Categoría: 2015-II

Violencia de Géneros

Tal vez lo primero que habría que hacer para enfrentar con un mínimo de objetividad un tema tan espinoso y resbaladizo como lo es el de la violencia de género – un tema que por concernir a asuntos caros a los seres humanos muy fácilmente logra que la razón se extravíe y se convierta en lo que quería el filósofo escocés David Hume, a saber, en la esclava de las pasiones – sea hacer un veloz recordatorio de un mosaico de hechos del que en general todos de uno u otro modo tenemos conocimiento, pero rara vez una visión completa. El tema es en sí mismo interesante, entre otras razones porque podemos estar seguros de que, al tratarse de cuestiones de importancia álgida para la gente, habrá un estrato en la discusión reservado (legítimamente, en mi opinión) para la expresión de la subjetividad y por lo tanto es altamente improbable que pueda haber un acuerdo generalizado y que sobre la base de los mismos datos y hechos aceptados por todas las personas que reflexionen sobre ellas extraigan conclusiones que nadie más comparta. Esta posibilidad, sin embargo, no debe disuadirnos de plantear el tema, intentado hacerlo de la manera más objetiva posible y sin olvidar que, dado que somos seres humanos, tomamos parte en la discusión desde una plataforma particular, dato válido para todos y que sería fútil pretender ignorar. Dicho de otro modo, no se encontrará para el tratamiento de temas como el que nos ocupa la objetividad propia de un laboratorio de física y quien pretenda lo contrario muy probablemente estará conscientemente mintiéndole tanto a los demás como a sí mismo. Y para evitar ambigüedades, debo quizá advertir desde ahora que para la redacción de estas líneas voy a reconocer como géneros sólo el masculino y el femenino. Sobre lo transgenérico me pronunciaré en otro artículo cuando aborde el tema, pero por razones metodológicas no me ocupo de él en estas líneas.

Me parece entonces que lo aconsejable es partir de verdades obvias, por no decir triviales, y a partir de ellas desarrollar nuestro punto de vista. Así, pues, yo creo que lo primero que habría que reconocer es que la confrontación y la violencia entre géneros es un hecho tan antiguo como la existencia de los seres humanos. Es una modalidad de forma de ser de los humanos que siempre la ha habido. Obviamente, ésta se ha ejercido recurriendo a las “armas” disponibles respectivamente al alcance de los hombres y de las mujeres. Dada la estructura natural de los cuerpos, que no nos alimentamos del aire sino que hay que ir a buscar la comida, que los miembros de la raza humana buscan reproducirse y que este fenómeno natural es un proceso con determinadas características, que tiene sus tiempos, etc., el peso de la vida, por así decirlo, tenía que recaer sobre quien fuera físicamente más fuerte. De manera “natural”, por lo tanto, tenía que haber una nítida división del trabajo que en más de un sentido no era opcional. Lo hubiera sido si, por ejemplo, tanto los hombres como las mujeres dieran a luz, pero como ello está cancelado por la naturaleza, todo el proceso de procreación se tenía que enmarcar dentro de ciertas reglas y comportamientos. Para lo que a nosotros interesa, sin embargo, lo importante es entender que es impensable que la fuerza masculina fuera un poder que sólo se aplicara en la cacería o en el trabajo. Se trata más bien una capacidad susceptible de ser utilizada en todo momento. Es muy importante observar que a partir de la superioridad física del hombre se fue gestando una situación de fundamental importancia, a saber, la dependencia económica de las mujeres. En esto no interviene ninguna clase de verdad subjetiva: el ser humano fuerte trabaja y al trabajar recibe un salario del cual depende el ser humano físicamente menos fuerte. No hay ningún misterio al respecto.

La realidad de la fuerza física y de la preponderancia económica alienta una posibilidad inscrita en todo ser humano y que sin duda fascina, por decirlo de alguna manera, al 99 % de la raza humana, hombres y mujeres, a saber, el dominio y control sobre las personas del entorno y de más allá si ello resulta factible. Pero aquí debemos introducir un elemento de re-equilibrio, porque si bien es cierto que la fuerza física es preponderante, también lo es que no es la única y que a los humanos si bien les gusta el conflicto y la manipulación, también los motivan otros deseos y otras aspiraciones. Es eso lo que permite que la mujer responda con los elementos, tanto naturales como sociales, de los que ella dispone. Éstos pueden ser sumamente efectivos y tanto la historia como la vida cotidiana lo ponen de manifiesto, si bien sigue siendo cierto que en última instancia la fuerza bruta se impone. Esto se puede constatar sin mayores dificultades más allá del conflicto “hombre-mujer”.

Dada la desventaja física inicial del género femenino frente al masculino, la naturaleza y la sociedad tenían que proporcionar elementos compensatorios. Es cierto que la lucha por la sobrevivencia y el triunfo se tenía que dar en el marco de lo fijado por la superioridad física, pero dentro de dicho marco las “armas” de la mujer podían ser igualmente efectivas y temibles. Nada más común que ver a un sujeto de dos metros y de bíceps crecidos llorar como niño y arrastrarse cuando la mujer que ama lo desdeña o prefiere a otro para reproducirse con él. La moraleja es que la fuerza bruta puede ser neutralizada y se hace de manera natural, porque la naturaleza proporciona los elementos para que se dé y se sostenga un equilibrio básico entre los dos géneros. Si no lo hubiera, lo más probable es que la vida humana ya se habría acabado. ¿Podemos apuntar a algunas de las “armas” propias del género femenino en el contexto de la confrontación con el hombre y en el marco de la vida social más o menos estable? Yo creo que sí. Se trata de “armas” que son, por así decirlo, olfateadas por todos y en todas las culturas, sólo que cuando la gente que las percibe intenta enunciarlas lo más que produce son generalizaciones vagas, verdades a medias, prejuicios sistematizados y cosas por el estilo. Así, por ejemplo, a lo largo de los siglos la mujer fue desarrollando una resistencia psíquica peculiar, puliendo sus técnicas de conquista y seducción, aprendió a convertirse en objeto de deseo y por lo tanto a manipular a quien la desea, etc. La cultura entró en juego y fue sancionando dicho estado de cosas a través de, por ejemplo, la literatura y el cine, de manera que quedaron establecidos de manera oficial los roles sociales a jugar para los miembros de los dos géneros. Es así como se crean los estereotipos, los modelos, los esquemas a través de los cuales fluye la vida humana y como surge la idea misma de felicidad. Para millones de personas, ser feliz no es otra cosa que vivir en concordancia con los esquemas histórica y culturalmente establecidos de su época.

Ahora bien, los esquemas y los estereotipos a los que hemos aludido se van arraigando y conforman lo que podríamos llamar ‘tradiciones’. Es probable que haya un momento en la historia en la que el modo como la sociedad se reproduce coincida plenamente con los esquemas culturales prevalecientes, pero las más de las veces hay discordancias: los modos de producir y de repartir los bienes, las mercancías, la riqueza van cambiando, pero los esquemas están estacionados, no se van modificando a la misma velocidad. Eso se puede ver muy fácilmente con los conflictos generacionales: los muchachos viven en condiciones que ya no son estrictamente hablando las mismas que las de sus progenitores y entonces se producen choques entre ellos. Por ejemplo en México, dado el modo medieval de vivir de millones de personas hasta hace algunas décadas, era parte de las tradiciones besarle la mano a los padres o que las esposas les pusieran las pantuflas a los maridos cuando llegaban a la casa. Ahora no hay condiciones para conductas así. Tan quedaron rebasadas que ni siquiera son atractivas, pero hay que entender que todo ello tenía un fundamento objetivo, que correspondían al rol social (económico, de seguridad, etc.) del hombre en la casa (un rol que ya muchos hombres no juegan) y la verdad es que, aunque había inconformidades (porque por si fuera poco, nunca faltan los abusivos), en general no se le cuestionaba. Lo menos que se podían imaginar los hombres de hace 60 años es que esa situación cambiaría y que lo haría de manera radical.

No creo que pueda cuestionarse la idea de que la raíz de la transformación en las relaciones hombre-mujer se produjo con el desarrollo del capitalismo y el requerimiento de mano de obra masiva para mantener e incrementar los niveles de producción de mercancías de toda especie. Con el trabajo de las mujeres vinieron los ingresos y con ello poco a poco el reforzamiento paulatino de un marco legal en el que la faceta “productor-trabajador” tiene prioridad sobre la faceta biológica de las personas y todo ello desembocó en la independización de la mujer vis à vis el hombre. Lo que no era fácil de percibir eran las consecuencias a mediano y largo plazo de estos cambios en los fundamentos de la vida social, esto es, las repercusiones en los sistemas de relaciones humanas y en particular en el de las relaciones “hombre-mujer”. Pero era adivinable que cambios tan fundamentales como esos tenían que traer consecuencias sorprendentes, puesto que a mayor legalidad menor uso de la fuerza y ahora es una realidad el que, con muchas imperfecciones, asimetrías, desbalances y demás, de todos modos hombre y mujer están, para decirlo coloquialmente, “al tú por tú”. Yo creo que podemos preguntar: ¿qué queda de la violencia de género?

Para empezar, no perdamos de vista que lo que tenemos ahora es un conflicto entre modos de vida o modos de reproducción de la vida social, tradiciones que no desaparecen y que difícilmente podrían hacerlo del todo y nuevos esquemas y estereotipos sociales. Es de imaginar que tarde o temprano habrá ajustes entre estos factores, pero que por el momento lo que generan es una crisis. A mí me parece que la evolución del feminismo es un buen termómetro para visualizar la situación actual. Se puede defender la idea de que el feminismo pasó de reivindicatorio de derechos de la mujer, lo cual era indispensable para que la nueva sociedad funcionara, a ser un movimiento cada vez más anti-masculino y eso ya no tiene por qué ser aceptable. Que la mujer proteste y se rebele frente a un yugo históricamente rebasado me parece inobjetable, pero que se le convierta en un instrumento del eterno conflicto entre hombre y mujer ya no resulta aceptable. El problema con movimientos como el feminista es que, por un lado, están histórica y culturalmente condicionados pero, por el otro, muy fácilmente pueden “desvirtuarse”. Puede argumentarse por ello que el feminismo ya cumplió su rol histórico, pero entonces ya es hora de que ceda el lugar a otras propuestas, a propuestas conciliatorias y constructivas y no meramente reivindicatorias y destructivas. En nuestra sociedad actual, pretender rechazar la igualdad esencial entre hombre y mujer en lo que a roles sociales concierne es simplemente hacer el ridículo. No conozco a nadie sensato que se oponga (ni siquiera “teóricamente”, no digamos “en la práctica”) a la situación de autonomía e independencia de la mujer y la verdad es que ni siquiera logro imaginar qué clase de argumentos no fácilmente desbaratables podría ofrecer alguien que postulara un regreso a situaciones pasadas (hablo de todo lo que usualmente está implicado en las relaciones entre hombres y mujeres: posesión, virginidad, fidelidad, matrimonio, etc.). El problema es que el asunto no termina ahí. Las transiciones culturales tienen consecuencias que hay que aprender a extraer, so pena de no comprender en qué mundo se vive. En relación con los cambios operados creo que hay que señalar dos puntos importantes.

El primero es que independientemente de los momentos históricos por los que se pase, la confrontación “hombre-mujer” va a seguir sólo que ahora las condiciones se invirtieron: la mujer disfruta de sus “eternas” armas y además de la nueva cultura y de la nueva legalidad que sin duda alguna la benefician. Esto último es sumamente laudable en la medida en que es un freno para la preponderancia secular del hombre. Todos entendemos que la perspectiva prevaleciente en la cultura ya no es de carácter biológico, sino económico y en este terreno el sexo de las personas es irrelevante. Pero ¿hasta dónde va a llegar lo que en un momento fue un movimiento de defensa de la mujer? Parecería que lo que hay ahora es (por lo menos en las mentes de muchas personas) un movimiento de venganza de la mujer. La agresión ahora va a menudo en otro sentido. Ahora es de lo más común que una mujer le quite los hijos a un sujeto, que se descuente de su sueldo sin siquiera consultarlo, que se le acuse penalmente por toda una gama de conductas supuestamente agresivas (algunas de ellas francamente ridículas), etc. Aquí hay un problema serio, porque muy fácilmente transita de una situación de injusticia a otra también de injusticia.

Relacionado con lo anterior está el segundo punto que quería mencionar, de importancia vital en mi opinión, y que tiene que ver con la reacción masculina frente a lo que muchos hombres viven como agresión femenina. Esto es muy importante, porque lo más probable es que tenga repercusiones negativas para la mujer. ¿Cuál ha sido la reacción del hombre frente a los cambios y qué podría razonablemente proyectarse que será su evolución? Hay multitud de fenómenos asociados de muy diverso modo (aunque no como mera relación simple de causa-efecto) y que están a la vista. Para empezar, hay una marcada tendencia por parte de los hombres a no casarse. Si eso era algo que la mujer quería lograr en las nuevas condiciones es probable que no lo obtenga. También la forma “clásica” del matrimonio (unión para toda la vida, etc., etc.) parece cosa del pasado. El incremento en la homosexualidad también tiene que ver con el sentimiento de derrota del hombre actual frente a la mujer de nuestros días. Hay muchos hombres que sencillamente no resisten el impacto de un cambio y buscan refugio en algo diferente. El multi-divorcio está a la orden del día, con la consabida banalización de lo que era el lazo socialmente sagrado del matrimonio; el oficio más antiguo del mundo pasó de ser una práctica semi-oculta y un complemento al matrimonio estable (los Rolling Stones, dicho sea de paso, tienen una canción formidable al respecto, de los años 60, que se llama ‘Back Street Girl’ y que expresa muy bien – artísticamente – en unas cuantas frases esta situación) a ser una práctica impúdica ejercida a la luz pública, sin ninguna otra función que inducir consumo sexual bestial, conectado además con el crimen organizado y el sufrimiento de millones de mujeres a lo largo y ancho del mundo. No son éstas consecuencias positivas de algo que en su origen ciertamente fue positivo.

Yo creo que debería quedar claro que la violencia, sea quien sea quien la ejerza, debería quedar proscrita, si bien esto es algo que habría que matizar, pero no entraré en el tema aquí y ahora. Lo que es muy importante entender es que se puede ser violento de muy diferentes maneras, no sólo físicamente. La violencia física, básica mas no únicamente masculina, puede ser una mera expresión de mentalidad primitiva, que es lo que pasa en México, y hay que repudiarla, pero puede también ser una reacción frente a una situación en la que el hombre se siente en desventaja, con derechos disminuidos, es decir, agredido genéricamente por una cultura que lo asfixia. Es violencia física contra lo que se resiente como violencia (y que conste que no estoy defendiendo a nadie por actuar violentamente. Lo mío es un diagnóstico social, no un ejercicio de casuística). Esta otra forma de violencia física se extirpa de otro modo que nada más mediante represión y códigos penales. De ahí que una triste conclusión que habría que extraer es no que se logró acabar con la violencia de género, sino más bien que el progreso consistió en que se capacitó a ambos géneros para agredirse de aquí en adelante cada vez más en un plano de igualdad.

Vladimir, el Grande

Antes de empezar a exponer mi punto de vista sobre el tema del cual quiero ocuparme hoy es menester despejar un potencial malentendido. Cuando hablo de Vladimir no me refiero al sujeto que, en 1918, ordenó la alevosa masacre del zar y su familia; no tengo en mente al astuto manipulador político que se apoderó de su país por medio de un audaz golpe de estado y quien muy pronto se encontró con la horma de su zapato, esto es, con el verdadero revolucionario que terminó haciéndolo a un lado para construir los cimientos, independientemente de cómo evaluemos su desempeño, de lo que pasó a la historia como ‘Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas’, esto es, José Visariónovich Dzlugashvili, alias ‘el hombre de acero’. Sin duda ese Vladimir fue de esos hombres que logran darle un giro a la historia y por lo tanto sería infantil no reconocer su tenacidad y sus grandes capacidades de organización y de oratoria. Pero no es ese el Vladimir que me interesa. Ese es un Vladimir de un pasado que está más que muerto y enterrado. El Vladimir al que me refiero también es un hombre de historia, pero está vivo: es orgullosamente masculino y viril, es un regenerador social, un patriota más allá de toda duda posible, un hombre que impidió que su país quedara en manos de unos cuantos bandoleros multibillonarios, el individuo que está orquestando, junto con sus colegas chinos, el nuevo orden mundial, un político a quien en Europa Occidental mucha gente simplemente lo admira o hasta lo idolatra, un diplomático efectivo y, cosa rara, un dirigente político querido por sus conciudadanos. Me refiero, desde luego, al gran Vladimir Putin, incuestionablemente la figura política internacional más carismática de nuestros tiempos. Tratemos de explicar rápidamente por qué es ello así.

Debido quizá a la influencia, inconsciente tal vez, de modelos de estado y de gobierno como los que prevalecen en el mundo occidental y al que por nuestra ubicación geográfica inevitablemente pertenecemos, en general se nos ha querido hacer creer que mientras más mediocre y gris sea un gobernante, mejor! Al parecer lo contrario equivale a ensalzar al líder, al caudillo, al dirigente y eso, se nos asegura por medio de las aburridas y vacuas frases de los apologistas usuales del sistema, es “contrario a los valores de la democracia”. Esto es hasta cierto punto comprensible, pero no es un mérito. Considérense los Estados Unidos. Allá hay un presidente y éste ciertamente toma decisiones, pero en realidad lo que opera es lo que se llaman ‘administraciones’ (“la administración Clinton”, “la administración Bush”, “la administración Obama”, etc.) y lo que eso quiere decir es que lo que gobierna es una compleja maquinaria que tiene un rostro que es el del presidente en turno. Quien está a la cabeza entonces puede ser un ignorante (como Bush) o un personaje semi-ridículo (como Hollande) o un personaje despreciable (como Reagan): ya no importa, porque “su” administración funciona independientemente de él. Así, cualquier ciudadano americano puede ser presidente de los Estados Unidos, pero ciertamente no cualquier ciudadano americano puede ser un líder. Es mucho más difícil ser un gran líder que ser quien oficialmente da la cara por la política que de manera impersonal la maquinaria va imponiendo. Lo ideal, obviamente, es tener hombres de estado que al mismo tiempo son líderes en sus países, esto es, gente que suscita emociones positivas, que es admirada, personas en las que sus pueblos creen y a quienes la gente quiere al frente de sus países. Putin, por ejemplo, está en su tercer periodo como presidente de la Federación Rusa, porque el pueblo ruso lo aclama, porque los ciudadanos rusos saben que está allí para defender sus intereses. Sobre esto diré unas palabras más abajo, pero por el momento lo que me interesa dejar asentado es la simple verdad de que Putin sobresale por ser simultáneamente además de ser un gran hombre de estado es un gran líder. Angela Merkel, para dar un ejemplo, es una astuta y efectiva dirigente de un gran país, como lo es Alemania, pero es difícil visualizar siquiera que haga que su perro mueva la cola de emoción al verla llegar a su casa! Ahí tenemos un caso de gran estadista sin carisma. Y hay peor!

Dejando de lado las consideraciones de orden personal (carácter, personalidad, anécdotas, etc.), un individuo puede ser un líder dentro de su país o también dentro y fuera de él. Mucha gente se sentiría tentada a decir que si se es de un país pobre o pequeño, entonces sencillamente ya no se puede ser un gran líder. Aparte de revelar falta de imaginación, ese punto de vista es obviamente falaz. Fidel Castro fue el dirigente de una pequeña isla durante 50 años, pero era incuestionablemente un líder de talla mundial y en algún momento quizá el mayor. Y a la inversa: se puede ser el dirigente de una potencia, por ser el jefe de una “administración” en un país poderoso, y ser no obstante un tipo despreciable o repulsivo. Lo peor, desde luego, es estar al frente de un país y no ser ni un gran hombre de estado ni un líder carismático. De lo que podemos estar seguros es de que no ese el caso de Vladimir Putin.

Admitamos, pues, que la Federación Rusa tiene en Putin tanto a un hombre de estado como a un auténtico líder. A la larga, esa combinación de cualidades no puede más que producir excelentes resultados. En lo que a Rusia concierne, yo creo que un mínimo de información de lo que pasó con ella después del brutal cambio de sistema que se operó a finales de los 80 y de su situación actual basta para confirmar que nos las estamos viendo con un individuo realmente excepcional. Cuando un país cambia de sistema de vida, independientemente del giro que tome, la vida para los habitantes del lugar puede volverse muy difícil antes de llegar a una cierta estabilización. En Rusia el cambio fue el abandono del régimen socialista y ello se operó en forma brutal en no más de una década, una década malignamente aprovechada por los norteamericanos para imponer su presencia en Asia y en algunas de las antiguas repúblicas de la URSS. Pero la transición efectuada en realidad estaba no sólo debilitando al país que estaba empezando a ver la luz, sino que había llevado a la creación de una minúscula super-oligarquía, dueña de prácticamente todo, en detrimento desde luego de los intereses de las grandes masas, con lo cual se corría el riesgo de convertir al pueblo ruso en un pueblo completamente dominado y controlado desde el extranjero a través de una minoría cosmopolita, de una nueva nobleza. Enfrentarse a los millonarios siempre es un reto, pero lidiar con 20 multibillonarios extranjerizantes y apoyados por poderosos grupos de otros países presupone mucha seguridad en sí mismo, mucha claridad respecto a lo que se quiere y mucha valentía. Putin manifestó tener todo eso: entró en la confrontación directa con los neo-super-magnates rusos y terminó expropiándoles lo que se habían robado (el petróleo, las compañías de radio y televisión, de periódicos, de aviación, la industria minera, etc. En otras palabras, todo). Pero hay que señalar varias cosas en relación con ello. Primero, ningún político mediocre se atreve a enfrentar por intereses nacionalistas a los oligarcas o plutócratas de su país. Eso sólo lo puede hacer alguien de personalidad fuerte pero sobre todo motivado por genuinas causas patrióticas, alguien que realmente quiere subir el nivel de vida de su población, garantizar su soberanía y autonomía, asegurar su desarrollo pensando no sólo en las situaciones del momento, sino en las generaciones por venir. Segundo punto: Putin hizo algo muy importante para lo que para entonces era la ex-Unión Soviética: él volvió a hacer de la religión ortodoxa la religión de estado. Esta nueva alianza se hizo sin concederle a la Iglesia Ortodoxa poderes políticos, pero sí convirtiéndola en el cemento social que su país requería. Y esta variante de religión cristiana volvió a florecer en un país del cual había sido prácticamente extirpada, convirtiéndose así en una especie de escudo frente a muchos males y peligros espirituales.

Si en Rusia Putin es un estadista aclamado por sus reformas y por haberle vuelto la dignidad al pueblo (así como a los pueblos de las antiguas repúblicas soviéticas que permanecieron dentro de la federación), cuando lo que examinamos es su desempeño como actor en la arena internacional, entonces habría que decir más bien que Putin se ha venido convirtiendo en el paladín del mundo que lucha por liberarse del estrangulamiento al que tienen sometidas a la mayoría de las naciones algunas potencias en connivencia con el criminal régimen bancario de explotación universal. Poco a poco, Putin se ha ido perfilando como el estadista con las mejores y más apropiadas propuestas para el restablecimiento de la paz, inclusive si llevados por la descarada megalomanía otros países sistemáticamente la vuelven imposible, que es lo que pasó y sigue sucediendo en Siria. Si ésta no se ha desplomado ha sido en última instancia por la ayuda rusa, en todos los sentidos de ‘ayuda’. Rusia fue un factor decisivo en las negociaciones con Irán y que culminaron en el todavía incierto pacto para limitar las actividades nucleares de dicho país. Putin, por otra parte, hizo realidad la estrategia geo-política que tarde o temprano habrá de modificar la vida en el planeta: intensificó la alianza con la gran potencia económica y militar que es China. Putin impulsó con fuerza la creación de lo que se conoce como el BRIC, que es el grupo formado por Rusia, China, Brasil y la India el cual tiene, entre uno de sus grandes objetivos, la creación de un nuevo banco mundial, esto es, de una nueva institución bancaria internacional que sea una alternativa a instituciones tristemente famosas como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instauradas y manejada a su antojo básicamente por unos cuantos países occidentales que no buscan otra cosa que perpetuar el subdesarrollo de las naciones. El proyecto del BRICS (si sumamos la República de África del Sur) ya está en marcha y en realidad significa que, una vez que entre en funciones, el desbancamiento del dólar como la divisa mundial obligada será casi automático. Por otra parte, Putin, forzado en gran medida por lo que deberíamos llamar el ‘provocacionismo norteamericano’, quiero decir la política de constante provocación económica, militar, diplomática y comercial en contra de Rusia orquestada básicamente desde los Estados Unidos, se vio forzado a modernizar las fuerzas armadas de su país. Es, pues, evidente hasta para el más fanático y ciego de los “neo-conservadores” norteamericanos que, en palabras de Putin, “Rusia no es un país con el que se pueda tratar a base de ultimátums”. Si eso en algún momento imaginaron los políticos norteamericanos que podrían hacer con Rusia, hay que recordarles que Putin les estropeó su ensueño.

Es innegable que como político Putin es un dirigente efectivo y progresista en un sentido serio de la palabra, un hombre que ha sabido soportar terribles presiones externas pero que al mismo tiempo ha puesto en jaque a los países occidentales llevándose las palmas en más de un encuentro de alto nivel y a los cuales les ha dejado en claro que sus muy practicados procedimientos de imposición (manipulación descarada de los precios del petróleo, sin duda alguna una fuente importante de ingresos para Rusia, creación de frentes militares en sus fronteras, como lo es la absurda guerra en Ucrania, constantes ejercicios militares de la OTAN en los países limítrofes con Rusia, los típicos boicots comerciales de sus productos, etc.) simplemente no han dado y no darán los resultados esperados. Lo cierto es que Rusia cada día está más sólida y que en Rusia cada día se vive mejor (a pesar de los actuales boicots), porque Rusia es, para retomar y darle contenido a una vieja idea hegeliana, el país que encarna el desarrollo, el espíritu del futuro inmediato. Los occidentales han intentado de todo, pero les ha salido las más de las veces el tiro por la culata. Considérense las dos fragatas que Rusia ordenó en Francia por un costo de más de un billón de euros y que representaba un jugoso negocio para el gobierno francés. Incomprensiblemente, de seguro que por presiones de ciertas minorías franceso-cosmopolitas muy poderosas, el gobierno de Hollande decidió abruptamente romper el contrato y no entregar los barcos prácticamente ya terminados. Rusia se quedó sin sus fragatas para las cuales tendrá sin duda nuevas ofertas, pero Francia tendrá que pagar no menos de dos billones y medio de euros a título de reparación por los daños ocasionados a Rusia. Quién se benefició con la absurda maniobra francesa es asunto de especulación, pero así como ciertamente podemos incluir dentro de los “beneficiados” a Rusia no podemos incorporar en la lista a Francia. En resumen: es innegable que con Putin Rusia no sólo se salvó cuando estaba a la deriva, sino que a partir de entonces ha crecido y todos los indicadores, económicos u otros, lo confirman. Pero hay mucho más que decir en relación con Putin y que tiene que ver con la persona misma, con el ser humano que dista mucho de ser un mero burócrata estatal. Putin interviene abiertamente en la vida cotidiana de su país con decisiones que provienen de alguien que no nada más es el portador de una cierta investidura, sino un ser humano que tiene sensibilidad y sentido común.

