Categoría: 2018-I

Artículos de opinión del primer semestre de 2018.

De Regreso a la Realidad

Por fin se acabó ese entretenido circo mundial que fue la Copa del Mundo de Rusia 2018! Habría de inmediato que decir que en tanto que evento social fue todo un éxito: espléndidamente organizado y de muy variadas consecuencias benéficas para la sociedad rusa en su conjunto. Ciertamente, digo yo, el pueblo ruso ya se merecía una fiesta así, ya tenía derecho a ella, un derecho ganado a pulso por años de esfuerzos de reconversión social, de trabajo y de adaptación a un mundo que hasta hace dos décadas le era casi desconocido. Después de todo, también los ciudadanos rusos tienen derecho a interactuar masivamente con personas de otras partes del mundo y a que éstas admiren sus imponentes y hermosas ciudades, contemplen sus maravillosos paisajes, disfruten de sus tradiciones culinarias y aprovechen su ya legendaria hospitalidad. Grosso modo, yo diría que hubo dos grandes ganadores en este formidable evento internacional: futbolísticamente, me parece, ganó África dado que (así me lo indica mi sentido común) si un equipo (de Francia o del país europeo que sea) de once jugadores se compone de 8 o 9 jugadores de origen africano, en este caso de antiguas colonias del imperio francés, no queda más que decir que, en al menos algún sentido, el equipo es más bien representativo de África que del ganador. Yo entiendo obviamente todo lo que se podría responder a esto, pero me parece que se podrían asimilar todas las respuestas y seguir manteniendo lo que afirmé. A mi modo de ver lo que esta situación pone de manifiesto es que nada escapa al fenómeno de la globalización y al de desaparición paulatina de los estados nacionales. Por otra parte, la gran vencedora sin duda alguna fue Rusia, queriendo esto decir, su población y su gobierno. El tema, me parece, amerita unas cuantas palabras aclaratorias.

Sólo un invidente político podría querer negar que la realización de la Copa del Mundo significó un gran triunfo político de Rusia sobre algunos de sus adversarios tradicionales, como por ejemplo Inglaterra (los Estados Unidos estuvieron ausentes de esta gran fiesta mundial porque, como todos sabemos, ellos se auto-excluyeron perdiendo deliberadamente su clasificación. ¿O habrán perdido jugando en serio?). En esta ocasión, las intrigas de los campeones en perfidia, esto es, los ingleses, no sólo no surtieron efecto, sino que a final de cuentas les resultaron a ellos altamente contraproducentes. Como todo mundo sabe, el gobierno de Su Majestad, sirviéndose de la odiosísima prensa británica (no sé si la más mentirosa del mundo, pero con toda seguridad la más estridente e irrespetuosa), intentó empañar el campeonato que estaba a un par de meses de iniciarse inventándose un ridículo caso de intento fallido de asesinato en suelo británico por parte de los servicios secretos rusos. Al parecer el objetivo era asesinar a  un ex-espía ruso radicado en Inglaterra (y a su hija, que vive en Moscú en donde, se me ocurre, hubiera sido más fácil dar cuenta de ella) y que trabajó durante años para los servicios de espionaje ingleses. Este sujeto, Serguéi Skripal, que abandonó Rusia en 2010 después de varios años de cárcel, habría sido víctima de un atentado fallido por parte de algún James Bond ruso que habría patéticamente fracasado en su misión (si en verdad así fueran los servicios de inteligencia rusos, Rusia ya no existiría). La grave acusación inglesa, obviamente, nunca vino acompañada de la más mínima prueba. La situación empezó a tornarse bochornosa cuando inclusive miembros del laboratorio de los servicios secretos británicos tuvieron que reconocer que era posible que el gas novichok, supuestamente de fabricación rusa y con el que se habría intentado matar a Skripal, habría podido ser sido fabricado en un sinnúmero de países (hasta en la República Checa, por ejemplo, según informaron), contradiciendo así las declaraciones de su propio gobierno. Sin cejar en su esfuerzo por arruinarle a Rusia el evento deportivo, sin embargo, el asunto Skripal le permitió al gobierno inglés forzar un intercambio de expulsiones de diplomáticos, agriando la atmósfera internacional y pensando que con ello se enturbiaría la fase final de preparación del torneo. Toda esa sucia política de permanente hostigamiento de Rusia, sin embargo, fracasó rotundamente y culminó con la renuncia de uno de los grandes promotores del conflicto, a saber, el fugaz ministro de asuntos exteriores, el tristemente célebre Boris Johnson. Los ingleses, que a veces siguen delirantemente actuando como si estuviéramos en el siglo XIX y tuvieran todavía su imperio, insinuaron que boicotearían el evento deportivo, seguramente fantaseando con que podrían volver a hacer lo mismo que hicieron en 1980 cuando, junto con los Estados Unidos y algunos otros países occidentales, boicotearon los Juegos Olímpicos de Moscú. La respuesta no se hizo esperar y fue contundente: si no querían participar la FIFA disponía de mecanismos para sustituirlos. Eso rápidamente los puso de nuevo con los pies en la tierra y allí terminó por lo menos la primera parte de ese conflicto particular con el gobierno ruso (como tienen que salvar la cara, la farsa sigue con un nuevo escenario). Dicho sea de paso, la verdad es que si Inglaterra no hubiera participado no nos hubiéramos perdido de gran cosa. Lo que en cambio fue muy afortunado fue que muchos British fans viajaron de todos modos a Rusia para apoyar a su selección porque, si nos atenemos a sus declaraciones, en su gran mayoría quedaron encantados. No hubo violencia, represión, agresiones ni en general nada de los desastres con los que la prensa inglesa les había anunciado a los “fans” que se encontrarían. Por fin pudieron ciudadanos ingleses comprobar por ellos mismos que el cuadro que les pintan de Rusia su televisión y su prensa es simplemente lo más fraudulento que pueda uno imaginar y que son ellos las víctimas de un engaño sistemático. Ojalá esta experiencia deportiva y turística los blinde y los vuelva inmunes a las provocaciones y manipulaciones de los eternos portadores de odio entre los pueblos.

Por lo espléndido que fue, la Copa del Mundo de Rusia fue como una especie de sueño o de agradable letargo que, momentáneamente, nos hizo olvidar muchos aspectos de la realidad. Pero ya se acabó y súbitamente nos encontramos de nuevo frente a los hechos duros del mundo. De nuevo nos inundan con indignación las noticias sobre las masacres cotidianas de palestinos y de yemenitas, las noticias concernientes a los niños arrancados de los brazos de sus padres en los Estados Unidos, la cantidad de personas que a diario mueren ahogadas en ese cementerio marítimo en el que se ha convertido el Mediterráneo para miles de seres humanos que tratan desesperadamente de llegar a un lugar en donde siquiera los dejen vivir, y así sucesivamente. Sin embargo, también presenciamos uno que otro suceso político nuevo y profundamente interesante, como lo fue el encuentro entre los presidentes D. Trump y V. Putin. Ante el océano de artículos y de programas de televisión dedicados a manchar por todos los medios posibles dicha reunión, quisiera yo contribuir con mi propia e insignificante gota de comentario político.

Quizá habría que empezar por señalar que la mayoría de la gente no reflexiona mucho sobre lo complicado que es organizar un encuentro entre el presidente de los Estados Unidos y el presidente de la Federación Rusa, independientemente de quiénes sean. En esta ocasión se trató de un encuentro de unas cuantas horas que llevó meses orquestar. Sin embargo, dejando de lado los aspectos técnicos de preparación de la reunión, en este caso es claro que hubo además que vencer multitud de resistencias y obstáculos para que el encuentro se llevara a cabo. Esto, obviamente, fue un problema que concernía exclusivamente al presidente de los Estados Unidos porque, por paradójico que suene, el presidente del país de la libertad no es libre de dialogar con quien él lo considere pertinente. Pero ¿cómo es eso posible? Lo que pasa es que hay descomunales fuerzas políticas en los Estados Unidos que están decididamente en contra de que se produzca el menor acercamiento con el presidente Putin y, más en general, con Rusia. Hay multitud de actores políticos, nada difíciles de identificar, que consagran su vida a mantener vivo el odio, la agresión, la animadversión hacia ese país. Piénsese en gente como Madeleine Albright, Elena Kagan, Lindsey Graham o Victoria Nuland y en los poderosísimos grupos que ellas representan o en agitadoras políticas profesionales como Rachel Maddow (MSNBC) o Michelle Goldberg (New York Times), en toda esa gente que, por razones que siempre resulta interesante investigar, le ha dedicado su vida a combatir, primero, a la Unión Soviética y, ahora, a la Federación Rusa. Naturalmente, estos grupos de operadores políticos tienen como una de sus principales armas a la prensa y la televisión que son, no sólo en los Estados Unidos pero allí particularmente, un arma en el mismo sentido en que lo son un bombardero o un submarino atómico. Ellos son los enemigos (públicos y conocidos, pero hay muchos más que difícilmente se dan a conocer) del nacionalismo norteamericano de D. Trump, un nacionalismo que de manera natural busca llegar a un entendimiento con sus rivales. Por eso el actual presidente de los Estados Unidos, que trata de actuar en concordancia con la perspectiva nacionalista esbozada desde su campaña electoral, ha tenido que enfrentar a todo un estado dentro del estado que sencillamente no lo deja implementar su política. Poco a poco y a través de muchos esfuerzos, el presidente Trump se ha ido desprendiendo de multitud de miembros de su gabinete que, literalmente, le fueron impuestos cuando asumió la presidencia y ha venido penosamente formando su propio gabinete. El recurso del twitter le ha permitido defenderse mínimamente de una omnipresente prensa que mañana, tarde y noche lo acosa con noticias deformadas y mentiras descaradas (fake news), que obviamente el ciudadano medio deglute sin siquiera darse cuenta de lo que ingiere. En los Estados Unidos, el ciudadano común está 24 horas al día en manos de la televisión y ahora hundido en esa atmósfera de desprestigio permanente del actual presidente de la cual es casi factualmente imposible que se libere. Las cosas espantosas que ahora pasan en la frontera con México ya pasaban durante los periodos de Obama (si no es que eran peor entonces), sólo que no se publicitaban como se hace ahora. Pero si las cosas efectivamente son como las describimos, entonces casi lo que se debería decir es que uno de los objetivos del presidente Trump para encontrarse con el presidente ruso era pedirle a éste tiempo y ayuda. El modo como ha sido tratado en su propio país deja en claro que Trump está arriesgando algo más que su reputación. En las primeras planas de los más importantes periódicos, en el Senado, el cuerpo de embajadores, miembros de las fuerzas armadas, etc., etc., todos se unen para poner el grito en el cielo y describir a Trump como un lacayo (sic) de Putin! A mí me parece que la situación en los Estados Unidos se está poniendo tensa de un modo como no se había visto desde los tiempos de J. F. Kennedy y en ese país, lo sabemos, ya encontraron las vías para deshacerse de los presidentes incómodos: atentado o una variante de Watergate, que es lo que a todas luces está en curso ahora.

El paralelismo con Watergate no debería ser minimizado o ignorado. No recuerdo los detalles del caso contra R. Nixon, pero lo que sí se puede decir es que el actual es francamente ridículo y denota un desprecio total por el intelecto del ciudadano norteamericano, una confianza total en que se le puede manipular como se quiera. La acusación en contra del presidente, sin hasta ahora ninguna prueba concluyente, consiste básicamente en señalar que habría habido una colusión entre Donald Trump y su equipo de campaña con el gobierno ruso para “influir” en las elecciones presidenciales a través de un hackeo de computadoras de miembros del Partido Demócrata. Pero ¿se ha puesto alguien a pensar en lo que eso realmente significa? En este caso lo que hay que hacer es aplicar una variante de reducción al absurdo: hay que conceder todo lo que quieran para entonces hacer ver que ni siquiera en esas condiciones se puede deducir lo que se pretende establecer (si no es que llegamos a contradicciones y entonces se tratará efectivamente de una auténtica reducción al absurdo). Asumamos entonces que unos hackers rusos robaron información (básicamente correos) de las computadoras del partido demócrata (como si estos no tuvieran super-especialistas a su servicio) y que le hubieran pasado la “información” dolosamente adquirida a los republicanos. Supongamos sin conceder que ello fue así: ¿habría sido eso suficiente para inducir a millones de personas a votar por Trump?¿Acaso el pasado criminal y la conducta de esquizofrénica de Hilary Clinton no contaran para nada en las decisiones de millones de personas? Hablando de ilegalidades: ¿por qué no se dice nada de los 400 millones de dólares recibidos por la candidata demócrata como “regalo” del magnate estadounidense Bill Browder, ahora (como por casualidad) ciudadano británico (por lo cual ya no puede ser extraditado a Rusia) y con la ayuda de agentes secretos norteamericanos, una exorbitante cantidad extraída ilegalmente de Rusia y nunca consignada públicamente?¿Es el ciudadano estadounidense tan estúpido como para ir a votar en contra de sus propias ideas políticas sólo porque leyó algo (suponiendo que así fue) en Facebook? Es realmente de locos! El presidente Trump no se ha cansado de desmentir una y otra vez toda esta colección de patrañas. No obstante, repitiendo hasta la saciedad mentiras, una infinidad de datos sueltos que pueden ser interpretados de muy diverso modo, inferencias absurdas, etc., el espectro del juicio político (impeachment) se va poco a poco configurando. Lo que está en juego es muchísimo y los primeros afectados con lo que pase serán sin duda alguna los ciudadanos norteamericanos.

Un caso que ejemplifica de manera espectacular el conflicto entre la presidencia y las fuerzas políticas reales dentro de los Estados Unidos que le hacen contrapeso lo encontramos en Siria. Una y otra vez, el presidente Trump ha tenido que contradecirse, ordenar acciones que no son las que él quería y que considera que no son positivas para los genuinos intereses de los Estados Unidos y posponer decisiones prácticamente tomadas. Desde el año pasado, la Casa Blanca anunció la intención de salirse de una vez por todas de Siria, de no dejar en ese país a ningún soldado norteamericano, ya que de hecho lo que los Estados Unidos están haciendo es pura y llanamente invadir un país sin declaración de guerra y sin que éste le haya hecho absolutamente nada. Sobre eso la prensa no dice ni una palabra y el hecho es que no se hace lo que el presidente de los Estados Unidos quiere, lo cual significa que hay fuerzas más poderosas que él al interior de su país. Primero le inventaron un dizque ataque por parte de las fuerzas sirias con armas químicas y entonces se tuvo que ordenar un bombardeo, completamente injustificado evidentemente. Desde entonces la aviación americana bombardea arbitrariamente ciudades sirias, con el consabido costo en vidas humanas y destrucción material. La protección de los terroristas de Daesh por parte del ejército norteamericano es ya pública y notoria. Daesh es obviamente una organización terrorista, pagada y entrenada por los Estados Unidos y países como Israel y Arabia Saudita. El periódico más mentiroso del mundo, el New York Times, sin embargo, habla tranquilamente de “la capital de Daesh”, haciéndole creer a sus ingenuos lectores que hay algo así como un país en el Medio Oriente que es el Estado Islámico, un país que los Estados Unidos heroicamente defienden de “tiranos” como el patriota presidente sirio Bashar-al Ásad. Todo eso es una inmensa y espantosa calumnia y es sólo un aspecto de la guerra entre el gobierno oficial y el gobierno profundo de los Estados Unidos.

El problema para D. Trump es que en el fondo Rusia puede hacer poco para ayudarlo y la razón es obvia: el conflicto político ya no nada más latente sino real entre la institución de la presidencia de los Estados Unidos y el así llamado ‘estado profundo’ es que se trata de un problema que sólo el pueblo norteamericano puede resolver. Ya empiezan a proliferar las voces disidentes, pero la lucha es todavía muy desigual. Para quien quiera informarse un poquito acerca de visiones de ciudadanos norteamericanos contrarias a las que difunde la (así la podríamos llamar) “prensa total”, el internet proporciona algunas opciones. Lo interesante en este caso es que se trata de personajes muy diferentes y que ni siquiera se conocen entre sí, pero que empiezan a hablar de un modo como era impensable hasta hace unos cuantos años. Están, por ejemplo, los videos de David Duke, Brother Nathanael o Ken O’ Keefe, por citar a algunos. La lucha en los Estados Unidos ya empezó. El resultado nos dirá si el pueblo norteamericano logró conservar sus instituciones y empezar a desarrollar nuevas y más sanas políticas o si, por su incapacidad para emanciparse, habremos de hablar, ahora sí, del fin de la historia.

In Extremis!

Con toda franqueza, yo creo que lo mejor que podemos hacer es empezar este artículo felicitando a la Selección Nacional, pero no porque haya jugado bella o heroicamente o siquiera simplemente como era su deber haberlo hecho, sino porque gracias al lamentable espectáculo que ofreció en su juego contra Brasil podemos ya dejar atrás los sentimientos de vergüenza, bochorno y pena ajena que nos generó y concentrarnos en cuestiones importantes, como lo es la soberbia victoria obtenida por el Lic. Andrés Manuel López Obrador en el importante proceso electoral del 1 de julio. No obstante, confieso que no resisto, antes de abordar un tema serio como el incuestionable triunfo político del domingo, hacer unos cuantos comentarios sobre el patético desempeño de “nuestra” Selección.

Yo creo que así como es legítimo elogiar a un artista destacado, aclamar a un político que efectivamente trabaja para su comunidad, hacerle un reconocimiento a un científico que hace avanzar su disciplina o reverenciar a un sabio, así también se vale externar nuestra decepción, frustración o enojo cuando con quien tenemos que lidiar es con una banda de mediocres, con un grupo de fracasados o con un conjunto de incompetentes completos. Y, guste o no, esto último es precisamente el caso de la Selección, considerada in toto. Con alguna excepción, en general yo describiría a muchos de ellos como meros “lunáticos”: se trata de jugadores que cada vez que están frente a la portería rival o tienen la oportunidad de tirar al marco lo que hacen es … tirar el balón hacia la Luna! En contraste con montones de jugadores de todos los países que a 30 o 40 metros le ponen a otro el balón en los pies, éstos son especialistas en errar los pases, en perder balones, en jugar hacia atrás (eso ya es una tradición). Son desesperantes! El juego con Brasil realmente da mucho que pensar. Con un poco de imaginación perversa podría hasta suponerse, por el modo como jugaron los brasileños, que el partido estaba pensado para que ganara México (dado que ya se habían ido Argentina, Portugal y España), porque jugaron como si estuvieran jugando con niños, pero éstos fueron tan ineptos que ni regalándoles la cancha ni cediéndoles la iniciativa lograron meter un gol y evitar dos. Era obvio que para los brasileños el juego era como una sesión de entrenamiento. Hubieran podido meter 15 goles si hubieran querido. Seamos claros: la actuación de la Selección Mexicana en Rusia fue sencillamente horrenda. Sólo alguien proclive al auto-engaño estaría dispuesto a no reconocer que fue el peor equipo de este Mundial: jugadores físicamente disminuidos (Rafa Márquez, otrora estupendo central, podría haber salido con muletas o en silla de ruedas!), sin una estrategia clara de juego (a menos de que el ridículo que hicieron haya sido deliberado, pero no me atrevo a llegar tan lejos en la especulación), carentes obviamente de un verdadero crack, etc. Si a eso le añadimos el comportamiento penoso de algunos compatriotas (no me refiero a los de vestimenta estrafalaria o cosas por el estilo. Eso es perfectamente legítimo, colorido, original, sino a los barbajanes de siempre), el cuadro es completo. Por eso y muchas cosas más que podrían mencionarse, debemos darle las gracias a los jugadores de la Selección Nacional por haberle puesto fin a la pesadilla. A otra cosa!

Pasemos entonces a la gran victoria del pueblo de México y de su candidato, Andrés Manuel López Obrador.

Yo creo que lo primero que habría que decir es que el triunfo de MORENA no cae como una sorpresa para nadie. Es obvio que era políticamente impensable que AMLO no ganara. Es más: yo diría que inclusive si, per impossibile, hubiera perdido de hecho la votación, de todos modos hubiera sido necesario declararlo vencedor. ¿Por qué? Porque no hacerlo hubiera sido simplemente incendiar el país, orientar el descontento popular por la vía de una inconformidad política profunda y colocar a México a las puertas del infierno. Eso es algo que nadie conscientemente habría querido promover, fomentar o permitir. O sea, ante un fraude electoral de las magnitudes que se requerían para volver a robarle el triunfo al Lic. López Obrador, esos 45 o 50 millones de personas que votaron por él habrían salido a las calles y el país habría explotado. Nadie en sus cabales, ni siquiera los más aguerridos de los enemigos de AMLO, se habrían atrevido a hacer algo así. Por lo tanto, el triunfo popular en esta ocasión era inevitable. Una vez cada 40 años tampoco es mucho pedir!

Podría preguntarse; ¿por qué era impensable que López Obrador no ganara?¿Porque él es una persona bien intencionada, de buenos sentimientos, porque se ganó el corazón de la gente? Seamos claros: lo más absurdo que se puede intentar hacer es pretender explicar situaciones políticas desde la plataforma de la subjetividad. No hay genuinas explicaciones así. La que hay que entender es que la situación actual es la última etapa de un proceso de más de 40 años de disminución permanente del nivel de vida de los mexicanos, una situación causada por multitud de agentes políticos que aprovecharon y promovieron consistentemente la corrupción y que causaron un desastroso deterioro institucional. Todos esos parásitos se beneficiaron de la riqueza nacional a lo largo de muchos sexenios durante los cuales el pueblo asistió maniatado a un indignante espectáculo de enriquecimiento ilícito por parte de ridículos aspirantes a conformar una nueva “nobleza”, una pseudo-nobleza basada en el robo descarado del patrimonio nacional y en el manejo personalizado de las instituciones, una dizque nobleza sin méritos propios, sin virtudes, sin contacto con el pueblo (error de repercusiones nunca inmediatas, pero siempre fatales). Lo que pasó el domingo, por lo tanto, no es el resultado de una improvisación, no fue la toma del poder por un grupo rebelde ni nada que se le parezca. El triunfo político de AMLO es la expresión, recatada y discreta pero firme, de un pueblo que está harto de vivir en los límites de la miseria, en un contexto de contrastes sociales odiosos, viendo que vendidos y corruptos manejan las instituciones del país a su antojo y siendo permanentemente víctima de toda clase de arbitrariedades. La verdad es que con el resultado de las elecciones muchos corrieron con suerte, porque al canalizar el descontento popular a través del juego electoral, se salvaron de la furia popular, la cual puede ser implacable. Así, pues, la opción era: o López Obrador o un conflicto social de magnitudes superiores. Los beneficiados del sistema no tenían entonces opción.

Lo anterior es importante, porque de inmediato revela la naturaleza del  suceso. Dejando de lado las sandeces de multitud de mal intencionados, de periodistas amarillistas de cuarta, de comentaristas políticos que se toman a sí mismos muy en serio (algunos son de risa, realmente) y engendros parecidos, es cierto que el triunfo electoral es el triunfo de la ideología populista, pero la ideología populista no es ideología revolucionaria. La ideología populista es, en situaciones extremas como la mexicana, la ideología del sentido común, de la sensatez política, de la conmiseración por los desfavorecidos, del esfuerzo por hacer renacer un mínimo de solidaridad social, de aspiraciones de florecimiento individual y colectivo, de crecimiento económico, de restablecimiento moral. Ya basta entonces de las torpes, superficiales y mañosas contrastaciones entre el populismo lopezobradorista y, por ejemplo, el pensamiento revolucionario bolivariano representado hoy por el presidente Maduro o la maravillosa revolución indigenista de Evo Morales. El populismo mexicano no apunta a reformas agrarias, a nacionalizaciones de bancos, a la reintroducción del control de cambio o cosas por el estilo. En lo más mínimo. El objetivo del gobierno populista es “simplemente” proteger un poquito a los “desheredados de la tierra”, limitar la voracidad y la insaciabilidad de los aprovechados de siempre (por ejemplo, los eternamente beneficiados por la Secretaria de Hacienda), forzar a que la casta de los “inversionistas” se ajusten siquiera a los lineamientos constitucionales, purificar los mecanismos gubernamentales en toda clase de transacciones, acabar con los  detestables favoritismo y amiguismo, con la justicia selectiva, con los excesos de burocratización y así indefinidamente. Y todo eso es mucho y muy positivo, algo que se tiene que apoyar y reforzar en toda la línea, pero debe quedar bien claro que por positivo que sea no es ni equivale a una revolución.

