Desde que a raíz de la caída del bloque socialista los dizque “pensadores” como Octavio Paz decretaron que la concepción marxista del sistema capitalista y su desarrollo no serviría ya para nada, nos topamos en general, de seguro en América Latina y con certeza en México con un hueco enorme en el contexto de las explicaciones sociales y políticas. Sembrando como siempre la desorientación y la incomprensión de los procesos sociales, las huestes tanto de pseudo-intelectuales como de malandrines del periodismo y del “televisionismo” (me permito crear mis propios “términos técnicos”) se han esforzado por promover de manera sistemática lo único que han dado muestras de saber hacer, esto es, “explicaciones” de los vaivenes de la vida política en términos de características individuales de los personajes prominentes del momento. Así, los movimientos internos de lo que es un muy complejo sistema social fundado en una determinada estructura económica, es decir, de una maquinaria de producción y reparto de la riqueza generada por el trabajo, son “explicados” por cosas tan triviales como la forma de hablar de alguien, el modo como se viste o camina, los humores y las decisiones arbitrarias que se les ocurre tomar, si tienen buen humor y son expertos en el lenguaje soez y así sucesivamente. Esta corriente de intoxicación intelectual es tan burda y tan ineficaz que yo a menudo me pregunto si el batallón de escritorzuelos que a diario cumplen con su lacayuna labor de ataque al régimen político prevaleciente en nuestro país realmente se creen ellos mismos lo que sus cabezas les permite redactar! Confieso que me cuesta mucho aceptar que haya soldados rasos del frente cultural tan estúpidos que se crean ellos mismos lo que no pasan de ser las más de las veces patrañas sobre pedido y vulgares mentiras.
El resultado neto de esta situación de sustitución de genuinas explicaciones por historietas como para débiles mentales es la total falta de claridad y de comprensión respecto a lo que está sucediendo en el mundo en general y en México en particular. Por ejemplo, si le preguntamos a cualquiera de los trabajadores letrados al servicio de los grandes intereses privados en qué consiste realmente el proceso por el que está atravesando México, por qué vivimos en un país en donde además de la violencia real se exalta la violencia en general para restarle tranquilidad a la gente, las respuestas que nos darán vendrán en términos de slogans, frasecitas hechas, retruécanos y demás tropos asociados con nociones desprovistas casi ya por completo de un sentido inteligible, como ‘la lucha por la democracia’, ‘la lucha contra el autoritarismo’ y sandeces por el estilo. Pero yo preguntaría: ¿en dónde quedó el análisis político? ¿Cómo puede presentarse como resultados objetivos, para no decir “científicos”, de investigaciones serias toda esa sarta de banalidades, repeticiones, vacuidades y demás? La explicación es que vivimos en una atmósfera intelectual de la cual el gran gurú de la vida cultural mexicana de los últimos 30 años, o sea, Octavio Paz (o como sería mejor llamarlo, ‘Octavio Guerra’) tuvo a bien decretar la expulsión del reino de las explicaciones sociales no sólo las teorías concretas que conforman la visión marxista de la historia y de la expansión capitalista, sino hasta la terminología, el vocabulario que tanto le costara a Marx acuñar y que era realmente útil. En efecto, desde que Paz jugó su nefando y oportunista rol de destrucción de la izquierda mexicana (de por sí endeble), un papel teóricamente injustificado por completo pero sólidamente financiado, se decidió que fenómenos como los de explotación, generación de plusvalía, fetichismo de la mercancía, enajenación y muchos más no sólo propios sino definitorios del sistema capitalista, eran cosa del pasado. Todo borrado por el decreto de un poeta cuyos productos son realmente del gusto de muy pocos, por no decir ‘más que de sus más fanáticos acólitos’. Hay, no obstante, una noción de primera importancia que emana de la concepción marxista del capitalismo, que en mi humilde opinión es crucial y que sería muy útil servirse de ella en la actualidad para dar cuenta de lo que está sucediendo si bien, como era de esperarse, se le ha inutilizado al ignorarla de manera sistemática. Me refiero a la importante noción de lucha de clases.