Esto me lleva a otro punto que es digno de ser tomado en cuenta. Si como político Putin se ha convertido en un actor al que sencillamente no se le puede ignorar, un portavoz de la paz que congrega cada vez más a la clase política internacional, en otras palabras, si como político Putin es grande, como hombre es sencillamente fantástico. Por ejemplo, físicamente es un individuo sano y fuerte, mentalmente muy ágil pero además es un hombre que (como Mahmoud Ahmadinejad) por no estar bajo el influjo de la ponzoñosa propaganda hollywoodense, no se ha convertido como Obama en un descarado abogado de la homosexualidad (Nada más recuérdese el ridículo del presidente norteamericano durante su última gira por África en donde, en lugar de hablar de las hambrunas y de las matanzas cotidianas, se puso durante una cena a defender el matrimonio “gay”! No es fácil rastrear actuaciones de presidentes tan incomprensibles y tan fuera de lugar como esa de Obama). Putin ya dejó en claro que aunque los homosexuales no son clasificados como delincuentes en Rusia, ello no convierte a la homosexualidad en algo que él quiera para su país, para su juventud y difícilmente podría ser criticado por ello. Putin no esconde su masculinidad, algo de lo que en Occidente muchos quieren que uno se avergüence. Ahora en ciertos medios hasta hay que ofrecer disculpas por ser normal! El presidente ruso es además un soberbio luchador de judo y practica deportes extremos. Pero además tiene gestos y actitudes que sólo los grandes manifiestan. Muy significativa es la escena en la que obliga a los millonarios dueños de una fábrica a firmar un nuevo contrato colectivo con el que los trabajadores podrán ver respetados sus derechos. Esa clase de escenas son en nuestras latitudes simplemente desconocidas. Una situación que sin duda alguna, si efectivamente se dio como se cuenta que sucedió, requirió de mucha entereza y firmeza habría sido el choque con B. Netanyahu cuando éste, sin previa cita, se presentó en Moscú para prevenir a Putin respecto a que Israel destruiría Teherán con bombas atómicas si Rusia le vendía sus famosos misiles tierra-aire S-300 a Irán. Al parecer, Putin habría corrido del Kremlin al todopoderoso primer ministro israelí. Una tormentosa escena digna de Hollywood!

Desafortunadamente, de una cosa podemos estar seguros: si de lo que se trata es de informar al público general respecto a quién es quién hoy por hoy en nuestro mundo, la prensa, el radio y la televisión mexicanas no serán las fuentes de información. Lo mismo pasó con Chávez y su revolución bolivariana: en México el 99% de la población no tiene ni idea de lo que fue el proceso venezolano, pero la culpa no es de la población. Es cierto que la información es en principio asequible, pero hay que investigar y el público general no puede estar haciendo eso. Tiene entonces que conformarse con la escuálida información que los mass-media locales le proporcionan. Y sin embargo, a pesar del bloqueo informacional, a nivel mundial la popularidad de Putin crece todos los días. Cada vez gusta más su estilo directo, su sensatez política, su nacionalismo legítimo y no aplastante ni excluyente, sus intuiciones y su buen olfato político. La verdad es que lo único que a nosotros nos queda por hacer es exclamar algo como “Qué envidia!”. En verdad, nosotros, comparando la situación del pueblo de México y sus perspectivas en conexión con sus mandamases, no podemos hacer otra cosa que parafrasear el famoso dicho mexicano, atribuido a los más variados personajes de nuestra vida nacional:
   Pobre México! Tan cerca de Obama y tan lejos del gran Vladimir Putin!

Esclavitud e Hipocresía

(A la memoria del Licenciado Narciso Bassols, obligado a fallecer el 24 de julio de 1959).
Difícilmente podría negarse, siento yo, que la hipocresía es uno de los rasgos más detestables tanto de personas como de diversos aspectos de la vida contemporánea.  Para los propósitos de estas líneas, sin embargo, más que como un mero fenómeno personal me inclino por ver en la hipocresía una característica de la cultura actual, una forma de educar a las personas de la que no es fácil escapar. En la vida política de nuestros tiempos, por ejemplo, la hipocresía está a la orden del día. La diplomacia norteamericana (y creo que no sería descabellado pregonar lo mismo de la diplomacia occidental en general) convirtió a la hipocresía en uno de sus más notables instrumentos. Carentes de una ideología aunque sea un poco más sofisticada que la incorporada en la perspectiva de burócratas clase medieros o en las charlas de amas de casa, los sucesivos gobiernos norteamericanos fueron desgastando poco a poco los valores fundamentales asociados con su propia situación y con su rol histórico para no dejar más que cascarones ideológicos, categorías huecas que paulatinamente fueron dejando de cumplir su función original que era justificar las intervenciones armadas, la Guerra Fría y demás. Con el tiempo, ellos siguieron recurriendo a las peores prácticas imaginables (la tortura, por ejemplo), pero su discurso político prima facie justificatorio no se alteró por lo que terminó siendo lo que ahora es, es decir, un discurso totalmente hipócrita y en el fondo inservible. Las prácticas político-militares norteamericanas son horrendas y vienen envueltas en el mismo lenguaje de hace décadas, sólo que a éste ahora ya nada lo sustenta y por lo mismo no pasa de constituir un lenguaje falsificador e hipócrita. Por ejemplo, para desacreditar sistemas de vida dirigidos por ideales de igualdad y no dominados totalmente por meros objetivos de ambición privada obscena, los Estados Unidos impusieron en el mundo el banal discurso de la democracia, la libertad y los derechos humanos, perfectamente asimilado y reproducido por los pericos teóricos de latitudes más tropicales, pero aparte de ponerlo en circulación para impedir el florecimiento de otra terminología y otros ideales lo impusieron también para justificar las mayores atrocidades que al día de hoy se han cometido. Los ejemplos abundan de manera que no me detendré en ellos, pero para ilustrar lo que digo no estará de más traer a la memoria que en nombre de los derechos humanos se inundó Vietnam de napalm, se bombardeó y destruyó Yugoeslavia (generando horrores sin fin en el único lugar de Europa en donde en algún momento convivieron en armonía cristianos, judíos y musulmanes) y hoy se tienen a sueldo a ejércitos de mercenarios criminales (¿o son otra cosa los asesinos del Estado Islámico, los sucesores de esa gran organización armada por la CIA y que pasó a la historia como Al Quaeda?) que no tienen otro objetivo que masacrar gente, degollar públicamente a soldados hechos prisioneros en acción (lo más contrario que pueda haber a los pactos universalmente firmados concernientes a cómo conducir un conflicto armado) y destruir sistemáticamente la infraestructura de los países en donde aparecen, así como sus reliquias históricas y en general toda su riqueza cultural acumulada. De igual modo, en nombre de la maravillosa libertad (que aparte de las posibilidades de florecimiento de capacidades humana quién sabe en qué pueda consistir) se ha logrado instaurar un nuevo sistema de esclavitud universal, menos obvio quizá que el inenarrable tráfico de esclavos que algunos pueblos europeos (muy especialmente aunque no únicamente, ingleses, holandeses y portugueses) diligentemente practicaron a lo largo de tres siglos durante los cuales comerciaron con alrededor de 80 millones de personas (dato extraído del formidable libro de Hugh Thomas, The Slave Trade. The history of the Atlantic slave trade 1440-1870), pero a final de cuentas tan efectivo y tan odioso como el de antaño. A decir verdad, no creo que sea muy difícil de hacerlo ver. El elemento impulsor del comercio de esclavos (básicamente, de población africana – hombres, mujeres y niños – hacia algunos países de América Latina y los Estados Unidos) era la urgencia por el enriquecimiento personal: los propietarios de grandes extensiones de terreno requerían de mano de obra barata, de preferencia gratuita (salvo por el costo del esclavo y su mantenimiento en los límites de su resistencia física) y fue así como en los grandes campos de tabaco y de caña de azúcar al rayo del sol y latigazos trabajaron y murieron millones de hombres. Pero, yo pregunto: ¿es en nuestros tiempos acaso radicalmente diferente la situación para millones de personas? Francamente, lo dudo. Yo creo que los mecanismos mediante los cuales se ejerce la opresión son diferentes, pero a final de cuentas son tan efectivos y brutales como los de tiempos más descarnados. Es innegable que el fenómeno de la esclavitud reviste otras formas que las más crudas y burdas de las modalidades de antaño; por ejemplo, no hay un mercado público para la compra de personas. Pero es obvio que ello no basta para mostrar que la esclavitud actual no es un fenómeno real y no menos lacerante, injustificado y cruel que el que era común en la época de Raleigh o de Francis Drake. ¿Cómo podemos mostrar que efectivamente se da esta continuidad en las prácticas esclavistas? A mi modo de ver, una veloz mirada sobre el impactante fenómeno de la inmigración basta para convencernos de ello. Echemos, pues, un superficial vistazo sobre este panorama no para efectuar un ejercicio de redacción, sino más bien para intentar llevar al plano de la conciencia la verdad de sobre quién está fincado el bienestar de millones de personas y, en verdad, ese sistema de vida que parece sobre todo una maldición y del cual inevitablemente formamos parte.

Una comparación que de inmediato a cualquiera le viene a las mientes y que habla por sí misma es la que se puede trazar entre las oleadas de humanos que se desplazan hacia países que no son los de ellos y las de los ñúes y las cebras del Serengueti, animales que movidos por el instinto año tras año realizan su épica migración hacia pastizales y ríos menos afectados por las terribles sequías. Son ciertamente épocas de bonanza para los grandes depredadores, básicamente felinos y hienas. Ahora bien, siguiendo con el contraste entre animales y humanos de inmediato habría que decir de las rutas de los migrantes que están plagadas de toda clase de depredadores no animales, pero sí humanos: policías, pandillas, explotadores, personas indiferentes dispuestas a verlos morir antes que darles algo suyo (unas monedas, un vaso de agua), violadores y en general toda clase de gente abusiva dispuesta a aprovechar las ventajas que tienen sobre los caminantes para la obtención de algún beneficio personal. Pero además del paralelismo con los depredadores hay otras similitudes entre migraciones animales y migraciones humanas en las que estos últimos, por así decirlo, salen perdiendo. Las migraciones animales están, por decirlo de algún modo, programadas: se producen una vez al año durante el período de sequía. Las de los humanos que huyen de sus países se dan todo el año. Los animales saben qué dirección tomar; los humanos van a donde puedan, a donde tengan cabida. Por estas y otras muchas razones habría que inferir que son más terribles los grandes movimientos migratorios de sirios, hondureños, libios, mexicanos, guatemaltecos, iraquíes, tailandeses y demás que las migraciones de los grandes herbívoros de las planicies africanas.

Las migraciones humanas contemporáneas son la expresión última, en todos los sentidos de la palabra, de las esclavizantes relaciones que prevalecen entre un grupo reducido de países y lo que se solía llamar el ‘Tercer Mundo’, países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Es importante comprender la situación. Hasta donde logro ver, nadie abandona a su familia, su tierra, su milieu natural a menos de que tenga una o muchas razones para ello. Alguien puede irse a hacer un doctorado a un país diferente, pero todos en su entorno asumen que va a regresar y que se reincorporará a su país tan pronto adquiera su grado; alguien se puede casar y entonces irse a vivir al país de su cónyuge, pero si lo hace es, primero, de motu proprio y, segundo, porque lo más probable es que le convenga más empezar en otro lado que quedarse en su país. Pero si millones de personas dejan sus tierras, abandonan a sus familias y se lanzan casi a ciegas a una aventura plagada de peligros y cuyo desenlace es más que incierto, ello no se debe al deseo de obtener un beneficio extra a los beneficios que su medio ambiente le proporciona. Ello se debe más bien a que éste no le da nada. En el mejor de los casos su huida se debe a que su mundo no le garantiza un trabajo, a que no tiene ingresos, a que no hay ni una mínima perspectiva de desarrollo para él y su familia. Y hay muchos casos mucho más patéticos: familias enteras se ven desplazadas porque sus casas fueron demolidas o bombardeadas, porque sicarios o militantes de la clase que sea los buscan para hacerle daño a ellos o a sus familias y entonces tienen que dejar todo atrás: su casa, sus animales, su pasado, su vida y emigrar, que en situaciones así es como dar un salto al vacío o alternativamente, dada su indefensión y su esencial vulnerabilidad, como dar un brinco hacia la esclavitud, porque a menos de que corra con mucha suerte es eso lo que les espera.

Podría preguntarse: ¿qué culpa tiene de su situación el ciudadano medio de un país afortunado?¿Acaso es él culpable de que el mundo del migrante se haya derrumbado como lo hizo al grado de que éste no pueda hacer otra cosa que salir corriendo y tratar de refugiarse en su país? Hay un sentido en el que un ciudadano de un país que súbitamente se ve inundado por migrantes no es responsable de las desgracias de éstos, pero hay otro en el que eso ya no está tan claro. Millones de campesinos latinoamericanos han tenido que dejar sus países y adentrarse en otros porque especulaciones en las Bolsas de Londres, de París o de Nueva York le quitaron prácticamente todo el valor a sus productos por lo que hagan lo que hagan, se esfuercen lo que se esfuercen, de entrada saben que no podrán vivir con los frutos de su trabajo. Pero podría también tratarse de un ciudadano pacífico de un país que lucha por no ser destruido (Siria, por ejemplo) cuando súbitamente ve que se aproximan hordas de asesinos y no tiene otra salida que la de salir corriendo con su familia. ¿A dónde? A donde pueda, sin documentos, sin salvoconductos, sin nada. Un vago instinto conduce a millones de personas hacia los centros poblacionales en donde se supone que pueden trabajar y vivir en paz. Se habla entonces de cosas como del “sueño americano”, una expresión para la que si nos ubicamos en los años 50 del siglo pasado le veo un sentido, pero en la actualidad me resulta casi ininteligible. Cuando después de incontables vicisitudes, accidentes, atracos, golpizas, estafas y demás llegan al supuesto paraíso terrenal, a los terrenos de la libertad, la democracia y los derechos humanos, descubren para su horror que lo que les espera no es otra cosa que la esclavitud. ¿Exagero? Examinemos rápidamente el tema.

La tesis de que la esclavitud es un asunto del pasado es declarada, y yo diría ‘descaradamente’, falsa. En mi opinión, sería de una candidez irritante suponer que las prácticas de las antiguas formas de esclavitud ya no son vigentes. La verdad es que ahora hay más modalidades de esclavitud que hace 4 siglos. En efecto, está primero desde luego la esclavitud laboral (un fenómeno bien conocido en nuestro querido México. Quizá sea útil refrescarnos la memoria con el vergonzoso asunto de hace unos meses concerniente al caso de esclavitud laboral agraria allá en Baja California, un caso en el que por estar de una u otra manera involucrado el inefable Fox, puesto que tenía que ver con una empresa “vinculada” con su familia, resulta particularmente nauseabundo. En terrenos aislados trabajaban y vivían hacinadas familias enteras, con niños, ganando unos cuantos pesos al día, trabajando horas extras no remuneradas, sin servicios elementales de salud, en condiciones de insalubridad medievales. Este caso de violación sistemática de derechos humanos es un ejemplo de esclavitud desde el punto de vista que se le quiera examinar. Pero en la actualidad se da también la esclavitud sexual: no creo que sea por gusto que haya auténticos ejércitos de mujeres que tienen, digamos, 50 relaciones sexuales al día, en medio de golpizas, enfermedades y abandono. Y eso, como sucede en el frente del trabajo, pasa en todos los países diariamente. Están también los casos de violación permanente de derechos fundamentales de cualquier ser humano, esto es, de víctimas de violencia física salvaje que no tienen la menor posibilidad de defenderse; ni más ni menos que lo que pasa con una persona que es propiedad de alguien, es decir, con un esclavo. Antes ciertamente se distinguía entre seres humanos (digamos, blancos) y esclavos (básicamente, negros). Distinciones así en la actualidad son explícitamente repudiadas por tratarse de expresiones de odio, de racismo, etc. O sea, en la cultura occidental es propio de las personas horrorizarse antes tales categorizaciones. Éstas no están permitidas: es de mal gusto recurrir a ellas, no es “decente” ni “políticamente correcto” hacerlo. Nos rehusamos a distinguir lingüísticamente entre seres humanos. Eso suena bien, pero ¿también se corrige con eso la realidad? Me temo que no. Ahora ya no hablamos de amos y esclavos. ¿Para qué? Se habla más bien de indocumentados, de ilegales. El problema es que el cambio de terminología no modificó la realidad, el status de millones de personas que de hecho son las sucesoras de los esclavos de otros tiempos. La situación es, pues, en lo esencial la misma para los hombres que venían en cadenas desde su tierra natal que para los millones de personas que por hambre, miedos, soledad, etc., tienen que aceptar lo que se exija de ellos para poder seguir viviendo. Pero la verdad es que hay algo que hace a estas situaciones más odiosas aún, si es ello factible, Me refiero al toque de hipocresía en el que vienen envueltas, el detestable envoltorio lingüístico de la cultura contemporánea que contrasta abiertamente con sus prácticas para ella indispensables. Las mismas terribles prácticas de tiempos rebasados siguen vigentes, pero el discurso oculta dicha realidad.

Otro aspecto incomprensible del fenómeno de la esclavitud capitalista revestida de descripciones tranquilizantes se refleja espontáneamente en la actitud de millones de personas que sinceramente se sienten negativamente afectadas por las nuevas migraciones humanas. Grandes representantes de estas actitudes lo son en particular grupos cuantitativamente no desdeñables de norteamericanos y de franceses. Por ejemplo, en los Estados Unidos mucha gente sinceramente cree que los mexicanos, como los argelinos o los cameruneses en Francia, son gente que llega para “aprovecharse” de los habitantes de buena fe de países que en principio les abren las puertas y a los cuales ellos sólo contribuyen desequilibrando el mercado de trabajo, aportando su delincuencia y cosas por el estilo. Pero eso no pasa de ser una grotesca parodia de la realidad y por muy sincero que sea el sentimiento de gente que así piensa no por ello está en lo correcto. En general, yo diría, por una parte, que entran en los países del bienestar básicamente las cantidades más o menos calculadas de personas que se requieren para mantener salarios bajísimos y para que se realicen las faenas (como limpiar cañerías) que ya nadie en esos países quiere realizar. Ningún ciudadano norteamericano haría el pesado trabajo que realizan los mexicanos y menos aún por los salarios que éstos reciben y en las condiciones en las que trabajan. Pero además se les olvida a todas esas personas que si efectivamente los niveles de migración rebasan los calculados y que la carne de cañón laboral y humana empieza a ser incontenible en gran medida los responsables de ello son sus connacionales. Se les olvida que a menudo sus empresas agotan los recursos naturales de donde son oriundos esos migrantes, que si bien sus “inversiones” fueron cuantiosas nunca se reinvirtieron por lo que para las poblaciones locales su enriquecimiento significó más bien una pauperización irrefrenable, que las más de las veces sus empresas evadieron impuestos por medio de prestanombres y de triquiñuelas de toda clase de modo que le dejaron muy poco al país del que obtuvieron sus ganancias, que si bien generaron jugosos dividendos para sus accionistas ello fue a costa de grandes estragos ecológicos y manipulando al máximo los mercados de trabajo para mantener a los trabajadores al nivel casi de la subsistencia. Pero entonces ¿cómo se entiende la situación de la gente a la que se desproveyó de toda posibilidad real de desarrollo personal y que está a merced de gente abusiva y de mala fe?¿Hay otra palabra para describir dicha situación mejor que ‘esclavitud’?

Lo que es increíble es que a pesar de todo, en esta atmósfera de hipocresía lingüística y cinismo práctico, de todos modos aparecen seres humanos que no se suman a la fácil corriente ideológica de condena y ataque de los migrantes. A mí me parece que en relación con dicho tema la actitud correcta consiste en la adopción de una forma de tribalismo: es cierto que muchos de nosotros en lo personal no nos hemos aprovechado de nadie, pero es claro que muchos otros sí. Todos entonces cargamos con la culpa. Dicho de manera cruda: el sistema capitalista nos hace a todos culpables. Por razones obvias de funcionalidad social y de justicia, no se puede indiciar legalmente más que a quienes se atrape in fraganti cometiendo alguna clase de ilícito (y ya sabemos que ni siquiera a pillos así se les puede hacer pagar por su codicia y su deseo irracional de enriquecimiento sin fin. ¿Nunca se preguntarán estos multibillonarios para qué amasar tanto dinero si de todos modos lo más probable es que, si bien les va, llegarán a los 90 años?), pero lo cierto es que todos aquellos que no somos migrantes de uno u otro modo cargamos inevitablemente con la mancha con que nos ensucia este sistema que además de cosificar todo destruye modos enteros de vida, sociedades, familias, personas. Es para dar expresión a esta situación existencial de culpa heredada que dan ganas de hablar de auténtica, seria, profunda, indeleble pecaminosidad, porque en verdad es día con día que con nuestro bienestar avalamos la plataforma en la que se erigen nuestras vidas pero que aplasta a millones de seres humanos. Yo me pregunto si más allá de la fácil retórica de justificación individual y del lenguaje propagandístico estándar hay algo o alguien que pueda en principio eximirnos de nuestra responsabilidad y de nuestra culpa.

