Apocalipsis Tercermundista

Se necesitaría ser un dogmático irreflexivo, un gangster político mal perdedor o de plano un tonto de capirote para no reconocer, a un mes de que tengan lugar las elecciones presidenciales en México, que Andrés Manuel López Obrador ya ganó. Sencillamente no hay forma de que, ni siquiera juntos, sus rivales políticos puedan desplazarlo. Dejando de lado las sonrisas forzadas de J. A. Meade o el permanente y semi-horrendo rictus de R. Anaya, es imposible no imaginar que en sus respectivas guaridas políticas los ánimos deben estar por los suelos. Tienen desde luego perdida la Ciudad de México, importantísimo bastión político y de aquí en adelante, si no estuvieran tan desorientados, deberían olvidarse ya de la presidencia y concentrar sus esfuerzos en la obtención de algunos curules en las Cámaras. Eventualmente podrían aspirar también a repartirse algunas de las gubernaturas de estados que están en juego, pero nada más. Así, pues, por lo menos para sus partidarios y seguidores la victoria de AMLO dejó de ser una inquietud. El problema es que una preocupación le cedió su lugar a otra. Nuestra preocupación ahora concierne a lo que viene. El Lic. López Obrador es sin duda un buen político, es incuestionablemente un hombre bien intencionado, pero no es un mago y en torno a él – en su papel de consejeros, analistas, operadores y demás – hay (hay que decirlo) de todo. Es, por consiguiente, muy importante entender lo que significa la victoria del Lic. López Obrador. Su triunfo es en primer lugar una expresión de hartazgo, de agotamiento, de resentimiento, porque en efecto la situación de inmensos sectores de la población es literalmente desesperada. Y no es que nos fustiguemos a nosotros mismos porque no tengamos otra cosa que hacer, que es esencialmente lo que afirmó el Presidente Peña Nieto el día ayer! La situación en México es mucho más grave de lo que dejan traslucir sus optimistas palabras, por lo que ahora lo que nos debe preocupar es: ¿qué tendría que hacer el futuro presidente de México (me refiero al Lic. López Obrador, desde luego) para sacar a la nación del pantano en el que la dejaron los gobiernos priistas y panistas de por lo menos los últimos 35 años?

