Política, Intereses y Odio

Es realmente lamentable que el presidente Donald Trump acapare al grado que lo hace la atención mundial. Eso desde luego no es culpa de él, sino una consecuencia inmediata de la guerra desencadenada en su contra por la televisión y la prensa mundiales. Dado que, en forma general, la prensa mundial no está interesada en presentar a Trump bajo una buena luz, el cuadro que se genera de él termina por ser una caricatura de su persona. Desde luego que Trump ha tomado algunas decisiones que son altamente criticables, pero también es innegable que frente a dichas decisiones hay otras que son sumamente laudables y en relación con las cuales no sólo no se dice prácticamente nada, sino que en general se les tergiversa. El resultado neto de la acción de la prensa y la televisión mundiales es la deformación sistemática y la incomprensión total del actual presidente norteamericano, con lo cual se crea un abismo entre él (su administración) y la población, americana y mundial. Esta oposición a Trump es de ramificaciones alambicadas y no es fácil llegar hasta su raíz, pero hay cosas que son relativamente obvias como para pasar desapercibidas. La prensa y la televisión, como los mercados y las bolsas de valores, no se mueven solitos, por una inercia física. No! Alguien los mueve, alguien los dirige, así como alguien toma las decisiones de subir o bajar los precios de las mercancías, las tasas de interés, las fluctuaciones entre divisas y demás. Sería ridículo echarle la culpa “al mercado” por alguna catástrofe financiera. Debería ser evidente que cualquier evento así es causado por agentes económicos concretos, aunque obviamente ocultos, a quienes ello beneficia. Lo mismo pasa con la prensa y en general con los medios de comunicación. Para decirlo de manera simplista, “alguien” tiene que decidir qué se suprime, qué se anuncia y cómo se debe presentar el material destinado al consumo de las grandes masas. Por consiguiente, si Trump es permanentemente atacado o vilipendiado por la prensa y la televisión, lo que eso indica es que hay tensiones entre él y quienes manejan los medios de comunicación. Son conflictos de alto nivel que sólo se manifiestan, pero que no salen a la luz pública. Yo en lo personal creo que Trump ha cometido errores, algunos de ellos graves, pero me parece que muchos de ellos, como el conflicto con México por ejemplo, son obviamente el resultado de inexperiencia política. La ventaja de que esos errores tengan esa causa es que, por lo menos en principio, son corregibles y sus resultados reversibles. Es obvio que Trump necesita empaparse de experiencia política y urge que se le enseñe algo que se supone que debería saber pero que él claramente muestra que no sabe, esto es, que el capitalismo no se maneja, controla o gobierna por decretos. El capitalismo es mucho más complejo que el mundo circunscrito de negocios (por millonarios que sean) al que Trump pertenecía y en el que se pueden eventualmente tomar decisiones arbitrarias para, por ejemplo, acabar con un competidor indeseable. Pero no se puede proceder de esa manera a nivel global, a nivel de países. De modo que exabruptos como el de que si México no quiere pagar por la construcción del muro, y en lo cual está 100% en lo correcto (de hecho, habría una rebelión nacional si el gobierno cediera a la presión norteamericana), entonces se subirán los aranceles de los productos mexicanos de exportación, son de un simplismo político y de una ceguera económica y comercial que simplemente los exhiben como lo que son, esto es, como baladronadas infundadas por parte de alguien que todavía no entiende ni aprecia bien lo que es estar al frente del gobierno de los Estados Unidos. Las consecuencias que una política tan atrabiliaria como la enunciada tendría si se implementara serían muy graves y no poco inconvenientes para los Estados Unidos, a condición, claro está, que el gobierno mexicano sepa responder y comportarse a la altura de las circunstancias. En todo caso, para bien o para mal, lo cierto es que el capitalismo no es tan simple como Trump parece haberlo imaginado. De igual modo, la clase de decisiones personales y unilaterales a la que Trump estaba acostumbrado como empresario, que vale para mundos reducidos de competidores económicos, no se puede sencillamente traspasar a otros dominios ni permite generar políticas sensatas (internas o externas), puesto que lo que de inmediato generan (como ya se vio) son el caos, distorsión económica, turbulencias gratuitas que el mundo en general no está ya dispuesto a aceptar. Cuesta mucho llegar a ciertos equilibrios para que un individuo (y “su” administración) de un plumazo derribe todo lo construido a lo largo de lustros. Así, por ejemplo, el proyecto trumpiano del muro a lo largo de la frontera con México, que se veía como viable al momento de la campaña por la presidencia, ya desde la presidencia se ve pura y llanamente como algo imposible y hasta contraproducente, a corto, mediano y largo plazo. Aparte de completamente injustificable desde casi todo punto de vista (quizá no de todos: si sirviera, por ejemplo, para detener el flujo de armas de Estados Unidos hacia México al menos cumpliría una función benéfica), se trata de un proyecto destinado al fracaso, una inversión absurda puesto que es obvio, me parece, que si se llegara a construir en unos cuantos años habría que derribarlo. El muro que Trump, motivado sin duda por razones patrióticas mal digeridas, soñó en construir no tiene futuro. Ese proyecto suyo pertenece justamente a la clase de planes que se pueden considerar cuando no se está tomando en serio la naturaleza indómita del capitalismo. Yo pienso que Trump tendrá que entender que no se manejan como él pensó que se manejaban las complejas relaciones entre países en el sistema capitalista, en donde hay acuerdos, organizaciones, instituciones, pactos, etc., a nivel mundial y que de uno u otro modo las regulan. En verdad, ahora el problema de Trump es cómo echar marcha atrás sin perder demasiado la cara, es decir, sin hacer demasiado el ridículo.