Pacto con Irán

Por fin, después de casi dos años de arduas negociaciones, el grupo de los 5 + 1 (Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania) e Irán lograron llegar a un acuerdo concerniente al programa nuclear de esa república islámica. Hay que recalcar que, si bien no se trata de un pacto bilateral entre los Estados Unidos e Irán, éstos fueron los países que llevaron la voz cantante durante todo este periodo. Es importante entender, sin embargo, que el mero factum de la negociación es un triunfo colosal del gobierno iraní, porque como es bien sabido los Estados Unidos no se sientan a negociar con nadie salvo cuando no están en posición de imponer sus puntos de vista mediante presiones económicas, chantajes políticos o amenazas de uso de la fuerza. O sea, ellos “negocian” con sus generales por delante y llaman a eso ‘diplomacia’. Lo que es cierto es que desde hacía años Irán buscaba llegar a acuerdos con los Estados Unidos, pero mientras éstos no consideraron que Irán fuera un adversario a tomar seriamente en cuenta sencillamente desdeñaron toda invitación a negociar. Pero cuando Irán lanzó satélites al espacio, neutralizó los ciber-ataques a sus instalaciones atómicas (por ejemplo, el del famoso virus Stuxnet, así como virus de la siguiente generación), desarrolló un programa de misiles de mediano alcance (no intercontinentales), derribó drones espías en su territorio, desmanteló redes terroristas creadas para asesinar a sus científicos más destacados, sobrevivió a las descaradas manipulaciones de los precios del petróleo (hay gente de buena voluntad que todavía cree en las “leyes objetivas del mercado”) y que mostró que no lo habían doblegado ni las brutales e injustificadas sanciones comerciales ni el congelamiento de sus cuantiosos fondos en bancos occidentales, entonces y sólo entonces los norteamericanos se sentaron a negociar con ellos. Se puede así constatar que, estrictamente hablando, no hay tal cosa como “diplomacia americana”: si ellos no “negocian” desde una posición de superioridad y de prepotencia, entonces no ganan las negociaciones. Y la mejor prueba de ello nos la da el pacto con Irán: lo que los norteamericanos y sus aliados (en este caso al menos) lograron fue imponerle a Irán algo que nunca se contrapuso a los objetivos del gobierno iraní! Para que nos entendamos: Irán, al día de hoy, nunca se propuso desarrollar armas atómicas y eso que nunca se propuso es lo que los americanos le impusieron! Es cierto que el acuerdo está enmarcado en un sinnúmero de restricciones y de condiciones casi humillantes, de formas de vigilancia que son más bien modalidades no muy discretas de espionaje, pero visto todo el proceso de manera global, no se puede ocultar el hecho de que la diplomacia iraní mostró ser mucho más fina y efectiva que la occidental y la americana en particular (dejando de lado un rol serio y bien llevado por parte del Secretario de Estado, J. Kerry, que sería de necios no reconocer). En todo caso, Irán alcanzó sus objetivos fundamentales, entre los cuales podemos mencionar el levantamiento (aunque sea gradual) de las pesadas sanciones económicas, tanto de las impuestas por la ONU como de las emanadas del congreso norteamericano y de sus aliados occidentales, la reanudación de los intercambios comerciales con estos últimos, relaciones benéficas y sumamente prometedoras para ambas partes (hablamos de inversiones inmensas en diversos sectores productivos), el incuestionable engrandecimiento de su presencia en el Medio Oriente sin para ello tener que renunciar a su política de apoyo a Siria y al pueblo palestino. Tiene además las manos libres para firmar nuevos y millonarios contratos de gas y petróleo con China, la India y otros países, adquirir el armamento que requiera (los SS-20 rusos, por ejemplo, si éstos finalmente se los venden) y podrá en general reactivar con ímpetu su economía y elevar el nivel de vida de su esforzada población. ¿Todo eso por no hacer lo que de todos modos no se tenía pensado hacer? No está mal!
Como siempre pasa con acuerdos de magnitudes del que se acaba de concretar, una cosa es el texto y otra las implicaciones, esto es, los racimos de consecuencias que éstos acarrean. No es nunca fácil extraer de golpe y hacer explícito todo lo que está virtualmente contenido en pactos como éste, pero lo cierto es que con ellos súbitamente se iluminan ámbitos de sectores de la vida política cotidiana que aunque los tenemos frente a nosotros permanentemente en general rara vez fijamos nuestra atención en ellos. Yo creo que en este caso, podemos apuntar al menos a dos escenarios políticos de primera importancia en relación con los cuales a no dudarlo el pacto nuclear iraní habrá de producir convulsiones y transformaciones.
El primero concierne a una reconfiguración general del mapa político del Medio Oriente. Por lo pronto, el plan de destrucción de los países musulmanes hostiles a Israel y que había venido cuajando, aunque fuera a un costo altísimo (Irak, Libia, Egipto, Líbano y Siria y que habría de culminar con la destrucción de Irán) ya no fructificó. Siria, y eso es innegable, habrá quedado prácticamente destruida por el ejército mercenario que la invadió, pero el régimen legítimo del presidente Bashar al-Assad se sostuvo y ahora ya no habrá forma de aniquilarlo. Contrariamente a lo que recientemente afirmó un general israelí, es falso que Siria se esté muriendo y que lo único que falte sea su acta de defunción. Irán es un aliado de Siria y es ahora un factor que ya no será posible ignorar. En segundo lugar, el pacto puso al descubierto súbitamente una profunda escisión en el universo político norteamericano. Dejó en claro en efecto que, más allá de las luchas entre republicanos y demócratas, que son básicamente luchas entre grupos de consorcios – puesto que dejando de lado la usual retórica a la que cada uno de los dos grandes partidos recurre, no hay ninguna oposición ideológica fundamental entre ellos – lo que se empieza a delinear es una lucha cada vez más explícita y cada vez más enconada entre los políticos norteamericanos (senadores, representantes, gobernadores) que dependen y están estrechamente vinculados a los intereses americano-sionistas y por ende claramente al servicio de Israel, por una parte, y los políticos que pretenden velar por los genuinos intereses de los Estados Unidos antes que por los de cualquier otro estado, sea el que sea, por la otra. Esta ciertamente es una confrontación que apenas comienza, pero cuyo espectro sin duda se irá poco a poco ampliando y profundizando. Por el momento esta confrontación reviste la forma de un conflicto entre el poder ejecutivo y el congreso, pero es obvio que eso no es más que la punta de un iceberg que poco a poco irá emergiendo. Como es del dominio público, el Congreso está fuertemente dominado por los defensores a ultranza del gobierno israelí por lo que puede en principio bloquear el acuerdo con Irán, pero se expone al veto, ya anunciado, del presidente. Así, pues, dejando de lado las cláusulas técnicas del acuerdo, es obvio que éste tiene implicaciones políticas de largo alcance no siempre visibles, pero que de todos modos es importante intentar descifrar.
De lo que en cambio no cabe duda es de que el gran perdedor con el acuerdo es, evidentemente, B. Netanyahu, el primer ministro israelí. Aquí lo irónico del asunto es que no es improbable que, por desafiar abiertamente la política del presidente de los Estados Unidos confiado en el inmenso poder de los grupos sionistas y pro-israelíes americanos, el propio Netanyahu le haya dado sin querer un fuerte impulso a lo que precisamente a toda costa quería evitar. No hay duda de que, independientemente de su fracaso político, él intentará de todos modos sacarle provecho a su derrota ordeñando al gobierno norteamericano y extrayendo de él un aumento de entre un 30 y un 40 % en el apoyo anual de los más o menos 3,000 millones de dólares que los Estados Unidos desde hace lustros le regalan a Israel año tras año. Se habla ahora de cantidades que oscilan entre los 4,000 y 4,500 millones de dólares. Ningún estado en la historia de la humanidad ha recibido o recibe subvenciones de estas magnitudes, cuya raison d’être sin embargo no es el momento de explorar. Hay, pues, un sentido en el que, a pesar del permanente boicot al que lo sometió y lo sigue sometiendo, también a Israel le convino el acuerdo nuclear con Irán. No obstante, hay un punto en el que el pacto inevitablemente significa la bancarrota moral de la política del actual gobierno israelí y es el siguiente: si un estado, presentado sistemáticamente ante el mundo como “terrorista” y como “promotor del terrorismo”, como lo ha sido Irán, acepta firmar pactos de no proliferación de armas nucleares y llega a un acuerdo según el cual acepta auto-limitar su producción de energía atómica así como una vigilancia extrema y permanente de sus instalaciones, la supresión de miles de centrífugas, la disminución en sus procesos de enriquecimiento de plutonio y uranio y, más en general, se compromete a no intentar producir un arma atómica: ¿por qué entonces Israel sigue siendo la excepción?¿Por qué no negocian y firman también un pacto nuclear el grupo de los 5 + 1 e Israel esta vez?¿Por qué Israel no permite la inspección internacional de sus instalaciones nucleares del desierto de Neguev y en particular del ya obsoleto reactor de Dimona? Es evidente que no se puede sentar a la mesa de negociaciones a Israel por la fuerza, pero lo que se discutía no era eso sino la supuesta supremacía moral de la que gozaba. Uno de los efectos notorios del pacto nuclear con Irán y que está a la vista de todo mundo es que se demostró que la tesis de la superioridad moral de Israel sobre el mundo musulmán no tiene el menor fundamento, no pasa de ser un mito ideológico y que si hay un estado terrorista en el Medio Oriente ese estado no es Irán.
El histórico acuerdo al que llegaron las partes en concordancia con el cual el avance atómico iraní queda confinado a usos pacíficos (medicina, electricidad, etc.) puso también de relieve que cierta retórica ideológica y política ya está descontinuada, completamente desgastada y que si se sigue recurriendo a ella es pura y simplemente por falta de argumentos y de imaginación. Es el caso de todos esos fáciles rapprochements de cualquier situación tensa que de uno u otro modo tenga algo que ver con Israel con situaciones pasadas (el Pacto de Múnich de 1938, el peligro del antisemitismo, los testimonios de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial y cosas por el estilo). Eso, hay que decirlo, ya no da resultado y ello no sólo porque las comparaciones son cada vez más forzadas, más incongruentes, más fuera de lugar, sino porque a menudo están fundadas en datos que son no sólo cuestionables, sino demostrablemente falsos. Por ejemplo, como se recordará, Netanyahu se permitió llevar para su presentación ante el Congreso a un supuesto sobreviviente de Auschwitz, Elie Wiesel (Premio Nobel, por si fuera poco), al cual los representantes de las dos cámaras le rindieron un prolongado aplauso. El problema es que, como ahora se sabe, dicho personaje ni siquiera lleva en el brazo el tatuaje que forzosamente portaban los prisioneros del mencionado campo de concentración y que de hecho todavía tienen los auténticos sobrevivientes, además de muchos otros datos que hacen pensar que se trata de un fraude completo (su edad no corresponde a la que debería tener, las autoridades polacas no tienen documentos de él, hay otra persona que sí tiene tatuado en el brazo el número que él afirma que era el suyo, la gente que estuvo en el campo no lo reconoce, no habla húngaro, etc. A este respecto vale la pena examinar en los videos correspondientes lo que afirman Brother Nathanael y Alain Soral sobre el caso). Parecería, por consiguiente, que el acuerdo iraní volvió obsoleto el expediente del recurso a lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial como un elemento argumentativo en las discusiones y negociaciones políticas contemporáneas. La confrontación política o diplomática exige, al igual que las negociaciones comerciales o financieras, el uso de argumentos de actualidad, vigentes, no de otra naturaleza.
El acuerdo entre Irán y las grandes potencias está todavía en un estado no embrionario, pero sí fetal. Mientras no esté firmado por el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y por el líder supremo de la República Islámica de Irán, el Ayatollah Khamenei, puede en todo momento desvanecerse. La batalla en el Congreso norteamericano va a ser tremenda, si bien el presidente Obama ya anunció que vetará cualquier resolución tendiente a bloquear su materialización. El problema es que el actual presidente norteamericano no estará ya mucho tiempo más en funciones y así como los pactos se firman también se cancelan. Lo realmente importante para quienes no estamos directamente involucrados en tan complicados procesos es tener bien claro qué se gana y qué se pierde, quién gana y quién pierde, con el acuerdo iraní. El acuerdo, con todos los defectos que pueda contener para una y otra parte, es básicamente un acuerdo de paz, encarna la preferencia por mecanismos racionales de solución de conflictos en lugar del fácil pero muy peligroso y contraproducente uso de la fuerza (que en nuestros días ya no es de falanges y batallas cuerpo a cuerpo sino de armas cada vez más sofisticadas de destrucción masiva), simboliza un muro de contención para políticos megalómanos y demagogos delirantes, fanáticos e irresponsables. Si quisiéramos jugar con visiones maniqueas, diríamos que el Bien acaba de ganarle una partida al Mal. El problema con esta reificación de los valores es que de inmediato tendríamos que pensar en que inevitablemente habrá una próxima jugada en la que lo que podría vencer fueran el odio y la ambición y que con ello de golpe se estropeara lo que con tanto esfuerzo y para beneficio de los pueblos de la región se logró construir.

¿Por qué no mejor Santa Ana?

No hay pueblo en la Tierra que no esté expuesto a ataques externos, al pillaje y a la explotación brutal de su gente y de sus recursos naturales ya sea por parte de sus conquistadores o (lo cual casi equivale a lo mismo, sólo que modernizado) por los “inversionistas”, y que esté a salvo de quedar atrapado en complicadas relaciones de dependencia y sumisión vis à vis pueblos o países más desarrollados y potentes. Ahora bien, esta potencial desgracia implícita en el sino de cualquier nación crece y se intensifica cuando el pueblo de que se trate, además de tener que protegerse de peligrosas fuerzas externas, tiene que defenderse de enemigos que se gestan en su seno. De éstos hay, como es de imaginarse, toda una gama: hay desde luego los traidores ocultos de siempre, los vende-patrias descarados, los prestanombres inmorales y muchas otras especies de congéneres que hicieron o se dedican a hacer inmensas fortunas al margen de la ley, usando abiertamente los bienes de la nación o sus instituciones, a las cuales corrompen desde fuera mediante sobornos o haciendo partícipes a quienes están al frente de ellas en jugosos negocios ilícitos. Pero el colmo del infortunio para un pueblo se alcanza cuando se produce no sólo lo que podríamos llamar la “des-solidarización” entre, por una parte, los grupos pudientes y los administradores gubernamentales y, por la otra, la población en su conjunto, sino cuando además de ello se pretende hundir al país en la infamia. ¿Cuándo se produce dicho fenómeno? No creo que sea muy difícil responder: cuando los grupos “pensantes” (con las honrosas excepciones de siempre puesto que aquí, como es obvio, no hay enunciados legaliformes, leyes naturales, necesidades de ninguna índole) se voltean en contra de su propia gente, esto es, de la gente que a decir verdad en el fondo ni siquiera reconocen como “suya”, más allá de la palabrería huera de siempre. Está bien, pero ¿cuándo habría que decir que sucede algo así? No sé si se pueda ofrecer una lista exhaustiva de factores, pero me parece que sí podemos apuntar a por lo menos dos de ellos:
a) la ausencia de toda crítica seria de quienes manejan los aparatos de estado, así como la concomitante proliferación permanente de aprobación y elogios de todas las decisiones que se tomen desde las cúpulas del poder y del dinero (siempre tienen razón quienes manejan al país, hagan lo que hagan y digan lo que digan) y,
b) la deconstrucción sistemática del pasado de la nación, el intento a final de cuentas ridículo (por infructuoso) de re-escribir nuestra historia, las más de las veces (hablo de lo que he leído y de lo que he visto – hasta donde el hígado me lo ha permitido – en programas de televisión) por medio de argumentos inarticulados, de razonamientos de párvulos mentales por parte de gente que yo describiría como de “mente sucia”.

La gente a la que me refiero, i.e., esos pseudo-intelectuales que se excitan hasta la fruición porque aparecen en un programa de televisión, que entonces aprovechan para decir todo lo que ellos imaginan que quieren oír los potentados de los medios de comunicación, esos profesores e investigadores que presentan con voz docta y poses de “dons” de Cambridge (disfraz que a la gran mayoría de ellos simplemente les queda grande) ideas o tesis que nunca alcanzan el status de ensayos para revistas profesionales en las respectivas áreas de cuyos temas se ocupan (historia, politología, economía, etc.), pero que a ellos les permiten pontificar a diestra y siniestra y en forma totalmente irresponsable sobre personajes de nuestra historia. Tengo en mente personajes que han fungido casi como el único cemento social de una población a la que ideológicamente esos dizque académicos pretenden, por así decirlo, desnudar y desproteger y quienes transmiten sus insidiosas opiniones por medio de novelitas que no valen gran cosa. Tenemos entonces todos que soportar las diatribas y las peroratas de payasos revisionistas dedicados a destruir nuestra auto-imagen colectiva, dolorosamente construida a lo largo de un par de siglos, para poner en su lugar lo que a final de cuentas no pasa de ser un cuadro incoherente y detestable de nuestros héroes y de nuestro pasado. Afortunadamente, todos esos mediocres no parecen ser capaces de entender que frente a la retórica destructiva barata con que nos ofenden y con la cual, gracias a los medios de comunicación (Televisa a la vanguardia), acaparan los espacios públicos de debate, el pueblo opone un antídoto formidable, a saber, un instintivo y muy saludable desinterés en sus sub-productos ideológicos. Escudado en dicho desinterés, el pueblo silenciosamente, sin alharaca ni discusiones “profundas”, simplemente neutraliza a sus enemigos ideológicos internos. Para decirlo con toda claridad: independientemente de lo que los engendros de la academia regurgiten, sea lo que sea que vociferen en contra de Hidalgo, de Juárez, de Zapata o de Calles, la gente va a seguir viendo a esos individuos como sus caudillos, como sus verdaderos representantes, como hombres de historia que genuinamente encarnaron ideales populares y por lo tanto legítimos. Y, a decir verdad, no creo tener que esforzarme mucho para ilustrar lo que estoy diciendo y de esta manera demostrar que ni miento ni exagero. Ahora resulta que Cortés, el ambicioso y bestial aventurero gachupín que prácticamente acabó con las culturas mesoamericanas, era un caballero ilustrado que “amaba a los indios” (cita textual de un bodrio abominable), que Don Benito Juárez, el verdadero arquitecto de eso que llamamos ‘México’, llegó a la Presidencia (como Felipe Calderón) por medio de imperdonables fraudes electorales o que el mediocre Maximiliano de Habsburgo, un parásito del cual no sabían cómo deshacerse en Viena, era un libertador llegado a México sin duda por designios divinos y para beneficio de las masas indígenas que con fervor lo aclamaban. La verdad es que a lo único a lo que estos recordatorios nos conminan es a aceptar la idea de que siempre habrá gente a la cual le gusta tener a alguien frente a quien arrodillarse! En todo caso, todo indica que el interés por estos personajes está relacionado con algo así como los ciclos de las mareas o con las fases del movimiento lunar, porque atraen la atención de los “pensadores” a sueldo por olas, por etapas, según la temperatura eidética y las hemorragias mentales que padezcan. Lo que en todo caso se ha vuelto ya realmente insoportable es la basura ideológica concerniente al personaje en turno, el que se nos tenga sumidos en una cínica e insufrible campaña en favor de uno de los más aborrecibles personajes de la historia de nuestro país! En efecto y como todo mundo puede fácilmente constatar, mañana, tarde y noche en programas televisivos y en panfletos periodísticos nos encontramos ahora con denodados esfuerzos por miembros de la más variada fauna de “investigadores” por reivindicar ante quienes de hecho son los descendientes de quienes lo padecieron al único gran dictador que ha tenido este país, a saber, Porfirio Díaz. Esto ya rebasa los límites de la prudencia, de la sensatez, del decoro intelectual y de la paciencia! Que por favor no le extrañe a nadie que el próximo paladín del México, desconocido por todos nosotros pero promovido por los mass-media,resulte ser el muy honorable y distinguido Antonio López de Santa Ana, Su Alteza. Hasta donde logro ver es el único que les falta!

Concentrémonos entonces momentáneamente en el execrable Porfirio Díaz y recordemos algunos hechos relacionados con el ahora fuerte candidato para la beatificación política. ¿Qué es lo que en general nos cuentan sus abogados? Está el argumento de las vías de ferrocarril, el de la atracción de capitales extranjeros, el de la paz social, el del aumento en el PIB, el de la supuesta creación de una burguesía mexicana, el de la creación de la Universidad Nacional y quizá alguno que otro de la misma estirpe. Desde mi personal pero no por ello no menos digno de ser expresado punto de vista, argumentos como estos, plagados de distorsiones, de mentiras, de incomprensiones y, yo añadiría, de mala fe y de intenciones aviesas, son casi propios de y para débiles mentales. Dejando de lado los anacronismos típicos y las suggestioni falsi de siempre (por ejemplo, la idea absurda de que, si Díaz no hubiera gobernado, el país se hubiera paralizado durante 30 años, habría estado estático), veamos qué podemos decir en unas cuantas líneas en contra de este cuadro tan enaltecedor (por no decir ‘conmovedor’) de alguien que se fue a la tumba con muchos asesinatos en la conciencia.
Consideremos el argumento de la construcción de los ferrocarriles. Primero, lo que no se nos da son las condiciones de la construcción, es decir, no se nos cuenta que México le regalaba tanto rieles como máquinas a las compañías extranjeras para que “invirtieran” aquí, de manera que lo que se construía no era ni siquiera propiedad nacional. La nacionalización de los ferrocarriles vino mucho después. Se nos oculta también que dichas construcciones no respondieron nunca a una política de planificación estatal, que tomara en cuenta los intereses de ciudades y poblados, sino que lo que contaba eran pura y simplemente los intereses y caprichos de los dueños de las trasnacionales de la época, básicamente inglesas y norteamericanas. Así, si a un magnate se le antojaba ver pasar el tren frente a su hacienda, entonces el gobierno de Díaz le construía su línea del ferrocarril. Porfirio Díaz, por otra parte, prácticamente le regaló a las compañías extranjeras asociadas a las de ferrocarriles campos petrolíferos inmensos, por lo cuales hubo después que pagar costosísimas indemnizaciones al momento de nacionalizar el petróleo. Se presenta como una explicación causal lo que no pasa de ser una mera concomitancia social e histórica, como la creación de la universidad. Todos sabemos que si de Díaz hubiera dependido, él habría gustosamente mantenido a la población en su ignorancia y en su miseria. La creación de instituciones como la universidad nacional (o las comisiones de derechos humanos, para dar otro ejemplo) no responde a actos de generosidad por parte de los gobernantes en turno, sino a requerimientos histórica y socialmente condicionados. A la gente no se le cuenta, por ejemplo, que los yaquis (inter alia) fueron prácticamente exterminados por el humanitario General Porfirio Díaz que, dicho sea de paso, de general no tenía nada. Él había sido un guerrillero exitoso en Oaxaca en la lucha contra los franceses, cuando Don Benito Juárez dio la batalla por México, desde la capital y en el exilio, pero de estudios militares tenía los mismos que Villa, o sea, ninguno. En general, en lo que no gustan mucho de entrar los apologistas del porfiriato, los neo-porfiristas, es en el tema de la brutalísima represión en la que se mantuvo al humilde y desvalido pueblo de México (por aquellos tiempos, digamos, el 90 % de la población) durante más o menos 30 años: lo que eran los temibles rurales, la policía secreta, la prohibición de sindicatos, de periódicos independientes, etc. ¿No era acaso la frasecita preferida de Díaz, cuando se enviaba al ejército a reprimir algún alboroto obrero, “mátenlos en caliente”? Claro que podemos hablar de “paz social” durante el detestable porfiriato si en lo que estamos pensando es en el silencio impuesto por leyes mordaza, por la supresión brutal de cualesquiera opiniones críticas y por la inmovilidad en las que dejaron a los mexicanos los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la “pax porfiriana”. Seamos francos: Yagoda habría sentido no sólo admiración sino envidia por las tácticas y los métodos represivos del dictador oaxaqueño. Tampoco estará de más traer a la memoria que Díaz fue el primero (luego, para nuestra desgracia, vendrían muchos más) en traicionar las Leyes de Reforma y en devolverle a la Iglesia Católica propiedades, prerrogativas, injerencia en la vida pública de México, con lo cual lo único que logró fue sembrar las simientes de la horrorosa guerra cristera de 40 años después. El latifundio, la forma de propiedad de la tierra más improductiva que se pueda imaginar, floreció durante los gobiernos de Díaz, los cuales no fueron otra cosa que gobiernos de compadres y de cliques de amigotes. ¿Les resulta acaso muy complicado a estos defensores de causas perdidas comprender que lo que Porfirio Díaz realmente instituyó en México fue lo que podríamos llamar el ‘medievalismo’: la tienda de raya, el encadenamiento eterno del peón a las haciendas, la postración campesina exactamente como pasaba en Francia o en Alemania en los siglos VII o VIII de nuestra era?¿Eso es el “progreso” para los neo-porfiristas? Extraña noción de progreso, en verdad. ¿Y no por eso fue la Revolución Mexicana un movimiento esencialmente agrario destinado a acabar precisamente con las instituciones medievales porfiristas?¿De qué nos hablan estos “historiadores”? La verdad es que la lista de actos criminales de Porfirio Díaz es interminable.

Afirmé más arriba que el cuadro con el que los doctos quieren remplazar nuestra visión del pasado de México es esencialmente incoherente y ello no es tan complicado de mostrar, porque ¿no es acaso incongruente por parte de todos estos defensores de la democracia salir en jauría a defender a un dictador?¿Cómo pueden conciliar su “defensa” de la democracia (afortunadamente, la democracia se sostiene por sí sola, porque con abogados como éstos ya habría quedado refutada), por la cual se desgarran las vestiduras y se dan golpes de pecho mañana, tarde y noche, con su defensa de un tirano que se re-eligió 9 veces?¿No cabe acaso en sus cabecitas que no se pueden las dos cosas al mismo tiempo? Pero quizá lo que pasa es que tenemos que explicarle a la gente que estos “intelectuales” son ardientes defensores de la democracia cuando aluden a Fidel Castro o a Hugo Chávez, a quien casi se lo comen vivo por haber ganado con toda legitimidad una elección presidencial. O sea, los abogados de Porfirio Díaz son defensores de la democracia formal (es decir, sin mayores contenidos sociales, reduciéndola a meros procedimientos electorales), cuando lo que está en juego es el contraste con formas socialistas de organización social y política, pero son partidarios explícitos de la dictadura cuando de lo que se trata es de exaltar figuras afines a la ideología imperante. Esa es nuestra “élite”. Lo peor es que están trabajando al unísono para hacerle al pueblo de México una lacerante ofensa más: están empeñados en traer a México los restos de ese gran represor y traidor a la Patria (una república que apenas empezaba a configurarse) que fue Porfirio Díaz. Lo vergonzoso del asunto es que ni siquiera son capaces de apreciar el hecho de que con ello estarán alcanzando los más altos niveles de infamia histórica y política.

Moralejas Griegas

De entre los muchos sucesos importantes de esta semana (los vaivenes de la espantosa guerra en Siria, la estéril y completamente gratuita – aunque costosa en términos humanos y potencialmente muy peligrosa – confrontación en Ucrania, el viaje del Papa a América, el irreflexivo respaldo de la Suprema Corte de la Nación a la adopción de infantes por parte de parejas de un mismo sexo, etc.), desde el punto de vista del amarillismo periodístico sin duda alguna se llevan las palmas, primero, el potencial acuerdo nuclear entre Irán y el grupo de los 5 + 1 (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia, China y Alemania) y, segundo, el referéndum y en general la situación financiera y política de Grecia. En esta ocasión quisiera verter algunas reflexiones sobre este segundo tópico, pero quisiera rápidamente señalar algo en relación con el primero. Es, claro está, un asunto endiabladamente complejo, tanto técnica como políticamente, pero tal vez no sea inapropiado señalar que se le puede enfocar desde dos grandes perspectivas básicas: desde el punto de vista de quien quiere promover la paz en la región y, en verdad, en el mundo, y desde el punto de vista de los beligerantes y supremacistas que intentan a toda costa bloquear el acuerdo y destruir militarmente (o, mejor dicho, en todos sentidos) a Irán. Por ello, inclusive a unas horas de que se venza el nuevo plazo que los participantes en esas discusiones se dieron, no podríamos todavía sensatamente predecir el desenlace final de las negociaciones, las cuales ya se extendieron demasiado en el tiempo, si bien no tenía ello por qué haber sido así. Parte de lo que enturbia las negociaciones es el hecho de que la diplomacia norteamericana, tramposa como siempre, juega con dos cartas simultáneamente. Por un lado, la presidencia negocia un tratado pero por la otra el Senado se reserva el derecho de bloquear todo acuerdo. El Senado, como no estará de más recordar, está completamente dominado por el super-poderoso lobby judío y como por casualidad el principal opositor de dicho acuerdo es ni más ni menos que el primer ministro israelí, B. Netanyahu. Hay quienes están persuadidos de que, pace los potenciales costos de una confrontación militar con Irán, ésta vale la pena porque a final de cuentas Irán sería aplastado. De manera que es factible que se llegue a un arreglo y se firme un pacto y que a la semana el congreso norteamericano lo eche por tierra con nuevas sanciones en contra de Irán. Como triquiñuelas y procedimientos lúgubres son la especialidad norteamericana, esa opción está siempre abierta. Los partidarios de la paz deseamos obviamente que sí se logre firmar el tratado nuclear entre Irán, un país que nunca ha desarrollado una política expansionista y que no tiene armas atómicas (a diferencia Israel, que nunca da información acerca de su arsenal pero del que se sabe que se compone de entre 300 y 400 ojivas nucleares, así como de submarinos para lanzarlas desde prácticamente cualquier punto del planeta, y que siempre se ha rehusado a firmar los tratados de no proliferación de armas nucleares) y las grandes potencias de modo que, por ejemplo, se liberen los billones de dólares iraníes que por ventas de petróleo están congelados en bancos norteamericanos y de otros países desde hace ya varios años. De cuál sea finalmente el resultado nos enteraremos o cuando estén públicamente firmando los acuerdos o cuando estén abandonando definitivamente la sala de reuniones.

