Es un hecho que los seres humanos están acostumbrados a verse a sí mismos como lo más perfecto que hay en el universo, algo así como las perlas de la creación. Es obvio, sin embargo, que así como nosotros observamos y estudiamos, verbigracia, a los animales, en principio también podríamos ser objeto de estudio por parte de seres más desarrollados que nosotros. No es difícil imaginar que, por un feliz azar, seres super-inteligentes llegaran a la Tierra, que resultáramos para ellos criaturas dignas de ser estudiadas y que decidieran entonces observarnos con atención. Sin duda alguna, esos seres extraños pero superiores en inteligencia no dejarían de dividir las actividades de los humanos en dos grandes grupos. Así, por una parte verían que hay pintores, deportistas, políticos, comerciantes, maestros, jardineros, soldados, críticos de arte, investigadores científicos y así indefinidamente pero, por la otra, verían también que hay personas que no tienen un objeto fijo de trabajo sino que más bien trabajan en torno a lo que los otros hacen. Los extra-terrestres se percatarían entonces que hay como dos niveles de acción humana: el de la acción, por así decirlo, directa, el nivel que podríamos llamar de la ‘acción productiva’, y otro que sería el nivel de lo que se podría denominar la ‘acción meditativa’ o ‘reflexiva’. Retomando distinciones clásicas, podríamos referirnos a esas actividades como actividades de primer y de segundo orden o nivel, respectivamente. Así entendidas las cosas es claro que hablar de las actividades productivas de los humanos sería prácticamente aludir a la inmensa mayoría de las personas. No se estaría aludiendo a todos porque, como ellos lo habrían detectado, habría seres humanos que dan la impresión de trabajar de un modo distinto, congéneres que llevarían lo que quizá podríamos llamar ‘vidas reflexivas’. Mediante esta expresión (o alguna equivalente) los imaginarios seres extra-terrestres podrían referirse a esa peculiar actividad consistente en dar cuenta de lo que los humanos hacen cuando se desempeñan en las actividades productivas, esto es, de primer orden (casi dan ganas de decir, cuando realmente trabajan!). Independientemente de lo que se pueda decir al respecto, a primera vista al menos la distinción trazada es comprensible y útil.
Ahora bien, dejando de lado el recurso infantil de apelar a extra-terrestres para identificar, trazar y justificar una cierta distinción laboral, lo interesante de esta última es que pone de manifiesto que los seres humanos tienen al menos dos formas de vivir y tales que, aunque a menudo mezcladas, dan lugar a dos tipos humanos distintos. Es evidente que esas dos formas de ser de los seres humanos no están radicalmente separadas. Las personas participan de ambas en proporciones muy diferentes. Lo que habría que decir entonces es que hay personas más proclives a ser de una forma (i.e., la productiva) que de la otra (esto es, la que llamamos ‘meditativa’), pero es un hecho que en general siempre hay mezclas de tendencias y la verdad es que no podría ser de otra manera. Aquí, sin embargo, nos interesan los prototipos, los tipos humanos en, por así decirlo, estado puro, inclusive si de facto no existen. Son, empero, los modelos mismos lo que nos interesa examinar.
