Durante mis estudios de licenciatura, cuando era yo estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, tuve un amigo, fallecido hace unos 37 años pero del cual guardo su imborrable imagen de un joven brillante, risueño y muy ingenioso. Me acuerdo que tenía lo que desde entonces me parecía la mejor fórmula simple para, en unas cuantas palabras, describir México. Solía decir, cuando la cuestión lo ameritaba, que no había nada de qué extrañarse, puesto que “todos sabemos que México es el país en donde la razón no vale!”. Frases como esa he escuchado por montones, pero confieso que ninguna me convence tanto como esta. Cuántas veces, para mi desaliento, he tenido que constatar lo certero del pensamiento de aquel inolvidable gran estudiante y amigo que fue César Gálvez. Oportunidades para desconfirmar su dictum no han faltado, pero una y otra vez, como si se tratara de una maldición, tengo que volver a reconocer lo atinado de su pensamiento. Desafortunadamente, en efecto, se trata de una verdad cuyo feo rostro se nos aparece de calle en calle, de trámite en trámite, de proceso social en proceso social, de conflicto político en conflicto político. Conste que hablo aquí de nuestra idiosincrasia, no de fenómenos universales que tienen que ver con la razón humana en general, como la akrasia o la elección en contra de lo que es nuestro mejor juicio. Tengo en mente más bien fenómenos locales, expresiones culturales propias de lo que es México. Me interesa tratar de determinar cómo se aplica lo que mi amigo decía cuando examinamos transacciones sociales de la índole que sean o el modo como se “resuelven” muchos de los conflictos políticos que nos aquejan. Una forma nuestra de irracionalidad es, por ejemplo, la siguiente: los mandamases están convencidos de que pueden mentir descaradamente y, por ejemplo, anunciarnos que el asunto de la matanza de los jóvenes de Ayotzinapa es un caso cerrado, que fue exitosamente resuelto, aunque la población en su conjunto esté totalmente convencida de que eso es una vulgar mentira. El problema es que como la gente ya automáticamente se asume que los dirigentes políticos son unos mentirosos, entonces la gente también se siente justificada en mentir y se genera así una cultura en la que la gente elude pagar impuestos, hacer negocios a costa de las instituciones, no buscar más que su bienestar personal de corto plazo, no pensar en que los daños ecológicos que genera van a afectar a sus nietos sino es que también a sus hijos y hasta a ella misma, etc., etc. Así, pues, esos políticos por una parte se salen con la suya, pero por la otra ellos mismos se generan problemas que preferirían no tener. En México los casos de conducta incomprensible abundan. Para ilustrar: aquí cualquier economista le puede espetar en su cara a un indigente que el tema del hambre es un gran mito, puesto que las cifras de la macro-economía no mienten y que por lo tanto el país se está moviendo y está creciendo. Así son los noticieros en México: programas de mentiras secuenciadas que todo mundo sabe que son mentiras, pero que a pesar de ello todos siguen viendo. Así de absurdas pueden llegar a ser las situaciones por las que se nos hace pasar y con las que tenemos que convivir.
Cuando se discute la política impuesta por la presidencia del país nos volvemos a topar con situaciones de alarmante irracionalidad. Se toman decisiones que abiertamente atentan en contra del bienestar de las mayorías, se sabe que ello es así y se sigue adelante. Siempre hay, desde luego, apologistas fervientes, los ilustrados de este negro periodo histórico que nos tocó vivir, empeñados en justificar las políticas diseñadas desde las cúpulas de poder (sean cuales sean: esa es otra característica típica de nuestra inteligencja). De manera que, si de lo que hablamos es de lo que está pasando, no va a haber forma de mostrar que se está dirigiendo mal al país, que se están tomando multitud de decisiones por las que otras generaciones van a pagar y muy caro. Sin embargo, dado que en este país la razón no vale, a menos de que sea uno más corrupto que los más corruptos, algo difícil de lograr, no le queda al individuo otra cosa que ver y, como diría Voltaire, cultivar su jardín, es decir, ocuparse de sus asuntos personales.