El otro asunto importante, en cierto sentido de menor envergadura, es el problema financiero y político griego, el cual dicho sea de paso nos concierne de diversos modos. Por lo pronto, el dólar subió en dos días lo que tarda un año en subir. La situación griega, sin embargo, nos afecta también de otros modos. Para entender esto quizá lo primero que debamos hacer sea unos cuantos recordatorios básicos. El problema de la deuda de Grecia no es un problema de pagos de capital prestado por bancos y gobiernos extranjeros. Es un problema de pagos de intereses de capitales prestados. O sea, Grecia está pidiendo dinero para pagar intereses, no para reducir su deuda propiamente hablando. A lo que se opuso el gobierno griego no fue a pagar, sino a las brutales medidas que los banqueros, siempre bien representados (para eso los tienen) por sus grandes “líderes”, querían imponer. Esto es algo que hay que entender, porque el caso griego es interesante no tanto porque sea único, sino más bien porque es paradigmático. La situación es simple: los países se endeudan a través de instituciones internacionales que sirven como canales para la infusión de capitales que se supone que se van a invertir en los países que contraten los créditos. Dado que los países requieren de inversiones estatales, se ven forzados a aceptar créditos maquiavélicamente estructurados de manera que nunca terminan de pagar sus deudas. Como atinadamente lo argumentó el comandante Fidel Castro hace unos 20 años en diversos artículos que publicó, la deuda externa de los países es matemáticamente impagable. Así, año tras año se pagan intereses, pero nunca se liquida el capital. Algunos países, gracias a auténticos líderes que casi como hongos surgen, como Cristina Fernández de Kirchner, renegocian sus deudas y sacan a sus países de trampas financieras letales. Claro que hay represalias, como lo hace patente el caso de Argentina, pero es una solución política sensata, nacionalista, sabia. Desafortunadamente, estadistas así son la excepción porque, como sabemos, en general, los dirigentes de los países son siempre muy osados frente a sus poblaciones (piénsese en el delincuencial Zedillo, por ejemplo, y en su tristemente famoso Fobaproa, del cual por cierto ya nadie habla), pero lastimosamente lacayunos frente a los banqueros. Lo que en todo caso hay que tener permanentemente presente es lo que exigen las instituciones financieras mundiales para prestar fondos y posteriormente más fondos para pagar los intereses de los fondos originales. La verdad es que siempre es lo mismo, a saber, obligan a los gobiernos a que bajen el nivel de vida de sus poblaciones, a que reduzcan drásticamente todos los programas sociales (a eso creo que se le llama ‘populismo’ y es terriblemente mal visto, sobre todo entre los licenciados en economía) y, la clave del mecanismo, la famosa privatización. Esto último es un procedimiento de atraco social absolutamente fantástico. ¿En qué consiste? No en que se comparta algo con el ciudadano común y corriente, con el hombre de la calle, el individuo que no es más que un número, una estadística. Pensar eso ya no es ni wishful thinking! Es mero delirio. No: la privatización consiste en que las grandes corporaciones, a su vez estrechamente vinculadas con los bancos, toman el control de las riquezas de las naciones. O sea, se fuerza a los países a que se deshagan de sus recursos, naturales u otros. Por ejemplo, de Grecia les interesan sus puertos (el Pireo), como en México se interesan por el petróleo y en Chile por el cobre. El objetivo de todas estas complejísimas maniobras financieras y políticas es que por medio de ellas los propietarios de la banca mundial (después de todo, tiene que haber algo así como dueños de bancos, llámeseles como se les llame, aunque se les presente por ejemplo como meros “accionistas”), los super-millonarios, los illuminati se quedan con la infraestructura económica del mundo. Para la población mundial el proyecto es simplemente que viva al día, que la gente tenga su casita, salga de paseo de vez en cuando, se apriete constantemente el cinturón para que recuerde cuál es su ubicación en el mundo, etc., etc.

Regresemos entonces al caso griego: ¿se alzó Grecia en contra del yugo de los banqueros? Yo diría que más bien gimió, al modo como lo hace una res que llevan al matadero y que de alguna manera intuye que la van a degollar. Ciertamente se trata de una protesta, si bien muy débil, pero lo interesante de la reacción griega es lo que pone de manifiesto. ¿Qué es lo que la situación y la conducta del gobierno griego muestran? Para empezar, se pone de relieve el estado de esclavitud al que están sometidos más de una centena de países y, por consiguiente, el estado de permanente (para no decir ‘eternamente’) sumisión de sus respectivas poblaciones. Yo propongo como una nueva clase de verdad, como una especie de tautología política, la siguiente: nunca terminaremos de pagar nuestras “deudas”. La deuda mexicana, por ejemplo, es más o menos de unos 350,000 millones de dólares y está calculado que como para el 2020 México deberá lo que Grecia debe hoy. Si alguien pensó que porque no se habla de la deuda en los periódicos, en la televisión, etc., como se tuvo que hacer en época de Salinas, es porque ya no tenemos ningún problema de deuda, ese alguien tiene que ser un iluso que raya en la demencia. A pesar de ello, como bien lo implica toda esa sarta de comentaristas sin vergüenza que no paran de criticar al gobierno griego por no pagar sus deudas, los banqueros no tienen de qué alarmarse: en México no habrá nunca un gobierno que opte por la moratoria. No tenemos hombres de estado capaces de preferir el bienestar del pueblo mexicano al bienestar de los banqueros del mundo, los cuales por si fuera poco ya nadan en dinero. Esto me lleva a otro punto.

La débil protesta griega fue factible, además de por lo pesado y brutal de las exigencias (sobre todo de Alemania y Francia), porque el pueblo griego apoyó a su gobierno. Eso se dice fácil, pero hay que preguntarse sobre las condiciones que se tienen que satisfacer para que un apoyo así pueda darse. Para empezar, la población tiene que estar políticamente consciente. Si no hay conciencia política no puede haber apoyo político. Además, el gobierno tiene que haber informado debidamente a su población; tiene que tratarse por lo tanto de un sistema de gobierno en el que los dirigentes realmente entran en contacto con la gente, le exponen los problemas tal como éstos se presentan, no los engañan o los mantienen informados a base de comunicados de prensa o de twitts. Con una población consciente, un gobierno puede tomar medidas de defensa, de higiene y protección social, de (como dirían los revolucionarios franceses) “salud pública”. Cuando eso no se da, un gobierno queda solo frente a la banca mundial y entonces está perdido, a menos de que se radicalice, como pasó con Cuba, con Venezuela y con algunos otros países, pero esa posibilidad requiere también de condiciones muy especiales (se requieren verdaderos líderes y esos tampoco abundan). Pero ahora, morbosamente y quizá sólo por el ejercicio del intelecto, preguntémonos: ¿podría algo así suceder en México en caso de que la deuda nos llegara hasta el cuello? Lógicamente, sí; factualmente, es improbable en grado sumo. ¿Por qué? Las razones, desgraciadamente, saltan a la vista: nosotros no vivimos en una genuina democracia. Aquí se nos ha querido hacer creer que la democracia consiste esencialmente en un costoso juego electoral, pero eso es una inmensa patraña, una soberbia desfiguración conceptual. La democracia tiene que ver ante todo con la interacción entre gobernantes y súbditos, con las orientaciones generales de las políticas que se implementan en los diversos sectores (educativo, productivo, cultural, fiscal, etc.), las cuales tendrían siempre que estar dirigidas para favorecer los intereses de las mayorías; la democracia tiene que ver con la preparación del pueblo para que se proteja mejor en la difícil competencia de la vida y un sistema en el que al pueblo se le embrutece y paraliza mentalmente no es un sistema democrático, por mucha maniobra electoral que haya. ¿Tenemos algo de todo eso en México? Sólo algún payaso mediático se atrevería a responder afirmativamente. Pero entonces ¿qué nos inspira la crisis griega? Por una parte, una gran envidia y, por la otra, una gran pena, porque nos hace entender desde antes que se den los acontecimientos que no tenemos quien nos defienda, que estamos a merced de la banca mundial, de las grandes corporaciones y de los estados que las protegen. México es un eslabón seguro en la cadena que sistemáticamente se construye para edificar la gran oligarquía internacional, la nueva nobleza mundial.

No obstante, los griegos nos dan también una lección de optimismo. Es cierto que, por una parte, dejan perfectamente en claro que su destino es realmente el de todos nuestros países, esto es, el de todos los países endeudados, y nos colocan frente a la horrible verdad de que, en las condiciones prevalecientes, los estados sólo pueden salir de aprietos si aceptan endeudarse más para pagar las deudas que ya contrajeron (y que, por múltiples razones, nunca rindieron los frutos que se esperaba que rindieran), para lo cual (ya lo sabemos) tienen que rebajar permanentemente el nivel de vida de sus pueblos. A pesar de ello, la crisis griega puso de manifiesto que es de todos modos posible negarse a seguir haciéndole el juego a las potencias, es decir, es posible ponerlas a ellas en crisis, es factible liberarse mediante la rebelión, como se liberaron los gladiadores con Espartaco o México con Juárez. Evidentemente, siempre serán indispensables sacrificios dolorosos, procesos traumáticos, situaciones de alta tensión, pero en principio es viable escapar de la trampa mortal en la que se ha hecho caer a los pueblos del planeta. El sistema capitalista salvaje en el que vivimos no lo hizo Dios. Es, por lo tanto, modificable. Hay para ello que ir tomando las medidas necesarias para cuando se produzca el enfrentamiento con los grandes parásitos que viven de los ahorros y esfuerzos de la gente, a lo largo y ancho del mundo. Y es muy importante que los políticos de ahora abran los ojos porque, si Grecia es un guía infalible para la lectura de la realidad político-económica, lo más seguro es que dentro de no mucho tiempo nos encontraremos en su situación.

Una Esperanza para Palestina

Muy probablemente, más que la destrucción del otrora floreciente y magnífico Medio Oriente o que la artificial, por forzada, guerra de Ucrania, el evento de esta semana sea la quiebra financiera de Grecia y todo lo que ella supuestamente podría acarrear, como su expulsión, definitiva o no, de la Unión Europea. La verdad es que los efectos de una moratoria griega pueden ser dañinos para el sistema financiero mundial, pero inclusive para alguien ajeno por completo al mundo de la usura oficial de la banca mundial resulta obvio que dichos daños difícilmente podrían ser funestos o letales. Un par de meses de guerra en el Medio Oriente cuestan mucho más de lo que el pueblo griego le debe a sus “acreedores”. Naturalmente, la función de la prensa mundial es agitar, alarmar, preocupar al ciudadano medio en todo el mundo y manipular sus ideas de modo que no se solidarice con la posición griega, para la cual inflan los efectos de un “no pago” que en realidad ya fue más que pagado, de acuerdo con cálculos y juegos financieros no criminales. La verdad es que la banca mundial (FMI et alia) puede sin mayores trastornos absorber esa “pérdida”, sobre todo cuando sabe que tiene a casi el resto del mundo para recuperar la. Es de esperarse que el pueblo griego, a través del referendum que se prepara, apoye a su gobierno y no permita que lleguen al poder nuevos lacayos del imperialismo financiero, porque entonces todo, esto es, el esfuerzo del gobierno por impedir que se someta al pueblo griego al yugo de los bancos, las tensiones políticas, la lucha diplomática, etc., todo habrá sido en vano.

Hay, no obstante, un sentido en el que lo que está pasando en Grecia no es realmente una “noticia”, sino algo que de uno u otro modo se veía venir, algo que se sabía que tarde o temprano tenía que suceder, un “peligro” en el que potencialmente pueden incurrir muchos países subdesarrollados o que no acaban nunca de desarrollarse plenamente (como México, dicho sea de paso). Después de todo, no todos los pueblos son tan sumisos como el mexicano, que parece aguantar las peores situaciones imaginables, ni todos los gobiernos son como los gobiernos mexicanos, que parecen gobiernos de extranjeros manejando un país que les es ajeno y extraño. Más bien, lo que debería sorprendernos es que el fenómeno griego no se haya dado antes y con más países en los que el pago puntual de su eterna, infinita y, yo añadiría, ‘criminal’ deuda se logra sólo a costa de la baja constante del nivel de vida de sus habitantes. Las condiciones que los bancos imponen para “sanear” las finanzas de un país comportan siempre la pauperización de la población, subidas brutales de impuestos, mayores restricciones en todos los contextos de la vida cotidiana, lo cual naturalmente genera descontento civil y ahora no sólo del ciudadano medio, sino también y cada vez más del pequeño empresario o productor, por la desprotección en la que el gobierno lo deja frente a una competencia a menudo tramposa y nunca recíproca de empresas trasnacionales cuyas inversiones no le dejan nada al país salvo creación pasajera de fuentes de trabajo para hacer de él un país de maquila y de prestadores de servicios. Claro, no faltará quien me señale de inmediato que ya las llamadas de larga distancia cuestan lo mismo que las locales, que bajó el costo de la luz (para ejemplificar, de 800 a 750 pesos bimestrales!) y alguna que otra prebenda gubernamental de poca monta pero cuya difusión por la televisión o el radio haría pensar a cualquiera que vivimos en Jauja. Yo desde luego que no pretendo adentrarme en temas que no son de mi competencia, pero confieso que no deja de asombrarme cómo puede haber gente que realmente esté convencida de que el férreo sistema prevaleciente de explotación y esclavitud financiera pueda perdurar indefinidamente. El caso de Grecia no es más que un anuncio de las convulsiones sociales que habrán de venir en el siglo XXI causadas por el conflicto entre el sistema bancario mundial y los intereses de la humanidad.

Ahora bien, a pesar de la indudable importancia del fenómeno griego, a mí me parece que el hecho político fundamental, no suficientemente publicitado, de los últimos días es el reconocimiento del Estado de Palestina por parte del Vaticano. Una vez más, la institución dirigida por el Papa Francisco da muestras no sólo de una gran valentía, sino también de estar haciendo un serio esfuerzo por generar desde su interior un genuino proceso de recomposición y de reencuentro con sus valores primordiales, con su verdadera misión de ayuda a los desvalidos, sentando así un precedente y un ejemplo de primerísima importancia. Es cierto que por lo menos Suecia ya había reconocido al Estado de Palestina, pero el gobierno de Suecia no representa a miles de millones de personas, como sí lo hace la Iglesia Católica. Es imaginable que nadie emule a Suecia, pero es muy poco probable que la decisión papal no influya en las políticas que diseñen otros estados. Se trata, pues, de una decisión sumamente importante aunque, por razones obvias, no haya recibido por parte de los medios la difusión que merecía.
Palestina

La decisión de la Iglesia, con Francisco a la cabeza, es realmente valiente y respetable, porque se toma en un contexto en el que son otras las fuerzas las que le dictan e imponen al mundo, por las buenas o por las malas, los lineamientos de cómo se tiene que pensar y hablar y estas fuerzas son claramente opuestas a la orientación general del reconocimiento vaticano. Y son tan poderosas las fuerzas en cuestión que llegan al grado de pretender forzarnos a que no creamos en lo que vemos y a que creamos en lo que no vemos! ¿Qué es lo que vemos? Por ejemplo, somos testigos de que la franja de Gaza se ha convertido en el campo de concentración más grande de todos los tiempos (con 1,800,000 cautivos), más grande desde luego que los campos de concentración alemanes de la Segunda Guerra Mundial y que los grandes Gulags soviéticos. La población palestina es una población sitiada a la que no sólo no se le deja vivir más que entre lo que resta de sus ciudades bombardeadas y tierra desértica cuyos plantíos se contaminan y destruyen periódicamente, sino a la que ni siquiera se le permite recibir el apoyo generoso proveniente de otros pueblos, gobiernos e instituciones. Por enésima vez, ahora con personajes de la vida pública a nivel mundial (un antiguo presidente de Túnez, un miembro español del Parlamento Europeo, etc.), la marina israelí acaba de interceptar un barco con ayuda humanitaria para una población que no recibe nada de nadie en el mundo, ni medicinas ni alimentos ni … nada! De manera que ni por aire, ni por tierra ni por agua se puede ayudar a una población que ha dado muestras de un heroísmo y de una dignidad poco comunes. Los palestinos no pueden transitar libremente ni hacia Egipto ni hacia Israel, en donde algunos de ellos trabajan; los ocupantes israelíes a diario se auto-adjudican tierras y propiedades palestinas, los hostigan y golpean a ciencia y paciencia (por decirlo suavemente) de las “fuerzas del orden” y todo ello está acreditado en múltiples periódicos, reportes, libros y demás. Hace alrededor de una semana, el gobierno israelí cerró el caso de la matanza desde un barco de la marina de cuatro niños que jugaban futbol en la playa y a quienes literalmente cazaron como si fueran conejos o ciervos. Todo eso y mucho más es lo que vemos a diario (quien tenga un mínimo de interés por el tema puede leer el diario The Electronic Intifida para darse una idea un poco más realista de lo que deja traslucir la prensa mundial), pero que se nos induce a decir que no vemos.
Niños palestinos

Lo que he mencionado es lo que vemos y que, se nos induce a sostener, en realidad no vemos sino que sólo creemos que vemos pero, por otra parte, ¿qué es lo que se quiere que creamos o por lo menos que repitamos que vemos, pero que nosotros afirmamos que no vemos? Estas fuerzas frente a las que ahora se yergue la Iglesia con el reconocimiento del Estado de Palestina pretenden hacernos creer que los niños, las mujeres, los ancianos palestinos son todos “terroristas” execrables, que Israel es una democracia (¿cómo se puede hablar de democracia cuando se habla de un estado que carece de una constitución que garantice los derechos fundamentales de sus ciudadanos y cuando es público y notorio que no todos sus ciudadanos tienen los mismos derechos?), que no se practica ninguna política de limpieza étnica en su territorio, que no se despoja injustamente a los ciudadanos no judíos de sus propiedades, que no se les destruyen sus casas como una forma de castigo y múltiples otras “fantasmagorías” como esas. Eso es lo que nadie ve, pero que se nos quiere hacer creer que en realidad sí vemos y que por lo tanto debemos creerlo.

La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿cómo es posible que se pretenda llegar al colmo de lo absurdo queriendo que la gente se engañe hasta con los datos básicos de sus sentidos y con sus creencias fundamentales? Esa absurda pretensión sólo puede tener como fundamento un poder económico, mediático y político inmenso, no invencible pero sí en su cúspide, en su momento histórico de triunfo, un periodo que por ley natural no habrá de ser eterno. Si nos fijamos, veremos que Benjamín Netanyahu, el bien conocido primer ministro israelí, se comporta no como un hombre de estado más. Sería infantil interpretar así su conducta, verbal y política. Él más bien se conduce como el rey de Occidente. Él, y todo lo que él representa, es decir, el sionismo triunfante, no acepta que Israel sea sancionado por la ONU, no toma en cuenta los reportes y las recomendaciones de organizaciones no gubernamentales que luchan por salvaguardar los derechos humanos (en este caso de palestinos) y sobre el trato a los palestinos (entre otros; sería bueno instruirse sobre lo que pasa con los judíos etíopes y cómo son tratados en Israel), se presenta ante el Senado de los Estados Unidos de motu proprio (salvaguardando las formas más elementales, esto es, después de hacerse invitar) para dictar en ese país la política exterior a seguir, no acata los tratados de no proliferación de armas nucleares y así indefinidamente. El actual gobierno israelí no reconoce compromisos con nadie ni con nada, no se somete a ninguna regulación, está por encima de toda ley internacional. Ni siquiera empresas internacionales independientes pueden retirarse del mercado israelí sin la previa autorización del gobierno de Israel, como lo pone de manifiesto el caso de la compañía francesa Orange. Pero si Netanyahu y el actual gobierno israelí se conducen como lo hacen: ¿es porque no razonan correctamente, porque no saben lo que hacen? No, nada de eso. Es precisamente porque saben muy bien cuál es su fuerza que se conducen como lo hacen. Dicho en dos palabras, a través del AIPAC (Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos) y del CRIF (Concejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia), el gobierno instalado en Tel-Aviv mantiene un fácil control de los gobiernos norteamericano y francés. Con esa, entre otras, fuerzas detrás sí se puede pretender obligar a los demás a decir que digan que no ven lo que ven y que ven lo que no ven.

Bueno, pues son esas fuerzas a las que se enfrenta el Vaticano con la decisión de reconocer el Estado de Palestina, Son las mismas fuerzas que tienen en jaque a Grecia y en el puño a todos los países deudores, es decir, a prácticamente todos los países. Se trata sin duda de fuerzas muy poderosas, pero no debemos olvidar que por grandes que sean el poder siempre tienen fisuras. En este caso, lo que opera como antídoto es la conciencia moral, la información sistemática, el sentimiento de solidaridad con el inocente que sufre, el sentimiento de confianza que da la conciencia de ser injustamente tratado simplemente por ser inferior física, económica o materialmente, la creencia en Dios. La decisión del Vaticano, que católicos o no de todo el mundo aplaudimos, es la decisión de quien hace valer la conciencia frente a los caprichos a los que llevan el dinero, el poder y la prepotencia.

A mi modo de ver es muy importante el próximo viaje del Papa Francisco tanto a Cuba como a los Estados Unidos. No sé si deba o si tenga mayor sentido que venga a México o a otros países, pero sí creo que es imperativo que vaya a Francia. Francia es un país esencialmente católico y por lo tanto un lugar en donde el Papa le puede dar un gran impulso a su perspectiva, tanto religiosa como política, si logra hacer vibrar el corazón de los franceses. Hay momentos en los que ciertas decisiones son trascendentales y la decisión de ir a Francia podría ser una decisión así. Ojalá el Vaticano promueva dicho viaje, antes de que sea demasiado tarde.