El gobierno popular elegido en las urnas el domingo pasado tiene metas de política interna muy concretas, alcanzables, sensatas y modestas, aunque no por ello desdeñables o menospreciables, pero sin duda alguna es de significación mayor en el terreno de la política exterior. Por fin podrá México desembarazarse de la repugnante política entreguista, lacayuna y cobarde orquestada por L. Videgaray, el cual tiene que rendir cuentas puesto que no sólo no llegó a aprender nada a la Secretaría de Relaciones Exteriores (yo creo que es un ignoramus completo de la historia diplomática de México), sino que estuvo a punto de convertirla en una oficina del Departamento de Estado. Medida con el rasero de la gran tradición no intervencionista, de resolución pacífica de conflictos, etc., desplegada por México a lo largo de muchos decenios, la actuación de Videgaray (sí, el del caserón impresionante allá en Malinanco) es casi de traición a la patria! Considerado simbólicamente, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador podría significar el fin de la ola de gobiernos reaccionarios y anti-populares en América Latina y cuyos mayores exponentes son obviamente los gobiernos de Argentina y de Colombia (el segundo como miembro “observador invitado” de la OTAN y el primero como albergando en la Patagonia ya sin tapujos bases norteamericanas e israelíes. Que nadie se sorprenda por un súbito desmembramiento de Argentina). Pero, una vez más, si bien es innegable que el gobierno del Lic. López Obrador habrá de tener efectos positivos en el continente tampoco se efectuará una revolución en este dominio de la vida pública: México no firmará tratados militares con Rusia o comerciales con China. Sí mejorarán (y hay que aprovechar la oportunidad al máximo) las relaciones con Cuba, con Venezuela, con Palestina y se defenderán posiciones un poquito menos estúpidas que las que hasta ahora se han enarbolado en múltiples foros internacionales, pero nada más. Todo eso que hemos mencionado es poco desde el punto de vista de lo que podría ser, pero mucho desde la perspectiva de lo que hay.

Es importante tener presente que la plataforma que habrá de darle soporte a la política delineada por el nuevo gobierno es el apoyo popular. Ni el mejor intencionado de los gobiernos puede operar en concordancia con sus planes si la oposición no lo deja trabajar, pero ello es factible sólo si la opinión pública quedó paralizada mentalmente por, por ejemplo, la televisión y la prensa. Eso fue precisamente lo que pasó en Argentina. En una confrontación abierta la “oposición” no le gana al gobierno salvo si falta el apoyo popular. Si la oposición impide, traba, bloquea, mina, boicotea, etc., la política gubernamental, el gobierno puede tomar medidas más drásticas y ponerla en orden, pero eso es sólo posible si tiene el aval de la población en su conjunto. De otra manera está perdido. Considérese a D. Trump. Es obvio que cuando llegó al poder Trump venía ya con un gabinete armado por otros y que le impusieron a la casi totalidad de sus colaboradores. Le ha llevado casi dos años liberarse de ellos y empezar a delinear en algunos casos su propia política. La paz con la República Democrática de Corea del Norte sólo pudo implementarse porque el presidente Trump logró imponerse a los militares y si los Estados Unidos no se han salido de Siria es porque el presidente norteamericano no ha podido meter en cintura al sector “militar-industrial”. La próxima reunión con el presidente V. Putin se hace a pesar de la oposición de múltiples consejeros, altos mandos y “policy.makers” que quieren la confrontación permanente con Rusia. Si cosas así pasan en los Estados Unidos, un país que goza de instituciones estatales relativamente sólidas pero también un país en el que, como aquí, la prensa y la televisión (propiedad de unos cuantos y ya sabemos de quiénes) dominan por completo el espacio mental de las personas: ¿qué no podría pasar en México? Para ilustrar el caso: como todo mundo sabe, en época del presidente Luis Echeverría sus adversarios en México (entre los cuales destacaba el poderoso grupo Monterrey) habían creado una empresa dedicada a elaborar diariamente un chiste para denigrar al presidente, al que presentaban como un pobre tonto que no entendía nada. Todo mundo conocía “el último chiste de Echeverría”. Eso es guerra mediática y el enfrentamiento fue muy costoso para el país. No se puede permitir, por lo tanto, que se debilite al nuevo presidente con chistes, memes, caricaturas, etc., porque es una forma de, por así decirlo, “ablandarlo” y ya ablandado, entonces no podrá implementar libremente su política y sus planes de gobierno. El apoyo popular es, pues, esencial al gobierno popular.

El agotamiento y el hastío del pueblo de México llegó a tal grado que MORENA, como resultado de una especie de intuición vital suprema por parte de la gente, barrió en prácticamente todos los frentes (presidencia, estados, diputaciones, Ciudad de México, etc.). El pueblo, jugando el juego democrático de las elecciones, juego en el cual le hicieron trampas incontables veces, llevó a su candidato a la silla presidencial. Es importante en este sentido entender la diferencia entre un candidato ordinario, un Meade o un Anaya cualesquiera, y un candidato populista. Éste no puede contar con el status quo como garantía de las bondades de su administración. En el caso del populismo la gente tiene que fiarse a la calidad moral de su candidato. Y en este caso, me parece que podemos estar tranquilos. Pienso que el Lic. López Obrador sí sabrá corresponder a la confianza depositada en él por el pueblo de México. La garantía última de su proyecto gubernamental es, pues, él mismo. Así es el sino de los gobernantes populares: tienen que ser moralmente impecables, porque su fuerza radica precisamente en su honestidad, su probidad, su lealtad con sus compromisos ideológicos y morales. Una gran decepción política en este caso sería un golpe mortal al pueblo de México. Tendría como consecuencia la desmoralización total de la población. Estoy persuadido de que el Lic. López Obrador está consciente de ello y que sabrá actuar en concordancia con los mandatos de su conciencia. (Es curioso, pero vale la pena señalar que este mismo discurso en relación con cualquier político estándar no populista suena totalmente artificial y hasta ridículo. ¿Por qué será así?).

¿Cuáles son las tareas inmediatas del nuevo gobierno? Un sinfín. Tiene que haber medidas maquiavélicas, pero esas son fáciles de implementar. La supresión de las cuantiosas pensiones de los ex–presidentes, por ejemplo, es una medida sana, de efectos inmediatos y relativamente fácil de tomar. Y una medida así, que habría obviamente que publicitar con bombo y platillos, le daría un gran gusto a la población. Pero con medidas así no se tocan las estructuras del putrefacto régimen que desde hace muchos lustros se vino constituyendo. Hay que retomar las reformas de Peña Nieto en materia de telecomunicaciones, petróleo, educación y demás y estudiar a fondo los contratos, sobre todo los de concesiones a particulares tanto extranjeros como nacionales. Hay que degollar a Pemex de su repugnante mafia (hacer como hizo C. Salinas: de buenas a primeras, sin avisar, meter a la cárcel a los líderes que no sólo se han enriquecido de manera obscena con el petróleo y el gas de México, sino que de hecho han permitido todo el tráfico de gasolina, el negocio de los huachicoleros y demás). Tiene que haber expropiaciones, quizá no estatales pero sí de las propiedades de los rateros profesionales que, de una u otra forma incrustados en los gobiernos anteriores, se hicieron multimillonarios. Hay que expropiarles lo que en realidad no es de ellos (Piénsese simplemente en gobernadores como los Duarte y ya con eso). Se tienen que crear o re-crear instituciones. Tengo en mente, por ejemplo, lo que en su origen fue la CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares), usada de la manera más descarada por Raúl Salinas durante el sexenio de su hermano, una institución que habría que reconstruir sobre nuevas bases, con nuevas estructuras y mecanismos de vigilancia, calidad, etc. Debería volver a crecer el sector para estatal! El Estado mexicano tiene que tener con qué defenderse y no ser meramente un agente al servicio del capital financiero e industrial. De ahí que en realidad la tarea del Lic. López Obrador sea ni más ni menos que la reconstrucción del país. La verdad es que deberíamos ver al país como si se acabara de terminar una terrible guerra y que tuviera que empezar la labor de reconstrucción. Este país necesita desde luego mejorar su infraestructura, sus carreteras, volver a poner en circulación el sistema ferroviario, (modernizándolo desde luego, pero sin incurrir en oscuros negocios de compadres que tanto le han costado a México, como lo que pasó con el tren México-Toluca por el cual hubo que pagarle al gobierno chino cantidades estratosféricas de dinero. ¿No hay nadie a quién pedirle cuentas por eso?¿O es una “venganza” pedir que se aclaren “negocios” tan turbios como ese?), recuperar Mexicana de Aviación, tener un banco nacional de primer piso, etc., etc. Urge, pues, reconstituir el tejido institucional, para lo cual es imprescindible instaurar sistemas de vigilancia para evitar hasta donde sea posible la supervivencia y la resucitación de ese cáncer social que es la corrupción. Particularmente delicados son los ámbitos de seguridad e impartición de justicia. En ellos se necesitan con urgencia algunos resultados casi inmediatos porque los tribunales en México son, como todos lo sabemos, una burla. De igual modo, todo lo que sea licitación y compras (en hospitales, escuelas, oficinas de gobierno, etc.) por parte de los organismos gubernamentales tiene que ser escudriñado, examinado a la lupa y tiene que haber castigos severos y públicos a quienes se les encuentren desvíos, estafas, bancarrotas y demás. Si no se entiende que, dado que la corrupción permea al país, si no hay castigos no hay progreso, entonces sí estamos en un problema, porque entonces no habrá diferencia entre un gobierno común y corriente y el gobierno populista. No se trata ni mucho menos de vengarse de lo que malos mexicanos (despreciables como personas y nefastos como ciudadanos) hicieron en el pasado. Hay delitos (terribles muchos de ellos) que no se van a poder castigar. Pero sí se puede hacer justicia de aquí en adelante y es en relación con eso donde veremos qué orientación real le imprime AMLO al Estado mexicano.

Así vistas las cosas, yo creo que fue el instinto lo que en última instancia salvó a México de una conflagración que hubiera sido terrible para la nación en su conjunto. Debería ser obvio hasta para el más miope que México ya no puede seguir como hasta el día de hoy, por razones tan evidentes de suyo que es hasta ocioso enumerarlas. Yo creo que también en esta ocasión se hicieron de la manera más fría imaginable los cálculos de pérdidas y beneficios en términos de dinero, vidas, negocios, actividades, etc., y les quedó claro a todos que no era ya factible seguir en el mismo canal, aplicando los mismos esquemas, recurriendo a los mismos métodos, repitiendo las mismas explicaciones de siempre. La verdad es que México se salvó in extremis y si no hubiera sido por una dosis mínima de sentido común en lugar del triunfo de un moderado y bienvenido populismo se nos hubiera aparecido Satanás y no estaríamos en este momento escribiendo estas líneas.

Sobre los Libros de Sexo (perdón, de Texto) de la SEP

Una vez más se ha suscitado un conflicto entre la Secretaría de Educación Pública (SEP) y diversas asociaciones de padres de familia, conflicto que, como se sabe, es un fenómeno recurrente. Es un hecho innegable que dichas asociaciones han sido las más de las veces portavoces de puntos de vista retrógradas y hasta oscurantistas y en general están estrechamente ligadas a la Iglesia Católica, por no decir ‘manipuladas’ por ella. Para muestras un botón: cuando a principios de los años 30 del siglo pasado, en el momento en que se estaba efectuando una labor extraordinaria de educación a nivel nacional, desarrollando en particular la educación científica y tecnológica y concediéndole especial atención a la educación agraria, el Secretario de Educación, el Lic. Narciso Bassols, decidió tomar el toro por los cuernos e introducir nociones básicas de biología en los programas de la Secretaria. A ese esfuerzo se le degradó describiéndolo como ‘educación sexual’. De lo que se trataba, sin embargo, era de actualizar mínimamente a los niños y jóvenes con datos científicos elementales a fin de que dejaran de creer, por ejemplo, que a los niños los traen las cigüeñas. Orquestada por la Iglesia Católica se generó un movimiento de protesta que culminó, como todos sabemos, con la dimisión del Secretario Bassols. En forma un tanto diluida los programas se impusieron, pero el precio político fue la renuncia de un brillante ministro.

Podría pensarse que el conflicto que tiene lugar en nuestros días entre la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) y la SEP es en lo esencial el mismo conflicto que el de hace 8 décadas, pero me parece que la similitud es más aparente que real. Para empezar, el panorama se ha modificado drásticamente y, por lo menos en parte, los actores del drama también son bastante disímiles. Ahora no es un destacado político mexicano el que dirige la política educativa de México, sino un oscuro burócrata sobreviviente de la época de Carlos Salinas de Gortari; por su parte, por razones comprensibles de suyo, la Iglesia ya no opera tan abierta o descaradamente como estaba acostumbrada a hacerlo por lo menos hasta la guerra cristera. Pero más importante aún es el hecho de que los temas también son muy diferentes, si bien están íntimamente emparentados con los del conflicto original entre el gobierno emanado de la Revolución y sus opositores. Quizá la mejor manera de presentar el actual conflicto sea diciendo que éste se transmutó y pasó de ser un conflicto entre ciencia versus ignorancia y religión a ser un conflicto de carácter eminentemente ideológico. Es evidente que en este caso no se trata de un choque entre dos conjuntos de datos, sino de una confrontación entre dos concepciones de la persona y, por ende, de la sexualidad humana. Es este y no otro el conflicto que se tiene que comprender,  debatir y evaluar.

Antes de entrar en materia, quizá lo primero que habría que decir es que no podemos caer en la falacia de asumir e inducir a pensar que porque en múltiples ocasiones la Iglesia Católica y las asociaciones de padres de familia han desempeñado roles históricamente superados, entonces siempre tiene que ser así. Es perfectamente imaginable que en esta ocasión los verdaderamente progresistas, los defensores de los valores más respetables, quienes asumen su responsabilidad para con la adolescencia mexicana, quienes no se dejan llevar por los espejismos ideológicos y las presiones culturales del momento, sean precisamente la Iglesia y los padres de familia. Esa situación no es descartable a priori y tengo la muy fuerte sensación de que ese es precisamente el caso.

Básicamente, el choque tiene que ver con el sempiterno tema de la sexualidad humana, su conocimiento, comprensión y manejo. El problema que opone a la SEP con la UNPF atañe a los libros de biología para Primero de Secundaria, o sea, para jovencitos como de entre 11 y 13 años de edad. Naturalmente, los contenidos de los libros se fijan en comisiones de la Secretaría en la que participan miembros de su personal, personalidades distinguidas de la sociedad civil e invitados que en general son maestros e investigadores de universidades. Yo mismo hace más de 10 años participé en una comisión así y pude percatarme de cómo se toman las decisiones. Vale la pena señalar que en el caso particular de esta temática la atmósfera de los debates es crucial, porque salvo que alguien conjugue claridad de pensamiento con voluntad férrea prácticamente el asunto está prejuzgado de antemano. Es muy difícil ir en contra de la corriente que se expresa en la sesión y hay que atreverse a oponerse a lo que a uno le parece inaceptable. Pero no es fácil abstraerse de la atmósfera un tanto intimidatoria que prevalece y en el caso de los temas de sexualidad dicha atmósfera viene en verdad muy cargada y siempre participa gente decidida a aprovechar la ocasión para hacer prevalecer su posición. En lo que a mi experiencia concierne, puedo decir que en los esfuerzos por delimitar los contenidos de los libros de biología las pasiones individuales a menudo se sobreponían a los intereses objetivos, inmediatos, a mediano y de largo plazo, de los educandos. En condiciones así es en verdad difícil alcanzar niveles aceptables de objetividad.

Pero vayamos al tema: ¿qué incluyen los textos? Este es el quid del asunto. Incorporan desde luego información sobre aparatos genitales, procreación, embarazos indeseados y prematuros, auto-gratificación sexual, homosexualidad, bisexualidad, uso de preservativos y así indefinidamente. Uno de entrada se pregunta si realmente se tienen que meter todos esos temas en la cabeza de un chamaco de 11 años, pero no me detendré en este punto. Aquí nos topamos de entrada con un problema, por la sencilla razón de que no hay forma de hacer pasar todos los temas relacionados con la sexualidad como temas que requieran información científica. Siendo crudos, pero claros: ni en México ni en Tailandia requieren los muchachos de 12 o 13 años manuales de masturbación. Eso no existe, por la simple razón de que el “manual” en cuestión es la vida misma y es torpe pretender sustituir con palabras en media página lo que la vida enseña de manera natural. Lo que en cambio salta a la vista es que en este caso se están vinculando silenciosamente con temas sexuales cuestiones de ideología, de civismo, temas por así llamarlos “culturales”, no desde luego en el sentido de conocimientos sino en el sentido de lo que está en el aire, del ‘espíritu de los tiempos’, y el espíritu de los tiempos indica que se debería poder hablar de relaciones homosexuales con la misma naturalidad con la que se puede hablar de, digamos, los números reales. Podemos inferir que la justificación de si ciertos temas relacionados con el sexo deben quedar incluidos en libros para muchachos de 12 años o no no es ni puede ser meramente “científica”. El conflicto no es por datos que unos tienen y de los que otros carecen, sino que se trata más bien de una lucha entre dos visiones distintas del ser humano, de cómo debería ser éste educado, moldeado, estructurado socialmente en lo que a sexualidad concierne. La situación es, pues, claramente de uso de resultados científicos en debates de carácter ideológico. En este caso, el conflicto no es entre iluminados y oscurantistas, sino entre quienes aspiran a educar a los niños y jóvenes dentro de un marco conformado por ciertos valores y gente que quiere un cuadro diferente, que está movida por otros valores. Para formarse entonces un cuadro suficientemente neutral del conflicto es menester examinar los argumentos que cada parte ofrece, sopesar las propuestas de cada bando, examinar sus elementos y entonces externar un punto de vista. Evidentemente, lo más que podemos hacer aquí es delinear, pintar a grandes brochazos la situación que se da.

A mí me parece que habría que señalar, para empezar, que la discusión no está del todo balanceada, por lo menos en lo que a libertad de expresión concierne. Lo innegable es: una parte tiene derecho de dar libremente expresión a sus gustos o proclividades, pero la parte contraria no tiene derecho a expresar con la misma espontaneidad sus rechazos o repulsiones. Así, unos pueden proclamar que la homosexualidad es perfectamente legítima (“porque se ha visto que hay casos de animales que …”, etc., etc.), pero los adversarios no pueden denunciarla como una anormalidad o como algo que les da asco o como algo que no quieren para sus hijos (¿o será que los padres actuales no tienen el derecho de “querer algo para sus hijos”?). Este punto es muy delicado, porque la situación está en general mal descrita: no es que los niños vengan al mundo con todas las opciones de vida sexual biológicamente inscritas en ellos para que cuando sean más grandes elijan las que más que les plazca, y que los padres estarían coartando sus posibilidades e interfiriendo en su desarrollo. La situación no es esa. La situación es más bien que los recién nacidos vienen como niños, esto es, son varones, o como niñas, es decir, son hembras, y posteriormente la cultura contemporánea les concede la posibilidad de permutar su sexo y de ser entonces niñas masculinas o niños femeninos. Esta posibilidad está abierta en esta sociedad que tiene un determinado avance científico y tecnológico y que está en posición entonces de alterar la situación original de las personas. La posibilidad ciertamente es real, pero no es la “natural”, sino algo adquirido. Esto es obvio, puesto que el ser humano resulta de una interacción entre lo natural y lo cultural o adquirido (en inglés, entre nature y nurture). A lo que nosotros, seres del siglo XXI, asistimos es a la lucha por una independización frente a “lo natural” concediéndole prioridad a “lo cultural”, una posibilidad abierta por el conocimiento científico. O sea, no es que la naturaleza sea como quienes utilizan el conocimiento científico dicen que es. Más bien, la naturaleza puede ser doblegada y modificada por medio del conocimiento científico y la tecnología actuales. Son dos situaciones distintas. ¿Qué es entonces lo “correcto: usar la ciencia para reforzar la naturaleza o emplear la ciencia para ponerse por encima de ella? La respuesta se la tiene que dar cada quien a sí mismo, pero en todo caso todos deberíamos tener el mismo derecho y la misma libertad para pronunciarnos sobre la cuestión. Dicho sea de paso, traer a colación en relación con esto números de personas es abiertamente contraproducente para los partidarios de la apertura total de “lo sexual” a los jovencitos de Secundaria. Esto es muy fácil de ilustrar: hace unos días hubo una gran concentración de partidarios del “orgullo lésbico-gay” y en verdad se congregaron en la importante Avenida Reforma de la Ciudad de México muchos miles de personas. Pero es igualmente evidente que si se convocara a una manifestación de heterosexuales la afluencia sería tal que no cabrían en la ciudad. La aritmética entonces no apoya a los “libertarios”. Lo que sucede es que en general los representantes de la mayoría simplemente no tienen voz.

Debo confesar que una forma de argumentar que nunca me ha parecido aceptable es la de hacer intervenir la noción de derechos humanos para dirimir una controversia como esta y ello por dos razones. Primero, porque en general equivale a una errada y burda manipulación del concepto de derechos humanos y, segundo, porque refleja una intención de chantaje intelectual que no sirve para validar teóricamente nada, inclusive si en la práctica llegara a funcionar. A menudo el concepto de derecho es mal entendido, porque es visto como una especie de propiedad del individuo con la que éste nace, cuando en realidad es una posibilidad de acción abierta por la sociedad a la que él pertenece y que él puede aprovechar. Ahora bien, para que un derecho emerja se requiere de amplios consensos, lo cual no es el caso cuando se habla de opciones no ortodoxas de vida sexual. Estamos entonces frente a un caso en el que una minoría aspira a imponerle un derecho a una mayoría, lo cual no deja de ser paradójico. Más importante, sin embargo, es que parecería que estamos aquí frente a una argumentación inválida: una cosa es que una persona que se declara ser sexualmente diferente a la inmensa mayoría luche para tener el derecho de ejercer su sexualidad como quiera y otra que porque se le concede ese derecho entonces pretenda que todos potencialmente se coloquen en la misma situación que ella. Lo primero no implica lo segundo, como lo pone de manifiesto el caso de la legislación rusa: en Rusia un homosexual puede llevar la vida que quiera, pero no está autorizado a hacer proselitismo, porque eso ya es pretender orientar las vidas de los demás. En el caso de las preferencias sexuales es incuestionable que a los adultos no heterosexuales se les debe en principio respetar lo que podríamos llamar sus ‘derechos sexuales’. Definitivamente, sería injusto meter  a la cárcel, multar, no aceptar en hospitales, descartar para un trabajo, etc., a una persona sólo porque tiene preferencias sexuales diferentes de las comúnmente aceptadas. Respecto a eso yo no tengo la menor duda: el homosexual adulto ciertamente tiene todos los derechos de los que gozan los demás ciudadanos. Sin embargo, el que una persona ya conformada y activa sexualmente tenga derechos no implica que por igual se pueda hablar justificadamente de “derechos sexuales” cuando quienes están en juego son personas que no están todavía formadas, que todavía no se han adentrado en el mundo de la vida sexual activa. Es completamente inapropiado entonces hablar de “derechos” en esa etapa de la vida. Freud es sin duda culpable de haber introducido una idea perturbadora en este sentido cuando interpretó la sonrisa del niño que se alimenta del pecho de la madre como expresando una satisfacción “sexual”! Lo que él afirma da una idea absurda de la sexualidad humana. En relación con la muy manoseada noción de derechos humanos, quizá podríamos parafrasear el famoso dicho del mariscal Hermann Goering: “Cuando oigo hablar de cultura, saco mi revólver!” y decir: “Cuando a la fuerza se quiere hacer valer el concepto de derechos humanos, mejor cambiamos de tema!”.

