Podríamos decir, a manera de slogan, que la mente humana es la sede del pensamiento creador, constructivo y, sobre todo, libre. Gracias a nuestro pensamiento nos elevamos por encima de las cosas, los hechos y las vicisitudes de la vida cotidiana y podemos introducir un elemento de objetividad en el mundo. El problema es que poco a poco hemos venido cayendo en la cuenta de que después de todo la mente no es tan libre como parece, que es sumamente moldeable y, peor aún, fácilmente manipulable y que la dichosa objetividad por la que tanto nos afanamos bien puede ser un mero espejismo, una auténtica fatamorgana. Los medios para la manipulación de la mente van variando de época en época y se transita fácilmente desde la brutal represión hasta el sutil, imperceptible y prácticamente imposible de neutralizar control de contenidos, lo cual en la actualidad se ejerce a través sobre todo de los medios de comunicación (periódicos, cine, radio y televisión). Esta es una lección bien aprendida y aprovechada por los actuales dueños de las conciencias, esos pocos que deciden cómo moldear los modos de pensar y que, como controladores aéreos, dirigen las mentes de los habitantes del mundo a través de un ininterrumpido bombardeo de mensajes subliminales, de directivas engañosas, de verdades a medias o contradictorias y, sobre todo, de una selección tendenciosa de hechos y de un silencio sepulcral sobre realidades que por alguna razón los amos de los mass-media no quieren que las masas conozcan. Hay que señalar, por otra parte, que esta deprimente realidad en parte se funda y en parte se ve reforzada por el dato empírico que constituye la feroz ignorancia de la inmensa mayoría de la gente. El resultado es que millones de personas van por el mundo con un cuadro general prefabricado y más o menos ajustado a sus respectivas idiosincrasias. Así, paradójicamente, manipulación e ignorancia parecen ser el destino de lo que en principio había de ser la sede del pensamiento libre.
Lo dicho anteriormente concierne en realidad a todos los pueblos del mundo, dado que la diferencia entre ellos es meramente gradual, no esencial. Un inglés o un italiano cualesquiera ciertamente están mucho mejor informados que el mexicano medio sobre lo que pasa en el planeta, pero eso no quiere decir que estén emancipados del poder mediático. Ahora bien, yo sinceramente creo que difícilmente podríamos encontrar a un público más embrutecido ideológicamente que el norteamericano. Esto en gran medida se explica por el hecho de que probablemente no hay otro país en el mundo en donde los medios de comunicación estén tan concentrados en unas cuantas manos y que además no haya una contraparte que balancee el desequilibrio que allá a todas luces prevalece. El ciudadano americano medio no tiene otros lentes con que ver el mundo que los que le ponen CNN, el New York Times, Fox News y todo lo que se deriva de éstos, o sea, todo. Y, en mayor o menor medida, lo mismo vale para el resto de los países, pero hay que reconocer que el amarillismo político y la estridencia ideológica alcanzan niveles de histeria colectiva y de paroxismo ante todo en los Estados Unidos. El negocio ya está muy bien establecido. Para dar un ejemplo: a través de especialistas en la difamación, de comentaristas muy sobrios, técnicos, aparentemente imparciales, de lenguaje terso y delicado, los editorialistas del New York Times saben cómo infundir odio en las mentes de sus lectores, distorsionan los hechos, mienten descaradamente, pero como el periódico no proporciona noticias alternativas que los contradigan, nadie los cuestiona y quien quisiera cuestionarlos no tiene voz pública, los puntos de vista expresados en dicho periódico (que no es más que el portavoz de ciertos grupos políticos y que sirve tanto para generar una mentalidad como para indicarle al gobierno lo que dichos grupos quieren y esperan de él) se vuelven poco a poco vox populi. Así, la verdad resulta ser lo que los moldeadores de mentes digan, puesto que la gente ya está hipnotizada y todo lo que reciba de ellos así será considerado.