Decisiones Judiciales

Los honorables miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuvieron a bien garantizarle al pueblo de México, mediante una decisión más que cuestionable, la legalidad de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Con ello, México se habría sumado a lo que, superficialmente al menos, parecería ser una tendencia civil mundial irrefrenable, y por lo tanto justa, aunque ciertamente es un tema abierto el de si será irreversible. Eso es algo que, aunque no se puede descartar, en este momento es imposible de prever, pero si no se puede prever es precisamente porque la cuestión misma es controvertible en grado sumo, es decir, ni mucho menos se trata de un asunto de resolución obvia, evidente de suyo, por más que sea así como los partidarios del matrimonio homosexual gustan de presentarlo. Desde mi punto de vista, la cuestión de la legitimidad o ilegitimidad del matrimonio entre seres de un mismo sexo representa una maravillosa oportunidad para exhibir o hacer público lo que realmente son nuestros niveles de libertad de expresión. Esto lo digo porque, como puede fácilmente constatarse, con algunas muy raras excepciones (entre las cuales habría que incluir al Cardenal Norberto Rivera), lo que la prensa escrita o los programas de televisión abiertamente difunden es únicamente uno de los dos puntos de vista que hay al respecto, a saber, el que es favorable a esa nueva forma de unión legal de parejas. Yo, quiero enfatizarlo, no me he encontrado todavía con nadie que por escrito o en televisión públicamente haya defendido el punto de vista contrario al que es “políticamente correcto” defender. Este simple hecho hace que se tengan serias dudas respecto a la viabilidad y la conveniencia de expresarse en México en contra de lo que algunos quieren presentar como un acuerdo generalizado y que ciertamente dista mucho de serlo. No confundamos “no expresión” con “aceptación”. De hecho, como ya señalé, no hay en este contexto antecedentes no digamos ya de puntos de vista declaradamente opuestos a la institución del matrimonio homosexual, sino ni siquiera esfuerzos de análisis más o menos objetivos o neutrales. Por otra parte, por experiencia sí sabemos que hay multitud de demagogos que lanzan toda clase de juramentos estridentes y que se desgarran las vestiduras para hablar en abstracto de la sagrada “libertad de expresión”, pero que cuando efectivamente alguien hace uso de ella sólo que para decir algo que no les gusta, entonces son los primeros en manifestar su inclinación por la censura, su horror por el debate abierto y su profunda hipocresía. Es, pues, comprensible que en relación con el tema de los matrimonios entre personas del mismo sexo mucha gente se sienta inhibida y se resista a pronunciarse, por más que tenga puntos de vista fuertemente arraigados al respecto y contrarios a lo que la SCJN estipuló. Es por eso que pienso que, dadas las circunstancias, el tema representa un estupendo test para medir nuestros verdaderos niveles de libertad de expresión. Lo más deseable sería, me parece, que la gente efectivamente se pronunciara sin tapujos, lo cual por lo menos hasta ahora ciertamente no parece haber sido el caso. Pero vayamos al punto y olvidémonos, momentáneamente al menos, de toda clase de consideraciones externas a él.
Para empezar, no estará de más señalar que aparte de que realmente no ha habido en México ningún debate serio sobre el tema puesto que, como dije, solamente una parte habla y a los adversarios de la decisión judicial de facto no se les ha concedido la palabra, el tema en sí mismo es complejo y con esto quiero decir que su tratamiento presupone un diagnóstico general de la situación, exige diversas clases de análisis y de explicaciones causales y, sobre la base de lo anterior, de uno u otro modo conduce a que se emitan pronunciamientos de preferencia ponderados, pero no ambiguos. Este último paso es inevitable, porque hablar de matrimonios homosexuales, en favor o en contra, no es como hablar de los números irracionales o de las trayectorias de los cometas. No! Es abordar un tema que de entrada es fuertemente emocional y que lo reconocemos como tal, pero lo que esto a su vez implica es que tiene tanto derecho a expresarse emocionalmente quien está en favor de dicho procedimiento como quien está en contra. El problema es que en general prevalece aquí una flagrante asimetría: quien está en contra de inmediato es sumergido en una catapulta de calificativos y de epítetos, una conducta desde luego reprobable y que en general está terminantemente prohibida al opositor. Así, todo mundo encuentra natural que alguien que es “pro” matrimonio “gay” califique a su oponente como “machista” o como “retrógrada” o como homófobo, pero si el otro tilda a su adversario de “degenerado”, entonces eso ya no es válido, ya no es de buen gusto, ya no es permisible. Por mi parte, pienso que hay que intentar ser parejos: si es válido emplear calificativos en un sentido, entonces se debe tener el derecho de emplearlos en el sentido contrario. Lo mejor en todo caso será tratar de evitar, hasta donde sea posible, los calificativos, pero mucho me temo que éstos tendrán que formar parte del cuadro, sea el que sea, que uno se forme del tema. En otras palabras, el posicionamiento y el pronunciamiento parecen inevitables.
En el fondo, el tema de los matrimonios homosexuales es la homosexualidad misma, porque la cuestión de la legalidad de dichos matrimonios es simplemente la expresión jurídica de lo que se reconoce como una fuerza cultural que está ya operando en la sociedad y a la que se quiere integrar proporcionándole un marco legal. Pero todo mundo entiende (salvo quizá ellos mismos) que los juristas son simplemente articuladores de reglas para lo que ya es vigente socialmente, por lo que las decisiones jurídicas no iluminan el tema ni aportan absolutamente nada para su esclarecimiento. El tema del derecho es la justicia, no la verdad ni el conocimiento. El asunto que requiere ser explicado es, por consiguiente, el fenómeno social de la homosexualidad, no lo que al respecto dictaminen los ministros o los jueces o los litigantes. La pregunta es entonces: ¿cómo nos explicamos la realidad de la homosexualidad, esto es, de un fenómeno que para muchos es abiertamente contra natura? No pudo haber surgido así nada más, de la nada. ¿Cuáles son entonces sus condiciones de existencia? Yo creo que podemos apuntar a diversos factores, si bien habría que reconocer de entrada que la lista que aquí pueda uno proporcionar no pretende ser exhaustiva. No obstante, teóricamente yo estaría conforme si los factores que menciono son reales, aunque no sean suficientes. Ahora bien, lo que yo sostengo es que la descripción de ese especial caldo de cultivo cultural que es lo que en principio permite que se den ciertas expresiones de realización humana que eran simplemente impensables en otras épocas es parte de la explicación global que estamos buscando. Tenemos, pues, que inquirir acerca de cuáles son las condiciones de existencia de la homosexualidad, porque entonces estaremos en posición de comprender cómo es que éstas impulsan los cambios de los que somos testigos. Necesitamos entonces construir un marco referencial general dentro del cual se puedan ir acomodando diversas clases de explicaciones causales. Ahora bien, lo que es de primera importancia comprender es que el marco en cuestión es de carácter social, cultural e histórico, no biológico. El que la vida biológica misma se vea afectada por los cambios culturales y cómo lo es sin duda alguna es una cuestión interesante teóricamente, pero lógicamente subordinada a la primera fase de la investigación. En concordancia con lo dicho, yo quisiera pasar a mencionar algunos de los elementos que a mí me parece que son constitutivos del marco dentro del cual se gesta el fenómeno social contemporáneo de la homosexualidad y, por ende, de los matrimonios entre gente del mismo sexo.
Tal vez debamos empezar por traer a la memoria el hecho de que nos estamos ocupando de un fenómeno social que, más que meramente condenable desde todos puntos de vista (moral, estético, religioso, práctico, etc.), habría resultado simplemente impensable no sólo durante la Edad de Piedra, en la Antigüedad clásica, en la época de los aztecas y en general en las culturas indígenas precolombinas, durante la Edad Media europea, en China, en Egipto, etc., sino prácticamente en todo el planeta a lo largo de la historia de la humanidad. La pregunta inquietante y que es menester plantearse es, por lo tanto, la siguiente: ¿a qué se debe, cómo explicarnos el surgimiento de un fenómeno humano históricamente nuevo como lo es el de la homosexualidad a nivel masivo y que culmina en una drástica transformación de la superestructura de la sociedad (en especial de la legal, mas no únicamente)? De seguro que tiene que haber una respuesta a esta inquietud. En mi opinión, hay que considerar por lo menos los siguientes factores:
a) Individualismo y derechos humanos. Sin duda uno de los elementos que más contribuyeron al florecimiento del fenómeno social de la homosexualidad fue la paulatina implantación a nivel mundial de la cultura de los derechos humanos, la cual puede ser vista como una faceta del auge del individualismo a ultranza. En efecto, a partir sobre todo del fin de la Segunda Guerra Mundial, de las profundas transformaciones que dicho suceso acarreó y en estrecha conexión con la “Guerra Fría”, entramos en una etapa de reivindicaciones individuales frente al Estado como no se había visto antes. Se empieza a hablar abiertamente de derechos de grupos humanos hasta entonces reprimidos o nulificados (mujeres, niños, etc.) y a exaltar todo lo concerniente a la individualidad de la persona en detrimento de lo que tiene que ver con las relaciones del individuo con los demás (padres, maestros, vecinos, etc.). En la perspectiva contemporánea queda claro que el individuo tiene derecho a desarrollarse en todas las direcciones posibles, en relación con todas las facetas de su existencia y eso naturalmente atañe también a su vida sexual. O sea, un cambio político le abrió al individuo la posibilidad de materializar sus potencialidades de vida sexual en la dirección que él elija y quiera, sin restricción alguna (mientras no afecte a otros, etc.). Así como los padres perdieron el derecho de castigar físicamente a sus hijos, perdieron también el derecho de inmiscuirse en su orientación y desarrollo sexuales. Poco a poco todo en esta área se fue volviendo legítimo el cambio de orientación sexual de manera que ahora se pueden materializar las potencialidades sexuales del individuo como a éste le convenga y plazca, puesto que esta faceta de su existencia cae en el dominio de la vida individual, de la vida privada con la cual puede hacer lo que quiera y crea que más le conviene. Yo no sé si eso está bien o si es criticable, pero lo que sí sé es que constituyó de hecho una nueva mentalidad, una mentalidad que ciertamente no existía no digamos en tiempos pretéritos, sino hace dos generaciones. Es, pues, sobre la base de una nueva concepción política del individuo (una concepción en la que el individuo es considerado como una unidad autónoma, independiente, valiosa, etc., en sí misma) que puede en principio desarrollarse una nueva forma de vida sexual y, naturalmente, una vez desarrollada esa nueva forma tarde o temprano se requerirá la sanción legal que los gobiernos entonces imponen. Así, pues, la primera condición sine qua non para el surgimiento y expansión de la homosexualidad a nivel masivo es un cambio político.
b) La liberación de la mujer. Es un hecho que con la incorporación masiva de las mujeres en los procesos de trabajo (lo cual acarreó dinero propio, deseos personales de superación, independencia frente al hombre, etc.), el hombre perdió derechos, prioridades y prerrogativas a las que se aferraba, muchas de ellas ciertamente injustas y desproporcionadas, ventajas que lo ponían en una situación de superioridad injustificada frente a la mujer y que no tenía otra explicación que la dependencia económica de esta última frente al hombre. El cambio del status laboral de la mujer alentó el re-equilibrio entre el hombre y la mujer, pero es obvio que este re-equilibrio tenía que tener consecuencias. De éstas hay muchas, pero una que pocos han notado son los efectos de todos estos cambios en los hombres. Lo que hay que entender es que la independización de la mujer acarreó la auto-devaluación de muchos hombres vis à vis las mujeres. Muchos hombres, en efecto, sencillamente no resistieron el impacto de la pérdida de derechos, de la incorporación de la mujer en la vida social pública, de las relaciones al tú por tú, y muchos reaccionaron en forma timorata y debilitante frente a mujeres audaces, decididas, que sabían lo que querían etc., y eso los alejó de la mujer qua mujer. Francamente, no creo que se pueda razonablemente negar que el factor “miedo masculino” operó con fuerza en favor del surgimiento y del florecimiento de la homosexualidad.
c) Hartazgo de las guerras. Europa, todos lo sabemos, ha sido siempre un continente de guerra. Los europeos, tan creativos y tan cultos, no han dejado de guerrear con los pueblos de otros continentes y entre ellos mismos desde que ocuparon el continente. En la actualidad está el conflicto de Ucrania, pero antes se produjo la destrucción de Yugoeslavia, hubo dos guerras mundiales y si seguimos enumerando conflictos bélicos europeos tendremos que llegar a los Neanderthales para detenernos. En general, yo diría que los jóvenes del primer mundo están hartos del eterno, del insaciable militarismo de sus gobiernos sólo que este militarismo es asociado, consciente o inconscientemente, correcta o incorrectamente, con la masculinidad, con la virilidad. El repudio del militarismo reviste entonces la forma de repudio de lo masculino y de reorientación hacia lo femenino, lo cual abarca múltiples aspectos de la vida privada, entre ellos la vida sexual. Así, pues, el anti-militarismo es como un catalizador en el surgimiento del homosexualismo como fenómeno masivo o social.
4) Hollywood. Es evidente que el cine se ha constituido como la fuerza “educativa” colectiva más poderosa en el planeta. No hay nadie en el mundo que lea tantos libros como ve películas y no hay nadie en el mundo que no vea películas. Ahora bien, si se ven películas con lo que se entra en contacto es con Hollywood. De ahí que si algo ha moldeado la mentalidad occidental ese algo es el poderosísimo centro de creación de estereotipos, de promoción de valores (morales, estéticos, políticos, religiosos, etc.), de educación espiritual colectiva, que es Hollywood. No hay ministerio de educación en el mundo que se le compare en poder y en influencia. La presencia de Hollywood se hace sentir en prácticamente todo el mundo pero, naturalmente, sobre todo en el occidental y Hollywood, a través de sus programas televisivos, sus películas, sus premios, sus héroes y heroínas, etc., (emulado en todas partes y patéticamente por empresas como Televisa, en donde se remplaza el humor o la eficacia por la vulgaridad y la estupidez) promueve abiertamente las relaciones homosexuales. El problema es que Hollywood no sólo influye en las mentes de niños, de hombres, de mujeres, de adultos, de gobernantes, de militares, de delincuentes, etc., sino que las conforma. Yo en lo personal pondría a Hollywood como la fuerza espiritual actual más importante en la promoción sistemática de la homosexualidad. Ahora bien, por qué los mandamases hollywoodenses están tan interesados en promover la transmutación de los valores tradicionales, por qué se promueven cambios hasta en el nivel del instinto, por qué se intenta destruir instituciones basadas en éstos (como la idea tradicional de familia), todo eso es algo sobre lo que podemos y debemos meditar, pero no es este el momento de hacerlo. Desde luego que hay en todo esto intereses ocultos, prácticamente imposibles de discernir, y siniestros, pero no es este nuestro tema y por lo tanto no ahondaré en ello.
En resumen: una utilización peculiar de la idea de derechos humanos, la liberación de la mujer, el antimilitarismo y el imperio de los mass-media (con Hollywood a la cabeza y como emblema) son algunos elementos importantes sólo sobre la base de los cuales el surgimiento de la homosexualidad como fenómeno social se vuelve en principio comprensible. Dichos factores, como es obvio, no tienen absolutamente nada que ver con la biología, lo cual no obsta para que contribuyen a explicarnos la génesis y el triunfo de la homosexualidad. Lo importante es entender que estos factores funcionando de manera conjunta constituyen una corriente cultural que se impone y que es tan fuerte que de hecho barre con la oposición. Hay un sentido en el que condenar públicamente la homosexualidad, atreverse a afirmar en público que uno por nada del mundo quisiera que sus hijos o sus nietos fueran homosexuales, manifestar repulsión por ella, etc., es conducirse torpemente, porque equivale a hacer declaraciones en el contexto más inapropiado posible, puesto que todo habla en favor de ella: la idea de derechos humanos, el repudio del “machismo” (signifique lo que signifique esta palabra, pero en todo caso permitiendo la fácil identificación de la vida varonil y la masculinidad con algo que todos condenamos, generando así una muy útil definición persuasiva), el inmenso poder del cine y la televisión, etc., y ahora las leyes. Cuando se tiene claro el panorama se entiende mejor por qué no ha habido y muy probablemente no habrá una discusión real sobre el tema de la homosexualidad y su sub-producto, el de los matrimonios homosexuales (y ya viene otro, más delicado todavía, que es el de la adopción, pero podemos estar seguros de cuáles serán las resoluciones que se tomen; yo estaría dispuesto a apostar al respecto). Queda claro que la sociedad mexicana actual no es suficientemente auto-crítica. Tenemos, pues, que contentarnos con señalar que es sólo con este turbio trasfondo de transformación cultural, en una atmósfera de prohibición de discusión abierta, como se toman medidas de suma importancia para el futuro del país y de las generaciones por venir en nuestra inefable Suprema Corte de Justicia.

Actualizando el Pensamiento

Ofrezco de entrada una disculpa, pero me resulta imposible enunciar lo que quiero decir sin antes hacer en forma escueta algunas aclaraciones elementales.
a) Supongo que no se querrán elevar objeciones a la afirmación de que nuestro pensamiento sólo puede materializarse a través del lenguaje o a través de la acción. El examen de lo que de hecho una persona hace nos revela mejor que cualquier otra cosa lo que piensa (cree, asume, duda, niega y demás). Es sin embargo gracias al lenguaje como normalmente nos enteramos de lo que la gente opina, supone, imagina, etc. Ahora bien, nuestro lenguaje y nuestras formas particulares de expresarnos revelan lo que son nuestras “categorías”. Esto es muy importante, porque es en función de las categorías que hagamos nuestras como habremos de dar forma y expresión a nuestro pensamiento. Las categorías que empleamos son utensilios y son los mismos para todos. Dicho de otro modo: las palabras tienen los mismos significados para todos los hablantes. No obstante, tenemos que distinguir entre las categorías empleadas y sus connotaciones. Éstas son simplemente las asociaciones que generan en nosotros las categorías que usamos. A diferencia del contenido objetivo de las categorías que empleamos, que es fijo, las connotaciones varían de persona en persona. Por ejemplo, tenemos la categoría “divorciado”, una categoría que suscita diferentes reacciones (o sea, tiene diferentes connotaciones) en un católico, un judío, un musulmán o un ateo. O sea, la categoría es la misma para todos (la palabra ‘divorciado’ tiene el mismo significado para todos), pero nuestras actitudes hacia lo que ella denota varían de persona en persona y de cultura en cultura. Cómo se evalúe a un divorciado y qué actitud se adopte frente a él dependerá, por lo tanto, de las connotaciones, espontáneas o inducidas culturalmente, de los hablantes. Debe quedar absolutamente claro que en este contexto no hay leyes rígidas, conexiones férreas, inquebrantables. Un ateo, por ejemplo, puede ver con buenos ojos la institución del divorcio y sin embargo y por las razones que sean detestar a los divorciados que conoce. O a la inversa. Es, pues, muy importante distinguir entre el contenido (llamémosle así) “semántico” de las categorías que empleamos al decir lo que pensamos de los efectos causales que tiene su uso en los hablantes.
b) Puede sostenerse que de lo anterior se sigue que nuestro pensamiento depende precisamente de las categorías que empleemos al hablar. Es obvio que la señora A, quien se refiere a la persona que trabaja en su casa como “la gata”, no piensa de la misma manera que la señora B que habla siempre de su “trabajadora doméstica”. La señora A y la señora B tienen categorías diferentes y por lo tanto, podemos inferir, piensan diferente. El pensamiento del señor C, quien se refiere a los individuos que conforman un cierto grupo humano como “patas-rajadas”, es marcadamente diferente del de quien habla de ellos como “indígenas” o, algo más inusitado todavía, como “hermanos indígenas”. Podríamos sin problemas efectuar la misma clase de ejercicios en relación con las acciones: el sujeto que le avienta el cambio a un indígena no piensa como la persona que le entrega su cambio en la mano y menos aún como aquel que le da su dinero y además le da un apretón de manos. Las respectivas acciones de los interfectos muestran, sin dejar lugar a dudas, que piensan diferente.
c) Lo anterior es importante porque tiene aplicaciones muy extensas y ramificadas en nuestra vida cotidiana. Nuestro pensamiento requiere de toda una variedad de categorías para poder modelar la realidad en sus distintas facetas. Todo el tiempo necesitamos recurrir a categorías factuales, artísticas, científicas, históricas, deportivas, religiosas, etc., y, obviamente, políticas. Cómo pensemos, qué tan matizado, sutil o sofisticado sea nuestro pensamiento en relación con el tema que sea, ello es algo que inevitablemente se manifestará en las categorías que hagamos nuestras para expresarnos verbalmente y en las acciones que realicemos (o dejemos de realizar) en relación con nuestros temas de interés. Lenguaje y acción son, pues, los termómetros más certeros del pensamiento. Es difícil establecer en este punto jerarquías, pero si nos viéramos forzados a hacerlo quizá tendríamos que reconocer que tiene prioridad (en última instancia) la acción. Después de todo, como bien sabemos, los charlatanes abundan!
d) Si nos concentramos ahora en la realidad política y queremos pronunciarnos acerca de ella, de inmediato nos damos cuenta de que somos como alguien que quiere arreglar un reloj usando guantes de electricista. Las categorías que usamos, y que hasta me dan ganas de decir que se nos obliga a emplear, son demasiado burdas, demasiado gruesas, demasiado toscas como para permitir la gestación en esta área de un pensamiento claro, nítido, preciso. Obviamente, si no se dispone del aparato categorial adecuado, entonces lo único que se puede producir y esperar de otros son descripciones simplonas, engaños y auto-engaños colectivos y en general patrañas de toda índole. Por ejemplo, dado que se maneja en general una noción sumamente primitiva de democracia, la categoría “democracia” da lugar a descripciones ridículas y que rayan en lo absurdo. Así, el ahora tristemente célebre presidente del INE sale con bombo y platillo a declarar que estas últimas elecciones son un “triunfo de la democracia”, cuando lo cierto es que votó menos de la mitad del población! Es cosa nada más de hacer cuentas: si de la mitad de la población en alguno de los estados un partido ganó con, digamos, el 30% de los votos, entonces el hecho es que el nuevo gobernador habrá ganado teniendo el 70 % de la gente en contra y a eso se le llama “triunfo de la democracia”! Eso es lo que podríamos llamar una ‘burla demagógica’, pero la verdad es que no me interesa discutir el hecho mismo: lo que me incumbe es simplemente hacer ver que dicha mofa se vuelve factible sólo porque se maneja un concepto tremendamente ramplón de democracia, esto es, una categoría construida de tal modo que autoriza a hablar de triunfo cuando a todas luces habría que hablar de fracaso total. Y conste, una vez más, que no estoy analizando hechos (no soy ni pretendo ser un “analista político”), es decir, no me estoy ocupando de impugnaciones, descontentos, sospechas, dudas y demás, sino simplemente indicando que se puede fácilmente poner en cuestión uno de los instrumentos que se usa en el discurso político estándar de nuestros tiempos, esto es, un concepto semi-vacuo, casi puramente formal, de democracia. Entre eso y ser inservible para el pensar realmente no hay un gran trecho.
e) Ahora bien ¿a qué fenómeno, crucial en mi opinión, apuntamos con estas observaciones? La respuesta salta a la vista: es notoria en la actualidad la falta de categorías políticas realmente útiles para la descripción de los fenómenos políticos contemporáneos. La consecuencia inmediata de ello es que la realidad política, la nuestra desde luego pero en general la mundial también, resulta pura y llanamente incomprensible. Por medio de las categorías que se usan no se entienden los hechos ni sus conexiones. Hay razones que explican por qué es ello así, ya que ciertamente no es casual lo que sucede, si bien debo prevenir al lector que no me propongo aquí y ahora enumerar y presentar de manera jerarquizada las causas de esta agobiante situación (entre las cuales habría que incluir desde causas que conciernen al planeta en su conjunto hasta causas locales que sirven para entender lo que pasa en una determinada zona del mundo). Es obvio, por ejemplo, que con la venta de la Unión Soviética (hablo de “venta” porque en realidad la Unión Soviética no fue derrotada sino rematada por Gorbachov y sus secuaces) y su consecuente extinción todo el vocabulario político de la izquierda mundial perdió súbitamente su base y, aparentemente, perdió toda su utilidad. Con la Unión Soviética, en efecto, se fueron categorías como las de “socialismo”, “rojillo”, “anti-imperialista”, “democracia popular” y muchas otras más. En México, el nefasto factor “Octavio Paz” fue decisivo para la aniquilación de la de por sí endeble y, con raras excepciones, siempre acomodaticia izquierda mexicana. Todo ello es hasta cierto punto comprensible, pero en lo que no se repara es en la funesta consecuencia de dicha realidad, esto es, en el hecho de que de pronto nos quedamos sin categorías con que balancear las descripciones superficiales y tendenciosas impuestas por los vencedores de la guerra fría y sus portavoces, desde los que llevan la voz cantante hasta los más insignificantes de sus corifeos. Nos quedamos entonces limitados a categorías como “democracia”, “libre empresa” y todas las que, con ellas, conforman una familia categorial. Lo preocupante de la situación es que nuestra realidad social y política requiere con urgencia que se elabore una nueva terminología, es decir, que se construya un nuevo conjunto de categorías para poder dar cuenta de ella de una manera menos falseadora y equívoca. En verdad, nuestra situación en relación con el pensamiento político es semejante a la situación en la que nos encontraríamos si súbitamente se nos hubiera privado del lenguaje de los colores, que se nos hubiera dejado con “blanco” y “negro” y que tuviéramos que describir nuestro campo visual sólo con esas dos categorías. Es evidente que nuestras descripciones serían grotescamente pobres. Eso es precisamente, mutatis mutandis, lo que pasa en la actualidad con nuestro sistema de categorías para explicarnos la vida política, nacional e internacional.
f) La pregunta es entonces: ¿tiene ello que ser así?¿Estamos destinados a no usar para hablar de política más que categorías formales, de carácter casi puramente aritmético, sin contenido sustancial y que sólo dan lugar a descripciones insípidas y prácticamente inservibles? Yo creo que no. En este punto, sin embargo, sería útil tener presente una distinción: una cosa es demostrar que ciertas categorías son ya abiertamente inservibles y que por eso se les desecha y otra muy diferente es impedir que se usen conceptos útiles, pero que no conviene que se empleen y entonces se les proscribe. Ilustremos esto. Supongamos que alguien quisiera hoy en día hablar, verbigracia, de “amos”, “lacayos”, “condes” y “emperadores”. Es obvio que aunque sea un hecho que hay oligarcas, plutócratas, elitistas y segregacionistas de toda índole, después de lustros de estar oyendo hablar de “derechos humanos”, “libertad, igualdad y fraternidad” (“fraternidad” es ciertamente una categoría inútil en el contexto de la política) y cosas por el estilo, es claro hasta para un iletrado que el vocabulario medieval mencionado resulta ya totalmente fuera de lugar. Es cierto que queda por ahí una que otra “reina”, más decorativa que útil aunque tan dañina como siempre, pero en realidad personajes así no son políticamente relevantes. La vida social en el mundo no se organiza en función de categorías como “reina” y “súbdito”. Es factible demostrar, por lo tanto, que categorías así no sirven para describir nuestra situación. Pero una cosa muy diferente es impedir, por medio de trucos, propaganda, lucha política y cultural, que se empleen ciertas categorías aunque todo mundo entienda que son no sólo útiles, sino indispensables. Este es el engaño que tiene lugar en la actualidad. De hecho, podríamos decir que el uso de ciertas nociones está “culturalmente” prohibido, pero no porque se haya demostrado que las categorías en cuestión son obsoletas, sino simplemente porque se les anatemizó, se les condenó y se les expulsó del vocabulario “políticamente correcto”. No es de buen gusto recurrir a ellas, por más que sean indispensables. No podemos entonces hablar de “enajenación”, de “lucha de clases”, de “acumulación del capital”, de “fetichismo de la mercancía”, de “plusvalía”, de “explotación” y así sucesivamente, pero no porque los fenómenos a los que aluden ya no se den, sino porque está culturalmente prohibido hacerlo. Lo que ha sucedido, por lo tanto, es que se ha amordazado el pensamiento y sólo tienen la palabra los superficiales especialistas de diversos aspectos de la superestructura (jurídica, política, filosófica, etc.) que encuentran satisfactorios sus “análisis” políticos expresados en las categorías más convencionales posibles. Dicho de otro modo: desde la perspectiva en la que encaramos nuestro tema, podemos afirmar que el desmantelamiento del socialismo real significó la esclavización del pensamiento político. No somos libres para pensar políticamente, porque no podemos emplear las categorías que son políticamente útiles y no se han construido nuevas. Si queremos expresar nuestra indignación política, tendremos que recurrir a categorías casi carentes de contenido y por lo tanto no podremos decir lo que realmente quisiéramos decir. La situación es en verdad patética para algo así como el 95% de la población mundial.
g) ¿Es esa una situación imposible de modificar? Claro que no! Las categorías van surgiendo en función de los requerimientos tanto teóricos como prácticos de la vida social y de uno u otro modo se van construyendo y aplicando sólo que el proceso de construcción puede llevar mucho tiempo y eso es tiempo perdido. Es innegable que la elaboración de un aparato conceptual como el que ahora necesitamos con urgencia requiere de un genio como, por ejemplo, Karl Marx, pero genios así definitivamente no abundan. Lo que en cambio sí prolifera son los comentaristas de pacotilla, los que ya demostraron que el marxismo (la teoría del sistema capitalista) está refutado. La verdad es que es hasta divertido imaginar a estos seres debatiendo con Marx, a quien obviamente no le habrían servido ni para el arranque, como se dice. Pero regresemos a nuestro tema: como lo advertimos al principio, el pensamiento se expresa no sólo por medio de la palabra, sino también a través de la acción y la acción queda cabalmente entendida y es realmente aprovechada cuando queda categorizada del modo como la realidad lo requiere. Nuestro país, por ejemplo, está hundido en la corrupción, la desigualdad, la injusticia, la disfuncionalidad institucional, las ambiciones oligárquicas, el embrutecimiento sistemático de la población, la convivencia del despilfarro y la miseria y así indefinidamente. Describir lo que pasa en él por medio de esas categorías que emanan del lenguaje natural es correcto, pero ello es teóricamente insuficiente. Para la teorización apropiada requerimos de un nuevo vocabulario político y el problema es que se proscribió el marxista y nadie todavía ha construido el nuevo aparato conceptual. La vida, sin embargo, exige cada vez con más fuerza que esta construcción se realice, porque de lo contrario no se comprenden ni los problemas ni los cambios. Por ejemplo, necesitamos conceptos para dar cuenta de la bancarrota a la que todos los países sistemáticamente se ven llevados por la lógica misma de la banca mundial. No hay palabras para describir eso que, no obstante, es una realidad. Como no tenemos ese concepto, entonces no se puede actuar en concordancia con él y por lo tanto no podemos concebir cómo zafarnos de la garra de los banqueros ladrones. Necesitamos poder hablar de un movimiento emancipador como el que está teniendo lugar en Grecia, país que está a punto de romper el yugo de los bandoleros-banqueros, sin que tengamos para ello que hablar de “defaul”, de “incumplimiento en los pagos”, etc., porque la sencilla razón de que el problema no queda bien descrito de ese modo. Esas categorías recogen el modo como los banqueros perciben el asunto, pero dicho modo no es el de las poblaciones del mundo. Requerimos de un nuevo léxico para poder transmitir los horrores del campo de concentración más grande de todos los tiempos, esto es, Gaza, y ya no nos bastan las palabras que se usaban para otros sitios como ese; nos faltan las categorías para medir en todo su horror las matanzas de estudiantes y muchas otras atrocidades que se cometen día con día por consideraciones de orden económico y político, y así indefinidamente. En otras palabras, necesitamos, so riesgo de asfixiarnos, al verdadero libertador del pensamiento, al individuo que logre acuñar las categorías que exigen las complejidades de la vida política contemporánea y que son indispensables para que podamos pensar claro y actuar con decisión para beneficio de las mayorías.

¿Quién Manda Aquí?