Es evidente, supongo, que la noción de lucha de clases es una noción técnica por medio de la cual se completa en el plano de la estructura política la descripción de la estructura, el funcionamiento y las contradicciones del sistema económico subyacente. En general, y como parte de la sistemática tergiversación de la historia, la lucha de clases quedó asociada a un periodo, básicamente al periodo staliniano de la nacionalización de la tierra y la estatización completa de los medios de producción. No es mi propósito entrar aquí a explicar cómo fue que el gobierno en tiempos de Stalin llegó a la conclusión de que no había alternativa a la nacionalización si lo que se quería era asegurar la alimentación de millones de habitantes de las ciudades. Fue una decisión de magnitudes históricas y se impuso por la fuerza. Millones de personas sucumbieron en la lucha entre el Estado soviético y los, así llamados, kulaks, esto es, los terratenientes. O sea, las circunstancias prevalecientes en aquellos tiempos hicieron que un gobierno revolucionario se radicalizara e impusiera un programa de gobierno completamente nuevo en la historia de la humanidad. Sobre los vicios y las virtudes de dicho sistema político se puede discutir fríamente, sin demagogia ni charlatanería, reconociendo aciertos y errores, pero no es mi tema en este momento por lo que no entraré en él.
Lo que en cambio sí es mi tema es la situación que prevalece aquí y ahora en México y lo que quiero mostrar es la utilidad de la noción de “lucha de clases” para explicarnos un sinfín de acciones, decisiones y actuaciones de los actores políticos. Ahora bien, lo más interesante del inevitable fenómeno de la lucha de clases en México es, me parece a mí, que por primera vez quizá dicha lucha no la está ganando la clase que acumula la riqueza material y que tiene como representante político al gobierno en turno. Dicho de otro modo, aquí, por primera vez, el gobierno es el genuino representante de los intereses de las clases trabajadoras: de obreros, de empleados, de campesinos, de pequeños comerciantes, de maestros, de transportistas, etc. Tal vez no sería erróneo decir que por primera vez tenemos un gobierno que sí representa y hace valer los intereses de los desvalidos.
Me parece que, antes de seguir adelante, sería conveniente hacer un recordatorio elemental para evitar la crítica de ultra-simplicación que se podría querer elevar en mi contra. La sociedad capitalista contemporánea, obviamente, no es una sociedad dividida en dos grandes clases, la burguesía y el proletariado. Ese era el cuadro que presentaba en el siglo XIX y cuando mucho hasta la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX. Pero desde entonces el paisaje social se volvió mucho más complejo y abigarrado, al grado de que el concepto original de clase dejó de ser operativo si no totalmente sí en gran medida. No obstante, lo que no es tan fácil de borrar, independientemente de si hablamos de clases o de si se acuña un nuevo término teórico, es el conflicto objetivo de intereses que se da entre quienes venden su fuerza de trabajo para vivir y que reciben un salario (que tiene su traducción en el plano del consumo en la noción de “canasta básica”) y quienes compran dicha fuerza de trabajo, la aprovechan y ganan. Los niveles económicos de los empleados pueden haberse diversificado y estratificado cuanto se quiera, pero los dueños siguen siendo los dueños y quienes trabajan para ellos, inclusive si son muy bien remunerados, siguen siendo sus empleados. El cuadro se complica porque hay nuevas formas de propiedad, como la representada por ejemplo por las acciones de empresas que se compran y venden en la Bolsa, pero esta proliferación de diferencias no basta para borrar la oposición principal.
Dadas las características del pueblo mexicano, el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo naturalmente que adaptarse a él y con ello se simplificó el panorama, pero ello facilitó la transmisión de mensajes políticos fundados en realidades sociales. Por eso el presidente recurre a nociones no técnicas sino del sentido común y del lenguaje natural para delinear su política de defensa de los intereses de los trabajadores. Él y su gobierno son los representantes de los intereses de los pobres, de los abandonados, de los desheredados, de los que no tienen un futuro atractivo y seguro, de los que pasan hambre y así indefinidamente. Él engloba todos esos grupos sociales bajo el rubro de ‘pueblo’. Pero independientemente de cómo se le describa, el fenómeno es el mismo en todas partes del mundo: se da una confrontación permanente entre el pueblo y los super-privilegiados, una confrontación siempre mediada por los aparatos de Estado entre las personas que luchan por mejorar sus salarios y sus condiciones de vida y quienes luchan por conservar sus ventajas y privilegios. Esa lucha es objetiva e inevitable y, como dije, se da en todo el mundo, o casi.
