Más Vigente que Nunca!

No cabe duda de que el 5 de mayo es en verdad una fecha digna de ser recordada. De seguro que hay más eventos importantes que sucedieron ese día, pero así de botepronto hay por lo menos tres que difícilmente podrían pasar desapercibidos. Tenemos, para empezar, la muerte de Napoleón Bonaparte en Santa Elena, una pequeña isla situada en medio del Océano Atlántico de la que se apoderaron los ingleses (es parte de sus “territorios de ultramar”) mientras pirateaban los mares. Después de la carnicería que significó la desastrosa derrota de Waterloo (Bélgica), el emperador francés fue deportado en 1815 del continente europeo y recluido hasta su fallecimiento en la diminuta isla mencionada, ocurrido en 1821. Hay dos grandes teorías acerca de su muerte. La versión oficial es que murió por un cáncer de estómago; la teoría revisionista sostiene que a Napoleón lo envenenaron sus captores ingleses. Dado que ambas teorías son irreconciliables, quizá una que combine las cualidades de ambas sea la correcta, a saber, que el envenenamiento de Napoleón a base de arsénico (y quizá mercurio) fue gradual pero sistemático y que fue eso lo que a la postre le generó al vencedor de Austerlitz un cáncer estomacal. Independientemente de qué haya pasado con el único general que al día de hoy haya tomado Moscú, lo cierto es que su deceso ocurrió el 5 de mayo. Ese hecho basta para hacer de dicha fecha una fecha memorable.

Como sabemos, y todos en México deberíamos recordar, siendo presidente de México Don Benito Juárez la República Mexicana, que estaba todavía en proceso de gestación, se vio por un problema de deuda externa (¿te dice eso algo, amable lector?) vitalmente amenazada por el gobierno francés (a la cabeza del cual se encontraba en aquel momento Napoleón III) y su nada menospreciable ejército. Los franceses, coludidos con los vende-patrias de aquellos tiempos (nunca faltan!), trajeron a México a una de las parejas reales más ridículas de todos los tiempos, a saber, la conformada por el super inepto y dizque engañado Maximiliano de Habsburgo y su intrigante y ambiciosa esposa a la cual, hay que decirlo, no le haría mucho caso en México, i.e., Carlota. Y fue durante su primera gran incursión hacia la capital de la joven República que los zuavos fueron derrotados el 5 de mayo de 1862, en los suburbios de Puebla, una ciudad que al año tomarían en una batalla tipo Stalingrado, esto es, de destrucción total de la ciudad y peleada casa por casa. Cuando pensamos en las diferencias de armamentos, experiencia militar, etc., entre franceses y mexicanos de aquellos tiempos no podemos más que sentir una gran admiración y un gran orgullo por los compatriotas defensores. Podríamos, si quisiéramos, dar rienda suelta a la imaginación y equiparar lo que pasó el 5 de mayo de 1862 con lo que podría pasar en México si ahora un gobierno nacional decidiera cancelar una deuda externa absurda que está lenta pero sistemáticamente asfixiando al país. Lo menos que se nos ocurre preguntar es: ¿tendríamos ahora defensores tan valientes en esa situación imaginaria como los tuvimos hace siglo y medio frente al ejército invasor francés? Yo creo que mejor dejamos el tema ahí y nos conformaremos con vitorear la gloriosa fecha de la batalla de Puebla, acaecida como sabemos un 5 de mayo.

Un tercer 5 de mayo absolutamente luminoso y no nada más para un país o para un continente, sino para el mundo entero lo es el de 1818. ¿Por qué? Por ese día de ese año nació en la ciudad de Tréveris, Alemania, el hombre que elaboró la única teoría total (y yo diría, definitiva) del sistema capitalista: Karl Marx.  Sin duda alguna el personaje amerita unas cuantas palabras.