La verdad es que no resulta muy difícil ilustrar lo que afirmo mediante un ejemplo concreto. Considérese el hecho innegable de que Rusia está enviando armamento a Siria, hundida como sabemos en una guerra atroz carente por completo de justificación. La acción rusa es entonces presentada como un crimen inenarrable, de lesa humanidad. En primer lugar, sin embargo, lo que nunca se presenta es la postura común de Rusia y Siria y, en segundo lugar, nunca se exponen las causas profundas de la destrucción de ese país: nunca se le dice al lector norteamericano que Israel, Arabia Saudita y Turquía, con el apoyo de la CIA, organizaron un ejército de mercenarios, de criminales a sueldo, para invadir un país soberano y derrocar un gobierno legítimo. Asimismo, nunca se le explica al desorientado telespectador norteamericano que el actual problema de refugiados es una consecuencia directa de la política de su país en el Medio Oriente y que en gran medida dicha política no tiene otro objetivo que permitir el crecimiento de Israel, del “gran Israel”, a costa desde luego de sus vecinos (sus litorales, sus ríos, sus tierras, etc.), empezando por los palestinos, el pueblo más inhumanamente martirizado desde la Segunda Guerra Mundial. En los Estados Unidos nunca se le informa a nadie que la guerra de Siria no es más que un eslabón en un plan que se echó a andar desde finales de 2010 y que tuvo su primer éxito rotundo en la destrucción de Libia y el bestial asesinato de Muamar Gadafi. No se le cuenta a nadie tampoco que después de la invasión de esos mismos mercenarios que están hoy en Siria, la OTAN con Francia a la cabeza intervino decisivamente bombardeando las ciudades libias y acabando con los remanentes del ejército leal a su país, un país que nunca atentó en contra de los intereses franceses. De ahí que el americano medio nunca se haya enterado de que el “dictador” Gadafi había convertido a Libia en el país más rico de África, dándole a su población el mejor nivel de vida del continente y que gracias al plan norteamericano Libia es ahora un país destrozado, sin futuro, pero eso sí, con su petróleo bien controlado por las compañías extranjeras (factor que ayuda a explicar por qué los norteamericanos pueden usar el petróleo como arma financiera y bajar sus precios hasta donde quieren: simplemente usan riqueza natural que no es de ellos). Desde luego que nunca el Washington Post le explicó en algún momento a sus lectores que el nombre burlesco que se le impuso al plan de desestabilización total del Medio Oriente iba a ser ‘Primavera Árabe’ y que el objetivo fundamental era rediseñar el Medio Oriente, inventar países aprovechando divisiones religiosas y étnicas para imponer gobiernos peleles, que no representaran ningún obstáculo para el expansionismo israelí y menos aún algún peligro. El plan original era modificar toda la región, desde Libia hasta Irán, puesto que Irak y Afganistán ya estaban destruidos y bajo control. Nunca se le dijo a los lectores de periódicos norteamericanos que el golpe de estado en Egipto era el siguiente paso y no le hizo ver tampoco que ese gran aliado de su país, el general Al-Sisi, impuesto por ellos, no es más que un dictador, por así llamarlo, ‘clásico’, un criminal que ha enviado a cientos de personas al cadalso y que tiene a todo el pueblo en contra, pero que se sostiene con la ayuda que “Occidente” le presta. Por todos lados a donde mire, lo que el individuo encuentra es la misma información tergiversada, desfigurada, irreconocible. En los Estados Unidos, el hombre de la calle no sabe lo que está sucediendo y si eso pasa allá lo mismo sucede, mutatis mutandis, en el resto del mundo. Lo único que “sabe” es que sus “muchachos” luchan por la democracia y la justicia al otro lado del mundo!
