No cabe la menor duda de que México es, en más de un sentido, un país peligroso. Iniciemos entonces nuestra veloz disquisición preguntando: ¿en qué sentido es acertado afirmar que México es un país peligroso? Bueno, está en primer término el sentido evidente de peligro físico al que están sometidos cotidianamente millones de compatriotas. Todos los días nos enteramos y somos de una u otra forma testigos de asaltos, atracos, asesinatos, robos, secuestros y demás. Sumamente indignantes, por ejemplo, son las escenas de asalto en los autobuses a gente modesta que se desplaza temprano para ir al trabajo y a quienes no sólo les arrebatan sus teléfonos celulares, les quitan el poco dinero que llevan y que estaba destinado para comer fuera de la casa, para comprar útiles escolares a los hijos, etc., sino que además son insultados, golpeados y humillados por gentuza de lo más repugnante que pueda uno imaginar y que en algún sentido se conducen como seres que están entre los límites de lo humano y lo no humano. Así, pues, que México es peligroso en este sentido sería absurdo negarlo. Por otra parte, es obvio que también política y económicamente México está en una situación de peligro permanente: nuestra incipiente democracia es sistemáticamente atacada, boicoteada, bloqueada por fuerzas retrógradas y en el fondo anti-populares y anti-nacionales. Asimismo, nuestra estabilidad económica pende todo el tiempo de un hilo. Con un simple twitter del presidente de los Estados Unidos la moneda mexicana se derrumba y se devalúa un 20 % en un par de horas. Así, pues, esos sentidos de ‘ser peligroso’ o de ‘estar en peligro’ son reales, pero no son en los que yo quisiera concentrarme. Yo más bien querría ocuparme de una clase muy especial de males que ciertamente afectan al país y que aunque tienen consecuencias factuales sería más conveniente quizá denominarlos ‘peligros conceptuales’. Permítaseme para ello, sin embargo, hacer primero un par de aclaraciones.
No voy a entrar en detalles técnicos en primer lugar porque no es necesario hacerlo y, en segundo lugar, porque no deseo aquí y ahora discutir filosofía. No se sigue, sin embargo, que no sea indispensable hacer un mínimo de aclaraciones que, si se quiere, se les puede calificar como ‘filosóficas’. Así, es un hecho que a menudo hablamos de conceptos pero también muy a menudo la gente no sabría explicar lo que dicha palabra quiere decir. Y eso es comprensible, porque preguntar ‘¿qué es un concepto?’ es, por razones en las que no entraré, tomarle el pelo a la gente. De lo que deberíamos hablar sería más bien de adquisición de conceptos. Una pregunta pertinente es entonces: ¿cuándo decimos de alguien que ya interiorizó, que ya adquirió, que ya hizo suyo un determinado concepto x? La respuesta es simple: cuando la persona en cuestión usa la palabra ‘x’ de manera correcta y reacciona frente a su emisión por parte de otros en la forma apropiada. Por ejemplo, decimos de un niño que ya maneja el concepto de perro si cuando se le pregunta qué es un perro él señala al perro de la casa o si le preguntan cuál es el perro y él distingue entre el perro y el gato y así indefinidamente. De igual modo, alguien tiene el concepto de azul cuando trae el objeto azul que le piden y no el verde o el rojo, cuando apunta al cielo si le piden que indique algo azul, etc. Podemos deducir de lo anterior que tener un concepto es una habilidad tanto lingüística como extra-lingüística; tiene que ver tanto con el lenguaje como con la acción. Estoy seguro de que el lector ya habrá inferido que si alguien tiene problemas conceptuales su acción será ineficiente, errática, etc., y que su pensamiento será, por así decirlo, chueco o ilógico. Veamos ahora a dónde nos conducen estas observaciones.
Yo no me atrevería a decir que las confusiones conceptuales que agobian a los mexicanos se deben a alguna deformación de nuestra facultad del lenguaje, por lo que me limito a partir del hecho innegable de que hay entre nosotros mucha gente proclive a cometer errores en los usos de las palabras y, por lo tanto, a generar (y padecer) lo que no podemos identificar de otra manera que como “confusiones conceptuales”. En México, en efecto, se establecen asociaciones lingüísticas que son francamente torpes, declaradamente erróneas y que, por consiguiente, sistemáticamente se promueven líneas de acción incongruentes. Hay, además, algunos conceptos en especial que se prestan a este juego turbio de aplicaciones lodosas de palabras que lo único que logran es generar titubeo e inacción.