Ahora bien, los errores crasos de Trump no deberían opacar sus ideas positivas, algunas (como dije) altamente laudables. ¿Por qué entonces atacarlo por ellas también? Se nos preguntará: ¿qué ideas o propuestas de Trump son claramente positivas? Hay una respuesta inmediata: el proyecto de acercarse a Rusia, de convertirla en aliada, de acabar junto con ella con el terrorismo mundial, de instaurar un periodo de paz. Pregunto: ¿hay quién en sus cabales podría estar en contra de una propuesta así? Desafortunadamente, la respuesta es que sí. Yo diría, inclusive, que si hay un proyecto que más genere una enconada oposición en los medios políticos norteamericanos importantes (empezando por el Congreso) es precisamente esa idea, esto es, la idea de levantar las sanciones económicas (esas sí, completamente arbitrarias e injustas aunque no demoledoras) en contra de Rusia, de arreglar de una vez por todas la situación de Ucrania (una región del mundo que siempre estuvo ligada a Rusia), de formar un único frente para acabar con ISIS, de eventualmente llegar a un acuerdo de reducción de armamentos nucleares, de incrementar los niveles de comercio, intercambios culturales, etc. Evidentemente, quienes están en contra de esos proyectos son quienes dirigen la prensa y la televisión contra Trump y quienes a toda costa pretenden desprestigiarlo y hasta (si se puede) sacarlo (como sea) de la presidencia. Es obvio que en cualquier momento se inventan un nuevo “watergate” para lo cual ya casi está el trasfondo listo, a saber, la dizque “inconformidad popular”. Aquí la incógnita, la pregunta que todos deberían hacerse es: ¿por qué hay gente que está en contra del acercamiento con Rusia? Parafraseando nuestra pregunta: ¿Por qué hay gente decididamente en contra de la paz mundial?

Es obvio que los Estados Unidos están viviendo un proceso nuevo, a mi modo de ver tremendamente interesante, y que hasta cierto punto ha tomado a todos por sorpresa. Cambios así no son impuestos a la fuerza por una persona. Más bien, una persona es en un momento dado la expresión de la necesidad de un cambio, un cambio que la sociedad, de una u otra manera, está exigiendo. Cambios como el que está teniendo lugar en los Estados Unidos y que no sabemos hasta dónde pueda llegar, es decir, que tan radical pueda ser, representan la oxigenación política del país. El “cambio Trump” es simplemente la expresión del rechazo masivo de un sistema en el que estándares económicos, ideales políticos y procedimientos y mecanismos de gobierno ya no estaban coordinados, ya no encajaban unos con otros. El fenómeno Trump no es más que la expresión de esa insatisfacción. Ahora bien, tratar de superar esa “insatisfacción” implica inevitablemente entrar en conflicto con las fuerzas políticas (entre otras) del status quo, es decir, con quienes se benefician de él y quienes obviamente no quieren el cambio. Los gritos en los aeropuertos, las emociones colectivas frente a un edificio, etc., etc., que tanto exaltan la televisión y los periódicos, no tienen mayor peso. Las masas son siempre manejables. Esa es una lección perenne de los maestros por excelencia de la manipulación ideológica, esto es, los medios de comunicación actuales (sobre todo, aunque no únicamente, los anglo-sajones). Pero entonces ¿con quién y por qué está en conflicto Trump cuando pretende entablar relaciones, digamos, amistosas con Rusia? Está desde luego el ahora insignificante y mal recordado Obama, pero desafortunadamente no es el único.

