Desafortunadamente, el pueblo mexicano en su conjunto no está enterado (ni goza de los suficientes elementos para apreciar el fenómeno) de que nos encontramos en lo que podríamos llamar la ‘recta final’ de la carrera por la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Digo ‘desafortunadamente’ porque si todos los mexicanos estuvieran al tanto de lo que está por suceder en la UNAM y estuvieran en posición de apreciar las consecuencias del resultado, sin duda alguna se pronunciarían al respecto y la opinión pública entonces se convertiría en un factor que, a diferencia de lo que pasa ahora, no sería posible ignorar. Por otra parte, si en este momento a un ciudadano común de, digamos, Guadalajara o Campeche, se le pidiera una descripción de lo que está pasando en estos momentos en la UNAM y la persona en cuestión respondiera cándidamente, lo más probable es que diría que se trata de un proceso académico-administrativo que seguramente se rige por los cánones universales de la vida académica (méritos, distinciones, descubrimientos, obra, etc.). Nos veríamos entonces forzados a contradecirlo para tratar de hacerle ver que en la UNAM, y más en general en México, las cosas no suceden en concordancia con un imaginario manual ideal. Aquí las cosas se manejan de un modo diferente a como el sentido común espontáneamente lo indicaría. Intentemos rápidamente hacer ver por qué.
Todos sabemos que la UNAM no es sólo una universidad, una universidad más. Por la magnitud de su presupuesto, la cantidad de estudiantes, profesores, empleados e investigadores que alberga, la cantidad y variedad de actividades académicas, artísticas y deportivas que en ella se desarrollan, la UNAM juega un papel crucial en la vida nacional. Y sin duda alguna parte de la gran originalidad de esta noble institución es que es algo así como una Secretaría de Educación Superior sin por ello ser una secretaría de Estado. En eso, parcialmente al menos, consiste su “autonomía”: la Universidad Nacional, por lo menos en principio, es independiente frente al Poder Ejecutivo. De ahí que sea una de las obligaciones principales de quien esté al frente de la UNAM respetar, defender y luchar a muerte por este rasgo de la institución y ello contra quien sea. La noción seria de autonomía universitaria no tiene nada que ver con la tesis de algunos ingenuos o de algunos mal intencionados que se divierten discutiendo si ‘autonomía’ quiere decir que la policía no puede entrar al recinto universitario. Nosotros, ya lo dijimos, pensamos que el significado serio de ‘autonomía universitaria’ no tiene nada que ver con esto último, sino que más bien concierne en primer lugar a su fundamental independencia vis à vis el poder central, esto es, la Presidencia de la República. Dicho de otro modo: la UNAM no es parte de ningún gabinete presidencial y por lo tanto no está sometida a los criterios y mecanismos propios de ese ámbito de la vida nacional. De ahí que, más allá de los slogans sobre “el espíritu” que hablará por nosotros, las porras y todo lo que podríamos llamar ‘expresiones de patrioterismo universitario’, los grandes rectores de la UNAM al día de hoy hayan sido aquellos que han defendido contra viento y marea la autonomía universitaria, en nuestro sentido. Es importante no olvidar este punto.
