Difícilmente, me parece, podríamos encontrar una palabra más apropiada para calificar el actual panorama mundial que ‘escalofriante’. Dejando de lado a ciertos estratos ultra-privilegiados de personas que están blindadas frente a cualquier crisis imaginable (puesto que son ellos quienes las generan y de las que se benefician) y concentrándonos en las “poblaciones normales”, de seguro que hay algunas regiones en el planeta en donde se vive tranquilamente y en donde la gente tiene la oportunidad de actualizar sus potencialidades, de aplicar sus habilidades, de disfrutar plácidamente su vida familiar y en general de desarrollarse de manera sana y productiva. Paraísos así, creo, los contamos con los dedos de la mano. Quizá en lugares como Finlandia, Islandia, Suiza o Alaska se pueda vivir sin padecer, en forma directa al menos, los efectos de las guerras, las oleadas de inmigrantes, las burbujas especulativas, el paro forzado, la criminalidad rampante y demás. A nosotros, desde luego, nos llena de gusto, aunque se trate de unos cuantos oasis humanos, que haya personas que puedan cumplir exitosamente con los objetivos de la vida. Debo no obstante confesar que, antes que con los privilegiados, mi vinculación sentimental es con el grueso de la población mundial, es decir, con ese inmenso sector de la humanidad para el cual cada día es un nuevo reto, una nueva aventura y cuyo desenlace inevitablemente escapa a su control. Por ejemplo, la gente no puede saber si el día de mañana se producirá una tremenda devaluación o una crisis en la Bolsa de modo que súbitamente todos sus ahorros se podrían ver reducidos a corcholatas y si tendrá entonces algo para llevarse a la boca o algo que llevar a su casa. Dejando de lado a los felices, para el resto de la humanidad el paisaje vital cotidiano, en un espectro muy matizado de situaciones obviamente, dista mucho de ser halagüeño. Piénsese tan sólo en esa zona del mundo sobre la cual parece haber caído una maldición infernal, a saber, el Medio Oriente. ¿Qué es lo que allí tiene lugar día con día? Tomemos como ejemplo a Irak, un país devastado por una guerra completamente injustificada, puesto que el pretexto de la invasión norteamericana era la existencia de armas de destrucción masiva, armas que no existieron más que en las enfermas mentes de los diseñadores de la invasión. Y está Siria, un país que, si los controladores del mundo no hubieran sido tan fanáticos y sus envidias y odios tan bestiales, con un poquito de tiempo habríamos podido incluirla en lista de países privilegiados como los mencionados más arriba. El problema es que eso precisamente era lo que no se podía permitir. Nada más entre Irak y Siria, más de un millón de personas han sido brutalmente arrancadas de su hábitat y obligadas a errar de un lugar a otro, buscando desesperadamente un sitio en donde poder vivir y trabajar, permanentemente estigmatizadas y hacinadas (cuando no mueren en sus travesías) en nuevos campos de concentración. Siria es otro ejemplo de hecatombe injustificada, un hermoso país bombardeado por la potencia más destructora de todos los tiempos, el ejército norteamericano, la maquinaria militar más grande del mundo al servicio ciego de fuerzas oscuras y a final de cuentas manipulada por éstas como ellas quieren. Yo estoy seguro de que si le preguntamos a cualquier ciudadano normal de cualquier país del mundo por qué los norteamericanos bombardean Siria no sabrían qué decir. Y es que no hay ninguna razón objetiva, más allá de las “razones” que emanan de intereses sectarios particulares. Dado que no se ha dado ninguna declaración de guerra entre Siria y los Estados Unidos, no puede haber objetivos militares que destruir. Los bombardeos, por lo tanto, son bombardeos sobre todo de infraestructura y de seres humanos, es decir, están pensados para arrasar con las ciudades sirias y para aniquilar a su población civil. El ejército norteamericano tiene, desde luego, objetivos “militares”, pero no son los que la gente cándidamente podría imaginar. Lo que los soldados norteamericanos hacen en el Medio Oriente es proteger al máximo en su ya inevitable retirada y disolución al Estado Islámico y a todos los grupos de mercenarios y terroristas que ellos mismos organizaron, entrenaron, pagaron y han venido apoyando desde hace años. Dado que los militares norteamericanos están ya muy fogueados en el arte de invadir, torturar y aterrorizar gente (¿habrá algo más siniestro que las cárceles clandestinas norteamericanas?), el espantoso cuadro que presenta hoy una Siria gratuitamente destruida es para ellos más bien causa de regocijo. Pero a la pregunta de por qué hacen eso no se encontrará una respuesta razonable, clara y directa. Sí la hay, pero es inverosímil, tenebrosa y enredada. Sin embargo, no es mi objetivo ofrecer aquí explicaciones, sino simplemente confirmar que la horrorosa situación en la que fue sumergida Siria es la misma que, desde la invasión de 2003, vemos en Irak, en Libia, en Afganistán y en otros países hacia los cuales poco a poco se recorre. El espectro de la guerra y sus eternos acompañantes, la destrucción y la muerte, recorre el grueso del Medio Oriente y va más allá.