La SEP ha hecho a través de sus representantes afirmaciones que ilustran perfectamente bien lo que acabo de decir. Por ejemplo, de acuerdo con ellos “tanto hombres como mujeres tienen el derecho de relacionarse libremente entre sí y formar parejas, siempre y cuando lo hagan voluntariamente y conscientemente. Por lo tanto, ninguna de las formas de preferencia sexual mencionadas es incorrecta ni debe ser discriminada”. Pero eso es precisamente lo que no vale para personas que no están todavía capacitadas para tomar de manera responsable decisiones razonadas y libres. Este “argumento”, por lo tanto, es una inmensa petición de principio. Afirman, asimismo que “Una de las falsas actitudes que debe ser eliminada es la homofobia o la creencia de que la homosexualidad es una enfermedad o una actitud aberrante que debe ser corregida.”. Esto no tiene ni pies ni cabeza: las actitudes no son falsas o verdaderas. Aquí la trampa consiste en intentar hacer pasar por “científico” algo que es eminentemente emocional, de actitud. No es un asunto de argumentación, en el sentido lógico de la palabra, sino más bien de persuasión: la SEP pretende persuadir a todo el mundo de que lo que ella promueve es bueno. Argumentos en todo caso no los hay. Otra justificación de los contenidos de los textos de “biología” concierne a la masturbación. Según ellos “Una de las maneras de conocer nuestro cuerpo y percibir sus reacciones se logra mediante la estimulación de los genitales para provocar placer. A esta práctica se le denomina masturbación.”. Dejando de lado el insignificante error de uso y mención de palabras, a este “argumento” y ya di mi respuesta más arriba: nadie necesita manuales de masturbación. Un muchacho necesita consejos de higiene, precautorios para evitar embarazos indeseados, enfermedades venéreas, etc., pero no información sobre las partes y funciones más íntimas de su cuerpo, porque eso es algo que la vida misma se encarga de enseñarle de manera natural. Lo que se debe evitar es satanizar la masturbación, nada más. Cabe preguntar: ¿acaso los humanos tuvieron problemas de auto-conocimiento a lo largo de su millón de años de existencia sobre la Tierra porque nadie los instruyó al respecto?¿Les hicieron falta los textos de la SEP? Suena ridículo!

A mí me parece que se debe hacer un esfuerzo por plantear el asunto en términos políticos y prácticos. Aquí la pregunta es: ¿cuál es la función real de la SEP?¿En qué consiste su responsabilidad? ¿Qué es lo que ella tiene que tomar en cuenta para apoyar o desalentar ciertas políticas públicas? Yo diría que, por principio, si se le va a dar la voz a unos, que se les dé a otros también. ¿Tienen los padres derechos inalienables sobre la formación de sus hijos o no? Si no es así: ¿qué es entonces la familia? Si se le enseña a un muchachito de 11 años a emplear un preservativo sobre la base de que está adquiriendo conocimientos: ¿por qué entonces no se le enseña también a armar y desarmar una pistola o un rifle? También en esos casos estaría aprendiendo algo nuevo. Los partidarios de los valores en boga tienen la obligación de explicar con toda claridad dónde termina la instrucción y dónde empieza la promoción, porque la frontera en este caso es particularmente escurridiza y si se acusa de pecar por defecto a unos se puede acusar de pecar por exceso a otros! La SEP debe fijarse objetivos que sean congruentes con sus principios y valores. Es altamente probable que la actual forma de enfocar el tema de la educación sexual habrá de generar, si no se dan las aclaraciones pertinentes, confusiones en los más diversos campos. Considérese, por ejemplo, el lenguaje. Si la moral “libertaria” actual se impone, se requerirán nuevas definiciones porque si todo es válido: ¿qué quieren decir ‘degenerado’, ‘depravado’, ‘perverso’, ‘aberrante’ y múltiples otras palabras?¿O debería entonces desaparecer ese léxico? De alguna manera se tienen que trazar las distinciones y entiendo que lo que ahora se propone es que esa frontera se mueva. Bien, pero ¿cómo se le remplaza o corrige?¿En dónde se traza la línea?¿Por qué si en nuestros tiempos, cuando éramos jóvenes, le decíamos a nuestros padres que íbamos a una fiesta, no podría ahora un muchacho decirle a sus padres un sábado por la noche: ‘Adiós, regreso mañana, voy a una saludable orgía’! Suena absurdo, pero está lógicamente implicado por la posición de “libertad total”, “instrucción total!” y demás. No está, por lo tanto, nada claro que la SEP esté actuando para beneficio de la comunidad estudiantil mexicana.

Yo pienso que lo que realmente está en juego son dos concepciones del rol de la sexualidad en la vida humana. Está, por una parte, la visión del sexo como una dimensión de la vida tan neutral como la constituida por la alimentación o la vida deportiva: todo tiene el mismo valor, es decir, ninguno en especial. Da lo mismo comerse una hamburguesa que acostarse con una prostituta o convertirse en bisexual o, ¿por qué no? en bestialista. En la medida en que se trata de posibilidades inscritas en la naturaleza humana son tan viables unas como otras. Y está, en contraste con esa concepción, la visión de la sexualidad como una dimensión de la vida que no debe sobre-explotarse y en relación con la cual no debe permitirse que se le manipule ni comercialmente ni de ningún otro modo. Es, pues, una confrontación entre dos “culturas” pero en este caso es particularmente importante sacar a la luz a los verdaderos contendientes. Es falso el cuadro de acuerdo con el cual el conflicto se da entre los liberadores de la vida sexual y los represores de la misma. En la actualidad esos no son los contrincantes. El combate no es entre el dragón y San Jorge. Ese combate no es actual. Aquí el conflicto se da entre quienes proclaman la supresión total de barreras, el dejar que la sexualidad quede moldeada por fuerzas sociales, por los factores culturales del momento (impulsados y apoyados por el cine, la televisión, la industria del entretenimiento, la prensa, la inteligencja, etc.), por el mercado, etc., por una parte, y quienes prefieren el encauzamiento, la moderación, el control en la vida sexual y la sumisión de la sexualidad a valores externos a ella. Es evidente que en la sociedad contemporánea se hace del sexo una mercancía más, que en la cultura de nuestros tiempos se incita a defender algo así como “el sexo por el sexo”, ya que es una cultura de la que valores pretéritos como la castidad, la unión definitiva con una persona, el apego a “lo natural”, etc., quedaron expulsados. Si esa es realmente la alternativa, definitivamente creo que los padres de familia tienen razón en sentirse indignados y ofendidos por las decisiones de la SEP. En mi muy modesta opinión, la mercantilización del sexo, si bien congruente con la evolución de la sociedad capitalista, me parece casi la antesala del infierno. No es que uno se asuste por lo que sabemos que sucede, pero no es muy usual en nuestros tiempos alzar la voz en relación con tan delicado tema. Mi punto de vista particular es que la vida sexual es como un termómetro para medir la espiritualidad y la grandeza de una sociedad. Esto quizá se deje explicar mejor por medio de una metáfora. Yo creo que la sexualidad es como un pistón o un engranaje de una gran maquinaria que es la vida del individuo. Para que ésta fluya por los cauces apropiados, es decir, para que la maquinaria funcione correctamente, también el pistón tiene que funcionar correctamente, es decir, la vida sexual tiene que ser sana y agradable, pero debidamente dimensionada. Lo que ha venido pasando en los últimos 60 años es una inversión de roles: ahora la maquinaria es el sexo y el pistón el resto de la existencia humana. O sea, la vida se tiene que ajustar a la sexualidad, girar en torno de ella. Yo estoy en contra. Cuando el sexo acapara la mente de las personas tiende a ocupar todo el espacio mental: todo se hace en aras de él. Con ello se achica formidablemente el espectro de posibilidades de ser del ser humano. Sin duda los padres de familia aquí tienen razón: promover lo que la SEP irresponsablemente promueve (o al menos como lo está haciendo) es promover la animalización del sexo y, por consiguiente, de las personas. Sin duda alguna, la sabiduría de una sociedad o de una civilización en parte radica en cómo doma y encauza la libido. Sólo los prosaicos de estrechas miras y de intereses mezquinos pueden ir en contra de tan elementales verdades.

¿Temores Infundados?

“La religión”, dijo Karl Marx, “es el opio del pueblo”. Y en más de un sentido no le faltaba razón! En un contexto de miseria y de opresión, un contexto en el que el Estado fundaba su ser en todo lo que se quiera menos en la justicia, como fue el caso de algunos regímenes capitalistas europeos durante la primera mitad del siglo XIX, parecía en efecto que la única opción para que el ciudadano muerto de hambre no se hundiera en la desesperación total sólo podía consistir en la asimilación de creencias que le garantizan a la gente (al “proletario”) en el otro mundo algo al menos de todo lo que le faltó en este: comida, educación para sus hijos, un lugar decente donde dormir, un poquito de afecto por parte de los “inversionistas” de la época, etc. En verdad, un ensueño político así es lo que el ser humano necesita cuando vive físicamente esclavizado y encadenado, sólo que ese ensueño, que contrasta con su horrenda realidad cotidiana, lo aleja sistemáticamente de la única vía para su liberación real, esto es, la senda de la acción política. Bajo los efectos de ese narcótico eidético que puede ser la religión infantilmente entendida se puede entonces hablar libremente de un topos uranus en donde todos nos veríamos como hermanos y nos trataríamos como tales: en ese reino ya no habrá más explotación, más niños muertos de hambre (o separados de sus padres, por ejemplo) y los malos sentimientos que ahora envenenan las almas de las personas se habrán para entonces disipado. Ahora bien, es precisamente en ese esfuerzo por visualizar una situación así y por interiorizarla bajo la forma de creencia que las personas se vuelven a agotar mentalmente y quedan ya sin fuerzas para modificar físicamente su entorno, depositando toda su confianza en la promesa de que allá, en la otra vida, se restablecerá la justicia, sin desquites y sin venganzas. Así, al igual que un drogadicto idiotizado por el opio inhalado, también la religión opera en las masas de manera que las hace pasivas frente a un mundo en el que su vida es algo así como un tormento infernal.

Yo pienso que Marx tenía razón, pero no completamente. En otras palabras, no estaba equivocado, pero se pueden decir más cosas sobre la religión y sus efectos. Para empezar, es obvio que la genuina vida religiosa no tiene por qué ser una vida de pasividad y de aceptación acrítica del sufrimiento, pero no me abocaré aquí a debatir sobre tan excelso tema. Más bien quisiera llamar la atención sobre otro aspecto del asunto, un aspecto que, por las razones que sean, Marx no tomó suficientemente en cuenta, a saber, que no sólo la religión (mal entendida) puede tener los efectos que él atinadamente señala. Muchas otras cosas también pueden operar como elementos embrutecedores de las masas. El futbol, por ejemplo. También la Copa del Mundo funciona como un narcótico que hace que la gente obedientemente consuma más cervezas, coca-colas, se exalte y en general cometa toda clase de desfiguros. De hecho yo diría que precisamente productos como el futbol (entendido como una forma de vida, con instituciones, presupuestos, clubes, organizaciones, campeonatos, públicos, etc.) desempeñan en la actualidad la función de embrutecimiento que antaño desempeñaban las religiones tradicionales. Yo creo que el paralelismo podría desarrollarse fructíferamente, pero a mí simplemente me interesaba establecer la comparación entre algunos efectos negativos de la religión y los de otros productos sociales, como el futbol. En este sentido, el caso de la Copa del Mundo es interesante por lo que en principio a través de ella se podría lograr y eso es algo en lo que nosotros los mexicanos deberíamos estar particularmente interesados.

Un ejemplo concreto de eso de lo que estoy hablando lo tenemos en los últimos decretos del todavía presidente, E. Peña Nieto. Aprovechando sagazmente el adormilamiento de la población por la gran “victoria” de la selección mexicana ante la selección alemana (un pobre triunfo por el cual casi habría más bien que llorar antes que regocijarse y ello por razones evidentes de suyo), el presidente Peña tuvo a bien firmar decretos por medio de los cuales se abre la posibilidad de privatizar ni más ni menos que el agua de México (o lo que queda de ella)! Súbita y como distraídamente se abrió la posibilidad de la inversión privada para mercantilizar nuestra agua: para venderla embotellada como producto de consumo directo, como un producto para la industria o para la ganadería, etc. O sea, un elemento que visto con el lente que se quiera tendría que ser considerado como un asunto de seguridad nacional, de un plumazo, con desparpajo y elegancia, en uno de sus últimos movimientos, el presidente de México se lo cede a los “inversionistas”, naturalmente los mismos de siempre. ¿Cómo es eso posible? Desde luego que muchos factores entraron en juego, desde intereses particulares hasta directivas del Banco Mundial, pero ciertamente contribuyó a hacerlo posible lo que en la actualidad opera como “opio del pueblo”, esto es, el futbol. Ahora sí que más claro ni el agua!

El asunto del agua es como para ponerle los cabellos de punta al más pintado, pero no es ni mucho menos lo único que habría que temer en estos tiempos de adormecimiento social. Estamos en vísperas de unas elecciones que sin duda alguna representan un parte aguas en la historia moderna de México. Si los datos que se pueden recabar y los cabos que se pueden ir atando no están totalmente falseados, el Lic. Andrés Manuel López Obrador habrá de ser el nuevo presidente de nuestro país. El proceso, sin embargo, ha sido agitado. Yo creo que podemos afirmar que básicamente, en lo que es una bastante obvia división del trabajo, se pueden distinguir dos grandes campos políticos: el del candidato de MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) y el resto. La función de los adversarios menores (como Anaya, un descarado demagogo) era ante todo quitarle todos los votos que se pudiera a AMLO y dejar para el final a “Pepe Meade” en su enfrentamiento con el Lic. López Obrador. Las cosas, sin embargo, rara vez salen como estaban planeadas y no se puede perder de vista el hecho de que los agentes políticos vienen todos con su propia agenda secreta y eso cambia los planes. En todo caso, el conflicto está ahora suficientemente bien decantado, más allá de las personas mismas: éstas representan modelos de gobierno no drásticamente diferentes, pero sí considerablemente divergentes. Están, por una parte, quienes quieren un país de saqueo, de inversión privada, de venta de agua, aire, aeropuertos, petróleo, oro, plata, etc., con todo lo que una política así acarrea y están, por la otra, quienes aspiran a rescatar como bienes de la nación elementos tan importantes como el agua, las playas, el petróleo, la educación y cosas por el estilo. A todos nos queda claro, supongo, que el potencial gobierno de Andrés Manuel López Obrador no es ni pretende ser un gobierno revolucionario. Yo diría que aspira simplemente a ser un gobierno sensato, dirigido por el sentido común y nada más. Eso es a la vez muy poco y mucho, dadas las condiciones del país. Lo que transforma a su proyecto en “revolucionario” es más bien la colosal e insaciable ambición del grupo opositor, un grupo de oligarcas entre los cuales encontramos desde gente sumamente rica hasta ex–presidentes y operadores políticos de diversa envergadura (todos ellos expertos en intrigas y complots, como todos sabemos). Es claro que el gobierno del Lic. López Obrador no sería un enemigo ni de oligarcas ni de plutócratas pero sí sería un gobierno que, para expresarme coloquialmente, los mantendría a raya y eso basta para convertirlo a él en el enemigo público número 1. Y es aquí que en el horizonte de la imaginación empiezan a vislumbrarse situaciones que no podríamos calificar de otra manera que como espeluznantes. ¿Cómo cuáles, por ejemplo?

Como todo mundo sabe, en lo que va de este proceso electoral ya llevamos más de 114 políticos muertos, asesinados de manera artera e indignante, como lo fue el caso del ex-alcalde priista Fernando Purón Johnson, un hombre joven ostentosamente ejecutado a la salida de un mitin. Y como él hay muchos otros, hombres y mujeres. Lo mismo matan a gente en Coahuila que en Guerrero que en cualquier otra entidad federativa. ¿Y qué une a todos esos casos? La respuesta de siempre: todos fueron víctimas “de la delincuencia organizada”. ¿Qué quiere decir eso? Todo y nada. Pero intentemos avanzar en nuestro intento por comprender qué está pasando. Una pregunta crucial es: ¿qué se logra con todos esos asesinatos? La verdad es que no lo sé, pero sí me queda claro que uno de sus efectos es que a través de esos delitos se genera caos, desconfianza, miedo. Nadie sabe quién, nadie sabe por qué, nadie sabe para qué. ¿Y eso a quién beneficia? Bueno, si a toda costa hubiera que evitar el triunfo del Lic. López Obrador ya se tiene el trasfondo apropiado: nadie sabe ni de dónde vienen los golpes ni quién los da. Eso es lo que se necesita o al menos algo de lo que se necesita para cometer lo que sería en nuestro contexto la imprudencia mayúscula. ¿Cuál podría ser el objetivo último? Evitar que el Lic. López Obrador sea presidente. Intentaré aclarar esto, aunque difícilmente podría estarlo más.

Supongamos que hay un grupo político muy fuerte (el Lic. López Obrador usa la expresión ‘la mafia en el poder’ para referirse a él) que está decidido a impedir a toda costa que el candidato de MORENA gane las elecciones y que si las gana que sea investido como presidente. La primera estrategia ya falló: las elecciones las tiene ganadas el Lic. López Obrador desde hace meses y no hay trampa electoral imaginable que le arrebate el triunfo. Con más del 50% de la intención del voto a su favor, tendrían que contabilizar más votos que ciudadanos para poder ganarle. Esta vez eso no va a ser factible. Queda otra estrategia: eliminarlo a él físicamente. Ya hubo un pseudo-periodista irresponsable que hizo circular la idea por las redes sociales, un mequetrefe que después de una reprimenda ya se reincorporó a sus actividades “periodísticas” “normales”. Ahora bien, la idea de atentar en contra del Lic. López Obrador es sumamente problemática mas no imposible, como lo pone de manifiesto el caso Colosio: cuando era evidente que Colosio se encaminaba hacia la presidencia de la República fue salvajemente asesinado en Tijuana y un memorable video nos puede en todo momento traer a la memoria aquel odioso crimen. Por lo tanto, experiencia respecto a cómo eliminar a un personaje político importante en México se tiene. Pero ¿cómo hacerlo? Lo que hay que hacer es tratar de visualizar lo que podría suceder para tomar las medidas pertinentes y proceder en concordancia.

En primer lugar, es claro que no tiene mucho sentido eliminar a un candidato que todavía no ha ganado, porque aunque es muy poco probable de todos modos no es lógicamente imposible que su adversario, en este caso “Pepe” Meade, gane. Por lo tanto, eliminar al candidato de MORENA antes de que oficialmente gane las elecciones es absurdo, puesto que puede no ganar y entonces se habría cometido un acto no sólo moralmente repugnante sino también políticamente innecesario y con un costo muy alto por nada. Por lo tanto, de aquí al día de la elección, AMLO está seguro.

Supongamos ahora que el Lic. López Obrador efectivamente gana y toma posesión el primero de diciembre. A partir de ese momento eliminarlo sería lo mismo que dar un golpe de Estado. Eso no es nada más un acto criminal: sencillamente, no se puede realizar sin la aprobación y el concurso de otras fuerzas políticas, como la Embajada norteamericana. Aquí no se puede dar un golpe de Estado sin su consentimiento y yo dudo mucho, por un sinnúmero de razones, de que el gobierno norteamericano estuviera dispuesto a inmiscuirse en un asunto tan delicado como ese. Por lo tanto, una vez convertido en presidente de México, el Lic. López Obrador estaría a salvo y los problemas serían otros.

Pero queda otra posibilidad: la de tratar de desembarazarse de él entre el 2 de julio y el 31 de noviembre. Ese es el lapso crítico, el periodo en el que el Lic. López Obrador tiene que estar cuidado 24 horas al día, porque su vida corre peligro.  Yo inclusive diría lo siguiente: a partir del día de la elección él ya no tiene el derecho de no cuidarse! Pero la experiencia nos enseña que no son ni los militares ni los policías quienes deben ocuparse de la protección del candidato ganador. En este caso quien debe proteger al presidente electo es el pueblo mismo. Se deben formar brigadas populares para protegerlo permanentemente. El potencial asesino debe saber que si comete su fechoría no podrá salvarse, que no habrá policías que lo encubran ni militares que actúen para salvaguardar sus “derechos humanos”. No queremos “comisiones investigadoras” ex-post facto, comisiones que no sirven más que para estancar un proceso, detener una decisión, desviar la atención, hacer perder el tiempo, hacer perder oportunidades y cosas por el estilo. Lo que queremos es que algo concreto no suceda y eso sólo se puede garantizar si el pueblo interviene. El caso Colosio, una vez más, podría proporcionarnos muchos datos relevantes que a su vez permitirían trazar paralelismos alarmantes entre él y una potencial situación de ataque al candidato de MORENA. (Véase, e.g., mi artículo (del año 2000) en el que hago algunas aclaraciones en torno a la “investigación” realizada por el último fiscal encargado del caso Colosio y actualmente presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El artículo se puede ver en http://www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/Vol1/Colosio.htm).

¿Por qué entonces estamos preocupados? Las razones saltan a la vista. Primero, porque el Lic. López Obrador tiene enemigos a la vez acérrimos y poderosos; segundo, porque sus enemigos están movidos por ambiciones realmente desmedidas, obscenas, satánicas y porque están dispuestos a incendiar el país si con ellos logran satisfacer su capricho; tercero, porque si algo tan terrible sucediera México quedaría hundido para los próximos 50 años en la misma clase de procesos históricos como los que aquejaron a América Latina a lo largo del siglo XX. Y es perfectamente imaginable que se hubiera pactado algo con la FIFA para permitir que México avanzara hacia, digamos, octavos de final, con lo cual el pueblo estaría tan contento por los logros de la Selección Nacional que podría no reaccionar con la furia que normalmente lo movería si en otras circunstancias se atentara contra su candidato. Así vistas las cosas, lo único que no deseamos es que la Selección Mexicana vuelva a ganar!

Alguien podría responder con indignación que la FIFA no es un organismo que pudiera prestarse a semejantes tejes-manejes. Debo responder que si alguien me dijera algo así yo sí pensaría que me las estoy viendo con alguien muy desorientado, con un ingenuo total. Yo creo que ya es hora de abandonar lo que habría que llamar el ‘enfoque infantil’ del deporte y, en particular, del futbol. Así como no hay un gobierno en el mundo que quiera acabar con el narcotráfico sino que lo que quieren los gobiernos es controlarlo y manejarlo, así tampoco hay juego, evento deportivo, campeonato, etc., que no esté coordinado, pactado, arreglado o como se le quiera describir. Ni los caballos en los hipódromos, ni las peleas de peso completo ni los campeonatos de tenis (por prestigiosos que sean) ni las carreras de autos ni …, etc., etc., son eventos deportivos puros, limpios, pulcros, impolutos, inmaculados. Hay demasiado dinero de por medio. La FIFA en particular es un enorme organismo trasnacional que maneja miles de millones de dólares anualmente y que tiene un peso político incuestionable. Una institución así: ¿deja al azar el triunfo de tal o cual selección? Yo digo que es infantil creer algo así. La historia de los campeonatos mundiales no deja lugar para muchas dudas: Inglaterra en 1966, Argentina en 1978, Francia 20 años después son ejemplos en los que claramente la política desempeñó un papel fundamental en el resultado final. En esas condiciones, el triunfo de México sobre Alemania es una situación que nos hace temblar, porque ¿por qué la FIFA estaría ahora al margen de la situación política mexicana, sobre todo a sabiendas de que puede influir en ella?