No obstante, a sabiendas de que no hay crítica sana que no quede de inmediato refutada, voy a intentar aquí una estrategia diferente. No voy a referirme a las magníficas razones que se nos dan para justificar el hecho de que México sea un país cada día más endeudado y dependiente, un país cada vez más sometido y entregado a los salvadores (grandes inversionistas, banqueros, etc.), tanto nacionales como extranjeros. Propongo entonces que momentáneamente nos olvidemos de lo que pasa en nuestro país y que traigamos a la memoria algunos de los “logros” de la política de un país que pasó por una fase de locura social muy similar a la mexicana pero que, por una extraordinaria coyuntura política, salió en alguna medida de ella y hasta donde se pudo logró reconstituirse. Sostengo que es altamente probable que ese esquema será también (lo es ya en parte) el de México. Quiero, pues, decir unas cuantas palabras sobre uno de los presidentes más odiados de un entrañable país. Me refiero a Carlos Saúl Ménem, dos veces (!) presidente de Argentina.
No estará de más decir de entrada que lo que de Ménem me importa no son sus ridículas exhibiciones como futbolista o bailante de tango, sus andanzas con vedettes, las vicisitudes de su familia y en general el anecdotario personal, simplemente porque todo ello es irrelevante para nuestros propósitos, no porque no haya muchas cosas que comentar al respecto. Lo que quiero hacer es más bien ver a Ménem como actor político que puede a nosotros, los mexicanos, decirnos algo a través de su lamentable actuación como presidente; me interesa reconstruirlo no como persona sino como programador político de un país para, aunque sea de manera un tanto superficial, dejar en claro a dónde lo llevó y, por consiguiente, tratar de adivinar a dónde podemos llegar nosotros. ¿Cuál es, pues, el legado de Ménem?¿Qué le dejó Ménem al pueblo argentino? Preguntas así son importantes, porque habrá después que hacérnoslas en relación con nuestros propios “policy makers”.
A mí me parece que podemos afirmar que Ménem fue el gran vende patrias argentino. Era el “fan” absoluto de la privatización. Él desmanteló el Estado argentino como nadie. Durante su primer periodo sobre todo se remataron las grandes y emblemáticas empresas nacionales argentinas. Se fueron por la borda ni más ni menos que Aerolíneas Argentinas (la Mexicana de Aviación de allá), los Yacimientos Petrólíferos Fiscales (YPF, es decir, el Petróleos Mexicanos de Argentina), así como se vendió lo que era la compañía nacional de Teléfonos (digamos, Telmex, antes de que pasara a manos privadas para convertir a quien oficialmente es su dueño en el segundo hombre más rico del mundo), los ferrocarriles, la televisión, el agua, los servicios de recolección de la basura, carreteras y muchas otras cosas más. El campo argentino sufrió tremendamente con Ménem: los pequeños propietarios prácticamente desparecieron debido a la incomprensible dolarización de la economía y quedaron las grandes extensiones listas ya para la producción de soya desplazando a la ganadería por la cual Argentina era (y sigue siendo) reconocida en el mundo entero. El ataque a las universidades públicas fue feroz: se congelaron fondos y se propició en cambio el surgimiento de multitud de universidades privadas. Dejo de lado la política exterior criminal del ex-presidente, su protagonismo que rayaba en lo grotesco. Ménem, hay que recordarlo, restableció las relaciones con Gran Bretaña, a 10 años de la humillación y la pérdida de muchas vidas que los generales argentinos con Galtieri a la cabeza le causaron a su pueblo a través de una guerra que estaba perdida de antemano. Aunque ya había un movimiento en ese sentido, Ménem lo acentuó otorgando el perdón a militares y torturadores profesionales con su famosa amnistía. Con vergüenza recordamos el apoyo a los tristemente célebres Contras, en Nicaragua, así como la venta ilegal de armas a Ecuador y a Croacia, aventura que como todos sabemos desembocó, para acabar con pistas, en la explosión de una fábrica militar que destruyó de paso media ciudad. Viéndolo retrospectivamente, es increíble cuánto mal puede hacer un individuo en tan poco tiempo!
