El Rostro del Gobierno

Cuenta la leyenda, o más concretamente: cuenta Diógenes Laercio en su célebre obra Vidas, Opiniones y Sentencias de los Filósofos más Ilustres, que para refutar a un filósofo de su tiempo que negaba que el movimiento fuera posible, Diógenes, el cínico, se levantó y se puso a caminar frente a él. No es improbable que de dicha escena haya surgido la bien conocida frase “El movimiento se demuestra andando”. La situación de esta anécdota es muy parecida a la de una discusión que tuvo lugar en el “Club Moral” de la Universidad de Cambridge unos 24 siglos después y en la que el protagonista fue el filósofo inglés G. E. Moore. Éste, para refutar a quienes negaban que el conocimiento del mundo externo es posible, durante su conferencia levantó su mano y apuntando a ella dijo: ‘aquí hay una mano’ e hizo lo mismo con la otra a partir de lo cual infirió que sabía que tenía manos y, a través de una cierta cadena argumentativa, que la posición del escéptico, esto es, de quien niega que el conocimiento humano es posible, es inválida. Si tanto en el caso de Diógenes como en el de Moore lo que ellos hacen (uno caminar, el otro levantar una mano) constituye una refutación de tesis filosóficas (el movimiento es imposible, el conocimiento del mundo externo es imposible) o no es asunto de debate. No quisiera, sin embargo, dejar de señalar que si bien las tesis filosóficas en última instancia son totalmente absurdas, no sólo no es fácil refutarlas sino que se llega a ellas por medio de argumentos a la vez alambicados y sumamente ingeniosos. Como dije, no forma parte de mis propósitos discutir el tema, pero lo que sí quisiera hacer sería aprovechar las anécdotas para extraer de ellas una moraleja importante que se puede aplicar fructíferamente en otro contexto, i.e., uno actual y no filosófico. Así, pues, yo quisiera intentar razonar como Diógenes y como Moore sólo que con otro fin en mente. Mi objetivo es más bien, a través de una descripción de su desempeño, descubrir qué clase de gobierno tenemos. O sea, lo que no quiero es formarme un cuadro de él tomando como plataforma el discurso político, lo que se dice, sino lo que casi (por así decirlo) silenciosamente se hace. A mí me parece que estamos ya frente a un mosaico de hechos que expresan de manera inequívoca cuál es el verdadero perfil de este gobierno y eso es algo que hay que hacer explícito. Ello es importante, porque es sólo si se comprende cabalmente la naturaleza del actual gobierno que podremos tener expectativas realistas acerca de lo que podemos y no podemos, deberíamos y no deberíamos esperar. La clave es dejarnos guiar por los actos de gobierno, no por la ideología.