La UNAM es una institución de múltiples facetas y es por eso de un infantilismo insoportable pretender hacerla pasar por una institución de un solo matiz, de un único cariz, de una sola faceta. Eso es simplemente falso. Es cierto que trabajan en ella científicos y humanistas de primer nivel, respetables en grado sumo, pero junto con ellos está también una inmensa caterva de arribistas, aprovechados, manipuladores, malversadores y demás. El manejo del presupuesto universitario, por ejemplo, dista mucho de ser transparente. Más de uno se sorprendería si se enterara de todo lo que pasa en relación con, por ejemplo, compras de computadoras, bacheo de vías, construcción de edificios, aseguradoras, etc. En relación con todos esos rubros de la vida administrativa de la UNAM corren todos los rumores imaginables referentes a abusos, fraudes, negocios, chanchullos y demás. Todo mundo lo sabe, todo mundo lo comenta, pero como las autoridades no dicen nada, no abren expedientes, no se pronuncian oficialmente, entonces los asuntos no pasan del nivel de chismes, anécdotas, historietas contadas en los pasillos y ahí termina todo. Pero no nos engañemos: es obvio que cuando el río suena es porque piedras lleva. Que no haya pruebas no quiere decir que no se produzcan sistemáticamente ilícitos en nuestra Alma Mater, de ahí que llame mucho la atención el hecho de que prácticamente ninguno de los aspirantes a rector se haya dignado tomar el toro por los cuernos y haya planteado abiertamente el terrible problema de la corrupción en la universidad. ¿Cómo pueden potenciales rectores omitir tan fundamental tema? De hecho, en lo que a corrupción administrativa concierne (dejo de lado la académica, que también existe y sobre la que se podrían contar muchas cosas interesantes y que causarían estupor), la UNAM no se diferencia mayormente de otras instituciones nacionales, tanto del sector público como del privado. El problema es que este doble carácter, esta naturaleza bipolar de la UNAM, permite que una y otra vez diversos grupos políticos (la Presidencia incluida, diga lo que diga el ex-rector Barnés) externos a la UNAM, aunque obviamente representados en la UNAM por egresados universitarios, intenten apoderarse de ésta, tratando de dar lo que podríamos denominar un ‘golpe de estado universitario’, esto es, imponiendo en Rectoría a “su hombre”, a su candidato, a fin de catapultar la Universidad Nacional en la dirección que a ellos resulte conveniente.
La palabra ‘candidato’ de inmediato nos trae a las mientes la tergiversación del actual proceso universitario, puesto que deja en claro que ya se logró convertir a la UNAM en un laboratorio de experimentación política. En efecto, el proceso de elección de rector se ha convertido en una especie de réplica de cualquier proceso electoral de diputados o gobernadores y tan desagradable como esos. Lo que con ello se logra es desproveer al proceso universitario de su carácter académico para convertirlo en un vulgar proceso de manipulación politiquera revestida, eso sí, de birrete y toga. Ahora bien, esta nueva forma de movilizar a la comunidad universitaria tiene de todos modos un aspecto positivo: más allá de toda consideración referente a las características personales de los directamente involucrados, permite rastrear más fácilmente sus vínculos personales, sus dependencias políticas, sus proyectos (por así llamarlos) ‘opacos’ o no explícitos con el mundo extra-universitario, esto es, con fuerzas que operan allende los muros universitarios. Este es otro punto que tampoco hay que perder de vista.
Yo soy de la opinión de que los universitarios deben dejar en claro que no estamos dispuestos a cruzarnos de brazos, a permitir que algunos vivales se apoderen del proceso de elección de rector de la UNAM y que lo conviertan en algo así como una intriga del PRI del Distrito Federal. Para ello, lo que hay que hacer es pronunciarse de manera abierta y evitar a toda costa el juego del discurso sibilino y de la transmisión oblicua u opaca de nuestros puntos de vista. Nada de eso! A diferencia de lo que pasa con los miembros de los partidos políticos, nosotros, los universitarios, reivindicamos el derecho a expresarnos con toda libertad, le guste a quien le guste. Es más: yo diría que es una obligación hacerlo. De manera que yo, como cualquier otro miembro de la UNAM, tengo el derecho de decir lo que pienso y pienso hacer valer mi derecho. Naturalmente, nada más alejado de mí que pretender hablar de las personas mismas, puesto que yo no conozco personalmente a ninguno de los candidatos, pero sí me reservo el derecho de pronunciarme sobre los personajes universitarios en función de sus perfiles públicos, y de externar comentarios sobre sus programas haciendo explícito lo que éstos me inspiran. Antes de ello, sin embargo, quisiera rápidamente señalar algunas características primordiales de nuestra universidad.
Yo creo que no estará de más preguntarnos ‘¿qué no es la UNAM? Me parece que con certeza podemos afirmar lo siguiente:
a) no es una compañía o empresa privada. Por lo tanto,
a’) no requiere de un gerente
b) no es una secretaría de estado (eso sería más bien CONACYT). Por lo tanto
b’) no requiere de un burócrata
c) no es una universidad desligada de los intereses nacionales. La UNAM tiene compromisos con la nación. Por consiguiente
c’) no puede ni debe operar como una universidad privada. La UNAM forzosamente se mueve en una dirección diferente de la que es propia de instituciones educativas que tienen fines de lucro.
