Ahora que, después de haberla abandonado durante un año, decidí retomar mi práctica de escribir al menos un artículo por semana sobre temas de interés general, necesito empezar por confesar que reinicio mi labor con sentimientos encontrados porque, por una parte, estoy contento por volver a poner por escrito algunas reflexiones personales pero, por la otra, reconozco que justo mi tema de hoy lo constituye un libro que me resultó, de principio a fin, un auténtico vomitivo! Podría pensarse que hay que ser muy perverso para dedicarle tiempo y atención a algo que nos resulta desagradable. Mi justificación es que el tema es importante y que es mi deber ocuparme de él, independientemente de la reacción que suscite en mí el material considerado. El libro en cuestión no es muy reciente y lo adquirí en Buenos Aires durante mi última estancia en dicha ciudad, una ciudad en la que, a diferencia de lo que pasa aquí en el Distrito Federal, el libro es una mercancía muy apreciada, lo cual explica por qué tienen allá la cantidad de librerías que tienen y por qué en México no pasa de haber una cuantas y muy mediocres. El texto que me propongo comentar, como dije, no es muy reciente, pero su traducción al español sí lo es y ello me alentó a examinarlo. Se intitula ‘Jesús de Nazaret’ y pretende ser una “reconstrucción racional” de la vida de Jesús o, siendo un poco más precisos, de algunos grandes momentos de su vida y, desde luego, de La Pasión. Así, pues, creo que el tema simplemente basta para reivindicarme por tomar como objeto de análisis el libro mencionado.
Uno pensaría que, independientemente de si se le considera histórico o ficticio, escribir sobre un personaje de la talla de Jesús, un sujeto (por así decirlo) consagrado ya históricamente, constituye un reto intelectual de primer orden y, por consiguiente, quien se atreve a hacerlo tiene que estar consciente de que tiene que salir con algo realmente novedoso, original y aclaratorio. Meras paráfrasis de textos clásicos, plagios velados, repeticiones de lo que todo mundo ya sabe automáticamente descalifican al autor y a su producto. Algo, pienso yo, hay de esto en este caso, pero antes de presentar y examinar el contenido del libro quisiera decir unas cuantas palabras sobre su autor, porque me parece que ello puede ayudar a comprender mejor la evaluación que yo haga del texto.
El autor del libro del que me ocupo no es ni un completo desconocido ni un erudito de biblioteca. Es un holandés de nombre ‘Paul Verhoeven’ y es un relativamente bien conocido director de cine. Entre sus trabajos más famosos como director están Robocop y Show Girls, así como su más reciente “creación”, Elle, una película cuyo tema central es una violación. Verhoeven llegó al cine después de haber trabajado en televisión y de haber hecho la carrera de física. Formación científica la tiene, no así humanística. ¿Cómo entonces es que llegó al tema de Cristo? Lo que pasó es que durante su estancia de 10 años en Hollywood participó durante algún tiempo en el “Seminario Jesús” (Jesus Seminar), como parte de las actividades del Westar Institute, una organización supuestamente dedicada al estudio de la historia y las tradiciones cristianas (o, lo que parece más probable, a su desmantelamiento y destrucción). Pero ¿cómo es que un sujeto que se ha solazado a través de sus películas en la violencia y en la pornografía de pronto se interesa por el pacifista más grande de todos los tiempos y por quien el Fénix de los Ingenios presentara como sigue:
¡Qué vergüenza le daría
al Cordero santo en verse,
siendo tan honesto y casto,
desnudo entre tanta gente!?
¿Qué tiene que ver un especialista en perversiones sexuales con un ser como el descrito en el verso y que, por si fuera poco, es uno de los pilares de la civilización occidental? Lo menos que podemos decir es que de entrada se trata de personajes que son como antípodas y que se mueven en direcciones opuestas. Esto, sin embargo, no es más que el inicio.
