Categoría: Artículos y comentarios

Artículos de opinión producidos por el autor a partir de 2014, con algunos espaciamientos.

Cristo, Wittgenstein y Rush Rhees

Acabo de terminar la lectura de un libro que no sólo me enriqueció temáticamente, sino que también me resultó de una lectura realmente deleitosa y hasta me emocionó. Se trata a ojos vistas de un libro escrito por una persona que además de ser muy culta era también alguien que sabía razonar, hilar ideas, argumentar. Más aún: la lectura cuidadosa del libro hace sentir que está involucrado algo más que un mero interés académico por un tema. En realidad, el libro parece tener una motivación personal aprehensible en última instancia sólo por quienes conocen un poco el trasfondo biográfico del autor. En lo que a mí concierne, lo curioso es que fue debido a una afortunada coincidencia que terminara de leer esta obra en precisamente los últimos días de la Semana de Pascua, ya que se trata de un libro que me llegó hace alrededor de un mes, que lo empecé a leer y que ya no pude dejarlo sino hasta que terminé su lectura. La verdad es que el tema del libro en cuestión siempre ha sido y seguirá siendo un tema valioso en sí mismo, un tema apasionante desde todos puntos de vista: histórico, lingüístico, político y, desde luego, religioso y teológico. Me refiero a Jesús de Nazareth. El libro lleva como título ‘La vida de Jesucristo de Nazareth’ (The Life of Jesus Christ of Nazareth). Evidentemente, escritos sobre la vida y las enseñanzas de Jesús hay no pocos, algunos de ellos muy famosos. Por ejemplo, un trabajo pionero sobre Jesús, venido un tanto a menos con el tiempo, es el de Ernest Renan, Vida de Jesús (Vie de Jésus). Hay, por otra parte, muchos estudios que ofrecen más bien un panorama de lo que pasaba en la porción relevante del espacio y del tiempo de El Nazareno. Por ejemplo, está el magnífico libro de quien fuera yerno de K. Marx, esto es, K. Kautsky, un clásico que lleva por título ‘Orígenes y Fundamentos del Cristianismo’. De la primera mitad del siglo XX están los escritos de Ch. Guignebert, El Mundo Judío en los Tiempos de Jesús (Le Monde Juif vers le Temps de Jésus), Cristo (Le Christ) y el Cristianismo Antiguo (Le Christianisme Antique). En relación con la vida y el significado de Jesucristo contemplados desde la perspectiva del judaísmo, una perspectiva hostil al cristianismo, hay libros muy interesantes aunque sumamente polémicos, como el de Hyam Maccoby, El Hacedor de Mitos. Pablo y la Invención del Cristianismo (The Myth Maker. Paul and the Invention of Christianity). Como era de esperarse, en este como en cualquier otro terreno, además de las obras serias como las mencionadas nos topamos con multitud de textos horripilantes, con bodrios detestables que no tienen otro objetivo (nunca alcanzado) que el de ensuciar la figura de Jesús, como el horrendo (y, yo diría, despreciable) libro del “cineasta” pornográfico holandés Paul Verhoeven, venido a historiador y autor de un libro intitulado precisamente ‘Jesús de Nazareth’. Yo comenté dicho libro en esta columna en lo que es mi artículo en esta página web del 5 de enero de 2017, por lo que no diré ni una palabra más al respecto. En marcado contraste con ese desecho, el libro que ahora quisiera comentar es un libro no sólo serio, sino también históricamente útil y psicológicamente profundo. De manera general, lo sabemos, la cristología se ha renovado considerablemente y hay una bibliografía inmensa sobre infinitud de temas y detalles concernientes a los Evangelios cuya lectura y análisis, por razones evidentes de suyo, son materia reservada más bien para especialistas y eruditos. Ello, sin embargo, no debería preocuparnos por la sencilla razón de que el objetivo que aquí persigo, si bien se funda en el contenido del libro y éste hace alusión a múltiples eruditos y especialistas, de todos modos es en cierto sentido tangencial a él. Este es el momento apropiado entonces para manifestar explícitamente que no pretendo efectuar en estas páginas un análisis temático minucioso, de carácter exegético, ni me propongo debatir o poner en tela de juicio las conclusiones de naturaleza factual (muy interesantes en múltiples casos) que el autor cree haber dejado establecidas con suficiente solidez. De hecho, declaro de entrada que en general lo que éste sostiene me parece básicamente correcto, si bien señalaré más abajo un par de detalles concernientes a la figura de Cristo en relación con los cuales me parece que su posición es endeble. En cierto sentido, entonces, aunque considero que mi contribución es seria ni mucho menos intentaría presentarla como el resultado de una investigación, en un sentido estricto. Yo simplemente hago acopio de mis lecturas y confronto al especialista si me surgen dudas. Si me asiste la razón o no en lo que yo sostenga, ello es algo que habrá que dejar a la consideración del lector. En todo caso, mi objetivo es simple y es el siguiente: aspiro a descifrar lo que me parece que es el mensaje subliminal del autor, un mensaje importante pero totalmente silenciado en su libro. Me propongo, por lo tanto, tratar de rastrear lo que desde mi perspectiva es una de sus motivaciones primordiales, si no es que la principal. Me doy cuenta, sin embargo, que lo que digo podría verse como imbuido de un carácter semi-esotérico, lo cual es algo que a toda costa quisiera evitar. Para neutralizar la sensación de misterio necesitamos entonces hacer al menos una breve presentación de las tesis más importantes defendidas por el autor en su libro para lo cual, sin embargo, habremos primero de decir unas cuantas palabras acerca del autor mismo porque, como veremos, algunos datos biográficos del autor son relevantes para aprehender y apreciar a cabalidad lo que en mi opinión es su muy interesante, original y sutil mensaje oculto.

El autor del libro que nos ocupa ciertamente no es un ilustre desconocido. Se trata de Rush Rhees, ni más ni menos que uno de los albaceas literarios de Ludwig Wittgenstein. Rhees nació en Nueva York, por diversas razones abandonó sus estudios universitarios en los Estados Unidos y viajó a Escocia, en donde residió algunos años. Posteriormente estuvo en Alemania, también algunos años, estancia gracias a la cual aprendió bien el alemán y ello le permitió mucho después traducir y editar escritos (a mano o mecanografiados) que Wittgenstein preparó pero nunca mandó a la imprenta. Algunos años después estuvo en Cambridge haciendo su doctorado en filosofía y fue precisamente su supervisor, a saber,  G. E. Moore, quien le aconsejó que asistiera a las clases de Wittgenstein, cosa que hizo durante tres años consecutivos. Con Wittgenstein trabó una cierta amistad y cuando éste renunció a su puesto en Cambridge, pasó algunas temporadas en casa de Rhees, en Gales, o en algún lugar cercano a su casa de modo que podían verse y discutir filosofía todos los días. Al morir,  Wittgenstein dejó un testamento en el que nombraba a Rush Rhees uno de sus tres albaceas (siendo los otros dos el Prof. G. H. von Wright y G. E. M. Anscombe) para que hicieran lo que en su opinión fuera apropiado hacer con su obra inédita, es decir, con los escritos que produjo a lo largo de los últimos 20 años de su vida pero que, por toda una variedad de razones, nunca publicó. La labor de los albaceas de Wittgenstein resultó a la postre ser un asunto delicado y conflictivo, pero obviamente no ahondaré en dicha cuestión no porque no se trate de una temática interesante e importante en sí misma, sino simplemente porque no es mi tema. Los problemas planteados por los herederos de la obra de Wittgenstein tienen que ver con el modo como se repartieron entre ellos los textos, con cuáles y cómo publicó cada uno de ellos el material con el que se quedó, sus acuerdos y discordias, etc. Con lo que hemos dicho, por poco que sea, basta para inferir que Rhees era ante todo un filósofo en el sentido más técnico de la palabra. Y aquí nos surge una primera inquietud: dejando de lado legítimos intereses personales: ¿qué tiene que ver un típico filósofo del siglo XX con los Evangelios? Asumiendo que no se trata de un mero capricho literario: ¿por qué hacia el final de su vida sintió Rhees la necesidad, por no decir ‘la urgencia’, de escribir un libro sobre un personaje tan distante, por lo menos a primera vista, de sus intereses profesionales, de sus intereses filosóficos como lo es Jesús de Nazareth? Dejando de lado la cuestión de que cada quien es libre de ocuparse cuando quiera de lo que quiera, el hecho no deja de ser un tanto intrigante. Rhees tiene algunos escritos de filosofía de la religión y con ello no sorprende a nadie, pero redactar una biografía de un hombre que vivió hace más de 2000 años normalmente no entra en el espectro temático de quien consagró su vida académica a la filosofía analítica y en particular a la filosofía del lenguaje. Desde luego que es lógicamente posible que alguien como, e.g., W. V. O. Quine en un momento dado se sentara a trabajar y a escribir una biografía de, e.g., Genghis Khan, pero en principio no es lo que uno se esperaría de él. Ni siquiera Bertrand Russell, quien tiene interesantes escritos de carácter histórico incrustados en, por ejemplo, su historia de la filosofía occidental, así como múltiples recuerdos de los más variados personajes de su época con los que mantuvo alguna relación de trabajo o de amistad, tiene una biografía. Tiene, es cierto, un libro como Portraits from Memory (traducido como ‘Retratos de Memoria’, que a mi modo de ver es una traducción inepta. La idea es más bien la de “Retratos a partir de Recuerdos” o ‘Retratos fundados en Recuerdos’ o algo por el estilo, pero no me hundiré en discusiones que para nuestros propósitos son simplemente irrelevantes). La pregunta entonces es: ¿por qué Rhees se abocó a escribir una biografía y, sobre todo de un personaje, histórico o ficticio, tan peculiar, tan controvertible, tan decisivo históricamente como lo es Jesús de Nazareth? Mi instinto me dice que tiene que haber una explicación de ello, en el sentido de que con toda seguridad no se trata de un mero capricho, de un deseo sin justificación. Yo creo que la explicación última de por qué Rhees redactó este libro es obtenible sólo combinando la lectura del texto con datos de su vida y muy probablemente ese por eso que no está enunciada explícitamente. Hay, pues, que leer entre líneas, traer a la memoria alguno que otro dato de la vida de Rhees y entonces construir una hipótesis explicativa que opere como hilo conductor para todo el texto. De esa manera el libro adquiere un sentido que va más allá de una simple expresión de curiosidad histórica .

Consideremos entonces el libro de Rhees, el cual tiene dos facetas: una estrictamente histórica y una interpretativa. La primera concierne a los hechos que conforman la vida de Jesús, tal como ésta nos es dada en los Evangelios. En este terreno Rhees llega a resultados interesantes y sus reconstrucciones de múltiples pasajes son detalladas, argumentadas y convincentes. Muestra, por ejemplo, tomando en cuenta todos los hechos narrados en los Evangelios (sobre todo en los sinópticos) y los trabajos de los monjes que se dedicaron a partir del siglo I después de Cristo a reorganizar y ordenar el material del que disponían, que en realidad Jesucristo nació en el año 6 antes de Cristo. Explica Rhees:

Parece por lo tanto probable que Jesús nació en el verano del 6 AJC, que fue bautizado en el 26 DJC, que la primera Pascua de su ministerio fue en el verano del 26 o del 27 y que fue crucificado en la primavera del 29 o del 30. (p. 48).

Rhees efectúa un impresionante trabajo exegético de los Evangelios y saca a las luz tanto las coincidencias como las diferencias entre ellos. Así, describe de manera global los objetivos de los diversos Evangelios y de cómo de ellos fue emergiendo la figura de Cristo. Nos dice:

Si nuestro primer evangelio retrata a Jesús como la realización de las promesas de Dios a su pueblo, y Marcos, como al hombre de poder trabajando ante nuestros propios ojos, asombrando a la multitud en tanto que se gana a unos cuantos, Lucas coloca ante nosotros al Señor realizando su labor (ministering) con compasión divina con hombres sometidos a las mismas tentaciones que él aunque, a diferencia de ellos, él no conocía el pecado. (p. 27).

Rhees analiza los Evangelios de modo que casi podemos decir que cada uno de ellos cumple una función distinta. Entra a fondo en la discusión concerniente a las diversas contradicciones o inconsistencias entre dichos textos sagrados y las trabaja de manera que poco a poco se va delineando la silueta de un Jesús que en más de un sentido no es el usual. Lo que Rhees logra, por lo tanto, es elaborar una nueva interpretación de Jesús y, por ende, del personaje de Cristo. Ahora bien, como a menudo sucede, esta nueva interpretación no parece ser tanto el resultado de una investigación como el de una intuición asumida ab initio y luego aplicada sistemáticamente a través de lecturas apropiadas de los diversos pasajes de los Evangelios. Yo diría que la forma que tiene Rhees de ver los hechos que conforman la vida de Jesús le permite dotar a la existencia de este último de un sentido nuevo. En verdad, Rhees logra explicar los hechos conocidos de manera que se nos aclara la paulatina transformación religiosa de Cristo, su evolución espiritual. Muy a grandes rasgos, Rhees nos hace ver que se produjeron en la vida de Jesús diversos mal entendidos que es muy importante disipar. De acuerdo con él, la labor de Jesús se divide básicamente en dos grandes periodos: su periodo de formación o preparación para posteriormente difundir la “buena nueva”, diseminar su mensaje, y una segunda fase en la que Jesús deliberadamente habría promovido su propia muerte, puesto que él sabía que esa era la condición, impuesta por Dios, para que su verdad triunfara. Pero ¿cuál era su verdad y de qué mal entendidos hablamos?

Es obvio que, veamos el fenómeno “Jesucristo” como un fenómeno histórico o como uno en el que se manifiesta la divinidad, todo el discurso de Jesús es comprensible sólo si se le sitúa en su contexto real. Rhees describe minuciosamente cómo la vida religiosa en aquella parte del mundo de aquellos tiempos permeaba a la sociedad. Casi podría decirse que se había producido una división del trabajo entre los diversos grupos religiosos judíos. Así, por ejemplo, los saduceos, que son quienes finalmente ejecutan a Cristo, básicamente constituían el clero, la iglesia oficial, y eran quienes entraban en negociaciones con las autoridades romanas, constituyendo ellos mismos las autoridades hebreas. Los fariseos, en cambio, eran los partidarios a muerte del ritualismo judío. A ellos les importaban ciertas ceremonias, ciertas obligaciones, etc., y veían con recelo a quienes no las seguían al pie de la letra. Una de las críticas que Jesús eleva en contra de los fariseos consiste precisamente en señalar que con ellos la vida religiosa se reducía a una serie de ritos, careciendo sin embargo de ese respeto sincero y total por el espíritu religioso mismo. Este es un fenómeno bien conocido en nuestros días: todos sabemos de gente que asiste puntualmente a misa para purificar su alma, pero que apenas sale de la casa de Dios de inmediato retoma sus actividades ilícitas o su conducta inmoral. Hace todo eso, pero eso sí: cumple formalmente con las ceremonias prescritas por las autoridades eclesiásticas. Cristo ciertamente se oponía al espíritu fariseo, por más que compartiera con ellos diversas creencias. En todo caso, si Rhees logra dar cuenta satisfactoriamente de múltiples pasajes de los Evangelios ello se debe, entre otras razones, a que contextualiza debidamente las acciones de Jesús. Los relatos del Nuevo Testamento adquieren entonces sentidos claros. Sin embargo, lo realmente importante son sus conclusiones y el cuadro que nos pinta de la vida de Jesús es el siguiente: como todos los habitantes de Judea, Samaria, etc., de aquellos tiempos, Jesús creía en la llegada del Mesías. Poco a poco, sin embargo, él se fue auto-concibiendo como “el Hijo del Hombre” y, a través de milagros, lecciones morales y, en verdad, de una  gran sabiduría práctica, empezó a ser reconocido como tal por todos aquellos con los que interactuaba. Cuando llegó el momento, que es crucial porque es cuando termina su primera fase y empieza la segunda, es bautizado por San Juan Bautista, otro religioso que predicaba la llegada del Mesías, muy influyente en su limitado medio pero quien reconoce en Jesús al verdadero Mesías. Para entonces Jesús ya tenía plena conciencia de cómo tenía que llevarse a cabo su misión religiosa: había que anunciar la llegada del Mesías pero no con trompetas y ángeles exterminadores para acabar con la ocupación romana, sino para abrirles el corazón a sus conciudadanos y enseñarles la palabra de Dios. En lo que él creía era en la “segunda venida” durante la cual los individuos en general, es decir, no ya nada más los habitantes de Galilea, Samaria, etc., sino todos los humanos serían juzgados y regenerados en un espíritu nuevo. Este es un tema importante que hay que considerar aparte.

De acuerdo con la versión de Rhees, la evolución de Jesús consistió en pasar de tener intereses, llamémoslas así, “populares” a tener intereses exclusivamente religiosos. Él habría cambiado no de objetivo, sino de procedimiento. Para el nuevo Jesús, había que dejar atrás la labor de convencimiento masivo para remplazarlo por una labor diferente. ¿Por cuál? Según Rhees, Jesús habría optado, en la segunda fase de su ministerio, por una estrategia radicalmente diferente de la que había desplegado hasta ese entonces. A partir de cierto momento, su idea habría sido la de rodearse de unos cuantos discípulos incondicionales, de hombres que realmente estuvieran convencidos de que él era el Mesías, seguidores que no tuvieran la menor duda respecto a su carácter divino. Serían ellos a quienes él les enseñaría en qué consistía la nueva verdad y ellos a su vez se la transmitirían a la población en su conjunto. Este cambio en la conducta de Jesús le habría valido el rechazo de la gente que, decepcionada por el hecho de que el Mesías no se comportaba como esperaba que lo hiciera, es decir, de manera visible, palpable, exitosa factualmente, en el momento crucial lo abandonaría a su suerte por haberlos decepcionado. Por otra parte, los seguidores de Jesús no comprendieron sino hasta el final que la nueva doctrina exigía el sacrificio del Hijo de Dios, pues sólo de esa manera podría él probarle a la gente, con su segunda venida, que era a él a quien había que seguir y tratar de emular. En este sentido, la vida de Jesús no es trágica, puesto que él no hace nada para evitar el fatal desenlace sino al contrario: lo promueve, a sabiendas de que lo que le espera es un auténtico infierno. Mito o historia, lo cierto es que son pocos los relatos individuales tan conmovedores como el de la vida y la muerte en la cruz de Jesús de Nazareth.

El cuadro que Rhees magistralmente pinta, sin embargo, parece tener un lienzo oculto, un lienzo debajo del lienzo. Para entender esto tenemos que hacer algunos recordatorios que tienen que ver no ya con Jesucristo, sino con otro formidable individuo que presenta rasgos en muchos sentidos similares a los de este último.

Rhees tuvo el privilegio de tratar de cerca, probablemente sin llegar nunca a intimar demasiado con él, a uno de los hombres más extraordinarios en los que podamos pensar. Me refiero a Ludwig Wittgenstein. Sin duda, todos recordamos la condición que Jesús le imponía a algunos de sus seguidores, posteriormente apóstoles, a saber, la de dejar todo y seguirlo. Preguntémonos: ¿quién deja todo? O mejor: ¿habrá una persona en este mundo que se deshaga de una fortuna colosal, de una fortuna que le estorba porque no le permite disfrutar de su propia riqueza, de su riqueza interna? Yo, lo confieso, ni conozco ni he oído hablar de nadie así. Rhees sí tuvo la buena suerte de conocer a alguien así y de que éste lo distinguiera con su amistad y su confianza. Ahora bien, que alguien haga algo así no puede ser una casualidad, una “puntada”, el resultado de una improvisación. Quien hace algo así tiene que ser un ser humano muy especial, en verdad único, porque desprenderse de una fortuna no es un gesto que venga solo: viene acompañado de muchos otros actos excepcionales más. Y aquí es donde empezamos a detectar un paralelismo que Rhees implícitamente,sin decir nada al respecto, propone entre Jesucristo y Wittgenstein y en el cual se habría inspirado para efectuar su trabajo biográfico. Se trataría de una intuición que él mismo no se habría atrevido a hacer explícita. No hay duda alguna de que Jesús y Wittgenstein eran individuos que simplemente no podían pasar desapercibidos, porque de manera natural su grandeza se manifestaba y en todo momento se hacía sentir. En prácticamente todos los recuerdos que se conservan de Wittgenstein, incluyendo los que el mismo Rhees compiló y publicó bajo forma de libro (Ludwig Wittgenstein. Personal Recollections, algo así como Ludwig Wittgenstein. Remembranzas Personales), siempre aparece el maestro, el individuo que imparte lecciones, quien enseña a pensar correctamente, el guía. Y es precisamente en relación con sus respectivos modos de enseñar que se refuerza el paralelismo entre esos dos grandes hombres: al igual que Jesús, también Wittgenstein habría optado por transmitir su sabiduría, el evangelio filosófico (“la Buena Nueva” en filosofía, es decir, la liberación definitiva frente al fraude intelectual más grande de todos los tiempos, esto es, la filosofía occidental) a unos cuantos, a sus “apóstoles” para que fueran ellos quienes diseminaran lo que él les habría enseñado. Desafortunadamente, en ambos casos, es menester señalarlo, tanto los representantes de Jesús como los de Wittgenstein  dejaron perfectamente en claro que no estaban a la altura de la labor que se les había encomendado. Después de todo, Pedro negó tres veces a su Maestro y Rhees, quien en toda esta saga aparece como su equivalente, es un filósofo a quien prácticamente nadie lee. También es cierto, por ejemplo, que así como a partir de cierto momento Jesús habría optado por alejarse de las masas para concentrarse en la transmisión de su mensaje a unos cuantos, Wittgenstein siempre trabajó con grupos reducidos de discípulos y nunca optó por algo que para él hubiera sido muy fácil, a saber, participar en congresos, publicar “papers” por aquí y por allá, convertirse en el centro de atención de los profesionales de la filosofía, ser el super Herr Professor de filosofía, porque ¿quién habría podido rivalizar con el genio en acción? Yo no visualizo a nadie, ni siquiera a Bertrand Russell. Independientemente de todo ello, si lo que he afirmado tiene visos de verdad, tenemos entonces la clave para entender el libro de Rhees y, de paso, a Rhees mismo.

Hay una conexión que vale la pena rescatar. En más de una ocasión Wittgenstein expresó su aceptación de Cristo, su adhesión al mensaje cristiano. Entre sus notas no académicas, encontramos reflexiones como estas:

Ningún grito de pesar puede ser mayor que el grito de un hombre.
O, incluso, ningún pesar puede ser mayor que aquel que una persona sola pueda tener.
De ahí que un hombre pueda tener un pesar infinito y también necesitar una ayuda infinita.
La religión cristiana es sólo para aquel que necesita una ayuda infinita y, por lo tanto, sólo para aquel que tiene un pesar infinito.
El planeta en su totalidad no puede tener un pesar más grande que el que sufre un alma.
La fe cristiana – es lo que quiero decir – es el refugio para este pesar supremo.

No hay duda de que Wittgenstein habría sido el primero en rechazar con indignación cualquier parangón de él con Jesucristo. Le habría parecido un sacrilegio imperdonable, un pensamiento irreverente y un desacato inaudito. Pero en realidad no es eso lo que aquí está en juego. Lo que el libro de Rhees deja entrever, más allá de su objetivamente muy interesante investigación histórica, es el tremendo impacto de Wittgenstein en él. No tengo elementos para afirmar que fue por su relación con Wittgenstein que él se decidió a elaborar un trabajo histórico tan completo como el que realizó sobre Jesús de Nazareth, pero de lo que sí estoy convencido es de que es sólo gracias a esa biografía que él habría podido, silenciosamente, expresar en forma indirecta su verdad personal en relación con Wittgenstein. Dicho de otro modo: ningún otro ser humano le habría permitido efectuar el trabajo simultáneo de investigación histórica y confesión personal.

No me propongo, entre otras por razones de espacio, debatir el tema pero creo que debo señalar, aunque sea de pasada, que lo menos que podemos decir es que el Cristo de Rhees es controvertible. A mí me parece evidente que la idea de un Mesías, de un salvador divino, tenía que estar de uno u otro modo vinculado a la situación política real en la que vivían los hebreos. De seguro que los impuestos romanos, extraídos a través del sanedrín, hacían la vida muy pesada para los habitantes de aquellas regiones. Pero entonces parecería que cortar de raíz todo vínculo entre la vida religiosa y su potencial impacto en la vida política equivale a mermar el valor de la actividad de un individuo excepcional que estaba de hecho movilizando a toda la población. La idea de que Jesús súbitamente habría decidido cortar sus vínculos con las masas para concentrarse en unas cuantas personas, él que había realizado tantas curaciones y tantos milagros, resulta desconcertante, por no decir nada convincente. Lo interesante, obviamente, sería determinar si la refutación de su interpretación de Jesús seguiría siendo congruente con la idea que Rhees parece haberse formado de Wittgenstein y si no habría sido más bien el caso de que su forma errada de ver a Wittgenstein lo habría llevado a elaborar un cuadro radicalmente equivocado de Jesucristo.

A lo largo de años de impartición de cursos sobre Wittgenstein, cuando me parecía que el momento era el apropiado para ello, en varias ocasiones traté de llamar la atención sobre lo que desde mi perspectiva es un rasgo que comparten Cristo y Wittgenstein, pero no es el que Rhees sugiere. En lo que yo siempre insistí es en que en ambos casos nos las habemos con seres que predican con el ejemplo. Así, Cristo despliega una conducta personal inquebrantable, una conducta de amor que nadie tendría la fuerza suficiente para hacer que la modificara. Él sí predicaba con el ejemplo. Y a partir de cierto momento, en un terreno completamente diferente como lo es el de la investigación filosófica, Wittgenstein se dedicó a mostrar la validez de su enfoque y de sus métodos de trabajo destruyendo, a través de arduas discusiones, dañinos mitos filosóficos, como el mito de lo interno o el mito del escepticismo. Tanto el wittgensteinianismo como el cristianismo se demuestran en la práctica, en los resultados concretos que generan, no en la especulación y la pseudo-teorización. En todo caso, reconozco que nunca se me habría ocurrido visualizar el entorno de Wittgenstein al modo como Rush Rhees visualizó el de Jesús de Nazareth y, por analogía, el de su propio maestro. Por ello, independientemente de si nuestra lectura del libro de Rhees es acertada o no, si pudimos meditar, aunque haya sido de manera tan pobre y en unas cuantas páginas, sobre tan sublimes temas, ello es algo por lo cual no podemos más que estarle agradecidos en retrospectiva a Rush Rhees por tan magnífica oportunidad.

Victoria sobre Victoria

Como todos sabemos (y lo resentimos), los Estados son instituciones inmensamente complejas. Derivado de ello, uno de sus rasgos es una inevitable jerarquización en los puestos y en las responsabilidades. Es evidente, por ejemplo, que una recepcionista que trabaje en una Secretaria de Estado tiene un trabajo concreto que realizar y recibe instrucciones u órdenes de su superior inmediato, pero obviamente ella misma no incide ni mínimamente en la política general del ministerio en cuestión. De hecho, ella en el organigrama puede estar separada del Secretario de Estado o ministro de que se trate por decenas de niveles intermedios, de puestos correspondientes a las diversas  dependencias de la Secretaria en cuestión. Todo gobierno es, pues, una institución fantásticamente ramificada pero, curiosamente, también es cierto que ello nos resulta tan familiar que simplemente ya ni nos detenemos a reflexionar al respecto, así como no nos llama la atención el hecho de que el sol salga todos los días por el Oriente y se ponga por el Occidente. Nótese, dicho sea de paso, que este fenómeno de dos caras, i.e., complejidad institucional y familiaridad con dicha complejidad, no es privativo del Estado: cualquier empresa trasnacional, cualquier sistema bancario está estructurado y organizado de manera semejante, esto es, de manera piramidal, sólo que en lugar de hablar de presidente se habla de CEO, en lugar de Secretarios de Estado se habla de directores regionales o de directores de áreas y así sucesivamente. Los ministerios o áreas a su vez se expanden, funcionan por medio de ejércitos de empleados, subalternos, ayudantes, personal administrativo de todos las clases imaginables. Aquí puede apuntarse a una potencial diferencia muy importante entre la burocracia pública y la burocracia privada, a saber, que en el sector privado siempre que es ello factible se reduce al máximo la cantidad de empleados contratados, lo cual no siempre sucede en el caso de los gobiernos, por razones evidentes de suyo. El punto al que quiero llegar en todo caso es el siguiente: la supuesta familiaridad con ese monstruo institucional con el que convivimos, del cual no podemos pasarnos (no compartimos ningún punto de vista con planteamientos tan delirantes y carentes de sustento histórico como los de Javier Milei) y que dista mucho de ser transparente a menudo impide que se calibre debidamente la naturaleza de los cambios que se producen al interior (en este caso) de los gobiernos. Por ejemplo, un cambio de Secretario de Estado o ministro puede ser el resultado de una intriga palaciega, de una conspiración entre pares, puede deberse a que al jefe del ministro en cuestión le puede parecer que éste sería más útil en otro sector gubernamental, puede deberse a alguna diferencia muy grande con los lineamientos generales promovidos por el gobierno o por el jefe de Estado en turno y así indefinidamente. Pero también pueden producirse cambios que tienen un sentido mucho más profundo, que indican que hay desavenencias mucho más radicales entre quien “presenta su renuncia” y la dirigencia política del país. Esos cambios son los realmente importantes, porque además de sus efectos algo dicen respecto a la coherencia política del gobierno, a las magnitudes e intensidades de las tensiones y las luchas internas entre los diversos miembros de los gabinetes y grupos políticos incrustados en los gobiernos. Tensiones y rivalidades de esa naturaleza rara vez son de índole personal. Los conflictos realmente trascendentales son más bien de carácter político y, dependiendo del nivel en el que se produzcan, tienen una mayor o menor significación. Con esto en mente, propongo que examinemos someramente el caso de lo que a primera vista es un simple cambio de personal en el gobierno de los Estados Unidos pero que, si no me equivoco, representa más bien un cambio en profundidad, un corte importante en relación con por lo menos algunos aspectos de la política exterior de dicho país.

Hace un poco más de dos semanas se dio a conocer en los Estados Unidos la renuncia de la sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland. ¿Quién es este personaje? De entrada, podemos afirmarlo, alguien que si pasa a la historia pasará por ser una incontinente promotora de guerras y una causante indirecta de muchas desgracias y de muchos muertos. Se trata de una “diplomática” norteamericana, de origen moldavo aunque ella misma nacida en los Estados Unidos, que desde hace cerca de 30 años ha venido ocupando puestos importantes en las diversas administraciones norteamericanas con, vale la pena señalarlo, la notable excepción de la administración del presidente D. Trump. Está casada con un bien conocido ensayista, ideólogo y politólogo, muy activo y muy influyente (fue asesor de G. W. Bush) de nombre ‘Robert Kagan’. Este individuo fue de los intelectuales pioneros en conformar durante los gobiernos de B. Clinton y G. W. Bush el grupo de “neo-consevadores” (de gente como R. Pearle, P. Wolfowitz y muchos otros) que idearon, planearon y finalmente llevaron al gobierno de los Estados Unidos a (entre otras cosas) bombardear Irak, matar a un millón de personas y liquidar a Saddam Hussein. Se trataba, como es obvio, de un grupo sionista declarada, abierta, cínicamente pro-israelí. Este poderosísimo grupo de “policy makers”, es decir, de gente que diseña la política exterior (en este caso de los Estados Unidos) tiene como objetivo principal la defensa a ultranza del gobierno israelí, sea el que sea y haga lo que haga, en el entendido de que cualquier gobierno de Israel será visto como una extensión del gobierno norteamericano pero, y esto es muy importante, asumiendo también la premisa oculta de que el gobierno de los Estados Unidos está en sus manos y bajo su total control. Aquí de inmediato nos asalta la duda: ¿cómo se controla al gobierno de una potencia como los son los Estados Unidos? ¿Quién puede lograr semejante hazaña? La respuesta es: el lobby sionista, más de 120 organizaciones pro-israelíes, la prensa internacional, Hollywood, la Federal Reserve, por no mencionar más que los factores, instrumentos y elementos políticos y financieros más prominentes. Son todas esas instituciones las que, operando mañana, tarde y noche tanto en los Estados Unidos como a nivel mundial, garantizan que ese pre-requisito efectivamente se cumpla. Entre las organizaciones sionistas norteamericanas destacan la Anti-Difamation League, el Congreso Mundial Judío, B’nai B’rith y, sobre todo, el poderosísimo AIPAC, esto es, el Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos. No puede entonces sorprender a nadie que el gobierno norteamericano haya solapado los abominables crímenes y las despreciables mentiras del gobierno israelí en relación, por ejemplo, con la operación de limpieza étnica y apropiación territorial que se está llevando a cabo en lo que alguna vez se llamó ‘Palestina’.

Sin duda alguna, Victoria Nuland es una psicópata irredimible, una fanática convencida de que se debe usar el poderío económico y militar norteamericano para mantener la primacía de los sucesivos gobiernos sionista-norteamericanos en el mundo. Sin duda alguna, es una mujer “competente”, aunque es mi deber decir que las veces que yo la he oído hablar en entrevistas me ha resultado tremendamente decepcionante y superficial. Su discurso oficial no rebasa nunca el plano de la perorata concerniente a “sus valores”, la “democracia” y la “libertad”, un discurso más vacuo que un cascarón vacío y más aburrido que una alocución de Ciro Gómez Leyva o de Leo Zuckermann sobre las elecciones en México. Lo que V. Nuland destila es verborrea politiquera para gente realmente despolitizada. Es evidente, por otra parte, que su función política, si bien no se reducía a ser una mera portavoz de las visiones megalómanas de su esposo, sí era básicamente la de ser su instrumento para su articulación desde el interior de las instituciones y los canales gubernamentales. Ella claramente forma parte de un clan y es sólo vista de esa manera que su itinerario y su rol políticos se vuelven inteligibles y transparentes. Su declaración de despedida fue una joya de discurso impolítico: declaró, primero, que la Rusia actual no es la Rusia que ella hubiera querido dejar y, segundo, que el dinero invertido (“prestado”·) en Ucrania era automáticamente recuperado en los Estados Unidos por las empresas norteamericanas fabricantes de armas, dejando con ello en claro que la guerra en Ucrania a final de cuentas resultó ser un estupendo negocio para las empresas norteamericanas. Desde su perspectiva, desde luego, Europa no cuenta.

La evolución de la vida política en los Estados Unidos es, vista a distancia, relativamente fácil de delinear. Después del asesinato de J. F. Kennedy, un presidente católico de cuya muerte se sabe que hay diversas versiones siendo la única no creíble la historieta oficial, esto es, la del asesino solitario (Lee Harvey Oswald), un cuento de hadas tan fantástico como el de que las Torres Gemelas fueron destruidas por más o menos 20 beduinos, el gobierno norteamericano fue prácticamente tomado por asalto. El resultado político neto, el hecho innegable es que en la actualidad los Estados Unidos tienen de facto no una sino dos capitales, que son Washington D.C. y Tel-Aviv (o Jerusalém, si se prefiere). En este momento, la inmensa mayoría del personal político al frente de la administración Biden está constituida básicamente por sionistas (para dar un ejemplo representativo, Ch. Schumer, que es el líder de la mayoría en el Senado). El resultado es una realidad sui generis – no única en el mundo porque en Francia pasa algo muy parecido – consistente en que lo que hay es un gobierno de dos cabezas. Este dato ayuda a entender tanto la coherencia como las inconsistencias del gobierno norteamericano. En todo caso, la política norteamericana es abiertamente pro-israelí o quizá deberíamos decir simplemente ‘israelí’. Esto explica los cerca de 4,000 millones de dólares que todos los años el gobierno norteamericano le transfiere al de Israel. Se trata de un “regalo” del pueblo americano al gobierno israelí. A esto añádase el apoyo militar, diplomático, de política interna que es permanente. En eso la política norteamericana sin duda alguna ha sido coherente de principio a fin.

Antes de seguir adelante quisiera rápidamente llamar la atención sobre un hecho que vale la pena destacar y es el siguiente: a pesar de decenios de inyecciones de odio en contra de los “comunistas”, los “rojos”·, los “soviéticos” y ahora simplemente los “rusos” efectuadas a través de películas, programas de televisión, múltiples comentaristas políticos con programas muy populares (un ejemplo espectacular de ello es Rachel Maddow), entrevistas, y desde luego prácticamente toda la prensa escrita (New York Times, Washington Post, Wall Street Journal, etc., etc.), lo cierto es que el pueblo norteamericano no tiene en lo esencial nada en contra del pueblo ruso. No hay un odio natural entre esos dos pueblos. El problema es que no pasa lo mismo con los sionistas norteamericanos. ¿Por qué? Porque ellos tienen un historial diferente con Rusia. Prácticamente todos los sionistas norteamericanos preponderantes tienen sus raíces (de dos, tres o más generaciones) en Europa Oriental y, muy especialmente, en Rusia. Históricamente, la relación con el zarismo fue ciertamente muy difícil para las comunidades judías, lo cual explica la proliferación de líderes sionistas como Z. Jabotinsky, quien fue realmente de los fundadores del Estado de Israel. Pero esas son vinculaciones con el pasado. El presente es Vladimir Putin y el problema con éste es que se interpuso a los planes sionistas e impidió que sucediera en Rusia lo que ya había sucedido en los Estados Unidos. Eso le valió el odio eterno del sionismo mundial, entronizado precisamente en dicho país.

El deseo de venganza ante el triunfo del nacionalismo ruso representado por el presidente Putin llevó entonces a diseñar y fraguar un conflicto letal en contra de Rusia sin para ello convertirse necesariamente en blanco de sus armas atómicas. Se preparó entonces paso a paso el conflicto de Ucrania, empezando por un golpe de Estado. No hubo tampoco mayores problemas para encontrar al personaje adecuado, otro sionista, para dirigir al país después de orquestar la deposición del presidente Víctor Yanukóvich. Y, evidentemente, una pieza decisiva de la maquinaria golpista fue Victoria Nuland. Simbólicamente, ella es quien orquestó lo que podríamos llamar el ‘plan Ucrania’, el cual arrancó con el golpe de Estado durante el cual, mientras se quemaban edificios, ella en la plaza Maidan repartía golosinas entre la población incitándola a protestar. La “anécdota” más conocida de esa primera etapa de preparación fue la escena en la que, discutiendo con el embajador norteamericano en Ucrania acerca de quién podría sustituir al presidente depuesto, por teléfono intercambian nombres y el embajador propone a alguien sugiriéndole que hay que tomar en cuenta a la Unión Europea, a lo cual la no muy diplomática representante del gobierno norteamericano le responde con un “fuck the European Union”, que en nuestro idioma equivaldría a algo como “que se chingue la Unión Europea”. Sería difícil dar una prueba más clara de prepotencia. Obviamente, un comentario así en la remota época de gloria del Imperio Británico hubiera sido impensable, pero no lo es en la época del imperio sionista-norteamericano y del concomitante declive europeo.

Así, pues, si hubo alguien que impulsó, defendió, articuló, argumentó en favor de la guerra de Ucrania, ese alguien fue Victoria Nuland. El plan era, masacrar a las poblaciones rusas del sur de Ucrania e integrar a Ucrania a la Unión Europea y, sobre  todo, a la OTAN. Se habría completado así el cerco a Rusia (dejando de lado a Bielorrusia). Cuando Rusia se preparó para defender a sus hermanos de sangre que vivían en suelo ucraniano dando con ello inicio a la operación especial, el pueblo ucraniano fue usado como carne de cañón y Rusia fue “sancionada” desde todos los ángulos imaginables, bloqueándola sobre todo desde un punto de vista económico y financiero, tratando de hacerle (como se hubiera dicho en otros tiempos) morder el polvo, ponerla de rodillas, dividirla, aprovechar sus riquezas naturales y crear una Rusia “democrática”, en exactamente el mismo sentido en el que la Argentina de Milei es una Argentina “democrática”. Pero algo falló. ¿En dónde estuvo el error? ¿Por qué fracasó el plan de desmantelamiento de Rusia?

De que algo estuvo mal calculado no hay duda de ello, puesto que finalmente Rusia – podemos ahora afirmarlo con toda confianza –  ganó la guerra de Ucrania en prácticamente todos los frentes: militarmente acabó no sólo con Ucrania, sino con la OTAN. Ahora queda claro que los europeos, a pesar de las ridículas baladronadas de E. Macron, no tienen ni la unidad que pensaban tener ni el poderío militar, económico y moral que se requeriría para derrotar a Rusia. Si los Estados Unidos se desentienden de Europa, que es a lo que apunta el desarrollo de la vida política con lo que normalmente debería ser un aplastante triunfo de Donald Trump – si es que lo dejan “concursar” por la presidencia – Europa quedará como lo que siempre fue, a saber, una entidad geográfica a la que se le quiso dar la apariencia de un único cuerpo con los mismos intereses pero que, en el fondo, es un conglomerado de pueblos y países con intereses no sólo divergentes sino hasta opuestos, como lo pone de relieve el famoso “Brexit”, que ahora todos quieren imitar. Durante todo el periodo de la operación especial, Rusia diversificó sus exportaciones, enriqueció sus contactos con el mundo no europeo, firmó alianzas de primerísima importancia, fortaleció su mercado interno, desarrolló magníficamente su industria militar, renovó sus estrategias militares y sin lugar a dudas recuperará lo que siempre había sido su territorio (que incluye no sólo la región del Donbas, Lugansk y otras, sino también a  Sebastopol y Odessa y, paradójicamente, hasta Transnistria, región de Moldavia cuyos habitantes han pedido oficialmente que se les permita unirse a Rusia). De paso, Rusia aumentó su presencia en otros continentes, en especial el africano, en donde ha venido regalando toneladas de trigo y cereales para poblaciones hambrientas, una clase de ayuda que no les cruza por la cabeza ni a ingleses ni a franceses ni a norteamericanos. Los regímenes de los “muy civilizados” países que han vivido de la esclavitud y de la explotación de prácticamente todos los pueblos de la Tierra no dan nunca nada. Los rusos (y los chinos, dicho sea de paso) no son así. La guerra de Ucrania ya la ganó Rusia, todo mundo lo sabe, con lo cual empieza la retirada occidental, la cual se manifiesta de múltiples formas: retrasando la entrega de armas a los ucranianos (entre otras razones porque ya no hay), limitando los préstamos de cantidades estratosféricas de dinero, reiterando las críticas al gobierno títere del antiguo payaso de televisión, Volodomir Zelensky y así indefinidamente. Para decirlo de manera un tanto simplona: tácticamente, Ucrania perdió la guerra, pero estratégicamente, el gobierno de los Estados Unidos (Europa no cuenta) perdió Ucrania.

Y es aquí que empieza lo interesante de toda esta saga política. La derrota norteamericana en Ucrania representó un duro golpe para el gobierno norteamericano en su conjunto y entre las muchas cosas que dicha derrota generó está un cierto despertar en la clase política norteamericana o, más bien, el reforzamiento de un cierto descontento pre-existente causado por la orientación general que le ha venido imprimiendo a su política exterior el poderosísimo lobby sionista. Sin embargo, la catástrofe política norteamericana fue tan grande que no quedó otro remedio que echar del gobierno a Victoria Nuland! Esa decisión no es un mero cambio burocrático: es una reacción muy fuerte en contra de todo un proyecto pensado a fondo por ideólogos y estrategas rabiosamente anti-rusos. Entendámoslo bien de una vez por todas: la idea de vencer a Rusia es un objetivo “natural” de los Estados Unidos, pero la guerra de Ucrania fue casi una guerra privada y alguien tiene que responder por un fracaso tan rotundo y tan costoso. Es obvio que quienes le apostaron todo a la destrucción de Rusia tienen ahora que pagar el precio político por el fracaso de su desbordada fantasía y el símbolo más inequívoco de ese ajuste de cuentas interno del gobierno de los Estados Unidos no podía ser otro que la expulsión de la sub-Secretaria de Relaciones Exteriores. La verdad es que aunque no hay datos al respecto, no sería de extrañar que la explicación última del crimen terrorista cometido en Moscú hace unos días hubiera sido la última perversa acción orquestada por la tristemente célebre sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos ante su inminente expulsión definitiva del actual gobierno norteamericano.

Naturalmente, el poder sionista en los Estados Unidos seguirá siendo inmenso, pero también seguirá siendo un hecho altamente significativo e importante el haber corrido a Nuland del crucial puesto que ocupaba. Lo que este hecho revela es que, después de todo, por poderosos que sean los sionistas no son omnipotentes, ni siquiera en los Estados Unidos. A la alegría generalizada (y abiertamente manifestada en múltiples videos, entrevistas, artículos, pronunciamientos de periodistas, políticos y politólogos de los Estados Unidos) habría que añadir el descontento masivo de los norteamericanos por el apoyo de la administración Biden a la barbarie israelí en contra del pueblo palestino (más de 32,000 personas masacradas en unos cuantos meses, de las cuales la mitad son “niños terroristas”) y en favor de la criminal política del Nosferatu del Medio Oriente, Benjamín Netanyahu. La política de encubrimiento y apoyo tácito al gobierno israelí por parte del gobierno sionista-norteamericano es demasiado obvia como para suscitar dudas razonables al respecto. Como puede aprecisarse, la derrota en Ucrania abrió las puertas para muchos fenómenos políticos nuevos en los Estados Unidos.

Es evidente que el mundo depende de lo que suceda en los Estados Unidos y si algo dejó en claro el dato de la expulsión de Victoria Nuland es que hay un gran descontento al interior del gobierno y una repulsión cada vez mayor entre la población por la política exterior del gobierno sionista-norteamericano. Obviamente, dicho grupo va a recurrir a todos los mecanismos a los que tenga acceso para evitar un cambio esencial en la política exterior norteamericana, independientemente de que el gobierno de la Casa Blanca sea de demócratas o de republicanos. Al interior de los Estados Unidos, sus grandes armas son el dinero (la banca), la propaganda y el poder político concentrado en sus manos. Pero lo cierto es que la lección “Nuland” es imposible de ocultar. Como siempre con los seres humanos de todos los tiempos, la arrogancia, el abuso y la excesiva seguridad en sí mismos pueden desencadenar situaciones hasta ese momento impensables. Por lo pronto en este caso sí puede afirmarse que Nuland terminó siendo nula y que se obtuvo una resonante victoria sobre Victoria.

Lucha de Clases y el Futuro de México

Desde que a raíz de la caída del bloque socialista los dizque “pensadores” como Octavio Paz decretaron que la concepción marxista del sistema capitalista y su desarrollo no serviría ya para nada, nos topamos en general, de seguro en América Latina y con certeza en México con un hueco enorme en el contexto de las explicaciones sociales y políticas. Sembrando como siempre la desorientación y la incomprensión de los procesos sociales, las huestes tanto de pseudo-intelectuales como de malandrines del periodismo y del “televisionismo” (me permito crear mis propios “términos técnicos”) se han esforzado por promover de manera sistemática lo único que han dado muestras de saber hacer, esto es, “explicaciones” de los vaivenes de la vida política en términos de características individuales de los personajes prominentes del momento. Así, los movimientos internos de lo que es un muy complejo sistema social fundado en una determinada estructura económica, es decir, de una maquinaria de producción y reparto de la riqueza generada por el trabajo, son “explicados” por cosas tan triviales como la forma de hablar de alguien, el modo como se viste o camina, los humores y las decisiones arbitrarias que se les ocurre tomar, si tienen buen humor y son expertos en el lenguaje soez y así sucesivamente. Esta corriente de intoxicación intelectual es tan burda y tan ineficaz que yo a menudo me pregunto si el batallón de escritorzuelos que a diario cumplen con su lacayuna labor de ataque al régimen político prevaleciente en nuestro país realmente se creen ellos mismos lo que sus cabezas les permite redactar! Confieso que me cuesta mucho aceptar que haya soldados rasos del frente cultural tan estúpidos que se crean ellos mismos lo que no pasan de ser las más de las veces patrañas sobre pedido y vulgares mentiras.

El resultado neto de esta situación de sustitución de genuinas explicaciones por historietas como para débiles mentales es la total falta de claridad y de comprensión respecto a lo que está sucediendo en el mundo en general y en México en particular. Por ejemplo, si le preguntamos a cualquiera de los trabajadores letrados al servicio de los grandes intereses privados en qué consiste realmente el proceso por el que está atravesando México, por qué vivimos en un país en donde además de la violencia real se exalta la violencia en general para restarle tranquilidad a la gente, las respuestas que nos darán vendrán en términos de slogans, frasecitas hechas, retruécanos y demás tropos asociados con nociones desprovistas casi ya por completo de un sentido inteligible, como ‘la lucha por la democracia’, ‘la lucha contra el autoritarismo’ y sandeces por el estilo. Pero yo preguntaría: ¿en dónde quedó el análisis político? ¿Cómo puede presentarse como resultados objetivos, para no decir “científicos”, de investigaciones serias toda esa sarta de banalidades, repeticiones, vacuidades y demás? La explicación es que vivimos en una atmósfera intelectual de la cual el gran gurú de la vida cultural mexicana de los últimos 30 años, o sea, Octavio Paz (o como sería mejor llamarlo, ‘Octavio Guerra’) tuvo a bien decretar la expulsión del reino de las explicaciones sociales no sólo las teorías concretas que conforman la visión marxista de la historia y de la expansión capitalista, sino hasta la terminología, el vocabulario que tanto le costara a Marx acuñar y que era realmente útil. En efecto, desde que Paz jugó su nefando y oportunista rol de destrucción de la izquierda mexicana (de por sí endeble), un papel teóricamente injustificado por completo pero sólidamente financiado, se decidió que fenómenos como los de explotación, generación de plusvalía, fetichismo de la mercancía, enajenación y muchos más no sólo propios sino definitorios del sistema capitalista, eran cosa del pasado. Todo borrado por el decreto de un poeta cuyos productos son realmente del gusto de muy pocos, por no decir ‘más que de sus más fanáticos acólitos’. Hay, no obstante, una noción de primera importancia que emana de la concepción marxista del capitalismo, que en mi humilde opinión es crucial y que sería muy útil servirse de ella en la actualidad para dar cuenta de lo que está sucediendo si bien, como era de esperarse, se le ha inutilizado al ignorarla de manera sistemática. Me refiero a la importante noción de lucha de clases.

Es evidente, supongo, que la noción de lucha de clases es una noción técnica por medio de la cual se completa en el plano de la estructura política la descripción de la estructura, el funcionamiento y las contradicciones del sistema económico subyacente. En general, y como parte de la sistemática tergiversación de la historia, la lucha de clases quedó asociada a un periodo, básicamente al periodo staliniano de la nacionalización de la tierra y la estatización completa de los medios de producción. No es mi propósito entrar aquí a explicar cómo fue que el gobierno en tiempos de Stalin llegó a la conclusión de que no había alternativa a la nacionalización si lo que se quería era asegurar la alimentación de millones de habitantes de las ciudades. Fue una decisión de magnitudes históricas y se impuso por la fuerza. Millones de personas sucumbieron en la lucha entre el Estado soviético y los, así llamados, kulaks, esto es, los terratenientes. O sea, las circunstancias prevalecientes en aquellos tiempos hicieron que un gobierno revolucionario se radicalizara e impusiera un programa de gobierno completamente nuevo en la historia de la humanidad. Sobre los vicios y las virtudes de dicho sistema político se puede discutir fríamente, sin demagogia ni charlatanería, reconociendo aciertos y errores, pero no es mi tema en este momento por lo que no entraré en él.

Lo que en cambio sí es mi tema es la situación que prevalece aquí y ahora en México y lo que quiero mostrar es la utilidad de la noción de “lucha de clases” para explicarnos un sinfín de acciones, decisiones y actuaciones de los actores políticos. Ahora bien, lo más interesante del inevitable fenómeno de la lucha de clases en México es, me parece a mí, que por primera vez quizá dicha lucha no la está ganando la clase que acumula la riqueza material y que tiene como representante político al gobierno en turno. Dicho de otro modo, aquí, por primera vez, el gobierno es el genuino representante de los intereses de las clases trabajadoras: de obreros, de empleados, de campesinos, de pequeños comerciantes, de maestros, de transportistas, etc. Tal vez no sería erróneo decir que por primera vez tenemos un gobierno que sí representa y hace valer los intereses de los desvalidos.

Me parece que, antes de seguir adelante, sería conveniente hacer un recordatorio elemental para evitar la crítica de ultra-simplicación que se podría querer elevar en mi contra. La sociedad capitalista contemporánea, obviamente, no es una sociedad dividida en dos grandes clases, la burguesía y el proletariado. Ese era el cuadro que presentaba en el siglo XIX y cuando mucho hasta la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX. Pero desde entonces el paisaje social se volvió mucho más complejo y abigarrado, al grado de que el concepto original de clase dejó de ser operativo si no totalmente sí en gran medida. No obstante, lo que no es tan fácil de borrar, independientemente de si hablamos de clases o de si se acuña un nuevo término teórico, es el conflicto objetivo de intereses que se da entre quienes venden su fuerza de trabajo para vivir y que reciben un salario (que tiene su traducción en el plano del consumo en la noción de “canasta básica”) y quienes compran dicha fuerza de trabajo, la aprovechan y ganan. Los niveles económicos de los empleados pueden haberse diversificado y estratificado cuanto se quiera, pero los dueños siguen siendo los dueños y quienes trabajan para ellos, inclusive si son muy bien remunerados, siguen siendo sus empleados. El cuadro se complica porque hay nuevas formas de propiedad, como la representada por ejemplo por las acciones de empresas que se compran y venden en la Bolsa, pero esta proliferación de diferencias no basta para borrar la oposición principal.

Dadas las características del pueblo mexicano, el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo naturalmente que adaptarse a él y con ello se simplificó el panorama, pero ello facilitó la transmisión de mensajes políticos fundados en realidades sociales. Por eso el presidente recurre a nociones no técnicas sino del sentido común y del lenguaje natural para delinear su política de defensa de los intereses de los trabajadores. Él y su gobierno son los representantes de los intereses de los pobres, de los abandonados, de los desheredados, de los que no tienen un futuro atractivo y seguro, de los que pasan hambre y así indefinidamente. Él engloba todos esos grupos sociales bajo el rubro de ‘pueblo’. Pero independientemente de cómo se le describa, el fenómeno es el mismo en todas partes del mundo: se da una confrontación permanente entre el pueblo y los super-privilegiados, una confrontación siempre mediada por los aparatos de Estado entre las personas que luchan por mejorar sus salarios y sus condiciones de vida y quienes luchan por conservar sus ventajas y privilegios. Esa lucha es objetiva e inevitable y, como dije, se da en todo el mundo, o casi.

Salvo si es armada, es decir, revolucionaria, la lucha entre intereses de diversos grupos sociales es canalizada por vías políticas, en el sentido más amplio de la expresión. Esto incluye, por ejemplo, la educación, las tradiciones y cosas por el estilo. Así, por ejemplo, hay países divididos en clases pero en los que las clases privilegiadas están dispuestas a repartir de manera un poquito más equitativa la inmensa riqueza producida por sus empresas, compañías, inversiones y demás. Desafortunadamente, aquí no es así. El problema es que en México las clases pudientes son culturalmente bárbaras, incultas, crueles, voraces sin medida, corruptas y corruptoras, de mal gusto, sin preocupaciones de índole nacionalista, sin solidaridad por los miembros de las clases que no tienen otra opción que levantarse a las 5.00 a.m. para poder llevar comida y un mínimo de mercancías a sus casas. Dada esta situación, era natural que el actual gobierno y las élites chocaran y que se generara un estado de guerra. Por consiguiente, es un hecho que lo que presenciamos y vivimos en la actualidad es la expresión de una cada vez más enconada lucha de clases, pero una lucha de clases un tanto especial por cuanto en este caso los roles históricos quedaron invertidos: aquí y ahora el gobierno defiende los intereses de los trabajadores y son los ricos y ultra-ricos quienes tienen que luchar en contra del Estado para restaurar sus privilegios.

Es evidente que si el Estado no estuviera muy sólidamente apoyado por la población, la clase de los poderosos ya lo habría desbaratado. Lo que los detiene es el pueblo. Así ha pasado en todos lados y en todas las épocas. Si un gobierno no atiende las exigencias de, digamos, la banca (nacional o internacional), se le prepara un golpe de Estado y se le desecha. Eso pasó con S. Allende en Chile, por ejemplo, y con muchos otros gobiernos progresistas de América Latina y en general de lo que solía llamarse el ‘Tercer Mundo’. Por ejemplo, Patricio Lumumba fue asesinado por intentar modificar un status quo abiertamente negativo para los intereses de la población congoleña, pero sus propuestas tenían que afectar no sólo a los grandes corruptos y vende-patrias de su país sino también a empresas trasnacionales (belgas, norteamericanas, etc.). En los casos mencionados, la lucha de clases, entendida de manera literal, fue ganada por los grupos económicamente potentes.

La pregunta que nosotros debemos plantear no es, por lo tanto, ‘¿se da una lucha de clases en México?’, sino más bien ‘¿cómo se desarrolla la lucha de clases en México?’. Y la respuesta es evidente de suyo, puesto que está a la vista de todos nosotros todos los días. Aquí la lucha en contra del gobierno que genuinamente representa los intereses de las mayorías es frontal y brutal, llena de odio y de pus mental, pero no ha llegado todavía al nivel de la confrontación militar abierta. Desde luego, y ello es obvio, que se quiere encaminar todo en esa dirección, pero no se ha logrado todavía. Esto debería ser matizado: sí se ha logrado generar una especie de confrontación militar con el gobierno sólo que de manera indirecta, porque lo que se está haciendo es promover y usar el bandolerismo existente, bajo todas sus formas, para desquiciar la vida de los ciudadanos y poder así desprestigiar al gobierno de los pobres, restarle méritos y debilitarlo. El problema para el partido del odio es que los logros del gobierno popular son inmensos y frente a hechos crudos lo único que han podido oponer son insultos, vulgaridades y demás. De hecho, si no se estuviera desarrollando en México lo que identificamos como una intensa lucha de clases, la inmensa mayoría de la población de nuestro país podría trabajar a gusto y vivir con tranquilidad. El problema es que para que eso se dé hay un precio muy alto que pagar, que es limitar la voracidad y la rapacidad de las clases beneficiadas del sistema. Eso es algo que los del bando rico no están dispuestos a aceptar. ¿Por qué? Lo que pasa es que los ricos, los verdaderamente ricos mexicanos están dispuestos a todo con tal de seguir gozando de sus a menudo mal habidas y despreciables fortunas. Lo que quieren es muy obvio: quieren que el Estado les permita esclavizar a la población (como se intenta hacerlo en Argentina), saquear las riquezas de la nación y acumular bienes de manera absurda. Hay personas, bien conocidas, por lo cual no tengo para qué dar nombres, que llegan a tener más de 100 casas, entre múltiples otros “negocios”. Uno con toda candidez se pregunta: ¿cuál puede ser el objetivo, qué sentido tiene tener más de 100 propiedades? En verdad, las ambiciones de los ricos mexicanos llegan al absurdo, rayan en lo grotesco.

Pero, regresando a nuestra pregunta: ¿cómo se desarrolla la lucha de clase hoy en México? Mi respuesta es: por fases. Hasta hace poco, la confrontación fue principalmente ideológica y propagandística; poco a poco, sin embargo, se le fue inyectando dinero (nacional y extranjero), se hicieron intervenir multitud de asociaciones legales pero ilegítimas, mediante un ejército de complotistas, manipuladores, traidores y demás. Y ahora entramos en la fase de la lucha política  tratando de inmovilizar al gobierno desde dentro, apoderándose para ello de las instituciones gubernamentales mismas. El primer paso fue el INE, dirigido durante 10 años por un sujeto cuyo padre se habría avergonzado de él; pero un segundo paso, mucho más peligroso, es el de la ofensiva dirigida en contra de la Presidencia de la República desde la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Yo creo que a nadie se le ocurriría negar que el instrumento político más representativo del bando de los ricos en esta confrontación de clases es Norma Piña. Bajo su dirección, la lucha ha consistido en bloquear, debilitar, anular, complicar cualquier decisión que el gobierno representante de las clases pobres, modestas, humildes, sencillas, etc., tome. Y aquí vemos hasta dónde son capaces de llegar los seres humanos (por así decirlo)  “Mexican style”, es decir, personas que son el producto de años de vida (social, cultural, etc.) en la corrupción. No importa el país, no importa el bienestar popular, no importa el progreso nacional. Sólo importa la multiplicación de su riqueza (los sueldos de sus portavoces son mirruñas). De manera que si el gobierno detiene a delincuentes mayúsculos, a asesinos, mafiosos de toda índole, traficantes, etc., se les libera. Si se emite una ley benéfica para la población y su futuro, se le bloquea o anula. Y así en todos los contextos y todos los días. En otras palabras: la guerra de clases va en serio.

Se presenta en México un cuadro que históricamente es bien conocido: un gobierno progresista es hostigado hasta que o lo tumban o se radicaliza. Los enemigos del pueblo están llevando el conflicto hasta sus últimas consecuencias. Ellos no parecen entender que si el gobierno se ve amenazado de aniquilación tendrá que tomar medidas drásticas, medidas de una especie que hasta el día de hoy se ha rehusado a tomar. Pero ¿de cuándo a acá los actores políticos del momento han aprendido algo del pasado? Los mueven sus pasiones y sólo les interesa la satisfacción de sus ambiciones. El gobierno de la República puede hacer muchas cosas que al día de hoy no ha hecho. En opinión de muchos, ello ha sido un error. La lucha de clases no se va a disolver gane quien gane o pierda quien pierda, porque es como un fenómeno natural, sólo que social e histórico. Los del bando de los favorecidos de la vida no tienen escrúpulos ni se fijan límites. Son esencialmente inmorales. Todo se puede esperar de ellos, pero quizá no deberían perder de vista que más vale un gobierno contrario a sus intereses pero pacífico que un pueblo con los ojos abiertos y enardecido. Es muy importante que los dirigentes de la oposición no caigan en trampas tendidas sin saberlo por sus propios abogados.

El resultado de esta lucha social, que en última instancia es una confrontación entre grupos de muy afortunados y masas de muy desafortunados, es el futuro de México. Yo pienso que, guste o no, este sexenio ya lo ganó el representante de las mayorías, esto es, el presidente Andrés Manuel López Obrador, entre otras razones por sus muy superiores habilidades políticas. Pero él dejará la presidencia dentro de unos meses y la sociedad seguirá existiendo. La lucha de clases no es un fenómeno pasajero sino sistémico y así como se ven las cosas el cuadro alarmante se le planteará a la Dra. Sheinbaum, porque con ella la lucha de clases estará entrando en una fase superior. Y ella (y su gobierno) tendrán que decidir si tomó la estafeta que le pasó el presidente López Obrador para, apoyándose en el pueblo de México, seguir hacia adelante en la creación de un nuevo país, un país en donde el desperdicio humano no sea  tan evidente y  tan lacerante, o si optará por regresar al pasado tratando de tapar con un dedo el tórrido sol de la lucha de clases.

Consummatum est!

Después de haber sido salvajemente torturado durante un interrogatorio estéril, condenado a muerte no por las autoridades romanas sino por las locales, las cuales cooperaban abiertamente con el invasor en contra de su propio pueblo y que impúdicamente prefirieron liberar a delincuentes antes que a él, Jesús de Nazareth fue condenado a muerte, pero obligado antes de ello a cargar su cruz entre filas de personas que, a lo largo de su tormentoso trayecto, lo insultaban, le escupían y lo golpeaban. Dicho trayecto es conocido como “Via Dolorosa”. Finalmente, fue crucificado y expuesto como símbolo del triunfo de una sed insaciable de odio y venganza. El por qué de este odio y de este anhelo intenso de venganza es un tema interesante e importante, pero no me ocuparé de él en este artículo. Quizá lo haga en otro momento. Por ahora, quisiera simplemente traer a la memoria el hecho de que, después de una prolongada y seguramente dolorosísima agonía, Jesús de Nazareth entregó el alma. Sus últimas palabras, conmovedoras como toda su historia conocida, fueron muy simples. Exclamó antes de expirar: Consummatum est, que puede traducirse tanto como ‘Ya todo terminó’ o como ‘Todo está consumado’, es decir, ya no hay nada más que hacer.

Yo creo que eso es exactamente lo que deberíamos todos decir cuando vemos cómo el gobierno israelí, no nos importa si con o si sin el consentimiento de su población, en dos meses de un desigual y absurdamente desproporcionado combate con los guerrilleros de Hamas, logró lo que había venido planeando desde hacía mucho tiempo y que, por un sinnúmero de razones no había logrado materializarlo, a saber, tener un pretexto que les permitiera justificar una represalia genocida y forzar a la población palestina a abandonar su tierra. Los hechos desde luego hablan por sí mismos y podemos abundar al respecto, pero sobre lo que se dice muy poco es sobre las verdaderas razones, las causas ocultas, las motivaciones inconfesables que están detrás del conflicto y de la destrucción de una pequeña nación. En la actualidad, hay dos grandes explicaciones de lo que está pasando. Está, por una parte, la versión oficial, la de los diarios y los programas de televisión y, por la otra, está una reconstrucción muy diferente pero que poco a poco está acaparando la atención de los ciudadanos del mundo, cada vez más hartos y más escépticos de las “explicaciones” provenientes de los medios de comunicación estándar. Éstos, lo sabemos, son los campeones en la promoción de mentiras políticas, los tergiversadores profesionales de los hechos, los expertos en la idiotización de lectores y televidentes. Destacan entre ellos, obviamente, los grandes periódicos como el New York Times, Le Monde, etc., y los “noticieros” como CNN, seguidos dócilmente por todos los grandes diarios del mundo occidental (no hablemos ya de periódicos insignificantes  y mediocres, como El Universal o Reforma, que ni siquiera los datos más elementales proporcionan). Bien, pero ¿cuál es esta “segunda versión”? Antes de presentarla, veamos cuál es la narrativa que quienes se creen dueños de la verdad quieren que hagamos nuestra.

De acuerdo con la versión oficial, el jueves 7 de octubre la “organización terrorista Hamas” inició, sin advertencia y sin justificación alguna, un ataque artero en contra del pacífico Estado de Israel, enviando miles de cohetes e invadiendo el territorio legítimamente anexionado por Israel a lo largo de las últimas décadas, masacrando familias y llevándose consigo hacia territorio palestino un número considerable de rehenes. Como era de esperarse, la respuesta israelí no tardó en llegar. Al igual que el tristemente famoso payaso ucraniano, convertido ahora en presidente de Ucrania, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con la voz desgarrada le anunció a los televidentes de su país que estaban en guerra. En resumen: según la versión oficial un grupo de terroristas habría sin motivo alguno invadido el país vecino, cometiendo tropelías y asesinando gente sin ton ni son, a diestra y siniestra. Naturalmente, semejante acto de violencia ameritaba una respuesta que no podría tener otro objetivo que la aniquilación de Hamas como institución, es decir, el exterminio de todos sus miembros. Dado que encontrar y acabar con los soldados de Hamas resultaba una tarea un poquito más difícil de cumplir que lo que se pensaba, fue inevitable destruir ciudades enteras para poder encontrar a los “terroristas” y acabar con ellos. Las bajas civiles serían, en esta ocasión como en tantas otras a lo largo de la historia, “daños colaterales”, como con toda seguridad lo habría vuelto a expresar una famosa ex-representante de los Estados Unidos ante la ONU, Madelaine Albright, uno de los seres más siniestros de la historia política norteamericana.

Ahora bien, con el tiempo muchos datos indignantes han sido refutados hasta por los propios ciudadanos israelíes. Hay testimonios de ello en Youtube, si bien no son mantenidos en la red durante mucho tiempo. Por ejemplo, se habló profusamente de asesinatos a sangre fría de niños israelíes, cuando ahora sabemos que fue el ejército israelí mismo el que ejecutó a muchos conciudadanos al tratar de acabar con los milicianos de Hamas escondidos en casas y en edificios particulares. Pero seamos claros: que Hamas atacó a Israel, es innegable; que como consecuencia de su ataque en territorio israelí murieron ciudadanos israelíes de todas las edades, condiciones y demás, es innegable; que se llevaron a más de trescientas personas como rehenes, nadie lo niega; que sus cohetes causaron daños considerables y varios centenares de muertes, es incuestionable. Ahora la pregunta que todo mundo se plantea es: dejando de lado por el momento la cuestión de las “justificaciones” que pudieran ofrecerse de uno y otro lado: ¿el ataque de Hamas es siquiera equiparable a la destrucción de Gaza llevada a cabo por las fuerzas armadas israelíes? Antes de responder a esto, quizá convenga hacer algunas aclaraciones.

Empecemos con Hamas. Palestina como país no existe. Lo más que tiene en algunos países es una representación, pero no está reconocida por los organismos internacionales. Hamas, por lo tanto, no es un ejército, propiamente hablando. De hecho, quizá la manera de referirse a dicha organización más acorde a los hechos es describirla como una organización guerrillera. No son, por lo tanto, soldados profesionales, sino soldados populares. Hamas no tiene armamento pesado, aviones, bombas, helicópteros, morteros y demás. Los cohetes que enviaron eran todos de fabricación casera, que desde luego que pueden ser mortíferos, pero cuya capacidad de destrucción es mínima. Desde luego que causan daños y que pueden causarle la muerte a las personas alcanzadas por ellos, pero ni todos ellos juntos destruyen un edificio o un hospital como el que se destruye con una bomba o un misil israelí. Es, pues, muy importante ir dimensionando a los contrincantes, si lo que queremos es tener una visión mínimamente objetiva de la situación. Es sólo sobre la base de una descripción balanceada que podremos auto-capacitarnos para intentar discernir detrás de los acontecimientos las causas profundas del actual conflicto.

Un factor que forzosamente entra en la explicación que hay que dar es el trasfondo, el contexto real de la situación en la que se vivía hasta antes del ataque de Hamas, esto es, la situación general permanente del pueblo palestino bajo el yugo israelí. Los palestinos son un pueblo resistente que supo mantenerse a flote a pesar de las agresiones permanentes de las autoridades israelíes, de las policías y los soldados, de los “colonos” que no sólo agreden a los ciudadanos palestinos con los que se topan, sino que les roban sus propiedades y sus tierras, les destruyen y envenenan sus plantíos, etc., y todo ello impúdica e impunemente. Todos hemos visto a colonos golpeando en grupo a niños de 8 o 9 años, a mujeres, hemos visto a oficiales de las fuerzas armadas tirar por el aire a inválidos en sillas de ruedas, etc., etc. No ahondaré en descripciones de situaciones particulares porque no quiero llevar mi argumentación por una vertiente emocional, pero son tantos los abusos, es tan ofensiva la palpable discriminación israelí en contra de los ciudadanos de segunda categoría, que es lo que son los palestinos en Israel, que es difícil no aludir a escenas odiosas y a sentir una profunda indignación ante una horrenda realidad que implacablemente se reproduce todos los días en esa zona del mundo. ¿O debería quizá decir ‘se reproducía’? Porque lo más incierto que hay ahora es precisamente el futuro del pueblo palestino.

Aquí, me parece, sería sumamente útil hacer un corte con un recordatorio que es de lo más sugerente e ilustrativo. Haciendo remembranzas: ¿cómo fue que los Estados Unidos entraron en guerra en contra de Alemania, Italia y Japón, en noviembre de 1941? A los Estados Unidos les urgía por un sinnúmero de razones entrar en la guerra, pero ni Alemania ni Italia daban pretextos para ello. Los Estados Unidos entonces optaron por la vía japonesa. ¿Qué hicieron? Idearon un plan: le congelaron a Japón sus inversiones, cuentas y demás, dejaron de venderles petróleo, los provocaron de diverso modo y les pusieron como cebo la flota del Pacífico sin protección. Como los japonenses estaban intentando expandirse, la destrucción de la flota americana les garantizaba (o eso creían ellos) libertad de acción en el Pacífico, en Corea, en Malasia, etc. Y así cayeron en el garlito: incautamente atacaron la flota estacionada en Pearl Harbour, en Hawai, con lo cual automáticamente los Estados Unidos entraron en guerra con ellos y, de paso, con Alemania e Italia.

Con este antecedente en mente, llegamos a lo que es la segunda versión de los espantosos sucesos que tienen lugar en el Medio Oriente. Lo primero que llama la atención es el supuesto hecho de que Israel fue “tomado por sorpresa”. Aunque sea mínimamente, si se tiene alguna idea, por vaga que sea, de cómo funciona el mundo, de quién es quién en este planeta, esa descripción de inmediato se sentirá como algo que oscila entre lo grotesco y lo ridículo. Israel tiene uno de los sistemas de espionaje más potentes, efectivos, activos del mundo. ¿Cómo podría darse el caso de que en el Mossad nadie se hubiera percatado de que los miembros de Hamas estaban cavando una red de túneles y que se estaban armando para una operación nada desdeñable en contra de Israel? Eso no lo cree nadie en sus cabales. Es claro, por otra parte, que además de algunos fusiles, ametralladoras, etc., Hamas no tenía armas de alto poder porque ¿por dónde podrían haber entrado si tanto Gaza como Cisjordania están totalmente copados por Israel? Pero además Israel tiene como brazo derecho a los Estados Unidos: ¿acaso la CIA, que mantiene grupos de mercenarios en Siria, no sabía nada al respecto? ¿Quién podría creer algo así? Sólo un niño o alguien que realmente no sepa absolutamente nada acerca de cómo se mueve el mundo. Yo en lo personal confieso que me resulta absolutamente imposible imaginar que los servicios secretos de Israel no hubieran estado al tanto de lo que estaba pasando o, mejor aún, de lo que se estaba fraguando. Ahora bien, si los israelíes en efecto sabían que algo importante estaba cocinándose, lo más seguro es que no sólo lo sabían sino que más bien estaban alentando ese proceso. Así, pues, lo más probable es que el grupo armado Hamas se vio impulsado a preparar una operación violenta contra poblaciones cercanas a la frontera común. Pero ¿cómo explicar que el mismo Israel les haya dado el impulso, si no es que la ayuda necesaria para ello?

Bueno, preguntémonos entonces ahora: ¿cómo se impulsa desde fuera un movimiento así? Se tiene que saber trabajar con los resortes emocionales de las personas. Bien, pero ¿de qué factor emocional habrían podido servirse quienes idearon y organizaron o ayudaron a organizar el ataque de Hamas? ¿Con qué elemento jugaron? ¿A qué sentimientos apelaron y manipularon? La respuesta es más que obvia: lograron manipular el inmenso deseo de los palestinos de desquitarse por todo lo que habían venido padeciendo desde 1948, por lo menos. A los miembros de Hamas se les vendió la idea de desquitarse de Israel, de darle un golpe para que supiera lo que se siente y cosas por el estilo. Se les ayudó y se les permitió, hasta cierto grado, obtener su pequeña venganza. Pero en cambio de lo que no tenían ni idea los miembros de Hamas era de lo que podrían ser las repercusiones militares y políticas del gobierno israelí. En otras palabras, no sabían lo que podría llegar a ser su venganza.

Aquí entramos en la zona tenebrosa del juego político que nunca sale a la luz. Podría, en efecto, pensarse: “Es demasiado rebuscado, inclusive absurdo. Te dejo que me ataques para que yo después pueda atacarte. No tiene mayor sentido!”. Así presentado, esa posibilidad suena en verdad inverosímil, pero es que el asunto no es así. Aquí son dos los factores decisivos. Primero, está el hecho de que por maltratada y violentada que fuera, la población palestina iba a seguir estando allí, aunque fuera en condiciones sub-humanas desde todos puntos de vista (sin agua, sin luz, sin que los niños puedan jugar en la playa porque les disparan desde las lanchas israelíes, etc., etc.). Dicho de otro modo: no se veía cómo se le podría expulsar de su territorio. En segundo lugar, y este es el factor clave, está la política del así llamado ‘Gran Israel”, es decir, la política de expansión de Estado de Israel, una política que es parte constitutiva de todos los gobiernos israelíes. Lo que con la administración Netanyahu se logró fue idear y echar a andar un plan, que obviamente tendría un costo, un costo que fue política y militarmente hablando el más bajo posible, para la expulsión definitiva del pueblo palestino de sus legítimos territorios. Se concibió entonces la posibilidad de arrasar de una vez por todas con Gaza, acabar con cuanto niño, anciano, embarazada, etc., se pudiera, ocupar con soldados el territorio palestino y, una vez extirpados de sus últimas tierras, quedarse con dichos territorios, anexarlos a Israel y empezar su reconstrucción pero ya como parte de otro país. Desafortunadamente, los hechos confirman paso a paso la horrorífica corrección de esto que es la ‘lectura alternativa’ de lo que está sucediendo en los ya para ahora casi inexistentes  territorios palestinos.

Ahora todos los días leemos en los más diversos medios que desde hacía más de un año las autoridades israelíes estaban al tanto de lo que Hamas estaba preparando. Esto suena a burla, porque ¿cómo no iban a estar al tanto si ellos lo planearon, diseñaron la estrategia, calcularon los pros y los contras y decidieron pasar a la acción? Naturalmente, como sucede en todos los casos de preparación de una invasión, siempre hay factores imprevistos, sorpresas y demás. Lo que aquí los guerrilleros de Hamas dejaron en claro es que el ejército israelí ni de lejos es un ejército no digamos ya invencible, sino realmente profesional. El soldado israelí es peor que un mercenario: aparte de cruel, de prepotente y de engreído, se roba lo que puede de las casas, destruye por destruir, se toma fotos como los hicieron los soldados norteamericanos en Mi Lay, en Vietnam, cuando se tomaron fotos con cabezas humanas con las que casi jugaban futbol, etc., pero en la lucha cuerpo a cuerpo, en la lucha más o menos pareja ciertamente no es lo que presume ser. Los guerrilleros de Hamas les han destruido tanques, vehículos de transporte, etc., por montones, con un armamento incomparablemente inferior en calidad y en cantidad. Frente a un ejército regular, preparado, profesional, como el iraní por ejemplo, los militares israelíes no podrían vanagloriarse como lo hacen ahora.

En todo caso, lo que es innegable es que el plan israelí dio resultado. El ansia de desquite por parte de los palestinos de más de 70 años de injusticias, humillaciones, golpes, cárceles, asesinatos, etc., el deseo intenso de aprovechar esa oportunidad cegó al alto mandó de Hamas y lo llevó por la senda de la auto-destrucción. La respuesta, fríamente calculada, fue mucho peor de lo que hubieran podido imaginar. Lo que no visualizaron era que si bien podía haber una guerra entre Hamas e Israel, la guerra de Israel no iba a ser contra Hamas, sino directamente contra el pueblo palestino en su conjunto. Esto explica el salvajismo y el carácter anti-humano de la invasión israelí. De hecho, los bombardeos de Gaza por parte de los israelíes sólo tienen históricamente hablando un parangón, dejando fuera desde luego a Hiroshima y Nagasaki: el bombardeo de Dresde por parte de los anglosajones, en febrero de 1945. Como todos sabemos, Dresde era una ciudad sin protección anti-aérea, porque era una ciudad abierta: era un centro de la Cruz Roja internacional; no había más que población inerme y la guerra estaba a dos meses de terminar. Ese fue precisamente el blanco que eligieron los “Aliados” para darle una lección perenne a los alemanes, a los que (hay que decirlo) dejaron traumatizados para los siglos venideros. El bombardeo de ingleses y norteamericanos empezó de noche y fueron oleada tras oleada de más de 1,200 aviones que dejaron caer decenas de miles de bombas sobre una población indefensa. Por si fuera poco, usaron bombas prohibidas, bombas de fósforo, con lo cual los incendios se extendieron por toda la ciudad, calcinando vivas a las personas que corrían desesperadamente de un lado a otro para protegerse. Murieron esa noche mas de 100,000 personas, o sea, tantas como en Hiroshima, quemadas como con napalm. Toda proporción guardada, algo parecido está sucediendo en Palestina, y ello no sólo ante los ojos abiertos de la población mundial, sino con la aprobación incondicional del actual gobierno norteamericano. El sadismo israelí no tiene ni límites ni justificación, más allá del grandioso objetivo de ampliar el territorio. La responsabilidad histórica de Netanyahu consiste en haber aceptado ser él quien efectuara la operación, aceptando el sacrificio de pasar a la historia como uno de los más grandes criminales de guerra (y yo diría, de paz también). Para dejar claro el punto: lo que hay que entender es que desde el inicio, el plan israelí era declararle la guerra al pueblo palestino, no nada más acabar con Hamas. Eso explica la destrucción sistemática de los hospitales, las escuelas, las casas, la matanza de miles de niños (como en tiempos de Herodes) y desde luego el asesinato vil de miles de hombres, mujeres y ancianos, tratados como cosas sin valor. Yo, al día de hoy al menos, no he sabido todavía de una sola protesta seria por parte de ciudadanos israelíes en contra de la brutalidad de sus soldados. Como bien dice el refrán, “El que calla, otorga!”.

Así, pues, pensando en nuestros hermanos y hermanas palestinos, podemos repetir, teniendo en mente lo que está sucediendo actualmente en Gaza, las mismas últimas palabras que Cristo exhaló en la cruz: Consummatum est. Que Dios los bendiga, porque los israelíes no tendrán piedad ni de los recién nacidos.

En Defensa de la Libertad de Expresión

Más que un artículo acabado, a lo que aspiro aquí es a efectuar un veloz ejercicio de reflexión y de búsqueda, tratando de llegar a alguna conclusión que resulte estar, a los ojos de cualquier lector imparcial, sólidamente establecida. Procederé, por lo tanto, sin un orden preconcebido, dando rienda suelta a los requerimientos argumentativos que se le vayan imponiendo a mi intelecto.

Sin duda alguna algo que constantemente entorpece y complica las relaciones humanas no sólo en el terreno de la vida cotidiana sino también en el ámbito de los debates científicos, filosóficos, artísticos, etc., y desde luego políticos, es la falacia consistente en plantear falsos dilemas e intentar forzar al interlocutor a que responda a preguntas que simplemente no tienen por qué plantearse. Un ejemplo de la falacia mencionada es el de solicitarle a la persona con quien se discute que proporcione una lista jerarquizada de valores, principios, objetivos y demás, cuando ello simplemente no es ni deseable ni posible. Consideremos rápidamente el siguiente diálogo imaginario:

A) ¿Es comer importante para el ser humano?
B) Desde luego
A) ¿Es beber importante?
B) Evidentemente!
A) Comer y beber no son lo mismo ¿verdad?
B) Claro que no!
A) Por lo tanto, no tienen el mismo valor.
B) Supongo que no.
A) Dime entonces qué es más importante: ¿comer o beber?

Es evidente que puesto ante una alternativa semejante, el hablante (B) se paralice y no sepa cómo reaccionar, qué decir. Pero nosotros qua espectadores neutrales podemos juzgar el diálogo y de inmediato nos percatamos de que lo que pasa es que (B) cayó en una trampa: la jerarquización que se pide, la alternativa ante la cual es puesto, la obligación de decidir qué es más importante si comer o beber, es una demanda absurda, puesto que en última instancia equivale a pedir que se establezca un orden de prioridad entre dos requerimientos igualmente vitales para el ser humano. No se puede vivir nada más comiendo y no se puede vivir nada más bebiendo. Por lo tanto, preguntar qué es más importante, si comer o beber, es plantear un pseudo-problema, un problema que no tiene solución.

El ejemplo recién dado pone de manifiesto que la falsa perspectiva de una potencial jerarquización teórica o vital, independientemente de cuán idealizada se le presente, a menudo no es más que la expresión de una visión radicalmente errada del tema. Lo que se tiene que hacer en esos casos es entonces, primero, rechazar como legítima la exigencia de jerarquización y, segundo, remplazar el enfoque de priorizaciones por un enfoque de carácter más bien conjuntista o holista o mereológico. Lo que quiero decir es que en lugar de pretender jerarquizar un determinado conjunto de elementos o factores lo que hay que hacer es describir y explicar cómo y por qué son todos ellos indispensables para el buen funcionamiento de una entidad, una persona, un club, una sociedad, una cultura.

Lo anterior, sin embargo, no implica que entonces no podamos nunca establecer prioridades. Eso sería palpablemente falso. ¿Qué es más importante: comer o ir al cine? La respuesta es obvia, si bien podríamos también imaginar situaciones en las que la contestación sería diferente de la que en general seríamos propensos  a dar, pero ello naturalmente se debería a que se trataría de una situación singular, única, especial. Por ejemplo: se le pregunta a alguien que sale de un banquete que qué prefiere o qué considera como más importante en ese momento, comer o ir al cine. En esas circunstancias particulares lo más probable es que la respuesta sería: ir al cine y ello sería perfectamente comprensible. Pero, evidentemente, en condiciones normales en las que la opción es razonable, la respuesta no podría ser otra que: comer es más importante que ir al cine.

Ahora bien, una cosa es la discusión sobre la congruencia o eventualmente la superioridad de ciertos bienes, objetivos, etc., sobre otros y otra el examen racional de los principios subyacentes a dicha discusión. Aquí lo que se hace es llevar el debate a un nivel diferente de abstracción. Esto no es difícil de ilustrar y hasta alguien muy limitado intelectualmente lo entendería. Para poder comer o ir al cine necesito poder comprar mi comida y para poder comprar mi comida necesito tener algo de dinero y para tener algo de dinero tengo que tener un salario, tengo que poder trasladarme desde mi casa hasta la tienda, etc. Así, pues, para que todo eso sea posible se tienen que satisfacer ciertas condiciones más generales, se tienen que hacer valer ciertos principios, se tienen que imponer ciertos valores. Esto no es un caso de jerarquización, sino de lo que podríamos llamar de presuposiciones necesarias. Si además de necesarias son también suficientes o no, eso es algo que se tiene que discutir caso por caso.

Podemos ahora sí tener una panorámica global del nivel temático en el que nos movemos. Una cosa es discutir sobre preferencias, sobre objetivos concretos, métodos para alcanzarlos, etc., y otra es discutir sobre los principios fundamentales que hacen que todo ello sea posible. Lo que esto quiere decir es que si se rechazan esos principios fundamentales, entonces se ponen en riesgo o se anulan los potenciales objetivos legítimos a los que se suponía que los ciudadanos tienen derecho a aspirar.

Y aquí permanentemente se vuelve a producir otra falacia, a saber, la de pretender invalidar o validar ciertos principios primordiales subyacentes por medio justamente de objetos, metas, bienes y demás a los que las personas aspiran y que tratan de obtener o de implementar. Para introducir un par de nociones que nos permitan explicar la situación, diremos que los objetos deseados por las personas en sus vidas cotidianas son un contenido (de nuestras acciones, deseos, pasiones, actividades, etc.) y que los principios subyacentes configuran o articulan el marco formal dentro del cual se ubica todo lo que queremos, deseamos y demás. Aquí el punto realmente importante consiste en entender que en cada caso, i.e., en cada nivel, las justificaciones son de clase diferente. No se justifica de igual modo un objetivo que uno se fija que un principio subyacente que lógicamente hace posible el objetivo en cuestión. Sin embargo y por increíble que parezca, lo que mucha gente constantemente pretende lograr es modificar, alterar, cambiar, limitar, manipular los principios fundantes del contenido apelando a elementos que están DENTRO del marco conformado por los principios o valores en cuestión, cuando obviamente lo que  se necesitaría para ello sería una argumentación de otra naturaleza, una argumentación más abstracta y no una apropiada a los bienes ubicables dentro del marco conformado por los principios subyacentes. Quizá para exhibir debidamente esta triquiñuela argumentativa lo mejor que podemos hacer sea, creo, dar un ejemplo.

Todos en nuestra sociedad queremos expresar en voz alta nuestros deseos, opiniones, puntos de vista, etc. Éstos son lo que de manera general podemos llamar ‘bienes’. Ahora bien, es obvio que estos bienes presuponen principios fundamentales, como el de la libertad de expresión y libertad de pensamiento, que son precisamente su garantía de existencia. Por ello, si se restringen o mutilan arbitrariamente principios como estos lo que se verá directamente afectado serán los bienes mismos y a los cuales aspiramos. Pero entonces si principios fundamentales como el de la libertad de expresión se van a limitar, ello se tiene que hacer sobre la base de argumentos que no sean, por así decirlo factuales o empíricos, contingentes o particulares, sino de otra naturaleza. ¿De qué naturaleza? De una naturaleza equiparable a la de los principios en cuestión.

Estas distinciones de niveles de argumentación son cruciales, porque no reconocerlas acarrean, a corto, mediano y largo plazo, problemas más graves que los que se supone que se quieren resolver. Ahora bien, el lector se preguntará: ¿para qué toda esta perorata? Para responder a esta inquietud, pasemos a la delicada cuestión de enfrentar un problema particular relacionado con el principio fundamental de la libertad de expresión.

Leí hace unos días en “Tribuna Israelita” una nota concerniente a una iniciativa de ley promovida por una diputada de MORENA, a saber, la Sra. Ana Francis Mor, a fin de “prohibir el nazismo en la Ciudad de México”. Quizá sea conveniente, antes de analizar superficialmente el contenido de la nota en cuestión, explorar quién es la autora de la propuesta. Wikipedia la presenta como sigue:

Ana Francis Mor es una actriz, cabaretera, escritora, directora y activista mexicana.

Ahora bien, ¿qué es lo que enuncia su propuesta de ley? Voy a citar verbatim lo que se dice en la nota del boletín. Dice:

Las propuestas incluyen la imposición de “uno a tres años de prisión o de veinticinco a cien días de trabajo en favor de la comunidad y multa de cincuenta a doscientas veces la unidad de medida y actualización al que provoque, incite, apoye, realice, financie, difunda, promueva, defienda o justifique acciones basadas en odio, violencia y/o discriminación, contra cualquier persona o grupo de personas, así como actos que constituyan o hayan constituido genocidio o crímenes de lesa humanidad, o promuevan o inciten a la realización de tales como el nazismo y el neonazismo”, así como a “quien fabrique, venda, distribuya, exhiba de manera pública, sin fines educativos, o transmita símbolos, emblemas, ornamentos, insignias o anuncios que hagan apología del nazismo”.

Así como está, la propuesta es un todo indigerible. ¿Qué es una acción basada en odio? Por ejemplo, si alguien está profundamente convencido de la bondad de los bombardeos norteamericanos en Vietnam y lo proclama a derecha e izquierda: ¿está promoviendo o justificando una “acción de odio”? Yo diría que está expresando su punto de vista, su posición política. El problema es que de acuerdo con la propuesta de la Sra. Francis, una manifestación lingüística como esa debería ser sancionada legalmente, es decir, habría que enviar a la persona a la cárcel por haber “justificado”, por ejemplo, el uso de napalm sobre las selvas vietnamitas. Por mi parte, confieso públicamente que odio lo que Augusto Pinochet hizo en Chile: ¿soy por ello un criminal promotor de odio? Como las respuestas son obvias en los dos casos, queda claro que la iniciativa de la señora diputada no responde a un análisis crítico serio del principio de libertad de expresión, sino a una propuesta selectiva de un producto del mercado de las ideas que a ella no le gusta. Pero entonces caemos en la falacia ya mencionada: ella usa una mercancía particular para modificar drásticamente el principio fundamental subyacente de la libertad de expresión. Salta a la vista que no tiene derecho a hacer eso, porque la ley no tiene porque ajustarse a sus preferencias, políticas, ideológicas u otras. Pero veamos rápidamente qué más contempla la propuesta de la señora diputada. En relación con la iniciativa de esta última, el boletín nos informa lo siguiente:

Asimismo, contempla la adición de disposiciones en la Ley para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México para incluir las definiciones de “crímenes de lesa humanidad, considerados como de especial gravedad, tales como el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación o el traslado forzoso de población, la privación grave de libertad o la tortura, violación o todo delito sexual, la desaparición forzada, el apartheid, que se comete como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y  con conocimiento de dicho ataque”.

Salta a la vista que con este párrafo se opera un cambio total de tema: ahora se habla (de manera enteramente superflua) de delitos ya tipificados en el código penal. La diferencia con el párrafo anterior es que este es una enumeración de delitos por todos conocidos (y que ciertamente hay que proscribir), en tanto que el otro es un texto puramente ideológico. ¿En qué consiste la trampa en este caso? En que se pretende validar una propuesta de algo que no tiene fuerza probatoria enganchándolo a una que sería absurdo rechazar. La señora diputada debe pensar que todos somos retrasados mentales (¿estoy usando un discurso de odio?), puesto que su “propuesta” resulta ser un coctel pura y llanamente indigerible. Pero presentemos el tercer párrafo al que el boletín de “Tribuna Israelita” da difusión. Dice:

Las propuestas también agregan conceptos como genocidio, entendido como “el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad” y la especificación de que el nazismo y neonazismo “son ideologías de extrema derecha, que incorporan un ferviente antisemitismo, racismo y la eugenesia y formas de fascismo que buscan emplear su ideología para promover el hostigamiento, la opresión, el odio, la discriminación y la violencia contra las minorías”.

Lo menos que podemos decir es que el párrafo es enredado. El nazismo, según la autora de la propuesta, es una ideología, pero ¿cómo es que una ideología busca emplear su ideología para promover lo que sea? Porque eso es lo que ella dice, pero ¿qué es una ideología que incorpora formas de fascismo que a su vez pretenden emplear la ideología en cuestión? Lo confieso: no tengo la menor idea de qué quiso decir. Pero lo importante no es eso sino que, una vez más, nos encontramos con la pretensión de manipular un principio fundamental, en este caso el de la libertad de expresión, por medio de un producto particular de dicha libertad. Es eso precisamente lo que es dictatorial y totalitario. Naturalmente, esta iniciativa sí incorpora o representa un ataque injustificado al principio sacrosanto de libertad de expresión, un pilar de la sociedad contemporánea que sus defensores no deberían ignorar.

¿Se sigue de lo que he sostenido que no se puede modificar o restringir el principio de libertad de expresión? Claro que no! Desde luego que se puede, pero lo que es crucial y decisivo es entender cómo se le puede modificar y lo primero que habría que decir es que dicho principio no se puede modificar sirviéndose para ello de casos particulares de ideologías o de sucesos, porque el principio estaría entonces al servicio de esas causas particulares y eso no puede ser así puesto que es un principio general que vale para todos. El principio es modificable o inclusive desechable pero sólo sobre la base de otro principio, el cual tiene que tener el mismo grado de generalidad que el que se pretende revocar. Lo que en todo caso no se tiene derecho a hacer, ni lógica ni jurídicamente, es modificar un principio fundamental en función de un factor social particular, porque el principio no le pertenece a nadie, no es propiedad de nadie y no fue un grupo social particular quien lo impuso: fue la sociedad en su conjunto.

Es, pues, preciso entender cuál es la situación: un principio como el de libertad de expresión no puede estar sujeto a los vaivenes de la vida política, de la historia o de los caprichos de los gobernantes del momento. Es lógicamente posible que el mundo cambie y entonces el principio podría volver a alterarse y los roles se invertirían, pero si así se hiciera se estaría volviendo a cometer el error argumentativo y político que se pretende cometer en nuestros días por medio de “propuestas de ley” como la de la Sra. Francis Mor. Nadie necesita de reformas de ley para entender que el racismo, el segregacionismo, el Apartheid, la tortura y demás son prácticas criminales. Y eso me lleva a hacer una aclaración personal a la que esta situación obliga. Sólo un gran ignorante de la historia y de la vida política contemporánea no entendería que el objetivo principal de la propuesta de la Sra. Francis concierne al tema, discutido apasionadamente hoy en todo el mundo, de la relación entre los conceptos de antisemitismo y de sionismo. Yo creo que es importante abrir el tema al debate público para que la gente pueda pronunciarse libremente al respecto. Mi posición personal es muy simple y es la siguiente: yo me considero pro-semita y anti-sionista. Estoy totalmente en contra del cualquier mal trato, atentado, ataque en contra de una persona sólo porque pertenece a la comunidad judía. Eso desde luego es algo que no se debe permitir. Pero no se sigue que entonces no se pueda criticar abiertamente la política racista, cruel e injustificada del actual gobierno israelí y es absolutamente inaceptable que se quiera acallar por medio de un ardid pseudo-jurídico a quienes están en contra del martirio cotidiano del pueblo palestino, un martirio denostado inclusive por multitud de israelíes y de judíos de muchas partes del mundo. Senadores norteamericanos acaban de hacer una declaración importante en este sentido: ¿son por ello anti-semitas? Sería ridículo decir tal cosa. El problema es que si mañosamente se pretende identificar la crítica política a un gobierno determinado con una conducta inaceptable en contra de un sector determinado de la sociedad, entonces se está vulnerando el derecho sagrado de libertad de expresión y de pensamiento y eso es algo que no se puede avalar. Si alguien emite una crítica válida al principio de libertad de expresión, es decir, una crítica no fundada en una selección previa de una determinada etnia, religión o nacionalidad, habría que aceptarla sin chistar. Pero pretender limitar la libertad de expresión de los ciudadanos, que es parte de los fundamentos de la sociedad contemporánea, porque se tiene en la mira objetivos políticos particulares no es válido ni aceptable. Con base en restricciones ilegítimas como la que se pretende imponer automáticamente se suprime la investigación histórica libre, la lucha política lícita y la libertad de expresión, que a final de cuentas es tan importante como comer o beber. No es por medio de leyes semi-absurdas, mal pensadas, tendenciosas y demás como se combaten males que parecen ser parte de la naturaleza humana, como el racismo, el deseo de esclavizar a otros, etc. Leyes como las que la Sra. Francis quisiera ver instauradas son a la larga no sólo estériles, sino también tremendamente contraproducentes. Creo que no son ejemplos lo que me faltaría para establecer la idea.

Como todo sabemos, la palabra ‘democracia’ tiene muy variados significados. En el plano de la ideología, no de la organización y el juego políticos, la democracia consiste en saber convivir con quien piensa de manera diferente de como uno piensa. Aquí lo que se quiere hacer, en nombre de un humanitarismo sesgado, es acabar con la democracia e imponer una visión totalitarista del discurso y del pensamiento. Eso es algo que por ningún motivo se debe permitir. La justificación de la mordaza no puede fundarse en una ilación de epítetos llamativos.

Regresemos a nuestro punto de partida. ¿Qué es más importante: la seguridad del trabajo o la libertad de expresión? ¿La integridad personal o la libertad de pensamiento? Yo sostengo que son falsas preguntas, porque en la sociedad actual tan importante es tener un trabajo como comer como estar protegido de delincuentes, asesinos y demás como ser libre para pensar y decir lo que uno piensa. Las leyes mordaza como la que quiere que se promulgue la Sra. Ana Francis Mor son leyes anti-sociales y preámbulos de conflictos interminables y de sufrimiento innecesario.

La Fiesta Ucraniana

Sin duda una de las cosas que el ciudadano contemporáneo ya no va a lograr nunca más es recibir a través de los medios de comunicación información genuina y fidedigna. Ese es el principal apotegma que cualquier persona mínimamente instruida y políticamente consciente tiene que llevar al plano de la conciencia. Lo peor del caso es que lo que se iniciara hace ya más de un siglo como una tímida tendencia de  ocultamiento y falsificación de realidades en la actualidad no es más que la política cotidiana y descarada que se aplica en toda clase de periódicos y programas informativos de televisión y radio. Unas cuantas agencias de prensa internacionales venden la “información” que quieren y ésta es maquillada y transmitida al gran público. En otras palabras, lo que las agencias de prensa, los periódicos y revistas, el radio y la televisión lograron fue transmutar lo que originalmente era un servicio de información a la sociedad en un negocio turbio de desinformación total para su manipulación sistemática. Por ello quien, por las razones que sean, no tiene acceso a la información real está completamente desprotegido frente al permanente bombardeo mediático. Hay, no obstante, un mecanismo de defensa que aunque no es constructivo sí es en algún sentido funcional y es el siguiente: la cantidad de mentiras descaradas que le hacen llegar al ciudadano los ejércitos de locutores, especialistas, comentaristas, periodistas y demás tiene el efecto de volver a la gente incrédula. Los ciudadanos, es cierto, no reciben información real, pero también es cierto que cada vez más cierran sus ojos y sus oídos a los torpes intentos de desinformación y terminan por no creer lo que se les cuenta. La gente no sabe qué esta pasando realmente, pero sabe que el cuadro que se le pinta es ridículo y grotescamente falso. Eso lo hemos visto de manera ininterrumpida desde hace cuatro años en relación con la labor, actividades, logros, proyectos, etc., del gran presidente de México, el Lic. Andrés Manuel López Obrador (Pregunta prueba: ¿no se siente uno automáticamente asqueado con sólo leer las inarticuladas palabras de un retrasado mental como Vicente Fox cuando de uno u otro modo pretende difamar al presidente?) pero también, aunque por razones mucho más alejadas del horizonte vivencial del ciudadano mexicano estándar, en relación con lo que ha venido pasando no sólo en los últimos meses sino en los últimos años en Europa Oriental y, más concretamente, en Ucrania. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué se intenta a toda costa generar en nosotros un odio tan enconado e irracional en contra de un pueblo magnífico desde múltiples puntos de vista y que nunca nos ha hecho absolutamente nada, como pasa ahora en relación con el pueblo ruso?¿Por qué los mexicanos (y yo añadiría los portugueses, los irlandeses, los suizos, etc., y en general todos los pueblos del mundo) tendríamos que sentir odio hacia el pueblo ruso en su conjunto? El problema es que el odio que se pretende desparramar en contra de Rusia es un odio que tiene una fuente, un origen, objetivos concretos y la fuerza que se requiere para tratar de imponerlo en todo el mundo. Ese odio no es norteamericano, pero sí está entronizado en Los Estados Unidos. ¿Queremos realmente entender lo que está sucediendo actualmente en Ucrania, entre otras cosas para comprender mejor lo que puede suceder? Entonces tenemos inevitablemente que hacer un poquito de reconstrucción histórica, porque las raíces de este odio, y por ende de la actual guerra de Ucrania, son profundas. Intentemos, pues, en unas cuantas líneas bosquejar el panorama histórico que nos permita entender por qué Ucrania entró en guerra en contra de Rusia y para que nosotros entendamos ahora por qué la guerra contra Rusia es casi una guerra privada en la que la carne de cañón es desde luego el pueblo ucraniano pero, si se ello se requiere, la humanidad en su totalidad (los instigadores de la guerra incluidos). El odio subyacente, el odio motriz de este conflicto, es lo que podríamos llamar ‘odio total’ o, alternativamente, ‘odio satánico’.