I) El escándalo
Hace unos días nos despertamos en todo el mundo con la increíble noticia de que una de las asociaciones deportivas más importantes del mundo, la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado), había sido intervenida por la policía norteamericana la cual, en territorio suizo, había detenido a un cierto número de funcionarios prominentes de dicha organización (cerca de 50). La justificación de la intervención del gobierno yanqui fue que se había descubierto que los dirigentes de la FIFA habían cometido toda clase de maniobras financieras ilícitas (fraudes), lavado de dinero y acciones típicas de crimen organizado. Naturalmente, dado el bombardeo mediático, la impresión que el ciudadano normal se lleva ante noticias de acción policiaca como esta en contra de la FIFA es de satisfacción y aprobación. El razonamiento común es que habría sido gracias sólo a una ardua investigación de varios años que por fin se habría hecho justicia y se habría desbaratado una organización criminal, parasitaria y en el fondo hasta deformadora del deporte mismo que, se supone, pretende impulsar a nivel mundial. La reacción espontánea de la gente podría expresarse así: “Bravo! Bien merecido se lo tienen esos delincuentes de alto nivel. Bien por el FBI!”.
No cabe duda de que la noticia en cuestión resultó por lo menos doblemente sorpresiva. La acción del gobierno de los Estados Unidos en contra de la FIFA tomó a todo mundo de sorpresa porque, curiosamente, algo de lo que ha salido a la luz ya se sabía; de hecho se sabía mucho más, pero nunca se había hecho nada. Qué sorpresa que ahora sí, súbitamente, se hiciera algo. ¿Raro, no? Era bien sabido, por ejemplo, que para tomar decisiones importantes los dirigentes de la FIFA se reunían con todos los dirigentes de todas las asociaciones mundiales en alguna isla que rentaban durante tres o cuatro días y por medio de bacanales, sobornos, orgías y demás se cooptaba a los dirigentes y se captaban sus votos. Ese es un aspecto de la corrupción por medio de la cual operaba la organización. Pero siempre hubo otros, no tan llamativos. Por ejemplo, todos recordamos la odiosa e injusta expulsión de Maradona durante la Copa del Mundo en los Estados Unidos, en 1994. Con Maradona al frente, Argentina en esa Copa era simplemente imparable. Había que sacarlo de la cancha porque era un estorbo para grandes negocios ya acordados. Se hizo entonces lo que había que hacer, o sea, sacar a Maradona (quien no era comprable) para obtener el objetivo deseado que era, como todos sabemos, que Brasil se coronara. El brasileño Joao Havellange era todavía el presidente de la FIFA y en verdad fue con él que ésta se convirtió en la máquina de negocios que desde entonces ha sido. La FIFA maneja anualmente miles de millones de dólares en contratos (televisión, ropa, comida, telefonía, afiliaciones, transferencias de jugadores, etc.) y es obvio que en esos niveles la corrupción tiene que estar presente. Es de párvulos pensar que se pueden manejar empresas trasnacionales de esas magnitudes sin que haya sobornos, chantajes y en general acciones ilícitas de todo tipo. Pero la pregunta aquí, y esa es la segunda razón por la que era inevitable no sentir asombro por el suceso, es: ¿por qué justo ahora?¿Por qué, si todo se sabía desde hacía 25 años, por qué estalló el escándalo ahora?¿Por qué derrocar a Blatter si éste siempre actuó en concordancia con las leyes del mercado? Que no nos vengan a decir que por requerimientos norteamericanos de higiene financiera, porque eso sería además de todo un insulto no digamos ya a la inteligencia, sino al sentido común. Lo estremecedor del caso es que la respuesta al enigma de la FIFA no está en las prácticas de la FIFA, porque si así fuera los Estados Unidos tendrían que desmantelar un número fantástico de empresas norteamericanas (Walmart, Enron, Merrill Lynch, Merck y tantas otras) que operan fraudulentamente a lo largo y ancho del mundo y eso ni lo han hecho, no lo hacen ni lo harán. Entonces ¿por qué ensañarse con la FIFA y sus dirigentes?
II) Las raíces de la destrucción de la FIFA
Como dije, si queremos entender mínimamente qué pasó con la FIFA tenemos que ver en otra dirección; tenemos que volver la mirada hacia donde se toman las decisiones fundamentales en el mundo occidental. Después de todo, la FIFA no es cualquier agrupación. Ahora bien, si queremos entender lo que está pasando con la FIFA (lo cual incluye la renuncia de Blatter el día de hoy, martes 2 de junio), tenemos que cambiar totalmente de escenario: tenemos que remontarnos a los años 90 y revivir el desmoronamiento de la URSS. El encargado de desmantelar la Unión Soviética fue Yeltsin, el dipsómano. De lo que se trataba era de privatizar todo lo que hasta entonces había sido propiedad estatal, es decir, prácticamente todo lo que operaba como unidad productiva en el país: las fábricas, los periódicos, el petróleo, la televisión, las siderúrgicas, los trenes, etc., etc. La consigna era deshacerse de todo y rápido. El problema era: ¿quién estaba capacitado para absorber lo que hasta entonces habían sido las empresas del Estado, toda la riqueza nacional de una super-potencia? Desde luego que no el ciudadano común y corriente. No obstante y como siempre, aparecieron de la nada algunos “vivales” que, financiados por banqueros y magnates occidentales, en un santiamén se apoderaron de todo. Conformaron entonces lo que la gente en Rusia empezó a llamar el grupo de los ‘oligarcas’. De manera que no más de 20 o 25 personas se quedaron con todo lo que era la riqueza de los pueblos de la Unión Soviética.
Los oligarcas eran ricos en serio. Estamos hablando de gente que llegó a tener 60,000 millones de dólares prácticamente de un día para otro. En ese contexto de desmantelamiento forzado y precipitado de la Unión Soviética llega Vladimir Putin al poder y, como era de esperarse, se da la confrontación entre los oligarcas y el nuevo presidente de un país que estaba dejando de ser lo que había sido sin ser todavía nada determinado. El evento decisivo se produjo en el Kremlin, durante una ahora célebre reunión en la que, al llegar, Putin va saludando personalmente a todos y cada uno de los presentes. Éstos, sin embargo, ya tenían un plan y, mejor aún, un portavoz: Mihail Khodorkovsky. Éste acusa al gobierno de presiones injustificadas, de extorsiones, etc., y le exige a Putin que le ponga fin a todas esas prácticas. En un momento dado (la verdad es que yo no sabría si calificar su pronunciamiento como cínico o como extremadamente sincero), él explícitamente admite que es obvio que todos los que están allí robaron, pero que tiene que haber un nuevo punto de partida, un nuevo arranque y que ellos, los nuevos magnates rusos, le exigen al gobierno que nos los obstaculice en sus actividades, porque la economía rusa depende de ellos. Lo inesperado en esa reunión es, obviamente, la reacción de Putin: éste no sólo no se deja intimidar por los nuevos multimillonarios sino que contra-ataca y se sale. Al otro día Khodorkovsky es detenido y encarcelado. Poco a poco, Putin recupera mucho de lo que había sido robado por estos “hombres de negocios” y redistribuye los bienes. (Khodorkovsky, como es bien sabido, negocia su salida y sale de la cárcel y de Rusia unos 14 años después).
Lo anterior, aunque estrictamente hablando asunto interno de Rusia, genera una furia inaudita, inmensa, infinita en Occidente pero especialmente en los Estados Unidos. Y tenían razón, porque lo que se desvaneció fue el “sueño americano”. Lo que se vino abajo fue la idea de tener un país hermano dominado abiertamente por los oligarcas rusos, con lo cual se habría completado un plan de dominio mundial. Pero apareció Putin y el proyecto se extinguió. Esto explica el odio tan feroz que en ciertos sectores hay hacia él. Al subordinar a los oligarcas, Putin automáticamente se convirtió para la prensa mundial en el nuevo ídolo del mal, el causante de todos los problemas del universo, cuando en realidad lo único que hizo fue hacer valer sus sentimientos nacionalistas y religiosos e imponer una política favorable al pueblo ruso y no a unos cuantos arribistas y parvenus como lo eran Berezovsky, Smolensky y los otros. Pero desde el punto de vista de la cúpula política, financiera y mediática de los Estados Unidos, Putin es absolutamente imperdonable. No lo crucifican ni queman vivo porque no pueden, pero el odio se manifiesta de múltiples maneras. Una de ellas es, por ejemplo, la artificial y criminal guerra de Ucrania, una guerra planeada y orquestada desde Washington. Pero con todo y eso, el proyecto de trasnacionalización del mundo fue frustrado y lo fue por un hombre: Vladimir Putin.
III) La FIFA, Rusia y Palestina
Aquí es donde retomamos el tema de la FIFA. Blatter arregló, como lo había venido haciendo con la anuencia de todo mundo, que en 2018 la Copa del Mundo tuviera lugar en Rusia. Pero con el trasfondo que hemos delineado esa era una decisión sencillamente inaceptable e imperdonable. ¿Cómo es que se atrevió a hacerlo? Con esa decisión, Blatter selló su sentencia de muerte. Pero se necesitaba algo más para echar a andar el proceso de destrucción de la FIFA de Blatter y ese pretexto lo suministraron involuntariamente los palestinos. Éstos se habían venido quejando, con yo diría mil por ciento de razón, del hostigamiento, del acoso y de la brutalidad de la que son objetos sus futbolistas cuando tienen que salir del campo de concentración de Gaza para competir, siempre en condiciones de desventaja, con sus rivales deportivos. Pueden no cumplir con sus compromisos porque no los dejan salir o llegar de regreso y no encontrar sus casas porque ya se las demolieron. Y eso todo el tiempo. Entonces, ante una brutalidad israelí que hasta los invidentes podrían ver (es curioso: hay fenómenos que un invidente puede ver, pero que un fanático no puede percibir!), los palestinos solicitan a la FIFA que excluya a Israel de la Federación. El tema es recibido como digno de ser considerado y eso sí ya no se puede permitir. Llegamos a los límites de lo permisible. Ya están los elementos en el tablero y ya se puede pasar a la acción.
El procedimiento judicial y policiaco se prepara en tres minutos. Lo que siempre se busca es tener a la mano una buena justificación política. En este caso se disponía de ella desde hacía 30 años. No había problema. Entonces el gobierno americano interviene una institución privada cuando nadie inició ninguna acción legal en su contra y, auto-confiriéndose derechos de extra-territorialidad, arresta a ciudadanos de diversos países en un país europeo. Hasta donde mi razón me lo indica, eso es una flagrante violación de la soberanía nacional en este caso de Suiza. Estoy seguro de que para muchas personas resulta incomprensible que los gobiernos europeos no hayan dicho ni una palabra al respecto, que nadie haya protestado. Pero dejando esto de lado, con la intervención del FBI: ¿qué se persigue?¿Cuál es el objetivo de la operación? Podemos mencionar varias cosas.
En primer lugar, iniciar el proceso de re-estructuración de la FIFA de modo que en un plazo no muy lejano se reúnan los dirigentes de todas las asociaciones y echen por tierra las decisiones anteriores, muy especialmente desde luego la de concederle a Rusia la sede para la siguiente Copa del Mundo. Debe quedar claro: el odio contra Putin es inmenso y va a durar varios miles de años. En segundo lugar, se acabó el problema palestino. Ya se les explicó a éstos una vez más que ellos no tienen derechos y menos aún de inconformarse en contra de una política o de una decisión del gobierno israelí. Tiene que quedar claro que eso no está permitido, que no es una regla de conducta pública o privada que tenga validez en la vida occidental contemporánea. En tercer lugar, hay que darle un escarmiento a Blatter y de paso indicarle a los líderes o dueños o dirigentes lo que les puede pasar si se atreven a violar las leyes supremas no escritas de la política occidental. En cuarto lugar: debe quedar claro que no se trata de detener u obstaculizar el modus operandi del big business. Lo que está pasando no es el inicio de un proceso de moralización, de re-estructuración moral, de limpieza axiológica. Nada de eso. Pensar algo así es ser ridículo. Lo que está en juego es otra cosa. La nueva FIFA procederá exactamente igual o peor que la FIFA de Blatter. ¿Quién es Blatter a final de cuentas?¿Cómo puede un sujeto así imaginar que va a retar a los amos del mundo occidental?¿Quién manda aquí entonces? Es en eso en lo que inevitablemente el asunto de la FIFA hace pensar.
R E G R E S O   E N   D O S   S E M A N A S
 

Incidentes Bochornosos

1) No creo que haya alguien que piense, si lee lo que escribo, que estoy particularmente interesado en desarrollar una labor de periodista. Definitivamente, para la (indispensable) labor de recopilación de datos para nada más mencionarlos y pasar a otra cosa no me siento apto. No debería entonces sorprender a nadie si ocasionalmente me ocupo de sucesos que ya no son de actualidad pero que, desde mi punto de vista al menos, revisten algún interés y que, por consiguiente, ameritan que regrese uno sobre ellos, aunque como “novedades” hayan ya quedado sepultados por las subsiguientes avalanchas de datos. O sea, no es parte de mis objetivos estar reportando acontecimientos, sino que más bien me interesa seleccionar hechos que en mi opinión ameritan ser considerados porque pueden dar lugar a una reflexión personal que a su vez permita extraer alguna lección o moraleja digna de ser ponderada. De ahí que me permita hoy recuperar un evento que tuvo lugar la semana pasada pero al que, justamente, no quisiera darle un trato meramente periodístico. Quisiera, pues, recuperar una vergonzosa situación para, aunque sea superficialmente, examinarla y tratar de extraer de ella alguna lección.
2) El penoso hecho que tengo en mente es la conversación telefónica mantenida por el destacado Dr. Lorenzo Córdova Vianello, ahora Consejero Presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), con el Secretario Ejecutivo del instituto en cuestión. La plática fue tramposamente grabada y hecha pública. No es difícil percatarse de inmediato que están involucrados dos temas lógicamente independientes, aunque es debatible si de facto lo son también. Está por una parte el contenido de la conversación y por la otra la ilegalidad de la grabación. Me da la impresión de que se nos presentan aquí básicamente cuatro posibilidades. Podríamos tener:

A
Plática banal grabada (y difundida)
B
Plática banal no grabada
C
Plática no banal grabada (y difundida)
D
Plática no banal no grabada

De entrada sabemos que los casos B y D no son relevantes: si no se puede, legal o ilegalmente, saber qué opina alguien sobre un tema en particular, no hay nada que discutir. Quedan, pues, los casos A y C. En el primero no hay conflicto alguno: se comete una ilegalidad que sólo sirve para demostrar que se puede violentar la privacidad y la intimidad de las personas. Obviamente, dicha ilegalidad es a todas luces injustificable. El caso crítico, sin embargo, es C y es el caso de Córdova. Por qué es este el caso crucial es algo de lo que nos ocuparemos en la siguiente sección.
3) Precisemos, para empezar, que el contenido de la plática del H. Consejero Presidente con su Secretario más que importante es significativo, representativo, simbólico. El contenido no es del todo trivial, en el sentido de que se hacen afirmaciones ofensivas, lacerantes, burlonas respecto a gente que ha sido siempre denigrada, explotada y humillada. El problema es que nosotros nos enteramos de dichos “puntos de vista” gracias a un acto ilegal. El asunto es: independientemente de si otros se enteran o no, de seguro que todo mundo tiene derecho a pensar y a opinar lo que le venga en gana sobre el tema que sea. Puede no gustarnos, podemos no coincidir con lo que alguien afirma, pero la persona de que se trate tiene derecho a pensar como lo hace, sea el tema que sea. En eso consiste la libertad de pensamiento y de opinión. Se plantea una dificultad, sin embargo, porque las opiniones externadas y de las cuales nos enteramos no congenian del todo con lo que se espera de un funcionario en el puesto que Córdova ocupa. Pero entonces ¿qué tiene prioridad: la libertad de expresión o el rol político en el que quien opina se desempeña?
4) Ilustremos el asunto con un caso imaginario. Supongamos que hay una dependencia oficial en alguna Secretaría de Estado destinada a proveer servicios y apoyo para gente discapacitada, digamos invidentes o sordo-mudos. Asumamos sin discutir que el director de la dependencia en cuestión cumple satisfactoriamente con su trabajo, pero que lo graban durante una fiesta en su casa burlándose y dando rienda suelta a todo su desprecio por las personas discapacitadas para las cuales, se supone, trabaja. O sea, hay una discordancia entre la faceta oficial del personaje y su vida personal. ¿Basta eso para condenarlo? Desde un punto de vista meramente lógico, no: no hay ninguna contradicción formal entre las dos “personalidades” del sujeto. Hay a lo sumo una especie de esquizofrenia política y moral. Pero ¿qué hay que hacer cuando se está frente a un caso como este de esquizofrenia ideológica?¿Basta con constatarla y asunto arreglado?¿Es suficiente con que el hombre público cumpla con sus obligaciones como funcionario independientemente de lo que en su fuero interno piense o sienta? Eso es lo que se necesita dirimir.
5) El que no se trate de un caso de contradicción formal no quiere decir que no estemos en presencia de alguna clase de tensión, de oposición, de incongruencia. Supóngase que alguien tiene un amigo que habla muy mal de él pero que hace todo para favorecerlo. Si la persona se queja ¿sería aceptable la respuesta de que lo que cuenta son los hechos y que no hay que concederle a las palabras mayor importancia? No creo que muchas personas aceptarían de buena gana una situación así y con justa razón. No se puede negar entonces que, en el caso de Córdova, hay una especie de contradicción personal: él no tiene la actitud correcta hacia las personas para las cuales supuestamente trabaja (y cobra!). Eso se llama ‘hipocresía’ y ciertamente hay un elemento de inmoralidad involucrado. Pero el otro problema, a saber, que si bien la conducta lingüística del sujeto es en algún sentido inmoral, de todos modos se le exhibe por medio no sólo de otra conducta inmoral, sino de lo que es abiertamente una ilegalidad. ¿Cómo se supone entonces que se debe reaccionar frente a una inmoralidad exhibida por una ilegalidad? No podemos avalar el acto ilegal: el día de mañana a cualquiera de nosotros nos publican nuestras modestas opiniones personales, que con toda seguridad a muchos dejarían insatisfechos, y ello no nos gustaría. Sí, pero hay una diferencia fundamental: nosotros no somos funcionarios públicos. ¿Cuál es entonces el juicio apropiado en el caso de Córdova?
6) A mí me parece obvio que sobre la base de una ilegalidad no se pueden hacer cargos de carácter legal en contra de nadie. O sea, el Sr. Consejero Presidente es legalmente inimputable. Pero también es cierto que si bien no se le pueden hacer cargos legales, dado el contenido y el tenor de sus palabras sí se le pueden hacer críticas morales. Quizá no las pueda elevar quien grabó la conversación telefónica, porque eso sería tanto como que un criminal se pusiera a pontificar sobre lo que es la vida moralmente buena: él no tiene autoridad para ello. Y aquí se vuelve a plantear el problema: ¿qué valor tiene un buen consejo moral cuando emana de un inmoral? Afortunadamente, este no es nuestro caso, dado que nosotros no tenemos nada que ver con la grabación. Por lo tanto, aunque reconocemos que no se podría proceder legalmente en contra del Consejero Presidente del INE, sí nos arrogamos el derecho de pronunciarnos sobre su moralidad, dado que por mecanismos legales o ilegales de todos modos conocemos el contenido de su plática y no podemos ya simplemente ignorarla. Consideremos, pues, el caso.
7) Lo primero que hay que señalar es que la situación es de entrada involuntariamente paradójica, porque es en un lenguaje despreciable, digno del más mediocre de los preparatorianos o de los peores actorcetes de Televisa, como Córdova se mofa de un cierto grupo social y de una persona en particular. Es como si alguien se quejara de cómo se expresa un vecino usando para ello el lenguaje más soez y vulgar posible. Así expresado, el quejoso no parece gozar de ninguna autoridad. Lo penoso del asunto es que quien así se expresa detenta un puesto público importante, una de cuyas funciones es ir a ilustrar sobre diversos temas de derecho electoral precisamente a las personas de las cuales se burla. Es como si un maestro rural se burlara de los niños a los que tiene que enseñarles a escribir. Esa conducta no es aceptable. Como ya dije, inclusive si no es formal aquí hay una contradicción pragmática. La conducta del sujeto es indignante, sobre todo porque hace escarnio de un grupo de gente mal tratada desde siempre. Me parece, sin embargo, que podemos dejar de lado todo lo que revela la doble moral del Consejero Presidente y concentrarnos en otra cosa, esto es, en algo que me parece más importante, que rebasa el caso particular y que nos concierne a todos. Me refiero a lo que la situación y el personaje simbolizan, a lo que reflejan. Eso es lo importante de la escena telefónica y es de eso de lo que quisiera brevemente ocuparme.
8) A mí me parece que el Consejero Presidente el INE encarnó a la perfección durante un minuto o minuto y medio que duró su plática lo que son nuestros líderes, nuestros representantes, nuestros dirigentes, nuestros políticos. Por un lado tenemos la faceta pública del sujeto: un buen orador, profesionalmente competente, etc., pero, por la otra, tenemos a alguien que manifiesta un gran desprecio por la gente común, por el ciudadano de a pie, por la gente que no desayuna, come y cena como él. En ese sentido, el Dr. Córdova es como el común de nuestros políticos: bien vestido, atufado, etc., pero manifestando en privado un reverendo desprecio por todo lo que en público profesa respetar. Podemos imaginar que ese señor, que lamentó en público su conducta, sin realmente ofrecer disculpas como pudo haberlo hecho, en privado, entre amigos, se muere de risa por lo que sucedió y muy probablemente esté muy orgulloso de su “crónica marciana”. Que no nos extrañe que esa pifia ya le haya ampliado su horizonte “político”, porque ahora los profesionales, los grandes lagartos de la política mexicana, ya reconocen en él a uno de ellos, esto es, una moneda falsa, alguien por lo tanto con quien ciertamente se podrá en todo momento colaborar. Por consiguiente, al Dr. Córdova le auguramos un brillante futuro en la política nacional. Lo que le pasó es simplemente una prueba de que no está todavía suficientemente fogueado, que le falta un poquito de experiencia, pero ciertamente dejó en claro que tiene madera de político mexicano y nos demostró, una vez más, que lo que en otros países le habría costado caro a quien hubiera hecho lo mismo aquí en México puede ocurrir y no pasa nada. Desde la perspectiva tanto del juego político como de una moralidad sencilla, lo que él tenía que haber hecho era haber ofrecido su renuncia, pero en México un gesto así es prácticamente impensable. Y ahí sigue, vivito y coleando. No es implausible que una vez pasadas las elecciones deje el INE y pase a otro puesto. Felicidades de antemano!
9) Aunque, como vimos, es posible maldecir a alguien y actuar en beneficio de él, cuando llegamos al caso de las figuras públicas esa combinación de doble estándar es a la larga insostenible. ¿Por qué? Porque a final de cuentas se termina por no creer en las bondades de las acciones realizadas. No pueden dicotomizarse a tal grado el lenguaje y la acción. Aunque en la imaginación es posible separarlos tajantemente, en la realidad se requiere un mínimo de congruencia entre lo que se dice y lo que se hace. Desde luego que se puede ser un hipócrita completo, como el grueso de los políticos de este país, pero el punto es que aunque no se pueda hacer nada en contra de ellos de todos modos nadie les cree nada. Y se nos hizo ver que el Sr. Córdova, por un descuido, forma parte ya del super-honorable club de farsantes al cual ingresan en primer lugar nuestros inefables políticos. El repudio moral de sus prácticas, quiero decirlo explícitamente, ni mucho menos significa que avalamos la práctica infame de la invasión de la privacidad. Es más: si tuviéramos que elegir entre hipocresía total e ilegalidad, no cabe duda de que habría que preferir ser inmoral que ser ilegal. Es a esta clase de conflictos a los que permanentemente nos lleva la “política nacional”.

Dad al Papa lo que es del Papa!