El punto de partida de Verhoeven lo constituye la tesis central del grupo del cual él formó parte durante algún tiempo y es la siguiente:
haya sido quien haya sido y haya sucedido lo que haya sucedido, los Evangelios sólo pueden hablar de lo que de hecho pasó en el mundo natural. En otras palabras, para comprender al “verdadero Jesús” se le tiene que ubicar en el marco del espacio-tiempo, verlo como un ser humano que actuaba en su contexto natural, la sociedad judía en tiempos de Tiberio. Esto equivale a la adopción de un “naturalismo” radical y la primera implicación de dicho naturalismo es, obviamente, el rechazo de toda clase de milagros y, muy especialmente, de la resurrección. Todo eso queda descartado si aceptamos una visión naturalista del mundo y con ella enfocamos el fenómeno “Jesús”. Esto que acabo de enunciar es la plataforma fundamental de la “interpretación” de Verhoeven. Lo crucial es lo que éste elabora sobre ella y que es en lo que se supone que consiste su “aportación” a la cristología. Así, lo que sin duda todos quieren preguntarse entonces es: habiéndonos puesto los anteojos naturalistas: ¿cómo entonces se leen los Evangelios? Podemos adivinar que el resultado va a ser no sólo radicalmente diferente del cuadro universalmente aceptado de Jesús de Nazaret, sino un cuadro en última instancia grotesco de este último. ¿Qué o cómo era Jesús desde la perspectiva naturalista de Verhoeven? Se trata de un individuo que (por lo menos hasta su conversión espiritual) no rechazaba la violencia como una opción, a quien le gustaba departir y beber, que frecuentaba prostitutas, se dedicaba a efectuar exorcismos, un individuo un tanto desequilibrado mentalmente a quien sus familiares iban a buscar para llevarlo de regreso a su casa y líder de gente descontenta con la dominación romana a quienes no obstante defraudó, puesto que se rehusó a ser el líder de la insurrección en contra de los romanos y de los colaboracionistas judíos, la casta sacerdotal. Aparentemente, Jesús estaba convencido de que el Reino de Dios, una situación de justicia universal impuesta por el Todopoderoso, estaba por producirse y era él quien anunciaba la “buena nueva”. Ahora bien, dicho evento nunca sucedió y lo que pasó es que los evangelistas modificaron su mensaje, que quedó refutado en la experiencia, por el de la resurrección, que obviamente el enfoque naturalista descarta como posible. En manos de Verhoeven, es el relato de la vida de Jesús en su conjunto lo que cambia: no hubo ninguna “última cena”, lo que a Jesús se le atribuye haber dicho en esa ocasión es algo que él dijo en otro momento y con otros objetivos en mente, su actuación en el Templo no tuvo lugar cuando los evangelistas afirman que sucedió y así sucesivamente. Judas, por ejemplo, no fue ningún traidor, sino un “discípulo” que se decepcionó de las promesas de Jesús y que, después de la muerte de éste oficialmente se convirtió en un renegado, pero el traidor era otra persona, un típico “agent provocateur” que trabajaba para las autoridades, “judías o romanas”, algo sobre lo cual Verhoeven cómodamente nos deja en la incertidumbre (p. 256). El resultado de las invenciones de los evangelistas fue simple: “El discípulo renegado y el traidor (sea quien fuere) se fundieron en una única figura, que conservaba el nombre del renegado, Judas Iscariote” (p. 253). Independientemente de cuán repelente pueda resultarle a alguien la historieta narrada por Verhoeven, hay que señalar que da la impresión de ser el trabajo de un erudito, puesto que viene apoyada en un impresionante número de citas de los distintos Evangelios, los apócrifos incluidos. Esto hace pensar que en realidad es el coautor (Rob van Scheers) quien suministra el apoyo bibliográfico y que es Verhoeven quien elabora el cuadro de Jesús que se pretende poner en circulación.
Antes de examinar críticamente la propuesta del cineasta venido a historiador y “humanista” (permitiéndome aprovechar la elasticidad de los conceptos), quisiera muy rápidamente dar un ejemplo de reconstrucción “a la Verhoeven” (“naturalista”) de un pasaje importante de los Evangelios, a saber, el milagro de los peces. Por definición, ya lo sabemos, la idea misma de acción milagrosa es rechazada por el enfoque naturalista del Verhoeven. Como este mismo dice: “Ese ‘milagro’ es imposible. Jesús nunca convirtió cinco panes en cientos, no es Harry Potter. Además, todo el relato está tomado del Antiguo Testamento, más precisamente de 2 Reyes 4: 42-44” (p. 143). ¿Cómo se explica entonces el suceso, que ciertamente tuvo lugar, en el que se alimenta por lo menos a 500 personas? Verhoeven, dicho sea de paso, rechaza que hayan sido 5000: “Es verosímil que una gran multitud (cinco mil es una cifra hiperbólica, quinientos me parece más probable) haya sido alimentada con peces en la estepa, a la orilla del mar. Al menos cuatro de los discípulos de Jesús eran pescadores: Pedro, Andrés, Juan y Jacobo; los últimos dos, incluso, tenían una pequeña pescadería” (p. 145). Según Verhoeven, entonces, lo que pasó fue simplemente que una multitud, enardecida por la ejecución del Bautista, y un “predicador carismático” que auguraba la llegada del “Reino de Dios”, se reúnen en un lugar aislado para expresar su enojo y planear una sublevación. Pero ¿cómo se alimentaron todos esos potenciales guerrilleros? La resolución naturalista es clara: “Creo que los pescadores, en un gesto de solidaridad con Pedro, Andrés, Jacobo y Juan, arrojaron sus redes para alimentar a la población con su pesca.” (p. 145). Más claro y sencillo imposible.
