Si le hiciéramos caso a Televisa tendríamos que concluir que en el mundo no pasó nada más importante a partir del viernes y durante todo el fin de semana que el deceso de Roberto Gómez Bolaños, alias ‘Chespirito’. Sin ni mucho menos tratar de menoscabar lo que significa la muerte de un ser humano, lo que definitivamente resulta hasta indignante es que las matanzas en Siria y en Irak, los bombazos en Nigeria, la abierta confrontación armada descaradamente provocada por la OTAN en Ucrania y tantos otros procesos sociales, bélicos o de otra naturaleza pero de todos modos humanamente importantes, hayan quedado opacados por la cobertura de lo que podríamos llamar la ‘última función del Chavo’! Claro que se podría responder que los eventos a los que hago alusión tienen lugar en países lejanos y que no nos afectan directamente.[1] Pero a eso se podría replicar que no había que ir tan lejos: aquí en México estaban pasando más o menos a la misma hora en que se celebraba la conmovedora misa en honor del Sr. Gómez Bolaños, quien en realidad estaba muerto en vida, cosas que ciertamente nos afectan de manera directa y a las cuales ni mucho menos se les dio la cobertura que ameritaban. Que esto suceda, naturalmente, no es una casualidad, un olvido, un error, sino que responde a la labor sistemática de desinformación y de embrutecimiento de la población por parte de los medios de comunicación, pues es su forma de corresponder en el pacto político prevaleciente entre medios y gobierno. Las concesiones se pagan y Televisa cumple con su parte del pacto, teniendo siempre presente que el objetivo es, al precio que sea, mantener el status quo.
El hecho que tengo en mente, que me parece importante en sí mismo como un suceso de una clase que los ciudadanos debemos repudiar y enseñar a detestar y que simbólicamente me parece alarmante en grado sumo, es la detención y el interrogatorio en los separos de la SEIDO del estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Sandino Bucio Dovalí. Ahora sabemos cómo pasó todo y podemos sacar a la luz sus implicaciones. Para ello, quisiera primero llamar la atención sobre un aspecto simple del caso, pero muy importante y en mi opinión no suficientemente reconocido por la gente.
Algo que llama la atención en los videos en los que quedó grabada la acción de detención y de privación ilegal de la libertad de Sandino (porque eso no fue un arresto en sentido estricto) fue que si bien hubo quien filmó el evento también es cierto que de hecho nadie intervino, nadie hizo nada. Esto es lo que quiero enfatizar y para resaltar la importancia del detalle permítaseme traer a la memoria algo que Aleksander I. Solyenitzin sostuvo alguna vez en una presentación que hizo, si no mal recuerdo, de su libro Pabellón de Cancerosos. Solyenitzin sostenía que el terror policiaco que imperó en la Unión Soviética, echado a andar y dirigido por criminales y psicópatas de la talla de Yagoda, Yezov y Beria, pudo instaurarse porque cuando se realizaban las detenciones la gente se quedaba callada. En incontables ocasiones los policías llegaban a los departamentos de quienes iban a detener a las 3 o 4 de la mañana y todo se llevaba a cabo en una atmósfera de sigilo y silencio, porque la gente estaba intimidada y no reaccionaba. Solyenitzin era de la opinión, sensata me parece, de que si los parientes y los vecinos hubieran gritado, protestado, hubieran opuesto resistencia, etc., muchísimas detenciones no se habría podido realizar. Pero las personas se callaban y no actuaba y de esa manera contribuían a perpetuar el peor estado de cosas posible para ellas mismas. A mí me parece que algo muy parecido sucede en general en México y claramente fue el caso durante el arresto de Sandino, quien además pedía a gritos que lo ayudaran. Pero la gente no se movió, aparte de un par de comentarios insulsos e inútiles que se oyen en el video. Si algo queremos aprender, si queremos extraer una lección de este evento, es precisamente que esa es la actitud que hay que modificar: no hay que permitir que delincuentes, policíacos o de otra clase, amedrenten a la población, cumplan sus caprichos, se salgan con la suya, extorsionen, torturen y todo les resulte fácil. Si queremos conducirnos con lealtad hacia una víctima que puede en todo momento ser cualquier ciudadano, o sea, si queremos también auto-protegernos, tenemos que aprender a protestar en voz alta, a actuar. Eso es algo que nos deja este (ahora sí cabe usar el adjetivo) lamentable suceso. Pero no es todo.