La verdad es que el destino de Marx es insólito y, a mi modo de ver, no del todo comprendido. Él era esencialmente un científico social, si bien no un académico en sentido estricto porque no trabajaba en ninguna universidad. Eso no impedía que fuera un visionario, teóricamente innovador como muy pocos y en su terreno sencillamente insuperable. Por otra parte, dado que era un individuo coherente como pocos era también un hombre de acción. Apoyó movimientos obreros, sindicalistas, de protesta y hasta organizó la Primera Internacional, porque se pensaba que el movimiento obrero en Europa Occidental no era un asunto de países, sino de clases. El hecho es que el movimiento en cuestión terminó muy rápidamente en un gran fracaso por lo que a final de cuentas no se puede negar que el impacto político real de la actividad de Marx en tanto que luchador social fue, haciendo sumas y restas, de poca monta. Para finales del siglo XIX, fuera de ciertos círculos académicos Marx estaba lejos de alcanzar el renombre y la fama que recaerían sobre él poco tiempo después. Bertrand Russell, por ejemplo, en su primer libro, La Social Democracia Alemana, de 1896, le dedica a Marx una de las seis conferencias de las que se compone el texto, y discute críticamente dos componentes fundamentales del marxismo, a saber, la teoría de la plusvalía y la de la concentración del capital. Marx distaba entonces mucho de ser el personaje universalmente conocido en el que se convirtió. Aquí la pregunta interesante es: ¿cómo es que un oscuro investigador social, que vivió gran parte de su vida en la miseria, a causa de la cual se le murieron literalmente en los brazos varios hijos, que tenía que vivir en el exilio, casi súbitamente se convierte en una persona conocida a lo largo y ancho del planeta? Tiene que haber una explicación razonable. Por mi parte, pienso que lo que pasó fue, muy a grandes rasgos, lo siguiente:

a lo largo de todo el siglo XIX, sobre todo después de los repartos de Polonia y del fin del sistema medieval de servidumbre que todavía, hasta 1861, prevalecía en Rusia, el descontento con el zarismo y la agitación social en su contra se fueron incrementando por lo que pululaban los grupos revolucionarios clandestinos. De ellos surgieron los personajes que pasarían a la historia como grandes revolucionarios. Todos ellos, por otra parte, sentían la urgente necesidad de disponer de una teoría científica que avalara y reforzara su acción política y la encontraron en la obra de Marx. Así, tanto las explicaciones de los sucesos de la época (las grandes movilizaciones populares, la Primera Guerra Mundial, etc.) como la planeación de la lucha política empezaron a hacerse en terminología marxista. Clave en este proceso fue, obviamente, Lenin. Fue éste quien, conocedor a fondo de la obra de Marx, logró popularizarla, empleándola siempre en conexión con slogans y frases impactantes, de manera que las masas se fueron familiarizando con todo un vocabulario novedoso y empezaron a su vez a emplearlo. Así, entraron en los circuitos del lenguaje coloquial palabras y expresiones como ‘explotación’, ‘lucha de clases’, ‘fetichismo de la mercancía’, ‘enajenación’ y muchas más. Cuando Lenin y su partido bolchevique, después de un audaz golpe de timón, derrocaron para siempre el odioso zarismo (entre otras cosas, acabando físicamente con el zar y su familia), dándole con ello vuelta a la hoja de la historia y empezando algo totalmente nuevo en Rusia, la teoría de la que se servían los dirigentes y teóricos del gobierno bolchevique era el marxismo, la única realmente útil que estaba a la mano. Así, con el triunfo del partido de Lenin Marx se convirtió automáticamente en un teórico revolucionario, sólo que había un problema: su teoría en realidad no era una teoría de la revolución, inclusive si en algunos escritos él hablaba de “dictadura del proletariado” y cosas por el estilo. Pero es innegable que algo había de profundamente incongruente en todo ello, porque la teoría de Marx era una teoría del sistema capitalista; estaba pensada por su autor para explicar fenómenos sociales del capitalismo avanzado y los países que Marx tenía en mente eran básicamente Gran Bretaña, Francia y Alemania. Lenin murió en 1924 y por lo menos desde un par de años antes de su muerte prácticamente había quedado, por razones de salud, al margen de la vida política rusa. Todavía en 1921, sin embargo, implantó su famosa Nueva Economía Política (NEP), que era un coctel de medidas políticas y económicas de muy diversa índole y a través de la cual y con diversos pretextos se hacían grandes concesiones a la propiedad privada. Fue Stalin quien de hecho varios años después acabó con la NEP una vez neutralizado el peligro trotskista y más en general la oposición de los antiguos cuadros leninistas. Por ello, si asociamos la Unión Soviética con procesos como la nacionalización de la tierra, la apropiación por parte del Estado de los medios de producción, la planificación económica, la conducción del país desde el centro del Estado, el apoyo a los movimientos de liberación de países “en vías de dearrollo”, etc., entonces la única conclusión que se puede extraer, la conclusión inevitable es que el verdadero creador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue Stalin, no Lenin ni sus seguidores. Ahora bien, independientemente de ello, la política oficial de la URSS se siguió expresando en terminología marxista-leninista, lo cual era tremendamente equívoco y terminó por generar múltiples malentendidos. El ejemplo más patente (y patético) de incomprensión de la historia del socialismo en el siglo XX a que dio lugar esta asimilación del marxismo por parte del leninismo es que cuando la Unión Soviética (que como diría E. Honecker, “por una traición llamada perestroika”) dejó de existir, esto es, cuando M. Gorbachov la negoció con Occidente y B. Yeltsin la remató, todos los intelectuales, los políticos más ignorantes del espectro, los periodistas más mendaces, los más superficiales de los profesorcillos de universidades privadas, todos ellos y más al unísono festejaron ruidosamente la “refutación” del marxismo! Pero, perdón que lo diga, eso era obviamente una estupidez mayúscula y ridícula, un festejo completamente injustificado! Lo que es incuestionable es que lo que todos esos “intelectuales” y políticos en turno festejaban era la derrota del socialismo real, pero ellos se imaginaban que estaban también celebrando la refutación teórica del marxismo. En eso, sin embargo, estaban equivocados de arriba a abajo. Naturalmente, en la euforia del momento era difícil detectar la falacia. El marxismo era y sigue siendo la teoría del sistema de producción de mercancías, esto es, del capitalismo y su validez como teoría es totalmente independiente de los vaivenes de la política mundial. Algunos todavía recordamos con vergüenza el show televisivo del momento aquí en México, “La Experiencia de la Libertad”, un programa liderado por Octavio Paz y pagado por Televisa, en el que desfilaron grandes especialistas (si así se puede clasificar a gente como Vargas Llosa, por ejemplo) venidos de los más variados países para explicarle a la gente cómo y por  qué el marxismo había sido refutado. La verdad, sin embargo, es que todavía siguen sin resolver el no muy misterioso conundrum de por qué, si se supone que con la caída de la Unión Soviética el marxismo debería ya haber desaparecido de la faz de la tierra, de hecho sigue éste siendo indispensable. Tarde o temprano, la verdad se impuso por sí sola. Por eso ahora podemos, emulando a Galileo, decir en voz alta nuestro “e pur si muove”, adaptando su dicho a nuestro caso: “Y sin embargo, el marxismo sigue incólume!”. Así, con una idea un poquito más clara sobre los orígenes de la justificada fama mundial de Marx, podemos intentar enunciar en unas cuantas palabras por qué su obra sigue siendo tan importante.

