1) Una muestra contundente de sabiduría es saber perder. Este “saber perder” puede tomar cuerpo en el reconocimiento, tanto público como “interno”, de que uno se equivocó y de que es inevitable intentar remediar el entuerto mediante acciones concretas. Otra forma como puede materializarse la modalidad de sabiduría que tengo en mente es reconociendo, aunque sea para sí mismo, que las cosas cambiaron y que se establecieron nuevos límites, que nuestro horizonte de acción se encogió y que es preciso adaptarse a las nuevas circunstancias. Y una tercera forma como se puede mostrar que se aprendieron las lecciones de la vida es reconociendo que no es ya uno quien encarna el “espíritu de los tiempos”, que las banderas que uno enarboló ya no motivan a los demás, pues se volvieron obsoletas y dejaron de ser populares. Esto que casi inevitablemente enuncio en términos personales se puede extender a países y es ese realmente el tema que me interesa abordar aquí, a saber, el de la sabiduría o ceguera de las naciones que se rehúsan sistemáticamente a admitir errores, a aceptar restricciones a sus incontenibles apetitos, a reconocer que el mundo evolucionó y que surgieron para ellas nuevos límites, limitaciones que antes no existían y a las que ahora se tienen que someter, a admitir que no representan ellas ya el ideal, el modelo a seguir. En mi opinión, salta a la vista que hay en la actualidad un país que simplemente no quiere asimilar que sus tiempos como única nación abrumadoramente dominante están en el pasado y que lo único que la mantiene en su pedestal es su todavía incuestionable poderío militar. Me refiero, obviamente, a los Estados Unidos. Intentemos justificar esta perspectiva.
2) Es a partir del auto-golpe de estado que se dieron los norteamericanos hace 14 años que se inicia su intento de reconquista del mundo, partiendo desde luego del Medio Oriente. Es claro que la dizque “guerra contra el terror”, que resultó ser, como lo podemos constatar aquí y ahora, un fracaso total, tiene como una de sus fuentes la desaparición de la Unión Soviética. Los gobernantes americanos, “sometidos” a los caprichos y a las fantasías de su clase militar, decidieron aprovechar el vacío generado por la tristemente célebre perestroika e intentaron volver a imponer su presencia militar, sus corporaciones, sus intereses económicos y geo-estratégicos sobre todo en el Medio Oriente y Asia. Pero ahora todos somos testigos de que no lograron su cometido, a pesar de la destrucción del régimen de Saddam Hussein (y de su forzosa y muy discutible expulsión del mundo) y de la invasión de Afganistán. Las pseudo-razones para intentar justificar todas las matanzas, bombardeos, destrucción, desestabilización, tortura que esa política generó no son mi tema en este momento. Todos entendemos que, examinadas seriamente, no resisten el análisis ni tienen ningún valor teórico. Lo que en cambio sí me interesa es considerar algunos casos concretos de situaciones conflictivas actuales en relación con las cuales los políticos y militares norteamericanos han mostrado en forma grotesca una formidable miopía política, una falta de sabiduría y una diabólica maldad. A estas alturas, dadas las correlaciones de fuerzas, ellos deberían abiertamente aceptar que se equivocaron, que fallaron en sus predicciones y que es sólo por su colosal armamento, su increíble soberbia, por su profunda incapacidad para entender la evolución del mundo, que siguen empeñados en implantar políticas fracasadas a priori y que a lo más que pueden llegar en su intento de dominio mundial es a la destrucción de buena parte del planeta, los Estados Unidos incluidos, desde luego. Los casos que tengo en mente para ilustrar mi convicción son Cuba, Ucrania e Irán.
3) Consideremos primero Cuba. Empecemos por recordar (porque el recuerdo nos es grato) que hubo un líder que vapuleó política y diplomáticamente a 10 administraciones norteamericanas, a saber, el comandante Fidel Castro. Con él no pudieron ni en sus mejores tiempos. De ahí que el “encuentro” entre Raúl Castro y Barack Obama no pueda ser visto como el resultado de un acto de magnanimidad por parte del presidente de los Estados Unidos. Estamos más bien ante el reconocimiento de facto de que el estado más poderoso del planeta no pudo acabar con la Revolución Cubana. El fenómeno de acercamiento es a no dudarlo interesante e importante, porque para explicarlo entran en juego no sólo los actores políticos directos, sino muchos más. A los americanos les importa mucho, por ejemplo, disociar a Cuba de Rusia y toda esa zalamería y esos encabezados del New York Times y en general de la prensa norteamericana sobre el “encuentro histórico” entre Raúl y Obama es una pantalla de humo. Podemos con confianza afirmar que los dirigentes norteamericanos están completamente equivocados si creen que van a poder desmantelar los logros de la Revolución y hacer que Cuba regrese a situaciones pretéritas y rebasadas. Cuba nunca volverá a ser un garito y un lupanar para norteamericanos depravados. A diferencia del estadounidense, el pueblo cubano es un pueblo instruido y políticamente alerta. 50 años de Comités de Defensa no se esfuman por tramposas promesas de inversiones, creaciones de Disneylandias o incremento en el turismo. Obama tuvo que hacer lo que otros presidentes no pudieron hacer, porque las condiciones no estaban dadas. ¿Y cuáles son esas condiciones? En primer lugar, el costosísimo fracaso militar de los Estados Unidos en Asia; en segundo lugar, el resurgimiento de Rusia como super-potencia (con un super-líder al frente) y el acelerado e incontenible desarrollo económico y militar de China. Todo mundo entiende que en cualquier escenario de guerra total, los adversarios serán siempre los Estados Unidos y la OTAN (e Israel), por un lado, y China y Rusia, por el otro. Cada día estamos más cerca en el que los Estados Unidos simplemente no sólo no podrán ganar el enfrentamiento militar, lo cual ya es el caso, sino que podrían perderlo. En esas condiciones, la mano tendida a Cuba no es un gesto de humanismo, no es el reconocimiento de que se practicó durante medio siglo una política bárbara contra toda una población. Es la expresión de una derrota política y diplomática. El problema es que esto no se quiere reconocer. Esto, como argumentaré, es un error.