Sería, por otra parte, un error de primaria pensar que el horrendo cuadro que presenta el Medio Oriente es privativo de éste. Nada más alejado de la realidad que una idea así. Si nos trasladamos a la África negra de lo que somos testigos es de un desastre humano total y quizá peor: hambruna, desnutrición, enfermedades importadas deliberadamente (SIDA), matanzas atroces, guerras interminables, desertificación acelerada, miseria en todo su esplendor y todo ello para garantizarle a los civilizados países occidentales y a sus castas privilegiadas el acceso a su riqueza (diamantes, petróleo, carbón, marfil, etc.), a su mano de obra regalada, a su agua, etc. En ese continente, por lo menos desde que los civilizados y muy cristianos europeos inventaron el comercio de esclavos, por ahí del siglo XVI, no han dejado de sufrir por igual niños, mujeres y hombres por, una vez más (inter alia), guerras interminables como las de Nigeria, el Congo, Somalia, Sudán, etc., todas ellas debidamente orquestadas, monitoreadas y aprovechadas por las potencias democráticas occidentales.
En Europa Oriental también se están calentando las cosas de una manera altamente peligrosa y que apunta a una situación de potencial desastre humano completo. Uno de los dos gobiernos de los Estados Unidos, el no oficial (congreso y cámara de representantes), parece estar empeñado en llegar a una confrontación con Rusia restringida, suponen ellos, a las fronteras de esta última. Yo creo que eso es una ilusión absurda: por lo menos en mi modesta opinión, ningún choque militar con Rusia podría no tener terribles repercusiones en el territorio norteamericano. Si ello es así, entonces toda esa política consistente en cercar a Rusia con misiles Patriots a lo largo de su frontera con los países de Europa Oriental y Bálticos es una locura que simplemente no puede dar el resultado que quieren. Uno de los objetivos, obviamente, es mantener tranquila a Rusia debidamente amenazada mientras la aviación norteamericana destruye Irán. Hasta un niño entiende que esa política es fatua y no va dar resultado. Lo que en cambio sí es susceptible de generar es un cataclismo de magnitudes planetarias. Sin embargo y por increíble que suene, este panorama digno de las más ridículas películas de Hollywood, se aproxima a nosotros a pasos agigantados.