Yo no me atrevería a negar que la distinción “vida productiva/vida meditativa” tiene en sí misma algo de artificial, por la sencilla razón de que es imposible que haya seres humanos que no combinen rasgos o características de las dos formas de ser mencionadas. Por muy cuadrado que sea un ingeniero o por muy engreída que sea una estrella de Hollywood, de todos modos en algún momento pueden tener lo que podríamos llamar ‘momentos de lucidez’ durante los cuales las personas en cuestión se preguntarían sobre asuntos que no tienen nada que ver con sus actividades cotidianas, es decir, se harían preguntas sobre temas como el sentido de sus vidas, la necesidad, utilidad o sentido de seguir amasando dinero en cantidades estratosféricas y vivir para ello, etc., etc., y al hacerlo se estarían automáticamente ubicando en el plano de la meditación sobre sus propias actividades vitales, sobre sus respectivas existencias, independientemente de que sus andanzas en esos ámbitos fueran torpes y poco sutiles. Por otra parte, es también un hecho que quien ejemplifica el tipo meditativo de ser puede de todos modos querer participar en actividades de primer nivel; por ejemplo, alguien así podría querer ser el líder de un grupo político, el organizador de un club, de una cofradía, de un equipo de fútbol, y podría desde luego desear tener y mantener una familia, con todo lo que eso acarrea. De manera que ambas perspectivas en realidad se conjugan y las diferencias entre los humanos, como ya lo sugería, son más bien de grados. Ahora bien, hay casos extremos, que son los realmente representativos, significativos e interesantes. Son esos casos los que nos interesaría contrastar. Sugiero entonces que llamemos a las personas que se ubican básicamente en el nivel de lo productivo hombres con objetivos y a las personas que se ubican en el plano de lo meditativo o lo reflexivo hombres con ideales. Intentemos caracterizar ambos tipos.
¿Cómo es la persona que tiene objetivos, dejando de lado la cuestión de si sus objetivos son alcanzables o no a corto, mediano o largo plazo? El hombre de objetivos es ante todo lo que se llama el ‘hombre práctico’. Es típico de esta forma de ser que tan pronto se alcanzan ciertos objetivos, de inmediato surgen nuevos tras los cuales el individuo en cuestión vuelve a lanzarse. El sujeto se fija objetivos pero éstos tienen que ser realistas, porque de lo contrario estará esforzándose por encontrar medios que no van a dar los resultados esperados. Ahora bien, los fines de las personas de esta clase se fijan casi automáticamente en función de la ubicación de las personas en sus respectivos marcos reales de existencia. Si uno trabaja en una oficina uno querrá ser tarde o temprano el jefe de la misma; si es un jugador de futbol intentará llegar a la selección nacional; si es un policía, él querrá llegar a ser en algún momento jefe del sector o de la ciudad, etc. Independientemente de las situaciones de las personas, la sociedad siempre ofrece objetivos teóricamente alcanzables por todos, aunque de hecho no todos los alcancen. Todo mundo quisiera casarse, tener alguna propiedad, viajar, etc., pero ciertamente no todo mundo obtiene lo que sería sus fin naturales. En todo caso, para individuos de orientación productiva las ideas de progreso o de fracaso son perfectamente significativas: en el trabajo se avanza o no se avanza, se cosechan éxitos o se vive mediocremente y así indefinidamente. Los sentidos de las vidas de la gente productiva son una función del éxito o del fracaso de sus intentos por alcanzar sus metas. La realización de la gente depende si efectivamente logró obtener lo que quería o falló en el intento. Es característico que seres así (i.e., la inmensa mayoría de las personas) jueguen con las reglas de su sociedad, es decir, que incorporen sus valores, que defiendan su estructura y su funcionamiento. Hay principios organizativos y regulativos de la sociedad que al hombre de objetivos ni se le ocurriría poner en tela de juicio, puesto que ello significaría poner en crisis su propia existencia y eso ¿por qué o para qué lo haría? Asimismo, la satisfacción de sus requerimientos existenciales y o espirituales son en general suministrados, por así decirlo, desde fuera. Todo viene ya en paquete: para dudas existenciales, ya hay lista una religión, para inquietudes políticas ya hay credos ideológicos sólidamente establecidos, para devaneos intelectuales hay multitud de modas ideológicas fácilmente consumibles (feminismo y demás). Ahora bien, esta forma de ser que a muchos puede parecer poco atractiva es la vida del hombre “normal”, esto es, la vida del hombre que con su trabajo cotidiano sostiene el mundo. Nada más alejado de mí, por lo tanto, que intentar minimizar o devaluar esa forma de ser.