Es importante tener en cuenta que los enemigos del Lic. López Obrador son personas ubicadas más allá del mundo de la moralidad, de los escrúpulos y de los intereses impersonales. Ellos están preparados para cualquier eventualidad en la que ellos sean los actores, quienes tomen las iniciativas y quienes den los golpes. Pero ciertamente no están preparados para la derrota y llevar al país hacia el abismo por la comisión de un inmoral e injustificado políticamente magnicidio, tan sólo para salvaguardar sus mezquinos intereses personales no es algo que les pueda beneficiar, ni a corto ni a mediano ni a largo plazo. Tienen que entender que el escudo del Lic. López Obrador está formado por millones de personas. La furia política contenida durante muchos decenios puede explotar de un modo completamente imprevisible. El problema es la ceguera causada por el odio y el verse desplazado en el espectro político, inclusive si ello se logró jugando con las reglas de la democracia, que tanto ensalzan. ¿Son acaso nuestros temores infundados? Yo en todo caso preferiría con mucho equivocarme en un diagnóstico que confirmar una hipótesis letal para el país. Quiera Dios que ni la sombra de la FIFA se proyecte sobre el territorio de México!

Violencia de Género y Feminismo

Sin duda alguna un reto intelectual mayúsculo, ahora y siempre, es el que denominamos como “ir en contra de la corriente”. Es claro que quien va con la corriente opta de entrada por la vía fácil, pues para todo lo que se le ocurra afirmar en público vendrán en su apoyo las instituciones, recibirá el visto bueno de los jerarcas del área, se beneficiará por su trabajo de difusión de las ideas estereotipadas que le corresponde exaltar (y que pueden concernir a, por ejemplo, personas, como es el caso actualmente en México de un sinnúmero de periodistas, analistas y demás que no tienen otra función que la de calumniar y vituperar diariamente al Lic. Andrés Manuel López Obrador. Eso es ir con la corriente), se le aclamará en el medio como un agudo escritor o como un profundo conocedor de los temas que aborda (así se pensaba, por ejemplo, del “eminente” comentarista político Ricardo Alemán  quien, en su entusiasmo por ir con la corriente y complacer a quienes lo contrataron, rebasó descaradamente los límites no de la decencia y el decoro porque esos ya los había rebasado desde hacía mucho tiempo, sino de lo permisible legalmente al grado de insinuar públicamente que se cometiera un magnicidio! Como bien sabemos, sin embargo, con quienes como él van con la corriente los castigos duran poco y, si no me equivoco, ya está otra vez por ahí vivito y coleando, haciendo de las suyas como si nada hubiera pasado, en lugar de estar en la cárcel por incitación al asesinato). En cambio, quien en relación con cuestiones de orden cultural, de temas políticos o religiosos, de modas y deportes, etc., y, desde luego, de asuntos políticos va en contra de la corriente se expone a toda clase de insultos, descalificaciones, ataques personales, campañas de desprestigio público, bloqueo en los medios de comunicación y todo lo que ya sabemos que se puede implementar para castigar al individuo rebelde que osa insubordinarse frente al status quo. Hay obviamente grandes diferencias entre el intelectual (como lo calificó Gramsci) “orgánico” y el intelectual (siguiendo con la metáfora) “inorgánico”. En ambos casos se reciben tanto premios como castigos pero, por la naturaleza misma de lo que cada uno de ellos representa, se ven premiados y castigados de manera diferente. Para no extenderme en una disquisición que me llevaría hacia otras temáticas, me limitaré a contrastar velozmente los premios y castigos de uno y otro. Los premios del intelectual orgánico son de fácil detección: sueldos, preseas, reconocimientos, desayunos con funcionarios, apoyos de diversa clase, puestos, etc. Al intelectual inorgánico, en cambio, lo esperan difamaciones, calumnias, persecuciones, bloqueos, entorpecimiento de trámites, justicia selectiva y así indefinidamente. Este desbalance, sin embargo, se re-equilibra de manera natural. El intelectual orgánico reduce considerablemente su espectro de intereses a los cuales encadena sus facultades, incurriendo por ello en una especie de prostitución mental puesto que de hecho lo que hace es  vender sus virtudes al mejor postor, poner sus cualidades intelectuales al servicio de otros por lo que, podemos afirmar, es “muy” libre materialmente pero es también e inevitablemente un lacayo espiritual (inclusive si llegara a creer realmente lo que sostiene, esto es, aquello que la sociedad le exige y por lo cual de una u otra manera su jefe del momento le paga). El premio del intelectual inorgánico es muy superior, pues consiste en la satisfacción que le acarrea el ejercicio de sus facultades, la libertad con la que se auto-dota para expresarse libremente en cualquier contexto y la alegría que le proporciona la conciencia de no trabajar para él sino para los demás, cumpliendo así realmente con lo que es su misión. Después de todo, no puede tener el mismo mérito nadar con la corriente que nadar en su contra. Como le diría a su amigo el gran personaje creado por Conan Doyle, “Elemental, mi querido Watson!”.

Dado que, quien me conoce lo sabe y para quien no me conoce me presento, el destino me deparó la suerte de no formar parte nunca del club de los orgánicos (en ese sentido soy claramente, como dicen, un “loser”), es mi deber polemizar con puntos de vista que nadie quiere abiertamente poner en cuestión (aunque en petit comité sí lo hagan) y uno de esos temas peligrosos que está “a la moda”, tanto en México como en muchos otros países (en unos más que en otros) es el tema de la “violencia de género” y más en general el del feminismo. Digo que están a la moda en parte porque nos topamos con dichos temas mañana, tarde y noche, en periódicos, televisión, radio y demás, y en parte porque considero el feminismo una especie de ideología superficial, un movimiento importado y sólo mínimamente representativo de los intereses reales de la inmensa mayoría de las personas (hombres y mujeres), una temática que responde a intereses particulares y con objetivos en última instancia bastante turbios. Este movimiento se funda, como espero hacer ver, en toda una gama de falacias, afirmaciones gratuitas, descripciones tendenciosas y sobre todo en objetivos imposibles de compartir. Abordemos, pues, con entereza tan espinoso tema.

Lo primero que quisiera señalar es que hay un mecanismo ilegítimo de propagación ideológica que es típico del feminismo, bastante familiar dicho sea de paso dado que es también aplicado en otras áreas de la vida social. Me refiero al intento de apropiación de una expresión del lenguaje natural, en principio una expresión genéricamente neutral, por parte de un grupo de personas unidas por determinados intereses y de manera que su uso queda entonces vinculado a los intereses del grupo en cuestión y condicionado por ellos. Se intenta así imponer una manera de percibir la realidad y de hablar que de entrada vicia la forma normal de describir los hechos. En este caso, la expresión problemática que tengo en mente es ‘violencia de género’. En la actualidad muchos hablan de “violencia de género” pero asumiendo tácitamente que cuando se emplea dicha expresión es para indicar que una mujer es o fue víctima de un hombre o que La Mujer en abstracto es o fue víctima en general de la historia o de la cultura. Sería absurdo dudar de la realidad de lo primero y tal vez podría hablarse también de lo segundo, siempre y cuando se fuera preciso y se hicieran todas las aclaraciones indispensables para ello, pero nada de eso podría borrar el hecho incuestionable de que a menudo son las mujeres quienes ejercen violencia en contra de los hombres y hay mil maneras de hacerlo: desde jugar con sus sentimientos, excitar sus celos, etc., hasta el terrorismo jurídico por medio del cual le quitan a un hombre sus hijos, su casa, su salario, etc., pasando desde luego también por las agresiones físicas a las que, hay que decirlo, muchas mujeres son cada vez más proclives. Por otra parte, es igualmente innegable que El Hombre en general también ha sido objeto de injusticia por parte de la cultura, la estructura económica, la historia, etc. Hasta donde sé, Cleopatra también tenía esclavos y hay mozos en donde mandan las amas de casa! Pero entonces el uso a la vez exclusivo y excluyente de la expresión ‘violencia de género’ sencillamente no tiene justificación alguna.

El movimiento feminista, en segundo lugar, presupone como motivo de acción algo que, en condiciones normales, es tanto práctica como teóricamente inconcebible y que por lo tanto sólo puede dar lugar a pseudo-explicaciones y descripciones ininteligibles de la realidad. Las feministas, en efecto, pretenden que se acepte como potencial motivo de la acción masculina el mero hecho de ser mujer! Que una sugerencia así es francamente ridícula es algo que percibimos tan pronto intentamos aplicarlo a los hombres. Yo entiendo que se ataque o critique a alguien por ser ladrón, convenenciero, hipócrita, estafador, aprovechado, cruel, tonto, grosero, etc., pero ¿por ser hombre? Eso no tiene sentido y si no lo tiene en el caso del hombre tampoco lo tiene en el de la mujer. Una mujer puede ser víctima de hostigamiento o de violencia por ser coqueta, provocadora, recatada, modesta, discreta, gorda, bonita, antipática, prepotente, tímida, engreída, desobediente, etc., pero no por ser mujer. El ser mujer no es una posible causa de acción. No hay tal cosa.

El paisaje se empieza a aclarar un poco más cuando indagamos sobre los orígenes del movimiento feminista. Yo creo que no estará de más llamar la atención sobre el hecho de que se trata de un movimiento básicamente parasitario y con un origen de clase bastante fácil de detectar e identificar. El feminismo presupone muchas luchas sociales históricamente importantes pero en las cuales nunca se sintió su presencia. Ciertamente no fue una fuerza viva durante la Revolución Francesa ni durante la rusa, lo cual no quiere decir que no haya habido mujeres involucradas en los conflictos sociales mencionados pero obviamente eso es otra cosa, puesto que es claro que las feministas son sólo una minoría entre las mujeres. Tampoco las feministas estuvieron presentes durante las Guerras Mundiales ni en general durante los grandes conflictos del siglo XX. Tampoco surgió el feminismo en Birmania o en Egipto o en Paraguay. Su origen tiene coordenadas espacio-temporales bastante precisas. Como era de esperarse, un movimiento como el feminismo sólo habría podido surgir en sociedades en las que ya reinaba una situación de prosperidad general, de tranquilidad social y de bienestar material, una sociedad en la que hombres y mujeres disfrutaban ya básicamente de los mismos derechos y tenían las mismas obligaciones. Pero en relación con el origen del movimiento tenemos que ser más precisos todavía. Podemos con confianza afirmar que no fueron el mundo de las altas finanzas, los medios industriales, entre banqueros e inversionistas el ámbito en el que el feminismo hizo su aparición. En el universo en el que se maneja la riqueza de las naciones reivindicaciones como las de las feministas no tienen la menor posibilidad de ser consideras seriamente y menos aún de ser tomadas en cuenta. Pero, curiosamente, lo mismo sucede con los medios obreros y en general con las clases trabajadoras. La mujer que trabaja en la industria textil, en oficinas de gobierno o que tiene su pequeño negocio piensa en todo lo que se quiera menos en pretensiones de corte feminista: piensa en su salario, en sus hijos, en qué van a hacer el fin de semana, etc., pero no tiene la cabeza envenenada por la clase de preocupaciones  propias de las feministas, porque lo que a la mujer normal le interesa es la familia, no la desintegración de la misma. Puede por lo tanto afirmarse que el feminismo tiene un origen claramente clase mediero y tuvo su caldo de cultivo ante todo en algunas mujeres incorporadas a la vida académica y artística, mujeres que tenían satisfechas sus necesidades cotidianas y mucho tiempo libre para pensar en la “igualdad de géneros”. Siempre se trató de grupos humanos constituidos por gente que vivía bien, que no tenía mayores preocupaciones laborales o vitales, que gozaba de la suficiente tranquilidad como para poder centrar su atención y sus energías en un ámbito de la vida humana que, en sus condiciones, se volvía prominente. ¿Cuál fue esa dimensión de la vida que atrajo la atención de todas esas intelectuales y artistas que requerían de una nueva clase de motivación? La respuesta es simple: el sexo. Fue en esa frágil área de fácil manejo en donde se centraron las inquietudes, las quejas y las demandas de ciertos grupos de mujeres que muy rápidamente se auto-concibieron y se presentaron ante los demás como representantes ….. de los valores e intereses legítimos de las mujeres en general! Pero eso es una tergiversación colosal de los hechos y una tergiversación que ha tenido efectos desastrosos para la inmensa mayoría de las mujeres (que no son feministas), sobre todo para aquellas que tienen que trabajar para salir adelante, que si tienen conflictos con hombres son conflictos concretos, claramente identificables, de abuso, prepotencia, imposiciones injustas, malos humores y cosas por el estilo, pero que nunca catalizaron como expresiones de un gran conflicto esencial con su pareja natural, esto es, con el hombre. Es claro que feministas y mujeres comunes no se posicionan frente al hombre del mismo modo.

Como cualquier otro movimiento social, el feminismo tiene sus propias condiciones de existencia. Intentemos especular un momento al respecto. La verdad es que no creo que sea muy difícil encontrarlas, inclusive si no ofrecemos una lista exhaustiva de ellas. Por lo pronto, podemos volver a señalar como una condición fundamental tranquilidad social, bienestar económico y, en general, ausencia de conflictos materiales, porque es obvio (supongo) que cuando se tienen problemas así no hay tiempo para discusiones estériles como las del feminismo. Segundo, las aportaciones de la ciencia no son desdeñables en la construcción del contexto apropiado para el surgimiento del feminismo. Esto lo adivina hasta un niño: si no hubieran creado en los laboratorios medios anti-conceptivos, el movimiento feminista simplemente no hubiera despegado. De igual modo, el feminismo presupone la existencia de una clase de gente ociosa que tiene tiempo para fantasear, manifestar sus insatisfacciones, con capacidades expresivas y con el apoyo de políticos y de medios de comunicación. Estas condiciones de existencia ayudan a explicar la evolución del feminismo: éste nació y se desarrolló en torno al sexo y lo que propició o fomentó fue más que la explosión la publicitación de la homosexualidad, del lesbianismo y de todo lo que de ello se deriva pero, y esto yo creo que es un resultado innegable, no ha tenido ni tendrá éxito en las mujeres trabajadoras, en las mujeres normales a las que por más que hablen no logran convencer de que los hombres son sus enemigos naturales. Debe quedar bien claro que los objetivos últimos del feminismo sencillamente no son universalizables. Eso fija los límites de su éxito.

Parte del éxito del feminismo ha consistido en que sus partidarios han sabido camuflajear sus objetivos detrás de las reivindicaciones legítimas de las mujeres, reivindicaciones que son todo lo que se quiera menos feministas. Las mujeres (y nosotros estamos con ellas de corazón) aspiran a una vida de respeto, a sueldos justos, a condiciones de vida que les permitan disfrutar su existencia, ver crecer a sus hijos, disfrutar de vacaciones con su familia y cosas por el estilo. Pero no son esas las aspiraciones feministas, porque (una vez más) el universo del feminismo es el de la sexualidad. Por lo tanto, feminismo y reivindicaciones femeninas no son lo mismo. Esa mimetización tiene que ser ya puesta al descubierto.

Hay otro elemento, mucho más turbio, asociado también con el feminismo y es que el feminismo incorpora un elemento abiertamente anti-religioso y de facto es un elemento que conspira en contra del concepto tradicional de familia. Si se va aceptar que el papá llegue a su casa tomado de la mano de su “novio” para compartir la mesa con sus hijos, a lo que estamos asistiendo es a la disolución de la familia. Aquí ya no se trata de “respetar” las desviaciones sexuales de una persona: aquí de lo que se trata es de promoverlas y de imponérselas a los demás. Para ello, se ha desarrollado toda una terminología, una pseudo-ciencia llamada ‘estudios de género’, se ha gozado del apoyo total de la televisión, el cine y los periódicos poniéndole así una mordaza a quienes disienten y ejerciendo un gran chantaje a quienes se oponen a este movimiento. El enfoque feminista se ha incrustado en los programas educativos manipulando para ello el lenguaje y, como señalé más arriba, imponiendo un uso exclusivo y excluyente del mismo: si no aceptas que tu padre o tu hijo puede ser homosexual, entonces eres un “homofóbico”, si no dejas que tu mujer te cachetee entonces eres un “machista” y así ad nauseam. Lo que todo esto muestra es que el feminismo dejó de ser el movimiento más o menos espontáneo de algunas mujeres que querían vivir su vida sexual abiertamente, sin tapujos, y ello porque el medio al que pertenecían se los permitía, para convertirse en un movimiento político que promueve la disolución de la familia y la interiorización de valores que operan en contra de los intereses de la población en general. Y el movimiento, hay que decirlo, se ha apuntado éxitos notables. Mencionaré rápidamente un par de ellos.

Cuando hablo de “éxitos notables del feminismo” hago alusión al hecho de que éste promueve explicaciones absurdas de fenómenos y que dichas explicaciones son aceptadas hasta por las autoridades. Considérese, por ejemplo, la noción de feminicidio. Esta es a todas luces una noción absurda y que se deriva de la falacia antes mencionada de sostener que el mero hecho de ser mujer es una potencial causa de acción delictiva. Eso es pensamiento anti-policiaco, es decir, sirve únicamente para desviar la investigación y no dar nunca con los responsables. Las causas de los delitos, por horrendas que nos parezcan, tienen de todos modos que ser inteligibles: se deben poder reconstruir las motivaciones, maquinaciones, intenciones, etc., de los delincuentes, pero en condiciones normales no encontraremos nunca la motivación “ser mujer” y por lo tanto si es eso lo que se busca, la investigación está a priori destinada al fracaso. Por otra parte, nótese que juzgar más duramente a un hombre por feminicidio que a una mujer por homicidio es devaluar la vida del hombre de un modo que resulta no sólo inaceptable, sino abominable. ¿Por qué? Aquí hay que tener mucho cuidado para que no se nos haga decir lo que no estamos diciendo: no estamos ni mucho menos promoviendo acciones en contra de las mujeres (no somos como Ricardo Alemán) o intentar denigrarlas.  Nada más lejos de nosotros que algo semejante. Estamos simplemente afirmando que la vida de una mujer es tan valiosa como la vida de un hombre y señalando que el feminismo rompe con ese principio. Las mujeres en general no son anti-masculinas o anti-masculinistas, las feministas sí. ¿Por qué entonces los seres humanos del género masculino habrían de aceptar gustosamente posiciones feministas, en la teoría o en la práctica?

A mí me parece que si el feminismo tenía objetivos históricamente laudables ya los alcanzó, es decir, ya cumplió con su rol histórico de abrirle a la humanidad los ojos en relación con una determinada temática y por lo tanto puede ya descansar en paz. Y de hecho es muy importante que así lo haga, porque de lo contrario se estará transformando y será recordada no por ser una ideología que en algún minúsculo sector del espacio-tiempo desempeñó un papel positivo, por mínimo que haya sido, sino como un factor cultural dañino para hombres, mujeres y niños de consecuencias negativas incalculables.

Apocalipsis Tercermundista

Se necesitaría ser un dogmático irreflexivo, un gangster político mal perdedor o de plano un tonto de capirote para no reconocer, a un mes de que tengan lugar las elecciones presidenciales en México, que Andrés Manuel López Obrador ya ganó. Sencillamente no hay forma de que, ni siquiera juntos, sus rivales políticos puedan desplazarlo. Dejando de lado las sonrisas forzadas de J. A. Meade o el permanente y semi-horrendo rictus de R. Anaya, es imposible no imaginar que en sus respectivas guaridas políticas los ánimos deben estar por los suelos. Tienen desde luego perdida la Ciudad de México, importantísimo bastión político y de aquí en adelante, si no estuvieran tan desorientados, deberían olvidarse ya de la presidencia y concentrar sus esfuerzos en la obtención de algunos curules en las Cámaras. Eventualmente podrían aspirar también a repartirse algunas de las gubernaturas de estados que están en juego, pero nada más. Así, pues, por lo menos para sus partidarios y seguidores la victoria de AMLO dejó de ser una inquietud. El problema es que una preocupación le cedió su lugar a otra. Nuestra preocupación ahora concierne a lo que viene. El Lic. López Obrador es sin duda un buen político, es incuestionablemente un hombre bien intencionado, pero no es un mago y en torno a él – en su papel de consejeros, analistas, operadores y demás – hay (hay que decirlo) de todo. Es, por consiguiente, muy importante entender lo que significa la victoria del Lic. López Obrador. Su triunfo es en primer lugar una expresión de hartazgo, de agotamiento, de resentimiento, porque en efecto la situación de inmensos sectores de la población es literalmente desesperada. Y no es que nos fustiguemos a nosotros mismos porque no tengamos otra cosa que hacer, que es esencialmente lo que afirmó el Presidente Peña Nieto el día ayer! La situación en México es mucho más grave de lo que dejan traslucir sus optimistas palabras, por lo que ahora lo que nos debe preocupar es: ¿qué tendría que hacer el futuro presidente de México (me refiero al Lic. López Obrador, desde luego) para sacar a la nación del pantano en el que la dejaron los gobiernos priistas y panistas de por lo menos los últimos 35 años?

