En la antigua Grecia de la época clásica, a la entrada del Templo de Apolo, en Delfos, a donde se asistía para recibir orientación y consejos, había dos inscripciones. La que aquí a mí me interesaría aprovechar era: Conócete a ti mismo. La “recomendación” es como una regla de oro: es obvio que quien realmente se conoce a sí mismo, quien aprendió a no auto-engañarse, está en principio habilitado para evitar muchos tropiezos y descalabros, muchas perturbaciones mentales y un sinfín de frustraciones. Ahora bien, algo interesante de tan atinado imperativo es que se puede imaginativamente extender su aplicación y pasar de individuos a pueblos. Lo que tendríamos entonces sería una directiva general cuyo contenido podríamos parafrasear de esta manera: es mejor para los pueblos conocerse con todos sus defectos, tal como efectivamente son, que auto-engañarse y adoptar la muy costosa política del fingimiento permanente y que finalmente desemboca sistemáticamente en un callejón sin salida. Así entendido, yo estaría totalmente de acuerdo con el precepto. El problema entonces es aplicarlo. Veamos a dónde nos conduce el intento.
Para poder producir soluciones hay que tener una idea clara de los problemas que se enfrentan. Conocernos a nosotros mismos es ante todo tener una visión clara de nuestra “esencia”. Pero ¿qué es conocer la esencia de algo? Hay muchas formas de responder a esa pregunta, pero para nuestros propósitos me parece que damos con la esencia de lo mexicano si encontramos elementos que sean comunes a todos los compatriotas (yo soy mexicano, y a mucho orgullo). Pero ¿hay efectivamente algo así? Es cuestionable. Consideremos, por ejemplo, la cocina. La cocina mexicana es de lo más variado y es simplemente falso que toda sea picosa. Tampoco tienen los mexicanos una única forma de vestirse: hay lugares en donde se usa sombrero, pero otros donde no; no todo mundo usa guayabera ni los jorongos son populares en todas las latitudes del país. Por lo tanto, tampoco la vestimenta nos daría algo “esencial” de los mexicanos. Si nos fijamos en las formas de hablar, lo que encontramos es más bien un mosaico de variedades y tonalidades del español antes que una única forma estándar de expresarnos. Y yo creo que podríamos seguir buscando elementos en común a la gente de Chihuahua, Yucatán y Colima, por mencionar algunos estados claramente dispares en términos humanos, culturales, históricos y demás, y nos costaría mucho enumerar, dejando de lado banalidades inservibles como la de que todos los habitantes de esos estados de la República son seres humanos, elementos en común. Y sin embargo, si persistimos en nuestro esfuerzo, me parece que podemos dar en el clavo y detectar por lo menos un elemento que sí permea a la sociedad mexicana de arriba abajo. ¿Cuál será ese? A mi modo de ver, salta a la vista. Me refiero al mal social por excelencia, presente no sólo en todos los estados sino en todos los estratos sociales: la corrupción. Aquí sí ya no importa de dónde se sea, en qué se trabaje, cuánto se gane: dejando de lado la historia, el lenguaje, las instituciones que nos rigen, la biología y cosas como esas, no cabe duda de que el cemento social de México en este periodo de su historia es la vida en la corrupción. Si ello es así, entonces el tema de la corrupción amerita al menos algunas reflexiones.
La corrupción mexicana es no sólo legendaria: es una corrupción hiperbólica. En México se ven afectados por la corrupción hasta los mecanismos diseñados para acabar con ella. La sociedad mexicana es como un organismo cuyos glóbulos blancos cada vez que detectaran una bacteria se acercaran a ella y en lugar de atacarla le abrieran el paso para facilitarle su acceso a los órganos. En México, de Baja California a Yucatán y de Tamaulipas a Chiapas, se vive en la cultura de la corrupción. Aquí sí ya llegamos a la esencia de la mexicanidad contemporánea.
Si quisiéramos hacer preguntas tontas, dado que lo que queremos es conocernos a nosotros mismos, preguntaríamos entonces algo como ‘¿qué es la corrupción?’. Nosotros desechamos esa estrategia. Mejor preguntemos: ¿de quién, bajo qué circunstancias decimos de alguien que es corrupto?¿Cómo identificamos al corrupto? La verdad es que yo debería cederle la palabra a los expertos, que naturalmente en nuestro país abundan, pero como me faltan los contactos y la confianza creo que por lo pronto, aunque tímidamente, podría apuntar a los siguientes rasgos de personalidad y de conducta para poder hablar de prácticas corruptas:
1) para empezar, hay que ser especialista en el manejo y la desviación de fondos del erario público. Esto es condición sine qua non para estar en posición de cometer fraudes fiscales en gran escala (aunque también sirve para malversaciones de menor nivel)
2) Se tiene que ser muy apto para saber utilizar la ley a fin de delinquir no sólo exitosamente, sino con elegancia. Hay siempre que poder decir en el momento oportuno algo como “Pero el reglamento en su sección x, parágrafo y dice que …”. Si para lo primero hay que tener nociones de economía, para esto hay que ser abogado.
