Es evidente, supongo, que las metáforas, los símiles, las imágenes, los paralelismos no son en sí mismos argumentos pero, si son apropiados, están bien articulados y son impactantes sirven como plataforma para que se construyan buenos argumentos. Por ejemplo, supongamos que alguien dice que su vecino es un gorila. Lo que el hablante hace es presentar a su vecino como alguien que es muy fuerte físicamente pero también como alguien más bien limitado, muy impulsivo, violento, irracional, etc., y ahora sí, sobre la base de la descripción del gorila transferida a la persona se puede pasar a ofrecer argumentos en contra del sujeto en cuestión. Imaginemos, verbigracia, a un individuo del que se dice que es un auténtico gorila porque maltrata y aterroriza a su familia, porque tiene graves problemas con sus vecinos, porque muy constantemente cuando camina por la calle o va manejando adopta actitudes pendencieras, agrede a los transeúntes, maneja violentando las leyes de tráfico, es grosero con sus colegas, quiere imponerle su voluntad a todo mundo, etc. Podemos imaginar que, ante un energúmeno como ese, serían muy pocas las personas que osarían enfrentársele, dado que éste muy fácilmente perdería la paciencia y la cabeza, se exasperaría por cualquier cosa y su primera reacción sería amenazar o agredir físicamente a sus interlocutores. De todos modos y para consuelo de la gente, si bien la inmensa mayoría de las personas sería incapaz de controlarlo al menos la policía sí podría hacerlo y en última instancia se le podría obligar a seguir un tratamiento o de plano a internarlo en un hospital psiquiátrico en forma indefinida. ¿Cómo evaluaríamos la vida de una persona así? Se trataría obviamente de un agente esencialmente anti-social, peligroso, condenado a vivir en un estado permanente de ansiedad, violencia, auto-engaño, etc. Siguiendo con la historieta, podríamos enfatizar que no es que el individuo en cuestión hubiera nacido así sino que habría sido por una serie de vicisitudes, de incidentes psicológicos terribles, de vivencias que la persona habría resultado incapaz de integrar en su auto-biografía que en eso se habría convertido. Independientemente de todo, el resultado en todo caso sería el ya mencionado: nos las estaríamos viendo con un individuo socialmente dañino y psíquicamente trastornado.
Supongamos ahora que en lugar de una persona hablamos de países y que queremos determinar si hay entre éstos algún país que se conduzca, mutatis mutandis, como el demente imaginado más arriba. ¿Hay acaso en la Tierra hoy por hoy algún país que se comporte como el villano del que hablábamos, esto es, un país que sólo sepa amenazar, vivir de los demás, invadir, bombardear, destruir otros países, un país cuyo “destino manifiesto” no parezca ser otro que el de hacer la guerra permanentemente y al que sólo lo detengan in extremis países con su mismo potencial económico y militar? Yo creo que la respuesta es obvia y que sólo alguien completamente desinformado o alguien totalmente fanatizado podrían no saber cómo responder a ella. La respuesta, a mi modo de ver, salta a la vista y es simple: claro que hay un país así y sólo uno: los Estados Unidos de América. Me parece que un veloz recordatorio de hechos por todos conocidos bastará, pienso yo, para justificar mi contestación.
El siglo XX fue, a no dudarlo, el siglo de los Estados Unidos. Desde que prácticamente se apropiaron de Cuba tras humillar militarmente a los españoles expulsándolos de su último reducto en el continente americano, los Estados Unidos fueron acumulando sólo victorias y ello en todos los contextos. En el frente militar, inclinaron decididamente la balanza para que Alemania, que hasta 1917 tenía ganada la guerra, la perdiera de manera relampagueante y en forma ominosa. El triunfo de Francia y de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial fue real (como lo deja en claro la imposición del tristemente famoso “Tratado de Versalles”, fuente de todos los males que sobrevinieron después), pero lo cierto es que esos países quedaron agotados por la guerra y sin que se dieran cuenta ésta sentó las bases para el posterior desmoronamiento de sus respectivos imperios y para su sustitución por lo que sería la nueva gran potencia imperialista mundial. Con el super negocio que fue para los Estados Unidos la Segunda Guerra Mundial, éstos pasaron de gran potencia a primera potencia mundial, a superpotencia. Al iniciar la segunda mitad del siglo XX los norteamericanos estrenaron su nueva política, una política expansionista e imperialista, tomando como conejillo de Indias a Corea (quien quiera ver cómo ven los coreanos a los norteamericanos puede consultar la página de internet https://www.rt.com/news/404958-north-korea-us-propaganda/. Sinceramente, no creo que haya mucha diferencia entre la percepción coreana y la iraquí, la iraní, la panameña, la cubana, etc., etc.). Y desde entonces (i.e., desde 1950) los Estados Unidos, como jinetes del Apocalipsis, no han dejado de llevar la destrucción y la muerte por todos los rincones del planeta. A diferencia de lo que pasó con los países europeos (Rusia incluida), los cuales tuvieron que pasar por un penoso periodo de reconstrucción, los Estados Unidos sólo se beneficiaron de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Su economía floreció, sus instituciones generaron en su país todo lo bueno que potencialmente podían generar: libertades individuales, crecimiento económico formidable, progreso científico y tecnológico incomparable, etc., al grado de poder presentarse desde mediados del siglo pasado como un modelo para el resto del mundo. Como ya dije, el hueco que dejaron franceses e ingleses de inmediato lo ocuparon los Estados Unidos, los cuales remplazaron con relativa facilidad a los imperios británico y francés, que ya eran para entonces imperios obsoletos y por lo tanto insostenibles.