I) Si hay algo que no me gusta es hablar de mí mismo. Sin embargo, la máxima de mi actitud tiene en ocasiones que violentarse, porque de no hacerlo algunas cosas que pudiera yo afirmar podrían no ser comprendidas o debidamente apreciadas. Tengo, pues, que confesar que lo que mis más remotos recuerdos me dicen es que nací y viví siempre en un medio esencialmente ateo. Yo nací en un medio permeado por la figura del Lic. Narciso Bassols, un destacado mexicano que en tanto que Secretario de Educación, a principios de los años 30, había protagonizado un serio enfrentamiento con la retrógrada y reaccionaria institución de la Iglesia Católica mexicana. La causa eficiente del conflicto lo fue la enseñanza de la biología en la Escuela Primaria, con todo lo que ello entraña y en particular el estudio de temas relacionados con la sexualidad (anatomía, reproducción, etc.). La confrontación entre el Estado Mexicano y la Iglesia fue tan agria que al cabo de dos años el Lic. Bassols decidió presentar su renuncia al puesto y evitarle así al gobierno un desgaste político (y quizá hasta militar) que habría podido alcanzar los niveles de la cruenta guerra abiertamente promovida por el clero mexicano y que había terminado tan sólo unos 4 años antes. En todo caso, en nuestra familia se respiró siempre una atmósfera liberal, juarista, anti-clerical y, aunque no se nos infundía ninguna clase de odio por la religión en general, tampoco se nos impartió ninguna clase de “instrucción religiosa”. A decir verdad, la religión de nuestra casa era más bien algo así como la creencia en las bondades del socialismo. Convicciones como esas ciertamente pueden tener sesgos religiosos, pero no es ese el tema del que quiero ocuparme aquí. Lo que por el momento quiero es simplemente subrayar que, a diferencia de lo que pasaba con prácticamente toda la gente que me rodeaba con excepción de los miembros de una minoría muy especial, de hecho yo no nunca tomé parte en los ritos bien conocidos en los que participan millones de personas (bautismos, primeras comuniones, misas, tedeums y demás). La cuestión de si me perdí de algo o no es debatible, puesto que yo por cuenta propia me topé posteriormente con la creencia en Dios, escribí dos libros sobre temas de filosofía de la religión y he impartido en muchas ocasiones cursos, seminarios y conferencias sobre temas centrales de esa rama de la filosofía y en cambio no tuve que pasar por los miedos, las angustias, los peligros y los traumas por lo que pasan muchísimos niños y jóvenes que entran a formar parte de congregaciones religiosas. Para ilustrar: nunca me afiliaron mis padres a, por ejemplo, los Legionarios de Cristo! Nunca estuve al alcance de ningún Maciel.
II) Lo anterior lo cuento porque quisiera que se le dieran a mis palabras el sentido y, de ser posible el valor que tienen, tomando en cuenta de quién provienen. Yo durante un periodo muy largo de mi vida me dejé llevar frente a la religión y el Papado, que es el tema que me incumbe, por los escritos de pensadores como Friedrich Nietzsche y Bertrand Russell. Pero poco a poco me fui independizando, primero del primero y después del segundo. Ahora mi actitud es diferente. Como todo mundo sabe, la historia del Papado es muy variada e incluye desde grandes hombres hasta  agitadores en gran escala (como Urbano II), desde ambiciosos desmedidos (como Gregorio IX o Inocencio IV, los dos enemigos mortales del gran Federico de Hohenstaufen) hasta intrigantes y hombres totalmente inescrupulosos (como Alejandro VI, ni más ni menos que el padre de Cesar Borgia), desde hombres de estado más o menos estándar (como Paulo VI) hasta actores políticos carismáticos, como Juan XXIII, y algunos de efectos letales (como Juan Pablo II). No formando parte yo del reino de la Santa Madre, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, ninguno de esos personajes tiene para mí otra cosa que un interés histórico o, si es más reciente, político y de todos modos el panorama a que dan lugar en general no me atrae. La vida en el Vaticano, los conciliábulos, los crímenes que allá se cometen (como el asesinato de Juan Pablo Primero. Qué casualidad que ya estaban en curso las conversaciones entre, por una parte Reagan y Thatcher y, por la otra, Gorbachov y Shevarnadze, para la venta de los países del Pacto de Varsovia, sólo que se necesitaba a la persona ad hoc para iniciar el proceso de desmantelamiento del socialismo y Juan Pablo I no era esa persona), nada de eso me resulta un paisaje atractivo. Con el Papa Ratzinger no tenía yo la menor razón para cambiar de opinión. Pero inesperadamente un cambio importante se produjo: apareció Francisco. Y entonces, de algún modo y en alguna medida, mi punto de vista se modificó. Quisiera explicar en unas cuantas palabras en qué sentido y por qué.
III) Desde luego que una persona no puede ella sola alterar radicalmente juicios que histórica y culturalmente quedaron establecidos con toda firmeza, independientemente de si dichos juicios están justificados o no. No es, pues, el juicio histórico sobre el Papado lo que por personajes como Francisco podría modificarse. Sin embargo, personajes como él sí pueden dar inicio a una nueva apreciación y valoración y empezar un proceso que llevaría a juicios históricos novedosos. Yo creo que es el caso del Papa Francisco. En mi opinión, Francisco puede ser evaluado desde tres perspectivas distintas: como persona, como actor político y como líder religioso. Echémosle, pues, un vistazo a esas tres facetas del Papa actual.
A) Como persona. Sin duda alguna, hay un marcado contraste entre este Papa y sus predecesores. Todos ellos tienen que cumplir con los ritos ya establecidos de la Iglesia, como el lavado de pies, y en ese sentido son todos iguales. Qué diferencia haya entre cómo lo hace uno y cómo lo hacer otro es algo realmente superficial y que no amerita ninguna reflexión, en el mismo sentido en que da exactamente lo mismo que uno sea zurdo y otro derecho. Si vamos a hablar de la persona tenemos que fijarnos en lo que es específico de ella. ¿Qué rasgos se detectan en este Papa? A diferencia de muchos otros, Francisco no sólo sonríe, sino ríe. Eso le da un aspecto afable. Pero además es un Papa decidido a entrar en contacto con la gente: saluda, acaricia cabezas, cuenta chistes (contó uno bien conocido sobre cómo se suicidan sus compatriotas, esto es, los argentinos, pensando (supongo) sobre todo en los porteños) y tiene la virtud cardinal de todo sujeto genuinamente religioso: es un hombre humilde. No pretende erigirse en juez, en legislador universal, en potentado. Para expresarlo de un modo un tanto paradójico: Francisco no pontifica, obviamente en el mal sentido de la palabra. Es una persona a todas luces sensible y, por si fuera poco, valiente. Como se sabe, tres parientes suyos murieron en un “accidente” vehicular, a saber, la esposa y los hijos de su sobrino. Esto bien pudo haber sido un simple accidente automovilístico, pero la sombra de un atentado y, sobre todo, de una advertencia, planea sobre el evento en cuestión. Algo en ese sentido podría quizá colegirse de una entrevista en la que se le preguntó sobre lo que él pensaba que podría pasarle a él, a lo cual respondió sonriendo que quería vivir, pero que si habían decidido matarlo que sólo pedía que lo mataran rápido, porque no quería sufrir. Respuesta honesta y valiente. ¿Por qué? Porque el mensaje de su respuesta es claramente que ninguna amenaza, ningún peligro le haría modificar su visión de lo que es su misión, una respuesta dada en público para quien quisiera oírla. Por otra parte, es incuestionable que Francisco le hace honor a ‘Francisco’: el ahora Papa adoptó como nombre oficial el nombre de quien muy probablemente podría ser catalogado (si dicha clasificación tiene sentido) como el hombre más modesto y humilde de la historia: Francisco de Asís. Auto-denominarse de ese modo es, por lo tanto, adquirir un compromiso muy grande. Y todo indica que lo está haciendo bien. Francisco es un hombre a la altura de su puesto.
B) Como actor político. Es obvio que cualquier Papa será siempre una pieza importante en el tablero de la política mundial. Así tiene que serlo el líder de una comunidad de más de 1,200 millones de personas. Y Francisco ya dio muestras de gran olfato político. Por lo pronto, medió entre Washington y Cuba. Es cierto que ya estaban dadas las condiciones para un cambio en la relación entre esos dos países, por razones más o menos obvias. Por una parte, para florecer Cuba necesita que la dejen interactuar libremente con otros países y para ello se requiere ponerle fin a un criminal y obsoleto bloqueo que, aunque con fisuras, de todos modos entorpece sobremanera el desarrollo de la isla y el mejoramiento de las condiciones de vida de su esforzada población. Pero, por la otra, es claro que los norteamericanos (que tienen perdida la guerra comercial con China y permanentemente requieren de nuevos “mercados”) están perdiendo multitud de oportunidades concretas de negocios en la isla, oportunidades que están aprovechando los españoles, los franceses, los mexicanos, etc. El punto es importante: 50 años después de haber emigrado y con el fin de la Guerra Fría, la comunidad gusana (esto es, lo constituida por los cubanos instalados en Miami) ya no le representa a los Estados Unidos más beneficios que la apertura comercial, financiera, cultural, deportiva, etc., con Cuba. En estas circunstancias, Francisco facilitó la comunicación y generó con ello unas expectativas que tienen boquiabierto a medio planeta. Pero eso no es todo. Su apoyo a las comunidades cristianas del Medio Oriente ha tenido algunos efectos y V. Putin mismo, cuando propuso su estrategia de paz para Siria, antes de la invasión de los mercenarios de Estado Islámico, pagados (como todo mundo sabe) por los Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita, mencionó al Papa como uno de los factores a tomar en cuenta, con lo cual se logró retrasar un poco dicha invasión, que por otra parte era inevitable (y aunque ciertamente muy costosa desde todos puntos de vista, probablemente infructuosa, si el objetivo último es aniquilar el gobierno legítimo del presidente Assad). Pero el movimiento más audaz y por el cual Francisco se ha ganado la admiración, el respeto y hasta el cariño de millones de personas es el reconocimiento oficial del Estado de Palestina por parte del Vaticano. Eso nadie se había atrevido a hacerlo, con la excepción de Suecia. Europa tiene la puerta abierta para ello, porque ya se la abrió Francisco. Eso enaltece a quien quiera que sea, porque todo mundo sabe lo que diariamente sucede en Gaza y en Cisjordania y nadie dice nada, pero el Papa Francisco levantó la mano y habló. Nadie con dos dedos de sensibilidad puede estar en desacuerdo. Es por eso que el Papa recibió al presidente palestino, Mahmoud Abbas, como a “un ángel de la paz”. Y, como acto simbólico de solidaridad con un pueblo azotado de manera brutal mañana, tarde y noche desde hace 70 años, Francisco beatifica a dos monjas palestinas que vivieron a finales del siglo XIX, en una zona que pertenecía al Imperio Otomano. Todo ello tiene un fuerte impacto en la opinión pública mundial y a mí me parece además que es una demostración de consistencia política y de congruencia moral. Todo mundo está a la espera de su viaje, en septiembre, tanto a Cuba como a los Estados Unidos en donde, como todos sabemos y entendemos por qué, pueden tener lugar eventos tan inesperados como indeseables.
C) Como líder religioso. A mí me parece que con Francisco la Iglesia Católica se re-encuentra a sí misma, recupera su verdadera vocación, la que inspiró a los Padres de la Iglesia, a gente como San Agustín y a los franciscanos. El tema de la pobreza se volvió de un día para otro central en el lenguaje del Vaticano. Por otra parte, me parece también que Francisco sabe que llegó el momento de enfrentar esa insidiosa pero permanente y cada vez más descarada campaña en contra de todo simbolismo que emane de los Evangelios. Los valores cristianos se han visto peligrosamente afectados: la idea de familia, por ejemplo, a la que se trata de sustituir con una idea grotesca de familia que es la que complace a los dueños de Hollywood, la idea de una familia que no es una familia; la figura religiosa suprema de la cultura cristiana, esto es, Jesús, a quien se ha tratado de denigrar (sin éxito, en el fondo) de todos los modos posibles (como super- estrella, como homosexual vergonzante, como un individuo sujeto a las tentaciones más bajas habidas y por haber, como el amante de María Magdalena, etc., etc.) y así indefinidamente. Yo creo que Francisco puede reagrupar a la comunidad cristiana mundial y que él tiene todo para movilizar gente y defender entonces activamente lo que son parte de los cimientos de la cultura occidental. Si lo intenta de seguro que contará, aparte de sus correligionarios, con muchos otros que, aunque sea parcialmente, simpatizamos con su visión. En ese sentido claro que comparto el entusiasmo expresado por Raúl Castro.
Ojalá el Papa Francisco pueda llevar a cabo la revolución palaciega que el Vaticano requiere, que logre vencer la resistencia de la burocracia eclesiástica, modificar lo que haya que modificar para que la Iglesia se purifique (por ejemplo, acabar con el trasnochado y dañino celibato forzoso de los sacerdotes) y unificar de nuevo espiritualmente a Occidente, sin motivaciones de rivalidad espirituales con las otras grandes religiones del mundo. Si lo logra, la humanidad en su conjunto se regocijará, apoyará su causa y sabrá reconocer lo que serían sus eternos méritos.

Auto-Conocimiento y Desintegración

En la antigua Grecia de la época clásica, a la entrada del Templo de Apolo, en Delfos, a donde se asistía para recibir orientación y consejos, había dos inscripciones. La que aquí a mí me interesaría aprovechar era: Conócete a ti mismo. La “recomendación” es como una regla de oro: es obvio que quien realmente se conoce a sí mismo, quien aprendió a no auto-engañarse, está en principio habilitado para evitar muchos tropiezos y descalabros, muchas perturbaciones mentales y un sinfín de frustraciones. Ahora bien, algo interesante de tan atinado imperativo es que se puede imaginativamente extender su aplicación y pasar de individuos a pueblos. Lo que tendríamos entonces sería una directiva general cuyo contenido podríamos parafrasear de esta manera: es mejor para los pueblos conocerse con todos sus defectos, tal como efectivamente son, que auto-engañarse y adoptar la muy costosa política del fingimiento permanente y que finalmente desemboca sistemáticamente en un callejón sin salida. Así entendido, yo estaría totalmente de acuerdo con el precepto. El problema entonces es aplicarlo. Veamos a dónde nos conduce el intento.
Para poder producir soluciones hay que tener una idea clara de los problemas que se enfrentan. Conocernos a nosotros mismos es ante todo tener una visión clara de nuestra “esencia”. Pero ¿qué es conocer la esencia de algo? Hay muchas formas de responder a esa pregunta, pero para nuestros propósitos me parece que damos con la esencia de lo mexicano si encontramos elementos que sean comunes a todos los compatriotas (yo soy mexicano, y a mucho orgullo). Pero ¿hay efectivamente algo así? Es cuestionable. Consideremos, por ejemplo, la cocina. La cocina mexicana es de lo más variado y es simplemente falso que toda sea picosa. Tampoco tienen los mexicanos una única forma de vestirse: hay lugares en donde se usa sombrero, pero otros donde no; no todo mundo usa guayabera ni los jorongos son populares en todas las latitudes del país. Por lo tanto, tampoco la vestimenta nos daría algo “esencial” de los mexicanos. Si nos fijamos en las formas de hablar, lo que encontramos es más bien un mosaico de variedades y tonalidades del español antes que una única forma estándar de expresarnos. Y yo creo que podríamos seguir buscando elementos en común a la gente de Chihuahua, Yucatán y Colima, por mencionar algunos estados claramente dispares en términos humanos, culturales, históricos y demás, y nos costaría mucho enumerar, dejando de lado banalidades inservibles como la de que todos los habitantes de esos estados de la República son seres humanos, elementos en común. Y sin embargo, si persistimos en nuestro esfuerzo, me parece que podemos dar en el clavo y detectar por lo menos un elemento que sí permea a la sociedad mexicana de arriba abajo. ¿Cuál será ese? A mi modo de ver, salta a la vista. Me refiero al mal social por excelencia, presente no sólo en todos los estados sino en todos los estratos sociales: la corrupción. Aquí sí ya no importa de dónde se sea, en qué se trabaje, cuánto se gane: dejando de lado la historia, el lenguaje, las instituciones que nos rigen, la biología y cosas como esas, no cabe duda de que el cemento social de México en este periodo de su historia es la vida en la corrupción. Si ello es así, entonces el tema de la corrupción amerita al menos algunas reflexiones.
La corrupción mexicana es no sólo legendaria: es una corrupción hiperbólica. En México se ven afectados por la corrupción hasta los mecanismos diseñados para acabar con ella. La sociedad mexicana es como un organismo cuyos glóbulos blancos cada vez que detectaran una bacteria se acercaran a ella y en lugar de atacarla le abrieran el paso para facilitarle su acceso a los órganos. En México, de Baja California a Yucatán y de Tamaulipas a Chiapas, se vive en la cultura de la corrupción. Aquí sí ya llegamos a la esencia de la mexicanidad contemporánea.
Si quisiéramos hacer preguntas tontas, dado que lo que queremos es conocernos a nosotros mismos, preguntaríamos entonces algo como ‘¿qué es la corrupción?’. Nosotros desechamos esa estrategia. Mejor preguntemos: ¿de quién, bajo qué circunstancias decimos de alguien que es corrupto?¿Cómo identificamos al corrupto? La verdad es que yo debería cederle la palabra a los expertos, que naturalmente en nuestro país abundan, pero como me faltan los contactos y la confianza creo que por lo pronto, aunque tímidamente, podría apuntar a los siguientes rasgos de personalidad y de conducta para poder hablar de prácticas corruptas:
1) para empezar, hay que ser especialista en el manejo y la desviación de fondos del erario público. Esto es condición sine qua non para estar en posición de cometer fraudes fiscales en gran escala (aunque también sirve para malversaciones de menor nivel)
2) Se tiene que ser muy apto para saber utilizar la ley a fin de delinquir no sólo exitosamente, sino con elegancia. Hay siempre que poder decir en el momento oportuno algo como “Pero el reglamento en su sección x, parágrafo y dice que …”. Si para lo primero hay que tener nociones de economía, para esto hay que ser abogado.
3) Hay que saber ofrecer y vender, no necesariamente al mejor postor, el patrimonio y los bienes de la nación. Para esto hay que haber estudiado comercio o economía, por lo menos. Un corrupto que se respeta tiene que ser razonable y, por lo tanto, fácilmente comprable.
4) Es menester tener nociones de formación de grupos de poder y de actuación en pandilla. Es muy difícil en nuestros días actuar completamente solo, aunque hay aventureros que lo intentan. Por eso, por ejemplo, un gobernador encubre a otro, un secretario de Estado a un embajador, etc. La solidaridad gangsteril es crucial.
5) Se tiene que tener un control de las facciones que ni los actores logran tener porque, y esta es la condición subjetiva suprema del corrupto, hay que saber no sólo inventar mentiras para salir al paso, sino haber hecho de la mentira su segunda naturaleza. ¿Cómo podría un corrupto tener éxito sin ser un mentiroso descarado? La técnica de la mentira es imprescindible.
6) Hay que ser de un egoísmo patológico y manifestar profundas tendencias anti-sociales. El grado de corrupción que se alcance dependerá de cuán graves son los desórdenes de personalidad que se padezcan. Es obvio!
7) Como un corolario de lo anterior, tenemos que señalar que hay que ser un “duro”, es decir, no sólo un caradura (punto 5), sino haber aprendido a ser totalmente indiferente hacia la situación de los demás. El corrupto tiene que tener su conciencia tranquila: tiene que poder comer a gusto, usar el dinero de otros para viajar, apostar en Las Vegas, etc., sin que lo perturben pensamientos concernientes al hambre, la miseria, la insalubridad, etc., en la que viven millones de compatriotas. Faltaba más!
8) Se necesita haber pasado por un efectivo proceso de des-espiritualización, es decir, en haberse convertido en alguien enteramente prosaico, plagado de ambiciones de orden material, haber reducido su horizonte de intereses a comida, sexo, poder y dinero (eventualmente coches y propiedades). Ese es su universo. Lo del sexo, desde luego, puede incluir a niños y niñas. ¿Será necesario dar ejemplos?
9) Es preciso sentir en forma genuina un reverendo desprecio por todo lo que sea honradez, sencillez, verdad, justicia. Se tiene que saber presentar esos temas como si se tratara de juegos y poses infantiles, actitudes de gente que “todavía no ha madurado”.
10) Es importante, para ser un corrupto de calidad aceptable, promover enfáticamente y con entusiasmo la desmoralización, la desinformación y la desintegración sociales, todo ello naturalmente envuelto en el lenguaje contrario a esos “programas de trabajo” (derechos humanos, libertad de expresión, etc.).
11) Es innegable que es propio del corrupto profesional ufanarse, por lo menos en privado, de sus fechorías, cohechos, sobornos y demás. Como cualquier artista, también el corrupto aspira a que se le reconozca y aplauda por sus acciones y logros. Después de todo, nadie quiere ser un pobre político!
12) Como todo ser vivo, el corrupto aspira a reproducirse, por lo que se esmera por transmitirle a sus vástagos, y si se puede hasta a sus nietos, sus valores, su perspectiva de vida, su desprecio por los demás, a quienes ve exclusivamente como instrumentos. La corrupción se perpetúa.
Estos lugares comunes sirven como meros recordatorios de la atmósfera en la que estamos inmersos, pero adquieren un cariz un poco más alarmante y generan en nosotros reacciones de rechazo un poco más vívidas cuando pasamos de la reflexión sobre lo que es ser corrupto a la constatación de los efectos en la vida real de esa deformación mental y social que es la corrupción. Ésta reviste las más variadas formas. He aquí unos cuantos ejemplos, tomados al azar.
A) Durante años se han venido implementando campañas para convencer a las comunidades de indígenas, de los remanentes de lo que otrora fuera un fuerte campesinado y que viven lejos de las ciudades, de que vacunen a sus hijos contra la polio, la varicela, etc. La semana pasada en Chiapas se presentaron varias familias para aprovechar el servicio de vacunación del glorioso Instituto Mexicano del Seguro Social y ¿qué pasó? Gracias a la vacunación de la que fueron objeto por lo menos dos niños, que no tenían ni un mes de nacidos, murieron. Dónde están los responsables, qué castigo se les va a imponer, cómo se va a apoyar a los padres que se quedaron “huérfanos de hijos”, de eso no sabe absolutamente nada. Aquí la corrupción (una auténtica descendiente de Proteo) tomará la forma de encubrimiento. Al ver la foto de los padres frente al féretro de su hija me viene a la memoria un poema de José Martí que me permito recomendar. Se llama ‘Los Dos Príncipes’. Y ello me hace preguntar: ¿qué pasa con los doctores criminales que mal aplicaron las vacunas? Bien, gracias. Eso es corrupción forma (9), por lo menos.
B) A lo largo y ancho de las zonas en las que en México se siembra y cosecha café la roya ha hecho estragos. En Chiapas se habla de la destrucción de un 50% de su producción normal, al igual que en Guerrero, y de un 30% en Puebla y en Veracruz. Pero en la Sagarpa minimizan con desparpajo el desastre. El problema tiene muchas ramificaciones y tiene que ver, por ejemplo, con millonarias compras forzadas de productos químicos para medio detener la plaga. Pero el director de Productividad y Desarrollo Tecnológico de la Sagarpa ni suda ni se acongoja. Él asegura que se trata de un problema menor y tan tranquilo como siempre, aunque a lo que asistimos en diversos estados de la República es a una quiebra generalizada de los cafeticultores. Esa forma de corrupción cae por lo menos bajo el rubro (7) mencionado más arriba. Yo añadiría el matiz “prácticas desvergonzadamente anti-nacionales”, pero eso es opcional. Con lo otro basta.
C) El tercer caso con el cual quiero ilustrar lo omniabarcadora que es la corrupción en México nos lo proporciona la Delegación Magdalena Contreras, en el Distrito Federal. La ex-delegada, Leticia Quezada, ahora en abierta campaña electoral en favor de su potencial sucesora y protectora, la candidata del PRD, Beatriz Garza Ramos, ya ha sido ocasionalmente denunciada por diversas (llamémosles así) “anomalías”. Como es natural, ahora aspira a una diputación local. Pero ¿cómo dejó la Delegación a su cargo? No voy a entrar en cuestiones de presupuestos, malversaciones, bonos injustificados, tráfico de influencias ni nada que se parezca. Me voy a limitar a preguntar: ¿cómo dejó físicamente la Delegación? Quizá haya un acuerdo con (inter alia) los importadores de amortiguadores, porque por todos lados hay hoyos, baches, fugas de agua, etc. Ya ni los topes están bien puestos. Aquí, si no me equivoco, nos las habemos con las modalidades (1), (7) y (11).
Los sucesos mencionados son todo menos cómicos. Aquí ya no se trata de divagar sobre la naturaleza, extensión, orígenes y demás de la corrupción. Lo que estamos haciendo es ejemplificar los efectos de la acción corrupta. La corrupción se infiltra en todos los ámbitos de la vida del país. Es un mal social, cultural y mental que, en condiciones normales, es pura y llanamente imposible de erradicar. Los mexicanos estamos desamparados frente a la corrupción. La famosa Ley contra la Corrupción no acaba ni de ser formulada y todos sabemos ya que no servirá más que para refinar los mecanismos de operación de la corrupción. Aquí lo único que podría servir como punto de partida para iniciar un proceso de limpia serían múltiples juicios públicos contra delincuentes de cuello blanco por todos conocidos y ¿quién se va a atrever a hacer eso?¿Quién es el valiente que le va a poner el cascabel al tigre? La corrupción mexicana es simplemente invencible, en el marco de lo que hay. Yo pienso que sólo cuando la corrupción esté ya literalmente asfixiando al país es que la sociedad mexicana reaccionará. Es de esperarse que para entonces México no se haya desintegrado, que Baja California o cualquier otro estado no se haya “independizado”, que las fuerzas de ocupación norteamericanas (sus policías, sus espías) no estén ya actuando libremente en suelo mexicano (como de hecho ya empiezan a hacerlo) y, más en general, que no sea demasiado tarde. Según yo, esto (y mucho más sobre lo que no hablamos) es “conocernos a nosotros mismos”.