Naturalmente, para estar en posición de responder satisfactoriamente a esa pregunta es fundamental entender la naturaleza del problema mexicano. Es, obviamente, un problema social, pero no el sentido trivial de que se trata de una situación que afecte a muchas personas. Afirmar algo así no tendría el menor valor, por lo que pido que no sea esa idea la que se me adscriba. Lo que quiero decir es más bien que se trata de una situación que ya no se corrige por medio de decretos presidenciales, de promulgación de leyes, de embrutecedores programas televisivos de dizque análisis políticos y cosas por el estilo. En otras palabras, los últimos 6 presidentes de México se las arreglaron para llevar al país a una situación de la que objetivamente no se puede salir sin grandes sacrificios. ¿Qué fue lo que hicieron? Ello está a la vista. Para empezar, vivieron en grande su acceso al poder cuyo manejo personalizado mezclaron con una soberbia infinita y con toda clase de pretensiones injustificadas sólo que lo hicieron, yo diría, estúpidamente. ¿Por qué? Porque al tomar las riendas del país como lo hicieron lo debilitaron a cambio de su beneficio personal (piénsese, por ejemplo, en la canallada que fue la re-privatización de los bancos), ellos mismos le pusieron al Estado mexicano un bozal al acabar de motu proprio con lo que hasta entonces había sido una política exterior digna y más o menos autónoma (el detestable Fox fue en esto un campeón, pero el gobierno de Peña Nieto no se queda atrás, como lo ponen de manifiesto las declaraciones y las acciones del venido a Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray), se desentendieron por completo del pequeño productor agrícola, promoviendo el abandono del campo por parte de millones de trabajadores, con todo lo que eso acarreó, desprotegieron a los productores mexicanos abriéndole las puertas casi indiscriminadamente a las mercancías extranjeras (y lo siguen haciendo puesto que todos los días nos saturan con toda clase de sandeces concernientes al “libre comercio” y denostando el “proteccionismo”, practicado obviamente en los países avanzados). Yo diría que en México se ha venido practicando a lo largo de 35 años una política de desmantelamiento sistemático de la infraestructura y de los bienes nacionales muy parecida a la que en Rusia se practicó durante unos cuantos años, en la época de Boris Yeltsin. Allá todo estaba en venta y aquí todo está en concesiones. Para el caso es lo mismo, hasta donde me lo asegura el sentido común. Así, los mandamases mexicanos repartieron, regalaron, remataron (sin que hasta ahora la Patria se los haya demandado) las riquezas de México como si hubieran sido de ellos y así el país perdió de facto su auto-control. Las mal llamadas ‘reformas’ son el mejor ejemplo de lo que es a la vez un fraude a nivel nacional y una gran traición política. La gran estrategia, perversa a más no poder, fue siempre la misma: para controlar a las masas se corrompe a los sindicatos y éstos a su vez hacen lo mismo con sus afiliados. Así se controla al sector obrero y trabajador en general. Por otra parte, para poder vender bancos, empresas y demás, primero deliberadamente se les quiebra y posteriormente (una vez que se “demostró” que no son rentables) se les remata; para recibir el apoyo externo que no se recibe desde dentro del país se inventa un gran “pacto por México” y se implementan “reformas” que de manera descarada conducen a la venta de lo que para cualquier nación son recursos vitales, como el petróleo o la electricidad; en lugar de promover la inversión nacional (de un empresariado muy acostumbrado también a no hacer gran cosa y a querer todo fácil, barato y con beneficios inmediatos), se deja la construcción de la infraestructura en manos de empresas internacionales. Todo esto es bien conocido, pero lo que yo quiero argumentar es lo siguiente: el resultado neto de toda esta “estrategia” de unos cuantos mexicanos contra el grueso de sus compatriotas es precisamente la situación que vivimos hoy. O sea, la degradación de la política, consistente en la imposición de medidas que se contraponen a los intereses nacionales, termina inevitablemente por generar un cuadro que lleva de indiferencia a enojo, de enojo a oposición, de oposición a deterioro generalizado, de éste al incremento galopante de la vida delincuencial, de la vida delincuencial generalizada a la creación de auto-defensas, de éstas a guerra civil de baja intensidad y de ésta al caos, a las turbulencias graves, al desmoronamiento institucional, a la guerra civil en sentido estricto. Desde luego que dicho de la manera más abstracta nos importa inmensamente no sólo la situación por la que estamos atravesando, sino por la que a todas luces vamos a tener que pasar en un futuro inmediato. ¿Por qué? Porque el problema ahora es, como dije, un problema social, es decir, está fuera del control individual, sea quien sea el individuo y eso se aplica por igual al Lic. López Obrador. La inquietud inmediata, por lo tanto, es: ¿qué va a poder hacer el próximo presidente, o sea, Andrés Manuel López Obrador, cuando asuma la Presidencia de un país, por decirlo de algún modo, descuartizado, desmembrado, desarticulado? No olvidemos, por si fuera poco, que por increíble que suene los próximos expulsados de Los Pinos y sus achichincles políticos van a seguir haciendo todo lo que puedan para obstaculizar la labor de reconstrucción y regeneración que pueda efectuar el Lic. López Obrador. Es evidente que lo van a hostigar desde las Cámaras, desde los estados, desde el frente financiero, desde la Embajada norteamericana, etc., etc. Lo que hay que preguntarnos desde ahora es: ¿qué puede pasar si, a pesar de estar imbuido de las mejores intenciones, el Presidente López Obrador se encuentra maniatado, sujetado, amenazado, advertido?