Si lo que afirmo es acertado, sería entonces infantil pretender creer que sí hay tal cosa como libertad de prensa en el mundo libre. Nosotros, aquí y ahora, podemos asegurar que, gracias a su fabulosa prensa y a su extraordinaria televisión, el ciudadano americano medio no tiene ni idea de lo que su país representa para el mundo: él no tiene con qué entender que la destrucción de Siria no es más que la parte final de un siniestro plan que sufrió su primer descalabro con el triunfo diplomático iraní, dado que la destrucción de Irán era uno de los objetivos supremos de la reconfiguración del Medio Oriente. Y podemos seguir enumerando hechos pero eso no importa, puesto que éstos no pueden quedar integrados en la conciencia individual por la sencilla razón de que a dicha conciencia ya se le puso un velo, ya se le cegó. Naturalmente y como una consecuencia de la desfiguración sistemática de la realidad, el individuo normal no puede integrar en un cuadro coherente los datos que inevitablemente se cuelan por aquí y por allá y que llegan hasta él. Así, uno se entera de que el gobierno ruso ha enviado armamento más sofisticado a Siria, pero no puede entender por qué la prensa mundial pone el grito en el cielo y no hace lo mismo por miles de cosas más horrendas que se hacen a diario. Para nosotros eso es comprensible, porque sabemos que la prensa mundial es un instrumento de guerra, no tanto o no sólo en tiempos de guerra caliente como en tiempos de guerra fría, y sirve para desorientar a quienes no aceptan la política intervencionista de los países expansionistas. Todo esto, obviamente, genera incomprensión y desconcierto en los lectores de periódicos, en los televidentes: ¿cómo se explica el ciudadano medio que los supuestos representantes de la libertad, de la justicia, de la democracia, sus propios gobiernos, sean retados?¿Quién puede haber tan maligno en este mundo, dado que ellos representan el bien? La respuesta no puede venir más que en términos de caricaturas totalmente engañosas: hay un culpable, que es Putin, y un irresponsable, que es Obama, por ser un individuo titubeante y bonachón. El mensaje general es que es por la maldad y la torpeza de algunos individuos que los Estados Unidos han perdido terreno, que están siendo superados y así sucesivamente. Y ahí termina la explicación. La incomprensión de la realidad genera parálisis en la acción y esa es la función de los medios, función que cumplen a cabalidad.
En relación con lo que hemos dicho, hay por lo menos tres preguntas que de inmediato se nos imponen:
a) ¿Realmente tiene mucho sentido hablar de libertad de pensamiento?
b) ¿Podemos realmente hablar de libertad de expresión?
c) ¿Hay algo que podamos hacer para contrarrestar la sujeción mental a la que está sometido el ciudadano de nuestros tiempos?
Antes de intentar responder, de manera esquemática desde luego, a estas preguntas, quisiera rápidamente decir unas cuantas palabras sobre la situación actual en Siria y sobre lo que ésta significa.
Como de paso mencioné, el plan “Primavera Árabe” fracasó a partir del momento en que se logró contener el ímpetu hacia la guerra con Irán. En ese caso, Rusia (y China) jugó (jugaron) un papel diplomático extraordinario y positivo y se logró evitar una confrontación que habría sido de consecuencias incalculables, puesto que, como ahora lo sabemos, no habría podido restringirse a un choque Irán-Israel. Contrariamente a lo que la prensa occidental hace creer, no forma parte de las iniciativas de Rusia invadir países y derrocar gobiernos legítimos. Ni siquiera la Unión Soviética hizo eso. Sobre el potencial contraejemplo del caso de la “invasión” soviética de Afganistán habría muchísimo que decir, empezando por recordar que (usando el esquema de siempre), los occidentales inundaron Afganistán con armamentos suministrados por los Estados Unidos y sus aliados (por M. Thatcher en especial, quien hasta un viaje hizo para encontrarse con quienes ahora son los enemigos de la OTAN y para alentar la sublevación en contra de un gobierno legítimamente establecido) a fin de instalar bases militares en la frontera con la URSS. Todo eso fue presentado de un modo distorsionado y hasta se boicotearon las Olimpiadas de Moscú de 1980, cuando lo que el gobierno soviético hizo fue exactamente lo mismo que lo que el norteamericano había hecho en el caso de Cuba: no permitir la instalación de bases militares en su frontera. En todo caso, el punto político importante, que el ciudadano americano medio sería incapaz de valorar como debe ser, es que el re-diseño del Medio Oriente no es más que el resultado de un esfuerzo de 15 años por parte