Alguien podría objetar: “Está América Latina! Ésta ciertamente no es África. No todo está perdido!” Pero ¿quién podría negar que América Latina ofrece un aspecto deplorable y en el fondo, dadas las perspectivas, sin esperanzas? En México el aplastamiento de la población, la contra-revolución, se impuso con fuerza y en todos los planos hace más o menos tres décadas, pero en el resto del continente es un fenómeno más reciente. Con la nunca suficientemente explicada muerte del comandante Hugo Chávez (sólo con su muerte pudieron detenerlo), el proyecto progresista y unificatorio (perdóneseme el barbarismo. Yo sé que la Real Academia no reconoce este término, pero yo encuentro que responde a mis intuiciones lingüísticas, que resulta sumamente útil, que todo mundo entiende lo que quiero decir con él y que no se multa a nadie por emplearlo. Por lo tanto, me permito usarlo) de Latinoamérica y liderado por gente como Néstor Kirschner, Lulla da Silva, Pepe Mojica, Rafael Correa y otros dirigentes igualmente comprometidos con sus respectivos pueblos (obviamente y para vergüenza de todos nosotros, hay que excluir de dicho grupo al abominable Vicente Fox y a sus secuelas) quedó desarticulado. En Colombia la paz no acaba de llegar, en Argentina como nunca en la historia reciente se puso de rodillas económicamente a la población (entre muchos otros “logros” del macrismo); Venezuela está sometida a una guerra de baja intensidad financiada y organizada desde el extranjero, en Brasil se dio lo que técnicamente fue un golpe de Estado con la destitución de Vilma Russet con lo cual se desataron los conflictos sociales de un modo inusitado. América Latina claramente se mueve en la dirección de la entrega de la riqueza nacional a unas cuantas manos, de la pauperización constante de su población, de su embrutecimiento sistemático, de la destrucción de sus tradiciones culturales, alimenticias, etc., de sus diversos pueblos, de su colosal e impagable endeudamiento y así indefinidamente. América Latina, por lo tanto, ocupa un lugar muy distinguido en el mapamundi de los desastres políticos e históricos que culminan de una u otra manera en la confrontación social, por no hablar crudamente de guerras intestinas. Después de todo, no es factible esclavizar a los pueblos indefinidamente.
Queda claro entonces que no se requiere efectuar un análisis particularmente profundo y pormenorizado para apreciar el carácter tétrico de la situación global en la casi totalidad del globo terráqueo, pero si este espectáculo nos preocupa y enardece cuando hablamos de países distantes, cuando pasamos al capítulo “México” lo que nos invade es un sentimiento de desesperación. ¿Estaré equivocado?
Que nuestro país entró en un proceso acelerado de decadencia es algo que de inmediato percibimos tan pronto examinamos su posición frente al mundo. Es obvio que México se transformó y pasó de ser un país líder que, por razones elementales de auto-protección, promovía en todos los foros la auto-determinación y la no intervención, un país receptor de grupos humanos perseguidos, a ser un país lacayuno, defendiendo siempre las peores causas o manteniendo, como en el caso de la población a la vez heroica y mártir de Palestina, el más ignominioso y despreciable de los silencios, dejándose manipular de manera cada vez más descarada por otros gobiernos, en especial naturalmente (mas no únicamente) por el gobierno norteamericano. Con el inexperto pero ambiciosísimo Videgaray a la cabeza, la política exterior de México se convirtió en simplemente un instrumento para el juego político interno! O sea, aquí se toman decisiones de política exterior en función de lo que éstas puedan redituar o significar para el circo político del año entrante (la elección presidencial), es decir, por razones externas a la diplomacia misma y al rol de México en el escenario mundial. Haciendo gala de una torpeza y de una miopía políticas extraordinarias, los dizque representantes de México frente al mundo no sólo no defienden el desarrollo político propio, libre, autónomo, sino tampoco el de países hermanos como Venezuela. Al contrario: de manera zafia pretenden intervenir en procesos en relación con los cuales (en caso de que todavía no lo sepan) sus esfuerzos son de entrada fallidos (les guste o no, este domingo se llevarán a cabo en toda Venezuela, con el apoyo popular y militar desde