Las cosas, sin embargo, poco a poco fueron cambiando. La brutal explotación de los pueblos y la descarada manipulación de los gobiernos de América Latina dieron lugar a múltiples manifestaciones de descontento, rebeliones y movimientos de liberación nacional. Surgieron los grandes héroes latinoamericanos como Sandino (Nicaragua), Camilo Torres (Colombia), el Che Guevara (Argentina/Cuba) y, desde luego, Fidel Castro (Cuba). La represión norteamericana en contra de los pueblos de América Latina, ejercida sobre todo mas no únicamente a través de dictadores y de gobiernos títere, fue brutal pero no por ello siempre o totalmente exitosa. Lo que en todo caso es indiscutible es que, a lo largo del siglo XX, los norteamericanos se fueron convirtiendo en los grandes expertos en golpes de estado, en programas de sabotaje y desestabilización de naciones enteras, en la práctica de la tortura y la experimentación de toda clase de armas prohibidas y más en general en todo lo malo que uno pueda imaginar. Por otra parte, durante decenios la nefasta presencia norteamericana en el mundo se combinó a la perfección con el bienestar material de los norteamericanos y eso dificultó mucho que se percibiera la verdadera naturaleza de dicho estado. Pero las cosas, como dije, fueron paulatina y dolorosamente cambiando y, uno tras otro, los diferentes gobiernos de los Estados Unidos fueron revelando diversos aspectos de su verdadera naturaleza: su absoluta inmoralidad, su total desprecio por valores universales compartidos, su violación sistemática de derechos humanos, su recurso a toda clase de ilegalidades para alcanzar sus objetivos, su uso criminal de cárceles clandestinas y así ad libitum, todo eso envuelto naturalmente en la cada vez más odiosa retórica en torno a la democracia y la libertad. Pero además surgieron rivales, si bien rivales no corrompidos en su alma como ellos. Fue ya en este siglo que los Estados Unidos empezaron a sentir que su imperio no era realmente, como su ingenuidad ideológica y su propaganda política les hicieron creer, el “fin de la historia”. Desde luego que el proyecto imperialista norteamericano no llegó a su fin, pero sí llegó a sus límites y éstos no los fijaron ellos, sino que se los fijaron a ellos desde fuera. Si entendemos esto, podemos entender unas cuantas verdades, en función de ellas la situación política actual de los Estados Unidos y, por ende, la situación mundial.
Es innegable, me parece, que hubo en el pasado reciente sólo un país que introdujo un mínimo de balance y de equilibrio en el tablero de la política mundial después de la Segunda Guerra Mundial y por lo cual la historia todavía no le ha hecho justicia que fue, obviamente, la Unión Soviética. De no haber existido ese país, los Estados Unidos se habrían literalmente apropiado del planeta, serían ahora los amos del mundo y prácticamente todos, con excepción de Israel, seríamos sus vasallos y sus colonias. Para sorpresa de los norteamericanos, la nueva Rusia, esto es, la Rusia que brotó de las cenizas de la URSS, la Rusia de V. Putin volvió a convertirse (a Dios gracias!) en una potencia militar a la que ya no pueden vencer. Naturalmente, dado el presupuesto dedicado a la tecnología y a la cultura de la guerra, los Estados Unidos siguen siendo en algún sentido el país más poderoso del mundo, pero por múltiples y bien conocidas razones eso ya no basta. Y, por el flanco económico (y también militar, aunque no todavía al mismo nivel), apareció la República Popular de China, guiada por un partido comunista que encontró la fórmula para darle trabajo y comida a más de mil millones de personas. Como todo mundo sabe y entiende, la guerra económica con China los americanos la tienen perdida. Pero al sentir y percibir que su poderío tiene límites, éstos reaccionan de la única manera como saben hacerlo: con amenazas, presionando, haciendo toda clase de trampas, rompiendo protocolos, tratados, acuerdos de toda índole (militares, comerciales, atómicos, etc.) con tal de seguir imponiendo su ley, sólo que su ley ya no vale como antes y de eso no parecen haberse percatado todavía. La diferencia con el sicótico imaginario de inicios del artículo es que no hay en el mundo una policía superior que pueda detenerlo, enjuiciarlo y encarcelarlo. Lo único que los detiene es, obviamente, su propio instinto de conservación.