Dije más arriba que una de los objetivos de los medios masivos de comunicación mundiales era desviar la atención de la población de asuntos fundamentales concentrando el interés de las personas en la “caricatura Trump”. El caso de las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia es un ejemplo perfecto de ello. De hecho, el propio Trump en un twitter da un atisbo de lo que estoy sosteniendo. Lo transcribo para evitar malos entendidos. Escribe Trump:

  • Senators should focus their energies on ISIS, illegal immigrationand border security instead of always looking to start World War III.
  • Los senadores deberían enfocar sus energías sobre ISIS, sobre la inmigración ilegal y la seguridad fronteriza, en lugar de estar siempre tratando de iniciar la Tercera Guerra Mundial

Aseveraciones como esta de parte del presidente de los Estados Unidos, sea quien sea, no son algo que se pueda tomar a broma. Son declaraciones muy serias y de una clase no muy usual, puesto que sacan a la luz lo que son tensiones internas del gobierno norteamericano, sin duda alguna muy fuertes. ¿A quién se refiere Trump en su twitter?¿Quiénes son los senadores en cuestión? Ni más ni menos que los promotores de guerra más explícitos que pueda haber, a saber, John McCain y Lindsay Graham, senadores republicanos por Arizona y Carolina del Sur respectivamente. Ahora bien, ellos obviamente no son otra cosa que los voceros de una posición determinada; a decir verdad, son como muñecos en las rodillas de alguien y a través de los cuales ese otro alguien habla. No voy a entrar aquí y ahora en las zonas oscuras de la política norteamericana. Me interesa más bien destacar una consecuencia práctica de la oposición a Trump y tratar de construir algunos pensamientos al respecto. Veamos de qué se trata.

El Congreso norteamericano, dirigido de arriba a abajo por promotores de guerra (como siempre) giró indicaciones precisas al Pentágono y a los diversos servicios de inteligencia para que realizaran un estudio sobre las probabilidades de sobreviviencia de dirigentes rusos y chinos a lo que sería un súbito ataque nuclear norteamericano. Entendámonos: esto no es una, por así llamarla, investigación académica. Esta orden tiene objetivos concretos. Sirve para hacer cálculos político-militares, pero ¿de qué clase? Tienen que ver ni más ni menos que con la destrucción del mundo. El tema del estudio solicitado es el de determinar qué tan probable sería que los dirigentes de China y Rusia pudieran seguir, desde por ejemplo, escondites subterráneos, dando instrucciones y responder a lo que sería un súbito ataque nuclear con uno de magnitudes semejantes. Pero ¿quién que no sea un demente puede intentar implementar un plan de ataque con las clases de armamentos, de radares, satélites, submarinos, etc., que ahora se tienen?

Debo decir que mi instinto me dice, aunque obviamente se trata de cuestiones tremendamente complicadas que no se manejan por medio de “intuiciones”, que afortunadamente el resultado de la investigación será negativo. La paridad atómica entre los Estados Unidos y Rusia (no así todavía entre los Estados Unidos y China), con todo lo que ello entraña, es básicamente imposible de modificar. No hay forma de que un agresor atómico se salga con la suya. Pero lo que no es imposible es volver a forzar a Rusia a entrar en el “juego” de la carrera armamentista. ¿Cuál es el interés de ello? Son muchos los objetivos que se logran, pero en lo fundamental se trata de reactivar la economía de los Estados Unidos, de volver a hacer grandes, grandes negocios y de retrasar el progreso económico ruso lo más que se pueda; se trata de echar otra vez a andar el potente complejo militar-industrial de los Estados Unidos para volver a unir en un ciclo económico virtuoso a la industria, la defensa y las universidades y así reactivar el mercado interno, el comercio, etc., y sobre todo, como ya dije, el big, big business. El problema es que un plan así ya no es viable al modo como lo fue mientras existió la Unión Soviética. En la confrontación con esta última, esa modalidad de presión constante sobre ella funcionó maravillosamente por la clase de sistema económico que prevalecía en aquel país: para los soviéticos, aumentar el presupuesto militar significaba inevitablemente quitárselo a la educación, a la inversión interna, etc., en tanto que con los Estados Unidos pasaba exactamente lo contrario. Pero esa fundamental condición en la Rusia actual ya no se da (y en China menos). ¿Cómo se explica entonces la insistencia en querer a toda costa ganar una nueva guerra fría a sabiendas de que la “guerra caliente” es imposible de ganar? Nótese que eso es a lo que aspiran los enemigos de Trump en los Estados Unidos.