Evidentemente, es decir, casi podría adivinarse a priori, todo se inicia con la Revolución de Octubre, esto es, la revolución bolchevique. ¿Cómo se llegó a ella? Varias fuerzas y algunas decisiones cruciales entraron en juego. En primer lugar estaba la miseria, la explotación y el retraso objetivos de los pueblos del imperio zarista, pueblos que fueron poco a poco politizándose, generando múltiples líderes rebeldes en todas las regiones (desde San Petesburgo hasta el Cáucaso y más allá de los Urales) y promoviendo la insurrección en contra del status quo hasta entonces reinante. En segundo lugar y no menos importante, estaba la comunidad judía de Rusia, severamente controlada por un gobierno propio, a saber, el Kahal, el cual ejercía un control férreo sobre su población a la que simplemente no le permitía integrarse a la sociedad rusa o local. Del judío común no se esperaba otra cosa más que se instruyera leyendo la Torá, la Mishná y el Talmud, que se integrara poco a poco a la vida comercial de sus correligionarios y, eso sí, que pagara a pie juntillas y sin chistar todos los servicios impartidos por los rabinos y que no eran tema de discusión, empezando por la circuncisión y terminando en los servicios funerarios. Si ha habido una población reprimida por su propia gente, esa población era la población judío-rusa de los tiempos del zarismo. Y, en tercer lugar, hay que apuntar a las medidas liberales de diversos zares, muchas de las cuales estaban dirigidas precisamente a integrar a los judíos a la sociedad rusa, pero sistemáticamente boicoteadas por el Kahal, es decir, el gobierno de la comunidad judía en Rusia, medidas que alcanzaron su punto culminante con el fin de la servidumbre, decretada por el zar Alejandro II en 1861.

Ahora bien, independientemente de si era esa la intención o no, el hecho es que la supresión de la servidumbre automáticamente le abrió las puertas de la sociedad rusa a la comunidad judía. ¿Y qué pasó entonces? Que cientos de miles de personas que tenían aspiraciones científicas, artísticas, políticas, etc., legítimas pero frustradas inundaron súbitamente las escuelas y universidades, los ministerios, los centros de trabajo, la vida comercial y así en todos los contextos. Se dio así la mezcla perfecta para la explosión revolucionaria: un pueblo ruso sobajado, pobre, humillado y demás, y una población judía, pletórica de aspiraciones y súbitamente liberada de dos formas de esclavitud: la zarista y la del Kahal, institución que un alto porcentaje de judíos rusos simplemente detestaba. Es en este fabuloso caldo de cultivo que empiezan a surgir los grandes teóricos del cambio social, del sueño de la revolución, los intelectuales que se impregnaron de los pensamientos de teóricos de otras latitudes, que los asimilaron y los adaptaron a las condiciones de Rusia. Visto retrospectivamente, el fenómeno es perfectamente comprensible. La gente de vanguardia tenía que apoyarse en doctrinas bien elaboradas, doctrinas que les fueran útiles en la lucha ya abiertamente dirigida en contra del estado zarista. Como todos sabemos, el punto culminante en este proceso de ideologización del descontento popular y de la creación de un movimiento transformador en profundidad se alcanzó en aquella primera fase en las figuras de Lenin y Trotsky.

Surgió así el partido bolchevique, dirigido (inter alia) por Lenin, Trotsky y por quien sin duda alguna habría sido el sucesor de Lenin, esto es, Jakov Mijaílovich Sverdlov, la “cereza de la revolución”, un judío ruso originario de Nizhni Novgorod, de familia judía emancipada y hundido desde muy joven en la lucha clandestina en contra del Estado zarista. Él y Lenin fueron quienes decidieron la muerte del zar y de su familia. Los bolcheviques, como es bien sabido, dieron una especie de golpe de Estado y entonces se constituyó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ahora bien, es muy importante entender que en la lucha revolucionaria de manera natural, es decir, no como un plan preconcebido, como resultado de un complot o una conspiración, se fusionaron e identificaron dos movimientos de protesta y de liberación: el movimiento en contra del zarismo y el movimiento en contra del Kahal. El pueblo ruso participaba en el primero, amplios sectores de la población judío-rusa en los dos. Para presentar el fenómeno de manera casi caricaturesca pero ilustrativa, podríamos decir que el pueblo ruso puso el cuerpo y la cabeza la puso el pueblo judío. En todo caso, fue de esa amalgama que surgió la Unión Soviética y, como era obvio que sucedería, en la nueva infraestructura estatal que se fue formando los judíos rusos emancipados ocuparon un altísimo porcentaje de los puestos de mando en todos los niveles gubernamentales. Visto retrospectivamente, es claro que se habían sembrado las semillas de una ulterior discordia.

El conflicto que se veía venir estalló con el declive físico de Lenin y con la lucha por el poder. Con la muerte de Lenin, en enero 1924, empieza oficialmente la guerra entre el grupo revolucionario nacionalista, dirigido por Stalin, y el grupo revolucionario internacionalista, dirigido por Trotsky. Ya sabemos qué  fue lo que pasó y cómo Stalin desmanteló y acabó con el partido original de Lenin, un partido en el que muchos de sus miembros, prominentes o no, eran justamente de origen judío. La lucha por el poder en la Unión Soviética nunca fue de carácter antisemita, pero de facto el sector original, “culto”, internacionalista, etc., representado por los grandes ideólogos judíos, perdió la batalla política, lo cual en aquellos tiempos y en aquellas circunstancias era algo más bien delicado. En todo caso, Stalin se impuso y le imprimió a la Unión Soviética un carácter pluri-nacionalista, dándole prioridad y favoreciendo evidentemente al pueblo ruso.

El punto relevante de esta reconstrucción es que con Stalin los sectores revolucionarios judío-rusos quedaron desplazados. Esta es sin duda una de las grandes ironías de la historia: a quienes en gran medida se les debía la configuración, el bosquejo, la estructuración, etc., de una nueva sociedad fueron en grandes porcentajes finalmente excluidos de lo que en parte era su propia creación. A partir de cierto momento, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, la situación de las las comunidades judías rusas fue cambiando y la actitud de éstas hacia la Unión Soviética también. Los sueños de emancipación total, de realización, etc., de los judíos rusos empezaron a orientarse más bien hacia lo que a partir de cierto momento veían como la Tierra Prometida, esto es, Israel, cuya existencia se debe en gran medida al propio Stalin, quien apoyó fuertemente su creación en la ONU, en 1947. Se inició entonces el proceso de emigración masiva de ciudadanos judíos soviéticos hacia Israel. Si al hacer su aliyá los judíos de la antigua Unión Soviética efectivamente encontraron el paraíso en la Tierra o no en Israel es un tema interesante pero demasiado complejo y en el que no tiene caso entrar aquí y ahora.

Con esto termina el primer acto indispensable para comprender lo que está pasando en Europa del Este. Pasemos entonces al segundo acto, un acto tan apasionante como el primero.

Cambiamos drásticamente de escenario. Nos encontramos ahora en los Estados Unidos, digamos inmediatamente después de la Guerra de Secesión, es decir, una guerra que formalmente termina en 1865. Los Estados Unidos para entonces eran prácticamente un desierto, una tierra de nadie que requería urgentemente de inmigrantes, entre otras cosas para arrebatarles sus tierras a las poblaciones indígenas del nuevo país y poder así materializar el impulso hacia el progreso cuya fuerza ya se hacía sentir (por la inmensidad del territorio, sus riquezas naturales, su régimen liberal que contrastaba con las obsoletas monarquías europeas, etc.). Hubo múltiples oleadas de inmigrantes de Inglaterra, Irlanda, Francia, Suecia, etc., pero también de judíos de Europa Oriental (básicamente, de Rusia, Lituania y Polonia, aunque no nada más, naturalmente). Así, llegaron a un país en formación, con una población de cow-boys, coristas (para  tener una idea de la clase de mujeres que llegaban exiliadas y poblaron el nuevo mundo recomiendo la lectura del fantástico libro del abad Prévot, Historia de Manon Lescault y del Caballero des Grieux. No tengo dudas de que quien guste de la buena literatura lo disfrutará), industriales inescrupulosos, granjeros ansiosos de apropiarse de las tierras vírgenes de Sioux, Cheyenes, Apaches y demás, más de dos millones de judíos, la inmensa mayoría de ellos en condiciones terribles, familias que no tenían ningún futuro en Europa, en donde eran hostigadas, etc., pero con una riqueza inusual, a saber, con miles de años de historia, con una cultura familiar, religiosa, escolar, etc., pétrea, inamovible y con ansias de trabajar y de triunfar en condiciones menos drásticas que las de Europa Oriental. Primero se instalaron en Nueva York y en medio siglo prácticamente se apoderaron del mundo norteamericano: crearon Broadway, luego Hollywood, la Reserva Federal, toda la prensa y luego, paulatina pero incontrolablemente, se hicieron de los mecanismos del gobierno norteamericano. No voy a entrar en los detalles porque no es mi objetivo, pero bastará con señalar como manifestaciones palpables del poder del nuevo sector de la población norteamericana la participación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el asesinato de Kennedy, la guerra de Irak, la sumisión cada vez más obvia ante el gobierno israelí y, ahora, la guerra de Ucrania. ¿Por qué es ello así? Hagamos una vez más un poquito de historia.

Debido a la fantasía infantil de M. S. Gorbachov (Erick Honnecker, el exdirigente de la República Democrática Alemana, lo expondría más bien de este modo: La Unión Soviética dejó de existir por una traición llamada ‘Perestroika’), su sucesor, el alcohólico ridículo, Boris Yeltsin deshizo la Unión Soviética, es decir, la puso en venta. Poner en venta la Unión Soviética equivalía a vender el país por la simple razón de que todo era estatal, desde el quiosco en donde se compraban dulces y boletos del metro hasta las compañías de aviación, de televisión, de petróleo, de ferrocarriles, de aviones, de barcos, etc. Todo estaba en venta, pero ¿quién podía adquirir los bienes de la nación? ¿El ciudadano ruso medio que ganaba su salario mínimo y luchaba por aprovechar sus servicios de seguridad social? Claro que no. ¿Qué pasó entonces? Ciudadanos rusos de origen judío llegaron a acuerdos con bancos occidentales quienes les facilitaron billones de dólares para hacerse de los grandes bienes de la ya para entonces ex-Unión Soviética. Se creó así de la noche a la mañana una nueva casta de super-ricos, en su inmensa mayoría de origen judío y a los que el pueblo ruso se refería como “los oligarcas”. Ese fue el legado a Rusia de Yeltsin e, indirectamente, de Gorbachov.

La vida política, sin embargo, depara sorpresas y súbitamente apareció Vladimir Putin en el escenario. Pero ¿qué representaba Putin? Básicamente, lo que el instinto de conservación ruso indicaba que se requería, a saber, una política de recuperación nacionalista, de recuperación en todos los sentidos: económica, militar, cultural, religiosa, de orgullo nacional, etc. Y de nuevo viendo las cosas retrospectivamente de inmediato nos percatamos de que en Rusia un nuevo choque era simplemente inevitable, un choque entre fuerzas que se movían en direcciones contrarias: la constituida por gente que de hecho se había beneficiado de la traición de Yeltsin, por una parte, y la nueva fuerza nacionalista rusa, por la otra. Pasó entonces lo que ya sabemos: vinieron las expropiaciones, algunos super-magnates fueron a la cárcel y el Estado ruso impuso los intereses de la nación por encima de los intereses de grupúsculos ya para entonces super-ricos y super poderosos. Y es aquí que empieza el tercer acto, esto es, la saga ucraniana.

Así como no se le perdonó a Stalin – uno de los personajes más calumniados de la historia, dicho sea de paso – por razones más bien obvias, el haber desplazado a los bolcheviques judíos soviéticos, así tampoco se le perdonó a Putin el haber truncado un grandioso plan de apoderamiento de su país. La ofensiva en su contra esta vez no se expresó a través de protestas callejeras, de atentados más o menos inconexos, etc., sino desde el Salón Oval de la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque (sinceramente, no creo que se necesite argumentar mucho al respecto para entender lo que estoy diciendo) el gobierno norteamericano es manejado por ciudadanos judíos norteamericanos. Aquí hay una verdad que el ciudadano medio norteamericano simplemente es todavía incapaz de entender: el gobierno de los Estados Unidos tiene dos sedes, una en Washington y otra en Tel-Aviv. Quien no entiende esto no entiende la política mundial. Esta es la premisa de inicio, el punto de partida. Una vez entendido esto todo lo que está pasando en Europa Oriental (y en el Medio Oriente!) queda claro, se comprende, independientemente de qué actitudes y sentimientos suscite su aprehensión y comprensión.

Con el golpe de Estado operado en 2014, orquestado cínicamente por Victoria Nuland, Ucrania quedó lista para la venganza en contra de Putin. Las poblaciones rusas viviendo en Ucrania, de manera totalmente artificial por razones históricas perfectamente explicables pero en las que no tenemos por o para qué entrar, se vieron de pronto brutalmente hostigadas, atacadas y amenazadas de extinción. Las propuestas de arreglos provenientes de Rusia obviamente fueron desechadas (y a los que se había llegado, como el pacto de Minsk, simplemente se les ignoró por completo) y se puso al frente del gobierno ucraniano a un tenebroso payaso cuyo desempeño ha dejado en claro que lo único que no le importa son sus compatriotas y su país. Zielensky es un sujeto del que se sabe que ha hecho negocios con la guerra, que tiene millones de dólares en cuentas ocultas, que es un drogadicto, un farsante, un calumniador y un mentiroso profesional, un individuo que destila a diestra y siniestra su pus de odio en contra de Rusia y del pueblo ruso, un sujeto que promueve masacres de los propios ucranianos que intentar salir de ciudades cercadas u ocupadas, impulsando a sus tropas conformadas por nacionalistas banderistas (por Bandera, el dizque héroe ucraniano que ni los alemanes querían) y mercenarios criminales dispuestos a cometer toda clase de barbaridades, matanzas y demás contra soldados rusos y población ucraniana que no lo acepta. Ucrania quedó en manos de un muñeco promovido y sostenido sobre todo y en primer lugar por la maquinaria sionista norteamericana, es decir, el gobierno norteamericano. La guerra de Ucrania es entonces una guerra privada efectuada por medio de la población ucraniana y, si se requiere, por las poblaciones de Europa en su conjunto. El haber desbaratado el proceso de apropiación de Rusia por parte de una minoría rusa de origen judío constituye a los ojos de los sionistas norteamericanos (Antony Blinken, Victoria Nuland y muchos más. La lista es muy larga) el crimen supremo, el crimen que justifica, si ello se requiere, hasta la muerte del último niño ucraniano. Esta no es una guerra entre pueblos, sino una guerra de una camarilla que tiene su propia agenda, inserta ya en la estructura del gobierno de los Estados Unidos y en contra de un líder político, y por ende de una nación. Como bien lo dijo el presidente Putin, el objetivo último de toda esa complicada maniobra política, económica, militar, etc., no es el bienestar y la seguridad de Ucrania, sino la destrucción de Rusia, su desmembramiento en múltiples pequeños países a los que se haría pelear constantemente unos con otros. Ahora bien, el panorama que se esta delineando es muy claro: ese plan, que ahora ya está a la vista, tiene como límite el armamento nuclear ruso. La pregunta es: ¿es el odio sionista tan grande como para llevar a la destrucción del mundo no ya para obtener algo sino simplemente para vengarse de algo y de alguien? La respuesta se la dejo al lector.

En general no se tiene una idea clara de las verdaderas relaciones entre los países europeos y el gobierno sionista de los Estados Unidos. Los gobiernos europeos son literalmente los lacayos del actual doble gobierno norteamericano y a este gobierno qué le pase a los pueblos de Europa es algo que le importa tanto o menos de lo que pase con los osos blancos del Polo Norte. Eso explica las increíbles medidas auto-destructivas que los gobiernos europeos están tomando todos los días, medidas que van palpablemente en contra del propio bienestar de sus respectivos pueblos. Y lo mismo pasa en los Estados Unidos, un país que está siendo llevado a lo que puede ser su última confrontación en la Tierra. Mientras tanto la “fiesta” en Ucrania sigue, a costa de la destrucción de un país y de la muerte innecesaria de miles de personas de ambas partes. En vista de lo que en este planeta pasa todos los días, uno a veces se pregunta si no sería esa solución terminal lo que realmente se merece el género humano, estos seres que recibieron de Dios todo para disfrutar de la vida sanamente y elevar sus loas a Él, pero que hicieron de la existencia humana una lucha eterna de pasiones bajas, de ambiciones desmedidas y de repudio factual de la sagrada creencia en Dios.

Zelensky, el Maldito

Si para los políticos profesionales de alto vuelo, avezados en toda clase de intrigas y conspiraciones, los fenómenos políticos – dada su complejidad – no siempre resultan explicables o comprensibles, ¿qué podemos esperar del ciudadano de a pie, del hombre de la calle para quien la información genuina es de hecho inaccesible, de los millones de personas a quienes nadie les explica con un poquito de paciencia lo que sucede y por qué sucede? El caso de la actual guerra de Ucrania contra Rusia (me explico: la invasión fue rusa, pero la guerra de facto la declaró Ucrania, por razones que espero que afloren a lo largo de esta exposición) ejemplifica a la perfección lo que afirmo. En este caso particular, la situación se vuelve más ininteligible todavía no sólo por el hecho de que Ucrania, por razones geográficas e históricas, es un país que a, digamos, nosotros los latinoamericanos nos queda, por así decirlo “muy lejos”, sino sobre todo porque el fenómeno de la  guerra ruso-ucraniana está sometido a un pavoroso e intensísimo proceso de desinformación, mentiras y tergiversaciones, jugando todo el tiempo con suposiciones falsas que se hacen pasar como verdades evidentes de suyo y que por lo tanto es anatema cuestionar o poner en tela de juicio (daré algunos ejemplos después). Dado que el bombardeo cotidiano de calumnias por parte de la prensa, el radio y la televisión termina por abrumar a la gente, a ésta no le queda más que resignarse tratando de conciliar lo que su sano instinto le dice (a saber, que las cosas no son como le están diciendo que son) con las cataratas de falsedades y patrañas con que la sepultan. El resultado a menudo no puede ser otro que alzarse de hombros y volverse indiferente frente a una situación que resulta cada vez más incomprensible pero en relación con la cual se carece de datos para poder defender, aunque sea mínimamente, un punto de vista un poco más equilibrado. La moraleja es simple: la influencia de los medios masivos de comunicación es inversamente proporcional al nivel de cultura e información de las personas: mientras menos se instruye uno, mientras menos recaba uno información genuina, más fácil se es presa de los agoreros a sueldo, esto es, de los empleados (a menudo, inmensos mediocres, pero con el micrófono en la mano) del frente de la desinformación y el engaño popular internacional.

Un ejemplo contundente e innegable de lo que acabo de decir nos lo proporciona la guerra mediática en contra del presidente de México, el Lic. Andrés Manuel López Obrador. Dejando de lado a quienes tienen intereses contrarios a los de nuestro país, a los de la nación mexicana, augustamente representada por el presidente, podemos preguntar: ¿en quién tiene éxito dicha guerra? Ante todo en la gente ignorante que no sabe hacer otra cosa que repetir como perico lo que se le inyectó en la mente a base de “noticieros”, “comentaristas”, “columnistas” y demás. En el caso de México, afortunadamente, hay un factor de equilibrio, que son las presentaciones que hace el presidente todos los días, de lunes a viernes, a través de las cuales proporciona datos fidedignos y explicaciones certeras sobre toda una variedad de situaciones y problemas que de otro modo nunca se conocerían y lo tanto no podría nunca la gente enterarse de qué aspecto efectivamente presenta la realidad. La confrontación, sin embargo, es (como todos sabemos) tremendamente desproporcionada: son dos horas de conversación con el presidente frente a toneladas de escritos, pronunciamientos, descalificaciones, calumnias, insultos, mentiras y demás 24 horas al día. Aun así, dada la ínfima calidad de los soldados del frente ideológico – sólo alguien con un intelecto de paquidermo puede todavía encontrar graciosas las sandeces de un Brozo o las canalladas de un Loret de Mola, digo yo – el presidente ha logrado neutralizar en gran medida todo el diluvio de mentiras odiosas y cada vez más inverosímiles. Pero si el proceso de desinformación sistemática es difícil de contrarrestar en México inclusive si los asuntos a tratar son asuntos que nos conciernen directamente, ¿qué podemos esperar cuando la labor de adormilamiento mental concierne a países de los que, para bien o para mal, estamos muy alejados? Desafortunadamente, en el caso de la guerra entre Ucrania y Rusia no tenemos algo equivalente a un AMLO que pudiera detener o al menos frenar el flujo de falsedades, embustes y demás con que se nos inunda. Por ello, los librepensadores de todas las latitudes tenemos la obligación de pronunciarnos sobre el tema para, sin ni mucho menos pretender presentarnos como especialistas, contribuir simplemente a que se tenga un cuadro un poquito menos falsificado y un poquito más realista de lo que aquí y ahora está sucediendo en Europa Oriental.

Como a todos nos queda claro, las agencias internacionales de prensa, que son las que producen, manejan y distribuyen en todo el mundo la información circulante (se verán los mismos clips en Chile que en España que en Estados Unidos, etc., y, obviamente, que en México) están empeñadas en alcanzar uno y el mismo objetivo: convencer al mundo de la maldad intrínseca del presidente ruso, V. Putin y exaltar la siniestra figura de la marioneta ucraniana al servicio de intereses esencialmente no ucranianos, esto es, de Volodímir Zielensky. Ahora pregunto yo: ¿se ha puesto el amable lector a pensar quién es este individuo, por qué y cómo llegó a la presidencia de Ucrania y para quién “trabaja” realmente? Intentemos nosotros construir, con los pocos datos que poseemos, un cuadro un poco menos ridículo que el que nos pintan los noticieros del canal 4 de Televisa o los articulistas del New York Times, que para el caso son básicamente lo mismo.

Para empezar: ¿quién es Zelensky? Es un ciudadano ucraniano, de origen judío, de profesión abogado, muy probablemente un inepto puesto que de hecho nunca ejerció y pasó de abogado a actor de programas pretendidamente cómicos de televisión. Alcanzó una gran popularidad gracias a una demagógica serie de carácter político que, como por casualidad, “está en Netflix”. Él trabajaba para una compañía cuyo propietario es el gran oligarca Igor Kolomoisky, ciudadano ucraniano pero también israelí. Este sujeto fue de los que supieron aprovechar el derrumbe del socialismo y se apropió en Ucrania un poco de todo: fundó un banco, incursionó en la industria del acero, en compañías de aviación, etc., y en una compañía de televisión, que es donde Zielensky llegó a trabajar. Primer resultado: quien descubrió y promovió a Zielensky, quien lo hizo candidato a la presidencia, quien le dictó su política de arriba a bajo fue Kolomoisky. Éste es su patrón o ¿habrá una palabra menos cruda?

El plan político que Zelensky acepó imponer en Ucrania era de un simpleza y de un nitidez asombrosas: se trataba a toda costa de integrar a Ucrania en el club de lacayos de los Estados Unidos, esto es, en la tristemente famosa Unión Europea, y sobre todo en la OTAN, que es el brazo militar de los Estados Unidos en Europa. No se olvide, por ejemplo, que Alemania nunca desde el fin de la Segunda Guerra Mundial dejó de ser un país ocupado por el ejército norteamericano. Nunca después de haber firmado la paz abandonaron los norteamericanos sus cuarteles y sus bases. Más bien al contrario: se extendieron por toda Europa al grado de que integraron no sólo países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia (digamos, la OTAN soviética), sino a ex-repúblicas soviéticas, como Estonia, Letonia y Lituania. Con bases de la OTAN (o, para usar un sinónimo, norteamericanas) en Rumanía, Polonia, etc., faltaba sólo Ucrania para tener literalmente rodeada a Rusia. Desde el punto de vista de los intereses norteamericanos, Ucrania era estratégicamente el país más importante, más que por ejemplo Polonia, que no tiene ni la riqueza natural (trigo, cebada, petróleo, etc.) ni la posición estratégica de Ucrania, con acceso al mar de Azov y al Mar Negro. Estas son algunas de las premisas del juego. Faltan algunas piezas del rompecabezas.

La primera fase del plan de absorción de Ucrania era, naturalmente, la toma del poder, cosa que se logró con el golpe de Estado de 2014. Todos recordamos a la descarada (y satánica) subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, repartiendo dulces y chocolates a las personas con las que se topaba en la calle después de los disturbios de Maidan. Una vez obtenido el poder lo que se hizo fue implementar una política de “pre-guerra” en contra de Rusia. No sólo se desató la agitación política a nivel popular, exacerbando los sentimientos nacionalistas de la población (algo siempre relativamente fácil de lograr), con promesas fantásticas de bienestar y progreso, con la formación de grupos paramilitares, entrenados por norteamericanos y canadienses, sino que se instalaron los primeros laboratorios de guerra bacteriológica (el coronavirus: ¿le dice algo al lector?), obviamente clandestinos, en los que estuvo involucrado, cobrando alrededor de 80,000 dólares mensuales por sólo parecer como miembro de la junta directiva, el hijo del presidente J. Biden. Quizá se recuerde que el presidente Donald Trump lo denunció y el gobierno ucraniano se negó a proceder en concordancia con lo que Trump solicitaba, que era hacer públicos los negocios turbios en los que estaba involucrada la familia Biden. Mucho de esto se sabe, dicho sea de paso, porque (¿cómo calificarlo, si no es como “estúpido”?), el hijo de Biden perdió una laptop con información privilegiada y obviamente mucha de esa información pasó a otras manos. Todo estaba, pues, encaminado, pero no estamos más que empezando el segundo acto.

Uno de los problemas que enfrentaban a Rusia con Ucrania (ojo: no a la Federación Soviética Rusa y a la República Popular de Ucrania.  En la época del socialismo conflictos así no existían) se sitúa en el sur del país, en donde en ciertas regiones, concretamente la del Donbas, pero no nada más, sino también en Crimea, la población es por tradición y mayoritariamente rusa. El objetivo de los neo-nacionalistas ucranianos (o, empleando  terminología del presidente Putin, de los neo-nazis ucranianos) era ni más ni menos que la aniquilación de la población rusa en lo que quedó como Ucrania al momento en el que la Unión Soviética dejó de existir. Para la labor de extermino de miles de familia los expertos en masacres, esto es, los militares norteamericanos, a través de su títere del momento, empezaron a pensar en algo así como las famosas “brigadas internacionales” que se formaron para luchar en contra de la insurrección franquista durante la guerra civil española, sólo que compuesta en este caso por los mercenarios más desalmados en los que pueda uno pensar, como los que mataron a Muammar Kadhafi o siguen hoy todavía cometiendo barbaridades inenarrables en Siria. Eso no podría ser de otro modo porque, podría sostener un indignado oriundo de Europa, es impensable que un europeo rubio degüelle a niños y mujeres embarazadas! Una simple clase de historia bastaría para rebatir una opinión tan ridícula, pero en todo caso lo que podemos aseverar es que semejante plan parecía impensable hasta que los servicios de inteligencia rusos recabaron la información secreta del proyecto ucraniano, un proyecto no pensado por el monigote Zelensky, porque él no piensa: él es un actor, pero sí avalado, justificado y legalizado por él. Los problemas con la población rusa del Donbas se venían arrastrando desde hacía años. Para solucionarlos se llegaron a ciertos acuerdos que se firmaron en Minsk, pero que los ucranianos nunca respetaron. Aquí la pregunta que cualquier persona se haría es: ¿qué se supone que tenían que hacer el gobierno ruso? La respuesta es tan obvia que me la ahorro. Me limitaré a señalar que yo trato de escribir para gente pensante y no para retrasados mentales que no sabrían dar una respuesta obvia a una pregunta clara.

Con todo listo para empezar el ataque a lo que podríamos llamar la ‘región rusa de Ucrania’, el gobierno ucraniano le puso en bandeja de plata al gobierno ruso la justificación de su potencial intervención. Era obvio que el gobierno ruso no se iba a quedar de brazos cruzados presenciando de lejos la masacre de sus connacionales y la instalación de bases norteamericanas en su frontera. Así, un par de días antes de que los ucranianos iniciaran su campaña de guerra, Rusia actuó en defensa propia y por razones de supervivencia. Es en este contexto que Zelensky, quien debe tener además de un odio infinito dos dedos de sesos, jugó su papel de actorcete en rol de presidente y le infundió un tono particular al conflicto. Esto amerita unas cuantas palabras.

Que Zelensky no es más un títere como lo fueron Batista o Somoza (yo añadiría Zedillo, Fox, Calderón, Peña, Macri, etc., pero no es mi meta polemizar al respecto) es algo que su conducta y su lenguaje dejan perfectamente en claro. Ningún político serio, con un mínimo de experiencia y de amor por su pueblo se habría expresado como el irresponsable Zelensky lo ha venido sistemáticamente haciendo. Sin ningún pudor, sin restricciones morales de ninguna índole, pontificando como si estuviera haciendo un sketch televisivo, manifestando un inmenso desprecio por la diplomacia y los arreglos pacíficos, Zelensky ha aprovechado todos los medios que han sido puestos a su disposición (y son muchos) para expresarse en un lenguaje de odio contra un pueblo hermano (él, obviamente, tiene otras filiaciones), siendo permanentemente provocador, grosero y haciendo al pie de la letra lo que su jefe Kolomoisky y sus amos norteamericanos le ordenan. Así, ha venido boicoteando todo el tiempo las pláticas de paz con Rusia, sin que le importe en lo mínimo el hecho de que mientras tanto Ucrania paulatinamente se desangra y que el pueblo ucraniano se convierte en un pueblo nómada. Cualquiera entiende que mientras no haya conversaciones de paz serias no habrá cese al fuego. Sólo un demente sin experiencia política y militar real como él podría fantasear con una victoria militar sobre una hiper-potencia como Rusia! Pero a él lo contrataron para jugar un rol, no para idear nada nuevo y ese rol lo ha desempeñado a la perfección. Lo cierto es que por culpa de Zelensky Ucrania está destruida. Si eso no es ser maldito, entonces reconozco que no sé quién o qué pudiera serlo.

La parte rusa, hay que decirlo, ha desarrollado lo que podría calificarse de ‘guerra civilizada’, esto es, guerra efectuada en concordancia con los acuerdos de Ginebra. Toda guerra es terrible, pero hay de modalidades a modalidades.  A diferencia de lo que hacen los yankis, que bombardean desde las alturas una ciudad y arrasan con todo sin que les importe la población para posteriormente mandar a la infantería a lo que es ya un sitio en ruinas, el ejército ruso se ha negado a practicar la política de guerra anglo-sajona de bombardeos estratégicos, que tanto éxito tuviera durante la Segunda Guerra Mundial. Todos sabemos cómo se logró aterrorizar a las poblaciones alemanas con escuadrones de bombarderos sin adversarios y que cumplían al pie de la letra las órdenes de acabar con todas las ciudades que se pudiera (piénsese en Leipzig, para tener una idea de lo que digo). Los rusos en cambio han generado los corredores humanitarios y quienes disparan contra la gente que abandona las ciudades son los francotiradores ucranianos, empeñados en prolongar la guerra lo más que se pueda. Esto está más que acreditado. Si el ejército ruso se hubiera propuesto destruir Ucrania, Kiev (con todo y Zelensky) simplemente habría dejado de existir, sería una ciudad fantasmas. Eso no lo han hecho los rusos. Ellos se han concentrado en objetivos militares y se han atenido a los protocolos de Ginebra. Estimado lector: ¿has oído algo de esto en los noticieros de Televisa?

El colmo del descaro fue la propuesta norteamericana, inmediatamente descartada por el comité correspondiente, de concederle a Zelensky el premio Nobel de la paz!! Todos a estas alturas sabemos que los premios Nobel no tienen absolutamente ningún valor, salvo el pecuniario, pero como dirían los franceses “quand même!”, Eso es como ofrecerle a Brozo el premio Nobel de la cultura o a Loret de Mola el de la decencia. Es francamente grotesco. Si alguien condujo conscientemente su país a la guerra, si alguien ha demostrado ser enemigo de la paz, ese alguien es Volodímir Zelensky. Es un auténtico criminal de guerra y debería ser juzgado en consecuencia ante un tribunal internacional, como en su momento lo fueron los alemanes en Nüremberg, Radovan Karadzic en la Haya, Saddam Hussein o algunos otros (huelga decir que sería inútil buscar entre los acusados a líderes criminales norteamericanos o ingleses y ello no porque no abunden, sino porque son ellos quienes juzgan. Podríamos sentar en el banquillo de los acusados, por ejemplo, al presidente norteamericano que ordenó lanzar bombas atómicas sobre ciudades japonesas o a los que ordenaron arrasar con armas prohibidas el sureste asiático o a quienes decidieron el destino de poblaciones enteras en Centroamérica por medio de grupos para-militares debidamente entrenados en los Estados Unidos). Zelensky, de la manera más cínica posible, en un estilo que no es el de la política y la diplomacia normales, pide a gritos por televisión, dirigiéndose a Senados, Cámaras de Representantes, Supremas Cortes, etc., que les manden más armamento, que establezcan una zona de exclusión aérea en Ucrania, a sabiendas de que ello significaría la guerra directa e inmediata con Rusia, que bloqueen comercial y financieramente a Rusia, que generen desempleo, hambrunas, que la Cruz Roja no instale centros de apoyo cerca de la frontera con Rusia, etc., etc. Eso es lo que ese demente le pide al mundo. Si el premio Nobel de la paz es lo mismo que el Oscar de la farsa política, se podría estar de acuerdo en que se lo concedieran, pero sólo así. La verdad es que Zelensky es una mezcla de inmoralidad suprema y estupidez. Desgraciadamente, quienes pagan los platos rotos son los ucranianos, algo que de hecho desde hace más de un mes ya han venido haciendo.

El objetivo del mal llamado ‘presidente’ Zelensky, en concordancia con sus amos occidentales, es obviamente debilitar a Rusia desde todos puntos de vista, pero esta confrontación ha venido acompañada de una odiosa campaña mundial de rusofobia. Zelensky deliberadamente ha promovido el odio entre los pueblos, pero hay que distinguir dos cosas que aunque vienen mezcladas son lógicamente independientes. Por una parte está la rivalidad actual con Rusia. Esa es una confrontación entre el Estado norteamericano, con todo lo que acarrea (o sea, Europa Occidental, Japón, Israel, etc.) y Rusia. Por la otra está el odio al pueblo ruso. Eso no tiene en lo esencial nada que ver con el pueblo norteamericano. ¿Cómo nos lo explicamos entonces? El odio en contra del pueblo ruso, difundido ahora por todos los rincones del mundo, tiene otra raíz y responde a otra confrontación, a saber, al enfrentamiento entre Rusia y el sionismo norteamericano. Son los sionistas entronizados en el gobierno y en la cultura norteamericanos quienes propagan, difunden, promueven, fomentan el odio en contra del pueblo ruso, un pueblo heroico, trabajador, con un alto grado de espiritualidad, creativo, amigable, etc. ¿Por qué razón? Esa es una problemática de hondas raíces culturales, históricas y políticas. Surgió desde la época de los zares y de las primeras comunidades judías que se instalaron en territorios rusos. Tiene que ver con el peculiar papel de una juventud judía rusa liberada durante la segunda mitad del siglo XIX y que llevó a Rusia por el sendero de la Revolución. Digámoslo claramente: la Revolución Bolchevique fue en gran medida obra de los judíos y judías rusos emancipados. Con Stalin volvieron a surgir tensiones entre el Estado ruso y las comunidades judías. Con la llegada de más de dos millones de judíos provenientes de Europa Oriental pero sobre todo de Rusia a los Estados Unidos, el odio heredado de los exiliados en contra de Rusia se encauzó por el lado de Hollywood y de la prensa mundial. Como todos sabemos, no hay película americana en la que los rusos no sean pintados como crueles, cínicos, ambiciosos, insensibles, torpes, ridículos, etc. Y con Putin se volvieron a encender los ánimos cuando éste neutralizó a los oligarcas judíos que en el período de Yeltsin prácticamente se apropiaron de todo lo que había pertenecido al Estado Soviético. Eso no se lo perdonan los sionistas norteamericanos a Putin y ese odio hacia él se transfiere automáticamente hacia el pueblo ruso. El problema es que son ellos quienes manejan el gobierno de los Estados Unidos. Son ellos quienes hacen creer que Rusia puede entrar en guerra sólo porque un hombre arbitrariamente lo decide, como si en Rusia no hubiera instituciones, leyes, consensos, decisiones colectivas, intereses nacionales objetivos, etc. Así, pues, dos conflictos se sobreponen dando la impresión de que es uno solo. Eso no es así y si no se entiende este doble carácter del conflicto, entonces no se entiende lo que está pasando dentro y fuera de Ucrania. Zelensky es la mejor prueba de lo estoy diciendo.

Volodímir Zelensky pasará a la historia como el gran destructor de Ucrania, como el gran traidor al pueblo ucraniano. Muy probablemente, termine sus días gozando de una mansión en Miami, en las islas Tahití o, como M. Khodorkovsky, entablando una demanda sin sentido en contra de Rusia y del presidente Putin por miles de millones de dólares. Es un personaje detestable, sin duda antipático, destilando odio y olvidándose por completo de que su misión como presidente era proteger a su pueblo y salvaguardar la integridad de su país. Por haber antepuesto intereses ajenos a los intereses nacionales, Zelensky merece ser juzgado. Yo en todo caso estoy persuadido de que así como Vlad Tepes, el conde Drácula, era llamado ‘Vlad el Empalador’, Zelensky debe quedar en los anales de la historia como ‘Zelensky el Maldito’, por todo el daño que le hizo al mundo.

Socialismo Mexicano

En su eterna lucha contra la justicia y el progreso social, los reaccionarios han gozado siempre de múltiples ventajas frente a sus adversarios, los promotores del cambio social. En primer lugar, por ser los defensores del “lo establecido” son quienes disponen de los mayores recursos, quienes pueden usar los aparatos de Estado para amedrentar, perseguir, encarcelar, aniquilar a sus opositores, y quienes al amparo de su riqueza entran en un cómodo y sucio juego de connivencia con quienes detentan el poder, logrando así hacer que se funda la nefasta dupla “dinero/poder” por medio de la cual se estabiliza una determinada jerarquía social en donde, a la manera de un arco-iris, se desparrama y se acomoda la población en su conjunto. Hablo de “arco-iris” porque es evidente que, en nuestros días, las divisiones sociales son mucho más complejas y diversificadas que las de antaño. Es importante tener eso presente, por razones que avanzaré en breve.

En su lucha para sostener si no intacto, porque eso es imposible, al menos sí resistente y operante el actual sistema de vida, los reaccionarios recurren en forma descarada a toda clase de estrategias y estratagemas para mantener el “orden social”. Por eso sería un error de una pasmosa ingenuidad pensar, por ejemplo, que la guerra por mantener los privilegios se restringe al ámbito de lo que podríamos llamar la ‘lucha material’, la lucha por los bienes, los privilegios, etc. De hecho, un aspecto crucial de la lucha social gira precisamente en torno al control de las conciencias y la manipulación de las mentes. Nada más peligroso para el status quo que los verdaderos librepensadores, que la gente instruida y no “asimilable”, las personas a las que no se puede hipnotizar utilizando las sirenas de siempre, esto es, prosaicas pretensiones de posesión y consumo, burdas ambiciones terráqueas, vanos o fútiles placeres mundanos. Pero además, para luchar en contra de la libertad de pensamiento y de la autonomía intelectual el sistema tiene su ejército de ideólogos, de sacerdotes académicos, de “think tanks”, todos ellos trabajando arduamente para “demostrar” que las reivindicaciones sociales, que la lucha por la implantación de una vida un poquito más justa es de entrada (los filósofos dirían ‘a priori’) una causa perdida, carente por completo de justificación, fundada en ideas que corroen el cemento social y que hay que descalificar cuanto antes. Y cuando la refutación de una teoría que atenta contra el orden establecido resulta imposible porque, por más que se les pague, los enanos intelectuales resultan incapaces de una respuesta teóricamente aceptable, lo que sí se puede lograr es hacerle creer a la gente que son auténticos gigantes intelectuales y que ya dijeron todo lo que había que decir, cuando en realidad nunca dijeron nada! Obviamente, lo único que todo ello pone de relieve es que la lucha por los privilegios es a muerte, permanente y sin escrúpulos.

Entre los factores que de uno u otro modo apoyan la causa reaccionaria está no sólo, como ya mencioné, los servicios de inteligencia teórica, la armada intelectual, bien pagada en general pero bastante abigarrada puesto que incluye desde pensadores serios y dignos de ser tomados en cuenta hasta la despreciable caterva de periodiqueros y comentaristas de radio y televisión que no son otra cosa que pericos ideológicos sin realmente ningún valor más allá de la atención que puedan atraer el día en que aparecen sus “ensayos” o sus “análisis” improvisados. Debo decir, sin embargo, que el problema que en esta ocasión me acicatea concierne no tanto a las bandas de mediocres que parecen haber perdido la brújula y haber transformado el análisis político serio en una especie de telenovela con tintes políticos, sino a las incomprensiones, divisiones, bifurcaciones, fisuras y demás en el seno de las fuerzas intelectuales progresistas. Muchas de las debilidades que se pueden percibir en el frente intelectual y teórico se deben a la incapacidad de teorizar desde la perspectiva de los intereses de los desposeídos y los desvalidos y construir el instrumental conceptual que se requiere para imponer su posición en la confrontación con los justificadores de la injusticia. El gran problema que esta carencia genera es que incapacita a las personas para efectuar diagnósticos precisos de la realidad política y para orientar a las masas por la senda correcta de la transformación que a ellas mismas conviene. Quizá lo que quiero decir se entienda mejor por medio de un ejemplo.

No creo que haya alguien tan t onto que se atreva a cuestionar la afirmación de que el instrumental teórico de las luchas progresistas del siglo XX lo constituyó y proporcionó el marxismo. Pero ¿cómo pudo el marxismo, que es un típico producto decimonónico, ser útil en el siglo XX? Pudo porque el cuadro de la vida y de la lucha social que emana de los escritos de Marx permaneció vigente durante mucho tiempo, además de que se dieron varias coyunturas históricas, únicas e irrepetibles, que lo colocaron a la vanguardia del frente intelectual y resultó entonces ser tremendamente útil. Pero es importante entender que a partir del momento mismo en que el cuadro marxista de la sociedad se imponía se sembraban ya las semillas de su obsolescencia y caducidad. Ilustremos esto. Después del horroroso período por el que pasó sobre todo Inglaterra, caracterizado por el imparable triunfo del proceso de industrialización y del capital industrial sobre la vida rural, el trabajo agrícola, la primacía de los latifundistas, etc., todo ello asociado con una nobleza ya decadente, la sociedad inglesa se auto-reprocesó y brotó de ella una sociedad en donde con suficiente nitidez se podían discernir dos grandes clases sociales, la clase burguesa (propietaria de los medios de producción, etc.) y la clase proletaria, compuesta básicamente por gente que para vivir tenía que vender su fuerza de trabajo y por tener que vender su fuerza de trabajo era sistemáticamente explotada. Quien lee el ultra-célebre capítulo sobre la acumulación originaria del capital, volumen I de Das Kapital, no extraerá otra visión de la vida social. Ahora bien, Marx tenía razón. Él era en verdad un gran pintor de la sociedad de su tiempo. Sencillamente, no hay un cuadro de la sociedad del siglo XIX que pueda rivalizar con el marxista. Eso, yo diría, ni se discute.

Lo anterior, sin embargo, no significa ni implica que aquel cuadro, con todo lo que acarreaba, siga vigente en nuestros días. Sólo sobre la base de un coctel indigerible de torpeza con ingenuidad, ignorancia y dogmatismo se podría insistir en seguir aplicando ahora un esquema explicativo propio de otros tiempos, por magnífico que haya sido, como sería francamente penoso que se pretendiera seguir aferrándose a la física de Newton para explicar fenómenos como la curvatura del espacio o la relatividad del espacio-tiempo, cuando ya se dispone de matemáticas nuevas, de formalismos que Newton no conoció y que naturalmente generan un cuadro novedoso del universo. Desde luego que ni mucho menos quiero dar a entender que entonces todo lo que dijo Newton está mal. De igual manera, no me pasa por la cabeza la idea de que todo lo que Marx sostuvo es erróneo o falso. Claro que no! Mucho de lo sostuvo Marx está presente en la vida contemporánea, pero como lo que sostenía requiere de actualización y adaptación y no se ha encontrado todavía al marxista que realice semejante faena, entonces parecería que quienes hacemos nuestro el ideal del cambio social para beneficio de las mayorías nos vemos en una encrucijada en la que no hay opción positiva para nosotros: o nos aferramos al marxismo, pero entonces somos dogmáticos, semi-irracionales, obsoletos, superados, etc., o nos quedamos sin explicaciones y sin alicientes para la lucha. Si ese dilema fuera real efectivamente nosotros, los que soñamos con un cambio social palpable, real, estaríamos perdidos. Nuestros ideales habrían quedado superados y nuestros anhelos de justicia social no serían otra cosa que pseudo-deseos, esto es, deseos por algo que es inalcanzable. Deseos así son evidentemente deseos espurios, porque ¿cómo se puede desear lo que sabemos que no se puede obtener? Eso no es un deseo genuino. Habría un auto-engaño de por medio. La situación, sin embargo, no es tan desesperada.

Yo pienso, para empezar, que los énfasis están mal aplicados. Los cambios que se produjeron en el mundo, las luchas, las guerrillas, las persecuciones, etc., se tenían que dar independientemente de la terminología en la que vinieran envueltos. Afirmo esto sobre la base de lo que me parece que es un principio fundamental, a saber, que la explicación de los fenómenos sociales y políticos viene después de la acción social y política. Esto se puede perfectamente bien aplicar a Marx mismo. Aquello en relación con lo cual Marx en la segunda mitad del siglo XIX da una cátedra sencillamente impecable es el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. O sea, él escribe cuando la lucha social en gran medida ya se había realizado, porque la gente primero actúa para sobrevivir y luego viene el intelectual para racionalizar su acción. La teoría de Marx en época de Marx era como incuestionable, pero venía después de la acción real de los obreros de la Comuna o de los sindicatos de mineros ingleses. Pongámonos entonces de acuerdo: primero la praxis y luego la teoría y ya mucho después el periodiquismo barato y la dañina y superficial demagogia de los defensores del establishment.

        Si lo que he afirmado resulta mínimamente convincente, podemos entonces enfrentar con una mirada fresca el panorama nacional y entender cabalmente lo que está pasando ahora en nuestro país. Podemos contemplar ese cuadro vivo que es la sociedad mexicana, un cuadro en gran medida grotescamente deformado por los reaccionarios de nuestra época (hablo, desde luego, de los altamente repulsivos reaccionarios mexicanos) y en el que ideologías ciertamente progresistas pero no actualizadas (como la marxista) impiden que se le aprecie, por así decirlo, en toda su realidad. ¿Qué es lo que, teniendo como plataforma nuestro principio de la prioridad de la praxis (un principio muy marxista, dicho sea de paso), podemos decir sobre lo que tenemos ante nuestros ojos, sobre lo que estamos viviendo?

Para responder a esta pregunta me permitiré introducir una noción que es imprescindible y sin la cual no podemos avanzar. Esta noción es compleja, pues conjuga varias ideas, entre las cuales están las siguientes :

1) idea de lucha en contra de la inmovilización política de la sociedad,

2) idea lucha en favor de los intereses vitales o reales de los (como diría Fanon) “condenados de la tierra”

3) la idea de progreso social como encarnado en todo aquello que beneficia objetivamente a los desprotegidos del mundo.

      ¿Qué noción es entonces esa a la que estamos aludiendo? La respuesta es muy simple: la noción de socialismo.

Por definición, el socialismo tiene por lo menos dos rasgos esenciales. Es socialista toda política de Estado dirigida primordialmente hacia la defensa sistemática de los intereses económicos, sociales, jurídicos, laborales, etc., de quienes de hecho están desprotegidos, es decir, de esos seres humanos (que son millones, o mejor dicho, billones) que están socialmente indefensos: la gente que se pasa la vida trabajando para mal vivir o para meramente sobrevivir, para apenas darle a sus familiares (parejas, hijos, etc.) sustento y un mínimo nivel de consumo de lo muchísimo que la sociedad produce y pone ante sus ojos pero que no es para ella, la gente que, por así decirlo, no tiene derecho a enfermarse porque es altamente probable que si se enferma no tendrá asistencia médica, fármacos, etc., es decir, no tendrá a quién recurrir, gente que quizá un día, si vive en el interior del país, pueda con un poco de suerte ver el mar y si vive al borde del mar pueda, si es afortunado, conocer la capital, gente cuyos hijos usarán sus mismos zapatos durante uno o dos años, que dejarán la escuela a los 10 años para venderse en el mundo de los servicios, del trabajo informal, etc., etc. Pero ¿para qué alargar la lista de las bien conocidas características de las vidas de los desposeídos, de los desheredados, de congéneres que habrán de pasar por esta vida con sólo aspiraciones elementales, con un mundo reducidísimo de posibilidades de crecimiento y de desarrollo? Bien, pero lo que hemos expuesto cubre tan sólo una faceta del asunto. En este como en muchos otros casos, los contrastes son fundamentales. El arco-iris que lleva desde la miseria hasta niveles de vida relativamente holgados (sin límites nítidos en las transiciones) requiere del recordatorio no del bienestar (digamos) “justificado” de quienes, partiendo en la vida en condiciones de ventaja, de manera honrada supieron aprovecharlas y lograron vivir bien. Ya ese contraste es un tanto deprimente, puesto que en ese cuadro se ve por una parte gente famélica y por la otra gente regordeta y bien alimentada, pero no es el contraste más repugnante. El contraste realmente asqueroso moralmente es el de millones de personas que viven para trabajar y subsistir y reducidos núcleos de malvivientes afortunados, de corruptos exitosos, de mediocres (hombres y mujeres) disfrutando de modos de vida completamente inmerecidos, consumiendo bienes que exigieron de mucho trabajo humano para poder circular en el mercado (propiedades, viajes, ropa, inversiones, comida, etc.) con dinero mal habido, con dinero que no es de ellos, con dinero en exceso y con el cual ya no saben ni qué hacer. Ese es el cuadro de la sociedad que el socialismo repudia. Este es un primer punto.

El segundo tiene que ver con el carácter esencialmente histórico del socialismo. Siempre hubo contrastes sociales, en mayor o menor grado, más o menos odiosos, siempre hubo injusticias y siempre hubo luchadores sociales, gente que se inconformó frente al status quo y por ende frente a los poderosos del momento. O sea, el socialismo ha revestido y revestirá las más variadas modalidades de lucha, los más diversos objetivos, dependiendo de la época, de la cultura, de la sociedad en la que se manifestó. Podemos hablar legítimamente de socialismo siempre y cuando se cumplan las condiciones mencionadas más arriba: rechazo del empantanamiento social, lucha en contra de las brutales desigualdades y asimetrías sociales y acciones conscientemente dirigidas a defender los intereses de los excluidos, los discriminados, los que no tienen ni idea de lo que pueden llegar a ser los “paraísos” terrenales.

Con lo expuesto hasta ahora disponemos ya de los elementos indispensables para describir lo que está sucediendo en nuestro país. A la manera de un regalo caído del cielo, como un jinete anti-apocalíptico, le llegó a México un presidente incuestionablemente socialista. Yo no sabría decir si el Lic. Andrés Manuel López Obrador es o ha sido el único presidente socialista de este país, pero sí sé que ha sido el mejor de todos. Nuestro presidente es un socialista ejemplar. ¿Por qué? Por un sinfín de razones, pero una muy importante es que él demostró que se pueden superar las falacias paralizantes con las que los argüenderos de la farándula de pseudo-intelectuales vendidos y anti-progresistas han combatido las ideas socialistas. Concretamente, en tres años de gobierno el presidente López Obrador demostró que se puede ser socialista sin tener que servirse del instrumental teórico del marxismo, sin tener que recurrir a la terminología marxista para articular su proyecto político y sus planes de trabajo. Desde luego que además de socialistas podemos ser marxistas, pero es una falacia afirmar que si no se es marxista, entonces no se puede ser socialista. Eso no es cierto y el Lic. López Obrador lo ha hecho patente.

Un punto importante que parecería derivarse de lo que hemos aseverado y que, si así fuera, explicaría en alguna medida la debilidad del socialismo es el siguiente: a diferencia de lo que se requiere para ser un político estándar, es decir, un erudito en maniobras sucias, un experto en pudrir instituciones, un especialista en egoísmo y en pandillerismo politiquero, para ser un político socialista, como el Lic. López Obrador, hay que tener un corazón de oro, hay que “amar a su prójimo”, hay que estar por encima de las vanidades del mundo. Se dice fácil! Por eso es tan difícil encontrar dirigentes estatales socialistas. Esto es así porque por la naturaleza misma de las aspiraciones socialistas, el político socialista parece destinado a no acceder nunca al poder y a tener que mantenerse siempre en la oposición. Pero en México, como si hubiera resultado de un mandato divino, llegó al poder un auténtico político socialista, un político que con su mera actuación espontánea acabó con múltiples mitos y falacias relacionados con el socialismo: que se tiene que ser un marxista teorizante, que se tiene que acceder al poder por medio de una revolución, que se tiene que tener como objetivo la exaltación de la lucha de clases, que se tiene que ser profundamente anti-religioso y decenas de ridículas historietas como esas. Lo que el Lic. López Obrador ha hecho ha sido impartir una impecable cátedra de socialismo práctico. ¿Y qué instauró con ello? Inauguró el socialismo mexicano del siglo XXI. Para quienes como nosotros que, por las razones que sean, no participamos en la contienda política como agentes activos, la lucha por el socialismo es lo mismo que la lucha de apoyo incondicional a la política del presidente Andrés Manuel López Obrador. Ser mexicano progresista en nuestros días sólo puede significar ser un defensor a ultranza de la política desarrollada por nuestro presidente y eso es ser socialista. Pero ¿cuál es esa política que tanto nos entusiasma?

No creo que debamos ir muy lejos para ofrecer un esbozo de respuesta suficientemente claro. La política socialista del Lic. López Obrador es la política consistente en la recuperación y el saneamiento de las instituciones nacionales (gubernamentales, educativas, de salud, etc.). Es, pues, parte fundamental de dicha política la lucha contra el cáncer social por excelencia, a saber, la corrupción, es decir, el mal uso y la desnaturalización (o, si se prefiere, el uso privatizador) de las instituciones para beneficio de unos cuantos corruptos y sus familias. Es parte alícuota de la política socialista mexicana la reestructuración del sistema nacional de salud, porque es inaceptable que millones de personas no puedan recibir apoyo médico cuando sufren algún padecimiento. Es representativo del socialismo del Lic. López Obrador el dotar a nuestro país de una infraestructura sólida para que el comercio se expanda y el turismo florezca. Es gracias a la perspectiva socialista del presidente que se está logrando desterrar para siempre el espíritu de los traidores a México y a su mosaico humano, a su pueblo, un espíritu propio de los despreciables vendepatrias priistas de antaño y de los odiosos vendepatrias actuales del PAN. El socialismo del presidente López Obrador es también la política del sentido común, la política consistente en defender y salvaguardar el patrimonio nacional, las riquezas naturales de nuestro país, esos bienes que con desparpajo e irresponsablemente los anti-socialistas de hoy quieren volver a malbaratar para llevarse ellos su correspondiente porción. El socialismo del presidente de México tiene como uno de sus objetivos últimos evitar el despilfarro humano, el desperdicio de tanto talento potencial que por razones de contingentes desequilibrios sociales, económicos, educativos, etc., nunca puede llegar a materializarse. De ahí la ayuda modesta pero concreta que le presidente de México le ha proporcionado a millones de mexicanos a través de becas y de todo una variedad de formas de apoyo para múltiples sectores sociales vulnerables y frágiles. El socialismo mexicano del Lic. López Obrador es el intento más grande que se haya hecho jamás en México para que la vida de millones de compatriotas esté un poquito más cerca de todo eso que normalmente la gente quiere para sí misma (comer bien, tener un lugar donde vivir, lograr que los hijos se eduquen, se preparen para entrar al mercado de trabajo, etc.), pero que no tienen. Todo eso y más es el socialismo mexicano de Andrés Manuel López Obrador.

Yo creo que teóricamente estamos en posición de concluir que formar parte de la jauría de chismosos a sueldo, de los tergiversadores profesionales que nos hacen llegar hasta el vómito moral, de los dizque críticos objetivos de un programa político que ni siquiera comprenden, pertenecer a grupos así es ser anti-mexicano, es ser enemigo del pueblo de México. Nosotros, los defensores del socialismo real, de ese socialismo que forzosamente se tiene que dar en algún sector del espacio-tiempo, no podemos tener ilusiones, por lo que ciertamente pende sobre nuestras cabezas un gran temor y una cierta angustia. Es porque sabemos que los grandes hombres no tienen continuidad y que así como no hubo no digamos ya un segundo Julio César sino un segundo Fidel o un segundo Bismark, desafortunadamente tampoco habrá un segundo Andrés Manuel López Obrador. Sin duda, dada la magnitud de sus objetivos su labor quedará inconclusa, como sucede siempre con las nobles causas socialistas. Pero de una cosa sí podemos estar seguros y orgullosos: el presidente López Obrador ya pasó a la historia. Mostró su inmensa superioridad como persona, en visiones y en trabajo frente a los enanos políticos que lo precedieron y a las cucarachas que hoy le estorban, y pasó ya a la historia porque logró construir e implementar, con la pureza de alma que ello requiere, lo que podemos llamar el socialismo mexicano de Andrés Manuel López Obrador.

Realidades Históricas y Mentiras Descaradas: el conflicto ruso-ucraniano

Nosotros, ciudadanos mexicanos pero también ciudadanos del mundo, sabemos desde hace ya mucho tiempo que desde hace también ya mucho tiempo el famoso “Cuarto Poder” (prensa, televisión, radio, etc.) dejó de ser un instrumento para la transmisión de información genuina y se transformó en una maquinaria de desinformación sistemática para favorecer, de manera cada vez más obvia y descarada, los intereses no sólo de sus propietarios sino sobre todo los de los grupos sociales a quienes ellos sirven como portavoces. Cabe preguntar: ¿con qué objeto? La respuesta es simple: lo que está en juego es el control cotidiano de las conciencias de millones de personas. Bien, pero ¿por qué estarían interesados los dueños del mundo en tergiversar los hechos, en presentar cuadros de la realidad que, por las mentiras que incorporan, se han vuelto abiertamente grotescos, declaradamente ridículos, patentemente falsos? No importa si se trata de la política nacionalista y popular del presidente de México o de la política ferozmente anti-humana del gobierno norteamericano o de lo que sea. El objetivo es tergiversar los hechos, confundir a la gente y, sobre todo, no proporcionar información genuina porque lo que se busca es perpetuar el actual modo de vida y evitar a cualquier precio reformas serias o profundas de la estructura social. Para ello, se requiere convertir a las masas de personas en manadas de borregos, puesto que mientras más manipulables y más dóciles sean más pasivos serán. Y, naturalmente, para quitarle lo peligroso a la población mundial la pócima óptima es el engaño, la patraña, la mentira, la desinformación. Es muy importante que la gente no entienda la situación en la que vive, sea a nivel local o a nivel internacional, porque si no la comprende o la entiende mal entonces sus acciones serán inefectivas, pues estarán dirigidas hacia objetivos ficticios y entonces sus esfuerzos por modificar la realidad inevitablemente fallarán, una y otra vez. Mentiras no piadosas como las que se le inculca a la gente, en México y en muchos otros países, son por ejemplo que los Estados Unidos son el país de la libertad, que Israel no es un país racista y discriminatorio, que el juego de las elecciones es el único mecanismo para asegurar la justicia y la equidad, que Inglaterra es un país de caballeros, que en Francia no se practica una política de represión brutal, que el INE no intenta dar un golpe de Estado y así indefinidamente. Todas esas son mentiras con las que el ciudadano promedio se topa mañana, tarde y noche en los medios de comunicación, que básicamente son los mismos en todas partes (las mismas agencias de prensa, los mismos reportajes, etc.).

Ahora bien, nosotros, los ciudadanos del mundo poco a poco hemos ido aprendiendo a defendernos de las permanentes agresiones mediáticas y mal que bien hemos ido elaborando lo que podríamos llamar ‘códigos de defensa para lectores y televidentes’, esto es, un sistema de reglas de salud mental que guíen nuestros contactos con los mass-media. Como en tantas otros casos, el asunto es una cuestión de ensayo y error en lo que nos ejercitamos hasta tener normas o reglas ya muy decantadas. Ni mucho menos me propongo en este artículo ofrecer mi decálogo, pero si quisiera ejemplificar rápidamente lo que digo. Por ejemplo, cuando uno lee lo que sin duda es el periódico más mentiroso del mundo, entre otras razones por ser el que marca la pauta, esto es, el New York Times, o a nivel local, El Universal (un bodrio cada vez más repulsivo, en el que muy probablemente lo más interesante sea la sección de crímenes y ni siquiera para eso es un periódico con el  cual pueda uno sentirse satisfecho), a la primera regla que se tiene que apelar es: cree exactamente lo contrario de lo que se afirma y promueve en este instrumento de difusión de visiones torcidas. Una regla que vale para la televisión es, obviamente: no des crédito a esas imágenes. Las más de las veces son de otros lugares y fueron filmadas en otros tiempos. Reglas como esas hay muchas, aunque no nos pondremos ahora a enumerarlas, pero sí conjuro al lector para que haga el experimento de intentar aplicarlas y verá qué sensación tan placentera de liberación tendrá posteriormente. La idea es: si veo el mundo al revés de cómo se me está constriñendo a que lo haga, siento que entiendo mejor la realidad! En conexión con esto, sin duda alguna una regla importante es, Hay que buscar en internet fuentes de información alternativas, sobre todo si uno quiere ser ciudadano del mundo (como se tiene que ser en nuestros días). Pasa con los buitres de los periódicos y los “especialistas” de la demagogia televisiva algo parecido con lo que pasa con los así llamados ‘mentirólogos’ (o sea, los meteorólogos): si éstos anuncian que al día siguiente va a llover a cántaros, a menos de que ello sea obvio para cualquiera lo que hay que hacer es prepararse para una fuerte ola de calor. La diferencia entre los “mentirólogos” y los mentirosos de la vida política nacional e internacional es que los primeros por lo menos actúan de buena fe, tratando de ser científicos en un ámbito en el que las predicciones son esencialmente inseguras, en tanto que los canallas de la prensa y la televisión no son otra cosa que calumniadores profesionales, repulsivos embusteros a sueldo y que de buena fe no tienen absolutamente nada. Esto hace pensar en una regla todavía más radical, a saber, hay simplemente que dejar de leerlos y oírlos, porque no tiene caso leer a gente que de entrada sabemos que miente, filibusterillos de la laptop que nunca le darán a los lectores o a los televidentes información genuina, y lo único que sacaremos al consumir su fraudulenta mercancía será que nos estafen y que nos hagan perder el tiempo.

Lo anterior vale de manera espectacularmente precisa para el caso de la “intervención rusa” en Ucrania. Hasta donde he logrado darme cuenta, prácticamente en ningún “artículo”, en ningún reportaje de noticieros, en ninguna entrevista con dizque “especialistas” (con las notables excepciones de siempre, desde luego) se le da al ciudadano mexicano (y lo mismo pasa, obviamente, en los Estados Unidos, en Inglaterra, en Francia, etc., con los ciudadanos de esos países) información genuina sobre lo que está pasando en Europa Oriental. Con ánimo de hacer algo útil, por lo tanto, trataré de esbozar a grandes brochazos un cuadro un poquito menos ridículo que el que nos pintan la prensa y la televisión mexicanas, las cuales deben contarse (estoy persuadido de ello) entre las peores del mundo.

Empecemos entonces por recordar que, estrictamente hablando, Ucrania nunca fue un país independiente. Ucrania siempre formó parte del imperio zarista, es decir, era parte de Rusia. Los pueblos ruso y ucraniano están claramente emparentados. Pretender presentarlos como pueblos radicalmente distintos es como intentar desligar a gallegos de lusitanos o a corsos y genoveses. La semejanza de sus lenguajes es la mejor demostración de su consanguinidad. De hecho son tan parecidos que yo, que no conozco más que un poquito de ruso, entiendo no pocas cosas que dicen los ucranianos (sobre todo si son tan elocuentes como el actual “presidente” de Ucrania, quien en una de sus lamentables alocuciones dirigidas al pueblo ucraniano, un pueblo al que hizo entrar en guerra con un pueblo hermano, impulsado evidentemente por motivaciones tenebrosas e inconfesables, dijo: “el gobierno, aquí, los ministros, aquí, el presidente, aquí!”. Claro que con esos niveles de complejidad semántica no tiene mayor mérito entender lo que dijo, sobre todo cuando se esperaba de él algo más que onomatopeyas!). Ucrania por primera vez vio oficialmente la luz cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, aunque formando parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Fueron los comunistas rusos quienes le concedieron a Ucrania el status de “república” y fue así como formó parte de la URSS. Pero peor aún: cuando el ingenuo Gorbachov se decidió a acabar con la Unión Soviética, a través de sus famosas “glasnost” y “perestroika”, y cuando Yeltsin, el alcohólico, prácticamente remató su país, Ucrania por primera vez en su historia alcanzó la autonomía política. En la euforia de la transformación, los líderes soviéticos entraron en negociaciones torpes y fueron vilmente engañados por los especialistas en corrupción, esto es, los políticos occidentales. Con el desplome de la Unión Soviética, el bloque hasta entonces conformado por los países socialistas se desmoronó y se entró en una fase diferente de negociaciones e intercambios. Ahora bien, una de las condiciones que los líderes soviéticos impusieron, si bien cometieron el grave error de imponerla únicamente de manera verbal, fue el compromiso de que la OTAN no crecería hacia el Este, es decir, no incorporaría a sus filas a los antiguos países miembros del Pacto de Varsovia. O sea, lo único que los rusos exigían eran condiciones que garantizaran su seguridad como nación, esto es, su seguridad física. Verbalmente, los negociadores norteamericanos y europeos consintieron en todo, pero como los hechos lo demuestran ahora, simplemente mintieron, no cumplieron. La prueba es que en la actualidad la OTAN cuenta con 30 miembros y forman parte de dicha organización militar no sólo los países miembros del Pacto de Varsovia, sino hasta algunas ex-repúblicas soviéticas, como las bálticas (Estonia, Letonia y Lituania). Así que todos de pronto nos venimos a dar cuenta de que en alrededor de 20 años la Federación Rusa quedó cercada por una organización que, estrictamente hablando, no tiene razón de ser, puesto que su enemigo jurado, esto es, el sistema del socialismo real, dejó de existir. Ya no hay comunistas que liquidar. Entonces ¿por qué sigue en pie la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, que ahora abarca mucho más que eso? La respuesta es obvia: la lucha contra la Unión Soviética estaba pintarrajeada de ideología y era presentada como un combate entre el libre mercado y la economía planificada centralmente, entre países democráticos (en México, creo, sabemos lo que eso significa) y dictaduras unipartidistas, etc. En la medida en que el capitalismo desarrollaba mejor las fuerzas productivas que el socialismo de aquellos tiempos es comprensible que terminara por imponerse, pero obviamente ya no es ese el problema. Entonces ¿qué persiguen los Estados Unidos, usando su juguete político preferido, esto es, la OTAN? El objetivo es obvio: de lo que se trata es de tener a Rusia cercada colocando fuertes cantidades de armamento convencional en sus fronteras (por si se diera la oportunidad de una invasión), pero también de armas atómicas, con las cuales se podría alcanzar Moscú o cualquier otra ciudad de Rusia en 4 minutos, sin dar lugar a defenderse. La pregunta que todos nos hacemos: ¿por qué tendría Rusia, que es una hiperpotencia, que permitir que se le rodee con armas de última generación a lo largo de sus fronteras? y, sobre todo: ¿sobre qué bases se podría negarle a Rusia el derecho de defenderse ante las agresiones de los occidentales?

Regresemos a Ucrania. Los problemas serios se agudizaron cuando hizo su entrada en escena una de las figuras más siniestras de la política norteamericana, a saber, Victoria Nuland. Éste personaje, esposa del “think tank” ultra-sionista, como ella, viz., Robert Kagan, forma parte del grupo que realmente liderea la política exterior norteamericana y este grupo está particularmente interesado en destruir el gobierno de Vladimir Putin. Hay varias razones políticas y militares para ello, pero también hay motivaciones ocultas. Putin se ganó el odio eterno de los verdaderos “policy makers” de los Estados Unidos cuando desbarató a la pandilla de oligarcas que se habían apoderado de todo lo que había sido propiedad estatal en la Unión Soviética: las compañías de trenes, de aviones, el petróleo, las minas, las tiendas, las industrias del acero, del carbón, las cadenas de televisión, la prensa, etc. Al enviar a M. Khodorkovsky a la cárcel y recuperar para Rusia mucho de lo robado (porque, para ilustrar: es un robo si se pagan, digamos, 10 millones de pesos por Telmex o por Pemex o por alguna empresa de esas magnitudes, que era lo que abundaba en la Unión Soviética), Putin frustró para siempre una intriga de nivel internacional y de trascendencia histórica. Consecuentemente, la política contra Rusia se intensificó y Ucrania era el lugar perfecto para el desquite. Así, en 2014 se produjo, siendo  Nuland la  Sub-Secretaria de Estado para Asuntos Políticos, un vulgar golpe de Estado y el presidente Victor Yanukovich tuvo que salir de Ucrania. La Sra. Nuland participó alegremente en la verbena que ella organizó y salió a la calle en Kiev a repartir dulces y paletas a la gente para felicitarla por el “apoyo popular”. Para pacificar al país el gobierno ucraniano firmó en Minsk una serie de acuerdos con Rusia, Francia y Alemania y se comprometió, entre otras cosas, a no hostigar a las poblaciones rusas que desde siempre han habitado en el sur de Ucrania. Odessa, por ejemplo, siempre fue un puerto ruso, como nos lo recuerda una de las 10 mejores películas de todos los tiempos, El Acorazado Potemkin, y Crimea, si la historia y Tolstoy no nos fallan, es tan rusa como es mexicana la Península de Yucatán. Como era de esperarse, los ucranianos no cumplieron y siguieron hostigando a las poblaciones rusas instaladas en el sur de Ucrania, pero Rusia logró contener a los ucranianos dentro de límites manejables. Sin embargo, por diversas razones pero siempre con los Estados Unidos tras bambalinas se promovió un nuevo cambio en el gobierno de Ucrania y se puso como presidente a lo que podríamos llamar el ‘Brozo ucraniano’, esto es, V. Zelenski. Hay que decir que el Brozo ucraniano está un poquito más preparado que el Brozo local, pero por lo pronto podemos ver hasta dónde puede llevar a un país un payacete irresponsable cuando se le pone al mando. Con Zelenski, como era de esperarse, el odio a Rusia se entronizó, definitivamente no se respetaron los acuerdos de Minsk y decididamente se procedió a preparar el terreno para la incorporación de Ucrania a la OTAN. En esas condiciones ¿qué era lo que Rusia tenía que hacer?

A título de anécdota quizá no esté de más traer a la memoria el bochornoso episodio del que formó parte el hijo del actual presidente de los Estados Unidos, J. Biden, esto es, Hunter Biden, un individuo que al parecer es proclive a cometer errores  garrafales, siendo uno de sus últimas gracias haber extraviado una laptop con multitud de datos de Estado altamente confidenciales. Ese, sin embargo, es su problema. Biden formó parte de la mesa directiva de una compañía ucraniana, Burisma, que comercializaba gas natural. Aparte de que, como en tantos otros países, los directivos se sirvieron con la cuchara grande, algunos de ellos fueron acusados de lavado de dinero en grandes cantidades, en detrimento claro está de la compañía y del erario ucraniano. Fue ni más ni menos que Donald Trump quien le pidió a Zelenski que denunciara al hijo de Biden, pero el ucraniano se negó a hacerlo. Esto nos da una idea de su perfil moral y político.

Con Zelensky, como dije, llegó al poder en Ucrania no sólo el odio a Rusia y la voluntad de integrarse a la OTAN, sino también el proyecto de dotar al país de armas nucleares, además de la decisión de seguir hostigando a las poblaciones rusas en la región del Donbas. Con eso se llegó al límite de lo que Rusia podía soportar. Los occidentales, como siempre puesto que son grandes expertos en ello, hicieron muy bien su tarea de azuzar poblaciones, impedir acuerdos, etc., además de prometer el oro y el moro, empezando por armar a Ucrania hasta los dientes (lo cual, obviamente, para dicho país significará deudas pesadísimas que tarde o temprano tendrá que pagar). Usando a Ucrania como pretexto, se intentó ahora volver a practicar la política que el Reino Unido y Francia practicaron con la Alemania de antes de la Segunda Guerra Mundial: la asfixia monetaria, la expulsión del sistema de divisas y pagos, el cerco comercial, la amenaza de represalias militares, etc. El problema es que Rusia no es un país al que se pueda  amedrentar de esa manera. Era impensable que Rusia abandonara a su población instalada desde siempre en el sur de Ucrania. Dadas las circunstancias, el presidente Putin optó por reconocer la existencia política, jurídica, etc., de las nuevas repúblicas de Donetsk  y de Luhansk y evitó así una masacre de rusos, que era lo que el gobierno de Zelenski estaba ya abiertamente planeando con la idea, obviamente, de recuperar Crimea por la fuerza. La verdad es que sería más fácil que México recuperara California, pero esa es harina de otro costal.

Sin duda para el presidente Putin la decisión de entrar en Ucrania no fue fácil, pero es evidente que no tenía alternativas. Contrariamente a Zelenski, Putin siempre estuvo consciente de que la guerra con Ucrania sería una guerra fratricida y esto explica por qué lo que nos cuentan los propagandistas televiseros y los dizque periodistas respecto a cómo se está llevando la guerra es una falsificación total. Como bien lo dijo Stalin, la guerra es la guerra y en una guerra siempre habrá, como dicen, “daños colaterales”, pero es claro que si Rusia hubiera querido habría podido bombardear Ucrania de arriba abajo, sólo que el gobierno ruso no concibió esta guerra como una guerra en contra el pueblo ucraniano. Sin duda bajas indeseadas habrán, como cuando una ojiva cae en un edificio y lo destruye, pero los objetivos rusos al día de hoy han sido muy muy claros: son objetivos militares básicamente. Después vendrán las exigencias políticas. Después de todo, no es posible que el mundo se movilice para dejar las cosas como estaban antes de la movilización. Cambios profundos en Ucrania tendrá que haber. La planta central de Chernobil, por ejemplo, no era de Ucrania sino de la URSS en territorio ucraniano, por lo que recuperarla para Rusia era algo así como un mandato, sobre todo dado el contexto. Nosotros, ciudadanos del mundo que nos hemos enterado de los bombardeos yankis en Corea, Vietnam, Irak, Afganistán, Siria, Yugoeslavia, etc., etc., podemos constatar que no hay punto de comparación entre un ataque ruso en Ucrania y un bombardeo norteamericano en, digamos, Laos. Por lo menos hasta donde sabemos, el ejército ruso no ha usado napalm ni bombas de fragmentación ni ha instaurado la tortura política ni campos clandestinos de prisioneros, etc., etc. Pero entonces ¿por qué toda esta desgarradura de vestiduras cuando hemos sido testigos de sucesos mucho más trágicos, dolorosos, terribles, acerca de los cuales no se dice ni una palabra? En realidad, el fenómeno es claro y comprensible: el proceso permanente de tergiversación de los hechos tiene que venir acompañado de la mayor de las hipocresías. Son dos cara de una misma moneda.

La verdad es que la Federación Rusa, en algún sentido, cayó en la trampa occidental, pero los gobiernos de la OTAN deberían haber anticipado que los resultados no serán los que los occidentales quieren. Las provocaciones anti-rusas fueron tantas y tan bien orquestadas que finalmente no quedó otra opción que recurrir a la fuerza, pero al responder se frustraron los proyectos malditos de geoestrategia de gente como Nuland y los de traidores a su pueblo como Zelenski, a quien no le importó llevar a los ucranianos a la destrucción y a la miseria con tal de alcanzar sus oscuros objetivos políticos. La reacción occidental, liderada por la camarilla política que reina en los Estados Unidos y cuyos intereses son cada día palpablemente menos representativos de los intereses del pueblo norteamericano, sin duda tendrá efectos terribles para Rusia, para su economía, su comercio, sus intercambios culturales, etc., pero hay un problema: se trata de medidas que tendrán repercusiones y efectos negativos también en ellos, por la simple razón de que Rusia no es un Estado menor. Si Rusia recogió el guante es porque los Estados Unidos ya no mandan como mandaban cuando se inventaron la guerra de Corea. Así como ellos obligaron a los soviéticos a quitar sus bases militares de Cuba, en 1962, porque podían hacerlo, ahora no pueden detener a una Rusia recuperada, fuerte, aliada de la República Popular de China y motivada por su instinto de conservación. Las amenazas occidentales pueden hacer mella en países como México, en donde si se pretende limpiar un poco nuestros establos de Augías que es la política mexicana todavía pueden imponer su arbitrariedades, intervenir en nuestra vida política y satisfacer sus caprichos económicos. Pero es claro que con Rusia eso ya no es factible y los hechos no se alterarán por más que todos los días viertan sobre nosotros toneladas de mentiras y kilómetros de imágenes asignificativas.

El Nuevo Gran Intento de Esclavización de la Humanidad

No se necesita ser un historiador profesional para saber que a lo largo de su un poco más de un millón de años de existencia los seres humanos (homo sapiens sapiens) han sistemáticamente jugado en la Tierra el juego de la esclavización del otro. Obviamente, este “otro” ha sido de lo más variado e inclusive ha habido casos en los que los roles de esclavizador y esclavizado se han invertido. Lo que en cambio sí parece una constante es la tendencia a ampliar el rango y alcance de los esfuerzos de esclavización de unos por otros. Desde siempre, el dominio brutal de las masas se ha ejercido por gente de la propia comunidad. Oligarquías y tiranías las ha habido desde que el ser humano recorre el planeta. En estos casos sometía a los demás el más fuerte físicamente. Con el tiempo, las tendencias de control se fueron orientando también hacia los pueblos vecinos. Desde entonces, los habitantes del planeta Tierra no han gozado ni de un solo año de paz. Las tendencias belicistas y de muerte se han impuesto por sobre todas las demás. Naturalmente, en sus intentos por ampliar sus universos de dominio y gratificar sus ansias de explotación los humanos se han servido de todos los medios a sus alcances, los cuales claro está tienen también un carácter histórico: en ocasiones los instrumentos eran flechas y dardos, en ocasiones bombarderos y submarinos, en ocasiones las religiones y en ocasiones la prensa, el radio y la televisión. Ahora le llegó el turno a las medicinas y las vacunas. Dado que la nefasta y nefanda ambición humana por imponerse, mandar y aprovecharse de los demás se ha ido decantando a lo largo de los siglos, también la lucha se ha ido delineando y perfilando con cada vez mayor nitidez. La oposición entre opresores y oprimidos ha revestido toda una gama de formas. Se pasó de formas religiosas de opresión a modalidades patrioteras y éstas a su vez fueron poco a poco siendo remplazadas por una oposición de carácter económico, no menos brutal (huelga decirlo) que la que se realiza por medio de misiles. De ahí que algunos hombres que dedicaron su vida a luchar por la libertad y la dignidad humanas, como Carlos Marx, se hayan rápidamente percatado de que en el fondo ni proletarios ni capitalistas tienen patrias y que si hubiera que dividir a la población de una manera realista, más allá de sus contingentes pertenencias a tales o cuales comunidades, habría que dividirla ante todo y en primer lugar entre poseedores y desposeídos, entre los que se apropiaron de los medios de producción y los  que tienen que vender su fuerza de trabajo para vivir. No es que otras distinciones o diferencias no valgan. Un trabajador inglés comparte su vida con un banquero inglés, así como la vida de un obrero boliviano se desarrolla en un mismo contexto social que el de la vida de un industrial boliviano. Lo que yo afirmo es simplemente que, por encima de esos lazos vinculantes de nacionalidad, costumbres, lenguaje, gustos, etc., están y prevalecen los intereses de clase de cada uno de ellos. Es esto lo que nos lleva a sostener que en realidad están más hermanados entre sí, y ello aunque no lo sepan, el obrero inglés y el obrero boliviano que el obrero inglés y el príncipe Carlos o Jacobo Rothschild. Como bien lo proclamó Marx,

Los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas y todo un mundo que ganar.

Yo con la mayor candidez preguntaría: ¿habría en el mundo alguien tan cerrado a la razón que en lo que prima facie sería un acto de honestidad intelectual estuviera dispuesto a rechazar el diagnóstico marxista? Creo que habría que ser o alguien de una ignorancia supina o suprema o bien alguien irredimiblemente putrefacto. Con toda sinceridad, no veo otras opciones.

Si reconocimos como algo real la tendencia humana a la esclavización del otro, independientemente de cómo identifiquemos a ese “otro”, lo sensato será admitir que dicha tendencia está vigente, sigue operando. En verdad, no detectamos ningún corte esencial entre los humanos de hoy y los de hace una semana, entre los de hace una semana y los de hace dos y así sucesivamente. Curiosamente, sin embargo, cuando hablamos de la situación actual automáticamente la actitud cambia y empiezan a brotar las inconformidades, ya que a menudo quien sin prejuicios de buena gana acepta la realidad de la proclividad mencionada en lo que al pasado concierne de inmediato protesta cuando de lo que se trata es de identificar las manifestaciones de dicha inclinación en el presente, aquí y ahora. Cuando lo que queremos es pintar, aunque sea a grandes brochazos, el cuadro humano actual de la humanidad en el que quede plasmada la realidad de la tendencia en cuestión de modo que la gente pueda comprender la situación en la que vive y en la que es víctima, de inmediato se sueltan las fuerzas al servicio de los ultra-privilegiados que no tienen otro objetivo que silenciar a quien pretende hacer semejante denuncia. Hubo épocas en que la represión por la crítica y la denuncia públicas era la hoguera. En la actualidad ciertamente también lo es la hoguera, entendida como el símbolo de la desaparición forzada, la tortura, el homicidio, etc., pero en general en nuestros tiempos no es necesario llegar a esos extremos, entre otras razones porque, inevitablemente, reacciones así tienen la muy temida consecuencia de volver mártir a la víctima y de popularizar su causa. ¿A qué mecanismos se recurre entonces para acallar las voces de la protesta social y de la emancipación humanitaria? Ante todo y en primer lugar, a la denostación pública, a las campañas de desprestigio, a la vituperación y a la calumnia y a multitud de mecanismos como esos, mecanismos de eficacia ya demostrada y que pueden hacer de la vida de una persona algo muy desagradable. Pero ¿por qué tanta saña y tanto odio (léase también ‘temor’) en los denodados esfuerzos de los agentes indiciados por acabar con la libertad de pensamiento y de lenguaje de quienes luchan por liberar a la humanidad del yugo de sus actuales esclavizadores? La respuesta es simple y la comprende hasta el más tonto de los hombres: todo lo que pasa puede pasar porque, desafortunadamente, para ciertos efectos las mentes de las personas están permanentemente dormidas o, quizá mejor, aletargadas. Pero pueden despertarse y si lograran despertarse, como sucede por ejemplo con importantes sectores de la población francesa que se ha sublevado en contra del gobernante a quien habría que llamar ‘Macron I°’, entonces la esclavización de la gente deja de ser un objetivo simple, barato y fácil de alcanzar. Cuando eso sucede se produce entonces la reacción violenta de todos aquellos que supieron y pudieron apropiarse de los bienes terrenales y de las instituciones, es decir, los miembros de la nueva nobleza cosmopolita financiera, los amos de los medios de comunicación, las redes sociales y demás, en una frase, de todos aquellos que día a día viven como dioses sobre las espaldas de miles de millones de personas que trabajan para sostenerlos en su casi inimaginable bienestar, convirtiendo esto último en el sentido de sus vidas. Millones de personas trabajan y mal viven para que unos cuantos vivan en el paraíso, El objetivo es, por lo tanto, mantener a toda costa a la población mundial en la ignorancia, porque sólo así se puede seguir manipulándola y explotándola con relativa tranquilidad.

Yo creo que todo mundo está ya al tanto de que cuando alguien hace un esfuerzo por diseñar una explicación de la fase o etapa en la que se encuentra la lucha entre, por una parte, los esclavizadores y, por la otra, la humanidad en su conjunto, lo primero de lo que se acusa a la persona que lo intenta es de estar promoviendo “teorías de la conspiración”. Ese es un mecanismo muy desgastado, cuya lógica ya denunciamos y del cual, por consiguiente, nos desentenderemos aquí (véase mi artículo “La Crisis del Coronavirus: un ensayo de explicación”). Nuestra inquietud real es ahora más bien de índole factual. A lo que nosotros aspiramos es simplemente a construir hipótesis fundadas en datos, a establecer vínculos entre situaciones aparentemente desligadas unas de otras, en ocasiones a proporcionar información a la que múltiples personas no tienen acceso. Pero nótese que la acusación de “conspiracionista” no es nada más un reproche concerniente a la potencial falsedad de lo que se diga, sino que es un reproche cargado de amenazas de castigo, intimidación, persecución, como si al denunciar una cierta situación de injusticia mediante una “teoría de la conspiración” se estuviera profanando un status quo sagrado, un orden divino. Pero es evidente y a gritos lo declaramos: ello no es así! Lo único que se está poniendo en cuestión son vulgares ambiciones de humanos favorecidos por la suerte y por sus destrezas para construirse un mundo que tiene ya poco que ver con el mundo de las personas, con el mundo humano. Retomemos entonces nuestro tema: ¿cómo se materializa hoy por hoy la lucha entre esclavizadores y esclavizados?

La respuesta es simple y es simple por la sencilla razón de que la hizo visible y nítida el instrumento que permitió que el proceso de esclavización universal se volviera público y se acelerara: el coronavirus. Estoy seguro de que el lector ya habrá adivinado el curso por el que corre nuestra lectura de los hechos, pero para evitar mal entendidos seré explícito: no estoy afirmando que la actual pandemia fue calculada y deliberadamente pensada como tal para someter a la población mundial a los caprichos de las farmacéuticas. Ni mucho menos es la hipótesis descabellada, pero no es lo que aquí deseo sostener. No creo que tenga el menor sentido intentar comprender la situación en términos de individuos concretos, de personas con nombre y apellido. Ciertamente son las personas quienes actúan, pero al hacerlo lo hacen como agentes sociales, no como seres biológicos. Los conflictos, por lo menos de los que nos estamos ocupando, son impersonales, de carácter social y son básicamente de clase. Lo que yo afirmo es entonces lo siguiente: sostengo que dada una cierta situación, a saber, que el coronavirus de hecho se expandió por el mundo, la clase poseedora supo aprovechar el desastre mundial (laboral, de salud, cultural, psicológico, etc.) para agudizar todo un proceso de pauperización de las clases medias, para someter a las clases trabajadoras de una vez por todas, para forzar a los gobiernos a funcionar para ella y para imponer por encima de todo los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales. Todo eso pudo lograrse sobre, inter alia, la base del miedo, erigida ésta sobre la plataforma constituida por la ignorancia de la gente. ¿Ignorancia de qué? De hechos sistemáticamente ocultados, de verdades silenciadas, de persecuciones injustificables de librepensadores. Y es precisamente de un libro con esas características de uno de esos grandes luchadores sociales de nuestros tiempos que quisiera rápida y superficialmente ocuparme.

La persona a quien tengo en mente es el Dr. Jospeh Mercola, un célebre doctor norteamericano de origen italiano que se hizo famoso a través de su página de internet y de sus correos electrónicos. A modo de presentación quisiera señalar que hay gente que le cambia la vida a los demás por la fuerza: un sicario embrutecido, un asesino con uniforme que dirige un dron cargado de bombas hacia una escuela o una mezquita (como tantas veces sucedió en Afganistán o en Siria), un sujeto que por ir en estado de ebriedad choca con alguien y acaba con su vida, etc. Hay también personas a quienes les manejan sus vidas porque se logra hipnotizarlas mediante mentiras, tergiversaciones, engaños de toda índole.  Pero también hay gente que nos cambia la vida por el convencimiento y la persuasión racionales, por la claridad de sus argumentaciones y porque en última instancia uno siente intuitivamente que están movidos por buenos sentimientos. Puede ser que también hagan dinero, vendan productos, etc., pero esto último en nuestro sistema de vida no es un argumento en contra de nada. Lo que importa en este caso son las intenciones. El Dr. Mercola es, quiero sostener, alguien así: alguien que vende sus mercancías (vitaminas, probióticos, etc.), pero también regala su sabiduría. Y es a través de sus maravillosos consejos como ha logrado cambiarle la vida a millones de personas (y me incluyo en ese grupo). Y este individuo, sometido ahora a una cacería de brujas de la clase que tanto y tan bien se practica en los Estados Unidos, publicó valientemente este año, en colaboración con otro doctor (Ronnie Cummins) un espléndido libro cuyo título habla por sí solo. Es:

La Verdad acerca de la Covid-19.
Exponiendo el Gran Reinicio, los Confinamientos,
los Pasaportes de Vacuna y la Nueva Normalidad.

Y lo mejor es que el libro mismo es excelente. En lo que sigue, me serviré de algunos datos que sus autores proporcionan, pero los insertaré en la visión que he vagamente delineado concerniente a la lucha entre poseedores y desposeídos, entre parásitos dueños de las instituciones y millones de personas que viven al día y que, a pesar de ser víctimas de lo que podríamos llamar la ‘gran mentira’, no han perdido su sonrisa. Consideraré velozmente algunos de sus importantes resultados.

El libro del Dr. Mercola se compone de 9 capítulos que cubren muy variados aspectos del fenómeno global de la actual pandemia. Hay desde luego facetas de la problemática que, por ser una temática más bien delicada, los autores del libro dejan fuera, como por ejemplo la espinosa cuestión de cómo concretamente fue que el virus fue “liberado”. No obstante, proporcionan información sumamente interesante al respecto. Queda claro de aquí al final de los tiempos que el coronavirus es un producto de laboratorio en el que participaron los gobiernos de los Estados Unidos y de la República Popular China, los militares de ambos países y las grandes farmacéuticas. El gran representante de éstas, el eslabón entre el gobierno de los Estados Unidos y la industria farmacéutica mundial es, obviamente, el tristemente famoso Dr. Anthony Fauci, de quien nos enteramos que es, según el reporte de Robert F. Kennedy, Jr, propietario de la mitad de las patentes, habiendo él mismo invertido 500 millones de dólares en el negocio de las vacunas (p. 142). ¿Cómo podría sorprendernos que insista en que hay que vacunar hasta a los niños de tres años? En todo caso, ahora sabemos que la “teoría” del salto de portadores, de murciélagos a pangolines y de pangolines a los mercados de Wuhan y a las cocinas de familias chinas es algo así como un cuento de hadas. El coronavirus es el resultado de experimentos de “ganancia de funciones”, que no es más que el intento por convertir al Sars-Cov-2 en un arma biológica. Dado lo peligroso de los experimentos, los norteamericanos maquilaban sus trabajos en China, concretamente en el laboratorio de Wuhan y pagaban no poco por ello. Fauci dirigía la operación. Pero ¿cómo pudo pasar que de un laboratorio con cuatro niveles de seguridad se “escapara” el virus? Los autores no dicen nada al respecto. Hablan de “accidente” pero, como es bien sabido, los chinos tienen otra versión que es, conociendo el tenebroso historial de la CIA y de los militares yanquis, con mucho la más plausible y es que los norteamericanos deliberadamente soltaron el virus en China durante los juegos olímpicos militares que tuvieron lugar precisamente en Wuhan, en octubre de 2019. Dado que estaban congregados militares deportistas de muchos países era altamente improbable que el virus quedara confinado en Wuhan. Recordaremos que cuando se percataron de la situación, los chinos cerraron la ciudad y procedieron como saben hacerlo, pero en los países europeos y en América Latina y en general en el resto del mundo el asunto se desarrolló de otro modo. Y es aquí que empieza la labor siniestra de engaño y muerte por parte de los beneficiarios de la pandemia, esto es, quienes acapararon el comercio mundial, quienes se deshicieron de millones de trabajadores, todos esos “empresarios” que obligaron a la gente a hacer “home office”, entre otras cosas transfiriéndole el costo de la electricidad usada en la casa para efectuar el trabajo de bancos y en general de las empresas para las que trabajaban. Los efectos no se hicieron esperar: el nivel de vida de la gente bajó drásticamente en tanto que el de la nobleza empresarial y financiera se incrementó como nunca. Ahora bien, todo ese proceso requería de la manipulación mental de las personas y es en ese punto que entraron en juego los periódicos, el radio y la televisión. Se desató la campaña que podemos llamar (para que así quede consignada en la historia) del terrorismo médico. La población mundial pasó muy rápidamente del escepticismo al terror y del terror a la vacunación dócil, lo cual obviamente significó el enriquecimiento por billones de dólares de unas cuantas trasnacionales farmacéuticas. Todo ello representa el endeudamiento y la sumisión de los gobiernos, puesto que todo mundo está sometido a los chantajes de las farmacéuticas y no hay muchas alternativas a sus condiciones.

El libro de Cummins y Mercola es una denuncia de la patraña en la que viene envuelto el problema, muy serio por otra parte, que representa el coronavirus. Ellos son los primeros en reconocer el peligro que éste entraña, pero también revelan las mentiras, las exageraciones, las distorsiones, las manipulaciones de las que ha sido objeto. Creo que vale la pena citarlos. Escriben:

Para comprender y resolver esta crisis sin precedentes no tenemos otra opción que investigar, con ojo crítico, los orígenes, la naturaleza, la virulencia, el impacto, la prevención y el tratamiento de COVID-19. Tenemos que examinar tanto la historieta oficial de la pandemia – con la que se alimenta al público por la fuerza 24/7 por parte de los mass media, la Big Tech y el establecimiento global de salud pública – y la genuina amenaza de salud planteada por el COVID-19 como un disparador biológico altamente transmisible que magnifica e intensifica enfermedades y comorbilidades crónicas preexistentes. Los mayores de edad, así como aquellos con serias condiciones médicas preexistentes como obesidad, diabetes, enfermedades del corazón, enfermedades pulmonares, enfermedades renales, demencia e hipertensión, están marcando los cambios importantes de salud que nos hacen de lo más vulnerables al COVID-19, así como a las futuras pandemias. (p. 2)

El proceso de esclavización vía la pandemia sigue avanzando y su instrumento actual es la vacunación forzada. De seguro que más de una persona razona como sigue: “Al menos los científicos piensan en nosotros y nos están proporcionando los elementos para superar esta terrible crisis natural”. Desafortunadamente, el asunto no es así. Sobre esta farsa los autores tienen mucho que decir. Por ejemplo:

Hay abundancia de evidencias para sugerir que fue fraude científico lo que desencadenó la pandemia de COVID-19 y que se le usa para mantenerla vigente. Además de la prueba fraudulenta del PCR y de etiquetar mal pruebas positivas como “casos” médicos, otro ejemplo de acción ilícita – sin la cual para empezar esta pandemia no se habría podido declarar –fue la redefinición de ‘pandemia’ por parte de la Organización Mundial de la Salud. (p. 112).

Pero ¿en qué concretamente consistió el cambio y en dónde está el fraude? El cambio se inició cuando se soltó la gripe porcina:

El cambio fue simple pero sustancial: simplemente eliminaron la severidad y los criterios de alta mortandad, dejando la definición de pandemia como “epidemia a nivel mundial de una enfermedad. (p. 112).

El resultado de este cambio “semántico” es que también la COVID-19 resulta ser una pandemia aunque

la letalidad  de la COVID-19 está a la par de la de la gripe estacional. (p. 112).

Todo está cuidadosamente aderezado para que la gente se vacune lo quiera o no, lo necesite o no. Es evidente, supongo que para todo mundo, que las vacunas son la mina de oro de las trasnacionales. Éstas no van a soltar sus colosales ganancias así nada más. Las compañías que las fabrican no están sujetas a ninguna clase de legalidad, por lo que no siquiera existe la posibilidad de que se les demande. Ello es obvio: el sistema jurídico mundial está a su servicio. Las vacunas, por su parte, fueron puestas en circulación a las carreras, sin que hubiera corrido el tiempo necesario para hacerles pasar los tests por los que normalmente pasa cualquier vacuna. Lo que esto significa es simplemente que cientos de millones de personas no son ahora otra cosa que conejillos de Indias. Asimismo, prácticamente se ha prohibido estudiar de manera sistemática las consecuencias, actuales y potenciales, de las vacunas. La información pública al respecto es casi nula. Sabemos que algunas producen trombosis, otras hacen crecer el corazón, otras están asociadas con muertes súbitas, con esterilidad o con alteraciones en el ADN, además de un sinfín de dolencias y malestares inexplicables que antes de recibir la vacuna la gente no tenía, como cefaleas insoportables, dolores musculares y demás. Ahora sabemos que las vacunas ni impiden que uno se vuelva a contagiar ni que quien está vacunado deje de contagiar a otras personas. Por ejemplo, en los reportes de Pfizer y de Moderna se pueden señalar las siguientes omisiones:

No especifican el umbral cíclico usado para los tests PCR en los que ellos basan su conteo de casos de COVID-19, lo cual es crucial para determinar la exactitud de dichos tests.
– No mencionan nada acerca de hospitalizaciones o muertes
– No hay ninguna información acerca de si las vacunas impiden tanto la infección asintomática como la transmisión del virus SARS-CoV-2; si la tasa de eficacia de la vacuna sólo impide enfermedad sintomática de moderada a severa y no infección y transmisión, será imposible alcanzar la inmunidad de rebaño usando la vacuna.
– No hay ninguna indicación acerca de cuánto dure la protección en contra de la enfermedad sintomática moderada o severa. Algunos investigadores sugieren que se requerirán dosis de refuerzos, quizá cada tres o seis meses o anualmente. (p. 129)  

Esto último, escrito hace unos cuantos meses, ya quedó rebasado. En Israel, por ejemplo, el país campeón en el uso de la vacuna Pfizer, ya están proponiendo la cuarta dosis! Lo menos que podemos exclamar es: “Pobre gente!”. Pero el hecho es que la coalición “gobiernos/medios de comunicación/farmacéuticas” sigue adelante y ya se está entrando en la etapa en la que se intentará a toda costa, por encima de la voluntad individual, imponer el pasaporte biológico, con lo cual se habrá asestado un golpe mortal a la libertad humana. La dizque lucha contra la actual pandemia terminó convirtiéndose entonces en la violación masiva de derechos humanos más grande de la historia.

El libro de Mercola y Cummins, sin embargo, no es un libro apocalíptico. Tiene también una faceta positiva y optimista. Los autores nos enseñan que el coronavirus se ensaña con personas cuyo sistema inmunológico está deteriorado, pero ¿deteriorado cómo o por qué? En el origen de múltiples enfermedades, como diabetes, o de eventos como embolias e infartos, lo que encontramos es una alimentación completamente desbalanceada y sobre todo comida chatarra. De todas las grasas trans con las que nos inunda la industria de la alimentación, el peor veneno es el ácido linoleico Omega-6, al que encontramos en prácticamente todos los aceites vegetales para cocinar (que no son otra cosa que aceites industriales). Es cantidad excesiva de grasas instauradas lo que predispone al organismo a ser fácil víctima de COVID-19. O sea, no es el coronavirus mismo lo que mata, puesto que su tasa de mortandad es más o menos la de una gripe estacional usual. El problema son los trastornos que el virus desencadena en los organismos deteriorados por las grasas insaturadas, así como la tardanza (factor decisivo) con la que se empieza a enfrentar el problema de la infección. Haber detectado y descrito en detalle el vínculo entre los pacientes de COVID-19 y el deterioro previo del sistema inmunológico de los pacientes es un mérito por el que la gente normal, no los amos del mundo desde luego, debe estarle agradecida al Dr. Mercola y a sus colaboradores. Y este descubrimiento es importante, porque automáticamente abre las puertas para la protección real (es decir, no artificial) de las personas. No son las vacunas lo que nos va a salvar del coronavirus. La propuesta de Mercola es diferente: de acuerdo con él, la clave para auto-protegerse de la COVID-19 es la ingesta cotidiana de al menos una cápsula de Vitamina D3, una de Vitamina K, una de Zinc (muy importante) y una de Cloruro de Magnesio, aunadas a un mínimo de ejercicio físico cotidiano y a una dieta sana, esto es, que no incorpore los venenos de siempre: azúcares refinados (refrescos, etc.), harinas, grasas trans, etc.. Lo que mata a las personas en grandes porcentajes es el mal estado en el que ya estaba el cuerpo y desde luego pero en mucho menor porcentaje, el virus. Dicho de otro modo: la mayor parte de la gente muere con el virus, pero no directamente por el virus. Vale la pena señalar que el libro de los Dres. Mercola y Cummins contiene directivas concretas para ayudarnos a nosotros mismos frente a un mal que ciertamente nos acecha y que en todo momento puede dañarnos.

Regresemos ahora as nuestro tema inicial. Así como en el siglo XVII en Inglaterra los requerimientos de la naciente clase industrial llevaron a la promulgación de múltiples “leyes contra los pobres” a fin de crear la clase social que ella requería, a saber, el proletariado en su formato más miserable y degradado, así ahora la clase de los super-ricos exige a través de un instrumento diabólico como lo es el coronavirus, producto inconfundible de investigaciones científicas de punta (toda investigación en la que están involucrados militares son de puntas y son de hecho las más avanzadas siempre), el sometimiento y la sumisión totales, la esclavización de miles de millones de personas. El procedimiento para alcanzar sus objetivos es el terrorismo médico y los mecanismos para inducirlo los constituyen los medios de comunicación, redes sociales, “noticieros”, periódicos, programas de difusión, universidades y demás. Esa es la nueva gran alianza. Cuán brutal será la represión popular es un tanto impredecible y sin duda alguna que variará de país en país, de sociedad en sociedad, pero en todo caso la orientación general que los todopoderosos le quieren imprimir a la vida humana es clara y el programa está en marcha. Con la imposición de los pasaportes biológicos se podrá ejercer un control inmenso y tiránico sobre los individuos. Ni aunque se esconda uno bajo piedras se podrá eludir su localización automática. No nos hagamos ilusiones: en este momento, la alegría y la megalomanía de algunos está en su cúspide. Lo que, sin embargo, los dichosos de hoy no saben es que los designios de Dios son insondables y que Dios está siempre del lado del pueblo. Todos creemos firmemente en que, poco a poco, se irán encontrando los medios para neutralizar a los emisarios de Satanás, que las fuerzas de resistencia se irán uniendo y que, tarde o temprano, cuando la situación haya madurado vendrá la explosión libertaria. Cuando eso suceda la humanidad reconocerá en el Dr Mercola y en gente como él a los mártires del movimiento de liberación mundial de la época del coronavirus y del terrorismo médico. Quizá entonces puedan por fin nuestros congéneres iniciar su última caminata hacia un periodo de paz y tranquilidad para el cual, en más de un millón de años, no están todavía ni siquiera preparados.

