Máscaras Democráticas

Amable lector: confieso que por primera vez en mucho tiempo puedo empezar un artículo con un pensamiento alegre (aunque no sé qué tan esperanzador): muy pronto, Miguel Ángel Mancera dejará por fin el gobierno de la Ciudad de México. Por qué es esa una noticia para regocijarse es algo tan obvio que lo que a continuación expongo me parece hasta redundante!

Para poder abordar de manera fructífera nuestro tema, necesitamos primero sentar las bases de la argumentación y, por razones que irán aflorando, a mí me parece que para ello lo mejor es enunciar un par de reflexiones sueltas sobre el concepto de democracia. Todos sabemos que una de las nociones más manoseadas y que más fácilmente se prestan al chanchullo ideológico es el concepto de democracia. Si, por los procedimientos que sean, se logra endosarle a alguien el epíteto de “anti-demócrata”, el sujeto en cuestión queda automáticamente descalificado. Qué signifique ser un “demócrata” o un “defensor de la democracia” es algo que a final de cuentas no importa. Lo que cuenta es aparecer ante los ojos de los demás como un “verdadero representante de la democracia”, como su defensor a ultranza, y cómo se comporte uno en la vida es ya algo secundario o irrelevante. En la actualidad, en el debate político lo que importa es ante todo determinar quién es quien administra la etiqueta “demócrata” o “democrático”. Si teóricamente la discusión es vacua, estéril o aburrida no importa. Lo único que importa es proclamar hasta el hartazgo que uno es un ferviente “partidario de la democracia” y que el malo de la película, i.e., el opositor, es un enemigo de la misma. Una vez establecido eso, el debate queda sellado.

Aquí trataré de zafarme de los cauces convencionales de discusión y tomaré en serio el concepto de democracia. Ciertamente no forma parte de mis planes hundirme en un análisis técnico y detallado del contenido del concepto en cuestión, un contenido de larga y muy variada historia. No es ni el lugar ni el momento para ello. Unas cuantas palabras serán suficientes. El genio de Estagira, por ejemplo, en su Políticatraza unas muy interesantes clasificaciones de formas de gobierno y reconoce básicamente tres, las cuales pueden en principio tener tanto una expresión más o menos positiva como una negativa: la aristocracia, la oligarquía y la democracia. A esta última la describe Aristóteles como el “gobierno de los pobres”, por lo menos debido a que en todos los sistemas de vida de todos los tiempos los pobres (aunque sea en un sentido relativo) han constituido siempre la mayoría y se supone que la democracia es el gobierno de la mayoría. Si esa intuición de Aristóteles fuera acertada y tuviéramos que ubicarla en el núcleo de la definición de ‘democracia’, tendríamos que admitir que no ha habido, no hay y muy probablemente no habrá nunca un sistema realmente democrático, puesto que es hasta risible pensar que algún día los pobres del mundo tomarán y ejercerán el poder político. Hasta donde yo logro ver, al menos, siempre han sido los poderosos y los ricos quienes han gobernado en el mundo y ahora más que nunca. Lo que sí podría argumentarse es que el concepto de democracia evolucionó y que la concepción aristotélica quedó rebasada. Así, por ejemplo, con el tiempo fueron surgiendo, en otros contextos históricos, concepciones de la democracia muy diferentes de la de Aristóteles, como las de los pensadores ingleses y franceses de los siglos XVII y XVIII (Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, etc.). En la actualidad tenemos un concepto de democracia complejo y ligado de manera esencial a cierta clase de procesos políticos como lo son las elecciones de diversos grupos de gobernantes (diputados, gobernadores, presidentes, senadores, delegados, etc.), es decir, de nuestros supuestos representantes. No obstante, por lo menos en el imaginario colectivo un gobierno democrático tendría que tener además ciertos rasgos o características tales que, si efectivamente los tuviera y pudiéramos identificarlos, estaríamos entonces en posición de examinar cualquier gobierno que de hecho exista y podríamos entonces tildarlo con certeza y justificadamente de “democrático”, de “no democrático” o inclusive como “anti-democrático”. Echémosle un vistazo a esta cuestión.