luego, las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente). Los irresponsables de la política exterior mexicana parecen incapaces de entender que están sentando peligrosos precedentes y que el día de mañana nos aplicarán a nosotros las mismas presiones y las mismas políticas que ahora con México por delante (junto con otros gobiernos latinoamericanos corrompidos) pretenden incautamente aplicarle a un país independiente. México no tiene el menor derecho de inmiscuirse en conflictos sociales que sólo los directamente involucrados pueden dirimir y superar. Si los venezolanos no inciden en los problemas nacionales de México (que son muchos): ¿por qué la inversa no es válida?¿Acaso Venezuela promueve en nuestro país el descontento social por el caso de los jóvenes de Ayotzinapa, por los cientos de miles de desaparecidos, por los asesinatos en serie de periodistas y por múltiples otras hazañas como esas? Igualmente ridícula es la conducta pública de los funcionarios que de uno u otro modo tienen que ver con la renegociación del tratado de libre comercio. Desde hace 30 años el Ing. C. Cárdenas denunció aspectos desventajosos (y hasta anti-nacionales) que para México tenía dicho “tratado” e insistía en que éste tenía que re-negociarse, pero la cobardía de los gobernantes mexicanos es tan grande que nunca se atrevieron a protestar. El colmo: tuvo que hacer su aparición un presidente norteamericano para que se pudiera modificar el tratado en cuestión. Los Estados Unidos, desde luego, entran en la negociación teniendo objetivos muy claros y tratando de sacar el mayor provecho posible (lo cual, obviamente, son malas noticias para el México debilucho de nuestros días), en tanto que en marcado contraste con ellos los funcionarios mexicanos hablan todos con tonos y poses de sumisión, lo cual es un mal augurio para el país. Sin duda que desde un punto de vista técnico sería factible renegociar el tratado de modo que México saliera beneficiado sólo que el problema no está en los tecnicismos, sino en el entreguismo político, el cual se ha convertido en una especie de segunda naturaleza de los políticos mexicanos en el poder. Fox, Calderón y Peña son los mejores ejemplos de ello. Se suponía, por ejemplo, que Pemex era un lastre porque ya se había agotado el petróleo en México. Con la famosa reforma energética y la posibilidad de “marchandear” el petróleo nacional, como por arte de magia empezaron a aparecer unos tras otros nuevos yacimientos. Qué interesante, sólo que ahora habrá que compartir el petróleo mexicano con las trasnacionales especialistas en extraerlo. Dicho sea de paso, que nadie tenga dudas de que las subastas de la riqueza nacional (yo no las llamaría ‘licitaciones’) le dejarán buenos dividendos a más de uno. Pero regresando a la cuestión del debilitamiento de México frente al mundo: por lo menos desde que tildaron al Estado mexicano de “Estado fallido”, México quedó expuesto como un país sin autoridad moral, una entidad política que no representa ante nadie ya ni principios ni valores dignos de ser defendidos, que limita toda su actuación a congraciarse con el amo, el cual naturalmente lo ve con desprecio y se permite cualquier cosa en relación con él. Yo estoy convencido de que si México hubiera mantenido incólume su dignidad y la posición que había alcanzado en el concierto de las naciones, ningún presidente norteamericano se habría atrevido a proponer, y menos de la manera tan ofensiva como lo hizo D. Trump, la creación de un muro entre nuestros países ni se habría tratado a nuestros connacionales en los Estados Unidos con la saña y el desprecio con que se les ha venido tratando en los últimos tiempos (con Obama, uno de los más peligrosos presidentes norteamericanos, llegando a la cúspide en esto último). Los norteamericanos no paran de presumir a diestra y siniestra que no tienen amigos sino socios, pero la abyecta respuesta de los gobernantes mexicanos es que quieren ser amigos de quienes explícitamente los repelen. Lo único que podemos concluir es que lo que los políticos mexicanos han logrado es dejar a México frente al extranjero desprotegido en grado sumo.
El panorama de México ante el mundo es, pues, sin duda patético y decepcionante, pero si le echamos un vistazo a lo que está pasando al interior de nuestro país el sentimiento que nos gana es uno más bien de horror. ¿Por qué?