Naturalmente, para estar en posición de responder satisfactoriamente a esa pregunta es fundamental entender la naturaleza del problema mexicano. Es, obviamente, un problema social, pero no el sentido trivial de que se trata de una situación que afecte a muchas personas. Afirmar algo así no tendría el menor valor, por lo que pido que no sea esa idea la que se me adscriba. Lo que quiero decir es más bien que se trata de una situación que ya no se corrige por medio de decretos presidenciales, de promulgación de leyes, de embrutecedores programas televisivos de dizque análisis políticos y cosas por el estilo. En otras palabras, los últimos 6 presidentes de México se las arreglaron para llevar al país a una situación de la que objetivamente no se puede salir sin grandes sacrificios. ¿Qué fue lo que hicieron? Ello está a la vista. Para empezar, vivieron en grande su acceso al poder cuyo manejo personalizado mezclaron con una soberbia infinita y con toda clase de pretensiones injustificadas sólo que lo hicieron, yo diría, estúpidamente. ¿Por qué? Porque al tomar las riendas del país como lo hicieron lo debilitaron a cambio de su beneficio personal (piénsese, por ejemplo, en la canallada que fue la re-privatización de los bancos), ellos mismos le pusieron al Estado mexicano un bozal al acabar de motu proprio con lo que hasta entonces había sido una política exterior digna y más o menos autónoma (el detestable Fox fue en esto un campeón, pero el gobierno de Peña Nieto no se queda atrás, como lo ponen de manifiesto las declaraciones y las acciones del venido a Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray), se desentendieron por completo del pequeño productor agrícola, promoviendo el abandono del campo por parte de millones de trabajadores, con todo lo que eso acarreó, desprotegieron a los productores mexicanos abriéndole las puertas casi indiscriminadamente a las mercancías extranjeras (y lo siguen haciendo puesto que todos los días nos saturan con toda clase de sandeces concernientes al “libre comercio” y denostando el “proteccionismo”, practicado obviamente en los países avanzados). Yo diría que en México se ha venido practicando a lo largo de 35 años una política de desmantelamiento sistemático de la infraestructura y de los bienes nacionales muy parecida a la que en Rusia se practicó durante unos cuantos años, en la época de Boris Yeltsin. Allá todo estaba en venta y aquí todo está en concesiones. Para el caso es lo mismo, hasta donde me lo asegura el sentido común. Así, los mandamases mexicanos repartieron, regalaron, remataron (sin que hasta ahora la Patria se los haya demandado) las riquezas de México como si hubieran sido de ellos y así el país perdió de facto su auto-control. Las mal llamadas ‘reformas’ son el mejor ejemplo de lo que es a la vez un fraude a nivel nacional y una gran traición política. La gran estrategia, perversa a más no poder, fue siempre la misma: para controlar a las masas se corrompe a los sindicatos y éstos a su vez hacen lo mismo con sus afiliados. Así se controla al sector obrero y trabajador en general. Por otra parte, para poder vender bancos, empresas y demás, primero deliberadamente se les quiebra y posteriormente (una vez que se “demostró” que no son rentables) se les remata; para recibir el apoyo externo que no se recibe desde dentro del país se inventa un gran “pacto por México” y se implementan “reformas” que de manera descarada conducen a la venta de lo que para cualquier nación son recursos vitales, como el petróleo o la electricidad; en lugar de promover la inversión nacional (de un empresariado muy acostumbrado también a no hacer gran cosa y a querer todo fácil, barato y con beneficios inmediatos), se deja la construcción de la infraestructura en manos de empresas internacionales. Todo esto es bien conocido, pero lo que yo quiero argumentar es lo siguiente: el resultado neto de toda esta “estrategia” de unos cuantos mexicanos contra el grueso de sus compatriotas es precisamente la situación que vivimos hoy. O sea, la degradación de la política, consistente en la imposición de medidas que se contraponen a los intereses nacionales, termina inevitablemente por generar un cuadro que lleva de indiferencia a enojo, de enojo a oposición, de oposición a deterioro generalizado, de éste al incremento galopante de la vida delincuencial, de la vida delincuencial generalizada a la creación de auto-defensas, de éstas a guerra civil de baja intensidad y de ésta al caos, a las turbulencias graves, al desmoronamiento institucional, a la guerra civil en sentido estricto. Desde luego que dicho de la manera más abstracta nos importa inmensamente no sólo la situación por la que estamos atravesando, sino por la que a todas luces vamos a tener que pasar en un futuro inmediato. ¿Por qué? Porque el problema ahora es, como dije, un problema social, es decir, está fuera del control individual, sea quien sea el individuo y eso se aplica por igual al Lic. López Obrador. La inquietud inmediata, por lo tanto, es: ¿qué va a poder hacer el próximo presidente, o sea, Andrés Manuel López Obrador, cuando asuma la Presidencia de un país, por decirlo de algún modo, descuartizado, desmembrado, desarticulado? No olvidemos, por si fuera poco, que por increíble que suene los próximos expulsados de Los Pinos y sus achichincles políticos van a seguir haciendo todo lo que puedan para obstaculizar la labor de reconstrucción y regeneración que pueda efectuar el Lic. López Obrador. Es evidente que lo van a hostigar desde las Cámaras, desde los estados, desde el frente financiero, desde la Embajada norteamericana, etc., etc. Lo que hay que preguntarnos desde ahora es: ¿qué puede pasar si, a pesar de estar imbuido de las mejores intenciones, el Presidente López Obrador se encuentra maniatado, sujetado, amenazado, advertido?

El problema es demasiado complejo como para pretender siquiera esbozar en unas cuantas líneas un proyecto político global para el México que arranca, estrictamente hablando, el 1º de diciembre de este año. Básicamente, se van a necesitar las contribuciones de toda clase de especialistas que tengan en la mira un mismo ideal (aunque sea vagamente delineado). Es sólo conjugando enfoques, análisis, estudios, etc., tendientes a llevar al país en cada sector hacia uno y el mismo objetivo (esto es, el renacimiento de México como nación) como se podrá superar el sinfín de debilidades que hoy nos tienen al borde del precipicio. Confieso que mi labor es en este sentido mucho más fácil puesto que, como no soy especialista en nada, me puedo limitar a externar libremente mis opiniones y como por casualidad es justamente eso lo que me propongo hacer.

Como todo mundo sabe (yo simplemente traigo a la memoria lo que todo mundo ya conoce), durante el período de la así llamada ‘Guerra Fría’, iniciada con la traición aliada (dirigida por H. S. Truman) en contra de la Unión Soviética después de la derrota del enemigo común, en 1945, y que oficialmente terminó con la transformación de ese país sobre todo en la época de Yeltsin, se acuñaron un sinfín de expresiones que dejaron de ser empleadas cuando Rusia se re-estructuró. En aquellos tiempos se hablaba de “movimientos de liberación nacional”, de “imperialismo”, de “planificación”, de “descolonización”, de “revolución” y así indefinidamente. Había también otra noción, que encajaba con el cuadro de la oposición entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, que me parece que era muy útil y que a mi modo de ver lo sigue siendo, a saber, la de Tercer Mundo. La expresión ‘Tercer Mundo’ servía para denotar los países que no formaban parte de ninguno de los dos bloques pero también y sobre todo que eran subdesarrollados, pobres, marginados y demás. Suiza, por ejemplo, no era un miembro de la OTAN, pero hubiera sido risible que se dijera que era un país tercermundista. Pasó la Guerra Fría, pero a mí me parece que la idea de Tercer Mundo y expresiones como ‘tercermundista’ siguen siendo muy útiles y, por consiguiente, creo que hay que seguir aplicándolas. Por ejemplo, yo diría que un buen modo de caracterizar a México consiste precisamente en decir que es un país típicamente “tercermundista”. Espero justificar mi uso.

Como es obvio, en un país tercermundista lo que éste contiene tiende a ser tercermundista. Esto se aplica por ejemplo a sus “intelectuales”: lo que hay en países tercermundistas son intelectuales “ídem”, con las honrosas excepciones de siempre. Yo, por ejemplo, en el ámbito del pensamiento político, dejando de lado desde luego a algunos pensadores como Luis Villoro (in memoriam), lo que veo son intelectuales que conocen relativamente bien sus temas, que saben articular algunas explicaciones de manera convincente, etc., pero entonces ¿por qué son “tercermundistas”? Lo que los hace tercermundistas es que son meros importadores de ideas, que no saben pensar por cuenta propia, que no son capaces de acuñar una nueva terminología, un vocabulario técnico ad hoc a nuestras circunstancias para pensarla en sus términos, todos esos pseudo-analistas que no saben más que repetir a diestra y siniestra su palabrita mágica, a saber, ‘democracia’ y que no saben pensar más que en términos de “bi-partidismo” (“conservadores y liberales” o “demócratas y republicanos”) y de “parlamentarismo”. A esos los llamo ‘tercermundistas’ y, con toda franqueza, no creo ser injusto. Ahora bien, lo que quiero sostener es que esos intelectuales, analistas, todólogos, toda esa plaga de irresponsables revisionistas de nuestra historia, le han hecho un gran daño a la población. Ya es momento de cambiar a los portavoces del sistema, porque ellos ya cumplieron con su misión histórica. También a ellos les tiene que llegar la hora del cambio!

También, yo diría, el sector empresarial de un país tercermundista es tercermundista. ¿Cómo se manifiesta este “carácter” gremial? Inter alia, en su morbosa simbiosis con los gobiernos en turno, su permanente dependencia parasitaria del poder público, en el aprovechamiento descarado de prebendas y facilidades indebidas y todas con cuenta al erario público. Es típico de México, por ejemplo, el que el gobierno en turno remate empresas nacionales redituables o lucrativas a fin de cedérselas a particulares (“inversionistas”) quienes después de sobre-explotarlas las llevan a la quiebra; se las venden entonces al gobierno a precios exorbitantes, el gobierno las vuelve a echar a andar y ya que están operando con números negros las vuelve a sacar a la venta y así se perpetúa el ciclo vicioso de los empresarios tercermundistas mexicanos (una vez más, con las loables excepciones de siempre). Ahora bien, el dato interesante concerniente a la clase empresarial es que le llegó su turno de elevar la voz de alarma y de protestar en serio ante el presidente por la situación actual. Y en verdad hay de qué quejarse: cerca de 90 asesinatos diarios, imposibilidad de tener un negocio sin ser víctima de bandoleros (pago de piso, secuestros, etc.), atmósfera total y radicalmente repelente a la inversión privada, pequeña, mediana o grande, etc. La queja está plenamente justificada sólo que los “empresarios” no parecen haber entendido dos cosas: a) que la situación actual ya no es manejable ni desde la presidencia de la República, ni con el ejército por delante, es decir, que ya rebasó inclusive el horizonte de la voluntad presidencial o de las decisiones ministeriales. Eso se acabó. La situación en México está fuera de control; y b) que ellos contribuyeron poderosamente a que desembocáramos en lo que es la situación actual. O sea, habría que decirles a los señores empresarios que están cosechando lo que durante muchos lustros sembraron. Ellos también tienen responsabilidad en el desastroso proceso que ahora está empezando a asfixiar al país. Pero si ello es así, si en efecto durante decenios los empresarios promovieron la corrupción gubernamental, en todos los niveles, si optaron por la fácil política de adquisición de patentes en lugar de ser realmente inversionistas y luchar con productos nacionales en el mercado nacional primero y mundial después, si en connivencia con los gobiernos a su servicio impusieron salarios medievales, condiciones deplorables de trabajo, etc., etc.: ¿de qué, o mejor dicho, con qué derecho se quejan? Ellos se quejan porque esa situación que a ellos en general no afectaba o lo hacía muy indirectamente pero que sí agobia al ciudadano común de manera cotidiana la están empezando también a padecer. Parecería como que apenas están empezando a darse cuenta de que la situación en México es, aparte de terrible, imparable. Dada el deterioro de la vida nacional mucha gente perdió ya la noción de límite, la idea de que hay cosas que no puede hacer. Si antes golpeaban y mataban a gente indefensa en los barrios más pobres de las ciudades, ahora eso mismo se hace sólo que con la gente que maneja autos de lujo y vive en las zonas privilegiadas. La situación ya rebasó las distinciones de clase. Ahora todos estamos hundidos en ella. De manera que lo primero que se nos ocurre decirle a los quejosos es que su lamento viene un poco a destiempo. Y el problema sigue siendo: ¿qué vamos a hacer?

Yo creo que la realidad nacional exige nuevos pensamientos y nuevas líneas de acción o, dado que difícilmente hay cosas nuevas bajo el sol, la actualización de pensamientos que otrora reinaran tanto en México como en otros países y como nunca dejaron de hacerlo en otros. Lo que quiero decir está relacionado con una de las típicas baladronadas del demagogo barato que es el candidato Anaya. Tanto en sus apariciones como en sus spots, el interfecto no se cansa de afirmar que las ideas del Lic. López Obrador pertenecen al pasado y que éste sólo ve hacia atrás. La metáfora es demasiado simplona como para ponerse a cuestionarla, pero yo le respondería de inmediato: “Sr. Anaya: fíjese por favor en el hecho de que hay cosas que no pasan de moda, como el hambre, el desempleo y la inseguridad. La sabiduría no consiste en repetir vacuidades, frases hechas y recetas banales expresadas en el más simple de los lenguajes coloquiales. La sabiduría, tanto a nivel personal como social, a menudo consiste en reconocer que se tomó un mal rumbo y que es necesario, primero, regresar al punto de quiebre y, segundo, a partir de ahí volver a dirigir sus pasos o impulsar a la nación en una dirección distinta. Usted, Sr. Anaya, no contribuye en nada a lo que el país en este momento requiere, que desde luego no son exhortaciones de tipo ‘Todos tomados de la mano, todos, vamos a salir adelante! Ya van a ver que sí se puede!’ y ridiculeces por el estilo”. La pregunta que debemos plantearnos es entonces: ¿cuál es la dirección que debe tomar el país para evitar que se convierta en una tierra de nadie?

Hace unos 17 años yo subí a lo que a la sazón era mi página de internet un artículo sobre temas afines y que considero que es vigente. Me permito proporcionar su dirección por si a algún amable lector le interesaría echarle un vistazo. Lo encuentran en: http://www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/Vol2/¿Hacia-dónde-va-México.pdf. Yo en dicho artículo argumento, con base en otras razones, que se estaban sembrando en México las semillas de una guerra civil. Ahora, a casi 20 años de distancia, creo sin ser dogmático que no estaba tan equivocado. Yo también creo en la unión nacional, pero no en la unión física como el Sr. Anaya (todos agarrados de la mano. Sólo alguien como el presidente argentino, Mauricio Macri, es capaz de decir en público algo así). Creo, por lo tanto, que la única dirección vitalmente correcta para México es lo que podríamos llamar la ‘orientación nacionalista’. Hay que rehacer los libros de texto, hay que cerrarle el pico a los vende-patrias, hay que proteger a los trabajadores, tanto de la ciudad como del campo, poniendo al servicio de su trabajo el poder estatal, hay que proteger a la clase empresarial nacional y no a los que ante el primer conflicto social serio sólo saben hablar de emigrar con sus capitales. A esos no los queremos ni los necesitamos. Queremos a la gente que cree en la solidaridad humana, que tiene compasión, que quiere a su país. Aquí los “intelectuales” son (por decirlo cultamente) “más papistas que el Papa!”. Cada quien en su estilo y con su vocabulario, pero lo cierto es que la óptica nacionalista es la que se está adoptando en todas partes del mundo, empezando por los Estados Unidos, pero lo mismo pasa en Gran Bretaña, en Francia, en Rusia, en China o en Israel. Sólo aquí los “especialistas” pretenden mantenernos en el lenguaje trasnochado del “libre mercado”, la “apertura” y demás categorías obsoletas. Es evidente que no han sabido extraer la más mínima lección del proceso de negociación del mal llamado ‘Tratado de Libre Comercio’ aunque las moralejas estén a la vista! Lo que es innegable es que si México no se auto-protege, y ‘protegerse’ quiere decir aquí ‘proteger a todos’, el país se irá a la deriva. Escenarios posibles hay muchísimos y todos para beneficio de los extranjeros, desde convertirse en paraíso fiscal hasta el desmembramiento del país. Fácilmente visualizamos, por ejemplo, tres Méxicos sólo que no lo vamos a permitir. El triunfo electoral masivo del Lic. Andrés Manuel López Obrador es la primera, tenue todavía, expresión de que el país se está despertando de un largo y dañino letargo en el que presidentes execrables, clases políticas infames e intelectuales tercermundistas lo mantuvieron. Debe quedar bien claro: no hay nadie que saque milagrosamente al país de la postración en la que se encuentra, pero si por tercera vez le hacen trampa al ya ganador, Lic. Andrés Manuel López Obrador, y colocan por la fuerza a alguno de sus mediocres contrincantes, lo único que habrán logrado será llevar por la fuerza al país a una situación en la que sólo prevalecerá la ley del más fuerte.

Barbarie Israelí

La semana pasada el mundo entero fue testigo de un acontecimiento (desplegado a lo largo de varios días) que difícilmente se podrá borrar de la memoria individual (si se vieron los videos que se difundieron tanto por televisión como en la red) y con toda seguridad nunca de la historia universal, ciencia social que tiene como una rama de especialización la recopilación de las acciones más horrorosas y despreciables cometidas por los seres humanos a lo largo de su presencia en el planeta. Millones de personas esparcidas a lo largo y ancho del mundo, en Francia, en Egipto, en Japón o en México, fuimos testigos de una situación que resultaba difícil hasta de ver y que rayó en la paradoja. ¿Por qué en la paradoja? Porque los calificativos que empleamos  para describir la situación en cuestión están, por así decirlo, invertidos. Normalmente, las muchedumbres corren, se protegen, tienen miedo y, también normalmente, los soldados son seres valientes, que exponen sus vidas en aras de una causa noble y a través de actos heroicos. En este caso, sin embargo, la situación fue exactamente al revés: vimos a personas inermes, desprotegidas, simplemente manifestando su indignación y su rabia por la situación en la que se les obliga a vivir, actuando con una valentía incomparable, en más de un sentido realmente “admirable” y teniendo frente a ellas a un conglomerado de cobardes (sólo esa palabra es útil en este caso), de soldados armados hasta los dientes, equipados con todo lo que la tecnología de vanguardia proporciona y dedicados, sin realmente exponerse a nada, sin correr el más mínimo riesgo, a disparar sobre la población civil como si estuvieran en una sesión de cacería de conejos o perdices. Murieron en el dolor hombres, mujeres, ancianos y hasta una niña de cuna, asfixiada por el brutal bombardeo con gases lacrimógenos. Los soldados se divirtieron a sus anchas seleccionando víctimas, muchas de las cuales eran periodistas. ¿De quién hablamos? Del sufrido y heroico pueblo palestino, por un lado, y del ejército israelí, por el otro.

Salta a la vista que la comprensión de lo que sucede en el Medio Oriente no se explica únicamente mediante un trabajo periodístico. De hecho, el periodismo por sí solo entorpece la comprensión, porque lo que los periodistas proporcionan son imágenes fugaces, datos las más de las veces inconexos y que no son susceptibles más que de generar una visión superficial y pasajera de lo que pasa. Desde luego que la comprensión real exige que se conozcan los datos periodísticos, pues es menester tener datos frescos acerca de lo que se habla, pero la comprensión genuina no se puede gestar si no se conoce el contexto global de los sucesos, el trasfondo en el que se inscriben. Intentemos nosotros conjugar unos cuantos datos de ambas clases.

Como nos lo hicieron saber los periodistas, lo que detonó la protesta masiva de los palestinos que viven en el campo de concentración más grande del mundo y de la historia y que se le conoce como ‘Gaza’ fue el septuagésimo aniversario de la creación del Estado de Israel, aniversario jocoso cuya otra faceta sin embargo es lo que los palestinos llaman ‘Nakba’ o ‘Catástrofe’. ¿De dónde viene y cómo se justifica este apelativo? Proviene del hecho de que la creación de un Estado (Israel) requirió de la expulsión de cerca de un millón de personas de los territorios en donde habían vivido por siglos, sin contar ya las múltiples víctimas ejecutadas de los más diversos modos a lo largo de muchos años. No voy a entrar en los detalles (algunos muy bien conocidos) de los mecanismos puestos en acción para de manera bestial correr a decenas de miles de familias de sus casas y entregarles sus tierras y propiedades a recién llegados, por lo que me limitaré a considerar los hechos relevantes del momento. Éstos son simples, pero son efectivamente comprensibles sólo cuando se conoce la trama completa. Aquí el hecho crucial fue la decisión del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de trasladar la embajada norteamericana de la ciudad de Tel-Aviv a Jerusalem. Alguien podría pensar que a final de cuentas da lo mismo que una embajada esté en una ciudad o en otra, pero ello no es así. La decisión norteamericana fue un acto políticamente muy significativo, tanto a nivel mundial como internamente. A nivel mundial porque sentó un precedente de apoyo incondicional, de sumisión lacayuna a la política del actual gobierno israelí; e internamente porque puso de manifiesto la incontrovertible realidad del total dominio sionista sobre los Estados Unidos. Para quien quiera que sea que tenga un mínimo de información ese hecho es un lugar común, una trivialidad, por lo que no podría sorprender a nadie la declaración del presidente legítimo de Siria (país actualmente invadido por los Estados Unidos y agredido cotidianamente por la aviación israelí), Bashar-al-Ásad, de que no tenía el menor sentido discutir con un presidente que no gobierna en su propio país. El presidente sirio, naturalmente, no dio una explicación del contenido de su afirmación, pero realmente no creo que haya nadie que, estando en sus cabales y siendo serio, podría negar la veracidad de sus palabras. Lo que es no sólo importante sino urgente entender es entonces por qué en efecto Donald Trump no manda en su país.

Antes de externar mi opinión sobre dicho tema, sin embargo, me voy a permitir hacer un corte para disponer de algunos elementos que nos permitan elaborar un marco apropiado a fin de presentar y discutir fructíferamente el tema que nos incumbe. Para ello, permítaseme hacer una veloz alusión a un diálogo de Platón. Ese pensador superior que fue Platón tenía la virtud de formular problemas filosóficos de tal manera que a sus interlocutores les resultaba imposible evadirlos y por ende no enfrentarlos. Así, en uno de sus diálogos más célebres, La República (que en mi modesta opinión debería haber sido traducida como ‘El Estado’), Platón incorpora en el Libro I de su obra una extraordinaria discusión entre Sócrates y un sofista de nombre ‘Trasímaco’. La discusión gira en torno a los fundamentos del derecho y, por consiguiente, a la noción de justicia. La pregunta inicial es muy simple: ¿qué es lo justo y cuál es su fundamento? Todos quisiéramos pensar que la racionalidad y la moralidad tienen algo que ver en el asunto, pero Trasímaco rechaza esa propuesta. Él sostiene que el fundamento del derecho y de la justicia es y sólo puede ser la fuerza, el orden que por la fuerza se impone. La justicia es lo que se deriva de las decisiones del más fuerte, de quien manda. El debate entre Sócrates (o sea, Platón) y Trasímaco es muy cerrado, pero no termina como en otros diálogos con una victoria aplastante por parte de Sócrates. Nuestra inquietud es entonces: ¿hay alguna manera, una manera que se le habría escapado al mismísimo Platón, de refutar a Trasímaco?¿Realmente se reduce  lo justo a lo que le conviene al más fuerte? Como no es mi propósito discutir filosofía en este artículo le dejo el tema al lector para que él trate de encontrar su propia respuesta y paso entonces, teniendo la discusión platónica en mente, al tema de lo sucedido en Palestina la semana pasada.

Lo primero que tenemos que señalar es entonces que, independientemente de lo que pensemos que es la justicia, la política del actual Estado de Israel es política (si se me permite el barbarismo) típicamente “trasimáquea”. Si hay un Estado en la Tierra, además de los Estados Unidos, que funda todas sus acciones en el poder financiero y militar del que dispone es Israel. Aquí ni la moralidad ni la racionalidad (más que la meramente práctica) son tomadas en cuenta. Las vergonzosas declaraciones de los dirigentes israelíes después de la horrorosa masacre de la semana pasada no permiten dudas al respecto. Benjamín Netanyahu, por ejemplo, con desparpajo comentó que así como habían muerto muchos palestinos habían muerto también muchos nazis. La implicación es obvia. Y Avigdor Lieberman, el ultra-fanático ministro de relaciones exteriores, no dudó en proponer medallas para los soldados que hubieran asesinado a mansalva a civiles cuyo único crimen consistía en haberse acercado al muro y a las vallas que separan a Gaza de Israel. Bueno, los partidarios israelíes de Trasímaco pueden vanagloriarse de más de 60 muertos y de más de 2000 heridos, pero de seguro que no pueden llegar tan lejos como esperar que los habitantes del planeta se unan a su regocijo! Y, sin embargo, parecería que es precisamente a algo tan absurdo como eso a lo que en el fondo aspiran!