Preguntémonos, pues, para empezar y sin abandonar el plano de la conversación informal: ¿de qué hablamos cuando hablamos de un gobierno democrático? Yo creo que tendríamos en mente a un gobierno con por lo menos las siguientes características:
a) se trataría de un gobierno que recoge, encarna y representa los intereses de las mayorías. Esto no quiere decir que entonces se tendría un régimen en el que las minorías fueran abusadas o sojuzgadas, pero lo que claramente no podría suceder sería que los intereses de una minoría, caracterizada como se quiera (desde una perspectiva étnica, sexual, religiosa, etc.), estuvieran por encima de los intereses (valores, principios, objetivos, etc.) de la mayoría. Esto es verdad por definición.
b) De seguro que hablar de un gobierno democrático sería, asimismo, aludir a un gobierno que consulta regularmente a su pueblo para la toma de por lo menos las decisiones que de manera directa más lo van a afectar en su vida cotidiana; estaríamos entonces hablando de un gobierno que no practica una fácil política de actos consumados, esto es, de un gobierno que no se limitaría a anunciarle a la población qué decisiones que la afectan directamente fueron ya aprobadas o entraron ya en vigor sin tomar en cuenta cuán drásticamente alteren la vida de los ciudadanos.
c) Sin duda alguna, un gobierno democrático no podría tener como uno de sus objetivos, pero tampoco como uno de sus resultados, la pauperización de la gente. Independientemente de cómo se auto-presente o se auto-describa, si un gobierno de hecho explota al pueblo, por ejemplo agobiándolo con impuestos e imposiciones económicas de diversa índole, ese gobierno no podría ser calificado como “democrático”.
d) Definitivamente, un gobierno arbitraria e injustificadamente represor, un gobierno que tiraniza a la población, por ninguna razón podría ser considerado como democrático. No sé quién podría sensatamente poner en cuestión esta característica.
e) Tampoco podría considerarse como democrático a un gobierno conformado por gente que antepone sus intereses personales a los intereses reales de los habitantes, un gobierno conformado por personas autoritarias y dogmáticas (independientemente de cuán sonrientes aparezcan en los periódicos) y en el que todo lo que se hace se hace con miras a alcanzar objetivos personales, gente que, aunque sea oscura o indirectamente, manifiesta un gran desprecio por sus “súbditos”, por más que (aunque sea de manera nada convincente) se presente ante los demás como liberal, comprensiva, inclusive adoptando abiertamente grotescas actitudes paternalistas o, como más bien deberíamos decir en este caso, maternalistas.
f) Por último, creo que no podríamos concebir como democrático a un gobierno que, como cuestión de hecho, es intolerante, en el sentido de que no permite, tolera o asimila la crítica objetiva externa.