La vida del hombre de ideales, por otra parte, es marcadamente diferente. Es típico de éste no teer los pies en la tierra, pero ahora entendemos por qué: es por no estar directamente vinculado con los procesos de la vida del primer nivel, con los procesos productivos. Individuos así son de los que, como se dice coloquialmente, “dejan pasar las oportunidades”: les ganas a sus novias, lo engatusan fácilmente si se adentran en el mundo de la política o de las intrigas palaciegas (no manejan el mismo instrumental que sus competidores), no saben hacerse ricos o despilfarran su fortuna porque no logran interiorizar los mecanismos puestos en marcha para ser socialmente exitosos. Pero ello también tiene una explicación: a diferencia de lo que pasa con el hombre productivo que se mueve en función de los fines que se va fijando, el hombre de ideales más que metas concretas se caracteriza por tener una orientación definida en la vida, por moverse en una dirección particular y no desviarse y ello hace que tienda a desentenderse de sucesos particulares. No es que sea tonto, sino que tiene motivaciones especiales. Es casi tautológico decir que el hombre de ideales inevitablemente es en gran medida un inadaptado, alguien que está constantemente chocando con su sociedad, porque contrariamente a lo que pasa con el hombre productivo, el hombre que tiene objetivos, el hombre contemplativo vive en función de intereses que (por así decirlo) yacen fuera de él, que no están directamente vinculados con su particular situación en el mundo. No nos corresponde ni exaltar ni degradar ninguna de las dos grandes formas de ser de los seres humanos. Nuestra tarea consiste simplemente en identificarlas y contrastarlas.
¿Qué relación hay entre estas dos formas de existencia? Es evidente que sin el ser humano productivo, el ser humano reflexivo simplemente no podría gestarse, pero hay una verdad inversa: sin la forma de ser contemplativa la forma de ser productiva se vuelve animal, mecánica, embrutecedora, sin sentido. Si los seres humanos nada más vivieran para trabajar, reproducirse, comer, pasearse, emborracharse, etc., serían meras máquinas vivientes. Afortunadamente no son así y son susceptibles de plantearse interrogantes impersonales y que no son de carácter “productivo”. Lo que es importante entender es que las inquietudes interesantes que los humanos productivos se hacen y que los elevan por encima de la mera animalidad, de una vida puramente orgánica, exigen que otros le dediquen su vida a tratar de responderlas. Así, más que contraponerse resulta que se complementan: muchos seres humanos trabajan, construyen, progresan, etc., pero requieren que otros piensen, mediten, cuestionen y demás para encontrarle el sentido a lo que ellos hacen y, por ende, a la vida humana. A final de cuentas, los contemplativos son tan imprescindibles como los productivos.
Que las formas de ser mencionadas sean complementarias es innegable, pero que el hombre productivo es drásticamente diferente del hombre contemplativo creo que sería ridículo pretender negarlo. Todos sabemos cómo son. Consideremos brevemente a representantes exitosos de cada una de las dos formas de ser. En uno, el productivo, tenemos el prototipo del hombre que triunfa en su sociedad, el que tiene mucho de todo, el que goza la vida intensamente pero también el que no tiene más que objetivos inmediatos, prosaicos, burdos; el otro, el reflexivo, no puede competir con el primero en el terreno de éste, pero puede lograr cosas para el cual el otro es incompetente: él puede comprender, puede dar cuenta de su vida y de la de los demás, no tiene inquietudes irracionales. A uno la vida le fija sus objetivos y el sentido de su vida queda configurado en función de su éxito o de su fracaso en la obtención de sus metas. Para él no hay más. El contemplativo lleva una vida prácticamente mucho más simple, pero es libre de un modo como él otro ciertamente no lo es. El sentido de su vida lo elabora él mismo.