de los norteamericanos por llenar el espacio que dejó vacío la Unión Soviética y eso lo intentan una y otra vez hasta que se topan con un límite. El límite, desde luego, no es ni legal ni moral, sino de fuerza. Lo interesante, por lo tanto, del caso de la presencia militar rusa en Siria es precisamente que a los americanos, por primera vez quizá en la historia, se les puso un alto. La decisión de Rusia no es el resultado de un capricho ni de una rabieta del dirigente ruso (no es un individuo que reaccione por medio de exabruptos): es una decisión político-militar que sirve para marcar los límites actuales del poder norteamericano, un recordatorio de que hay también en el mundo otra super-potencia (aunque no sea hiper-potencia), y que no se puede ir más allá a menos obviamente de que se tome la decisión final en favor de un enfrentamiento con armamento no convencional. El ciudadano norteamericano no está habilitado para entender que es su país el que pone en peligro al planeta entero, porque la descripción de los hechos a la que está acostumbrado no le permite interpretarlos correctamente, con un mínimo de objetividad. No queda más que “explicar” las situaciones en términos de irracionalismo y barbarie de otros pueblos, lo cual es obviamente ridículo. En el plano de lo real, sin embargo, son los hechos crudos los que hablan. No es por casualidad que B. Netanyahu tuvo que hacer hoy lunes un viaje de 3 horas a Moscú para hacer arreglos con quien es hoy por hoy la bête noire de la prensa mundial: Vladimir Putin. La tergiversación periodística sirve para mantener adormiladas a las mentes, pero es obviamente inservible frente a los helicópteros y los portaviones.
Consideremos ahora sí nuestras preguntas. ¿Podemos hacer algo para no quedar atrapados, como los norteamericanos, en un sistema que impide sistemáticamente que se comprenda la realidad política del mundo, un sistema de mentiras camufladas, de desinformación tendenciosa?¿Podemos hacer algo para no dejarnos imponer una visión de blanco y negro, de buenos y malos (siendo los dueños de los medios y lo que representan los buenos, desde luego)?
Me parece que uno de los pilares del poder de los medios es la ignorancia, profunda y extendida, de la gente. No obstante, es un hecho que siempre hay mecanismos para la auto-preservación y la salvación. Lo importante es despertar las mentes de las personas, abrirles los ojos. Es preciso que los humanos de nuestros tiempos entiendan que si bien la opresión mental es terrible, no es imposible de superar. Quien quiera puede obtener la información que busca, si la busca. Hay que aprender a descolonizarse. La gente debería buscar información en la prensa de otros regímenes, países, culturas y ello en la actualidad es perfectamente factible. Hay que aprovechar el hecho de que el inglés es el idioma universal y que en muchos países en los que se hablan otros idiomas siempre hay fuentes de información en inglés. De manera que podemos afirmar que si este ocultamiento criminal de la verdad política se sostiene es en alguna medida por la indolencia de la gente. La liberación mental es factible, pero exige un esfuerzo por parte del individuo. Tenemos que entender que está, por una parte, la “información” que nos va a llegar, hagamos lo que hagamos y estemos donde estemos y, por la otra, la información que tenemos nosotros mismos que buscar. Se tiene que aprender a desconfiar de los medios bajo cuya influencia estamos, a (por así decirlo) leer al revés sus mensajes y los datos que proporcionan. Así , si alguien quiere enterarse de lo que pasa en América Latina tiene que buscar portales en internet que no son los estándares, como “Aporrea”, de Venezuela, Granma de Cuba, HispanTV, Telesur (un canal de televisión que llega a toda América del Sur pero que no se permite que llegue a México. Es tan superior a lo que nosotros tenemos!”) y así sucesivamente. Podemos, pues, ser hasta cierto punto optimistas: la liberación del pensamiento es posible, sólo que hay que luchar por ella.
Respecto a si en los países occidentales hay libertad de pensamiento y de expresión, pienso que la repuesta es: sí la hay, dentro de ciertos marcos. Se pueden expresar multitud de verdades, sobre los más variados temas, pero hay límites que no se pueden traspasar. Se puede ser todo lo iconoclasta que se quiera en relación con lo que cae dentro del marco, pero cuestionar el marco mismo y las “verdades” que lo sostienen es prácticamente imposible y hasta peligroso. Hay, no obstante, que seguir adelante, porque es cada día más claro que cualquier cosa es mejor que vivir formando parte de un ejército de borregos.