Es claro que las características que hemos enunciado son simplemente parte de una lista mucho más larga de cualidades que habría que completar para tener un perfil adecuado de lo que es un estado democrático, pero para efectos de estas divagaciones con las que hemos enunciado nos basta. Yo creo que ahora sí estamos en posición de plantear la pregunta que nos motiva y que es la siguiente: con base en los criterios enunciados ¿podría sensatamente alguien afirmar que el gobierno de Miguel Ángel Mancera Espinosa podría ser considerado como un gobierno democrático? Mi propio punto de vista es que una respuesta positiva sí es factible, pero sólo a condición de que estuviéramos bromeando o en estados cerebrales alterados. Si tomamos como base lo enunciado más arriba, podemos sostener que se puede demostrar que el gobierno de Mancera será lo que se quiera, menos democrático. Procedamos entonces a la demostración.
1) Que el gobierno de Mancera subordinó sistemáticamente los intereses de las mayorías a los de sus minorías privilegiadas es sencillamente innegable. En su afán de “reorganizar” la vida y el tráfico de la ciudad, con Mancera se impusieron los intereses de unos cuantos miles de ciclistas y motociclistas sobre los de más de 5 millones de conductores; se beneficiaron abiertamente los miembros del movimiento lésbico-homosexual sobre las tendencias de millones de padres de familia y de ciudadanos heterosexuales. Si eso no es imponer intereses de minorías, entonces yo ya no sé qué pueda ser.
2) Ni sobre ampliaciones del metrobús ni sobre reglamentos de tránsito ni sobre medidas de contingencia ambiental ni sobre la reducción irracional de calles en colonias populosas de la ciudad de México para crear carriles para ciclistas y patinadores se hizo la más mínima consulta a los vecinos y más en general a los habitantes de la ciudad. Es una infamia que haya un carril para circular en auto y a un costado otro para las bicicletas cuando por la calle pasan 10,000 carros al día y por el otro pasan 20 bicicletas cuando mucho. Algo más contrario a la razón será difícil encontrar. En otras palabras, Mancera es el gran especialista en manejar una metrópoli como la ciudad de México sin el consentimiento de sus habitantes al tiempo que les  trastorna brutalmente su vida cotidiana.
3) En silencio pero sin titubeos nos subieron los costos de multitud de trámites, pagos en la Tesorería, expedición de documentos, alzas en los prediales, verificación vehicular, catastro, agua, etc. Todo eso representa un grave atentado al nivel económico de por sí ya bajo de multitud de familias de la Ciudad de México. ¿Quién se atrevería a denominar esas prácticas como ‘democráticas’?
4) Con su eternamente repudiado y odiado reglamento vehicular para la Ciudad de México, un instrumento esencial en su política descaradamente recaudatoria, el gobierno de Mancera extrajo de los bolsillos del ciudadano (y se jacta de ello, por si fuera poco) cientos de millones de pesos a través de una auténtica cacería citadina de conductores que se ven acosados 24 horas al día en sus trayectos a sus trabajos, en los altos, al estacionarse, al dar la vuelta, etc. En lugar de concebir la ley para proteger al ciudadano, con el gobierno de Mancera (siempre en el lenguaje de las “políticas públicas” y babosadas por el estilo) se pervirtió el espíritu de la ley y se ha estado haciendo un uso perverso de la misma convirtiéndola en un instrumento para la persecución del ciudadano. A los conductores de autos se les convirtió en delincuentes potenciales todos los días!
5) Imposible no resentir y repudiar la actitud abiertamente condescendiente y desdeñosa que adoptan diversos miembros del gabinete de Mancera cuando tienen que dar alguna explicación al público. Nunca falta alguna de las brillantes sub-secretarias del gobierno de la Ciudad de México que, como si fuéramos retrasados mentales, nos explica con lujo de detalles que tenemos en la Ciudad de México graves problemas de contaminación, de movilidad, de seguridad, etc. Lo que no se nos dice es que muchas de las medidas que se toman no son más que el resultado de una fácil  pero torpe importación de decisiones tomadas en otros países, en donde obviamente se vive (se respira, se transita, se gana, se come, etc.) en circunstancias muy diferentes. Si en Inglaterra (por dar un ejemplo) se determinó que la velocidad ideal para no tener accidentes es de 35 kms por hora, ese es un resultado para un país con las brumas, las lluvias, el pavimento, los autos, los conductores, etc., de Inglaterra, pero no para México. Sin embargo, los colonizados culturales, como no saben hacer sus propios estudios, lo único que hacen es efectuar una simple adopción de resultados (aparte de sentirse muy sabios o sabias). Eso es una prueba palpable de tercermundismo. El resultado neto de esas geniales políticas es que la ciudad de México fue convertida en un estacionamiento permanente, que va a ser muy difícil volver a echar a andar y que nos mantiene semanas de nuestras vidas en el auto. Pero eso sí: se parlotea todo el tiempo acerca del “transporte colectivo” apropiado, el cual dicho sea de paso nunca llega y del que hoy todos los usuarios se quejan amargamente.
6) Hace casi exactamente un año se dio la noticia en la Ciudad de México de que un joven estudiante de nombre ‘Emiliano Morales Hernández’ había sido asesinado. La razón que se aducía para explicar su muerte era que el susodicho se había atrevido a criticar en público, durante un evento oficial y delante de él, al gobernador de la ciudad, acusándolo de “fascista”. Posteriormente, hay que decirlo, la noticia fue desmentida y es probable que en efecto el estudiante en cuestión no haya sido ejecutado, pero lo que sí se sabe es que precisamente a raíz de su al parecer insolente participación, el estudiante en cuestión fue amedrentado a través de multitud de mensajes telefónicos y de correos electrónicos. Lo que esto pone de manifiesto es que el Sr. Mancera no es particularmente afecto a la crítica y un gobernante que cierra los conductos de la crítica ciudadana, que no es capaz de enfrentarla y que se esconde tras la represión desde el anonimato, es todo lo que se quiera menos un “demócrata”.