Ahora bien, lo primero que habría que señalar es que una característica fundamental del actual gobierno es que es un gobierno de cambio, un gobierno que contrasta de manera notoria y profunda con los anteriores, por lo que si queremos captar su naturaleza lo primero que tendremos que hacer es pintarnos un cuadro, aunque sea a grandes brochazos y un tanto burdo, del modo como los gobernantes priistas y panistas nos obligaron a vivir durante más de 30 años y de la situación en la que finalmente dejaron al país. Creo que los mexicanos estaríamos en general de acuerdo con la idea de que la característica fundamental de los gobiernos priistas y panistas, concretamente de la cadena de gobiernos que se inicia con Carlos Salinas de Gortari y que culmina con Enrique Peña Nieto, es (por haberse tratado de gobiernos esencialmente corruptos y anti-nacionalistas) la de haber sistemáticamente destruido la estructura institucional del país. En efecto, después de la tenebrosa era “Salinas-Peña” México quedó prácticamente lisiado desde un punto de vista institucional: no funcionan los servicios de salud, el sistema educativo está destrozado, la moral pública fue prostituida, se instauraron los más odiosos mecanismos para el manejo del presupuesto, se implantaron escandalosas políticas privatizadoras de bienes públicos, políticas desde luego contrarias a los genuinos intereses de la nación, el poder judicial se pudrió casi por completo, se saqueó el país más o menos como si estuviéramos en la época de la conquista sólo que de manera computarizada, etc. Dicho de la manera más general posible, se “privatizó” el Estado para beneficio de unos cuantos grupúsculos que tenían acceso al poder. ¿Cómo se logró semejante hazaña? La clave para entender ese proceso, la columna vertebral de todos esos gobiernos consistió en corromper al país y a su población en todos los sentidos y en todos los contextos. Prácticamente, México dejó de ser un Estado de derecho para convertirse en un país con leyes que se aplicaban cuando se quería, como se quería, dependiendo de quiénes fueran los involucrados y en el que absolutamente todo era objeto de compra y venta: plazas, licitaciones, juicios, playas, minas, recursos naturales, explotación brutal de la población, etc. El resultado neto de todo ese proceso fue que al final del gobierno de Peña Nieto México se encontró en una encrucijada: estábamos en el umbral de la guerra civil, de manera que si hubiera ganado cualquiera de los candidatos del PRI o del PAN (el de este último, dicho sea de paso, o sea, Ricardo Anaya, un auténtico vomitivo humano), “políticos” improvisados, anti-mexicanos e ineptos pero eso sí: expertos en corrupción habrían tomado las riendas del gobierno y en este momento estaríamos hundidos en un conflicto social de amplio espectro y de alta intensidad; o bien se optaba por un cambio, sin que se especificara mayormente la clase de cambio que se podría realizar. Afortunadamente y como guiado por un instinto de conservación el pueblo de México reaccionó y ganó el Lic. López Obrador. Con él del brazo se ganaron también el Senado y la Cámara de Diputados. Esto se logró gracias en gran medida al carisma del candidato de MORENA, a su lenguaje llano pero que tocaba fibras sensibles de la gente, y también al hecho de que el pueblo de México estaba ya agotado, harto y a punto de explotar. Fue gracias a que junto con la presidencia se ganaron las cámaras que el actual presidente puede hoy en día gobernar, porque si las cámaras hubieran quedado en manos de la oposición ésta hubiera sistemáticamente bloqueado toda reforma, independientemente de cuán benéfica fuera para el país. El presidente habría tenido que gobernar a base de decretos y la situación sería mucho más complicada de lo que es hoy.

Naturalmente y como era casi obligado que pasara, el nuevo gobierno llegó envuelto en una retórica no revolucionaria, pero sí reivindicatoria. Y esto generó en múltiples grupos de ciudadanos que lo apoyaron muy variadas esperanzas. Hay desde quien vio en el Lic. López Obrador simplemente a la persona que le aseguraba que recibiría a tiempo su modesta pensión o su beca hasta quien lo vio como el descendiente político del Che Guevara. Ambos extremos son palpablemente errados. Tenemos entonces que intentar dilucidar qué clase de gobierno realmente tenemos aquí y ahora y para ello queremos atenernos no a la inevitable demagogia politiquera sino a los hechos, a las decisiones. Y queremos saber esto porque queremos tener una idea clara de en qué dirección se mueve el gobierno y cuáles son sus límites naturales. Sin embargo, para poder responder a estas inquietudes habrá que hacer algunos recordatorios básicos y algunas enmiendas.