Salvo si es armada, es decir, revolucionaria, la lucha entre intereses de diversos grupos sociales es canalizada por vías políticas, en el sentido más amplio de la expresión. Esto incluye, por ejemplo, la educación, las tradiciones y cosas por el estilo. Así, por ejemplo, hay países divididos en clases pero en los que las clases privilegiadas están dispuestas a repartir de manera un poquito más equitativa la inmensa riqueza producida por sus empresas, compañías, inversiones y demás. Desafortunadamente, aquí no es así. El problema es que en México las clases pudientes son culturalmente bárbaras, incultas, crueles, voraces sin medida, corruptas y corruptoras, de mal gusto, sin preocupaciones de índole nacionalista, sin solidaridad por los miembros de las clases que no tienen otra opción que levantarse a las 5.00 a.m. para poder llevar comida y un mínimo de mercancías a sus casas. Dada esta situación, era natural que el actual gobierno y las élites chocaran y que se generara un estado de guerra. Por consiguiente, es un hecho que lo que presenciamos y vivimos en la actualidad es la expresión de una cada vez más enconada lucha de clases, pero una lucha de clases un tanto especial por cuanto en este caso los roles históricos quedaron invertidos: aquí y ahora el gobierno defiende los intereses de los trabajadores y son los ricos y ultra-ricos quienes tienen que luchar en contra del Estado para restaurar sus privilegios.
Es evidente que si el Estado no estuviera muy sólidamente apoyado por la población, la clase de los poderosos ya lo habría desbaratado. Lo que los detiene es el pueblo. Así ha pasado en todos lados y en todas las épocas. Si un gobierno no atiende las exigencias de, digamos, la banca (nacional o internacional), se le prepara un golpe de Estado y se le desecha. Eso pasó con S. Allende en Chile, por ejemplo, y con muchos otros gobiernos progresistas de América Latina y en general de lo que solía llamarse el ‘Tercer Mundo’. Por ejemplo, Patricio Lumumba fue asesinado por intentar modificar un status quo abiertamente negativo para los intereses de la población congoleña, pero sus propuestas tenían que afectar no sólo a los grandes corruptos y vende-patrias de su país sino también a empresas trasnacionales (belgas, norteamericanas, etc.). En los casos mencionados, la lucha de clases, entendida de manera literal, fue ganada por los grupos económicamente potentes.
La pregunta que nosotros debemos plantear no es, por lo tanto, ‘¿se da una lucha de clases en México?’, sino más bien ‘¿cómo se desarrolla la lucha de clases en México?’. Y la respuesta es evidente de suyo, puesto que está a la vista de todos nosotros todos los días. Aquí la lucha en contra del gobierno que genuinamente representa los intereses de las mayorías es frontal y brutal, llena de odio y de pus mental, pero no ha llegado todavía al nivel de la confrontación militar abierta. Desde luego, y ello es obvio, que se quiere encaminar todo en esa dirección, pero no se ha logrado todavía. Esto debería ser matizado: sí se ha logrado generar una especie de confrontación militar con el gobierno sólo que de manera indirecta, porque lo que se está haciendo es promover y usar el bandolerismo existente, bajo todas sus formas, para desquiciar la vida de los ciudadanos y poder así desprestigiar al gobierno de los pobres, restarle méritos y debilitarlo. El problema para el partido del odio es que los logros del gobierno popular son inmensos y frente a hechos crudos lo único que han podido oponer son insultos, vulgaridades y demás. De hecho, si no se estuviera desarrollando en México lo que identificamos como una intensa lucha de clases, la inmensa mayoría de la población de nuestro país podría trabajar a gusto y vivir con tranquilidad. El problema es que para que eso se dé hay un precio muy alto que pagar, que es limitar la voracidad y la rapacidad de las clases beneficiadas del sistema. Eso es algo que los del bando rico no están dispuestos a aceptar. ¿Por qué? Lo que pasa es que los ricos, los verdaderamente ricos mexicanos están dispuestos a todo con tal de seguir gozando de sus a menudo mal habidas y despreciables fortunas. Lo que quieren es muy obvio: quieren que el Estado les permita esclavizar a la población (como se intenta hacerlo en Argentina), saquear las riquezas de la nación y acumular bienes de manera absurda. Hay personas, bien conocidas, por lo cual no tengo para qué dar nombres, que llegan a tener más de 100 casas, entre múltiples otros “negocios”. Uno con toda candidez se pregunta: ¿cuál puede ser el objetivo, qué sentido tiene tener más de 100 propiedades? En verdad, las ambiciones de los ricos mexicanos llegan al absurdo, rayan en lo grotesco.