4) La aventura americana en Ucrania es también el símbolo de que se está llegando al fin de una era, la era de la mal llamada ‘Pax Americana’ (sencillamente nunca hubo “pax” mientras ellos dirigieron los destinos del mundo). El caso de Ucrania es el de una peligrosa escalada en la política de provocación en contra de Rusia. Los roces entre bombarderos y cazas en el Báltico se están multiplicando y eso puede desencadenar una confrontación muy seria, muy peligrosa y lo peor: gratuita. Las raíces del problema no tienen nada que ver con la auto-determinación de los pueblos ni nada que se le parezca. Ucrania y Rusia siempre han vivido en un estado de simbiosis. Nikita Kruschev, ni más ni menos que el sucesor de Stalin, era ucraniano. Lo que no se esperaban los americanos fue la reacción de Vladimir Putin en Crimea y el límite que les marcaron las brigadas pro-rusas de Ucrania. Los americanos, todo mundo lo sabe, no cumplen sus promesas, no respetan sus propios protocolos (por ejemplo, en el uso de drones), no respetan a las poblaciones civiles, no se ajustan a los tratados que firman (léase, por ejemplo,‘Tratado de Libre Comercio con México’), es decir, no se imponen a sí mismos límites cuando están en posición de usar la fuerza. Para ellos todo es factible, todo está permitido. Por ejemplo, ahora ya sabemos a ciencia cierta que el avión malayo de pasajeros no fue derribado desde tierra por los milicianos pro-rusos, sino por aviones del gobierno ucraniano usando para ello armas americanas y obviamente siguiendo instrucciones de la OTAN. Sin duda los esfuerzos de desestabilización en las zonas fronterizas con Rusia responden a muy variadas razones, pero no hay duda de que una de ellas fue que Putin prácticamente eliminó del panorama político y económico a quienes en Rusia la gente llamaba los ‘oligarcas’, esto es, los que de hecho con la ayuda del alcohólico Yeltsin se robaron prácticamente toda la riqueza de la Unión Soviética, casi todos ellos de origen judío. Esa medida de Putin le ganó el odio de los poderosísimos grupos sionistas de los Estados Unidos, los cuales decidieron castigar a Rusia y como el gobierno norteamericano está casi totalmente en el bolsillo del AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí) y de decenas de otras asociaciones como esa, entonces se implementó la política de agresión contra ese país en todos los frentes menos el militar. Rusia, sin embargo, no es Siria y por lo tanto sólo la puede destruir el país que esté dispuesto a ser a su vez destruido. Se instauró entonces una política de bloqueo y de aislamiento para poner de rodillas a Rusia, sólo que no les funcionó. El problema es que los americanos y sus secuaces no parecen entender que ellos ya no fijan solos las reglas ni pueden configurar las situaciones que se les antoje sin que paguen las consecuencias. Así, si bien es cierto que su política generó problemas económicos en Rusia, porque bajaron dramáticamente los precios del petróleo a sus más bajos niveles en muchos años, porque la inflación subió, etc., lo único que lograron fue tener ellos mismos problemas económicos y que Putin ampliara y extendiera sus relaciones con otros países europeos y asiáticos. Dicho de otro modo, el tiro les salió por la culata. Esa política anti-rusa de bloqueo les ha generado a ellos problemas económicos, de suministro de alimentos, de intercambios culturales, comerciales, financieros, etc., y Rusia se vio obligada a diversificar sus contactos, entre otros con diversos países europeos que ya no están dispuestos a ir hasta donde los Estados Unidos pretendan llevarlos. Se acabó, pues, la completa preponderancia de los norteamericanos hasta con sus aliados. ¿Cuál es el problema? Que no lo quieren ver, que no lo quieren reconocer. Los americanos se niegan a admitir que ya no sólo ellos fijan la agenda y los tiempos del mundo.
