Dejando de lado a los propios ciudadanos norteamericanos, para el mundo entero desesperadamente ingenuos desde un punto de vista político, de ninguna manera habría podido decirse que el reporte que el “Comité sobre Inteligencia” del Senado de los Estados Unidos hizo público la semana pasada tomó a alguien por sorpresa. El reporte (bastante censurado, dicho sea de paso) contiene, desde luego, datos que no siempre salen a la luz, pero realmente su importancia no radica tanto en los detalles factuales, en hechos que de una u otra manera siempre se pueden recabar, a través por ejemplo de filtraciones, de fotografías, de videos o de confesiones que posteriormente dan lugar a escándalos, como lo sucedido en la tenebrosa prisión de Abu Ghraib. La importancia del reporte es más bien de otra índole, es (por así decirlo) simbólica: si bien lo que se denuncia era de hecho del dominio público (tortura, cárceles clandestinas, invención de resultados, etc.), lo que es interesante es que la denuncia haya sido expresada por un órgano de gobierno tan importante (y tan reaccionario) como lo es el Senado de los Estados Unidos, esto es, por un órgano que de múltiples formas apoyó abiertamente la política que se podía prever que era imposible que no culminara en lo que ahora sabemos que sucedió y que sigue pasando. Por qué en el Senado se sintió la necesidad de deslindarse públicamente de las criminales actividades de la CIA es un asunto que da que pensar. Después de todo, el hecho no es nuevo. Desde luego que no es porque la senadora Dianne Feinstein haya padecido una extraña conversión y se haya transformado de pronto en una especie de monjita de la caridad que se horroriza ante acciones y políticas de las que súbitamente se entera y de las que no tenía ni idea. Claro que eso no es así. Después de los atentados a las torres gemelas el Senado proporcionó todos los medios financieros que el gobierno de G. W. Bush le solicitó para desarrollar su “guerra contra el terrorismo”. Cuando tácitamente se sabía que la guerra había sido diseñada e impulsada por el grupo de neoconservadores que de hecho se había apoderado de la Casa Blanca (Richard Perle, Paul Wolfowitz y todo esa clique), el Senado no tuvo empacho en apoyar la invasión de Irak, con todo lo que se sabía que eso tenía que acarrear (bombardeos, masacres, destrucción de ciudades, daños ecológicos irreversibles, etc.). Trece años después, sin embargo, el Senado hace un esfuerzo por deslindarse de las actividades clandestinas y criminales de la Agencia Central de Inteligencia que él mismo propició, reaccionando como si se tratara de un descubrimiento desagradable que se requiere investigar para erradicar sus malignas causas. La verdad es que más que de otra cosa la jugada senatorial tiene todas las apariencias de una estratagema política. El tema del reporte son en efecto las actividades de la CIA en su guerra “contra el terrorismo”, una expresión que de entrada da a entender que todo le estaba permitido, como la tortura (no dejar dormir durante 180 horas, acosar con perros, usar psicotrópicos, sumergir la cabeza en el agua hasta casi ahogar al prisionero, etc.) y en general toda clase de actividades ilegales (como por ejemplo abrir y usar cárceles secretas en Polonia, en España, en Inglaterra, en donde se torturaba a los prisioneros que clandestinamente se llevaba, naturalmente en connivencia con las autoridades de esos países. El presidente Maduro tiene razón al acusar de asesino al antiguo jefe del gobierno español). Por otra parte, sería de una obnubilación mental rayana en la oligofrenia el que se pensara que las actividades ilegales de la CIA empezaron y terminaron en Irak. Yo creo que podemos afirmar con la misma seguridad con que afirmamos que vivimos en la Tierra que no hay un solo país en nuestro planeta en donde la CIA no haya llevado a cabo actividades ilegales y desde luego contrarias a los intereses de los pueblos nativos. ¿Cómo explicarnos entonces esta súbita disociación en público del Senado vis à vis del organismo oficial de “inteligencia” (o sea, de agitación, espionaje, subversión, golpes de estado, persecución política, etc.) de su propio estado, del estado del cual él forma parte?¿Se produjo alguna escisión y si así fuera a qué podría deberse?