El problema es demasiado complejo como para pretender siquiera esbozar en unas cuantas líneas un proyecto político global para el México que arranca, estrictamente hablando, el 1º de diciembre de este año. Básicamente, se van a necesitar las contribuciones de toda clase de especialistas que tengan en la mira un mismo ideal (aunque sea vagamente delineado). Es sólo conjugando enfoques, análisis, estudios, etc., tendientes a llevar al país en cada sector hacia uno y el mismo objetivo (esto es, el renacimiento de México como nación) como se podrá superar el sinfín de debilidades que hoy nos tienen al borde del precipicio. Confieso que mi labor es en este sentido mucho más fácil puesto que, como no soy especialista en nada, me puedo limitar a externar libremente mis opiniones y como por casualidad es justamente eso lo que me propongo hacer.

Como todo mundo sabe (yo simplemente traigo a la memoria lo que todo mundo ya conoce), durante el período de la así llamada ‘Guerra Fría’, iniciada con la traición aliada (dirigida por H. S. Truman) en contra de la Unión Soviética después de la derrota del enemigo común, en 1945, y que oficialmente terminó con la transformación de ese país sobre todo en la época de Yeltsin, se acuñaron un sinfín de expresiones que dejaron de ser empleadas cuando Rusia se re-estructuró. En aquellos tiempos se hablaba de “movimientos de liberación nacional”, de “imperialismo”, de “planificación”, de “descolonización”, de “revolución” y así indefinidamente. Había también otra noción, que encajaba con el cuadro de la oposición entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, que me parece que era muy útil y que a mi modo de ver lo sigue siendo, a saber, la de Tercer Mundo. La expresión ‘Tercer Mundo’ servía para denotar los países que no formaban parte de ninguno de los dos bloques pero también y sobre todo que eran subdesarrollados, pobres, marginados y demás. Suiza, por ejemplo, no era un miembro de la OTAN, pero hubiera sido risible que se dijera que era un país tercermundista. Pasó la Guerra Fría, pero a mí me parece que la idea de Tercer Mundo y expresiones como ‘tercermundista’ siguen siendo muy útiles y, por consiguiente, creo que hay que seguir aplicándolas. Por ejemplo, yo diría que un buen modo de caracterizar a México consiste precisamente en decir que es un país típicamente “tercermundista”. Espero justificar mi uso.

Como es obvio, en un país tercermundista lo que éste contiene tiende a ser tercermundista. Esto se aplica por ejemplo a sus “intelectuales”: lo que hay en países tercermundistas son intelectuales “ídem”, con las honrosas excepciones de siempre. Yo, por ejemplo, en el ámbito del pensamiento político, dejando de lado desde luego a algunos pensadores como Luis Villoro (in memoriam), lo que veo son intelectuales que conocen relativamente bien sus temas, que saben articular algunas explicaciones de manera convincente, etc., pero entonces ¿por qué son “tercermundistas”? Lo que los hace tercermundistas es que son meros importadores de ideas, que no saben pensar por cuenta propia, que no son capaces de acuñar una nueva terminología, un vocabulario técnico ad hoc a nuestras circunstancias para pensarla en sus términos, todos esos pseudo-analistas que no saben más que repetir a diestra y siniestra su palabrita mágica, a saber, ‘democracia’ y que no saben pensar más que en términos de “bi-partidismo” (“conservadores y liberales” o “demócratas y republicanos”) y de “parlamentarismo”. A esos los llamo ‘tercermundistas’ y, con toda franqueza, no creo ser injusto. Ahora bien, lo que quiero sostener es que esos intelectuales, analistas, todólogos, toda esa plaga de irresponsables revisionistas de nuestra historia, le han hecho un gran daño a la población. Ya es momento de cambiar a los portavoces del sistema, porque ellos ya cumplieron con su misión histórica. También a ellos les tiene que llegar la hora del cambio!