Nadie consciente (pienso) se atrevería a negar que el concepto de derechos humanos es un concepto de estos que se prestan a la más descarada de las manipulaciones. En su nombre, huelga decirlo, se cometen toda clase de acciones injustas, torpes y contraproducentes. Ilustremos esto. Yo diría, por ejemplo, que un criminal es una figura esencialmente pública. A mi modo de ver, por lo tanto, es importante que a la gente se le conceda la posibilidad de identificar al delincuente, por ejemplo para poder reconocerlo y contribuir así a que el proceso de impartición de justicia sea más completo. El problema es que para poder identificar a un delincuente se necesita conocer el nombre y por lo menos tener la oportunidad de verle el rostro. Pero ¿qué se hace en este país (y hasta donde sé sólo en este país)? Los demagogos de la nueva estirpe, los engatusadores del pueblo, los grandes “defensores” de los derechos humanos ya lograron hacerle entender a las autoridades que mostrar el rostro, digamos en televisión, de un criminal y dar su nombre en la prensa constituyen una tremenda violación de los derechos humanos del delincuente! Y ¿qué se hace entonces? En la televisión se le tapan los ojos al malhechor y en la prensa se pone su nombre con “N”. El resultado neto es que nos dan las noticias y nos quitan la mitad de la información. Así se procede en este país, porque aquí la idea de derecho humano quedó totalmente (por así decirlo) desfigurada y entonces de facto cuando se le emplea sirve para proteger no ya a las víctimas de los delitos como a sus perpetradores. En verdad, parecería que la noción de derechos humanos resultó demasiado complicada para la psique nacional. Así, el mal uso de una expresión genera un enredo conceptual y eso da lugar a una práctica periodística y policíaca abiertamente torpe y contraria a los intereses de la población, porque le recuerdo a los grandes (pseudo)apologistas de derechos humanos (de los delincuentes) que al actuar como lo hacen violan el derecho que la población tiene de acceso a la información.
Otro caso patético de confusión conceptual que afecta de manera muy lacerante a la población es el de los delincuentes que son menores de edad. En este caso se mezclan de manera vaga ideas de diversa índole con consideraciones jurídicas con lo cual se adaptan las leyes a los casos particulares. Por ejemplo, en México se imponen castigos diferentes para uno y el mismo delito, lo cual se puede hacer sólo sobre la base de aplicaciones absurdas de conceptos. Así, si violan y matan a una mujer de, digamos, 25 años: ¿qué diferencia hay para la víctima y para sus familiares el que quien (o quienes) cometió o (cometieron) el agravio tenga(n) más de 18 o menos de 18 años?¿Cómo consuela a los padres el hecho de que quienes atentaron en contra de su hija eran jóvenes de, digamos, 16 años? ¿Los tranquilizaría y les reduciría su dolor enterarse de ello? En otras palabras, se juzga una acción en función de la edad de quien la cometió. A mí eso me parece intelectualmente inaceptable. A los delincuentes menores de edad en nombre de los derechos humanos se les aplica otra ley, esto es, una ley ad hoc que no es la prevista para la clase de delitos como el mencionado. De manera que un asesino convicto de 16 años de hecho no es tratado como lo que es, i.e., como un asesino, y es hasta función del ministerio público velar por sus derechos ya que se trata de un “menor”! Yo pregunto: ¿es esto un punto de vista coherente? En este caso, una idea ridícula de lo que es impartir justicia y una noción demencial de derechos humanos conducen a una práctica judicial que afecta directa y negativamente a quienes son víctimas del bandolerismo en cualquiera de sus modalidades. Desde mi perspectiva, las leyes no están hechas a la medida de las personas sino que se supone que por medio de ellas se tipifican acciones y son éstas las que se evalúan para imponer sentencias. Si al momento de tipificar la acción la edad no aparece, ¿por qué entonces habría de ser posteriormente un factor a considerar? El delincuente violador en su acción es adulto, pero en su condena es “menor de edad”, es un “niño”. Aquí, yo sostengo, estamos en presencia de una contradicción la cual no tiene otro origen que el de incomprensiones de la lógica de diversos conceptos.