Dijimos que la diferencia entre un prototipo de ser humano y el otro es una cuestión de grados: se es más de una forma que de la otra. De alguna manera, en alguna medida el hombre común (productivo) se hará preguntas que no son de carácter práctico y es perfectamente comprensible que el hombre reflexivo aspire también a tener satisfacciones de orden práctico. Eso es comprensible, pero no impide que de hecho se dé una cierta oposición entre ellos y esta oposición no es una mera diferencia sino que toma cuerpo en líneas de conducta y modos de vivir radicalmente diferentes. ¿Habría que inferir entonces qué el hombre práctico no tiene ideales? Claro que no, pero el punto es que éstos no son trascendentes. Sus ideales son inmanentes a la vida en sociedad, emanan de ella, en concordancia con sus reglas fundamentales y se alcanzan o no en ella. Por otra parte, ¿no es en ningún sentido práctico el hombre de tipo idealista? Desde luego que sí lo es, pero su practicalidad está en última instancia al servicio de sus ideales y de su labor puramente intelectual. Desde el punto de vista del hombre que tiene objetivos, el idealista tiende a ser más bien torpe y aburrido y visto desde la perspectiva del idealista el hombre práctico es ante todo limitado y prosaico.
Lo que no podemos pasar por alto es que muy a menudo lo que tenemos ante los ojos son híbridos insoportables que son hombres con objetivos que pretenden conducirse como seres meditativos y hombres supuestamente de ideales que no aspiran a otra cosa que vivir como hombres prácticos y productivos. De eso, desafortunadamente, abunda. Son los petulantes y los farsantes de siempre. Es lo que tenemos cuando nos las habemos con gente rica o (o y) poderosa que cree que su status social lo autoriza a pronunciarse con firmeza sobre temas acerca de los cuales no está suficientemente preparado y, por el otro lado, con lo que nos topamos es con esos seres despreciables que le han hecho creer a los demás que van por la vía de los ideales cuando en realidad son aspirantes a seres productivos si bien nunca tuvieron ni la oportunidad ni la capacidad de serlo. Se vuelven entonces gente práctica en ámbitos en los que prevalecen y se aplican criterios diferentes de los del mundo productivo. Gente así es lo peor. Son los típicos sofistas que tanto y con tanta razón denostara Platón, los traidores de la modalidad de ser que supuestamente representan. Sin duda alguna, es preferible un ingeniero chato que un “intelectual” engreído o con poder. Estos últimos son seres pseudo-reflexivos pero cargados de ambiciones de carácter esencialmente “productivo”. ¿Se entiende?
No podemos ahora no plantear la pregunta decisiva: asumiendo que seríamos exitosos ya sea como seres productivos ya sea como seres reflexivos: ¿cuál es la línea buena de vida?¿Cómo es mejor vivir? Evidentemente, no hay una respuesta general a priori para dicha pregunta. La respuesta que se dé no puede más que ser enteramente personal y es, por lo tanto, contingente. Lo más que se puede hacer es “justificar” nuestro modo de realización. Por ejemplo, yo en lo personal ignoro qué valor pueda tener mi desempeño pero de lo que estoy seguro es de que me habría sido totalmente imposible llevar una vida de tipo “productivo”. Ambos modos de vida tienen tanto grandes ventajas como inmensas desventajas. La vida del hombre productivo, del hombre que tiene objetivos es una vida intensa, colorida (inclusive si es negra es brillante), variada, la vida de la exaltación de los sentidos, de los placeres sociales, etc. La vida exitosa del hombre de ideales es menos excitante quizá, pero con un nivel superior de comprensión respecto a cuál es su puesto en el mundo, al sentido de su existencia. Permean su vida límites infranqueables respecto a lo que debe y no debe hacer. El hombre práctico en cambio se puede permitir todo y los límites de su conducta se fijan por consideraciones prácticas (represalias de otros, la aplicación de la ley, etc.). La opción, con los matices ya señalados, es entonces entre vida intensa pero sin comprensión o vida con limitaciones pero con claridad y sin miedos irracionales. Un poco el dilema me parece ser: o se vive o se piensa, es decir, o se vive la vida en función de objetivos concretos y alcanzables o le dedica uno su vida a las actividades de segundo nivel corriendo inclusive el riesgo de ser presa fácil de los humanos prácticos sin más restricciones que las factuales. En ambos casos hay que renunciar a algo. Uno más de los dilemas de la vida.