Que la CIA y en general las fuerzas armadas de los Estados Unidos han cometido toda clase de fechorías inenarrables y de actos criminales de todas las magnitudes imaginables es algo que sólo a un niño o a un ignorante podría asombrar. Todos sabemos que a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos entraron en un veloz proceso de expansión imperial que tenía como límites sólo los países del Pacto de Varsovia y China. Como parte de su proyecto de expansión planearon y provocaron la infame guerra de Corea, la guerra de Vietnam, durante la cual se ejercitaron en toda clase de atrocidades, llevando a todos los países cercanos (Tailandia, Laos, Cambodia) la destrucción y la muerte. América Latina, desde Guatemala hasta Tierra del Fuego, padeció la intensa actividad de “asesores” norteamericanos quienes perfeccionaron la práctica del golpe de estado (para fijar una fecha arbitraria, a partir del descarado derrocamiento – demandado por la United Fruit Company – de Jacobo Arbenz, en 1954), sistematizaron y tecnificaron la práctica de la tortura (inaugurada en Brasil, a partir del golpe de estado en contra del gobierno de Joao Goulart, en 1964) y enseñaron en forma científica las técnicas de represión de la población por parte de los cuerpos policiacos, militares y para-militares. Podrían mencionarse también los sabotajes en Cuba (atentados en contra de su producción agrícola, más de 600 intentos de asesinato del líder supremo de la Revolución Cubana, etc.), la formación de los escuadrones de la muerte, el apoyo total a los militares golpistas (en Argentina, Chile, Paraguay, etc.), la asesoría especializada en operaciones tipo Cóndor (en las que lo único que no se respetaba eran los derechos humanos de los detenidos) y así indefinidamente. Con el pretexto de que la Unión Soviética amenazaba al mundo y cubiertos o protegidos por la más impresionante maquinaria ideológica de todos los tiempos, esto es, Hollywood, la televisión y la prensa mundiales (y la desidia e ignorancia de la gente), los Estados Unidos afianzaron su presencia, impusieron sus reglas y acabaron físicamente con prácticamente todos sus enemigos políticos en todas sus zonas de influencia, es decir, en casi todo el mundo. Lo que era imprevisible es que era inevitable que tarde o temprano surgieran problemas, más allá de las dificultades materiales de la política implementada (costos, pérdidas, bajas, etc.). Uno de ellos es, por ejemplo, la descomposición interna de la sociedad norteamericana. Esto requiere algunas aclaraciones.
Mientras la economía norteamericana funcionó con éxito casi total, mientras el pueblo americano no pasó por ninguna crisis seria (desempleo, desigualdades notorias, indigencia, crisis bancarias, etc.), mientras los aparatos de represión del estado no estuvieron dirigidos en su contra, mientras el sistema funcionara, todos esos cuentos del sueño americano y de la pax americana podían sostenerse. Si todo funciona bien en casa, si en los Estados Unidos se consumía cómodamente más de la mitad de lo que todo el mundo producía, lo que pudieran decir los opositores del sistema no podía pasar de ser una muestra de envidia, de incapacidad, de inferioridad. El problema es que, aunque no fuera factible predecir cómo y cuándo, la situación de bonanza que los estadounidenses vivieron sobre todo en los años 50 tenía en algún momento que terminar, es decir, era razonable pensar que no iba a ser eterna. Las cosas en algún momento tenían que cambiar. El triunfo sobre la Unión Soviética fue sumamente equívoco y aunque ciertamente lo disfrutaron y aprovecharon a fondo podemos afirmar ahora, a escasos quince años del suceso, que dicho triunfo los desorientó también a ellos. Se plantearon nuevos retos, surgieron nuevos rivales, perdieron preponderancia económica y todo ello dentro de un marco en el que los instrumentos ideológicos de antaño ya no eran utilizables. Ya no había comunistas que temer y a quienes combatir. Por lo menos un país alcanzó la paridad militar con ellos (y pronto serán dos) de modo que le quedó claro hasta al más fanático de los