La semana pasada el mundo entero fue testigo de un acontecimiento (desplegado a lo largo de varios días) que difícilmente se podrá borrar de la memoria individual (si se vieron los videos que se difundieron tanto por televisión como en la red) y con toda seguridad nunca de la historia universal, ciencia social que tiene como una rama de especialización la recopilación de las acciones más horrorosas y despreciables cometidas por los seres humanos a lo largo de su presencia en el planeta. Millones de personas esparcidas a lo largo y ancho del mundo, en Francia, en Egipto, en Japón o en México, fuimos testigos de una situación que resultaba difícil hasta de ver y que rayó en la paradoja. ¿Por qué en la paradoja? Porque los calificativos que empleamos para describir la situación en cuestión están, por así decirlo, invertidos. Normalmente, las muchedumbres corren, se protegen, tienen miedo y, también normalmente, los soldados son seres valientes, que exponen sus vidas en aras de una causa noble y a través de actos heroicos. En este caso, sin embargo, la situación fue exactamente al revés: vimos a personas inermes, desprotegidas, simplemente manifestando su indignación y su rabia por la situación en la que se les obliga a vivir, actuando con una valentía incomparable, en más de un sentido realmente “admirable” y teniendo frente a ellas a un conglomerado de cobardes (sólo esa palabra es útil en este caso), de soldados armados hasta los dientes, equipados con todo lo que la tecnología de vanguardia proporciona y dedicados, sin realmente exponerse a nada, sin correr el más mínimo riesgo, a disparar sobre la población civil como si estuvieran en una sesión de cacería de conejos o perdices. Murieron en el dolor hombres, mujeres, ancianos y hasta una niña de cuna, asfixiada por el brutal bombardeo con gases lacrimógenos. Los soldados se divirtieron a sus anchas seleccionando víctimas, muchas de las cuales eran periodistas. ¿De quién hablamos? Del sufrido y heroico pueblo palestino, por un lado, y del ejército israelí, por el otro.
Salta a la vista que la comprensión de lo que sucede en el Medio Oriente no se explica únicamente mediante un trabajo periodístico. De hecho, el periodismo por sí solo entorpece la comprensión, porque lo que los periodistas proporcionan son imágenes fugaces, datos las más de las veces inconexos y que no son susceptibles más que de generar una visión superficial y pasajera de lo que pasa. Desde luego que la comprensión real exige que se conozcan los datos periodísticos, pues es menester tener datos frescos acerca de lo que se habla, pero la comprensión genuina no se puede gestar si no se conoce el contexto global de los sucesos, el trasfondo en el que se inscriben. Intentemos nosotros conjugar unos cuantos datos de ambas clases.
Como nos lo hicieron saber los periodistas, lo que detonó la protesta masiva de los palestinos que viven en el campo de concentración más grande del mundo y de la historia y que se le conoce como ‘Gaza’ fue el septuagésimo aniversario de la creación del Estado de Israel, aniversario jocoso cuya otra faceta sin embargo es lo que los palestinos llaman ‘Nakba’ o ‘Catástrofe’. ¿De dónde viene y cómo se justifica este apelativo? Proviene del hecho de que la creación de un Estado (Israel) requirió de la expulsión de cerca de un millón de personas de los territorios en donde habían vivido por siglos, sin contar ya las múltiples víctimas ejecutadas de los más diversos modos a lo largo de muchos años. No voy a entrar en los detalles (algunos muy bien conocidos) de los mecanismos puestos en acción para de manera bestial correr a decenas de miles de familias de sus casas y entregarles sus tierras y propiedades a recién llegados, por lo que me limitaré a considerar los hechos relevantes del momento. Éstos son simples, pero son efectivamente comprensibles sólo cuando se conoce la trama completa. Aquí el hecho crucial fue la decisión del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de trasladar la embajada norteamericana de la ciudad de Tel-Aviv a Jerusalem. Alguien podría pensar que a final de cuentas da lo mismo que una embajada esté en una ciudad o en otra, pero ello no es así. La decisión norteamericana fue un acto políticamente muy significativo, tanto a nivel mundial como internamente. A nivel mundial porque sentó un precedente de apoyo incondicional, de sumisión lacayuna a la política del actual gobierno israelí; e internamente porque puso de manifiesto la incontrovertible realidad del total dominio sionista sobre los Estados Unidos. Para quien quiera que sea que tenga un mínimo de información ese hecho es un lugar común, una trivialidad, por lo que no podría sorprender a nadie la declaración del presidente legítimo de Siria (país actualmente invadido por los Estados Unidos y agredido cotidianamente por la aviación israelí), Bashar-al-Ásad, de que no tenía el menor sentido discutir con un presidente que no gobierna en su propio país. El presidente sirio, naturalmente, no dio una explicación del contenido de su afirmación, pero realmente no creo que haya nadie que, estando en sus cabales y siendo serio, podría negar la veracidad de sus palabras. Lo que es no sólo importante sino urgente entender es entonces por qué en efecto Donald Trump no manda en su país.