El concepto de derechos humanos es, como ya lo insinué, una fuente inagotable de confusiones conceptuales y, por ende, de prácticas insanas y anti-sociales. Que quienes se auto-proclaman defensores de derechos humanos no tienen claridad al respecto y que cometen un error de pensamiento casi infantil es algo no muy difícil de hacer ver: toda su hazaña consiste en usar el concepto de derecho humano de exactamente el mismo modo como se usa el concepto de derecho positivo. No voy a volver a dar cuenta de las diferencias entre uno y otro y por qué es un error fundirlos, pero para contribuir al esclarecimiento del tema no estaría mal que estos grandes luchadores sociales nos dieran una lista concreta de derechos humanos. Se vería entonces que lo que dan o son derechos ya reconocidos en la constitución o en los diversos códigos o no son derechos en lo absoluto sino en todo caso algo así como presuposiciones del derecho y obviamente no son lo mismo. Los derechos, por ejemplo, son el resultado de convenciones, las presuposiciones no. El concepto de derechos humanos fue introducido en conexión con el de violación de derechos, no con la idea de derechos especiales. La gente piensa que porque se habla de violaciones de derechos humanos entonces tiene que haber derechos humanos y ahí está el error. De manera que una confusión concerniente al concepto de derechos engendra un sinfín de problemas que tienen repercusiones prácticas muy serias.
Desafortunadamente, la noción de derechos humanos no es la única fuente de los peligros conceptuales que nos afectan a diario. Considérese el control del tráfico en la Ciudad de México. Yo creo que no hay una expresión más apropiada para referirse a él que “Es de locos!”. Desde que quien como nadie le sacó provecho a la Ciudad de México, o sea, el antiguo Jefe de Gobierno de la ciudad, Miguel Ángel Mancera (sin cumplir, por si fuera poco, con ninguno de los grandes programas de gobierno con los que estaba comprometido, lo cual fue una puñalada a los habitantes de la capital) impusiera su tristemente célebre “Reglamento de Tránsito”, el tráfico vehicular de la ciudad simplemente se desquició y va de mal en peor sólo que quienes lo siguen imponiendo no parecen darse cuenta de los graves problemas que causa. Aquí claramente se confundió la idea de “controlar el tráfico” para poder agilizarlo con “controlar el tráfico” para controlar a los conductores, y en época de Mancera para sacarles a estos últimos todo el dinero que fuera posible. Ante los problemas que causa el tráfico lento (tiempo excesivo en los autos, dolores de cabeza, horas de trabajo/hombre perdidos, exposición a asaltos, consumo innecesario de gasolina, etc.), mucha gente valientemente optó por recurrir a la bicicleta o a la motocicleta. Ello es muy laudable sólo que a los mandamases de la ciudad se les olvida que las calles, las calzadas, las avenidas, las vías rápidas y demás no se hicieron para quienes usan bicicletas: se hicieron ante todo para los autos particulares (que en México son ya casi 5 millones). Ello, sin embargo, no es arbitrario: vivimos en una sociedad organizada en función de la propiedad privada y por lo tanto el transporte privado es el que cubre la mayoría de las funciones de movilización personal. Por lo tanto, la reglamentación del tráfico vehicular debería girar en torno a él, para facilitarlo, no al revés. Desde luego que se puede y se debe imponerle limitaciones o restricciones de diversa índole al uso de los autos, pero lo que es absurdo es invertir los papeles y subordinar el gran transporte vehicular que es el de autos (y que es colectivo, aunque sea privado) al transporte individual de unos cuantos que se desplazan en bicicleta! El resultado ha sido convertir el desplazamiento de las grandes mayorías en un infierno, sobre todo a determinadas horas del día, algo que además termina por afectar a todos por igual. Una segunda consecuencia nefasta del más bestial de los reglamentos de tránsito de los que haya memoria es obviamente la contaminación ambiental. Ahora se tiene que reconocer que 5 días por semana los niveles de contaminación rebasan los límites de lo permitido y de lo recomendable, pero eso se debe sobre todo al mal control del tráfico vehicular. Pero ¿se extraen las consecuencias de dichos hechos? Ni por pienso! En lugar de agilizar el tránsito se hace todo lo que se puede para hacerlo más lento! Así, muchos automovilistas tenemos que usar constantemente los frenos, ceder el paso, por lo tanto contaminar más, etc. Yo he visto hileras de autos detenidos para que pase una persona, la cual por si fuera poco se toma su tiempo. Por favor, que nadie me vaya a achacar el grotesco punto de vista de que yo estoy entonces promoviendo que atropellen paseantes! Obviamente, no es eso lo que sostengo y no me voy a hundir en discusiones ridículas y que no tienen sentido. Hasta donde yo sé no hay transeúntes en el Periférico y de todos modos hay límites innecesarios a la velocidad. O sea, ni siquiera donde se puede circular más rápidamente nos dejan hacerlo y de paso nos castigan (con las mal llamadas ‘fotocívicas’). Para mí es obvio que tarde o temprano las circunstancias van a forzar cambios radicales en el Reglamento de Tránsito pero mientras tanto, como no quieren dar su brazo a torcer, gente incapaz de pensar en forma lógicamente correcta por ser víctima de conflictos conceptuales nos mantiene en la contradicción y en el embotellamiento permanente. Todo indica que aquí en México la parte es más valiosa que el todo y los resultados obviamente no se hacen esperar.