Nosotros hemos en diversas ocasiones hemos apuntado al peligro de la represión cada vez mayor de los mexicanos por parte de un estado que palpable, visiblemente todos los días se prepara y se fortalece para cumplir una tarea así a nivel nacional. El caso que nos ocupa lo pone de manifiesto con horrorosa claridad. En otros tiempos, una manifestación, inclusive si era violenta (¿y cómo no iba a serlo si las “fuerzas del orden”, los guardianes últimos del status quo, los granaderos, la Federal de Seguridad, el servicio secreto, etc., etc., entraban en acción con entusiasmo y enjundia y violentaban a los manifestantes de múltiples maneras?) era un evento con fechas más o menos claras de nacimiento y defunción. Yo también he ido a muchas manifestaciones desde que era niño y presencié golpizas, arrestos, corretizas y demás, pero de todos modos, salvo en casos muy especiales, una manifestación era un evento que empezaba a una cierta hora, terminaba a otra y ahí acababa todo, inclusive si había “actos de violencia”, entendiendo por ‘actos de violencia’ acciones de auto-defensa, porque ¿cómo no puede haber violencia cuando lo están golpeando a uno o a alguien con quien uno está? Pero lo que me importa resaltar es que terminada la manifestación terminaba el acto político. Ahora no: ahora lo persiguen a uno después del acto político, le levantan cargos después, van por uno a su casa o a su lugar de trabajo días después, cuando ya todo pasó. Eso es represión política y todo hace pensar que estamos en los albores de un estado permanente de represión de esa naturaleza. ¿Se va a permitir eso? Creo que no debemos hacerlo. Hay que protestar por todos los medios a nuestro alcance, porque la protesta no es sólo un acto de solidaridad con un estudiante o un obrero (confieso que no recuerdo todavía manifestaciones de banqueros ni de terratenientes, porque los hay, en un país del cual se dice que vivió una reforma agraria!), sino como una medida de estricta auto-defensa: el día de mañana no es Sandino, es usted, amable lector, a quien detendrán en la calle, saliendo de su trabajo, en su casa y entonces verá que si no cuenta con la solidaridad del vecino, el apoyo de su familia, la intervención de los pasantes, etc., lo van a subir a golpes a un auto sin placas, lo van a aterrorizar psicológicamente, a violar (como amenazaron a Sandino) y no pasará absolutamente nada, salvo que su vida se habrá modificado radicalmente y no para bien. Por eso, por sus potenciales consecuencias, el caso de Sandino (a quien no conozco personalmente) es altamente significativo. No basta con filmar: hay que atreverse a protestar, a intervenir, a impedir que se cometan actos concretos de injusticia.
Lo que todo esto revela es el deterioro de los aparatos de estado, el desorden prevaleciente en las fuerzas del orden y el deterioro de los organismos de impartición de justicia en México. Muchos de nosotros hemos visto reportajes en los que a patadas unas personas suben a alguien que iba circulando en su auto por el Periférico, lo detienen, empieza el forcejeo, los golpes, etc., y tres días después se nos aclara que se trataba de un delincuente colombiano que tenía una pandilla operando en el Distrito Federal y que se dedicaba a asaltar casas, a robar autos y a cometer todas las fechorías imaginables. Psicológicamente, el proceso es exactamente el mismo que en el caso de Sandino: la simpatía va de inmediato hacia quien a todas luces parece ser una víctima de un abuso por parte de la autoridad, alguien que es sujeto de una violación flagrante, odiosa de derechos humanos, alguien injustamente tratado por delincuentes, etc. Y sin embargo posteriormente, al enterarnos de que se trataba de un operativo policiaco justificado, esa mezcla de impotencia y coraje que nos embargaba desaparece: qué bien, pensamos, que la policía finalmente atrapó a un bandido y terminó sacándolo del país. Habría que felicitar a la policía. El problema es: ¿cómo distinguir un caso de otro? Si los ciudadanos en general no estamos en posición de distinguir entre una acción policíaca justificable y una acción de represión política injusta e injustificable, ello no es nuestra culpa: es porque las autoridades no nos dan elementos para discernir entre casos, porque vivimos en una cultura de opacidad administrativa, de engaño y mentira permanentes, de falta total de transparencia en cuanto a decisiones y procedimientos, de arbitrariedades judiciales y policíacas. El ciudadano no tiene cómo adivinar y distinguir entre un operativo policiaco genuino y uno de represión interna inaceptable. De ahí que frente a la disyuntiva de protestar y equivocarnos porque la acción policíaca estaba justificada o quedarnos callados y equivocarnos porque contribuimos a que se consumara un acto de venganza política y por ende una injusticia, pienso que es mucho más razonable y saludable optar por la posibilidad de estar en el error pero protestar. Las fuerzas del orden tienen que acostumbrarse a justificar ante la sociedad sus acciones en concordancia con los procedimientos legalmente establecidos, por medio de órdenes judiciales, etc. Eso es vivir en un estado de derecho y no nada más, como en México, en un estado repleto de leyes, normas, códigos, enmiendas, reglamentos y todo lo que se quiera, que se aplican cuando los mandamases del caso lo quieren, cuando conviene, cuando se puede influir en la autoridad competente, etc. Debería quedarle claro a todo mundo que lo peor que nos puede pasar es que las policías actúen como organismos independientes en contexto de instituciones nacionales debilitadas y corrompidas y que no rindan cuenta de lo que están haciendo.