Categorías Políticas

No creo que haya alguien tan desorientado que estuviera dispuesto a cuestionar o rechazar la tesis leninista de que no hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria. Sin duda, la justificación racional del apotegma leninista no es un asunto sencillo, pero en todo caso su ilustración sí lo es. No hay duda alguna de que el asesinato de Lee Harvey Oswald fue un crimen político, pero si por un accidente la madre de Oswald sin querer lo hubiera matado su acción sería catalogada como un homicidio involuntario, no como un asesinato político. En ambos casos el resultado neto habría sido el mismo, a saber, que el individuo Lee Harvey Oswald habría perdido la vida. No obstante, hay diferencias obvias entre las dos situaciones. En un caso la muerte de Oswald habría sido el resultado de una acción planeada con miras a alcanzar ciertos objetivos de naturaleza política, y en el otro no, puesto que no le podríamos adjudicar a la mamá de Oswald el deseo de matar a su propio hijo. Así las cosas, no hay duda de que en ambos casos los causantes de la muerte del señor Lee Harvey Oswald habrían tenido que ser juzgados y condenados (y de hecho eso pasó con Jack Rubinstein, el asesino de Oswald en Dallas, Texas), pero es obvio que sus respectivos castigos forzosamente habrían tenido que ser distintos, inclusive si hubieran tenido las mismas consecuencias y repercusiones, porque las acciones realizadas habrían sido esencialmente distintas.

La tesis de Lenin es, pues, demasiado obvia como para ser cuestionada, pero su justificación racional no es tan simple de proporcionar. En realidad es un caso particular de un punto de vista mucho más general de acuerdo con el cual la acción humana es lo que es dependiendo de cómo sea concebida y cómo sea concebida es una función de cómo sea descrita. Alguien podría objetar que el tema de la “concepción de la acción” es un tema si no baladí sí secundario, pues en última instancia lo que importa es el resultado, no las palabras. Obviamente, eso no es así y el no entenderlo tiene consecuencias negativas graves. La clasificación correcta es esencial para, por ejemplo, impartir un castigo justo. Ciertamente no merecen el mismo castigo quien deliberada y fríamente mata a una persona para mediante ello alcanzar ciertos objetivos previamente establecidos que quien accidentalmente le quita la vida a un ser querido. De nuevo, no es lo mismo lanzar a propósito un auto contra otro que chocar por un descuido, por no ver bien, por inepcia. Si esto es acertado, se sigue que la tesis de Lenin es simplemente un caso particular de una idea general concerniente a las relaciones entre acciones, pensamientos y lenguaje que sería insensato cuestionar.

Como era de esperarse, la idea recién expuesta se desarrolla y se aplica en prácticamente todos los sectores de la vida humana. Cuando queremos servirnos de la idea general mencionada en un ámbito más o menos circunscrito de existencia, como el de la creación artística o el de la vida religiosa, el principio se vuelve a aplicar pero para ello naturalmente se requerirán las categorías propias de cada uno de los contextos en donde se le intenta hacer valer. Consideremos, por ejemplo, el contexto de la creación artística. Disponemos de categorías como “original” y “copia”. Sabemos, desde luego, que hay copias de obras de arte tan perfectas que inclusive a los especialistas les cuesta trabajo distinguirlas de las originales, al grado de que a menudo se equivocan. Sin embargo, es evidente que por espléndida que sea una copia de, digamos, La Gioconda, ésta nunca tendrá el valor que tiene el cuadro firmado por Leonardo. Categorías para juzgar obras de arte son, por ejemplo, “originalidad”, “simbolismo”, “dificultad”, “armonía”, “simetría”, “intensidad”, etc. En todo caso, es sólo cuando se tiene a la mano el conjunto básico de categorías que se puede pasar a emitir juicios, los cuales tendrán un valor mucho muy superior al de las meras exclamaciones de admiración o de satisfacción sensorial de la forma “Ay, qué bonito!”, “Qué tierno!”, etc. En todo caso, constatamos que la idea abstracta concerniente a las relaciones entre acciones, concepciones y descripciones, uno de cuyos casos particulares era el pensamiento de Lenin, se ejemplifica también en el contexto de la creación artística y, en verdad, en todos los contextos imaginables de acción humana.

La idea de una relación necesaria entre lo que se hace, lo que se piensa y lo que se dice obviamente se aplica en el ámbito de la acción política. Lo que Lenin sostuvo es un caso especial de dicha relación y él aplicó la idea general al caso de la acción revolucionaria. Claramente, sin embargo, la idea en cuestión puede fácilmente extenderse a otras clases de acción política. De seguro que no hay acción reaccionaria sin pensamiento reaccionario (de mala calidad en general, hay que decirlo, pero lo hay), acción progresista sin pensamiento progresista, acción democrática sin pensamiento democrático y así indefinidamente. Desafortunadamente, no todo es miel sobre hojuelas, porque aquí nos topamos con un problema. Parecería, en efecto, que el repertorio de categorías que hasta hace poco nos servía al hablar de política se ha vuelto obsoleto, démodé, confuso, vacuo y esto a su vez tiene consecuencias nada desdeñables en relación con la acción política. Cuando lo que usamos es un aparato conceptual inapropiado, la identificación de las acciones se vuelve prácticamente imposible de efectuar y los diagnósticos que se emitan de múltiples situaciones inevitablemente serán superficiales, contradictorios y teórica pero sobre todo prácticamente inservibles. Y parecería que eso es justamente lo que sucede con categorías como las de “izquierda” y “derecha”, “progresista” y “reaccionario”, “populista” y “conservador” y muchas otras como ellas. La respuesta a esta dificultad es que no es que esos conceptos tengan que desecharse, sino que lo que necesitan es, por así decirlo, renovarse y esto se logra describiendo con minuciosidad las situaciones conflictivas, es decir, contextualizando su aplicación. Una vez hechas estas descripciones podremos volver a aplicar las categorías tradicionales, las cuales vendrán entonces cargadas con un sentido renovado y prístino. Pero si ello no se hace, entonces lo que sucederá será que, por ejemplo, decir de una decisión o de una persona que es “de izquierda” o que es “de derecha” no será decir nada inteligible, nada con un sentido valioso, nada que valga la pena enunciar. Cabe preguntar: ¿cómo es posible que categorías que otrora resultaran sumamente útiles hoy parezcan ser vacuas e inservibles? Es sobre esta cuestión que querría yo decir unas cuantas palabras.

Desde mi perspectiva, la primera lección que habría que extraer de la historia de las categorías políticas es que los conceptos políticos generales, que son los que nos permiten construir pensamientos congruentes sobre situaciones políticas, son de carácter histórico y esto a su vez quiere decir que significan cosas diferentes en épocas diferentes y en contextos diferentes. Precisamente por su carácter histórico, los conceptos políticos son como ligas que se estiran o pueden estirarse de muy variado modo. Esto, sin embargo, no quiere decir que sean inservibles sino que su aplicación depende de si se describen detalladamente o no las circunstancias en las cuales se les pretende utilizar. Trataré de ilustrar lo que digo considerando un tanto superficialmente casos concretos de situaciones políticas.

Consideremos brevemente el concepto de democracia. Cualquiera con dos dedos de instrucción sabe que la palabra ‘democracia’ no significa lo mismo ahora que lo que significaba para los aqueos. En Grecia significaba que quienes estaban autorizados a asistir a las asambleas de la polis, es decir, los propietarios, que las más de las veces eran también los individuos que en su momento estarían capacitados físicamente para tomar las armas y defender la ciudad y sus habitantes, tomaban de manera conjunta y por mayoría lo que se consideraba que eran las mejores decisiones para la población en su conjunto. En aquellas circunstancias, es relativamente claro por qué ni por asomo se les habría ocurrido a los miembros de las asambleas pensar que todo habitante, por el mero hecho de ser miembro de la comunidad, automáticamente tenía el derecho de participar en los procesos de toma de decisiones. Por lo pronto ni esclavos ni metecos ni mujeres ni jóvenes (i.e., seres sin propiedad y no productivos) tenían derecho a votar en las asambleas, es decir, a tomar decisiones que concernían a todos los habitantes, porque ¿sobre qué bases, avalados por qué méritos, participarían? La democracia griega era un sistema de organización política de hombres libres, lo cual quería decir de ciudadanos productivos y potencialmente defensores de la polis (i.e., soldados), pero no era un régimen político abierto a todo mundo. Ahora bien, independientemente de las diferencias que podamos encontrar entre el concepto griego de democracia y el actual y aunque sea altamente debatible afirmar que la democracia en nuestros días es un sistema político de izquierda, lo que sí podemos sostener es que la democracia de aquellos tiempos sí era un auténtico régimen de izquierda. La explicación brota del contraste del sistema democrático de ciudades como Atenas con los regímenes en los que las decisiones las tomaba una persona, esto es, el autócrata. Por otra parte, si la democracia se convierte en un sistema político que propicia y refuerza un modo de vida fundado en la explotación, la discriminación, la segregación, etc., y que de uno u otro modo se opone a una distribución más justa de la riqueza, entonces la democracia deja de operar como una propuesta política de izquierda y se convierte en una de derecha. Así, pues, que la democracia sea o no sea un régimen “de izquierda” depende de con qué se le contrasta, a qué se contrapone y eso no se puede determinar a priori. Ello no indica ninguna inconsistencia, sino que más bien hace resaltar su carácter histórico, contextual y mutante.

Quizá no esté de más hacer un veloz recordatorio referente al origen de las nociones de “izquierda” y “derecha”. ¿De dónde y cómo surgieron? Por increíble que parezca, dichas nociones provienen de la ubicación física de los grupos en la Asamblea Nacional, en tiempos de la Revolución Francesa. De manera enteramente casual, los radicales del movimiento anti-realista ocupaban el lado izquierdo del presídium en tanto que los grupos de representantes más conservadores se ubicaban a la derecha. Posteriormente, una vez ejecutado el rey Luis XVI y habiendo acabado con el “Antiguo Régimen”, es decir, con el Estado feudal, los siguientes grupos de representantes también se dividieron, ocupando la parte alta de la sala los de “la Montaña”, que eran los más radicales y que quedaron identificados como los de izquierda, y los conocidos como “girondinos” (por razones en las que no tenemos para qué entrar. Me limitaré a señalar que la “Gironde” es una región del suroeste de Francia) ocupando “la planicie” y convirtiéndose en aquel contexto en los representantes de “la derecha”. Los primeros eran quienes querían que el cambio político se desarrollara y se intensificara, en tanto que los segundos se inclinaban más bien por la institucionalización del poder para aprovechar las ventajas económicas que el gran cambio social efectuado había acarreado consigo. Como es bien sabido, la oposición entre los izquierdistas y los derechistas revolucionarios terminó abruptamente cuando entró en escena Napoleón Bonaparte, un individuo que tenía e impuso su propia agenda política.

El problema con categorías como “izquierda” y “derecha” es que son totalmente abstractas y están en espera de ser completadas con lineamientos políticos concretos. Cuando ello no se hace el resultado es la vacuidad del discurso y a lo que conducen es a descripciones simplemente ridículas. Tomemos el caso de los Estados Unidos. Decir del Partido Republicano y del Democrático que son, respectivamente, “de derecha” y  “de izquierda” no es decir absolutamente nada y en el peor de los casos es ridiculizar las nociones en cuestión, reducirlas al absurdo. El disgusto ante un uso de nociones importantes pero ya vaciadas de contenido no es de carácter emocional, sino estrictamente político: emplear dichas nociones en un contexto en el que no son aplicables es bloquearlas y de paso contribuir a la inacción política transformadora. Si, por ejemplo, se dice de Nancy Pelosi que es “de izquierda”, de inmediato entendemos que la pareja de conceptos “izquierda” y “derecha” perdió todo sentido. Por no venir acompañada de las descripciones complementarias que se requieren, la dicotomía “derecha/izquierda” simplemente deja de tener aplicación. Desde luego que podemos preguntar: ¿realmente no tienen ninguna validez dichas nociones en el contexto de la política norteamericana? La respuesta es, en mi modesta opinión, que empiezan a darse las condiciones para un uso sensato de dichas categorías. En verdad, fue con el gobierno de Donald Trump que se empezó a gestar una situación en la que ya tenía algún sentido hablar de izquierda y de derecha: el presidente Trump era genuinamente nacionalista, populista y anti-militarista y eso en los Estados Unidos ahora es ser “de izquierda”. Naturalmente, ser de izquierda en China tiene que significar otra cosa. ¿Qué cosa? Necesitamos describir el contexto, examinar las fuerzas en pugna, etc., y de esa descripción obtendremos nuestra respuesta. Sólo así se puede determinar si algo o alguien es “de izquierda” o “de derecha”.

Con la revolución bolchevique los significados políticos de “derecha” e “izquierda” cambiaron: la izquierda quedó identificada, por un sinnúmero de razones comprensibles de suyo, con el gobierno y la política de lo que a la sazón era el país nuevo, o sea, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Consiguientemente, todo lo que fuera contrario a la URSS y sus intereses automáticamente quedaba etiquetado como “de derecha”. Por ser enteramente superficial, esa forma de dar cuenta del universo de las fuerzas políticas de aquellos tiempos tenía forzosamente que dar resultados absurdos. Por ejemplo, el enemigo fundamental real, profundo, irreconciliable de la URSS era el Imperio Británico. La verdad es que los ingleses siempre han odiado a Rusia y, como lo podemos constatar día con día, lo siguen haciendo (como lo pone de manifiesto el incidente del destructor entrando hace unos días en aguas territoriales de Rusia, en un acto de franca provocación), pero no es eso lo que me interesaba consignar. Sobre lo que quería llamar la atención es sobre el hecho de que, por ejemplo, la Italia fascista, tan diferente de la monarquía británica, por ser enemiga de la Unión Soviética automáticamente queda catalogada como un régimen “de derecha”, cuando en el fondo no lo era. El fascismo italiano era en sus orígenes un régimen pro-obrero (Mussolini había sido un desempleado, un obrero en Suiza, etc.), un Estado que pretendía favorecer a las clases medias, a los tenderos, a los pequeños comerciantes, a los oficinistas y demás. En ese sentido y teniendo en mente a Inglaterra es claro que el gobierno fascismo era un gobierno de izquierda, sólo que su ideología no era marxista. La pregunta es entonces: ¿se puede ser de izquierda sin ser marxista? En principio sí, aunque muy probablemente, consciente o inconscientemente, muchos postulados, principios, explicaciones, etc., de corte marxista quedarán incorporados en cualquier concepción que se presente como “de izquierda”.

Pasemos ahora a nuestro país. ¿Podemos hablar con sentido, en el México de hoy, de tendencias, ópticas, perspectivas, políticos, programas de gobierno, etc., de izquierda? Yo estoy convencido de que sí pero, una vez más, hay que adaptar las expresiones al contexto real. Lo que la inmensa mayoría de agoreros, locutores y editorialistas a sueldo representan es precisamente la oposición a la izquierda mexicana, encarnada naturalmente en el presidente de la República, el Lic. Andrés Manuel López Obrador. Es muy importante entender que el gobierno mexicano actual es de izquierda, pero no es de corte marxista. El gobierno actual es básicamente un gobierno de sanitización institucional, de protección a los inmensos grupos de gente desvalida y prácticamente abandonada a su suerte por los gobernantes anteriores y de defensa del patrimonio nacional, pero no es un gobierno de clase, es decir, no es un gobierno revolucionario. Por eso llama tanto la atención el grado de histeria de la oposición de derecha. Queda claro que la putrefacción intelectual, mediática y cultural que permea al país es la que encaja o corresponde a los niveles de la corrupción que carcomió el tejido social mexicano, sometido ahora a un proceso de cirugía política. Los dizque ideólogos actuales han armado un escándalo casi mundial, llenando todos los días el mundo con mentiras y sandeces, pero no porque se esté transformando radicalmente la sociedad mexicana, sino simplemente porque se le está limpiando! Es obvio que el gobierno del Lic. López Obrador no está poniendo en riesgo el capital ni está tratando de acabar con el modo de producción y de reparto capitalistas. No! Lo único que está haciendo es higienizar la esfera política de la sociedad capitalista mexicana y es por eso que lo quieren linchar. En nuestras circunstancias: ¿podemos hablar de “ser de derecha” o de “ser de izquierda”? Claro que sí, pero lo que eso significa no es estar en favor o en contra de la Unión Soviética, un país que ya ni existe, sino si se aspira a curar y reconstituir la sociedad mexicana, y sobre todo los aparatos de Estado, o si se prefiere perpetuar la putrefacción pre-existente, una situación cuya lógica es claramente discernible y su desenlace previsible. No nos engañemos: si México hubiera seguido siendo un país con un gobierno de derecha como los que reinaron en él, si hubiera seguido por la vía por la que lo encaminaron los presidentes de Salinas a Peña Nieto, el inevitable desenlace hubiera sido la trasnacionalización de los bienes de la nación, la promoción del separatismo (disfrazado de “federalismo”), la estratificación social en una nueva versión de feudalismo y finalmente la descomposición y el desmantelamiento definitivo de México como país. ¿Qué representa entonces la izquierda en México? La lucha por la salvación del país en contra de los bien conocidos cosmopolitas y vende patrias.

¿Cuál es la estrategia de los “ideólogos” de la derecha mexicana? La verdad es que no tienen ni ideales ni programas, sino objetivos meramente destructivos. Por lo menos una de sus tácticas es enturbiar las aguas de la información para impedir la comprensión de lo que está pasando. Esto es importante porque, como ya vimos, sin comprensión no hay acción política correcta. Cuando ya se llega al nivel en el que hasta un despreciable payacete como Víctor Trujillo se convierte en analista político y se permite calificar al presidente de México de “autócrata” es porque la falta de respeto por el pueblo de México ya no tiene límites. El “asqueBrozo” en cuestión o no sabe lo que significa ‘autócrata’ o es un mentiroso redomado y descarado, o ambas cosas. Hasta donde logro ver, no ha habido en México, por lo menos desde el presidente Juárez, ningún presidente que de manera voluntaria y pública se haya auto-sometido a las leyes como lo ha hecho el presidente López Obrador. Eso es ser exactamente lo contrario del autócrata. Acusarlo entonces de autócrata es realmente una vileza, pero ¿qué se puede esperar de los lacayos de la derecha, y más en general de la derecha?

En realidad, el futuro de México se jugará en las próximas elecciones y no parece haber muchas opciones. O bien la derecha deja que el gobierno reorganice, oxigenice la sociedad, fortalezca la infraestructura nacional, le garantice al pueblo un mínimo de bienestar para que éste pueda vivir con relativa tranquilidad y desarrollar su amplia y potencialmente espléndida cultura o el gobierno tendrá que radicalizarse y entonces la confrontación ya no se dará con los anémicos “intelectuales” del momento, sino que se dará entre “fuerzas vivas”. Y la tercera posibilidad, que no podemos desdeñar, es un aplastante triunfo, tramposo y amañado de entrada o inclusive violento, de la derecha. Yo creo que sin que siquiera se den cuenta, mucho de la labor propagandística que ahora despliegan los “conservadores” tiene como objetivo paralizar al pueblo en caso de un golpe de Estado. Del pueblo y sólo de él dependerá que la derecha no vuelva a imponerse y a implantar en México su detestable sistema de castas y de aborrecibles privilegios por medio del cual puso de rodillas a la población durante ya más de medio siglo. Por todo ello yo estoy persuadido de que si la gente entiende lo que es ahora en México “ser de izquierda” y “ser de derecha” con toda seguridad sabrá cómo reaccionar cuando la historia se lo requiera.

Propaganda Total: la fallida guerra en contra del presidente

Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda del Tercer Reich, es un personaje histórico que muy probablemente, si resucitara y se enterara de lo que dicen de él múltiples analistas y expertos politólogos, quedaría estupefacto o se destornillaría de risa. En efecto, por una parte, todos en coro y en forma estridente lo repudian por haber sido un cercano colaborador de Adolf Hitler, pero por la otra no cesan de citarlo e, indirectamente, de alabarlo al repetir una y otra vez su famoso dictum de acuerdo con el cual “una mentira repetida una y mil veces termina por convertirse en verdad”. Seamos francos: los críticos de Goebbels no parecen ser muy consistentes. Yo diría que si se vitupera al enemigo, entonces no se recurre a él para justificar sus propias prácticas! De hecho y sin percatarse de ello, lo que hacen esos que todos los días tienen como misión desacreditar la labor del presidente de México, Lic. Andrés Manuel López Obrador y que citan a derecha e izquierda al ideólogo del nacional-socialismo, es auto-refutarse: sus mentiras cotidianas, repetidas mañana, tarde y noche por todos los medios de comunicación, siguen siendo mentiras y no convencen a la inmensa mayoría de los mexicanos. Lo que Goebbels dijo, por lo tanto, no es cierto o vale sólo en determinados contextos de ignorancia y despolitización.

No es mi objetivo ocuparme de la boutade de Goebbels. Lo que a mí me interesa es más bien examinar el carácter abiertamente contradictorio de quienes por una parte lo vituperan y repudian y por la otra repiten como pericos lo que dijo como si fuera una verdad a priori. Por mi parte pienso, menos fanáticamente, que hay circunstancias y ocasiones que confirmarían lo que Goebbels afirmó, pero que hay otras en las que su afirmación resulta ser pura y simplemente falsa. Y yo estoy convencido de que un claro contra-ejemplo a la tesis de Goebbels, si es que se le quiere dar ese status, nos lo proporcionan precisamente las toneladas de mentiras que día a día vomitan a través de insulsos artículos de periódico o a lo largo de aburridos programas de radio y televisión los miembros (obviamente a sueldo) del ejército ideológico del sistema político que llevó a México al desastre, los quinta columnistas de la lucha en contra de la Cuarta Transformación de México, es decir, de ese gran proceso histórico, esa gran transformación política dirigida por el presidente de México. Este fenómeno es interesante porque podemos verlo reproducido, con las variantes correspondientes a cada latitud, en Argentina, en Perú, en Uruguay, en Bolivia y en algunos otros países latinoamericanos. El caso de México es, sin embargo, paradigmático por una serie de contingencias que vale la pena resaltar. Examinemos entonces a grandes rasgos la naturaleza del ataque que cotidianamente se despliega en contra de la titánica labor política que incansablemente desarrolla todos los días el Lic. Andrés Manuel López Obrador.

Todo mundo comprenderá, supongo, que la confrontación ideológica brota de manera natural en cualquier contexto de vida socialmente organizada. Es quizá hasta lógicamente imposible que, en una sociedad mínimamente compleja, prevalezca un acuerdo total entre todos los miembros de dicha sociedad respecto al amplísimo espectro de temas de organización política, producción de bienes de consumo, reparto de la riqueza generada, salud y seguridad de la población y así indefinidamente. En situaciones de vida estable normal, el que pululen ideas que se contraponen y excluyen unas a otras sirve para mantener la estabilidad y la armonía social básicas. El problema surge cuando se plantean escenarios extremos en los que o bien el pensamiento crítico está bajo un control gubernamental total de manera que se vuelve un factor políticamente inoperante o bien cuando dicho pensamiento se corrompe y actúa en contra de un gobierno legítimo de manera automática y con objetivos puramente destructivos. México, como todo mundo lo entiende y sabe, ha pasado por los dos escenarios. Por lo menos desde que el PRI se adueñara de los destinos de la nación, los ahora vociferantes soldados ideológicos no existían como gremio político activo serio: todo era “caravaneo”, adulación, sumisión perruna, auto-amordazamiento, pseudo-críticas cobardes e inofensivas, etc. En otras palabras, circo político-ideológico. Ahora en cambio nos topamos con toda una legión de agresivos soldados ideológicos, conformando un conjunto de lo más abigarrado posible y operando ya casi a ciegas, en forma automática, sin ton ni son, emitiendo tal cantidad de “críticas” al presidente y a los programas de gobierno que pierden prácticamente todo valor intelectual, moral y político. La maquinaria ideológica que se echó a andar (aceitada, desde luego, por incentivos en general bastante prosaicos) terminó por convertirse en una manivela que todo el tiempo da vueltas, pero que no produce ningún efecto real, un instrumento que no sirve para absolutamente nada. Peor aún: para sus dueños y amos, los efectos de dicha maquinaria resultan ya contraproducentes, como lo pusieron de manifiesto las elecciones de principios de mes. Cualquiera entiende que no fue MORENA quien obtuvo la mayoría, sino que el visto bueno por parte de más de la mitad de la población lo obtuvo el Lic. López Obrador. Él solito venció a la oposición; él es quien fundamenta y protege a MORENA, no al revés. El descalabro en la Ciudad de México se explica no por un rechazo de la población, sino por toda una serie de intrigas, ambiciones, traiciones, manipulaciones y demás, de las cuales evidentemente el presidente está perfectamente consciente. Pero el punto importante y relevante para nuestra exposición es que la guerra ideológica y propagandística orquestada en contra del presidente ha resultado ser un fiasco completo. Lo único que los “servicios de inteligencia” de la reacción han logrado ha sido reforzar la figura presidencial. Pero ¿es acaso explicable este ominoso fracaso de la oposición en el frente de las “ideas”? Yo creo que sí, Intentemos entonces justificar nuestra convicción.

El primer recordatorio que quisiera hacer es que si estamos frente a una situación de guerra ideológica sin treguas ni reglas es porque hay conflictos subyacentes de otra naturaleza, más importantes y decisivos. La primera e incuestionable premisa es que lo que el Lic. López Obrador está haciendo es revertir un proceso criminal de desmantelamiento y, en verdad, de desmembramiento del país, mediante el cual se colocó a la población en su conjunto, esto es, al pueblo de México, en una condición de servilismo, de dependencia y de sumisión frente a empresas trasnacionales, “élites” locales y gobiernos extranjeros. En otras palabras, la culminación lógica del descarado proceso político iniciado básicamente por Salinas de Gortari pero sistemáticamente continuado por los presidentes Zedillo, Fox, Calderón y Peña no era otra que la destrucción del país. Entender eso es entender la esencia y el sentido de la Cuarta Transformación: ésta consiste sencillamente en el rescate de los bienes de la nación, la devolución al pueblo de un mínimo de dignidad y de seguridad, la recuperación de la soberanía nacional y la construcción de una infraestructura que le garantice al país, si es conducido con la honestidad y la probidad con la que ha sido conducido por el Lic. López Obrador, su crecimiento y su bienestar. Este programa, como es obvio, choca frontalmente con el proyecto de una ultra-rapaz y desenraizada pero muy rica y poderosa minoría que, a través del cáncer social de la corrupción mental, moral y política con que envenenaron a México se había apoderado de las instituciones nacionales. Los anti-mexicanos de otros sexenios convirtieron a México en un casino controlado por ellos. Es justamente en el choque entre el antiguo plan de los políticos ahora derrotados y el del presidente López Obrador en lo que consiste el conflicto que en la actualidad se vive en nuestro país. Ello a su vez explica los ataques que cotidianamente se materializan en contra del presidente y su salvador proyecto de gobierno, pues dichos ataques no son más que la expresión ideológica del conflicto ya no tan oculto de carácter sobre todo, como era de esperarse, económico y político.

Motivaciones tan aviesas como despreciables de los soldados rasos ideológicos que hoy infectan al país hacen que su actuación sea en algún sentido serio de la palabra vergonzosa, pero la  guerra en la que están hundidos se vuelve risible y hasta grotesca cuando nos damos cuenta de que los emisarios a sueldo de los antiguos mandamases no saben decir más que estupideces, mentiras obvias, falacias pueriles, trivialidades, burlas sin chiste, evaluaciones tendenciosas, definiciones persuasivas y trampas argumentativas de lo más variado. Aquí tenemos ya un primer argumento de por qué la conspiración ideológica en contra del Lic. López Obrador no puede triunfar: las causas que combate son nobles y las causas que la inspira son viles. Las primeras ciertamente son benéficas para los ciudadanos mexicanos y adversas a los intereses de grupos indebidamente encumbrados; y a la inversa: las segundas son las que favorecen a grupúsculos privilegiados en detrimento obviamente del bienestar legítimo de las grandes masas del país. Sería en verdad muy injusto que los actuales sicofantes del Universal, de Radio Fórmula y de la infame “Hora de Opinar” del canal 4 de Televisa (por mencionar unos cuantos medios) lograran su cometido que no es otro que el de engatusar a la población convenciéndola de que lo que le conviene no le conviene y al revés. En otras palabras, dado el trasfondo del conflicto real los esfuerzos de los dizque-ideólogos anti-gubernamentales equivalen a pretender hacernos creen que lo blanco es negro y que 2 + 2 = 5. Rayan en lo absurdo!

Un segundo argumento que deja en claro por qué a estas alturas ya muy difícilmente los desesperados intentos propagandísticos reaccionarios podrían surtir los efectos buscados es que la labor desarrollada por el presidente, que es, por así decirlo, labor factual, esto es, actividad transformadora imposible de no percibir y sentir, despertó ya, aunque sea en un nivel básico o primario, la conciencia política de millones de personas. Todos esos millones que durante sexenios enteros fueron tratados como reses, como mercancías de valor inferior a quienes no había por qué explicarles las decisiones del gobierno no digamos ya rendirles cuentas, ya abrieron los ojos, ya saben lo que está en juego, ya intuyen (porque se les proporcionaron los elementos para ello) que los persistentes ataques al presidente y a la Cuarta Transformación no pasan de ser hipócritas acusaciones de resentidos y de malos perdedores. Pero los ilustres “críticos” del gobierno y del presidente parecen desconocer la historia y no entender sus lecciones. Permítaseme traer a colación un célebre diagnóstico político de un célebre pensador (que por ser tan bien conocido ni siquiera nombraré) que me parece pertinente y que ilustra perfectamente lo que quiero sostener. Dice mi autor:

Ciertamente, el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas; la fuerza material sólo puede ser derrocada por la fuerza material, pero también la teoría se vuelve una fuerza material tan pronto como las masas se apoderan de ella. La teoría es susceptible de apoderarse de las masas tan pronto demuestra ad hominem y demuestra ad hominem tan pronto se radicaliza. Y para el hombre la raíz es el hombre mismo.

Al buen entendedor, pocas palabras!

Nosotros debemos seguir adelante y presentar un tercer argumento que refuerza nuestra idea del carácter esencialmente fallido del despreciable ataque, básicamente verbal, de los soldados y los cabos ideológicos que denodadamente luchan para ganarse su pan nuestro de cada día denostando, injuriando, burlándose y tergiversando las explicaciones del presidente de México. El punto es que, continuando con el símil, en la encarnizada embestida en contra del Lic. López Obrador que todos los días toma cuerpo bajo la forma de articulitos, chismes, sesiones de auto-complacencia y ridículo elogio mutuo (“Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice …”, “Yo también coincido con lo que afirmó …”, etc., etc.), a lo único a lo que el presidente se enfrenta es a soldados, cabos y alguno que otro oficial de mayor rango. Es evidente que frente al soldado raso L. Zuckerman, Héctor Aguilar Camín es un oficial de alto rango. Tenemos que reconocer diferencias de nivel. En general, sin embargo, lo que visualizamos es una infantería dislocada, fantasiosa, a menudo vulgar, repetitiva hasta las lágrimas, promoviendo las explicaciones más superficiales posibles (eso sí: con tonos doctorales y tomándose a sí mismo muy en serio, como si lo que dijeran fuera profundo e importante), fusionando la “crítica” política con el albur de teatro de revista del siglo pasado y tratando locamente de hacer valer el pensamiento del odiado Goebbels. De lo que no parecen percatarse todos estos gladiadores políticos liliputenses es del efecto real que tienen en la gente sus odiosas palabras, poses, fantochadas y actitudes. Son tan ineptos que no se percatan de que lo que generan en las personas sencillas, pero no por ello tontas, es un inmenso desprecio por sus causas y sus personas. Hasta un campesino iletrado entiende por instinto que se pretende darle gato por liebre, que le están vendiendo basura mental, que le están implorando que por favor se deje volver a poner cadenas y grillete. Todos esos locutores, analistas y especialistas – tan incapaces de producir genuinos textos académicos que no les queda otra para ocultar su inepcia que redactar insignificantes artículos de tabloides y revistas propias de salones de belleza – son tan obvios en la realización de su artificial trabajo “intelectual” que dan risa: sus predicciones son falsas, sus justificaciones inválidas y, más en general, no saben hacer otra cosa que producir mero wishful thinking. Cualquiera entiende que con soldados así no se gana ninguna batalla.

Es innegable que el esfuerzo desplegado por el presidente ha sido hercúleo. Yo no sé de ningún mandatario en el mundo que se levante todos los días durante su mandato a las 5 de la mañana para preparar un sencillo informe dirigido a la población para la cual trabaja. Se dice fácil! Pero lo interesante es que con sus “mañaneras” el presidente ha neutralizado toneladas de desperdicio ideológico, escrito u oral. Es claro, sin embargo, que el éxito obtenido es sólo resultado del esfuerzo de un solo hombre, por lo que vale la pena preguntarse: ¿cómo sería si el presidente López Obrador viera reforzada su labor política con auténticos representantes ideológicos de su gran programa de reconstrucción social, si contara con su propio ejército que hiciera frente a la jauría de mercenarios que todos los días sacan sus trabajitos (que cada vez menos gente lee) con títulos dignos de cualquier bodrio de telenovela del Canal de las Estrellas? Todos sin duda tendrán presente que el paradigma de ignorancia y vulgaridad que es Vicente Fox cuando ocupó la presidencia tenía a su intérprete que todos los días explicaba “lo que el presidente quiso decir”. Absolutamente ridículo! El Lic. López Obrador, vale la pena recordarlo, no tiene semejantes apéndices. Él solito ha dado la batalla. Todos contra uno y ni así han ganado. Un espectáculo un tanto penoso!

¿Hay algún signo de que la crítica política no es seria sino más bien una mera forma de ganarse un dinero extra vendiendo a cambio la conciencia? Puede haber muchas, pero hay una que es infalible: es lo que podríamos llamar la “crítica total”. La consigna es criticar todo lo que haga o diga el presidente de la República: sus reformas constitucionales, su reorganización estatal, su creación de la Guardia Nacional o su integración al Ejército Mexicano, su recuperación de miles de millones de pesos perdidos por una cínica política de evasión fiscal, su solidaridad con pueblos hermanos para los cuales no hay vacunas en el mercado internacional, su genuina preocupación por los inmigrantes, su firmeza bien argumentada frente a líderes de otros gobiernos, sus proyectos de infraestructura y que solamente gente mal intencionada y de mente sucia podría poner en entredicho y así sucesivamente. Ahí tenemos la prueba de que la crítica no es racional ni constructiva, sino un mero producto artificial generado por un pago. Por eso la guerra ideológica en contra del presidente López Obrador está perdida de entrada. Eso, por otra parte, lo confirmaremos en la próxima consulta nacional sobre los ex–presidentes (un ejercicio y un ejemplo de auténtica democracia sin precedentes en México) y en las siguientes elecciones.

Da horror pensar que hubiera sido del país y de su gente si en esta época de pandemia hubiera gobernado México un Fox, un Zedillo o cualquier malhechor de esa estirpe. No se necesita ser premio nobel de literatura para imaginarlo. Todos se habrían dedicado a “salvar empresas”, puesto que son ellas las que generan trabajo y sostienen al país! Los negocios con las farmacéuticas habrían sido colosales, pero también todos habrían abandonado al pueblo a su suerte. Y también habríamos visto entonces a los actuales “críticos” del gobierno del presidente López Obrador rasgándose hipócritamente las vestiduras ante la miseria de sus compatriotas, pero cumpliendo a cabalidad con su función de parásitos aduladores y de merolicos profundamente orgullosos de sí mismos.

En Defensa de un Patriota

Sin duda, son incontables las ofensas que los seres humanos pueden hacerse unos a otros, pero podría pensarse que el fraude es una forma particularmente indignante de ofender. Obviamente, el concepto de fraude es uno de esos conceptos que se conocen (utilizando terminología ajena) como conceptos de “semejanzas de familia”. ¿Qué se quiere decir con eso? Básicamente, que hay multitud de prácticas que comparten unas con otras diversos rasgos, pero sin que las vincule un único elemento en común. Así, es perfectamente posible apuntar a un caso paradigmático de fraude y toparnos posteriormente en otros contextos con prácticas diferentes pero semejantes y a las que, por tener por ejemplo consecuencias similares, habría que clasificar también como fraudes. Un fraude a la nación es parecido a un fraude empresarial que a su vez se parece a un fraude artístico, éste a uno deportivo, etc., pero entre este último y el primero ya no hay mucho en común y sin embargo todos son fraudes. Es así como el lenguaje natural se expande. Por otra parte, las circunstancias en las que se comete un fraude contribuyen a hacerlo más o menos odioso. Por ejemplo, nos enteramos todos los días de casos en los que gente de recursos modestos y agobiada por el covid-19 hace esfuerzos denodados por adquirir tanques de oxígeno para sus parientes y cuando finalmente cree que ya se hizo de uno resulta que el tanque está dañado, que la compañía que se lo vendió no existe, que está vacío, etc. Naturalmente, fraudes así nos enfurecen, aunque no estemos directamente involucrados en el asunto. Lamentablemente, cuando es el dinero lo que está en juego mucha gente muy rápidamente, como se decía antes, “enseña el cobre”. Ahora bien, aunque quizá en última instancia y de una u otra forma el dinero siempre aparezca en el horizonte del fraude, lo que es claro es que no siempre es lo más prominente del caso. Consideremos un fraude intelectual, un plagio por ejemplo: alguien se roba ideas de otra persona expresadas durante una conversación o plasmadas en un diario secreto al que inopinadamente tuvo acceso y las publica como si fueran propias. Eso a primera vista al menos no tiene mucho que ver con dinero, pero ningún hablante normal negaría que se trata de un fraude y para los académicos de lo más horroroso que pueda haber, dicho sea de paso. En un caso así se hace claramente algo en contra de la voluntad del, por así llamarlo, ‘propietario de las ideas’, cuyos intereses académicos se ven objetivamente perjudicados. Es interesante observar, sin embargo, que también podemos hablar de fraude intelectual cuando el autor de un texto oculta su autoría para dejar que otra persona pase oficialmente como autor. Aunque el impostor no haya violentado los derechos de nadie, para los lectores que no están al tanto de la transacción se trataría de un auténtico fraude. Individuos (del género que sea) de esta clase abundan pero, naturalmente, son difíciles de desenmascarar, Dado que no hay quejoso ni delito que perseguir: ¿cómo puede demostrarse, en un sentido fuerte de ‘demostración’, que alguien no es el autor de un texto? Este problema es realmente una variante de un tema interesante en filosofía como lo es el de las pruebas de no existencia, que son las más difíciles de ofrecer porque ¿cómo se demuestra que algo no existe? Nótese que esto es como preguntar: ¿cómo se demuestra que alguien no es el autor de un texto en el que aparece como autor? La respuesta inmediata es: no es nada fácil y lo más probable es que sólo se pueda conjeturar al respecto. Realmente, lo más que se puede hacer es hipotetizar, atar cabos, establecer paralelismos, reconstruir trasfondos y cosas por el estilo de manera que la verdad de una u otra forma se refleje. No obstante, hay que admitirlo, una prueba en sentido estricto, esto es, una deducción formalmente correcta a partir de premisas que todos aceptan como verdaderas, es prácticamente imposible de proporcionar. Me parece que lo más que se puede hacer es presentar el caso lo más convincentemente posible y luego dejar que los demás se formen su propia opinión. En todo caso, en lo que a nosotros atañe es nuestro deber darle un uso correcto a nuestra libertad de pensamiento y de palabra y cauta pero decididamente aventurarnos por las agitadas aguas de la discusión y la especulación.

Mi tarea en esta ocasión consiste en examinar en unas cuantas páginas lo que de manera natural hace pensar en lo que más de uno cree que se trata de un cínico fraude intelectual, en la segunda de las modalidades mencionadas más arriba. Me refiero a un libro cuya temática aparente es la salud pública, pero en realidad el objetivo no es otro que el de desacreditar y desprestigiar la política desarrollada frente a la pandemia por el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador. El chivo expiatorio de esta cruzada politiquera, sin embargo, es el Sub-Secretario de Salud, es decir, el encargado oficial de implementar y publicitar la política gubernamental frente al grave y sumamente complejo problema causado por el coronavirus. ¿Quién es esa persona, presentada por la autora del libelo, como el enemigo público número uno? El Sub-Secretario de Salud, el Dr. Hugo López Gatell. Uno de inmediato se pregunta: ¿qué se puede objetar en principio a un funcionario honesto, inteligente, preparado, trabajador, elocuente y que sistemáticamente le ha dado la cara a la gente con toda clase de explicaciones y aclaraciones?¿Cuándo en la historia de México ha habido un Sub-Secretario de salud así? Más aún: ¿cuándo habíamos tenido un funcionario público como él? De entrada, algo huele mal en todo esto.

Partamos entonces de datos básicos. Hace no más de un par de semanas apareció, publicado por la bien conocida casa editorial Planeta, un libro con el escandaloso título de ‘Daño Irreparable. La criminal gestión de la pandemia en México’. A la autora oficial del libro, Dra. Laurie Anne Ximénez Fyvie, me referiré brevemente a lo largo del artículo, pero antes quisiera presentar de manera sucinta el contenido de lo que muchos consideran ya que sin duda será su magnum opus, el libro que la hará pasar a la historia.

Quizá debamos empezar caracterizando el texto en cuestión. En primer lugar, hasta un analfabeta podría darse cuenta de que no se trata de un texto que recoja el producto de una investigación científica. Los datos que la autora maneja proceden en su inmensa mayoría de periódicos. Sus fuentes son El Financiero, el periódico más desinformador del mundo, esto es, el New York Times, la revista de G. Soros, Newsweek y alguno que otro más. La meta de la autora no es desde luego proporcionar un análisis serio de una determinada política gubernamental sino más bien articular una obscena denostación de un miembro prominente del actual gobierno, si bien el ataque indirectamente se extiende también, de manera no muy sutil, al actual presidente de México. El libro es de un oportunismo político fantástico y en él se aprovechan al máximo y de la manera más descarada las penosas condiciones por las que atraviesa no sólo el pueblo de México, sino la humanidad en su conjunto. La fabulosa tesis central de la autora, para encontrar la cual no se ha de haber estrujado mucho el cerebro y que repite ad nauseam a lo largo y ancho de su “estudio”, es que el Dr. López Gatell es el causante y por ende el culpable de las muertes por covid-19 acaecidas en México! Si tuviera el tiempo y el espacio necesarios dedicaría unas páginas al examen de las nociones de causa y de culpabilidad para mostrar de manera fehaciente lo injustificado y penosamente absurdo de acusaciones tan irresponsables como esas, pero me temo que tendré que dejar ese ejercicio para otra ocasión. En todo caso, el terrible desastre humano causado por el virus, de acuerdo con la autora, era perfectamente evitable si tan sólo se hubieran tomado un par de sencillas medidas de sentido común, medidas que sin embargo el gobierno de México (aparentemente dirigido por el maléfico Dr. López Gatell) deliberadamente habría evitado tomar, pero que ahora ella valientemente denuncia. ¿Cuáles eran, de acuerdo con esta polifacética investigadora universitaria, esas milagrosas medidas que diabólicamente el Dr. López Gatell habría bloqueado? Al intentar responder a esta pregunta empieza automáticamente a sentirse que el texto que nos ocupa es todo menos serio. ¿Por qué digo esto? Porque la autora no propone una sola solución concreta al inmenso problema de la pandemia, sino que se contenta con proporcionar como respuesta una etiqueta que no sirve para absolutamente nada, puesto que podría aplicársele a un sinfín de propuestas que hasta podrían ser incompatibles entre sí! Por ejemplo, nos repite hasta el mareo que lo que había que hacer era “evitar el contagio”. Waoh! Qué sugerencia tan espléndida, maravillosa idea sin duda, pero la pregunta que de inmediato se plantea y que ella ciertamente no responde es: ¿y cómo se logra eso? No basta con decir que hay que “evitar el contagio”, que no es más que una frase al aire, una mera fórmula que no sirve para gran cosa puesto que, por ejemplo, el contagio se podría evitar si se exterminara a toda la población sólo que, obviamente, esa no sería la solución. A pesar de no rebasar el plano de las contestaciones de ocurrencia, la eminente Dra. Ximénez tiene preparada una respuesta. De acuerdo con ella, la expansión del virus tiene tres causas fundamentalmente:

a) no se promovió el uso del cubre bocas.

b) no se hicieron pruebas a granel para detectar pacientes asintomáticos.

c) no se instauró el toque de queda o, para decirlo más mansamente, la cuarentena obligatoria.

A estas alturas quizá el lector ya se habrá dado cuenta de que la autora le está tomando el pelo, puesto que a una pregunta que requiere una respuesta concreta ella responde con nuevas fórmulas que a su vez requieren de ejemplificaciones concretas que, obviamente, ella nunca proporciona. Lo que falta en todo su planteamiento es ni más ni menos que el saber cómo, instrucciones precisas sobre qué hacer, cómo proceder y sin lo cual lo único que se hace es jugar con palabras. Es como si se le dijera a la gente que la solución a los problemas de la vida consiste en ser feliz, pero cuando se nos pregunta cómo se es feliz se nos responde que haciendo el bien y si preguntamos cómo se hace el bien se nos contesta con otra formulita como ‘Hay que conocerse a sí mismos’ y así indefinidamente. La falacia sale entonces a flote: se critica una política concreta con objeciones que nunca desembocan en una propuesta política concreta. Qué fácil y qué cómodo! Así cualquiera!

Invito ahora al lector a que nos preguntemos conjuntamente qué características tienen las muy originales propuestas de la Dra. Ximénez. La primera e inmensa falacia que detectamos en su documento consiste en que basándose en hechos indubitables, ella postula una fácil situación contrafáctica, esto es, una propuesta imposible de verificar si funciona o no, pero que le sirve para desacreditar la política real ejercida por el actual gobierno. Así, se contrasta una situación existente sólo en la imaginación de la doctora con una política efectivamente aplicada y, naturalmente, esta última sale mal parada; se contrasta una situación totalmente descontextualizada e irrealizable con decisiones reales pero naturalmente expuestas a las limitaciones que imponen la experiencia y la realidad. Por un lado, entonces, se postulan posibilidades maravillosas pero que nadie sabe cómo podrían materializarse, por medio de ellas se juzga negativamente esfuerzos reales, trabajo cotidiano, justicia impartida y finalmente se manda todo en bloque al bote de la basura. Así, por ejemplo, la autora pontifica que había que haber impuesto la cuarentena, es decir, había que haber obligado a los habitantes del país a mantenerse en sus casas durante tres o cuatro semanas. No voy a abundar sobre sus fáciles y poco finas ironías sobre el tema, porque quisiera contemplar en serio momentáneamente dicha posibilidad. La pregunta que de inmediato queremos plantearle y que ella nunca responde en su escrito es: ¿cómo se impone la cuarentena en México? Ilústrenos, doctora! ¿Se supone que no sólo todos los delincuentes, los narcotraficantes, los secuestradores, etc., sino también toda esa gente que organiza fiestas privadas, bodas, pachangas de toda índole, así como las multitudes de personas que tienen que salir diariamente a trabajar acatarían sumisos una medida gubernamental como esa? ¿A nivel nacional? Yo me pregunto si la autora está en sus cabales y si habla del México real o de un México que ella se inventó para fantasear libremente y poder después afirmar lo que le viniera en gana. ¿Acaso no entiende la doctora que se habría tenido que poner al ejército, a la Guardia Nacional, a todas las policías del país en pie de guerra y que ni así hubieran bastado? Probablemente a la autora del bodrio que comentamos le habría encantado que el gobierno impusiera sus decisiones con las bayonetas por delante, porque entonces se le podría acusar de fascista, anti-democrático, etc., etc., sólo que el gobierno del presidente López Obrador no cayó en la trampa. Todos sabemos que no sólo de hecho una decisión como esa no habría funcionado, sino que hubiera sido también la receta ideal para incendiar el país! Podemos entonces sostener que en realidad a lo que se dedica la autora de este infame texto, en el que prácticamente lo único que hace es cebarse una y otra vez con uno de los mejores, de los más competentes funcionarios públicos que ha tenido México, es simplemente a entretenerse postulando soluciones en abstracto pero sin proponer nunca nada fácticamente realizable. Como ella no parece tener una perspectiva política clara, va más allá de sus capacidades visualizar siquiera lo que serían las consecuencias inmediatas de sus dizque “propuestas”. Afortunadamente, el presidente López Obrador sí conoce el material humano del país y sabe que una medida como la del toque de queda o el estado de excepción o cosas por el estilo, que en la desbordada imaginación de la Dra. Ximénez era tan simple de tomar, hubiera llevado al país a una conflagración espantosa, un conflicto que le habría costado a México muchas más muertes que las causadas por el virus y que, por si fuera poco, habría sido de balde. De manera que la muy sesuda propuesta de la Dra. Ximénez, a la que sin duda llegó después de agotadores esfuerzos mentales, es no sólo infantil sino profundamente malintencionada.

         Consideremos el argumento del cubre bocas. Una vez más, la posición del Dr. López Gatell no es expuesta de manera honesta, puesto que nunca se presentan sus razones. Hasta donde yo sé, no sólo el Dr. López Gatell usa el cubre bocas, sino que nunca le ha prohibido a nadie usarlo. Lo que él ha sostenido una y otra vez es que, por las características del virus (para dar una idea, se sabe que todos los coronavirus del mundo juntos caben en una cucharita de té), el uso del cubre bocas no es una garantía de que uno no se vaya a contagiar. Dadas las características del virus, es lógicamente imposible que un simple cubre bocas nos proteja totalmente del bicho en cuestión. De hecho, la recomendación de usar el cubre bocas podría hasta resultar contraproducente. ¿Por qué? Porque mucha gente podría creer que con el cubre bocas basta para inmunizarse frente al virus y entonces es altamente probable que descuidara otras medidas que son igualmente importantes. Lo que me queda claro después de haber leído de arriba abajo su producto es que la autora oficial del texto nunca explica por qué el cubre bocas es importante. Yo en lo personal creo que lo es, pero tengo mis razones para pensar eso y lo que constato es que ella no ofrece una sola. Ello se debe a que su texto no pretende tener un carácter positivo o constructivo. De hecho se le puede acusar, siendo lo docta que parece ser en relación con todos los asuntos de virología y tan preocupada por los infortunios de la gente, de que no se tome ni siquiera la molestia de darle a su potencial lector, al ciudadano medio, un solo consejo práctico. Es de suponerse que ella habría podido, si lo que tanto la angustiaba era la salud de los mexicanos, darle a la gente algún consejo simple pero útil. Habría podido, por ejemplo, recomendar los baños de sol para que la gente produzca, a través de su piel, la vitamina D que tanto se requiere en este caso; habría podido indicarle a la gente que es muy útil tomar diariamente una cápsula de zinc, que ayuda a impedir que el virus se reproduzca dentro del organismo (ella que tanto sabe al respecto!); si es el bienestar de nuestros compatriotas lo que efectivamente la hubiera motivado a redactar su panfleto, lo menos que hubiera podido hacer habría sido recordarles que la alimentación adecuada es crucial, que el enemigo mortal de los mexicanos es el azúcar (creo que esto último ella no habría querido suscribirlo, dado que todo indica que “simpatiza” con diversos sectores de la gran industria, en particular con la farmacéutica. Sobre eso diré algo más abajo) y habría podido sugerir una dieta razonable y accesible a la gente, explicando por qué era importante que la siguieran. Pero esa carencia total de aportaciones positivas indica que su deseo no era el de ayudar a los demás. “Su” “libro” no tiene otra objetivo que el de, casi literalmente, crucificar al Dr. López Gatell, a quien se culpa por las muertes por covid-19. Eso es como acusar a Einstein por los muertos de Hiroshima. Y, claro está, el que la acusación sea francamente ridícula algo revela acerca de los objetivos secretos de la autora.

Curiosamente, hay un punto que la Dra. Ximénez sólo de paso menciona y en relación con el cual me parece que hace una de sus muy escasas aseveraciones dignas de ser tomadas en cuenta. Desafortunadamente, ella desaprovecha la ocasión para desarrollar el tema y usa la idea sólo para escandalosamente volver a condenar al Dr. López Gatell. Lo que ella señala es que algo que ha coadyuvado a la expansión de virus en nuestro país es el hecho de que las autoridades mexicanas no hayan impuesto, como en muchos otros países ya se hizo, restricciones a la llegada de viajeros, nacionales o extranjeros. Yo creo que podemos estar de acuerdo con esa crítica, que no es de ella sino de todos, pero lo que me parece soberanamente ridículo es criticar al Sub-Secretario de Salud por lo que hacen o dejan de hacer quienes están al frente de la Secretaría de Gobernación, en la de la Defensa, eventualmente en la de Relaciones Exteriores o quizá de alguna otra. En qué condiciones se entra y se sale del país no es algo que al Sub-Secretario de Salud le corresponda determinar! Pero entonces ¿qué valor puede tener una crítica de esa naturaleza? Lo que pasa es que el blanco elegido a priori y relativamente fácil para atacar al presidente López Obrador y desacreditar su política en relación con el tema de la salud pública no podía ser otro que el Dr. López Gatell. Tenemos ante los ojos un ejemplo formidable de cómo se debe castigar la decencia y la honestidad política.

Llama mucho la atención que una dentista, especialista en genética, de pronto resulte también politóloga, economista, socióloga y hasta futuróloga. Ella sabe de todo y libremente se pronuncia sobre diversos temas con total indiferencia respecto a si es coherente o se contradice. Yo sostengo que es contradictoria, por ejemplo, cuando afirma, por un lado, que la pandemia era totalmente evitable y controlable pero, por el otro, que la pandemia llegó para quedarse y que tendremos que convivir con ella en los próximos lustros. Si esto es efectivamente así, entonces simplemente es falso que hubiera podido evitarse. Pero dejando de lado fallas tan patentes como esa, yo quisiera preguntar: ¿qué es lo que la Dra. Ximénez hace realmente? Ella se limita a repetir las versiones más baratas en circulación sobre el origen de la enfermedad, que en última instancia ella explica como resultado de lo que en su descripción son repugnantes mercados chinos. Pero su explicación, aparte de pueril e injustificada, falla en el punto crucial puesto que después de aleccionarnos sobre el origen natural del coronavirus, que de acuerdo con la consigna universal de los medios de desinformación consistió en una transmisión de virus de murciélagos a pangolines y de pangolines a seres humanos, ella explícitamente reconoce que no tiene ni la menor idea de cómo pasó de los primeros a los segundos y de los segundos a los terceros. Infiero que ella no está consciente de que sus datos sobre la aparición del coronavirus son simplemente falsos: por si no lo sabía, éste ya estaba en circulación hasta en Estados Unidos tres meses antes de que el gobierno de la República Popular China lo diera a conocer. Y en relación con las tenebrosas realidades de la carrera bacteriológica de las grandes potencias, la participación en todo el fenómeno de la pandemia por parte de las mega-corporaciones trasnacionales, las estrategias de bancos y corporaciones internacionales para endeudar países y convertirlos en los nuevos esclavos del post-neoliberalismo, etc., la Dra. Ximénez guarda un sepulcral silencio y no parece estar al tanto de absolutamente nada. Todo esto hace ver que desde un punto de vista estrictamente científico su libro carece totalmente de valor: no contiene ningún resultado que no haya salido de periódicos o que no se pueda encontrar en páginas de internet y que no sea más bien la expresión de un veloz intercambio de ideas a nivel popular, digamos, a nivel de corredor de facultad.

¿Qué resulta profundamente molesto del libro de la Dra. Ximénez? La un tanto repulsiva mezcolanza de pseudo-crítica política con una permanente lamentación por las víctimas de la pandemia, una lamentación que para cualquier lector mínimamente instruido resulta hueca, vacua, huera, vacía, falsa, puramente verbal. Alguien que realmente comparte el dolor del otro no se expresa como ella lo hace. El libro culmina con un trozo de autobiografía en donde ella se presenta a sí misma como una especie de heroína mitológica, una valkiria o una amazona que, aunque padeciendo graves problemas físicos, sale al ruedo a defender los sentimientos y los intereses del pueblo de México, desde Baja California hasta Yucatán. Admirable, sólo que su producto responde más bien a intereses políticos de otro nivel y muy claramente delineados, intereses que rebasan con mucho el marco de la odontología y que no tienen nada que ver con penas populares. “Su” “libro” es ante todo una venganza, un linchamiento político de un hombre honrado, competente y, sobre todo, leal. La única forma de entender tanto encono y tanto odio consiste en percatarse de que la política anti-corrupción en el sector farmacéutico, una política exitosamente implementada o dirigida por el actual Sub-Secretario, fue efectiva y está contribuyendo a limpiar el sector salud de la fangosa corrupción en la que estaba hundido. Todos recordamos los terribles chantajes ejercidos al inicio del sexenio por monopolios y por toda clase de intermediarios que consagraron toda su energía a entorpecer la distribución justa y equitativa de las medicinas, a desaparecerlas y hasta a robárselas para que la gente padeciera su carencia y le diera entonces la espalda al gobierno del Lic. López Obrador. El problema es que este gobierno no se dejó arredrar y las cosas se fueron corrigiendo poco a poco. Pero la nueva política de la Cuarta Transformación generó un odio terrible que se concentró en quien obviamente es el símbolo de la sanitización administrativa en el sector salud. Eso sí que explica el odio con el que la autora se solaza insultando, denigrando, difamando al muy respetable Dr. Hugo López Gatell, un hombre con el que (¿apostamos?), ella no podría sostener un debate serio ni cinco minutos. El nivel de su libro deja perfectamente en claro que no tendría con qué ganar una polémica. La animadversión, sin embargo, es tan grande que la autora hace un mal encaminado esfuerzo (sin éxito y de manera contraproducente) por ridiculizar al Dr. López Gatell hasta físicamente! Sobre ese aspecto de la obra de la Dra. Ximénez no entraré, pero sí quiero decir abiertamente que si bien la genética, la virología, etc., no son nuestras áreas, tampoco somos tarados y sabemos discernir en múltiples contextos entre seriedad y charlatanería.

Yo imagino que el Sistema Nacional de Investigadores no contará el tristemente famoso libro de la Dra. Ximénez como una aportación al campo de … ¿de qué?¿Del periodismo barato?¿De la tergiversación ideológica y factual? Con toda franqueza: ¿qué valor académico podría adjudicársele a esta obra? El texto está escrito de principio a fin en un estilo de pasquín rebasado, plagado de coloquialismos inadmisibles en cualquier contexto serio (‘este cuate’, ‘nunca dio el ancho’, ‘Me equivoqué durísimo’ y vulgaridades por el estilo, de las cuales está plagado). En él se recoge y repite lo que han dicho reaccionarios grotescos y bárbaros como M. Macri y sus seguidores allá en Argentina y lo que diría cualquier “intelectual” al servicio de los poderosos en cualquier parte del mundo y en cualquier época. Y esto me lleva a un último punto.

Se ha tratado de presentar el texto de la nunca suficientemente bien ponderada Dra. Ximénez como un texto representativo de la UNAM. Yo protesto y me opongo tajantemente a semejante descripción. Es simplemente falso que la UNAM haya respondido a la pandemia con los exabruptos de la Dra. Ximénez. En el mejor de los casos, lo que ella pone en el papel son sus opiniones personales y éstas ciertamente no son representativas de los universitarios. Esa es otra de las patrañas a las que este texto induce. Teniendo entonces presente lo que hemos afirmado, podemos ahora sí replantear nuestra inquietud inicial: con el libro Un Daño Irreparable: ¿estamos frente a un fraude en el sentido indicado al inicio del artículo o no? Yo ya me formé mi opinión y no tengo dudas al respecto. Me temo, apreciado lector, que le toca a usted formarse la suya.

Brozo: del ser tenebroso a hacer el oso (y hacerse odioso)

La verdad es que no quise resignarme a dejar que terminara el 2020 sin pergeñar, a manera de comentario digno del año que se acaba, algunos pensamientos que, siendo optimistas, podríamos considerar que pueden ser de utilidad para el año que en unas cuantas horas arrancará. Y creo que, para empezar a darles forma, lo más apropiado sería empezar con una historieta que dé la pauta para evaluar mejor el contenido del artículo y de lo que quiero decir. Antes de ello, sin embargo, permítase hacer el inevitable recordatorio de una verdad que estoy seguro que es compartida por la inmensa mayoría de las personas, si bien podríamos diferir respecto a lo que sería su potencial aplicación. Lo que tengo en mente es la convicción de que pocas cosas hay tan ridículas y en ocasiones, dependiendo de la temática, tan despreciables como los auto-posicionamientos en lugares y en roles que a uno simplemente no le corresponden. Supongo, por ejemplo, que estaremos de acuerdo en que un opulento rabo verde, esto es, un anciano decrépito pero con mucho dinero que cree que Madre Naturaleza lo autoriza todavía a comportarse como lo hace cualquier hombre joven en plenitud de fuerzas y que siente que tiene la estamina de un hombre de, digamos, 24 años, es simplemente ridículo. Se trata de un individuo que no logró hacer compatibles las fases de su evolución natural con los criterios sociales de conducta digna y entonces, escudándose en su dinero, pretende ostentarse como algo que definitivamente no es. Ejemplos así abundan y son de lo más variado. Podríamos imaginar a una mujer que se siente mucho más hermosa de lo que es y que por ello se conduce como si fuera una aspirante a Miss Universo. Todo mundo pensaría que está alterada mentalmente y que en todo caso habría que ayudarla. Este fenómeno de auto-ubicación errada es de lo más común y pueden padecerlo futbolistas, toreros, escritores, políticos, empresarios, alumnos, vecinos y así indefinidamente. Siempre es lógicamente posible auto-situarse mal en el entorno y como consecuencia de ello hacer el ridículo.

Permítaseme ilustrar lo recién expuesto por medio de una historieta inventada para estos efectos. Supongamos que un ilustre Don Nadie, un desharrapado se pasea en Londres y llega a Buckingham Palace y que, por azares de la vida, no hay guardias ni nadie que vigile en la entrada. El sujeto en cuestión, un auténtico descarado, entra al palacio, recorre diversas salas y de pronto se percata de que se está ofreciendo un banquete. Dado que no hay nadie que lo detenga, el sujeto en cuestión entra en el gran comedor del palacio y, detectando un lugar vacío, va y se sienta. La gente a su alrededor está vestida con gran elegancia, se dan de inmediato a conocer por su prosapia y su prosodia pero el individuo en cuestión, que a las claras pertenece a otro universo humano, conchudamente allí se queda. Nadie lo hostiga y hasta se vuelve tema de conversación. Estoy seguro de que todos aquellos que observaran el espectáculo lo encontrarían divertido quizá en un primer momento, pero de pésimo gusto e insoportable al poco rato. En todo caso, teniendo esta imagen en mente, pasemos ahora a hechos reales y no meramente ficticios y a lo que es propiamente hablando nuestro objeto de reflexión en esta ocasión.

Abordemos entonces nuestro tema que es el de alguien que, en mi modesta opinión, encarna a la perfección el defecto ejemplificado en la historieta del harapiento y que no es más que el de alguien que, por las razones que sean, se coloca en un lugar que no es el que le corresponde. Me refiero, naturalmente, al archi-ultra conocido cómico, de carpa primero y de televisión después, Víctor Trujillo, identificado sobre todo gracias al más famoso de sus personajes, a saber, Brozo, el dizque “payaso tenebroso”. Pero aquí de inmediato podrían surgir dudas: ¿qué tiene de inapropiado ser un payaso, un carpero, un cómico? Absolutamente nada. Esa profesión es tan digna y tan respetable como cualquier otra. Lo que en cambio sí es risible, rayando en lo penoso, lo que está por completo fuera de lugar es que un sujeto que se dedica al juego lingüístico del albur, que (por las razones que sean) interiorizó con éxito el ingenio popular del mexicano (sobre todo, mas no únicamente, del de la Ciudad de México), un tipo que cuando estaba bien ubicado y haciendo su trabajo ciertamente era eficaz pues nos hacía reír (ni mucho menos en todos los casos, porque no todos sus personajes estaban bien logrados, pero sí hay que reconocer que muchos de ellos eran graciosos) se va convirtiendo poco a poco, a través de charlas de bohemios y de como de trasnochados, en un analista político, en alguien que nos hace el favor de abrirnos los ojos ante los desastres de la política nacional, en un crítico inmisericorde, por no decir desalmado, del presidente y de quien se le ponga enfrente. En el caso del Sr. Trujillo ya se rebasaron límites que nunca debió haberse permitido que se rebasaran, pero lo cierto es que la popularidad de Brozo llegó a ser tan grande, y el Sr. Trujillo tan hábil, que se llegó al grado de generar una situación única en el país, consistente en que Brozo se puede dar el lujo de decir cuanta idiotez le venga a la cabeza pero que sea prácticamente intocable y que cualquier crítica que se le haga automáticamente es vista como un sacrilegio. Eso no se puede permitir no sólo en nombre del buen gusto, sino en nombre de la verdad y la dignidad. Esto último, sin embargo, exige algunas aclaraciones.

Confieso que fui fan de Víctor Trujillo durante muchos años. Tengo una idea más o menos vaga de su evolución profesional desde que se dio a conocer por la televisión. De su actividad como cómico de vaudeville no tengo nada que decir, salvo que muy probablemente haya sido de lo mejor en el género. Lo empecé a seguir desde Tienda y Trastienda (en donde jugaba un papel de segundón, hay que decirlo, pues la voz cantante la llevaba Ausencio Cruz) y La Caravana, desde su primera etapa. También lo escuché en el radio. Era muy bueno! Lo disfruté mucho también en los programas de las Copas del Mundo con José Ramón Fernández, programas en los que llegaba a ser realmente desopilante y, a no dudarlo, el mejor da la farándula televisiva de esos periodos. Algunos de sus programas son realmente memorables, como aquel (creo recordar que era el Charro Amarillo) en el que se queja con Bianchi por la derrota de México frente a los Estados Unidos o el de un tal Villegas que compara la ciudad de México con París. Francamente, muy divertido! Como muchos otros seguidores, fui a verlo al teatro de los Insurgentes, en donde él y su compañero A. Cruz montaron una obra dizque de crítica política que resultó vacua y tremendamente decepcionante. Pero, viendo retrospectivamente el asunto, ahora nos damos cuenta de que ya estaban ahí sembradas las semillas de su evolución. Su salida del canal 13 aceleró la transición y entró en otro canal de televisión pero en un proceso de transformación que lo llevó de cómico a observador y crítico de la política nacional. De ahí pasó, ya en Televisa, a su celebérrimo programa “El Mañanero” que fue el programa en donde finalmente cuajó ese personaje híbrido que es hoy, esto es, el de un payaso que pretende ocuparse de temas serios e importantes, trivializando de paso todos los temas que tocaba. Hay que entender la síntesis que se operó: Víctor Trujillo siguió siendo Brozo a medias para ser dizque analista político a medias, con lo cual lo único que logró fue finalmente no ser nada, porque de analista serio no tiene nada y de facto perdió toda su comicidad. Esta mezcolanza de personajes, sin embargo, tuvo un precio. No se le iba a pagar lo que en la prensa de aquellos momentos se publicó respecto a sus ingresos en Televisa por una participación inocua en un programa que de entrada tenía un rating muy bueno. Al entrar en Televisa o, mejor dicho, al aceptar entrar en el juego político de Televisa, Víctor Trujillo vendió su alma y con ello a sus personajes y en particular a Brozo. Trujillo dejó de ser un representante de la comicidad (básicamente lingüística) del “peladito” mexicano, del mexicano de las colonias populares, de los que tenían o se caracterizaban por un cierto cantadito, una cierta entonación, etc., para convertirse en el clown de gente de otras clases sociales y, sobre todo, para ponerse a su servicio. Voy a dar un ejemplo de esto último.

Como todos sabemos, fue durante el mandato del abominable Vicente Fox que se fraguó una conjura en contra de un operador político muy efectivo del PRD y del que querían a toda costa zafarse los grupúsculos más reaccionarios del país, a saber, René Bejarano. Como a un animal que se quiere cazar, se le puso un cebo que para un político operante es muy difícil de resistir por razones de practicalidad política. Este cebo fue dinero en efectivo que se le entregó pero que también se filmó. De quienes se sabe que estuvieron detrás de dicha intriga político-delincuencial fueron, aparte del protagonista principal, el empresario argentino Carlos Ahumada (y muy probablemente, su por aquel entonces amante, Rosario Robles) Carlos Salinas de Gortari y Diego Fernández de Ceballos, dos joyas invaluables de la vida política mexicana de la época de la gran corrupción. Pero a quien le correspondió el privilegio de linchar mediáticamente a Bejarano fue a Trujillo/Brozo. Sería realmente de idiotas pensar que el tipo que pasó de un estudio de la televisora a otro para, arropado en un disfraz de indignación moral, denunciar públicamente a un enemigo político no sabía lo que estaba haciendo. O sea, toda proporción guardada, Brozo/Trujillo se benefició como artista a sueldo por su magistral participación como delator como se beneficiaron políticamente los enemigos de Bejarano (Fox incluido) al sacarlo del escenario. Para entonces ya se había producido la transmutación del cómico genuino al cómico mamarracho al servicio de determinados intereses políticos. Todos sabemos que no hay corte que se respete que no tenga un bufón y México y Brozo no son la excepción.

¿Por qué pudo Víctor Trujillo seguir gozando, aunque en casi estrepitosa caída, del favor del público? No es muy difícil explicarlo. Aprovechando el morbo de la gente, recurriendo a mecanismos que no son muy usuales en la televisión mexicana, como el de aparecer con mujeres casi desnudas (como la así llamada “Reata”), sirviéndose de un vocabulario soez no excesivamente vulgar y que siempre despierta simpatía porque es como coloquial, haciendo gala de dotes histriónicas bastante exageradas, sirviéndose cada vez menos y con cada vez menos gracia del maravilloso juego mexicano del albur (en esto Trujillo se vio cada vez más repetitivo y sin chiste. Sin duda un duelo entre él y Chaf o entre él y el Dr. Kelly habría sido un buen test para evaluar sus capacidades de alburero), él pudo mantenerse todavía algún tiempo en el gusto del público, pero dado que la espontaneidad ya lo había abandonado y que a partir de cierto momento él simplemente era un catalizador, alguien que permitía que otros transmitieran sus mensajes políticos, la gente le dio la espalda y se tuvo que terminar con el programa.

Llegamos así a la fase final en la evolución del personaje Trujillo/Brozo. Como dije, éste optó por dejar de ser un cómico genuino para presentarse como un comentarista o analista político espurio. En otras palabras: él pensó que esa mutación era viable, así nada más. Aquí necesito servirme de una noción que se usaba en la época de la guerra fría y que luego dejó de ser empleada a pesar de que sigue siendo sumamente útil.  Me refiero a la expresión ‘Tercer Mundo’ y sus derivados, como ‘tercermundista’. Lo que quiero decir entonces es que el fenómeno Brozo es típico del universo cultural del Tercer Mundo, es decir, un universo en donde todo pasa, en donde cualquier comentario es viable, en donde no se requiere argumentar, haber leído, estar informado, justificar lo que se afirma, etc. Aquí cualquiera (hasta Brozo) se siente intelectual, se siente politólogo, se siente secretario de Estado cuando lo único que es es ser un alburero venido a menos, un tipo que por estar en la farándula politiquera tiene datos que no pasan de ser chismes del vecindario político y que cree que tiene autoridad para pronunciarse sobre temas que en realidad ni siquiera entiende. La verdadera transformación de Trujillo/Brozo fue de payaso en farsante, pero lo peor del caso es que fue en farsante que terminó por creerse su propia farsa, cuando en el fondo él no es otra cosa que un pobre portavoz de lo que le indican sus nuevos amos. Hablemos con toda claridad: Trujillo/Brozo se vendió y al hacerlo traicionó al pueblo, que es a quien le debe todo su ingenio y simpatía. Qué pena!

Fundándose en una supuesta gran amistad con el gran provocador Carlos Loret de Mola (“Hermano! Qué gusto!”, en el más puro estilo de borrachos de cuarta), Trujillo/Brozo ha venido funcionando como el acerbo y atinado crítico de múltiples decisiones y en general de la política desarrollada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero en realidad lo que él hace es transmitir en el lenguaje vernácula lo que los adversarios “teóricos” y “serios” (es decir, de clase) del régimen dicen con prosopopeya y pedantería insufribles. Esa es su función: intentar ridiculizar a nivel masivo-popular las decisiones nacionalistas y profundamente sanas del Lic. López Obrador, sin duda el mejor presidente que ha habido en este país desde la Revolución. En última instancia Trujillo/Brozo está en su derecho, pero lo que no puede suceder es que se pretenda convertir a este saltimbanqui del espectáculo en un personaje intocable, en un semi-dios, porque sencillamente no lo es. Ahora resulta que cuando una persona seria, una auténtica politóloga y analista política, Estefanía Veloz, lo pone en su lugar, ello es un escándalo, un crimen imperdonable, como si cuestionar las majaderías, el nivel y la validez de los comentarios (porque es todo lo que sabe hacer) del mentado Brozo fuera un crimen de lesa humanidad, un inadmisible atentado contra la libertad de expresión! Yo leí con cuidado lo que la politóloga mencionada afirmó y no veo en ello absolutamente nada que sea no sólo falso, sino siquiera objetable. Es una calumnia (una más) de quienes mueven los hilos de la marioneta Brozo sostener que el canal once sirve para atacar a quienes se oponen a la actual presidencia y sandeces por el estilo. En nombre de la libertad de expresión que tanto reivindican se debe admitir que también los críticos del payaso ocioso tienen derecho a expresarse. ¿O acaso lo ven tan endeble que un simple comentario, casi improvisado, podría resultarle letal o fatal al famoso ex-carpero? También los adversarios de los adversarios tienen derecho a expresar sus puntos de vista. ¿O ellos (nosotros) no?

Hay algo que, muy a mi pesar, sí creo que tendría el Sr. Trujillo que llevar al plano de la conciencia. Aquí me permitiré apelar a la historia. Quizá él sepa (y si no que se entere) que gente como Mozart, Haydn y Hegel, gente destacadísima que trabajaba para monarcas y nobles, vivían en las celdas de los castillos y comían con la servidumbre, porque en última instancia a ella pertenecían, es decir, no eran otra cosa que asalariados. Que no crea el payaso Brozo que porque un día lo sientan a una mesa en donde le dan a tomar una copa de Petrus y a degustar alguna exquisitez exótica que él forma parte de esa clase social. No, señor! Lamento tener que decírselo: usted está al servicio de otros, de quienes le pagan y si algún día lo invitan a departir es para que los entretenga y se sienta agradecido. Ahora bien, si esos momentáneos placeres y situaciones de éxtasis valen la traición de valores fundamentales, de principios intocables, de vinculaciones que parecían inquebrantables o no, es algo que usted en última instancia habrá de sopesar. Aunque nosotros ya sabemos cuál es la respuesta.

Hablé al inicio de estas líneas de la potencial utilidad de artículos como este. ¿En qué podría consistir dicha utilidad? Si, cosa que no creo, el interfecto llegara leer estas líneas, quizá éstas lo ayudarían a meditar un poquito en forma impersonal, a mirarse en el espejo de su adormilada conciencia moral, a no seguir por un camino que no era el suyo. Si eso pasara Brozo recuperaría sus verdaderas huestes, vería que éstas no desertaron y que, así es el pueblo, lo volverían a aceptar con júbilo y sin rencores. Pero se necesita una re-transformación y renacer no es fácil. Lo más fácil que hay es la compra-venta de almas. De ahí que, bien miradas las cosas, no le quede a Trujillo/Brozo más que un dilema: reivindicarse en serio o callar para siempre. Abur!

Capitalismo, Coronavirus y Vida Humana

I) La explicación de un fenómeno social

Una peculiaridad de los problemas sociales e históricos es que en relación con ellos tenemos que reconocer un marcado contraste entre explicación y predicción. En las así llamadas ‘ciencias duras’ (física, química, biología), una genuina explicación permite hacer predicciones. Si podemos explicar por qué al soltar un objeto éste no sube sino que se mueve en dirección del centro de la Tierra, entonces podemos predecir que el próximo objeto que soltemos irá a dar al suelo y no se desplazará hacia las nubes. Casi podríamos decir que en las ciencias duras la diferencia entre explicación y predicción no es otra cosa que un cambio en los tiempos de los verbos. Ese, sin embargo, no parece ser el caso en las ciencias sociales. En éstas las predicciones son poco exitosas y a menudo parecen más adivinanzas que predicciones, por lo que nos dejan invariablemente con la sensación de que si una predicción fue acertada habrá sido casi por casualidad. Por qué es ello así no es tan fácil de explicar, pero sí podemos decir unas cuantas palabras al respecto. La diferencia tiene que ver con diferencias en las clases de los fenómenos involucrados. Explicar un fenómeno social no es hacerlo caer bajo leyes generales puesto que no hay tales leyes, sino que es más bien colocarlo en un contexto de hechos de modo que éste permita entender por qué se dio. O sea, la explicación viene en pasado y es única, puesto que el evento por explicar es irrepetible. Los eventos históricos son únicos: sólo una vez conquistó Cortés México, sólo una vez Napoleón perdió la batalla de Waterloo y así sucesivamente. En las ciencias sociales no se lidia con lo que se llaman ‘especies naturales’ (agua, plata, hidrógeno, cromosomas, etc.) y por eso las generalizaciones no son particularmente útiles. El objetivo de las ciencias duras, en cambio, sí es ofrecer explicaciones causales para lo cual se requieren leyes, enunciados legaliformes, aunque esto hay que matizarlo dado que en biología se requieren también explicaciones teleológicas, esto es, explicaciones en las que los objetivos de los seres vivos entran en la explicación. Obviamente, estrellas y sustancias químicas como el helio o el oxígeno no tienen objetivos, es decir, no tiene el menor sentido adscribirles metas o intenciones a objetos como esos, pero eso es precisamente lo que se tiene que hacer cuando nos las vemos con acciones o actividades humanas. Decimos cosas como “Juárez ordenó que Maximiliano fuera fusilado porque quería mostrarle al mundo que México era un país independiente y que toda invasión sería combatida hasta las últimas consecuencias”. Aquí lo que se quiere dar a entender es que la acción de un individuo tenía una motivación concreta y es por eso que su acción tenía un sentido. El problema es que la gente tiende a pensar que el que se emplee la expresión ‘porque’ (“Juárez hizo eso porque…”) se debe a que de una u otra manera está involucrada la noción científica de causa y por lo tanto, explícita o implícitamente, la de regularidad natural, esto es, la de ley. No me propongo discutir a fondo el tema, puesto que no es ni el lugar ni el momento para hacerlo, por lo que me limitaré a recordarle a quien así pensara que la noción de causa y la de sentido se contraponen, se excluyen mutuamente. Precisamente, poder actuar movido por motivaciones propias es ser libre, en tanto que ser movido por causas es no ser libre y lo que sostengo es que para la comprensión de los fenómenos sociales la idea de sentido es fundamental, porque con la idea de sentido viene la idea de comprensión. Si yo entiendo el sentido de una acción, yo la comprendo y, evidentemente, esa idea de comprensión es irrelevante en las ciencias duras. La de explicación causal basta, pero si eliminamos la noción de sentido eliminamos con ella la idea de libertad humana y si hacemos eso la historia, la psicología, la política, la creación artística, etc., quedan ipso facto canceladas y la acción humana se vuelve ininteligible. Naturalmente, no es esa una posición que yo estaría dispuesto a defender. Por consiguiente y para decirlo de la manera más general posible, el problema teórico para quienes se interesan en los procesos sociales radica en primer término en la construcción del marco dentro del cual posteriormente se inscribirá el fenómeno que se aspira a explicar, porque es sólo inserto en el contexto apropiado que el suceso en cuestión adquiere sentido y que se vuelve entonces comprensible. La construcción del contexto sería, pues, la primera parte de la tarea. Pero sin duda querrá preguntársenos: ¿qué es eso del contexto?¿De qué marco se está hablando? A esto intentaré responder rápidamente en lo que sigue.

II) Datos empíricos y marco teórico

Cuando hablo de un contexto apropiado para ubicar el fenómeno o el suceso humano que nos interesa explicar me refiero a un conjunto de datos y verdades empíricas gracias a los cuales el evento en cuestión resulta inteligible, comprensible. Por ejemplo, si queremos explicarnos la batalla de Waterloo tenemos que “ubicarla”. ¿Cuál es su contexto? Éste queda conformado por datos como los siguientes: Napoleón dio ciertas órdenes que nunca se cumplieron, la caballería prusiana llegó inopinadamente cuando Wellington estaba siendo derrotado, la batalla entre ingleses y franceses había sido particularmente cruenta, la batalla era no sólo inevitable sino crucial, ya que Napoleón se había escapado de la isla de Elba y con su victoria hubiera mantenido a Europa en guerra durante mucho más tiempo del indispensable, etc., etc. Se nos aclara entonces el porqué de la enjundia, la determinación, etc., de los participantes en la batalla y cómo el extraordinario general Bonaparte a partir de cierto momento tuvo que darse por vencido. Entendemos entonces la importancia de la batalla, su desarrollo, las consecuencias para Francia y todo lo que se derivó de ella. En otras palabras, dados todos esos datos la importancia crucial de la batalla súbitamente adquiere sentido. Napoleón no se enfrentó a Wellington porque deseaba dirigir una batalla más, como si estuviera jugando con soldaditos. Mucho dependía de esa batalla en particular. A su vez, todas las acciones de todos los involucrados tenían sentidos precisos y sólo cuando conocemos esos sentidos es que el evento que nos ocupaba resulta explicable, es decir, comprensible.

Lo que deseo sostener en este artículo es que la pandemia del coronavirus requiere también, para ser comprendida, de un conjunto de datos y de verdades que en general están a la vista pero que en la medida en que nos parecen “naturales” simplemente no se les toma en cuenta. Al ignorarlos, inevitablemente se genera un vacío teórico que permite la producción incesante de pseudo-explicaciones, como la de pretender dar cuenta de la pandemia en términos exclusivamente biológicos (y por si fuera poco, extremadamente ingenuos). Lo que a nosotros en primer lugar nos corresponde hacer, por lo tanto, es seleccionar nuestros hechos fundamentales, esto es, los constitutivos del contexto apropiado, lo cual nos permitirá encontrar el sentido del fenómeno humano que nos incumbe. En el caso del coronavirus: ¿cuáles podrían ser esos hechos?

Salta a la vista, supongo, que los hechos que para nosotros en este caso son relevantes no tienen absolutamente nada ver con descubrimientos de la NASA ni con los últimos experimentos realizados por los más prestigiados infectólogos del momento ni nada por el estilo. En todo caso, tienen que ver más bien con lo que la astrofísica o la biología presuponen, es decir, con todo aquello que se requiere para que podamos hablar en esas áreas de conocimiento y de progreso. Pero ¿qué se presupone tanto en esas como en prácticamente cualquier otra disciplina científica y en general en cualquier otra actividad humana (económica, artística, militar, etc.)? Obviamente, sus instrumentos de trabajo. Un astrónomo no puede trabajar sin telescopios, un infectólogo no puede trabajar fuera de un laboratorio en donde hay tubos de ensayo, microscopios y demás. El trabajo en ciencia requiere de una determinada infraestructura. Permítaseme ahora precisar un poquito más la idea involucrada: aludo simplemente a los artefactos propios o típicos de la cuarta revolución industrial. Ésta resulta en realidad de la fusión de diversas ciencias con la teoría y la tecnología de la computación. Es una realidad que estamos viviendo lo que podríamos llamar la ‘digitalización de la vida’ en todas sus dimensiones y aspectos, la computarización de los procesos humanos, integrando en una nueva super-disciplina las ramas más avanzadas, formalizadas y matematizadas de la ciencias.

Y es en este punto que aparece un primer resultado fundamental, aunque de hecho sus implicaciones y ramificaciones fueran prima facie incalculables, a saber, que era sencillamente imposible que esta “cuarta revolución” se circunscribiera al ámbito del conocimiento “puro”, que se mantuviera como un avance meramente teórico, inclusive si se sabía que los avances teóricos en principio siempre pueden tener aplicaciones prácticas, es decir, generar progreso tecnológico. El problema es que esta perspectiva de idolatría por la teoría y de desdén por sus aplicaciones prácticas, una perspectiva que es muy fácil de adoptar, está completamente equivocada y es profundamente equívoca y engañosa. Muy probablemente, en lo que a nadie o a muy poca gente interesó mientras se alcanzaban nuevos descubrimientos y se implementaban nuevas tecnologías fueron precisamente las potenciales consecuencias prácticas del avance científico, del progreso puramente teórico. Las consecuencias de la cuarta revolución fueron de muy diversa índole, pero para nosotros son particularmente importantes dichas consecuencias en el área de la producción de bienes, del trabajo en el sentido más amplio de la expresión, esto es, en relación sobre todo con los procesos de producción, reparto, comercialización, etc., de bienes, de mercancías de toda índole. Se entiende, quiero pensar, que ello equivale a hablar de la vida humana en su conjunto, puesto que afectar directa y profundamente el ámbito del trabajo es afectar la producción material de la existencia, gracias a la cual fluye y se sostiene la vida social en general.

No deja de ser curioso que las consecuencias prácticas del formidable avance tecnológico de la cuarta revolución industrial hayan pasado tan desapercibidas, dado que en la historia de la humanidad encontramos situaciones similares a la actual y cuyas terribles consecuencias son harto conocidos. Consideremos momentáneamente la máquina de vapor, echada a andar de manera sistemática desde la segunda mitad del siglo XVIII. ¿Qué efectos tuvo sobre la población de aquellos tiempos, en particular sobre el sector obrero? Recordemos que la máquina de vapor hizo su aparición en el mundo laboral primero en Inglaterra, muy poco tiempo después en Francia, luego en lo que posteriormente sería Alemania, en los Estados Unidos, etc. Respecto a las condiciones laborales, científicas y sociales para que pudiera darse el fenómeno de industrialización, opino que difícilmente encontraremos un texto más instructivo e ilustrativo que los dos últimos capítulos de Das Kapital, esto es, “La Ley General de la Acumulación Capitalista” y, sobre todo, el capítulo siguiente (XXIV), esto es, “La Llamada Acumulación Originaria”. Este último capítulo, como lo sabe cualquier persona de la orientación política o ideológica que sea, es simplemente un texto magistral en el que Marx describe (y denuncia) con horrorosa exactitud la superación del antiguo régimen y la formación de las nuevas clases sociales en la Inglaterra de aquellos tiempos (básicamente, burguesía y proletariado). Ahora bien, Marx tuvo el genio para entender y la capacidad para explicar las implicaciones de la brutal industrialización apoyada en descubrimientos científicos y que inexorablemente se imponía, que todos presenciaban y padecían, pero de la que en realidad nadie sabía dar cuenta. Partiendo de datos duros, esto es, de lo dado en la experiencia de la vida cotidiana a lo largo y ancho del siglo XIX (desempleo, miseria, jerarquización social, explotación brutal, enajenación, despilfarro, etc., etc.), Marx pudo explicar el avance social e histórico que representaba la construcción de la sociedad burguesa e hizo ver con aterradora precisión que lo que había sucedido era una reorganización social completa de Inglaterra, una reestructuración derivada de la incontenible expansión capitalista. Como era de esperarse, la transformación que llevó a Europa Occidental del feudalismo al capitalismo no habría podido efectuarse sin profundas y dolorosas convulsiones sociales. Podríamos inclusive reconocer que para su resolución última, esto es, para que dicha transformación se consumara y permitiera acceder a una situación de vida estable, llevadera, con sentido, etc., para las grandes masas, para porciones importantes de la población, hasta guerras tuvieron que haber, guerras siempre presentadas como conflictos de otra naturaleza, a saber, de carácter ideológico, político, geo-estratégico, nacionalista, comercial, etc. El efecto de todo esto, sin embargo, era ocultar sistemáticamente el verdadero origen de los conflictos, que era en última instancia de naturaleza económica. Yo creo que a estas alturas ya podemos afirmar con confianza que la fuerza mayor detrás de la evolución de los países europeos a partir por lo menos de la segunda mitad del siglo XVIII, es decir, lo que impuso a sangre y fuego las reglas del cambio social fueron “simplemente” los requerimientos del sistema capitalista en lo que era su imparable expansión. En todo ese largo y penoso proceso de desmantelamiento y de reconstrucción social, la máquina de vapor fue uno de los instrumentos de los que se sirvieron los policy makers de la época para racionalizar, justificar, alentar, profundizar, etc., la reconfiguración de la sociedad. Un aspecto preocupante del asunto es que, visto desde nuestras coordenadas espacio-temporales, habría que admitir que muy probablemente no había muchas opciones y que el desarrollo de las fuerzas productivas, lo cual en última instancia quería decir el desarrollo del sistema capitalista, del sistema de producción de mercancías, y con él la transformación de la sociedad, era sencillamente inevitable. No olvidemos, dicho sea de paso, que las fronteras políticas no son fronteras sistémicas, por lo que algo parecido a lo que pasó en la paradigmática Inglaterra sucedió en los países que venían a la zaga.

III) La situación actual

Mi punto de partida es la convicción de que lo que se está viviendo hoy a nivel mundial es, mutatis mutandis, un fenómeno similar o equivalente al sufrido sobre todo en los países más avanzados de Europa Occidental por lo menos a lo largo del siglo XIX.  Pienso que si tomamos como modelo lo que sucedió hace unos 200 años y que tiene como símbolo representativo a la máquina de vapor, automáticamente echamos luz sobre la situación actual. ¿Cuál es esta?¿De qué hablamos?

A nadie sorprenderé, supongo, si afirmo que lo que tengo en mente es la situación de pandemia que sufre la humanidad, así como las innumerables consecuencias que ésta tiene para los habitantes del planeta. Ahora pienso que hasta hay un sentido de acuerdo con el cual podría afirmarse sin caer en absurdos que dicho mal era “previsible” o por lo menos que no debería habernos resultado tan sorpresivo. Independientemente de ello, lo que podemos afirmar con relativa seguridad es que el problema sigue siendo básicamente incomprendido. A la gente en general, y a los científicos en particular, les gusta divagar sobre temas periféricos o secundarios, como el origen del virus, las potenciales vacunas, la guerra comercial que éstas acarrean, etc. Los biólogos en particular dan la impresión de pensar que son ellos quienes tienen la clave para explicar el fenómeno social que en todo el mundo se padece. Esto me parece a mí de una ingenuidad teórica mayúscula, por no decir ‘grotesca’. El colosal problema social causado por el coronavirus no tiene nada que ver con la estructura interna del virus, con su gestación, con cómo se expandió, etc. En todo caso, no son esas la clase de cuestiones que para nosotros son esenciales.

El coronavirus, provenga de donde provenga y sea el resultado de mutaciones y transmisiones naturales o de manipulaciones en laboratorios militares que gozan de todos los niveles de seguridad que se requieren para efectuar experimentos relacionados con virus y guerras bacteriológicas, no es más que un elemento en un cuadro mucho más complejo que el de una epidemia generalizada. La pandemia del coronavirus no es de la misma estirpe que la peste bubónica y la prueba de ello es que juegan cada una de esas dos plagas roles sociales completamente diferentes. Lo que nosotros tenemos que preguntar, la inquietud que es menester despejar es: ¿cuál es, en qué consiste el problema para cuya solución el coronavirus es un instrumento más? La dificultad consiste, naturalmente, en que el problema que aspiramos a identificar y diagnosticar es en realidad una especie de problema-esquema, en el sentido de que comprehende o subsume cientos o miles o millones de sub-problemas que lo ejemplifican. ¿Cuál es, pues, ese super-problema que tuvo como consecuencia la realidad del coronavirus? Pienso que lo que ahora se vive no es más que la consecuencia lógica del crecimiento, la expansión, el desarrollo de las fuerzas productivas en choque con una superestructura rígida que tiene que adaptarse a una nueva situación generada sobre todo por el incontenible avance tecnológico. Así como la máquina de vapor transformó la sociedad inglesa mandando a la calle a centenas de obreros que trabajaban jalando animales o empujando cosas, así la computación insertada ya en todos los sectores de la vida cotidiana, es decir, la computación ya profundamente socializada y arraigada en nuestras vidas, tuvo como uno de sus efectos hacer del trabajo humano, del trabajo cotidiano de cientos de millones de personas algo pura y llanamente redundante, superfluo, innecesario. Es, pues, el desarrollo de las fuerzas productivas, que incluyen desde luego a la computación, lo que impulsa fundamentales cambios en la estructura social. El problema radica en que las modificaciones estructurales no se pueden llevar a cabo a base de peticiones, votaciones, cooperación voluntaria, etc. Cambios de magnitudes planetarias tienen que ser impuestos. Y es justamente en esta peculiar coyuntura que el coronavirus hace su aparición.

En este como en muchos otros casos, es importante la auto-crítica, por lo que deberíamos aceptar que parte de nuestros problemas de comprensión se deben a que somos o lisiados intelectuales o miopes políticos que no vemos más allá de un palmo de narices. Pero seamos generosos con nosotros mismos: después de todo, los Marx no abundan y no hemos encontrado todavía a nadie que venga a explicarnos con lujo de detalles cuáles son los requerimientos, las exigencias, las imposiciones sociales, laborales y políticas de lo que obviamente no es más que la nueva fase de expansión del sistema capitalista. Mientras no entendamos que este es el fenómeno realmente decisivo, el coronavirus seguirá existiendo perdido en una neblina de misterio e incomprensión.

Podemos aprovechar el punto para de inmediato confirmar cuán ingenuos somos normalmente. Por ejemplo, nos regocijamos porque hay teléfonos celulares con dos cámaras, computadores cada vez más veloces y con cada vez más memoria, posibilidades de comunicación por internet ni siquiera soñadas hace 25 años, procesamientos de alimentos, autos, etc., en fábricas completamente automatizadas, control humano cada vez más efectivo por medio de radares, cámaras, modos de identificación de personas realmente fantásticos (iris, códigos genéticos, etc.), operaciones de pacientes realizadas a través de monitores sin necesidad de enfermeras, anestesiólogos, etc., etc. Todo eso es muy bonito, pero de lo que no nos percatamos es de todo lo que ese “progreso” acarrea, implica, genera en otros ámbitos de la vida. Debería entenderse que el cambio en la infraestructura del sistema fuerza a cambios en la super-estructura y a decir verdad en todos los sectores de la vida. Estos cambios no son ni casuales ni opcionales. Por ello en verdad sería bueno que se le informara por fin a la gente en todo el mundo que la nueva “normalidad” en la se nos instaló es definitiva, porque para echarla atrás habría que renunciar a la tecnologización y a lo que llamé la digitalización de la vida. No hay forma de detener el proceso de reconfiguración social y de la vida humana en general fundado en la ciencia y en la tecnología de punta.

Daré un ejemplo obvio que después se podrá fácilmente generalizar a múltiples otros casos. Consideremos una “oficina inteligente”. Normalmente es un área cerrada y dividida en función de la organización de la empresa en sectores por medio de mamparas, muros de tabla roca, etc., que la hacen ver como un pequeño laberinto. Supongamos que en esa oficina trabajan tres directores de área. Todos tienen sus respectivas computadoras, teléfonos, etc. Ahora bien, en la medida en que son jefes requieren de ayudantes, que son en general secretarias, a las cuales también se les proporcionan escritorios, computadoras, teléfonos, etc. Todo eso representa sueldos, prestaciones, gastos (luz, renta, elevadores, estacionamientos, etc.). Pero resulta que, como por casualidad, el coronavirus “forzó” a las empresas a enviar a sus empleados a sus casas para que desde allí hagan su trabajo y muy rápidamente se pudo constatar que eso era perfectamente factible. La computación socializada garantiza que ello sea así y además con más efectividad. Por ejemplo, ya no hay necesidad de checar entradas y salidas. La computadora lo hace automáticamente. La tecnología de la que se dispone hace ver que las empresas innecesariamente despilfarran dinero no sólo porque lo que era el trabajo de muchas personas ahora estrictamente hablando lo puede realizar una sola, sino porque queda claro que no hay necesidad de incurrir en toda esa inmensa cantidad de gastos que podríamos llamar ‘ante-pandémicos’: oficinas, choferes, líneas de teléfono, escritorios, lámparas, etc. De pronto entendemos que todo es simplemente redundante. Cuántas empresas haya en el mundo no sé, pero lo que sí sé es que todas ellas en este momento están ahorrando cientos de miles de millones de euros o de pesos o de dólares o de yuans o de la divisa que sea. La invención de las cripto monedas, por ejemplo, tampoco es casual ni es un juego ni nada que se le parezca. Es como la invención de las tarjetas de crédito. Poco a poco se irá instaurando y terminará por sustituir (quizá nunca totalmente, pero sí de manera significativa) el dinero contante y sonante, como se decía en el medioevo.

Para nosotros el problema es muy simple: el desarrollo del sistema capitalista no se va a detener. No hay nadie ni nada que pueda realizar semejante hazaña (un meteorito de un kilómetro de ancho quizá, que caiga en medio del Atlántico). Ahora bien, es evidente que este proceso de interacción entre progreso material y vida humana, oculto tras la pandemia y todo lo que ésta acarrea, tiene y va a tener para la humanidad en su conjunto consecuencias inmensas, incalculables, terroríficas algunas, positivas otras. Es auto-evidente que las transformaciones en la infraestructura económica tenían que surtir efectos de magnitudes incalculables en la vida humana o, alternativamente, en las vidas de los seres humanos. Después de todo, el conocimiento científico no es tan “puro”. Sobre esto quisiera decir unas cuantas palabras.

IV) El status del coronavirus

Si el panorama que hemos delineado no es totalmente absurdo, el status político del coronavirus automáticamente se vuelve visible o, mejor aun, comprensible. Obviamente, el bicho mismo es un asunto de una gran complejidad biológica, pero ello no altera en nada su status de instrumento al servicio de los intereses supremos del mundo, que de uno u otro modo en última instancia son de carácter económico. Todos sabemos (o si se prefiere, “imaginamos”) que hay grandes científicos (infectólogos, computólogos, etc.) involucrados en el caso, pero estoy seguro de que todos coincidiremos en que a esas personas se les paga, es decir, son empleados de alguien, trabajan para alguien, usando ‘alguien’ inevitablemente de una manera vaga y para aludir no a una persona, sino a grupos de interés relevantes. La hipótesis que quiero entonces someter a consideración del lector es la siguiente: ante la ya urgente necesidad de remodelar el sistema capitalista, esto es, nuestro sistema de vida, muy probablemente los amos del mundo (esos “alguien” a quienes aludí más arriba) repasaron todos los posibles escenarios antes de tomar decisiones. Esto, evidentemente, es un trabajo en el que concurren los especialistas de todas las ramas del saber y del tener (banqueros, militares, grandes industriales, políticos, científicos, etc.). Yo me imagino que se habrán revisado todas las opciones en principio accesibles, pero una tras otra se fueron poco a poco descartando hasta que se llegó a la de la pandemia. Por ejemplo, podemos imaginar que se examinó a fondo la posibilidad de una tercera guerra mundial pero, por razones no ya de estrategia militar sino de sentido común, se habrá llegado a la conclusión de que esa opción ya no era viable. Rusia no es Alemania. No tiene el menor sentido tratar de pasar a la siguiente fase en el desarrollo del capitalismo si lo que se va a hacer es destruir el capitalismo, porque a eso equivaldría en la actualidad una guerra atómica. Dado que en un caso así no habría vencedores, esa opción tenía que ser abandonada. Pero eso no significa que entonces no hubiera nada que hacer. El sistema tenía que reestructurarse, re-iniciarse, reconfigurarse. De manera que, muy probablemente entonces, el coronavirus fue el instrumento elegido para forzar al mundo a adoptar la nueva modalidad de vida en el nuevo capitalismo, el capitalismo cibernético, corporativista y globalista, el cual obviamente presupone todas sus formas previas.

Si el punto de vista que estamos proponiendo fuera acertado, las acusaciones entre países resultarían hasta risibles. La pandemia del coronavirus no es un asunto de un solo país. Muy probablemente – y esto obviamente no es más que una hipótesis más para la cual lo único que reclamo es que es congruente con mi relato puesto que, como cualquiera con una dosis mínima de células grises entiende, no tengo el menor dato al respecto – la actual pandemia fue el resultado de una operación conjunta de algunos países, entre los cuales están involucrados desde luego los Estados Unidos y China, y probablemente otros países como Israel, Corea, quizá Gran Bretaña, Francia, etc., pero no muchos más. Divagar sobre eso sería, sin embargo, una ociosa especulación y no es por lo tanto un tema sobre el que quiera, pueda o deba pronunciarme.

Me interesa más afinar mi cuadro general. Si no estoy equivocado, el coronavirus tiene por lo menos dos facetas: por una parte, es un elemento dañino, letal, peligroso para la salud de las personas. Esa es la faceta biológica o médica del “constructo”. Por otra parte, sin embargo, es un instrumento social y político de graves y profundas implicaciones; tiene obvios efectos en los ámbitos laboral, económico, militar, policiaco, social, artístico, escolares, etc. En todos esos casos, es decir, en el todo de la vida humana, los efectos del coronavirus son como los nuevos canales de vida por los que de aquí en adelante habrá de fluir la existencia humana. Naturalmente, las consecuencias del virus en la sociedad humana son el precio que hay que pagar para mantener el “progreso” económico, científico y tecnológico.