La verdad es que el gobierno de Mancera ha sido fatal para la capital de la República, una ciudad a la que por motivaciones políticas en el peor sentido de la palabra hasta el nombre le cambió. Pero lo que es importante entender es lo que está detrás de decisiones así, decisiones naturalmente nunca consultadas o consultadas sólo con sus allegados, en petit comité. Nada más el costo del cambio de papelería en toda la documentación oficial significó millones y millones de pesos del erario público, fondos que hubiera sido mejor utilizar (por consideraciones de “políticas públicas”) en infraestructura para evitar las terribles inundaciones que afectan a cientos de familias. Las inundaciones en cuestión, dicho sea de paso, no son como las que uno ve en Alemania o en Bélgica: son inundaciones no de ríos potables (que no tenemos), sino de ríos de aguas negras, por lo cual mucho del patrimonio familiar inevitablemente se pierde. Pero el cambio de nombre (injustificado, en mi opinión, puesto que el gobierno federal sigue teniendo su sede en esta ciudad, lo cual la hace especial, y entonces ¿por qué modificar el nombre que la distinguía? Si ahora la Ciudad de México es un “estado” más, ¿por qué sigue siendo la capital de la República y si es la capital por qué ya no es el Distrito Federal?) era una presea que el señor gobernador del Distrito Federal tenía que auto-regalarse. Lo mismo con la famosa “constitución” de la ciudad de México, sobre la cual en otro momento me pronuncié, por lo que no regresaré sobre el tema. Lamentable documento! Desde luego que el gobernador Mancera se puede presentar como candidato de la “izquierda” pero, como argumenté en otro lugar también, dado que la categoría “izquierda” es ya prácticamente inservible, resulta que a quien realmente él representa es a sí mismo.

El proyecto político del Lic. Mancera Espinosa es algo que tenemos ante los ojos. En un par de meses estará iniciando su campaña para darse a conocer a lo largo y ancho del país. Es claro que como candidato del PRD o como candidato independiente, Mancera se va a lanzar cueste lo que cueste a la carrera por la presidencia de la República. El problema es que hasta él mismo sabe que no va a ganar y, no obstante, se lanza. ¿Por qué? Porque su función política es pura y llanamente quitarle votos a Andrés Manuel López Obrador. Esa es la misión política que le fue asignada a Mancera. Por eso nadie se mete con él, no le exigen ninguna rendición de cuentas, él puede hacer y deshacer en su feudo, que es la Ciudad de México, siempre y cuando cumpla con el pacto. Pero lo que queda claro es que hasta el último momento de su mandato, Mancera se habrá ensañado con los capitalinos. Ya recibimos su último presente: las nuevas reglas para tirar la basura. Sobre esto hay que decir al menos unas cuantas palabras, porque da la impresión de ser big business!