Fantochadas del Pasado y Realidades del Presente

Para nuestra permanente desesperación, lo cierto es que nunca faltan a nuestro alrededor los ilusos de lengua larga que creen que con mucha palabrería, con verborrea destilada sobre todo en periodos a primera vista confirmatorios de lo que afirman, pueden ocultar realidades o, mejor aún, anularlas. Por ejemplo, un día alegre de alza en la Bolsa basta para “confirmar” que las desastrosas políticas monetaristas de todo un sexenio son las acertadas. Siempre habrá algún iluminado que vendrá a ilustrarnos sobre las bondades de las lamentables política exterior, salarial, educativa o de la índole que sea con base en algún hecho afortunado, alguna bienaventurada coincidencia o alguna benéfica configuración fortuita de situaciones. Añadamos a esto que en la mayoría de los casos los “pitonisos” que acaparan los canales de expresión, emitiendo a menudo trivialidades pero pronunciándose sistemáticamente en tonos doctorales sobre diversos temas de interés colectivo y mundial, carecen por completo del sentido de la historia y no parecen entender cosas tan elementales como el simple hecho de que el concepto cotidiano y práctico de tiempo no es el mismo que el concepto histórico o, digamos, el cosmológico. Dicho de otro modo, los cambios de los fenómenos cotidianos se miden de un modo diferente de como se miden los sucesos históricos o los acontecimientos de dimensiones cósmicas. Sería para destornillarse de risa el que alguien pensara que los fenómenos cósmicos se pueden medir con un cronómetro o mediante cálculos realizados en conexión con el desplazamiento del sol en nuestro firmamento. Así, pues, intereses personales las más de las veces vergonzosos, ignorancia superlativa, confusiones de ideas, errores conceptuales, momentos de euforia y de embriaguez teórica y muchos otros factores como esos permiten que se nos bombardee con “verdades” presentadas como definitivas pero que, vistas a través del prisma correcto, al poco tiempo quedan refutadas y se ven entonces como penosamente tontas. ¿Cómo explicarnos eso? Lo que sucede es que los cambios históricos, que parecen haber sido medidos con un concepto individual de tiempo, les dan un mentís formidable y los deja en ridículo al mostrar que sus “verdades” eran todo menos eternas. Intentaré ejemplificar rápidamente lo que acabo de enunciar para que, aunque sea rápidamente, podamos abordar desde una plataforma más o menos sólida un par de temas de actualidad e importantes, de uno u otro modo, para todo el mundo.
Como todos sin duda tendrán presente, cuando finalmente después de complejas y turbias negociaciones la Unión Soviética dejó por segunda vez de existir, de inmediato los oportunistas del momento entraron en su fase de papagayos teóricos (con todo el apoyo de los medios de comunicación, nacionales y mundiales) para anunciarle al mundo la derrota no sólo factual del socialismo, sino de principio. Estoy seguro de que entre los amables lectores habrá muy pocos que recuerden a uno de esos pseudo-intelectuales de pacotilla que en uno de los programas que Televisa le regaló a otro muy dañino personaje, a saber, Octavio Paz, el gran paladín de las huestes de “intelectuales” de derecha, afirmó que la derrota del socialismo no sólo era una derrota factual, política, sino una derrota de principio y moral. Explico esto: lo que el peregrino personaje con todo desparpajo sostuvo (y lo digo porque yo vi ese programa) era que la derrota factual del socialismo real implicaba tanto su derrota moral como el triunfo moral del capitalismo! No es necesario profundizar en el tema para hacer ver en forma inmediata que lo que ese renombrado escritor (de cuyo nombre prefiero por el momento no acordarme; no vale la pena) sostenía era y es fácilmente refutable. Para empezar, podemos presentar contra-ejemplos. De acuerdo con él, entonces, el que Jesús haya sido crucificado implicaría que su mensaje era moralmente inaceptable. ¿Monstruoso, verdad? Y, por otra parte, podemos señalar que el sujeto de quien hablamos incurre de manera ostensible en la falacia cuya testa la corta sin miramientos la así llamada ‘Guillotina de Hume’. Como todos sabemos, Hume nos enseñó que no podemos deducir válidamente enunciados de valor a partir de enunciados de hecho. Ahora bien, por sorprendente que parezca, eso precisamente es lo que hacía en público el distinguido participante mencionado durante aquellas penosas jornadas. Puedo asegurar que ni entre los peores alumnos que he tenido a lo largo de 30 años de labor como profesor me he encontrado con alguien que cometa de manera tan desfachatada semejante falacia. En alguna otra ocasión, cuando la situación lo amerite y sea propicia para ello, proporcionaré los datos necesarios para que mis gentiles lectores identifiquen sin problemas al individuo del que hablo y al que aludí sólo como preámbulo para mi tema.
Dejemos, pues, de lado el anecdotario local para ocuparnos de temas importantes que tienen que ver con lo que dije más arriba. Para ello, quisiera empezar por traer a la memoria el lamentable hecho de que la derrota de la URSS significó para muchos la derrota del marxismo, por más que inclusive entonces era obvio, a pesar de que nos encontrábamos sumidos en un estado de histeria colectiva, que esa conexión era totalmente infundada. Que por razones ideológicas la Unión Soviética se sirviera del marxismo era una cosa, que su derrota significara la descalificación de la única gran teoría del sistema capitalista que ha sido producida al día de hoy era otra completamente diferente. Todo parecía indicar que el proceso mismo de desintegración de la URSS era la prueba viviente de que las teorías y las explicaciones que encontramos en El Capital eran falsas! Desde luego que eso es absurdo y para mostrarlo quiero brevemente retomar tan sólo una idea marxista, esto es, una idea que según los superficiales agoreros de aquellos tiempos había quedado descartada para siempre. Me refiero a la crucial, imprescindible, inevitable idea (por lo menos en el marco del sistema capitalista) de lucha de clases. ¿Era creíble siquiera que el complejo fenómeno de oposición de intereses entre los diversos grupos sociales que pueden más o menos discernirse en función de sus respectivas relaciones con los medios de producción, de sus correspondientes estructuras culturales y hasta mentales, todo eso y más súbitamente desaparecía porque la URSS se desmoronaba?¿No se siente de entrada, por lo menos ahora, que afirmar algo así es una ofensa a la inteligencia de cualquier persona normal?
Para pruebas un botón. Preguntémonos: ¿cuál es el fenómeno de fondo al que estamos asistiendo en los Estados Unidos? Desde luego que los conflictos raciales están a la orden del día y que en general el racismo está como volviendo a “florecer” en ese país, pero lo que nos inquieta, lo que queremos saber es si se trata de un fenómeno último, un fenómeno sin trasfondo económico o si no es más bien una expresión de una descomposición de otra naturaleza. Yo me inclino por lo segundo y quisiera al menos intentar explicar por qué. Lo que en mi humilde opinión pasa es que el apoderamiento del mundo con el que soñaron los políticos y militares norteamericanos después de la simbólica caída del Muro de Berlín terminó en un fracaso y hundiendo, a un costo humano inmenso, todo el Medio Oriente y parte de Asia en un infierno de destrucción y muerte. Los gobernantes norteamericanos intentaron llenar de inmediato los huecos que inevitablemente crearía el forzoso retroceso de sus enemigos jurados y procedieron en consecuencia: buscaron apoderarse de la riqueza petrolera de Irak, destruir a los palestinos, controlar Afganistán (y el negocio del opio, desde luego) y extenderse a partir de ahí hacia las antiguas repúblicas asiáticas de la para entonces ya fallecida Unión Soviética e instalar bases militares de manera que Rusia quedara definitivamente rodeada y bajo control. Pero la realidad no se ajustó a sus planes y a pesar de los horrores por los que hicieron y siguen haciendo pasar a millones de personas los planes de conquista mundial norteamericanos ya no se materializaron como fueron delineados. Aunque obviamente las grandes compañías americanas se han enriquecido brutalmente, para el gobierno norteamericano las guerras han sido costosísimas, desde todos puntos de vista. Cuando el joven Bush le declaró la guerra a Irak en el congreso anunció que la guerra costaría 77 billones de dólares. Al cabo de un par de años el costo se había duplicado. En la que era la nueva configuración del tablero mundial Rusia dejó en claro que seguía siendo una super-potencia y una arrolladora China generó algo así como una derrota comercial (y financiera cuando los dirigentes chinos lo consideren oportuno, dentro de algunos años seguramente) para los Estados Unidos. Pero ¿qué significaron esos cambios mundiales para ellos? Los resultados fueron claramente negativos: su crecimiento económico casi se detuvo, su mercado interno se empantanó, sus “burbujas inflacionarias” explotaron y todo ello junto con las diabólicas manipulaciones de los grandes bancos terminaron por pauperizar a grandes sectores de la población. Naturalmente, empezaron a pulular los conflictos entre grupos humanos. En otras palabras, una vez que el bienestar material generalizado que lo encubría se cuarteó, el capitalismo que 50 años antes había deslumbrado al mundo por sus impresionantes logros materiales y culturales reveló de pronto su verdadero rostro: el de un sistema esencialmente asimétrico, injusto y susceptible de generar no sólo riqueza sino también pobreza y ello en su sede principal. ¿Qué es, pues, lo que actualmente en relación con los costos de educación, los servicios de salud, los bienes inmuebles, etc., se está poniendo al descubierto? Que empieza a activarse algo que en los Estados Unidos no se conocía. ¿Qué es aquello de lo que el pueblo americano no tenía mayor idea cuando el grueso de su población vivía muy bien, pero que ahora empieza a resentir en su propia población? Se llama ‘lucha de clases’.
Realmente no entiendo cómo podría alguien imaginar que, considerados como agentes económicos y sociales, un obrero y un banquero podrían quedar ideológicamente identificados. Ese espejismo puede llegar a producirse sólo cuando se vive en situaciones de economía boyante. Entonces el banquero y el obrero pueden coincidir y sentarse juntos en el estadio de beisbol así como comprar un hot-dog y una cerveza en el mismo puesto, pero aparte de esa milagrosa coincidencia no tienen nada o tienen muy poco en común (dejando de lado su ser biológico, su ser ciudadanos, etc.). El punto importante es que cuando el velo del bienestar se rasga lo que se percibe es otra cosa que una relación idílica entre propietarios y trabajadores. Entonces afloran y se manifiestan todas las tendencias de muerte que una situación favorable ocultaba en casa y proyectaba hacia afuera. No debería pasarse por alto que el pueblo americano, por lo menos desde el surgimiento de Hollywood a principios del siglo pasado, ha crecido educado en el odio y el desprecio hacia todo lo que no es propio de su “american way of life”. Objetos de burla y odio han sido los alemanes, los japoneses, los chinos, los rusos, los latinos, los comunistas, los revolucionarios, los italianos, etc., y ahora los “terroristas”, queriendo esto decir lo que convenga en el momento en que se use la expresión. El problema es que ahora las convulsiones sociales se dan dentro, al interior de los Estados Unidos: las situaciones de miseria e injusticia que antes eran característica de sociedades sub-desarrolladas, de esos pueblos que no habían entendido cómo organizarse para vivir bien y a los que había que enseñarles todo, las tienen ahora ellos en su propia casa. Eso naturalmente afecta y modifica el discurso político. Por primera vez en los Estados Unidos se habla de socialismo y de revolución y no son oscuros profesores de economía política quienes así se expresan, sino senadores, diputados (representantes) políticos profesionales en general (un buen ejemplo de ello es el senador Bernie Sanders). Por primera vez se habla en contra de los super-millonarios y poco a poco el discurso político se enriquece con fraseología inaudita en los Estados Unidos. Como el descontento generalizado no es todavía un descontento politizado, es decir, no pasa por el tamiz de la conciencia política sino que todavía es, empleando una expresión leninista, espontaneísmo puro, entonces reviste la forma más simple, elemental, directa o primaria que pueda adoptar: la del odio racial. Eso naturalmente tiene su contrapartida: la policía no tiene empacho en “despacharse” a gente de color por el menor pretexto: porque el sospechoso corrió, porque gritó, porque levantó los brazos, porque pidió ayuda, etc., se le dispara y sólo cuando el asunto es realmente escandaloso que se castiga al culpable. Todo eso y muchas más cosas que suceden, en particular con los mexicanos y los indocumentados centroamericanos, son síntomas inequívocos de descomposición social. Pero ¿qué hay detrás de todo ello?¿Sobre qué plataforma se dan todos esos eventos?¿Son acaso acontecimientos dislocados y que se producen como hongos, unos aquí, otros allá, sin causa alguna? Claro que no. Todos esos acontecimientos adquieren un sentido cuando se les coloca sobre la plataforma, la realidad de la lucha de clases, de ese complejo fenómeno social que muchos líderes y dizque pensadores declararon superado. Creo entonces que es justo que sea ahora a otros a quienes les toque reír y tenemos el derecho de preguntar: ¿no fueron ridículos todos esos pseudo-profetas de derecha en su descalificación del marxismo en general y de ideas tan potentes y seminales como la de lucha de clases?¿Cómo nos explicamos que en 20 años sus utopías se hayan colapsado? Me parece que el diagnóstico de esos ideólogos es simple: un veloz letargo de la historia los dejó ciegos.
La lucha de clases se intensifica o amaina según las circunstancias mundiales (mercados, guerras, crisis bancarias, especulaciones de bolsa en gran escala, etc.). Lo que es interesante ahora es que su realidad ya se hizo sentir en los propios Estados Unidos, el país anti-socialista por antonomasia. Allá ahora las diferencias sociales son cada día más notorias y más apabullantes, por más que sea innegable que el nivel de vida de los norteamericanos está todavía muy por encima del de la gran mayoría de los países (no de todos, ciertamente). Pero los contrastes internos son cada vez más innegables y para ellos cada vez más indignantes e inaceptables. Hay quien habla ya de tomar los bancos, por ejemplo. Es claro que las diversas partes en conflicto tendrán que encauzar por la vía política sus respectivos intereses, pero eso acarreará modificaciones hasta ahora impensables en ese país. Sencillamente no es posible que millones de personas viven sujetas a los caprichos del capital financiero, como es el caso en nuestros días. Esa es en todo caso una realidad que el pueblo americano tendrá que enfrentar. Para nosotros, el problema es que lo que pasa allá nos abre los ojos sobre lo que pasa aquí, por lo que de inmediato queremos preguntar: ¿acaso en México no se da el fenómeno de lucha de clases? Sería absurdo negarlo. Pero entonces ¿hasta cuándo tendrá el pueblo de México que vivir sometido a los caprichos de los banqueros?¿No es acaso obvio que se da una contradicción estridente entre los intereses de una banca mal parida y los de los mineros, los obreros, los electricistas, los profesores, etc., etc.?¿No es todo lo que pasa diariamente en la provincia mexicana una expresión leve pero ya palpable de descontento de clase? En mi modesta opinión, el control ideológico que durante decenios se ejerció en México y para el cual se prestaron muchos “intelectuales” nacionales está a punto de romperse. Qué venga es algo que dependerá en gran medida de la sensatez o insensatez con que los dirigentes del país pretendan resolver lo que es un agudo conflicto de clases. Pero pobres de todos nosotros si la única opción que se visualiza es la de la represión policiaca y militar.

Ludwig Wittgenstein: a 126 años de su nacimiento y 64 de su muerte

Fue por sólo 3 días que no coincidieron la alegre y la funesta efemérides del nacimiento y el deceso de Ludwig Wittgenstein, quien nació el 26 de abril y murió el 29, de 1889 y 1951 respectivamente. Sería una demostración contundente a la vez de insensibilidad filosófica y de profunda torpeza personal no dedicarle algunos pensamientos a quien no sólo es al día de hoy, digan lo que digan sus alfeñiques detractores filosóficos, el pensador más grande en los más o menos 2,600 años de historia que tiene la filosofía occidental. Sin menoscabo de los grandes filósofos, a muchos de los cuales no sólo respetamos sino cuya lectura disfrutamos y quienes constantemente nos dan lecciones de diversa índole, Wittgenstein descuella por la magnitud de su reto filosófico. Él ciertamente no es un eslabón más en la cadena de los grandes filósofos: es alguien que enfrenta la cadena misma, alguien que pone en cuestión esa clase peculiar de actividad intelectual de la cual son brillantes exponentes Platón y Sto. Tomás, Descartes y Kant, Frege y Russell, entre muchos otros desde luego. De las entrañas de la filosofía convencional y sobre la base de una potente y profunda intuición concerniente a la naturaleza última de los problemas de la filosofía, Wittgenstein desarrolló una nueva actividad intelectual, inventó una nueva forma de reflexión cuyo objetivo fundamental era no la supresión autoritaria ni la negación dogmática de la filosofía, sino el desmantelamiento, paulatino y trabajoso, de sus perplejidades, de lo que desde la nueva perspectiva no son otra cosa que conglomerados de marañas conceptuales e insolubles enigmas, esto es, pseudo-problemas. Congruente hasta el último día de su vida en sus exigencias de pureza y dureza argumentativa, auto-crítico como muy pocos, Wittgenstein elaboró un nuevo aparato conceptual y un sistema de técnicas de investigación filosófica, una especie de pequeño motor que él mismo puso a funcionar para mostrar, con resultados tangibles y definitivos, cómo había que proceder frente a las complejas construcciones filosóficas y para hacer ver que, una vez desbaratadas, no había realmente nada detrás de ellas aparte de graves confusiones y profundas incomprensiones de las reglas implícitas en los usos colectivos de los signos (palabras del lenguaje natural, lenguajes teóricos, sistemas formales, notaciones de las más variadas clases). De manera que así como la mente humana no puede evitar caer en las trampas que el lenguaje natural le tiende, así también puede destilar el antídoto necesario generando un modo de pensar que nulifique o cancele las monstruosas creaciones de pensamiento de las que se compone la filosofía tradicional. En muy variadas áreas de la filosofía, Wittgenstein logró establecer puntos de vista de manera tan clara y convincente que hizo redundantes los temas y las discusiones de las que él se ocupó. Dado que, como el Ave Fénix (o como Drácula, que quizá sería un mejor parangón), la filosofía renace de sus propios escombros y cenizas, la labor de esclarecimiento inaugurada por Wittgenstein no tiene fin. En la arena filosófica, hay que decirlo, nadie lo ha vencido, pero hay varios factores que lo afectan negativamente. Yo señalaría dos, uno natural y uno social. El primero es el tiempo, que engulle todo, hasta lo más sagrado; el segundo es la cultura contemporánea, la cual es opuesta por completo en espíritu al trabajo de Wittgenstein. Eso quiere decir, entre otras cosas, que éste luchó siempre contra la corriente, contra el modo usual de pensar, que es lo que hace que surjan las dificultades filosóficas. Los efectos negativos de esa cultura (cientificista, materialista en un sentido peyorativo de la expresión, irreligiosa, mercantilista al máximo, etc.) se sienten en todos los contextos y mucha gente lucha por neutralizarla o superarla. Pero, curiosamente, en el mundo filosófico profesional esa reacción todavía no se deja sentir. Y eso hace que Wittgenstein siga siendo visto como alguien brillante pero un tanto excéntrico, alguien a quien se le puede simplemente ignorar. Yo creo que eso es un error total, pero no ahondaré aquí y ahora en el tema. Mi interés es más bien externar algunos pensamientos no tanto sobre Wittgenstein el filósofo, sino más bien sobre Wittgenstein la persona, el ser humano, para compartir el cuadro que yo me hice de él. A eso me abocaré en lo que sigue.
La verdad es que es difícil determinar qué faceta de Wittgenstein es más imponente, si su faceta como filósofo o su faceta como persona. Como pensador sin duda fue un revolucionario, pero ¿fue también como persona tan excepcional? Yo creo que sí. Yo creo que hay un sentido en el que Wittgenstein pertenece a esa muy especial y reducida clase de hombres a los que podríamos llamar ‘fundadores de religiones’. No quiero decir que ellos mismos sean personas interesadas en generar algo así como una cofradía, una hermandad, un movimiento proselitista. Quiero decir más bien que es de la clase de personas que otros toman para fundar, sobre la base de su enseñanza, un movimiento espiritual nuevo. Hay que ser excepcional para ello. Quizá entonces un breve (e incompleto) recuento de hechos podría ayudar a entender cuán fantástico era en verdad ese hombre.
Para empezar, debo señalar que, salvo quizá por algunas raras excepciones, no conozco a nadie ni sé de nadie que se haya desprendido de una fortuna de las magnitudes de la que Wittgenstein heredó cuando su padre murió. Sé de multitud de personas, inclusive de gente acomodada, que no se desprenderían ni de un clavo. Eso abunda. Pero lo opuesto es más bien raro. Ahora bien ¿por qué habría hecho eso Wittgenstein? Por una razón muy simple: él tenía una misión y sabía que estaba en posición de llevarla a cabo, pero sabía también que la condición sine qua non para ello era la renuncia a transitar en la vida por la senda de la búsqueda incesante del bienestar material, del permanente consumo de mercancías, de la clase que sea. Hay que ser muy fuertes y muy ricos “internamente” para percatarse de lo que uno realmente es y decidirse por su materialización, porque hay un precio alto que pagar por ello. La historia ciertamente nos da algunos ejemplos de seres así, pero son contados. Me refiero a personajes como San Francisco de Asís o Sto. Tomás de Aquino, ambos nobles que dejaron todo lo que la vida les tenía preparado por una irrenunciable vocación. Wittgenstein era de esos privilegiados de Dios.
Wittgenstein ha sido a menudo pintado como una especie de anacoreta paranoide, como una especie de genio un tanto descontextualizado, como un intelectual orgánico un tanto estrafalario, manteniendo una especie de diálogo consigo mismo y sin que le importara mucho lo que otros pensaban o decían. Nada más alejado de la verdad. Para empezar, y es este un tema que habría que investigar mucho más a fondo de lo que se ha hecho pero que es también factible que resulte imposible hacerlo, Wittgenstein era un gran patriota y yo creo que sus sentimientos en ese sentido no se modificaron nunca. Para empezar, fue soldado, estuvo en el frente y en diversas ocasiones solicitó ser elegido para operaciones peligrosas. Valiente, por lo tanto, lo era y sabía lo que era estar en una trinchera, viendo caer gente a su alrededor y no meramente trabajando con los “servicios de inteligencia”. Era un hombre que gustaba de trabajar no sólo con el intelecto sino también con sus manos, como lo ponen de manifiesto su trabajo como jardinero en un monasterio y sus incursiones en la arquitectura y en la escultura. La casa diseñada por él y de la que estuvo al tanto hasta en los más mínimos detalles, como las tapas de las coladeras (una obra de arte que hoy, por increíble que parezca, es propiedad de la Embajada de Bulgaria en Viena), es de un refinamiento, de una belleza sobria y de una originalidad asombrosos. Wittgenstein no despreciaba el ejercicio físico, como lo muestran también algunas fotos en la que se le ve remando. En su caso, mente y cuerpo marchaban al unísono.
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Podría pensarse, como no ha faltado gente que ya lo hizo, que Wittgenstein era una especie de máquina de pensar, ajeno por completo a las expresiones espontáneas de alegría o a los objetivos naturales de los seres de nuestra especie. Tratando de reformatearlo, se ha pretendido ver en él a alguien con una orientación sexual diferente de la que en aquellos tiempos era la estándar. Ahora sabemos que si algo es un “trasvesti” de la verdad es precisamente ese cuadro. Wittgenstein, como cualquier persona normal, estuvo profundamente enamorado de una amiga de su hermana, de origen suizo, quien haciendo uso no sé si de su inteligencia pero sí de todo su derecho prefirió casarse con un sueco e irse a vivir a Chile antes que casarse con Wittgenstein, como él se lo propuso. Wittgenstein, como lo dejan en claro sus diarios, sufrió no poco y ello por al menos dos razones: primero, porque estaba consciente de que había perdido el objeto de su amor y, segundo, porque sabía que así tenía que ser, con ella o con quien fuera, porque él no tenía otra opción. Su formidable misión de libertador del pensamiento no se lo hubiera permitido. Wittgenstein garantizó con sufrimiento personal la indeleble calidad de su obra. Eso es un don reservado a los predestinados.
Que Wittgenstein era un genio sería ridículo negarlo, pero lo importante es entender qué, según él, es ser un genio. Por las razones que sean, prácticamente todo mundo coincidiría en que ser genio tiene algo que ver con el coeficiente intelectual. Eso para Wittgenstein no pasaría de ser una reverenda tontería. Para él, lo genial de una persona tiene que ver con su voluntad, con su fuerza de carácter. El genio es aquel que simplemente no se deja desviar por ninguna clase de tentaciones, de la naturaleza que sean, alguien que persigue una idea hasta sus últimas consecuencias para lo cual tiene que concentrarse en ella, trabajar día y noche hasta que se logra establecer el punto de vista que a uno lo convence y lo deja satisfecho. El genio es, por lo tanto, producto del trabajo que a su vez es producto de la fuerza de voluntad. Los (por paradójico que suene) elitismos baratos no entran en la explicación de su genio.
En 1935 Wittgenstein visitó, en lo que sin duda fue el mejor año de su historia, la Unión Soviética. Para entonces ya había aprendido ruso. Se sabe muy poco de su estancia de tres meses en lo que a la sazón era un floreciente y pujante país, pero si Wittgenstein se decidió a ir con la intención de quedarse a vivir allá ello no habría podido ser el resultado de un capricho o de un arrebato. La verdad es que su decisión es perfectamente comprensible, sólo que es endiabladamente difícil de transmitir en una época de tergiversación histórica sistemática y a gente de otra cultura. Aquí me limitaré a decir que Wittgenstein sin duda era lo que llamaríamos un ‘hombre de izquierda’, lo cual no sirve de mucho porque es una noción un tanto vaga y cuyo significado tiene que ajustarse a los cambios del mundo. De izquierda eran los jacobinos, John S. Mill y muchas otras personas que no parecen tener mucho en común. Pero la expresión es de todos modos útil, porque apunta a un rechazo de las injusticias sociales y de la jerarquización de la gente por razones externas a ellas. Wittgenstein era, pues, un humanista en el que teoría y praxis fueron siempre congruentes. De sus pronunciamientos sobre temas de la situación política de su época sabemos relativamente poco, entre otras razones por la delincuencial labor de censura que ejercieron algunos de sus albaceas, E. Anscombe en particular, pero podemos inferir mucho. El test es la armonía del cuadro final que de él se pinte y es obvio que su simpatía por el socialismo encaja perfectamente con su conducta y su trabajo.
Muchas de las personas que tuvieron el privilegio de tratar personalmente a Wittgenstein quedaron tan impactadas por su personalidad que espontáneamente quisieron a través de la palabra escrita transmitir algo de lo que sus encuentros con él les dejaron. Gracias a ellas, también nosotros podemos ahora disfrutar, aunque sea de lejos, de algo de la ejemplar sabiduría que emanaba de tan singular personaje. Algunas anécdotas son divertidas, otras transmiten una lección filosófica, otras enseñan a comportarse, etc. Particularmente revelador de su delicadeza espiritual es lo que cuenta el Prof. G. H. von Wright, quien fuera primero su discípulo, luego su amigo y finalmente su sucesor en la universidad. Resulta que el último domingo de su vida y para sorpresa de todos, Wittgenstein, con una metástasis ya muy avanzada, pasó a visitar a von Wright a su casa. Súbitamente, Wittgenstein sugirió que tomaran unas fotos que por fortuna se conservan. Después de charlar un momento, Wittgenstein se despidió y se fue. Y comenta von Wright que sólo a la semana, una vez muerto Wittgenstein, cayó en la cuenta de que él había tenido la deferencia con él de ir a su casa para, a su manera, despedirse.
img001pieniA Wittgenstein, por razones comprensibles de suyo, se lo apropiaron los filósofos ingleses, así como en Austria decidieron olvidarse de él, quizá por haberse nacionalizado inglés en 1938. Ambas cosas me parecen injustas. Lo segundo, porque no se toma en cuenta que para poder negociar con las nuevas autoridades en Austria después de la anexión al Reich Wittgenstein no podía simplemente presentarse con un pasaporte austriaco, pues lo habrían automáticamente detenido. No fue por amor a Inglaterra que él se nacionalizó inglés, sino por consideraciones estrictamente prácticas. Podemos sensatamente razonar contrafácticamente: si no hubiera habido anexión, Wittgenstein no habría cambiado de nacionalidad. Así de simple. Por lo tanto, si alguien ha sido maltratado en su país natal ese alguien es Wittgenstein. Respecto a lo primero, es de celebrarse que él haya vivido y trabajado en Inglaterra, el país de vanguardia en filosofía (hasta antes de la contra-revolución norteamericana de los Quine, los Davidson, los Kripke y demás). Pero ello induce a pensar que Wittgenstein es un filósofo británico más y eso es un error. Wittgenstein, qua filósofo, es propiedad mundial en un sentido muy preciso: dado que es el gran filósofo del lenguaje natural, sus técnicas de discusión y esclarecimiento filosófico se pueden adaptar a todo lenguaje natural imaginable. A diferencia de lo que pasa con grandes filósofos como Kant o Quine (y en realidad con todos), la filosofía wittgensteiniana es un asunto no de memorización de tesis sino de práctica filosófica, de ejercicio de pensamiento y eso se puede hacer en todos los idiomas. Se puede hacer filosofía wittgensteiniana en chino, en árabe, en finlandés, etc. Siempre que se presente una “problemática” filosófica se le podrá contrarrestar practicando filosofía wittgensteiniana. Ese es el regalo de Wittgenstein a la humanidad. Es, pues, un error verlo como de tal o cual país, de tal o cual secta. Los horizontes de Wittgenstein eran ciertamente más amplios.
Me parece que se desprende de lo que hemos dicho, que ha sido poco (no mencioné nada, por ejemplo, de su labor como maestro de primaria en una escuela rural), un cuadro de un individuo integral, completo, que sabe que no necesita más que de lo indispensable para realizarse. Sin duda, es un modelo a seguir de honestidad consigo mismo. Por el momento, desafortunadamente, su mensaje no es escuchado, pero en lo personal no tengo la menor duda de que en un futuro no muy lejano lo será, porque cuando se conjugan profundidad y autenticidad inevitablemente se vence. Wittgenstein era un hombre que modificaba vidas, como lo muestran tanto las narraciones auto-biográficas de quienes lo conocieron como las concernientes a discípulos y amigos. Y lo más maravilloso de ese gran ser humano que fue Ludwig Wittgenstein es que, como si hubiera fallecido apenas ayer, lo sigue haciendo, a 64 años de su prematura muerte.