Pero, regresando a nuestra pregunta: ¿cómo se desarrolla la lucha de clase hoy en México? Mi respuesta es: por fases. Hasta hace poco, la confrontación fue principalmente ideológica y propagandística; poco a poco, sin embargo, se le fue inyectando dinero (nacional y extranjero), se hicieron intervenir multitud de asociaciones legales pero ilegítimas, mediante un ejército de complotistas, manipuladores, traidores y demás. Y ahora entramos en la fase de la lucha política tratando de inmovilizar al gobierno desde dentro, apoderándose para ello de las instituciones gubernamentales mismas. El primer paso fue el INE, dirigido durante 10 años por un sujeto cuyo padre se habría avergonzado de él; pero un segundo paso, mucho más peligroso, es el de la ofensiva dirigida en contra de la Presidencia de la República desde la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Yo creo que a nadie se le ocurriría negar que el instrumento político más representativo del bando de los ricos en esta confrontación de clases es Norma Piña. Bajo su dirección, la lucha ha consistido en bloquear, debilitar, anular, complicar cualquier decisión que el gobierno representante de las clases pobres, modestas, humildes, sencillas, etc., tome. Y aquí vemos hasta dónde son capaces de llegar los seres humanos (por así decirlo) “Mexican style”, es decir, personas que son el producto de años de vida (social, cultural, etc.) en la corrupción. No importa el país, no importa el bienestar popular, no importa el progreso nacional. Sólo importa la multiplicación de su riqueza (los sueldos de sus portavoces son mirruñas). De manera que si el gobierno detiene a delincuentes mayúsculos, a asesinos, mafiosos de toda índole, traficantes, etc., se les libera. Si se emite una ley benéfica para la población y su futuro, se le bloquea o anula. Y así en todos los contextos y todos los días. En otras palabras: la guerra de clases va en serio.
Se presenta en México un cuadro que históricamente es bien conocido: un gobierno progresista es hostigado hasta que o lo tumban o se radicaliza. Los enemigos del pueblo están llevando el conflicto hasta sus últimas consecuencias. Ellos no parecen entender que si el gobierno se ve amenazado de aniquilación tendrá que tomar medidas drásticas, medidas de una especie que hasta el día de hoy se ha rehusado a tomar. Pero ¿de cuándo a acá los actores políticos del momento han aprendido algo del pasado? Los mueven sus pasiones y sólo les interesa la satisfacción de sus ambiciones. El gobierno de la República puede hacer muchas cosas que al día de hoy no ha hecho. En opinión de muchos, ello ha sido un error. La lucha de clases no se va a disolver gane quien gane o pierda quien pierda, porque es como un fenómeno natural, sólo que social e histórico. Los del bando de los favorecidos de la vida no tienen escrúpulos ni se fijan límites. Son esencialmente inmorales. Todo se puede esperar de ellos, pero quizá no deberían perder de vista que más vale un gobierno contrario a sus intereses pero pacífico que un pueblo con los ojos abiertos y enardecido. Es muy importante que los dirigentes de la oposición no caigan en trampas tendidas sin saberlo por sus propios abogados.
