenazas, con incursiones en territorio colombiano. Simplemente, cerró la frontera e inició un proceso de limpia de las condiciones de putrefacción social, tan fáciles de promover: contrabando de mercancías y de personas, narcotráfico, presencia de delincuentes de toda índole que se habían instalado ya en territorio venezolano. A los promotores de la guerra no les importa lo que pase con las personas: muchos colombianos que de hecho ya eran residentes en Venezuela han tenido que regresar a Colombia, a una zona de inseguridad y delincuencia. El problema es que puede haber una escalada de provocaciones y entonces se cae en el juego de los grandes comerciantes de armas y de quienes quisieran ver debilitados y divididos a los gobiernos latinoamericanos. ¿Puede haber una guerra entre Colombia y Venezuela?
Creo (y quiero pensar) que no. ¿Por qué? Hay varias razones. Primero porque, como lo señaló Fidel Castro, Venezuela tiene el mejor ejército de América Latina; segundo, porque aunque sin duda alguna hay gente en el gobierno colombiano que está dispuesta a generar el conflicto con la República Bolivariana de Venezuela para quedar bien con el gobierno yanqui, hay también gente que está consciente de que ello sería desastroso para Colombia: aparte de que el diálogo de paz entre las FARC y el gobierno colombiano, de por sí frágil, automáticamente terminaría, con lo cual Colombia quedaría hundida una vez más en esa espantosa guerra civil que padece desde hace más de medio siglo, muy probablemente el ejército colombiano no podría sostener el choque con las fuerzas armadas venezolanas y ello por una simple razón (y aquí, una vez más, vemos como se perfila el torpe pensamiento político norteamericano): a pesar de su sin duda gran experiencia, el ejército colombiano está acostumbrado a luchar con narcotraficantes, con guerrilleros, eventualmente con paramilitares, pero no con ejércitos populares como el de Venezuela. El pensamiento norteamericano se aplica a enfrentamientos de tipo diferente, esto es, cuando todo se reduce a una posesión de armamento, que es lo que pasa cuando se enfrentan dos ejércitos de mercenarios. Pero las milicias venezolanas son otra cosa. Y hay un tercer factor: en la frontera entre esos dos países: ¿qué ciudadanos están en qué país: colombianos en Venezuela o venezolanos en Colombia? La respuesta es obvia: quienes huyen son las personas que aspiran a escapar de una situación en la que quienes de hecho gobiernan son narcotraficantes, paramilitares, extorsionadores de toda clase, policías corruptos, etc. (hablo de esa zona de Colombia, no del país en su conjunto). Y ¿a dónde va esa gente as tratar de vivir en paz? A Venezuela. Pero además, Maduro ya dijo que se encuentra con el presidente de Colombia “cuando quiera y donde quiera” para resolver el conflicto. La iniciativa de paz, por lo tanto, se le debe a él. De ahí que, por diversas razones, una guerra entre esos dos países tendría serias repercusiones negativas internas en Colombia. A Colombia el enfrentamiento con Venezuela no le conviene y el presidente Santos lo sabe. Pero la presión debe ser muy fuerte.
Regresemos a nuestro héroe político de América del Sur. Contrariamente a los presidentes no populistas, Maduro es un presidente que informa a su población sobre los problemas del país. Yo creo que vale la pena preguntarse: ¿nos gustaría a nosotros, los mexicanos, que nuestro presidente, independientemente de quién fuera, le dedicara unos 15 minutos diarios a explicarle a la población por qué se desató la inflación, por qué no se puede acabar con la mafia que se roba la gasolina de los conductos de Pemex, por qué hay nuevas infecciones causadas por mosquitos en medio México, por qué se permite que las compañías mineras canadienses sigan envenenando la flora y la fauna del país, por qué México no envía una protesta diplomática por los insultos y ofensas del candidato republicano Donald Trump, etc., etc.? Yo creo que la gente recibiría con gusto esa información. Pero claro: para ello, no hay que tener problemas de esposas criticables, colaboradores sospechosos de toda clase de delitos, etc., y entonces el asunto ya no es viable y lo que queda es criticar a quien sí puede hacerlo. Por ello y a pesar de los problemas, totalmente artificiales algunos de ellos, y de la campaña en su contra, Maduro sí puede darle información a su pueblo, abrirle los ojos sobre las complejidades de la política y se expresa en un lenguaje coloquial, comprensible para todos. En sus alocuciones se explican las medidas que toma el gobierno. ¿No es eso verdadera democracia? Dedicarse a señalar que Maduro no es un literato y que no se expresa como miembro de la real academia de la lengua, que haya cometido algunos errores al hablar ¿qué importancia puede tener?¿Quién se fija en eso y cuáles son sus criterios de selección, porque fijarse en la forma es deliberadamente olvidarse del contenido y, por otra parte, no era Bush Jr. punto menos que analfabeta y no hay libros enteros dedicados a su cantinflismo? Si las pifias de Bush pasan, ¿por qué el lenguaje coloquial de Maduro habría de ser criticable o risible?
Admito que admiro a Maduro y que me gusta su personalidad. Él no es un político de salón y por lo tanto dice lo que su programa, la situación y su temperamento le indican que diga. Cuando hay que denunciar a gente con nombre y apellido, lo hace; cuando hay que responder a un agravio o a un insulto, lo hace; cuando una decisión es, aparte de agresiva, injustificada, Maduro explota, como cuando califica a Obama de “loco” por haber elevado a Venezuela al status de país peligroso para los intereses e integridad de los Estados Unidos. Eso es casi una declaración de guerra. El problema para los norteamericanos es que en lugar de sentirse amedrentado, Maduro explota y hace pública su indignación, con la cual hace partícipe de ella a su público. Nicolás Maduro es en cierto sentido una sorpresa política, pero en otro, dada la forma de pensar en política de los norteamericanos, es de esperarse que constantemente surjan políticos así. Maduro es un político del pueblo. No queda más que quererlo y apoyarlo.
Que merecido artículo para ese gran heredero de Hugo Chávez, y por otro lado la utilidad de describirnos el papel que juega Estados Unidos en toda esta guerra sucia contra Venezuela y demás países. Como nos hace falta en México ese tipo de políticos comprometidos por un bienestar para sus ciudadanos. Ayer también en la Jonada escribió Rafael Ramírez representante de Venezuela ante la ONU, escribió sobre como la apertura socava el control sobre los recursos”. Pero aquí en México parecemos autistas, pero bien dicen que las crisis provocan grandes cambios”, espero que México tenga la oportunidad de intentar un cambio de sistema. Y pienso que tus columnas deben estar publicadas en medios masivos pero bueno por ahora este medio es muy impotante