Una cuestión álgida es desde luego el status de Jerusalem. Supongo que, como lo confieso, dado que no soy adepto de ninguna de las tres grandes religiones monoteístas, forzosamente veo el caso desde una perspectiva diferente a la de judíos, cristianos e islamistas. Los actuales detentores del poder en Israel sostienen que Jerusalem es su capital, pero históricamente eso es cuestionable. Desde la destrucción del Templo y la expulsión de la población autóctona por allá del año 70 de nuestra era y partir de la expansión del cristianismo, la zona fue de hecho compartida por cristianos, musulmanes y judíos en muy distintas proporciones a lo largo de diferentes periodos de la historia. Uno se pregunta por qué no podría ello seguir siendo así y por qué no podrían adeptos de distintas religiones convivir ahora como de hecho lo hicieron durante siglos. Si en Bosnia Herzegovina quedó demostrado que judíos, musulmanes y cristianos podían vivir en armonía: ¿por qué no dejan ahora que practicantes de esas mismas tres religiones vuelvan a compartir sus destinos? No son los pueblos los que se odian unos a otros, sino las fuerzas que los manejan. Vale la pena recordar, en particular, que entre musulmanes y judíos nunca hubo problemas de racismo o de persecuciones, como sí las hubo entre cristianos y judíos en Europa. El anti-semitismo, sin duda un fenómeno real del pasado pero en la actualidad de hecho inexistente, fue un fenómeno europeo, con fuertes raíces religiosas y financieras. Empero es bien sabido que las comunidades judías que se instalaron en Irak, en Irán inclusive (en donde todavía las hay y en donde viven pacíficamente) y en los litorales mediterráneos africanos (Marruecos, Libia, etc.) nunca sufrieron persecuciones ni pogromos como en la Rusia zarista. Fue con el triunfo aplastante del sionismo (sobre todo en su versión norteamericana) que se inició (a veces a la fuerza, como lo pone de manifiesto Alison Weir en su libro Against our Best Judgment, o sea, En Contra de Nuestro Mejor Juicio) un regreso masivo de ciudadanos que profesaban la religión judía a lo que los cristianos habían llamado ‘Tierra Santa’. El proceso se aceleró cuando prominentes sionistas norteamericanos negociaron con el gobierno británico la entrada en guerra de los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial a cambio de la creación de un “protectorado” que un cuarto de siglo después desembocaría en la creación del Estado de Israel, esto es, en 1948. El problema fue que, en lugar de crear un Estado en el que convivieran tanto los nuevos habitantes como quienes ya residían allí, lo que con toda frialdad se planeó fue la creación de un Estado en el que no pudieran vivir más que los nuevos habitantes, lo cual requería que se expulsara al precio que fuera a quienes hasta ese momento habían residido allí. Desde antes de la creación de Israel organizaciones paramilitares y terroristas, como la Haganá e Irgún, practicaron una política de agresión incontenible en contra de la población árabe que vivía en lo que ahora es Israel y los territorios ocupados. Sobre esto hay mucho material histórico por lo que no entraré aquí en detalles.

Regresando al presente y conjugando resultados, yo diría que estamos ahora sí en posición de ofrecer una explicación razonada y bien fundada acerca de por qué un Estado se permite actuar como lo hace Israel sin acatar el derecho internacional. Los líderes israelíes son partidarios de Trasímaco y si lo son es porque tienen, en este periodo histórico, la fuerza de su lado. Ellos sólo creen (y veneran) la fuerza, que sin duda hoy por hoy tienen. Pero ¿en dónde está la fuerza de Israel? La repuesta no puede más que ser sorprendente: no en Israel, sino en los Estados Unidos. En este segundo país hay una comunidad sionista que maneja prácticamente a su gusto a la sociedad norteamericana y que mantiene un control férreo sobre el gobierno norteamericano a través del cual orquesta la política internacional de los Estados Unidos. Eso es poder, no bromas! Ahora sí nos explicamos multitud de situaciones que son prima facie simplemente incomprensibles. ¿Por qué los Estados Unidos bombardean Siria, un país que nunca los ha atacado, y por qué tienen un ejército instalado en territorio sirio sin el consentimiento del gobierno legítimo de ese país? Peor aún: ¿por qué invadieron Irak?¿Por qué se dio el conflicto en Ucrania o, mejor dicho, por qué orquestaron un golpe de Estado en esa ex-república soviética?¿Por qué ese encono por parte del congreso norteamericano en contra de Rusia? Podemos plantear esas y mil preguntas más que reciben respuestas satisfactorias sólo si entendemos el rol y la importancia del sionismo norteamericano, su protección, decidida y totalmente acrítica, de los gobiernos de Israel, el apoyo indiscriminado que le presta (económico, militar, de inteligencia, político, etc.) y así indefinidamente. Ello puede parecer increíble, pero no es incomprensible. Que el gobierno norteamericano esté de hecho subyugado por Israel lo único que hace es mostrar que éste tiene un poder casi absoluto sobre aquel. El reto para quien pretenda rechazar teóricamente lo que salta a la vista y todo mundo sabe consiste en ofrecer explicaciones alternativas que sean convincentes. Podemos augurar que no podrá proporcionar ninguna explicación no digamos convincente de la situación en el Medio Oriente y, más en general, en el mundo, sino ni siquiera inteligible y consistente.

Sin duda, algo que para los espectadores de la carnicería de la semana pasada resulta particularmente indignante es no sólo que se pretenda taparle la boca a quienes se levantan en contra de acciones tan inhumanas como las perpetradas por ejército israelí,  sino que casi le exijan a uno que comparta con ellos su morbosa alegría! Desde luego que todo ello es inmoral, indignante, etc., pero es también muy revelador, pues da una idea de los niveles alcanzados por el poder sionista mundial. No resulta posible compartir los crímenes cometidos en Palestina porque ninguna persona normal podría percibir la más mínima conexión entre la matanza colectiva de la semana pasada y lo que en otros tiempos sucediera con poblaciones judías que eran acosadas, agredidas, violentadas, humilladas y hasta aniquiladas, sobre todo en Europa Oriental y en particular en Rusia, que es el argumento al que más a menudo se apela. Esos sucesos, tan criticables y lamentables como los que nos ha tocado a nosotros presenciar, tienen coordenadas espacio-temporales completamente diferentes. No hay duda de que, tarde o temprano, la política israelí no podrá seguir practicándose y eventos tan odiosos como los de la semana pasada de una u otra manera contribuyen a modificar el panorama. Por lo pronto, permiten extraer lecciones. Por ejemplo, dejan en claro de una vez por todas que es un error deliberado confundir el sionismo de Theodor Hertzl con el sionismo contemporáneo. El primero era un movimiento de liberación; el segundo es un movimiento imperialista y de sometimiento. Hacen ver también que el actual gobierno de Israel es cada día menos representativo de la totalidad de la población judía. Hay muchos judíos y ciudadanos israelíes, dentro y fuera de Israel, que están decididamente en contra de la política racista practicada por Netanyahu y su séquito. A los sionistas actuales se les ha hecho muy fácil operar libremente recurriendo al fácil mecanismo de identificación de anti-semitismo con anti-sionismo, pero eventos como las de la semana pasada hacen ver que estratagemas así rápidamente se desgastan y finalmente terminan por ser totalmente inefectivas. Y está también como una consecuencia de lo sucedido el hartazgo al que los sionistas están llevando al pueblo norteamericano. Como señalé más arriba, todo el poder de Israel está basado en el poder de los grupos sionistas norteamericanos. El día en que ese poder se tambalee o inclusive se derrumbe, por inverosímil que resulte pensarlo en este momento, el poderosísimo Estado de Israel podría derrumbarse. Es obvio que no es en tiempos de euforia y de triunfo cuando se mide la solidez de los cimientos de un Estado, sino en tiempos de crisis severas y de peligros letales e Israel no pasa todavía por fases así. Lo que habría entonces que cuestionarse es si no es precisamente en esta dirección que los actuales dirigentes israelíes están llevando a su propio país. Son ellos quienes están debilitando los cimientos de su propio Estado y sembrando desde ahora problemas innecesarios para su propia población y para su propio futuro. Definitivamente, no es sobre la base de injusticias flagrantes y de atrocidades descaradas como se construye un Estado sólido y respetable (no digamos ya “querido”). Nosotros, ciertamente, no somos partidarios de Trasímaco y creemos que Sócrates estaba en la vía correcta.

Así como una manzana podrida puede pudrir todo un saco de ellas, así la conducta inmoral y repulsiva de un Estado puede muy fácilmente contagiar a otros. Como todos sabemos, ya saltó a la palestra una norteamericana proponiendo que se siga el ejemplo israelí en la frontera con México y que se ametralle a los inmigrantes, mexicanos, centroamericanos o de donde sean. Trivializar y exaltar la violencia y el dolor, tanto físico como mental, de los seres humanos, jugar con él, banalizarlo, burlarse de quien lo padece, es lo más anti-humano que pueda haber. En realidad lo único que muestran aquellos que, como los dizque super soldados israelíes (que dicho sea de paso no soportarían un choque directo con un ejército tan fogueado como el actual ejército sirio), se ensañan sádicamente con los indefensos y los desvalidos es que rompieron su vínculo natural con el género humano y eso es una ofensa de magnitudes tan colosales que ni Dios con toda su benevolencia sabrá perdonar.

República Bolivariana de Venezuela: ¿elecciones o invasión?

Contra viento y marea, pero el 20 de mayo habrá elecciones presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela. Aunque se trata de un proceso interno que en principio debería incumbir, básica por no decir ‘exclusivamente’, a los habitantes de dicho país, la verdad es que se trata de un fenómeno social de primera importancia puesto que, por debajo de las confrontaciones que de manera natural se dan en la clase de procesos como el que se avecina, con lo que nos encontramos es con un conflicto de mucha mayor envergadura entre fuerzas, ideales e intereses que son radicalmente opuestos y que rebasan ampliamente la situación y el sino particulares de Venezuela. Es muy importante comprender que aquí lo que está en juego es, por un lado, la soberanía de un país, el derecho de una nación a su auto-determinación, la lucha por la posibilidad de construir una sociedad diferente a la sociedad clasista típica del capitalismo y, por la otra, la voluntad de dominio e imposición por parte de una super-potencia en declive, la convicción política de que los intentos de liberación nacional de los pueblos que no forman parte del consenso de Washington se controlan por la fuerza, el reconocimiento casi explícito de que el bienestar de ciertas sociedades se funda en el subdesarrollo y el estancamiento permanente de muchos otros pueblos (para decirlo de manera simple: que para que sus ciudadanos vivan bien nosotros tenemos que vivir mal y además aceptar ese estado sin chistar) y el mensaje de intimidación a todos los gobiernos (en particular, latinoamericanos) que pretendan hacer funcionar sus Estados para beneficio de sus respectivas poblaciones. Por el momento hay dos escenarios: por un lado, un proceso político interno y legítimo de un país que aspira a consolidar sus instituciones y, por el otro, un plan político y militar extranjero diseñado para impedir que dicho proceso tenga lugar y, en caso de que no hubiera forma de impedir que se realizara (porque, por ejemplo, la población asistiera masivamente a las urnas), para intervenir militarmente violando no sólo la soberanía de dicho país sino hasta los principios más básicos del derecho internacional (un derecho que en realidad es inexistente, un farsa, como lo pone de manifiesto la política descaradamente intervencionista de los Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia y algunos otros países). Eso y mucho más es lo que se juega en las elecciones venezolanas del próximo domingo. La verdad es que, así expuestas las cosas, todos los ciudadanos latinoamericanos deberíamos tener el derecho de ir a votar a las embajadas venezolanas, puesto que el proceso que allá tendrá lugar y el resultado al que se llegue nos atañen directamente.

Antes de examinar velozmente el fenómeno “Venezuela”, no estará de más subrayar que la fecha de las elecciones no es casual y de hecho muestra que las dos partes en conflicto entienden la situación de manera similar si bien, obviamente, ven lo mismo sólo que desde puntos de vista opuestos y con objetivos mutuamente excluyentes. Ambas partes (o sea, tanto el gobierno legítimo de Venezuela como el gobierno norteamericano), en efecto, llegaron, cada una de ellas desde su propia perspectiva, a la misma conclusión, a saber, que si el proceso se lleva a cabo de manera pacífica y se le da la voz a los habitantes para que se expresen libremente al momento de votar, en la República Bolivariana de Venezuela se habrá implantado un régimen para el cual ya no habrá punto de retorno: el pueblo venezolano, a pesar de todas las maquinaciones, presiones, atentados, limitaciones y demás, (todo ello, desde luego, inducido criminalmente desde el exterior), le habrá dado su aval al proceso revolucionario, nacionalista y socialista impulsado por el gran Hugo Chávez. Si eso pasa, las instituciones nacionales de Venezuela se habrán solidificado y el proceso será prácticamente imparable. Desde el punto de vista de la reacción y de los intereses de la banca mundial y de las grandes trasnacionales, ello representaría un terrible golpe, un golpe que rebasaría con mucho el ámbito de la mera discrepancia ideológica. Sería una derrota material que sería imposible ignorar y colmar. Lo que está en juego es, pues, en verdad y por muy variadas razones de suma importancia para todo el mundo.

Siendo el proceso venezolano tan importante en el tablero político mundial es normal que el país enemigo de la República Bolivariana de Venezuela, o sea, los Estados Unidos, haya desplegado desde hace mucho tiempo toda su maquinaria pre o proto-militar a fin de preparar el terreno a nivel global para una vulgar intervención soldadesca. Como cualquier persona mínimamente instruida lo entiende, los maestros en las campañas de agitación, sabotaje, bloqueo, intimidación, desinformación sistemática, desestabilización y demás que son tanto los miembros del Congreso como los agentes de la CIA y la DEA, entraron en acción desde hace ya muchos años, pero de lo que ahora somos testigos es de que dicha campaña se ha venido intensificando hasta llegar a niveles fantásticos de estridencia y paroxismo para jugar la última carta que les queda: la intervención armada. La estrategia es siempre la misma: se trata de aislar desde todos puntos de vista al país reticente y ellos piensan que la actual configuración geopolítica es la apropiada para la invasión. Pero ¿cómo nos explicamos el fracaso de la inmoral y descarada estrategia de bloqueo y desestabilización? Ésta no fue en este caso del todo exitosa por al menos dos razones: primero, porque (contradictoria y cínicamente) los Estados Unidos, a pesar de que hostigan a Venezuela desde todos los puntos de vista posibles, le siguen comprando petróleo y, segundo, porque el presidente Nicolás Maduro encontró una salida a las presiones financieras, económicas y militares desplegando toda una política exterior exitosa con países que no le rinden cuentas al gobierno norteamericano, como los de Rusia, China, Irán y Cuba. Habría que añadir una tercera razón, a saber, la reciente introducción en el mercado financiero del petro, la criptomoneda venezolana gracias al cual Venezuela podrá poco a poco romper el cerco financiero con el que se ha pretendido asfixiarla. Es obvio, supongo, que si el gobierno del presidente Maduro fuera un mero gobierno dictatorial y militaroide, un gobierno de gorilas, sin una sólida ideología nacionalista y sin sustento popular, hace tiempo que ya se hubiera desmoronado. De manera que si no lo ha hecho es precisamente porque, a pesar de las penurias y las limitaciones a las que lo han sometido, detrás de Maduro está la mayoría del pueblo venezolano. Los pueblos no son tontos y si ello es así es porque los venezolanos saben lo que les espera si el proyecto bolivariano se viene abajo. Eso sí: con mucha coca-cola por delante!

Me parece, por otra parte, que no estará de más recordar que a pesar de las convenciones (como las de Ginebra) que todos los gobiernos solemnemente firman  para limitar los estragos entre las poblaciones civiles cuando las guerras estallan, lo cierto es que rara vez se someten a ellas. Desde luego que eso no es justificable, pero digamos que (siendo realistas y muy crudos) podríamos entender (sin jamás justificar) las mentiras de los gobiernos en tiempos de guerra (aunque estoy seguro de que si se ejemplificara vívidamente eso de lo que estamos hablando los seres humanos normales repudiarían a sus respectivos gobiernos con toda su alma). Lo que en cambio resulta de entrada imposible de digerir es la hipócrita guerra ideológica, porque en este caso el objetivo es la mentira total. De lo que se trata es pura y llanamente de engañar a la humanidad en su conjunto, a la gente común de todos los países del mundo que obtiene su “información” básicamente a través de la televisión o de la prensa, para lo cual se echa funcionar la inmensa y todopoderosa maquinaria propagandística que existe. De hecho el programa de, como dije, la mentira total, se aplica permanentemente: nunca se nos dice la verdad, no se proporcionan más que datos falsos o inexactos, se desvirtúa y ridiculiza sistemáticamente a los personajes relevantes (en este caso, por ejemplo, al presidente Maduro), se exageran al máximo los problemas internos del país de que se trate, nunca se presentan los logros del gobierno enemigo, etc., etc. Esta estrategia, sin embargo, tiene en mi opinión un handicap inherente a ella y es que la  campaña, orquestada por los dueños de toda esa maquinaria desde los grandes centros de poder en el mundo, tiene que valerse de desprestigiados personajes conocidos en cada lugar en donde se aplica. Así, por ejemplo, nos encontramos con que en México quienes más parlotean en contra del gobierno de Venezuela y del histórico proceso político y social iniciado por el Comandante Hugo Chávez son los periodistas más amarillistas del espectro, los editorialistas más despreciables que pueda haber, los comentaristas más repugnantes y mentirosos del medio! Esos son los soldados rasos de la campaña propagandística en contra de un país que nunca ha atentado en contra de ningún otro. Es comprensible, por lo tanto, que esos mentirosos de nómina y tergiversadores profesionales de la verdad (profesión = mentiroso) a final de cuentas no despierten mayor interés entre la gente ni resulten particularmente convincentes. Este es un tema en torno al cual hay que decir unas cuantas palabras, pero primero quisiera considerar rápidamente la situación real de Venezuela.

Sería ridículo afirmar que la situación material en Venezuela no es terrible, pero ¿a quién podría sorprender tal cosa? Sólo a quien ignora los hechos. Más bien, yo pienso, lo realmente sorprendente es que la situación no sea mucho peor! Para determinar si mi apreciación es justa o no hagamos un poquito de ejercicios de pensamiento. Por ejemplo, unas cuantas comparaciones nos serían muy útiles. Preguntémonos: ¿cómo viviríamos nosotros, los mexicanos, si México como Venezuela hoy fuera un país bloqueado por los Estados Unidos? Tomemos esto al pie de la letra. Eso querría decir que no sólo los Estados Unidos sino que ningún otro país vinculado con ellos o dependiente de ellos comerciaría con nosotros: nadie nos compraría nuestros productos y no nos venderían los suyos, las trasnacionales cerrarían sus empresas (imagínese, por ejemplo, que las grandes farmacéuticas y los grandes laboratorios clausuraran sus plantas y que dejaran de buenas a primeras de distribuir los medicamentos que producen y que la gente necesita día con día), que tuviéramos que traer la gasolina desde Irán y así con todo. La pregunta es: ¿estaría México en una mejor situación que Venezuela? Claro que no y hay muchas razones que explicarían porque ello sería así.  Si aquí simplemente D. Trump amenaza con no firmar un injusto y desequilibrado tratado de “libre comercio” (porque ya quiere ponerle fin a la estafa de la cual ha sido objeto su país por parte de México! ¿Es eso una broma, una estupidez o simplemente una forma de presionar? Porque lo único que no es es ser verdad) que de inmediato los sabihondos de siempre ponen el grito en el cielo y hacen todo lo que pueden para convencer a la gente de que el gobierno debería ceder en posiciones que son abiertamente contrarias a los intereses nacionales (imposible no traer a la memoria al ahora bien conocido conductor de un programa de televisión en el que él disfruta hasta la fruición su derecho no compartido de opinar y durante el cual ha repetido en numerosas ocasiones que es mejor un mal tratado para México a que no se firme ningún tratado con los Estados Unidos! Las suyas son claramente declaraciones anti-patrióticas y él podrá asustar y engañar a gente inocente, ignorante o incauta, pero no a quien tenga dos dedos de sesos y 100 gramos de información). Así, pues, se nos quiere hacer creer que de no firmar el tratado de libre comercio con los USA México está perdido. Ahora bien, no firmar un tratado de libre comercio no es lo mismo que estar bloqueado. Si simplemente no firmarlo significaría, según algunos, un desastre para el país: ¿cómo sería si el país sufriera un bloqueo como el que sufrió Cuba y el que ahora padece Venezuela? Estaríamos mucho peor que esos países. Pero lo que eso quiere decir es precisamente que, por ser un país en el que la sociedad en su conjunto tiene una participación mucho mayor en la organización social y en la toma de decisiones que la que tiene la población en México, el sistema de vida imperante en Venezuela es superior al que prevalece en nuestro país. Llevando la imaginación hasta sus límites: ¿cómo sería la vida en los Estados Unidos si todo el mundo los bloqueara a ellos? Dado que se trata de una superpotencia, es evidente que sobreviviría, pero de seguro que la población del país que se come la mitad de las frutas, de la carne, de los chocolates, etc., del mundo sufriría bastante. Los Estados Unidos no producen lo que consumen. Por diversos mecanismos de dependencia de diversa índole, lo que se encuentra en abundancia en sus supermercados es lo que ellos se llevan del mundo a su país. Así, si en esa situación imaginaria inclusive ellos se verían seriamente afectados en su vida cotidiana: ¿qué puede pensarse que tiene que pasar con un país chico, de 31,000,000 de habitantes, cuya mayor fuente de ingresos (casi la única en ese momento) es el petróleo, cuyos precios son manipulados para poder reducir sus ingresos al mínimo (lo mismo que con Irán y con Rusia. Afortunadamente para el mundo, está China con la cual se re-equilibran los mercados) para doblegarlo y hacerle bajar la cerviz?¿No es comprensible que haya graves problemas económicos en Venezuela? Pero también: ¿no es evidente quién los causa? y sobre todo ¿no es formidable su capacidad de resistencia?

A mi modo de ver, la moraleja de una revisión a vuelo de pájaro de la situación se deriva por sí sola: si no hay una intervención militar, el proyecto bolivariano del Comandante Chávez, perpetuado ahora por el gran estadista que resultó ser N. Maduro, triunfó. Eso lo saben los policías del mundo y es eso precisamente lo que quieren a toda costa evitar. A falta de nuevos instrumentos, la deplorable campaña mediática norteamericana en contra del Estado bolivariano de Venezuela gira en torno al gastado concepto de democracia (un concepto prácticamente inservible salvo si lo que se quiere decir con esa palabra es ‘sistema político funcional al capitalismo’) en tanto que la militar se funda en gran medida en el apoyo directo de los gobiernos de Colombia, Argentina, Brasil y Panamá, básicamente. Pero tienen un problema: los movimientos revolucionarios gubernamentalizados dejan forzosamente hondas huellas en la conciencia de la gente. El pueblo venezolano no es la excepción. Ellos saben que viven mal (a decir verdad, el pueblo venezolano nunca vivió muy bien, ni siquiera en la época de Carlos Andrés Pérez, el López Portillo venezolano, y del auge del petróleo. Siempre fue un país de una gran injusticia social), pero saben también por qué. Dado que ya quedó claro que la guerra total no militar (o sea, mediática,  financiera, comercial, política, etc.) no fue suficiente, a pesar del desprestigio, de las calumnias y del bloqueo en general, no queda más que la opción militar. Pero ¿es ésta factible realmente? Quizá sí, pero a un costo tremendamente elevado, porque es evidente lo que se va a incendiar es no sólo Venezuela sino media América del Sur (y quizá más). Yo creo que hay elementos para pensar que en su desesperación por ver que el mundo paulatina pero consistentemente evoluciona en un sentido que no es el que les conviene, los policy-makers norteamericanos están dispuestos a lo que sea. Aquí sí que no importan los muertos, las hambrunas, los niños, la destrucción de un país o de un continente. Pero tendrían de todos modos que preguntarse: si el precio es tan alto, si costará mucho derrotar al ejército nacional venezolano: ¿vale la pena seguir con ese plan y con esa estrategia, una diabólica estrategia que de hecho no funcionó hace 65 años en Corea, después en Cuba, en Vietnam, en Afganistán y en Siria? A mí me parece que el gran error político norteamericano se debe no a torpeza o falta de inteligencia en un sentido práctico, sino a una simple pero fatal miopía histórica. Una Venezuela en llamas sería mucho peor para los norteamericanos que una Venezuela disidente.