3) Hay que saber ofrecer y vender, no necesariamente al mejor postor, el patrimonio y los bienes de la nación. Para esto hay que haber estudiado comercio o economía, por lo menos. Un corrupto que se respeta tiene que ser razonable y, por lo tanto, fácilmente comprable.
4) Es menester tener nociones de formación de grupos de poder y de actuación en pandilla. Es muy difícil en nuestros días actuar completamente solo, aunque hay aventureros que lo intentan. Por eso, por ejemplo, un gobernador encubre a otro, un secretario de Estado a un embajador, etc. La solidaridad gangsteril es crucial.
5) Se tiene que tener un control de las facciones que ni los actores logran tener porque, y esta es la condición subjetiva suprema del corrupto, hay que saber no sólo inventar mentiras para salir al paso, sino haber hecho de la mentira su segunda naturaleza. ¿Cómo podría un corrupto tener éxito sin ser un mentiroso descarado? La técnica de la mentira es imprescindible.
6) Hay que ser de un egoísmo patológico y manifestar profundas tendencias anti-sociales. El grado de corrupción que se alcance dependerá de cuán graves son los desórdenes de personalidad que se padezcan. Es obvio!
7) Como un corolario de lo anterior, tenemos que señalar que hay que ser un “duro”, es decir, no sólo un caradura (punto 5), sino haber aprendido a ser totalmente indiferente hacia la situación de los demás. El corrupto tiene que tener su conciencia tranquila: tiene que poder comer a gusto, usar el dinero de otros para viajar, apostar en Las Vegas, etc., sin que lo perturben pensamientos concernientes al hambre, la miseria, la insalubridad, etc., en la que viven millones de compatriotas. Faltaba más!
8) Se necesita haber pasado por un efectivo proceso de des-espiritualización, es decir, en haberse convertido en alguien enteramente prosaico, plagado de ambiciones de orden material, haber reducido su horizonte de intereses a comida, sexo, poder y dinero (eventualmente coches y propiedades). Ese es su universo. Lo del sexo, desde luego, puede incluir a niños y niñas. ¿Será necesario dar ejemplos?
9) Es preciso sentir en forma genuina un reverendo desprecio por todo lo que sea honradez, sencillez, verdad, justicia. Se tiene que saber presentar esos temas como si se tratara de juegos y poses infantiles, actitudes de gente que “todavía no ha madurado”.
10) Es importante, para ser un corrupto de calidad aceptable, promover enfáticamente y con entusiasmo la desmoralización, la desinformación y la desintegración sociales, todo ello naturalmente envuelto en el lenguaje contrario a esos “programas de trabajo” (derechos humanos, libertad de expresión, etc.).
11) Es innegable que es propio del corrupto profesional ufanarse, por lo menos en privado, de sus fechorías, cohechos, sobornos y demás. Como cualquier artista, también el corrupto aspira a que se le reconozca y aplauda por sus acciones y logros. Después de todo, nadie quiere ser un pobre político!
12) Como todo ser vivo, el corrupto aspira a reproducirse, por lo que se esmera por transmitirle a sus vástagos, y si se puede hasta a sus nietos, sus valores, su perspectiva de vida, su desprecio por los demás, a quienes ve exclusivamente como instrumentos. La corrupción se perpetúa.
Estos lugares comunes sirven como meros recordatorios de la atmósfera en la que estamos inmersos, pero adquieren un cariz un poco más alarmante y generan en nosotros reacciones de rechazo un poco más vívidas cuando pasamos de la reflexión sobre lo que es ser corrupto a la constatación de los efectos en la vida real de esa deformación mental y social que es la corrupción. Ésta reviste las más variadas formas. He aquí unos cuantos ejemplos, tomados al azar.