Antes de externar mi opinión sobre dicho tema, sin embargo, me voy a permitir hacer un corte para disponer de algunos elementos que nos permitan elaborar un marco apropiado a fin de presentar y discutir fructíferamente el tema que nos incumbe. Para ello, permítaseme hacer una veloz alusión a un diálogo de Platón. Ese pensador superior que fue Platón tenía la virtud de formular problemas filosóficos de tal manera que a sus interlocutores les resultaba imposible evadirlos y por ende no enfrentarlos. Así, en uno de sus diálogos más célebres, La República (que en mi modesta opinión debería haber sido traducida como ‘El Estado’), Platón incorpora en el Libro I de su obra una extraordinaria discusión entre Sócrates y un sofista de nombre ‘Trasímaco’. La discusión gira en torno a los fundamentos del derecho y, por consiguiente, a la noción de justicia. La pregunta inicial es muy simple: ¿qué es lo justo y cuál es su fundamento? Todos quisiéramos pensar que la racionalidad y la moralidad tienen algo que ver en el asunto, pero Trasímaco rechaza esa propuesta. Él sostiene que el fundamento del derecho y de la justicia es y sólo puede ser la fuerza, el orden que por la fuerza se impone. La justicia es lo que se deriva de las decisiones del más fuerte, de quien manda. El debate entre Sócrates (o sea, Platón) y Trasímaco es muy cerrado, pero no termina como en otros diálogos con una victoria aplastante por parte de Sócrates. Nuestra inquietud es entonces: ¿hay alguna manera, una manera que se le habría escapado al mismísimo Platón, de refutar a Trasímaco?¿Realmente se reduce lo justo a lo que le conviene al más fuerte? Como no es mi propósito discutir filosofía en este artículo le dejo el tema al lector para que él trate de encontrar su propia respuesta y paso entonces, teniendo la discusión platónica en mente, al tema de lo sucedido en Palestina la semana pasada.
Lo primero que tenemos que señalar es entonces que, independientemente de lo que pensemos que es la justicia, la política del actual Estado de Israel es política (si se me permite el barbarismo) típicamente “trasimáquea”. Si hay un Estado en la Tierra, además de los Estados Unidos, que funda todas sus acciones en el poder financiero y militar del que dispone es Israel. Aquí ni la moralidad ni la racionalidad (más que la meramente práctica) son tomadas en cuenta. Las vergonzosas declaraciones de los dirigentes israelíes después de la horrorosa masacre de la semana pasada no permiten dudas al respecto. Benjamín Netanyahu, por ejemplo, con desparpajo comentó que así como habían muerto muchos palestinos habían muerto también muchos nazis. La implicación es obvia. Y Avigdor Lieberman, el ultra-fanático ministro de relaciones exteriores, no dudó en proponer medallas para los soldados que hubieran asesinado a mansalva a civiles cuyo único crimen consistía en haberse acercado al muro y a las vallas que separan a Gaza de Israel. Bueno, los partidarios israelíes de Trasímaco pueden vanagloriarse de más de 60 muertos y de más de 2000 heridos, pero de seguro que no pueden llegar tan lejos como esperar que los habitantes del planeta se unan a su regocijo! Y, sin embargo, parecería que es precisamente a algo tan absurdo como eso a lo que en el fondo aspiran!