Una de las grandes culpas del régimen venezolano es ser un régimen “populista”. Yo creo que ya es hora de plantear la pregunta: ¿qué significa ‘populismo’? Me parece que la respuesta es simple: ‘populismo’ es el término coloquial, a-teórico, para decir ‘socialista’. Un régimen populista es un régimen en el que se le da un apoyo gubernamental total a los servicios gratuitos de salud para la población, en el que la educación es dirigida por el Estado con una orientación politizada desde pre-primaria a fin de generar en los alumnos una mentalidad patriótica y de solidaridad entre los connacionales, un sistema en el que se implanta una política financiera destinada a liberar al país de la criminal deuda externa de manera que todo lo que se paga por el “servicio de la deuda” se pueda invertir en el país y haya más carreteras, escuelas, hospitales, aeropuertos, etc., un sistema de vida en el que los líderes sean personajes queridos por la población y no meras marionetas movidas desde otras latitudes por los verdaderos amos del sistema. Ahora bien, el arma que se eligió para tratar de opacar y eliminar la noción misma de populismo es la idea de democracia. Pero ¿qué es la democracia y por qué es tan valiosa, más por ejemplo, que el bienestar concreto de las personas? La democracia es el sistema político que me garantiza hacer uso de mi derecho a votar cada tres años por representantes ante el congreso o las cámaras y cada seis años por gobernadores y presidente. Y punto. Eso es la democracia para el ciudadano (como se dice) “de a pie”. En la democracia el ciudadano es (se supone) representado ante los órganos de poder. En el populismo lo que cuenta es no tanto la representación como la participación ciudadana. Ciertamente el régimen venezolano es en este sentido un régimen populista. ¿Es por ello criticable? Yo creo que ya es hora de que el ciudadano medio reflexione un poquito sobre el tema, que aprenda a no dejarse chantajear ideológicamente y que la población en su conjunto se incorpore en serio al debate y a la acción política. Se podrá entonces neutralizar los efectos aletargadores que tiene el uso demagógico de un concepto ya muy deteriorado de democracia. Lo interesante del proceso venezolano son las reformas económicas, las limitaciones a la propiedad privada (el fin de los latifundios, por ejemplo), los grandes progresos efectuados en el terreno de la educación popular, la apertura de mercados y el establecimiento de vínculos comerciales y financieros (y ¿por qué no? – también militares) con quienes ellos quieren. Eso es libertad política y eso es con lo que se quiere acabar. Los dizque defensores de la democracia, los que siempre pugnan por que se lleven a cabo elecciones, ya desde ahora rechazan los resultados de un proceso pulcramente organizado. La situación no puede ser más grotesca: si gana la oposición se aceptan los resultados, pero si gana el gobierno actual entonces fueron fraudulentas. Qué fácil! Hay, sin embargo, un problema y lo repito: el pueblo de Venezuela, disgustado como está (y con razón) por la infamia de la cual es objeto, ya abrió políticamente hablando los ojos y una vez abiertos éstos ya no se cierran. El reto era abrírselos y los dirigentes venezolanos lo lograron, impidiendo así que le pasara  a su pueblo lo que se hizo con el nuestro, un pueblo que parece estar, como la bella durmiente del bosque, con los ojos permanentemente cerrados.

Más Vigente que Nunca!

No cabe duda de que el 5 de mayo es en verdad una fecha digna de ser recordada. De seguro que hay más eventos importantes que sucedieron ese día, pero así de botepronto hay por lo menos tres que difícilmente podrían pasar desapercibidos. Tenemos, para empezar, la muerte de Napoleón Bonaparte en Santa Elena, una pequeña isla situada en medio del Océano Atlántico de la que se apoderaron los ingleses (es parte de sus “territorios de ultramar”) mientras pirateaban los mares. Después de la carnicería que significó la desastrosa derrota de Waterloo (Bélgica), el emperador francés fue deportado en 1815 del continente europeo y recluido hasta su fallecimiento en la diminuta isla mencionada, ocurrido en 1821. Hay dos grandes teorías acerca de su muerte. La versión oficial es que murió por un cáncer de estómago; la teoría revisionista sostiene que a Napoleón lo envenenaron sus captores ingleses. Dado que ambas teorías son irreconciliables, quizá una que combine las cualidades de ambas sea la correcta, a saber, que el envenenamiento de Napoleón a base de arsénico (y quizá mercurio) fue gradual pero sistemático y que fue eso lo que a la postre le generó al vencedor de Austerlitz un cáncer estomacal. Independientemente de qué haya pasado con el único general que al día de hoy haya tomado Moscú, lo cierto es que su deceso ocurrió el 5 de mayo. Ese hecho basta para hacer de dicha fecha una fecha memorable.

Como sabemos, y todos en México deberíamos recordar, siendo presidente de México Don Benito Juárez la República Mexicana, que estaba todavía en proceso de gestación, se vio por un problema de deuda externa (¿te dice eso algo, amable lector?) vitalmente amenazada por el gobierno francés (a la cabeza del cual se encontraba en aquel momento Napoleón III) y su nada menospreciable ejército. Los franceses, coludidos con los vende-patrias de aquellos tiempos (nunca faltan!), trajeron a México a una de las parejas reales más ridículas de todos los tiempos, a saber, la conformada por el super inepto y dizque engañado Maximiliano de Habsburgo y su intrigante y ambiciosa esposa a la cual, hay que decirlo, no le haría mucho caso en México, i.e., Carlota. Y fue durante su primera gran incursión hacia la capital de la joven República que los zuavos fueron derrotados el 5 de mayo de 1862, en los suburbios de Puebla, una ciudad que al año tomarían en una batalla tipo Stalingrado, esto es, de destrucción total de la ciudad y peleada casa por casa. Cuando pensamos en las diferencias de armamentos, experiencia militar, etc., entre franceses y mexicanos de aquellos tiempos no podemos más que sentir una gran admiración y un gran orgullo por los compatriotas defensores. Podríamos, si quisiéramos, dar rienda suelta a la imaginación y equiparar lo que pasó el 5 de mayo de 1862 con lo que podría pasar en México si ahora un gobierno nacional decidiera cancelar una deuda externa absurda que está lenta pero sistemáticamente asfixiando al país. Lo menos que se nos ocurre preguntar es: ¿tendríamos ahora defensores tan valientes en esa situación imaginaria como los tuvimos hace siglo y medio frente al ejército invasor francés? Yo creo que mejor dejamos el tema ahí y nos conformaremos con vitorear la gloriosa fecha de la batalla de Puebla, acaecida como sabemos un 5 de mayo.

Un tercer 5 de mayo absolutamente luminoso y no nada más para un país o para un continente, sino para el mundo entero lo es el de 1818. ¿Por qué? Por ese día de ese año nació en la ciudad de Tréveris, Alemania, el hombre que elaboró la única teoría total (y yo diría, definitiva) del sistema capitalista: Karl Marx.  Sin duda alguna el personaje amerita unas cuantas palabras.

La verdad es que el destino de Marx es insólito y, a mi modo de ver, no del todo comprendido. Él era esencialmente un científico social, si bien no un académico en sentido estricto porque no trabajaba en ninguna universidad. Eso no impedía que fuera un visionario, teóricamente innovador como muy pocos y en su terreno sencillamente insuperable. Por otra parte, dado que era un individuo coherente como pocos era también un hombre de acción. Apoyó movimientos obreros, sindicalistas, de protesta y hasta organizó la Primera Internacional, porque se pensaba que el movimiento obrero en Europa Occidental no era un asunto de países, sino de clases. El hecho es que el movimiento en cuestión terminó muy rápidamente en un gran fracaso por lo que a final de cuentas no se puede negar que el impacto político real de la actividad de Marx en tanto que luchador social fue, haciendo sumas y restas, de poca monta. Para finales del siglo XIX, fuera de ciertos círculos académicos Marx estaba lejos de alcanzar el renombre y la fama que recaerían sobre él poco tiempo después. Bertrand Russell, por ejemplo, en su primer libro, La Social Democracia Alemana, de 1896, le dedica a Marx una de las seis conferencias de las que se compone el texto, y discute críticamente dos componentes fundamentales del marxismo, a saber, la teoría de la plusvalía y la de la concentración del capital. Marx distaba entonces mucho de ser el personaje universalmente conocido en el que se convirtió. Aquí la pregunta interesante es: ¿cómo es que un oscuro investigador social, que vivió gran parte de su vida en la miseria, a causa de la cual se le murieron literalmente en los brazos varios hijos, que tenía que vivir en el exilio, casi súbitamente se convierte en una persona conocida a lo largo y ancho del planeta? Tiene que haber una explicación razonable. Por mi parte, pienso que lo que pasó fue, muy a grandes rasgos, lo siguiente:

a lo largo de todo el siglo XIX, sobre todo después de los repartos de Polonia y del fin del sistema medieval de servidumbre que todavía, hasta 1861, prevalecía en Rusia, el descontento con el zarismo y la agitación social en su contra se fueron incrementando por lo que pululaban los grupos revolucionarios clandestinos. De ellos surgieron los personajes que pasarían a la historia como grandes revolucionarios. Todos ellos, por otra parte, sentían la urgente necesidad de disponer de una teoría científica que avalara y reforzara su acción política y la encontraron en la obra de Marx. Así, tanto las explicaciones de los sucesos de la época (las grandes movilizaciones populares, la Primera Guerra Mundial, etc.) como la planeación de la lucha política empezaron a hacerse en terminología marxista. Clave en este proceso fue, obviamente, Lenin. Fue éste quien, conocedor a fondo de la obra de Marx, logró popularizarla, empleándola siempre en conexión con slogans y frases impactantes, de manera que las masas se fueron familiarizando con todo un vocabulario novedoso y empezaron a su vez a emplearlo. Así, entraron en los circuitos del lenguaje coloquial palabras y expresiones como ‘explotación’, ‘lucha de clases’, ‘fetichismo de la mercancía’, ‘enajenación’ y muchas más. Cuando Lenin y su partido bolchevique, después de un audaz golpe de timón, derrocaron para siempre el odioso zarismo (entre otras cosas, acabando físicamente con el zar y su familia), dándole con ello vuelta a la hoja de la historia y empezando algo totalmente nuevo en Rusia, la teoría de la que se servían los dirigentes y teóricos del gobierno bolchevique era el marxismo, la única realmente útil que estaba a la mano. Así, con el triunfo del partido de Lenin Marx se convirtió automáticamente en un teórico revolucionario, sólo que había un problema: su teoría en realidad no era una teoría de la revolución, inclusive si en algunos escritos él hablaba de “dictadura del proletariado” y cosas por el estilo. Pero es innegable que algo había de profundamente incongruente en todo ello, porque la teoría de Marx era una teoría del sistema capitalista; estaba pensada por su autor para explicar fenómenos sociales del capitalismo avanzado y los países que Marx tenía en mente eran básicamente Gran Bretaña, Francia y Alemania. Lenin murió en 1924 y por lo menos desde un par de años antes de su muerte prácticamente había quedado, por razones de salud, al margen de la vida política rusa. Todavía en 1921, sin embargo, implantó su famosa Nueva Economía Política (NEP), que era un coctel de medidas políticas y económicas de muy diversa índole y a través de la cual y con diversos pretextos se hacían grandes concesiones a la propiedad privada. Fue Stalin quien de hecho varios años después acabó con la NEP una vez neutralizado el peligro trotskista y más en general la oposición de los antiguos cuadros leninistas. Por ello, si asociamos la Unión Soviética con procesos como la nacionalización de la tierra, la apropiación por parte del Estado de los medios de producción, la planificación económica, la conducción del país desde el centro del Estado, el apoyo a los movimientos de liberación de países “en vías de dearrollo”, etc., entonces la única conclusión que se puede extraer, la conclusión inevitable es que el verdadero creador de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue Stalin, no Lenin ni sus seguidores. Ahora bien, independientemente de ello, la política oficial de la URSS se siguió expresando en terminología marxista-leninista, lo cual era tremendamente equívoco y terminó por generar múltiples malentendidos. El ejemplo más patente (y patético) de incomprensión de la historia del socialismo en el siglo XX a que dio lugar esta asimilación del marxismo por parte del leninismo es que cuando la Unión Soviética (que como diría E. Honecker, “por una traición llamada perestroika”) dejó de existir, esto es, cuando M. Gorbachov la negoció con Occidente y B. Yeltsin la remató, todos los intelectuales, los políticos más ignorantes del espectro, los periodistas más mendaces, los más superficiales de los profesorcillos de universidades privadas, todos ellos y más al unísono festejaron ruidosamente la “refutación” del marxismo! Pero, perdón que lo diga, eso era obviamente una estupidez mayúscula y ridícula, un festejo completamente injustificado! Lo que es incuestionable es que lo que todos esos “intelectuales” y políticos en turno festejaban era la derrota del socialismo real, pero ellos se imaginaban que estaban también celebrando la refutación teórica del marxismo. En eso, sin embargo, estaban equivocados de arriba a abajo. Naturalmente, en la euforia del momento era difícil detectar la falacia. El marxismo era y sigue siendo la teoría del sistema de producción de mercancías, esto es, del capitalismo y su validez como teoría es totalmente independiente de los vaivenes de la política mundial. Algunos todavía recordamos con vergüenza el show televisivo del momento aquí en México, “La Experiencia de la Libertad”, un programa liderado por Octavio Paz y pagado por Televisa, en el que desfilaron grandes especialistas (si así se puede clasificar a gente como Vargas Llosa, por ejemplo) venidos de los más variados países para explicarle a la gente cómo y por  qué el marxismo había sido refutado. La verdad, sin embargo, es que todavía siguen sin resolver el no muy misterioso conundrum de por qué, si se supone que con la caída de la Unión Soviética el marxismo debería ya haber desaparecido de la faz de la tierra, de hecho sigue éste siendo indispensable. Tarde o temprano, la verdad se impuso por sí sola. Por eso ahora podemos, emulando a Galileo, decir en voz alta nuestro “e pur si muove”, adaptando su dicho a nuestro caso: “Y sin embargo, el marxismo sigue incólume!”. Así, con una idea un poquito más clara sobre los orígenes de la justificada fama mundial de Marx, podemos intentar enunciar en unas cuantas palabras por qué su obra sigue siendo tan importante.

El trabajo de Marx tiene distintas facetas, inclusive si éstas no están sistemáticamente conectadas entre sí. Encontramos, por ejemplo, reflexiones profundas emanadas de la observación de la vida cotidiana. Marx percibió con ojo clínico cómo la sociedad de su tiempo se había dividido básicamente entre gente que tenía dinero, hacía inversiones y explotaba brutalmente a quienes contrataba para trabajar en sus negocios y empresas (minas, ferrocarriles, siderúrgicas, etc.) y gente que tenía que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, mantener a su familia y demás. La sociedad de su tiempo, por lo tanto, en efecto se dividía básicamente entre “burgueses” y “proletarios”. Preguntémonos: ¿ha cambiado eso en la actualidad? La división social se ha vuelto mucho más compleja, pero los principios de organización social siguen siendo los mismos. Ahora las relaciones entre capitalistas y trabajadores se dan de muy diverso modo y en muy diversas escalas, no de manera tan simple como en tiempos de Marx, pero a final de cuentas tan explotador de sus trabajadores es el gran industrial como el pequeño comerciante que tiene un par de empleados en su tienda. En ambos casos hay “inversionistas” de un lado y trabajadores del otro. Estas relaciones de trabajo sólo se pueden sostener en el capitalismo si hay ganancias. De otro modo no tendrían sentido. Pero ¿qué es la ganancia? Es el valor extra que con su trabajo alguien genera al producir una mercancía, sólo que ese valor extra no se lo queda él sino el dueño del negocio. Eso es la plusvalía. Así, el trabajador trabaja para vivir y el inversionista se beneficia con la plusvalía generada. De ahí que sea en esta plusvalía que consiste la explotación del trabajador: éste se esfuerza y genera ganancia, pero ésta no es para él. Él tiene su salario y nada más. El inversionista tiene ganancias que el asalariado le produce. El valor de las mercancías (el trabajo incluido) se fija en función del tiempo socialmente necesario para su producción. Así es como se gesta el mercado, esto es, el sistema total de relaciones de producción e intercambio de mercancías. Nótese, dicho sea de paso, que el mercado es una realidad derivada, no la plataforma fundamental, que es el modo de producción. El sistema capitalista inevitablemente tiene un carácter de clase, puesto que los intereses económicos de las partes involucradas en los procesos de trabajo se contraponen. La idea de un capitalismo justo es, pues, tan absurda como la del mundo de Alicia.

Consideremos rápidamente el tema del trabajo. Para Marx, a diferencia de lo que es la mera actividad biológica de procrear o los requerimientos sociales de vestirse, viajar, etc., el trabajo es la actividad que convierte a los seres de nuestra especie en humanos. El trabajo idealmente considerado debería ser liberador, creativo y sus productos deberían pertenecerle a quien los fabrica. El problema es que en la sociedad capitalista pasa exactamente lo contrario: el objeto de trabajo no le pertenece al productor, quien sólo vende su fuerza de trabajo para sobrevivir; tiene por ello que aceptar trabajos que no le gustan, que lo embrutecen, que lo rebajan de mil y una maneras. El resultado neto es que la actividad fundamental del hombre se vuelve para éste lo peor de su vida. En lugar de ser su medio de realización es su medio de aniquilamiento. Ese fenómeno se llama ‘enajenación’. El trabajo enajenado es embrutecedor, aburrido, en general mal pagado, no le permite al individuo desarrollar sus aptitudes, etc., y el individuo enajenado es una persona en cierto sentido perdida, alguien que trabaja no porque disfruta su actividad vital sino porque no tiene otra opción. Así se trabajaba y se vivía en la época de Marx. Pregunto: ¿ha cambiado eso? Yo diría que sí, pero para intensificarse!

Marx con gran perspicacia hizo ver a través de complejas pero lúcidas explicaciones que, también inevitablemente, en el capitalismo se da un proceso de lucha constante y exterminio permanente de rivales económicos, rivales mercantiles, un proceso en el que las grandes corporaciones se van por así decirlo engullendo a las más débiles. Esto no es una alucinación. Demos un ejemplo. Antes había en México tlapalerías por doquier. Hoy un Home Depot basta para media ciudad. Otro ejemplo: las compañías mexicanas de aviación van siendo o brutalmente sacadas del mercado por toda clase de mecanismos, lícitos e ilícitos (como pasó con Mexicana de Aviación), o son absorbidas por otras más potentes (como es el caso de Aeroméxico, que poco a poco se va “fusionando” con Delta, la cual tiene ya 49% de las acciones de la compañía “mexicana”). Entonces: ¿tenía razón Marx al apuntar al fenómeno de concentración del capital o no? La respuesta es evidente de suyo. Y ¿es actual el fenómeno? La respuesta es aún todavía más enfática, si es que eso es factible.

Marx sostenía que el sistema capitalista o de producción de mercancías (bombas, cañones, aviones, chocolates, lentes, lápices, camisetas, sillones y así ad infinitum, o sea, todo) sólo puede sobrevivir si se mantiene generando nuevas mercancías, creando y ampliando mercados y por consiguiente sólo si logra generar nuevas necesidades en las personas. En este sistema de vida todos los días salen al mercado nuevos productos: nuevas lociones, nuevas corbatas, nuevos refrescos, etc., etc. Esto quizá podría parecerle bien a más de uno, pero ello se debería a un juicio superficial porque habría que fijarse también en el precio de la supervivencia del sistema. El asunto es delicado porque éste exige la mercantilización del todo del mundo natural. Hasta hace medio siglo era impensable, por ejemplo, que tuviéramos que pagar por el agua. La industria del agua se desarrolló y se generaron nuevas fuentes de trabajo, pero dicha industria exige la utilización brutal y permanente de ese recurso natural tan importante (y por el que pronto habrá guerras), convertido también en mercancía. En relación con esto podemos señalar algo ilustrativo e interesante: el agua en el río no es una mercancía, pero el agua embotellada sí. Y lo que pasa con el agua pasa con todo: con las aletas de tiburón, los escamoles, la plata, el petróleo, los peces, etc. Todo en el sistema capitalista es mercancía, las relaciones humanas incluidas. No debería extrañarnos, por lo tanto, que la industrialización del agua haya culminado en la contaminación de ríos y mares (creo que la isla de basura que se desplaza libremente por el Océano Pacífico es dos veces más grande que Francia y se sabe que, de seguir como vamos, dentro de 40 años habrá más basura en el océano que peces). Todo esto que hemos mencionado ya era la regla en época de Marx, pero ésta no se había generalizado como lo ha hecho en nuestros días, esto es, los días del triunfo total del capitalismo en la Tierra. La famosa neblina londinense en gran medida era smog causado por el uso masivo y en gran escala del carbón. Preguntémonos: ¿ha cambiado eso que Marx observó, esto es, el uso brutal e indiscriminado de la naturaleza y su destrucción sistemática? Hasta donde logro ver no sólo no se ha modificado sino que cada día la situación empeora. Después de todo en eso precisamente consiste la expansión y el triunfo del capitalismo.

La verdad es que se necesita ser enfermizamente dogmático (y algo torpe) para negar la vigencia del marxismo en nuestros días. En realidad éste está más vivo que nunca. Pero aquí tenemos que hacer una acotación: la teoría marxista del modo de producción capitalista es una teoría científica. Ello implica que no es una doctrina ideológica. Ofrece un aparato conceptual y una serie de teorías de distinto nivel que permiten comprender y quizá manipular el sistema in toto, pero nada más. La idea de explotación del hombre por el hombre puede indignarnos, pero en última instancia lo único que se hace es expresar una actitud hacia un fenómeno social particular. En otras palabras, la teoría de Marx no es una teoría de la acción política y los textos en los que él se pronuncia al respecto no forman parte de su teoría. Expresan su perspectiva y su gran solidaridad con la inmensa masa de desfavorecidos, pero no entran en su aportación científica. Para lograr la fusión de teoría científica y doctrina política necesitamos a un Lenin del siglo XXI.

Pretender a toda costa seguir ignorando la formidable contribución de Marx a la comprensión de la estructura y el funcionamiento de la sociedad actual es casi un acto anómico. Equivale a rehusarse a comprender los verdaderos mecanismos de la vida social y, por consiguiente, a buscar las verdades soluciones a los problemas que se le plantean a la humanidad en su conjunto, puesto que el sistema capitalista impera ahora en casi todo el mundo. Pocas cosas hay tan detestables y tan despreciables como el anti-marxismo barato y superficial que prevalece en la actualidad. Marx no era un líder de partido ni fue miembro de ningún gabinete gubernamental, pero en cambio era un científico social inigualable y visualizó y dio la clave para entender el destino del sistema. Su teoría no contiene la idea de un ataque externo vencedor del capitalismo. Esa ilusión la tenemos que abandonar. Más bien, Marx enseñó que como parte esencial del mismo están las graves crisis económicas que lo irán minando hasta que se produzca desde dentro del sistema una trabazón económica de tales magnitudes que no haya otra opción que la de acabar con él. Es sólo entonces que los seres humanos serán realmente libres, y no sólo libres como agentes económicos, que podrán realizarse aprovechando sus capacidades y ejemplificando con sus respectivas existencias lo bello que puede ser la vida humana cuando se vive con tranquilidad y en armonía. Ese sistema de vida con el cual se habrá de superar el capitalismo se llama ‘socialismo’ y si bien es un sueño todavía para el hombre actual, no cabe duda de que tendrá que ser una realidad para las generaciones futuras.