También, yo diría, el sector empresarial de un país tercermundista es tercermundista. ¿Cómo se manifiesta este “carácter” gremial? Inter alia, en su morbosa simbiosis con los gobiernos en turno, su permanente dependencia parasitaria del poder público, en el aprovechamiento descarado de prebendas y facilidades indebidas y todas con cuenta al erario público. Es típico de México, por ejemplo, el que el gobierno en turno remate empresas nacionales redituables o lucrativas a fin de cedérselas a particulares (“inversionistas”) quienes después de sobre-explotarlas las llevan a la quiebra; se las venden entonces al gobierno a precios exorbitantes, el gobierno las vuelve a echar a andar y ya que están operando con números negros las vuelve a sacar a la venta y así se perpetúa el ciclo vicioso de los empresarios tercermundistas mexicanos (una vez más, con las loables excepciones de siempre). Ahora bien, el dato interesante concerniente a la clase empresarial es que le llegó su turno de elevar la voz de alarma y de protestar en serio ante el presidente por la situación actual. Y en verdad hay de qué quejarse: cerca de 90 asesinatos diarios, imposibilidad de tener un negocio sin ser víctima de bandoleros (pago de piso, secuestros, etc.), atmósfera total y radicalmente repelente a la inversión privada, pequeña, mediana o grande, etc. La queja está plenamente justificada sólo que los “empresarios” no parecen haber entendido dos cosas: a) que la situación actual ya no es manejable ni desde la presidencia de la República, ni con el ejército por delante, es decir, que ya rebasó inclusive el horizonte de la voluntad presidencial o de las decisiones ministeriales. Eso se acabó. La situación en México está fuera de control; y b) que ellos contribuyeron poderosamente a que desembocáramos en lo que es la situación actual. O sea, habría que decirles a los señores empresarios que están cosechando lo que durante muchos lustros sembraron. Ellos también tienen responsabilidad en el desastroso proceso que ahora está empezando a asfixiar al país. Pero si ello es así, si en efecto durante decenios los empresarios promovieron la corrupción gubernamental, en todos los niveles, si optaron por la fácil política de adquisición de patentes en lugar de ser realmente inversionistas y luchar con productos nacionales en el mercado nacional primero y mundial después, si en connivencia con los gobiernos a su servicio impusieron salarios medievales, condiciones deplorables de trabajo, etc., etc.: ¿de qué, o mejor dicho, con qué derecho se quejan? Ellos se quejan porque esa situación que a ellos en general no afectaba o lo hacía muy indirectamente pero que sí agobia al ciudadano común de manera cotidiana la están empezando también a padecer. Parecería como que apenas están empezando a darse cuenta de que la situación en México es, aparte de terrible, imparable. Dada el deterioro de la vida nacional mucha gente perdió ya la noción de límite, la idea de que hay cosas que no puede hacer. Si antes golpeaban y mataban a gente indefensa en los barrios más pobres de las ciudades, ahora eso mismo se hace sólo que con la gente que maneja autos de lujo y vive en las zonas privilegiadas. La situación ya rebasó las distinciones de clase. Ahora todos estamos hundidos en ella. De manera que lo primero que se nos ocurre decirle a los quejosos es que su lamento viene un poco a destiempo. Y el problema sigue siendo: ¿qué vamos a hacer?