Ahora bien, la cúspide de lo que me gustaría llamar ‘maldad conceptual’ la alcanzamos la semana pasada cuando la actual Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, la Dra. Claudia Sheinbaum, hizo una declaración que nos dejó a todos no sólo desconcertados sino (¿por qué no reconocerlo?) fúricos. La cuestión tiene que ver con el super tema en boga, el tema a la moda, el tema intocable, a saber, la cuestión de la “equidad de género”. Dado que el concepto tiene todo menos bordes nítidos, qué signifique es algo que cada usuario decidirá como le venga en gana o como más le convenga. Por ejemplo, para la Dra. Sheinbaum es una consecuencia lógica de la idea de equidad de género que así como las niñas pueden en invierno ir de pantalones a la escuela (como si nuestro invierno fuera un invierno noruego o siberiano), así también los niños pueden (supongo que en el verano, aunque no tengamos un verano como en el Sahara o en el Congo) ir con vestido o falda si así lo desean!!! Esa declaración rebasa los límites de lo razonable o ¿se tiene acaso que argumentar para mostrar que no tiene nada que ver la idea de equidad de género con la idea de que los niños se vistan como niñas? Lo primero es aceptable, lo segundo es un aberración total, aquí y en Marte. Ya sabemos que en México todo lo que tiene que ver con el sexo está tergiversado de entrada: liberación sexual, igualdad sexual, género y sexo, etc., etc., y este es un caso típico más de confusión conceptual. El problema es que no es lo mismo que una persona insignificante esté confundida conceptualmente a que lo esté la Jefa de Gobierno, porque la acción de la primera sólo le concierne a ella en tanto que la acción de la segunda nos afectará a todos. ¿No es acaso una irresponsabilidad mayúscula hacer esa clase de declaraciones? Yo estoy convencido de que sí lo es, porque por enarbolar una bandera importada e impuesta a la fuerza, por pretender quedar bien con ciertos grupúsculos, la Jefa de Gobierno de facto insultó a millones de padres de familia que se sintieron ofendidos, al igual que muchos niños y jóvenes. Una cosa es proteger los derechos de minorías y otra es imponerle a las mayorías los deseos, las fantasías y las aspiraciones de dichas minorías. ¿Cómo surge el problema esta vez? Es evidente que, con todo el respeto que me merece, la Jefa de Gobierno tiene confusiones en relación con el concepto de equidad de género. ‘Equidad de género’ implica cosas como “mismo trabajo-mismo salario”, pero no que todos usen la misma clase de ropa interior o que su arreglo externo sea el mismo. O para que haya realmente “equidad de género”: ¿tenemos nosotros los hombres que maquillarnos?¿Vamos a suprimir la distinción “Baños de Hombres” y “Baños de Mujeres”? O sea ¿no es obvio que es incongruente hablar de equidad de género y hacer todo lo que se puede para que no haya distinciones entre géneros? Por lo pronto confirmo mi inquietud: en México pululan las confusiones conceptuales y éstas tienen consecuencias prácticas terribles. La mejor prueba de ello es que las estamos padeciendo!
El problema más importante a que da lugar el concepto de “equidad de género” es que por medio de él se tiende a suprimir la plataforma sobre la cual se apoyó, a saber, la libertad de expresión. La idea de que gente que no es heterosexual tiene los mismos derechos laborales y civiles que las personas de sexualidad estándar se convierte silenciosamente en la idea de que no se puede ni siquiera criticar determinadas prácticas sexuales y hasta que es impropio reivindicar con orgullo su propia situación de heterosexualidad. Pasa algo muy similar que con los defensores de la democracia: éstos se desgañitan peleando por la democracia, por los derechos de las minorías, por la actualización o materialización de derechos fundamentales como el derecho a la libre expresión, pero apenas son ellos quienes toman las riendas del poder entonces el discurso sobre las libertades baja de tono y con lo que nos encontramos es con el fanatismo, la intolerancia, la calumnia como estrategia y la supresión de la libertad de expresión. Y esto nos autoriza a extraer una última conclusión: además de sus múltiples consecuencias prácticas negativas, en numerosas ocasiones, si no es que en todas, las confusiones conceptuales vienen de la mano de rasgos mentales detestables como la cobardía y la hipocresía. Sobre esto sin duda habremos de regresar.
Complejo análisis de lo que estamos viviendo y de las confusiones conceptuales, que vivimos y sufrimos en este México de decepciones y de esperanzas.