5) El tercer caso es Irán. Primero, hay que enfatizar que tuvieron que negociar con Irán un tratado de no proliferación de armas nucleares. En otros tiempos, como en 1953 cuando los servicios secretos americanos y británicos derrocaron a Mossadegh, quien había sido democráticamente elegido y había nacionalizado el petróleo, el gobierno norteamericano impuso en Irán al execrable, al detestable Shah, quien obviamente de inmediato le abrió las puertas a las compañías petroleras norteamericanas. Después de la revolución del Ayatollah Khomeini, hasta su embajada fue asaltada y, en tiempos de Carter, se inició una operación militar que terminó en el más grande ridículo cuando las fuerzas americanas aterrizaron en el desierto, en lugar de hacerlo en Teherán. Desde entonces Irán creció, se fortaleció y ahora golpes de estado como los de hace 60 años ya no son ni imaginables. Ahora el gobierno norteamericano tiene que negociar, cosa que ellos no hacen si pueden imponer sus acostumbradas leyes de cow–boys. Desde luego que militarmente podrían acabar con Irán, pero eso tendría tan terribles repercusiones en el Medio Oriente y más allá que no les queda otra cosa que hacer que negociar. Y cuando nos enteramos de las peripecias y el resultado de la negociación confirmamos lo que dijimos más arriba: los Estados Unidos ya no fijan arbitrariamente y a su gusto las reglas del juego político internacional. Y una vez más: ¿qué lograron con toda esa presión económica que han venido ejerciendo sobre Irán? Si conjugamos el conflicto de Crimea con el problema de Irán e Israel, lo natural y previsible era que Rusia levantara la prohibición de venderle a Irán los misiles S-300. Y eso es precisamente lo que pasó. Irán ganó una negociación y se fortaleció. El problema, lo repito, es que los norteamericanos no quieren aprender la lección de la historia. Su situación es más o menos como la de un imaginario emperador romano que de pronto apareciera en el siglo IV y quisiera mandar en Roma como en la época de los Césares. ¿Qué pensaríamos? Que no entendió nada. Algo así, mutatis mutandis está pasando con los policy-makers y sobre todo con los militares norteamericanos. Estos últimos, hay que decirlo, sí representan un grave peligro para todos, porque pueden querer a toda costa forzar a los distintos gobiernos civiles de los Estados Unidos a que impongan una política que lo único que podría acarrear sería la destrucción de todo.
6) Algo que es muy preocupante es que no sólo los americanos no quieren aceptar la evolución del mundo y tratan infructuosamente de forzarla para orientarla en la dirección que a ellos convendría, sino que otros gobiernos y otros políticos tampoco entienden sus propias lecciones históricas. En la reciente cumbre de las Américas, el papel triste, deprimente, vergonzoso lo hizo México. Ciertamente, el actual presidente de México no se comportó como lo hizo Fox en la anterior Cumbre, en donde hizo gala (como era su costumbre) de una lacayuna actitud frente a Bush. Fox, hay que decirlo, es simplemente insuperable en lo que a ridiculez y vulgaridad atañe, cualidades que resaltan todavía más cuando se le compara con personajes como Hugo Chávez, Lulla da Silva y Néstor Kirchner, con quienes tuvo el privilegio de interactuar en aquella ocasión (relación asimétrica, desde luego). En esta ocasión, el contraste fue más bien entre las suaves afirmaciones del presidente de México y los decididos discursos de la presidenta de Argentina y de los presidentes de Bolivia y de Ecuador. Yo no tengo idea de quién le prepara sus alocuciones al presidente, pero desafortunadamente lo que éste leyó fue un texto que nosotros calificaríamos como de ‘típicamente priista’: demagógico, vacuo, pueril, superficial, retórico en el peor sentido de la expresión, un discurso de esos a los que los mexicanos ya están acostumbrados, pero que está totalmente fuera de lugar en foros como el de Panamá. Pero el punto al que quería llegar es simple y es el siguiente: los americanos no quieren aprender su lección, pero por lo visto los mexicanos tampoco la suya. Todo indica que así como los dirigentes de los primeros se siguen creyendo omnipotentes cuando ya no lo son, así también nuestros dirigentes una y otra vez rechazan asimilar la lección histórica mexicana por excelencia, la más palpable y obvia que pueda haber, a saber, la triste verdad de que lo peor que se puede hacer es venderse a los Estados Unidos, entregar nuestra autonomía, nuestras riquezas (o lo que queda de ellas), dejar que penetren en nuestro territorio a través de sus organismos policiacos y así indefinidamente. Si los americanos no aceptan sus lecciones vitales cometerán errores y el desenlace será peor para ellos. Y si los mexicanos no entienden que hay que apostarle a la independencia, a desarrollar al máximo los vínculos con los países de América Latina, a diversificar nuestras relaciones culturales, financieras, comerciales, militares, deportivas etc., con otros países (con Rusia, por ejemplo), si no aprenden de una vez por todas a deslindarse de los voraces intereses de los vecinos, si no quieren entender que hay valores que son irrenunciables, entonces seguiremos todos pagando las consecuencias de no haber asimilado una lección histórica tan grande como el maravilloso continente en el que vivimos.