Una vez hecho un planteamiento general, podemos rápidamente pronunciarnos sobre algunas de las propuestas que nos han hecho. La verdad sea dicha: ninguno de los “programas” hasta ahora presentados resulta totalmente atractivo o convincente. Empero, hay niveles o grados de aceptabilidad, de manera que de todos modos se pueden jerarquizar las propuestas. Éstas, hay que decirlo, son híbridas y no están suficientemente matizadas. Por ejemplo, la idea de eliminar las tesis en licenciatura como condición para obtener el grado me parece en principio aceptable en ciertas áreas (química, matemáticas, física, biología), porque en ellas un buen trabajo experimental o un buen ejercicio demostrativo podrían bastar para acreditar que el alumno tiene el nivel adecuado, pero eso mismo es a todas luces inaceptable para otras (letras, filosofía, historia), en las que lo que se requiere es precisamente que los alumnos sepan servirse con fluidez de lo que es su instrumento fundamental, a saber, el lenguaje y por lo tanto tienen que mostrar su capacidad escribiendo un trabajo. Algunas ideas, como la del Dr. E. Graue, director de la Facultad de Medicina, como la de combinar posgrado y docencia, me parecen atinadas y sobre todo practicables, ejecutables. En general, la bandera de la interdisciplinariedad, enarbolada por varios de los candidatos, de entrada me huele mal: si no está debidamente acotada, lo que la interacción interdisciplinaria tiende a generar no es otra cosa que superficialidad, parloteo y estancamiento temático. La mezcolanza de tecnicismos sólo da lugar a diálogos ficticios y a discusiones inservibles. La verdadera investigación, la investigación de punta, es siempre especializada y las más de las veces es sólo como resultado de un venturoso azar que puede ser de utilidad en otras áreas y para otros especialistas. El Dr. Bolívar nos dice que hay que mejorar el bachillerato y yo pregunto: ¿quién podría estar en desacuerdo con eso? Nadie, pero ¿por qué? Porque decir eso no es realmente hacer ninguna propuesta, sino mero wishful thinking: mientras no se nos diga cómo se reforma el bachillerato no se nos ha dicho nada en lo absoluto. Creo que así podríamos pasar en revista las diversas opiniones de los ilustres universitarios que se postulan o los postulan para el puesto supremo en la UNAM. Me parece que, independientemente de lo que pensemos en concreto acerca de los proyectos de los diversos candidatos, lo que sí podemos decir es que se trata en su mayoría de planes bien intencionados que traen consigo la impronta del académico. Hay, no obstante, un caso particular que, en mi humilde opinión, amerita una reflexión particular. Me refiero al Ing. Sergio Alcocer.
Lo que yo pienso sobre el candidato Alcocer se enmarca en lo que he venido afirmando y lo que sostengo es que la Universidad Nacional Autónoma de México tiene ciertos rasgos que simplemente no encajan con el perfil del candidato en cuestión. Reconozco que a mí me en lo particular me dio una desagradable impresión inicial cuando, al arrancar su campaña de conquista de la Rectoría (mucho antes que todos los demás, dicho sea de paso), afirmó que venía “a aportar su talento” a la universidad. “Bueno”, pensé yo para mis adentros, “esta petulancia ¿con qué se justifica?¿Nos las estamos viendo aquí con un Premio Nobel, con un Príncipe de Asturias, como el Dr. Bolívar? Vaya decepción! Simplemente no es el caso. La producción teórica (también hay teóricos en ingeniería, no lo pasemos por alto) del Ing. Alcocer no es (siendo suave en la caracterización) apabullante. No es, pues, por la enumeración de sus méritos académicos por lo que se engruesa su curriculum. Pero más allá de su falta de lustre académico, la verdad es que las propuestas de Alcocer no parecen tener mayor contenido. Considérese, verbigracia, la sugerencia concerniente a la “formación y actualización de profesores”: ¿es eso parte de la reforma que la UNAM requiere?