Yo desde hace ya mucho tiempo dejé de ser, por toda una serie de razones que he ofrecido en otros escritos, consumidor de películas (aunque quizá nunca se pueda llegar a una abstinencia total en ese sentido), pero hay algunas entre las muchas que vi que me siguen resultando dignas de ser vistas. Una de ellas es de Stanley Kubrick intitulada ‘Doctor Strangelove’. La película combina comedia (por no decir parodia) con un tema álgido en aquellos tiempos (principios de los años 60, poco después de la crisis cubana), a saber, precisamente la confrontación nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Lo que el director con mucha perspicacia detectó y de manera un tanto jocosa presentó es el inmenso riesgo que de hecho se corre cuando se llevan las cosas al límite. En la película es un fanático militar norteamericano quien se encierra y da una orden de ataque nuclear y el ataque tiene lugar, con las consecuencias previstas. Quizá las cosas no sean tan simples ahora y que un militar aislado no pueda dar una orden de ataque a submarinos y bombarderos, pero cuando hay nuevos riesgos hay nuevas posibilidades de traspasar los límites. ¿Qué se requiere para eso? Yo creo que los ingredientes son relativamente pocos y simples. Se requiere ser de un fanatismo brutal, estar imbuido de un odio tan grande que se prefiere destruir el mundo (y morir con él, desde luego) a presenciar un mundo en el que sus queridos ideales y los valores que le inculcaron desde niño son superados por otros que ni siquiera intenta conocer. Se necesita haber pasado por un proceso de profunda des-espiritualización para no saber apreciar otra cosa que costos y beneficios, ganancias y pérdidas, poder y superioridad sobre los demás. Es revelador que haya gente que esté dispuesta a llevar las cosas hasta sus últimas (en todos los sentidos de la expresión) consecuencias con tal de no aceptar la derrota de su concepción del mundo. El problema es que gente así tiene mucho poder y está en puestos clave en el gobierno más poderoso del mundo. Esos son algunos de los enemigos de Trump.

A mí me parece que algunas decisiones abruptas de Trump han tenido buenas consecuencias, aunque éstas sean mínimas y hayan sido provocadas por malas razones. Por ejemplo, el absurdo y totalmente injusto decreto trumpiano de no dejar llegar  musulmanes a los USA (una especie de trampa que él mismo se puso, pues ahora tiene que cumplir con lo que prometió durante su campaña) generó en algunos sectores de la población norteamericana una reacción muy positiva: por fin la gente se dio cuenta de que los “musulmanes” también son personas, de que también tienen familias, sentimientos, actividades productivas, que pueden ser grandes amigos, que también hay musulmanas hermosas, etc., y súbitamente dejaron de percibirlos como habían sido acostumbrados a hacerlo por la prensa y la televisión, esto es, a través de meras etiquetas, despersonalizándolos por completo. Poco a poco, a través de una política un tanto errática, el pueblo americano se va politizando, va abriendo los ojos a muchas realidades que hasta antes de Trump no veía. Es de esperarse que este despertar político se oriente hacia el control cada vez más efectivo de los verdaderos enemigos de la humanidad, los imperdonables promotores de guerras, los grandes e insaciables negociantes, quienes trafican y lucran con la vida humana, yo diría los “sin Dios” que se apoderaron del gobierno norteamericano para convertirlo en el vampiro de los pueblos (América Latina, África y Asia dan testimonio de ello sin problemas). Yo desde luego que repudio muchas de las cosas que Trump hace y dice pero, sea Trump o sea quien sea, si un presidente de los Estados Unidos trabaja para la paz mundial, no veo qué podría sensatamente decirse para condenarlo, dejando de lado desde luego las toneladas de calumnias y patrañas con que se le quiere enterrar.

 

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