Es parte esencial del discurso oficial el presentar a este gobierno como el gobierno de la “cuarta Transformación”. Confieso que a mí no me salen las cuentas y, operando con las mismas categorías, yo presentaría a este gobierno de otra manera. Revisemos rápidamente los datos. Estamos de acuerdo en que la primera transformación se logró con la independencia frente a los usurpadores españoles, esto es, cuando México dejó de ser la Nueva España. Podemos aceptar también que la segunda transformación fue la que tiene como emblema al gran presidente Don Benito Juárez. Es con él realmente que México adquiere una identidad reconocible. También podríamos aceptar que con la Revolución Mexicana se habría materializado una tercera gran transformación del país. ¿Quién podría negar que en efecto así fue? El problema es que entre la Tercera Transformación y el cambio que encarna el gobierno actual nuestro país sufrió una transformación especial, peculiarmente dañina, una (por así llamarla) ‘anti-transformación’ o, quizá mejor, una ‘retro- transformación’. Esta que habría sido la Cuarta Transformación se declaró (en el sentido en el que decimos que se declara, por ejemplo, la varicela que hasta entonces se ha venido incubando) cuando los más saludables efectos o consecuencias de la Revolución Mexicana se debilitaron y empezaron a ser puestos en cuestión, cuando se inició en forma descarada la política de la desnacionalización en gran escala, cuando la política se convirtió en la profesión del auto-enriquecimiento ilícito, en la práctica del saqueo de la riqueza nacional, etc., y que coincide precisamente con el detestable periodo “Salinas-Peña”. Cabe preguntar: ¿en qué consistió dicha retro-transformación?¿Cuál es su peculiaridad, su marca registrada? Ya lo dijimos: la cancerización de la institucionalidad nacional, en todos los niveles y en todos los contextos. Lo que durante esos 5 sexenios (Salinas-Zedillo-Fox-Calderón-Peña) se hizo fue literalmente arruinar a la nación, abandonar a su suerte a millones de mexicanos (quiero decir a niños, mujeres y hombres), inocular a la población con inmoralidad y pudrir el entramado institucional del país de manera que éste se convirtió en un país en donde habrían de reinar la impunidad, el latrocinio, la pauperización global, la inseguridad, etc. Ese es el legado, que por ningún motivo debemos olvidar, del priismo y del panismo y es justamente en contra de ese legado que se define en primer término el gobierno del Lic. López Obrador. Pero si esto es así, entonces lo que estamos viviendo no es propiamente hablando una “transformación”. Si lo que hemos dicho no es desacertado, entonces el actual gobierno es ante todo el gobierno de la reconstrucción nacional y ello en todos los sentidos de la palabra. Y se sigue de lo que he afirmado que la clave para la reconstrucción es la lucha contra la corrupción. Esa lucha representa o encarna el sentido último de este gobierno, puesto que acabar con la corrupción es permitir que México florezca. Acabar con la corrupción, sin embargo, no es una tarea fácil de acometer y hay condiciones que se tienen que satisfacer para que pueda llevarse a cabo con éxito, inclusive si dichas condiciones entran en conflicto, aparente o real, con el lenguaje político ahora imperante.

Así, pues, y en concordancia con lo que afirmamos al inicio, la mejor forma de conocer el verdadero rostro de este gobierno es examinando sus acciones y reacciones, no su retórica. Y en este punto hay que distinguir entre las acciones generadas por un proyecto adoptado desde hace ya mucho tiempo y las reacciones provocadas por el choque con la realidad. Yo pienso que, después de medio año de haber entrado en acción, este gobierno tuvo ya los suficientes encontronazos con el mundo real de manera que sus reacciones y posicionamientos revelan de manera inequívoca su naturaleza última. Ha sido a través de choques con los hechos del mundo que el gobierno ha venido delineando su perfil y ahora lo tenemos frente a nosotros tal como realmente es. Es muy importante determinar cómo se relacionan la política gubernamental real con la ideología enarbolada, con los mensajes políticos gracias a los cuales se llegó al poder y con la imagen que la gente muy probablemente se formó de cómo sería y qué representaría el nuevo gobierno porque, hay que decirlo, es altamente probable que, una vez desglosados los hechos, se sufran fuertes desilusiones. Intentemos explicar esto.

Es evidente que el primer gran duchazo de agua fría para este gobierno, la primera gran sacudida que le puso los pies en la tierra se produjo cuando se tomó conciencia de que simplemente es imposible hacer funcionar este país si el gobierno está en pugna permanente con las cúpulas empresariales y con quienes manejan los grandes capitales nacionales. Afortunadamente, también los grupos económicamente poderosos entendieron que estar todo el tiempo hostigando al gobierno y dificultando sus acciones podría muy pronto llevar a una situación de peligro y de potencial desastre para ellos mismos. Se entendió entonces que una cosa es la confrontación ideológica, sobre todo en periodos electorales, y otra el manejo de los aparatos de Estado, la gobernanza cotidiana, el funcionamiento económico de la sociedad. Ahora bien, esto no significa que el gobierno haya claudicado ideológicamente, ni tendría por qué hacerlo, pero lo que sí es claro es que, si lo que se quería era que el país se pusiera en marcha, la relación entre el gobierno y los representantes de los grandes grupos económicos mexicanos tenía que cambiar. Y la mejor prueba de que ello fue precisamente lo que se produjo es el acuerdo firmado la semana pasada entre el gobierno y las cúpulas empresariales. Lo que se firmó equivale no sólo a un pacto de no agresión, sino a un pacto de cooperación y mutuo apoyo. Y eso no está mal ni es anti-nacional: el gobierno le garantiza a los inversionistas (mexicanos y extranjeros) la estabilidad jurídica que ellos requieren y los empresarios garantizan las inversiones en el país, con lo cual se le da solidez al mercado de trabajo, se refuerza la moneda, se apoyan las exportaciones, etc. Eso es ciertamente algo que le conviene a las dos partes del convenio y, por consiguiente, a la población en su conjunto. Lo que sí tendría que quedarles perfectamente claro a los empresarios es que también ellos tienen que participar en la gran faena nacional que es la lucha contra la corrupción, el objetivo supremo de la política del actual gobierno. Si los empresarios nulifican, boicotean, critican, bloquean la lucha del gobierno en contra de la corrupción, si aspiran de nuevo a gozar de privilegios injustificados, a incurrir en prácticas ilícitas para obtener ganancias ilegítimas, etc., entonces no le quedan más que dos posibilidades a este gobierno: o cede y entonces el gran proyecto de reconstrucción queda anulado o se radicaliza y entonces empezaría lo que podríamos llamar la ‘Sexta Transformación’. Sinceramente, no creo que los dirigentes en el mundo empresarial sean tan miopes políticamente hablando como para forzar al gobierno a que se encamine por esta segunda vía.

Un segundo frentazo con la realidad padecido por este gobierno y que nos hace entender cómo se configura lo constituyó el primer enfrentamiento serio con la administración Trump, esto es, el concerniente a las olas de inmigrantes centroamericanos (éstos no son los únicos migrantes, pero sí el grupo más importante). Después de discusiones serias con el staff político norteamericano, yo diría que ya le quedó claro tanto al presidente como a los miembros de su gabinete que no se puede lidiar con la administración norteamericana a base de frasecitas vacuas de tipo “paz y amor”, “no queremos problemas ni conflictos”, abrazándonos de los hombros, declarando a derecha e izquierda que queremos ser buenos vecinos, etc., y que con el gobierno americano no va a ser posible hacer política a la mexicana, esto es, manteniéndose en el auto-engaño, tratando de tomarle el pelo al adversario, jugando a hacer tiempo y practicando el gatopardismo. El presidente D. Trump explícitamente les espetó que para ellos la política no es un asunto de mera verborrea (¿acaso no es Fox el prototipo del presidente verborreico?), de palabrería inútil, sino de toma de decisiones y que no están jugando. Eso tuvo que haberles abierto los ojos a los mexicanos en un sentido muy preciso: si el actual gobierno pensaba que podía tranquilamente desarrollar la política que tenía más o menos diseñada dado que a final de cuentas se trataría de una política interna y para consumo nacional, sin inmiscuirse en los asuntos de otros países, etc., de seguro que el drama de los indocumentados (recurriendo a una bien conocida frase de I. Kant) ya los “despertó de su sueño dogmático”. Yo creo que ya quedó claro para todos que los Estados Unidos son un factor a tomar en cuenta en lo que concierne a la política interna de México. Simplemente no se les puede ignorar ni para aplicar las leyes, ni para modificar la constitución. El problema es que aquí ya no hay un pacto posible (inclusive si hay acuerdos). Aquí lo que se necesita, por lo tanto, es re-pensar radicalmente la política frente a los vecinos del norte de modo que la nueva política exterior de México contraste marcadamente con la política exterior de los gobiernos de la era de la corrupción. Así como el sentido de realidad llevó al gobierno a pactar con la clase pudiente a cambio de que se sume a una lucha frontal en contra de la corrupción, el mismo sentido de realidad tendría que llevar a este gobierno a delinear una nueva política de dignidad, de defensa de nuestra autonomía frente al Estado norteamericano, de soberanía nacional. Aquí no es la corrupción lo que está en juego (o no sólo ella), sino valores primordiales como la independencia y la seguridad nacionales, el futuro del país, valores y principios que los gobiernos podridos de antaño arrojaron al cesto de la basura. Dado que por lo menos desde Miguel de la Madrid, los gobiernos panistas y priistas nos acostumbraron a que la actitud correcta era la de postrarse de manera abyecta y deshonrosa frente a los USA, el nuevo gobierno tiene que mostrar que puede implementar una política exterior notoriamente diferente deslindándose de la actitud servil y humillante de los gobiernos pasados. Al igual que en relación con la política interna, se tiene que dar un cambio radical en lo que a política externa atañe.

