Para describir el carácter de esta contribución necesito una palabra especial y como no quiero usarla sin un mínimo de justificación empezaré con un breve recuento de datos. Como todo mundo sabe, la maravillosa obra de Platón se compone básicamente de unos 28 diálogos (incluidos algunos “apócrifos”) y de algunas cartas. Los diálogos a su vez se dividen en diálogos de juventud, del periodo intermedio, de madurez y, como formando un grupo aparte, su último (espléndido) texto, Las Leyes. Concentrándonos ahora en los primeros diálogos, éstos son conocidos como “diálogos socráticos”, no sólo porque en ellos, como en casi todos, Sócrates lleva la voz cantante, sino porque son textos en los que se plantea un problema, se le discute, se examinan y descartan diversas respuestas, pero el diálogo no termina con ningún resultado concreto. El tema es o demasiado difícil o Platón no tenía todavía la suficiente experiencia filosófica y entonces la temática queda abierta. Diálogos así son caracterizados como “aporéticos”. Ahora sí puedo prevenir al lector y decirle que lo que va a encontrar en estas líneas es un texto “aporético”, en el sentido en que puede haber exposición de ideas, desarrollo de argumentos, información empírica, etc., pero no creo llegar a ningún resultado definitivo, porque el tema más que difícil es complejo y escurridizo. Veamos de qué se trata.
El conjunto de los enemigos del género humano (porque los hay) está constituido por todos aquellos que quieren ver a la humanidad hundida físicamente en la desintegración social y en la decadencia y mentalmente en el caos y la incomprensión. De lo primero no me ocuparé en estas páginas, pero no sería muy difícil rastrear la fuente de la que emanan los poderosamente apoyados objetivos “anti-humanos”. Habría que incluir en los promotores del mal humano, por ejemplo, a todos aquellos que generan grandes crisis económicas pero que, si bien destruyen el patrimonio de la gente, ellos mismos se ven altamente beneficiados por ellas; o podríamos incluir a todos aquellos interesados en destruir todo lo que al día de hoy a todos los seres humanos de todos los tiempos y lugares les ha parecido como lo más normal, como la familia, o que quieren hacer pasar por virtuoso lo que siempre ha sido considerado como anti-natural y aborrecible. Todos esos hijos de Satanás han encontrado el modo, a fuerza de falacias, mentiras, patrañas, calumnias y toneladas de dinero, no tanto de convencer como de forzar a la gente a aceptar lo que en principio nadie pensaría en aceptar. Por ejemplo, ahora se habla del “uso lúdico” de la marihuana, queriendo con eso decir simplemente usar marihuana para inducir los estados semi-anestésicos que a muchos gustan. En la medida en que con ello se alteran las funciones normales del cerebro, eso es drogarse. Así, pues, eso que durante siglos todo mundo entendió que no podía ser la mejor práctica posible para las personas ahora es de buena gana aceptado por muchos hasta como algo saludable! Yo quisiera ser claro en este punto: yo no tengo problemas en entender que, por tales y cuales razones de orden factual (dinero, ociosidad, desempleo, miseria, inclinación al placer, etc.) fuera imposible acabar con la producción, el tráfico y el consumo de marihuana y que tuviéramos que aceptar que millones de personas (incluyendo nuestros seres queridos) sistemáticamente la consumieran. Se trataría de una nueva mercancía, que estaría en el mercado, generando puestos de trabajo, mano de obra, circulación de dinero, etc. Eso es inteligible, pero que la gente conscientemente admita como inofensivo o inocuo o hasta benéfico el uso de la marihuana es lo que ya no resulta tan comprensible: ahora resulta que una adicción que tiene efectos dañinos bien conocidos, efectos tanto corporales como mentales con los que se paga el placer que genera el producto en cuestión, no es perjudicial para el consumidor ni para la gente del entorno. Exagerando un poco, parecería que de lo que se trata ahora es de forzar a los no consumidores a que feliciten y premien a los consumidores! Desde mi humilde perspectiva, quienes desde las sombras promueven “teóricamente” el consumo de marihuana sin duda alguna pertenecen al conjunto de lo que llamé ‘enemigos del género humano’. Yo al menos, lo confieso, no pienso dejarme convencer de que lo blanco es negro y lo negro blanco.
Al igual que con la marihuana, hay muchos otros vicios y desviaciones de diversa índole que a toda costa se pretende hacer pasar por virtudes. Lo más alarmante del caso, sin embargo, es que los defensores de la decadencia humana han acaparado tanto poder que han llegado al grado de lograr que cualquier protesta, cualquier expresión de repudio o de asco inclusive, automáticamente queda descalificada. Los adjetivos con que sepultan a sus opositores sobran, por lo que no los traeré a colación. Yo pienso que estamos apenas empezando a resentir los efectos de un movimiento que ciertamente está adquiriendo momentum y es por eso que sus nefastas consecuencias son por ahora difíciles de vislumbrar. Todo ello se debe tanto a la perseverancia de los enemigos de la humanidad como a la candidez de la gente y a la hipocresía, la cobardía o el oportunismo de muchos que, plenamente conscientes de lo que está en juego para nuestros congéneres de ahora y los del futuro inmediato, optan por callar y por adaptarse a las nuevas circunstancias, tratando claro está de sacarle a la situación todo el provecho que sea posible (por ejemplo, auto-erigiéndose en defensores de derechos humanos). La moraleja es muy simple: los adversarios ocultos de la humanidad tienen el camino prácticamente libre para poder reforzar sus actividades de debilitamiento y corrupción de la sociedad en su conjunto.
Di sólo un ejemplo para ilustrar lo que sería la labor de zapa en relación con vicios de consecuencias físicas negativas para las personas, porque no es mi propósito polemizar aquí con abogados de los incontables (y más bien obvios) casos de deterioro físico, psicológico y social que afectan masivamente a la población del mundo. Quizá en otro momento estemos en el estado de ánimo apropiado para ello. De lo que quiero ocuparme ahora es más bien de algunas confusiones intelectuales que, de no ser corregidas, seguirán impidiendo que se tenga una visión justa del pasado más o menos reciente y clara del presente. Me refiero en este caso exclusivamente a categorías políticas. De éstas hay un número considerable, pero aquí me ocuparé de las más básicas. Pienso en categorías como “izquierda”, “derecha”, “nacionalismo”, “comunismo”, “democracia”, “totalitarismo” y “radicalismo”, por no mencionar más que las primeras que me vienen a las mientes. Nuestra pregunta es: ¿a qué confusiones dan lugar categorías como estas?¿Acaso no son esas nociones suficientemente claras?
Antes de entrar en el análisis categorial propiamente hablando sería conveniente decir unas cuantas palabras acerca del status de las categorías en general. Al respecto, quisiera rápidamente explicar dos cosas: qué son y qué rasgos tienen. Respecto a lo primero, un sencillo contraste puede ser útil y suficiente. Diremos entonces que así como un arado es un instrumento para sembrar, una “categoría” es un instrumento del pensar. En otras palabras, es por medio de y gracias a nuestras categorías que podemos comprender el sector de realidad del que nos ocupemos. En este caso, nos interesa la dimensión política de la vida humana y se supone que por medio de los “instrumentos” en cuestión podemos trazar una especie de mapa de ella, puesto que la dividimos, por así decirlo, en partes suficientemente discernibles. Nuestras categorías, naturalmente, siendo instrumentos pueden ser mejorados, es decir, podemos ir refinando nuestro aparato categorial y entonces nuestra comprensión de la realidad (política, en este caso) será cada vez más exacta y sofisticada. Pero, y este es el segundo punto que quiero mencionar, nuestras categorías son, por así decirlo, “movedizas”. Lo que quiero decir es que sus aplicaciones cambian notoriamente en el espacio y en el tiempo. De hecho, eso pasa con todos nuestros conceptos y no nada más con los políticos. Tomemos el caso del concepto “horrendo”. Si alguien ha vivido toda su vida en un lugar apacible, con un nivel de vida elevado, en donde nunca han aparecido ni indigentes malolientes ni inmigrantes andrajosos ni asesinos seriales, el que un perro o un gato, digamos que por un desafortunado accidente, sean atropellados les resultará “horroroso” a los habitantes de ese idílico pueblo imaginario. Supongo que es claro, sin embargo, que para un ciudadano, digamos, iraquí, es decir, para un sobreviviente de bombardeos de aviones y de atentados terroristas, alguien que vio morir a su familia, a sus amigos, a sus vecinos, etc., el accidente de un perro sin duda podrá parecerle un evento triste pero podemos asegurar que su idea de algo horroroso no se aplica en este caso: si se le preguntara, la persona en cuestión diría que prefiere reservar la palabra ‘horroroso’ para situaciones espantosas como las que todos los días se producen en su país y que afectan a cientos de personas. La palabra ‘horroroso’, por lo tanto, no tiene un significado fijo sino que sirve ante todo para marcar un contraste y éste depende de las circunstancias. Ahora bien, si queremos insistir en que la palabra debe tener un mismo significado siempre, entonces confieso que no tengo ni idea de qué adjetivo utilizaría el habitante del pueblo de ensueño imaginado si lo pusieran súbitamente frente a las situaciones de masacre padecidas por el ciudadano iraquí. Mucho me temo que el afortunado ciudadano del pueblito de los felices tendría que reconocer que tiene un vocabulario más bien limitado.
Con las categorías políticas pasa lo mismo y algo más. Ellas también están sometidas a las presiones del cambio y del tiempo, pero además son fácilmente tergiversables. Consideremos, por ejemplo, la categoría “comunismo” o “comunista”. La palabra ‘comunismo’ probablemente fue usada por primera vez en tiempos de la Revolución Francesa por personajes como Babeuf, el célebre líder posteriormente guillotinado de la así llamada ‘conspiración de los iguales’. No obstante, es innegable que fue con el marxismo que el concepto de comunismo se volvió, por así decirlo, moneda corriente en el mundo de la política. Ahora bien, cuando Marx habla de “comunismo”, cosa que hace en raras ocasiones, lo que realmente hace es postular o intentar visualizar una sociedad perfecta y justa, es decir, una sociedad que surgiría cuando la división del trabajo hubiera sido superada, cuando el periodo de la dictadura del proletariado hubiera terminado, cuando la propiedad hubiera quedado totalmente socializada, etc. O sea, Marx no habla del comunismo como de algo real, sino que siempre deja en claro que lo considera ante todo como un ideal, algo que más que alcanzable es como un faro que serviría para orientar la acción política. Dicho de otro modo: comunismo (y por lo tanto, comunistas) no ha habido, no hay y probablemente nunca lo(s) habrá. Pero contrastemos este uso con lo que podríamos llamar el ‘uso norteamericano’ (o macarthista) de la palabra (los ‘commies’). ‘Comunistas’, ‘comunismo’, etc., en la jerga americana no significaba otra cosa que ‘soviético’ y por lo tanto, por razones elementales, ‘ruso’. Ahora bien, identificar un ideal político con una nacionalidad es simplemente destruir el concepto original. La tergiversación conceptual, por otra parte, aunque claramente inducida no era ni gratuita ni tonta: se peleaba con un modo de vida alternativo pero para tener a población de su lado se exacerbaba su fanatismo nacionalista haciéndole pensar que ‘ruso’ y ‘comunista’ significaban lo mismo, lo cual era obviamente falso. Una vez engatusada la población, resultaba prácticamente imposible disentir en los Estados Unidos de la política del gobierno en funciones, puesto que era entonces fácil acusar a quien lo hiciera de “anti-patriota”, “anti- americano”, etc., etc. El problema con esta clase de manipulaciones es que quienes están interesados en estudiar temas políticos se quedan sin una noción útil, porque la que todo mundo maneja quedó desfigurada. Es evidente que lo mismo sucede, mutatis mutandis, con nociones como las de libertad o democracia.
Las circunstancias concernientes al modo como hicieron su aparición las nociones políticas son a veces importantes, a veces totalmente irrelevantes y en ocasiones dañinas. Por ejemplo, durante la Revolución Francesa, en la Asamblea Nacional los más radicales ocupaban la parte superior del recinto del parlamento y entonces se hablaba de ellos como los de la Montaña. Esa palabra (y sus derivados, como ‘montagnard’, o sea, ‘montañés’) cayó en desuso, pero otras de la época siguen vigentes. Fue por el hecho casual de que defensores de ciertas ideas de cambio social, progresistas y demás estaban a la izquierda de un recinto y que quienes defendían la monarquía, las jerarquías sociales, el orden establecido, etc., estaban a la derecha que entraron en circulación las categorías políticas “izquierda” y “derecha” y que quedaron como etiquetas obligadas para el ulterior pensamiento político. Y la verdad es que durante mucho tiempo, dada la simplicidad y la nitidez de las oposiciones políticas, categorías así, simplistas y de fácil aplicación, pudieron seguir siendo usadas. Pero esa simplicidad, como en muchos otros casos, se logra a costa de la exactitud. Si a lo largo del siglo XIX la población se dividía básicamente entre proletarios y burgueses, categorías como “izquierda” y “derecha” resultaban útiles, pero si la vida política se complicaba un poco, que fue lo que pasó en el siglo XX, entonces no sólo no sirven sino que son contraproducentes: ocultan diferencias e inducen a pensar en términos de etiquetas y a que nos desentendamos de los contenidos de los programas políticos de los agentes involucrados, ya sean individuos, partidos o grupos de otra índole. Veamos rápidamente algunos casos.
Preguntémonos: ¿ha habido en México movimientos de izquierda? Claro que sí, pero hay que entender que el asunto es tanto contextual como una cuestión de grados, exactamente como pasa con el espectro de los colores. El juarismo es un magnífico espécimen de movimiento exitoso de izquierda. Pero ¿era Juárez de izquierda porque estaba ubicado a la izquierda de algo, una estatua, un monumento, una sala o porque era miembro de algún partido comunista? Claro que no. Era de izquierda porque era radicalmente anti-clerical en una época en la que el clero representaba la reacción, el empobrecimiento de la población, el estancamiento educativo, en tanto que Juárez era el portavoz del recién nacido nacionalismo mexicano y, por consiguiente, valientemente anti-extranjerizante, el mayor representante de la integración nacional, o sea, de la incorporación de todas las etnias en un solo pueblo, el pueblo de México, tenía ideas progresistas, una visión nueva y positiva del país, etc., etc. El zapatismo con su demanda de reparto efectivo de la tierra también era un movimiento agrario de izquierda, pero ¿lo era también el maderismo? Ya no está tan claro, porque si bien es cierto que en el Plan de San Luis se alude vagamente a víctimas de abusos realizados con base en la Ley de Predios y de restitución de tierras, realmente el objetivo principal del plan de Madero era derrocar a Porfirio Díaz, o sea, la lucha anti-re-eleccionista. Y eso, por lo menos en el caso del dictador Díaz representaba un progreso y entonces podría ser visto como de izquierda. Sin embargo, sería falsificar la historia si se le adscribieran a Madero objetivos revolucionarios. Sus objetivos tenían que ver ante todo con procedimientos gubernamentales, con tomas de decisiones, pero él mismo no estaba interesado (como tampoco V. Carranza lo estaba) en una transformación radical de la sociedad mexicana. Podríamos decir entonces que había pálidos elementos de izquierda en su programa, pero hasta ahí. Y ahora, en nuestros días, ¿sirve de algo la categoría “izquierda” para de alguna manera caracterizar el panorama político de México? Sería una buena broma afirmar algo así. En México hubo en algún momento una izquierda tercermundista, plagada de merolicos que terminaron por hacer de la terminología marxista una jerga inservible y con la que Octavio Paz barrió sin mayores problemas. Paz y sus seguidores, en efecto, acabaron con el endeble pensamiento izquierdista que había en México. Hay que decirlo con todas las palabras: de la izquierda mexicana no quedó nada. A Paz le resultó fácil acabar con la izquierda mexicana entre otras razones porque no había en México pensamiento autóctono de izquierda, teóricos mexicanos de izquierda, vocabulario de izquierda y cuando los hay se les reprime sin misericordia (véase el caso Ayotzinapa). Obviamente, si se pretende usar la categoría “izquierda” para hablar del PRD y demás organismos políticos mediocres, pues entonces es mejor renunciar a esa categoría. Dicho sea de paso: ¿es el gobierno actual de la ciudad, el gobierno de M. A. Mancera, un gobierno de izquierda? Hasta un niño entiende que no! Es un gobierno claramente anti-popular, tiránico, déspota, extractor de dinero de la población a base de impuestos, multas, permisos y demás mecanismos de extorsión estatal y cuyas decisiones vienen envueltas en el fácil lenguaje a-teórico de “servimos a la gente”, “trabajamos para la gente” y demás frasecitas insulsas como esas. El gobierno de la Ciudad de México es un oscuro gobierno de derecha disfrazado con el lenguaje del liberalismo estándar. Asimismo, podemos afirmar que confrontado con los programas priista y panista de venta de lo que queda del país (le llaman ‘inversiones’) y la cada vez más obvia pérdida de soberanía (se habla de convenios internacionales), el programa de Andrés Manuel López Obrador es claramente un programa de izquierda.
Si pasamos al plano internacional nos volvemos a encontrar con multitud de falacias, distorsiones históricas y manipulaciones ideológicas. Pregunto: ¿por qué el nacional-socialismo y el fascismo son sistemáticamente presentados como movimientos de derecha? No lo eran. La principal razón de que sean así presentados es que el Tercer Reich entró en guerra con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, siendo este país el emblema oficial de la izquierda. Pero la diferencia entre el nacional-socialismo alemán y el socialismo staliniano o socialismo real era ante todo (aunque no únicamente) ideológica. Los alemanes de la época del nacional-socialismo tenían los mismos enemigos que los soviéticos, pero tenían ideologías radicalmente opuestas. Estas ideologías, sin embargo, no eran otra cosa que banderas para presentarse ante el mundo, pero en el fondo los sistemas alemán y soviético coincidían en múltiples puntos esenciales (aunque obviamente también había importantes diferencias entre ellos). Naturalmente, el que haya dos regímenes o movimientos de izquierda enemigos entre sí no vuelve a ninguno de los dos de derecha! Es perfectamente imaginable que estallara una guerra entre Inglaterra y Francia (una más) y no por ello uno de los dos países dejaría de ser un país capitalista, promotor del bienestar social, etc. En general, es más fácil encontrar gobiernos paradigmáticos de derecha que gobiernos de izquierda igualmente representativos. El gobierno de M. Macri, por ejemplo, es desde el punto de vista que se quiera adoptar (relaciones obrero-patronales, sumisión a la banca y a los grandes propietarios agrícolas o industriales, recortes presupuestales, alzas brutales en precios y estancamiento o retroceso en los niveles de consumo de la población, etc.) un gobierno radical de derecha, y como el de él hay muchos (creo que no tenemos que ir muy lejos para encontrar uno), pero un gobierno de izquierda radical ni el del comandante Chávez, aunque sí el del comandante Fidel Castro.
Dado que, sea como sea, las aspiraciones legítimas de la gente recibirán de uno u otro modo una expresión política, en países como México la “izquierda”, completamente acéfala desde un punto de vista teórico y muy sometida y acorralada desde un punto de vista práctico, no puede tener otra expresión que el así llamado ‘populismo’. El populismo es, por así decirlo, la izquierda en estado bruto o embrionario, la izquierda espontánea, casi dan ganas de decir la izquierda animal. Representa intereses elementales de las clases trabajadoras y más en desventaja. ¿Sirve de algo decir que es un movimiento de izquierda? Me inclino a pensar que por el momento la dicotomía <izquierda/derecha> no es particularmente útil. En los USA, por ejemplo, también se habla en ocasiones de “radicales” y de “izquierdistas” para hablar de miembros del Senado o de la Cámara de Representantes. Esa es la mejor prueba de que esas categorías ya no tienen prácticamente ningún sentido. Tenemos que aprender a examinar las propuestas, los movimientos, los programas, los pronunciamientos en sí mismos y en contraste con otros. Tenemos que aprender a defendernos ideológicamente y a no permitir que se nos obligue a pensar en paquetes (izquierda, anti-establishment, orgullo gay, democracia y libre comercio), porque si pensamos en paquete no podremos actuar dado que los paquetes nunca son del todo coherentes. Hay que tomarse la molestia de examinar caso por caso. Sólo entonces podremos discernir los movimientos ocultos de los enemigos del género humano y hacer con ellos lo que más temen, a saber, sacarlos a la luz del sol de la verdad.
Queda claro que con el paso del tiempo y los cambios sufridos en las políticas de gobierno se ha distorsionado el sentido de las palabras. Sin embargo, “muy convenientemente” las siguen explotando, eso quedó perfectamente demostrado con el ejemplo del gobierno de Mancera cuyos abusos se encubren en un lenguaje que es más bien un disfraz. Gracias!!!
Me parece que el gran problema con categorías que se usan irrestrictamente en el contexto político radica en que no pueden ofrecer un significado que pueda ser capturado apropiadamente por alguna teoría específica. Me refiero particularmente a los términos “izquierda” y “derecha”. Tal vez un ejercicio interesante en la dirección de comprender los límites de su uso puede consistir en el examen de los usos que necesariamente niegan el carácter de la izquierda o la derecha. Por ejemplo, por “izquierda” no se puede comprender ninguna actitud política que defienda es status quo (sea cual sea el encuadre teórico que se utilice para definirlo) y por “derecha” no se puede comprender ninguna actitud política que busque diluir el status quo. Esto, obvio, es apenas una idea pobre y preliminar como para echar algo de luz en la comprensión de ambas categorías. Un abrazo, mi estimado Alejandro.
Buenísimo el aporte. Un cordial saludo.