En resumen: lo que estamos viviendo es un ajuste total a los implacables requerimientos económicos del sistema capitalista. A través del miedo causado por un factor de laboratorio se logró obligar a la población mundial (independientemente de sus mentalidades o idiosincrasias) a aprender a vivir de otro modo y a aceptar con relativa docilidad la nueva forma de vivir. Podrá haber pueblos muy bullangueros, alegres, desafiantes, etc., pero podemos tener la certeza de que todos, sin excepción, van, como se dice, a entrar en cintura. Lo único que por el momento puedo decir es que desearía estar equivocado.

V) Las nuevas formas de vida

Algunas personas saben que el filósofo más grande de todos los tiempos, Ludwig Wittgenstein, el anti-filósofo por excelencia, acuñó la expresión ‘forma de vida’ para dar cuenta del sentido de lo que decimos cuando hablamos, pues a lo que apunta la expresión es a las actividades humanas y de acuerdo con Wittgenstein el sentido de lo que decimos brota de o surge en conexión con lo que hacemos. Esto lo aclaro por respeto a Wittgenstein, porque no quisiera, primero, mal emplear una expresión técnica y útil en un contexto muy preciso como lo es la discusión filosófica seria en un contexto que es más bien de reflexiones generales sobre la situación por la que estamos atravesando hoy en día; y, segundo, por nada del mundo quisiera dar la impresión de que estoy de una u otra manera tratando de aprovechar el pensamiento de Wittgenstein en este otro contexto y en relación con un tema que no tiene nada que ver con su actividad filosófica. Nada de eso. Voy a emplear la expresión ‘formas de vida’ de manera no técnica, como una expresión más del lenguaje coloquial, para indicar cosas tan variadas como costumbres, modas, actividades realizadas de manera regular, actividades deportivas, escolares, científicas, burocráticas, etc. Lo que quiero afirmar es entonces lo siguiente: por medio de una pandemia, esto es, de una epidemia de más de tres países y que de hecho ya es mundial, se está rediseñando la vida de la casi totalidad de la población del planeta. Todas las actividades de la gente en México y en Francia, en Madrid y en Tokio, en Nueva York y en Roma, sus hábitos, horarios, relaciones con otras personas, con el medio ambiente, etc., todo, sus dietas, sus entretenimientos, comidas, todo está siendo drásticamente modificado. ¿Podría ser un cambio tan brutal en nuestras formas de vida como ese algo casual, algo causado por un virus que estaba en la naturaleza? Suena cómico! ¿Podría ser la situación por la que todos estamos atravesando el resultado de una decisión de algún monarca invisible? Claro que no! Lo que está sucediendo no es un asunto de decisiones personales, de caprichos individuales. Todo responde al hecho de que el sistema capitalista estaba empezando a asfixiarse y si se hubiera asfixiado las consecuencias habrían sido quizá hasta peores. Es evidente, por otra parte, que de motu proprio la gente no habría aceptado modificar sus vidas como han sido forzadas a hacerlo (y estamos lejos todavía de que la humanidad en su conjunto acepte alterar su vida en una dirección que le es incómoda de entrada pero sobre todo desconocida). Si se le hubiera explicado a la gente por todos los medios, en todos los rincones de la Tierra que había que cambiar la estructura de nuestra organización productiva, laboral, académica, etc., nadie habría hecho caso. La inferencia es obvia: cambios de estas magnitudes tienen que ser inducidos, porque no pueden ser más que forzosos.

Debería quedar claro, en mi opinión, que no fue porque los auténticos dueños del planeta hubieran pensado (como muchos profundos analistas pretendieron hacernos creer cuando el problema estalló) que el sistema era esencialmente injusto, que había que redistribuir la riqueza, etc., etc., que pasa lo que está sucediendo ahora. Ciertamente no fueron los 350 millones de animales que mueren diariamente para satisfacer “necesidades” humanas lo que llevó a la nueva nobleza a aplicarle a la humanidad la enfermedad económica que es la pandemia de covid-19. No fue por razones humanitarias, religiosas, morales, etc., que se está operando el cambio adaptativo a nuestro modo de producir la vida material. Nada de eso. Fue porque el sistema iba a dejar de operar y había que salvarlo que se recurrió al expediente del coronavirus. Es (válgaseme la expresión) demasiado contradictorio seguir haciendo funcionar una oficina con 100 personas cuando con sólo 2 se puede hacerlo. Razones económicas para el cambio que estamos experimentando ciertamente las hay. El problema es que eso no es todo, que no se agota con ello la temática ni la problemática.

Hay algo que probablemente sí habrá cruzado en algún momento por la mente de quienes decidieron implementar el cambio, esto es, de los jerarcas del mundo, pero es de suponerse que tampoco les habrá quitado mayormente el sueño y es: ¿cuál va a ser el impacto de este gigantesco cambio en las vidas de las personas, niños, mujeres, hombres o ancianos? ¿Cómo va a vivir la gente de aquí en adelante en estas nuevas condiciones?¿Cómo se puede rehacer la vida después de un cambio tan brutal, después de haber aprendido a vivir de otra manera? Echémosle un simple vistazo a la situación desde el punto de vista no de los grandiosos y megalómanos arquitectos de la sociedad humana, sino del de las personas normales, comunes y corrientes. ¿Qué podría decirse al respecto?

Como todo proceso de re-adaptación, aprender a vivir de un modo radicalmente diferente de como lo habíamos venido haciendo es forzosamente un proceso doloroso, pesado, difícil y muy probablemente las generaciones de la época del coronavirus habrán sido en este sentido sacrificadas. Pero lo que queremos determinar es: ¿qué efectos concretos tiene en la persona, en el individuo, en el ser humano de carne y hueso, esta imposición? Yo creo que, para evitar el anecdotismo, lo que hay que hacer es intentar responder a esta pregunta expresándonos de la manera más general posible.

El primer cambio doloroso es evidentemente el vinculado con la salud. A diferencia de como se vivía hasta hace un año, vivimos ahora permanentemente en un peligro mortal. Es ya un grave problema en sí mismo que uno pueda en cualquier momento contagiarse y, por las razones que sean, esto es, por el coronavirus, por las complicaciones que genera, por las enfermedades que se contraen en los hospitales, por descuido o negligencia, por debilidad, etc., morir. La enfermedad covid-19 es una espada de Damocles permanentemente colgando sobre nuestras cabezas. Pero hay más y quizá peor: se va a tener que vivir con el terror no sólo de que uno pueda morir sino de que, independientemente de su edad o su sexo, las personas que uno más quiere también mueran. Padres, hijos, abuelos, nietos, amigos, cónyuges, vecinos, etc., cualquiera puede en todo momento sucumbir, porque todos estamos expuestos 24 horas al día. Es claro, pues, que la vida ya no será igual. En relación con esto, quiero enfatizar lo siguiente: desde nuestro punto de vista, el coronavirus en sí mismo es secundario. Una vez que se tenga la vacuna el problema quedará si no resuelto si neutralizado, pero de inmediato saldrá otro virus, uno nuevo, proveniente, digamos, de las truchas de algún río africano, y así indefinidamente. Aquí lo que importa es el control efectivo de la población mundial. Si efectivamente eso es así, con ello se muestra que la actual pandemia es todo menos “natural”, pero no intentaré ahondar en el tema.

Las nuevas formas de vida impuestas por los amos del mundo, que son los grandes defensores del sistema y, claro está, sus grandes beneficiados, hieren letalmente los procesos de socialización que considerábamos normales, empezando por las escuelas y terminando por los bares, los antros y demás. Para evitar ambigüedades o titubeos: hasta la prostitución y la delincuencia tienen que adaptarse a las nuevas circunstancias. También el robo y el asalto serán cada vez más de carácter cibernético. Ahora bien, es obvio que si bien esta “des-socialización” o, quizá mejor, esta “neo-socialización” o “socialización virtual” o “computacional” o “cibernética” tiene consecuencias graves para todo mundo, también lo es que las tiene sobre todo para las personas que están entre la adolescencia y la madurez avanzada, digamos para las personas cuyas edades oscilan entre los 13 o 14 años y los 70 o 72 años, más o menos. Para personas que se mueven en ese abanico temporal va a ser muy difícil adaptarse, porque ‘adaptarse’ en este caso significa algo como aprender a encontrar nuevos objetivos en la vida, nuevos modos de realización, nuevas modalidades de relacionarse con sus congéneres, de divertirse, de pasear y así indefinidamente. En otras palabras, el ciudadano actual tiene que aprender a dotar a su vida de un nuevo sentido y eso es todo lo que se quiera menos fácil.

Los cambios provocados por la pandemia del coronavirus son en verdad inmensos: ¿cómo buscará un joven una pareja y cómo se podrá mantener una relación de afecto con alguien a quien se puede contagiar en cualquier momento, o a la inversa, con alguien a cuya casa no se puede ir, a cuyos padres no puede uno ni saludar? ¿Se van a tener hijos en estas circunstancias?¿Quiere alguien traer niños a vivir en una especie de prisión eterna? Si una joven se compra ropa y se viste bien porque quiere gustar (algo perfectamente legítimo, por lo menos hasta ahora): ¿de qué le va a servir ahora su ropa y su peinado? Ahora lo que se requiere es un buen uniforme casero, lo menos parecido que se pueda a un uniforme de cárcel federal para evitar asociaciones gratuitas, porque ¿para qué comprar ropa? Lo que hay que tener es una buen cubre bocas y una elegante máscara! En verdad: ¿seguirán teniendo sentido los grandes almacenes? En lo más mínimo: ya toda transacción se puede hacer por internet y cada vez más habrá alguna compañía que lleve los productos que uno requiere hasta su domicilio y asunto arreglado. O sea, el comercio tradicional en gran escala está condenado. Habrá que inventar nuevos juegos o nuevas formas de disfrutar el box, el futbol, el baseball, etc., porque los estadios se parecen cada vez más al Coliseo romano: son reliquias de una época pretérita. ¿Tiene sentido viajar? Pero ¿para qué va uno a gastar en aviones si la ciudad que uno quiere visitar está clausurada? Es la vida humana como un todo, no aspectos a dimensiones o facetas de ella, lo que fue arteramente afectado. En esas condiciones: ¿puede sorprendernos el aumento de la violencia, el incremento en suicidios, la pandemia de las depresiones y de diversos estados sicóticos? Lo más torpe en lo que se me ocurre que podría pensarse es que la culpa de todo recae en lo que para algunos parece ser el sector social odiado por excelencia, i.e., los hombres, a los que hábilmente se les ha convertido en el receptáculo perfecto de toda culpa y toda maldad. Como bien lo enseñó Platón, la fuente del mal es siempre la ignorancia.

A mí me parece que es intuitivamente claro que este paisaje semi-tenebroso que estoy pintando no es el de una situación que podría durar eternamente. La raza humana no lo soportaría ni, por otra parte, es algo que alguien quiera. Poco a poco, a lo largo del siglo se irán haciendo los ajustes que la nueva forma de vivir habrá exigido que se hagan y entonces se entrará en una nueva etapa de estabilidad en la que se podrá volver a ser libre, a intentar ser feliz, etc., es decir, una etapa en la que la vida humana volverá a tener un sentido más o menos definido y más o menos parecido al que alguna vez tuvo.

Intelectuales Tropicales y Golpes de Estado

Me parece que antes de iniciar nuestro breve análisis de la situación que nos interesa examinar deberíamos hacer un recordatorio elemental pero, como intentaré hacer ver, indispensable. Así, debe quedarnos claro a todos que después de decenios de entrenamiento, hay ya hasta manuales de cómo derrocar un gobierno legítimo. Con esto en mente, iniciemos nuestra labor de análisis.

Como más de una persona recordará, durante mucho tiempo en México había dos figuras políticas que era pura y llanamente imposible criticar: el presidente de la República y el papa. Si algo de esto lograba hacerse, se corrían graves peligros. Dado que, por un sinfín de razones en las que no entraré aquí y ahora, puede afirmarse que la civilización cristiana está prácticamente desahuciada, el papa dejó de ser una figura fundamental en la vida política nacional y con ello se amplió el horizonte de la crítica política. Es cierto que todavía llegan millones el 12 de diciembre a la Basílica de Guadalupe y vemos con consternación las manifestaciones de idolatría, fanatismo, credulidad, fe, etc., de innumerables personas que de rodillas, arrastrándose, en sillas de ruedas le piden a la Virgen que los ayude en su miseria, con sus deudas, sus limitaciones, sus penas y demás. Pero esta no es más que una faceta de la vida religiosa que es de las últimas en extinguirse. No ahondaré, sin embargo, en el tema porque mi objeto de reflexión es otro. Lo único que quería señalar es que habiendo perdido vigencia en el mundo la religión católica, la prohibición política de no criticar al papa se fue diluyendo y en la actualidad hasta chistes se hacen de Su Santidad. Y lo que sostengo es que algo similar sucedió con la figura presidencial, un fenómeno que en México sin duda alguna se intensificó debido a la mediocridad qua estadistas de quienes estuvieron al frente del país.

Un exhorto: no confundamos, por favor, poder nacional transitorio con grandeza o trascendencia histórica. Los presidentes de México hasta hace poco eran prácticamente dictadores y así se conducían, pero como eran mediocres culturalmente, abiertamente inmorales (¿a quién pueden engañar un Felipe Calderón o un Peña Nieto?), ostensiblemente anti-mexicanos (“vende-patrias” descarados), vulgares arribistas (Fox. ¿Será el único?), algunos de ellos acompañados de “primeras damas” para las cuales podríamos acuñar más apropiados epítetos, hicieron que la figura presidencial fuera perdiendo lustre y se convirtiera finalmente en un artefacto político al servicio de intereses particulares. Así, el proceso que podríamos denominar de “desmitologización del presidente” llegó al grado de que en la actualidad cualquier mequetrefe con una dosis mínima de insolencia se atreve a increparlo, a “criticarlo” y hasta a insultarlo y ello no sólo en un plano político, sino hasta personal. Todos en más de una ocasión hemos sido testigos de actitudes bochornosas y conductas francamente odiosas como lanzar improperios en contra del hijo y de la esposa del presidente, de burlas que rebasan con mucho el límite de lo decente, que van más allá del mal gusto y, probablemente, hasta de lo legal. Que las cosas han evolucionado en el sentido indicado es algo que cualquiera puede de alguna manera “corroborar”. Haga el lector el siguiente experimento: imagínese a sí mismo a finales de los años 90 del siglo pasado hablando en público o escribiendo algo para algún periódico acerca de las orejas o de la calva de Carlos Salinas de Gortari. Con toda franqueza: ¿cree el lector que alguien se habría atrevido a semejante desacato y que si, per impossibile, lo hubiera hecho, no le habría pasado nada? Los ejemplos podrían proliferar, pero el punto es claro: la figura presidencial se ha desmoronado y al presidente Andrés Manuel López Obrador le tocó lo que bien podría ser la fase final del presidencialismo mexicano.

Ahora bien, es un hecho irrecusable que las relaciones entre el gobierno del actual presidente de México, por un lado, y los medios de comunicación, por el otro, están viciadas y de hecho podrían quedar recogidas mediante una muy simple directiva: al presidente (con todo lo que eso acarrea, esto es, su política) se le critica si hace algo y se le critica también si no lo hace o inclusive si hace lo contrario. Ese es el principio rector de la prensa y la televisión mexicanas en relación con el presidente Andrés Manuel López Obrador. Ese es el hecho. Cabe preguntar: ¿por qué es ello así?

A mi modo de ver, el estado de cosas prevaleciente es sintomático y ciertamente digno de vivisecar. Notemos, primero, que quienes día tras día se dedican a criticar o a burlarse del presidente constituyen obviamente la infantería del partido de la oposición. Son los soldados rasos, los peones del juego político, aquellos con quienes “empieza” la partida, el verdadero enfrentamiento político que ha de seguir. Me refiero, claro está, a los “intelectuales” (me estremezco al usar esa palabra, sobre todo cuando veo la lista de quienes firmaron el documento por la “libertad de expresión”. Hay desde directores de institutos de la UNAM hasta panfletarios y agitadores profesionales, pasando por toda clase de parásitos y de deudores del fisco que hasta vergüenza daría mencionarlos!), es decir, a los encargados de iniciar lo que en principio debería transmutarse en un ataque frontal, directo, mortal y definitivo en contra del actual gobierno. Recordemos nuestro axioma inicial: hay manuales acerca de cómo derrocar un gobierno y la labor inicial se le confía a los periodistas, a los analistas, a los comentaristas, etc., cuya función es embrutecer con pseudo-análisis a la población, desinformando a la gente, repitiéndole ad nauseam mentiras y aplicando multitud de tácticas similares (como erigirse en juez y parte de cada situación de la que se ocupan). Y esto es lo que cotidianamente se hace sólo que hay un problema: los encargados de iniciar el barullo politiquero son tan ineptos que no sólo no logran paralizar la mente de la gente, sino que generan más bien los estados de ánimo contrarios a los que pretenden promover! Lo cierto es que mientras más elevan sus infantiles, pueriles, aburridas, repetitivas e injustificadas críticas al presidente más lo acercan a la gente y más refuerzan el apoyo que ésta le brinda. Sería un acto de honestidad intelectual inaudito el que reconocieran que un alto porcentaje de sus “críticas” no son sólo injustificadas, sino que son declaradamente estúpidas. ¿Qué se puede lograr con soldados tan ineptos como estos? Algo me hace pensar que los magnates que les pagan deben estar muy descontentos con su desempeño.

Afirmé que el conflicto entre el presidente y los mass-media es sintomático, pero sintomático ¿de qué? Naturalmente, de una confrontación que es de mucha mayor envergadura. En realidad, el conflicto no es con los “periodiqueros”. Quienes cuentan son sus ventrílocuos. Pero ¿quiénes son estos? Dejemos que los intelectuales que protestan nos lo digan ellos mismos. Hasta donde es factible ver, los payasos de la “inteligencia” mexicana recibieron la orden de agitar y a lo más que llegaron fue a la peregrina idea de protestar por el peligro en que se encuentra en México la libertad de expresión. Seamos francos: originales no son. ¿Quién que no esté ebrio, embrutecido por drogas o que no sea un delincuente mental podría darle crédito a semejante queja, cuando es palpable que en México hoy por hoy se escribe y se dice absolutamente lo que se quiera? Esa acusación, por lo tanto, es pura y llanamente ridícula. Naturalmente, frente a lo ridículo la reacción popular es la de alzarse de hombros, no hacer caso y seguir adelante. Por lo tanto, la primera fase del ataque al gobierno nacional es fallida y nuestra conclusión preliminar es simple: los intelectuales tropicales no saben hacer su trabajo de desmantelamiento ideológico. Entre otras razones, estos ineptos en grado superlativo no parecen entender que son abiertamente contradictorios: ellos quieren que el pueblo apoye medidas anti-populares. Eso es absurdo. El que nuestros “intelectuales” no defiendan causas populares es algo que la gente, aunque sea intuitiva u oscuramente, percibe, entiende, capta y resiente. Por lo tanto, toda su diarrea lingüística es inevitablemente contraproducente para los intereses de sus propios amos. La explicación es simple y es que no saben hacer el trabajo por el que les pagan que, yo añadiría, no es poco!

En todo caso, la consecuencia práctica inmediata de la torpeza de los “intelectuales” que protestan ante la supuesta falta de libertad de expresión en nuestro país (ojalá que de entre esos afanosos libertarios no surja uno que pretenda que yo sí me calle, aunque ello no debería sorprendernos porque su incoherencia es hiperbólica) es que en esas condiciones simplemente no puede arrancar la segunda fase del ataque al gobierno, que es la de la lucha política y económica abierta en su contra y aunque sea en detrimento de los intereses de la población en su conjunto. A los enemigos del pueblo no les importa si hay escasez de comida y si la gente tiene hambre, si como ratas viviendo amontonadas las personas se lastiman unas a otras, si se les quitan los medicamentos a los enfermos, niños u otros, como ha pasado en el sector salud en donde miembros del personal de hospitales y clínicas esconden, escamotean, negocian, etc., las medicinas adquiridas por el gobierno y así indefinidamente. En la lucha en la que están en juego los intereses concretos de grupos de privilegiados ya no hay límites. Esa fase todavía no empieza, porque la primera ha sido fallida. La simple presentación diaria del presidente en la pantalla proporcionando información de primera mano, genuina, verídica, confirmable ha bastado para neutralizar la ponzoñosa verborrea anti-gubernamental. Aquí casi podríamos adaptar el lema de D’Artagnan y sus amigos: todos contra uno y uno contra todos. ‘Todos’ quiere decir aquí, evidentemente, los afectados por la política rectificadora de la 4 T, la bien llamada ‘Cuarta Transformación’, y ‘uno’ querría decir ‘el presidente’, pero con el pueblo apoyándolo.

La ineptitud de los hipócritas dizque paladines de la libertad de expresión, en el peculiar sentido en que ellos emplean la frase, puede llegar a materializarse en algo a la vez patético y risible, como sucede con uno de los videos de propaganda anti-gubernamental en el que un elocuentísimo “orador” (me ahorro el nombre, entre otras razones porque no le voy a hacer publicidad alguna. Todo mundo además sabe de quién hablo) exhibe una de las verdaderas motivaciones de esta ansiosa demanda de libertad de expresión: él deja perfectamente (por no decir ‘descaradamente’) en claro que todo en última instancia se retrotrae al tema de la consulta iniciada por el presidente para determinar si es constitucionalmente válido someter a juicio a los expresidentes o no. En otras palabras, el verdadero problema no es el de la libertad de expresión. Eso es lo que los soldados ideológicos presentan como motivación para la insurrección, pero obviamente es una mentira. El verdadero problema es un conflicto de poder, de dinero y de tráfico de influencias que opone a quienes dirigen en la actualidad las instituciones nacionales y a quienes durante cinco sexenios no hicieron otra cosa que sacarles jugo, beneficiarse personalmente de ellas, aprovecharlas de la manera más descarada posible para encumbrar a parientes, amigos y socios, todo ello claro está a costa de las arcas de la nación y del bienestar popular. Nosotros, sin embargo, no vamos a caer en la simplona treta de discutir sobre la libertad de expresión en México, porque ese no es un problema real. Lo que nosotros y todos los ciudadanos tenemos que plantearnos es la pregunta: ¿son enjuiciables los antiguos mandatarios o no?

A reserva de elaborar, en este y en otros escritos, la contestación a dicha pregunta, la primera respuesta que automáticamente se nos viene a las mientes es: ¿y por qué no habrían de serlo?¿Se trata acaso de seres divinos que nosotros, pobres humanos, no podemos cuestionar, frente a los cuales lo único que podemos hacer es postrarnos, rogarles, pedirles perdón? Hasta donde se me alcanza, estamos hablando de seres humanos comunes y corrientes, individuos que lo único que los distingue es el haber ocupado durante seis años el puesto político más importante del país (y haberse hecho muy, muy ricos). La pregunta que nos hacemos es: ¿se puede, se tiene el derecho de deliberar públicamente y con la documentación y los testigos apropiados sobre el desempeño de esos individuos o no? Desde mi humilde punto de vista, el único desideratum a tomar en cuenta es si dañaron a la nación, si traicionaron al pueblo, si abusaron del poder del que gozaron o no. Esa es la pregunta y la respuesta es tan obvia que quizá lo mejor sea ilustrarla simplemente. Cualquier persona normal razonaría de este modo: si juzgan o destituyen o meten a la cárcel a un mandatario, como fue ni más ni menos que el caso de Richard Nixon en los USA, el de Fernando Collor de Mello y Lula da Silva en Brasil y otros que podríamos citar: ¿por qué no podrían en México ser juzgados políticamente los pasajeros amos del país?¿Es acaso absurdo pedir que rindan cuentas? ¿Quién los exoneró de dicha obligación? ¿El pueblo de México, al que tanto humillaron, ofendieron y degradaron desde todos puntos de vista? Seamos claros y directos: la solicitud del presidente de que se determine si constitucionalmente los ex-funcionarios públicos mayores, como dije seres humanos como nosotros, que ocuparon durante un periodo larguísimo un puesto privilegiado pero que lo aprovecharon en última instancia ante todo para hacer el mal, son susceptibles de ser juzgados es la expresión política del sentimiento nacional. Es evidente que si fuera un mero capricho presidencial sería insensato siquiera proponer algo así. El presidente no tendría la fuerza política para ello. Pero lo que les debe quedar bien claro a estos lacayunos “intelectuales” al servicio de los ex–presidentes es que lo que está detrás de la iniciativa presidencial es una demanda nacional, es lo que los mexicanos queremos. Lo que el presidente perfectamente captó fueron las significativas miradas de las víctimas de los pseudo-virreyes, de los que se creyeron miembros de una nueva nobleza, de los que nos trataron como si fuéramos sus siervos. Señores intelectuales, sabios del Trópico de Cáncer: ¿quieren saber qué queremos los mexicanos? Que juzguen a los delincuentes! ¿Les quedó claro?

Sabemos, pues, en qué consiste el actual conflicto y quienes toman parte en él. Contemplando el campo de batalla, nos damos cuenta de que, desde diversos puntos de vista, la confrontación es muy dispareja. El enemigo tiene la prensa (yo no la llamaría amablemente ‘de derecha’ ni ‘fifí’ ni nada por el estilo, sino más bien ‘abiertamente reaccionaria, vendida y anti-mexicana’), la televisión (Televisa a todo volumen) y a su servicio una cierta casta (no llegan a constituir una clase, ni por el número ni por la heterogeneidad) conformada por “intelectuales” acomodaticios, resentidos por haber perdido regalías de toda índole, gente abiertamente al servicio de servidores públicos, de super-ricos o de potencias extranjeras operando en México. Lo que sin dudad tienen en común es que todos reverencian el dinero. Por su parte, el presidente tiene consigo dos “comodines” políticos: desde luego, las instituciones nacionales y, no menos importante, un incuestionable y decidido apoyo popular. Pero viéndolo bien, tiene también algo más, a saber, lo animan causas justas. Ahora bien, es menester señalar que el gobierno también tiene debilidades, algunas de ellas graves. A mi modo de ver, las debilidades mayúsculas del presidente son, primero, que no tiene portavoces, que carece de un departamento de propagandistas dedicados a defender, justificar y ensalzar su política, sus decisiones, su lenguaje, etc., así precisamente como lo hacen sus enemigos; segundo, que en su afán por ser coherente el presidente de despoja a sí mismo de armas para el combate cotidiano. O sea, él mismo se debilita; él mismo le abre las puertas a los traidores, saqueadores, tramposos de toda clase. Parecería que al presidente se le olvida, desgraciadamente, que la lucha política pasa por fases diversas y que una cosa es la lucha por el poder y otra la lucha desde el poder. Cambiar de tácticas no es ser incoherente; es simplemente adaptarse a las nuevas circunstancias. Aquí no se está lidiando con párvulos y se tira a matar.

Ser dirigente de un gobierno popular inevitablemente implica que se lastimen intereses creados, ilegítimos, espurios, indecentes y eso, obviamente, tiene que suscitar enemistad, animadversión, odio y deseos de acabar con él (políticamente al menos). En México, sin embargo, la lucha es dispareja porque el presidente juega con reglas y se atiene a ellas, en tanto que sus adversarios no. Calumnias como las que aparecen en el “Reforma” deberían ser penadas. La disparidad en cuestión, por otra parte, tampoco es casual. Después de todo puede tratar de defenderse con la ley cuando de lo que se es culpable es de delitos de lesa nacionalidad. Ciertamente, el presidente podría ser mucho más drástico de lo que es en el marco de la ley, pero no lo está siendo. Cualquier reporterillo o reporterilla de tercera le falta al respeto durante sus exposiciones matutinas. Todo eso desespera a sus seguidores y simpatizantes. A mi modo de ver, permean el pensamiento del presidente algunas confusiones conceptuales más bien graves (como por ejemplo confundir libertad con anarquismo, permitir actos unilaterales de violencia como muestra de democratismo, etc.), pero no entraré en ellos aquí y ahora. Me interesa hacer un esfuerzo y adelantarnos a lo que sugieren los manuales para derrocar gobiernos legítimos.

Estoy seguro de que a más de una persona le parecerá que lo que estamos viendo es una película que hemos visto ya en numerosas ocasiones. Las ambiciones, los temores, los odios de los afectados en la lucha actual son hombres ricos y poderosos, individuos que pueden recoger el guante y enfrentarse al gobierno. De lo que quizá no estén muy conscientes es de que con esa postura lo que logran es llevar a los dirigentes (y como consecuencia de ello, a los países) a posiciones para las que posteriormente no hay marcha atrás. Son seres así, totalmente renuentes al cambio y a la renovación, los que obligan a que los gobiernos sean derrocados o se radicalicen para seguir existiendo. Parecería entonces como si los dirigentes de gobiernos populares tuvieran que elegir entre ejemplificar a Nicolás Maduro (radicalización de un movimiento) o a Salvador Allende (auto-inmolación en aras de un ideal político). En otras palabras, ante la presión de los oligarcas, los caciques, los patriarcas, los grandes rateros y demás o se acentúan los procesos de lucha contra la corrupción, contra la delincuencia, etc., o los dirigentes optan por dejarse asesinar y le ceden el lugar a los Pinochets de siempre. Huelga decir que los ineptos intelectuales tropicales no tienen nada que temer ante un golpe de estado, signifique eso lo que signifique para la Patria. Ellos saben cómo entenderse con el poder militar, cómo adular a los nuevos jerarcas y sobre todo, cómo beneficiarse del fin de la lucha contra la corrupción y la miseria, que a final de cuentas para ellos no pasa de ser un tema de seminario, en el mejor de los casos.

El presidente ciertamente tiene consigo dos “comodines”: las instituciones nacionales y un incuestionable apoyo popular. Afortunadamente, así como están las cosas intentar un putsch, un atentado, un golpe de estado es todavía prematuro y simplemente equivaldría a incendiar el país de arriba abajo. Eso sólo le convendría a los que están en la mira de la justicia. Para fortuna de nosotros, los mexicanos, los encargados de preparar el terreno de la ingobernabilidad profunda son unos magníficos ineptos, por lo que podemos afirmar que la primera fase del manual ni siquiera se ha iniciado.

Andrés Manuel López Obrador: ¿drama o tragedia?

Todo mundo sabía que, a partir del momento en el que el Lic. Andrés Manuel López Obrador ganara las elecciones presidenciales, el país automáticamente se encaminaría por la ruta de la confrontación política y social. Era impensable que, por injustificados que fueran sus privilegios, los favorecidos del antiguo sistema y a quienes se les iba a poner en orden se quedaran pasivamente contemplando su defenestración. La confrontación en cuestión, cuya temperatura sube día con día, era de entrada muy desigual, muy dispareja. Por un lado estaban el presidente, las masas de votantes que lo llevaron al poder y los aparatos de Estado, i.e., el gobierno nacional, ocupado éste por primera vez desde hace muchos lustros por un genuino representante de las clases trabajadoras, populares, menos favorecidas, despreciadas. En otras palabras, por el pueblo de México en su inmensa mayoría. Por el otro lado estaban las vampirescas élites nacionales, las mafias constituidas por gente de camisas de seda y relojes de 100,000 pesos pero carentes por completo de escrúpulos, nunca movidos únicamente por algo que no fueran intereses personales y que habían logrado, a través de un fétido e inducido proceso de putrefacción social, apoderarse de los organismos de gobierno y ponerlos a funcionar para su beneficio. Naturalmente, este opulento grupo social que vive de la sucia mezcolanza de poder político con poder financiero en gran escala nunca viene solo. El grupo en cuestión actúa libremente pero de manera oculta y silenciosa, porque para la defensa de sus ambiciones y la representación pública de sus intereses tiene a su disposición, es decir, a sueldo, a toda una caterva de dizque intelectuales tercermundistas, de calumniadores profesionales que se presentan a sí mismos como “periodistas”, como “comunicadores” o como “especialistas” pero que en realidad no son otra cosa que agitadores profesionales, mentirosos descarados y agentes incrustados en los sistemas de propagación ideológica y control mental, es decir, en los periódicos, en la televisión y en el radio. No incluyo las redes sociales puesto que, afortunadamente, éstas no les pertenecen porque, como a todos nos queda claro, si fueran de ellos harían de dichas redes exactamente el mismo uso que hacen de los medios de comunicación de los cuales sí son propietarios. Así, pues, en la confrontación que arrancó desde el momento en que el Lic. López Obrador tomó posesión y que al día de hoy no ha menguado ni tiene visos de hacerlo, muy rápidamente las partes del conflicto quedaron nítidamente delineadas ante la opinión pública. El poder quedó del lado del presidente, un poder fuertemente respaldado por un apoyo popular masivo e incondicional; del otro lado quedaron, aparte de los grupúsculos de privilegiados susceptibles de ejercer fuertes presiones económicas y políticas, todos los mecanismos de desinformación y desorientación sistemáticas a los que se puede recurrir y que desde entonces simplemente no dejan de funcionar. Todo mundo sabe que la lucha tramposa, mal intencionada, mendaz, tendenciosa de los enemigos del presidente y, por transitividad, del gobierno y del pueblo de México, se implementa y actualiza 24 horas al día. El presidente ha respondido a todas estas agresiones, que van desde estupideces mayúsculas y difamaciones indignantes hasta acciones que rayan ya en la ilegalidad, con medidas de gobierno sensatas, con políticas que sólo quienes no sienten nada por México podrían cuestionar, con una conducta personal intachable y con sus conferencias matutinas, imprescindibles para mantener un mínimo de equilibrio respecto a la información. Así, pues, a primera vista al menos el escenario político nacional se ubica sobre un trasfondo de conflicto y confrontación cotidianos que hace pensar que de lo que somos testigos es de un drama político de resultado incierto.

Ahora bien, con el anuncio, hecho por el mismo presidente de México, de una genuina conspiración en su contra, ya a estas alturas imposible de ocultar y en verdad cada vez más descarada, y dados ciertos excesos de bondad, de liberalidad y quizá hasta de inocencia o de miopía política en los que una y otra vez los dirigentes de la Cuarta Transformación incurren, provocados por ciertas confusiones conceptuales tan burdas como graves pero cuyos efectos de inmediato se hacen sentir, la percepción del conflicto social que vive hoy nuestro país forzosamente cambia y nos lleva de visualizarlo como drama a verlo como una potencial tragedia. Hagámonos entonces abiertamente la pregunta: ¿es lo que vive México un drama político o más bien lo que se está gestando es una tragedia política? Intentemos responder a este interrogante.

Empecemos con una aclaración semántica. Es innegable que en nuestro país se tiende a usar de manera inexacta o semi-correcta la palabra ‘tragedia’ y sus derivados, como ‘trágico’. Se habla de una tragedia cuando se produce un desastre natural y que muchas personas mueren o cuando fallecen muchas personas en un accidente aéreo o cosas por el estilo. Pero en sentido estricto una tragedia es otra cosa. La palabra, como todo mundo sabe, es de origen griego y en la antigua Grecia servía para designar cierta clase de representaciones histriónicas cuya característica esencial o definitoria era que el héroe de la pieza de teatro que fuera, por una concatenación de sucesos y acciones, se veía llevado al desenlace fatal que él a toda costa y conscientemente había tratado de evitar pero que, por coincidencias, felonías, intrigas, errores, caprichos de los dioses, casualidades, etc., él mismo generaba y ante los cuales finalmente sucumbía. Demos un ejemplo simple: a Edipo se le dice que matará a su padre y se casará con su madre. La perspectiva de semejante situación genera en la gente normal un sentimiento de horror y de repulsión tanto ahora como en aquellos tiempos, en Grecia como en China. Para evitar semejante destino, Edipo abandona su tierra natal pero por sus propias acciones y un sinnúmero de vicisitudes, él mismo sin saberlo se coloca en la posición de matar al rey (que es su padre, lo cual naturalmente él ignora) y casarse con la reina (que es su madre). Él no quería que eso pasara pero, por así decirlo, su destino ya estaba escrito y no había forma de que lo eludiera. Hiciera lo que hiciera, él estaba condenado a algo y en eso precisamente consiste la tragedia: él mismo construyó la vía que lo llevó a tan horrendo resultado.

Con base en lo expuesto, podemos replantear nuestra pregunta, la cual tendrá para nosotros ahora sí un sentido un poco más definido: cuando hablamos de la Cuarta Transformación y del futuro del actor político del cual ella depende, esto es, del Lic. Andrés Manuel López Obrador: ¿aludimos a un drama o hablamos más bien de una potencial tragedia?

Consideremos la primera opción. Si la lucha política que casi paraliza al país es un drama, entonces la moneda está en el aire y el resultado es aquí y ahora impredecible. Puede ganar el proyecto del Lic. López Obrador como puede vencer la poderosa clique anti-mexicana. En ese caso, todo dependerá de la habilidad de quienes toman parte activa en la confrontación. Al respecto yo pienso que en, en circunstancias normales, la batalla la tiene ganada el presidente de México. ¿Por qué? Las razones son múltiples y de muy variada índole, tanto positivas como negativas. Mencionemos velozmente un par de ellas.

En primer lugar, las causas por las que el actual gobierno (dirigido por un auténtico luchador social como lo es el presidente) lucha son intrínsecamente mejores, más nobles que las de los adversarios. Es risible pensar que es mejor luchar por mezquinos intereses personales o de grupo que por intereses colectivos y nacionales. Y, como era de esperarse, las diferencias entre objetivos tienen su reflejo en las diferencias entre los individuos que toman parte en la contienda. A mí al menos me parece obvio que no pueden tener el mismo status moral quien a toda costa y por todos los medios pelea por mantener sus privilegios sin que le importe en lo más mínimo su costo social que quien lucha por salvaguardar los intereses básicos los demás. Nadie nos podrá convencer de que es mejor rescatar unos cuantos emporios que garantizarle un mínimo de comida, educación y salud a la inmensa mayoría de la población. Prima facie, nadie intentaría convencernos de que el eje fundamental de la política del actual gobierno, a saber, la lucha en contra del virus social y mental de la corrupción, sea algo que deberíamos combatir. Sinceramente, no creo que haya una persona en su sano juicio que seriamente intentara defender el excepcionalismo fiscal consistente en exentar de impuestos a grandes corporaciones, a los compadres y amigos con los que se quiere quedar bien y en última instancia a quien uno quiera, porque para eso se detenta el poder. Recuérdese además que cuando hablamos de exención de impuestos no estamos aludiendo a los impuestos que Hacienda extrae de profesionistas, de pequeños empleadores, de burócratas que están en nóminas y que son fácilmente detectables, etc. No! Estamos hablando de opulentas empresas a las que se les condonaban miles de millones de pesos por ser eso precisamente, esto es, empresas opulentas. Y en este contexto ‘opulentas’ quiere decir justamente que podían sin problemas pagar los impuestos que le deben al erario público. Que estamos hablando de fraudes descarados lo pone de relieve el hecho de que ni una sola de las entidades físicas o morales que se beneficiaron de la política de discrecionalidad fiscal practicada por los presidentes que antecedieron al Lic. López Obrador defiende públicamente su injustificado privilegio. Privilegios así, declaradamente injustos, simplemente no son defendibles y no hay nada más que discutir. Con toda franqueza y en toda candidez: aparte de algún retorcido mental: ¿quién puede ir en contra de la política de recuperación de adeudos? Con ejemplos de esta clase podríamos llenar páginas, por lo que me limito a enunciar mi premisa y conclusión: las causas de la Cuarta Transformación son superiores moral, legal y socialmente a las de sus adversarios.

En segundo lugar, es evidente que el tiempo corre en contra de los enemigos de la Cuarta Transformación y ello por una razón muy simple que hasta ellos entienden: la labor emprendida por el presidente tarde o temprano tendrá que empezar a rendir frutos de manera palpable, visible, tangible, imposible de negar. Una vez que empiece a darse la recolección de los resultados deseados éstos bastarán para cerrarle el pico a las aves de mal agüero que hoy retan al presidente. Para bien o para mal, lo cierto es que las transformaciones sociales llevan tiempo y el esfuerzo hasta hoy realizado por el presidente de México inevitablemente es de efectos retardados, porque no puede ser de otra manera. Pero ‘retardados’ no significa que no llegarán nunca, sino simplemente que no son inmediatos. En todo caso, una vez que el tren del sureste entre en funciones, que el nuevo aeropuerto de Santa Lucía se active, que el ciudadano medio se percate de los beneficios que acarrea la inmensa inversión en infraestructura que está haciendo el gobierno de México, cuando se aprecie lo que fue la reconstrucción y la puesta en funciones de decenas de hospitales abandonados y así sucesivamente, entonces la gente sentirá la necesidad de agradecerle al presidente todo el bien realizado, así como ahora le agradece la ayuda pecuniaria que ha desparramado (y con la que otros se habrían llenado los bolsillos). Se le habrá quitado entonces a la pandilla de propagandistas parásitos sus principales elementos de crítica del actual gobierno y habrán perdido para siempre la posibilidad de debilitar el apoyo popular al presidente. Por ello, mientras el pueblo de México siga sintiendo que tiene un gobernante que piensa en él y que se ocupa de él, que a través de becas, apoyos, programas sociales, etc., le ayuda a llevar comida a su casa diariamente, el actual gobierno tiene la partida ganada.

En resumen: podemos afirmar que si las cosas se dan como fueron previstas, cuando venga el momento de tomar decisiones, la balanza muy claramente se estará inclinando en favor del Lic. López Obrador. Estaríamos entonces hablando de un drama con un final feliz y de un nuevo comienzo en la historia de México. A mi modo de ver hay que ser muy miope políticamente para no entender que una vez que las importantes reformas efectuadas en todos los dominios de la vida social cuajen, éstas serán simplemente irreversibles o si son reversibles (lógicamente, todo puede pasar) lo serían a un costo tan alto que no es seguro que haya alguien que lo quiera pagar.

En México, lo sabemos, no hay oposición política no sólo de altura sino que simplemente no la hay, dado que los partidos promotores de la gran corrupción, PRI y PAN (muchos estarían tentados de añadir al PRD, pero no voy a entrar en controversia por esto. Con los dos primeros me doy a entender) fueron barridos en las elecciones y expulsados definitivamente de la mente y del corazón de la gente. A estas alturas: ¿quién se acuerda y a quién le importa el PRI? Ahora bien, eso no significa que los enemigos de México no hayan desatado una guerra contra el país no ya en las Cámaras, puesto que allí no cuentan, sino en los espacios públicos. La guerra contra el actual gobierno se da en dos grandes frentes. Está por una parte el frente silencioso pero efectivo de la economía real (falta de inversiones, boicot permanente de los planes de gobierno, remesas de divisas hacia el extranjero, etc.) y el frente estridente de los monigotes de ventrílocuo de siempre, dizque expertos parlanchines, mentirosos, tergiversadores y que, como plaga bíblica, acaparan casi en su totalidad periódicos y programas de radio y televisión. Todos los días se dicen cosas realmente tan ridículas como execrables sobre el presidente, sus colaboradores y su política. Desde Cero Gómez Leyva hasta Leo Zuckermann, pasando por los abominables Ricardos Alemanes y Lorets de Mola, todas las marionetas ideológicas al servicio de las élites enardecidas están metidas en una impresionante campaña en contra tanto de la Cuarta Transformación como de la persona misma del Lic. López Obrador. No debería sorprendernos, dicho sea de paso, que la lucha contra los intereses nacionales revista a menudo la forma de ataques en contra el ser humano mismo que es el presidente. Pero ¿quiénes son los soldados ideológicos de los regímenes anteriores? Son muchos y es por lo tanto imposible no digamos ya debatir con todos, sino simplemente enumerarlos. Confieso que no me rebajaría al grado de tomar en serio y discutir afirmaciones hechas por un engendro como Ricardo Alemán pero, para ilustrar rápidamente la calaña de los “críticos” de la presidencia, consideremos momentáneamente a Leo Zuckermann, por el cual (y esto debe quedar bien claro) Televisa es política y socialmente responsable. Presentado como un “especialista”, como un sabelotodo que lo mismo habla de finanzas que de cine (y cuya cultura cinéfila prefiero no traer a colación), este sujeto no tiene otro objetivo que desvirtuar, desprestigiar, difamar todo lo que emane del actual gobierno. Esa es su función. No hay programa (que yo, como muchas personas, dejé de ver hace ya mucho tiempo) en el que no intente abierta o solapadamente, dependiendo del tema, debilitar el pacto federal, la unión nacional, los esfuerzos gubernamentales para enfrentar la actual crisis, presentando siempre temas y problemas de manera insidiosa, tratando de convencer al tele-espectador de que el presidente es el responsable hasta de la pandemia que afecta a todo el planeta. En pocas palabras, Zuckermann es defensor de las causas más anti-populares y más anti-mexicanas y llega en sus desplantes y exabruptos hasta donde sus invitados se lo permiten. Pero tan pronto uno de estos difiere mínimamente, de inmediato se revela su verdadera estatura intelectual y entonces hace el ridículo mostrando sin dar lugar a ambigüedades que no tiene realmente nada que decir. Cometió, por ejemplo, el error táctico garrafal (en el que, supongo, nunca más volverá a caer) de invitar al ex-presidente de Ecuador, al gran Rafael Correa, pensando en que le iba a dar una cátedra de economía y de política pero de quien recibió una vapuleada formidable y por si fuera poco con la mano en la cintura. Quien vio el programa sabe que no hubo una sola cuestión en relación con la cual Correa no lo exhibiera como lo que es: un ignorante y un ideólogo barato que no resiste un examen serio. Esa sesión fue francamente desopilante! En todo caso, estos son los enemigos de AMLO y así son los enemigos del pueblo de México. Son estos grupos de poder e influencia quienes permanentemente riegan “fake news” concernientes a los programas de gobierno y la figura del presidente. A decir verdad, no sabemos qué son más, si las mentiras que destilan o las verdades que sistemáticamente ocultan.

Ante esta situación, a sabiendas de que el ataque permanente al presidente no va a cesar, si se va a seguir haciendo todo lo que se pueda por todos los medios asequibles para bloquearlo, para detener las reformas, para ridiculizarlo, para regresar al estado de impunidad y de injusticia social crónica e imperdonable que los opositores de la Cuarta Transformación tanto añoran, entonces la pregunta que hay que plantearse es: ¿cómo debe reaccionar el Lic. López Obrador en tanto que líder del gobierno y dirigente nacional? Yo pienso que hay una serie de puntos que es muy importante consignar y quisiera aquí enumerar de manera cruda algunos pensamientos que me parecen importantes tomando en cuenta el contexto real actual. De antemano prevengo que ni mucho menos pretendo ofrecer una lista exhaustiva ni un análisis completo ni nada que se les parezca. Además, estoy seguro de que no digo nada que el presidente no sepa ya, pero aquí de lo que se trata es, primero, de expresar lo que uno piensa y, segundo, de tratar de llamar la atención sobre diversos aspectos de la sorda lucha que se desarrolla en México porque ello podría ser de alguna utilidad para quienes quisieran que la Cuarta Transformación triunfe, es decir, que se imponga en este sexenio y se refuerce desarrolle en los que siguen. Con esto en mente, creo que podemos afirmar lo siguiente:

A) El presidente debe saber que su actitud pacífica y conciliatoria (porque lo es! Si no fuera así las cárceles ya estarían repletas de bandidos de cuello blanco, de promotores de golpes de Estado, etc.) no es correspondida. Él extiende la mano y lo que recibe es una bofetada. El presidente debería saber que en principio sí corre el riesgo de que lo derroquen, pero tiene que estar muy consciente de que si lo llegaran a derrocar no lo tratarían como él trató a sus adversarios. Que no se nos olvide que el odio político de los reaccionarios y facinerosos políticos de siempre en general se traduce en venganza personal y que son implacables como lo son todos aquellos que nunca respetaron la ley. La pregunta que nos hacemos es: ¿por qué tanto escrúpulo y tanta decencia por quienes no tienen barreras morales y que tienen en la conciencia crímenes de toda índole? Si estamos en un escenario de lucha política: ¿por qué no hacer abiertamente uso de las armas políticas de las que uno legalmente dispone? Muchos quisiéramos ver a un presidente un poquito menos condescendiente con los enemigos del país.

B) Mientras el presidente goce del apoyo popular masivo sus enemigos no se atreverán a llevar a cabo ningún atentado personal o estatal, porque no van a correr el riesgo de incendiar el país. El costo sería simplemente demasiado elevado. Pero debe quedar claro que no es por frenos morales, por escrúpulos legales, por sentimientos religiosos que se detienen, sino por temores de represalia popular, temores en este caso bien fundados. Pero entonces es obvio que el presidente no puede darse el lujo de decepcionar a la población porque ésta, junto con el estado de derecho, son su base, su plataforma, su apoyo. Ahora bien ¿cómo podría decepcionarse a la gente? La gente está muy agradecida con el presidente por la inmensa ayuda que ha recibido de él, y eso basta para contener a la ininteligible verborrea de los aburridos y repetitivos “analistas”, pero hay muchos hechos del mosaico social que le resultan a la gente incomprensibles y enervantes. Por ejemplo, el trato casi dulce a los delincuentes, a los vándalos, a toda clase de provocadores. Ahí tenemos un ejemplo de grave error conceptual. La aplicación de la ley no es nunca violación de derechos humanos. Está bien respetar los derechos de las delincuentes, esto es, los que la ley les conceda una vez consignados, pero es un error dejar que la gente se lleve la impresión de que de lo que se trata es de protegerlos, de cuidarlos, de mimarlos! Esta falsa impresión tiene que suprimirse. Nadie apoya los excesos policíacos, pero es absurda la política de no permitir que los policías se defiendan y de que se les reduzca a ser meros observadores pasivos de destrucción citadina, de propiedad ajena, de monumentos públicos, etc. La imagen del gobierno decae, se deteriora en la mente popular cuando los abusos de los cuales la gente es víctima diariamente no son enfáticamente perseguidos y presentados como lo que son. Y aquí hay un peligro, porque la gente es manipulable y la verdad es que se está innecesariamente afectando una faceta sensible en la vida del ciudadano.

C) Es importante presentar ya resultados exitosos concretos. Hay muchos acusaciones, muchos procesos, etc., pero muy pocos resultados. La extradición de Emilio Lozoya Austin no se ha concretado, de la investigación sobre Ayotzinapa todavía no hay nada, se permite que los ex-presidentes se conviertan de nuevo en agentes políticos activos (lo cual es muy peligroso), etc. Los casos de Rosario Robles y del abogado Collado no son suficientes. Como ya dije, sin duda los esfuerzos, las inversiones, etc., del actual gobierno empezarán a dar resultados, pero la población tiene hambre y sed de justicia y también necesita ser saciada. No creo que sea necesario decir mucho más que eso.

D) El presidente debe protegerse. Su política en relación con el coronavirus es defendible, inclusive si los argumentos que la sustentan no se dan, pero él por ningún motivo debería exponerse más allá de lo estrictamente necesario y el presidente se expone más de lo conveniente. Aquí lo único que yo me atrevería a hacer sería el recordatorio de que si al Lic. López Obrador le pasa algo, el país se hunde. Él debe desde luego cuidarse por él mismo, como es lo normal, pero él debe cuidarse más todavía porque millones de personas dependen de que él esté bien. Y eso es algo que tiene que tener el presidente permanentemente en la conciencia.

Regresemos a nuestra pregunta: la lucha política actual ¿es un drama, un estira y afloja cuyo resultado es imprevisible, o se trata de un conflicto que tiene de entrada un perdedor fatalmente designado?¿Está acaso el Lic. López Obrador tomando decisiones y conduciéndose de manera que él mismo está labrando su ruta hacia el fracaso y la derrota? Si el presidente se equivoca, si comete errores de debilidad, va a tener que pagar las consecuencias. Y entonces se habrá consumado la tragedia de Andrés Manuel López Obrador. Lo que ni él ni nadie deberíamos perder de vista es que si la tragedia del presidente se consumara junto con ella se habría producido una tragedia más en la serie de tragedias que conforman la historia de México.

El Cuento de Nunca Acabar

Sin duda muchos refranes no son otra cosa que sabiduría popular encapsulada. A veces esta sabiduría proviene de fáciles generalizaciones y en ocasiones de intuiciones afortunadas del sentido común. Así, por ejemplo, es de sentido común pensar que el mundo y la vida están marcados por contrastes: allí donde hay blanco hay también negro, donde hay pobres hay ricos, donde hay débiles hay fuertes y así sucesivamente. Algo así ha de estar en la raíz del famoso refrán No hay mal que por bien no venga. Éste es un dicho de cariz optimista y a mí me parece que la situación por la que atravesamos nos hace aceptarlo con entusiasmo y hasta con fervor. Dado que no podemos modificar la terrible situación prevaleciente, el refrán en cuestión opera como un paliativo, como un analgésico mental y de alguna manera nos fuerza a hacer de necesidad, virtud. Tenemos, desde luego, que tener los pies en la tierra y no pensar que las cosas van a cambiar para bien en los próximos meses, no digamos ya en las próximas semanas, y deberíamos hacer un esfuerzo para formarnos una idea clara de la situación en la que estamos inmersos y así poder disponer de una perspectiva realista de lo que nos espera. Dicho de otro modo, lo que con más fuerza deberíamos tratar de evitar en este caso son las ilusiones fáciles, porque es altamente probable que el desengaño venga rápidamente y que sea devastador. Pero precisamente por eso también es normal que hagamos un esfuerzo por percibir algo alentador en estas tinieblas en las que estamos envueltos. Por otra parte, llamaré la atención sobre el detalle de que el refrán aludido tiene alcances relativamente limitados y esto es algo que se puede probar. Supóngase que consideramos que la actual pandemia es un super mal. No se sigue de ello entonces que No hay super mal que por super bien no venga. Esto ya no es el refrán ni, por paradójico que suene, está implicado por él. Y la prueba de ello la tenemos ante los ojos: podemos apuntar o reportar alguna utilidad o bondad de esta infección mundial, pero difícilmente alguien podría destacar un aspecto extraordinariamente positivo de la misma. No hay tal cosa o por lo menos por el momento no la vemos y, por consiguiente, el refrán que podría pensarse que está lógicamente implicado por el primero no queda establecido. Tendremos, por lo tanto, que conformarnos con enunciar algunas facetas medianamente positivas de la actual situación, sin olvidar (para que no haya mal entendidos) que éstas se inscriben en un marco mucho más amplio y profundo de desgracia humana.

Nuestra pregunta inicial es entonces: ¿realmente tiene algo de bueno esta epidemia mundial? Yo creo que sí, pero antes de enumerar sus bondades más prominentes no estará de más hacer un veloz recordatorio de los terribles y tangibles efectos de la pandemia. Podemos enumerar por lo menos las siguientes consecuencias desastrosas:

1) La muerte de centenas de miles de personas. Y las que faltan…!

2) El contagio de millones de personas, lo cual automáticamente convierte a un alto porcentaje de ellas en víctimas potencialmente mortales del virus.

3) El colapso económico de los países. Es bien sabido que un rasgo distintivo de este virus es que es altamente contagioso, mucho más que el del N1H1 aunque quizá menos letal. Para mitigar su efecto fue indispensable clausurar las ciudades, es decir, cerrar los comercios, reducir el transporte público al mínimo, prohibir las aglomeraciones y por lo tanto cerrar bares, restaurantes, cines, teatros, estadios, centros comerciales, enviar a sus casas a todas las personas que trabajan en oficinas de la clase que sea: entidades gubernamentales, bancos, empresas particulares y comercios en general; se acabó el turismo, tanto nacional como internacional, se cerraron escuelas, universidades, clubes y demás. Todo eso representa un corte brutal en la cadena productiva y dentro de poco tiempo en la cadena de reparto de bienes de consumo, los fundamentales incluidos (alimentos, medicinas, etc.).

4) Aunque esto varía de país en país, es innegables que asistimos a un control cada vez más completo y más férreo de los ciudadanos por parte del Estado. En multitud de países, y no en México gracias a la visión política nacionalista y humanista del Lic. Andrés Manuel López Obrador (algo que quizá muchos mexicanos ni entienden ni aprecian), la policía tiene derecho de detener a la gente en la calle o en su casa, de exigirles documentos, permisos, aclaraciones, etc., y están autorizados a emplear la fuerza si lo consideran apropiado. En otros países, como los Estados Unidos, desde la época de Obama ya se intervenían los teléfonos, los correos electrónicos, las redes sociales, etc. En otras palabras, estamos empezando a vivir en una situación que desde nuestra plataforma actual es de clara violación cotidiana de derechos humanos. Dicho de otro modo, los ciudadanos hemos perdido derechos. Y esto apenas empieza.

5) Es perfectamente comprensible y por lo tanto previsible que habrá cortes profundos en los procesos productivos y comerciales, en particular de alimentos, todo lo cual tendrá como consecuencia ineludible una baja notoria en el nivel de vida y hasta hambrunas y otros fenómenos económicos y sociales, como desalojos, embargos, etc. No deberían descartarse situaciones de anarquía en las cuales el reino de derecho simplemente sucumbe.

6) Pérdidas de empleo, que ya en este momento se cuentan por millones (14 nada más en los Estados Unidos). Es muy poco probable que todos los empleos se recuperen cuando medio regresemos a la “normalidad”. Para entonces ya habrá quedado claro que el trabajo que hacen 10 personas lo pueden hacer 5, que no se necesita estar pagando oficinas, choferes, agua, luz, elevadores, estacionamientos y demás y que la gente puede trabajar desde su casa. Es, pues, inevitable una fuerte contracción laboral, lo cual a su vez acarreará innumerables problemas sociales. Piénsese en México, en donde desde antes de la crisis ya la mitad de la población en edad de trabajar estaba en el sector informal. En nuestro país éste crecerá espantosamente (y no faltará alguno que otro especialista en taradeces que pomposamente pretenda inculpar al presidente por las desastrosas consecuencias de una pandemia).

7) Yo creo que podemos hablar de violaciones financieras, si nos referimos a lo que sucederá con los países vis à vis los organismos financieros internacionales, la banca mundial, los gobiernos con dinero. Países como México necesitarán urgentemente miles de millones de pesos para tratar de reactivar sus lastimadas economías, fondos que generosamente serán proporcionados por las instituciones ad hoc, las cuales obviamente aprovecharán la oportunidad para imponer inmisericordemente sus planes hambreadores de austeridad y de lumperización de la población mundial. No hablemos ya de los chantajes de las trasnacionales, en particular mas no únicamente, de las farmacéuticas, y las compras forzadas de vacunas (muchas de ellas muy probablemente inefectivas o inclusive contraproducentes, pero no por ello no obligatorias).

Podríamos extender la lista de males que o ya nos aquejan o nos irán afectando poco a poco, a medida que la pandemia se apodere del mundo, pero estoy seguro de que con los males enumerados basta para tener la certeza de que nos habrá tocado vivir en una época tétrica para la humanidad en su conjunto. Pero por otra parte no nos engañemos: mientras el 99% de la población mundial sufrirá de uno u otro modo, y lo más probablemente es que mucho, por la peste de la que se nos hizo víctimas, el 1% de la población mundial se frota las manos por los mega-negocios que de hecho ya están empezando a hacer en detrimento, claro está, de la casi totalidad de los seres humanos. Sobre esto regresaré velozmente al final del artículo, pero ahora quisiera tratar de compensar el estado anímico desastroso en el que se puede caer cuando se piensa en los males que padecemos llamando la atención sobre algunos aspectos de la vida actual que sería importante apreciar y hasta disfrutar o aprender a hacerlo. Quiero hacer ver que el refrán mencionado al inicio tiene sentido y aplicación hasta en las peores circunstancias.

1) Sin duda alguna, una aportación positiva a la vida humana por parte del virus es que la gente tuvo que modificar sus costumbres de higiene. Después de todo, no es lo mismo lavarse las manos al menos 12 o 15 veces al día y dejar los zapatos a la entrada de la casa que comer sin lavarse después de haber manoseado dinero, haber ido al baño, haberse rascado, peinado, etc., etc., y entrar a la casa metiendo en ella todo lo que pudo impregnarse en sus suelas. Supongamos que mucha gente sólo se lava las manos 6 veces al día. Magnífico! Ya con eso de todos modos salimos ganando! Sin duda este paso forzado hacia la limpieza es algo que no podemos más que aplaudir. Ahora, si pasada la tormenta la gente da muestras de no haber asimilado las reglas de higiene que se le impusieron y regresa a sus antiguos hábitos, ello constituirá una gran decepción, pero ni así se no nos hará añorar la época en la que la gente era limpia cuando el coronavirus estaba entre nosotros.

2) Como todos sabemos, existen en nuestro medio, en nuestro país y en muchos otros lo que podríamos denominar los ‘parlanchines de la democracia’. Me refiero a todos aquellos que hicieron del tema de la democracia su modus vivendi, los que se desgañitan y se rasgan las vestiduras ensalzando a la democracia y vituperando y maldiciendo a todo aquel que se atreviera a cuestionarla. Parte de lo grotesco de estos actores ideológicos es que por ‘democracia’ no entienden otra cosa que juego electoral. Su logorrea es chistosa en la medida en que todo se reduce a un mero ejercicio verbal, consistente en indignarse o exaltarse haciendo alusión a una situación particular. Ahí empieza y termina la defensa de la democracia por los parlanchines y los demagogos. No obstante, quiero aprovechar la oportunidad para señalar la lección en democracia impartida por el coronavirus, el cual ha dado una muestra fehaciente, palpable, casi podríamos decir “respirable” de lo que es un auténtico proceso democrático. Básicamente, aquí no hay escapatoria: grandes y chicos, gordos y flacos, morenas y rubias, simpáticos y antipáticos, gente productiva o inútiles, patriotas o vende-patrias, amigos o traidores, Don Juanes o cornudos y así ad infinitum, todos somos susceptibles de atrapar el virus y de pasar a mejor vida en cualquier momento. Algunos se salvan por su condición saludable y otros no pasan la prueba y fenecen. Lo democrático consiste en que el virus no hace distinciones de clase, sexo, edad, etc., y trata a todos por igual. Nadie podrá negar que desde el punto de vista de la democracia es muy superior el virus a los aburridos propagandistas de siempre. Es cierto que ese 1 % de la población a la que aludí un poco más arriba sí está protegido frente al virus y allí éste falla. Para que el actual virus afecte a uno de los super ricos tiene que pasar multitud de filtros y tratar de dañar organismos que seguramente están ya más que preparados para la batalla. Ahora bien, si seguimos con el paralelismo podemos extraer una moraleja política importante, a saber, que inclusive en las condiciones más apropiadas para ella, la democracia tiene límites. Eso es, sin duda alguna, una lección “virulenta” digna de ser tomada en cuenta.

3) Una tercera causa de regocijo que le debemos al virus es que los absurdos niveles de consumo quedaron prácticamente suprimidos, restringiendo los gastos de millones de personas a lo que es estrictamente indispensable, lo que realmente se necesita para vivir. Esto ha generado una cultura de ahorro que abiertamente choca con la de despilfarro y desperdicio en la que desde hace ya mucho tiempo se vivía. Yo creo que, de buena o de mala gana, la gente está en posición de constatar cuán absurdamente dispendiosa era inclusive en épocas que no eran de Jauja para un alto porcentaje de la población. Yo pienso que si esta crisis le abre los ojos a la gente y la hace reflexionar sobre lo superfluo que son realmente innumerables prácticas de consumo le estará haciendo un bien y de paso le estará indicando que lo realmente valioso en esta vida es lo contrario de ser una “compradora compulsiva” o un consumidor insaciable. Si algo en ese sentido se aprende, se lo deberemos al coronavirus.

4) Es perceptible el resurgimiento o (dado que estábamos tan mal) el florecimiento, la re-invención de sentimientos y actitudes de solidaridad social, la promoción de conductas menos agresivas de unos hacia otros. Esto, desde luego, hay que matizarlo. Nunca faltan salvajes que atentan en contra de enfermeras, doctores, asistentes, ayudantes, etc., y que ciertamente desconfirman lo que afirmo. Afortunadamente, sin embargo, son los menos y la inmensa mayoría de la gente los repudia. Es cierto también que nunca falta la maleducada o el barbaján que no respeta reglas y que despliega conductas anti-sociales en el supermercado, en la farmacia, con sus vecinos, etc., es decir, en donde pueda. Pero, de nuevo, no son las excepciones lo que nos interesa ni lo que nos llama la atención. Es la conducta masiva, poblacional, colectiva lo que nos importa y es ahí donde percibimos cambios positivos. Y aquí no podemos más que hipotetizar, pero nuestro razonamiento está respaldado por los hechos. Lo que podemos decir es: si no hubiera sido por el coronavirus seguiríamos viviendo en la selva de asfalto. Lo menos que podemos decir entonces es: gracias coronavirus!

5) Aunque ciertamente no tan contundente como otras situaciones, el haber forzado a la población mundial a refugiarse en sus casas (que tour de force realmente! Qué manifestación de poder tan impresionante!) obligó a la gente a aprender a convivir con su propia familia de una manera hasta ahora en gran medida insólita, inusitada. Una cosa es exaltar la familia verbalmente (el tema de la familia es como el tema de la democracia: propiedad de los demagogos, pero nada más) y otra es convivir cotidianamente con sus miembros. De hecho, para un alto porcentaje de personas iniciar un modo de vida por las imposición de restricciones por culpa del virus ha sido adentrarse por una ruta prácticamente desconocida. No es lo mismo salir todos los días a primera hora, regresar por la noche y medio convivir con su familia los fines de semana que estar las 24 horas del día con ellos. Puede uno entonces percatarse de que antes de la pandemia había deberes que simplemente no se cumplían. Pero ver al hijo aburrido o triste obliga (en condiciones normales) a querer entretenerlo, a enseñarle algo y por lo tanto a pasar tiempo con él, a responder a sus inquietudes, etc. Esa oportunidad se la dio el virus a cientos de millones de personas. Desde luego que, por razones comprensibles de suyo, también se incrementa la violencia intra-familiar, pero eso lo único que significa es que las bondades del virus no son totales.

6) Se ha producido un ahorro inmenso en horas/trabajo/hombre. Yo conozco personas que para llegar a su trabajo tienen que salir a las 6 de la mañana de su casa y están de regreso en ella a las 8 de la noche. Si no me equivoco, son 8 horas de trabajo y 6 horas de trayecto. Eso es infernal y no hay persona que después de meses de dicho tratamiento no esté agotada, de mal humor, incapaz de hacer multitud de cosas porque en lo único que piensa es en recuperarse para el reinicio de la semana de trabajo. Al forzar a las empresas a enviar a sus empleados a sus respectivas casas la gente está viviendo de una manera un poco más natural y disfrutándolo como nunca. Y si quisiéramos agradecerle esta “reforma laboral”: ¿a quién tendríamos que dirigirnos? A ese virus que nos amenaza a todos de muerte. Así son las paradojas de la vida.

7) Sin duda alguna, la maldición del coronavirus está forzando a la gente a actualizarse y a los países a modernizarse. Si ya existían prácticas comerciales, monetarias, etc., que se realizaban por medio de computadoras y teléfonos celulares, esas prácticas ahora se generalizaron al máximo. Esto es una preparación para lo que viene, como el dinero virtual, la robotización de la vida, los chips insertados en el cuerpo con toda la historia clínica del paciente, etc. En otras palabras, el virus obligó a la sociedad a ir al ritmo que la tecnología marca. Así es el progreso social y aunque éste no dependía estrictamente hablando del coronavirus, sin duda éste le dio un formidable impulso.

8) Por último, quisiera señalar que una de las grandes consecuencias maravillosas que ha tenido el temible virus es la felicidad de los animales del mundo ante el retroceso de su peor depredador. Yo creo que podemos afirmar que por lo menos los miembros del reino animal están de fiesta, están felices. Ellos han recuperado (mínimamente, pero lo han hecho) sus espacios. La verdad es que es un gozo ver a los tiburones pasearse por las costas, a los jabalíes corriendo por los parques, a los monos tomando las ciudades, a los ciervos caminando por las avenidas, a las aves revoloteando como cuando uno era joven y así indefinidamente. Nadie nos puede venir a decir que esos espectáculos no son como un sueño, un sueño que contrasta, primero, con la antigua realidad de los animales y, segundo, con la pesadilla que estamos viviendo. Qué daríamos por que los humanos aprendieran las lecciones de vida que el virus está impartiendo!

Ahora bien, una cosa son las, por así llamarlas, ‘bondades’ del virus y otra el status moral de quienes lo soltaron. A estas alturas ya quedan pocas dudas respecto al origen de laboratorio del Sars-2-covid al igual que en relación con las motivaciones políticas, económicas y sociales que subyacen a su aparición y expansión por la faz de la Tierra. Confieso que pocas opiniones tan torpes he escuchado en mi vida como la de que uno de los potenciales resultados de esta pandemia sería una modificación drástica del sistema capitalista en aras de una más justa distribución de la riqueza! Me parece esta una convicción que sólo la podría tener un retrasado mental. Pero no voy a entrar en ese debate aquí. Me interesa pensar un momento sobre algo que nos quitaron y sobre lo que, en un futuro no muy lejano, podría sobrevenir. Yo creo que, dicho de la manera más general posible, lo que nos robaron los super-criminales que a través de la manipulación del virus jugaron a ser dioses, a ser los amos del mundo, a esclavizar a la humanidad para seguir manteniendo sus superlativos privilegios fue el sentido de nuestras vidas. En la medida en que no nos hemos extinguido, un nuevo sentido tendrá que aparecer, pero para millones de personas eso es como volver a nacer, sólo que no para renacer como niños sino para renacer cuando ya se está en el umbral de la muerte. La gente mayor (y hablo de la gente que tiene de 60 años en adelante) tiene ahora que aprender nuevas reglas de convivencia, nuevas reglas sociales (desde como saludarse, como estornudar, cómo salir a la calle, como pagar lo que adquiera, etc.) sólo que en la última etapa de su vida. Ya no tiene eso mucho sentido. Si ya no se pueden ver abuelos y nietos, si ya las parejas no pueden hacer el amor normalmente, si hay que cambiar las dietas y de buenas a primeras hacer todos los días ejercicios respiratorios preparándonos para lo peor, etc., la vida adquiere otro sentido, uno nuevo y hasta cierto punto incomprensible. Para la gente que está en la última etapa de su vida un cambio así es particularmente difícil de asimilar. Nosotros vivimos en estado de guerra, en guerra con un enemigo invisible y que puede dejar caer sobre nuestras cabezas su temible espada en todo momento, cuando menos nos lo imaginemos. Es difícil no sentir terror y no sólo por el auto-aniquilamiento, sino por los seres queridos que súbitamente puede uno dejar en este mundo, o a la inversa. Nosotros no hacemos futurismo, pero hay algo que me parece no tanto una predicción como la extracción de una consecuencia que está ya a la vista. Es evidente que en un futuro no muy lejano se producirá en el planeta una polarización todavía más brutal que la que existe. La primera fase de la confrontación entre los super-ricos, por un lado, y la humanidad, por el otro, la tienen ganada los primeros, los actuales dueños del mundo. Sin duda van a dominar por los próximos 40 o 50 años. Pero su imperio tarde o temprano llevará a la confrontación última con la población mundial, que para entonces los habrá identificado. Y entonces nuestros descendientes tendrán su propia Bastilla y con la misma implacable lógica con que la actual nobleza se apropió del planeta y esclavizó a su población habrá ella de pasar por el cadalso y la guillotina, abriendo con ello las puertas para la reconstitución del mundo y dando inicio a la nueva etapa de la historia humana.

La Crisis del Coronavirus: un ensayo de explicación

Es evidente, supongo, que una pandemia de las magnitudes de la que está viviendo la humanidad en la actualidad no sólo representa una oportunidad para reflexionar sobre ella y sobre múltiples temas con ella vinculados, sino más bien una obligación de tratar de contribuir a la comprensión no sólo de lo que es, de lo cual se ocupan los científicos de las áreas relevantes, sino de lo que significa o representa, que es tarea que corresponde más bien a filósofos y humanistas en general. Es indispensable, sin embargo, antes de entrar en materia, hacer algunas precisiones de carácter conceptual y metodológico para acotar lo más exactamente que se pueda el ámbito de la discusión. Para empezar, quizá deba hacer el recordatorio de que la reflexión filosófica no es investigación factual. Es obvio que los hechos relevantes constituyen la plataforma sobre la cual se desarrolla la labor filosófica de esclarecimiento, pero debería quedar claro que no forma parte del trabajo filosófico ofrecer explicaciones de orden causal. Para eso están los científicos sociales, los biólogos, etc. El filósofo no puede ni siquiera tratar de emularlos por la sencilla razón de que no hay tal cosa como hechos filosóficos. Nuestra función, por lo tanto, tiene que ser distinta. Ahora bien, esto que acabo de decir no implica que en filosofía tengamos que desdeñar o ignorar los hechos. Sostener algo así sería absurdo y no es, por consiguiente, nuestro punto de vista.

Yo creo optimistamente que es factible conformarse una concepción de lo que está pasando que nos dé la racionalidad del fenómeno, que nos haga entender su naturaleza última y que nos permita establecer conexiones entre los incontables datos de los que ya disponemos de manera que podamos hacerlos inteligibles, por más que dicho acercamiento tenga efectos psicológicos deprimentes. Es obvio que, por larga que sea, una secuencia de datos extraídos de la experiencia (e.g., murieron tantas personas en Venecia, los servicios de tantos o cuantos hospitales en Madrid se colapsaron, las primeras diez víctimas sucumbieron en Wuhan en tales y cuales fechas tenían tales y cuales edades, entramos en la tercera fase de la pandemia, etc.) no equivale a ninguna explicación. Dicho de otro modo, el enfoque periodístico por sí solo no sirve para explicar absolutamente nada. Los mismos hechos pueden quedar acomodados en muy diferentes teorías, por lo que si lo que buscamos es comprensión no es cantidad de datos lo que debería importarnos. Por otra parte y por sorprendente que resulte, tampoco podemos confiar, si lo que buscamos es genuina comprensión, en las declaraciones de los políticos y ello por lo menos por dos razones:

a) porque todos mienten y hasta me atrevería a decir que, en situaciones tan graves como por la que estamos pasando, tienen que mentir, y
b) porque los políticos, por avezados, inteligentes, experimentados que sean, son gente práctica, gente que toma decisiones día a día pero que, por ello mismo, en general carecen (salvo en casos excepcionales y yo daré un ejemplo de ello más abajo) de una visión suficientemente global e histórica como para poder dar cuenta de un fenómeno tan trascendental como la actual pandemia y explicarlo de manera clara y convincente.

En concordancia con lo expuesto, presentaré mi plan de trabajo. Me propongo, en primer lugar, analizar sin detenerme mayormente en ello, el concepto de crisis para dejar en claro qué clase de explicación podríamos generar desde una perspectiva filosófica. Para ello, será inevitable discutir una falacia muy extendida pero que, como nadie la cuestiona, permite bloquear de manera sistemática múltiples esfuerzos de explicación. Tengo en mente una muy socorrida forma de argumentar que permite descalificar de entrada cualquier intento de explicación que no sea trivial o simplista. Se trata de un muy útil pero inválido procedimiento al que sistemáticamente se apela cuando lo que se desea es rechazar lo que alguien sostiene y al mismo tiempo estigmatizarlo. Me refiero naturalmente a la atribución de estar proponiendo una “teoría conspirativa”. Deseo sostener que hay “teorías conspirativas” cuya fuerza explicativa es muy superior a cualquier explicación rival, conspirativa u otra, y que para cierta clase de fenómenos son las únicas teorías realmente explicativas. Una vez discutido este asunto presentaré en forma muy breve lo que me parece que son las dos grandes propuestas acerca de la gestación de la actual pandemia y ofreceré algunas razones por las cuales me inclino por una de ellas y desestimo la otra. Por último, y esta es la parte que yo consideraría más importante del trabajo, me propongo tratar de mostrar la congruencia entre la epidemia del coronavirus y el funcionamiento del sistema capitalista en su fase más avanzada, esto es, la etapa de auge del todopoderoso capital financiero (léase, básicamente, la banca mundial, en el sentido más amplio de la expresión), corporativista y globalista. Terminaré con algunas reflexiones generales.

II) El concepto de crisis

La palabra ‘crisis’ es una palabra del lenguaje común, no un tecnicismo de alguna ciencia en particular. En el lenguaje natural la palabra parecería tener varias acepciones, lo cual permite que al emplearla los usuarios enfaticen en ocasiones algunas facetas de su significado y en ocasiones otras. Así, por ejemplo, al hablar de “crisis” se puede aludir un conflicto pero también se puede matizar dicho significado y hablar entonces de un conflicto que es ineludible o muy difícil de resolver; en ocasiones el conflicto opone a entes distintos (países, sistemas, empresas, etc.), pero se aplica también de manera individual, en psicología por ejemplo. Así se usa el término, verbigracia, cuando las contradicciones, las obsesiones, etc., de una persona la llevan a intentar suicidarse, a tomar decisiones absurdas y cosas por el estilo. Para explicar el fatal desenlace se dicen entonces cosas como que “la persona en cuestión pasó por una crisis tremenda”. Se habla de crisis también cuando lo que tenemos en mente son carencias. Hablamos entonces, por ejemplo, de crisis de alimentos, de agua, etc. Podríamos seguir dando ejemplo, pero yo creo que podemos generalizar sobre la base de unos cuantos ejemplos, los cuales son meramente ilustrativos, para afirmar que la palabra ‘crisis’ es aplicable en prácticamente cualquier contexto de la vida humana, tanto en un plano individual como en uno colectivo. Ahora bien, lo que los ejemplos sin duda alguna sí ponen de relieve es que, dado que el uso de la palabra ‘crisis’ es tan variado, el concepto de crisis es un concepto de semejanzas de familia. Dicho de otro modo y en forma escueta: no hay tal cosa como la “esencia de la crisis”. Hay crisis mayúsculas, crisis pasajeras, secundarias, decisivas, económicas, de salud, políticas, psicológicas, etc. Ahora bien, es imposible encontrar un elemento en común a todo lo que llamamos ‘crisis’. Es así como funciona el lenguaje.

Dada esto que es nuestra plataforma semántica fundamental, se sigue que si se pretende usar el concepto de crisis en alguna disciplina concreta, entonces se le tiene que definir en conexión con las nociones relevantes de la disciplina de que se trate. Así, una crisis bancaria se explicará en términos de nociones como “devaluación”, “endeudamiento”, “déficit presupuestario”, “deuda externa”, “desempleo”, etc.; si se habla de “crisis médica” se hablará de infecciones, desnutrición, falta de medicamentos, contagios masivos, predisposiciones genéticas y así sucesivamente. Si hablamos de una “crisis económica” entonces aludiremos a situaciones en las que prevalecen el desempleo, la falta de inversión, conflictos entre objetivos macro-económicos y los de la micro-economía, baja en el consumo interno de un país, devaluaciones, inflación, volatilidad de los capitales extranjeros, monopolismo exacerbado y supresión de la competencia, etc. Si ahora se nos pregunta qué tienen en común una crisis médica con una financiera o con una política, pues lo único que podemos decir es que para ciertas situaciones en todos esos ámbitos de la vida social la palabra más útil para referirse a ellas es la palabra ‘crisis’. No habría nada más que buscar, porque de hecho no tienen nada en común.

Lo anterior es importante porque nos permite empezar a echar luz sobre la actual crisis mundial. ¿De qué clase de crisis se trata? Yo pienso que la respuesta es simple: la crisis actual es una multi-crisis o, si se prefiere, una policrisis, en el sentido de que se trata de un fenómeno social en el que la vida humana es amenazada al mismo tiempo desde muy variados puntos de vista. Por lo pronto, es obvio que la crisis del coronavirus es en primer lugar una crisis médica, por cuanto concierne a la salud y en verdad a la supervivencia de millones de personas; es también, una crisis económica, en un sentido amplio de la expresión, es decir que atañe tanto a los sectores productivos como a los consumidores finales, a los inversionistas como a los tenderos, pequeños comercios, gente que vive al día como los plomeros, taxistas, empleadas domésticas, profesionistas de toda clase (abogados, dentistas, etc.) y así indefinidamente. Por otra parte, y esto es quizá ya menos visible, esta crisis es también una crisis geo-estratégica, es decir, tiene que ver con la creación de cierta clase de armamento, con servicios de inteligencia y contra-inteligencia, con guerra diplomática, con la seguridad nacional de los países y las rivalidades entre ellos, etc. Cuál sea el panorama de la crisis y cómo se visualice su superación en cada contexto es algo que le corresponde a los especialistas de cada ramo describir y determinar, pero a lo que nosotros aspiramos es a tener una visión de conjunto, la cual no es obtenible a partir exclusivamente de los datos provenientes de alguna de las disciplinas involucradas. Entendemos entonces qué se puede y no se puede esperar de un tratamiento estrictamente filosófico del desastre que actualmente azota al mundo. Es evidente que si el filósofo tratara de ofrecer explicaciones que caen bajo alguno de los rubros reconocidos como bien establecidos y operantes, lo único que el filósofo podría hacer sería (en el mejor de los casos) repetir lo que los especialistas en sus respectivos dominios digan y, eventualmente, tratar de sintetizar y armonizar resultados. Como no es eso lo que queremos, no puede ser ese nuestro objetivo.

Hay, sin embargo, una perspectiva de la pandemia del Covid-19 que aunque fundada en hechos es independiente de las que emanan de la ciencia, que es legítima y que podría ser calificada como ‘filosófica’. Lo que quiero decir es que es perfectamente legítimo preguntarse acerca del rol que esta infección mundial juega en el desarrollo del capitalismo contemporáneo, es decir, acerca de cómo incide en él y cómo lo afecta. El rol en cuestión tiene que ser tan complejo como lo es el fenómeno mismo. Ya vimos que aunque ciertamente le corresponde a los economistas, a los politólogos, a los biólogos, etc., explicar la pandemia desde sus respectivas perspectivas, a ninguno de dichos especialistas les correspondería elaborar una visión global o última del fenómeno en toda su complejidad. El economista se ocupa de los procesos económicos relacionados con la pandemia, el biólogo de su faceta biológica y así sucesivamente, pero no hay ningún científico particular que pueda siquiera intentar sintetizar los resultados alcanzados en las diversas disciplinas en una única explicación y en una única teoría general del fenómeno. Es, pues, al filósofo a quien corresponde tratar de articular lo que debería una interpretación plausible del fenómeno mundial creado por la enfermedad del Covid-19, una tarea para la cual éste tendría que aplicar sus técnicas conceptuales y argumentativas para elaborar el cuadro general que se requiere.  O sea, necesitamos una explicación filosófica de carácter totalizante, que resulte tanto explicativa como convincente, porque es sobre la base de una lectura así que se pueden articular políticas concretas eficaces para enfrentar el mal que afecta en nuestros días a la humanidad en su conjunto.

Como en tantas otras ocasiones, la labor filosófica seria pasa por distintas fases y cumple con diferentes objetivos. Desde luego que se nos tiene que explicar positivamente el fenómeno mundial, pero no es menos cierto que necesitamos también tener claridad respecto a lo que es tener una explicación genuina y no una mera pseudo-explicación. Este punto es crucial, porque de lo que logremos establecer en relación con lo que puede y no puede pasar por explicación aceptable dependerá el que avancemos en nuestra comprensión del fenómeno o que nos estanquemos en el pantano infinito de los datos recopilados por los periodistas y que, parecería, no tienen otro objetivo que mantener al ciudadano común en la desinformación y, por lo tanto, en la indefensión. Nuestro objetivo, por lo tanto, es hacer un esfuerzo de imaginación fundado en datos objetivamente establecidos para dar cuenta de lo que está sucediendo, insertando el fenómeno de la pandemia en un marco explicativo amplio.

Yo pienso que, si lo que queremos es comprender qué papel desempeña el flagelo de la pandemia del coronavirus, es absolutamente imposible no recurrir a una u otra modalidad de lo que quienes no quieren que lo comprendamos desdeñosamente describen como “teoría conspirativa”. Por eso lo primero que haré será tratar de hacer ver que esa forma de explicación es, en determinados contextos, inobjetable. Es de eso de lo que me ocuparé en la siguiente sección.

III) La falacia concerniente a las “teorías conspirativas”

Uno de los métodos más socorridos para acallar a la oposición y a los críticos del sistema por parte tanto de periodistas como de intelectuales de diversa estirpe y nivel consiste en utilizar la etiqueta ‘teoría conspirativa’ para descalificar de antemano todo lo que alguien sostenga en relación con una situación o con un suceso que exigen que se hagan inferencias no demostrativas ya que en esos casos es simplemente imposible no hacer suposiciones de diversa índole, no postular objetivos ocultos pero que cuando son postulados echan luz sobre el fenómeno que se examina, no proponer hipótesis que a todas luces son sensatas pero que no fueron deducidas formalmente de premisas previamente aceptadas. Yo creo que ya es hora de exhibir la falacia que subyace a este recurso en la arena del debate político, porque de lo contrario vamos siempre a tener las manos amarradas y no podremos apuntar en ningún caso a culpables ocultos, a causas vergonzosas, a motivaciones secretas, etc., y ello sólo porque es factualmente imposible tener documentos probatorios, porque no se pueden ofrecer deducciones válidas porque no se pudieron encontrar pruebas de ninguna clase y así indefinidamente. Es claro que, sobre todo en el contexto de la historia y de la política, no todo razonamiento sensato puede ser de carácter deductivo. Quizá valga la pena decir unas cuantas palabras acerca de la fuente de este sofisma que es la etiquetación de ‘teoría conspirativa’, a la que se recurre para cualquier neutralizar toda teoría que combine dos rasgos: que no sea de carácter demostrativo (algo más bien difícil en las ciencias sociales) y por ningún motivo queramos que se popularice, independientemente de cuán plausible o convincente sea.

No podría afirmar tajantemente si fue él quien acuño y puso en circulación la noción de “teoría conspirativa”, pero incuestionablemente uno de los pioneros en usarla fue Karl Popper. Confieso que no conozco a nadie que haya usado esa expresión antes que él, pero en todo caso respecto a los objetivos que él tenía en mente cuando se sirvió de la noción en cuestión creo que no podemos tener la menor duda. Fue en su tristemente famosa obra, La Sociedad Abierta y sus Enemigos, publicada en 1946, en donde Popper usa la expresión ‘teoría conspirativa’ para denostar el estudio científico que K. Marx había realizado del sistema de producción de mercancías, esto es, el sistema capitalista. Tenemos que admitir que en escritos que no forman parte de su teoría de economía política, Marx habla de una sociedad en la que las contradicciones del sistema capitalista habrían quedado superadas. Se refiere a ella como la ‘sociedad comunista’. Sin duda, la sociedad en la que Marx piensa resulta de una amalgama de economía y de ensueño político, pero ni mucho menos está Marx comprometido teóricamente con predicciones concernientes al futuro de la sociedad capitalista. Marx era una persona sensata y por lo tanto sabía perfectamente bien que si no podemos ni siquiera predecir lo que va a suceder dentro de 5 minutos menos aun lo que podría pasar, digamos, un siglo después. Marx, por lo tanto, no estaba haciendo premoniciones de ninguna clase. Su punto de vista era que, sobre la base del estudio de los mecanismos de producción y reparto de mercancías y de los efectos de estos mecanismos, fundados todos ellos en la propiedad de los medios de producción, podríamos visualizar cómo sería una sociedad en la que los conflictos de clase que inevitablemente se generan en el seno de la sociedad capitalista hubieran quedado superados. Eso es toda la fantasía que podríamos achacarle a Marx. Popper, sin embargo, en su afán de sobresalir refutando a un pensador de magnitudes mayúsculas (lo intentó infructuosamente también con Platón y con L. Wittgenstein), le atribuye a Marx la absurda idea de que lo que en realidad él estaba haciendo era tratar de adivinar lo que tendría que ser la siguiente etapa en la evolución de la sociedad a nivel mundial. El problema, según Popper, es que sólo se podía acceder a tan fantástico resultado teórico postulando una especie de conspiración. Dice Popper:

A fin de aclarar este punto, pasaremos a describir una teoría ampliamente difundida, pero que presupone lo que es, a nuestro juicio, el opuesto mismo del verdadero objetivo de las ciencias sociales; nos referimos a lo que hemos dado en llamar “teoría conspirativa de la sociedad”. Sostiene ésta que los fenómenos sociales se explican cuando se descubre a los hombres o entidades colectivas que se hallan interesados en el acaecimiento de dichos fenómenos (a veces se trata de un interés oculto que primero debe ser revelado) y que han trabajado y conspirado para producirlos.[i]

Salta a la vista que en su formulación original la presentación popperiana de la noción de teoría conspirativa es excesivamente burda. Quizá por ello el mismo Popper intenta de inmediato pulirla mínimamente, aunque en realidad lo único que logra es hacer incoherente su propio punto de vista. En efecto, un poco después dice:

Que existen conspiraciones no puede dudarse. Pero el hecho sorprendente que, pese a su realidad, quita fuerza a la teoría conspirativa es que son muy pocas las que se ven finalmente coronadas con el éxito. Los conspiradores raramente llegan a consumar su conspiración.[ii]

Se plantean entonces dos preguntas: primero: ¿hay o no hay conspiraciones? y, segundo: ¿son exitosas o no? La respuesta de Popper es que sí hay conspiraciones y que algunas de ellas, pero no todas, tienen éxito. Lo primero que a nosotros se nos ocurre preguntar es: ¿es lo que Popper afirma una demostración de que el recurso a teorías conspirativas está priori cancelado? Si no estoy en un error más bien craso, a mí me parece que lo que Popper está haciendo es reconocer que en ocasiones al menos teorías conspirativas funcionan. Lo que pasa es que él no proporciona ningún criterio de demarcación entre teorías conspirativas y su posición entonces no pasa de ser una afirmación al aire. Él, sin embargo, sigue adelante y trata de explicar por qué las conspiraciones en general fallan. Dice:

¿Por qué? ¿Por qué los hechos reales difieren tanto de las aspiraciones (sic)? Simplemente, porque esto es lo normal en las cuestiones sociales., haya o no conspiración. La vida social no es sólo una prueba de resistencia entre grupos opuestos, sino también acción dentro de un marco más o menos flexible o frágil de instituciones y tradiciones y determina – aparte de toda acción opuesta consciente – una cantidad de reacciones imprevistas dentro de este marco, algunas de las cuales son, incluso, imprevisibles.[iii]

Para terminar su más bien confusa presentación, Popper nos dice lo siguiente:

Tratar de analizar estas reacciones y de preverlas en la medida de lo posible es, a mi juicio, la principal tarea de las ciencias sociales. Su labor debe consistir en analizar las repercusiones sociales involuntarias de las acciones humanas deliberadas, esas repercusiones cuyo significado, como ya dijimos, ni la teoría conspirativa ni el psicologismo pueden ayudarnos a ver. Una acción que se desarrolla exactamente de acuerdo con su intención no crea problema alguno a la ciencia social. [iv]

En suma, el argumento de Popper se reduce a lo siguiente: la “teoría conspirativa de la sociedad” es inaceptable, porque aunque hay conspiraciones éstas rara vez triunfan y ello es así porque en el marco de la vida social se dan reacciones inesperadas (y algunas de ellas imprevisibles) que, de alguna manera, neutralizan sus efectos. Las ciencias sociales deben estudiar las reacciones espontáneas e imprevistas generadas por las acciones conscientemente orientadas, las cuales serían transparentes.

Según mi leal saber y entender, el punto de vista de Popper es pura y llanamente incoherente. Por una parte, él acepta que hay conspiraciones pero, por la otra, rechaza en general las teorías conspirativas, pero ¿cómo se pueden conciliar ambas tesis? Si hay conspiraciones, entonces una teoría de la conspiración ciertamente podría ser acertada. Así, la única forma de rechazar in toto las teorías conspirativas sería sosteniendo que no hay conspiraciones en los absoluto. Esto último, sin embargo, es absurdo. Por lo tanto, Popper no ofrece ningún argumento que eche por tierra a priori toda propuesta explicativa que recurra a la noción de conspiración.

Por otra parte, a mí me parece que Popper presenta mal, es decir, en forma equívoca su posición y me parece que lo que nos ayudaría a entender mejor la problemática sería la noción de contextualización. Es relativamente claro que el objetivo de Popper, en un volumen dedicado en gran parte a la crítica del marxismo, es adscribirle a Marx una idea conspirativa de la historia mostrando así, sobre la base de su previo rechazo de dicha forma de entender los fenómenos sociales, que su tratamiento general era en realidad una mezcolanza de falacias, errores empíricos y teorías equivocadas. Dejando de lado el ataque concreto al marxismo, que no tenemos por qué o para qué considerar en este ensayo, lo que en mi opinión hay que tener presente es que con quien Popper pretende polemizar es con Marx por lo que tenemos que inferir que lo que él rechaza son las teorías conspirativas de la historia. En otras palabras, la clase de teorías conspirativas que Popper estaría rechazando sería la de teorías por medio de las cuales se pretende explicar el devenir de la sociedad capitalista, el decurso de la historia,, i.e., las grandes transformaciones sociales, como el paso del feudalismo al capitalismo o la supuestamente inevitable transición del capitalismo al socialismo. Son los cataclismos sociales de magnitudes seculares, movimientos sociales por así decirlo totalmente impersonales, como (para establecer un parangón) lo son las grandes migraciones de ñus y cebras en el Serengueti, los que no se prestan a ser explicados en términos de teorías conspirativas. En el caso de las migraciones animales, se desplazan un millón de ñús y de cebras, pero nadie los dirige. Algo así pasaría en ocasiones también con los seres humanos y lo que Popper estaría diciendo entonces es que para sucesos de esas magnitudes las teorías conspirativas son inservibles.

Si es esto último lo que Popper quería sostener, creo que no habría nada que objetar, pero lo importante es entonces notar que ese punto de vista no es incompatible con el recurso a “teorías conspirativas” cuando de lo que se habla es de eventos concretos, de menor magnitud, en los que participan grupos humanos reducidos más o menos identificables y en relación con los cuales los que se sabe qué está en juego. Es sólo en relación con las grandes hipótesis históricas, con las hipótesis de más alto nivel en historia o en sociología o en politología que las “teorías conspirativas” no funcionarían y serían totalmente irrelevantes. Pero entonces por ello mismo teorías conspirativas de menor nivel son perfectamente viables y su legitimidad o justificación dependerá de cuán bien articuladas estén. Para situaciones más o menos nítidamente delineables, cuyos actores son suficientemente bien identificables, cuyos objetivos son claramente enunciables, etc., entonces a una “teoría conspirativa” sólo se le puede echar por tierra teóricamente no mediante argumentos a priori, sino cuando efectivamente se le refuta y esto se logra cuando se hace ver que la teoría carece de fundamentos, cuando las motivaciones que postula no son suficientemente fuertes como para explicar la acción relevante, cuando la teoría contiene más huecos explicativos que los hechos que supuestamente explica, cuando es lógicamente incoherente, cuando las explicaciones que suministra son irrelevantes o no alcanzan ni mínimamente a justificar las conclusiones, etc. En todo caso, la moraleja de nuestra breve discusión es importante y quisiera enunciarla con el mayor énfasis posible: no se puede determinar a priori que no hay teorías conspirativas que sean genuinamente explicativas. Tras un examen minucioso, se puede descartar tal o cual teoría conspirativa, pero no es válido rechazar una potencial explicación de un fenómeno social determinado sólo porque se le puede etiquetar como “teoría explicativa”.

Lo que tenemos ahora que preguntarnos es: ¿por qué en el contexto de historia, de la politología y de las ciencias sociales en general es a veces imprescindible apelar a alguna “teoría conspirativa” para dar cuenta de algún fenómeno social importante? La razón es evidente: porque en general se carece de los datos que se requieren para construir una explicación enteramente empírica, es decir, sin presuposiciones discutibles, y entonces se requieren especulaciones racionales para colmar las lagunas explicativas generadas por la carencia de datos relevantes. Esas especulaciones racionales revisten a menudo la forma de “teorías explicativas”. El asunto es fácilmente de ilustrar, puesto que los ejemplos sobran. Recordemos el caso de un grupo de cuatro ciudadanos chinos que con un ciudadano israelí formaron una sociedad que estaba en la vía de la fabricación de nuevos chips y nuevos productos de software muy avanzados. Los cinco miembros de dicha sociedad firmaron un contrato en el que se estipulaba que si alguno de los miembros fundadores faltaba, las acciones se repartirían entre los restantes. Se hablaba en la prensa de una compañía de un monto de negocios de 150,000 millones de dólares. Por alguna extraña razón todavía desconocida, lo cierto es que los cuatro accionistas chinos coincidieron en un mismo avión, el cual habría de llevarlos de algún lugar en Asia a Beijing. Inesperadamente, sin embargo, el avión simplemente se esfumó. Se sabe que cayó en el Océano Índico, pero sus restos nunca se encontraron. Parece ser que años después se encontró parte del fuselaje en aguas australianas, pero en todo caso ello no sirvió para dilucidar absolutamente nada acerca del misterioso vuelo. Intentemos ahora analizar el caso.

Nuestro punto de partida es que, aunque no la tengamos, no es posible que no haya una explicación racional del caso y que si no la hay o es sumamente incompleta ello se debe a que faltan datos. En segundo lugar y en concordancia con nuestra hipótesis, asumamos que en efecto el “accidente” fue el resultado de una conspiración y que, por lo tanto, hay al menos algunas personas (porque difícilmente habría podido una persona sola materializar un plan de esas magnitudes sin ayuda de nadie más) que positivamente sí saben qué fue lo que pasó, puesto que habrían sido ellos quienes habrían planeado cómo lograr que coincidieran todos los accionistas menos en un vuelo, cómo hacer estallar el avión, etc. Hasta aquí vamos bien, porque aunque sin duda alguna el evento, que costó cientos de vidas, es importante, ciertamente no pertenece a la clase de eventos para los cuales cualquier teoría conspirativa dejaría de valer. Pero entonces ¿cómo se procede en casos como este en el que no tenemos datos suficientes y a lo único a lo que podemos recurrir para explicarnos el suceso es a una “teoría conspirativa”? No hay argumentos a priori para rechazarla. Por lo tanto, eso que despectivamente se presenta como “teoría conspirativa” en un caso en el que faltan datos equivale en realidad a un intento de explicación racional del mismo. En verdad, en lugar de “teorías conspirativas” deberíamos hablar de “hipótesis conspirativa”, pero hipótesis así son mucho más convincentes y aceptables que “no hipótesis” en lo absoluto. En determinadas circunstancias, una hipótesis conspirativa puede hacer mucho más comprensible el caso de lo que lo haría la explicación cruda y simplista del evento o la falta total de explicación. En nuestro ejemplo, la explicación rival a cualquier hipótesis conspirativista consistiría en decir que el avión se cayó por algún accidente o porque un rayo lo destruyó. Obviamente, la teoría conspirativista es superior, inclusive si no es confirmable. Ahora bien, para alguien que aceptara una “explicación” simplista y cruda, cualquier teoría “conspirativa”, que sería una teoría rival, resultaría no falsa ni absurda, sino simplemente redundante, es decir, aunque sea redundante de todos modos no pierde su carácter factual. Simplemente, no es verificable, pero una cosa es verificar y otra echar luz. Las teorías conspirativas pueden no ser verificables, pero a menudo ciertamente echan luz sobre los fenómenos estudiados.

Queda claro entonces que una “teoría conspirativa” es un intento por dar cuenta de un fenómeno social o histórico, relativamente bien acotado pero para el cual no se dispone de ninguna explicación alternativa. Las teorías conspirativas, dadas su estructura y la clase de premisas a las que tiene que recurrir, son teorías con mayor o menor grado de probabilidad. En principio, cualquier teoría conspirativa podría eventualmente confirmarse, pero en realidad ello se lograría cuando se obtuvieran los datos requeridos para ofrecer una explicación ahora sí enteramente empírica. Desafortunadamente, esto significa que es poco probable que múltiples teorías que pasan por “conspirativas” se puedan confirmar, puesto que justamente los factores causales de la situación que se investiga son de entrada desconocidos y se pretende mantenerlos ocultos. Esto es comprensible, porque en casos así: ¿qué es lo que se desconoce? Los objetivos de los conspiradores, los planes concretos que tienen, los mecanismos de los que echan mano para alcanzar los fines fijados, etc. Una teoría conspirativa responde, por lo tanto, a un hueco explicativo y es un intento de explicación racional, inclusive si es básicamente especulativa, ahí precisamente en donde no hay ninguna explicación alternativa. Infiero que múltiples teorías conspirativas en relación con un sinfín de sucesos históricos importantes son no sólo legítimas, sino las mejores que hay.

Una vez reivindicadas las teorías conspirativas por lo menos para cierta clase de sucesos podemos replantear nuestro tema de una manera que ya resultará inteligible. La pregunta crucial ahora es: ¿se requiere para explicar la realidad de la pandemia del coronavirus de una teoría conspirativa o hay explicaciones estrictamente empíricas alternativas? De eso nos ocuparemos en la siguiente sección.

IV) Los Estados Unidos versus la República Popular China

Básicamente, ‘coronavirus’ designa una familia de virus que generan al menos tres clases de enfermedades. La enfermedad que azota al planeta en la actualidad es la enfermedad etiquetada como ‘Covid-19’ y se caracteriza por generar sobre todo graves problemas respiratorios. Ahora bien, es un hecho fehaciente que al día de hoy no tenemos una explicación satisfactoria de la gestación, el origen y la expansión de este virus. Por lo pronto, hay dos propuestas de explicación, mutuamente excluyentes. Las presentaré, respectivamente, como la ‘explicación oficial norteamericana’ y la ‘explicación conspirativa china’.