Si lo que hemos dicho es correcto, entonces son dos los ejes primordiales, esenciales o definitorios del actual gobierno: la lucha contra la corrupción y la lucha por la autonomía frente a los Estados Unidos. Es mucho. La lucha contra la corrupción es la columna vertebral de este gobierno, pero también es algo que a mediano y a largo plazo le conviene a todos. Sin duda alguna, si el gobierno del Lic. López Obrador logra su cometido y alcanza sus metas se vivirá en México desde un punto de vista material mucho mejor, en una sociedad un poquito más justa y eso es un objetivo inatacable. El otro eje es la liberación frente a la política imperialista de los Estados Unidos tal como la practican ellos en relación con México. Aquí de lo que se trata es de recuperar el honor, el respeto por parte de los gobiernos de otros países y sobre todo de las administraciones norteamericanas, acostumbradas a tratar a los mexicanos como criados, que fue como los gobernantes priistas y panistas permitieron que se nos tratara. ¿Alguien podría estar en contra de la política del actual gobierno? En todo caso ningún mexicano consciente políticamente.

Lo anterior, sin embargo, tiene una consecuencia que para más de uno podría resultar un tanto decepcionante. Se sigue de lo que hemos dicho que este gobierno nunca pretendió ser, no es ni será un gobierno socialista. Este gobierno no está interesado en modificar las leyes de propiedad, en redistribuir la riqueza de otro modo que no sea jugando con las finanzas y los impuestos, en implantar una nueva reforma agraria, etc. Un gobierno socialista sólo podría venir como consecuencia de la ruptura frontal y radical con los sectores económicamente fuertes y porque éstos hubieran fallado a su palabra (o a su firma). Por ahora, lo que es importante es entender qué se requiere para que el actual gobierno se mantenga dentro del marco político real y para que no traspase sus propios límites, lo cual podría suceder si alguna de las partes no cumple con lo que le corresponde.

Para que la política del gobierno tenga probabilidades de éxito, el presidente tiene que dar muestras de haber asimilado las lecciones de la historia y de la teoría política. Yo pienso que tiene ante sí dos tareas inmediatas cruciales. Por un lado, le guste o no al gobierno y a los hipócritas de siempre, se tiene que reconocer que el pueblo necesita y tiene derecho a ciertas satisfacciones de carácter político. Para no divagar: el pueblo quiere ver a pillos y maleantes de cuello blanco efectivamente castigados, metidos a la cárcel, condenados a muchos años de prisión y con sus mal habidas propiedades expropiadas. Esa es una lección maquiavélica que sólo los neófitos podrían pretender ignorar. No se trata en este caso de usar gente, puesto que ello no se necesita: el país está plagado de malandrines de alto nivel. Hay que cumplir con esa labor política. Urge! Y, en segundo lugar, y esta lucha será sin duda alguna el hueso más duro de roer para el actual gobierno, se tiene que higienizar, desinfectar el poder judicial. Ese es el gran reducto de la reacción, el gran nicho oficial de la corrupción. Si no se logra destituir, meter a la cárcel, inhabilitar a muchos de los jueces venales, corruptos, vendidos, comprables, negociantes de la justicia que pululan en el país, la gran Quinta Transformación que estamos viviendo pasará a la historia como un corto periodo de breves convulsiones sociales e ilusiones pasajeras.

2 comments

  1. MARIA ELENA says:

    Profunda e histórica revision histórica para entender , como es que llegamos a lo que el autor llama ” el gobierno de la reestructuración nacional ” , y en el cual la mayoría de los mexicanos estamos expectantes de la transformación paulatina que se ira dando. Excelente Artículo para entender el México de nuestros días.

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