Una cuestión álgida es desde luego el status de Jerusalem. Supongo que, como lo confieso, dado que no soy adepto de ninguna de las tres grandes religiones monoteístas, forzosamente veo el caso desde una perspectiva diferente a la de judíos, cristianos e islamistas. Los actuales detentores del poder en Israel sostienen que Jerusalem es su capital, pero históricamente eso es cuestionable. Desde la destrucción del Templo y la expulsión de la población autóctona por allá del año 70 de nuestra era y partir de la expansión del cristianismo, la zona fue de hecho compartida por cristianos, musulmanes y judíos en muy distintas proporciones a lo largo de diferentes periodos de la historia. Uno se pregunta por qué no podría ello seguir siendo así y por qué no podrían adeptos de distintas religiones convivir ahora como de hecho lo hicieron durante siglos. Si en Bosnia Herzegovina quedó demostrado que judíos, musulmanes y cristianos podían vivir en armonía: ¿por qué no dejan ahora que practicantes de esas mismas tres religiones vuelvan a compartir sus destinos? No son los pueblos los que se odian unos a otros, sino las fuerzas que los manejan. Vale la pena recordar, en particular, que entre musulmanes y judíos nunca hubo problemas de racismo o de persecuciones, como sí las hubo entre cristianos y judíos en Europa. El anti-semitismo, sin duda un fenómeno real del pasado pero en la actualidad de hecho inexistente, fue un fenómeno europeo, con fuertes raíces religiosas y financieras. Empero es bien sabido que las comunidades judías que se instalaron en Irak, en Irán inclusive (en donde todavía las hay y en donde viven pacíficamente) y en los litorales mediterráneos africanos (Marruecos, Libia, etc.) nunca sufrieron persecuciones ni pogromos como en la Rusia zarista. Fue con el triunfo aplastante del sionismo (sobre todo en su versión norteamericana) que se inició (a veces a la fuerza, como lo pone de manifiesto Alison Weir en su libro Against our Best Judgment, o sea, En Contra de Nuestro Mejor Juicio) un regreso masivo de ciudadanos que profesaban la religión judía a lo que los cristianos habían llamado ‘Tierra Santa’. El proceso se aceleró cuando prominentes sionistas norteamericanos negociaron con el gobierno británico la entrada en guerra de los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial a cambio de la creación de un “protectorado” que un cuarto de siglo después desembocaría en la creación del Estado de Israel, esto es, en 1948. El problema fue que, en lugar de crear un Estado en el que convivieran tanto los nuevos habitantes como quienes ya residían allí, lo que con toda frialdad se planeó fue la creación de un Estado en el que no pudieran vivir más que los nuevos habitantes, lo cual requería que se expulsara al precio que fuera a quienes hasta ese momento habían residido allí. Desde antes de la creación de Israel organizaciones paramilitares y terroristas, como la Haganá e Irgún, practicaron una política de agresión incontenible en contra de la población árabe que vivía en lo que ahora es Israel y los territorios ocupados. Sobre esto hay mucho material histórico por lo que no entraré aquí en detalles.
Regresando al presente y conjugando resultados, yo diría que estamos ahora sí en posición de ofrecer una explicación razonada y bien fundada acerca de por qué un Estado se permite actuar como lo hace Israel sin acatar el derecho internacional. Los líderes israelíes son partidarios de Trasímaco y si lo son es porque tienen, en este periodo histórico, la fuerza de su lado. Ellos sólo creen (y veneran) la fuerza, que sin duda hoy por hoy tienen. Pero ¿en dónde está la fuerza de Israel? La repuesta no puede más que ser sorprendente: no en Israel, sino en los Estados Unidos. En este segundo país hay una comunidad sionista que maneja prácticamente a su gusto a la sociedad norteamericana y que mantiene un control férreo sobre el gobierno norteamericano a través del cual orquesta la política internacional de los Estados Unidos. Eso es poder, no bromas! Ahora sí nos explicamos multitud de situaciones que son prima facie simplemente incomprensibles. ¿Por qué los Estados Unidos bombardean Siria, un país que nunca los ha atacado, y por qué tienen un ejército instalado en territorio sirio sin el consentimiento del gobierno legítimo de ese país? Peor aún: ¿por qué invadieron Irak?¿Por qué se dio el conflicto en Ucrania o, mejor dicho, por qué orquestaron un golpe de Estado en esa ex-república soviética?¿Por qué ese encono por parte del congreso norteamericano en contra de Rusia? Podemos plantear esas y mil preguntas más que reciben respuestas satisfactorias sólo si entendemos el rol y la importancia del sionismo norteamericano, su protección, decidida y totalmente acrítica, de los gobiernos de Israel, el apoyo indiscriminado que le presta (económico, militar, de inteligencia, político, etc.) y así indefinidamente. Ello puede parecer increíble, pero no es incomprensible. Que el gobierno norteamericano esté de hecho subyugado por Israel lo único que hace es mostrar que éste tiene un poder casi absoluto sobre aquel. El reto para quien pretenda rechazar teóricamente lo que salta a la vista y todo mundo sabe consiste en ofrecer explicaciones alternativas que sean convincentes. Podemos augurar que no podrá proporcionar ninguna explicación no digamos convincente de la situación en el Medio Oriente y, más en general, en el mundo, sino ni siquiera inteligible y consistente.