El trabajo de Marx tiene distintas facetas, inclusive si éstas no están sistemáticamente conectadas entre sí. Encontramos, por ejemplo, reflexiones profundas emanadas de la observación de la vida cotidiana. Marx percibió con ojo clínico cómo la sociedad de su tiempo se había dividido básicamente entre gente que tenía dinero, hacía inversiones y explotaba brutalmente a quienes contrataba para trabajar en sus negocios y empresas (minas, ferrocarriles, siderúrgicas, etc.) y gente que tenía que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, mantener a su familia y demás. La sociedad de su tiempo, por lo tanto, en efecto se dividía básicamente entre “burgueses” y “proletarios”. Preguntémonos: ¿ha cambiado eso en la actualidad? La división social se ha vuelto mucho más compleja, pero los principios de organización social siguen siendo los mismos. Ahora las relaciones entre capitalistas y trabajadores se dan de muy diverso modo y en muy diversas escalas, no de manera tan simple como en tiempos de Marx, pero a final de cuentas tan explotador de sus trabajadores es el gran industrial como el pequeño comerciante que tiene un par de empleados en su tienda. En ambos casos hay “inversionistas” de un lado y trabajadores del otro. Estas relaciones de trabajo sólo se pueden sostener en el capitalismo si hay ganancias. De otro modo no tendrían sentido. Pero ¿qué es la ganancia? Es el valor extra que con su trabajo alguien genera al producir una mercancía, sólo que ese valor extra no se lo queda él sino el dueño del negocio. Eso es la plusvalía. Así, el trabajador trabaja para vivir y el inversionista se beneficia con la plusvalía generada. De ahí que sea en esta plusvalía que consiste la explotación del trabajador: éste se esfuerza y genera ganancia, pero ésta no es para él. Él tiene su salario y nada más. El inversionista tiene ganancias que el asalariado le produce. El valor de las mercancías (el trabajo incluido) se fija en función del tiempo socialmente necesario para su producción. Así es como se gesta el mercado, esto es, el sistema total de relaciones de producción e intercambio de mercancías. Nótese, dicho sea de paso, que el mercado es una realidad derivada, no la plataforma fundamental, que es el modo de producción. El sistema capitalista inevitablemente tiene un carácter de clase, puesto que los intereses económicos de las partes involucradas en los procesos de trabajo se contraponen. La idea de un capitalismo justo es, pues, tan absurda como la del mundo de Alicia.