En relación con las manifestaciones hay que preguntarse: ¿tenemos o no tenemos hoy por hoy el derecho a expresar en las calles nuestra indignación por lo que pasa, nuestra oposición a decisiones gubernamentales? Si la respuesta es positiva, entonces ¿por qué las provocaciones policíacas?¿Para posteriormente dedicarse a atrapar dirigentes y líderes políticos cuando van solos por la calle o saliendo del cine o cuando fueron por sus hijos a la escuela?¿Ese es el México que quieren construir y nos quieren legar? Hay que tener mucho cuidado, porque un estado mexicano brutal y represor es lo que le conviene a diversas fuerzas políticas, tanto nacionales como extranjeras, a diversos núcleos sociales conformados por gente miope políticamente, movidos únicamente por intereses mezquinos y de corto plazo (ni siquiera en sus nietos piensan!). Es difícil no tener la sensación de que nos estamos aproximando poco a poco a una disyuntiva fundamental que tiene que ver con la orientación general del país y que obviamente depende en gran medida de lo que decidan hacer los “policymakers” mexicanos en turno. Y lo que viene no puede ser más que una de estas dos cosas: o bien se entra en un auténtico proceso, dirigido desde arriba, de democratización en el manejo de las instituciones, se hace un serio esfuerzo por limpiar las corporaciones no sólo mediante purgas pasajeras sino en estatutos y en costumbres, en tradiciones (¿por qué no es obligatorio que los policías de todos los niveles lleven un curso semestral de ética, por ejemplo? Estoy convencido de que les haría bien. Quizá hasta lo agradecerían!) o bien se orienta al país por la incierta senda de la represión, exitosa siempre al principio pero que, como la historia lo enseña, termina siempre siendo superada. Naturalmente, lo terrible de esa victoria popular última es el costo humano. Ojalá quienes toman las grandes decisiones en este país estén a la altura de sus responsabilidades históricas.
[1] O eso se piensa, porque permítaseme señalar de paso que si alguien todavía cree, por ejemplo, que las alzas y las bajas en los precios del petróleo, con todo lo que eso acarrea, no están manipuladas por quienes manejan el complejo bancario-militar-industrial que rige al mundo es porque se trata realmente de alguien muy ingenuo, alguien que todavía cree en “las leyes objetivas del mercado”, que es el cuento que narran en los manuales de economía y que todo mundo repite a diestra y siniestra. Quizá valga la pena recordar que las leyes de la economía son de naturaleza muy distinta a las de, por ejemplo, la termodinámica o la neurofisiología, en donde se nos habla de procesos que operan por sí solos, a diferencia de lo que pasa en el universo de la economía, en donde la voluntad humana es permanente y decisiva. En el mundo del dinero son personas concretas quienes todos los días, a través de complejas manipulaciones y transacciones, fijan los precios de las mercancías, los valores de las monedas y demás, les guste o no a particulares y gobiernos. ¿No es acaso por razones vinculadas a los grandes intereses mundiales que tenemos que cambiar de horario dos veces al año?
Coincido plenamente sobre el actuar y la manipulación mediática de Televisa. El personaje al que tanto honor le han rendido, es un producto fabricado con toda la intención de que sea consumido por un sector en México, que evidentemente NO le conviene al gobierno que aspire a nada mejor ni en lo personal, ni en lo económico ni mucho menos en tener una formación educativa y qué mejor que venderle un producto “populachero” a ese sector.
Respecto al caso de Sandino, nos permite ver las dos caras de la moneda; por un lado, el actuar arbitrario de las autoridades, pues a Sandino no lo arrestan con una orden judicial en mano, ni son policías uniformados quienes lo hacen; literalmente lo “levantan”, es decir lo secuestran, golpean, torturan física y psicológicamente. Cuando Sandino sale libre, la figura jurídica que adquiere es de “denunciante”, esto, debido nuevamente al famoso, indebido proceso, pues al momento de su “detención” (secuestro), se violaron todas sus garantías.
La otra cara de la moneda es cuando, horas después de su liberación, comienzan a circular fotos de éste “valiente”, arrojando bombas molotov y participando en varios disturbios. No hay cabida a la violencia, pues la violencia genera violencia. Lo que vivimos ahora, es el resultado de un sistema descompuesto, un Estado fallido y así NO podremos avanzar hacia ningún lado, vamos a quedar rebotando de costado a costado. Lo que me parece importante destacar es que, si bien éste joven declara en un noticiero que sí pueden ser también “estudiantes” encapuchados y armados con bombas molotov en las protestas, NO significa que el Estado No envía a sus infiltrados.