Como es natural, no puedo examinar detalladamente en unas cuantas páginas el contenido de este libro y ello no sólo por su temática (ni más ni menos que la vida de Jesús y la doctrina cristiana), sino también porque habría que discutir prácticamente todo lo que el autor afirma. Para decirlo rápidamente: no hay una página en la que no detectemos una calumnia, una burla, un insulto (por lo menos a la inteligencia), una mentira, una incongruencia, una pseudo-explicación, una aseveración fuera de lugar. No me queda, por consiguiente, más que abordar el contenido del libro de la manera más abstracta posible. Quisiera entonces llamar la atención sobre varios puntos.
a) Naturalismo y religión. A mí, debo decirlo, pocas cosas me parecen tan ridículas como la de pretender interpretar un texto sagrado desde la perspectiva de la ciencia contemporánea, independientemente de qué ciencia se trate. Eso es tan absurdo como la inversa: pretender interpretar la ciencia desde un punto de vista religioso. Si alguien es un creyente genuino y acepta un determinado mensaje religioso ya no tiene nada más qué buscar o qué demostrar. La ciencia es irrelevante. El creyente acepta su texto sagrado tal cual, es decir, como se le acepta en la tradición a la que funda y a la que él pertenece. Para quien hace suyo el mensaje de Cristo la discusión acerca de su “verdad histórica”, del “verdadero Jesús”, etc., no tiene ni sentido ni interés y desde luego que no es relevante para eso que se convirtió en “su verdad”.
b) Naturalismo y congruencia. Es cierto que el escrito de Verhoeven está dedicado a Jesús de Nazaret, pero hasta un niño percibe que toda su descalificación naturalista tiene implicaciones obvias que él podría al menos haber mencionado. Yo puedo estar de acuerdo en que si un milagro es una excepción a una ley natural, entonces no hay milagros pero entonces, en aras de la coherencia, habría que sostener que los relatos en los que se nos habla de que las aguas del Mar Rojo se abrieron para dejar a un grupo humano, de la caída de los muros de Jericó y todos los supuestos sucesos maravillosos (casi todos de corte nacionalista y guerrero) en los que Jehová interviene también requieren de una “interpretación naturalista”. ¿Por qué el naturalismo nada más se le aplica la Nuevo Testamento? Hay aquí un desequilibrio demasiado ostensible como para no percibirlo. Ello naturalmente da qué pensar respecto a las motivaciones ocultas del autor.
c) Autoridad moral del autor. ¿Quién es Paul Verhoeven y cómo es que se atreve a escribir un texto tan obviamente lleno de deformaciones históricas y de transgresiones de muy variada índole (desde luego morales, pero también científicas; sobre esto digo algo más abajo) sobre un personaje, real o ficticio, que sirvió y sigue fungiendo como fundamento de toda una civilización, que estableció mejor que nadie nuestro espectro moral (la Regla de Oro), que enseñó a vernos los unos a los otros de un modo que era (y por lo visto sigue siendo) novedoso? Verhoeven es un obsesionado genital y sexual bien conocido, un cineasta nada sutil. ¿Cómo es que un sujeto así se permite vilipendiar lo que de hecho es nuestro paradigma moral último, supremo? A lo que Verhoeven aspira no es a “naturalizar” a Jesús, sino más bien a encontrar una manera de convertirlo en uno de sus descarnados personajes para llevarlo a la pantalla teniendo como “justificación” su “reconstrucción científica”.