¿Qué tiene de novedoso? La formación y actualización de profesores e investigadores es algo que en la UNAM permanentemente se hace. ¿En qué consiste entonces la originalidad de la propuesta? Algunas cosas que Alcocer afirma son reveladoras. Él sostiene, por ejemplo, que hay que contratar a los mejores egresados “de la UNAM y de otras universidades”. Eso es un arma de doble filo. ¿Por qué no mejor nos proponemos traer a todos los académicos desempleados de los Estados Unidos y llenamos con ellos la nómina universitaria, desplazando así a los menos buenos que serían en este caso los profesores e investigadores mexicanos? Todo el detestable rollo sobre el liderazgo y la innovación no es más que el reflejo de la absorción mental de los esquemas yanquis de pensamiento, esquemas que no tenemos por qué hacer nuestros, sobre todo cuando vemos cada día más claramente que el modelo universitario norteamericano ya fracasó, inclusive si admitimos que en otros tiempos les funcionó muy bien. No entiendo para qué tenemos nosotros que hacer un recorrido que sabemos de antemano que lleva al fracaso. El programa de Alcocer incluye también la incongruente idea de que habría que identificar candidatos para convertirse en maestros de bachillerato. Con todo respeto: la idea misma es declaradamente ridícula. Todo estudiante, todo egresado es potencialmente un maestro de la Preparatoria. Quizá a Alcocer ya se le olvidó cómo se ganan las plazas, pero podemos asegurarle que si hubiera un método para ello (aparte del de ser un estudiante dedicado, aplicado, interesado en sus materias, etc.), todo mundo lo aplicaría y por consiguiente todo mundo se convertiría en maestro del bachillerato. Confieso que no veo nada particularmente interesante o relevante en lo que he podido atrapar de su proyecto. Para mí que es claro que la perspectiva académica de Alcocer no es la que la UNAM necesita, pero lo importante es entender que lo que no es positivo para la UNAM es activamente negativo para ella y eso es algo que nosotros, los universitarios, no podemos conscientemente querer para nuestra máxima casa de estudios.
La verdad es que lo que distingue a Alcocer de los demás candidatos no es su “programa” sino el hecho de que a diferencia de los demás él, aunque egresado de la UNAM, llega a la contienda por la rectoría cargado de “conexiones” extra-académicas, de carácter no sólo político, que no puede ocultar y que inevitablemente lo delatan. Es difícil no ver en él un mero gestor, un administrador cuya función sería básicamente la re-estructuración de la UNAM en la dirección de su “apertura” al universo de la empresa privada. Dado su trasfondo, es imposible no ver en él a alguien que viene con un proyecto de universidad acorde a la política del gobierno para el cual trabajó. Después de todo, es perfectamente comprensible que alguien razone así: si “se abrió” Pemex a la inversión privada: ¿por qué no habría de suceder lo mismo con la UNAM? De hecho, eso es lo que tendría que pasar para que la UNAM dejara de ser la molesta piedrita en el zapato para un gobierno decidido a cumplir con la última etapa del proceso de desmantelamiento de la infraestructura nacional, esta vez en el terreno de la educación superior. Esto hace vislumbrar la posibilidad de un grave conflicto interno en la UNAM, algo que todos quisiéramos que no sucediera. Es posible que yo esté en un error, pero a mí nadie me ha convencido de que no es cierto que con Alcocer se darán los primeros pasos en la dirección de la privatización de la UNAM. ¿Cómo se hace eso? No es, claro está, vendiendo la UNAM edificio por edificio. Nadie dice semejantes barbaridades. La privatización se logra empezando por establecer los tan anhelados vínculos con la iniciativa privada, con los fondos privados, la financiación privada de proyectos, atrayendo con el cebo del dinero y el turismo académico en grande el interés de los investigadores, a menudo presa fácil de tentaciones como esas. Y poco a poco se integra la UNAM al mundo de los inversionistas, lo cual quiere decir se irán subordinando poco a poco sus intereses propios (libertad de investigación y cátedra, por ejemplo) a los proyectos que efectivamente rindan beneficios, generen ganancias, etc. Si eso sucediera, podrán entonces afirmar triunfalmente todos aquellos que hubieran contribuido a la elección como rector de Sergio Alcocer: “Estamos de fiesta! La Universidad Nacional Autónoma de México ha muerto!”. ¿Será por esto por lo que opte la venerable Junta de Gobierno de la UNAM?