Lo anterior ayuda a entender la política norteamericana que tiene en D. Trump al portavoz que corresponde con toda exactitud a esta etapa de su desarrollo. La administración Trump es la administración de la primera etapa de la decadencia norteamericana, la administración de las contradicciones y la de la gangsterización total de la política. No hay más que visualizar a sus actuales dirigentes, como M. Pompeo y al más burdo de todos, J. Bolton, que son como sacados de una película hollywoodense de mafiosos. El gobierno norteamericano no respeta leyes, principios, derechos de otros, no reconoce obligaciones, sólo sabe recurrir a la fuerza, al chantaje financiero, a la presión económica, a la manipulación del mercado. Eso son los Estados Unidos con los que el mundo tiene que lidiar. Y ello, creo que es más que obvio, atañe a México tanto como a Rusia o China.
Hay varias verdades que sería conveniente enunciar para poder entender la situación y actuar de manera sensata. Habría que señalar, para empezar, que en general los Estados Unidos nunca han sabido de diplomacia. Ellos no saben negociar; lo único que saben hacer es poner por delante a sus marines y a sus portaviones, dar de puñetazos en los escritorios, repetir como adocenados “todas las opciones están sobre la mesa” y sobre esa base imponer su voluntad. El imperio americano nunca fue un gran imperio. Julio César hizo de todos los habitantes en donde estaban estacionadas las legiones romanas ciudadanos del imperio romano. Los norteamericanos en cambio ponen el grito en el cielo porque unos cuantos miles de desplazados muertos de hambre (en gran medida, por su culpa) cruzan la frontera con México para irse a vender al mercado de trabajo más bestial que hay (para los inmigrantes, desde luego. Hay historias de esclavización de mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, etc., que uno simplemente no creería que son reales). Sus grandes proyectos para América Latina como la Alianza para el Progreso o el Plan Colombia o el Plan Mérida, aparte de que terminan en estrepitosos fracasos, no son más que procedimientos para controlar la producción y el trasiego de drogas, reforzar la represión, militarizar la vida cotidiana de los pueblos, impedir que los sectores en conflicto lleguen a acuerdos, etc. Nunca formó parte de los planes de los gobiernos de los Estados Unidos ayudar a otros países, a otros pueblos. La Unión Soviética llegaba a ofrecer hasta 400 becas anuales para estudiantes. ¿Cuántas ofrecen los norteamericanos?¿Siquiera 10? Si se produce una catástrofe en algún país, entonces con un poco de buena suerte llegará un avión con ayuda y eso es todo. Condonaciones de deudas sólo se han realizado cuando ya es obvio que los países en cuestión no podrán nunca cubrirlas y son deudas que para el presupuesto de los Estados Unidos son realmente insignificantes. Hace unos días, el gobierno norteamericano anuncio “grandes inversiones en Asia”. Uno habría pensado que trataba de inversiones en los sectores educativo, agropecuario, industrial, etc. No! Se trata exclusivamente de inversiones militares (bases, instalación de misiles, etc.). Eso es “inversión” para ellos. Los Estados Unidos mantienen bases militares en decenas de países (en Alemania, por ejemplo, que no podría ser mejor descrita que como un país ocupado desde 1945). Pero, y este es el punto importante, lo que una política y un gobierno así significan es simplemente que tocaron fondo, que hasta allí llegaron. La situación de los norteamericanos se complica día a día. Están en guerra comercial con China, en tensión permanente con Rusia y se vislumbran por lo menos dos escenarios tétricos: Venezuela e Irán. Los gringos son incapaces de negociar, no saben llegar a acuerdos, sólo se les ocurre arrasar con el enemigo e imponer su mandato. Pero es obvio hasta para sus más confiados analistas que esta vez las cosas no van a ser tan fáciles. Y por si fuera poco, le tocó el turno a México.
Como todos sabemos, a través de su twitter, que fue el mecanismo por el cual el presidente Trump logró quitarse el bozal que le había puesto la prensa de su país, el presidente norteamericano amenazó con imponer a partir del 10 de junio aranceles (un 5 % de impuestos al principio, incrementándose hasta llegar al 25 %) a los productos mexicanos que entren a los Estados Unidos si el gobierno mexicano no militariza sus fronteras e impide como sea el tránsito de indocumentados hacia nuestra frontera norte. Nótese que esa amenaza viene cuando los dos países (y Canadá) están a punto de firmar un nuevo tratado de “libre” comercio. Es así como tratan los gobiernos norteamericanos a sus aliados. Dichas amenazas, curiosamente, coinciden con la visita de la horrenda presidenta del Banco Mundial, Christine Lagarde, ave de mal agüero y representante de una de las peores fuerzas del aparato gubernamental estadounidense, esto es, el Fondo Monetario Internacional. Una vez más, estamos frente a la forma de reaccionar del discapacitado mental que no sabe hacer otra cosa que atacar a sus interlocutores. Yo creo que es muy importante que nosotros, los mexicanos, es decir, no sólo el gobierno, sino los ciudadanos comunes y corrientes, entendamos de una vez por todas quiénes son realmente ellos para nosotros, porque si somos incapaces de realizar un análisis frío, objetivo, crudo de nuestra relación, entonces no sabremos actuar y el país estará, en algún sentido importante, perdido. Porque sólo alguien muy ingenuo podría pensar que los tweets de Trump son simplemente exabruptos de alguien un tanto desequilibrado. Al contrario! Están muy bien pensados y calculados para generar reacciones negativas en México (como, por ejemplo, impedir que México tenga una moneda fuerte). En este caso se trata de poner de rodillas a un país que se está levantando. Pero ¿qué se puede hacer para aprovechar la crisis, una crisis creada deliberadamente y con las peores intenciones, esto es, para frenar el cambio iniciado por el actual gobierno y en la que quieren sumergir al país?
Las lecciones que hay que extraer son obvias. Lo primero que México tiene que hacer es empantanar en el Senado la aprobación del T MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá). Eso es imperativo. En segundo lugar, el gobierno mexicano y las agrupaciones patronales deberían hacer un super esfuerzo para diversificar sus relaciones comerciales. Eso es factible, porque otros gobiernos no son como el yanqui. Con ellos se puede dialogar, negociar para beneficio de ambas partes, que es lo que es imposible con los norteamericanos. Hay que incrementar nuestros niveles de comercio con China, con América Latina, con la Unión Europea. Eso es factible. Por ningún motivo debería México tener el 80 % de su comercio exterior con los vecinos del norte, porque eso es francamente estúpido: es ponerse uno mismo la soga al cuello, es darle al enemigo el arma para que con ella después lo aniquile a uno. Seguir en lo que hasta ahora se ha estado es desarrollar una política torpe de sumisión y dependencia casi absolutas, que es obviamente el legado de los gobiernos priistas y panistas. Se debería también desarrollar, a través de los libros de texto y de todos los mecanismos culturales a nuestro alcance, la visión correcta de lo que son para nosotros los norteamericanos, esto es, enemigos eternos, auténticas aves de rapiña, ladrones descarados (de agua, de petróleo (fracking), enemigos culturales, racistas incorregibles, etc. Se debería desarrollar una política de turismo para alentar los viajes a otros países (hay mucho más que ver, más bonito y más barato) y desalentar las idas al país del norte, en donde además de ir a dejar su dinero con lo que la gente se encuentra es con una policía casi criminal, violentísima e impune, con actitudes agresivas, inamistosas, etc. A los Estados Unidos casi sólo se puede ir a adquirir mercaderías y a embrutecerse en el consumo. Aparte de ir a idiotizarse a Orlando o a Disneylandia e ir a tomarse una foto con Tribilín o con el hombre araña como si fuera uno un retrasado mental: ¿qué más le ofrecen al turista medio los USA? Sólo consumo. No hay historia (hasta donde yo sé, nadie visita a los remanentes de los habitantes originarios de Norteamérica). En verdad, ir por ejemplo a Nueva York sin las bolsas repletas de dinero es como ir al infierno! Hay montones de países a donde mexicanos deseosos de conocer el mundo podemos ir. No necesitamos ni sus playas ni su comida ni sus centros de entretenimiento. Todo eso es hipnosis cultural. Si muchos mexicanos van a los Estados Unidos como turistas es porque no están instruidos y no saben que hay otras opciones. El único gran incentivo para ir es, ya lo dije, la adquisición de mercancías. Se va a comprar cosas y se confunde eso con hacer turismo. Y es obvio que lo que los mexicanos debemos hacer es dejar de comprar en las tiendas productos norteamericanos hasta donde ello sea factible (muy difícil) y comprar todo lo que se pueda que provenga de China (viva Huawei!). Son ya demasiados los pueblos ofendidos, humillados, maltratados por los gobiernos norteamericanos, pero si sabemos reaccionar, tanto a nivel gubernamental como a nivel social e individual, quizá podamos todavía llegar a ver la transición deseada que nos lleve de la Pax Americana a la Mors Americana.
Un exhaustivo y completo análisis de ese “mal vecino del norte”, y como dice el autor tenemos como ciudadanos que estar informados, de que si se puede intentar contrarrestar esa influencia nociva, con simples actividades cotidianas como lo es no viajar y comprar algunos otros productos que están en el mercado y voltear a ver otras culturas que son mas ricas en muchos sentidos.