d) Seriedad de tratamiento. Si algo no hay en el texto de Verhoeven es una genuina actitud científica. Debería quedar claro que simplemente dedicarse a jugar con lo que es lógicamente posible no es adoptar una óptica apropiada en historia. Los contextos son importantes y fijan límites a las descripciones y a las comparaciones. Por ejemplo, Verhoeven se inventa un Jesús que es ante todo un exorcista, pero es obvio que su noción de exorcista es la de la famosa película, o sea, es una noción actual. Él no dice ni que gente así proliferaba en aquellas tierras ni aclara que ser exorcista entonces no era exactamente lo mismo que ser exorcista ahora. Un exorcista ahora es un farsante que se aprovecha de la ignorancia de las personas; un exorcista de aquellos tiempos era, al menos parcialmente, un médico, porque la medicina como muchas otras cosas estaba ligada a las creencias escatológicas de la gente de aquellos lugares y de aquellos tiempos. Judea, Samaria y demás no eran territorios en donde se hubieran desarrollado la anatomía, la fisiología, la endocrinología, etc. La gente (los exorcistas) curaba apelando a las creencias universalmente aceptadas en su medio. Verhoeven abunda en descripciones que ante todo revelan incomprensión histórica. El resultado es que Jesús es pintado como como un estafador y además como particularmente repugnante, puesto que su tratamiento consistía, según él, en escupirle a los pacientes en los ojos y los oídos. Eso no es hacer historia, es deformar la historia. Por otra parte, es cierto que Verhoeven cita a diestra y siniestra a los evangelistas y a múltiples otros autores, antiguos y actuales (empezando por San Pablo), pero muy rápidamente se da uno cuenta de que los usa como le conviene y cuando le conviene. Muchas de sus citas (la mayoría) están desconectadas de sus contextos naturales. Eso es muy fácil de hacer, sólo que es un expediente declaradamente deformador y en última instancia inútil. Conclusión: el Jesús de Nazaret engendrado por Verhoeven es un fraude total: un engaño a sus contemporáneos y completamente inservible a nosotros, aquí y ahora. La pregunta que hay que hacerse es: ¿para qué redactar textos así, textos que no sólo son ofensivos sino que están destinados a ser relegados al olvido tan pronto son publicados?
Alguien podría objetar: pero de todos modos tiene que haber algo original y que valga la pena en este libro! Quizá no mucho, aparte del estilo decididamente irrespetuoso del autor. Señalar que hay contradicciones entre los Evangelios o examinar el papel histórico de cierto galileo de aquellos tiempos ciertamente no tiene nada de original. Creo, no obstante, que hay algunas sugerencias esparcidas por aquí y por allá dignas de ser ponderadas sólo que no pasan de ser curiosidades, comentarios en torno a un relato que permanece básicamente intacto. Desde mi punto de vista, sin duda alguna el tema más interesante (e importante) considerado en el libro es la transición que Verhoeven describe del Jesús revolucionario al Jesús religioso, por así decirlo, la transformación de Jesús en Cristo. Como era de esperarse, Verhoeven no tiene ni los elementos ni la capacidad para profundizar en el tema. Es esa muy especial experiencia mística que lleva a Jesús de la idea de “Reino de Dios” a la idea de sacrificio por todos (de tener que morir para que la causa triunfe) y de resurrección lo que me parece a la vez el tema más atractivo y decisivo del libro y que el autor no tiene ni idea de cómo explotar. Confirma que, por lo menos en general, los grandes hombres son seres que evolucionan, cuyos pensamientos se van transformando y con ellos ellos mismos. Qué evolución tan notable la de Jesús que lo lleva de luchador social a emancipador universal, de la idea de que hay que sacudirse a los parásitos que colaboran con los romanos (una idea meramente local) a la de que se triunfa sólo a través del perdón y del amor por quien le hace a uno daño. Qué lúcido y qué valiente tiene que ser un hombre para entregarse de esa manera a un ideal tan difícil de alcanzar. Y qué despreciable puede ser un sujeto que se expresa, como Paul Verhoeven lo hace, protegido por la atmósfera típicamente anti-cristina de Hollywood, de un individuo, ficticio o histórico, tan superior a él, a quien denigra y ridiculiza sin que siquiera le cruce por la mente el pensamiento de que ese hombre habría sido el primero (y muy probablemente el último) que lo habría perdonado.
Dos comentarios: i) Qué bueno es leer sus textos otra vez! Espero que continúe realizando sus agudas reflexiones, máxime en los agitados momentos que nos toca vivir.
ii) Coincido con usted y estoy de acuerdo en que el naturalismo no es un tema nuevo en las interpretaciones sobre los Evangelios, pero ciertamente es el camino que siguen los pseudoescépticos o pseudocientíficos (si me permite las expresiones). Antes al contrario, debemos entender que son meras metáforas, y sólo eso.