Consideremos rápidamente el tema del trabajo. Para Marx, a diferencia de lo que es la mera actividad biológica de procrear o los requerimientos sociales de vestirse, viajar, etc., el trabajo es la actividad que convierte a los seres de nuestra especie en humanos. El trabajo idealmente considerado debería ser liberador, creativo y sus productos deberían pertenecerle a quien los fabrica. El problema es que en la sociedad capitalista pasa exactamente lo contrario: el objeto de trabajo no le pertenece al productor, quien sólo vende su fuerza de trabajo para sobrevivir; tiene por ello que aceptar trabajos que no le gustan, que lo embrutecen, que lo rebajan de mil y una maneras. El resultado neto es que la actividad fundamental del hombre se vuelve para éste lo peor de su vida. En lugar de ser su medio de realización es su medio de aniquilamiento. Ese fenómeno se llama ‘enajenación’. El trabajo enajenado es embrutecedor, aburrido, en general mal pagado, no le permite al individuo desarrollar sus aptitudes, etc., y el individuo enajenado es una persona en cierto sentido perdida, alguien que trabaja no porque disfruta su actividad vital sino porque no tiene otra opción. Así se trabajaba y se vivía en la época de Marx. Pregunto: ¿ha cambiado eso? Yo diría que sí, pero para intensificarse!

Marx con gran perspicacia hizo ver a través de complejas pero lúcidas explicaciones que, también inevitablemente, en el capitalismo se da un proceso de lucha constante y exterminio permanente de rivales económicos, rivales mercantiles, un proceso en el que las grandes corporaciones se van por así decirlo engullendo a las más débiles. Esto no es una alucinación. Demos un ejemplo. Antes había en México tlapalerías por doquier. Hoy un Home Depot basta para media ciudad. Otro ejemplo: las compañías mexicanas de aviación van siendo o brutalmente sacadas del mercado por toda clase de mecanismos, lícitos e ilícitos (como pasó con Mexicana de Aviación), o son absorbidas por otras más potentes (como es el caso de Aeroméxico, que poco a poco se va “fusionando” con Delta, la cual tiene ya 49% de las acciones de la compañía “mexicana”). Entonces: ¿tenía razón Marx al apuntar al fenómeno de concentración del capital o no? La respuesta es evidente de suyo. Y ¿es actual el fenómeno? La respuesta es aún todavía más enfática, si es que eso es factible.