A) La explicación oficial norteamericana. Aunque el gobierno norteamericano ha sido muy parco en sus aclaraciones, poco a poco ha venido delineando una línea de explicación que apunta a China no sólo como el país de origen de la infección de Covid-19, sino en la que también se acusa al gobierno de la República Popular China como el agente que deliberadamente dejó escapar el virus, desde luego soltándolo primero en su propio país para luego literalmente exportarlo a través de los vuelos internacionales que tardaron mucho en detener. De acuerdo con los norteamericanos, desde tiempo atrás los chinos habían venido experimentando con este coronavirus en murciélagos. Primero se sugirió que la gente habría comprado en mercados para su consumo personal murciélagos contaminados, pero luego esa versión fue sustituida por la teoría de que el virus se les habría escapado del laboratorio y es cuando la epidemia se habría iniciado. Este contagio ya no habría sido meramente accidental, sino deliberado. Los norteamericanos alegan que el gobierno chino ya sabía desde finales de diciembre que el virus ya estaba circulando y que una de sus características era precisamente que, aparte de letal, es tremendamente contagioso, a pesar de lo cual no hicieron nada ni previnieron al mundo al respecto. La mala fe del gobierno chino se habría manifestado en que si bien prácticamente cerró y cercó la ciudad de Wuhan, de todos modos siguió permitiendo los vuelos internacionales, con lo cual deliberadamente alentó la expansión del virus sobre todo en Europa, mas no únicamente. No estará de más notar, dicho sea de paso, que la acusación americana sobre el carácter mal intencionado de las decisiones del gobierno chino se funda claramente en una teoría conspirativa, puesto que faltan pruebas y sólo se pueden hacer especulaciones, por lo que si se rechaza como ridícula toda teoría conspirativa en la que el complotista sea el gobierno americano habría que rechazar sobre esas mismas bases la teoría oficial que el gobierno americano defiende. La teoría oficial conspirativa americana pasa porque quien la promueve es el gobierno norteamericano y es difundida por la prensa mundial. Por otra parte, es obvio, supongo, que todo acto de gobierno o privado fundado en la explicación oficial tiene el mismo grado de validez que la explicación misma, por lo que si ahora grupos de abogados pretenden demandar al gobierno chino por la “acción deliberada” que según el gobierno norteamericano habría realizado, su demanda no tiene mayor validez jurídica que la que teóricamente tiene la explicación en la que se sustenta y ésta se funda, parcialmente al menos, en una teoría conspirativa puesto que es una explicación que le atribuye al gobierno chino una intención maliciosa, oculta, del conocimiento de un grupúsculo de personas y sin pruebas empíricas demostrativas. En todo caso, ese es el núcleo de la explicación norteamericana, una “explicación” evidentemente secundada por lo menos por los gobiernos inglés y francés.

B) La explicación conspirativa china. De acuerdo con los portavoces del gobierno chino, el coronavirus efectivamente hizo su aparición en primer lugar en la ciudad de Wuhan, pero ellos niegan rotundamente que el origen del virus sea chino. Lo que ellos sostienen es que el virus fue llevado a China por militares norteamericanos cuando en octubre de 2019 se celebraron en la ciudad de Wuhan los juegos olímpicos militares, juegos en los que, irónicamente, lo que los chinos promovían era justamente la paz y la cooperación entre las naciones. Es cierto que hay un laboratorio en las afueras de la ciudad, el Instituto de Virología, en el cual se hacen toda clase de experimentos. En relación con esto vale la pena señalar que se produce una situación un tanto curiosa, por no decir contradictoria o auto-acusatoria por parte del gobierno de los Estados Unidos, porque éste acusa a China de hacer toda clase de experimentos sumamente peligrosos justamente para demostrarle al mundo que sus investigadores están al mismo nivel que los de los Estados Unidos y que pueden competir con ellos al tú por tú! Lo grotesco de esta acusación es que parecería ser una auto-denuncia de que los norteamericanos han trabajado con dicho virus. Por otra parte, es importante llamar la atención sobre el hecho de que en la televisión israelí (canal 12) se dio a conocer la noticia de que desde noviembre de 2019 los Estados Unidos habrían alertado a los miembros de la OTAN y al gobierno israelí de la aparición de un nuevo virus, cuyos efectos eran todavía desconocidos. O sea, los Estados Unidos sabían del problema desde antes de que éste estallara. Si en China de la epidemia se supo hasta enero y los Estados Unidos ya sabían de dicho virus desde el año pasado, la explicación china cobra fuerza. Si el gobierno chino estuviera diciendo la verdad, quedaría claro entonces que lo que pasó en China fue simplemente un acto de guerra bacteriológica sin declaración de guerra.

Tenemos, pues, dos cuadros distintos del panorama actual, ambos apoyados por grupos de científicos, militares, diplomáticos, etc., que por lo menos al lego y a quien no participa directamente en la controversia lo dejan en la incertidumbre y en el titubeo. El ciudadano común simplemente no tiene elementos para decidir por cuál teoría inclinarse. ¿Significa eso entonces que no podremos saber que teoría es la más plausible puesto que en ambos casos faltan premisas para que los razonamientos pudieran ser conclusivos? Yo pienso que no, pero pienso también que hay una explicación de más alto nivel, superior, que hace a ambas teorías redundantes o por lo menos las desprovee de la importancia que se les quiere adjudicar. Esto se aclarará más abajo, pero por el momento consideremos este choque de teorías como si fueran el último nivel explicativo del fenómeno.

Como es bien sabido, los datos que se obtienen en las diversas (así llamadas) “ciencias duras” adquieren su status de datos científicos en la medida en que son parte de teorías científicas concretas. En cambio, en las ciencias sociales, en donde la teorización toma cuerpo de modo distinto, las teorías son a menudo remplazadas por lo que podríamos llamar ‘descripciones contextuales’. Para decirlo de manera burda pero ilustrativa: un dato de astrofísica es a la teoría de la relatividad lo que un dato histórico es al trasfondo o contexto en el que resulta ubicable y que, por lo tanto, hay que proporcionar. Es precisamente la contextualización lo que le confiere a un hecho, enteramente neutral en sí mismo, su significancia histórica o política. La contextualización es crucial en historia y en política porque en esas áreas no se teoriza como en astrofísica o en bioquímica. Apliquemos esta estrategia a nuestro caso. ¿Cómo o sobre qué bases podríamos optar entre la explicación norteamericana y la china de la pandemia del Covid-19? La respuesta ya la dimos: por medio de la contextualización del “dato”, esto es, proporcionando el trasfondo político, comercial, social, etc., en el que se inserta el hecho de que una y la misma enfermedad está afectando a prácticamente todos los países del mundo. Dicha contextualización es lo único que puede orientar respecto a lo que podría ser la respuesta correcta. Pero ¿es factible dicha contextualización? Pienso que sí, si bien ello es un asunto de grados. Intentemos entonces contextualizar, aunque sea a grandes rasgos, nuestro hecho por explicar, esto es, la pandemia que nos agobia.

Yo creo que el primer “dato” importante para entender lo que está pasando lo constituye la agresión norteamericana en contra de China. En diciembre de 2018, la CEO de la mega-empresa china de telecomunicaciones, Huawei, fue detenida y encarcelada en Canadá con miras a ser extraditada a los Estados Unidos, cosa que aún no sucede. Desde mediados de 2019, el gobierno de D. Trump entró en una abierta guerra comercial con la República Popular China. Los norteamericanos, rompiendo con todas las reglas de juego comercial libre, le impusieron arbitraria y súbitamente  billones de dólares en impuestos a multitud de productos provenientes de China a fin de medio balancear su déficit comercial, llegando hasta los 200 billones de dólares, esto es, 200 mil millones de dólares en impuestos! Podemos estar seguros de que si los Estados Unidos hubieran hecho eso con cualquier otro país simplemente lo habrían destruido, pero en este caso algo falló. Para empezar, los chinos le impusieron a los productos norteamericanos la misma cantidad de impuestos. Quedó claro entonces que, comercialmente, los Estados Unidos perdieron la pelea con China. Sencillamente no tienen forma de ponerlos de rodillas ni de detener su formidable crecimiento (China había venido creciendo a un ritmo de casi 7 % anual, algo que los norteamericanos ni en sueños podrían alcanzar). ¿Qué es, pues, lo que está pasando? Se da una confrontación comercial entre un gigante comercial emergente y un gigante comercial decadente y empieza a ser paulatina pero inexorablemente desplazado. El problema es, claro está, que la potencia destronada comercial y económicamente sigue siendo la potencia número uno militarmente. Parecería entonces que el razonamiento subyacente es el siguiente: si no se puede detener a China por las buenas, esto es, haciendo toda clase de trampas financieras y de chicanerías comerciales, quedan las opciones de inteligencia militar. Desde este punto de vista, lo que se estaría haciendo ver es que, salvo por el recurso último al armamento atómico, que en realidad ya no es un recurso viable salvo para un gobierno suicida, los Estados Unidos están dispuestos a recurrir a absolutamente cualquier mecanismo bélico, cualquier modalidad de guerra para alcanzar sus metas. Independientemente de su carácter moral, habría que reconocer que si es así realmente como se habría razonado en el seno del gobierno norteamericano, el plan delineado no habría sido del todo bien pensado. Sus arquitectos habrían fijado toda una variedad de objetivos, todos ellos secretos si bien algunos de ellos rastreables, pero lo cierto es que el plan falló. Si de lo que se trataba era de detener a toda costa el crecimiento económico y la expansión comercial de China (la Ruta de la Seda, la quinta generación en telecomunicaciones, etc.), dicho objetivo no se alcanzó. En dos semanas los chinos controlaron la epidemia en Wuhan, a la que cerraron a piedra y lodo y detuvieron la expansión de la enfermedad. En segundo lugar, se le causaría un grave daño a la población la cual, se suponía, se levantaría en contra del régimen dictatorial impuesto por el partido comunista chino. Eso tampoco sucedió. (Lo mismo se pensó en relación con Irán y de igual modo la política norteamericana volvió a fallar). Los estrategas norteamericanos pensaban que una vez alcanzados los objetivos estratégicos los Estados Unidos podrían una vez más volver a imponer sus políticas imperialistas e intimidatorias en todo el planeta, lo cual en la confrontación entre las superpotencias es obviamente el objetivo último o supremo. Evidentemente, habría un precio que pagar, que sería el número de muertos que inevitablemente acarrearía la expansión del virus en los Estados Unidos mismos. En relación con esto, no podemos pronunciarnos sobre si el plan fue rebasado o no, porque en los Estados Unidos todavía no se ha logrado detener el contagio masivo y que mueran centenas de personas diariamente. Así, pues, podría afirmarse que en general el plan habría fallado y, tristemente, quizá lo único para lo cual todavía da cabida es precisamente el número de muertos. Es de suponerse que el cálculo que los policy makers norteamericanos hicieron (es evidente que todo lo que está pasando no es producto de la voluntad de una persona) en relación con el número de fallecidos es mucho mayor que el de los fallecimientos hasta ahora acaecidos. Aquí lo que no deja de sorprendernos es lo siguiente: si la explicación china es acertada, entonces quienes en el nivel más alto tomaron las fatales decisiones sabían que su propio pueblo padecería enormemente y, no obstante, siguieron adelante con el plan. En relación con esto quizá valga la pena traer a la memoria el hecho de que, a la pregunta planteada por la televisión iraní a un politólogo estadounidense de si el gobierno norteamericano habría estado dispuesto a atentar en contra de su propia población, éste sin mayores titubeos respondió haciendo primero el recordatorio de que eso ya había pasado, como sucedió con la destrucción de las Torres Gemelas, en donde murieron más de tres mil personas y, en segundo lugar, que es evidente que en el gobierno norteamericano hay gente lo suficientemente inmoral como para afectar a su propia población con tal de alcanzar sus objetivos políticos, militares y comerciales.

Nuestro interrogante era: ¿es factible contextualizar el dato que constituye la pandemia del Covid-19 de modo que la hipótesis de que China deliberadamente infectó primero a su propia población y posteriormente a la población mundial en su conjunto resulte convincente? Confieso que no tengo datos ni razones para pensar que pudiera darse una respuesta positiva a esta pregunta. Está desde luego la hipótesis, que no hemos considerado, de que se haya tratado de un accidente y que por un “error humano” el virus se haya esparcido primero en Wuhan y luego en los demás países. Yo considero que esa hipótesis es simplemente increíble y por lo tanto teóricamente gratuita e inaceptable. Los laboratorios de esa índole, ultra-secretos, dirigidos por militares y demás son herméticos, tienen decenas de filtros para entrar y salir, es decir, están perfectamente preparados y acondicionados para llevar acabo sus labores. Esa hipótesis me parece, por lo tanto, totalmente implausible.

Así, pues, si tuviéramos que elegir entre la hipótesis norteamericana y la china nuestra conclusión tendría que ser entonces que la actual pandemia del Covid-19 muy probablemente habría sido el resultado de una acción de inteligencia militar por parte del gobierno de los Estados Unidos (y, probablemente, con la participación de algún otro gobierno “amigo”) en contra de la República Popular China. El hecho de que ahora se esté revirtiendo a explicaciones que hacen de la transmisión animal la fuente de la tragedia refuerza la idea de que la posibilidad de acusar al gobierno chino ya quedó descartada y habrá que hacer todo lo que se pueda para desviar la atención de la potencial responsabilidad del actual gobierno norteamericano hacia otros temas. Si efectivamente lo que está pasando es el resultado de una confrontación entre los Estados Unidos y China, lo menos que podemos decir es que los Estados Unidos ya perdieron dicha confrontación.

Yo pienso, sin embargo, que la descripción de la actual pandemia en términos de una confrontación entre dos grandes potencias es errónea y que el problema se puede concebir de otra manera, de una manera que me parece a mí que es mucho más explicativa y por ende más útil. De esa explicación alternativa pasaremos ahora a ocuparnos.

V) La significación de la pandemia del Covid-19

Algo que nos deja de maravillarnos es la cantidad de ideas ridículas a las que da lugar un problema mundial tan serio como la actual pandemia y sin duda una de las mayores barrabasadas que oímos a diestra y siniestra es que esta pandemia significa el fin del capitalismo, que éste inevitablemente tiene que reformarse, que llegó el momento de modificar la injusta estructura económica del mundo y que precisamente la pandemia es el inicio de esta remodelación de la vida social del planeta. Yo pienso que posiciones optimistas como esa son no sólo ingenuas, sino que están mal concebidas y lo están por no haber tomado en cuenta suficientes elementos. Intentemos nosotros, con base en lo que hemos señalado y en los datos que podamos ir recabando, un cuadro diferente.

Lo primero que tenemos que hacer es ubicarnos teóricamente en el nivel apropiado. Vamos a abandonar por el momento el plano de la guerra diplomática, la geo-estrategia militar, los servicios de inteligencia, la guerra entre super-potencias, etc. No es desde la perspectiva de la confrontación entre países que ahora intentaremos extraer el verdadero significado, el significado real de la actual crisis. Para adoptar la perspectiva correcta ahora nos ubicaremos en un plano más general y más abstracto que es el de la evolución social mundial. Desde este nuevo punto de vista, la lucha entre los Estados Unidos y la República Popular China pasa a un segundo lugar e inclusive podría resultar ser, como intentaré hacer ver, un falso conflicto. Siendo esto así, la primera pregunta que tenemos que plantearnos es: ¿cómo acercarnos al tema?

A mí me parece que lo primero que se tendría que investigar es a quién beneficia la pandemia, porque es evidente que si bien la inmensa mayoría de las personas, los locales comerciales, las pequeñas empresas e inclusive empresas gigantes como las petroleras, los gobiernos, todos ellos y más sufren y se ven profundamente afectados por ella, habría de todos modos instituciones, organizaciones, corporaciones e individuos que están obteniendo inmensas ganancias gracias a la crisis. Antes de decir algo al respecto, sin embargo, es indispensable pasar en revista algunos hechos.

El primer y principal mega-efecto de la actual pandemia es obviamente la recesión mundial en la que apenas estamos entrando. Lo que se está arruinando es, con las excepciones obvias que no necesitamos considerar, la organización económica mundial considerada globalmente. A tres meses de que la enfermedad se haya extendido por todo el planeta, millones de personas ya no tienen trabajo, el sector de servicios (tiendas, cines, restaurantes, comercios de todo tipo, etc.) está en la ruina; el dinero casi está dejando de circular. Obviamente, el dinero que necesita la gente para adquirir bienes de consumo no son los trillones de dólares puestos en circulación por la Reserva Federal para solventar deudas de grandes empresas (compañías de aviación, por ejemplo). Algo de esa fortuna irá a parar a los bolsillos de los ciudadanos (norteamericanos, en este caso), pero en general ese dinero no es dinero circulante, dinero normal para que entre en el mercado y sea usado por todos. Es dinero, por así llamarlo, ‘teórico’, dinero por medio del cual se hacen transacciones en computadoras y se rescatan así empresas en quiebra, se cubren sus deudas, etc., y posteriormente regresa a los bancos. Pero que quede claro: el dinero que, por ejemplo, en los Estados Unidos “se inyecta” en la economía nacional no se invierte en la construcción de hospitales, de asilos, de escuelas y demás. La impresión de esos billetes está pensada para ayudar sólo a los agentes esenciales, es decir, a los pilares del sistema capitalista (en un sentido no personal, desde luego). Así, pues, ¿quién se beneficia de la actual crisis? La respuesta es simple: la banca mundial y las grandes trasnacionales y en particular por el momento las del sector farmacéutico. ¿A quiénes va a afectar más directamente y para mal esta pandemia? Desde luego a los ciudadanos, a los individuos, a las personas, pero también a los gobiernos de los Estados nacionales, porque ellos van a tener que recurrir a instituciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, etc., y, desde luego, a los grandes bancos del mundo (JP Morgan, Golden Sachs y demás). Las deudas externas van a crecer enormemente y, claro está, si un país se endeuda quienes pagan en los hechos dicha deuda son sus respectivas poblaciones. Así, pues, los campos de los grandes beneficiados y de los muy afectados negativamente por la actual crisis están relativamente bien delimitados y son claramente discernibles.

Pero cabe preguntar: ¿por qué se habría pensado que era indispensable recurrir a un mecanismo tan diabólico y tan nefasto en sus implicaciones (muertes, parálisis económica, baja sensible en los niveles de vida, etc.) como lo es la pandemia del Covid-19? Porque, y esta la hipótesis que yo quisiera someter a consideración, el sistema capitalista tal como lo hemos venido viviendo está ya agotado y es ya insostenible, pero no en el sentido en el que podría uno espontáneamente pensarlo. ¿En qué sentido entonces es el sistema capitalista ya insostenible? En el sentido de que, aunque hay billones de personas en la inopia, viviendo en la insalubridad, en la inseguridad, en la miseria, etc., también es cierto que hay billones de personas que viven relativamente bien, que tienen acceso a la educación, a servicios de salud, que viajan, que tienen un buen nivel de consumo, que viven de sus jubilaciones, etc., y que quieren cada vez más, es decir, que quieren progresar. Todo eso está muy bien, sólo que hay un problema: el tamaño del planeta no se puede modificar y para mantener el bienestar más o menos aceptable de esos billones de personas que conforman el espectro social que lleva desde las clases trabajadoras más humildes hasta las primeras capas de la gente que goza ya de un nivel de vida respetable, el mundo tendría que transformarse drásticamente y tendría que operarse una re-distribución mucho más justa de la riqueza mundial. Las clases medias, numerosas y muy diversificadas, exigen cada vez mejores salarios, más vacaciones, más acceso a buenos servicios de salud y en general más bienestar material, pero eso sólo se puede obtener en el marco del capitalismo existente no si se explota más a las clases trabajadoras, porque ni eso sería ya suficiente, sino si se le quita riqueza a los super-ricos, si se les expropian sus bienes, si se les cancelan sus obscenos privilegios. Y eso, obviamente, es algo que los dueños del dinero y por lo tanto quienes se apropiaron del sistema, quienes manejan sus mecanismos y conocen sus secretos, no van a permitir.

Empezamos entonces a entender que a través del coronavirus lo que se pretende es re-estructurar, re-modelar la sociedad capitalista, pero no en aras de la justicia sino para garantizarle a los super-ricos, esto es, a los amos económicos del mundo, sus privilegios. La pandemia del Covid-19 resulta ser entonces uno de los instrumentos por medio de los cuales la capa social que está en la cúspide está llevando a cabo sus planes de defensa de sus privilegios en el marco del sistema capitalista, porque nadie está interesado en que éste se modifique. Así, pues, la re-estructuración que se planea tiene como objetivo salvaguardar los inmensos, casi inimaginables privilegios de menos del uno por ciento (cuando mucho) de la población mundial. Por consiguiente, podemos afirmar que si el coronavirus transmisor del Covid-19 (coronavirus–Sars-Cov-2) es efectivamente un instrumento del cambio social lo es de lo que yo propongo llamar la ‘contra-revolución hiper-burguesa’. Por consiguiente, el objetivo central para que el sistema capitalista en su fase actual, esto es, en la que lo que prevalece no es ya el capital industrial sino el financiero, es bajar el nivel de vida de las “clases medias”, esto es, el grueso de la población mundial. De lo que se trata es, por así decirlo, de proletarizarlas. Hay que homogeneizar a la población en una sola clase inmensa que sería la clase trabajadora del futuro, esto es, la clase que garantizaría el bienestar eterno de los super-ricos. ¿Quiénes son los super-ricos? Los dueños de los canales por los que fluye todo el dinero del mundo y los entes trasnacionales (empresas, corporaciones, compañías) en cuyas manos está la producción y la distribución de la riqueza material del planeta. Lo que se echó a andar es, pues, el proceso de esclavización de la humanidad en beneficio de quienes se apoderaron de prácticamente todo lo que hay en la Tierra.

En resumen: el coronavirus está diseñado para que se efectúe una transformación económica radical a nivel mundial. El objetivo es asalariar a la mayor cantidad de personas que se pueda. Esta transformación está pensada para beneficiar ante todo al sector que maneja el dinero, la bolsa de valores, la deuda externa de los países, etc., esto es, la banca mundial, y las grandes trasnacionales, en particular mas no únicamente las de la industria farmacéutica, los grandes laboratorios de los cuales dependerán las vacunas y los tratamientos de las enfermedades. El mismo Bill Gates ya habló de una vacuna para la población mundial, esto es, siete mil millones de vacunas! Sin duda algunos rayan en una megalomanía delirante mas, desafortunadamente, no irreal. Eso es enriquecerse hasta niveles inconcebibles para el ciudadano común. Son gente así quienes idearon la estrategia del coronavirus y lo hicieron por motivaciones egoístas y con objetivos en mente perfectamente delineados.

Ahora bien, es claro que la transformación estructural no puede efectuarse sin una transformación política, pero de esto no se ha hablado mayormente. Es cierto que todavía el tema no ha sido abiertamente discutido, pero ya hubo alguien quien se pronunció al respecto y que sabe muy bien de lo que habla, puesto que él sí está en el núcleo del poder mundial. Este individuo, a manera quizá de advertencia respecto a lo que se viene, ya afirmó públicamente que el coronavirus no puede ser controlado por ningún gobierno en particular. Pero entonces ¿qué o quién lo puede controlar? En opinión de Henry Kissinger, que es de quien hablamos, eso es algo que sólo lo puede lograr un gobierno mundial. Esta sugerencia de Kissinger ciertamente amerita unas cuantas palabras dado que él más que cualquier otra persona es el portavoz de los núcleos humanos que controlan la vida económica del planeta. ¿Qué podemos decir al respecto?

VI) El gobierno mundial

La idea de un gobierno mundial no es nueva, pero en general cuando se aludía a un gobierno así se pensaba ante todo en una especie de idea regulativa y de ideal político, más que en un proyecto efectivamente realizable. Por consiguiente, pretender describir aquí y ahora cómo concretamente estaría estructurado y funcionaría un gobierno mundial sería una labor un tanto fantasiosa, puesto que lo único que podríamos hacer sería especular, dado que no contamos con antecedentes históricos que nos ilustren y nos permitan extraer lecciones de casos pasados. Pero si bien no podemos decir mucho acerca de cómo sería un gobierno así, sí podemos visualizar cómo se llegaría a él. Es evidente hasta para un niño que ningún país de motu proprio estaría dispuesto a suprimir su independencia para someterse a los mandatos de un gobierno supranacional, pero el punto es que la “propuesta” de un gobierno mundial no se plantearía como una opción. ¿Cómo entonces se llegaría a él? Es en relación con este punto que la pandemia del Covid-19 adquiere una importancia explicativa mayúscula. Pienso que algo de lo mucho que puede decirse es lo siguiente:

a) el flagelo que es la pandemia que hoy se expande por el mundo no es un fenómeno natural sino provocado, el resultado de una conspiración fraguada al más alto nivel económico, político y social, seguramente preparada durante años y con objetivos precisos por alcanzar. Todo lo que pasa día con día confirma que hay un plan que se está exitosamente materializando.

b) La pandemia apenas está empezando. Es evidente que el problema no se va a detener en los próximos meses. El objetivo debe ser que se contagien cientos de millones de personas para que todo el proyecto tenga sentido. Lo más que los gobiernos nacionales podrían hacer sería entonces luchar para que las tazas de mortandad no los rebasen y tratar de enseñarles a sus respectivas poblaciones a aprender a vivir de un nuevo modo para reducir al máximo el peligro del contagio y por ende de muerte (vivir con cubre bocas, lavándose las manos cada hora, quitándose los zapatos al entrar a las casa y desinfectarlos, no saludar a nadie de beso, etc.). Pero hay una verdad terrible en todo esto: el virus va a seguir entre nosotros por la sencilla razón de que para eso está pensado.

c) La solución para la pandemia, ya sea bajo la forma de vacunas ya sea bajo la forma de tratamientos, estará en manos de las grandes corporaciones farmacéuticas. Eso quiere decir que, nos guste o no, todos los países van a depender permanentemente de ellas. Y eso es muy fácil de hacer ver: una vez que esta pandemia haya quedado superada, vendrá la siguiente y nos volveremos a encontrar en la misma situación que en la que estamos hoy sólo que con otro virus.

d) Dado el carácter altamente contagioso del coronavirus, inevitablemente los gobiernos tendrán que tomar medidas draconianas para evitar defunciones masivas hasta donde sea posible, pero ello acarreará un terrible desgaste económico en todos los países, sus poblaciones se agotarán, el endeudamiento externo de los gobiernos se volverá galopante, etc. Estarán sentadas las bases entonces para que se inicie el chantaje político en gran escala. No se necesitarán soldados, invasiones, bombardeos, etc. Esos eran mecanismos propios de la etapa previa del desarrollo del capitalismo, pero eso quedó atrás. Ahora se pueden eliminar millones de personas de otra manera y cuando un gobierno vea que se le mueren millones de personas accederá a todo lo que se le exija.

e) Ya con los gobiernos domados y bajo control, se podrá reorganizar la vida social pero habiéndoles previamente robado ya su autonomía. Entrarán en juego entonces nuevs organizaciones internacionales, parecidas a la ONU, a la UNESCO, a la OMS, a la OIT, etc., sólo que esta vez con el poder para imponer las políticas que los directivos de esos organismos consideren que hay que imponer y no habrá mucho que discutir. Dónde estén ubicadas las sedes de estos nuevos ministerios es algo que no tiene mayor importancia.

f) Así como se pasó de los reinos e imperios medievales a la formación de Estados nacionales, ahora se pasará a la organización política mundial acorde a la etapa actual del desarrollo del capitalismo. Dicho de otro modo, se vislumbra ya el fin de los Estados nacionales.

g) El objetivo último de todo esto que parece más que otra cosa el resultado de una conspiración diabólica es, naturalmente, el sostenimiento del sistema capitalista en lo que muy probablemente ahora sí sea su última etapa, una etapa sin embargo cuyo fin no es perceptible en este momento y de hecho es imposible siquiera imaginar. De lo que se trata es de beneficiar al máximo a las grandes corporaciones, reducir costos, dejar de pagar jubilaciones (una temática candente), etc.

Ahora sí me parece que podemos decir que tenemos un cuadro general, una interpretación del rol del coronavirus. Ahora sí tiene sentido lo que nos está sucediendo. Teniendo presente lo que hemos dicho, podemos pasar ahora a extraer algunas conclusiones generales.

VII) Conclusiones

Soy de la opinión de que no habría nada más ingenuo y desorientado que pensar que la actual crisis por la que está empezando a pasar la humanidad no es más que un desafortunado evento del cual pronto saldremos más o menos indemnes y del cual también en última instancia los responsables son los murciélagos. Ver e interpretar lo que está pasando de esa manera me parece el summum de la incomprensión y de la superficialidad. Como ya vimos, la actual pandemia es desde luego un fenómeno biológico, pero también militar, económico, social, cultural, etc., pero es ante todo un instrumento político. Esta pandemia, con todo lo que ella acarrea, es tanto un símbolo como un instrumento ad hoc empleado en una complejísima estrategia global que tiene motivaciones concretas y metas claramente detectables. Si hubiera sido por razones naturales que el Covid-19 hubiera hecho su aparición sobre la faz de la Tierra, como la peste bubónica lo hizo a través de las ratas, de todos modos causaría enormes problemas de toda índole, pero con el tiempo los países podrían salir del atolladero, por dificultoso que fuera ello. Pero vista la enfermedad como un elemento de una estrategia política global motivada por poderosos requerimientos económicos, laborales, políticos, etc., la pandemia se vuelve entonces algo mucho más peligroso y dañino. Quizá sea cierto que llegó el momento en el que las contradicciones del sistema capitalista fuerzan a un cambio que tiene que articularse de alguna manera, pero el problema es que la necesidad de este cambio está siendo aprovechada exclusivamente para beneficio de quienes hoy son los amos financieros del mundo y fueron sus policy makers quienes diseñaron dicho cambio y lo están implementando. Eso es precisamente lo que se hizo. Visto de esta manera, no somos los ciudadanos del mundo otra cosa que peones en un tablero mundial en el que, por lo menos por el momento, sólo juegan los dueños del mundo. Es, pues, crucial llevar al plano de la conciencia universal el siguiente pensamiento: la pandemia del Covid-19 significa una declaración de guerra en contra la humanidad en su conjunto, una humanidad ciertamente desprevenida, no consciente del peligro que la acecha pero que, si logra despertarse y reaccionar a tiempo, tiene toda la fuerza para neutralizar la terrible amenaza que sobre ella se cierne y darse a sí misma la oportunidad de hacer del mundo un lugar en donde pueda pasar su tiempo de existencia viviendo serenamente y en paz.

[i] K. Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1967), vol. II, p. 114.

[ii] K. Popper, ibid., p. 115.

[iii] K. Popper, ibid., pp. 115-16.

[iv] K. Popper, ibid., p. 116.

El Sinsentido Común y la Emancipación Social

La verdad es que algo no muy fácil de hacer, salvo quizá para especialistas en las diversas áreas de investigación científica, es acuñar una nueva expresión y (sobre todo) ponerla en circulación. Como insinué, eso es algo relativamente fácil de lograr cuando se trabaja en ciencias como la química, en donde se van construyendo términos yuxtaponiendo las raíces de las diferentes palabras relevantes y se acuña así un nuevo “término teórico”. Los temas mismos en ciencia hacen que sea relativamente obvio qué términos nuevos se requieren; las temáticas mismas los van sugiriendo en función de los requerimientos de experimentación y teorización. Es obvio que es así como se trabaja en ciencias como la biología o la física, pero es igualmente claro que en las humanidades no es tan fácil proceder de esa manera. Casi me atrevería a sostener que en filosofía, por ejemplo, hay gente que pasa a la historia por haber acuñado una expresión atinada. Podría sugerirse que eso fue justamente lo que sucedió con el filósofo norteamericano Saul Kripke, quien pasó a la historia por haber inventado su término técnico ‘designador rígido’. Lo que en todo caso es indiscutible es que en las ciencias sociales no abundan las innovaciones. Por ejemplo, aunque la sociedad contemporánea está estructurada básicamente del mismo modo de como lo estaba a mediados del siglo XIX, de todos modos es obvio que se han producido en ella importantes transformaciones y, sin embargo, no hay una terminología alternativa a la aportada por el marxismo. Seguimos (con razón) pensando en términos de clases sociales, fuerzas productivas, plusvalía, mercancías, etc. Desde luego que el que ello sea así no se debe a que entre los científicos sociales sólo hay gente inepta, ignorante, etc., sino simplemente a que esa terminología es la terminología ad hoc para la descripción  general del modus operandi de la sociedad capitalista. Podemos estar seguros de que no ha sido por falta de ganas que el léxico marxista no ha sido remplazado. La verdad es que sus opositores no han tenido con qué sustituirlo. Es obvio que se le puede enriquecer, pues los cambios de la sociedad capitalista lo ameritan, pero ni siquiera eso han logrado hacer sus acérrimos enemigos. En el nivel de la ideología, parecería que lo más que han logrado aportar los ideólogos del capitalismo es la terminología de los derechos humanos y, sobre todo, la del feminismo y sus derivados, como todo lo que tiene que ver con el uso y abuso de la sexualidad humana. En ese ámbito sí han florecido los innovadores, sí ha habido “progreso”. Por lo anterior es motivo de festejo el que alguien, al intentar explicar fenómenos sociales, se atreva a acuñar una nueva expresión o poner a circular un término que quizá ya “estaba ahí” pero en el que de hecho nadie había reparado todavía y menos aún aprovechado. Y ese es, en mi opinión, el caso de una expresión que yo nunca antes había visto empleada y que me parece potencialmente muy rica en aplicaciones. La vi en un artículo del Prof. Fernando Buen Abad. Él habla en su artículo (y es el título del mismo) de “El Sinsentido Común”. ¿A qué se refiere el Prof. Buen Abad?

La verdad es que si nuestro objetivo fuera simplemente responder de manera escueta a esa pregunta podríamos muy rápidamente sintetizar el contenido de su artículo y con eso ya habríamos contestado, pero a mí me parece que tenemos que aprovechar la oportunidad para investigar un poco sobre el contenido de dicha noción, independientemente ya de la utilización que hace de ella quien la construyó. Posteriormente diré algo sobre el uso que hace Buen Abad de su noción, pero por ahora lo mejor que podemos hacer es, antes de examinar el sinsentido común, preguntarnos qué es el sentido común. El asunto, naturalmente, no es tan simple.

Como todo mundo sabe, el gran filósofo francés del siglo XVII, René Descartes, afirmó que el sentido común era la cosa mejor repartida del mundo. ¿Por qué habría dicho él eso? Su respuesta es simple y es que todo mundo está contento con la dosis que le tocó, esto es, con su dosis de sentido común. Y eso es un hecho: nadie dice: “Lamento no haber nacido con un poco más de sentido común”. Quien dijera eso se estaría contradiciendo, porque al hacer semejante afirmación estaría dando muestras de sentido común. Es como si alguien dijera: “Me habría gustado ser más inteligente”. Al decir eso, la persona estaría dando muestras de que se percata de algo pero precisamente al percatarse da muestras de que no es como ella misma se describe. Un tonto nunca se reconoce como tal! Bien, pero podemos ir un poco más allá y preguntar: ¿qué concretamente era el sentido común para Descartes? La verdad es que él no es del todo claro (Descartes, dicho sea de paso, es un típico caso de pensador de prosa ágil y elegante y de pensamiento turbio y enredado), pero en todo caso él parece identificar el sentido común con la razón y la razón era para él la facultad que tenemos los humanos de distinguir lo verdadero de lo falso. Desde ese punto de vista, el sentido común es una facultad de la mente humana.

Como siempre sucede en filosofía, ninguna propuesta queda sin réplica, por lo que encontramos en la su historia otra forma de caracterizar el sentido común. Sin entrar en detalles, podemos afirmar que ha habido pensadores para los cuales el sentido común es más que otra cosa un sistema de creencias. ¿Qué creencias podrían ser “del” sentido común y qué características tendrían? Creencias así son creencias como las de que las cosas no desaparecen cuando dejo de verlas, que al igual que yo los demás tienen sentimientos y pensamientos (que no estoy solo en el mundo), que el mundo existía antes de que yo naciera y que seguirá existiendo después de que muera (aunque no tenga manera de probar tal cosa, sobre todo en lo que concierne al futuro), que yo no tuve un nacimiento ovíparo sino que (como todo mundo) tuve progenitores, que en las cabezas de las personas hay cerebros y en sus cajas torácicas corazones, que si se le hace un favor a alguien la persona responderá positivamente, etc., etc. Y, por otra parte, habría que decir que las creencias del sentido común tienen por lo menos dos características decisivas: son verdaderas, pero también son obvias. Lo que con esto se quiere enfatizar es que rechazar una creencia de sentido común es no ser normal. Yo añadiría una tercera característica de las creencias del sentido común: se trataría de creencias que son aceptadas o adoptadas (acríticamente, si se quiere) por la inmensa mayoría de las personas. En otras palabras, hay que ser muy raro para poner en cuestión creencias tan básicas. No es improbable que esta forma de entender el sentido común sea controvertible en grado sumo. Veamos rápidamente por qué.

Un problema con la propuesta de ver el sentido común como un sistema de creencias es que de inmediato nos damos cuenta de que, si no matizamos la situación, tendríamos que admitir que el sentido común es claramente inconsistente. Por ejemplo, desde la Edad de Piedra hasta los tiempos de Copérnico la gente pensaba que la Tierra era plana. Esa ciertamente era una creencia de sentido común. A nadie se le habría ocurrido rechazarla. Hasta se le podría haber juzgado por hereje o por bruja en más de un reino si alguien hubiera sostenido abiertamente lo contrario. Esa creencia era vista por todos como verdadera, era obvia y aceptada por todo mundo. Era, pues, parte del sentido común. En la actualidad, sin embargo, una creencia fundamental del sentido común, y a la que se llegó después de mucha investigación científica, es la creencia de que el planeta Tierra es redondo. Se sigue que el sentido común puede albergar creencias que parecen ser verdaderas, que son adoptadas por la inmensa mayoría de las personas, que son obvias y funcionales a la vida social, pero que a final de cuentas resultan ser falsas! Aquí hay un problema. Si así fuera, también la noción cartesiana de sentido común estaría siendo puesta en entredicho, porque tendríamos entonces que reconocer que esa facultad que se suponía que era la que nos permitía distinguir entre lo verdadero y lo falso, falla! Se podría entonces inferir que en realidad no hay tal facultad y que tenemos que encontrar otra explicación de cómo discernimos entre creencias y elegimos las verdaderas antes que las falsas. Pero entonces si el sentido común no es ni una facultad de la mente ni un sistema de creencias, entonces ¿qué es?

Por mi parte, pienso que el énfasis al usar la noción de sentido común debería recaer no tanto sobre las creencias ni en lo verdadero y lo falso, sino ante todo en la acción y en las consecuencias de las acciones. Más que hablar de “creencias del sentido común” habría que decir simplemente de algo (una decisión, por ejemplo) que “es (o no es) de sentido común”. ¿Qué se querría decir con esto? Algo como “sería ilógico hacer (o no hacer) eso”, “estarías actuando en contra de tus propios intereses” y cosas por el estilo. No es tanto que pensemos en contra del sentido común, sino más bien que vamos en contra del sentido común. Esto no quiere decir, desde luego, que el sentido común no tenga entonces absolutamente nada que ver con nuestras creencias, sino sólo que vincularlo a ellas es algo derivado. Como dije, es un asunto de énfasis.

Regresemos entonces a nuestro tema. El Prof. Buen Abad habla del “sinsentido común”. ¿A qué se refiere? Él usa la noción de sinsentido común en el terreno en el que él trabaja, que es el de la política y la ideología. Si su concepto de sinsentido común o las aplicaciones que hace de él son en última instancia coherentes o no es algo en lo que no entraré. Me interesa a mí usar dicha noción, independientemente ya de que coincida o no con lo enunciado por Buen Abad, a quien le reconocemos la paternidad de la misma. Él muy atinadamente vincula la noción de sinsentido común con la irracionalidad y con la profunda (y esencial) injusticia del sistema capitalista y parece sugerir que, para no ser víctimas de otra forma de sinsentido, ya es hora de dejar las explicaciones, acusaciones, análisis, justificaciones, etc., de este modo de vida y pasar a la acción para transformarlo. Pienso que es con razón que señala que la función  de los medios de comunicación y de mucho de la “inteligencia” (i.e., la casta intelectual) consiste en gran medida en adormilar a la población mundial por medio de recetas de “sentido común” concernientes a todo lo que podemos lograr u obtener en forma inmediata o a corto plazo viviendo como lo hacemos, pero sin modificar estructuralmente nada. Lo que entonces se hace es convencer a las personas de las cosas más absurdas que puede haber: por ejemplo, que en América Latina la democracia funciona para el bienestar de las poblaciones, que lo que impera en Venezuela es una dictadura, que la banca sirve para alentar el desarrollo de los países, que los gobiernos están interesados en acabar con el negocio del narcotráfico, que Rusia es la culpable de todos los males del planeta, que el “American way of life” es el modo perfecto de entender lo que es la familia, la amistad, el desarrollo personal, la libertad, etc., e idioteces por el estilo. El triunfo del sinsentido radicaría en que se aceptan mansamente puntos de vista que son totalmente contrarios a los intereses de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, en que se les hace creer dogmas políticos absurdos y se obliga a las personas a vivir en limbos de pensamientos inefectivos, palpablemente falsos, contraproducentes, etc. En todo caso, el mensaje general de Buen Abad es interesante y, yo diría, importante: el reino del sinsentido sólo se acaba en o con la praxis política. Cuando pensamos en los millones de personas carentes casi por completo de conciencia política, hundidos en sus necesidades (objetivizadas) de consumismo, absorbidos por la lógica del sistema, sin imaginación para visualizar cambios y menos aún las consecuencias positivas de los cambios que podrían operarse, nos percatamos de que no va a ser fácil zafarse de las garras del sinsentido.

El artículo de Buen Abad me parece un tanto abigarrado, por no decir ‘confuso’, pero importante en por lo menos dos sentidos. El primero ya lo mencioné y es su mensaje general: al engatusamiento, al embrutecimiento al que se somete a la población mundial, impidiéndole ver quiénes son sus verdaderos verdugos, quienes en forma inmisericorde les extraen día a día hasta la última gota de su trabajo acumulado (i.e., de su dinero), etc., a todo eso se le pone un punto final sólo con la praxis política, con la labor de protesta, manifestando en la acción nuestro repudio por el proceso de esclavización sistemática al que estamos sometidos. Y aquí me refiero a todas las personas con la que uno tiene o podría tener alguna vinculación, porque es evidente que el mundo de los super-ricos no es el nuestro y no es entonces por ellos que hablamos; no son ellos los que nos interesan o nos impactan. En eso, repito, Buen Abad tiene razón. Pero hay otro sentido en el que su trabajo, incipiente, pionero o como se le quiera calificar, es importante y es que es un síntoma muy claro de la clase de insatisfacción que está empezando a apoderarse de la población mundial en su conjunto. Por el momento, el movimiento más representativo en este sentido es sin duda alguna el movimiento francés de los Chalecos Amarillos (Gilets Jaunes). Sin duda éste amerita unas palabras.

Si le preguntáramos al ciudadano mexicano medio (y tengo la impresión de que no sólo mexicano) qué sabe de los “Chalecos Amarillos” lo más probable es que nos diga que nada o, en el mejor de los casos, que se trata de unos revoltosos franceses que están dañando la economía y el turismo de Francia. Obviamente, ese es el resultado de la acción que Buen Abad denuncia: se mantiene a la población mundial ignorante y al margen de las más que sensatas demandas que la población francesa le hace a su gobierno, entre otras razones porque en el fondo todas las poblaciones de los diversos países exigen lo mismo, luchan por lo mismo. ¿Qué quieren los franceses inconformes? Piden para ellos lo que nosotros en México pedimos para nosotros, los mexicanos, por ejemplo, que los impuestos sean progresivos, esto es, que paguen más impuestos los multimillonarios intoxicados de dinero y que el peso del presupuesto no recaiga sobre el ciudadano medio; exigen que se fije un salario mínimo digno, es decir, que no sea como el que prevaleció durante décadas en México (el cual es todavía bajo, pero ha tenido una ligera recuperación gracias a nuestro nuevo presidente), esto es, un salario de peones de haciendas porfiristas. ¿Es acaso mucho pedir? Ellos luchan por que no se sigan adaptando las ciudades a los requerimientos y exigencias de los grandes centros comerciales, que la inversión no sirva para ponerles vías de comunicación, electricidad, etc., en detrimento siempre de los habitantes de la zona; que haya un mismo sistema de seguridad social para todos y que no se especule con dicha prerrogativa ciudadana; que se acaben lo que nosotros llamamos los ‘gasolinazos’, esto es, las alzas brutales en los precios de los combustibles, para beneficio de las multibillonarias compañías petroleras, a cuyos intereses los gobiernos se pliegan; que se indexen los salarios a la inflación: ¿por qué tienen que apretarse el cinturón los ciudadanos por las especulaciones y manipulaciones financieras de los grandes buitres económicos? Pocas cosas hay tan injustas, hablemos de franceses, de mexicanos, de españoles o de italianos! El problema es el mismo en todas partes. Los Chalecos Amarillos pelean también por que se acabe su deuda gubernamental, pero ¿no es esta una causa nuestra también? O mejor dicho: ¿no es esta una causa auténticamente universal? Este es un punto nodal: ¿no es literalmente criminal que porcentajes elevadísimos del Producto Interno Bruto, es decir, de toda la riqueza que produce una nación durante un año, no tengan otro fin que el del pago de deudas infinitas y desde luego totalmente injustificadas?¿No es acaso evidente que hay que modificar drásticamente un sistema de vida que requiere para su subsistencia que un alto porcentaje de la gente no tenga trabajo?¿Por qué en el socialismo real, tan vilipendiado por los medios como incomprendido por la gente, no había desempleo (oculto o no, qué nos importa)?¿Por qué tenemos que convivir todos los días con el espectáculo de cientos de harapientos, de niños demacrados, de seres con hambre que piden en las esquinas unas monedas para pasar el día? ¿Porque “el sentido común” así lo indica y requiere? Los Chalecos Amarillos luchan porque el patrimonio de Francia no se venda ni se enajene y eso concierne a cosas tan diversas como aeropuertos, puertos, ríos, minas, etc. ¿No peleamos nosotros por lo mismo? La diferencia con los genuinos luchadores sociales mexicanos es que unos hablan en francés y otros en español, pero las reivindicaciones populares son las mismas! Son las mismas en Francia que en México que en Argentina que en Colombia, etc., etc., etc. Eso es en lo que el artículo de Buen Abad y su intrigante noción de sinsentido común nos hacen de inmediato pensar. Pero entonces queda claro que es de falta de sentido común no entender que en la actualidad la lucha que une a la gran mayoría de la población mundial, independientemente de sus respectivos niveles de vida, es la lucha contra el capitalismo mundial.

Es evidente que la población mundial es concebida como una presa por los super-ricos, en primer lugar por los banqueros y por los dueños de los grandes monopolios trasnacionales (inversionistas, accionistas, etc.), con el beneplácito o por lo menos la anuencia de los diferentes gobiernos. No hay más que echarle un vistazo a la lista de palacios de la familia Rothschild (véase la página de internet “If Americans Knew” del 4 de julio de este año) para de inmediato sentir un terrible asco moral: todas esas maravillas están pagadas con sangre, con el dinero extraído a los gobiernos y a los particulares de todo el mundo. Hasta ahora, la globalización ha sido aprovechada por los dueños (ilegítimos) del dinero, pero es un proceso que empieza a extenderse a otros sectores y niveles poblacionales. Hay desde luego una diferencia terminológica entre ambos procesos: en relación con el primero hablamos de “globalización”, en tanto que en relación con el segundo hablamos más bien de “internacionalización”. Es difícil en relación con esto no traer a la memoria un pequeño texto clásico, más actual que cualquier manual de econometría, un texto que curiosamente conserva el mismo valor (si no es que éste se incrementó) que cuando fue emitido. Hablando de la Revolución Comunista, afirman Marx y Engels:

“Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
Proletarios de todos los países: uníos!”.

Si por ‘proletarios’ entendemos ahora ‘ciudadano medio cualquiera cuya vida quedó enmarcada por las imposiciones y las reglas de la sociedad de clases en la que vivimos’, ‘ciudadano cuyos intereses se contraponen a los de los grandes magnates y multibillonarios’, si con ‘Revolución Comunista’ aludimos a la emancipación ciudadana frente a la draculesca banca mundial, si el mundo que se tiene que perder es el de la inseguridad física y económica, el de la vida en los basureros, el de la destrucción sistemática de la naturaleza, el de las castas que se creen divinas y de millones de personas condenadas a sobrevivir, etc., etc., entonces es de sentido común promover y participar en la lucha que hermana a la inmensa mayoría de los seres humanos, ya que no hacerlo sería precisamente incurrir en el sinsentido común y en la más despreciable de las posturas morales.

Objetivos e Ideales

Es un hecho que los seres humanos están acostumbrados a verse a sí mismos como lo más perfecto que hay en el universo, algo así como las perlas de la creación. Es obvio, sin embargo, que así como nosotros observamos y estudiamos, verbigracia, a los animales, en principio también podríamos ser objeto de estudio por parte de seres más desarrollados que nosotros. No es difícil imaginar que, por un feliz azar, seres super-inteligentes llegaran a la Tierra, que resultáramos para ellos criaturas dignas de ser estudiadas y que decidieran entonces observarnos con atención. Sin duda alguna, esos seres extraños pero superiores en inteligencia no dejarían de dividir las actividades de los humanos en dos grandes grupos. Así, por una parte verían que hay pintores, deportistas, políticos, comerciantes, maestros, jardineros, soldados, críticos de arte, investigadores científicos y así indefinidamente pero, por la otra, verían también que hay personas que no tienen un objeto fijo de trabajo sino que más bien trabajan en torno a lo que los otros hacen. Los extra-terrestres se percatarían entonces que hay como dos niveles de acción humana: el de la acción, por así decirlo, directa, el nivel que podríamos llamar de la ‘acción productiva’, y otro que sería el nivel de lo que se podría denominar la ‘acción meditativa’ o ‘reflexiva’. Retomando distinciones clásicas, podríamos referirnos a esas actividades como actividades de primer y de segundo orden o nivel, respectivamente. Así entendidas las cosas es claro que hablar de las actividades productivas de los humanos sería prácticamente aludir a la inmensa mayoría de las personas. No se estaría aludiendo a todos porque, como ellos lo habrían detectado, habría seres humanos que dan la impresión de trabajar de un modo distinto, congéneres que llevarían lo que quizá podríamos llamar ‘vidas reflexivas’. Mediante esta expresión (o alguna equivalente) los imaginarios seres extra-terrestres podrían referirse a esa peculiar actividad consistente en dar cuenta de lo que los humanos hacen cuando se desempeñan en las actividades productivas, esto es, de primer orden (casi dan ganas de decir, cuando realmente trabajan!). Independientemente de lo que se pueda decir al respecto, a primera vista al menos la distinción trazada es comprensible y útil.

Ahora bien, dejando de lado el recurso infantil de apelar a extra-terrestres para identificar, trazar y justificar una cierta distinción laboral, lo interesante de esta última es que pone de manifiesto que los seres humanos tienen al menos dos formas de vivir y tales que, aunque a menudo mezcladas, dan lugar a dos tipos humanos distintos. Es evidente que esas dos formas de ser de los seres humanos no están radicalmente separadas. Las personas participan de ambas en proporciones muy diferentes. Lo que habría que decir entonces es que hay personas más proclives a ser de una forma (i.e., la productiva) que de la otra (esto es, la que llamamos ‘meditativa’), pero es un hecho que en general siempre hay mezclas de tendencias y la verdad es que no podría ser de otra manera. Aquí, sin embargo, nos interesan los prototipos, los tipos humanos en, por así decirlo, estado puro, inclusive si de facto no existen. Son, empero, los modelos mismos lo que nos interesa examinar.

Yo no me atrevería a negar que la distinción “vida productiva/vida meditativa” tiene en sí misma algo de artificial, por la sencilla razón de que es imposible que haya seres humanos que no combinen rasgos o características de las dos formas de ser mencionadas. Por muy cuadrado que sea un ingeniero o por muy engreída que sea una estrella de Hollywood, de todos modos en algún momento pueden tener lo que podríamos llamar ‘momentos de lucidez’ durante los cuales las personas en cuestión se preguntarían sobre asuntos que no tienen nada que ver con sus actividades cotidianas, es decir, se harían preguntas sobre temas como el sentido de sus vidas, la necesidad, utilidad o sentido de seguir amasando dinero en cantidades estratosféricas y vivir para ello, etc., etc., y al hacerlo se estarían automáticamente ubicando en el plano de la meditación sobre sus propias actividades vitales, sobre sus respectivas existencias, independientemente de que sus andanzas en esos ámbitos fueran torpes y poco sutiles. Por otra parte, es también un hecho que quien ejemplifica el tipo meditativo de ser puede de todos modos querer participar en actividades de primer nivel; por ejemplo, alguien así podría querer ser el líder de un grupo político, el organizador de un club, de una cofradía, de un equipo de fútbol, y podría desde luego desear tener y mantener una familia, con todo lo que eso acarrea. De manera que ambas perspectivas en realidad se conjugan y las diferencias entre los humanos, como ya lo sugería, son más bien de grados. Ahora bien, hay casos extremos, que son los realmente representativos, significativos e interesantes. Son esos casos los que nos interesaría contrastar. Sugiero entonces que llamemos a las personas que se ubican básicamente en el nivel de lo productivo hombres con objetivos y a las personas que se ubican en el plano de lo meditativo o lo reflexivo hombres con ideales. Intentemos caracterizar ambos tipos.

¿Cómo es la persona que tiene objetivos, dejando de lado la cuestión de si sus objetivos son alcanzables o no a corto, mediano o largo plazo? El hombre de objetivos es ante todo lo que se llama el ‘hombre práctico’. Es típico de esta forma de ser que tan pronto se alcanzan ciertos objetivos, de inmediato surgen nuevos tras los cuales el individuo en cuestión vuelve a lanzarse. El sujeto se fija objetivos pero éstos tienen que ser realistas, porque de lo contrario estará esforzándose por encontrar medios que no van a dar los resultados esperados. Ahora bien, los fines de las personas de esta clase se fijan casi automáticamente en función de la ubicación de las personas en sus respectivos marcos reales de existencia. Si uno trabaja en una oficina uno querrá ser tarde o temprano el jefe de la misma; si es un jugador de futbol intentará llegar a la selección nacional; si es un policía, él querrá llegar a ser en algún momento jefe del sector o de la ciudad, etc. Independientemente de las situaciones de las personas, la sociedad siempre ofrece objetivos teóricamente alcanzables por todos, aunque de hecho no todos los alcancen. Todo mundo quisiera casarse, tener alguna propiedad, viajar, etc., pero ciertamente no todo mundo obtiene lo que sería sus fin naturales. En todo caso, para individuos de orientación productiva las ideas de progreso o de fracaso son perfectamente significativas: en el trabajo se avanza o no se avanza, se cosechan éxitos o se vive mediocremente y así indefinidamente. Los sentidos de las vidas de la gente productiva son una función del éxito o del fracaso de sus intentos por alcanzar sus metas. La realización de la gente depende si efectivamente logró obtener lo que quería o falló en el intento. Es característico que seres así (i.e., la inmensa mayoría de las personas) jueguen con las reglas de su sociedad, es decir, que incorporen sus valores, que defiendan su estructura y su funcionamiento. Hay principios organizativos y regulativos de la sociedad que al hombre de objetivos ni se le ocurriría poner en tela de juicio, puesto que ello significaría poner en crisis su propia existencia y eso ¿por qué o para qué lo haría? Asimismo, la satisfacción de sus requerimientos existenciales y o espirituales son en general suministrados, por así decirlo, desde fuera. Todo viene ya en paquete: para dudas existenciales, ya hay lista una religión, para inquietudes políticas ya hay credos ideológicos sólidamente establecidos, para devaneos intelectuales hay multitud de modas ideológicas fácilmente consumibles (feminismo y demás). Ahora bien, esta forma de ser que a muchos puede parecer poco atractiva es la vida del hombre “normal”, esto es, la vida del hombre que con su trabajo cotidiano sostiene el mundo. Nada más alejado de mí, por lo tanto, que intentar minimizar o devaluar esa forma de ser.

La vida del hombre de ideales, por otra parte, es marcadamente diferente. Es típico de éste no teer los pies en la tierra, pero ahora entendemos por qué: es por no estar directamente vinculado con los procesos de la vida del primer nivel, con los procesos productivos. Individuos así son de los que, como se dice coloquialmente, “dejan pasar las oportunidades”: les ganas a sus novias, lo engatusan fácilmente si se adentran en el mundo de la política o de las intrigas palaciegas (no manejan el mismo instrumental que sus competidores), no saben hacerse ricos o despilfarran su fortuna porque no logran interiorizar los mecanismos puestos en marcha para ser socialmente exitosos. Pero ello también tiene una explicación: a diferencia de lo que pasa con el hombre productivo que se mueve en función de los fines que se va fijando, el hombre de ideales más que metas concretas se caracteriza por tener una orientación definida en la vida, por moverse en una dirección particular y no desviarse y ello hace que tienda a desentenderse de sucesos particulares. No es que sea tonto, sino que tiene motivaciones especiales. Es casi tautológico decir que el hombre de ideales inevitablemente es en gran medida un inadaptado, alguien que está constantemente chocando con su sociedad, porque contrariamente a lo que pasa con el hombre productivo, el hombre que tiene objetivos, el hombre contemplativo vive en función de intereses que (por así decirlo) yacen fuera de él, que no están directamente vinculados con su particular situación en el mundo. No nos corresponde ni exaltar ni degradar ninguna de las dos grandes formas de ser de los seres humanos. Nuestra tarea consiste simplemente en identificarlas y contrastarlas.

¿Qué relación hay entre estas dos formas de existencia? Es evidente que sin el ser humano productivo, el ser humano reflexivo simplemente no podría gestarse, pero hay una verdad inversa: sin la forma de ser contemplativa la forma de ser productiva se vuelve animal, mecánica, embrutecedora, sin sentido. Si los seres humanos nada más vivieran para trabajar, reproducirse, comer, pasearse, emborracharse, etc., serían meras máquinas vivientes. Afortunadamente no son así y son susceptibles de plantearse interrogantes impersonales y que no son de carácter “productivo”. Lo que es importante entender es que las inquietudes interesantes que los humanos productivos se hacen y que los elevan por encima de la mera animalidad, de una vida puramente orgánica, exigen que otros le dediquen su vida a tratar de responderlas. Así, más que contraponerse resulta que se complementan: muchos seres humanos trabajan, construyen, progresan, etc., pero requieren que otros piensen, mediten, cuestionen y demás para encontrarle el sentido a lo que ellos hacen y, por ende, a la vida humana. A final de cuentas, los contemplativos son tan imprescindibles como los productivos.

Que las formas de ser mencionadas sean complementarias es innegable, pero que el hombre productivo es drásticamente diferente del hombre contemplativo creo que sería ridículo pretender negarlo. Todos sabemos cómo son. Consideremos brevemente a representantes exitosos de cada una de las dos formas de ser. En uno, el productivo, tenemos el prototipo del hombre que triunfa en su sociedad, el que tiene mucho de todo, el que goza la vida intensamente pero también el que no tiene más que objetivos inmediatos, prosaicos, burdos; el otro, el reflexivo, no puede competir con el primero en el terreno de éste, pero puede lograr cosas para el cual el otro es incompetente: él puede comprender, puede dar cuenta de su vida y de la de los demás, no tiene inquietudes irracionales. A uno la vida le fija sus objetivos y el sentido de su vida queda configurado en función de su éxito o de su fracaso en la obtención de sus metas. Para él no hay más. El contemplativo lleva una vida prácticamente mucho más simple, pero es libre de un modo como él otro ciertamente no lo es. El sentido de su vida lo elabora él mismo.

Dijimos que la diferencia entre un prototipo de ser humano y el otro es una cuestión de grados: se es más de una forma que de la otra. De alguna manera, en alguna medida el hombre común (productivo) se hará preguntas que no son de carácter práctico y es perfectamente comprensible que el hombre reflexivo aspire también a tener satisfacciones de orden práctico. Eso es comprensible, pero no impide que de hecho se dé una cierta oposición entre ellos y esta oposición no es una mera diferencia sino que toma cuerpo en líneas de conducta y modos de vivir radicalmente diferentes. ¿Habría que inferir entonces qué el hombre práctico no tiene ideales? Claro que no, pero el punto es que éstos no son trascendentes. Sus ideales son inmanentes a la vida en sociedad, emanan de ella, en concordancia con sus reglas fundamentales y se alcanzan o no en ella. Por otra parte, ¿no es en ningún sentido práctico el hombre de tipo idealista? Desde luego que sí lo es, pero su practicalidad está en última instancia al servicio de sus ideales y de su labor puramente intelectual. Desde el punto de vista del hombre que tiene objetivos, el idealista tiende a ser más bien torpe y aburrido y visto desde la perspectiva del idealista el hombre práctico es ante todo limitado y prosaico.

Lo que no podemos pasar por alto es que muy a menudo lo que tenemos ante los ojos son híbridos insoportables que son hombres con objetivos que pretenden conducirse como seres meditativos y hombres supuestamente de ideales que no aspiran a otra cosa que vivir como hombres prácticos y productivos. De eso, desafortunadamente, abunda. Son los petulantes y los farsantes de siempre. Es lo que tenemos cuando nos las habemos con gente rica o (o y) poderosa que cree que su status social lo autoriza a pronunciarse con firmeza sobre temas acerca de los cuales no está suficientemente preparado y, por el otro lado, con lo que nos topamos es con esos seres despreciables que le han hecho creer a los demás que van por la vía de los ideales cuando en realidad son aspirantes a seres productivos si bien nunca tuvieron ni la oportunidad ni la capacidad de serlo. Se vuelven entonces gente práctica en ámbitos en los que prevalecen y se aplican criterios diferentes de los del mundo productivo. Gente así es lo peor. Son los típicos sofistas que tanto y con tanta razón denostara Platón, los traidores de la modalidad de ser que supuestamente representan. Sin duda alguna, es preferible un ingeniero chato que un “intelectual” engreído o con poder. Estos últimos son seres pseudo-reflexivos pero cargados de ambiciones de carácter esencialmente “productivo”. ¿Se entiende?

No podemos ahora no plantear la pregunta decisiva: asumiendo que seríamos exitosos ya sea como seres productivos ya sea como seres reflexivos: ¿cuál es la línea buena de vida?¿Cómo es mejor vivir? Evidentemente, no hay una respuesta general a priori para dicha pregunta. La respuesta que se dé no puede más que ser enteramente personal y es, por lo tanto, contingente. Lo más que se puede hacer es “justificar” nuestro modo de realización. Por ejemplo, yo en lo personal ignoro qué valor pueda tener mi desempeño pero de lo que estoy seguro es de que me habría sido totalmente imposible llevar una vida de tipo “productivo”. Ambos modos de vida tienen tanto grandes ventajas como inmensas desventajas. La vida del hombre productivo, del hombre que tiene objetivos es una vida intensa, colorida (inclusive si es negra es brillante), variada, la vida de la exaltación de los sentidos, de los placeres sociales, etc. La vida exitosa del hombre de ideales es menos excitante quizá, pero con un nivel superior de comprensión respecto a cuál es su puesto en el mundo, al sentido de su existencia. Permean su vida límites infranqueables respecto a lo que debe y no debe hacer. El hombre práctico en cambio se puede permitir todo y los límites de su conducta se fijan por consideraciones prácticas (represalias de otros, la aplicación de la ley, etc.). La opción, con los matices ya señalados, es entonces entre vida intensa pero sin comprensión o vida con limitaciones pero con claridad y sin miedos irracionales. Un poco el dilema me parece ser: o se vive o se piensa, es decir, o se vive la vida en función de objetivos concretos y alcanzables o le dedica uno su vida a las actividades de segundo nivel corriendo inclusive el riesgo de ser presa fácil de los humanos prácticos sin más restricciones que las factuales. En ambos casos hay que renunciar a algo. Uno más de los dilemas de la vida.

Variedades Temáticas

Necesito empezar este artículo haciendo una confesión: uno de los problemas que más me agobian semana a semana no es no tener algo que decir sobre el tema que elija, sino tener un tema sobre el cual decir algo! ¿Por qué?¿Acaso no se nos satura todos los días con multitud de noticias de toda índole y no hay en los periódicos o en los noticieros un sinfín de temas que pueden dar lugar a algunas reflexiones serias? La respuesta es que el panorama es un tanto engañoso. Nuestro acceso a la realidad política se efectúa vía periódicos y noticieros y éstos son incontables, pero la verdad es que no sería incorrecto decir son obsesivamente repetitivos y que, con algunas excepciones, están momificados. La prensa internacional tiene ya pre-programadas sus clasificaciones: mundo, moda, deportes, política nacional, etc., y hasta dentro de sus grandes rubros ya hay sub-categorías más “especializadas”. Por ejemplo, está la categoría de “noticias internacionales”, pero dentro de esta tenemos rubros como:

a) la intervención rusa en todos los procesos electorales de los países, pero en particular en la última elección presidencial de los Estados Unidos. Cuando uno pregunta cómo tomó cuerpo dicha “injerencia”, las respuestas en general van de la estupidez mayúscula a la mentira descarada. Uno no puede menos que preguntarse si hay en el mundo algún pueblo tan idiota que se deje manipular porque en algún portal le proporcionan alguna verdad que su prensa le oculta. Independientemente ya de la veracidad del asunto, lo seguro es que tenemos para rato y de aquí a las próximas elecciones presidenciales de los USA el año entrante vamos a seguir siendo alimentados con la carroña periodística de la “intervención de Putin para destruir la democracia norteamericana”. ¿Sería sobre esta basura propagandística de la peor calidad que habría que escribir algo?

b) La apología eterna de Israel, la iniquidad de los niños palestinos y el peligro que éstos representan para los tanques y los aviones supersónicos israelíes. Ya se habla abiertamente del “terror infantil palestino” y ya nos sabemos de memoria las justificaciones de los asesinatos cotidianos de niños y jóvenes, en manifestaciones o regresando del trabajo a sus casas. Esta actitud permea prácticamente todos los periódicos más o menos conocidos del mundo occidental. Podemos señalar los vicios de estas presentaciones no meramente tendenciosas sino abiertamente deformadoras de la realidad que se vive en Palestina, pero tendríamos que escribir sobre eso todos los días y ello no es factible. Ya hay un periódico que hace eso y que ampliamente recomendamos (The Electronic Intifada), pero salvo por situaciones que rebasan los límites de lo excepcional no se puede todas las semanas escribir sobre el tema.

c) El heroísmo de los soldados norteamericanos. Así peleen con el mejor armamento frente a gente que está a años luz de disponer de un armamento mínimamente parecido, no digamos ya equivalente, nos topamos en todos los contextos con la exaltación de la brutalidad de los militares norteamericanos. Podríamos hablar de, por ejemplo, la lucha contra el terrorismo de los niños guatemaltecos y salvadoreños que se proponen invadir el territorio de los USA. ¿Tiene mucho sentido pronunciarse sobre hechos que todo mundo sabe que no son como nos los pintan? Como la crisis va a durar mucho tiempo, tendríamos que estar refiriéndonos a ella semana tras semana y ello no es factible.

Si de México se trata, entonces sin duda hay dos grandes rubros que recogen lo que se ha convertido en algo así como el deporte periodístico de moda. Son:

a) el ataque al gobierno del Lic. Andrés Manuel López Obrador o ¿hay algo distinto en los artículos de editorialistas como Loret de Mola?¿No es lo que él escribe la misma gata revolcada una y otra vez? Con toda franqueza: ¿qué interés puede tener leer eso o, peor aún, polemizar con eso? Eso equivaldría a promoverlo, cuando no hay nada que promover en esos bodrios malintencionados. Quien leyó a Loret de Mola una vez ya lo leyó para siempre y no se le puede dedicar tanto tiempo. Es un despilfarro de vida! Comprar su obsesión, discutir su tema se vuelve algo extremadamente aburrido y ciertamente no es para aburrir a nadie (el autor incluido) que uno intenta redactar algunas líneas con cierta regularidad.

b) El segundo tema que ocupa grandes bloques en la prensa cotidiana es el de la crítica sistemática de hombres de Estado que desde la perspectiva imperante resultan ser políticamente incorrectos, como los presidentes Nicolás Maduro y Evo Morales o el líder norcoreano Kim-Jong-un, no hablemos ya del “dictador” Fidel Castro, el único personaje político del que en mi humilde opinión podríamos decir con verdad que de alguna manera su país “le quedó chico”. Lo que en este como en el anterior caso encontramos es una cantidad fantástica de calumnias, desinformación sistemática, ocultamiento de datos relevantes, parcialidad total y descarnada, etc. Se puede discutir el tema una, dos, tres veces, pero la prensa lo hace a diario. ¿Vamos nosotros a seguir su ejemplo?

Claro que no, pero ello tiene una implicación: si es ese el material que los medios de comunicación ofrecen, nos vemos forzados a olvidarnos de los temas, por así decirlo, cotidianos que, como es natural, son temas que de una u otra forma interesan a las personas. Pero con esto justifico de alguna manera mi confesión, a saber, que no es fácil encontrar un tema que sea de interés público y que no sea propiedad privada de los periódicos y noticieros. Y por si fuera poco, en general todo lo que éstos nos reportan es horrible. Mejor abandonemos (por lo menos momentáneamente) los temas “mundanos”. Quizá podamos aprovechar mejor nuestro tiempo y nuestra energía intelectual, valga ésta lo que valga.

Hay una temática que por razones obvias me interesa, intriga y preocupa cada vez más pero que también creo que es de interés general, a saber, la vejez. Es sobre esta cuestión que quisiera meditar un poco y divagar al respecto.

Hay en relación con la vejez multitud de preguntas importantes, pero me parece que si a lo que aspiramos es a un cuadro mínimamente coherente del tema, lo primero que hay que determinar son los enfoques posibles de la cuestión y me parece que hay dos que, básicamente, son complementarios:

a) el enfoque objetivo o externo y

b) el enfoque subjetivo o personal

El enfoque objetivo abarca lo que sobre el envejecimiento y la vejez tienen que decir la medicina (digamos, la biología del cuerpo humano) y la situación social del hombre de edad avanzada, dentro de lo cual incluyo el comportamiento, las reacciones, el trato, etc., que recibe de las personas y las instituciones. Esto último, como es bien sabido, cambia de cultura en cultura y da una idea de lo complejo que es el tema. El enfoque subjetivo concierne más bien a las vivencias de la persona, a sus reacciones frente a los estímulos que la afectan, a su propia evaluación de su vida. Por otra parte, preguntas que exigen una respuesta son preguntas como:

a) ¿cómo caracterizar la vejez? ¿Qué es ser, cuándo se es un viejo?¿Es la vejez un estado puramente físico?

b) ¿Cómo se debería vivir y enfrentar el proceso de envejecimiento?¿Se puede ser viejo y feliz, en cuyo caso, qué o cómo es una vejez feliz?

Intentemos responder a estas preguntas desglosándolas lo más que podamos.

Tal vez lo primero que habría que decir es que tenemos que distinguir entre la vejez y el envejecimiento. La vejez es un estado, el envejecimiento un proceso. Uno se va haciendo viejo, pero eso pasa en un periodo que, aunque ciertamente no rígidos ni nítidos, tiene bordes. En ese sentido, el concepto de vejez es como el de calvicie y lo más absurdo que podría hacerse sería tratar de imponer límites como se le pone al concepto “triángulo”. Con los conceptos que se aplican a la vida no se puede proceder matemáticamente. Consideremos entonces la vejez y el envejecimiento desde la primera de las perspectivas mencionadas.

Para la caracterización de lo que es ser viejo disponemos de criterios científicos. Una persona ya empezó a hacerse vieja cuando empieza a presentar un número cada vez mayor de disfunciones físicas y orgánicas (fisiológicas, neurológicas, etc.). El proceso es obviamente lento y acumulativo. Fueron quedando atrás la vitalidad, la energía, el ímpetu de los años mozos. El viejo es una persona que tiene que ir aprendiendo a vivir de otro modo de como lo había venido haciendo. Ahora hace las cosas más lentamente, sus sentidos se deterioraron (tiene la vista cansada, oye mal, etc.), los músculos se van haciendo flácidos y así indefinidamente. Todo eso es, por así decirlo, objetivamente medible. Ahora bien, el proceso físico de envejecimiento es sin duda una condición necesaria para ser viejo, pero ¿es también suficiente? Ello es debatible, porque paralelamente al envejecimiento físico se lleva a cabo también otro proceso que es la evolución de, por así llamarla, la vida interior del viejo. Por razones obvias, los márgenes del tiempo se modificaron y hay un sentido en el que el límite futuro del viejo se va aproximando al presente hasta que, en la muerte, presente y futuro colapsan el uno en el otro. Pero intuitivamente una caracterización puramente física de la vejez es insuficiente, porque un viejo no es sólo alguien que produce menos testosterona, a quien se le cae el cabello, etc. Esos son síntomas inequívocos de vejez, pero la vejez misma parece ser algo más complejo. La caracterización de la vejez no puede reducirse a un mero deterioro orgánico. Entran en juego factores de otra índole, como mentales y hasta culturales. Después de todo, como ha sucedido con la niñez, se ha caracterizado como “viejo” a personas de  distintas edades, dependiendo de múltiples factores. Por lo tanto, la vejez no es una mera acumulación de años. Hay más cosas que decir al respecto.

Físicamente, el envejecimiento es el proceso que lleva de la última etapa de la madurez a la muerte y la vejez es el estado en el que uno se encuentra mientras dura ese proceso. Se es más o menos viejo. Lógicamente, los primeros o principales o más inmediatos problemas del anciano son físicos: dolores, impedimentos, restricciones, achaques, etc. Pero este es sólo un aspecto del fenómeno de decadencia de la persona. Hay dos más, dignos ambos de ser examinados: la evolución mental del viejo y su situación en el entorno social (familiar e institucional, básicamente)

Como es bien sabido, el Gral. Álvaro Obregón, quien tenía muy buenas puntadas, solía decir que los niños hablan de lo que hacen, los viejos de lo que hicieron y los “tarados” (empleaba otra palabra) de lo que van a hacer. Obviamente, al hablar de los “tarados” él aludía a la gente metida en la política y que hace públicos sus objetivos y sus planes en un entorno en el que mientras mayor sea la secrecía, mejor. A mí me parece que su dicho es acertado en lo que a tontos (en su sentido) y niños concierne, pero en relación con los viejos me parece cuestionable o, mejor dicho, en el mejor de los casos sólo parcialmente verdadero. Es cierto que el anciano tiende a hablar de lo que hizo, de lo que le pasó, de lo que lo impactó, etc., pero también es cierto que su vida mental se va concentrando cada vez más en el presente. Para empezar, la memoria del viejo también languidece, pero lo hace de manera curiosa, porque el viejo tiende a olvidar lo que acaba de pasar, pero en cambio eventos que fueron cruciales en su vida mucho tiempo antes, situaciones que lo impactaron quedaron indeleblemente registrados y es sobre ellos que regresa una y otra vez. La memoria, como bien nos lo recuerda Schopenhauer, es présbita: el viejo no se acuerda de lo que dijo o pasó hace cinco minutos, pero en cambio recuerda con nitidez sucesos cruciales de su vida de niño o de joven que tuvieron lugar medio siglo antes. Pero entonces ¿de qué pasado va a hablar si a menudo ni siquiera se acuerda de que hay que acordarse de algo? Por ello, sostengo, la vida del viejo se concentra cada vez más en el presente. Lo que realmente le importa al individuo de edad provecta es lo inmediato: cómo se va a tapar para no tener frío o calor esta noche, si va a poder comerse ese chocolate que tanto se le antoja hoy, si no le van a gritar o lo van a maltratar ahora que está completamente desprotegido y a merced de otros (la nuera, los nietos, los ingratos, etc.). Después de todo, no siempre elude uno lo que podríamos llamar la “justicia familiar”. Es ese un tema delicado y complejo que merece ser tratado con sumo cuidado, por lo que no ahondaré en él.

Como nadie sabe cuándo va a morir y podemos morir en cualquier momento, salvo en casos excepcionales nadie prepara su muerte. Ni el niño ni el joven ni el hombre maduro piensan en que sus existencias tienen límites y, a decir verdad, no tendrían por qué hacerlo. En esto sin duda alguna Spinoza tiene toda la razón cuando en su famosa Ética – Demostrada según el modo Geométrico afirma que la reflexión del hombre (él habla del “hombre libre”, en un sentido técnico, pero para nosotros su pensamiento sigue siendo útil aunque lo empleemos de otra manera) es siempre una reflexión sobre la vida, no sobre la muerte. Y eso es innegable si por ‘hombre’ entendemos gente joven o inclusive madura, pero la razón es obvia: su horizonte temporal es todavía extenso, es decir, ellos todavía pueden hacer planes, pueden querer volverse a casar y volver a tener hijos, sembrar árboles o seguir produciendo (libros, música, cuadros, etc.). Pero un hombre de 80 años ya no tiene (en general) semejantes aspiraciones. Dadas sus limitaciones físicas y su dependencia vital, su mundo tiende a circunscribirse al aquí y al ahora. Pero precisamente por ello, cuando se está en el flujo de la vida no se piensa en sus últimas etapas. Sería patológico hacerlo. Un joven que en plenitud de forma pasara su tiempo pensando en cómo va a morir sería obviamente alguien con graves problemas mentales. Pero entonces, una vez más, como nadie piensa en la muerte cuando piensa en la vida, nadie prepara su muerte. Pero ¿qué sería preparar nuestra muerte?

Para que la pregunta tenga algún sentido tenemos que interpretarla no como inquiriendo si podemos imaginar algún mecanismo para eludir la muerte. No hay nada más fatuo que eso. La idea de un elixir de vida eterna no pasa de ser una fantasía filosófica semi-aberrante. Por lo tanto, cuando hablo de “preparar nuestra muerte” aludo más bien a un modo de vida, a como se fue en la vida de manera que a final de cuentas uno no haya predispuesto a nadie en su contra, sobre todo si es alguien de quien uno puede llegar a depender en algo, para que cuando uno se encuentre en los momentos últimos de dependencia y a merced de los demás no sea uno objeto de violencia o escarnio. El viejo es vulnerable y ello en más de un sentido. Primero, físicamente, por su debilidad; segundo, porque más que personas de otra edad está expuesto a los más bajos deseos y caprichos de la gente de su entorno. Después de todo, no hay nada más fácil que anteponer los valores, principios, deseos, impulsos y demás de uno a los del viejo (independientemente de que sea el padre, la madre, el abuelo, etc.) y al hacerlo automáticamente se le devalúa. Curiosamente, es muy fácil no incurrir en ello. Lo único que se requiere es querer a la persona y al quererla se antepondrán sus intereses a los de uno en lo que a ella le conciernen, desde luego. Pero por ello, el viejo es particularmente sensible a una peculiar forma de dolor, que es el inmenso dolor que causa la ingratitud. Desde luego que ésta se puede sentir en todo momento a lo largo de la vida, pero en la vejez es particularmente dolorosa, porque ya no hay forma de superarla. Amargarle la última fase de la vida al viejo es muy fácil: basta con ser ingrato. De ahí que lo que el viejo más espera sea vivir su presente de senilidad envuelto en una atmósfera de amor. “No papá, no te levantes: yo te lo llevo!”, “No te preocupes. Duérmete. Dame la mano. Yo aquí estoy contigo!”. Imagino que frases así son música celestial para el viejo.

¿Hay acaso una vejez feliz?¿Su puede ser viejo y feliz? Pienso que es difícil, pero en principio factible. Es difícil, porque la vida del viejo es muy visitada por el dolor. Una persona de edad avanzada que conocí solía decirme, apuntando a sus problemas físicos y a sus dolencias. “La vejez no viene sola”. Así es. Envejecer no es nada más acumular años. La acumulación de años acarrea consigo el deterioro físico con el que de ahí en adelante se tiene que vivir. Los problemas del viejo no tienen curación; para ellos hay sólo paliativos. A pesar de ello, sin embargo, sí creo que puede haber una vejez feliz, pero no quiero con ello decir una etapa de la vida que presupone, requiere o coincide con una situación de bienestar material. Lo material para el viejo es un asunto de segundo orden. Quizá sea mejor ser viejo rico que viejo pobre, pero es perfectamente posible (y de hecho así sucede) que haya viejos pobres más felices que viejos ricos. Negar eso es como pretender tapar el sol con un dedo.

La reflexión sobre la vejez emerge de una cierta necesidad de hacer cuentas, de hacer balances, de evaluar nuestra propia existencia. Aunque rara vez sea así, la etapa de la vejez puede llegar a ser la etapa de la genuina auto-crítica, si bien se trata de una auto-crítica que ya no tiene efectos prácticos. “Hice mal en haberle hecho daño a esa persona. Nunca me hizo nada, pero me caía mal y por eso le arruiné su existencia. Que Dios me perdone!”. Eso podría llegar a decir un viejo reflexivo y que no nada más se mantiene en el ser. El problema es que en general los viejos no son muy proclives a hacer balances de esta clase, que de una u otra forma se hacen, por lo que a menudo son otros quienes terminan haciéndolos por ellos. Son, por así decirlo, sus biógrafos. Preparar su muerte entonces es en algún sentido elegir los datos para la biografía que habrá de narrarse.

¿Cómo se debe envejecer? Yo creo que no hay una única respuesta, pero hay ciertas constantes. Pienso que la mejor vejez exige mucha valentía y la verdad es que no parece haber mucha gente que cumpla con este requisito. Podría sostenerse que el viejo feliz es el que poco a poco fue aprendiendo a, por así decirlo, despersonalizarse, a interesarse cada vez menos por lo que le concierne y cada vez más por lo que pasa en el mundo. Pero esta “propuesta” me parece un tanto fantasiosa, porque interesarse cada vez más por lo que pasa en el mundo, por el futuro de la humanidad, etc., es algo que inevitablemente nos hace caer en el peor de los pesimismos. Nadie nos va a convencer de que después de que muramos los miles de millones de personas que seguirán poblando el planeta súbitamente estarán bien, comerán lo que necesitan, no se maltratarán unos a otros, etc. Y eso, el viejo lo sabe, sencillamente no es cierto. Por lo tanto, es comprensible que una perspectiva así más bien lo inquiete, por no decir lo angustie. Aunque no pueda modificar en nada la realidad mientras uno vive, la idea de dejar todo como está es sofocante. Es imposible no inquietarse por lo que será de los hijos o de los nietos, por lo que será de los vecinos, de la gente del barrio, del pueblo de a lado y de los millones que no conocemos. Despersonalizase, por lo tanto, si bien es laudable moralmente nos genera inquietudes y no es eso lo que el viejo busca. El problema es que la inversa tampoco es particularmente atractiva: aferrarnos a lo nuestro, a nuestras propiedades, bienes materiales de toda índole, nos angustia por igual. ¿Qué va a pasar con mis casas, mis autos, mis caballos, mi emporio? Pasar por eso debe ser un tormento terrible. Infiero que la clave para la vejez feliz es la vida (o lo que va quedando de ella) en un entorno grato. El mundo externo, inmediato o no, poco a poco se va desdibujando. En circunstancias así, el trato afectuoso se vuelve decisivo porque es lo único que puede generar en el viejo la sensación de ser útil y de no haberse convertido (o haber sido convertido) en un mero ornato o, peor aún, en un lastre.

Sin duda alguna, el tema se presta para una disertación de mucho mayor envergadura, pero como aquí tenemos que ponerle un término quizá podamos a manera de conclusión extraer la idea de que forma parte de una vejez feliz dejar de ver noticieros y de leer la prensa. Me pregunto: ¿significará eso que digo que mi proceso de envejecimiento se está acelerando o inclusive que ya estoy hundido en él? Invito al lector que se plantee estas preguntas y a que se dé a sí mismo sus propias respuestas.

El Rostro del Gobierno

Cuenta la leyenda, o más concretamente: cuenta Diógenes Laercio en su célebre obra Vidas, Opiniones y Sentencias de los Filósofos más Ilustres, que para refutar a un filósofo de su tiempo que negaba que el movimiento fuera posible, Diógenes, el cínico, se levantó y se puso a caminar frente a él. No es improbable que de dicha escena haya surgido la bien conocida frase “El movimiento se demuestra andando”. La situación de esta anécdota es muy parecida a la de una discusión que tuvo lugar en el “Club Moral” de la Universidad de Cambridge unos 24 siglos después y en la que el protagonista fue el filósofo inglés G. E. Moore. Éste, para refutar a quienes negaban que el conocimiento del mundo externo es posible, durante su conferencia levantó su mano y apuntando a ella dijo: ‘aquí hay una mano’ e hizo lo mismo con la otra a partir de lo cual infirió que sabía que tenía manos y, a través de una cierta cadena argumentativa, que la posición del escéptico, esto es, de quien niega que el conocimiento humano es posible, es inválida. Si tanto en el caso de Diógenes como en el de Moore lo que ellos hacen (uno caminar, el otro levantar una mano) constituye una refutación de tesis filosóficas (el movimiento es imposible, el conocimiento del mundo externo es imposible) o no es asunto de debate. No quisiera, sin embargo, dejar de señalar que si bien las tesis filosóficas en última instancia son totalmente absurdas, no sólo no es fácil refutarlas sino que se llega a ellas por medio de argumentos a la vez alambicados y sumamente ingeniosos. Como dije, no forma parte de mis propósitos discutir el tema, pero lo que sí quisiera hacer sería aprovechar las anécdotas para extraer de ellas una moraleja importante que se puede aplicar fructíferamente en otro contexto, i.e., uno actual y no filosófico. Así, pues, yo quisiera intentar razonar como Diógenes y como Moore sólo que con otro fin en mente. Mi objetivo es más bien, a través de una descripción de su desempeño, descubrir qué clase de gobierno tenemos. O sea, lo que no quiero es formarme un cuadro de él tomando como plataforma el discurso político, lo que se dice, sino lo que casi (por así decirlo) silenciosamente se hace. A mí me parece que estamos ya frente a un mosaico de hechos que expresan de manera inequívoca cuál es el verdadero perfil de este gobierno y eso es algo que hay que hacer explícito. Ello es importante, porque es sólo si se comprende cabalmente la naturaleza del actual gobierno que podremos tener expectativas realistas acerca de lo que podemos y no podemos, deberíamos y no deberíamos esperar. La clave es dejarnos guiar por los actos de gobierno, no por la ideología.

Ahora bien, lo primero que habría que señalar es que una característica fundamental del actual gobierno es que es un gobierno de cambio, un gobierno que contrasta de manera notoria y profunda con los anteriores, por lo que si queremos captar su naturaleza lo primero que tendremos que hacer es pintarnos un cuadro, aunque sea a grandes brochazos y un tanto burdo, del modo como los gobernantes priistas y panistas nos obligaron a vivir durante más de 30 años y de la situación en la que finalmente dejaron al país. Creo que los mexicanos estaríamos en general de acuerdo con la idea de que la característica fundamental de los gobiernos priistas y panistas, concretamente de la cadena de gobiernos que se inicia con Carlos Salinas de Gortari y que culmina con Enrique Peña Nieto, es (por haberse tratado de gobiernos esencialmente corruptos y anti-nacionalistas) la de haber sistemáticamente destruido la estructura institucional del país. En efecto, después de la tenebrosa era “Salinas-Peña” México quedó prácticamente lisiado desde un punto de vista institucional: no funcionan los servicios de salud, el sistema educativo está destrozado, la moral pública fue prostituida, se instauraron los más odiosos mecanismos para el manejo del presupuesto, se implantaron escandalosas políticas privatizadoras de bienes públicos, políticas desde luego contrarias a los genuinos intereses de la nación, el poder judicial se pudrió casi por completo, se saqueó el país más o menos como si estuviéramos en la época de la conquista sólo que de manera computarizada, etc. Dicho de la manera más general posible, se “privatizó” el Estado para beneficio de unos cuantos grupúsculos que tenían acceso al poder. ¿Cómo se logró semejante hazaña? La clave para entender ese proceso, la columna vertebral de todos esos gobiernos consistió en corromper al país y a su población en todos los sentidos y en todos los contextos. Prácticamente, México dejó de ser un Estado de derecho para convertirse en un país con leyes que se aplicaban cuando se quería, como se quería, dependiendo de quiénes fueran los involucrados y en el que absolutamente todo era objeto de compra y venta: plazas, licitaciones, juicios, playas, minas, recursos naturales, explotación brutal de la población, etc. El resultado neto de todo ese proceso fue que al final del gobierno de Peña Nieto México se encontró en una encrucijada: estábamos en el umbral de la guerra civil, de manera que si hubiera ganado cualquiera de los candidatos del PRI o del PAN (el de este último, dicho sea de paso, o sea, Ricardo Anaya, un auténtico vomitivo humano), “políticos” improvisados, anti-mexicanos e ineptos pero eso sí: expertos en corrupción habrían tomado las riendas del gobierno y en este momento estaríamos hundidos en un conflicto social de amplio espectro y de alta intensidad; o bien se optaba por un cambio, sin que se especificara mayormente la clase de cambio que se podría realizar. Afortunadamente y como guiado por un instinto de conservación el pueblo de México reaccionó y ganó el Lic. López Obrador. Con él del brazo se ganaron también el Senado y la Cámara de Diputados. Esto se logró gracias en gran medida al carisma del candidato de MORENA, a su lenguaje llano pero que tocaba fibras sensibles de la gente, y también al hecho de que el pueblo de México estaba ya agotado, harto y a punto de explotar. Fue gracias a que junto con la presidencia se ganaron las cámaras que el actual presidente puede hoy en día gobernar, porque si las cámaras hubieran quedado en manos de la oposición ésta hubiera sistemáticamente bloqueado toda reforma, independientemente de cuán benéfica fuera para el país. El presidente habría tenido que gobernar a base de decretos y la situación sería mucho más complicada de lo que es hoy.

Naturalmente y como era casi obligado que pasara, el nuevo gobierno llegó envuelto en una retórica no revolucionaria, pero sí reivindicatoria. Y esto generó en múltiples grupos de ciudadanos que lo apoyaron muy variadas esperanzas. Hay desde quien vio en el Lic. López Obrador simplemente a la persona que le aseguraba que recibiría a tiempo su modesta pensión o su beca hasta quien lo vio como el descendiente político del Che Guevara. Ambos extremos son palpablemente errados. Tenemos entonces que intentar dilucidar qué clase de gobierno realmente tenemos aquí y ahora y para ello queremos atenernos no a la inevitable demagogia politiquera sino a los hechos, a las decisiones. Y queremos saber esto porque queremos tener una idea clara de en qué dirección se mueve el gobierno y cuáles son sus límites naturales. Sin embargo, para poder responder a estas inquietudes habrá que hacer algunos recordatorios básicos y algunas enmiendas.

Es parte esencial del discurso oficial el presentar a este gobierno como el gobierno de la “cuarta Transformación”. Confieso que a mí no me salen las cuentas y, operando con las mismas categorías, yo presentaría a este gobierno de otra manera. Revisemos rápidamente los datos. Estamos de acuerdo en que la primera transformación se logró con la independencia frente a los usurpadores españoles, esto es, cuando México dejó de ser la Nueva España. Podemos aceptar también que la segunda transformación fue la que tiene como emblema al gran presidente Don Benito Juárez. Es con él realmente que México adquiere una identidad reconocible. También podríamos aceptar que con la Revolución Mexicana se habría materializado una tercera gran transformación del país. ¿Quién podría negar que en efecto así fue? El problema es que entre la Tercera Transformación y el cambio que encarna el gobierno actual nuestro país sufrió una transformación especial, peculiarmente dañina, una (por así llamarla) ‘anti-transformación’ o, quizá mejor, una ‘retro- transformación’. Esta que habría sido la Cuarta Transformación se declaró (en el sentido en el que decimos que se declara, por ejemplo, la varicela que hasta entonces se ha venido incubando) cuando los más saludables efectos o consecuencias de la Revolución Mexicana se debilitaron y empezaron a ser puestos en cuestión, cuando se inició en forma descarada la política de la desnacionalización en gran escala, cuando la política se convirtió en la profesión del auto-enriquecimiento ilícito, en la práctica del saqueo de la riqueza nacional, etc., y que coincide precisamente con el detestable periodo “Salinas-Peña”. Cabe preguntar: ¿en qué consistió dicha retro-transformación?¿Cuál es su peculiaridad, su marca registrada? Ya lo dijimos: la cancerización de la institucionalidad nacional, en todos los niveles y en todos los contextos. Lo que durante esos 5 sexenios (Salinas-Zedillo-Fox-Calderón-Peña) se hizo fue literalmente arruinar a la nación, abandonar a su suerte a millones de mexicanos (quiero decir a niños, mujeres y hombres), inocular a la población con inmoralidad y pudrir el entramado institucional del país de manera que éste se convirtió en un país en donde habrían de reinar la impunidad, el latrocinio, la pauperización global, la inseguridad, etc. Ese es el legado, que por ningún motivo debemos olvidar, del priismo y del panismo y es justamente en contra de ese legado que se define en primer término el gobierno del Lic. López Obrador. Pero si esto es así, entonces lo que estamos viviendo no es propiamente hablando una “transformación”. Si lo que hemos dicho no es desacertado, entonces el actual gobierno es ante todo el gobierno de la reconstrucción nacional y ello en todos los sentidos de la palabra. Y se sigue de lo que he afirmado que la clave para la reconstrucción es la lucha contra la corrupción. Esa lucha representa o encarna el sentido último de este gobierno, puesto que acabar con la corrupción es permitir que México florezca. Acabar con la corrupción, sin embargo, no es una tarea fácil de acometer y hay condiciones que se tienen que satisfacer para que pueda llevarse a cabo con éxito, inclusive si dichas condiciones entran en conflicto, aparente o real, con el lenguaje político ahora imperante.

Así, pues, y en concordancia con lo que afirmamos al inicio, la mejor forma de conocer el verdadero rostro de este gobierno es examinando sus acciones y reacciones, no su retórica. Y en este punto hay que distinguir entre las acciones generadas por un proyecto adoptado desde hace ya mucho tiempo y las reacciones provocadas por el choque con la realidad. Yo pienso que, después de medio año de haber entrado en acción, este gobierno tuvo ya los suficientes encontronazos con el mundo real de manera que sus reacciones y posicionamientos revelan de manera inequívoca su naturaleza última. Ha sido a través de choques con los hechos del mundo que el gobierno ha venido delineando su perfil y ahora lo tenemos frente a nosotros tal como realmente es. Es muy importante determinar cómo se relacionan la política gubernamental real con la ideología enarbolada, con los mensajes políticos gracias a los cuales se llegó al poder y con la imagen que la gente muy probablemente se formó de cómo sería y qué representaría el nuevo gobierno porque, hay que decirlo, es altamente probable que, una vez desglosados los hechos, se sufran fuertes desilusiones. Intentemos explicar esto.

Es evidente que el primer gran duchazo de agua fría para este gobierno, la primera gran sacudida que le puso los pies en la tierra se produjo cuando se tomó conciencia de que simplemente es imposible hacer funcionar este país si el gobierno está en pugna permanente con las cúpulas empresariales y con quienes manejan los grandes capitales nacionales. Afortunadamente, también los grupos económicamente poderosos entendieron que estar todo el tiempo hostigando al gobierno y dificultando sus acciones podría muy pronto llevar a una situación de peligro y de potencial desastre para ellos mismos. Se entendió entonces que una cosa es la confrontación ideológica, sobre todo en periodos electorales, y otra el manejo de los aparatos de Estado, la gobernanza cotidiana, el funcionamiento económico de la sociedad. Ahora bien, esto no significa que el gobierno haya claudicado ideológicamente, ni tendría por qué hacerlo, pero lo que sí es claro es que, si lo que se quería era que el país se pusiera en marcha, la relación entre el gobierno y los representantes de los grandes grupos económicos mexicanos tenía que cambiar. Y la mejor prueba de que ello fue precisamente lo que se produjo es el acuerdo firmado la semana pasada entre el gobierno y las cúpulas empresariales. Lo que se firmó equivale no sólo a un pacto de no agresión, sino a un pacto de cooperación y mutuo apoyo. Y eso no está mal ni es anti-nacional: el gobierno le garantiza a los inversionistas (mexicanos y extranjeros) la estabilidad jurídica que ellos requieren y los empresarios garantizan las inversiones en el país, con lo cual se le da solidez al mercado de trabajo, se refuerza la moneda, se apoyan las exportaciones, etc. Eso es ciertamente algo que le conviene a las dos partes del convenio y, por consiguiente, a la población en su conjunto. Lo que sí tendría que quedarles perfectamente claro a los empresarios es que también ellos tienen que participar en la gran faena nacional que es la lucha contra la corrupción, el objetivo supremo de la política del actual gobierno. Si los empresarios nulifican, boicotean, critican, bloquean la lucha del gobierno en contra de la corrupción, si aspiran de nuevo a gozar de privilegios injustificados, a incurrir en prácticas ilícitas para obtener ganancias ilegítimas, etc., entonces no le quedan más que dos posibilidades a este gobierno: o cede y entonces el gran proyecto de reconstrucción queda anulado o se radicaliza y entonces empezaría lo que podríamos llamar la ‘Sexta Transformación’. Sinceramente, no creo que los dirigentes en el mundo empresarial sean tan miopes políticamente hablando como para forzar al gobierno a que se encamine por esta segunda vía.

Un segundo frentazo con la realidad padecido por este gobierno y que nos hace entender cómo se configura lo constituyó el primer enfrentamiento serio con la administración Trump, esto es, el concerniente a las olas de inmigrantes centroamericanos (éstos no son los únicos migrantes, pero sí el grupo más importante). Después de discusiones serias con el staff político norteamericano, yo diría que ya le quedó claro tanto al presidente como a los miembros de su gabinete que no se puede lidiar con la administración norteamericana a base de frasecitas vacuas de tipo “paz y amor”, “no queremos problemas ni conflictos”, abrazándonos de los hombros, declarando a derecha e izquierda que queremos ser buenos vecinos, etc., y que con el gobierno americano no va a ser posible hacer política a la mexicana, esto es, manteniéndose en el auto-engaño, tratando de tomarle el pelo al adversario, jugando a hacer tiempo y practicando el gatopardismo. El presidente D. Trump explícitamente les espetó que para ellos la política no es un asunto de mera verborrea (¿acaso no es Fox el prototipo del presidente verborreico?), de palabrería inútil, sino de toma de decisiones y que no están jugando. Eso tuvo que haberles abierto los ojos a los mexicanos en un sentido muy preciso: si el actual gobierno pensaba que podía tranquilamente desarrollar la política que tenía más o menos diseñada dado que a final de cuentas se trataría de una política interna y para consumo nacional, sin inmiscuirse en los asuntos de otros países, etc., de seguro que el drama de los indocumentados (recurriendo a una bien conocida frase de I. Kant) ya los “despertó de su sueño dogmático”. Yo creo que ya quedó claro para todos que los Estados Unidos son un factor a tomar en cuenta en lo que concierne a la política interna de México. Simplemente no se les puede ignorar ni para aplicar las leyes, ni para modificar la constitución. El problema es que aquí ya no hay un pacto posible (inclusive si hay acuerdos). Aquí lo que se necesita, por lo tanto, es re-pensar radicalmente la política frente a los vecinos del norte de modo que la nueva política exterior de México contraste marcadamente con la política exterior de los gobiernos de la era de la corrupción. Así como el sentido de realidad llevó al gobierno a pactar con la clase pudiente a cambio de que se sume a una lucha frontal en contra de la corrupción, el mismo sentido de realidad tendría que llevar a este gobierno a delinear una nueva política de dignidad, de defensa de nuestra autonomía frente al Estado norteamericano, de soberanía nacional. Aquí no es la corrupción lo que está en juego (o no sólo ella), sino valores primordiales como la independencia y la seguridad nacionales, el futuro del país, valores y principios que los gobiernos podridos de antaño arrojaron al cesto de la basura. Dado que por lo menos desde Miguel de la Madrid, los gobiernos panistas y priistas nos acostumbraron a que la actitud correcta era la de postrarse de manera abyecta y deshonrosa frente a los USA, el nuevo gobierno tiene que mostrar que puede implementar una política exterior notoriamente diferente deslindándose de la actitud servil y humillante de los gobiernos pasados. Al igual que en relación con la política interna, se tiene que dar un cambio radical en lo que a política externa atañe.

Si lo que hemos dicho es correcto, entonces son dos los ejes primordiales, esenciales o definitorios del actual gobierno: la lucha contra la corrupción y la lucha por la autonomía frente a los Estados Unidos. Es mucho. La lucha contra la corrupción es la columna vertebral de este gobierno, pero también es algo que a mediano y a largo plazo le conviene a todos. Sin duda alguna, si el gobierno del Lic. López Obrador logra su cometido y alcanza sus metas se vivirá en México desde un punto de vista material mucho mejor, en una sociedad un poquito más justa y eso es un objetivo inatacable. El otro eje es la liberación frente a la política imperialista de los Estados Unidos tal como la practican ellos en relación con México. Aquí de lo que se trata es de recuperar el honor, el respeto por parte de los gobiernos de otros países y sobre todo de las administraciones norteamericanas, acostumbradas a tratar a los mexicanos como criados, que fue como los gobernantes priistas y panistas permitieron que se nos tratara. ¿Alguien podría estar en contra de la política del actual gobierno? En todo caso ningún mexicano consciente políticamente.

Lo anterior, sin embargo, tiene una consecuencia que para más de uno podría resultar un tanto decepcionante. Se sigue de lo que hemos dicho que este gobierno nunca pretendió ser, no es ni será un gobierno socialista. Este gobierno no está interesado en modificar las leyes de propiedad, en redistribuir la riqueza de otro modo que no sea jugando con las finanzas y los impuestos, en implantar una nueva reforma agraria, etc. Un gobierno socialista sólo podría venir como consecuencia de la ruptura frontal y radical con los sectores económicamente fuertes y porque éstos hubieran fallado a su palabra (o a su firma). Por ahora, lo que es importante es entender qué se requiere para que el actual gobierno se mantenga dentro del marco político real y para que no traspase sus propios límites, lo cual podría suceder si alguna de las partes no cumple con lo que le corresponde.

Para que la política del gobierno tenga probabilidades de éxito, el presidente tiene que dar muestras de haber asimilado las lecciones de la historia y de la teoría política. Yo pienso que tiene ante sí dos tareas inmediatas cruciales. Por un lado, le guste o no al gobierno y a los hipócritas de siempre, se tiene que reconocer que el pueblo necesita y tiene derecho a ciertas satisfacciones de carácter político. Para no divagar: el pueblo quiere ver a pillos y maleantes de cuello blanco efectivamente castigados, metidos a la cárcel, condenados a muchos años de prisión y con sus mal habidas propiedades expropiadas. Esa es una lección maquiavélica que sólo los neófitos podrían pretender ignorar. No se trata en este caso de usar gente, puesto que ello no se necesita: el país está plagado de malandrines de alto nivel. Hay que cumplir con esa labor política. Urge! Y, en segundo lugar, y esta lucha será sin duda alguna el hueso más duro de roer para el actual gobierno, se tiene que higienizar, desinfectar el poder judicial. Ese es el gran reducto de la reacción, el gran nicho oficial de la corrupción. Si no se logra destituir, meter a la cárcel, inhabilitar a muchos de los jueces venales, corruptos, vendidos, comprables, negociantes de la justicia que pululan en el país, la gran Quinta Transformación que estamos viviendo pasará a la historia como un corto periodo de breves convulsiones sociales e ilusiones pasajeras.

Peligros a la Mexicana

No cabe la menor duda de que México es, en más de un sentido, un país peligroso. Iniciemos entonces nuestra veloz disquisición preguntando: ¿en qué sentido es acertado afirmar que México es un país peligroso? Bueno, está en primer término el sentido evidente de peligro físico al que están sometidos cotidianamente millones de compatriotas. Todos los días nos enteramos y somos de una u otra forma testigos de asaltos, atracos, asesinatos, robos, secuestros y demás. Sumamente indignantes, por ejemplo, son las escenas de asalto en los autobuses a gente modesta que se desplaza temprano para ir al trabajo y a quienes no sólo les arrebatan sus teléfonos celulares, les quitan el poco dinero que llevan y que estaba destinado para comer fuera de la casa, para comprar útiles escolares a los hijos, etc., sino que además son insultados, golpeados y humillados por gentuza de lo más repugnante que pueda uno imaginar y que en algún sentido se conducen como seres que están entre los límites de lo humano y lo no humano. Así, pues, que México es peligroso en este sentido sería absurdo negarlo. Por otra parte, es obvio que también política y económicamente México está en una situación de peligro permanente: nuestra incipiente democracia es sistemáticamente atacada, boicoteada, bloqueada por fuerzas retrógradas y en el fondo anti-populares y anti-nacionales. Asimismo, nuestra estabilidad económica pende todo el tiempo de un hilo. Con un simple twitter del presidente de los Estados Unidos la moneda mexicana se derrumba y se devalúa un 20 % en un par de horas. Así, pues, esos sentidos de ‘ser peligroso’ o de ‘estar en peligro’ son reales, pero no son en los que yo quisiera concentrarme. Yo más bien querría ocuparme de una clase muy especial de males que ciertamente afectan al país y que aunque tienen consecuencias factuales sería más conveniente quizá denominarlos ‘peligros conceptuales’. Permítaseme para ello, sin embargo, hacer primero un par de aclaraciones.

No voy a entrar en detalles técnicos en primer lugar porque no es necesario hacerlo y, en segundo lugar, porque no deseo aquí y ahora discutir filosofía. No se sigue, sin embargo, que no sea indispensable hacer un mínimo de aclaraciones que, si se quiere, se les puede calificar como ‘filosóficas’. Así, es un hecho que a menudo hablamos de conceptos pero también muy a menudo la gente no sabría explicar lo que dicha palabra quiere decir. Y eso es comprensible, porque preguntar ‘¿qué es un concepto?’ es, por razones en las que no entraré, tomarle el pelo a la gente. De lo que deberíamos hablar sería más bien de adquisición de conceptos. Una pregunta pertinente es entonces: ¿cuándo decimos de alguien que ya interiorizó, que ya adquirió, que ya hizo suyo un determinado concepto x? La respuesta es simple: cuando la persona en cuestión usa la palabra ‘x’ de manera correcta y reacciona frente a su emisión por parte de otros en la forma apropiada. Por ejemplo, decimos de un niño que ya maneja el concepto de perro si cuando se le pregunta qué es un perro él señala al perro de la casa o si le preguntan cuál es el perro y él distingue entre el perro y el gato y así indefinidamente. De igual modo, alguien tiene el concepto de azul cuando trae el objeto azul que le piden y no el verde o el rojo, cuando apunta al cielo si le piden que indique algo azul, etc. Podemos deducir de lo anterior que tener un concepto es una habilidad tanto lingüística como extra-lingüística; tiene que ver tanto con el lenguaje como con la acción. Estoy seguro de que el lector ya habrá inferido que si alguien tiene problemas conceptuales su acción será ineficiente, errática, etc., y que su pensamiento será, por así decirlo, chueco o ilógico. Veamos ahora a dónde nos conducen estas observaciones.

Yo no me atrevería a decir que las confusiones conceptuales que agobian a los mexicanos se deben a alguna deformación de nuestra facultad del lenguaje, por lo que me limito a partir del hecho innegable de que hay entre nosotros mucha gente proclive a cometer errores en los usos de las palabras y, por lo tanto, a generar (y padecer) lo que no podemos identificar de otra manera que como “confusiones conceptuales”. En México, en efecto, se establecen asociaciones lingüísticas que son francamente torpes, declaradamente erróneas y que, por consiguiente, sistemáticamente se promueven líneas de acción incongruentes. Hay, además, algunos conceptos en especial que se prestan a este juego turbio de aplicaciones lodosas de palabras que lo único que logran es generar titubeo e inacción.

Nadie consciente (pienso) se atrevería a negar que el concepto de derechos humanos es un concepto de estos que se prestan a la más descarada de las manipulaciones. En su nombre, huelga decirlo, se cometen toda clase de acciones injustas, torpes y contraproducentes. Ilustremos esto. Yo diría, por ejemplo, que un criminal es una figura esencialmente pública. A mi modo de ver, por lo tanto, es importante que a la gente se le conceda la posibilidad de identificar al delincuente, por ejemplo para poder reconocerlo y contribuir así a que el proceso de impartición de justicia sea más completo. El problema es que para poder identificar a un delincuente se necesita conocer el nombre y por lo menos tener la oportunidad de verle el rostro. Pero ¿qué se hace en este país (y hasta donde sé sólo en este país)? Los demagogos de la nueva estirpe, los engatusadores del pueblo, los grandes “defensores” de los derechos humanos ya lograron hacerle entender a las autoridades que mostrar el rostro, digamos en televisión, de un criminal y dar su nombre en la prensa constituyen una tremenda violación de los derechos humanos del delincuente! Y ¿qué se hace entonces? En la televisión se le tapan los ojos al malhechor y en la prensa se pone su nombre con “N”. El resultado neto es que nos dan las noticias y nos quitan la mitad de la información. Así se procede en este país, porque aquí la idea de derecho humano quedó totalmente (por así decirlo) desfigurada y entonces de facto cuando se le emplea sirve para proteger no ya a las víctimas de los delitos como a sus perpetradores. En verdad, parecería que la noción de derechos humanos resultó demasiado complicada para la psique nacional. Así, el mal uso de una expresión genera un enredo conceptual y eso da lugar a una práctica periodística y policíaca abiertamente torpe y contraria a los intereses de la población, porque le recuerdo a los grandes (pseudo)apologistas de derechos humanos (de los delincuentes) que al actuar como lo hacen violan el derecho que la población tiene de acceso a la información.

Otro caso patético de confusión conceptual que afecta de manera muy lacerante a la población es el de los delincuentes que son menores de edad. En este caso se mezclan de manera vaga ideas de diversa índole con consideraciones jurídicas con lo cual se adaptan las leyes a los casos particulares. Por ejemplo, en México se imponen castigos diferentes para uno y el mismo delito, lo cual se puede hacer sólo sobre la base de aplicaciones absurdas de conceptos. Así, si violan y matan a una mujer de, digamos, 25 años: ¿qué diferencia hay para la víctima y para sus familiares el que quien (o quienes) cometió o (cometieron) el agravio tenga(n) más de 18 o menos de 18 años?¿Cómo consuela a los padres el hecho de que quienes atentaron en contra de su hija eran jóvenes de, digamos, 16 años? ¿Los tranquilizaría y les reduciría su dolor enterarse de ello? En otras palabras, se juzga una acción en función de la edad de quien la cometió. A mí eso me parece intelectualmente inaceptable. A los delincuentes menores de edad en nombre de los derechos humanos se les aplica otra ley, esto es, una ley ad hoc que no es la prevista para la clase de delitos como el mencionado. De manera que un asesino convicto de 16 años de hecho no es tratado como lo que es, i.e., como un asesino, y es hasta función del ministerio público velar por sus derechos ya que se trata de un “menor”! Yo pregunto: ¿es esto un punto de vista coherente? En este caso, una idea ridícula de lo que es impartir justicia y una noción demencial de derechos humanos conducen a una práctica judicial que afecta directa y negativamente a quienes son víctimas del bandolerismo en cualquiera de sus modalidades. Desde mi perspectiva, las leyes no están hechas a la medida de las personas sino que se supone que por medio de ellas se tipifican acciones y son éstas las que se evalúan para imponer sentencias. Si al momento de tipificar la acción la edad no aparece, ¿por qué entonces habría de ser posteriormente un factor a considerar? El delincuente violador en su acción es adulto, pero en su condena es “menor de edad”, es un “niño”. Aquí, yo sostengo, estamos en presencia de una contradicción la cual no tiene otro origen que el de incomprensiones de la lógica de diversos conceptos.

El concepto de derechos humanos es, como ya lo insinué, una fuente inagotable de confusiones conceptuales y, por ende, de prácticas insanas y anti-sociales. Que quienes se auto-proclaman defensores de derechos humanos no tienen claridad al respecto y que cometen un error de pensamiento casi infantil es algo no muy difícil de hacer ver: toda su hazaña consiste en usar el concepto de derecho humano de exactamente el mismo modo como se usa el concepto de derecho positivo. No voy a volver a dar cuenta de las diferencias entre uno y otro y por qué es un error fundirlos, pero para contribuir al esclarecimiento del tema no estaría mal que estos grandes luchadores sociales nos dieran una lista concreta de derechos humanos. Se vería entonces que lo que dan o son derechos ya reconocidos en la constitución o en los diversos códigos o no son derechos en lo absoluto sino en todo caso algo así como presuposiciones del derecho y obviamente no son lo mismo. Los derechos, por ejemplo, son el resultado de convenciones, las presuposiciones no. El concepto de derechos humanos fue introducido en conexión con el de violación de derechos, no con la idea de derechos especiales. La gente piensa que porque se habla de violaciones de derechos humanos entonces tiene que haber derechos humanos y ahí está el error. De manera que una confusión concerniente al concepto de derechos engendra un sinfín de problemas que tienen repercusiones prácticas muy serias.

Desafortunadamente, la noción de derechos humanos no es la única fuente de los peligros conceptuales que nos afectan a diario. Considérese el control del tráfico en la Ciudad de México. Yo creo que no hay una expresión más apropiada para referirse a él que “Es de locos!”. Desde que quien como nadie le sacó provecho a la Ciudad de México, o sea, el antiguo Jefe de Gobierno de la ciudad, Miguel Ángel Mancera (sin cumplir, por si fuera poco, con ninguno de los grandes programas de gobierno con los que estaba comprometido, lo cual fue una puñalada a los habitantes de la capital) impusiera su tristemente célebre “Reglamento de Tránsito”, el tráfico vehicular de la ciudad simplemente se desquició y va de mal en peor sólo que quienes lo siguen imponiendo no parecen darse cuenta de los graves problemas que causa. Aquí claramente se confundió la idea de “controlar el tráfico” para poder agilizarlo con “controlar el tráfico” para controlar a los conductores, y en época de Mancera para sacarles a estos últimos todo el dinero que fuera posible. Ante los problemas que causa el tráfico lento (tiempo excesivo en los autos, dolores de cabeza, horas de trabajo/hombre perdidos, exposición a asaltos, consumo innecesario de gasolina, etc.), mucha gente valientemente optó por recurrir a la bicicleta o a la motocicleta. Ello es muy laudable sólo que a los mandamases de la ciudad se les olvida que las calles, las calzadas, las avenidas, las vías rápidas y demás no se hicieron para quienes usan bicicletas: se hicieron ante todo para los autos particulares (que en México son ya casi 5 millones). Ello, sin embargo, no es arbitrario: vivimos en una sociedad organizada en función de la propiedad privada y por lo tanto el transporte privado es el que cubre la mayoría de las funciones de movilización personal. Por lo tanto, la reglamentación del tráfico vehicular debería girar en torno a él, para facilitarlo, no al revés. Desde luego que se puede y se debe imponerle limitaciones o restricciones de diversa índole al uso de los autos, pero lo que es absurdo es invertir los papeles y subordinar el gran transporte vehicular que es el de autos (y que es colectivo, aunque sea privado) al transporte individual de unos cuantos que se desplazan en bicicleta! El resultado ha sido convertir el desplazamiento de las grandes mayorías en un infierno, sobre todo a determinadas horas del día, algo que además termina por afectar a todos por igual. Una segunda consecuencia nefasta del más bestial de los reglamentos de tránsito de los que haya memoria es obviamente la contaminación ambiental. Ahora se tiene que reconocer que 5 días por semana los niveles de contaminación rebasan los límites de lo permitido y de lo recomendable, pero eso se debe sobre todo al mal control del tráfico vehicular. Pero ¿se extraen las consecuencias de dichos hechos? Ni por pienso! En lugar de agilizar el tránsito se hace todo lo que se puede para hacerlo más lento! Así, muchos automovilistas tenemos que usar constantemente los frenos, ceder el paso, por lo tanto contaminar más, etc. Yo he visto hileras de autos detenidos para que pase una persona, la cual por si fuera poco se toma su tiempo. Por favor, que nadie me vaya a achacar el grotesco punto de vista de que yo estoy entonces promoviendo que atropellen paseantes! Obviamente, no es eso lo que sostengo y no me voy a hundir en discusiones ridículas y que no tienen sentido. Hasta donde yo sé no hay transeúntes en el Periférico y de todos modos hay límites innecesarios a la velocidad. O sea, ni siquiera donde se puede circular más rápidamente nos dejan hacerlo y de paso nos castigan (con las mal llamadas ‘fotocívicas’). Para mí es obvio que tarde o temprano las circunstancias van a forzar cambios radicales en el Reglamento de Tránsito pero mientras tanto, como no quieren dar su brazo a torcer, gente incapaz de pensar en forma lógicamente correcta por ser víctima de conflictos conceptuales nos mantiene en la contradicción y en el embotellamiento permanente. Todo indica que aquí en México la parte es más valiosa que el todo y los resultados obviamente no se hacen esperar.

Ahora bien, la cúspide de lo que me gustaría llamar ‘maldad conceptual’ la alcanzamos la semana pasada cuando la actual Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, la Dra. Claudia Sheinbaum, hizo una declaración que nos dejó a todos no sólo desconcertados sino (¿por qué no reconocerlo?) fúricos. La cuestión tiene que ver con el super tema en boga, el tema a la moda, el tema intocable, a saber, la cuestión de la “equidad de género”. Dado que el concepto tiene todo menos bordes nítidos, qué signifique es algo que cada usuario decidirá como le venga en gana o como más le convenga. Por ejemplo, para la Dra. Sheinbaum es una consecuencia lógica de la idea de equidad de género que así como las niñas pueden en invierno ir de pantalones a la escuela (como si nuestro invierno fuera un invierno noruego o siberiano), así también los niños pueden (supongo que en el verano, aunque no tengamos un verano como en el Sahara o en el Congo) ir con vestido o falda si así lo desean!!! Esa declaración rebasa los límites de lo razonable o ¿se tiene acaso que argumentar para mostrar que no tiene nada que ver la idea de equidad de género con la idea de que los niños se vistan como niñas? Lo primero es aceptable, lo segundo es un aberración total, aquí y en Marte. Ya sabemos que en México todo lo que tiene que ver con el sexo está tergiversado de entrada: liberación sexual, igualdad sexual, género y sexo, etc., etc., y este es un caso típico más de confusión conceptual. El problema es que no es lo mismo que una persona insignificante esté confundida conceptualmente a que lo esté la Jefa de Gobierno, porque la acción de la primera sólo le concierne a ella en tanto que la acción de la segunda nos afectará a todos. ¿No es acaso una irresponsabilidad mayúscula hacer esa clase de declaraciones? Yo estoy convencido de que sí lo es, porque por enarbolar una bandera importada e impuesta a la fuerza, por pretender quedar bien con ciertos grupúsculos, la Jefa de Gobierno de facto insultó a millones de padres de familia que se sintieron ofendidos, al igual que muchos niños y jóvenes. Una cosa es proteger los derechos de minorías y otra es imponerle a las mayorías los deseos, las fantasías y las aspiraciones de dichas minorías. ¿Cómo surge el problema esta vez? Es evidente que, con todo el respeto que me merece, la Jefa de Gobierno tiene confusiones en relación con el concepto de equidad de género. ‘Equidad de género’ implica cosas como “mismo trabajo-mismo salario”, pero no que todos usen la misma clase de ropa interior o que su arreglo externo sea el mismo. O para que haya realmente “equidad de género”: ¿tenemos nosotros los hombres que maquillarnos?¿Vamos a suprimir la distinción “Baños de Hombres” y “Baños de Mujeres”? O sea ¿no es obvio que es incongruente hablar de equidad de género y hacer todo lo que se puede para que no haya distinciones entre géneros? Por lo pronto confirmo mi inquietud: en México pululan las confusiones conceptuales y éstas tienen consecuencias prácticas terribles. La mejor prueba de ello es que las estamos padeciendo!

El problema más importante a que da lugar el concepto de “equidad de género” es que por medio de él se tiende a suprimir la plataforma sobre la cual se apoyó, a saber, la libertad de expresión. La idea de que gente que no es heterosexual tiene los mismos derechos laborales y civiles que las personas de sexualidad estándar se convierte silenciosamente en la idea de que no se puede ni siquiera criticar determinadas prácticas sexuales y hasta que es impropio reivindicar con orgullo su propia situación de heterosexualidad. Pasa algo muy similar que con los defensores de la democracia: éstos se desgañitan peleando por la democracia, por los derechos de las minorías, por la actualización o materialización de derechos fundamentales como el derecho a la libre expresión, pero apenas son ellos quienes toman las riendas del poder entonces el discurso sobre las libertades baja de tono y con lo que nos encontramos es con el fanatismo, la intolerancia, la calumnia como estrategia y la supresión de la libertad de expresión. Y esto nos autoriza a extraer una última conclusión: además de sus múltiples consecuencias prácticas negativas, en numerosas ocasiones, si no es que en todas, las confusiones conceptuales vienen de la mano de rasgos mentales detestables como la cobardía y la hipocresía. Sobre esto sin duda habremos de regresar.

¿Pax Americana o Mors Americana?

Es evidente, supongo, que las metáforas, los símiles, las imágenes, los paralelismos no son en sí mismos argumentos pero, si son apropiados, están bien articulados y son impactantes sirven como plataforma para que se construyan buenos argumentos. Por ejemplo, supongamos que alguien dice que su vecino es un gorila. Lo que el hablante hace es presentar a su vecino como alguien que es muy fuerte físicamente pero también como alguien más bien limitado, muy impulsivo, violento, irracional, etc., y ahora sí, sobre la base de la descripción del gorila transferida a la persona se puede pasar a ofrecer argumentos en contra del sujeto en cuestión. Imaginemos, verbigracia, a un individuo del que se dice que es un auténtico gorila porque maltrata y aterroriza a su familia, porque tiene graves problemas con sus vecinos, porque muy constantemente cuando camina por la calle o va manejando adopta actitudes pendencieras, agrede a los transeúntes, maneja violentando las leyes de tráfico, es grosero con sus colegas, quiere imponerle su voluntad a todo mundo, etc. Podemos imaginar que, ante un energúmeno como ese, serían muy pocas las personas que osarían enfrentársele, dado que éste muy fácilmente perdería la paciencia y la cabeza, se exasperaría por cualquier cosa y su primera reacción sería amenazar o agredir físicamente a sus interlocutores. De todos modos y para consuelo de la gente, si bien la inmensa mayoría de las personas sería incapaz de controlarlo al menos la policía sí podría hacerlo y en última instancia se le podría obligar a seguir un tratamiento o de plano a internarlo en un hospital psiquiátrico en forma indefinida. ¿Cómo evaluaríamos la vida de una persona así? Se trataría obviamente de un agente esencialmente anti-social, peligroso, condenado a vivir en un estado permanente de ansiedad, violencia, auto-engaño, etc. Siguiendo con la historieta, podríamos enfatizar que no es que el individuo en cuestión hubiera nacido así sino que habría sido por una serie de vicisitudes, de incidentes psicológicos terribles, de vivencias que la persona habría resultado incapaz de integrar en su auto-biografía que en eso se habría convertido. Independientemente de todo, el resultado en todo caso sería el ya mencionado: nos las estaríamos viendo con un individuo socialmente dañino y psíquicamente trastornado.

Supongamos ahora que en lugar de una persona hablamos de países y que queremos determinar si hay entre éstos algún país que se conduzca, mutatis mutandis, como el demente imaginado más arriba. ¿Hay acaso en la Tierra hoy por hoy algún país que se comporte como el villano del que hablábamos, esto es, un país que sólo sepa amenazar, vivir de los demás, invadir, bombardear, destruir otros países, un país cuyo “destino manifiesto” no parezca ser otro que el de hacer la guerra permanentemente y al que sólo lo detengan in extremis países con su mismo potencial económico y militar? Yo creo que la respuesta es obvia y que sólo alguien completamente desinformado o alguien totalmente fanatizado podrían no saber cómo responder a ella. La respuesta, a mi modo de ver, salta a la vista y es simple: claro que hay un país así y sólo uno: los Estados Unidos de América. Me parece que un veloz recordatorio de hechos por todos conocidos bastará, pienso yo, para justificar mi contestación.

El siglo XX fue, a no dudarlo, el siglo de los Estados Unidos. Desde que prácticamente se apropiaron de Cuba tras humillar militarmente a los españoles expulsándolos de su último reducto en el continente americano, los Estados Unidos fueron acumulando sólo victorias y ello en todos los contextos. En el frente militar, inclinaron decididamente la balanza para que Alemania, que hasta 1917 tenía ganada la guerra, la perdiera de manera relampagueante y en forma ominosa. El triunfo de Francia y de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial fue real (como lo deja en claro la imposición del tristemente famoso “Tratado de Versalles”, fuente de todos los males que sobrevinieron después), pero lo cierto es que esos países quedaron agotados por la guerra y sin que se dieran cuenta ésta sentó las bases para el posterior desmoronamiento de sus respectivos imperios y para su sustitución por lo que sería la nueva gran potencia imperialista mundial. Con el super negocio que fue para los Estados Unidos la Segunda Guerra Mundial, éstos pasaron de gran potencia a primera potencia mundial, a superpotencia. Al iniciar la segunda mitad del siglo XX los norteamericanos estrenaron su nueva política, una política expansionista e imperialista, tomando como conejillo de Indias a Corea (quien quiera ver cómo ven los coreanos a los norteamericanos puede consultar la página de internet  https://www.rt.com/news/404958-north-korea-us-propaganda/. Sinceramente, no creo que haya mucha diferencia entre la percepción coreana y la iraquí, la iraní, la panameña, la cubana, etc., etc.). Y desde entonces (i.e., desde 1950) los Estados Unidos, como jinetes del Apocalipsis, no han dejado de llevar la destrucción y la muerte por todos los rincones del planeta. A diferencia de lo que pasó con los países europeos (Rusia incluida), los cuales tuvieron que pasar por un penoso periodo de reconstrucción, los Estados Unidos sólo se beneficiaron de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Su economía floreció, sus instituciones generaron en su país todo lo bueno que potencialmente podían generar: libertades individuales, crecimiento económico formidable, progreso científico y tecnológico incomparable, etc., al grado de poder presentarse desde mediados del siglo pasado como un modelo para el resto del mundo. Como ya dije, el hueco que dejaron franceses e ingleses de inmediato lo ocuparon los Estados Unidos, los cuales remplazaron con relativa facilidad a los imperios británico y francés, que ya eran para entonces imperios obsoletos y por lo tanto insostenibles.

Las cosas, sin embargo, poco a poco fueron cambiando. La brutal explotación de los pueblos y la descarada manipulación de los gobiernos de América Latina dieron lugar a múltiples manifestaciones de descontento, rebeliones y movimientos de liberación nacional. Surgieron los grandes héroes latinoamericanos como Sandino (Nicaragua), Camilo Torres (Colombia), el Che Guevara (Argentina/Cuba) y, desde luego, Fidel Castro (Cuba). La represión norteamericana en contra de los pueblos de América Latina, ejercida sobre todo mas no únicamente a través de dictadores y de gobiernos títere, fue brutal pero no por ello siempre o totalmente exitosa. Lo que en todo caso es indiscutible es que, a lo largo del siglo XX, los norteamericanos se fueron convirtiendo en los grandes expertos en golpes de estado, en programas de sabotaje y desestabilización de naciones enteras, en la práctica de la tortura y la experimentación de toda clase de armas prohibidas y  más en general en todo lo malo que uno pueda imaginar. Por otra parte, durante decenios la nefasta presencia norteamericana en el mundo se combinó a la perfección con el bienestar material de los norteamericanos y eso dificultó mucho que se percibiera la verdadera naturaleza de dicho estado. Pero las cosas, como dije, fueron paulatina y dolorosamente cambiando y, uno tras otro, los diferentes gobiernos de los Estados Unidos fueron revelando diversos aspectos de su verdadera naturaleza: su absoluta inmoralidad, su total desprecio por valores universales compartidos, su violación sistemática de derechos humanos, su recurso a toda clase de ilegalidades para alcanzar sus objetivos, su uso criminal de cárceles clandestinas y así ad libitum, todo eso envuelto naturalmente en la cada vez más odiosa retórica en torno a la democracia y la libertad. Pero además surgieron rivales, si bien rivales no corrompidos en su alma como ellos. Fue ya en este siglo que los Estados Unidos empezaron a sentir que su imperio no era realmente, como su ingenuidad ideológica y su propaganda política les hicieron creer, el “fin de la historia”. Desde luego que el proyecto imperialista norteamericano no llegó a su fin, pero sí llegó a sus límites y éstos no los fijaron ellos, sino que se los fijaron a ellos desde fuera. Si entendemos esto, podemos entender unas cuantas verdades, en función de ellas la situación política actual de los Estados Unidos y, por ende, la situación mundial.

Es innegable, me parece, que hubo en el pasado reciente sólo un país que introdujo un mínimo de balance y de equilibrio en el tablero de la política mundial después de la Segunda Guerra Mundial y por lo cual la historia todavía no le ha hecho justicia que fue, obviamente, la Unión Soviética. De no haber existido ese país, los Estados Unidos se habrían literalmente apropiado del planeta, serían ahora los amos del mundo y prácticamente todos, con excepción de Israel, seríamos sus vasallos y  sus colonias. Para sorpresa de los norteamericanos, la nueva Rusia, esto es, la Rusia que brotó de las cenizas de la URSS, la Rusia de V. Putin volvió a convertirse (a Dios gracias!) en una potencia militar a la que ya no pueden vencer. Naturalmente, dado el presupuesto dedicado a la tecnología y a la cultura de la guerra, los Estados Unidos siguen siendo en algún sentido el país más poderoso del mundo, pero por múltiples y bien conocidas razones eso ya no basta. Y, por el flanco económico (y también militar, aunque no todavía al mismo nivel), apareció la República Popular de China, guiada por un partido comunista que encontró la fórmula para darle trabajo y comida a más de mil millones de personas. Como todo mundo sabe y entiende, la guerra económica con China los americanos la tienen perdida. Pero al sentir y percibir que su poderío tiene límites, éstos reaccionan de la única manera como saben hacerlo: con amenazas, presionando, haciendo toda clase de trampas, rompiendo protocolos, tratados, acuerdos de toda índole (militares, comerciales, atómicos, etc.) con tal de seguir imponiendo su ley, sólo que su ley ya no vale como antes y de eso no parecen haberse percatado todavía. La diferencia con el sicótico imaginario de inicios del artículo es que no hay en el mundo una policía superior que pueda detenerlo, enjuiciarlo y encarcelarlo. Lo único que los detiene es, obviamente, su propio instinto de conservación.

Lo anterior ayuda a entender la política norteamericana que tiene en D. Trump al portavoz que corresponde con toda exactitud a esta etapa de su desarrollo. La administración Trump es la administración de la primera etapa de la decadencia norteamericana, la administración de las contradicciones y la de la gangsterización total de la política. No hay más que visualizar a sus actuales dirigentes, como M. Pompeo y al más burdo de todos, J. Bolton, que son como sacados de una película hollywoodense de mafiosos. El gobierno norteamericano no respeta leyes, principios, derechos de otros, no reconoce obligaciones, sólo sabe recurrir a la fuerza, al chantaje financiero, a la presión económica, a la manipulación del mercado. Eso son los Estados Unidos con los que el mundo tiene que lidiar. Y ello, creo que es más que obvio, atañe a México tanto como a Rusia o China.

Hay varias verdades que sería conveniente enunciar para poder entender la situación y actuar de manera sensata. Habría que señalar, para empezar, que en general los Estados Unidos nunca han sabido de diplomacia. Ellos no saben negociar; lo único que saben hacer es poner por delante a sus marines y a sus portaviones, dar de puñetazos en los escritorios, repetir como adocenados “todas las opciones están sobre la mesa” y sobre esa base imponer su voluntad. El imperio americano nunca fue un gran imperio. Julio César hizo de todos los habitantes en donde estaban estacionadas las legiones romanas ciudadanos del imperio romano. Los norteamericanos en cambio ponen el grito en el cielo porque unos cuantos miles de desplazados muertos de hambre (en gran medida, por su culpa) cruzan la frontera con México para irse a vender al mercado de trabajo más bestial que hay (para los inmigrantes, desde luego. Hay historias de esclavización de mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, etc., que uno simplemente no creería que son reales). Sus grandes proyectos para América Latina como la Alianza para el Progreso o el Plan Colombia o el Plan Mérida, aparte de que terminan en estrepitosos fracasos, no son más que procedimientos para controlar la producción y el trasiego de drogas, reforzar la represión, militarizar la vida cotidiana de los pueblos, impedir que los sectores en conflicto lleguen a acuerdos, etc. Nunca formó parte de los planes de los gobiernos de los Estados Unidos ayudar a otros países, a otros pueblos. La Unión Soviética llegaba a ofrecer hasta 400 becas anuales para estudiantes. ¿Cuántas ofrecen los norteamericanos?¿Siquiera 10? Si se produce una catástrofe en algún país, entonces con un poco de buena suerte llegará un avión con ayuda y eso es todo. Condonaciones de deudas sólo se han realizado cuando ya es obvio que los países en cuestión no podrán nunca cubrirlas y son deudas que para el presupuesto de los Estados Unidos son realmente insignificantes. Hace unos días, el gobierno norteamericano anuncio “grandes inversiones en Asia”. Uno habría pensado que trataba de inversiones en los sectores educativo, agropecuario, industrial, etc. No! Se trata exclusivamente de inversiones militares (bases, instalación de misiles, etc.). Eso es “inversión” para ellos. Los Estados Unidos mantienen bases militares en decenas de países  (en Alemania, por ejemplo, que no podría ser mejor descrita que como un país ocupado desde 1945). Pero, y este es el punto importante, lo que una política y un gobierno así significan es simplemente que tocaron fondo, que hasta allí llegaron. La situación de los norteamericanos se complica día a día. Están en guerra comercial con China, en tensión permanente con Rusia y se vislumbran por lo menos dos escenarios tétricos: Venezuela e Irán. Los gringos son incapaces de negociar, no saben llegar a acuerdos, sólo se les ocurre arrasar con el enemigo e imponer su mandato. Pero es obvio hasta para sus más confiados analistas que esta vez las cosas no van a ser tan fáciles. Y por si fuera poco, le tocó el turno a México.

Como todos sabemos, a través de su twitter, que fue el mecanismo por el cual el presidente Trump logró quitarse el bozal que le había puesto la prensa de su país, el presidente norteamericano amenazó con imponer a partir del 10 de junio aranceles (un 5 %  de impuestos al principio, incrementándose hasta llegar al 25 %) a los productos mexicanos que entren a los Estados Unidos si el gobierno mexicano no militariza sus fronteras e impide como sea el tránsito de indocumentados hacia nuestra frontera norte. Nótese que esa amenaza viene cuando los dos países (y Canadá) están a punto de firmar un nuevo tratado de “libre” comercio. Es así como tratan los gobiernos norteamericanos a sus aliados. Dichas amenazas, curiosamente, coinciden con la visita de la horrenda presidenta del Banco Mundial, Christine Lagarde, ave de mal agüero y representante de una de las peores fuerzas del aparato gubernamental estadounidense, esto es, el Fondo Monetario Internacional. Una vez más, estamos frente a la forma de reaccionar del discapacitado mental que no sabe hacer otra cosa que atacar a sus interlocutores. Yo creo que es muy importante que nosotros, los mexicanos, es decir, no sólo el gobierno, sino los ciudadanos comunes y corrientes, entendamos de una vez por todas quiénes son realmente ellos para nosotros, porque si somos incapaces de realizar un análisis frío, objetivo, crudo de nuestra relación, entonces no sabremos actuar y el país estará, en algún sentido importante, perdido. Porque sólo alguien muy ingenuo podría pensar que los tweets de Trump son simplemente exabruptos de alguien un tanto desequilibrado. Al contrario! Están muy bien pensados y calculados para generar reacciones negativas en México (como, por ejemplo, impedir que México tenga una moneda fuerte). En este caso se trata de poner de rodillas a un país que se está levantando. Pero ¿qué se puede hacer para aprovechar la crisis, una crisis creada deliberadamente y con las peores intenciones, esto es, para frenar el cambio iniciado por el actual gobierno y en la que quieren sumergir al país?

Las lecciones que hay que extraer son obvias. Lo primero que México tiene que hacer es empantanar en el Senado la aprobación del T MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá). Eso es imperativo. En segundo lugar, el gobierno mexicano y las agrupaciones patronales deberían hacer un super esfuerzo para diversificar sus relaciones comerciales. Eso es factible, porque otros gobiernos no son como el yanqui. Con ellos se puede dialogar, negociar para beneficio de ambas partes, que es lo que es imposible con los norteamericanos. Hay que incrementar nuestros niveles de comercio con China, con América Latina, con la Unión Europea. Eso es factible. Por ningún motivo debería México tener el 80 % de su comercio exterior con los vecinos del norte, porque eso es francamente estúpido: es ponerse uno mismo la soga al cuello, es darle al enemigo el arma para que con ella después lo aniquile a uno. Seguir en lo que hasta ahora se ha estado es desarrollar una política torpe de sumisión y dependencia casi absolutas, que es obviamente el legado de los gobiernos priistas y panistas. Se debería también desarrollar, a través de los libros de texto y de todos los mecanismos culturales a nuestro alcance, la visión correcta de lo que son para nosotros los norteamericanos, esto es, enemigos eternos, auténticas aves de rapiña, ladrones descarados (de agua, de petróleo (fracking), enemigos culturales, racistas incorregibles, etc. Se debería desarrollar una política de turismo para alentar los viajes a otros países (hay mucho más que ver, más bonito y más barato) y desalentar las idas al país del norte, en donde además de ir a dejar su dinero con lo que la gente se encuentra es con una policía casi criminal, violentísima e impune, con actitudes agresivas, inamistosas, etc. A los Estados Unidos casi sólo se puede ir a adquirir mercaderías y a embrutecerse en el consumo. Aparte de ir a idiotizarse a Orlando o a Disneylandia e ir a tomarse una foto con Tribilín o con el hombre araña como si fuera uno un retrasado mental: ¿qué más le ofrecen al turista medio los USA? Sólo consumo. No hay historia (hasta donde yo sé, nadie visita a los remanentes de  los habitantes originarios de Norteamérica). En verdad, ir por ejemplo a Nueva York sin las bolsas repletas de dinero es como ir al infierno! Hay montones de países a donde mexicanos deseosos de conocer el mundo podemos ir. No necesitamos ni sus playas ni su comida ni sus centros de entretenimiento. Todo eso es hipnosis cultural. Si muchos mexicanos van a los Estados Unidos como turistas es porque no están instruidos y no saben que hay otras opciones. El único gran incentivo para ir es, ya lo dije, la adquisición de mercancías. Se va a comprar cosas y se confunde eso con hacer turismo. Y es obvio que lo que los mexicanos debemos hacer es dejar de comprar en las tiendas productos norteamericanos hasta donde ello sea factible (muy difícil) y comprar todo lo que se pueda que provenga de China (viva Huawei!). Son ya demasiados los pueblos ofendidos, humillados, maltratados por los gobiernos norteamericanos, pero si sabemos reaccionar, tanto a nivel gubernamental como a nivel social e individual, quizá podamos todavía llegar a ver la transición deseada que nos lleve de la Pax Americana a la Mors Americana.

Heroísmo Periodístico y Libertad de Expresión

Como todos los seres vivos, las sociedades inevitablemente albergan en su seno organismos que plácidamente se nutren de ellas (se llaman ‘parásitos’) o que de una u otra manera las destruyen, pero también tienen, a manera de sistema inmunológico, mecanismos de defensa o, siguiendo con la metáfora, sus propios glóbulos blancos que trabajan para protegerlas y para permitir que se desarrollen, hasta donde ello sea factible, de manera equilibrada. Que esta lucha entre elementos sociales constructivos y destructivos se da no es un fenómeno particularmente difícil de corroborar y ello no sólo sobre la base de la experiencia, sino que inclusive (me parece a mí) podría elaborarse una concepción de la vida social enteramente a priori que dejara en claro que ésta tiene que contener, so pena de dar lugar a un cuadro fantástico, tanto agentes sociales malignos, perversos, enfermos o decadentes como elementos positivos, constructivos, benéficos e impulsores del progreso. Dicho de otro modo, no es imaginable (aunque sea lógicamente posible) una sociedad en la que no hubiera ladrones, cobardes, mentirosos, abusivos o traidores, pero precisamente para mantener el equilibrio tiene que haber también en toda sociedad real gente valiente, emprendedora, leal, honesta, generosa, patriota. Quizá podría tratarse de encontrar alguna ley que estableciera correlaciones más o menos sistemáticas entre el estado de descomposición de una sociedad y la proliferación de sus parásitos, bacterias y células cancerígenas y demás, sólo que para intentar algo así habría que ser un erudito en historia, alguien muy hábil para delinear modelos utilizables en teorías sociales y además tener facultades discursivas excepcionales, por lo que me declaro de entrada incompetente para una labor de esas magnitudes. Lo que en cambio sí podemos hacer es externar algunas consideraciones más o menos abstractas, intentando no ser declaradamente superficial y sin olvidarnos de aplicar a nuestro contexto lo que podamos decir de manera general. Quisiera entonces, a manera de preámbulo, hilar unas cuantas palabras en torno a la figura del héroe. Espero desde luego que al final de la argumentación la concatenación de ideas resulte inobjetablemente transparente.

Es un hecho que la figura del héroe siempre ha atraído la atención de la gente. En realidad, la configuración del concepto de héroe es bastante compleja y en particular lo es la psicología del héroe. En general, éste es un personaje admirable. En la tragedia griega, por ejemplo, el héroe es exaltado por sus virtudes pero sobre todo porque lucha por algo inclusive a sabiendas de que está perdido. En el caso de la tragedia griega son valores como la perseverancia, la valentía, la fuerza de voluntad, el deseo de que se haga justicia, etc., los que se realzan a través de un personaje que los encarna y que lucha inclusive contra los designios de los dioses. Ahora bien, el héroe tiene multitud de cualidades algunas de las cuales pueden ser también características de otros seres humanos sin que por ello éstos sean héroes o que se corra el riesgo de confundirlos. O sea, el héroe puede compartir muchos rasgos con villanos de la más variada estirpe, pero nadie normal tomaría a uno por el otro. Sin duda un sicario o un fanático del futbol pueden ser personas valientes, pero difícilmente diríamos que son héroes. Y es que para ser héroe se requiere además de ciertos rasgos de personalidad que se luche por una causa noble. Podría señalarse que, al igual que un héroe, un religioso que ve amenazada su fe puede inmolarse o, como Sansón, destruir todo un templo con él dentro con tal de acabar con los enemigos de su fe, pero eso no es ser héroe sino mártir. Ciertamente los conceptos de mártir y de héroe están emparentados, pero hay grandes diferencias entre ellos. Al mártir lo acompaña su fe en la victoria final, pero el héroe puede no tener semejante consuelo. El héroe no lucha por él ni por la salvación de su alma, sino por los demás. Si el héroe lucha hasta el final sabiendo de antemano que todo está perdido no lo hace porque sea alguien que calculó mal, un derrotista o un suicida en potencia, sino porque es movido por una causa impersonal más fuerte que su voluntad y a la cual él de motu proprio se subordina. Y, generalizando para facilitar la exposición, yo diría simplemente que dicha causa es casi siempre la misma: en general, el héroe sucumbe en aras del bienestar de otros y podríamos decir, dependiendo de la situación, del bienestar general. Naturalmente, este sacrificio es físico o material, no meramente intelectual. El héroe no nada más arguye, sino que actúa; sus retos no son meramente verbales, sino de decisiones y de acciones.

Por otra parte, dada la estructura y la complejidad de la vida del ser humano en sociedad no debería sorprendernos el que nos encontráramos con héroes en prácticamente todos los contextos: hay héroes políticos, guerreros, artísticos, del deporte, del trabajo, del conocimiento, etc. Dicho de otro modo, en todos esos contextos habrá siempre gente viciosa, malévola, egoísta, corrupta, etc., o, en el mejor de los casos, simplemente gente sencilla que no se desvía de su sendero vital y que no descuella ni por su maldad ni por su heroísmo. Pero en todo caso una cosa es clara: los intereses del héroe no son nunca los propios. El héroe no pelea por “lo suyo”, por “lo que le pertenece”, por “lo que le corresponde”. Esa no es su actitud. Yo casi me atrevería a proponer la estipulación lingüística según la cual si hay intereses de por medio, entonces se podrá quizá hablar de un luchador pero no ya de un héroe. Sin este elemento de intereses impersonales el carácter heroico desaparece. Después de todo, nadie se convierte en héroe por tratar de obtener lo que le conviene. Por otra parte, es obvio que el héroe se distingue por tintes trágicos porque lucha siempre en contra de fuerzas superiores. Para el héroe es evidente que

À vaincre sans péril, on triomphe sans gloire

(Al vencer sin peligro, se triunfa sin gloria. Le Cid, Racine)

No porque un grandulón le gane a unos infantes una carrera de obstáculos se convierte en un héroe. Una victoria así no tiene ningún valor; en cambio, en el caso del héroe el valor tanto de su derrota como de su potencial victoria está garantizado. Por último, me parece importante señalar que la alharaca social, la auto-evaluación elogiosa, el ansia de publicidad y ambiciones como esas son lo más ajeno que pueda haber al héroe. El verdadero héroe, en lo que concierne a su persona, ama el silencio, actúa sin llamar la atención sobre sí, simplemente cumple con su deber. Si se vuelve alguien conocido o no, eso es una contingencia irrelevante para su conducta. Evidentemente, no todos pueden ser héroes, por lo que la conducta del héroe sencillamente no es generalizable; es más bien única.

Hay dos hechos en relación con el héroe que me parecen de primera importancia: primero, que se trata de un ser que reconocemos o identificamos por su conducta y, segundo, que se trata de alguien que se constituye en un referente para los demás, en alguien que sirve de guía, de modelo, de ejemplo para otros. El héroe es siempre, tiene que ser un personaje de sus tiempos, de su cultura. Desde luego que admiramos a los héroes del pasado, pero los que nos impactan son los héroes de hoy, porque al saber a qué fuerzas se oponen nos resulta más fácil comprender la magnitud de su esfuerzo. Ahora bien, es precisamente de un héroe contemporáneo de quien quiero decir aunque sea unas cuantas palabras.

Como dije más arriba, son múltiples las modalidades del heroísmo. En la actualidad, sin duda alguna una forma de ser heroico es lo que podríamos llamar el ‘heroismo periodístico’ o, si se prefiere, el ‘heroísmo cibernético’. ¿Cómo se es heroico al ser periodista? Por ejemplo, dando a conocer datos prohibidos y que los gobiernos o corporaciones como los bancos mantienen ocultos, informando a la gente acerca de sucesos que le abren los ojos aunque sea un poquito y ayudando a que se dé cuenta de cuán manipulada ha sido por sus gobiernos y por la prensa y la televisión estándar. Y si esa labor es efectuada a sabiendas de que se corren grandes riesgos, no hay duda de que se cumplen todas las condiciones semánticas para poder hablar legítimamente de “periodistas heroicos”.

Yo pensaría que lo he señalado sobre el heroísmo en relación con el periodismo a nosotros aquí en México nos debería resultar auto-evidente, porque de hecho tenemos muchos héroes de esa clase. En efecto, mucha gente (tanto hombres como mujeres) respetable, trabajadora, buscadora de la verdad, ha sido no sólo amenazada sino masacrada por haber denunciado crímenes de toda índole, por haber protestado ante injusticias flagrantes, por no haberse quedado callados ante los contubernios y la impunidad de la más variada fauna de delincuentes y políticos. En este sentido, lamentablemente, México es un país de héroes y, según las estadísticas, de hecho el país más peligroso del mundo para reporteros y periodistas (después de Siria y Afganistán, países invadidos por los Estados Unidos, directamente en el segundo caso y a través de mercenarios en el primero, como todo mundo sabe). No estará de más recordar que aquí se crearon la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra Periodistas y posteriormente la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión. Sin duda, instituciones así son muy laudables sólo que habría que confrontarlas con los hechos porque, al menos hasta donde yo sé, de los más de 140 casos de asesinatos de periodistas ocurridos en los últimos años no se ha resuelto uno solo! Se pueden crear las fiscalías que se quiera, pero si esa es la clase de resultados que van a dar pues es obvio que estaremos frente a un caso más de auto-engaño a la mexicana (que es de lo más burdo, dicho sea de paso). Lo que en todo caso es innegable es que los periodistas caídos son auténticos héroes. El que su trabajo sea más bien de carácter local no mengua en lo más mínimo su heroísmo, por su valentía, su tesón y la fuerza de sus convicciones. Ahora bien, sin que ello influya en demérito de estos grandes luchadores sociales, quiero señalar que hay un periodista no local sino más bien internacional acerca del cual quisiera decir unas cuantas palabras porque, a menos de que yo esté completamente equivocado, es al igual que el más sencillo de los periodistas asesinados en este país, un héroe del periodismo sólo que a nivel global. Me refiero a Julian Assange.

Dado que no es un trabajo de reportaje lo que estoy haciendo y que Assange es un personaje mundialmente conocido, me limitaré a proporcionar tan sólo unos cuantos datos para centrar la exposición. Julian Assange es un ciudadano australiano que hizo (sin terminarlos) estudios de física, de matemáticas, de ciencias sociales y luego se adentró en el mundo del periodismo. Siendo periodista obtuvo muchos e importantes premios (por The Economist, Amnistía Internacional, CNN, Al Jazeera English y muchos más) y en muy diversos países. Interesado en asuntos de política internacional y ferviente defensor de la vida democrática, Assange intentó primero fundar un partido político, The WikiLeaks Party, pero al fracasar su proyecto terminó fundando “WikiLeaks”, esto es, una plataforma desde la cual se dedicó a hacer públicos cientos de miles de documentos clasificados como “secretos” sobre todo por el Pentágono y el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Al hacer eso, Assange sabía (como todo héroe) que estaba jugando con fuego, que lo iban a perseguir hasta el último rincón del planeta y que tratarían por todos los medios no sólo de impedir que siguiera filtrando documentos, sino que siguiera viviendo. Pero vale la pena preguntar: ¿qué fue lo que Assange denunció que tanto preocupó al gobierno norteamericano? Básica mas no únicamente, algunas de las múltiples barbaridades de los militares estadounidenses durante el bombardeo de Bagdad y de las bestialidades cometidas en la guerra en Afganistán. Por ejemplo, hay filmaciones que obviamente fueron totalmente hackeadas y en las que se ve cómo desde drones se ametralla a ciudadanos iraquíes indefensos sólo porque los militares norteamericanos sospechan que pueden estar portando armas. Usando un léxico extremadamente cínico y ya muy conocido, los militares que operan los drones, que dan instrucciones, etc., llaman a todas las matanzas de inocentes equívocamente ‘daños colaterales’. No sé de ninguna persona normal que haya visto esas escenas y no se haya indignado por la prepotencia del invasor yanqui y por la terrible conciencia de la impotencia para actuar. Lo que los soldados norteamericanos hacen, en Asia y a donde vayan, es sencillamente espantoso, horrendo.

Como insinué más arriba, al delinearse en contraposición a sus enemigos, Assange le quita la máscara al soldado norteamericano, un soldado siempre presentado por Hollywood y por la prensa mundial como un soldado liberador, defensor de la democracia y permanentemente envuelto en el ya bien consabido “bla-bla-bla” sobre la libertad, los derechos humanos y demás que ese enfoque mentiroso acarrea. Pero, permitiéndonos razonar de manera simplona, podemos afirmar lo siguiente: Assange ciertamente no es un delincuente, no es un traficante de drogas o de personas, no pretende al menos hasta donde se le conoce, lastimar a nadie, dañar a nadie, perjudicar a nadie en particular. Inferimos que eso es precisamente lo que sus adversarios quieren. Pongámoslo de esta manera: el gobierno de los Estados Unidos quiere “castigar” a (o sea, vengarse de)  Assange por haber “filtrado” (es decir, por haber hecho del dominio público información que ocultaban pero a la que los ciudadanos tienen en principio derecho a acceder) información concerniente a terribles violaciones de derechos humanos cometidas por el ejército de ocupación norteamericano, entre otras cosas. Esta información es obviamente crucial, porque por ejemplo tanto a nosotros, simples ciudadanos, como a los gobernantes y las personas que ocupan puestos clave en los gobiernos nos queda claro qué es lo que pasaría si, por ejemplo, el gangsteril gobierno norteamericano invadiera Venezuela. Los venezolanos ya están advertidos gracias a Assange sobre lo que les pasaría, sobre lo que pueden esperar en caso de invasión y por lo tanto se les previene respecto a lo que deben hacer ya! O sea, no sabemos qué harían los colombianos o los mercenarios brasileños o quienes sean si invadieran Venezuela, pero de lo que no tenemos dudas es de los que los norteamericanos harían. El héroe Assange ya nos abrió los ojos.

El destino de Assange es, no cabe duda, el de un típico héroe. ¿Qué pasó con él? Después de diversas vicisitudes y siendo perseguido por todas lados, encontró un refugio en la Embajada de Ecuador en Londres. El gran presidente ecuatoriano de ese país por aquel entonces (2011), Rafael Correa, le concedió el status de asilado político. Assange pasó 7 años en lo que de hecho equivalía a una prisión y no fue sino hasta que el nuevo presidente (quien fuera vice-presidente del presidente Correa!), un tal Lenin Moreno (un ejemplo formidable de alguien que no le hace honor al nombre) simplemente se lo regaló al gobierno norteamericano, ofreciendo una ridícula explicación de su decisión y dejando ver de paso que héroe es precisamente lo que él no es. Actualmente, Assange está encarcelado en Londres en espera de ser enviado o a Suecia, en donde tiene un juicio pendiente por acoso sexual y violación (algo que podría tener una explicación política) o (lo peor que puede suceder) de ser entregado a los Estados Unidos, en donde le esperaría un juicio militar que fácilmente podría concluir con una sentencia de muerte. Independientemente de lo que venga, pase lo que pase, Assange ya demostró que es un héroe.

Ahora bien, que Julian Assange sea un héroe es un hecho que debería hacernos reflexionar y a extraer al menos dos conclusiones importantes. Primero, que debemos aclamarlo como tal, es decir, manifestar públicamente, en forma oral o por escrito, nuestra admiración por su valentía, nuestro respeto por sus valores y nuestro total repudio por la persecución de la que ha sido objeto, porque a final de cuentas es una persona que trabajó para nosotros, los ciudadanos del mundo, alguien que no se dejó comprar, alguien que reconoció valores superiores y más importantes que su propio bienestar. Y, segundo, que debemos tratar de emularlo, que nuestro respeto no puede limitarse a una aprobación meramente verbal. Lo que quiero decir es que si efectivamente sentimos respeto por este héroe mundial del periodismo, entonces tenemos que mostrar que aprendimos a anteponer a nuestros propios intereses personales los intereses de las grandes mayorías, a no dejarnos chantajear por minorías exaltadas de la índole que sean, a no dejar imponernos las modas del momento o no dejarnos intimidar por los caprichos de maras no ya de déclassés involuntarios sino de pseudo-intelectuales intoxicados por alguna que otra idea delirante. Así son las lecciones de este caso particular de heroísmo.

No estará de más preguntarse: ¿por quién hizo Assange todo lo que hizo? Por ti, lector, por mí, por todos nosotros. ¿Quién es su enemigo? El enemigo de los ciudadanos del mundo en general: el gobierno putrefacto de los Estados Unidos, curiosamente el gobierno más poderoso del mundo y a la vez totalmente esclavizado por unas minorías ultra-privilegiadas que supieron acaparar la riqueza producida por el trabajo de todos los habitantes del planeta, un mero instrumento de la banca mundial y del complejo militar industrial más despilfarrador y destructor de la historia, el gobierno más hipócrita que uno pueda imaginar, un gobierno que mancilló la democracia convirtiendo dicha noción en un mero escudo ideológico para justificar sus inenarrables intervenciones criminales a lo largo y ancho de los cinco continentes. Lo que con su sacrificio Assange dejó en claro es que en esta sociedad, en esta cultura, en este modo de vida la libertad de expresión y de pensamiento es el valor supremo, un bien que tenemos que defender contra viento y marea porque de nuestra voluntad y de nuestra capacidad de hacerlo en todos los contextos depende nuestro futuro como seres autónomos y porque de no hacerlo estaremos permitiendo que se convierta al género humano en un mero conglomerado amorfo de máquinas vivientes.

Bertrand Russell – In Memoriam

El 18 de mayo de 1872, o sea, hace prácticamente 147 años, nació en Trelleck, Gales, el gran filósofo inglés, Bertrand Russell. Es un hecho desafortunado que mucha gente que no participa de la filosofía siga sin tener siquiera una pálida idea de quién fue ese gran hombre, pero lo que resulta realmente escandaloso es que lo mismo pase con mucha gente que se mueve en ambientes académicos e inclusive en medios filosóficos! Yo podría dedicarme a llenar estas páginas con datos biográficos o presentar algunos de sus puntos de vista (logicismo, realismo estructural, etc.) para intentar colmar el hueco. Siento, sin embargo, que este no es el sitio apropiado para discutir filosofía y que limitarme a proporcionar datos equivaldría a redactar un texto indigno del hombre cuya remembranza hacemos. Sin duda, habrá que mencionar algunos hechos pero más bien me interesa destacar algunas cualidades de la multifacética personalidad de quien sin duda es el filósofo tradicional más prominente e ilustre del siglo XX. Por qué me refiero a él como un “filósofo tradicional” es algo sobre lo que diré unas cuantas palabras más abajo.

A Russell la vida lo favoreció socialmente desde su nacimiento, ya que lo hizo un vástago de miembros de la nobleza británica, pero sobre todo fue la naturaleza la que lo favoreció al dotarlo con una inteligencia absolutamente excepcional. Esta inteligencia lo encaminó primero por el mundo de las matemáticas y la lógica y muy rápidamente después por el de la filosofía. Russell fue un hombre completo, alguien que se desarrolló en el plano intelectual, como filósofo de primer orden, en el biológico y social, pues se casó en varias ocasiones (4) y tuvo tres hijos (dos con la segunda esposa y uno con la tercera) y en el político (fue anti-monarquista, pacifista, demócrata sin entusiasmo y anti-imperialista norteamericano en su última fase). Quisiera muy rápidamente decir unas cuantas palabras que de uno u otro modo versan sobre estos aspectos de su vida.

Un muy respetable filósofo australiano, autor de un espléndido libro intitulado ‘One Hundred Years of Philosophy’ (‘Cien Años de Filosofía’), viz., John Passmore, dice algo en su recuento de ideas que se me grabó desde la primera vez que lo leí, hace ya unos 40 años. Dice Passmore hablando del primer gran libro de Russell: …

Los Principios de las Matemáticas (1903) dejaron perfectamente en claro por primera vez que una nueva fuerza había entrado en la filosofía británica.

Eso era Russell: una nueva fuerza que, se quisiera o no, habría que tomar en cuenta. Russell escribió más de 60 libros, de calidad variada, muchos libros “orgánicos” y muchas también colecciones de ensayos, pero hay cuatro libros que son, me parece, los fundamentales de su obra. Éstos son:

The Principles of Mathematics (Los Principios de las Matemáticas (1903)),

The Analysis of Mind (torpemente traducido como ‘Análisis del Espíritu’ (1921))

The Analysis of Matter (Análisis de la Materia, 1927), y

Human Knowledge: its scope and limits (El Conocimiento Humano: su alcance y límites (1948)).

Russell escribió también un célebre artículo, “On Denoting” (“Sobre el Denotar” (1905)) que más de uno consideraría como más importante que los otros cuatro libros juntos, pero como no es mi objetivo aquí y ahora entrar en detalles no me pronunciaré al respecto. No obstante, sí ratifico la apreciación general del ensayo mencionado y creo que muy probablemente lo calificaría como el más importante del siglo XX.

Además de filósofo imposible de ignorar, Russell fue también una figura pública y de vanguardia en más de un sentido. Interesado como tantos otros pensadores en la formación del alma, junto con su segunda esposa Russell tuvo una escuela pionera que, por muy diversas razones, terminó en un fracaso. No obstante, que como negocio la escuela haya terminado en un fiasco no impidió que él nos legara por lo menos dos libros con múltiples pensamientos útiles concernientes a la educación infantil. Como a menudo pasa con otros grandes sabios, muchos de los puntos de vista que ahora son lugares comunes eran opiniones extravagantes y hasta revolucionarias en los tiempos en los que él las emitía. Por si fuera poco, Russell fue también un brillante líder de opinión y en más de una ocasión el valor que le adscribía a la libertad de pensamiento y de palabra lo puso en aprietos y le generó graves problemas con autoridades y con diversos grupos de poder. Por razones que daré más abajo, por ejemplo, su protesta (pública, como debe ser para que tenga algún valor)  por la presencia de tropas norteamericanas en Inglaterra durante la Primera Guerra Mundial lo enfrentó al gobierno de Su Majestad, confrontación que terminó en su encarcelamiento. Ciertamente, los meses que pasó en la cárcel no los pasó en las condiciones de los delincuentes del fuero común, pues aparte de noble ya para entonces era un hombre conocido y respetado en su país natal (y no sólo en él), pero lo que sí hizo (y que no muchas otras personas habrían hecho) fue aprovechar su tiempo para escribir un muy bonito libro intitulado ‘Introduction to Mathematical Philosophy’ (‘Introducción a la Filosofía Matemática’). Aunque hubo alguien que se lo criticó ferozmente, y no sin razón, no deja de ser cierto que es una magnífica presentación del logicismo y que, dejando de lado los tecnicismos propios de la temática, contiene algunos ejemplos y algunas frases impactantes que son simplemente inolvidables. Permítaseme dar un par de ejemplos.

Supóngase que alguien oye decir a otra persona que Hamlet era rey de Dinamarca y que alguien más dice que Napoleón era el emperador de los franceses. Cabe preguntar: ¿qué diferencia hay entre el ‘era’ de Hamlet y el ‘era’ de Napoleón?¿Se usan acaso en el mismo sentido y si no cómo se diferencia uno del otro? Nosotros sabemos que Hamlet es un personaje de ficción y que Napoleón era más real que una mole de piedra, pero ¿cómo se les distingue y sobre todo cómo se explica su diferencia ontológica? Parte de la explicación de Russell consiste en decir que “si nadie pensara acerca de Hamlet, no quedaría nada de él; si nadie hubiera pensado acerca de Napoleón, él muy pronto se habría ocupado de que alguien lo hiciera”. Y luego añade: “El sentido de realidad es vital en lógica”. Dicho de otro modo, de los objetos de la imaginación podemos desentendernos, pero no nos conduzcamos del mismo modo con los objetos de la realidad, porque éstos de una u otra forma nos harán entender que están allí y que hay que tomarlos en cuenta, so pena de llevarnos desagradables sorpresas.

No hay nada más fácil, al hablar de lógica, que caer en la tentación de multiplicar entidades y postular nuevos reinos del ser. Eso es relativamente fácil de hacer porque en lógica se trabaja con meras fórmulas a pesar de lo cual se habla de verdad y de falsedad. Resulta entonces normal hablar, inducidos además por la estructura del lenguaje natural, de “hechos lógicos”, de “realidades lógicas”. Desde la perspectiva de Russell, el asunto no es tan simple. Nos dice:

La lógica, yo sostendría, no tiene que admitir unicornios más de lo que puede hacerlo la zoología; porque la lógica se ocupa del mundo real tan en verdad como la zoología, aunque en sus rasgos más abstractos y generales.

Contrariamente a las fantasías desbordadas de muchos lógicos, Russell nos hace el sano recordatorio de que después de todo

Hay sólo un mundo, el mundo “real”.

Esa es buena filosofía de la lógica.

En 1939 Russell se encontraba con su tercera esposa y sus hijos en los Estados Unidos en una gira de trabajo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Obviamente a partir de ese momento no era ni factible ni deseable regresar a Inglaterra, de manera que Russell y su familia se tuvieron que quedar en el país cuya maquinaria de expansión y dominio a nivel mundial estaba ya en movimiento. Su estancia en los Estados Unidos, sin embargo, no fue lo placentero que uno hubiera podido imaginar. Era ciertamente un inmenso y rico país, alejado de todos los problemas que tenían los europeos (bombardeos, hambrunas, matanzas, etc.) y donde, era de suponerse,  habría podido vivir tranquilamente. Pero no fue así. Nunca faltan los fanáticos cuya mayor aspiración es, siendo ellos incapaces de entrar en debates serios, impedir que otros digan lo que piensan. De ahí que al renunciar a un trabajo en California por uno en Nueva York Russell inadvertidamente se puso la soga al cuello. Tuvo entonces que enfrentar un desgastante juicio por toda una serie de calumnias concernientes a sus escritos sobre sexualidad, juicio que le cerró las puertas de la universidad en donde se suponía que iba a trabajar y de todas las demás! De manera que en los Estados Unidos el co-autor de Principia Mathematica no era apto ni para dar cursos de licenciatura! Después de múltiples vicisitudes, escribiendo hasta en revistas de moda para poder comprar comida para su familia, las cosas fueron cambiando y finalmente en 1944 regresó a Inglaterra. La coyuntura en la que se encontró es interesante y explica muchas de las cosas que le sucedieron posteriormente.

Cuando Russell regresó de los Estados Unidos se encontró con una Europa dividida, una división que habría de oficializarse y de llevarse al extremo a partir del famoso discurso de Churchill sobre una “cortina de hierro” dividiendo a Europa en dos, en una clara alusión al “hombre de hierro”, esto es, a Stalin. Y Russell, quizá muy influido por su estancia en los Estados Unidos o por añejas convicciones ya muy enraizadas en él, tomó abiertamente partido por su mundo, esto es, por “Occidente” y desarrolló a su manera su propia campaña anti-soviética. Por ejemplo, apareció en varias ocasiones con el uniforme del ejército norteamericano hablando en nombre de “libertad” y de la “democracia” y en una carta privada que él autorizó que fuera publicada, llegó a sugerir, a la manera de un vulgar consejero de seguridad de la Casa Blanca, bombardear la URSS con armas atómicas si ésta no desistía en su empeño de obtener la bomba atómica, hasta entonces privilegio indiscutido de los estadounidenses. Sin duda alguna como premio a su labor voluntaria de desprestigio del socialismo real, en 1950 le fue concedido el premio Nobel de literatura, dado que no hay de filosofía, que era lo que realmente le hubiera correspondido. El libro por el que recibió el premio fue un libro de los años 30 intitulado ‘Matrimonio y Moral’. Todo esto nos da una vaga idea de cómo era su vida que, aunque no exenta de conflictos (como su tercer divorcio) era básicamente exitosa. Pero falta algo esencial en ella que no hemos mencionado, algo que tiene que ver a la vez con su grandeza, con su gloria y con su decadencia. Ahora bien, para saber a qué aludo tenemos que regresarnos a la segunda década del siglo XX, porque fue en aquellos años que el destino volvió a favorecerlo asignándole la tarea de descubrir, orientar e impulsar al filósofo más trascendental del siglo XX: Ludwig Wittgenstein.

Cuando Russell era indiscutiblemente el intelectual número uno en el mundo británico apareció de improviso un joven austriaco, de unos 23 años (teniendo él a la sazón unos 40), el cual había sido dirigido hacia él para trabajar en lógica por el gran lógico alemán, Gottlob Frege. Se trataba de alguien que había estudiado ingeniería aeronáutica en Manchester y que se había interesado por los problemas planteados en el gran libro de Russell ya mencionado, Los Principios de las Matemáticas y que llegaba a Cambridge justamente para trabajar con su autor. Siendo Russell un miembro distinguido de la crema y nata de la sociedad y de la academia británicas y por lo tanto alguien muy apegado a las reglas de trato, de etiqueta, etc., el encuentro con un recién llegado que hacía preguntas un tanto impertinentes porque no eran tan fáciles de responder, que insistía en discutir después de las clases, algo completamente inusitado, que se presentaba intempestivamente en sus habitaciones del college (!) era al principio sorprendente y después un tanto molesto, sólo que muy rápidamente Russell entendió que se las estaba viendo con alguien realmente excepcional, alguien  como no había otro en Cambridge ni en el mundo académico que él conocía. Ese alguien era Ludwig Wittgenstein. Russell, por  su parte, tuvo la sensibilidad para muy rápidamente detectar al genio y la grandeza para querer verlo brillar, para incitarlo a pensar y casi para pedirle que juntos incursionaran en el mundo maravilloso de la especulación filosófica de primer nivel. Al inicio, naturalmente, su maestro, luego su colega y al final su rival, lo cierto es que el encuentro de Russell con Wittgenstein fue formidable y es difícil no ver en  ello la mano de Dios. Es como si Mozart se hubiera encontrado con Beethoven o Diego Rivera con Miguel Ángel o Aristóteles con Leibniz o César con Napoleón o algo por el estilo. Sin duda este encuentro, que marcó la vida de Russell para siempre, amerita unas cuantas palabras más.

Por alguna extraña razón, muchos han querido ver y siguen viendo en Russell a un ser frío, enteramente racionalista, un lógico imperturbable, una computadora viviente, un individuo si no ajeno sí muy por encima de las pasiones y las emociones de los humanos. Los hechos, sin embargo, le dan el mentís a este cuadro, así como se lo da su hija en su libro My father, Bertrand Russell (Mi padre, Bertrand Russell). Dejando de lado múltiples aspectos de su relación, al final de su escrito ella ya no logra contenerse y como si estuviera gritando a todo pulmón nos cuenta que su papá fue no sólo un super instructor, un maestro, sino también un padre cariñoso, que la cuidó con gran delicadeza y un ser que ella extrañaba con toda su alma. Y yo estoy de acuerdo con ella. Es cierto que Russell era inglés, que era un aristócrata, que era un lógico, un gran pensador, un hombre lleno de intereses impersonales, un visionario, pero también era una persona que, cuando había material para ello, no dudaba en expresar sus emociones y sus sentimientos como cualquier mortal. Y hay una prueba contundente de ello: su relación con Ludwig Wittgenstein, por lo menos hasta su re- encuentro después de la Gran Guerra, en la Haya, en 1919. En dos palabras la historia es esta.

Cuando Russell, con gran perspicacia, se da cuenta de la clase de genio que tiene enfrente, lo que nace en él es, primero, un gran sentido de responsabilidad. Wittgenstein a sus ojos muy pronto dejó de ser un hombre al que se le pudiera a la ligera dejar partir. Entran ellos entonces en la fase de cooperación lógica y filosófica, llevando él todavía (por así decirlo) la batuta, si bien con una mano cada vez más temblorosa. Pero Wittgenstein no era un hombre paciente y muy pronto, actuando en el marco creado por su maestro, lo rebasa y lo que hace es ….filosofía russelliana de mejor calidad que la del propio Russell! Contrariamente a como habría reaccionado la mayoría de la gente, Russell estaba sencillamente encantado. A la hermana de Wittgenstein que lo visita en Cambridge le dice: “Aquí todos esperamos que el próximo gran paso en filosofía sea su hermano quien lo dé!”. Naturalmente, ‘todos’ significa él mismo y por ‘filosofía’ entiende la de él, porque ¿quién más habría podido juzgar el trabajo de Wittgenstein y quién en Gran Bretaña estaba a la cabeza de la filosofía profesional? Independientemente de todo eso, Wittgenstein se desaparece, pues decide primero irse a vivir a Noruega y, al estallar la guerra, se ofrece como voluntario para defender a su país, se enrola en el ejército y parte como soldado raso para el frente. ¿Y qué le pasa entonces a Russell? No se desploma, pero no hay quien lo consuele. Él no sólo sabía que se perdía un hombre absolutamente excepcional, sino que ese individuo era alguien a quien él había llegado a querer entrañablemente, como se quiere a un hijo, alguien fantástico a quien en alguna medida él había ayudado a forjar, quien en algún sentido era también su creación. Y entonces, sin dejar de pensar en su antiguo alumno y amigo, que es como lo describe en diferentes lugares, Russell se vuelve pacifista. Pensándolo muerto, Wittgenstein le inspira la redacción de un libro a la vez hermoso y profundo, injustamente olvidado, que se llama ‘Principles of Social Reconstruction’ (Principios de Reconstrucción Social). En dicho libro, de manera solapada, casi como en clave y comprensible sólo para quienes conocen su vida y lo leen con empatía, Russell da rienda suelta a su tristeza, a su enojo, a su desconsuelo, un desconsuelo no compartido ni comprendido por nadie en Cambridge. Vale la pena citar parte del último párrafo del libro. Dice Russell:

Fue una gran fortuna para mí entrar en contacto como maestro con jóvenes de muy diferentes naciones – jóvenes en los que la esperanza estaba viva, en los que la energía creativa que existía habría realizado en el mundo una parte al menos de la belleza imaginada por la cual vivían. Fueron absorbidos por la guerra, unos de un lado, otros de otro. (…). Alguien debe gritar: ‘No, esto no es correcto; esto no está bien, esto no es una causa santa, en la que la luminosidad de la juventud es destruida y atenuada. Somos nosotros, los viejos, quienes pecamos; mandamos a estos jóvenes al campo de batalla por nuestras malas pasiones, nuestra muerte espiritual, nuestro fracaso en vivir generosamente del calor del corazón y de la visión viviente del espíritu. Salgamos de esta muerte, porque somos nosotros quienes estamos muertos, no los jóvenes que han muerto por nuestro miedo a la vida. Sus fantasmas mismos tienen más vida que nosotros: ellos nos mantendrán para siempre en la vergüenza y en la deshonra, por los tiempos que vengan. De sus fantasmas tiene que venir la vida y es a nosotros a quienes tienen que vivificar.

El texto es obviamente el de una confesión, pero ¿es la confesión de un hombre frío y calculador, de un geómetra de los sentimientos, de un lógico de los afectos? Nada de eso! Lo que se expresa en esas palabras es un auténtico amor de padre pasado por el prisma de una inmensa admiración intelectual por parte del intelectual más grande de Inglaterra. Pero aquí no termina esta saga. Veamos por qué.

Wittgenstein tenía una personalidad muy diferente de la de Russell, pero era simplemente imposible que no se percatara de la calidad y la brillantez de su intelecto. Tan quedó impactado Wittgenstein por Russell que cuando 15 años después de haber dejado Cambridge regresa a Inglaterra lo hace no para visitar a alguno que otro conocido (siendo quizá su más íntimo amigo Maynard Keynes, que no era filósofo), sino con un único gran objetivo en mente: volver a trabajar con Russell. Esa es la única explicación real de su regreso a Cambridge. Pero es entonces que se produce el desastre. Ya lo había dicho Cervantes en su introducción a la segunda parte de Don Quijote: “Nunca segundas partes fueron buenas”. Para cuando Russell y Wittgenstein se vuelven a encontrar profesionalmente el panorama ya había cambiado y las condiciones eran distintas. Russell seguía siendo el filósofo más grande de habla inglesa pero sólo sabía hacer filosofía como lo había hecho siempre, esto es, filosofía tradicional, en tanto que Wittgenstein venía con ideas radicalmente nuevas. Era claro que Russell, alguien celosamente autónomo e independiente, no podía simplemente convertirse en alumno de Wittgenstein y éste no tenía la menor intención de volver a hacer filosofía tradicional. Y entonces se produjo el rompimiento, un rompimiento sin duda doloroso para ambos, pero con una característica muy notoria: nunca se destruyó la mutua admiración intelectual que sentían el uno por el otro. La relación se fue poco a poco envenenando y terminó en una gran animadversión, pero siempre sabiendo ambos perfectamente bien quiénes eran. Todavía hacia finales de los años 40 (Wittgenstein murió el 29 de abril de 1951), Wittgenstein critica a Russell pero reconoce que  es “asombrosamente rápido”. Así, pues, ni mucho menos era Russell, inclusive a sus 75 años, un filósofo decrépito a quien se pudiera desdeñar.

Y es aquí que tenemos que extraer una moraleja filosóficamente importante: es cierto que filosóficamente Wittgenstein dejó atrás a Russell, pero ello fue factible porque en gran medida Russell siguió generando nuevas ideas que, aunque sea como resultado de la crítica, le sirvieron a Wittgenstein para desarrollar las suyas, así como para perfeccionar su nueva forma de pensar. Sin duda alguna, el Tractatus es mejor que las “Conferencias sobre el Atomismo Lógico”, pero sin Russell no habría habido Tractatus. Las Investigaciones Filosóficas son el libro de filosofía más importante de los últimos tiempos (que cada quien lo calcule como lo juzgue conveniente), pero sin El Análisis de la Mente y sin otros escritos de Russell no habrían sido redactadas. Wittgenstein es el motor, pero Russell la gasolina. Están, por lo tanto, vinculados per secula seculorum.

Muy poco tiempo después de la muerte de Wittgenstein Russell volvió a transmutarse, esta vez como figura pública. Percibiendo con mucha claridad el rol cada vez más nefasto de los Estados Unidos en el mundo, Russell se convirtió, a los 80 años, en un opositor radical de la política norteamericana. Sobre la bestial e injustificada guerra de Corea, descaradamente provocada por el gobierno yanqui, nunca dijo mayor cosa, pero la intervención en Vietnam ya era demasiado. Y entonces, con la autoridad que le conferían 65 años de producción de ideas, algunas de ellas muy importantes, Russell convocó a la gente más distinguida del momento y organizó el famoso “Tribunal de Estocolmo”, el tribunal en el que se juzgaron los crímenes contra la paz, de guerra y contra la humanidad por parte del gobierno de los Estados Unidos. Para poder solventar los gastos, Russell vendió su archivo, el cual fue comprado por la Universidad de MacMaster, de Canadá, la cual desde entonces ha venido editando toda su obra. Ya van 35 volúmenes y están preparando el volumen 36. Es de pensarse que, de haber vivido Wittgenstein, la reconciliación entre ellos habría sido posible.

Bertrand Russell era una especie de hombre del Renacimiento pero también un hombre muy representativo del siglo XX. Era un hombre con genuinos intereses universales, impersonales, objetivos, casi religiosos. La única rama de la filosofía en la que no incursionó fue la estética. Era un iconoclasta profesional, un Voltaire de nuestros tiempos, un pensador profundamente individualista, un hombre que enfrentó con principios y carácter tragedias personales (como la auto-inmolación de su nieta, quien se prendió fuego y murió casi ante sus propios ojos) y que no permitió que entorpecieran o anularan su misión de ilustrado y de guía espiritual. Bertrand Russell estaba muy consciente de situación privilegiada en la sociedad y de la importancia de su rol social. Hay muchos temas en relación con los cuales es probable que sus posiciones hayan quedado superadas, pero en lo que toca a cosas como el respeto por la verdad, la búsqueda del conocimiento, el deseo de ayudar a sus semejantes, el valor por no ceder ante las presiones de la índole que fuera, la honestidad y la probidad intelectuales, su ejemplo es sin duda alguna valioso y perdurable. Y es así y con el inmenso respeto que desde el primer contacto con sus escritos nos inspiró como lo seguiremos recordando.

Los “Críticos” de AMLO

En verdad sería absurdo negar que México ha sido, a lo largo de los siglos, presa de diversas maldiciones, de algunas de las cuales nos hemos ido liberando en tanto que otras han resultado ser más tenaces. Para quienes nacimos en la segunda mitad del siglo XX, en más de un momento nos pareció que nunca podríamos liberarnos de la maldición priista. Parecía que estábamos condenados a vivir para siempre en un país de oligarcas descarados, un país hecho a su manera, esto es, podrido institucionalmente de arriba a abajo y en el que el futuro de la población en su conjunto habría de estar indefinidamente a la deriva. De hecho fue así como dejaron a la población, una población sistemáticamente explotada, culturalmente embrutecida, psicológicamente humillada y sin mayores perspectivas de una vida sana y normal salvo en la medida en que la gente pudiera congraciarse con algún cacique de su ámbito de vida o trabajo. Maldiciones como la priista han asolado al país desde que éste viera la luz pero, a no dudarlo, una de las peores, quizá la más odiosa, es la maldición de la Malinche, un personaje que se pretende a toda costa reivindicar, en concordancia con la moda de los ridículos revisionistas de nuestros tiempos que con toda desfachatez aspiran a rescatar del basurero de la historia a piratas desalmados, como Hernán Cortés, a ineptos grandiosos, como Maximiliano de Habsburgo, o a violadores profesionales de derechos humanos, como Porfirio Díaz. En nuestros días, también la Malinche goza de imperdonables seguidores y extranjerizantes abogados. Esta maldición secular toma cuerpo, como todos lo sabemos, en una abyecta combinación de actitudes: de admiración, respeto, y sumisión frente a lo extranjero (en general mas no únicamente, lo occidental, en el sentido más ideológico del término) y de desprecio, menosprecio y altanería frente a lo nacional. Esta postura, como todos sabemos, se manifiesta en los más variados contextos (de conocimiento, deportivos, artísticos, políticos, etc.). El malinchista, como es obvio, tiene que ser un sujeto mutilado, alguien que resulta incapaz de apreciar lo valioso generado en su país o en su cultura o en su idioma, pero que motu proprio e ignominiosamente se arrodilla frente a los productos de las culturas que lo tienen mentalmente adormilado. Y para no dejar la temática en un nivel puramente abstracto, creo que lo mejor será considerar un caso concreto, polémico pero ilustrativo de lo que son los efectos de esta maldición.

Dado que en el fondo tienen poco que decir, los merolicos públicos de siempre, tanto los que trabajan en Avenida Juárez como los que escriben aburridos artículos de periódico, recurren sistemáticamente a slogans y estribillos que usan como armas a derecha e izquierda en sus monólogos y sus diatribas. Una forma de mostrar el carácter vacuo del discurso del merolico que se toma en serio es que lo que dice resulta ser a final de cuentas palpablemente contradictorio. Consideremos rápidamente, por ejemplo, el uso que algunos de estos parlanchines malinchistas y anti-lopezobradoristas hacen de ciertas nociones políticamente importantes, como la noción de democracia. ¿Cómo proceden estos delincuentes de la palabra?

Supongo que todo mundo está consciente de que con la noción de democracia por delante se han cometido toda clase de crímenes, pero para nuestros propósitos lo que importa es notar que dicha noción ha sido usada de manera tan absurda que finalmente se logró que perdiera mucho de su atractivo original. Más aún: la noción ha sido tan tergiversada que los críticos malinchistas del presidente de México ya no saben de qué hablan cuando la usan. Esto no es muy difícil de mostrar. Para disponer de una plataforma mínima pero sólida, yo diría que un gobierno democrático es un gobierno elegido por la mayoría y en la que las autoridades rinden cuentas de sus acciones al pueblo que lo eligió. Si nos atenemos a esta “definición”, se sigue que México no ha vivido en la democracia desde hace al menos 36 años (si es que alguna vez la conoció). Triunfos electorales limpios (hablo desde luego de elecciones presidenciales, pero como es obvio lo que vale para ellas vale para las elecciones de menor rango) hubo pocos (si es que alguno) desde lo que podríamos llamar el ‘salinazo’, proceso que implicó la “caída del sistema” y la muerte de Manuel Clouthier, entre otras anomalías. Después del triunfo de Fox, se le arrebató la victoria al Lic. Andrés Manuel López Obrador en dos ocasiones. Eso hasta los niños lo saben. Ahora bien, si hubiera dudas con la mitad de la definición ofrecida más arriba, de seguro que la otra mitad de la definición nos llevaría al mismo resultado, a saber, que los mexicanos no teníamos ni idea de lo que es vivir en la democracia porque, dejando de lado el circo al que convirtieron el informe anual del 1 de septiembre: ¿qué presidente le informó a la población día con día lo que hacía o dejaba de hacer?¿Qué presidente tuvo a bien proporcionarle datos a la población concernientes a las medidas tomadas en los más variados sectores del gobierno y a los resultados obtenidos?¿Hubo alguna vez en México un presidente así? Y si no lo hubo y aplicamos la definición: ¿podría decirse que antes de la llegada del Lic. López Obrador a la presidencia del país se vivió en México alguna vez en la democracia? Según yo, si aceptamos nuestra sencilla premisa tendremos que admitir que ni los gobiernos priistas ni los dos panistas fueron gobiernos democráticos. Pero entonces ¿por qué y sobre qué bases los grandes defensores de la democracia critican al único presidente genuinamente democrático que hemos tenido? Y ¿qué valor puede tener la “crítica” de gente que es simultáneamente malinchista e incoherente?!

¿Cómo nos explicamos el hecho de que muchos delincuentes del periodismo – gente que aspira a convertirse en “líder de opinión” pero que a ojos vistas no tienen el nivel para ello, hablantines que se llenan la boca sollozando por la democracia, tomando como modelos siempre a gobiernos de otros países, ensalzándolos y postulándolos como paradigmas a seguir – sean tan ciegos como para no ver que eso que elogian en otros lo tienen ante los ojos en su propio país, a pesar de lo cual no lo detectan?¿Por qué eso que alaban en teoría lo repudian cuando se materializa? Es obvio que la respuesta sólo puede venir dada en términos de intereses, de prebendas, de corrupción, etc. Esa respuesta es en sí misma suficiente, porque es acertada, pero yo creo que podemos ir un poco más allá y examinar aunque sea superficialmente el perfil de algunos de estos “comentaristas políticos” que se han vuelto sumamente “críticos” de la verdadera democracia, que es la que se está poco a poco instaurando en nuestro país. Consideraré rápidamente un par de casos para luego abordar temas más generales.

Hay un sujeto que, lo confieso, desde hace ya mucho tiempo me tiene realmente de mal humor. Este individuo tenía programas de televisión durante los cuales hacía entrevistas más tendenciosas que un interrogatorio policiaco y que realmente más que entrevistas parecían sesiones de catecismo político, muy primitivo desde luego dándole siempre la palabra a los enemigos del progreso social de México y nunca a sus adversarios ideológicos. El fanatismo (bien pagado, por otra parte, como lo dejó en claro un bien conocido analista político serio que prefiero no mencionar) de esta persona lo llevó hasta a alentar por televisión y de manera más bien burda a un magnicidio, durante la campaña presidencial del año pasado y por lo cual fue momentáneamente echado a la calle. Confieso que a mí me intriga el hecho de que un sujeto que ciertamente no da la impresión de pertenecer a la nobleza británica o de ser descendiente de la princesa de Mónaco, un adefesio intelectual tan notorio, logre con éxito contribuir a que circule una cierta terminología de carácter ideológico pero también de tintes claramente racistas y que mucha gente la adopte! Así, este mamarracho se permite hablar de los “chairos” para referirse a los seguidores del Lic. López Obrador, pero ¿quién es él para expresarse de esa manera?¿Con qué autoridad habla y se pronuncia de esa manera?¿Cuál es su palmarés? El sujeto en cuestión es, obviamente, el pseudo-periodista Ricardo Alemán, a quien yo, que me reconozco como un “chairo”, lo reto a debatir públicamente sobre el tema que quiera. Por el momento, sin embargo, lo que quiero preguntar es: ¿cómo nos explicamos el que este auto-nombrado defensor de la democracia en teoría ataque la democracia en la práctica? Tiene que tratarse de alguien que o no tiene ni la más elemental noción de lógica o carece por completo de escrúpulos morales, aunque hay desde luego una tercera opción, que es por la que yo más me inclino, a saber, que sea por ambas cosas. Ahora bien, lo interesante de este caso tan grotesco de “crítico” político es que sirve para ilustrar la calidad de los adversarios ideológicos del actual presidente de México. Esta persona es una muestra espléndida de lo que se puede esperar de la “crítica” en contra del gobierno del pueblo cuando quienes la expresan no son otra cosa que minúsculos portavoces (i.e., bastante mediocres) de los resentidos expulsados de las esferas del poder. La pregunta es: ¿realmente vale la pena bajar tanto el nivel, tomarse en serio los temas y discutir con enclenques intelectuales como este? Estamos dispuestos a ello, pero sólo si sirve para algo.

Otro super-personaje que se ha manifestado grotescamente en contra del Presidente de México es el otrora popular payaso Víctor Trujillo, escondido tras su disfraz de Brozo. En este caso con lo que nos topamos es con el típico chaquetero, un semi-exitoso alpinista social al que de pronto deslumbran cinco minutos de gloria y los atractivos del dinero. Aprovechando una situación particular y haciéndose el chistoso aludiendo al aspecto físico de una persona (en mi opinión, él debería tener presente que si se permite mofarse del físico de las personas automáticamente abre la puerta para convertirse en el blanco de las burlas de otros y debería estar plenamente consciente de que es un blanco fácil para muchas burlas, porque Adonis ciertamente no es), este ex-payaso (que ahora de cómico no tiene nada) intenta pérfidamente hacer creer que las entrevistas mañaneras del presidente no son más que una farsa preparada, reminiscente de sus propios programas de Televisa. Sin embargo, en su nuevo rol de investigador, de politólogo crítico (Ja!) y alentado por su relativamente nuevo entorno (se habla inclusive de agentes de la CIA), Trujillo activa su viperina y experta lengua para denigrar no sólo al presidente del país, sino también de paso al pueblo de México, el pueblo del cual él extrajo su lenguaje y sus chanzas, su mentalidad y su perspectiva global sobre la mujer, el sexo, los políticos, etc., etc. La verdad es que ya desde el conflicto con José Ramón Fernández (que en público por lo menos nunca lo bajó de payaso) se pudo vislumbrar la clase de personaje que es él mismo: un traidor convenenciero, un apóstata político, un tipo que sólo aspira a hacer reír a gente poderosa e influyente, a besar las manos a sus amos del momento (ya tuvo no pocos) y que por meras contingencias llegó lejos en el rating televisivo hasta que se agotó. Todos creímos que él ya había entendido que ya no tenía absolutamente nada más que decir, pero de pronto se volvió un “observador crítico”, un “analista profundo”, un gran comentarista político, alguien que nos ayuda a comprender en qué consiste el proceso de la así llamada ‘Cuarta Transformación’. Pero aquí la pregunta es: ¿cómo puede un tipo que nunca fue a la universidad convertirse súbitamente en todo eso? ¿O sea que cualquiera que tenga un poco de labia, un cierto ingenio popular y un gran talento de carpero puede pronunciarse sobre temas complejos, que exigen lecturas, estudios de posgrado, tecnicismos de muy diversas clases, experiencia laboral, etc.? Si Trujillo piensa que el mero contacto con quienes le conceden el privilegio de codearse de cuando en cuando con ellos (también los ricos necesitan payasos!), que el simplemente estar en el medio basta para convertirse en una autoridad en temas políticos, lo menos que podemos decirle es que desvaría. Y lo que definitivamente no tiene derecho a hacer es a tergiversar los hechos en forma obvia, a desvirtuar una gran labor como lo es el trabajo matutino y cotidiano del presidente López Obrador, el único presidente genuinamente democrático de México (quizá no falte el genio que señale a Santa Ana como un predecesor del actual presidente!), un modelo para el mundo y del cual podemos (no siendo malinchistas) estar orgullosos, porque ¿acaso no contamos con los dedos de la mano a los mandatarios que se toman la molestia de informar a sus pueblos acerca de las decisiones que toman y de lo que se hace en las esferas de gobierno y ello día a día?¿Quién es Víctor Trujillo (aparte de ser un ciudadano que tiene derecho a expresarse, como más de una vez lo ha dicho el presidente) para pronunciarse como si realmente fuera un especialista sobre cuestiones que de hecho (y él mismo lo sabe) lo rebasan por completo?¿Por qué no mejor nos cuenta un cuento?

Cuando pasamos a la mafia intelectual lo que es imposible no percibir es la voluntad de combatir la política presidencial por todos los medios y en todos los frentes. Diariamente, desde la madrugada famosos articulistas de periódicos, comentaristas de radio y televisión inician su persistente labor de desprestigio, boicot, ridiculización, etc., de todo lo que emana del presidente López Obrador. Afortunadamente, sus tácticas están mal pensadas. Muchos pretenden ser tan sofisticados en sus “críticas” que terminan por hacer ininteligible lo que afirman y su mensaje simplemente no llega. Es obvio que no saben hablarle a la gente. La mafia en cuestión tiene desde luego sus jerarcas y sus soldados rasos, pero por lo menos hasta ahora todos sus intentos han sido infructuosos. ¿Por qué? Una razón es que los ha neutralizado precisamente la labor cotidiana de información por parte del presidente López Obrador. Media hora de aclaraciones reales pesan lo mismo que toneladas de “fake news”. Sin embargo, yo opino que el aparato estatal debería pasar al contraataque. Si bien la figura del presidente está por encima de las canalladas de esta ralea de pseudo, proto y para-intelectuales, es injusto dejarle al presidente toda la tarea de limpiar los establos de Augías que es el espectro de las noticias y la información. No hay que comprar ni tiempo ni espacio en los medios ni se tiene por qué o para qué volver a caer en contubernios de ninguna índole. No se necesita. Pero sí hay que formar el grupo que cumpla sistemáticamente con la labor ideológica de higienización de la información, con el rastreo de los orígenes de las calumnias y con la sana labor de difusión de las ideas y los ideales del único gobierno realmente democrático de nuestra historia.

Yo pienso que es un error desconocer las lecciones de la historia y una de ellas es que los reaccionarios, los fraudulentos, los enemigos del pueblo no tienen ni escrúpulos ni piedad. Un ejemplo de ello nos lo proporciona el caso de la ex-presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Por jugar lealmente con las reglas de la democracia ella misma permitió que se desencadenara una inmensa campaña de desprestigio en su contra y de burla de su persona, campaña que terminó invistiendo de odio las mentes de la mitad del pueblo argentino. Así se explica, parcialmente desde luego, que cuando llegaron las elecciones presidenciales, hace casi 4 años, sus adversarios políticos lograron hacerse del poder, inclusive si no fue más que para llevar a Argentina a la bancarrota y al desastre. No podemos permitir que eso pase en México. Bienvenida, hoy y siempre, la crítica seria y constructiva, las objeciones teóricas bien fundadas, la oposición respetuosa y la lucha política abierta en el marco de la vida constitucional. Pero también le debe quedar claro a los enemigos del pueblo de México que éste ya abrió los ojos y que a menos de que vengan con una propuesta más ad hoc para los intereses nacionales que la del presidente Andrés Manuel López Obrador no nos quedaremos de brazos cruzados ante agresiones baratas y vituperios injustificables.

¿Desarrollo Natural o Transición Forzada?

Es, pienso, comprensible que el fenómeno del cambio haya atraído con tanta fuerza a los filósofos griegos. Si una cosa se caracteriza por sus propiedades y éstas cambian totalmente: ¿cómo se explica el que la cosa en cuestión siga siendo “la misma” que antes? Para explicar el cambio, conceptualmente más importante inclusive que el tiempo, Aristóteles introdujo la noción de sustancia, con lo cual ayudó a entender el cambio pero, por razones en las que no entraré, lo cierto es que complicó fantásticamente la reflexión filosófica. Un problema, como sin duda ya se habrá percatado el lector, es que la noción de sustancia se aplica no sólo a “sustancias” (aquellas cosas de las que predicamos algo pero que a su vez no podemos predicar de nada, como Napoleón. Podemos decir que Napoleón era corso, pero no podemos decir de nada que era Napoleón. Eso no tiene sentido). En efecto, el cambio no sólo lo padecen sustancias, en el sentido aristotélico, sino también “entidades” complejas, conformadas por otras. Por ejemplo, podemos decir que el sistema solar alteró su situación en la galaxia. En ese caso, no estamos hablando de una cosa particular, esto es, un planeta, sino de un conglomerado conformado por sol, planetas y lunas que difícilmente podría ser visto él mismo como una “sustancia”. La doctrina de la sustancia, por lo tanto, es prima facie insuficiente para explicar el cambio. El tema del cambio se puede desarrollar in extenso pero, obviamente, no es mi objetivo hundirme aquí y ahora en una discusión de metafísica y de filosofía del lenguaje. No pretendo especular en torno a la noción de cambio. Lo que par contre sí quiero es emplear la noción de cambio para describir y examinar situaciones concretas.

Quizá sería útil empezar por dividir los cambios en dos grandes grupos: los súbitos, inmediatos o, por así decirlo, brutales, y las transiciones más o menos graduales e imperceptibles. En el caso de las personas no hay en general mayores problemas con la detección de cambios repentinos y profundos. Un ejemplo de cambio así nos lo proporciona la cirugía plástica. En unas cuantas horas se puede modificar el rostro de una persona al grado de volverla irreconocible. Lo que quiero decir es simplemente que los cambios físicos son a menudo fácilmente detectables por los demás. Con los cambios psicológicos las cosas no son tan simples. Nos cuesta mucho captar el cambio mental si la persona en cuestión no ha cambiado físicamente. Por ejemplo, un proceso de deterioro mental que culmina en un estado de esquizofrenia declarada puede llevar años y es sólo después de muchas experiencias desagradables (en los más diversos sentidos) que llega uno a la conclusión de que la persona efectivamente cambió, que “ya no es la misma”. Obsérvese que sería erróneo inferir que los cambios físicos son siempre súbitos y los mentales siempre paulatinos. El envejecimiento es un cambio físico lento (y de hecho imperceptible: nadie percibe cuánto envejeció de un día al otro) y es perfectamente imaginable que alguien se desquicie, pierda los estribos, monte en cólera o caso por el estilo de pronto, sin (por así decirlo) preámbulos, esto es, súbitamente. En todo caso, en relación con el cambio necesitamos apelar a un principio de racionalidad: sea súbito o paulatino, físico o mental, en principio el cambio es comprensible y que sea comprensible significa que es explicable. Obviamente, las explicaciones variarán dependiendo de qué sea lo que cambia.

Lo anterior me permite introducir mi tema, que obviamente tiene que ver con el cambio sólo que de lo que quiero hablar es no de una “sustancia” (un objeto, una cosa), sino de la transformación sufrida por un país y lo que quiero preguntarme es si dicho cambio es el resultado de una evolución natural o si no más bien se trata de una modificación inducida (e indeseada). ¿Es el cambio que tengo en mente real o ficticio? Y si fuera real ¿cómo se explica?¿Sería el resultado de una evolución natural del sistema de vida propio del país en cuestión o se trataría más bien de una alteración provocada por la interacción con fuerzas en algún sentido superiores? Para no seguir manteniendo al lector en un estado de perplejidad tratando de adivinar a qué me refiero, creo que lo mejor será plantear el asunto en forma clara y directa.

Consideremos entonces a los Estados Unidos de Norteamérica. No cabe duda de que en el embrión político del cual brotaron lo que ahora conocemos como ‘Estados Unidos’, esto es, las trece colonias que se sublevaron por razones de impuestos en contra de la corona británica, ciertamente se elaboró una muy bella constitución, una constitución dicho sea de paso cuyo segundo artículo (que protege el derecho de los ciudadanos norteamericanos a tener y portar armas) está hoy como nunca siendo puesto en crisis y todo indica que tarde o temprano será eliminado o por lo menos drásticamente alterado. Por su parte, el primer artículo versa sobre la libertad de opinión (de prensa) de religión, de asamblea (congregaciones) y el derecho de inconformarse ante decisiones gubernamentales. Qué hermoso! Como es bien sabido, los Estados Unidos se convirtieron muy pronto en una potencia con la que había que contar. Napoleón lo entendió muy bien y tuvo que vender Luisiana (en realidad, Francia tuvo que desprenderse de un territorio mucho más grande que el estado de Luisiana) y medio siglo después los zares tuvieron que vender Alaska. Sin embargo, la primacía, la superioridad indiscutible e indisputada de los Estados Unidos a nivel internacional no ocurrió sino hasta el siglo XX y sobrevino, como por casualidad, a raíz de las dos grandes guerras europeas, pero en particular de la Segunda Guerra Mundial. Qué hubiera sido de los Estados Unidos y cómo habría evolucionado el mundo si los europeos no se hubieran destazado unos a otros en dos guerras totales es un tema que pertenece a lo que habría que llamar ‘pensamiento placentero’, actividad a la cual sin embargo no me entregaré en estos momentos. El punto que me interesa dejar establecido es que por toda una serie de razones de la más diversa índole los Estados Unidos lograron entrar en la arena mundial presentándose ante los demás no sólo como el país de las libertades, la seguridad, el bienestar, la democracia y demás, sino como el país defensor de todos esos derechos a los que de manera natural los seres humanos aspiran.

Sin duda, la historieta es muy bella sólo que un escrutinio, por superficial que sea, de inmediato la arruina. Para empezar, recuérdese que desde principios del siglo XIX le quedó claro a todo observador atento que el alcance de tan bellos preceptos era todo menos universal. Como bien lo expuso Alexis de Tocqueville, por lo menos los habitantes originales y los negros estaban sistemáticamente excluidos de los beneficios conferidos por la muy democrática constitución norteamericana. A los indios de Norteamérica los conquistadores europeos les arrebataron de la manera más salvaje posible sus tierras y estuvieron a punto de ser totalmente aniquilados. Los negros eran inmigrantes, sólo que no fue por gusto o por decisiones propias que desembarcaron en el maravilloso país que estaba empezando a construirse, sino que se trataba de seres humanos brutalmente transportados desde África como esclavos para trabajar en las grandes extensiones de azúcar, algodón y tabaco, gracias a las cuales empezaba a fraguarse la gran riqueza de esa a la sazón joven pero ya imponente nación. En relación con el sino de los negros podría afirmarse que la enternecedora película “Gone with the Wind (Lo que el Viento se Llevó) puede dar una ligera idea de lo que en aquellos tiempos podía ser considerada como una negra afortunada. Desde luego, la conformación del país se consumaría sólo con la Guerra de Secesión, pero ello es para nuestros propósitos irrelevante. Lo que importa es entender que como era una tierra ignota que había que poblar (puesto que los apaches, los sioux, los cheyenes, cherokes y demás estaban dejando inmensos huecos territoriales que había que llenar), las puertas estaban efectivamente abiertas a los aventureros que querían establecerse y progresar pero, una vez más, las puertas no estaban abiertas para todos, no por ejemplo para mexicanos, despreciables vecinos cuyo territorio era obviamente un don de Dios que había que aprovechar. Más bien, lo que se buscaba eran inmigrantes europeos, desde luego blancos y de preferencia rubios. Como ni negros ni indígenas ni mexicanos contaban en el tablero mundial que estaba empezando a reorganizarse (i.e., no alcanzaban todavía el status de humanos a los ojos del nuevo ciudadano norteamericano), lo que prevaleció ante el mundo fue la faceta de país de grandes oportunidades, de país en donde se respetaba a la mujer (había pocas mujeres entre el Mid-West y el Far-West, por lo que éstas eran muy valoradas, es decir, eran mercancía muy apreciada), de país en donde cualquier individuo dispuesto a trabajar con ahínco podía hacerse muy rico (insisto, si era blanco) y, por último (aunque de lo más importante), de país de la libertad. En realidad lo que esto quería decir era que se trataba de un país no sometido ya a las démodées coronas europeas, a un obsoleto status quo que no permitía avanzar, un país naciente en el que para triunfar no se necesitaba empezar desde abajo luchando con estructuras sociales sumamente rígidas y en condiciones de desventaja. En aquel “Nuevo Mundo” el territorio era inmenso, no había competencia, las instituciones eran laxas, se podía poseer esclavos, etc. La mesa estaba puesta. Es muy importante ubicar en el tiempo esta etapa de la historia de los Estados Unidos, esto es, la etapa en la que se forjó su imagen ante el mundo, porque de lo contrario los cambios sucedidos desde aquellos gloriosos tiempos de Buffalo Bill hasta nuestros días sencillamente no se entienden.

A mí me parece que podemos hablar, al hacer referencia a la historia de los Estados Unidos, de dos grandes periodos: el periodo de construcción (siglo XIX) y el periodo de expansión (siglo XX). Simbólicamente, el segundo periodo arranca con la ignominiosa derrota infligida a España y la concomitante conquista de Cuba, liberada hasta 1959 por Fidel Castro y sus barbudos. A partir de ese momento la presencia norteamericana se hizo sentir cada vez con más fuerza en el mundo y la mejor prueba de ello nos la proporciona la relampagueante derrota de Alemania, durante la Primera Guerra Mundial. Hasta la intervención norteamericana, Alemania tenía ganada la guerra: había derrotado a Rusia, había firmado un muy ventajoso tratado de paz con ella (negociado por Trotski, dicho sea de paso) y no se había disparado un solo tiro en su territorio. La participación norteamericana, orquestada por el juez de la Suprema Corte, Louis Brandeis, a cambio de lo que sería la Declaración Balfour de 1924 y con lo cual se daba el primer paso para la creación de Israel, cambió brutalmente esa situación y en un año Alemania estaba destruida. A todo mundo le quedó claro lo que era el potencial militar norteamericano. En 1929 los Estados Unidos, sin embargo, entraron en una crisis económica terrible (¿Adivina el lector por qué? Claro, por manipulaciones bancarias!) que afectó terriblemente a millones de personas (la estupenda novela de J. Steinbeck, Las Viñas de la Ira, describe bien la situación) y de la cual salieron sólo gracias a su participación (también astutamente preparada) en la Segunda Guerra Mundial (o sea que el auto-golpe del 11 de septiembre de 2001 tiene antecedentes muy claros). Es con ésta que empieza el verdadero auge, el gran estado de bienestar económico de los Estados Unidos, pero más importante aún: se trató de una victoria que les dejó una lección que aprendieron muy bien, una verdad de la cual todavía no se desprenden, a saber, que el bienestar de su país sólo es alcanzable gracias a la guerra. A partir de ese momento, los Estados Unidos no han parado de hacerle la guerra al mundo y el estado en el que han sumergido a la humanidad es, paradójicamente, lo que se conoce como Pax Americana.

Es en el siglo XXI que empieza la terrible confrontación de los Estados Unidos con el mundo como un todo. Se trata de una confrontación con un país representando visiblemente los más bellos ideales, los valores superiores del hombre, etc., pero internamente cargado de intenciones siniestras, ilimitadamente inmoral, prepotente, cruel, chantajista y todo lo que ello acarrea. La Segunda Guerra Mundial les enseñó a los norteamericanos que se puede ser bestial con un país, como lo fueron con Alemania, borrar la historia (como se hizo) y seguir adelante tranquilamente. Nada más piénsese en el bombardeo de Dresde o en el de Hiroshima y, más en general, en la política militar de bombardeos estratégicos, practicada desde 1943 en contra de Alemania y delineada principalmente para aterrorizar a la población y para destruir ciudades, independientemente de objetivos militares. Con esa gran experiencia pasaron después a Corea, a Vietnam, a América Latina en donde se dieron gusto organizando golpes de Estado e imponiendo las más horrendas de las dictaduras; habría que mencionar a Birmania, Panamá, Yugoeslavia, Irak, Afganistán, etc., etc. No hay región del mundo que no esté infectada por bases militares yanquis, no hay gobierno que no haya sido explotado y chantajeado económicamente, engañado diplomáticamente, abrumado desde todos puntos de vista. No hay crimen pensable que no hayan cometido, no hay plan de destrucción que no hayan delineado. Por ejemplo, ahora se sabe que tenían pensado, en caso de guerra con la Unión Soviética, lanzar más de 230 bombas atómicas en contra de ese país! En pocas palabras, los Estados Unidos son el horror de la historia pero eso sí, de aspecto impecable.

Es muy interesante contrastar la gratificante auto-imagen que tienen los norteamericanos con cómo los ven a ellos otros pueblos y, me siento tentado a decir, el resto del mundo (con excepción, naturalmente, de los pueblos que no han entrado en confrontación directa con ellos). Yo creo que los artistas coreanos captaron plásticamente muy bien lo que los norteamericanos son, no lo que dicen ser. Sugiero que el lector le eche un vistazo a unas simples obras que nos pintan mejor mil relatos lo que son esos “freedom fighters”. (https://www.rt.com/news/404958-north-korea-us-propaganda/). Estoy seguro de que sirios, iraquíes, sudaneses, libios, yugoeslavos, chilenos, etc., etc., ratificarían cien por ciento la visión norcoreana del ocupante norteamericano. Yo me atrevería a añadir a los niños mexicanos de dos o tres años, separados de sus padres y enviados a campos de concentración para niños de su edad porque, si pudieran hablar, de seguro que confirmarían lo que los artistas norcoreanos percibieron.

Pienso que es evidente que estamos imperceptiblemente pasando a lo que sería una gran tercera gran fase en la historia de los Estados Unidos, a saber, la fase de la decadencia. Definitivamente, el siglo XXI no les pertenece, no sólo porque militarmente ya no son omnipotentes, porque económicamente están en bancarrota, porque socialmente son una sociedad podrida, llena de contradicciones, viviendo de slogans y de retórica fácil (“libertad”, “democracia”, “nuestros valores” y demás bla-bla-bla), sino porque es obvio que su varita mágica, esto es, el recurso a la guerra, tiene un límite, que es la auto-destrucción, porque a eso equivaldría una guerra total con Rusia y China. O sea que su solución tradicional para resolver sus problemas internos podrá cada vez menos sacarlos adelante. Y hay otra poderosa razón por la que la desintegración de los Estados Unidos es prácticamente inevitable y es que de hecho los Estados Unidos son un país no con uno sino con dos gobiernos. Hay un gobierno oficial, por así llamarlo, que es el de la Casa Blanca, y un gobierno real o profundo, que no se ve pero que se siente. Un Estado tan incoherente como el actual Estado norteamericano no puede sobrevivir, porque inevitablemente genera de manera sistemática políticas inconsistentes, contradictorias, absurdas. La presidencia decide una cosa y el Congreso hace otra, el presidente afirma una cosa y el FBI lo desmiente y así indefinidamente. Es obvio que ese proceso se va a ir agudizando (eso es lo que pasa con las contradicciones) y ello, aunado a los conflictos y tensiones internos, habrá de llevar a ese país a una terrible crisis cuyo desenlace es en este momento imprevisible.

Es más que claro, dada la penetración norteamericana en el mundo, que el destino de los Estados Unidos nos concierne a todos, por lo que no podemos recurrir al fácil expediente de alzarnos de hombros ante lo que sucede en ese país y decir para nosotros “Es su problema!”. Eso no se puede hacer. Lo que es profundamente preocupante, sin embargo, es que inclusive en términos de evolución “pacífica”, interna, etc., no vemos que los Estados Unidos se muevan en una dirección de regeneración nacional, no digamos ya en la dirección del socialismo o de un país en el que se hagan valer los derechos de las mayorías. Lo que se está configurando en los Estados Unidos es OBVIAMENTE un Estado policiaco, represor, espía, inmoral, al servicio de la nueva oligarquía, de Wall Street (la banca mundial), de minorías ultra-privilegiadas y sin conexión vital con el “pueblo”, signifique eso lo que signifique en ese país, un país imbuido de una cultura totalmente materialista, yo diría “desespiritualizada”, enseñando que ser bueno es ser rico y ser rico ser feliz. Dejando de lado la multiplicidad de instituciones religiosas, la curia existente, los ritos a los que se apela, el lenguaje del “Oh my God” carente por completo de significado religioso y muchas otras cosas que podrían decirse, yo creo que puede afirmarse que los Estados Unidos ejemplifican aquí y ahora lo que es ser un país sin Dios. Es tan inmensa la distancia entre los círculos en donde se toman las decisiones y la gente, dentro y fuera de los Estados Unidos, que se puede vender bombas para arrasar con pueblos enteros, especular con los precios de los alimentos, llevar a la bancarrota a países completos, manipular los precios de los recursos naturales del mundo (números en una pantalla), hacer todo eso y más y seguir disfrutando de la vida con la conciencia tranquila. No hay problema. La pregunta es: ¿son los Estados Unidos aquí y ahora lo que, pasara lo que pasara, iban a ser o en algún momento de su historia se desviaron de sus magníficos ideales y permitieron que se les transformara en una máquina de guerra permanente?¿Cambiaron de manera natural o fueron forzados a cambiar? Yo creo que hay que dejar aquí el tema, porque las discusiones metafísicas fácilmente se tornan tenebrosas.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación y la Pornografía

Yo creo que podemos afirmar con seguridad dogmática que no hay persona (por cercana o querida que sea y, naturalmente, caigo yo también bajo el alcance de mi aseveración) ni hay institución (por venerable o respetable que sea) con las cuales podamos estar total y permanentemente satisfechos. Nuestros mejores amigos, quienes en algún momento fueron nuestras prometidas, vecinos agradables, todos son susceptibles de hacernos pasar de un entusiasmo embriagante a la más completa y desgarradora de las desilusiones. Lo mismo nos sucede con las instituciones, por magníficas que sean. Hasta en la más excelsa de las universidades se incrustan mediocres, arribistas y farsantes, quienes a final de cuentas no sirven más que para quitarle lustre a la institución de que se trate. Confieso que, tratando siempre de ser un crítico objetivo, a mí la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en ocasiones me ha decepcionado profundamente. Por ejemplo, hace muchos años tuve que iniciar una acción legal, asunto del cual di cuenta en su momento en mi página de internet (si a alguien le interesa el asunto puede enterarse de mi versión del caso, la cual está plasmada en los artículos “Justicia I” y “Justicia II”, Volumen 2000, Puntos de Vista, Perspectivas y Opiniones de mi página web). Cuando (sigo pensando) teniendo yo toda la razón de mi lado, frente a una sentencia infame en segunda instancia solicité un amparo la SCJN me lo negó, dejándome en relación con el asunto en cuestión enteramente desprotegido. Podrá decirse que este era un caso personal y que es porque no me fue favorable una cierta determinación judicial que estoy “decepcionado”, por lo que una opinión así realmente no tiene mayor valor. Yo creo que me sería factible rebatir exitosamente un pronunciamiento como ese tan pronto pasáramos a los detalles, pero la verdad es que no me interesa debatir una vez más ese caso particular. Más bien, quisiera señalar que la SCJN también me ha hecho sentir mal en otras ocasiones pero en relación con temas que no son en lo absoluto personales. Por ejemplo, un caso aberrante de decisión con tintes meramente propagandísticos fue el visto bueno que la SCJN le dio a los matrimonios homosexuales y a la posibilidad de que éstos adopten niños. Me parece una decisión aberrante. ¿En qué se funda mi descontento en este caso?¿Por qué la decisión de la SCJN me parece injustificada? Dejando de lado multitud de argumentos precisos (tema más bien de otro artículo) concernientes a consideraciones puntuales propias del caso, por lo que yo creo que el juicio de la SCJN es equivocado es porque ésta se erige en un tribunal que presta oídos sordos a lo que la gente en este país quiere. Desde luego que con esa decisión los miembros de la SCJN dejaron contentos a quienes más alharaca hacen, esto es, a quienes controlan los aparatos públicos de difusión de ideas (radio, prensa, televisión, básica pero no únicamente), aparatos a los que sólo en muy raras ocasiones tienen acceso los opositores de esa política. No es mi propósito debatir aquí y ahora si la decisión de la SCJN es en este caso correcta o incorrecta. Lo que sí sé es que es radicalmente contraria a lo que siente, quiere y piensa el pueblo mexicano. Tenemos así un caso típico de conflicto entre la voluntad popular y una institución que emana  de ella pero que opera independientemente de ella y en ocasiones, como en este caso, en contra de ella! Si recordamos, aunque sea vagamente, lo que sostenía Juan Jacobo Rousseau sobre el “contrato social”, entenderemos ipso facto por qué la SCJN puede decepcionar no a una, sino a millones de personas.

Ahora bien, así como podemos ser objetivamente críticos de la SCJN también hay que aplaudirle cuando toma decisiones que a las claras son socialmente sanas. Y eso precisamente fue lo que sucedió la semana pasada cuando, de manera hasta un tanto sorpresiva, los miembros de la Suprema Corte determinaron conferirle a la pornografía el status delincuencial que realmente tiene. A partir de ese momento la pornografía está prohibida en México y quien tome parte en esa práctica social puede recibir una sanción de hasta 15 años de cárcel. A nosotros, por todo el daño humano asociado con la pornografía, nos puede parecer poco, pero no está mal. En todo caso, no podemos más que vitorear con alegría la decisión, gritar a todo pulmón que fue una decisión correcta. Pero ¿no será que nos estamos precipitando? Necesitamos hacer un esfuerzo y reflexionar para siquiera tener claro para nosotros mismos por qué, sin caer en la mojigatería, respaldamos la decisión de la SCJN.

Básicamente, me parece que el tema (muy complejo) de la pornografía puede ser examinado desde dos perspectivas distintas, de hecho vinculadas entre sí pero de todos modos lógicamente independientes una de la otra. Uno es el estudio abstracto de la naturaleza de la pornografía, esto es, de su rol en tanto que práctica social, de los resortes de acción humana a los que apela, de los requerimientos humanos con los que juega, de las necesidades que manipula y de las debilidades de las que se aprovecha; y otra es el estudio empírico de la pornografía, esto es, su examen desde el punto de vista de sus consecuencias y de sus implicaciones prácticas. En relación con lo primero habría que admitir de entrada y explícitamente que no sería nada fácil elaborar argumentos contundentes y definitivos en contra de la pornografía, de manera que para evitar hundirnos en enredos tan interminables como redundantes opino que lo sensato será efectuar un veloz análisis de la cuestión meramente factual de los efectos reales y de los vicios palpables con los que la pornografía está obviamente vinculada. Propongo entonces iniciar un examen, inevitablemente un tanto superficial por razones más bien obvias, de la faceta “práctica” de la pornografía a través de un parangón con otra práctica socialmente aceptada, de fácil comprensión para cualquier lector y a partir de esa comparación tratar de echar luz sobre el escabroso tema que aquí nos ocupa.

Consideremos entonces el caso de las salchichas. ¿Qué son las salchichas? Todo mundo sabe que se trata de productos comestibles hechos, no siempre pero sí en muchísimos casos, con el detritus de partes de animales a los que los carniceros les quitaron todo lo que resulta socialmente comible. Una salchicha es entonces un embutido resultado de una mezcolanza procesada de restos de vísceras, ojos y toda clase de tejidos que nadie en condiciones normales pensaría en llevarse a la boca. Naturalmente, siendo un producto comercial las salchichas están “debidamente” preparados para el consumo humano incorporando para ello todos los ingredientes químicos necesarios de modo que tengan una consistencia apropiada, un sabor aceptable, etc. O sea, una salchicha es una mercancía que refleja a la perfección dos características de nuestro sistema de vida: por una parte, está uno de los preceptos fundamentales del sistema capitalista, a saber, todo es objeto de compra y venta, todo se comercializa, hasta las partes menos apetecibles de los animales (en este caso, cerdo, res y pavo); y, por otra parte, está el hecho de que el planeta contiene a millones de seres humanos a los que hay que darles de comer y ciertamente no todos tienen acceso a las clases de exquisiteces de las que las salchichas están excluidas. Nos guste o no, una salchicha ciertamente no es comparable a un lomo de res Kobe pero, podría argumentarse en su defensa, de todos modos es comida, contiene proteínas y es en principio nutritiva. Así, pues, para millones de personas en un estado de búsqueda cotidiana de comida la salchicha es una solución. Dejando de lado las salchichas de alta calidad (que también las hay), todos sabemos que las salchichas baratas son casi una porquería, por lo que si alguien alguna vez vio cómo se procesaban no vuelve a poner en su boca una cosa así nunca más. Así vistas las cosas, podríamos decir que la salchicha es una cosa esencialmente contradictoria: es un producto que en condiciones normales a una inmensa mayoría de personas le daría asco deglutir pero que, curiosamente, en condiciones de necesidades permanentemente insatisfechas puede significar hasta la salvación de millones de personas. Por el momento, lo único que hay que tener presente es la conexión con la pornografía.

Desarrollemos entonces un poquito más nuestro ejemplo. Imaginemos ahora la siguiente situación: a esa porquería de la que no quisiéramos ni saber que existe de pronto le ponemos mostaza, salsa catsup, mayonesa, la acompañamos con unos sabrosos pepinillos y la envolvemos con un pan caliente preparado precisamente para comérnosla. Lo que obtenemos es un estupendo platillo, de hecho una aportación de la cocina norteamericana al arte culinario mundial, conocido como ‘hot dog’. Y echando a volar la imaginación, veámonos ahora sentados en un parque de beisbol, con medio litro de veneno (i.e., de coca-cola) en una mano y entonces esa cosa de la que en otras condiciones no querríamos saber nada además de que nos va a alegrar el partido de beisbol nos va también a resultar exquisita! La situación es, una vez más, paradójica: la persona sabe cómo se elabora una salchicha, si presenciara cómo se hace pudiera ser que hasta se vomitara, pero en las condiciones apropiadas esa porquería puede ser si no lo único sí lo mejor que se podría consumir. A mí me parece que este ejemplo algo nos enseña sobre la pornografía. El problema es explicar las similitudes.

Yo creo que en efecto la salchicha del ejemplo es un caso parecido al de la pornografía, pero como era de esperarse los casos no coinciden totalmente. Hay paralelismos entre ellos, pero nada más. Podríamos decir que, si se topa con productos pornográficos, la gente sana y satisfecha sexualmente simplemente los hace a un lado. La pornografía sencillamente no le sirve. Y, por otra parte, en épocas de abstinencia sexual forzada la pornografía es como la salchicha para el muerto de hambre, a saber, algo así como un manjar. Pero si no podemos prohibir las salchichas ¿por qué si podemos hacerlo con la pornografía? La respuesta tiene que ver con las peculiaridades de esta última, algunas de las cuales pasaremos a considerar.

La verdad es que no es muy difícil imaginar condiciones un tanto especiales en las que la pornografía podría desempeñar un papel relativamente positivo. Por ejemplo en una sociedad extremadamente mojigata e hipócrita, en una sociedad de corte victoriano, un poco de pornografía podría ser útil socialmente para desprejuiciar un poquito a la sociedad y evitar así aunque fuera la proliferación de los casos de histeria. Este punto, sin embargo, resulta particularmente útil para el debate en torno a la pornografía en México, porque precisamente a estas alturas de su desarrollo nuestro país ya no está en una etapa en la que la pornografía pudiera desempeñar ese rol supuestamente positivo. Desde ese punto de vista en México la pornografía es redundante y por consiguiente no cumple ni en principio con el rol potencialmente positivo que se supone que podría desempeñar. El ciudadano medio (más aún: los púberes y hasta los niños) está bombardeado desde que nace con toda clase de imágenes “permisibles” de hombres y mujeres sin o con poca ropa, en las más diversas situaciones, etc., de manera que a los 15 años los muchachos de nuestros tiempos no necesitan ya productos pornográficos ni para abrir los ojos ante la realidad del sexo ni para instruirse. Ellos ya saben todo eso y más! Por lo tanto, en ese sentido la pornografía no cumple la función supuestamente benéfica a la que pudiéramos apelar para justificarla como solución para alguno que otro problema social. De ahí que pueda afirmarse que, en el contexto nacional, ciertamente la pornografía no surte los efectos positivos que se le podrían adscribir y es por ende dispensable. Pero ¿son entonces sus efectos forzosamente negativos? Formalmente, lo segundo ciertamente no se sigue de lo primero. Por lo tanto, la argumentación en contra de la pornografía tiene que ser a la vez independiente del hecho de que no es útil y factualmente convincente. Sólo así se le puede desterrar, puesto que es obvio que no se le puede condenar sólo porque no es útil.

Si mi comparación con la salchicha sirve de algo, lo primero que podemos decir es que así como la salchicha es comida chatarra, la pornografía es sexo chatarra. ¿Qué quiero decir con esto?  Primero que, estrictamente hablando, es un modo de inducir a una práctica sexual, pero ella mismo no es práctica de nada. En ese sentido es sexo aparente y en ese sentido es una estafa, como cualquier bolsa de papas. Así como el que compra comida chatarra paga por algo que no es nutritivo, así también el consumidor que paga por una revista o una película pornográfica busca sexo pero paga por algo que no es estrictamente hablando lo que él quisiera. Sin embargo, al revés de lo que pasa con la comida chatarra que sirve para quitar el hambre aunque en realidad no nutre, el sexo chatarra no baja la tensión sexual sino que la incrementa dejando al consumidor con su líbido insatisfecha. Y es precisamente por eso que la pornografía se vuelve peligrosa: deja a lo que podríamos llamar un ‘muerto de hambre sexual’ con más hambre todavía, listo para otra clase de correrías. Por eso no se puede rechazar la acusación de que de hecho la pornografía está internamente conectada con la prostitución. Obviamente, habrá personas (como países) para los que la prostitución es una actividad perfectamente legítima, un oficio más (no menciono países así porque no quiero avergonzar a nadie). Nosotros, evidentemente, no concordamos con semejante punto de vista, pero no nos desviaremos hacia dicho tema. Basta con reconocer que es un hecho que hay un vínculo muy fuerte entre pornografía y prostitución y, por transitividad, dadas las conexiones de la prostitución con el tráfico de personas (básicamente de mujeres y niños) y por ende con la delincuencia organizada, entre pornografía y crimen. Ya esto por sí solo da lugar a un argumento sólido para declararla ilegal. La verdad es que los miembros de la SCJN en esta ocasión se lucieron!

Como en o con todo, hasta en la pornografía hay, por así decirlo, niveles. Quizá en algún sentido muy especial pudiera haber productos pornográficos más o menos “finos” y hasta podríamos imaginar, con un poquito de buena voluntad, que revistas o películas pornográficas podrían fungir como textos gráficos de iniciación a ciertas prácticas sexuales, pero habría entonces que contrastar esas excepciones con la infinidad de productos pornográficos que son sencillamente repugnantes, tanto física como moralmente. Por ejemplo, todos los productos de pornografía escatológica son simplemente asquerosos y ciertamente no tienen absolutamente nada de artístico o de atractivo. En ese sentido, en relación con el sexo la pornografía no es más exaltación del morbo, como lo sería para la gastronomía ver a alguien que se come vivo a pollo. A alguien completamente anormal le podría quizá despertar un cierto deseo el ver cómo alguien devora a un pollo vivo, pero nadie podría sostener seriamente que se trataría de una práctica edificante. Piénsese, por otra parte, en fotografías o videos de relaciones sexuales entre “humanos” y animales. También eso es una variante de pornografía, una modalidad que exhibe mejor que otras lo que es la animalización de la vida sexual humana. Y piénsese también en la inmensa cantidad de videos o fotos que circulan por todos lados de adultos teniendo relaciones sexuales con niños. Eso es no sólo inmoral, sino criminal. Por lo tanto, dado que la pornografía se acepta o se rechaza in toto, parecería que más allá de la ética y de la estética hay bases jurídicas claras para declararla contraria a la salud pública y, por lo tanto, ilegal.

Yo creo que es tan importante combatir el negocio infame de la pornografía como tratar de rastrear a los amos del negocio para exhibirlos ante la humanidad como lo que son: explotadores de personas, inductores profesionales al vicio y vulgares comerciantes de pasiones y debilidades humanas. Hasta donde se sabe y como por casualidad, ellos son siempre los mismos, ya se trate de México, de Argentina, de Ucrania, de Canadá, de Suecia o de los Estados Unidos. Es evidente que gracias a la pornografía sus dueños, promotores y orquestadores se han vuelto multimillonarios. La pornografía es un producto relativamente reciente, es decir, es un producto típicamente capitalista. Cabe preguntar: ¿qué clase de mente se tiene que tener para saber aprovechar sin escrúpulo alguno todos los mecanismos y resquicios del sistema y hacerse rico objetivizando a la mujer y animalizando al hombre? Tiene que tratarse de seres que, por las razones que sean, no están realmente ligados a quienes parecerían ser sus semejantes, es decir, a la humanidad en su conjunto, a quienes a final de cuentas no ven más que como animales y como consumidores. En realidad, la pornografía  es tan dañina para el hombre como para la mujer normales porque, si bien en sentidos distintos, al entrar en esa forma de vida a ambos se les bestializa. La pornografía es una tentadora (porque juega con requerimientos y con deseos humanos) invitación al vicio y en esa medida una vía para hacer que, en ese contexto determinado que es el de la vida sexual, las personas alejen de sí mismas las posibilidades que en un principio tienen de alcanzar sus mejores formas de realización.

Peculiaridades Nacionales

La irracionalidad reviste las más variadas formas. De acuerdo con los aburridos filósofos estándar ser irracional es ir en contra de las leyes de la lógica, pero esa es la forma más pueril y menos interesante de ser irracional. La irracionalidad tiene más bien que ver con la naturaleza de nuestras creencias. Algunas creencias presentan ciertos rasgos que hacen que las califiquemos como “irracionales”. Por ejemplo, nadie las acepta, embonan con todo o no embonan con nada, son injustificables, siempre tienen efectos contraproducentes para quien las hace suyas, etc. Un ejemplo de irracionalidad, un fenómeno teóricamente interesante pero que resulta a la vez ridículo, detestable y a final de cuentas caro es el auto-engaño. Este fenómeno es detectable tanto en un nivel individual como en un plano colectivo. Considérese, por ejemplo, el auto-engaño personal. La persona que se forma una imagen de sí misma que es palpablemente equivocada termina por hacer el ridículo, puesto que los demás no pueden dejar de percatarse de que la concepción que el sujeto tiene de sí mismo sencillamente no corresponde a la realidad. Así, alguien se puede sentir inteligente, guapo, simpático, ocurrente y culto y ser objetivamente tonto, feo, antipático, aburrido e ignorante. Su creencia en sus cualidades es declaradamente irracional. Algo interesante en relación con esto es que difícilmente podría afirmarse que se trata de fenómeno poco recurrente. En realidad es de lo más común, por lo que no queda más que concluir que reina en el mundo más irracionalidad de la que en principio uno estaría dispuesto a pensar. Es evidente, por otra parte, que alguien que se auto-engaña las más de las veces se vuelve una persona repelente o hasta detestable, puesto que los demás tienen que padecer una conducta que no encaja con la personalidad imaginada que el sujeto se auto-adscribe. Alguien puede de hecho ser desagradable y rudo y, no obstante, estar convencido de que es todo un caballero. Es altamente probable, por lo tanto, que la persona en cuestión tenga permanentemente choques con los demás pero, en la medida en que se aferra a sus creencias estando sin embargo equivocada respecto de sí misma, ella no podrá ejercer sus capacidades normales de auto-crítica, no estará en posición de superar los conflictos y, por lo tanto, los problemas con los demás seguirán. Asimismo, es obvio que esa forma particular de irracionalidad que es el auto-engaño tiene consecuencias negativas que pueden revestir las más variadas modalidades (pecuniarias, sociales, laborales, familiares, etc.), Sin embargo, en mi opinión las consecuencias más “caras” para la persona vienen cuando de una u otra manera ella misma se da cuenta de que su auto-percepción choca con el muro de la realidad y que éste la hace añicos, cuando los hechos le muestran inmisericordemente a uno que no se es lo que pensaba uno que es. Cuando eso sucede el sujeto puede caer en depresión, puede perder peligrosamente interés en los demás, sentirse totalmente disminuido y, en el peor de los casos, hundirse en la locura, un laberinto del cual rara vez se sale. Todo eso puede tener consecuencias fatales. Así, pues, una percepción falseada de uno mismo, aunque momentáneamente gratificante para el ego, habrá inevitablemente de tener costos vitales sumamente elevados.

Como era de esperarse, esa forma de irracionalidad que es la auto-percepción ilusoria se da también a nivel masivo o colectivo. Es más que obvio que también los pueblos se forjan ideas de sí mismos que tiene todas las características del auto-engaño, de las racionalizaciones inconscientes, de la fantasía desbordada. Los norteamericanos, por ejemplo, se siguen pensando a sí mismos como (en algún sentido importante) especiales y siguen creyendo en su “destino manifiesto”, considerando por ello que pueden tratar al resto del mundo con un doble estándar: todos los países deben someterse a las leyes de las instituciones mundiales (que ellos dictan), pero no ellos porque ellos realmente son excepcionales. Afortunadamente allí están Rusia y China (y yo añadiría Israel) para abrirles los ojos y así despertarlos de su “sueño dogmático”. Y ciertamente no son los norteamericanos el único pueblo que gira en torno a creencias que, por incompartibles, infundadas, gratuitas, inútiles y demás le resultan a la humanidad en su conjunto no sólo inaceptables, sino absurdas y hasta ridículas, pero no abundaré en el tema. No son creencias irracionales vis à vis los demás lo que aquí me interesa, sino más bien cierta forma de auto-engaño colectivo respecto de sí mismo y que se manifiesta a través de decisiones y de conductas que resultan para la propia comunidad de que se trate altamente perjudiciales pero a las que, por increíble que suene, no se renuncia. Si ese es nuestro tema imposible entonces no pensar en México. En lo que a irracionalidad colectiva concierne somos campeones. A mi modo de ver es evidente que en nuestro país la gente está forzada a vivir en el engaño y en el auto-engaño a los que inducen las políticas gubernamentales. Por ejemplo, en México en general se pensaba hasta hace unas cuantas décadas que las leyes que regían al país eran excelentes y que el problema era sencillamente que no se aplicaban. Esta era una idea ingenua de un pueblo que había dejado atrás épocas turbulentas, que confiaba en que después de un gran sacrificio social gracias a su trabajo y a su esfuerzo podría vivir bien sólo que ese estado deseado de bienestar se posponía y se posponía y no se materializaba nunca. La explicación que la gente se daba era que ello se debía a que unas cuantas malas personas impedían que las maravillosas leyes nacionales dieran los resultados por todos esperados. Pero esto era obviamente un auto-engaño: dejando de lado corrupción y demás plagas sociales, lo cierto es que las leyes mexicanas son sumamente imperfectas, vagas, en muchos casos claramente anti-sociales. Ahora bien, hay casos en los que se puede comprender por qué la gente se auto-engaña, pero hay muchos otros en los que definitivamente intentar comprender es una tarea de entrada imposible de completar. Dado que no nos corresponde estar delineando soluciones para nosotros la tarea se reduce a señalar problemas y a tratar de ofrecer un diagnóstico general que ayude a entender, aunque sea parcialmente, lo que a primera vista es incomprensible.

Así, pues, básicamente lo que pasa es que, por una parte, urge resolver ciertos problemas factuales, prácticos, inmediatos pero, por la otra, por falta de cacumen, de células grises, por la corrupción, por falta de un genuino interés en el bienestar de las personas, por ignorancia, por ineptitud, por tener valores ridículos o por alguna otra “virtud” como esas se toman medidas que resultan ser abiertamente torpes y se promulgan leyes contrarias al interés nacional. Lo peor de todo es, naturalmente, que los problemas no se resuelven sino que van in crescendo. Veamos ahora sí algunos ejemplos de ello.

Hace unos 40 años, más o menos, se propuso en cierto sector del gobierno de la época que, por una serie de razones más o menos obvias, dada la cantidad de perros que había en la capital del país (se calculaba la población canina de la ciudad de México en unos 200,000 animales) se acabara con un número elevado de ellos. Decenas de miles de éstos eran, obviamente, perros callejeros y había con ellos problemas reales de alimentación, ataques, enfermedades, heces y todo lo que se quiera asociado con los perros. Movida por un laudable sentimiento de piedad, la primera dama de aquella época se opuso rotundamente a la ejecución de los animales. Muy bien, pero ¿qué pasó? Que ahora tenemos 2,000,000 de perros! ¿Fue una decisión apropiada la de aquellos tiempos? No lo sé, pero lo que sé es que como no se le ocurrió a nadie ningún programa alternativo real para resolver el problema, ahora el problema es 10 veces mayor. Nadie entiende, por ejemplo, por qué nunca se combatió seriamente el comercio animal, el cual inundaba las calles. Eran muy conocidas, por ejemplo, las camionetas que se estacionaban a un costado de un importante centro comercial del sur de la Ciudad de México y allí públicamente sin permisos se comercializaban cachorros de todas las razas imaginables. En la actualidad, los problemas que ocasionan los perros siguen allí afectando a la población en su conjunto (piénsese nada más, por ejemplo, en la multitud de enfermedades respiratorias y digestivas que padece la gente por los perros), sólo que (como dije) multiplicados por 10. Si nos fiamos a las consecuencias, aquí tenemos un prototipo de cómo no se debe proceder.

Alguien podría afirmar: “Bueno, eso es un caso especial y es hasta comprensible. Pobres animales!”. Está bien, pero ¿qué tal este otro? Las “vías rápidas” en la Ciudad de México (el viaducto Miguel Alemán, el Periférico, los segundos pisos) están construidas de tal manera que la salida inevitablemente se convierte en un cuello de botella, en un tapón para la circulación vehicular, porque se desemboca en calles estrechas, con mucho tráfico, etc., y entonces se forman filas inmensas de autos. ¿Cómo habría podido solucionarse, aunque hubiera sido por etapas, el problema? No sé y afortunadamente nadie me pidió mi opinión, pero la solución mexicana, esto es, la que se tomó durante el periodo del sátrapa Miguel Ángel Mancera, una medida impuesta por una de sus más infames colaboradoras, una tal Laura Ballesteros (creo que era de Querétaro y por eso se le llamaba la ‘queretina’, pero no estoy seguro de que ese fuera el apelativo correcto), consistió en ….. reducir por la fuerza la velocidad de los autos que circulaban en las “vías rápidas”! ¿Se solucionó el problema? Claro que no! Dada la cantidad de autos en circulación lo único que se logró fue convertir las vías rápidas en auténticos estacionamientos, con lo cual la contaminación se incrementó hasta convertir a la ciudad en una ciudad fantasma. Nada más se ven las siluetas de los edificios. Ahora lo que tenemos es estacionamiento gigantesco (por el temor a pagar multas sin fin) además de los mismos antiguos problemas concernientes a las salidas de las vías rápidas, un problema que nunca se solucionó. En este caso, todos lo entendemos, la “solución” no vino de ningún genio y lo que percibimos son más bien claras huellas de corrupción, puesto que como se sabe las fotos multas se convirtieron en la caja chica del jefe de gobierno, el aspirante a emperador, Miguel Ángel Mancera. Dicho sea de paso, yo estoy totalmente convencido (como millones de ciudadanos) que él tendría que ser llamado a declarar por el reciente y aparatoso derrumbe de edificios en el nuevo “shopping center” del sur de la Ciudad de México, pero como tiene fuero por el momento no se le puede tocar. Todos esperamos, sin embargo, que la justicia lo requiera y que por lo menos se le dé ese gusto al pueblo de México.

Otro ejemplo formidable de incongruencia nos lo proporciona la Secretaría de Educación Pública (SEP). Como es bien sabido, la SEP tiene que acoger año tras año a legiones de niños a lo largo y ancho del país. Los niños, que a no dudarlo tienen derecho a la educación, que ingresan cada año a la Primaria se cuentan por millones sólo que, como todos sabemos, no hay en el país suficientes salones de clase. Ese es el problema, pero ¿cuál es la solución? Muy simple: para no amontonar niños unos encima de otros hay que desalojar los salones y eso ¿cómo se logra? La solución es genial: lo que hay que hacer es prohibir a los maestros que reprueben niños aunque éstos no pasan los exámenes. Así, pues, no hay reprobados en la Primaria: hagan lo que hagan, digan lo que digan, se comporten como se comporten, el niño que está en primero pasa a segundo, el que está en segundo pasa a tercero y así sucesivamente. Ciertamente, el problema del cupo en los salones queda resuelto (a medias), pero ¿a qué precio? El precio es el auto-engaño: hacemos como que tenemos millones de alumnos que están justificadamente en la clase en la que se encuentran cuando visiblemente eso no es el caso! No importa si escriben con tremendas faltas de ortografía, si no saben hacer operaciones aritméticas, si no tienen ni idea de lo que es (biológicamente hablando) el cuerpo humano, si no recuerdan los nombres de sus héroes nacionales, etc., etc. A final de cuentas, en relación con múltiples niños, el certificado de Primaria que la SEP les otorga es como uno de esos certificados que se pueden mandar a hacer en la Plaza de Sto. Domingo (junto todavía a las oficinas centrales de la SEP) y que lo hacen pasar a uno como licenciado, maestro o doctor en la disciplina que uno quiera y por la universidad que a uno más le guste. En otras palabras, una burla total. La pregunta es: en este caso ¿qué es peor: el mal o la medicina? Como diría un cómico de la televisión mexicana, “qué alguien nos explique!”.

La verdad es que lo menos que podemos decir es que los ejemplos mencionados claramente indican que quienes han estado durante lustros al frente de las instituciones nacionales básicamente han sido unos ineptos además de ser gente carente de un sentimiento serio o maduro de responsabilidad en relación con la población en su conjunto. Parecería que los funcionarios mexicanos, en general, toman felices posesión de sus cargos pensando ante todo en lo que tienen que hacer para que los problemas que heredan no les estallen y puedan ellos permanecer en sus puestos durante los periodos correspondientes, pero sin proponerse resolverlos. Desde luego que hay que evitar que los problemas los rebasen, pero eso no basta: hay también que esforzarse por encontrar nuevas soluciones, por anticiparse a los problemas que ya se tienen en ciernes y sobre todo, por no contentarse con tapar los problemas sin tratar de efectivamente darles una solución. El auto-engaño de las autoridades no sirve para nada, ni siquiera como paliativo.

Muy probablemente, el caso más indignante de situación de ilogicidad en la que vivimos nosotros, los mexicanos, es la que se crea por el nefando coctel que conforman la estupidez, la deshonestidad y un marcado desinterés por la existencia de los ciudadanos por parte tanto de los encargados de hacer las leyes (diputados, básicamente) como por los encargados de aplicarlas (poder judicial). Pero examinemos someramente el caso. Como todos en México sabemos, por un lado el ciudadano medio, las personas que trabajan y que tienen horarios rígidos, tienen que usar diariamente el transporte colectivo. Todas esas personas corren cotidianamente riesgos incalculables. Todos los días sufren asaltos, atropellos de toda índole, abusos y demás. A los pasajeros, básicamente gente modesta, les roban sus celulares, el poco dinero que llevan, sus relojitos o sus cadenitas, etc., sin mencionar ya los golpes, las humillaciones y demás vejámenes por parte de barbajanes y de delincuentes que sólo reconocen la fuerza como argumento. Eso por una parte. Por la otra, sabemos que, como las escuelas de la SEP, los reclusorios están a reventar y no hay nuevos o sólo en perspectiva. El problema es entonces: ¿qué hacer con tanto delincuente si ya no hay lugar en dónde meterlos? Además, precisamente por la cantidad tan grande de detenidos que hay, los juzgados están llenos de expedientes, los juicios se alargan desesperadamente, etc. Un caos total. En medio de ello vive el ciudadano normal, el hombre de a pie, “Juan pueblo”, como dicen. ¿Cuál es la solución? Al ingenuo lector sin duda se le ocurrirá que lo que hay que hacer es reforzar la vigilancia, poner cámaras, incorporar policías en los autobuses, inspeccionarlos sistemáticamente, etc., etc. Muy equivocado. Eso podrá ser en otros países. Aquí en México ya se encontró la solución, la cual se compone de por lo menos dos factores. El primero es la reclasificación de los delitos. Como por arte de magia, a nivel de la criminalidad cotidiana no hay delitos graves. Y, segundo, disfrutamos ahora de los así llamados ‘juicios orales’. ¿En qué consisten éstos? En que se confrontan víctima y victimario frente a un juez, no se acumulan expedientes, el delincuente puede seguir su juicio en libertad y así ya tenemos la solución al problema del abarrotamiento de los reclusorios. Sólo a un genio se le pudo haber ocurrido algo así, pero a un genio al que el ciudadano mexicano le importa un comino. En dichos juicios la función del juez es presionar a la víctima para que llegue a un arreglo con su victimario, un arreglo que tiene que ser “moderado”, equitativo, etc., de manera que casi casi el ciudadano termina pidiéndole perdón a quien lo golpeó, asustó y atracó. ¿No es eso congruencia y visión política? Sí, pero irracionales.

Olvidada por las autoridades y desprotegida frente a los bandoleros, después de cientos de miles de casos en los que el resultado final es que se tiene uno que conformar con no haber perdido la vida, es perfectamente comprensible que la gente intente defenderse. Pero ¿qué es defenderse frente a un sujeto armado? Pues sacar otra arma y tratar de disparar antes que él. Es así como han surgido en el transporte colectivo, sobre todo en los suburbios de la ciudad de México, en los municipios conurbados del Estado de México pero no únicamente, multitud de los así llamados ‘justicieros’, esto es, pasajeros que en un momento de descuido por parte de los asaltantes o cuando éstos muy alegremente se preparan para bajarse del camión después de su razzia, toman la justicia por su cuenta y acaban con los delincuentes. Nadie exalta la violencia, pero frente a la terrible realidad en la que está sumergida la gente, frente a la inacción de las autoridades y la palpable injusticia de las leyes: ¿no es acaso la auto-defensa la única opción que le queda a los usuarios del transporte colectivo? Y dado que esa es la única opción ¿no es ella legítima? El punto importante es que por irracionalidad jurídica y policiaca la gente vive en el temor, la incertidumbre, el no saber qué hacer: si no me defiendo estoy perdido y si me defiendo también. Bravo!

La cereza de tan suculento pastel, otra inconsistencia de magnitudes descomunales, la encontramos no sólo en el abuso sino sobre todo en la forma tan estúpida que se tiene en México de entender el concepto de derechos humanos. Si extraemos la noción de derechos humanos de su aplicación real en la vida cotidiana lo que tendríamos que decir es que en México se usa la expresión ‘derechos humanos’ sobre todo cuando lo que se quiere es ayudar a alguien a que evada la aplicación de la ley. Esto, naturalmente, se aplica de inmediato y en primer lugar precisamente a quienes la infringen. Resulta entonces que, por una incomprensión y una tergiversación conceptuales, tan pronto un delincuente es llevado ante la justicia lo primero que se pretende hacer es “salvaguardar sus derechos humanos”. Eso es grotesco. Siendo esas las premisas, a nadie debería sorprender que las organizaciones no gubernamentales, los dizque defensores de derechos humanos, los abogados de oficio, etc., se aboquen en primer término a defender a los delincuentes (inter alia)! A consecuencia de ello y como un efecto colateral inevitable se descuidan los derechos violentados de las víctimas. Esto no sólo es, en un sentido degradante o peyorativo, una mera “percepción” de la ciudadanía: es una lectura correcta de los hechos, porque eso precisamente es lo que sucede. Ahora bien ¿cómo comprender esa situación en la que la gente, independientemente del modo cómo ello se manifiesta, se hace daño a sí misma?¿Es por ineptitud, por corrupción, por ilogicidad? Yo creo que la respuesta es inmediata: por todo ello junto. Ello da una idea de la clase de realidad surrealista, nada envidiable dicho sea de paso, en la que se obliga a vivir al pueblo de México.

De Regreso a la Realidad

Por fin se acabó ese entretenido circo mundial que fue la Copa del Mundo de Rusia 2018! Habría de inmediato que decir que en tanto que evento social fue todo un éxito: espléndidamente organizado y de muy variadas consecuencias benéficas para la sociedad rusa en su conjunto. Ciertamente, digo yo, el pueblo ruso ya se merecía una fiesta así, ya tenía derecho a ella, un derecho ganado a pulso por años de esfuerzos de reconversión social, de trabajo y de adaptación a un mundo que hasta hace dos décadas le era casi desconocido. Después de todo, también los ciudadanos rusos tienen derecho a interactuar masivamente con personas de otras partes del mundo y a que éstas admiren sus imponentes y hermosas ciudades, contemplen sus maravillosos paisajes, disfruten de sus tradiciones culinarias y aprovechen su ya legendaria hospitalidad. Grosso modo, yo diría que hubo dos grandes ganadores en este formidable evento internacional: futbolísticamente, me parece, ganó África dado que (así me lo indica mi sentido común) si un equipo (de Francia o del país europeo que sea) de once jugadores se compone de 8 o 9 jugadores de origen africano, en este caso de antiguas colonias del imperio francés, no queda más que decir que, en al menos algún sentido, el equipo es más bien representativo de África que del ganador. Yo entiendo obviamente todo lo que se podría responder a esto, pero me parece que se podrían asimilar todas las respuestas y seguir manteniendo lo que afirmé. A mi modo de ver lo que esta situación pone de manifiesto es que nada escapa al fenómeno de la globalización y al de desaparición paulatina de los estados nacionales. Por otra parte, la gran vencedora sin duda alguna fue Rusia, queriendo esto decir, su población y su gobierno. El tema, me parece, amerita unas cuantas palabras aclaratorias.

Sólo un invidente político podría querer negar que la realización de la Copa del Mundo significó un gran triunfo político de Rusia sobre algunos de sus adversarios tradicionales, como por ejemplo Inglaterra (los Estados Unidos estuvieron ausentes de esta gran fiesta mundial porque, como todos sabemos, ellos se auto-excluyeron perdiendo deliberadamente su clasificación. ¿O habrán perdido jugando en serio?). En esta ocasión, las intrigas de los campeones en perfidia, esto es, los ingleses, no sólo no surtieron efecto, sino que a final de cuentas les resultaron a ellos altamente contraproducentes. Como todo mundo sabe, el gobierno de Su Majestad, sirviéndose de la odiosísima prensa británica (no sé si la más mentirosa del mundo, pero con toda seguridad la más estridente e irrespetuosa), intentó empañar el campeonato que estaba a un par de meses de iniciarse inventándose un ridículo caso de intento fallido de asesinato en suelo británico por parte de los servicios secretos rusos. Al parecer el objetivo era asesinar a  un ex-espía ruso radicado en Inglaterra (y a su hija, que vive en Moscú en donde, se me ocurre, hubiera sido más fácil dar cuenta de ella) y que trabajó durante años para los servicios de espionaje ingleses. Este sujeto, Serguéi Skripal, que abandonó Rusia en 2010 después de varios años de cárcel, habría sido víctima de un atentado fallido por parte de algún James Bond ruso que habría patéticamente fracasado en su misión (si en verdad así fueran los servicios de inteligencia rusos, Rusia ya no existiría). La grave acusación inglesa, obviamente, nunca vino acompañada de la más mínima prueba. La situación empezó a tornarse bochornosa cuando inclusive miembros del laboratorio de los servicios secretos británicos tuvieron que reconocer que era posible que el gas novichok, supuestamente de fabricación rusa y con el que se habría intentado matar a Skripal, habría podido ser sido fabricado en un sinnúmero de países (hasta en la República Checa, por ejemplo, según informaron), contradiciendo así las declaraciones de su propio gobierno. Sin cejar en su esfuerzo por arruinarle a Rusia el evento deportivo, sin embargo, el asunto Skripal le permitió al gobierno inglés forzar un intercambio de expulsiones de diplomáticos, agriando la atmósfera internacional y pensando que con ello se enturbiaría la fase final de preparación del torneo. Toda esa sucia política de permanente hostigamiento de Rusia, sin embargo, fracasó rotundamente y culminó con la renuncia de uno de los grandes promotores del conflicto, a saber, el fugaz ministro de asuntos exteriores, el tristemente célebre Boris Johnson. Los ingleses, que a veces siguen delirantemente actuando como si estuviéramos en el siglo XIX y tuvieran todavía su imperio, insinuaron que boicotearían el evento deportivo, seguramente fantaseando con que podrían volver a hacer lo mismo que hicieron en 1980 cuando, junto con los Estados Unidos y algunos otros países occidentales, boicotearon los Juegos Olímpicos de Moscú. La respuesta no se hizo esperar y fue contundente: si no querían participar la FIFA disponía de mecanismos para sustituirlos. Eso rápidamente los puso de nuevo con los pies en la tierra y allí terminó por lo menos la primera parte de ese conflicto particular con el gobierno ruso (como tienen que salvar la cara, la farsa sigue con un nuevo escenario). Dicho sea de paso, la verdad es que si Inglaterra no hubiera participado no nos hubiéramos perdido de gran cosa. Lo que en cambio fue muy afortunado fue que muchos British fans viajaron de todos modos a Rusia para apoyar a su selección porque, si nos atenemos a sus declaraciones, en su gran mayoría quedaron encantados. No hubo violencia, represión, agresiones ni en general nada de los desastres con los que la prensa inglesa les había anunciado a los “fans” que se encontrarían. Por fin pudieron ciudadanos ingleses comprobar por ellos mismos que el cuadro que les pintan de Rusia su televisión y su prensa es simplemente lo más fraudulento que pueda uno imaginar y que son ellos las víctimas de un engaño sistemático. Ojalá esta experiencia deportiva y turística los blinde y los vuelva inmunes a las provocaciones y manipulaciones de los eternos portadores de odio entre los pueblos.

Por lo espléndido que fue, la Copa del Mundo de Rusia fue como una especie de sueño o de agradable letargo que, momentáneamente, nos hizo olvidar muchos aspectos de la realidad. Pero ya se acabó y súbitamente nos encontramos de nuevo frente a los hechos duros del mundo. De nuevo nos inundan con indignación las noticias sobre las masacres cotidianas de palestinos y de yemenitas, las noticias concernientes a los niños arrancados de los brazos de sus padres en los Estados Unidos, la cantidad de personas que a diario mueren ahogadas en ese cementerio marítimo en el que se ha convertido el Mediterráneo para miles de seres humanos que tratan desesperadamente de llegar a un lugar en donde siquiera los dejen vivir, y así sucesivamente. Sin embargo, también presenciamos uno que otro suceso político nuevo y profundamente interesante, como lo fue el encuentro entre los presidentes D. Trump y V. Putin. Ante el océano de artículos y de programas de televisión dedicados a manchar por todos los medios posibles dicha reunión, quisiera yo contribuir con mi propia e insignificante gota de comentario político.

Quizá habría que empezar por señalar que la mayoría de la gente no reflexiona mucho sobre lo complicado que es organizar un encuentro entre el presidente de los Estados Unidos y el presidente de la Federación Rusa, independientemente de quiénes sean. En esta ocasión se trató de un encuentro de unas cuantas horas que llevó meses orquestar. Sin embargo, dejando de lado los aspectos técnicos de preparación de la reunión, en este caso es claro que hubo además que vencer multitud de resistencias y obstáculos para que el encuentro se llevara a cabo. Esto, obviamente, fue un problema que concernía exclusivamente al presidente de los Estados Unidos porque, por paradójico que suene, el presidente del país de la libertad no es libre de dialogar con quien él lo considere pertinente. Pero ¿cómo es eso posible? Lo que pasa es que hay descomunales fuerzas políticas en los Estados Unidos que están decididamente en contra de que se produzca el menor acercamiento con el presidente Putin y, más en general, con Rusia. Hay multitud de actores políticos, nada difíciles de identificar, que consagran su vida a mantener vivo el odio, la agresión, la animadversión hacia ese país. Piénsese en gente como Madeleine Albright, Elena Kagan, Lindsey Graham o Victoria Nuland y en los poderosísimos grupos que ellas representan o en agitadoras políticas profesionales como Rachel Maddow (MSNBC) o Michelle Goldberg (New York Times), en toda esa gente que, por razones que siempre resulta interesante investigar, le ha dedicado su vida a combatir, primero, a la Unión Soviética y, ahora, a la Federación Rusa. Naturalmente, estos grupos de operadores políticos tienen como una de sus principales armas a la prensa y la televisión que son, no sólo en los Estados Unidos pero allí particularmente, un arma en el mismo sentido en que lo son un bombardero o un submarino atómico. Ellos son los enemigos (públicos y conocidos, pero hay muchos más que difícilmente se dan a conocer) del nacionalismo norteamericano de D. Trump, un nacionalismo que de manera natural busca llegar a un entendimiento con sus rivales. Por eso el actual presidente de los Estados Unidos, que trata de actuar en concordancia con la perspectiva nacionalista esbozada desde su campaña electoral, ha tenido que enfrentar a todo un estado dentro del estado que sencillamente no lo deja implementar su política. Poco a poco y a través de muchos esfuerzos, el presidente Trump se ha ido desprendiendo de multitud de miembros de su gabinete que, literalmente, le fueron impuestos cuando asumió la presidencia y ha venido penosamente formando su propio gabinete. El recurso del twitter le ha permitido defenderse mínimamente de una omnipresente prensa que mañana, tarde y noche lo acosa con noticias deformadas y mentiras descaradas (fake news), que obviamente el ciudadano medio deglute sin siquiera darse cuenta de lo que ingiere. En los Estados Unidos, el ciudadano común está 24 horas al día en manos de la televisión y ahora hundido en esa atmósfera de desprestigio permanente del actual presidente de la cual es casi factualmente imposible que se libere. Las cosas espantosas que ahora pasan en la frontera con México ya pasaban durante los periodos de Obama (si no es que eran peor entonces), sólo que no se publicitaban como se hace ahora. Pero si las cosas efectivamente son como las describimos, entonces casi lo que se debería decir es que uno de los objetivos del presidente Trump para encontrarse con el presidente ruso era pedirle a éste tiempo y ayuda. El modo como ha sido tratado en su propio país deja en claro que Trump está arriesgando algo más que su reputación. En las primeras planas de los más importantes periódicos, en el Senado, el cuerpo de embajadores, miembros de las fuerzas armadas, etc., etc., todos se unen para poner el grito en el cielo y describir a Trump como un lacayo (sic) de Putin! A mí me parece que la situación en los Estados Unidos se está poniendo tensa de un modo como no se había visto desde los tiempos de J. F. Kennedy y en ese país, lo sabemos, ya encontraron las vías para deshacerse de los presidentes incómodos: atentado o una variante de Watergate, que es lo que a todas luces está en curso ahora.

El paralelismo con Watergate no debería ser minimizado o ignorado. No recuerdo los detalles del caso contra R. Nixon, pero lo que sí se puede decir es que el actual es francamente ridículo y denota un desprecio total por el intelecto del ciudadano norteamericano, una confianza total en que se le puede manipular como se quiera. La acusación en contra del presidente, sin hasta ahora ninguna prueba concluyente, consiste básicamente en señalar que habría habido una colusión entre Donald Trump y su equipo de campaña con el gobierno ruso para “influir” en las elecciones presidenciales a través de un hackeo de computadoras de miembros del Partido Demócrata. Pero ¿se ha puesto alguien a pensar en lo que eso realmente significa? En este caso lo que hay que hacer es aplicar una variante de reducción al absurdo: hay que conceder todo lo que quieran para entonces hacer ver que ni siquiera en esas condiciones se puede deducir lo que se pretende establecer (si no es que llegamos a contradicciones y entonces se tratará efectivamente de una auténtica reducción al absurdo). Asumamos entonces que unos hackers rusos robaron información (básicamente correos) de las computadoras del partido demócrata (como si estos no tuvieran super-especialistas a su servicio) y que le hubieran pasado la “información” dolosamente adquirida a los republicanos. Supongamos sin conceder que ello fue así: ¿habría sido eso suficiente para inducir a millones de personas a votar por Trump?¿Acaso el pasado criminal y la conducta de esquizofrénica de Hilary Clinton no contaran para nada en las decisiones de millones de personas? Hablando de ilegalidades: ¿por qué no se dice nada de los 400 millones de dólares recibidos por la candidata demócrata como “regalo” del magnate estadounidense Bill Browder, ahora (como por casualidad) ciudadano británico (por lo cual ya no puede ser extraditado a Rusia) y con la ayuda de agentes secretos norteamericanos, una exorbitante cantidad extraída ilegalmente de Rusia y nunca consignada públicamente?¿Es el ciudadano estadounidense tan estúpido como para ir a votar en contra de sus propias ideas políticas sólo porque leyó algo (suponiendo que así fue) en Facebook? Es realmente de locos! El presidente Trump no se ha cansado de desmentir una y otra vez toda esta colección de patrañas. No obstante, repitiendo hasta la saciedad mentiras, una infinidad de datos sueltos que pueden ser interpretados de muy diverso modo, inferencias absurdas, etc., el espectro del juicio político (impeachment) se va poco a poco configurando. Lo que está en juego es muchísimo y los primeros afectados con lo que pase serán sin duda alguna los ciudadanos norteamericanos.

Un caso que ejemplifica de manera espectacular el conflicto entre la presidencia y las fuerzas políticas reales dentro de los Estados Unidos que le hacen contrapeso lo encontramos en Siria. Una y otra vez, el presidente Trump ha tenido que contradecirse, ordenar acciones que no son las que él quería y que considera que no son positivas para los genuinos intereses de los Estados Unidos y posponer decisiones prácticamente tomadas. Desde el año pasado, la Casa Blanca anunció la intención de salirse de una vez por todas de Siria, de no dejar en ese país a ningún soldado norteamericano, ya que de hecho lo que los Estados Unidos están haciendo es pura y llanamente invadir un país sin declaración de guerra y sin que éste le haya hecho absolutamente nada. Sobre eso la prensa no dice ni una palabra y el hecho es que no se hace lo que el presidente de los Estados Unidos quiere, lo cual significa que hay fuerzas más poderosas que él al interior de su país. Primero le inventaron un dizque ataque por parte de las fuerzas sirias con armas químicas y entonces se tuvo que ordenar un bombardeo, completamente injustificado evidentemente. Desde entonces la aviación americana bombardea arbitrariamente ciudades sirias, con el consabido costo en vidas humanas y destrucción material. La protección de los terroristas de Daesh por parte del ejército norteamericano es ya pública y notoria. Daesh es obviamente una organización terrorista, pagada y entrenada por los Estados Unidos y países como Israel y Arabia Saudita. El periódico más mentiroso del mundo, el New York Times, sin embargo, habla tranquilamente de “la capital de Daesh”, haciéndole creer a sus ingenuos lectores que hay algo así como un país en el Medio Oriente que es el Estado Islámico, un país que los Estados Unidos heroicamente defienden de “tiranos” como el patriota presidente sirio Bashar-al Ásad. Todo eso es una inmensa y espantosa calumnia y es sólo un aspecto de la guerra entre el gobierno oficial y el gobierno profundo de los Estados Unidos.

El problema para D. Trump es que en el fondo Rusia puede hacer poco para ayudarlo y la razón es obvia: el conflicto político ya no nada más latente sino real entre la institución de la presidencia de los Estados Unidos y el así llamado ‘estado profundo’ es que se trata de un problema que sólo el pueblo norteamericano puede resolver. Ya empiezan a proliferar las voces disidentes, pero la lucha es todavía muy desigual. Para quien quiera informarse un poquito acerca de visiones de ciudadanos norteamericanos contrarias a las que difunde la (así la podríamos llamar) “prensa total”, el internet proporciona algunas opciones. Lo interesante en este caso es que se trata de personajes muy diferentes y que ni siquiera se conocen entre sí, pero que empiezan a hablar de un modo como era impensable hasta hace unos cuantos años. Están, por ejemplo, los videos de David Duke, Brother Nathanael o Ken O’ Keefe, por citar a algunos. La lucha en los Estados Unidos ya empezó. El resultado nos dirá si el pueblo norteamericano logró conservar sus instituciones y empezar a desarrollar nuevas y más sanas políticas o si, por su incapacidad para emanciparse, habremos de hablar, ahora sí, del fin de la historia.

In Extremis!

Con toda franqueza, yo creo que lo mejor que podemos hacer es empezar este artículo felicitando a la Selección Nacional, pero no porque haya jugado bella o heroicamente o siquiera simplemente como era su deber haberlo hecho, sino porque gracias al lamentable espectáculo que ofreció en su juego contra Brasil podemos ya dejar atrás los sentimientos de vergüenza, bochorno y pena ajena que nos generó y concentrarnos en cuestiones importantes, como lo es la soberbia victoria obtenida por el Lic. Andrés Manuel López Obrador en el importante proceso electoral del 1 de julio. No obstante, confieso que no resisto, antes de abordar un tema serio como el incuestionable triunfo político del domingo, hacer unos cuantos comentarios sobre el patético desempeño de “nuestra” Selección.

Yo creo que así como es legítimo elogiar a un artista destacado, aclamar a un político que efectivamente trabaja para su comunidad, hacerle un reconocimiento a un científico que hace avanzar su disciplina o reverenciar a un sabio, así también se vale externar nuestra decepción, frustración o enojo cuando con quien tenemos que lidiar es con una banda de mediocres, con un grupo de fracasados o con un conjunto de incompetentes completos. Y, guste o no, esto último es precisamente el caso de la Selección, considerada in toto. Con alguna excepción, en general yo describiría a muchos de ellos como meros “lunáticos”: se trata de jugadores que cada vez que están frente a la portería rival o tienen la oportunidad de tirar al marco lo que hacen es … tirar el balón hacia la Luna! En contraste con montones de jugadores de todos los países que a 30 o 40 metros le ponen a otro el balón en los pies, éstos son especialistas en errar los pases, en perder balones, en jugar hacia atrás (eso ya es una tradición). Son desesperantes! El juego con Brasil realmente da mucho que pensar. Con un poco de imaginación perversa podría hasta suponerse, por el modo como jugaron los brasileños, que el partido estaba pensado para que ganara México (dado que ya se habían ido Argentina, Portugal y España), porque jugaron como si estuvieran jugando con niños, pero éstos fueron tan ineptos que ni regalándoles la cancha ni cediéndoles la iniciativa lograron meter un gol y evitar dos. Era obvio que para los brasileños el juego era como una sesión de entrenamiento. Hubieran podido meter 15 goles si hubieran querido. Seamos claros: la actuación de la Selección Mexicana en Rusia fue sencillamente horrenda. Sólo alguien proclive al auto-engaño estaría dispuesto a no reconocer que fue el peor equipo de este Mundial: jugadores físicamente disminuidos (Rafa Márquez, otrora estupendo central, podría haber salido con muletas o en silla de ruedas!), sin una estrategia clara de juego (a menos de que el ridículo que hicieron haya sido deliberado, pero no me atrevo a llegar tan lejos en la especulación), carentes obviamente de un verdadero crack, etc. Si a eso le añadimos el comportamiento penoso de algunos compatriotas (no me refiero a los de vestimenta estrafalaria o cosas por el estilo. Eso es perfectamente legítimo, colorido, original, sino a los barbajanes de siempre), el cuadro es completo. Por eso y muchas cosas más que podrían mencionarse, debemos darle las gracias a los jugadores de la Selección Nacional por haberle puesto fin a la pesadilla. A otra cosa!

Pasemos entonces a la gran victoria del pueblo de México y de su candidato, Andrés Manuel López Obrador.

Yo creo que lo primero que habría que decir es que el triunfo de MORENA no cae como una sorpresa para nadie. Es obvio que era políticamente impensable que AMLO no ganara. Es más: yo diría que inclusive si, per impossibile, hubiera perdido de hecho la votación, de todos modos hubiera sido necesario declararlo vencedor. ¿Por qué? Porque no hacerlo hubiera sido simplemente incendiar el país, orientar el descontento popular por la vía de una inconformidad política profunda y colocar a México a las puertas del infierno. Eso es algo que nadie conscientemente habría querido promover, fomentar o permitir. O sea, ante un fraude electoral de las magnitudes que se requerían para volver a robarle el triunfo al Lic. López Obrador, esos 45 o 50 millones de personas que votaron por él habrían salido a las calles y el país habría explotado. Nadie en sus cabales, ni siquiera los más aguerridos de los enemigos de AMLO, se habrían atrevido a hacer algo así. Por lo tanto, el triunfo popular en esta ocasión era inevitable. Una vez cada 40 años tampoco es mucho pedir!

Podría preguntarse; ¿por qué era impensable que López Obrador no ganara?¿Porque él es una persona bien intencionada, de buenos sentimientos, porque se ganó el corazón de la gente? Seamos claros: lo más absurdo que se puede intentar hacer es pretender explicar situaciones políticas desde la plataforma de la subjetividad. No hay genuinas explicaciones así. La que hay que entender es que la situación actual es la última etapa de un proceso de más de 40 años de disminución permanente del nivel de vida de los mexicanos, una situación causada por multitud de agentes políticos que aprovecharon y promovieron consistentemente la corrupción y que causaron un desastroso deterioro institucional. Todos esos parásitos se beneficiaron de la riqueza nacional a lo largo de muchos sexenios durante los cuales el pueblo asistió maniatado a un indignante espectáculo de enriquecimiento ilícito por parte de ridículos aspirantes a conformar una nueva “nobleza”, una pseudo-nobleza basada en el robo descarado del patrimonio nacional y en el manejo personalizado de las instituciones, una dizque nobleza sin méritos propios, sin virtudes, sin contacto con el pueblo (error de repercusiones nunca inmediatas, pero siempre fatales). Lo que pasó el domingo, por lo tanto, no es el resultado de una improvisación, no fue la toma del poder por un grupo rebelde ni nada que se le parezca. El triunfo político de AMLO es la expresión, recatada y discreta pero firme, de un pueblo que está harto de vivir en los límites de la miseria, en un contexto de contrastes sociales odiosos, viendo que vendidos y corruptos manejan las instituciones del país a su antojo y siendo permanentemente víctima de toda clase de arbitrariedades. La verdad es que con el resultado de las elecciones muchos corrieron con suerte, porque al canalizar el descontento popular a través del juego electoral, se salvaron de la furia popular, la cual puede ser implacable. Así, pues, la opción era: o López Obrador o un conflicto social de magnitudes superiores. Los beneficiados del sistema no tenían entonces opción.

Lo anterior es importante, porque de inmediato revela la naturaleza del  suceso. Dejando de lado las sandeces de multitud de mal intencionados, de periodistas amarillistas de cuarta, de comentaristas políticos que se toman a sí mismos muy en serio (algunos son de risa, realmente) y engendros parecidos, es cierto que el triunfo electoral es el triunfo de la ideología populista, pero la ideología populista no es ideología revolucionaria. La ideología populista es, en situaciones extremas como la mexicana, la ideología del sentido común, de la sensatez política, de la conmiseración por los desfavorecidos, del esfuerzo por hacer renacer un mínimo de solidaridad social, de aspiraciones de florecimiento individual y colectivo, de crecimiento económico, de restablecimiento moral. Ya basta entonces de las torpes, superficiales y mañosas contrastaciones entre el populismo lopezobradorista y, por ejemplo, el pensamiento revolucionario bolivariano representado hoy por el presidente Maduro o la maravillosa revolución indigenista de Evo Morales. El populismo mexicano no apunta a reformas agrarias, a nacionalizaciones de bancos, a la reintroducción del control de cambio o cosas por el estilo. En lo más mínimo. El objetivo del gobierno populista es “simplemente” proteger un poquito a los “desheredados de la tierra”, limitar la voracidad y la insaciabilidad de los aprovechados de siempre (por ejemplo, los eternamente beneficiados por la Secretaria de Hacienda), forzar a que la casta de los “inversionistas” se ajusten siquiera a los lineamientos constitucionales, purificar los mecanismos gubernamentales en toda clase de transacciones, acabar con los  detestables favoritismo y amiguismo, con la justicia selectiva, con los excesos de burocratización y así indefinidamente. Y todo eso es mucho y muy positivo, algo que se tiene que apoyar y reforzar en toda la línea, pero debe quedar bien claro que por positivo que sea no es ni equivale a una revolución.

El gobierno popular elegido en las urnas el domingo pasado tiene metas de política interna muy concretas, alcanzables, sensatas y modestas, aunque no por ello desdeñables o menospreciables, pero sin duda alguna es de significación mayor en el terreno de la política exterior. Por fin podrá México desembarazarse de la repugnante política entreguista, lacayuna y cobarde orquestada por L. Videgaray, el cual tiene que rendir cuentas puesto que no sólo no llegó a aprender nada a la Secretaría de Relaciones Exteriores (yo creo que es un ignoramus completo de la historia diplomática de México), sino que estuvo a punto de convertirla en una oficina del Departamento de Estado. Medida con el rasero de la gran tradición no intervencionista, de resolución pacífica de conflictos, etc., desplegada por México a lo largo de muchos decenios, la actuación de Videgaray (sí, el del caserón impresionante allá en Malinanco) es casi de traición a la patria! Considerado simbólicamente, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador podría significar el fin de la ola de gobiernos reaccionarios y anti-populares en América Latina y cuyos mayores exponentes son obviamente los gobiernos de Argentina y de Colombia (el segundo como miembro “observador invitado” de la OTAN y el primero como albergando en la Patagonia ya sin tapujos bases norteamericanas e israelíes. Que nadie se sorprenda por un súbito desmembramiento de Argentina). Pero, una vez más, si bien es innegable que el gobierno del Lic. López Obrador habrá de tener efectos positivos en el continente tampoco se efectuará una revolución en este dominio de la vida pública: México no firmará tratados militares con Rusia o comerciales con China. Sí mejorarán (y hay que aprovechar la oportunidad al máximo) las relaciones con Cuba, con Venezuela, con Palestina y se defenderán posiciones un poquito menos estúpidas que las que hasta ahora se han enarbolado en múltiples foros internacionales, pero nada más. Todo eso que hemos mencionado es poco desde el punto de vista de lo que podría ser, pero mucho desde la perspectiva de lo que hay.

Es importante tener presente que la plataforma que habrá de darle soporte a la política delineada por el nuevo gobierno es el apoyo popular. Ni el mejor intencionado de los gobiernos puede operar en concordancia con sus planes si la oposición no lo deja trabajar, pero ello es factible sólo si la opinión pública quedó paralizada mentalmente por, por ejemplo, la televisión y la prensa. Eso fue precisamente lo que pasó en Argentina. En una confrontación abierta la “oposición” no le gana al gobierno salvo si falta el apoyo popular. Si la oposición impide, traba, bloquea, mina, boicotea, etc., la política gubernamental, el gobierno puede tomar medidas más drásticas y ponerla en orden, pero eso es sólo posible si tiene el aval de la población en su conjunto. De otra manera está perdido. Considérese a D. Trump. Es obvio que cuando llegó al poder Trump venía ya con un gabinete armado por otros y que le impusieron a la casi totalidad de sus colaboradores. Le ha llevado casi dos años liberarse de ellos y empezar a delinear en algunos casos su propia política. La paz con la República Democrática de Corea del Norte sólo pudo implementarse porque el presidente Trump logró imponerse a los militares y si los Estados Unidos no se han salido de Siria es porque el presidente norteamericano no ha podido meter en cintura al sector “militar-industrial”. La próxima reunión con el presidente V. Putin se hace a pesar de la oposición de múltiples consejeros, altos mandos y “policy.makers” que quieren la confrontación permanente con Rusia. Si cosas así pasan en los Estados Unidos, un país que goza de instituciones estatales relativamente sólidas pero también un país en el que, como aquí, la prensa y la televisión (propiedad de unos cuantos y ya sabemos de quiénes) dominan por completo el espacio mental de las personas: ¿qué no podría pasar en México? Para ilustrar el caso: como todo mundo sabe, en época del presidente Luis Echeverría sus adversarios en México (entre los cuales destacaba el poderoso grupo Monterrey) habían creado una empresa dedicada a elaborar diariamente un chiste para denigrar al presidente, al que presentaban como un pobre tonto que no entendía nada. Todo mundo conocía “el último chiste de Echeverría”. Eso es guerra mediática y el enfrentamiento fue muy costoso para el país. No se puede permitir, por lo tanto, que se debilite al nuevo presidente con chistes, memes, caricaturas, etc., porque es una forma de, por así decirlo, “ablandarlo” y ya ablandado, entonces no podrá implementar libremente su política y sus planes de gobierno. El apoyo popular es, pues, esencial al gobierno popular.

El agotamiento y el hastío del pueblo de México llegó a tal grado que MORENA, como resultado de una especie de intuición vital suprema por parte de la gente, barrió en prácticamente todos los frentes (presidencia, estados, diputaciones, Ciudad de México, etc.). El pueblo, jugando el juego democrático de las elecciones, juego en el cual le hicieron trampas incontables veces, llevó a su candidato a la silla presidencial. Es importante en este sentido entender la diferencia entre un candidato ordinario, un Meade o un Anaya cualesquiera, y un candidato populista. Éste no puede contar con el status quo como garantía de las bondades de su administración. En el caso del populismo la gente tiene que fiarse a la calidad moral de su candidato. Y en este caso, me parece que podemos estar tranquilos. Pienso que el Lic. López Obrador sí sabrá corresponder a la confianza depositada en él por el pueblo de México. La garantía última de su proyecto gubernamental es, pues, él mismo. Así es el sino de los gobernantes populares: tienen que ser moralmente impecables, porque su fuerza radica precisamente en su honestidad, su probidad, su lealtad con sus compromisos ideológicos y morales. Una gran decepción política en este caso sería un golpe mortal al pueblo de México. Tendría como consecuencia la desmoralización total de la población. Estoy persuadido de que el Lic. López Obrador está consciente de ello y que sabrá actuar en concordancia con los mandatos de su conciencia. (Es curioso, pero vale la pena señalar que este mismo discurso en relación con cualquier político estándar no populista suena totalmente artificial y hasta ridículo. ¿Por qué será así?).

¿Cuáles son las tareas inmediatas del nuevo gobierno? Un sinfín. Tiene que haber medidas maquiavélicas, pero esas son fáciles de implementar. La supresión de las cuantiosas pensiones de los ex–presidentes, por ejemplo, es una medida sana, de efectos inmediatos y relativamente fácil de tomar. Y una medida así, que habría obviamente que publicitar con bombo y platillos, le daría un gran gusto a la población. Pero con medidas así no se tocan las estructuras del putrefacto régimen que desde hace muchos lustros se vino constituyendo. Hay que retomar las reformas de Peña Nieto en materia de telecomunicaciones, petróleo, educación y demás y estudiar a fondo los contratos, sobre todo los de concesiones a particulares tanto extranjeros como nacionales. Hay que degollar a Pemex de su repugnante mafia (hacer como hizo C. Salinas: de buenas a primeras, sin avisar, meter a la cárcel a los líderes que no sólo se han enriquecido de manera obscena con el petróleo y el gas de México, sino que de hecho han permitido todo el tráfico de gasolina, el negocio de los huachicoleros y demás). Tiene que haber expropiaciones, quizá no estatales pero sí de las propiedades de los rateros profesionales que, de una u otra forma incrustados en los gobiernos anteriores, se hicieron multimillonarios. Hay que expropiarles lo que en realidad no es de ellos (Piénsese simplemente en gobernadores como los Duarte y ya con eso). Se tienen que crear o re-crear instituciones. Tengo en mente, por ejemplo, lo que en su origen fue la CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares), usada de la manera más descarada por Raúl Salinas durante el sexenio de su hermano, una institución que habría que reconstruir sobre nuevas bases, con nuevas estructuras y mecanismos de vigilancia, calidad, etc. Debería volver a crecer el sector para estatal! El Estado mexicano tiene que tener con qué defenderse y no ser meramente un agente al servicio del capital financiero e industrial. De ahí que en realidad la tarea del Lic. López Obrador sea ni más ni menos que la reconstrucción del país. La verdad es que deberíamos ver al país como si se acabara de terminar una terrible guerra y que tuviera que empezar la labor de reconstrucción. Este país necesita desde luego mejorar su infraestructura, sus carreteras, volver a poner en circulación el sistema ferroviario, (modernizándolo desde luego, pero sin incurrir en oscuros negocios de compadres que tanto le han costado a México, como lo que pasó con el tren México-Toluca por el cual hubo que pagarle al gobierno chino cantidades estratosféricas de dinero. ¿No hay nadie a quién pedirle cuentas por eso?¿O es una “venganza” pedir que se aclaren “negocios” tan turbios como ese?), recuperar Mexicana de Aviación, tener un banco nacional de primer piso, etc., etc. Urge, pues, reconstituir el tejido institucional, para lo cual es imprescindible instaurar sistemas de vigilancia para evitar hasta donde sea posible la supervivencia y la resucitación de ese cáncer social que es la corrupción. Particularmente delicados son los ámbitos de seguridad e impartición de justicia. En ellos se necesitan con urgencia algunos resultados casi inmediatos porque los tribunales en México son, como todos lo sabemos, una burla. De igual modo, todo lo que sea licitación y compras (en hospitales, escuelas, oficinas de gobierno, etc.) por parte de los organismos gubernamentales tiene que ser escudriñado, examinado a la lupa y tiene que haber castigos severos y públicos a quienes se les encuentren desvíos, estafas, bancarrotas y demás. Si no se entiende que, dado que la corrupción permea al país, si no hay castigos no hay progreso, entonces sí estamos en un problema, porque entonces no habrá diferencia entre un gobierno común y corriente y el gobierno populista. No se trata ni mucho menos de vengarse de lo que malos mexicanos (despreciables como personas y nefastos como ciudadanos) hicieron en el pasado. Hay delitos (terribles muchos de ellos) que no se van a poder castigar. Pero sí se puede hacer justicia de aquí en adelante y es en relación con eso donde veremos qué orientación real le imprime AMLO al Estado mexicano.

Así vistas las cosas, yo creo que fue el instinto lo que en última instancia salvó a México de una conflagración que hubiera sido terrible para la nación en su conjunto. Debería ser obvio hasta para el más miope que México ya no puede seguir como hasta el día de hoy, por razones tan evidentes de suyo que es hasta ocioso enumerarlas. Yo creo que también en esta ocasión se hicieron de la manera más fría imaginable los cálculos de pérdidas y beneficios en términos de dinero, vidas, negocios, actividades, etc., y les quedó claro a todos que no era ya factible seguir en el mismo canal, aplicando los mismos esquemas, recurriendo a los mismos métodos, repitiendo las mismas explicaciones de siempre. La verdad es que México se salvó in extremis y si no hubiera sido por una dosis mínima de sentido común en lugar del triunfo de un moderado y bienvenido populismo se nos hubiera aparecido Satanás y no estaríamos en este momento escribiendo estas líneas.

Sobre los Libros de Sexo (perdón, de Texto) de la SEP

Una vez más se ha suscitado un conflicto entre la Secretaría de Educación Pública (SEP) y diversas asociaciones de padres de familia, conflicto que, como se sabe, es un fenómeno recurrente. Es un hecho innegable que dichas asociaciones han sido las más de las veces portavoces de puntos de vista retrógradas y hasta oscurantistas y en general están estrechamente ligadas a la Iglesia Católica, por no decir ‘manipuladas’ por ella. Para muestras un botón: cuando a principios de los años 30 del siglo pasado, en el momento en que se estaba efectuando una labor extraordinaria de educación a nivel nacional, desarrollando en particular la educación científica y tecnológica y concediéndole especial atención a la educación agraria, el Secretario de Educación, el Lic. Narciso Bassols, decidió tomar el toro por los cuernos e introducir nociones básicas de biología en los programas de la Secretaria. A ese esfuerzo se le degradó describiéndolo como ‘educación sexual’. De lo que se trataba, sin embargo, era de actualizar mínimamente a los niños y jóvenes con datos científicos elementales a fin de que dejaran de creer, por ejemplo, que a los niños los traen las cigüeñas. Orquestada por la Iglesia Católica se generó un movimiento de protesta que culminó, como todos sabemos, con la dimisión del Secretario Bassols. En forma un tanto diluida los programas se impusieron, pero el precio político fue la renuncia de un brillante ministro.

Podría pensarse que el conflicto que tiene lugar en nuestros días entre la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) y la SEP es en lo esencial el mismo conflicto que el de hace 8 décadas, pero me parece que la similitud es más aparente que real. Para empezar, el panorama se ha modificado drásticamente y, por lo menos en parte, los actores del drama también son bastante disímiles. Ahora no es un destacado político mexicano el que dirige la política educativa de México, sino un oscuro burócrata sobreviviente de la época de Carlos Salinas de Gortari; por su parte, por razones comprensibles de suyo, la Iglesia ya no opera tan abierta o descaradamente como estaba acostumbrada a hacerlo por lo menos hasta la guerra cristera. Pero más importante aún es el hecho de que los temas también son muy diferentes, si bien están íntimamente emparentados con los del conflicto original entre el gobierno emanado de la Revolución y sus opositores. Quizá la mejor manera de presentar el actual conflicto sea diciendo que éste se transmutó y pasó de ser un conflicto entre ciencia versus ignorancia y religión a ser un conflicto de carácter eminentemente ideológico. Es evidente que en este caso no se trata de un choque entre dos conjuntos de datos, sino de una confrontación entre dos concepciones de la persona y, por ende, de la sexualidad humana. Es este y no otro el conflicto que se tiene que comprender,  debatir y evaluar.

Antes de entrar en materia, quizá lo primero que habría que decir es que no podemos caer en la falacia de asumir e inducir a pensar que porque en múltiples ocasiones la Iglesia Católica y las asociaciones de padres de familia han desempeñado roles históricamente superados, entonces siempre tiene que ser así. Es perfectamente imaginable que en esta ocasión los verdaderamente progresistas, los defensores de los valores más respetables, quienes asumen su responsabilidad para con la adolescencia mexicana, quienes no se dejan llevar por los espejismos ideológicos y las presiones culturales del momento, sean precisamente la Iglesia y los padres de familia. Esa situación no es descartable a priori y tengo la muy fuerte sensación de que ese es precisamente el caso.

Básicamente, el choque tiene que ver con el sempiterno tema de la sexualidad humana, su conocimiento, comprensión y manejo. El problema que opone a la SEP con la UNPF atañe a los libros de biología para Primero de Secundaria, o sea, para jovencitos como de entre 11 y 13 años de edad. Naturalmente, los contenidos de los libros se fijan en comisiones de la Secretaría en la que participan miembros de su personal, personalidades distinguidas de la sociedad civil e invitados que en general son maestros e investigadores de universidades. Yo mismo hace más de 10 años participé en una comisión así y pude percatarme de cómo se toman las decisiones. Vale la pena señalar que en el caso particular de esta temática la atmósfera de los debates es crucial, porque salvo que alguien conjugue claridad de pensamiento con voluntad férrea prácticamente el asunto está prejuzgado de antemano. Es muy difícil ir en contra de la corriente que se expresa en la sesión y hay que atreverse a oponerse a lo que a uno le parece inaceptable. Pero no es fácil abstraerse de la atmósfera un tanto intimidatoria que prevalece y en el caso de los temas de sexualidad dicha atmósfera viene en verdad muy cargada y siempre participa gente decidida a aprovechar la ocasión para hacer prevalecer su posición. En lo que a mi experiencia concierne, puedo decir que en los esfuerzos por delimitar los contenidos de los libros de biología las pasiones individuales a menudo se sobreponían a los intereses objetivos, inmediatos, a mediano y de largo plazo, de los educandos. En condiciones así es en verdad difícil alcanzar niveles aceptables de objetividad.

Pero vayamos al tema: ¿qué incluyen los textos? Este es el quid del asunto. Incorporan desde luego información sobre aparatos genitales, procreación, embarazos indeseados y prematuros, auto-gratificación sexual, homosexualidad, bisexualidad, uso de preservativos y así indefinidamente. Uno de entrada se pregunta si realmente se tienen que meter todos esos temas en la cabeza de un chamaco de 11 años, pero no me detendré en este punto. Aquí nos topamos de entrada con un problema, por la sencilla razón de que no hay forma de hacer pasar todos los temas relacionados con la sexualidad como temas que requieran información científica. Siendo crudos, pero claros: ni en México ni en Tailandia requieren los muchachos de 12 o 13 años manuales de masturbación. Eso no existe, por la simple razón de que el “manual” en cuestión es la vida misma y es torpe pretender sustituir con palabras en media página lo que la vida enseña de manera natural. Lo que en cambio salta a la vista es que en este caso se están vinculando silenciosamente con temas sexuales cuestiones de ideología, de civismo, temas por así llamarlos “culturales”, no desde luego en el sentido de conocimientos sino en el sentido de lo que está en el aire, del ‘espíritu de los tiempos’, y el espíritu de los tiempos indica que se debería poder hablar de relaciones homosexuales con la misma naturalidad con la que se puede hablar de, digamos, los números reales. Podemos inferir que la justificación de si ciertos temas relacionados con el sexo deben quedar incluidos en libros para muchachos de 12 años o no no es ni puede ser meramente “científica”. El conflicto no es por datos que unos tienen y de los que otros carecen, sino que se trata más bien de una lucha entre dos visiones distintas del ser humano, de cómo debería ser éste educado, moldeado, estructurado socialmente en lo que a sexualidad concierne. La situación es, pues, claramente de uso de resultados científicos en debates de carácter ideológico. En este caso, el conflicto no es entre iluminados y oscurantistas, sino entre quienes aspiran a educar a los niños y jóvenes dentro de un marco conformado por ciertos valores y gente que quiere un cuadro diferente, que está movida por otros valores. Para formarse entonces un cuadro suficientemente neutral del conflicto es menester examinar los argumentos que cada parte ofrece, sopesar las propuestas de cada bando, examinar sus elementos y entonces externar un punto de vista. Evidentemente, lo más que podemos hacer aquí es delinear, pintar a grandes brochazos la situación que se da.

A mí me parece que habría que señalar, para empezar, que la discusión no está del todo balanceada, por lo menos en lo que a libertad de expresión concierne. Lo innegable es: una parte tiene derecho de dar libremente expresión a sus gustos o proclividades, pero la parte contraria no tiene derecho a expresar con la misma espontaneidad sus rechazos o repulsiones. Así, unos pueden proclamar que la homosexualidad es perfectamente legítima (“porque se ha visto que hay casos de animales que …”, etc., etc.), pero los adversarios no pueden denunciarla como una anormalidad o como algo que les da asco o como algo que no quieren para sus hijos (¿o será que los padres actuales no tienen el derecho de “querer algo para sus hijos”?). Este punto es muy delicado, porque la situación está en general mal descrita: no es que los niños vengan al mundo con todas las opciones de vida sexual biológicamente inscritas en ellos para que cuando sean más grandes elijan las que más que les plazca, y que los padres estarían coartando sus posibilidades e interfiriendo en su desarrollo. La situación no es esa. La situación es más bien que los recién nacidos vienen como niños, esto es, son varones, o como niñas, es decir, son hembras, y posteriormente la cultura contemporánea les concede la posibilidad de permutar su sexo y de ser entonces niñas masculinas o niños femeninos. Esta posibilidad está abierta en esta sociedad que tiene un determinado avance científico y tecnológico y que está en posición entonces de alterar la situación original de las personas. La posibilidad ciertamente es real, pero no es la “natural”, sino algo adquirido. Esto es obvio, puesto que el ser humano resulta de una interacción entre lo natural y lo cultural o adquirido (en inglés, entre nature y nurture). A lo que nosotros, seres del siglo XXI, asistimos es a la lucha por una independización frente a “lo natural” concediéndole prioridad a “lo cultural”, una posibilidad abierta por el conocimiento científico. O sea, no es que la naturaleza sea como quienes utilizan el conocimiento científico dicen que es. Más bien, la naturaleza puede ser doblegada y modificada por medio del conocimiento científico y la tecnología actuales. Son dos situaciones distintas. ¿Qué es entonces lo “correcto: usar la ciencia para reforzar la naturaleza o emplear la ciencia para ponerse por encima de ella? La respuesta se la tiene que dar cada quien a sí mismo, pero en todo caso todos deberíamos tener el mismo derecho y la misma libertad para pronunciarnos sobre la cuestión. Dicho sea de paso, traer a colación en relación con esto números de personas es abiertamente contraproducente para los partidarios de la apertura total de “lo sexual” a los jovencitos de Secundaria. Esto es muy fácil de ilustrar: hace unos días hubo una gran concentración de partidarios del “orgullo lésbico-gay” y en verdad se congregaron en la importante Avenida Reforma de la Ciudad de México muchos miles de personas. Pero es igualmente evidente que si se convocara a una manifestación de heterosexuales la afluencia sería tal que no cabrían en la ciudad. La aritmética entonces no apoya a los “libertarios”. Lo que sucede es que en general los representantes de la mayoría simplemente no tienen voz.

Debo confesar que una forma de argumentar que nunca me ha parecido aceptable es la de hacer intervenir la noción de derechos humanos para dirimir una controversia como esta y ello por dos razones. Primero, porque en general equivale a una errada y burda manipulación del concepto de derechos humanos y, segundo, porque refleja una intención de chantaje intelectual que no sirve para validar teóricamente nada, inclusive si en la práctica llegara a funcionar. A menudo el concepto de derecho es mal entendido, porque es visto como una especie de propiedad del individuo con la que éste nace, cuando en realidad es una posibilidad de acción abierta por la sociedad a la que él pertenece y que él puede aprovechar. Ahora bien, para que un derecho emerja se requiere de amplios consensos, lo cual no es el caso cuando se habla de opciones no ortodoxas de vida sexual. Estamos entonces frente a un caso en el que una minoría aspira a imponerle un derecho a una mayoría, lo cual no deja de ser paradójico. Más importante, sin embargo, es que parecería que estamos aquí frente a una argumentación inválida: una cosa es que una persona que se declara ser sexualmente diferente a la inmensa mayoría luche para tener el derecho de ejercer su sexualidad como quiera y otra que porque se le concede ese derecho entonces pretenda que todos potencialmente se coloquen en la misma situación que ella. Lo primero no implica lo segundo, como lo pone de manifiesto el caso de la legislación rusa: en Rusia un homosexual puede llevar la vida que quiera, pero no está autorizado a hacer proselitismo, porque eso ya es pretender orientar las vidas de los demás. En el caso de las preferencias sexuales es incuestionable que a los adultos no heterosexuales se les debe en principio respetar lo que podríamos llamar sus ‘derechos sexuales’. Definitivamente, sería injusto meter  a la cárcel, multar, no aceptar en hospitales, descartar para un trabajo, etc., a una persona sólo porque tiene preferencias sexuales diferentes de las comúnmente aceptadas. Respecto a eso yo no tengo la menor duda: el homosexual adulto ciertamente tiene todos los derechos de los que gozan los demás ciudadanos. Sin embargo, el que una persona ya conformada y activa sexualmente tenga derechos no implica que por igual se pueda hablar justificadamente de “derechos sexuales” cuando quienes están en juego son personas que no están todavía formadas, que todavía no se han adentrado en el mundo de la vida sexual activa. Es completamente inapropiado entonces hablar de “derechos” en esa etapa de la vida. Freud es sin duda culpable de haber introducido una idea perturbadora en este sentido cuando interpretó la sonrisa del niño que se alimenta del pecho de la madre como expresando una satisfacción “sexual”! Lo que él afirma da una idea absurda de la sexualidad humana. En relación con la muy manoseada noción de derechos humanos, quizá podríamos parafrasear el famoso dicho del mariscal Hermann Goering: “Cuando oigo hablar de cultura, saco mi revólver!” y decir: “Cuando a la fuerza se quiere hacer valer el concepto de derechos humanos, mejor cambiamos de tema!”.

La SEP ha hecho a través de sus representantes afirmaciones que ilustran perfectamente bien lo que acabo de decir. Por ejemplo, de acuerdo con ellos “tanto hombres como mujeres tienen el derecho de relacionarse libremente entre sí y formar parejas, siempre y cuando lo hagan voluntariamente y conscientemente. Por lo tanto, ninguna de las formas de preferencia sexual mencionadas es incorrecta ni debe ser discriminada”. Pero eso es precisamente lo que no vale para personas que no están todavía capacitadas para tomar de manera responsable decisiones razonadas y libres. Este “argumento”, por lo tanto, es una inmensa petición de principio. Afirman, asimismo que “Una de las falsas actitudes que debe ser eliminada es la homofobia o la creencia de que la homosexualidad es una enfermedad o una actitud aberrante que debe ser corregida.”. Esto no tiene ni pies ni cabeza: las actitudes no son falsas o verdaderas. Aquí la trampa consiste en intentar hacer pasar por “científico” algo que es eminentemente emocional, de actitud. No es un asunto de argumentación, en el sentido lógico de la palabra, sino más bien de persuasión: la SEP pretende persuadir a todo el mundo de que lo que ella promueve es bueno. Argumentos en todo caso no los hay. Otra justificación de los contenidos de los textos de “biología” concierne a la masturbación. Según ellos “Una de las maneras de conocer nuestro cuerpo y percibir sus reacciones se logra mediante la estimulación de los genitales para provocar placer. A esta práctica se le denomina masturbación.”. Dejando de lado el insignificante error de uso y mención de palabras, a este “argumento” y ya di mi respuesta más arriba: nadie necesita manuales de masturbación. Un muchacho necesita consejos de higiene, precautorios para evitar embarazos indeseados, enfermedades venéreas, etc., pero no información sobre las partes y funciones más íntimas de su cuerpo, porque eso es algo que la vida misma se encarga de enseñarle de manera natural. Lo que se debe evitar es satanizar la masturbación, nada más. Cabe preguntar: ¿acaso los humanos tuvieron problemas de auto-conocimiento a lo largo de su millón de años de existencia sobre la Tierra porque nadie los instruyó al respecto?¿Les hicieron falta los textos de la SEP? Suena ridículo!

A mí me parece que se debe hacer un esfuerzo por plantear el asunto en términos políticos y prácticos. Aquí la pregunta es: ¿cuál es la función real de la SEP?¿En qué consiste su responsabilidad? ¿Qué es lo que ella tiene que tomar en cuenta para apoyar o desalentar ciertas políticas públicas? Yo diría que, por principio, si se le va a dar la voz a unos, que se les dé a otros también. ¿Tienen los padres derechos inalienables sobre la formación de sus hijos o no? Si no es así: ¿qué es entonces la familia? Si se le enseña a un muchachito de 11 años a emplear un preservativo sobre la base de que está adquiriendo conocimientos: ¿por qué entonces no se le enseña también a armar y desarmar una pistola o un rifle? También en esos casos estaría aprendiendo algo nuevo. Los partidarios de los valores en boga tienen la obligación de explicar con toda claridad dónde termina la instrucción y dónde empieza la promoción, porque la frontera en este caso es particularmente escurridiza y si se acusa de pecar por defecto a unos se puede acusar de pecar por exceso a otros! La SEP debe fijarse objetivos que sean congruentes con sus principios y valores. Es altamente probable que la actual forma de enfocar el tema de la educación sexual habrá de generar, si no se dan las aclaraciones pertinentes, confusiones en los más diversos campos. Considérese, por ejemplo, el lenguaje. Si la moral “libertaria” actual se impone, se requerirán nuevas definiciones porque si todo es válido: ¿qué quieren decir ‘degenerado’, ‘depravado’, ‘perverso’, ‘aberrante’ y múltiples otras palabras?¿O debería entonces desaparecer ese léxico? De alguna manera se tienen que trazar las distinciones y entiendo que lo que ahora se propone es que esa frontera se mueva. Bien, pero ¿cómo se le remplaza o corrige?¿En dónde se traza la línea?¿Por qué si en nuestros tiempos, cuando éramos jóvenes, le decíamos a nuestros padres que íbamos a una fiesta, no podría ahora un muchacho decirle a sus padres un sábado por la noche: ‘Adiós, regreso mañana, voy a una saludable orgía’! Suena absurdo, pero está lógicamente implicado por la posición de “libertad total”, “instrucción total!” y demás. No está, por lo tanto, nada claro que la SEP esté actuando para beneficio de la comunidad estudiantil mexicana.

Yo pienso que lo que realmente está en juego son dos concepciones del rol de la sexualidad en la vida humana. Está, por una parte, la visión del sexo como una dimensión de la vida tan neutral como la constituida por la alimentación o la vida deportiva: todo tiene el mismo valor, es decir, ninguno en especial. Da lo mismo comerse una hamburguesa que acostarse con una prostituta o convertirse en bisexual o, ¿por qué no? en bestialista. En la medida en que se trata de posibilidades inscritas en la naturaleza humana son tan viables unas como otras. Y está, en contraste con esa concepción, la visión de la sexualidad como una dimensión de la vida que no debe sobre-explotarse y en relación con la cual no debe permitirse que se le manipule ni comercialmente ni de ningún otro modo. Es, pues, una confrontación entre dos “culturas” pero en este caso es particularmente importante sacar a la luz a los verdaderos contendientes. Es falso el cuadro de acuerdo con el cual el conflicto se da entre los liberadores de la vida sexual y los represores de la misma. En la actualidad esos no son los contrincantes. El combate no es entre el dragón y San Jorge. Ese combate no es actual. Aquí el conflicto se da entre quienes proclaman la supresión total de barreras, el dejar que la sexualidad quede moldeada por fuerzas sociales, por los factores culturales del momento (impulsados y apoyados por el cine, la televisión, la industria del entretenimiento, la prensa, la inteligencja, etc.), por el mercado, etc., por una parte, y quienes prefieren el encauzamiento, la moderación, el control en la vida sexual y la sumisión de la sexualidad a valores externos a ella. Es evidente que en la sociedad contemporánea se hace del sexo una mercancía más, que en la cultura de nuestros tiempos se incita a defender algo así como “el sexo por el sexo”, ya que es una cultura de la que valores pretéritos como la castidad, la unión definitiva con una persona, el apego a “lo natural”, etc., quedaron expulsados. Si esa es realmente la alternativa, definitivamente creo que los padres de familia tienen razón en sentirse indignados y ofendidos por las decisiones de la SEP. En mi muy modesta opinión, la mercantilización del sexo, si bien congruente con la evolución de la sociedad capitalista, me parece casi la antesala del infierno. No es que uno se asuste por lo que sabemos que sucede, pero no es muy usual en nuestros tiempos alzar la voz en relación con tan delicado tema. Mi punto de vista particular es que la vida sexual es como un termómetro para medir la espiritualidad y la grandeza de una sociedad. Esto quizá se deje explicar mejor por medio de una metáfora. Yo creo que la sexualidad es como un pistón o un engranaje de una gran maquinaria que es la vida del individuo. Para que ésta fluya por los cauces apropiados, es decir, para que la maquinaria funcione correctamente, también el pistón tiene que funcionar correctamente, es decir, la vida sexual tiene que ser sana y agradable, pero debidamente dimensionada. Lo que ha venido pasando en los últimos 60 años es una inversión de roles: ahora la maquinaria es el sexo y el pistón el resto de la existencia humana. O sea, la vida se tiene que ajustar a la sexualidad, girar en torno de ella. Yo estoy en contra. Cuando el sexo acapara la mente de las personas tiende a ocupar todo el espacio mental: todo se hace en aras de él. Con ello se achica formidablemente el espectro de posibilidades de ser del ser humano. Sin duda los padres de familia aquí tienen razón: promover lo que la SEP irresponsablemente promueve (o al menos como lo está haciendo) es promover la animalización del sexo y, por consiguiente, de las personas. Sin duda alguna, la sabiduría de una sociedad o de una civilización en parte radica en cómo doma y encauza la libido. Sólo los prosaicos de estrechas miras y de intereses mezquinos pueden ir en contra de tan elementales verdades.

¿Temores Infundados?

“La religión”, dijo Karl Marx, “es el opio del pueblo”. Y en más de un sentido no le faltaba razón! En un contexto de miseria y de opresión, un contexto en el que el Estado fundaba su ser en todo lo que se quiera menos en la justicia, como fue el caso de algunos regímenes capitalistas europeos durante la primera mitad del siglo XIX, parecía en efecto que la única opción para que el ciudadano muerto de hambre no se hundiera en la desesperación total sólo podía consistir en la asimilación de creencias que le garantizan a la gente (al “proletario”) en el otro mundo algo al menos de todo lo que le faltó en este: comida, educación para sus hijos, un lugar decente donde dormir, un poquito de afecto por parte de los “inversionistas” de la época, etc. En verdad, un ensueño político así es lo que el ser humano necesita cuando vive físicamente esclavizado y encadenado, sólo que ese ensueño, que contrasta con su horrenda realidad cotidiana, lo aleja sistemáticamente de la única vía para su liberación real, esto es, la senda de la acción política. Bajo los efectos de ese narcótico eidético que puede ser la religión infantilmente entendida se puede entonces hablar libremente de un topos uranus en donde todos nos veríamos como hermanos y nos trataríamos como tales: en ese reino ya no habrá más explotación, más niños muertos de hambre (o separados de sus padres, por ejemplo) y los malos sentimientos que ahora envenenan las almas de las personas se habrán para entonces disipado. Ahora bien, es precisamente en ese esfuerzo por visualizar una situación así y por interiorizarla bajo la forma de creencia que las personas se vuelven a agotar mentalmente y quedan ya sin fuerzas para modificar físicamente su entorno, depositando toda su confianza en la promesa de que allá, en la otra vida, se restablecerá la justicia, sin desquites y sin venganzas. Así, al igual que un drogadicto idiotizado por el opio inhalado, también la religión opera en las masas de manera que las hace pasivas frente a un mundo en el que su vida es algo así como un tormento infernal.

Yo pienso que Marx tenía razón, pero no completamente. En otras palabras, no estaba equivocado, pero se pueden decir más cosas sobre la religión y sus efectos. Para empezar, es obvio que la genuina vida religiosa no tiene por qué ser una vida de pasividad y de aceptación acrítica del sufrimiento, pero no me abocaré aquí a debatir sobre tan excelso tema. Más bien quisiera llamar la atención sobre otro aspecto del asunto, un aspecto que, por las razones que sean, Marx no tomó suficientemente en cuenta, a saber, que no sólo la religión (mal entendida) puede tener los efectos que él atinadamente señala. Muchas otras cosas también pueden operar como elementos embrutecedores de las masas. El futbol, por ejemplo. También la Copa del Mundo funciona como un narcótico que hace que la gente obedientemente consuma más cervezas, coca-colas, se exalte y en general cometa toda clase de desfiguros. De hecho yo diría que precisamente productos como el futbol (entendido como una forma de vida, con instituciones, presupuestos, clubes, organizaciones, campeonatos, públicos, etc.) desempeñan en la actualidad la función de embrutecimiento que antaño desempeñaban las religiones tradicionales. Yo creo que el paralelismo podría desarrollarse fructíferamente, pero a mí simplemente me interesaba establecer la comparación entre algunos efectos negativos de la religión y los de otros productos sociales, como el futbol. En este sentido, el caso de la Copa del Mundo es interesante por lo que en principio a través de ella se podría lograr y eso es algo en lo que nosotros los mexicanos deberíamos estar particularmente interesados.

Un ejemplo concreto de eso de lo que estoy hablando lo tenemos en los últimos decretos del todavía presidente, E. Peña Nieto. Aprovechando sagazmente el adormilamiento de la población por la gran “victoria” de la selección mexicana ante la selección alemana (un pobre triunfo por el cual casi habría más bien que llorar antes que regocijarse y ello por razones evidentes de suyo), el presidente Peña tuvo a bien firmar decretos por medio de los cuales se abre la posibilidad de privatizar ni más ni menos que el agua de México (o lo que queda de ella)! Súbita y como distraídamente se abrió la posibilidad de la inversión privada para mercantilizar nuestra agua: para venderla embotellada como producto de consumo directo, como un producto para la industria o para la ganadería, etc. O sea, un elemento que visto con el lente que se quiera tendría que ser considerado como un asunto de seguridad nacional, de un plumazo, con desparpajo y elegancia, en uno de sus últimos movimientos, el presidente de México se lo cede a los “inversionistas”, naturalmente los mismos de siempre. ¿Cómo es eso posible? Desde luego que muchos factores entraron en juego, desde intereses particulares hasta directivas del Banco Mundial, pero ciertamente contribuyó a hacerlo posible lo que en la actualidad opera como “opio del pueblo”, esto es, el futbol. Ahora sí que más claro ni el agua!