El resultado de esta lucha social, que en última instancia es una confrontación entre grupos de muy afortunados y masas de muy desafortunados, es el futuro de México. Yo pienso que, guste o no, este sexenio ya lo ganó el representante de las mayorías, esto es, el presidente Andrés Manuel López Obrador, entre otras razones por sus muy superiores habilidades políticas. Pero él dejará la presidencia dentro de unos meses y la sociedad seguirá existiendo. La lucha de clases no es un fenómeno pasajero sino sistémico y así como se ven las cosas el cuadro alarmante se le planteará a la Dra. Sheinbaum, porque con ella la lucha de clases estará entrando en una fase superior. Y ella (y su gobierno) tendrán que decidir si tomó la estafeta que le pasó el presidente López Obrador para, apoyándose en el pueblo de México, seguir hacia adelante en la creación de un nuevo país, un país en donde el desperdicio humano no sea tan evidente y tan lacerante, o si optará por regresar al pasado tratando de tapar con un dedo el tórrido sol de la lucha de clases.
Muy interesante y oportuno análisis que ayuda a entender mejor cuál es la lucha de fondo del gobierno actual: sí contra la pobreza extrema y también, se diga lo que se diga, por preservar la paz.
Querido Dr. Tomasini:
Estoy de acuerdo con lo que plantea en su artículo. Es terrible que en general todo lo referente a la obra de Marx y sus conceptos fue prácticamente desaparecido de todo programa escolar o académico. Del mismo modo, su conclusión resulta digna de ser considerada con seriedad, pues la realidad es que la Dra. Sheinbaum no tiene competencia. Esperemos que los perros enojados no busquen salidas violentas para eliminar al mejor gobierno que hemos tenido y que hemos estado disfrutando los que no pertenecemos a los ultra billonarios y poderosos corruptos que están enojados porque se ha visto un tanto mermado su privilegio.
Estimado Profesor TOMASINI:
(Y permitame llamarle profesor porque soy un estudioso de sus libros).
Cuando hace más de un siglo Marx escribío que ” la lucha de clases es el motor de la historia”, él había descubierto en una simple sentencia el devenir de la sociedad capitalista actual. Solo un genio de su categoría podía llegar a esa conclusión mediante sus estudios.
Actualmente, no cabe duda que nos encontramos, en Mexíco, dentro de un conflicto de lucha de clases. La clase dominante tergiversa palabras, o mejor dicho trasviste conceptos, como “democracia”, “libertad”, “comunismo”, etc., para consolidar su posición dominante. Pues es claro que quíen vaya en contra de lo que según ellos signifique esas palabras es un demente, un desquiciado. ¡Ah!, como hace falta un analisis wittgensteinano dentro del modo de vida de la politica mexicana.
Sin embargo, no ganaran. Poco a poco las personas del lado de la clase oprimida usan las palabras “pueblo”, “soberanía”, “populismo” como palabras transformadoras, y rechazan las anteriores. Es cierto, la clase dominante es capaz de todo por su avaricia, pero tambien de este lado somos capaces de todo por la esperanza. Esperanza, que tiene que tener como sustento el conocimiento y la crítica. Por eso le pido, encarecida y humildemente, que no deje de instruirnos con sus valiosas entradas. De mi parte, además de leerlas, las comparto con mi familia. Como nos hace falta pensadores de su talla en los medios de comunicacación infestados de charlatanes.
Que tenga usted un excelente día.
A juzgar por el modo e intensidad con que se expresan en medios audiovisuales, tanto por escrito como orales, me parece que los pseudo intelectuales políticos (periodistas, “analistas”, informadores y académicos) entre los que destacan nombres como Dresser, Loret, Gómez Leyva, Zuckermann, Trujillo, más un larguísimo etcétera) son tan acríticos y serviles que realmente se creen las patrañas que dicen. No encuentro una explicación más plausible. A gente tan estulta como ellos, que en otro orden de ideas se “prepararon” en buenas universidades y poseen trayectorias académicas interesantes, les es más fácil alienarse a los intereses de sus superiores por mor de sus privilegios, que ser fieles a la verdad y claridad por muy evidentes que sean. Cómo generar un contrapeso eficaz contra la desinformación que transmiten? Quiénes encabezarán la defensa intelectual de la verdad y los intereses de la clase trabajadora? Mantendrá Sheinbaum las conferencias matutinas informativas como mecanismo para la rendición de cuentas y la comunicación veraz y oportuna?