Marx sostenía que el sistema capitalista o de producción de mercancías (bombas, cañones, aviones, chocolates, lentes, lápices, camisetas, sillones y así ad infinitum, o sea, todo) sólo puede sobrevivir si se mantiene generando nuevas mercancías, creando y ampliando mercados y por consiguiente sólo si logra generar nuevas necesidades en las personas. En este sistema de vida todos los días salen al mercado nuevos productos: nuevas lociones, nuevas corbatas, nuevos refrescos, etc., etc. Esto quizá podría parecerle bien a más de uno, pero ello se debería a un juicio superficial porque habría que fijarse también en el precio de la supervivencia del sistema. El asunto es delicado porque éste exige la mercantilización del todo del mundo natural. Hasta hace medio siglo era impensable, por ejemplo, que tuviéramos que pagar por el agua. La industria del agua se desarrolló y se generaron nuevas fuentes de trabajo, pero dicha industria exige la utilización brutal y permanente de ese recurso natural tan importante (y por el que pronto habrá guerras), convertido también en mercancía. En relación con esto podemos señalar algo ilustrativo e interesante: el agua en el río no es una mercancía, pero el agua embotellada sí. Y lo que pasa con el agua pasa con todo: con las aletas de tiburón, los escamoles, la plata, el petróleo, los peces, etc. Todo en el sistema capitalista es mercancía, las relaciones humanas incluidas. No debería extrañarnos, por lo tanto, que la industrialización del agua haya culminado en la contaminación de ríos y mares (creo que la isla de basura que se desplaza libremente por el Océano Pacífico es dos veces más grande que Francia y se sabe que, de seguir como vamos, dentro de 40 años habrá más basura en el océano que peces). Todo esto que hemos mencionado ya era la regla en época de Marx, pero ésta no se había generalizado como lo ha hecho en nuestros días, esto es, los días del triunfo total del capitalismo en la Tierra. La famosa neblina londinense en gran medida era smog causado por el uso masivo y en gran escala del carbón. Preguntémonos: ¿ha cambiado eso que Marx observó, esto es, el uso brutal e indiscriminado de la naturaleza y su destrucción sistemática? Hasta donde logro ver no sólo no se ha modificado sino que cada día la situación empeora. Después de todo en eso precisamente consiste la expansión y el triunfo del capitalismo.

La verdad es que se necesita ser enfermizamente dogmático (y algo torpe) para negar la vigencia del marxismo en nuestros días. En realidad éste está más vivo que nunca. Pero aquí tenemos que hacer una acotación: la teoría marxista del modo de producción capitalista es una teoría científica. Ello implica que no es una doctrina ideológica. Ofrece un aparato conceptual y una serie de teorías de distinto nivel que permiten comprender y quizá manipular el sistema in toto, pero nada más. La idea de explotación del hombre por el hombre puede indignarnos, pero en última instancia lo único que se hace es expresar una actitud hacia un fenómeno social particular. En otras palabras, la teoría de Marx no es una teoría de la acción política y los textos en los que él se pronuncia al respecto no forman parte de su teoría. Expresan su perspectiva y su gran solidaridad con la inmensa masa de desfavorecidos, pero no entran en su aportación científica. Para lograr la fusión de teoría científica y doctrina política necesitamos a un Lenin del siglo XXI.

Pretender a toda costa seguir ignorando la formidable contribución de Marx a la comprensión de la estructura y el funcionamiento de la sociedad actual es casi un acto anómico. Equivale a rehusarse a comprender los verdaderos mecanismos de la vida social y, por consiguiente, a buscar las verdades soluciones a los problemas que se le plantean a la humanidad en su conjunto, puesto que el sistema capitalista impera ahora en casi todo el mundo. Pocas cosas hay tan detestables y tan despreciables como el anti-marxismo barato y superficial que prevalece en la actualidad. Marx no era un líder de partido ni fue miembro de ningún gabinete gubernamental, pero en cambio era un científico social inigualable y visualizó y dio la clave para entender el destino del sistema. Su teoría no contiene la idea de un ataque externo vencedor del capitalismo. Esa ilusión la tenemos que abandonar. Más bien, Marx enseñó que como parte esencial del mismo están las graves crisis económicas que lo irán minando hasta que se produzca desde dentro del sistema una trabazón económica de tales magnitudes que no haya otra opción que la de acabar con él. Es sólo entonces que los seres humanos serán realmente libres, y no sólo libres como agentes económicos, que podrán realizarse aprovechando sus capacidades y ejemplificando con sus respectivas existencias lo bello que puede ser la vida humana cuando se vive con tranquilidad y en armonía. Ese sistema de vida con el cual se habrá de superar el capitalismo se llama ‘socialismo’ y si bien es un sueño todavía para el hombre actual, no cabe duda de que tendrá que ser una realidad para las generaciones futuras.

2 comments

  1. Humberto Luebbert Gutiérrez says:

    Muy interesante que Napoleón B. estuvo preso durante los años de la guerra de independencia de México.
    Vale la pena ver que pasó en relación a la corona española en el tránsito a Napoleón II y de como se llegó a Napoleón III.
    Asimismo lo referente a Marx, muy elucidatorio. Y, caray, que mala prensa tiene hoy el término “socialismo”. Justo hoy que están siendo reprimidas manifestaciones multitudinarias contra el régimen de Maduro en V.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *