Una vez más se ha suscitado un conflicto entre la Secretaría de Educación Pública (SEP) y diversas asociaciones de padres de familia, conflicto que, como se sabe, es un fenómeno recurrente. Es un hecho innegable que dichas asociaciones han sido las más de las veces portavoces de puntos de vista retrógradas y hasta oscurantistas y en general están estrechamente ligadas a la Iglesia Católica, por no decir ‘manipuladas’ por ella. Para muestras un botón: cuando a principios de los años 30 del siglo pasado, en el momento en que se estaba efectuando una labor extraordinaria de educación a nivel nacional, desarrollando en particular la educación científica y tecnológica y concediéndole especial atención a la educación agraria, el Secretario de Educación, el Lic. Narciso Bassols, decidió tomar el toro por los cuernos e introducir nociones básicas de biología en los programas de la Secretaria. A ese esfuerzo se le degradó describiéndolo como ‘educación sexual’. De lo que se trataba, sin embargo, era de actualizar mínimamente a los niños y jóvenes con datos científicos elementales a fin de que dejaran de creer, por ejemplo, que a los niños los traen las cigüeñas. Orquestada por la Iglesia Católica se generó un movimiento de protesta que culminó, como todos sabemos, con la dimisión del Secretario Bassols. En forma un tanto diluida los programas se impusieron, pero el precio político fue la renuncia de un brillante ministro.
Podría pensarse que el conflicto que tiene lugar en nuestros días entre la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) y la SEP es en lo esencial el mismo conflicto que el de hace 8 décadas, pero me parece que la similitud es más aparente que real. Para empezar, el panorama se ha modificado drásticamente y, por lo menos en parte, los actores del drama también son bastante disímiles. Ahora no es un destacado político mexicano el que dirige la política educativa de México, sino un oscuro burócrata sobreviviente de la época de Carlos Salinas de Gortari; por su parte, por razones comprensibles de suyo, la Iglesia ya no opera tan abierta o descaradamente como estaba acostumbrada a hacerlo por lo menos hasta la guerra cristera. Pero más importante aún es el hecho de que los temas también son muy diferentes, si bien están íntimamente emparentados con los del conflicto original entre el gobierno emanado de la Revolución y sus opositores. Quizá la mejor manera de presentar el actual conflicto sea diciendo que éste se transmutó y pasó de ser un conflicto entre ciencia versus ignorancia y religión a ser un conflicto de carácter eminentemente ideológico. Es evidente que en este caso no se trata de un choque entre dos conjuntos de datos, sino de una confrontación entre dos concepciones de la persona y, por ende, de la sexualidad humana. Es este y no otro el conflicto que se tiene que comprender, debatir y evaluar.
Antes de entrar en materia, quizá lo primero que habría que decir es que no podemos caer en la falacia de asumir e inducir a pensar que porque en múltiples ocasiones la Iglesia Católica y las asociaciones de padres de familia han desempeñado roles históricamente superados, entonces siempre tiene que ser así. Es perfectamente imaginable que en esta ocasión los verdaderamente progresistas, los defensores de los valores más respetables, quienes asumen su responsabilidad para con la adolescencia mexicana, quienes no se dejan llevar por los espejismos ideológicos y las presiones culturales del momento, sean precisamente la Iglesia y los padres de familia. Esa situación no es descartable a priori y tengo la muy fuerte sensación de que ese es precisamente el caso.
Básicamente, el choque tiene que ver con el sempiterno tema de la sexualidad humana, su conocimiento, comprensión y manejo. El problema que opone a la SEP con la UNPF atañe a los libros de biología para Primero de Secundaria, o sea, para jovencitos como de entre 11 y 13 años de edad. Naturalmente, los contenidos de los libros se fijan en comisiones de la Secretaría en la que participan miembros de su personal, personalidades distinguidas de la sociedad civil e invitados que en general son maestros e investigadores de universidades. Yo mismo hace más de 10 años participé en una comisión así y pude percatarme de cómo se toman las decisiones. Vale la pena señalar que en el caso particular de esta temática la atmósfera de los debates es crucial, porque salvo que alguien conjugue claridad de pensamiento con voluntad férrea prácticamente el asunto está prejuzgado de antemano. Es muy difícil ir en contra de la corriente que se expresa en la sesión y hay que atreverse a oponerse a lo que a uno le parece inaceptable. Pero no es fácil abstraerse de la atmósfera un tanto intimidatoria que prevalece y en el caso de los temas de sexualidad dicha atmósfera viene en verdad muy cargada y siempre participa gente decidida a aprovechar la ocasión para hacer prevalecer su posición. En lo que a mi experiencia concierne, puedo decir que en los esfuerzos por delimitar los contenidos de los libros de biología las pasiones individuales a menudo se sobreponían a los intereses objetivos, inmediatos, a mediano y de largo plazo, de los educandos. En condiciones así es en verdad difícil alcanzar niveles aceptables de objetividad.
Pero vayamos al tema: ¿qué incluyen los textos? Este es el quid del asunto. Incorporan desde luego información sobre aparatos genitales, procreación, embarazos indeseados y prematuros, auto-gratificación sexual, homosexualidad, bisexualidad, uso de preservativos y así indefinidamente. Uno de entrada se pregunta si realmente se tienen que meter todos esos temas en la cabeza de un chamaco de 11 años, pero no me detendré en este punto. Aquí nos topamos de entrada con un problema, por la sencilla razón de que no hay forma de hacer pasar todos los temas relacionados con la sexualidad como temas que requieran información científica. Siendo crudos, pero claros: ni en México ni en Tailandia requieren los muchachos de 12 o 13 años manuales de masturbación. Eso no existe, por la simple razón de que el “manual” en cuestión es la vida misma y es torpe pretender sustituir con palabras en media página lo que la vida enseña de manera natural. Lo que en cambio salta a la vista es que en este caso se están vinculando silenciosamente con temas sexuales cuestiones de ideología, de civismo, temas por así llamarlos “culturales”, no desde luego en el sentido de conocimientos sino en el sentido de lo que está en el aire, del ‘espíritu de los tiempos’, y el espíritu de los tiempos indica que se debería poder hablar de relaciones homosexuales con la misma naturalidad con la que se puede hablar de, digamos, los números reales. Podemos inferir que la justificación de si ciertos temas relacionados con el sexo deben quedar incluidos en libros para muchachos de 12 años o no no es ni puede ser meramente “científica”. El conflicto no es por datos que unos tienen y de los que otros carecen, sino que se trata más bien de una lucha entre dos visiones distintas del ser humano, de cómo debería ser éste educado, moldeado, estructurado socialmente en lo que a sexualidad concierne. La situación es, pues, claramente de uso de resultados científicos en debates de carácter ideológico. En este caso, el conflicto no es entre iluminados y oscurantistas, sino entre quienes aspiran a educar a los niños y jóvenes dentro de un marco conformado por ciertos valores y gente que quiere un cuadro diferente, que está movida por otros valores. Para formarse entonces un cuadro suficientemente neutral del conflicto es menester examinar los argumentos que cada parte ofrece, sopesar las propuestas de cada bando, examinar sus elementos y entonces externar un punto de vista. Evidentemente, lo más que podemos hacer aquí es delinear, pintar a grandes brochazos la situación que se da.
A mí me parece que habría que señalar, para empezar, que la discusión no está del todo balanceada, por lo menos en lo que a libertad de expresión concierne. Lo innegable es: una parte tiene derecho de dar libremente expresión a sus gustos o proclividades, pero la parte contraria no tiene derecho a expresar con la misma espontaneidad sus rechazos o repulsiones. Así, unos pueden proclamar que la homosexualidad es perfectamente legítima (“porque se ha visto que hay casos de animales que …”, etc., etc.), pero los adversarios no pueden denunciarla como una anormalidad o como algo que les da asco o como algo que no quieren para sus hijos (¿o será que los padres actuales no tienen el derecho de “querer algo para sus hijos”?). Este punto es muy delicado, porque la situación está en general mal descrita: no es que los niños vengan al mundo con todas las opciones de vida sexual biológicamente inscritas en ellos para que cuando sean más grandes elijan las que más que les plazca, y que los padres estarían coartando sus posibilidades e interfiriendo en su desarrollo. La situación no es esa. La situación es más bien que los recién nacidos vienen como niños, esto es, son varones, o como niñas, es decir, son hembras, y posteriormente la cultura contemporánea les concede la posibilidad de permutar su sexo y de ser entonces niñas masculinas o niños femeninos. Esta posibilidad está abierta en esta sociedad que tiene un determinado avance científico y tecnológico y que está en posición entonces de alterar la situación original de las personas. La posibilidad ciertamente es real, pero no es la “natural”, sino algo adquirido. Esto es obvio, puesto que el ser humano resulta de una interacción entre lo natural y lo cultural o adquirido (en inglés, entre nature y nurture). A lo que nosotros, seres del siglo XXI, asistimos es a la lucha por una independización frente a “lo natural” concediéndole prioridad a “lo cultural”, una posibilidad abierta por el conocimiento científico. O sea, no es que la naturaleza sea como quienes utilizan el conocimiento científico dicen que es. Más bien, la naturaleza puede ser doblegada y modificada por medio del conocimiento científico y la tecnología actuales. Son dos situaciones distintas. ¿Qué es entonces lo “correcto: usar la ciencia para reforzar la naturaleza o emplear la ciencia para ponerse por encima de ella? La respuesta se la tiene que dar cada quien a sí mismo, pero en todo caso todos deberíamos tener el mismo derecho y la misma libertad para pronunciarnos sobre la cuestión. Dicho sea de paso, traer a colación en relación con esto números de personas es abiertamente contraproducente para los partidarios de la apertura total de “lo sexual” a los jovencitos de Secundaria. Esto es muy fácil de ilustrar: hace unos días hubo una gran concentración de partidarios del “orgullo lésbico-gay” y en verdad se congregaron en la importante Avenida Reforma de la Ciudad de México muchos miles de personas. Pero es igualmente evidente que si se convocara a una manifestación de heterosexuales la afluencia sería tal que no cabrían en la ciudad. La aritmética entonces no apoya a los “libertarios”. Lo que sucede es que en general los representantes de la mayoría simplemente no tienen voz.
Debo confesar que una forma de argumentar que nunca me ha parecido aceptable es la de hacer intervenir la noción de derechos humanos para dirimir una controversia como esta y ello por dos razones. Primero, porque en general equivale a una errada y burda manipulación del concepto de derechos humanos y, segundo, porque refleja una intención de chantaje intelectual que no sirve para validar teóricamente nada, inclusive si en la práctica llegara a funcionar. A menudo el concepto de derecho es mal entendido, porque es visto como una especie de propiedad del individuo con la que éste nace, cuando en realidad es una posibilidad de acción abierta por la sociedad a la que él pertenece y que él puede aprovechar. Ahora bien, para que un derecho emerja se requiere de amplios consensos, lo cual no es el caso cuando se habla de opciones no ortodoxas de vida sexual. Estamos entonces frente a un caso en el que una minoría aspira a imponerle un derecho a una mayoría, lo cual no deja de ser paradójico. Más importante, sin embargo, es que parecería que estamos aquí frente a una argumentación inválida: una cosa es que una persona que se declara ser sexualmente diferente a la inmensa mayoría luche para tener el derecho de ejercer su sexualidad como quiera y otra que porque se le concede ese derecho entonces pretenda que todos potencialmente se coloquen en la misma situación que ella. Lo primero no implica lo segundo, como lo pone de manifiesto el caso de la legislación rusa: en Rusia un homosexual puede llevar la vida que quiera, pero no está autorizado a hacer proselitismo, porque eso ya es pretender orientar las vidas de los demás. En el caso de las preferencias sexuales es incuestionable que a los adultos no heterosexuales se les debe en principio respetar lo que podríamos llamar sus ‘derechos sexuales’. Definitivamente, sería injusto meter a la cárcel, multar, no aceptar en hospitales, descartar para un trabajo, etc., a una persona sólo porque tiene preferencias sexuales diferentes de las comúnmente aceptadas. Respecto a eso yo no tengo la menor duda: el homosexual adulto ciertamente tiene todos los derechos de los que gozan los demás ciudadanos. Sin embargo, el que una persona ya conformada y activa sexualmente tenga derechos no implica que por igual se pueda hablar justificadamente de “derechos sexuales” cuando quienes están en juego son personas que no están todavía formadas, que todavía no se han adentrado en el mundo de la vida sexual activa. Es completamente inapropiado entonces hablar de “derechos” en esa etapa de la vida. Freud es sin duda culpable de haber introducido una idea perturbadora en este sentido cuando interpretó la sonrisa del niño que se alimenta del pecho de la madre como expresando una satisfacción “sexual”! Lo que él afirma da una idea absurda de la sexualidad humana. En relación con la muy manoseada noción de derechos humanos, quizá podríamos parafrasear el famoso dicho del mariscal Hermann Goering: “Cuando oigo hablar de cultura, saco mi revólver!” y decir: “Cuando a la fuerza se quiere hacer valer el concepto de derechos humanos, mejor cambiamos de tema!”.
La SEP ha hecho a través de sus representantes afirmaciones que ilustran perfectamente bien lo que acabo de decir. Por ejemplo, de acuerdo con ellos “tanto hombres como mujeres tienen el derecho de relacionarse libremente entre sí y formar parejas, siempre y cuando lo hagan voluntariamente y conscientemente. Por lo tanto, ninguna de las formas de preferencia sexual mencionadas es incorrecta ni debe ser discriminada”. Pero eso es precisamente lo que no vale para personas que no están todavía capacitadas para tomar de manera responsable decisiones razonadas y libres. Este “argumento”, por lo tanto, es una inmensa petición de principio. Afirman, asimismo que “Una de las falsas actitudes que debe ser eliminada es la homofobia o la creencia de que la homosexualidad es una enfermedad o una actitud aberrante que debe ser corregida.”. Esto no tiene ni pies ni cabeza: las actitudes no son falsas o verdaderas. Aquí la trampa consiste en intentar hacer pasar por “científico” algo que es eminentemente emocional, de actitud. No es un asunto de argumentación, en el sentido lógico de la palabra, sino más bien de persuasión: la SEP pretende persuadir a todo el mundo de que lo que ella promueve es bueno. Argumentos en todo caso no los hay. Otra justificación de los contenidos de los textos de “biología” concierne a la masturbación. Según ellos “Una de las maneras de conocer nuestro cuerpo y percibir sus reacciones se logra mediante la estimulación de los genitales para provocar placer. A esta práctica se le denomina masturbación.”. Dejando de lado el insignificante error de uso y mención de palabras, a este “argumento” y ya di mi respuesta más arriba: nadie necesita manuales de masturbación. Un muchacho necesita consejos de higiene, precautorios para evitar embarazos indeseados, enfermedades venéreas, etc., pero no información sobre las partes y funciones más íntimas de su cuerpo, porque eso es algo que la vida misma se encarga de enseñarle de manera natural. Lo que se debe evitar es satanizar la masturbación, nada más. Cabe preguntar: ¿acaso los humanos tuvieron problemas de auto-conocimiento a lo largo de su millón de años de existencia sobre la Tierra porque nadie los instruyó al respecto?¿Les hicieron falta los textos de la SEP? Suena ridículo!
A mí me parece que se debe hacer un esfuerzo por plantear el asunto en términos políticos y prácticos. Aquí la pregunta es: ¿cuál es la función real de la SEP?¿En qué consiste su responsabilidad? ¿Qué es lo que ella tiene que tomar en cuenta para apoyar o desalentar ciertas políticas públicas? Yo diría que, por principio, si se le va a dar la voz a unos, que se les dé a otros también. ¿Tienen los padres derechos inalienables sobre la formación de sus hijos o no? Si no es así: ¿qué es entonces la familia? Si se le enseña a un muchachito de 11 años a emplear un preservativo sobre la base de que está adquiriendo conocimientos: ¿por qué entonces no se le enseña también a armar y desarmar una pistola o un rifle? También en esos casos estaría aprendiendo algo nuevo. Los partidarios de los valores en boga tienen la obligación de explicar con toda claridad dónde termina la instrucción y dónde empieza la promoción, porque la frontera en este caso es particularmente escurridiza y si se acusa de pecar por defecto a unos se puede acusar de pecar por exceso a otros! La SEP debe fijarse objetivos que sean congruentes con sus principios y valores. Es altamente probable que la actual forma de enfocar el tema de la educación sexual habrá de generar, si no se dan las aclaraciones pertinentes, confusiones en los más diversos campos. Considérese, por ejemplo, el lenguaje. Si la moral “libertaria” actual se impone, se requerirán nuevas definiciones porque si todo es válido: ¿qué quieren decir ‘degenerado’, ‘depravado’, ‘perverso’, ‘aberrante’ y múltiples otras palabras?¿O debería entonces desaparecer ese léxico? De alguna manera se tienen que trazar las distinciones y entiendo que lo que ahora se propone es que esa frontera se mueva. Bien, pero ¿cómo se le remplaza o corrige?¿En dónde se traza la línea?¿Por qué si en nuestros tiempos, cuando éramos jóvenes, le decíamos a nuestros padres que íbamos a una fiesta, no podría ahora un muchacho decirle a sus padres un sábado por la noche: ‘Adiós, regreso mañana, voy a una saludable orgía’! Suena absurdo, pero está lógicamente implicado por la posición de “libertad total”, “instrucción total!” y demás. No está, por lo tanto, nada claro que la SEP esté actuando para beneficio de la comunidad estudiantil mexicana.
Yo pienso que lo que realmente está en juego son dos concepciones del rol de la sexualidad en la vida humana. Está, por una parte, la visión del sexo como una dimensión de la vida tan neutral como la constituida por la alimentación o la vida deportiva: todo tiene el mismo valor, es decir, ninguno en especial. Da lo mismo comerse una hamburguesa que acostarse con una prostituta o convertirse en bisexual o, ¿por qué no? en bestialista. En la medida en que se trata de posibilidades inscritas en la naturaleza humana son tan viables unas como otras. Y está, en contraste con esa concepción, la visión de la sexualidad como una dimensión de la vida que no debe sobre-explotarse y en relación con la cual no debe permitirse que se le manipule ni comercialmente ni de ningún otro modo. Es, pues, una confrontación entre dos “culturas” pero en este caso es particularmente importante sacar a la luz a los verdaderos contendientes. Es falso el cuadro de acuerdo con el cual el conflicto se da entre los liberadores de la vida sexual y los represores de la misma. En la actualidad esos no son los contrincantes. El combate no es entre el dragón y San Jorge. Ese combate no es actual. Aquí el conflicto se da entre quienes proclaman la supresión total de barreras, el dejar que la sexualidad quede moldeada por fuerzas sociales, por los factores culturales del momento (impulsados y apoyados por el cine, la televisión, la industria del entretenimiento, la prensa, la inteligencja, etc.), por el mercado, etc., por una parte, y quienes prefieren el encauzamiento, la moderación, el control en la vida sexual y la sumisión de la sexualidad a valores externos a ella. Es evidente que en la sociedad contemporánea se hace del sexo una mercancía más, que en la cultura de nuestros tiempos se incita a defender algo así como “el sexo por el sexo”, ya que es una cultura de la que valores pretéritos como la castidad, la unión definitiva con una persona, el apego a “lo natural”, etc., quedaron expulsados. Si esa es realmente la alternativa, definitivamente creo que los padres de familia tienen razón en sentirse indignados y ofendidos por las decisiones de la SEP. En mi muy modesta opinión, la mercantilización del sexo, si bien congruente con la evolución de la sociedad capitalista, me parece casi la antesala del infierno. No es que uno se asuste por lo que sabemos que sucede, pero no es muy usual en nuestros tiempos alzar la voz en relación con tan delicado tema. Mi punto de vista particular es que la vida sexual es como un termómetro para medir la espiritualidad y la grandeza de una sociedad. Esto quizá se deje explicar mejor por medio de una metáfora. Yo creo que la sexualidad es como un pistón o un engranaje de una gran maquinaria que es la vida del individuo. Para que ésta fluya por los cauces apropiados, es decir, para que la maquinaria funcione correctamente, también el pistón tiene que funcionar correctamente, es decir, la vida sexual tiene que ser sana y agradable, pero debidamente dimensionada. Lo que ha venido pasando en los últimos 60 años es una inversión de roles: ahora la maquinaria es el sexo y el pistón el resto de la existencia humana. O sea, la vida se tiene que ajustar a la sexualidad, girar en torno de ella. Yo estoy en contra. Cuando el sexo acapara la mente de las personas tiende a ocupar todo el espacio mental: todo se hace en aras de él. Con ello se achica formidablemente el espectro de posibilidades de ser del ser humano. Sin duda los padres de familia aquí tienen razón: promover lo que la SEP irresponsablemente promueve (o al menos como lo está haciendo) es promover la animalización del sexo y, por consiguiente, de las personas. Sin duda alguna, la sabiduría de una sociedad o de una civilización en parte radica en cómo doma y encauza la libido. Sólo los prosaicos de estrechas miras y de intereses mezquinos pueden ir en contra de tan elementales verdades.