Yo creo que la realidad nacional exige nuevos pensamientos y nuevas líneas de acción o, dado que difícilmente hay cosas nuevas bajo el sol, la actualización de pensamientos que otrora reinaran tanto en México como en otros países y como nunca dejaron de hacerlo en otros. Lo que quiero decir está relacionado con una de las típicas baladronadas del demagogo barato que es el candidato Anaya. Tanto en sus apariciones como en sus spots, el interfecto no se cansa de afirmar que las ideas del Lic. López Obrador pertenecen al pasado y que éste sólo ve hacia atrás. La metáfora es demasiado simplona como para ponerse a cuestionarla, pero yo le respondería de inmediato: “Sr. Anaya: fíjese por favor en el hecho de que hay cosas que no pasan de moda, como el hambre, el desempleo y la inseguridad. La sabiduría no consiste en repetir vacuidades, frases hechas y recetas banales expresadas en el más simple de los lenguajes coloquiales. La sabiduría, tanto a nivel personal como social, a menudo consiste en reconocer que se tomó un mal rumbo y que es necesario, primero, regresar al punto de quiebre y, segundo, a partir de ahí volver a dirigir sus pasos o impulsar a la nación en una dirección distinta. Usted, Sr. Anaya, no contribuye en nada a lo que el país en este momento requiere, que desde luego no son exhortaciones de tipo ‘Todos tomados de la mano, todos, vamos a salir adelante! Ya van a ver que sí se puede!’ y ridiculeces por el estilo”. La pregunta que debemos plantearnos es entonces: ¿cuál es la dirección que debe tomar el país para evitar que se convierta en una tierra de nadie?

Hace unos 17 años yo subí a lo que a la sazón era mi página de internet un artículo sobre temas afines y que considero que es vigente. Me permito proporcionar su dirección por si a algún amable lector le interesaría echarle un vistazo. Lo encuentran en: http://www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/Vol2/¿Hacia-dónde-va-México.pdf. Yo en dicho artículo argumento, con base en otras razones, que se estaban sembrando en México las semillas de una guerra civil. Ahora, a casi 20 años de distancia, creo sin ser dogmático que no estaba tan equivocado. Yo también creo en la unión nacional, pero no en la unión física como el Sr. Anaya (todos agarrados de la mano. Sólo alguien como el presidente argentino, Mauricio Macri, es capaz de decir en público algo así). Creo, por lo tanto, que la única dirección vitalmente correcta para México es lo que podríamos llamar la ‘orientación nacionalista’. Hay que rehacer los libros de texto, hay que cerrarle el pico a los vende-patrias, hay que proteger a los trabajadores, tanto de la ciudad como del campo, poniendo al servicio de su trabajo el poder estatal, hay que proteger a la clase empresarial nacional y no a los que ante el primer conflicto social serio sólo saben hablar de emigrar con sus capitales. A esos no los queremos ni los necesitamos. Queremos a la gente que cree en la solidaridad humana, que tiene compasión, que quiere a su país. Aquí los “intelectuales” son (por decirlo cultamente) “más papistas que el Papa!”. Cada quien en su estilo y con su vocabulario, pero lo cierto es que la óptica nacionalista es la que se está adoptando en todas partes del mundo, empezando por los Estados Unidos, pero lo mismo pasa en Gran Bretaña, en Francia, en Rusia, en China o en Israel. Sólo aquí los “especialistas” pretenden mantenernos en el lenguaje trasnochado del “libre mercado”, la “apertura” y demás categorías obsoletas. Es evidente que no han sabido extraer la más mínima lección del proceso de negociación del mal llamado ‘Tratado de Libre Comercio’ aunque las moralejas estén a la vista! Lo que es innegable es que si México no se auto-protege, y ‘protegerse’ quiere decir aquí ‘proteger a todos’, el país se irá a la deriva. Escenarios posibles hay muchísimos y todos para beneficio de los extranjeros, desde convertirse en paraíso fiscal hasta el desmembramiento del país. Fácilmente visualizamos, por ejemplo, tres Méxicos sólo que no lo vamos a permitir. El triunfo electoral masivo del Lic. Andrés Manuel López Obrador es la primera, tenue todavía, expresión de que el país se está despertando de un largo y dañino letargo en el que presidentes execrables, clases políticas infames e intelectuales tercermundistas lo mantuvieron. Debe quedar bien claro: no hay nadie que saque milagrosamente al país de la postración en la que se encuentra, pero si por tercera vez le hacen trampa al ya ganador, Lic. Andrés Manuel López Obrador, y colocan por la fuerza a alguno de sus mediocres contrincantes, lo único que habrán logrado será llevar por la fuerza al país a una situación en la que sólo prevalecerá la ley del más fuerte.

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