macarthistas contemporáneos que la resolución última de los conflictos por la fuerza había llegado a su límite (una doctrina que, como lo demuestra el caso de Ucrania, se está tratando de cuestionar y de revertir, sin duda alguna un juego político-militar de lo más peligroso que pueda haber). Es, pues, hasta comprensible que los líderes, los dirigentes, los presidentes y en general quienes toman las decisiones políticas en los Estados Unidos no se hayan resignado todavía no digamos ya a perder sino a ver disminuida su influencia, a ver menguados sus brutales beneficios económicos, a ver retada su autoridad en foros y en organismos internacionales. Es claro que comercialmente, por ejemplo, la competencia con un país como China la tienen perdida y por la fuerza a Rusia no es posible ganarle. Se le puede destruir, pero el precio es su propia destrucción. ¿Cuál era y cuál sigue siendo entonces a los ojos de la gran mayoría de los políticos en los Estados Unidos el mecanismo que permite que su situación de primera super-potencia se siga sosteniendo? La respuesta es clara: la guerra, esto es, la guerra hasta los límites en los que lo que esté en juego sea su propia supervivencia. Lo demás no importa, ni la gente ni la naturaleza. La ineptitud de la gran mayoría de los políticos en los Estados Unidos se manifiesta en el hecho de que sólo logra visualizar la reactivación de la economía y la contención del avance de otras potencias y de otros rivales mediante la guerra. La prueba de que en eso coinciden en general los políticos norteamericanos es el presupuesto militar de un poco más de 520,000 millones de dólares que acaba de aprobar el Congreso para 2015. Pero entonces ¿por qué el Senado, que ha venido promoviendo año tras año el incremento del presupuesto militar, se distancia ahora de las consecuencias de la militarización que él mismo promueve?
Me parece que el caso de la guerra de Irak y de Afganistán algo nos dice al respecto. Desde luego que, entre otras cosas, dicha guerra fue y sigue siendo ante todo Big Business, una guerra de beneficios colosales para algunas compañías, pero ciertamente no para el país mismo, no para la sociedad americana, para su población. Es evidente que la guerra del Medio Oriente fue (es) en un sentido preciso una guerra artificial, es decir, no motivada por amenazas genuinas a la supervivencia de los Estados Unidos, una guerra forzada e impuesta a la población desde las cúpulas de la riqueza y el poder. Ni los niños, me parece a mí, se creyeron alguna vez la historieta de las armas de destrucción masiva supuestamente en poder de un loco llamado ‘Saddam Hussein’. El problema es que una guerra así tenía que tener efectos desastrosos no previsibles. No se puede simplemente desmoralizar a una población, hacer que idolatre Rambos, sin pagar los efectos de esa clase de degradación moral y política. La guerra del Medio Oriente fue el resultado de una operación interna construida desde su gestación a base de mentiras, de datos falsos, de engaño colectivo, de creación de una realidad virtual que se le hizo consumir no sólo al público norteamericano, sino a todo el mundo. Pero dado que esa guerra no era una guerra vitalmente necesaria, una guerra que respondiera a amenazas reales a la seguridad del país, sino una guerra de ambición, una guerra para beneficio de unos cuantos, tenía que ser una guerra que no tuviera nunca como objetivo llegar a una paz duradera, una guerra en la que se pudiera experimentar libremente con las poblaciones locales, con los prisioneros, una guerra en la que los invasores se sintieran libres de hacer lo que les viniera en gana, una guerra de negocios, manipulada a distancia y con toda la tecnología y la experiencia acumulada de 50 años de actividades bélicas continuas. Desde la guerra de Corea, los Estados Unidos no han dejado de pelear con el mundo. El problema para ellos ahora es que ya el mundo no es suficiente: ahora hay que pelear al interior de su propio país, ahora hay que reprimir a su propia población. Pero ¿quién va a hacer eso? Las policías y si éstas no bastan, entonces las “agencias de inteligencia”. Por eso el reporte sobre las atrocidades de la CIA, algo que como dije en cierto sentido no toma de sorpresa a nadie, significa algo a la vez importante y terrible para los ciudadanos norteamericanos, para la idea que el pueblo estadounidense tiene de sí mismo y de sus instituciones, para su auto-imagen. Es porque revela tensiones muy serias al interior del estado norteamericano (no por los datos que proporciona) que el reporte del Senado sobre las actividades de la CIA es de primera importancia. Si la CIA ha cometido toda clase de tropelías en otros países ¿por qué no podría cometerlas también en los Estados Unidos? Si la CIA se convierte en una institución que se maneja al margen de toda legalidad en los Estados Unidos ¿quién la controlaría? Si el ciudadano norteamericano, que ya está vigilado en su correo electrónico, en su teléfono, en su trabajo, etc., quisiera realmente oponerse a la política del gobierno y la policía no bastara: ¿no podría entrar en acción la CIA en suelo americano y usar toda su sabiduría guerrera en contra de su propia poblacion? No veo ninguna imposibilidad lógica al respecto. Es de temerse que el caos en el que los Estados Unidos hundieron a la mitad del mundo los arrastre a ellos también.
Muy rápidamente: ¿cuál es el contenido de dicho reporte? Como se hizo público se le encuentra fácilmente en la red (http://www.intelligence.senate.gov). Se trata de un documento en el que se denuncian las prácticas bárbaras del organismo oficial norteamericano de implantación de terror en el extranjero. Más concretamente, se hace del dominio público el hecho de que la CIA ha venido operando como un organismo al margen de la propia constitución americana y despreciando todos los acuerdos internacionales y las convenciones que tienen que ver en particular con el trato de prisioneros. Queda claro que el recurso a la tortura es precisamente lo que ellos sistemáticamente practican. No sólo está lo que en México se conoce como “pocito”, esto es, la sumersión de alguien en el agua hasta los límites de su resistencia, sino todo la maquinaria de psicólogos y psiquiatras que participaron durante años en lo que era una mezcolanza de experimento, venganza, sadismo y negocios y, como ya sugerí, de política natural cuando lo que se hace es una guerra no popular, una guerra de saqueo, de explotación y de conquista. Pero todo esto uno y otra vez nos hace regresar a la pregunta: ¿por qué entonces ahora en el Senado se siente la necesidad de criticar las actividades “clandestinas” de la CIA, cuando el Senado mismo le dio su aprobación (y su bendición) a la declaración de guerra por parte del gobierno de Bush en contra de un país que nunca intentó siquiera atentar en contra de la seguridad e integridad de los Estados Unidos y que desencadenó toda la miseria y la desgracia que se está ahora viviendo en el Medio Oriente y en partes de Asia?
Una cosa es clara: en los Estados Unidos cualquier cosa puede pasar. Después de todo, ya se dieron el lujo de matar a un presidente y de organizar un atentado mayúsculo en su propio país (la historia de 20 beduinos manejando aviones en Nueva York y eludiendo todos los filtros de seguridad del país más potente del mundo es como un cuento para Disneylandia). Hay grupos de hombres poderosos e influyentes que se sientan decepcionados por el modo como se usa el poder del que disponen y no se puede descartar la idea de que se sientan seducidos por la idea de tomar ellos mismos las riendas del gobierno; de seguro que hay quienes estén convencidos de que ellos sabrían mejor que los gobiernos civiles cómo sacar al país adelante y más no siendo el presidente un blanco. Dráculas políticos como Richard Cheney abundan y están dispuestos a todo, a acabar con el mundo si es necesario. Es importante adelantárseles y no permitir que actúen por cuenta propia. Es por eso que una y otra vez reverbera en nuestra mente la idea de que no es por casualidad que reportes como el que el Senado hizo público se den ahora a conocer. “Cosas veredes, Sancho!”.
Nos volveremos a poner en contacto en enero