El asunto del agua es como para ponerle los cabellos de punta al más pintado, pero no es ni mucho menos lo único que habría que temer en estos tiempos de adormecimiento social. Estamos en vísperas de unas elecciones que sin duda alguna representan un parte aguas en la historia moderna de México. Si los datos que se pueden recabar y los cabos que se pueden ir atando no están totalmente falseados, el Lic. Andrés Manuel López Obrador habrá de ser el nuevo presidente de nuestro país. El proceso, sin embargo, ha sido agitado. Yo creo que podemos afirmar que básicamente, en lo que es una bastante obvia división del trabajo, se pueden distinguir dos grandes campos políticos: el del candidato de MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) y el resto. La función de los adversarios menores (como Anaya, un descarado demagogo) era ante todo quitarle todos los votos que se pudiera a AMLO y dejar para el final a “Pepe Meade” en su enfrentamiento con el Lic. López Obrador. Las cosas, sin embargo, rara vez salen como estaban planeadas y no se puede perder de vista el hecho de que los agentes políticos vienen todos con su propia agenda secreta y eso cambia los planes. En todo caso, el conflicto está ahora suficientemente bien decantado, más allá de las personas mismas: éstas representan modelos de gobierno no drásticamente diferentes, pero sí considerablemente divergentes. Están, por una parte, quienes quieren un país de saqueo, de inversión privada, de venta de agua, aire, aeropuertos, petróleo, oro, plata, etc., con todo lo que una política así acarrea y están, por la otra, quienes aspiran a rescatar como bienes de la nación elementos tan importantes como el agua, las playas, el petróleo, la educación y cosas por el estilo. A todos nos queda claro, supongo, que el potencial gobierno de Andrés Manuel López Obrador no es ni pretende ser un gobierno revolucionario. Yo diría que aspira simplemente a ser un gobierno sensato, dirigido por el sentido común y nada más. Eso es a la vez muy poco y mucho, dadas las condiciones del país. Lo que transforma a su proyecto en “revolucionario” es más bien la colosal e insaciable ambición del grupo opositor, un grupo de oligarcas entre los cuales encontramos desde gente sumamente rica hasta ex–presidentes y operadores políticos de diversa envergadura (todos ellos expertos en intrigas y complots, como todos sabemos). Es claro que el gobierno del Lic. López Obrador no sería un enemigo ni de oligarcas ni de plutócratas pero sí sería un gobierno que, para expresarme coloquialmente, los mantendría a raya y eso basta para convertirlo a él en el enemigo público número 1. Y es aquí que en el horizonte de la imaginación empiezan a vislumbrarse situaciones que no podríamos calificar de otra manera que como espeluznantes. ¿Cómo cuáles, por ejemplo?

Como todo mundo sabe, en lo que va de este proceso electoral ya llevamos más de 114 políticos muertos, asesinados de manera artera e indignante, como lo fue el caso del ex-alcalde priista Fernando Purón Johnson, un hombre joven ostentosamente ejecutado a la salida de un mitin. Y como él hay muchos otros, hombres y mujeres. Lo mismo matan a gente en Coahuila que en Guerrero que en cualquier otra entidad federativa. ¿Y qué une a todos esos casos? La respuesta de siempre: todos fueron víctimas “de la delincuencia organizada”. ¿Qué quiere decir eso? Todo y nada. Pero intentemos avanzar en nuestro intento por comprender qué está pasando. Una pregunta crucial es: ¿qué se logra con todos esos asesinatos? La verdad es que no lo sé, pero sí me queda claro que uno de sus efectos es que a través de esos delitos se genera caos, desconfianza, miedo. Nadie sabe quién, nadie sabe por qué, nadie sabe para qué. ¿Y eso a quién beneficia? Bueno, si a toda costa hubiera que evitar el triunfo del Lic. López Obrador ya se tiene el trasfondo apropiado: nadie sabe ni de dónde vienen los golpes ni quién los da. Eso es lo que se necesita o al menos algo de lo que se necesita para cometer lo que sería en nuestro contexto la imprudencia mayúscula. ¿Cuál podría ser el objetivo último? Evitar que el Lic. López Obrador sea presidente. Intentaré aclarar esto, aunque difícilmente podría estarlo más.

Supongamos que hay un grupo político muy fuerte (el Lic. López Obrador usa la expresión ‘la mafia en el poder’ para referirse a él) que está decidido a impedir a toda costa que el candidato de MORENA gane las elecciones y que si las gana que sea investido como presidente. La primera estrategia ya falló: las elecciones las tiene ganadas el Lic. López Obrador desde hace meses y no hay trampa electoral imaginable que le arrebate el triunfo. Con más del 50% de la intención del voto a su favor, tendrían que contabilizar más votos que ciudadanos para poder ganarle. Esta vez eso no va a ser factible. Queda otra estrategia: eliminarlo a él físicamente. Ya hubo un pseudo-periodista irresponsable que hizo circular la idea por las redes sociales, un mequetrefe que después de una reprimenda ya se reincorporó a sus actividades “periodísticas” “normales”. Ahora bien, la idea de atentar en contra del Lic. López Obrador es sumamente problemática mas no imposible, como lo pone de manifiesto el caso Colosio: cuando era evidente que Colosio se encaminaba hacia la presidencia de la República fue salvajemente asesinado en Tijuana y un memorable video nos puede en todo momento traer a la memoria aquel odioso crimen. Por lo tanto, experiencia respecto a cómo eliminar a un personaje político importante en México se tiene. Pero ¿cómo hacerlo? Lo que hay que hacer es tratar de visualizar lo que podría suceder para tomar las medidas pertinentes y proceder en concordancia.

En primer lugar, es claro que no tiene mucho sentido eliminar a un candidato que todavía no ha ganado, porque aunque es muy poco probable de todos modos no es lógicamente imposible que su adversario, en este caso “Pepe” Meade, gane. Por lo tanto, eliminar al candidato de MORENA antes de que oficialmente gane las elecciones es absurdo, puesto que puede no ganar y entonces se habría cometido un acto no sólo moralmente repugnante sino también políticamente innecesario y con un costo muy alto por nada. Por lo tanto, de aquí al día de la elección, AMLO está seguro.

Supongamos ahora que el Lic. López Obrador efectivamente gana y toma posesión el primero de diciembre. A partir de ese momento eliminarlo sería lo mismo que dar un golpe de Estado. Eso no es nada más un acto criminal: sencillamente, no se puede realizar sin la aprobación y el concurso de otras fuerzas políticas, como la Embajada norteamericana. Aquí no se puede dar un golpe de Estado sin su consentimiento y yo dudo mucho, por un sinnúmero de razones, de que el gobierno norteamericano estuviera dispuesto a inmiscuirse en un asunto tan delicado como ese. Por lo tanto, una vez convertido en presidente de México, el Lic. López Obrador estaría a salvo y los problemas serían otros.

Pero queda otra posibilidad: la de tratar de desembarazarse de él entre el 2 de julio y el 31 de noviembre. Ese es el lapso crítico, el periodo en el que el Lic. López Obrador tiene que estar cuidado 24 horas al día, porque su vida corre peligro.  Yo inclusive diría lo siguiente: a partir del día de la elección él ya no tiene el derecho de no cuidarse! Pero la experiencia nos enseña que no son ni los militares ni los policías quienes deben ocuparse de la protección del candidato ganador. En este caso quien debe proteger al presidente electo es el pueblo mismo. Se deben formar brigadas populares para protegerlo permanentemente. El potencial asesino debe saber que si comete su fechoría no podrá salvarse, que no habrá policías que lo encubran ni militares que actúen para salvaguardar sus “derechos humanos”. No queremos “comisiones investigadoras” ex-post facto, comisiones que no sirven más que para estancar un proceso, detener una decisión, desviar la atención, hacer perder el tiempo, hacer perder oportunidades y cosas por el estilo. Lo que queremos es que algo concreto no suceda y eso sólo se puede garantizar si el pueblo interviene. El caso Colosio, una vez más, podría proporcionarnos muchos datos relevantes que a su vez permitirían trazar paralelismos alarmantes entre él y una potencial situación de ataque al candidato de MORENA. (Véase, e.g., mi artículo (del año 2000) en el que hago algunas aclaraciones en torno a la “investigación” realizada por el último fiscal encargado del caso Colosio y actualmente presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El artículo se puede ver en http://www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/Vol1/Colosio.htm).

¿Por qué entonces estamos preocupados? Las razones saltan a la vista. Primero, porque el Lic. López Obrador tiene enemigos a la vez acérrimos y poderosos; segundo, porque sus enemigos están movidos por ambiciones realmente desmedidas, obscenas, satánicas y porque están dispuestos a incendiar el país si con ellos logran satisfacer su capricho; tercero, porque si algo tan terrible sucediera México quedaría hundido para los próximos 50 años en la misma clase de procesos históricos como los que aquejaron a América Latina a lo largo del siglo XX. Y es perfectamente imaginable que se hubiera pactado algo con la FIFA para permitir que México avanzara hacia, digamos, octavos de final, con lo cual el pueblo estaría tan contento por los logros de la Selección Nacional que podría no reaccionar con la furia que normalmente lo movería si en otras circunstancias se atentara contra su candidato. Así vistas las cosas, lo único que no deseamos es que la Selección Mexicana vuelva a ganar!

Alguien podría responder con indignación que la FIFA no es un organismo que pudiera prestarse a semejantes tejes-manejes. Debo responder que si alguien me dijera algo así yo sí pensaría que me las estoy viendo con alguien muy desorientado, con un ingenuo total. Yo creo que ya es hora de abandonar lo que habría que llamar el ‘enfoque infantil’ del deporte y, en particular, del futbol. Así como no hay un gobierno en el mundo que quiera acabar con el narcotráfico sino que lo que quieren los gobiernos es controlarlo y manejarlo, así tampoco hay juego, evento deportivo, campeonato, etc., que no esté coordinado, pactado, arreglado o como se le quiera describir. Ni los caballos en los hipódromos, ni las peleas de peso completo ni los campeonatos de tenis (por prestigiosos que sean) ni las carreras de autos ni …, etc., etc., son eventos deportivos puros, limpios, pulcros, impolutos, inmaculados. Hay demasiado dinero de por medio. La FIFA en particular es un enorme organismo trasnacional que maneja miles de millones de dólares anualmente y que tiene un peso político incuestionable. Una institución así: ¿deja al azar el triunfo de tal o cual selección? Yo digo que es infantil creer algo así. La historia de los campeonatos mundiales no deja lugar para muchas dudas: Inglaterra en 1966, Argentina en 1978, Francia 20 años después son ejemplos en los que claramente la política desempeñó un papel fundamental en el resultado final. En esas condiciones, el triunfo de México sobre Alemania es una situación que nos hace temblar, porque ¿por qué la FIFA estaría ahora al margen de la situación política mexicana, sobre todo a sabiendas de que puede influir en ella?

Es importante tener en cuenta que los enemigos del Lic. López Obrador son personas ubicadas más allá del mundo de la moralidad, de los escrúpulos y de los intereses impersonales. Ellos están preparados para cualquier eventualidad en la que ellos sean los actores, quienes tomen las iniciativas y quienes den los golpes. Pero ciertamente no están preparados para la derrota y llevar al país hacia el abismo por la comisión de un inmoral e injustificado políticamente magnicidio, tan sólo para salvaguardar sus mezquinos intereses personales no es algo que les pueda beneficiar, ni a corto ni a mediano ni a largo plazo. Tienen que entender que el escudo del Lic. López Obrador está formado por millones de personas. La furia política contenida durante muchos decenios puede explotar de un modo completamente imprevisible. El problema es la ceguera causada por el odio y el verse desplazado en el espectro político, inclusive si ello se logró jugando con las reglas de la democracia, que tanto ensalzan. ¿Son acaso nuestros temores infundados? Yo en todo caso preferiría con mucho equivocarme en un diagnóstico que confirmar una hipótesis letal para el país. Quiera Dios que ni la sombra de la FIFA se proyecte sobre el territorio de México!

Violencia de Género y Feminismo

Sin duda alguna un reto intelectual mayúsculo, ahora y siempre, es el que denominamos como “ir en contra de la corriente”. Es claro que quien va con la corriente opta de entrada por la vía fácil, pues para todo lo que se le ocurra afirmar en público vendrán en su apoyo las instituciones, recibirá el visto bueno de los jerarcas del área, se beneficiará por su trabajo de difusión de las ideas estereotipadas que le corresponde exaltar (y que pueden concernir a, por ejemplo, personas, como es el caso actualmente en México de un sinnúmero de periodistas, analistas y demás que no tienen otra función que la de calumniar y vituperar diariamente al Lic. Andrés Manuel López Obrador. Eso es ir con la corriente), se le aclamará en el medio como un agudo escritor o como un profundo conocedor de los temas que aborda (así se pensaba, por ejemplo, del “eminente” comentarista político Ricardo Alemán  quien, en su entusiasmo por ir con la corriente y complacer a quienes lo contrataron, rebasó descaradamente los límites no de la decencia y el decoro porque esos ya los había rebasado desde hacía mucho tiempo, sino de lo permisible legalmente al grado de insinuar públicamente que se cometiera un magnicidio! Como bien sabemos, sin embargo, con quienes como él van con la corriente los castigos duran poco y, si no me equivoco, ya está otra vez por ahí vivito y coleando, haciendo de las suyas como si nada hubiera pasado, en lugar de estar en la cárcel por incitación al asesinato). En cambio, quien en relación con cuestiones de orden cultural, de temas políticos o religiosos, de modas y deportes, etc., y, desde luego, de asuntos políticos va en contra de la corriente se expone a toda clase de insultos, descalificaciones, ataques personales, campañas de desprestigio público, bloqueo en los medios de comunicación y todo lo que ya sabemos que se puede implementar para castigar al individuo rebelde que osa insubordinarse frente al status quo. Hay obviamente grandes diferencias entre el intelectual (como lo calificó Gramsci) “orgánico” y el intelectual (siguiendo con la metáfora) “inorgánico”. En ambos casos se reciben tanto premios como castigos pero, por la naturaleza misma de lo que cada uno de ellos representa, se ven premiados y castigados de manera diferente. Para no extenderme en una disquisición que me llevaría hacia otras temáticas, me limitaré a contrastar velozmente los premios y castigos de uno y otro. Los premios del intelectual orgánico son de fácil detección: sueldos, preseas, reconocimientos, desayunos con funcionarios, apoyos de diversa clase, puestos, etc. Al intelectual inorgánico, en cambio, lo esperan difamaciones, calumnias, persecuciones, bloqueos, entorpecimiento de trámites, justicia selectiva y así indefinidamente. Este desbalance, sin embargo, se re-equilibra de manera natural. El intelectual orgánico reduce considerablemente su espectro de intereses a los cuales encadena sus facultades, incurriendo por ello en una especie de prostitución mental puesto que de hecho lo que hace es  vender sus virtudes al mejor postor, poner sus cualidades intelectuales al servicio de otros por lo que, podemos afirmar, es “muy” libre materialmente pero es también e inevitablemente un lacayo espiritual (inclusive si llegara a creer realmente lo que sostiene, esto es, aquello que la sociedad le exige y por lo cual de una u otra manera su jefe del momento le paga). El premio del intelectual inorgánico es muy superior, pues consiste en la satisfacción que le acarrea el ejercicio de sus facultades, la libertad con la que se auto-dota para expresarse libremente en cualquier contexto y la alegría que le proporciona la conciencia de no trabajar para él sino para los demás, cumpliendo así realmente con lo que es su misión. Después de todo, no puede tener el mismo mérito nadar con la corriente que nadar en su contra. Como le diría a su amigo el gran personaje creado por Conan Doyle, “Elemental, mi querido Watson!”.

Dado que, quien me conoce lo sabe y para quien no me conoce me presento, el destino me deparó la suerte de no formar parte nunca del club de los orgánicos (en ese sentido soy claramente, como dicen, un “loser”), es mi deber polemizar con puntos de vista que nadie quiere abiertamente poner en cuestión (aunque en petit comité sí lo hagan) y uno de esos temas peligrosos que está “a la moda”, tanto en México como en muchos otros países (en unos más que en otros) es el tema de la “violencia de género” y más en general el del feminismo. Digo que están a la moda en parte porque nos topamos con dichos temas mañana, tarde y noche, en periódicos, televisión, radio y demás, y en parte porque considero el feminismo una especie de ideología superficial, un movimiento importado y sólo mínimamente representativo de los intereses reales de la inmensa mayoría de las personas (hombres y mujeres), una temática que responde a intereses particulares y con objetivos en última instancia bastante turbios. Este movimiento se funda, como espero hacer ver, en toda una gama de falacias, afirmaciones gratuitas, descripciones tendenciosas y sobre todo en objetivos imposibles de compartir. Abordemos, pues, con entereza tan espinoso tema.

Lo primero que quisiera señalar es que hay un mecanismo ilegítimo de propagación ideológica que es típico del feminismo, bastante familiar dicho sea de paso dado que es también aplicado en otras áreas de la vida social. Me refiero al intento de apropiación de una expresión del lenguaje natural, en principio una expresión genéricamente neutral, por parte de un grupo de personas unidas por determinados intereses y de manera que su uso queda entonces vinculado a los intereses del grupo en cuestión y condicionado por ellos. Se intenta así imponer una manera de percibir la realidad y de hablar que de entrada vicia la forma normal de describir los hechos. En este caso, la expresión problemática que tengo en mente es ‘violencia de género’. En la actualidad muchos hablan de “violencia de género” pero asumiendo tácitamente que cuando se emplea dicha expresión es para indicar que una mujer es o fue víctima de un hombre o que La Mujer en abstracto es o fue víctima en general de la historia o de la cultura. Sería absurdo dudar de la realidad de lo primero y tal vez podría hablarse también de lo segundo, siempre y cuando se fuera preciso y se hicieran todas las aclaraciones indispensables para ello, pero nada de eso podría borrar el hecho incuestionable de que a menudo son las mujeres quienes ejercen violencia en contra de los hombres y hay mil maneras de hacerlo: desde jugar con sus sentimientos, excitar sus celos, etc., hasta el terrorismo jurídico por medio del cual le quitan a un hombre sus hijos, su casa, su salario, etc., pasando desde luego también por las agresiones físicas a las que, hay que decirlo, muchas mujeres son cada vez más proclives. Por otra parte, es igualmente innegable que El Hombre en general también ha sido objeto de injusticia por parte de la cultura, la estructura económica, la historia, etc. Hasta donde sé, Cleopatra también tenía esclavos y hay mozos en donde mandan las amas de casa! Pero entonces el uso a la vez exclusivo y excluyente de la expresión ‘violencia de género’ sencillamente no tiene justificación alguna.

El movimiento feminista, en segundo lugar, presupone como motivo de acción algo que, en condiciones normales, es tanto práctica como teóricamente inconcebible y que por lo tanto sólo puede dar lugar a pseudo-explicaciones y descripciones ininteligibles de la realidad. Las feministas, en efecto, pretenden que se acepte como potencial motivo de la acción masculina el mero hecho de ser mujer! Que una sugerencia así es francamente ridícula es algo que percibimos tan pronto intentamos aplicarlo a los hombres. Yo entiendo que se ataque o critique a alguien por ser ladrón, convenenciero, hipócrita, estafador, aprovechado, cruel, tonto, grosero, etc., pero ¿por ser hombre? Eso no tiene sentido y si no lo tiene en el caso del hombre tampoco lo tiene en el de la mujer. Una mujer puede ser víctima de hostigamiento o de violencia por ser coqueta, provocadora, recatada, modesta, discreta, gorda, bonita, antipática, prepotente, tímida, engreída, desobediente, etc., pero no por ser mujer. El ser mujer no es una posible causa de acción. No hay tal cosa.

El paisaje se empieza a aclarar un poco más cuando indagamos sobre los orígenes del movimiento feminista. Yo creo que no estará de más llamar la atención sobre el hecho de que se trata de un movimiento básicamente parasitario y con un origen de clase bastante fácil de detectar e identificar. El feminismo presupone muchas luchas sociales históricamente importantes pero en las cuales nunca se sintió su presencia. Ciertamente no fue una fuerza viva durante la Revolución Francesa ni durante la rusa, lo cual no quiere decir que no haya habido mujeres involucradas en los conflictos sociales mencionados pero obviamente eso es otra cosa, puesto que es claro que las feministas son sólo una minoría entre las mujeres. Tampoco las feministas estuvieron presentes durante las Guerras Mundiales ni en general durante los grandes conflictos del siglo XX. Tampoco surgió el feminismo en Birmania o en Egipto o en Paraguay. Su origen tiene coordenadas espacio-temporales bastante precisas. Como era de esperarse, un movimiento como el feminismo sólo habría podido surgir en sociedades en las que ya reinaba una situación de prosperidad general, de tranquilidad social y de bienestar material, una sociedad en la que hombres y mujeres disfrutaban ya básicamente de los mismos derechos y tenían las mismas obligaciones. Pero en relación con el origen del movimiento tenemos que ser más precisos todavía. Podemos con confianza afirmar que no fueron el mundo de las altas finanzas, los medios industriales, entre banqueros e inversionistas el ámbito en el que el feminismo hizo su aparición. En el universo en el que se maneja la riqueza de las naciones reivindicaciones como las de las feministas no tienen la menor posibilidad de ser consideras seriamente y menos aún de ser tomadas en cuenta. Pero, curiosamente, lo mismo sucede con los medios obreros y en general con las clases trabajadoras. La mujer que trabaja en la industria textil, en oficinas de gobierno o que tiene su pequeño negocio piensa en todo lo que se quiera menos en pretensiones de corte feminista: piensa en su salario, en sus hijos, en qué van a hacer el fin de semana, etc., pero no tiene la cabeza envenenada por la clase de preocupaciones  propias de las feministas, porque lo que a la mujer normal le interesa es la familia, no la desintegración de la misma. Puede por lo tanto afirmarse que el feminismo tiene un origen claramente clase mediero y tuvo su caldo de cultivo ante todo en algunas mujeres incorporadas a la vida académica y artística, mujeres que tenían satisfechas sus necesidades cotidianas y mucho tiempo libre para pensar en la “igualdad de géneros”. Siempre se trató de grupos humanos constituidos por gente que vivía bien, que no tenía mayores preocupaciones laborales o vitales, que gozaba de la suficiente tranquilidad como para poder centrar su atención y sus energías en un ámbito de la vida humana que, en sus condiciones, se volvía prominente. ¿Cuál fue esa dimensión de la vida que atrajo la atención de todas esas intelectuales y artistas que requerían de una nueva clase de motivación? La respuesta es simple: el sexo. Fue en esa frágil área de fácil manejo en donde se centraron las inquietudes, las quejas y las demandas de ciertos grupos de mujeres que muy rápidamente se auto-concibieron y se presentaron ante los demás como representantes ….. de los valores e intereses legítimos de las mujeres en general! Pero eso es una tergiversación colosal de los hechos y una tergiversación que ha tenido efectos desastrosos para la inmensa mayoría de las mujeres (que no son feministas), sobre todo para aquellas que tienen que trabajar para salir adelante, que si tienen conflictos con hombres son conflictos concretos, claramente identificables, de abuso, prepotencia, imposiciones injustas, malos humores y cosas por el estilo, pero que nunca catalizaron como expresiones de un gran conflicto esencial con su pareja natural, esto es, con el hombre. Es claro que feministas y mujeres comunes no se posicionan frente al hombre del mismo modo.

Como cualquier otro movimiento social, el feminismo tiene sus propias condiciones de existencia. Intentemos especular un momento al respecto. La verdad es que no creo que sea muy difícil encontrarlas, inclusive si no ofrecemos una lista exhaustiva de ellas. Por lo pronto, podemos volver a señalar como una condición fundamental tranquilidad social, bienestar económico y, en general, ausencia de conflictos materiales, porque es obvio (supongo) que cuando se tienen problemas así no hay tiempo para discusiones estériles como las del feminismo. Segundo, las aportaciones de la ciencia no son desdeñables en la construcción del contexto apropiado para el surgimiento del feminismo. Esto lo adivina hasta un niño: si no hubieran creado en los laboratorios medios anti-conceptivos, el movimiento feminista simplemente no hubiera despegado. De igual modo, el feminismo presupone la existencia de una clase de gente ociosa que tiene tiempo para fantasear, manifestar sus insatisfacciones, con capacidades expresivas y con el apoyo de políticos y de medios de comunicación. Estas condiciones de existencia ayudan a explicar la evolución del feminismo: éste nació y se desarrolló en torno al sexo y lo que propició o fomentó fue más que la explosión la publicitación de la homosexualidad, del lesbianismo y de todo lo que de ello se deriva pero, y esto yo creo que es un resultado innegable, no ha tenido ni tendrá éxito en las mujeres trabajadoras, en las mujeres normales a las que por más que hablen no logran convencer de que los hombres son sus enemigos naturales. Debe quedar bien claro que los objetivos últimos del feminismo sencillamente no son universalizables. Eso fija los límites de su éxito.

Parte del éxito del feminismo ha consistido en que sus partidarios han sabido camuflajear sus objetivos detrás de las reivindicaciones legítimas de las mujeres, reivindicaciones que son todo lo que se quiera menos feministas. Las mujeres (y nosotros estamos con ellas de corazón) aspiran a una vida de respeto, a sueldos justos, a condiciones de vida que les permitan disfrutar su existencia, ver crecer a sus hijos, disfrutar de vacaciones con su familia y cosas por el estilo. Pero no son esas las aspiraciones feministas, porque (una vez más) el universo del feminismo es el de la sexualidad. Por lo tanto, feminismo y reivindicaciones femeninas no son lo mismo. Esa mimetización tiene que ser ya puesta al descubierto.

Hay otro elemento, mucho más turbio, asociado también con el feminismo y es que el feminismo incorpora un elemento abiertamente anti-religioso y de facto es un elemento que conspira en contra del concepto tradicional de familia. Si se va aceptar que el papá llegue a su casa tomado de la mano de su “novio” para compartir la mesa con sus hijos, a lo que estamos asistiendo es a la disolución de la familia. Aquí ya no se trata de “respetar” las desviaciones sexuales de una persona: aquí de lo que se trata es de promoverlas y de imponérselas a los demás. Para ello, se ha desarrollado toda una terminología, una pseudo-ciencia llamada ‘estudios de género’, se ha gozado del apoyo total de la televisión, el cine y los periódicos poniéndole así una mordaza a quienes disienten y ejerciendo un gran chantaje a quienes se oponen a este movimiento. El enfoque feminista se ha incrustado en los programas educativos manipulando para ello el lenguaje y, como señalé más arriba, imponiendo un uso exclusivo y excluyente del mismo: si no aceptas que tu padre o tu hijo puede ser homosexual, entonces eres un “homofóbico”, si no dejas que tu mujer te cachetee entonces eres un “machista” y así ad nauseam. Lo que todo esto muestra es que el feminismo dejó de ser el movimiento más o menos espontáneo de algunas mujeres que querían vivir su vida sexual abiertamente, sin tapujos, y ello porque el medio al que pertenecían se los permitía, para convertirse en un movimiento político que promueve la disolución de la familia y la interiorización de valores que operan en contra de los intereses de la población en general. Y el movimiento, hay que decirlo, se ha apuntado éxitos notables. Mencionaré rápidamente un par de ellos.

Cuando hablo de “éxitos notables del feminismo” hago alusión al hecho de que éste promueve explicaciones absurdas de fenómenos y que dichas explicaciones son aceptadas hasta por las autoridades. Considérese, por ejemplo, la noción de feminicidio. Esta es a todas luces una noción absurda y que se deriva de la falacia antes mencionada de sostener que el mero hecho de ser mujer es una potencial causa de acción delictiva. Eso es pensamiento anti-policiaco, es decir, sirve únicamente para desviar la investigación y no dar nunca con los responsables. Las causas de los delitos, por horrendas que nos parezcan, tienen de todos modos que ser inteligibles: se deben poder reconstruir las motivaciones, maquinaciones, intenciones, etc., de los delincuentes, pero en condiciones normales no encontraremos nunca la motivación “ser mujer” y por lo tanto si es eso lo que se busca, la investigación está a priori destinada al fracaso. Por otra parte, nótese que juzgar más duramente a un hombre por feminicidio que a una mujer por homicidio es devaluar la vida del hombre de un modo que resulta no sólo inaceptable, sino abominable. ¿Por qué? Aquí hay que tener mucho cuidado para que no se nos haga decir lo que no estamos diciendo: no estamos ni mucho menos promoviendo acciones en contra de las mujeres (no somos como Ricardo Alemán) o intentar denigrarlas.  Nada más lejos de nosotros que algo semejante. Estamos simplemente afirmando que la vida de una mujer es tan valiosa como la vida de un hombre y señalando que el feminismo rompe con ese principio. Las mujeres en general no son anti-masculinas o anti-masculinistas, las feministas sí. ¿Por qué entonces los seres humanos del género masculino habrían de aceptar gustosamente posiciones feministas, en la teoría o en la práctica?

A mí me parece que si el feminismo tenía objetivos históricamente laudables ya los alcanzó, es decir, ya cumplió con su rol histórico de abrirle a la humanidad los ojos en relación con una determinada temática y por lo tanto puede ya descansar en paz. Y de hecho es muy importante que así lo haga, porque de lo contrario se estará transformando y será recordada no por ser una ideología que en algún minúsculo sector del espacio-tiempo desempeñó un papel positivo, por mínimo que haya sido, sino como un factor cultural dañino para hombres, mujeres y niños de consecuencias negativas incalculables.

Apocalipsis Tercermundista

Se necesitaría ser un dogmático irreflexivo, un gangster político mal perdedor o de plano un tonto de capirote para no reconocer, a un mes de que tengan lugar las elecciones presidenciales en México, que Andrés Manuel López Obrador ya ganó. Sencillamente no hay forma de que, ni siquiera juntos, sus rivales políticos puedan desplazarlo. Dejando de lado las sonrisas forzadas de J. A. Meade o el permanente y semi-horrendo rictus de R. Anaya, es imposible no imaginar que en sus respectivas guaridas políticas los ánimos deben estar por los suelos. Tienen desde luego perdida la Ciudad de México, importantísimo bastión político y de aquí en adelante, si no estuvieran tan desorientados, deberían olvidarse ya de la presidencia y concentrar sus esfuerzos en la obtención de algunos curules en las Cámaras. Eventualmente podrían aspirar también a repartirse algunas de las gubernaturas de estados que están en juego, pero nada más. Así, pues, por lo menos para sus partidarios y seguidores la victoria de AMLO dejó de ser una inquietud. El problema es que una preocupación le cedió su lugar a otra. Nuestra preocupación ahora concierne a lo que viene. El Lic. López Obrador es sin duda un buen político, es incuestionablemente un hombre bien intencionado, pero no es un mago y en torno a él – en su papel de consejeros, analistas, operadores y demás – hay (hay que decirlo) de todo. Es, por consiguiente, muy importante entender lo que significa la victoria del Lic. López Obrador. Su triunfo es en primer lugar una expresión de hartazgo, de agotamiento, de resentimiento, porque en efecto la situación de inmensos sectores de la población es literalmente desesperada. Y no es que nos fustiguemos a nosotros mismos porque no tengamos otra cosa que hacer, que es esencialmente lo que afirmó el Presidente Peña Nieto el día ayer! La situación en México es mucho más grave de lo que dejan traslucir sus optimistas palabras, por lo que ahora lo que nos debe preocupar es: ¿qué tendría que hacer el futuro presidente de México (me refiero al Lic. López Obrador, desde luego) para sacar a la nación del pantano en el que la dejaron los gobiernos priistas y panistas de por lo menos los últimos 35 años?

Naturalmente, para estar en posición de responder satisfactoriamente a esa pregunta es fundamental entender la naturaleza del problema mexicano. Es, obviamente, un problema social, pero no el sentido trivial de que se trata de una situación que afecte a muchas personas. Afirmar algo así no tendría el menor valor, por lo que pido que no sea esa idea la que se me adscriba. Lo que quiero decir es más bien que se trata de una situación que ya no se corrige por medio de decretos presidenciales, de promulgación de leyes, de embrutecedores programas televisivos de dizque análisis políticos y cosas por el estilo. En otras palabras, los últimos 6 presidentes de México se las arreglaron para llevar al país a una situación de la que objetivamente no se puede salir sin grandes sacrificios. ¿Qué fue lo que hicieron? Ello está a la vista. Para empezar, vivieron en grande su acceso al poder cuyo manejo personalizado mezclaron con una soberbia infinita y con toda clase de pretensiones injustificadas sólo que lo hicieron, yo diría, estúpidamente. ¿Por qué? Porque al tomar las riendas del país como lo hicieron lo debilitaron a cambio de su beneficio personal (piénsese, por ejemplo, en la canallada que fue la re-privatización de los bancos), ellos mismos le pusieron al Estado mexicano un bozal al acabar de motu proprio con lo que hasta entonces había sido una política exterior digna y más o menos autónoma (el detestable Fox fue en esto un campeón, pero el gobierno de Peña Nieto no se queda atrás, como lo ponen de manifiesto las declaraciones y las acciones del venido a Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray), se desentendieron por completo del pequeño productor agrícola, promoviendo el abandono del campo por parte de millones de trabajadores, con todo lo que eso acarreó, desprotegieron a los productores mexicanos abriéndole las puertas casi indiscriminadamente a las mercancías extranjeras (y lo siguen haciendo puesto que todos los días nos saturan con toda clase de sandeces concernientes al “libre comercio” y denostando el “proteccionismo”, practicado obviamente en los países avanzados). Yo diría que en México se ha venido practicando a lo largo de 35 años una política de desmantelamiento sistemático de la infraestructura y de los bienes nacionales muy parecida a la que en Rusia se practicó durante unos cuantos años, en la época de Boris Yeltsin. Allá todo estaba en venta y aquí todo está en concesiones. Para el caso es lo mismo, hasta donde me lo asegura el sentido común. Así, los mandamases mexicanos repartieron, regalaron, remataron (sin que hasta ahora la Patria se los haya demandado) las riquezas de México como si hubieran sido de ellos y así el país perdió de facto su auto-control. Las mal llamadas ‘reformas’ son el mejor ejemplo de lo que es a la vez un fraude a nivel nacional y una gran traición política. La gran estrategia, perversa a más no poder, fue siempre la misma: para controlar a las masas se corrompe a los sindicatos y éstos a su vez hacen lo mismo con sus afiliados. Así se controla al sector obrero y trabajador en general. Por otra parte, para poder vender bancos, empresas y demás, primero deliberadamente se les quiebra y posteriormente (una vez que se “demostró” que no son rentables) se les remata; para recibir el apoyo externo que no se recibe desde dentro del país se inventa un gran “pacto por México” y se implementan “reformas” que de manera descarada conducen a la venta de lo que para cualquier nación son recursos vitales, como el petróleo o la electricidad; en lugar de promover la inversión nacional (de un empresariado muy acostumbrado también a no hacer gran cosa y a querer todo fácil, barato y con beneficios inmediatos), se deja la construcción de la infraestructura en manos de empresas internacionales. Todo esto es bien conocido, pero lo que yo quiero argumentar es lo siguiente: el resultado neto de toda esta “estrategia” de unos cuantos mexicanos contra el grueso de sus compatriotas es precisamente la situación que vivimos hoy. O sea, la degradación de la política, consistente en la imposición de medidas que se contraponen a los intereses nacionales, termina inevitablemente por generar un cuadro que lleva de indiferencia a enojo, de enojo a oposición, de oposición a deterioro generalizado, de éste al incremento galopante de la vida delincuencial, de la vida delincuencial generalizada a la creación de auto-defensas, de éstas a guerra civil de baja intensidad y de ésta al caos, a las turbulencias graves, al desmoronamiento institucional, a la guerra civil en sentido estricto. Desde luego que dicho de la manera más abstracta nos importa inmensamente no sólo la situación por la que estamos atravesando, sino por la que a todas luces vamos a tener que pasar en un futuro inmediato. ¿Por qué? Porque el problema ahora es, como dije, un problema social, es decir, está fuera del control individual, sea quien sea el individuo y eso se aplica por igual al Lic. López Obrador. La inquietud inmediata, por lo tanto, es: ¿qué va a poder hacer el próximo presidente, o sea, Andrés Manuel López Obrador, cuando asuma la Presidencia de un país, por decirlo de algún modo, descuartizado, desmembrado, desarticulado? No olvidemos, por si fuera poco, que por increíble que suene los próximos expulsados de Los Pinos y sus achichincles políticos van a seguir haciendo todo lo que puedan para obstaculizar la labor de reconstrucción y regeneración que pueda efectuar el Lic. López Obrador. Es evidente que lo van a hostigar desde las Cámaras, desde los estados, desde el frente financiero, desde la Embajada norteamericana, etc., etc. Lo que hay que preguntarnos desde ahora es: ¿qué puede pasar si, a pesar de estar imbuido de las mejores intenciones, el Presidente López Obrador se encuentra maniatado, sujetado, amenazado, advertido?

El problema es demasiado complejo como para pretender siquiera esbozar en unas cuantas líneas un proyecto político global para el México que arranca, estrictamente hablando, el 1º de diciembre de este año. Básicamente, se van a necesitar las contribuciones de toda clase de especialistas que tengan en la mira un mismo ideal (aunque sea vagamente delineado). Es sólo conjugando enfoques, análisis, estudios, etc., tendientes a llevar al país en cada sector hacia uno y el mismo objetivo (esto es, el renacimiento de México como nación) como se podrá superar el sinfín de debilidades que hoy nos tienen al borde del precipicio. Confieso que mi labor es en este sentido mucho más fácil puesto que, como no soy especialista en nada, me puedo limitar a externar libremente mis opiniones y como por casualidad es justamente eso lo que me propongo hacer.

Como todo mundo sabe (yo simplemente traigo a la memoria lo que todo mundo ya conoce), durante el período de la así llamada ‘Guerra Fría’, iniciada con la traición aliada (dirigida por H. S. Truman) en contra de la Unión Soviética después de la derrota del enemigo común, en 1945, y que oficialmente terminó con la transformación de ese país sobre todo en la época de Yeltsin, se acuñaron un sinfín de expresiones que dejaron de ser empleadas cuando Rusia se re-estructuró. En aquellos tiempos se hablaba de “movimientos de liberación nacional”, de “imperialismo”, de “planificación”, de “descolonización”, de “revolución” y así indefinidamente. Había también otra noción, que encajaba con el cuadro de la oposición entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, que me parece que era muy útil y que a mi modo de ver lo sigue siendo, a saber, la de Tercer Mundo. La expresión ‘Tercer Mundo’ servía para denotar los países que no formaban parte de ninguno de los dos bloques pero también y sobre todo que eran subdesarrollados, pobres, marginados y demás. Suiza, por ejemplo, no era un miembro de la OTAN, pero hubiera sido risible que se dijera que era un país tercermundista. Pasó la Guerra Fría, pero a mí me parece que la idea de Tercer Mundo y expresiones como ‘tercermundista’ siguen siendo muy útiles y, por consiguiente, creo que hay que seguir aplicándolas. Por ejemplo, yo diría que un buen modo de caracterizar a México consiste precisamente en decir que es un país típicamente “tercermundista”. Espero justificar mi uso.

Como es obvio, en un país tercermundista lo que éste contiene tiende a ser tercermundista. Esto se aplica por ejemplo a sus “intelectuales”: lo que hay en países tercermundistas son intelectuales “ídem”, con las honrosas excepciones de siempre. Yo, por ejemplo, en el ámbito del pensamiento político, dejando de lado desde luego a algunos pensadores como Luis Villoro (in memoriam), lo que veo son intelectuales que conocen relativamente bien sus temas, que saben articular algunas explicaciones de manera convincente, etc., pero entonces ¿por qué son “tercermundistas”? Lo que los hace tercermundistas es que son meros importadores de ideas, que no saben pensar por cuenta propia, que no son capaces de acuñar una nueva terminología, un vocabulario técnico ad hoc a nuestras circunstancias para pensarla en sus términos, todos esos pseudo-analistas que no saben más que repetir a diestra y siniestra su palabrita mágica, a saber, ‘democracia’ y que no saben pensar más que en términos de “bi-partidismo” (“conservadores y liberales” o “demócratas y republicanos”) y de “parlamentarismo”. A esos los llamo ‘tercermundistas’ y, con toda franqueza, no creo ser injusto. Ahora bien, lo que quiero sostener es que esos intelectuales, analistas, todólogos, toda esa plaga de irresponsables revisionistas de nuestra historia, le han hecho un gran daño a la población. Ya es momento de cambiar a los portavoces del sistema, porque ellos ya cumplieron con su misión histórica. También a ellos les tiene que llegar la hora del cambio!

También, yo diría, el sector empresarial de un país tercermundista es tercermundista. ¿Cómo se manifiesta este “carácter” gremial? Inter alia, en su morbosa simbiosis con los gobiernos en turno, su permanente dependencia parasitaria del poder público, en el aprovechamiento descarado de prebendas y facilidades indebidas y todas con cuenta al erario público. Es típico de México, por ejemplo, el que el gobierno en turno remate empresas nacionales redituables o lucrativas a fin de cedérselas a particulares (“inversionistas”) quienes después de sobre-explotarlas las llevan a la quiebra; se las venden entonces al gobierno a precios exorbitantes, el gobierno las vuelve a echar a andar y ya que están operando con números negros las vuelve a sacar a la venta y así se perpetúa el ciclo vicioso de los empresarios tercermundistas mexicanos (una vez más, con las loables excepciones de siempre). Ahora bien, el dato interesante concerniente a la clase empresarial es que le llegó su turno de elevar la voz de alarma y de protestar en serio ante el presidente por la situación actual. Y en verdad hay de qué quejarse: cerca de 90 asesinatos diarios, imposibilidad de tener un negocio sin ser víctima de bandoleros (pago de piso, secuestros, etc.), atmósfera total y radicalmente repelente a la inversión privada, pequeña, mediana o grande, etc. La queja está plenamente justificada sólo que los “empresarios” no parecen haber entendido dos cosas: a) que la situación actual ya no es manejable ni desde la presidencia de la República, ni con el ejército por delante, es decir, que ya rebasó inclusive el horizonte de la voluntad presidencial o de las decisiones ministeriales. Eso se acabó. La situación en México está fuera de control; y b) que ellos contribuyeron poderosamente a que desembocáramos en lo que es la situación actual. O sea, habría que decirles a los señores empresarios que están cosechando lo que durante muchos lustros sembraron. Ellos también tienen responsabilidad en el desastroso proceso que ahora está empezando a asfixiar al país. Pero si ello es así, si en efecto durante decenios los empresarios promovieron la corrupción gubernamental, en todos los niveles, si optaron por la fácil política de adquisición de patentes en lugar de ser realmente inversionistas y luchar con productos nacionales en el mercado nacional primero y mundial después, si en connivencia con los gobiernos a su servicio impusieron salarios medievales, condiciones deplorables de trabajo, etc., etc.: ¿de qué, o mejor dicho, con qué derecho se quejan? Ellos se quejan porque esa situación que a ellos en general no afectaba o lo hacía muy indirectamente pero que sí agobia al ciudadano común de manera cotidiana la están empezando también a padecer. Parecería como que apenas están empezando a darse cuenta de que la situación en México es, aparte de terrible, imparable. Dada el deterioro de la vida nacional mucha gente perdió ya la noción de límite, la idea de que hay cosas que no puede hacer. Si antes golpeaban y mataban a gente indefensa en los barrios más pobres de las ciudades, ahora eso mismo se hace sólo que con la gente que maneja autos de lujo y vive en las zonas privilegiadas. La situación ya rebasó las distinciones de clase. Ahora todos estamos hundidos en ella. De manera que lo primero que se nos ocurre decirle a los quejosos es que su lamento viene un poco a destiempo. Y el problema sigue siendo: ¿qué vamos a hacer?

Yo creo que la realidad nacional exige nuevos pensamientos y nuevas líneas de acción o, dado que difícilmente hay cosas nuevas bajo el sol, la actualización de pensamientos que otrora reinaran tanto en México como en otros países y como nunca dejaron de hacerlo en otros. Lo que quiero decir está relacionado con una de las típicas baladronadas del demagogo barato que es el candidato Anaya. Tanto en sus apariciones como en sus spots, el interfecto no se cansa de afirmar que las ideas del Lic. López Obrador pertenecen al pasado y que éste sólo ve hacia atrás. La metáfora es demasiado simplona como para ponerse a cuestionarla, pero yo le respondería de inmediato: “Sr. Anaya: fíjese por favor en el hecho de que hay cosas que no pasan de moda, como el hambre, el desempleo y la inseguridad. La sabiduría no consiste en repetir vacuidades, frases hechas y recetas banales expresadas en el más simple de los lenguajes coloquiales. La sabiduría, tanto a nivel personal como social, a menudo consiste en reconocer que se tomó un mal rumbo y que es necesario, primero, regresar al punto de quiebre y, segundo, a partir de ahí volver a dirigir sus pasos o impulsar a la nación en una dirección distinta. Usted, Sr. Anaya, no contribuye en nada a lo que el país en este momento requiere, que desde luego no son exhortaciones de tipo ‘Todos tomados de la mano, todos, vamos a salir adelante! Ya van a ver que sí se puede!’ y ridiculeces por el estilo”. La pregunta que debemos plantearnos es entonces: ¿cuál es la dirección que debe tomar el país para evitar que se convierta en una tierra de nadie?

Hace unos 17 años yo subí a lo que a la sazón era mi página de internet un artículo sobre temas afines y que considero que es vigente. Me permito proporcionar su dirección por si a algún amable lector le interesaría echarle un vistazo. Lo encuentran en: http://www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/Vol2/¿Hacia-dónde-va-México.pdf. Yo en dicho artículo argumento, con base en otras razones, que se estaban sembrando en México las semillas de una guerra civil. Ahora, a casi 20 años de distancia, creo sin ser dogmático que no estaba tan equivocado. Yo también creo en la unión nacional, pero no en la unión física como el Sr. Anaya (todos agarrados de la mano. Sólo alguien como el presidente argentino, Mauricio Macri, es capaz de decir en público algo así). Creo, por lo tanto, que la única dirección vitalmente correcta para México es lo que podríamos llamar la ‘orientación nacionalista’. Hay que rehacer los libros de texto, hay que cerrarle el pico a los vende-patrias, hay que proteger a los trabajadores, tanto de la ciudad como del campo, poniendo al servicio de su trabajo el poder estatal, hay que proteger a la clase empresarial nacional y no a los que ante el primer conflicto social serio sólo saben hablar de emigrar con sus capitales. A esos no los queremos ni los necesitamos. Queremos a la gente que cree en la solidaridad humana, que tiene compasión, que quiere a su país. Aquí los “intelectuales” son (por decirlo cultamente) “más papistas que el Papa!”. Cada quien en su estilo y con su vocabulario, pero lo cierto es que la óptica nacionalista es la que se está adoptando en todas partes del mundo, empezando por los Estados Unidos, pero lo mismo pasa en Gran Bretaña, en Francia, en Rusia, en China o en Israel. Sólo aquí los “especialistas” pretenden mantenernos en el lenguaje trasnochado del “libre mercado”, la “apertura” y demás categorías obsoletas. Es evidente que no han sabido extraer la más mínima lección del proceso de negociación del mal llamado ‘Tratado de Libre Comercio’ aunque las moralejas estén a la vista! Lo que es innegable es que si México no se auto-protege, y ‘protegerse’ quiere decir aquí ‘proteger a todos’, el país se irá a la deriva. Escenarios posibles hay muchísimos y todos para beneficio de los extranjeros, desde convertirse en paraíso fiscal hasta el desmembramiento del país. Fácilmente visualizamos, por ejemplo, tres Méxicos sólo que no lo vamos a permitir. El triunfo electoral masivo del Lic. Andrés Manuel López Obrador es la primera, tenue todavía, expresión de que el país se está despertando de un largo y dañino letargo en el que presidentes execrables, clases políticas infames e intelectuales tercermundistas lo mantuvieron. Debe quedar bien claro: no hay nadie que saque milagrosamente al país de la postración en la que se encuentra, pero si por tercera vez le hacen trampa al ya ganador, Lic. Andrés Manuel López Obrador, y colocan por la fuerza a alguno de sus mediocres contrincantes, lo único que habrán logrado será llevar por la fuerza al país a una situación en la que sólo prevalecerá la ley del más fuerte.

Barbarie Israelí

La semana pasada el mundo entero fue testigo de un acontecimiento (desplegado a lo largo de varios días) que difícilmente se podrá borrar de la memoria individual (si se vieron los videos que se difundieron tanto por televisión como en la red) y con toda seguridad nunca de la historia universal, ciencia social que tiene como una rama de especialización la recopilación de las acciones más horrorosas y despreciables cometidas por los seres humanos a lo largo de su presencia en el planeta. Millones de personas esparcidas a lo largo y ancho del mundo, en Francia, en Egipto, en Japón o en México, fuimos testigos de una situación que resultaba difícil hasta de ver y que rayó en la paradoja. ¿Por qué en la paradoja? Porque los calificativos que empleamos  para describir la situación en cuestión están, por así decirlo, invertidos. Normalmente, las muchedumbres corren, se protegen, tienen miedo y, también normalmente, los soldados son seres valientes, que exponen sus vidas en aras de una causa noble y a través de actos heroicos. En este caso, sin embargo, la situación fue exactamente al revés: vimos a personas inermes, desprotegidas, simplemente manifestando su indignación y su rabia por la situación en la que se les obliga a vivir, actuando con una valentía incomparable, en más de un sentido realmente “admirable” y teniendo frente a ellas a un conglomerado de cobardes (sólo esa palabra es útil en este caso), de soldados armados hasta los dientes, equipados con todo lo que la tecnología de vanguardia proporciona y dedicados, sin realmente exponerse a nada, sin correr el más mínimo riesgo, a disparar sobre la población civil como si estuvieran en una sesión de cacería de conejos o perdices. Murieron en el dolor hombres, mujeres, ancianos y hasta una niña de cuna, asfixiada por el brutal bombardeo con gases lacrimógenos. Los soldados se divirtieron a sus anchas seleccionando víctimas, muchas de las cuales eran periodistas. ¿De quién hablamos? Del sufrido y heroico pueblo palestino, por un lado, y del ejército israelí, por el otro.

Salta a la vista que la comprensión de lo que sucede en el Medio Oriente no se explica únicamente mediante un trabajo periodístico. De hecho, el periodismo por sí solo entorpece la comprensión, porque lo que los periodistas proporcionan son imágenes fugaces, datos las más de las veces inconexos y que no son susceptibles más que de generar una visión superficial y pasajera de lo que pasa. Desde luego que la comprensión real exige que se conozcan los datos periodísticos, pues es menester tener datos frescos acerca de lo que se habla, pero la comprensión genuina no se puede gestar si no se conoce el contexto global de los sucesos, el trasfondo en el que se inscriben. Intentemos nosotros conjugar unos cuantos datos de ambas clases.

Como nos lo hicieron saber los periodistas, lo que detonó la protesta masiva de los palestinos que viven en el campo de concentración más grande del mundo y de la historia y que se le conoce como ‘Gaza’ fue el septuagésimo aniversario de la creación del Estado de Israel, aniversario jocoso cuya otra faceta sin embargo es lo que los palestinos llaman ‘Nakba’ o ‘Catástrofe’. ¿De dónde viene y cómo se justifica este apelativo? Proviene del hecho de que la creación de un Estado (Israel) requirió de la expulsión de cerca de un millón de personas de los territorios en donde habían vivido por siglos, sin contar ya las múltiples víctimas ejecutadas de los más diversos modos a lo largo de muchos años. No voy a entrar en los detalles (algunos muy bien conocidos) de los mecanismos puestos en acción para de manera bestial correr a decenas de miles de familias de sus casas y entregarles sus tierras y propiedades a recién llegados, por lo que me limitaré a considerar los hechos relevantes del momento. Éstos son simples, pero son efectivamente comprensibles sólo cuando se conoce la trama completa. Aquí el hecho crucial fue la decisión del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de trasladar la embajada norteamericana de la ciudad de Tel-Aviv a Jerusalem. Alguien podría pensar que a final de cuentas da lo mismo que una embajada esté en una ciudad o en otra, pero ello no es así. La decisión norteamericana fue un acto políticamente muy significativo, tanto a nivel mundial como internamente. A nivel mundial porque sentó un precedente de apoyo incondicional, de sumisión lacayuna a la política del actual gobierno israelí; e internamente porque puso de manifiesto la incontrovertible realidad del total dominio sionista sobre los Estados Unidos. Para quien quiera que sea que tenga un mínimo de información ese hecho es un lugar común, una trivialidad, por lo que no podría sorprender a nadie la declaración del presidente legítimo de Siria (país actualmente invadido por los Estados Unidos y agredido cotidianamente por la aviación israelí), Bashar-al-Ásad, de que no tenía el menor sentido discutir con un presidente que no gobierna en su propio país. El presidente sirio, naturalmente, no dio una explicación del contenido de su afirmación, pero realmente no creo que haya nadie que, estando en sus cabales y siendo serio, podría negar la veracidad de sus palabras. Lo que es no sólo importante sino urgente entender es entonces por qué en efecto Donald Trump no manda en su país.

Antes de externar mi opinión sobre dicho tema, sin embargo, me voy a permitir hacer un corte para disponer de algunos elementos que nos permitan elaborar un marco apropiado a fin de presentar y discutir fructíferamente el tema que nos incumbe. Para ello, permítaseme hacer una veloz alusión a un diálogo de Platón. Ese pensador superior que fue Platón tenía la virtud de formular problemas filosóficos de tal manera que a sus interlocutores les resultaba imposible evadirlos y por ende no enfrentarlos. Así, en uno de sus diálogos más célebres, La República (que en mi modesta opinión debería haber sido traducida como ‘El Estado’), Platón incorpora en el Libro I de su obra una extraordinaria discusión entre Sócrates y un sofista de nombre ‘Trasímaco’. La discusión gira en torno a los fundamentos del derecho y, por consiguiente, a la noción de justicia. La pregunta inicial es muy simple: ¿qué es lo justo y cuál es su fundamento? Todos quisiéramos pensar que la racionalidad y la moralidad tienen algo que ver en el asunto, pero Trasímaco rechaza esa propuesta. Él sostiene que el fundamento del derecho y de la justicia es y sólo puede ser la fuerza, el orden que por la fuerza se impone. La justicia es lo que se deriva de las decisiones del más fuerte, de quien manda. El debate entre Sócrates (o sea, Platón) y Trasímaco es muy cerrado, pero no termina como en otros diálogos con una victoria aplastante por parte de Sócrates. Nuestra inquietud es entonces: ¿hay alguna manera, una manera que se le habría escapado al mismísimo Platón, de refutar a Trasímaco?¿Realmente se reduce  lo justo a lo que le conviene al más fuerte? Como no es mi propósito discutir filosofía en este artículo le dejo el tema al lector para que él trate de encontrar su propia respuesta y paso entonces, teniendo la discusión platónica en mente, al tema de lo sucedido en Palestina la semana pasada.

Lo primero que tenemos que señalar es entonces que, independientemente de lo que pensemos que es la justicia, la política del actual Estado de Israel es política (si se me permite el barbarismo) típicamente “trasimáquea”. Si hay un Estado en la Tierra, además de los Estados Unidos, que funda todas sus acciones en el poder financiero y militar del que dispone es Israel. Aquí ni la moralidad ni la racionalidad (más que la meramente práctica) son tomadas en cuenta. Las vergonzosas declaraciones de los dirigentes israelíes después de la horrorosa masacre de la semana pasada no permiten dudas al respecto. Benjamín Netanyahu, por ejemplo, con desparpajo comentó que así como habían muerto muchos palestinos habían muerto también muchos nazis. La implicación es obvia. Y Avigdor Lieberman, el ultra-fanático ministro de relaciones exteriores, no dudó en proponer medallas para los soldados que hubieran asesinado a mansalva a civiles cuyo único crimen consistía en haberse acercado al muro y a las vallas que separan a Gaza de Israel. Bueno, los partidarios israelíes de Trasímaco pueden vanagloriarse de más de 60 muertos y de más de 2000 heridos, pero de seguro que no pueden llegar tan lejos como esperar que los habitantes del planeta se unan a su regocijo! Y, sin embargo, parecería que es precisamente a algo tan absurdo como eso a lo que en el fondo aspiran!

Una cuestión álgida es desde luego el status de Jerusalem. Supongo que, como lo confieso, dado que no soy adepto de ninguna de las tres grandes religiones monoteístas, forzosamente veo el caso desde una perspectiva diferente a la de judíos, cristianos e islamistas. Los actuales detentores del poder en Israel sostienen que Jerusalem es su capital, pero históricamente eso es cuestionable. Desde la destrucción del Templo y la expulsión de la población autóctona por allá del año 70 de nuestra era y partir de la expansión del cristianismo, la zona fue de hecho compartida por cristianos, musulmanes y judíos en muy distintas proporciones a lo largo de diferentes periodos de la historia. Uno se pregunta por qué no podría ello seguir siendo así y por qué no podrían adeptos de distintas religiones convivir ahora como de hecho lo hicieron durante siglos. Si en Bosnia Herzegovina quedó demostrado que judíos, musulmanes y cristianos podían vivir en armonía: ¿por qué no dejan ahora que practicantes de esas mismas tres religiones vuelvan a compartir sus destinos? No son los pueblos los que se odian unos a otros, sino las fuerzas que los manejan. Vale la pena recordar, en particular, que entre musulmanes y judíos nunca hubo problemas de racismo o de persecuciones, como sí las hubo entre cristianos y judíos en Europa. El anti-semitismo, sin duda un fenómeno real del pasado pero en la actualidad de hecho inexistente, fue un fenómeno europeo, con fuertes raíces religiosas y financieras. Empero es bien sabido que las comunidades judías que se instalaron en Irak, en Irán inclusive (en donde todavía las hay y en donde viven pacíficamente) y en los litorales mediterráneos africanos (Marruecos, Libia, etc.) nunca sufrieron persecuciones ni pogromos como en la Rusia zarista. Fue con el triunfo aplastante del sionismo (sobre todo en su versión norteamericana) que se inició (a veces a la fuerza, como lo pone de manifiesto Alison Weir en su libro Against our Best Judgment, o sea, En Contra de Nuestro Mejor Juicio) un regreso masivo de ciudadanos que profesaban la religión judía a lo que los cristianos habían llamado ‘Tierra Santa’. El proceso se aceleró cuando prominentes sionistas norteamericanos negociaron con el gobierno británico la entrada en guerra de los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial a cambio de la creación de un “protectorado” que un cuarto de siglo después desembocaría en la creación del Estado de Israel, esto es, en 1948. El problema fue que, en lugar de crear un Estado en el que convivieran tanto los nuevos habitantes como quienes ya residían allí, lo que con toda frialdad se planeó fue la creación de un Estado en el que no pudieran vivir más que los nuevos habitantes, lo cual requería que se expulsara al precio que fuera a quienes hasta ese momento habían residido allí. Desde antes de la creación de Israel organizaciones paramilitares y terroristas, como la Haganá e Irgún, practicaron una política de agresión incontenible en contra de la población árabe que vivía en lo que ahora es Israel y los territorios ocupados. Sobre esto hay mucho material histórico por lo que no entraré aquí en detalles.

Regresando al presente y conjugando resultados, yo diría que estamos ahora sí en posición de ofrecer una explicación razonada y bien fundada acerca de por qué un Estado se permite actuar como lo hace Israel sin acatar el derecho internacional. Los líderes israelíes son partidarios de Trasímaco y si lo son es porque tienen, en este periodo histórico, la fuerza de su lado. Ellos sólo creen (y veneran) la fuerza, que sin duda hoy por hoy tienen. Pero ¿en dónde está la fuerza de Israel? La repuesta no puede más que ser sorprendente: no en Israel, sino en los Estados Unidos. En este segundo país hay una comunidad sionista que maneja prácticamente a su gusto a la sociedad norteamericana y que mantiene un control férreo sobre el gobierno norteamericano a través del cual orquesta la política internacional de los Estados Unidos. Eso es poder, no bromas! Ahora sí nos explicamos multitud de situaciones que son prima facie simplemente incomprensibles. ¿Por qué los Estados Unidos bombardean Siria, un país que nunca los ha atacado, y por qué tienen un ejército instalado en territorio sirio sin el consentimiento del gobierno legítimo de ese país? Peor aún: ¿por qué invadieron Irak?¿Por qué se dio el conflicto en Ucrania o, mejor dicho, por qué orquestaron un golpe de Estado en esa ex-república soviética?¿Por qué ese encono por parte del congreso norteamericano en contra de Rusia? Podemos plantear esas y mil preguntas más que reciben respuestas satisfactorias sólo si entendemos el rol y la importancia del sionismo norteamericano, su protección, decidida y totalmente acrítica, de los gobiernos de Israel, el apoyo indiscriminado que le presta (económico, militar, de inteligencia, político, etc.) y así indefinidamente. Ello puede parecer increíble, pero no es incomprensible. Que el gobierno norteamericano esté de hecho subyugado por Israel lo único que hace es mostrar que éste tiene un poder casi absoluto sobre aquel. El reto para quien pretenda rechazar teóricamente lo que salta a la vista y todo mundo sabe consiste en ofrecer explicaciones alternativas que sean convincentes. Podemos augurar que no podrá proporcionar ninguna explicación no digamos convincente de la situación en el Medio Oriente y, más en general, en el mundo, sino ni siquiera inteligible y consistente.

Sin duda, algo que para los espectadores de la carnicería de la semana pasada resulta particularmente indignante es no sólo que se pretenda taparle la boca a quienes se levantan en contra de acciones tan inhumanas como las perpetradas por ejército israelí,  sino que casi le exijan a uno que comparta con ellos su morbosa alegría! Desde luego que todo ello es inmoral, indignante, etc., pero es también muy revelador, pues da una idea de los niveles alcanzados por el poder sionista mundial. No resulta posible compartir los crímenes cometidos en Palestina porque ninguna persona normal podría percibir la más mínima conexión entre la matanza colectiva de la semana pasada y lo que en otros tiempos sucediera con poblaciones judías que eran acosadas, agredidas, violentadas, humilladas y hasta aniquiladas, sobre todo en Europa Oriental y en particular en Rusia, que es el argumento al que más a menudo se apela. Esos sucesos, tan criticables y lamentables como los que nos ha tocado a nosotros presenciar, tienen coordenadas espacio-temporales completamente diferentes. No hay duda de que, tarde o temprano, la política israelí no podrá seguir practicándose y eventos tan odiosos como los de la semana pasada de una u otra manera contribuyen a modificar el panorama. Por lo pronto, permiten extraer lecciones. Por ejemplo, dejan en claro de una vez por todas que es un error deliberado confundir el sionismo de Theodor Hertzl con el sionismo contemporáneo. El primero era un movimiento de liberación; el segundo es un movimiento imperialista y de sometimiento. Hacen ver también que el actual gobierno de Israel es cada día menos representativo de la totalidad de la población judía. Hay muchos judíos y ciudadanos israelíes, dentro y fuera de Israel, que están decididamente en contra de la política racista practicada por Netanyahu y su séquito. A los sionistas actuales se les ha hecho muy fácil operar libremente recurriendo al fácil mecanismo de identificación de anti-semitismo con anti-sionismo, pero eventos como las de la semana pasada hacen ver que estratagemas así rápidamente se desgastan y finalmente terminan por ser totalmente inefectivas. Y está también como una consecuencia de lo sucedido el hartazgo al que los sionistas están llevando al pueblo norteamericano. Como señalé más arriba, todo el poder de Israel está basado en el poder de los grupos sionistas norteamericanos. El día en que ese poder se tambalee o inclusive se derrumbe, por inverosímil que resulte pensarlo en este momento, el poderosísimo Estado de Israel podría derrumbarse. Es obvio que no es en tiempos de euforia y de triunfo cuando se mide la solidez de los cimientos de un Estado, sino en tiempos de crisis severas y de peligros letales e Israel no pasa todavía por fases así. Lo que habría entonces que cuestionarse es si no es precisamente en esta dirección que los actuales dirigentes israelíes están llevando a su propio país. Son ellos quienes están debilitando los cimientos de su propio Estado y sembrando desde ahora problemas innecesarios para su propia población y para su propio futuro. Definitivamente, no es sobre la base de injusticias flagrantes y de atrocidades descaradas como se construye un Estado sólido y respetable (no digamos ya “querido”). Nosotros, ciertamente, no somos partidarios de Trasímaco y creemos que Sócrates estaba en la vía correcta.

Así como una manzana podrida puede pudrir todo un saco de ellas, así la conducta inmoral y repulsiva de un Estado puede muy fácilmente contagiar a otros. Como todos sabemos, ya saltó a la palestra una norteamericana proponiendo que se siga el ejemplo israelí en la frontera con México y que se ametralle a los inmigrantes, mexicanos, centroamericanos o de donde sean. Trivializar y exaltar la violencia y el dolor, tanto físico como mental, de los seres humanos, jugar con él, banalizarlo, burlarse de quien lo padece, es lo más anti-humano que pueda haber. En realidad lo único que muestran aquellos que, como los dizque super soldados israelíes (que dicho sea de paso no soportarían un choque directo con un ejército tan fogueado como el actual ejército sirio), se ensañan sádicamente con los indefensos y los desvalidos es que rompieron su vínculo natural con el género humano y eso es una ofensa de magnitudes tan colosales que ni Dios con toda su benevolencia sabrá perdonar.

República Bolivariana de Venezuela: ¿elecciones o invasión?

Contra viento y marea, pero el 20 de mayo habrá elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela. Aunque se trata de un proceso interno que en principio debería incumbir, básica por no decir ‘exclusivamente’, a los habitantes de dicho país, la verdad es que se trata de un fenómeno social de primera importancia puesto que, por debajo de las confrontaciones que de manera natural se dan en la clase de procesos como el que se avecina, con lo que nos encontramos es con un conflicto de mucha mayor envergadura entre fuerzas, ideales e intereses que son radicalmente opuestos y que rebasan ampliamente la situación y el sino particulares de Venezuela. Es muy importante comprender que aquí lo que está en juego es, por un lado, la soberanía de un país, el derecho de una nación a su auto-determinación, la lucha por la posibilidad de construir una sociedad diferente a la sociedad clasista típica del capitalismo y, por la otra, la voluntad de dominio e imposición por parte de una super-potencia en declive, la convicción política de que los intentos de liberación nacional de los pueblos que no forman parte del consenso de Washington se controlan por la fuerza, el reconocimiento casi explícito de que el bienestar de ciertas sociedades se funda en el subdesarrollo y el estancamiento permanente de muchos otros pueblos (para decirlo de manera simple: que para que sus ciudadanos vivan bien nosotros tenemos que vivir mal y además aceptar ese estado sin chistar) y el mensaje de intimidación a todos los gobiernos (en particular, latinoamericanos) que pretendan hacer funcionar sus Estados para beneficio de sus respectivas poblaciones. Por el momento hay dos escenarios: por un lado, un proceso político interno y legítimo de un país que aspira a consolidar sus instituciones y, por el otro, un plan político y militar extranjero diseñado para impedir que dicho proceso tenga lugar y, en caso de que no hubiera forma de impedir que se realizara (porque, por ejemplo, la población asistiera masivamente a las urnas), para intervenir militarmente violando no sólo la soberanía de dicho país sino hasta los principios más básicos del derecho internacional (un derecho que en realidad es inexistente, un farsa, como lo pone de manifiesto la política descaradamente intervencionista de los Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia y algunos otros países). Eso y mucho más es lo que se juega en las elecciones venezolanas del próximo domingo. La verdad es que, así expuestas las cosas, todos los ciudadanos latinoamericanos deberíamos tener el derecho de ir a votar a las embajadas venezolanas, puesto que el proceso que allá tendrá lugar y el resultado al que se llegue nos atañen directamente.

Antes de examinar velozmente el fenómeno “Venezuela”, no estará de más subrayar que la fecha de las elecciones no es casual y de hecho muestra que las dos partes en conflicto entienden la situación de manera similar si bien, obviamente, ven lo mismo sólo que desde puntos de vista opuestos y con objetivos mutuamente excluyentes. Ambas partes (o sea, tanto el gobierno legítimo de Venezuela como el gobierno norteamericano), en efecto, llegaron, cada una de ellas desde su propia perspectiva, a la misma conclusión, a saber, que si el proceso se lleva a cabo de manera pacífica y se le da la voz a los habitantes para que se expresen libremente al momento de votar, en la República Bolivariana de Venezuela se habrá implantado un régimen para el cual ya no habrá punto de retorno: el pueblo venezolano, a pesar de todas las maquinaciones, presiones, atentados, limitaciones y demás, (todo ello, desde luego, inducido criminalmente desde el exterior), le habrá dado su aval al proceso revolucionario, nacionalista y socialista impulsado por el gran Hugo Chávez. Si eso pasa, las instituciones nacionales de Venezuela se habrán solidificado y el proceso será prácticamente imparable. Desde el punto de vista de la reacción y de los intereses de la banca mundial y de las grandes trasnacionales, ello representaría un terrible golpe, un golpe que rebasaría con mucho el ámbito de la mera discrepancia ideológica. Sería una derrota material que sería imposible ignorar y colmar. Lo que está en juego es, pues, en verdad y por muy variadas razones de suma importancia para todo el mundo.

Siendo el proceso venezolano tan importante en el tablero político mundial es normal que el país enemigo de la República Bolivariana de Venezuela, o sea, los Estados Unidos, haya desplegado desde hace mucho tiempo toda su maquinaria pre o proto-militar a fin de preparar el terreno a nivel global para una vulgar intervención soldadesca. Como cualquier persona mínimamente instruida lo entiende, los maestros en las campañas de agitación, sabotaje, bloqueo, intimidación, desinformación sistemática, desestabilización y demás que son tanto los miembros del Congreso como los agentes de la CIA y la DEA, entraron en acción desde hace ya muchos años, pero de lo que ahora somos testigos es de que dicha campaña se ha venido intensificando hasta llegar a niveles fantásticos de estridencia y paroxismo para jugar la última carta que les queda: la intervención armada. La estrategia es siempre la misma: se trata de aislar desde todos puntos de vista al país reticente y ellos piensan que la actual configuración geopolítica es la apropiada para la invasión. Pero ¿cómo nos explicamos el fracaso de la inmoral y descarada estrategia de bloqueo y desestabilización? Ésta no fue en este caso del todo exitosa por al menos dos razones: primero, porque (contradictoria y cínicamente) los Estados Unidos, a pesar de que hostigan a Venezuela desde todos los puntos de vista posibles, le siguen comprando petróleo y, segundo, porque el presidente Nicolás Maduro encontró una salida a las presiones financieras, económicas y militares desplegando toda una política exterior exitosa con países que no le rinden cuentas al gobierno norteamericano, como los de Rusia, China, Irán y Cuba. Habría que añadir una tercera razón, a saber, la reciente introducción en el mercado financiero del petro, la criptomoneda venezolana gracias al cual Venezuela podrá poco a poco romper el cerco financiero con el que se ha pretendido asfixiarla. Es obvio, supongo, que si el gobierno del presidente Maduro fuera un mero gobierno dictatorial y militaroide, un gobierno de gorilas, sin una sólida ideología nacionalista y sin sustento popular, hace tiempo que ya se hubiera desmoronado. De manera que si no lo ha hecho es precisamente porque, a pesar de las penurias y las limitaciones a las que lo han sometido, detrás de Maduro está la mayoría del pueblo venezolano. Los pueblos no son tontos y si ello es así es porque los venezolanos saben lo que les espera si el proyecto bolivariano se viene abajo. Eso sí: con mucha coca-cola por delante!

Me parece, por otra parte, que no estará de más recordar que a pesar de las convenciones (como las de Ginebra) que todos los gobiernos solemnemente firman  para limitar los estragos entre las poblaciones civiles cuando las guerras estallan, lo cierto es que rara vez se someten a ellas. Desde luego que eso no es justificable, pero digamos que (siendo realistas y muy crudos) podríamos entender (sin jamás justificar) las mentiras de los gobiernos en tiempos de guerra (aunque estoy seguro de que si se ejemplificara vívidamente eso de lo que estamos hablando los seres humanos normales repudiarían a sus respectivos gobiernos con toda su alma). Lo que en cambio resulta de entrada imposible de digerir es la hipócrita guerra ideológica, porque en este caso el objetivo es la mentira total. De lo que se trata es pura y llanamente de engañar a la humanidad en su conjunto, a la gente común de todos los países del mundo que obtiene su “información” básicamente a través de la televisión o de la prensa, para lo cual se echa funcionar la inmensa y todopoderosa maquinaria propagandística que existe. De hecho el programa de, como dije, la mentira total, se aplica permanentemente: nunca se nos dice la verdad, no se proporcionan más que datos falsos o inexactos, se desvirtúa y ridiculiza sistemáticamente a los personajes relevantes (en este caso, por ejemplo, al presidente Maduro), se exageran al máximo los problemas internos del país de que se trate, nunca se presentan los logros del gobierno enemigo, etc., etc. Esta estrategia, sin embargo, tiene en mi opinión un handicap inherente a ella y es que la  campaña, orquestada por los dueños de toda esa maquinaria desde los grandes centros de poder en el mundo, tiene que valerse de desprestigiados personajes conocidos en cada lugar en donde se aplica. Así, por ejemplo, nos encontramos con que en México quienes más parlotean en contra del gobierno de Venezuela y del histórico proceso político y social iniciado por el Comandante Hugo Chávez son los periodistas más amarillistas del espectro, los editorialistas más despreciables que pueda haber, los comentaristas más repugnantes y mentirosos del medio! Esos son los soldados rasos de la campaña propagandística en contra de un país que nunca ha atentado en contra de ningún otro. Es comprensible, por lo tanto, que esos mentirosos de nómina y tergiversadores profesionales de la verdad (profesión = mentiroso) a final de cuentas no despierten mayor interés entre la gente ni resulten particularmente convincentes. Este es un tema en torno al cual hay que decir unas cuantas palabras, pero primero quisiera considerar rápidamente la situación real de Venezuela.

Sería ridículo afirmar que la situación material en Venezuela no es terrible, pero ¿a quién podría sorprender tal cosa? Sólo a quien ignora los hechos. Más bien, yo pienso, lo realmente sorprendente es que la situación no sea mucho peor! Para determinar si mi apreciación es justa o no hagamos un poquito de ejercicios de pensamiento. Por ejemplo, unas cuantas comparaciones nos serían muy útiles. Preguntémonos: ¿cómo viviríamos nosotros, los mexicanos, si México como Venezuela hoy fuera un país bloqueado por los Estados Unidos? Tomemos esto al pie de la letra. Eso querría decir que no sólo los Estados Unidos sino que ningún otro país vinculado con ellos o dependiente de ellos comerciaría con nosotros: nadie nos compraría nuestros productos y no nos venderían los suyos, las trasnacionales cerrarían sus empresas (imagínese, por ejemplo, que las grandes farmacéuticas y los grandes laboratorios clausuraran sus plantas y que dejaran de buenas a primeras de distribuir los medicamentos que producen y que la gente necesita día con día), que tuviéramos que traer la gasolina desde Irán y así con todo. La pregunta es: ¿estaría México en una mejor situación que Venezuela? Claro que no y hay muchas razones que explicarían porque ello sería así.  Si aquí simplemente D. Trump amenaza con no firmar un injusto y desequilibrado tratado de “libre comercio” (porque ya quiere ponerle fin a la estafa de la cual ha sido objeto su país por parte de México! ¿Es eso una broma, una estupidez o simplemente una forma de presionar? Porque lo único que no es es ser verdad) que de inmediato los sabihondos de siempre ponen el grito en el cielo y hacen todo lo que pueden para convencer a la gente de que el gobierno debería ceder en posiciones que son abiertamente contrarias a los intereses nacionales (imposible no traer a la memoria al ahora bien conocido conductor de un programa de televisión en el que él disfruta hasta la fruición su derecho no compartido de opinar y durante el cual ha repetido en numerosas ocasiones que es mejor un mal tratado para México a que no se firme ningún tratado con los Estados Unidos! Las suyas son claramente declaraciones anti-patrióticas y él podrá asustar y engañar a gente inocente, ignorante o incauta, pero no a quien tenga dos dedos de sesos y 100 gramos de información). Así, pues, se nos quiere hacer creer que de no firmar el tratado de libre comercio con los USA México está perdido. Ahora bien, no firmar un tratado de libre comercio no es lo mismo que estar bloqueado. Si simplemente no firmarlo significaría, según algunos, un desastre para el país: ¿cómo sería si el país sufriera un bloqueo como el que sufrió Cuba y el que ahora padece Venezuela? Estaríamos mucho peor que esos países. Pero lo que eso quiere decir es precisamente que, por ser un país en el que la sociedad en su conjunto tiene una participación mucho mayor en la organización social y en la toma de decisiones que la que tiene la población en México, el sistema de vida imperante en Venezuela es superior al que prevalece en nuestro país. Llevando la imaginación hasta sus límites: ¿cómo sería la vida en los Estados Unidos si todo el mundo los bloqueara a ellos? Dado que se trata de una superpotencia, es evidente que sobreviviría, pero de seguro que la población del país que se come la mitad de las frutas, de la carne, de los chocolates, etc., del mundo sufriría bastante. Los Estados Unidos no producen lo que consumen. Por diversos mecanismos de dependencia de diversa índole, lo que se encuentra en abundancia en sus supermercados es lo que ellos se llevan del mundo a su país. Así, si en esa situación imaginaria inclusive ellos se verían seriamente afectados en su vida cotidiana: ¿qué puede pensarse que tiene que pasar con un país chico, de 31,000,000 de habitantes, cuya mayor fuente de ingresos (casi la única en ese momento) es el petróleo, cuyos precios son manipulados para poder reducir sus ingresos al mínimo (lo mismo que con Irán y con Rusia. Afortunadamente para el mundo, está China con la cual se re-equilibran los mercados) para doblegarlo y hacerle bajar la cerviz?¿No es comprensible que haya graves problemas económicos en Venezuela? Pero también: ¿no es evidente quién los causa? y sobre todo ¿no es formidable su capacidad de resistencia?

A mi modo de ver, la moraleja de una revisión a vuelo de pájaro de la situación se deriva por sí sola: si no hay una intervención militar, el proyecto bolivariano del Comandante Chávez, perpetuado ahora por el gran estadista que resultó ser N. Maduro, triunfó. Eso lo saben los policías del mundo y es eso precisamente lo que quieren a toda costa evitar. A falta de nuevos instrumentos, la deplorable campaña mediática norteamericana en contra del Estado bolivariano de Venezuela gira en torno al gastado concepto de democracia (un concepto prácticamente inservible salvo si lo que se quiere decir con esa palabra es ‘sistema político funcional al capitalismo’) en tanto que la militar se funda en gran medida en el apoyo directo de los gobiernos de Colombia, Argentina, Brasil y Panamá, básicamente. Pero tienen un problema: los movimientos revolucionarios gubernamentalizados dejan forzosamente hondas huellas en la conciencia de la gente. El pueblo venezolano no es la excepción. Ellos saben que viven mal (a decir verdad, el pueblo venezolano nunca vivió muy bien, ni siquiera en la época de Carlos Andrés Pérez, el López Portillo venezolano, y del auge del petróleo. Siempre fue un país de una gran injusticia social), pero saben también por qué. Dado que ya quedó claro que la guerra total no militar (o sea, mediática,  financiera, comercial, política, etc.) no fue suficiente, a pesar del desprestigio, de las calumnias y del bloqueo en general, no queda más que la opción militar. Pero ¿es ésta factible realmente? Quizá sí, pero a un costo tremendamente elevado, porque es evidente lo que se va a incendiar es no sólo Venezuela sino media América del Sur (y quizá más). Yo creo que hay elementos para pensar que en su desesperación por ver que el mundo paulatina pero consistentemente evoluciona en un sentido que no es el que les conviene, los policy-makers norteamericanos están dispuestos a lo que sea. Aquí sí que no importan los muertos, las hambrunas, los niños, la destrucción de un país o de un continente. Pero tendrían de todos modos que preguntarse: si el precio es tan alto, si costará mucho derrotar al ejército nacional venezolano: ¿vale la pena seguir con ese plan y con esa estrategia, una diabólica estrategia que de hecho no funcionó hace 65 años en Corea, después en Cuba, en Vietnam, en Afganistán y en Siria? A mí me parece que el gran error político norteamericano se debe no a torpeza o falta de inteligencia en un sentido práctico, sino a una simple pero fatal miopía histórica. Una Venezuela en llamas sería mucho peor para los norteamericanos que una Venezuela disidente.

Una de las grandes culpas del régimen venezolano es ser un régimen “populista”. Yo creo que ya es hora de plantear la pregunta: ¿qué significa ‘populismo’? Me parece que la respuesta es simple: ‘populismo’ es el término coloquial, a-teórico, para decir ‘socialista’. Un régimen populista es un régimen en el que se le da un apoyo gubernamental total a los servicios gratuitos de salud para la población, en el que la educación es dirigida por el Estado con una orientación politizada desde pre-primaria a fin de generar en los alumnos una mentalidad patriótica y de solidaridad entre los connacionales, un sistema en el que se implanta una política financiera destinada a liberar al país de la criminal deuda externa de manera que todo lo que se paga por el “servicio de la deuda” se pueda invertir en el país y haya más carreteras, escuelas, hospitales, aeropuertos, etc., un sistema de vida en el que los líderes sean personajes queridos por la población y no meras marionetas movidas desde otras latitudes por los verdaderos amos del sistema. Ahora bien, el arma que se eligió para tratar de opacar y eliminar la noción misma de populismo es la idea de democracia. Pero ¿qué es la democracia y por qué es tan valiosa, más por ejemplo, que el bienestar concreto de las personas? La democracia es el sistema político que me garantiza hacer uso de mi derecho a votar cada tres años por representantes ante el congreso o las cámaras y cada seis años por gobernadores y presidente. Y punto. Eso es la democracia para el ciudadano (como se dice) “de a pie”. En la democracia el ciudadano es (se supone) representado ante los órganos de poder. En el populismo lo que cuenta es no tanto la representación como la participación ciudadana. Ciertamente el régimen venezolano es en este sentido un régimen populista. ¿Es por ello criticable? Yo creo que ya es hora de que el ciudadano medio reflexione un poquito sobre el tema, que aprenda a no dejarse chantajear ideológicamente y que la población en su conjunto se incorpore en serio al debate y a la acción política. Se podrá entonces neutralizar los efectos aletargadores que tiene el uso demagógico de un concepto ya muy deteriorado de democracia. Lo interesante del proceso venezolano son las reformas económicas, las limitaciones a la propiedad privada (el fin de los latifundios, por ejemplo), los grandes progresos efectuados en el terreno de la educación popular, la apertura de mercados y el establecimiento de vínculos comerciales y financieros (y ¿por qué no? – también militares) con quienes ellos quieren. Eso es libertad política y eso es con lo que se quiere acabar. Los dizque defensores de la democracia, los que siempre pugnan por que se lleven a cabo elecciones, ya desde ahora rechazan los resultados de un proceso pulcramente organizado. La situación no puede ser más grotesca: si gana la oposición se aceptan los resultados, pero si gana el gobierno actual entonces fueron fraudulentas. Qué fácil! Hay, sin embargo, un problema y lo repito: el pueblo de Venezuela, disgustado como está (y con razón) por la infamia de la cual es objeto, ya abrió políticamente hablando los ojos y una vez abiertos éstos ya no se cierran. El reto era abrírselos y los dirigentes venezolanos lo lograron, impidiendo así que le pasara  a su pueblo lo que se hizo con el nuestro, un pueblo que parece estar, como la bella durmiente del bosque, con los ojos permanentemente cerrados.

Más Vigente que Nunca!

No cabe duda de que el 5 de mayo es en verdad una fecha digna de ser recordada. De seguro que hay más eventos importantes que sucedieron ese día, pero así de botepronto hay por lo menos tres que difícilmente podrían pasar desapercibidos. Tenemos, para empezar, la muerte de Napoleón Bonaparte en Santa Elena, una pequeña isla situada en medio del Océano Atlántico de la que se apoderaron los ingleses (es parte de sus “territorios de ultramar”) mientras pirateaban los mares. Después de la carnicería que significó la desastrosa derrota de Waterloo (Bélgica), el emperador francés fue deportado en 1815 del continente europeo y recluido hasta su fallecimiento en la diminuta isla mencionada, ocurrido en 1821. Hay dos grandes teorías acerca de su muerte. La versión oficial es que murió por un cáncer de estómago; la teoría revisionista sostiene que a Napoleón lo envenenaron sus captores ingleses. Dado que ambas teorías son irreconciliables, quizá una que combine las cualidades de ambas sea la correcta, a saber, que el envenenamiento de Napoleón a base de arsénico (y quizá mercurio) fue gradual pero sistemático y que fue eso lo que a la postre le generó al vencedor de Austerlitz un cáncer estomacal. Independientemente de qué haya pasado con el único general que al día de hoy haya tomado Moscú, lo cierto es que su deceso ocurrió el 5 de mayo. Ese hecho basta para hacer de dicha fecha una fecha memorable.

Como sabemos, y todos en México deberíamos recordar, siendo presidente de México Don Benito Juárez la República Mexicana, que estaba todavía en proceso de gestación, se vio por un problema de deuda externa (¿te dice eso algo, amable lector?) vitalmente amenazada por el gobierno francés (a la cabeza del cual se encontraba en aquel momento Napoleón III) y su nada menospreciable ejército. Los franceses, coludidos con los vende-patrias de aquellos tiempos (nunca faltan!), trajeron a México a una de las parejas reales más ridículas de todos los tiempos, a saber, la conformada por el super inepto y dizque engañado Maximiliano de Habsburgo y su intrigante y ambiciosa esposa a la cual, hay que decirlo, no le haría mucho caso en México, i.e., Carlota. Y fue durante su primera gran incursión hacia la capital de la joven República que los zuavos fueron derrotados el 5 de mayo de 1862, en los suburbios de Puebla, una ciudad que al año tomarían en una batalla tipo Stalingrado, esto es, de destrucción total de la ciudad y peleada casa por casa. Cuando pensamos en las diferencias de armamentos, experiencia militar, etc., entre franceses y mexicanos de aquellos tiempos no podemos más que sentir una gran admiración y un gran orgullo por los compatriotas defensores. Podríamos, si quisiéramos, dar rienda suelta a la imaginación y equiparar lo que pasó el 5 de mayo de 1862 con lo que podría pasar en México si ahora un gobierno nacional decidiera cancelar una deuda externa absurda que está lenta pero sistemáticamente asfixiando al país. Lo menos que se nos ocurre preguntar es: ¿tendríamos ahora defensores tan valientes en esa situación imaginaria como los tuvimos hace siglo y medio frente al ejército invasor francés? Yo creo que mejor dejamos el tema ahí y nos conformaremos con vitorear la gloriosa fecha de la batalla de Puebla, acaecida como sabemos un 5 de mayo.

Un tercer 5 de mayo absolutamente luminoso y no nada más para un país o para un continente, sino para el mundo entero lo es el de 1818. ¿Por qué? Por ese día de ese año nació en la ciudad de Tréveris, Alemania, el hombre que elaboró la única teoría total (y yo diría, definitiva) del sistema capitalista: Karl Marx.  Sin duda alguna el personaje amerita unas cuantas palabras.

La verdad es que el destino de Marx es insólito y, a mi modo de ver, no del todo comprendido. Él era esencialmente un científico social, si bien no un académico en sentido estricto porque no trabajaba en ninguna universidad. Eso no impedía que fuera un visionario, teóricamente innovador como muy pocos y en su terreno sencillamente insuperable. Por otra parte, dado que era un individuo coherente como pocos era también un hombre de acción. Apoyó movimientos obreros, sindicalistas, de protesta y hasta organizó la Primera Internacional, porque se pensaba que el movimiento obrero en Europa Occidental no era un asunto de países, sino de clases. El hecho es que el movimiento en cuestión terminó muy rápidamente en un gran fracaso por lo que a final de cuentas no se puede negar que el impacto político real de la actividad de Marx en tanto que luchador social fue, haciendo sumas y restas, de poca monta. Para finales del siglo XIX, fuera de ciertos círculos académicos Marx estaba lejos de alcanzar el renombre y la fama que recaerían sobre él poco tiempo después. Bertrand Russell, por ejemplo, en su primer libro, La Social Democracia Alemana, de 1896, le dedica a Marx una de las seis conferencias de las que se compone el texto, y discute críticamente dos componentes fundamentales del marxismo, a saber, la teoría de la plusvalía y la de la concentración del capital. Marx distaba entonces mucho de ser el personaje universalmente conocido en el que se convirtió. Aquí la pregunta interesante es: ¿cómo es que un oscuro investigador social, que vivió gran parte de su vida en la miseria, a causa de la cual se le murieron literalmente en los brazos varios hijos, que tenía que vivir en el exilio, casi súbitamente se convierte en una persona conocida a lo largo y ancho del planeta? Tiene que haber una explicación razonable. Por mi parte, pienso que lo que pasó fue, muy a grandes rasgos, lo siguiente:

a lo largo de todo el siglo XIX, sobre todo después de los repartos de Polonia y del fin del sistema medieval de servidumbre que todavía, hasta 1861, prevalecía en Rusia, el descontento con el zarismo y la agitación social en su contra se fueron incrementando por lo que pululaban los grupos revolucionarios clandestinos. De ellos surgieron los personajes que pasarían a la historia como grandes revolucionarios. Todos ellos, por otra parte, sentían la urgente necesidad de disponer de una teoría científica que avalara y reforzara su acción política y la encontraron en la obra de Marx. Así, tanto las explicaciones de los sucesos de la época (las grandes movilizaciones populares, la Primera Guerra Mundial, etc.) como la planeación de la lucha política empezaron a hacerse en terminología marxista. Clave en este proceso fue, obviamente, Lenin. Fue éste quien, conocedor a fondo de la obra de Marx, logró popularizarla, empleándola siempre en conexión con slogans y frases impactantes, de manera que las masas se fueron familiarizando con todo un vocabulario novedoso y empezaron a su vez a emplearlo. Así, entraron en los circuitos del lenguaje coloquial palabras y expresiones como ‘explotación’, ‘lucha de clases’, ‘fetichismo de la mercancía’, ‘enajenación’ y muchas más. Cuando Lenin y su partido bolchevique, después de un audaz golpe de timón, derrocaron para siempre el odioso zarismo (entre otras cosas, acabando físicamente con el zar y su familia), dándole con ello vuelta a la hoja de la historia y empezando algo totalmente nuevo en Rusia, la teoría de la que se servían los dirigentes y teóricos del gobierno bolchevique era el marxismo, la única realmente útil que estaba a la mano. Así, con el triunfo del partido de Lenin Marx se convirtió automáticamente en un teórico revolucionario, sólo que había un problema: su teoría en realidad no era una teoría de la revolución, inclusive si en algunos escritos él hablaba de “dictadura del proletariado” y cosas por el estilo. Pero es innegable que algo había de profundamente incongruente en todo ello, porque la teoría de Marx era una teoría del sistema capitalista; estaba pensada por su autor para explicar fenómenos sociales del capitalismo avanzado y los países que Marx tenía en mente eran básicamente Gran Bretaña, Francia y Alemania. Lenin murió en 1924 y por lo menos desde un par de años antes de su muerte prácticamente había quedado, por razones de salud, al margen de la vida política rusa. Todavía en 1921, sin embargo, implantó su famosa Nueva Economía Política (NEP), que era un coctel de medidas políticas y económicas de muy diversa índole y a través de la cual y con diversos pretextos se hacían grandes concesiones a la propiedad privada. Fue Stalin quien de hecho varios años después acabó con la NEP una vez neutralizado el peligro trotskista y más en general la oposición de los antiguos cuadros leninistas. Por ello, si asociamos la Unión Soviética con procesos como la nacionalización de la tierra, la apropiación por parte del Estado de los medios de producción, la planificación económica, la conducción del país desde el centro del Estado, el apoyo a los movimientos de liberación de países “en vías de dearrollo”, etc., entonces la única conclusión que se puede extraer, la conclusión inevitable es que el verdadero creador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue Stalin, no Lenin ni sus seguidores. Ahora bien, independientemente de ello, la política oficial de la URSS se siguió expresando en terminología marxista-leninista, lo cual era tremendamente equívoco y terminó por generar múltiples malentendidos. El ejemplo más patente (y patético) de incomprensión de la historia del socialismo en el siglo XX a que dio lugar esta asimilación del marxismo por parte del leninismo es que cuando la Unión Soviética (que como diría E. Honecker, “por una traición llamada perestroika”) dejó de existir, esto es, cuando M. Gorbachov la negoció con Occidente y B. Yeltsin la remató, todos los intelectuales, los políticos más ignorantes del espectro, los periodistas más mendaces, los más superficiales de los profesorcillos de universidades privadas, todos ellos y más al unísono festejaron ruidosamente la “refutación” del marxismo! Pero, perdón que lo diga, eso era obviamente una estupidez mayúscula y ridícula, un festejo completamente injustificado! Lo que es incuestionable es que lo que todos esos “intelectuales” y políticos en turno festejaban era la derrota del socialismo real, pero ellos se imaginaban que estaban también celebrando la refutación teórica del marxismo. En eso, sin embargo, estaban equivocados de arriba a abajo. Naturalmente, en la euforia del momento era difícil detectar la falacia. El marxismo era y sigue siendo la teoría del sistema de producción de mercancías, esto es, del capitalismo y su validez como teoría es totalmente independiente de los vaivenes de la política mundial. Algunos todavía recordamos con vergüenza el show televisivo del momento aquí en México, “La Experiencia de la Libertad”, un programa liderado por Octavio Paz y pagado por Televisa, en el que desfilaron grandes especialistas (si así se puede clasificar a gente como Vargas Llosa, por ejemplo) venidos de los más variados países para explicarle a la gente cómo y por  qué el marxismo había sido refutado. La verdad, sin embargo, es que todavía siguen sin resolver el no muy misterioso conundrum de por qué, si se supone que con la caída de la Unión Soviética el marxismo debería ya haber desaparecido de la faz de la tierra, de hecho sigue éste siendo indispensable. Tarde o temprano, la verdad se impuso por sí sola. Por eso ahora podemos, emulando a Galileo, decir en voz alta nuestro “e pur si muove”, adaptando su dicho a nuestro caso: “Y sin embargo, el marxismo sigue incólume!”. Así, con una idea un poquito más clara sobre los orígenes de la justificada fama mundial de Marx, podemos intentar enunciar en unas cuantas palabras por qué su obra sigue siendo tan importante.

El trabajo de Marx tiene distintas facetas, inclusive si éstas no están sistemáticamente conectadas entre sí. Encontramos, por ejemplo, reflexiones profundas emanadas de la observación de la vida cotidiana. Marx percibió con ojo clínico cómo la sociedad de su tiempo se había dividido básicamente entre gente que tenía dinero, hacía inversiones y explotaba brutalmente a quienes contrataba para trabajar en sus negocios y empresas (minas, ferrocarriles, siderúrgicas, etc.) y gente que tenía que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, mantener a su familia y demás. La sociedad de su tiempo, por lo tanto, en efecto se dividía básicamente entre “burgueses” y “proletarios”. Preguntémonos: ¿ha cambiado eso en la actualidad? La división social se ha vuelto mucho más compleja, pero los principios de organización social siguen siendo los mismos. Ahora las relaciones entre capitalistas y trabajadores se dan de muy diverso modo y en muy diversas escalas, no de manera tan simple como en tiempos de Marx, pero a final de cuentas tan explotador de sus trabajadores es el gran industrial como el pequeño comerciante que tiene un par de empleados en su tienda. En ambos casos hay “inversionistas” de un lado y trabajadores del otro. Estas relaciones de trabajo sólo se pueden sostener en el capitalismo si hay ganancias. De otro modo no tendrían sentido. Pero ¿qué es la ganancia? Es el valor extra que con su trabajo alguien genera al producir una mercancía, sólo que ese valor extra no se lo queda él sino el dueño del negocio. Eso es la plusvalía. Así, el trabajador trabaja para vivir y el inversionista se beneficia con la plusvalía generada. De ahí que sea en esta plusvalía que consiste la explotación del trabajador: éste se esfuerza y genera ganancia, pero ésta no es para él. Él tiene su salario y nada más. El inversionista tiene ganancias que el asalariado le produce. El valor de las mercancías (el trabajo incluido) se fija en función del tiempo socialmente necesario para su producción. Así es como se gesta el mercado, esto es, el sistema total de relaciones de producción e intercambio de mercancías. Nótese, dicho sea de paso, que el mercado es una realidad derivada, no la plataforma fundamental, que es el modo de producción. El sistema capitalista inevitablemente tiene un carácter de clase, puesto que los intereses económicos de las partes involucradas en los procesos de trabajo se contraponen. La idea de un capitalismo justo es, pues, tan absurda como la del mundo de Alicia.

Consideremos rápidamente el tema del trabajo. Para Marx, a diferencia de lo que es la mera actividad biológica de procrear o los requerimientos sociales de vestirse, viajar, etc., el trabajo es la actividad que convierte a los seres de nuestra especie en humanos. El trabajo idealmente considerado debería ser liberador, creativo y sus productos deberían pertenecerle a quien los fabrica. El problema es que en la sociedad capitalista pasa exactamente lo contrario: el objeto de trabajo no le pertenece al productor, quien sólo vende su fuerza de trabajo para sobrevivir; tiene por ello que aceptar trabajos que no le gustan, que lo embrutecen, que lo rebajan de mil y una maneras. El resultado neto es que la actividad fundamental del hombre se vuelve para éste lo peor de su vida. En lugar de ser su medio de realización es su medio de aniquilamiento. Ese fenómeno se llama ‘enajenación’. El trabajo enajenado es embrutecedor, aburrido, en general mal pagado, no le permite al individuo desarrollar sus aptitudes, etc., y el individuo enajenado es una persona en cierto sentido perdida, alguien que trabaja no porque disfruta su actividad vital sino porque no tiene otra opción. Así se trabajaba y se vivía en la época de Marx. Pregunto: ¿ha cambiado eso? Yo diría que sí, pero para intensificarse!

Marx con gran perspicacia hizo ver a través de complejas pero lúcidas explicaciones que, también inevitablemente, en el capitalismo se da un proceso de lucha constante y exterminio permanente de rivales económicos, rivales mercantiles, un proceso en el que las grandes corporaciones se van por así decirlo engullendo a las más débiles. Esto no es una alucinación. Demos un ejemplo. Antes había en México tlapalerías por doquier. Hoy un Home Depot basta para media ciudad. Otro ejemplo: las compañías mexicanas de aviación van siendo o brutalmente sacadas del mercado por toda clase de mecanismos, lícitos e ilícitos (como pasó con Mexicana de Aviación), o son absorbidas por otras más potentes (como es el caso de Aeroméxico, que poco a poco se va “fusionando” con Delta, la cual tiene ya 49% de las acciones de la compañía “mexicana”). Entonces: ¿tenía razón Marx al apuntar al fenómeno de concentración del capital o no? La respuesta es evidente de suyo. Y ¿es actual el fenómeno? La respuesta es aún todavía más enfática, si es que eso es factible.

Marx sostenía que el sistema capitalista o de producción de mercancías (bombas, cañones, aviones, chocolates, lentes, lápices, camisetas, sillones y así ad infinitum, o sea, todo) sólo puede sobrevivir si se mantiene generando nuevas mercancías, creando y ampliando mercados y por consiguiente sólo si logra generar nuevas necesidades en las personas. En este sistema de vida todos los días salen al mercado nuevos productos: nuevas lociones, nuevas corbatas, nuevos refrescos, etc., etc. Esto quizá podría parecerle bien a más de uno, pero ello se debería a un juicio superficial porque habría que fijarse también en el precio de la supervivencia del sistema. El asunto es delicado porque éste exige la mercantilización del todo del mundo natural. Hasta hace medio siglo era impensable, por ejemplo, que tuviéramos que pagar por el agua. La industria del agua se desarrolló y se generaron nuevas fuentes de trabajo, pero dicha industria exige la utilización brutal y permanente de ese recurso natural tan importante (y por el que pronto habrá guerras), convertido también en mercancía. En relación con esto podemos señalar algo ilustrativo e interesante: el agua en el río no es una mercancía, pero el agua embotellada sí. Y lo que pasa con el agua pasa con todo: con las aletas de tiburón, los escamoles, la plata, el petróleo, los peces, etc. Todo en el sistema capitalista es mercancía, las relaciones humanas incluidas. No debería extrañarnos, por lo tanto, que la industrialización del agua haya culminado en la contaminación de ríos y mares (creo que la isla de basura que se desplaza libremente por el Océano Pacífico es dos veces más grande que Francia y se sabe que, de seguir como vamos, dentro de 40 años habrá más basura en el océano que peces). Todo esto que hemos mencionado ya era la regla en época de Marx, pero ésta no se había generalizado como lo ha hecho en nuestros días, esto es, los días del triunfo total del capitalismo en la Tierra. La famosa neblina londinense en gran medida era smog causado por el uso masivo y en gran escala del carbón. Preguntémonos: ¿ha cambiado eso que Marx observó, esto es, el uso brutal e indiscriminado de la naturaleza y su destrucción sistemática? Hasta donde logro ver no sólo no se ha modificado sino que cada día la situación empeora. Después de todo en eso precisamente consiste la expansión y el triunfo del capitalismo.

La verdad es que se necesita ser enfermizamente dogmático (y algo torpe) para negar la vigencia del marxismo en nuestros días. En realidad éste está más vivo que nunca. Pero aquí tenemos que hacer una acotación: la teoría marxista del modo de producción capitalista es una teoría científica. Ello implica que no es una doctrina ideológica. Ofrece un aparato conceptual y una serie de teorías de distinto nivel que permiten comprender y quizá manipular el sistema in toto, pero nada más. La idea de explotación del hombre por el hombre puede indignarnos, pero en última instancia lo único que se hace es expresar una actitud hacia un fenómeno social particular. En otras palabras, la teoría de Marx no es una teoría de la acción política y los textos en los que él se pronuncia al respecto no forman parte de su teoría. Expresan su perspectiva y su gran solidaridad con la inmensa masa de desfavorecidos, pero no entran en su aportación científica. Para lograr la fusión de teoría científica y doctrina política necesitamos a un Lenin del siglo XXI.

Pretender a toda costa seguir ignorando la formidable contribución de Marx a la comprensión de la estructura y el funcionamiento de la sociedad actual es casi un acto anómico. Equivale a rehusarse a comprender los verdaderos mecanismos de la vida social y, por consiguiente, a buscar las verdades soluciones a los problemas que se le plantean a la humanidad en su conjunto, puesto que el sistema capitalista impera ahora en casi todo el mundo. Pocas cosas hay tan detestables y tan despreciables como el anti-marxismo barato y superficial que prevalece en la actualidad. Marx no era un líder de partido ni fue miembro de ningún gabinete gubernamental, pero en cambio era un científico social inigualable y visualizó y dio la clave para entender el destino del sistema. Su teoría no contiene la idea de un ataque externo vencedor del capitalismo. Esa ilusión la tenemos que abandonar. Más bien, Marx enseñó que como parte esencial del mismo están las graves crisis económicas que lo irán minando hasta que se produzca desde dentro del sistema una trabazón económica de tales magnitudes que no haya otra opción que la de acabar con él. Es sólo entonces que los seres humanos serán realmente libres, y no sólo libres como agentes económicos, que podrán realizarse aprovechando sus capacidades y ejemplificando con sus respectivas existencias lo bello que puede ser la vida humana cuando se vive con tranquilidad y en armonía. Ese sistema de vida con el cual se habrá de superar el capitalismo se llama ‘socialismo’ y si bien es un sueño todavía para el hombre actual, no cabe duda de que tendrá que ser una realidad para las generaciones futuras.