A estas alturas, me parece que podemos afirmar que es un hecho que Ménem estaba llevando a Argentina no sólo por un proceso de decadencia, sino a algo mucho más grave. La prueba es que, al poco tiempo de haber dejado la presidencia, se produjo el escandaloso suceso conocido como el ‘Corralito’, una medida que le habría tocado a él tomar de haber ganado la presidencia por tercera vez. Pero en medio de todo ese fango y esa podredumbre sucedió algo fantástico: cuando Argentina estaba entrando en una situación caótica, casi de inicios de anarquía, se produjo el milagro: llegó Néstor Kirchner a la presidencia y rescató a su país. En el periodo que con él se inicia – de reequilibrio frente al gangsterismo político del menemismo, el Estado argentino fue recuperando poco a poco algunos (no todos) de sus bienes. Se renacionalizaron, resistiendo los embates tanto de la oligarquía argentina como de fuerzas extranjeras (del gobierno español, por ejemplo), las empresas vendidas a los peores postores: Aerolíneas Argentinas, YPF, los ferrocarriles nacionales, etc. Queda mucho por hacer, pero hay algo que es preciso decir en voz alta: en Argentina se produjo una chispa de instinto político, se reactivó la política de defensa de los intereses nacionales y Argentina reorientó su camino, a un costo alto pero valientemente pagado.
Si me he ocupado superficialmente de aquellos aciagos días es porque creo que se puede construir un argumento que contribuya a cerrarle la boca a los doctos en democracia o en tasas de interés, enfrentándolos con hechos crudos. El argumento es por analogía, pero no por ello es inválido. Así, podemos afirmar que nadie, ni el más fanático de los menemistas, puede negar que la política de Ménem fue de principio a fin un fracaso total, una desgracia para el pueblo argentino, un timo político, una estafa de dimensiones históricas. Y ¿dónde está Ménem ahora? En el banquillo de los acusados. Pero si lo que pasó en Argentina es lo que está pasando en México ¿no ocurrirá lo mismo acá?¿No será imposible no echar marcha atrás dentro de 10 o 15 años a la ahora eufórica política de privatización, de auto-desmantelamiento por parte del Estado mexicano?¿No se están viendo ya a lo lejos espectros tenebrosos que son las secuelas de las políticas anti-nacionales que se implementan en la actualidad?¿No es hora de gritar ya: ¿dónde están nuestros Néstor y Cristina Kirchner?¿Por qué nada más tenemos Ménems y no tenemos Kirchners?
Si, dicho de manera muy abstracta, es acertado decir que lo que en México se está haciendo es seguir los pasos del menemismo, tomando a este último como un símbolo, y éste feneció en el fracaso y el desprestigio, la conclusión se sigue por sí sola. Aceptemos que el menemismo inevitablemente desemboca en el fracaso. Nuestra pregunta es: ¿es ese esquema político el que se está aplicando en México? Me temo que sí. No es que el fenómeno en México sea nuevo. Se inició inclusive antes que en Argentina. Lo interesante del caso argentino es que es un proceso terminado y que se puede examinar a distancia como un todo acabado: se ve en él nítidamente y en pequeño lo que en México está pasando ahora y es en grande. Los grandes procesos de privatización, como Ménem lo enseñó, vienen sistemática e inevitablemente envueltos en una inmodificable atmósfera de corrupción. No se puede vender los bienes de una nación sin hacer trampas, sin vender a la población, sin traicionar al país. Es lógicamente imposible y Argentina (o la Rusia de Yeltsin, para no ir más lejos) lo demuestra. La euforia de la época de Ménem es similar a la que prevalece en nuestros días aquí en México. La sumisión lacayuna al consenso de Washington es la misma en ambos casos. Con el entusiasmo típico de la gente cegada por ambiciones desmedidas, por objetivos prácticos de corto plazo, se está cuidadosamente preparando la venta de la electricidad, del petróleo, del agua, tratando de convertir a México en un país de mano de obra para trasnacionales, obedeciendo al pie de la letra los mandatos de la banca mundial. Ante nuestros ojos se está construyendo, paulatina pero sistemáticamente, el estado empresarial, en detrimento del estado nacional. Es probable que, siguiendo las mejores tradiciones de nuestra sinrazón, muchos políticos mexicanos ni siquiera entiendan qué están haciendo realmente. Simplemente actúan en función de los intereses de hoy, si bien se les olvida los de pasado mañana. Cuando vemos eso parecería que el espectro de Ménem viene hacia nosotros y es con horror que entonces nos preguntamos: ¿habrá resucitado o nunca murió?