Sin duda, algo que para los espectadores de la carnicería de la semana pasada resulta particularmente indignante es no sólo que se pretenda taparle la boca a quienes se levantan en contra de acciones tan inhumanas como las perpetradas por ejército israelí, sino que casi le exijan a uno que comparta con ellos su morbosa alegría! Desde luego que todo ello es inmoral, indignante, etc., pero es también muy revelador, pues da una idea de los niveles alcanzados por el poder sionista mundial. No resulta posible compartir los crímenes cometidos en Palestina porque ninguna persona normal podría percibir la más mínima conexión entre la matanza colectiva de la semana pasada y lo que en otros tiempos sucediera con poblaciones judías que eran acosadas, agredidas, violentadas, humilladas y hasta aniquiladas, sobre todo en Europa Oriental y en particular en Rusia, que es el argumento al que más a menudo se apela. Esos sucesos, tan criticables y lamentables como los que nos ha tocado a nosotros presenciar, tienen coordenadas espacio-temporales completamente diferentes. No hay duda de que, tarde o temprano, la política israelí no podrá seguir practicándose y eventos tan odiosos como los de la semana pasada de una u otra manera contribuyen a modificar el panorama. Por lo pronto, permiten extraer lecciones. Por ejemplo, dejan en claro de una vez por todas que es un error deliberado confundir el sionismo de Theodor Hertzl con el sionismo contemporáneo. El primero era un movimiento de liberación; el segundo es un movimiento imperialista y de sometimiento. Hacen ver también que el actual gobierno de Israel es cada día menos representativo de la totalidad de la población judía. Hay muchos judíos y ciudadanos israelíes, dentro y fuera de Israel, que están decididamente en contra de la política racista practicada por Netanyahu y su séquito. A los sionistas actuales se les ha hecho muy fácil operar libremente recurriendo al fácil mecanismo de identificación de anti-semitismo con anti-sionismo, pero eventos como las de la semana pasada hacen ver que estratagemas así rápidamente se desgastan y finalmente terminan por ser totalmente inefectivas. Y está también como una consecuencia de lo sucedido el hartazgo al que los sionistas están llevando al pueblo norteamericano. Como señalé más arriba, todo el poder de Israel está basado en el poder de los grupos sionistas norteamericanos. El día en que ese poder se tambalee o inclusive se derrumbe, por inverosímil que resulte pensarlo en este momento, el poderosísimo Estado de Israel podría derrumbarse. Es obvio que no es en tiempos de euforia y de triunfo cuando se mide la solidez de los cimientos de un Estado, sino en tiempos de crisis severas y de peligros letales e Israel no pasa todavía por fases así. Lo que habría entonces que cuestionarse es si no es precisamente en esta dirección que los actuales dirigentes israelíes están llevando a su propio país. Son ellos quienes están debilitando los cimientos de su propio Estado y sembrando desde ahora problemas innecesarios para su propia población y para su propio futuro. Definitivamente, no es sobre la base de injusticias flagrantes y de atrocidades descaradas como se construye un Estado sólido y respetable (no digamos ya “querido”). Nosotros, ciertamente, no somos partidarios de Trasímaco y creemos que Sócrates estaba en la vía correcta.
Así como una manzana podrida puede pudrir todo un saco de ellas, así la conducta inmoral y repulsiva de un Estado puede muy fácilmente contagiar a otros. Como todos sabemos, ya saltó a la palestra una norteamericana proponiendo que se siga el ejemplo israelí en la frontera con México y que se ametralle a los inmigrantes, mexicanos, centroamericanos o de donde sean. Trivializar y exaltar la violencia y el dolor, tanto físico como mental, de los seres humanos, jugar con él, banalizarlo, burlarse de quien lo padece, es lo más anti-humano que pueda haber. En realidad lo único que muestran aquellos que, como los dizque super soldados israelíes (que dicho sea de paso no soportarían un choque directo con un ejército tan fogueado como el actual ejército sirio), se ensañan sádicamente con los indefensos y los desvalidos es que rompieron su vínculo natural con el género humano y eso es una ofensa de magnitudes tan colosales que ni Dios con toda su benevolencia sabrá perdonar.