A) Durante años se han venido implementando campañas para convencer a las comunidades de indígenas, de los remanentes de lo que otrora fuera un fuerte campesinado y que viven lejos de las ciudades, de que vacunen a sus hijos contra la polio, la varicela, etc. La semana pasada en Chiapas se presentaron varias familias para aprovechar el servicio de vacunación del glorioso Instituto Mexicano del Seguro Social y ¿qué pasó? Gracias a la vacunación de la que fueron objeto por lo menos dos niños, que no tenían ni un mes de nacidos, murieron. Dónde están los responsables, qué castigo se les va a imponer, cómo se va a apoyar a los padres que se quedaron “huérfanos de hijos”, de eso no sabe absolutamente nada. Aquí la corrupción (una auténtica descendiente de Proteo) tomará la forma de encubrimiento. Al ver la foto de los padres frente al féretro de su hija me viene a la memoria un poema de José Martí que me permito recomendar. Se llama ‘Los Dos Príncipes’. Y ello me hace preguntar: ¿qué pasa con los doctores criminales que mal aplicaron las vacunas? Bien, gracias. Eso es corrupción forma (9), por lo menos.
B) A lo largo y ancho de las zonas en las que en México se siembra y cosecha café la roya ha hecho estragos. En Chiapas se habla de la destrucción de un 50% de su producción normal, al igual que en Guerrero, y de un 30% en Puebla y en Veracruz. Pero en la Sagarpa minimizan con desparpajo el desastre. El problema tiene muchas ramificaciones y tiene que ver, por ejemplo, con millonarias compras forzadas de productos químicos para medio detener la plaga. Pero el director de Productividad y Desarrollo Tecnológico de la Sagarpa ni suda ni se acongoja. Él asegura que se trata de un problema menor y tan tranquilo como siempre, aunque a lo que asistimos en diversos estados de la República es a una quiebra generalizada de los cafeticultores. Esa forma de corrupción cae por lo menos bajo el rubro (7) mencionado más arriba. Yo añadiría el matiz “prácticas desvergonzadamente anti-nacionales”, pero eso es opcional. Con lo otro basta.
C) El tercer caso con el cual quiero ilustrar lo omniabarcadora que es la corrupción en México nos lo proporciona la Delegación Magdalena Contreras, en el Distrito Federal. La ex-delegada, Leticia Quezada, ahora en abierta campaña electoral en favor de su potencial sucesora y protectora, la candidata del PRD, Beatriz Garza Ramos, ya ha sido ocasionalmente denunciada por diversas (llamémosles así) “anomalías”. Como es natural, ahora aspira a una diputación local. Pero ¿cómo dejó la Delegación a su cargo? No voy a entrar en cuestiones de presupuestos, malversaciones, bonos injustificados, tráfico de influencias ni nada que se parezca. Me voy a limitar a preguntar: ¿cómo dejó físicamente la Delegación? Quizá haya un acuerdo con (inter alia) los importadores de amortiguadores, porque por todos lados hay hoyos, baches, fugas de agua, etc. Ya ni los topes están bien puestos. Aquí, si no me equivoco, nos las habemos con las modalidades (1), (7) y (11).
Los sucesos mencionados son todo menos cómicos. Aquí ya no se trata de divagar sobre la naturaleza, extensión, orígenes y demás de la corrupción. Lo que estamos haciendo es ejemplificar los efectos de la acción corrupta. La corrupción se infiltra en todos los ámbitos de la vida del país. Es un mal social, cultural y mental que, en condiciones normales, es pura y llanamente imposible de erradicar. Los mexicanos estamos desamparados frente a la corrupción. La famosa Ley contra la Corrupción no acaba ni de ser formulada y todos sabemos ya que no servirá más que para refinar los mecanismos de operación de la corrupción. Aquí lo único que podría servir como punto de partida para iniciar un proceso de limpia serían múltiples juicios públicos contra delincuentes de cuello blanco por todos conocidos y ¿quién se va a atrever a hacer eso?¿Quién es el valiente que le va a poner el cascabel al tigre? La corrupción mexicana es simplemente invencible, en el marco de lo que hay. Yo pienso que sólo cuando la corrupción esté ya literalmente asfixiando al país es que la sociedad mexicana reaccionará. Es de esperarse que para entonces México no se haya desintegrado, que Baja California o cualquier otro estado no se haya “independizado”, que las fuerzas de ocupación norteamericanas (sus policías, sus espías) no estén ya actuando libremente en suelo mexicano (como de hecho ya empiezan a hacerlo) y, más en general, que no sea demasiado tarde. Según yo, esto (y mucho más sobre lo que no hablamos) es “conocernos a nosotros mismos”.