Se supone que a partir del 8 de julio los ciudadanos de la capital del país tendremos que dividir la basura en al menos 3 clases de bolsas (la cuarta ni la considero, por lo absurdo que es. No tengo ni la menor idea de cómo alguien que quiera deshacerse de una computadora vieja o de una bicicleta mohosa podría meter dichos artefactos en bolsas para debidamente entregárselas a los caballeros que recogen la basura. De risa!). ¿Por qué esta decisión? La respuesta, en concordancia con los lineamientos del régimen, tiene que venir en términos de lo que se hace en otros países. Se me ocurre Dinamarca, por mencionar alguno. Por lo pronto, nos ponen a hacer una clasificación de basura que va más allá de lo que estaríamos en principio obligados a hacer dado el sistema de recolección de basura que tenemos. Si ni siquiera dividiendo la basura en orgánica e inorgánica la división ha sido particularmente exitosa, entre otras razones porque (como todos sabemos) los ciudadanos se toman la molestia de dividir la basura en bolsas separadas y lo primero que hacen los recolectores de basura es mezclar todo de nuevo. Si eso es porque son idiotas o porque así se les ordena que lo hagan es algo que una persona común y corriente no puede saber. Por lo tanto, tenemos que hacer asunciones y yo asumo que no es por casualidad ni porque sean tontos que los recolectores de basura hacen lo que hacen. Lo hacen porque hay gente empleada para realizar la faena de separar posteriormente los residuos. Pero entonces en las condiciones mexicanas, tal como las conocemos: ¿cuál es el sentido de una medida como la que se ha venido anunciando? La panorámica incluye lo siguiente: en primer lugar, deben tener ya preparado un fabuloso sistema de extracción de dinero (perdón, quise decir ‘de multas’) para quienes no acaten la nueva reglamentación ecológica; sin duda alguna, se pretende hacerle más fácil el trabajo a las compañías particulares involucradas en la recolección y el procesamiento de la basura. Casi podemos adivinar lo que piensan: que lo hagan los ciudadanos, que son quienes la generan! Así deben pensar los cretinos que quieren a toda costa quebrarle la columna vertebral de la voluntad al ciudadano del antiguo (y añorado) Distrito Federal. Como si se pudiera comprar carne o verduras o cuadernos o lo que sea y no llevarse el producto en algún envoltorio! Pero eso no significa que seamos nosotros quienes “generamos” la basura. Por otra parte, si se pone a la población a hacer un trabajo que no le corresponde, se ahorran fondos, salarios, prestaciones, etc., en otros contextos. Esto se llama ‘esclavización de la ciudadanía’, puesto que alguien se beneficiará con el trabajo no remunerado de otros. Con todo respeto, Gobernador Mancera et aliaestoy en contra, como lo estará todo ciudadano  víctima en esta ciudad. Lo que usted nos quiere imponer es una arbitrariedad y sinceramente no creo que vaya a funcionar. De lo que sí podemos estar seguros es de que la basura va a florecer, pero en la vía pública. Proliferarán las ratas, las enfermedades infecciosas, etc., y todo por un caprichito de unas cuantas mentes ensoberbecidas que creen que pueden “meternos en cintura” a como dé lugar, aunque sea para ponernos al servicio de la irracionalidad.

En resumen: ¿deja el gobierno de la ciudad de México alguien que nos tiranizó durante varios años? Sí! ¿Fue el gobierno de M. A. Mancera un gobierno democrático? NO! ¿Podemos tener esperanzas de que nuevas políticas orienten al nuevo gobierno? Tengo serias dudas al respecto. Las cosas deben estar muy bien amarradas, de modo que lo más probable es que seguirá cayendo sobre nosotros la maldición de un gobernante de sonrisa fácil, pero cargado de propósitos políticos que no podemos denominar de otro modo que como ‘declaradamente anti-democráticos’.

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