Para empezar, México ocupa el nada honorable lugar de país más violento del mundo. Por malas políticas internas (sociales, comerciales, pedagógicas, etc.), amplios sectores de la población literalmente fueron llevados a transitar por los senderos de la delincuencia, en toda su amplitud y extensión. La inmoralidad de los gobernantes contagió a la población y ahora no hay ámbito de vida en el que no prevalezca, de una u otra forma, la corrupción. Esto es muy importante: quiere decir que el ciudadano mexicano sencillamente no visualiza su vida, no entiende que ésta pueda fluir por los cauces de la legalidad. Para el ciudadano normal vivir así sería simplemente tonto. Lo que él no percibe, sin embargo, es que con esa actitud se trastoca el todo de la vida en el país y que él es el primero en salir perjudicado. Lo único que saben hacer las personas (una vez más, con las excepciones de siempre: las mujeres que ayudan a los indocumentados a su paso, los estudiantes esforzados que ganan concursos, etc.) es buscar su beneficio personal directo. Eso ha llevado a la desmoralización total de la sociedad. Aquí ya no hay escrúpulos, reticencias, auto-limitaciones. El poder y las instituciones son usados de manera descarada para la obtención de beneficios personales y eso es visto con admiración y envidia por los demás. Esta realidad tiene al país a las puertas del desastre total irreversible y cuyos efectos con fuerza se dejan sentir. Considérese tan sólo el tema de la “delincuencia organizada”, abarque esto lo que abarque. Todos los días hay enfrentamientos entre las “fuerzas del orden” y grupos de delincuentes armados. Todos los días hay muertos de ambos bandos. Así presentado el asunto parecería que las instituciones están funcionando para defender a la población en contra de criminales, etc., etc. De hecho, se podría elaborar un mapa coloreado del país en el que pudiéramos ver qué zonas son las más afectadas, las más peligrosas, etc. Pero imaginemos por un momento que en todos esos focos rojos en lugar de delincuentes armados lo que hubiera en el país fueran auto-defensas, guerrilleros, luchadores sociales. ¿Qué tendríamos que inferir? Que la mitad del país está en guerra civil. ¿Por qué eso no ha pasado? Básicamente, por el bajísimo nivel educativo del pueblo mexicano. La baja educación acarrea consigo la despolitización. Estos niveles bajísimos de educación y de politización son lo que ha permitido la putrefacción del sindicalismo, el triunfo abierto del bandolerismo institucional, etc., junto con la parálisis política de un pueblo al que poco a poco le fueron bajando su nivel de vida hasta llevarlo a los límites de la desnutrición (acompañada, naturalmente, de obesidad, diabetes y multitud de otros padecimientos metabólicos, físicos, etc.). La inconformidad, sin embargo, se tiene que manifestar y se manifiesta espontáneamente por la vía del delito. Contra éste se puede lanzar a las policías y al ejército, pero ¿se podría hacer lo mismo si es la población civil la que se insubordina? Y ¿estamos acaso muy lejos de que algo así se produzca?
En síntesis: lo que vemos, lo que palpamos en el mundo es lo que yo llamaría la ‘voluntad de la guerra’. Parecería que en todos los contextos y en todos los niveles hay gente decidida a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de mantener sus privilegios y de evitar cualquier reforma genuina, cualquier re-distribución de la riqueza. Los Estados Unidos no quieren por ningún motivo dejar de ser la hiper-potencia, algo que tarde o temprano tendrá que suceder. Muchos dirigentes europeos, irresponsablemente poniendo en peligro a sus propias poblaciones, aceptan entrar en un juego que obviamente no les conviene de provocación a la otra super-potencia. Eso no puede dar buenos resultados. Lo mismo pasa con China: hay que detenerla porque en 10 años eso será ya imposible. Y, a nivel local, vemos que la política no sirve más que como profesión para mantenerse en un cierto nivel de vida y no como una labor de trabajo para las grandes masas. Todo esto es como un embudo: conduce a la confrontación, al choque, a la represión y a la guerra. Y dada nuestra inevitablemente visión parcial de lo que sucede en el mundo, la verdad es que no sabríamos decir si lo que se está viviendo y sobre todo lo que inconteniblemente se aproxima es el resultado de una jugarreta diabólica o de un castigo divino.