Objetivos Personales y Lucha Política

Las campañas políticas son interesantes y turbulentos fenómenos sociales que tienen al menos dos facetas. Por una parte, constituyen una especie de ring o arena en donde se da una enconada confrontación entre partidos políticos pero, por la otra, son también un espectáculo formidable para el observador externo. Nosotros, que estamos en la gradería, observamos la contienda desde lejos, puesto que no estamos personalmente involucrados en ella, pero ello nos permite contemplar y estudiar la conducta de los directamente involucrados en los procesos y que con toda su energía y capacidades (a menudo en déficit) se adentran en la lucha cotidiana. Eso, desde luego se explica de manera muy simple y es que sus intereses reales y su futuro están, como se dice, “de por medio”. En otras palabras, no vayamos a pensar que es el amor a México lo que motiva a la gran mayoría de los participantes en la lucha política que tiene lugar ahora en nuestro país puesto que, como sería razonable sospecharlo, más de uno estaría dispuesto a vender a México (con todo y población) con tal de alcanzar el éxito y la tan anhelada cima. Por otra parte, el fenómeno de las campañas políticas incorpora obviamente a muchas más personas que los políticos profesionales. Son parte de ella, agentes activos en ellas, los periodistas, los propagandistas oficiosos, los articulistas, los analistas de televisión, los locutores de radio, etc. Las campañas son como guerras entre ejércitos. No nada más hay infantería: hay aviación, servicios de espionaje, servicios médicos, operadores de comunicaciones, especialistas en transporte de armas y de tropas, toda una estructura militar en la que múltiples actividades son repartidas entre el personal en guerra. Ahora bien, uno pensaría que el símil de la guerra no es más que eso: un símil, un parangón, una metáfora. Después de todo, se supone que las campañas políticas se conducen en un marco de legalidad, de respeto mutuo, de apego a principios morales básicos, de respeto a la Constitución. Y es aquí en donde el ciudadano que espera precisamente eso se topa con realidades muy diferentes y muy desagradables, pues todo el tiempo se detectan anomalías, trampas, engaños y toda clase de tácticas sucias, que en ocasiones rayan en lo delincuencial, concebidas y aplicadas para desfigurar ideológica y políticamente al auténtico y único candidato del pueblo, esto es, el Lic. Andrés Manuel López Obrador. Las calumnias, las mentiras más descaradas, el cinismo y la hipocresía juntos, todo ello y más son no meros jinetes de un apocalipsis anunciado para un futuro incierto y distante, sino las plagas ya reales que nos atacan y carcomen el decisivo actual proceso político mexicano. No hay, pues, forma de escapar a la conclusión de que efectivamente estamos en medio de una guerra en la que los participantes luchan por objetivos distintos. Si nos atenemos a sus declaraciones, lo único que se puede inferir es que las motivaciones de unos son intereses sectarios y personales en tanto que lo único que percibimos en el candidato de la oposición son motivaciones realmente políticas. Esto explica la diferencia entre el discurso de la mayoría de los involucrados y el lenguaje político del candidato popular (de “ya saben quién”).

No hay duda de que el contraste que más resalta entre las intervenciones de los actores hoy hundidos en el proceso electoral es el que se da entre lo que el Lic. López Obrador dice y toda la clase de imputaciones, imprecaciones, improperios, acusaciones, tergiversaciones y demás con que lo intentan sepultar sus adversarios. Hasta dónde yo sé, al menos, López Obrador no se ha metido con la esposa de Meade ni con los casi norteamericanos hijos de Anaya y en cambio esos oradores improvisados no han cesado de meterse con la familia, con el modesto patrimonio, los ingresos, etc., del Lic. López Obrador. ¿Es cierto eso o estoy inventando? A guisa de ejemplos tenemos la tónica de los pronunciamientos del involuntariamente cómico (comiquísimo, en verdad) presidente del PRI, Enrique Ochoa Reza, quien alcanzando niveles inusitados de vulgaridad exigía a los cuatro vientos y en los tonos más demandantes posibles que el Lic. López Obrador “dijera de qué vivía”. Esa grotesca farsa agresiva terminó de sopetón, sin embargo, cuando en un debate televisivo que muchos disfrutamos Yeickold Polevnsky hizo público el hecho de que el dirigente del PRI tiene 200 concesiones de taxis en Monterrey! La verdad es que la reacción de Ochoa Reza fue sencillamente inolvidable: palideció, enmudeció, hizo una mueca inconsciente, mezcla inimitable de estupor, típica de las personas a quienes han atrapado in fraganti haciendo algo vergonzoso, con la boca abierta y casi babeando esbozó una especie de sonrisa de atarantado que expresaba a la perfección el deseo intensísimo de que se lo tragara la tierra. Resultado: cambió definitivamente de estrategia. Por lo visto, la mejor forma de educar y contener a contrincantes de esta calaña, esto es, a quienes entienden la polémica en política como un concurso de acusaciones personales, es sacarles sus trapitos al sol, lo cual es siempre factible. Lo triste es constatar que ese es el nivel del discurso político en México y debo decir que, hasta donde se me alcanza, el único que no funda sus alocuciones en consideraciones de esa índole es el Lic. López Obrador.

Que el nivel político es deplorable lo podemos demostrar cuando nos tomamos la molestia de examinar las acusaciones fundamentales en contra del dirigente de MORENA. Recordemos que además de los candidatos están los agentes a sueldo, periodistas inescrupulosos o académicos venidos a comentaristas televisivos que han convertido sus respectivos programas en meras sesiones cotidianas de odio y de difamación sistemática. Desafortunadamente para ellos, la calidad de su ideología y el nivel de sus “análisis” los ubica automáticamente en lo que son, a saber, meros propagandistas a sueldo, merolicos descarados, impúdicos detractores de una persona de calidad moral ciertamente muy superior a la de ellos. Pero para que no nos quedemos en el plano de la queja y del lamento, invito al lector a que examinemos el caso, superficialmente por razones de espacio, revisando someramente algunas de las más importantes acusaciones con las que se ha querido dañar la imagen de López Obrador.

1) El nuevo aeropuerto de la ciudad de México. Como todos sabemos, con más de 800 vuelos diarios el aeropuerto actual de la Ciudad de México, con sus dos terminales, está saturado. Cuando un aeropuerto está así la línea que separa molestias y demoras de accidentes es realmente muy tenue. Todo mundo sabe que se requiere de un nuevo aeropuerto. En los malhadados tiempos de Fox, como todos recordarán, se intentó empezar la construcción de uno nuevo en el Valle de México, habiendo desde luego otras opciones. ¿Por qué no se pudo? Por diversas razones, pero en última instancia porque se trataba de una colosal estafa a los habitantes de la zona cuyos predios se tenían que expropiar y por los que se les ofrecían cantidades irrisorias (sólo Fox era capaz de algo así). Sin embargo, en una reacción casi instintiva e inesperada, los ejidatarios de San Salvador Atenco, a caballo y con machetes en mano, desfilaron por Reforma y dejaron perfectamente en claro que ese negocio no se iba a poder hacer. Con Peña se volvió a plantear el tema y, un tanto apresuradamente, se iniciaron los trabajos. En este caso la colusión con el ex-gobernador de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, quien dicho sea de paso, dejó a la ciudad de México en un estado lamentable, fue decisiva. En relación con el tema del aeropuerto hay que distinguir dos cosas:

a) las opiniones de sentido común, y
b) los puntos de vista técnicos.

En contra del sentido común está la decisión de construir un mega-aeropuerto, que habrá costado miles de millones de pesos, … a 14 kilómetros del actual! Eso es a 5 minutos en automóvil! ¿Hay algo más absurdo que eso? Un aeropuerto de esas magnitudes es también un polo formidable de desarrollo. Por lo tanto, había que aprovechar otros espacios, porque los hay (Zumpango, por ejemplo), ya que esa inversión obligaría a construir un tren, a ampliar la red carretera, a impulsar el comercio en zonas si no paupérrimas sí poco desarrolladas, atraería múltiples inversiones (hoteles, restaurantes, tiendas, etc.). Por otra parte, están los veredictos de los ingenieros de acuerdo con los cuales el lugar elegido es el peor posible. El nuevo aeropuerto estará en la zona más lodosa de lo que fue el lago de Texcoco. Su construcción, por lo tanto, va a exigir una inversión mucho mayor de la que requeriría en otras partes cercanas a la capital y desde luego que no se incentivará la vida económica del país, puesto que de hecho seguiremos teniendo el aeropuerto en la zona metropolitana. A esa distancia uno del otro uno de los dos aeropuertos quedará inutilizado, cuando con otra ubicación los dos podrían seguir estando activos. Y, last but not least como dicen, está el lodazal administrativo, todo el reparto de contratos de manejo del aeropuerto, las concesiones, la elección de proveedores, las tiendas y boutiques al interior del aeropuerto, etc., todo ello y más debidamente repartido. Naturalmente, el proyecto se armó (como tantos otros) a espaldas de la opinión pública y es evidente que muchos miembros del club de los favorecidos están metidos en lo que es un super-negocio orquestado y dirigido desde la presidencia. Frente a eso, López Obrador con toda razón protesta. ¿Cuál es la reacción? El grito de guerra de los beneficiados con el mega-negocio del aeropuerto es que López Obrador “quiere impedir que la ciudad de México tenga el aeropuerto que se merece”. Qué pena, pero eso no pasa de ser una patraña infantil. La verdad es que yo no sé a qué le tienen más miedo quienes así calumnian al candidato de MORENA, si a perder jugosas ganancias con las que ya se frotaban las manos o que terminen en la cárcel si él gana. En todo caso, una de esas dos motivaciones (o las dos!) es lo que está detrás de esta “crítica” de la propuesta de López Obrador de re-examinar el proyecto del nuevo aeropuerto.

2) El asunto de los departamentos. Si hay un ataque del que desde siempre el Lic. López Obrador ha salido bien librado es el dirigido a su integridad y a su alta calidad moral. Se necesita en verdad ser un mal nacido para venir a acusarlo de no haber reconocido en su declaración la posesión de tres apartamentos. Vale la pena empezar por señalar que, en caso de que fuera verdad lo que dicen (que no lo es), esos departamentos constituirían todo su patrimonio. No estaría mal enfatizar el punto, dicho sea de paso, pero lo que hay que decir es que López Obrador no mintió. Él ya explicó cómo le cedió sus dos departamentos (porque uno era de su esposa, no de él) a sus hijos. Los departamentos en cuestión se ubican a un costado de la Universidad Nacional. Son departamentos modestos, adquiridos hace ya muchos años, y no penthouses como quieren dar a entender los enemigos de la nación. No hay punto de comparación, por ejemplo, entre esos departamentos y la tristemente famosa Casa Blanca de la esposa de Peña Nieto, que costó más de 7 millones de dólares (hoy por hoy, 140 millones de pesos) o la de la eminencia gris del régimen, Luis Videgaray, el actual Secretario de Relaciones Exteriores, una casita de 1,500 metros cuadrados y con un costo (muy probablemente adaptado al personaje) de más de 7 millones de pesos. Habría que admitir que frente a la ex-casa de Peña Nieto la de Videgaray podría parecer hasta un miserable jacal, pero ¿cómo queda frente a los modestos departamentos del Lic. López Obrador? El argumento de que no reconoció sus propiedades se funda en el hecho de que, por los tiempos que llevan los juicios testamentarios en México, todavía no se ha hecho oficial el cambio de propietario. Eso lo saben los profesionales de la mentira, a pesar de lo cual una y otra vez atacan por ese flanco. La estrategia es torpe. Yo, por ejemplo, tengo vecinos que tienen más de 10 años de ser propietarios y no han hecho el cambio ante el Registro Público de la Propiedad. Si no hay dinero, si se tiene confianza en los antiguos dueños, etc., el asunto puede quedar ahí, por lo menos durante mucho tiempo o hasta que la propiedad se venda o traspase. Ni siquiera ese es el caso que nos ocupa. Aquí lo indignante es que sea gente de la que sabemos que se ha cínicamente enriquecido “trabajando” en el sector público quien viene a exigirle a un hombre honesto “que diga de qué vive!”. De ese nivel son las críticas al candidato de MORENA a la presidencia. Execrables!
3) La interferencia rusa. Aunque una pésima copia del show político norteamericano, no podía faltar en el circo político mexicano el tema de la injerencia rusa en el proceso electoral. El problema para los ineptos “expertos” del PRIAN encargados de desacreditar al Lic. López Obrador es no sólo que cada crítica se les revierte, sino que hasta el ridículo hacen. Ahora que hasta en los Estados Unidos el Senado tuvo que reconocer después de un año de intrigas que durante el proceso electoral para la presidencia de los Estados Unidos no hubo ninguna clase de colusión entre D. Trump y su equipo, por una parte, y el gobierno ruso, por la otra, ahora que sabemos con certeza que fueron las mismas agencias policiacas y de inteligencia norteamericanas las que espiaron y vaciaron la información de las computadoras de Hillary Clinton y su gente (y del partido demócrata), los geniales estrategas mexicanos anti-lopez-obradoristas se quedaron de pronto sin argumento. Pero no olvidemos que mientras los norteamericanos no se decidían a decir la verdad y existía la duda, aquí en México aprovecharon el tema para asegurarle a la gente que el potencial triunfo de López Obrador sólo podría explicarse por la intervención rusa en México. Hay algunos bien conocidos articulistas que publicaron sesudas reflexiones sobre el tema dando la voz de alarma. Qué ridículo! El caso es tan grotesco que hasta los indígenas de Chiapas participaron recibiendo con los brazos abiertos a “Andrés Manuelovich” durante su gira por el estado. Esta crítica estaba condenada de entrada al fracaso y murió, podríamos decir, de muerte natural. Una más!
4) La amnistía a los criminales. Esta otra línea de ataque, en este momento en pleno furor, constituye una deformación tan exagerada de lo sostenido por el Lic. López Obrador que da hasta vergüenza aludir a ella por lo que revela de quienes la hacen suya. López Obrador ha apuntado una y otra vez a algunas de las verdaderas raíces del problema del narcotráfico y de la criminalidad en general. Hasta donde yo sé, nunca ha dicho que se liberaría a los capos, contadores, sicarios y demás de cárteles y grupos de delincuencia organizada. El problema es que no sólo ellos están en las cárceles. Pensemos un momento. Cuando uno va al supermercado y compra una bolsa de chiles paga 8 o 10 pesos. El chile hay que plantarlo, esperar a que se dé, cosecharlo y comercializarlo. Si el consumidor final paga 10 pesos por una bolsa de 50 o 60 chiles: ¿cuánto estará ganando el campesino que lo trabajó?¿Tendrá para mantenerse él y su familia, cuando hasta el bendito precio de su producto está fijado por las Bolsas de Londres y Nueva York? La respuesta el lector la conoce por lo que sigo adelante. La duda es: si en esas condiciones de miseria permanente se presenta con el trabajador del campo un sujeto que le paga 50 veces más si en lugar de plantar chiles planta amapola o marihuana: ¿hay, aparte del miedo al ejército y a las policías (o a la DEA, que opera en México como Pedro por su casa, desde que Fox los dejara entrar masivamente al país) razones para pensar que un campesino necesitado podría de facto negarse a cambiar su plantación? Seamos serios: es obvio que no. Ahora, el que va a la cárcel no es el traficante sino el campesino y gente así hay mucha en las cárceles nacionales. La propuesta de amnistía del Lic. López Obrador está dirigida a quienes en el fondo son también víctimas de la delincuencia organizada. Lo que no está dicho es la parte complementaria de la propuesta, a saber, que la amnistía viene con compromisos por parte de los amnistiados y con ayuda por parte del gobierno. ¿Tiene una idea así algo de siniestro?¿No es acaso sensata? Dentro de poco lo que México va a tener que hacer es dejar de construir aeropuertos para construir cárceles, concesionándolas quizá para darles gusto a los negociantes partidarios a ultranza de la propiedad privada, porque así como vamos muy pronto los sectores más vulnerables de la sociedad las van a repletar. Lo infame de la “crítica” es desentenderse deliberadamente de las raíces sociales del problema, de no tratar de articular nuevas y más efectivas soluciones, intentando a toda costa asustar a la población, una población airada y resentida que es reprimida cuando, por la ausencia o ineficacia de las autoridades, se hace justicia por cuenta propia. Yo me pregunto una y otra vez: aparte de mentiras, tergiversaciones y tonterías: ¿en qué consiste, cuál es la crítica seria, constatable a López Obrador? Porque por más que me esfuerzo no la percibo
5) El populismo y Venezuela. Uno de los mitos más baratos empleados en contra del Lic. López Obrador es que con él se instaurará un régimen populista como el de Venezuela y para acentuar el miedo en los pasivos y las más de las veces ignorantes receptores del mensaje se nos pasan escenas de violencia civil en ciudades venezolanas. Algunos bien conocidos gurúes del medio (gurúes básicamente por lo ricos que son, lo cual automáticamente los convierte en eminencias), ahora en un tono suave y patriarcal nos advierten que ven con preocupación rasgos de autoritarismo en López Obrador. Tenemos derecho a preguntar: ¿cuál por ejemplo?¿Informar por las mañanas a la ciudadanía es un rasgo de intolerancia?¿Sostener a derecha e izquierda que se va a aplicar la ley es una muestra de autoritarismo?¿El hecho de que el pueblo apoye masivamente al candidato de MORENA es una demostración de que éste quiere hacerse de un poder absoluto? Con declaraciones como esas no se engaña a nadie que tenga dos gramos de conciencia política. Lo que se nos está diciendo claramente es que no se quiere un gobierno popular y al que denominan ‘populista’, por las connotaciones negativas con que han investido a la palabra. Ahora yo respondería que ojalá tuviéramos en México el nivel de alfabetización que hay Venezuela, que tuviéramos su estructura electoral considerada una de las mejores del mundo y en donde las operaciones tamal, mapaches y demás son imposibles, un país que no malbarató su petróleo, patrimonio nacional regalado por mexicanos descarriados a compañías como la Exxon, la British Petroleum y a una veintena más. Estamos de regreso a antes de 1938. ¿Por qué los que se quejan del “populismo” no se quejan del desmantelamiento de la nación?¿Será porque son profundamente nacionalistas?

Yo pienso que los expertos, los politólogos, los que estudiaron en Oxford y en Harvard hacen malos cálculos políticos y se equivocan de cabo a rabo. Es cierto que durante decenios el pueblo de México estuvo adormilado, aletargado, maniatado, pero eso cambió y no por buenas sino por malas razones. Fue porque cruelmente se le obligó al pueblo de México a apretarse el cinturón, porque se le arrebataron ganancias históricamente consolidadas, porque los sectores más desfavorecidos fueron y siguen siendo salvajemente reprimidos (Guerrero, Michoacán, etc.), porque los bienes de la nación han venido siendo sistemáticamente dilapidados, porque se hundió a la población en un estado de ignorancia bestial, un estado que la puso en situación de dependencia inaceptable frente a los demás países y en particular frente a sus enemigos naturales, por eso y muchas cosas más, el país despertó. No fue por una súbita inoculación de grandes tesis políticas: fueron el hambre, los salarios de siervos, la desesperación de ver que los hijos no tienen un futuro no digamos asegurado sino ni siquiera mínimamente aceptable, todo ello decorado con las acciones más viles de corrupción por parte de toda clase de aprovechados, arribistas y oportunistas. Pero entonces el pueblo de México abrió los ojos. Todavía no se mueve realmente, pero ya no los cerrará. Por lo tanto, la campaña electoral está ganada porque ahora sí, a diferencia de lo que pasaba hasta hace 6 años, ya no se podrá controlar a una población que capta que está en su interés ir a votar masivamente en favor del Lic. López Obrador. Como por instinto, el ciudadano medio entiende que si no hay un cambio (que ni siquiera es radical, aunque así lo quieran presentar) lo que viene es la destrucción de México como país. El pueblo ya lo entendió y no habrá mago publicitario ni merolico politiquero que lo vuelva a adormilar.

Lamentable Espectáculo

K. Marx enseñó que todo en el sistema capitalista es mercancía, todo es objeto de intercambio, de compra-venta. Podemos con confianza incluir ahora también los debates entre candidatos a la presidencia de la República. El problema es que está cosificación de la existencia, que algunos gozan sobremanera pero que (lo confieso) por más que lo intento no ha logrado seducirme, se vuelve casi insoportable cuando lo que entra en juego son las aspiraciones de unos cuantos ungidos por llegar a la silla presidencial. Seamos francos: el espectáculo del domingo fue grotesco. El show no fue otra cosa que una especie de pasarela por la que desfilaron en un orden casi semejante al del caos los aspirantes a presidentes, esforzándose casi todos ellos por contorsionarse lingüísticamente de la manera más exótica posible, exaltando impúdicamente sus auto-adscritas cualidades y bondades, intentando por todos los medios (mentira, difamación, descaro, invalidez argumentativa, etc.) hipnotizar a los cándidos tele-espectadores con no otro objetivo que el de hacerse con sus votos. La comedia, desde luego, es parte esencial del circo que constituyen los procesos de cooptación política propios de la democracia partidista. No podría ser de otra manera. Ahora bien, que todo el mecanismo equivale en realidad a una especie de burla cruel del electorado es algo que difícilmente podría negarse. Veamos rápidamente por qué es ello así y, en passant, aprovechemos para comentar el show político-televisivo del domingo por la noche.

Quizá sea útil empezar por señalar que se cuelan en la planeación de estos programas televisivos ciertos malentendidos que sería conveniente despejar. Preguntémonos: en principio ¿se puede en un programa en el que los participantes tienen unos cuantos minutos para expresarse presentar lo que sería un programa de gobierno, un programa sexenal? Pretender algo así es de entrada semi-absurdo, pero hay además otra razón por la que la idea misma de debate está en este caso viciada de entrada: carecemos de los métodos o procedimientos para de manera objetiva verificar o desmentir la inmensa cantidad de promesas con que nos sepultan. Automáticamente todo se vuelve un juego puramente verbal en el que los participantes venidos a actores  ponen sus mejores caras para enunciar promesas fantásticas de la manera más convincente posible. Está muy bien que un candidato nos asegure que mandará al Congreso tal o cual iniciativa o que acabará con la corrupción o con la inseguridad, pero ¿cómo podríamos nosotros aquí y ahora checar la veracidad de sus palabras? Y si no podemos hacerlo: ¿cuál es el sentido de la historieta que nos cuentan, aparte de entretenernos un rato? Dado que no hay forma de corroborar si cumplirán con lo que se comprometen o no (y hay sólidas razones para pensar que no lo harán), los aspirantes a presidente pueden prometer eso y diez veces más. ¿Cuál es el problema? Como no hay forma de contrastar con la realidad lo que tal o cual candidato ofrezca, todo se vuelve un juego puramente verbal. En el momento de su comparecencia el candidato jura y perjura lo que sea, sólo que ese “lo que sea” no tiene ningún valor. De manera que lo que los candidatos dan durante esos intercambios sean en realidad algo así como cheques sin fondos.

¿Se sigue que no podría haber debates políticos interesantes? Claro que no, sólo que tendrían que fijarse otros objetivos, objetivos que podríamos llamar ‘explicativos’. ¿Qué deberían hacer los candidatos para que sus mensajes tuvieran realmente un sentido no sólo semántico sino también vital? A mi parecer, es su función explicarle a la gente ante las cámaras de televisión cómo se implementarían algunos de sus múltiples planes generales de gobierno y la mejor manera de hacerlo sería diciéndonos a todos los ciudadanos qué obstáculos tendrían que vencer para poder implementar sus planes de trabajo. Por ejemplo, si alguno de los candidatos quisiera proseguir con el desmantelamiento de la propiedad estatal porque cree a ciegas en la propiedad privada, lo menos que podría hacer sería decirnos cómo se articulan las licitaciones, quiénes en principio pueden participar, en qué situación quedaría el gobierno vis à vis compañías y gobiernos extranjeros, por qué es preferible económica y socialmente importar gasolina que construir refinarías en el país y así indefinidamente. Y a la inversa: si alguien está en contra de la ultra mentada “reforma energética” tendría la obligación de explicar por qué está en contra, qué medidas concretas tomaría para frenarla o revertirla, a qué fuerzas y a qué personajes políticos tendría que enfrentarse para ello y qué podría pasar si se topara con una oposición demasiado violenta. Así, pues, en general si no se llega a discusiones precisas sobre temas concretos, debidamente circunscritos, y si todo se reduce a preguntas abstractas y a pronunciamientos universales sin un contenido asequible a los ciudadanos, el debate es ficticio y no sirve para nada. Sí debería quedar claro que si así van a ser los debates, entonces éstos no son propiamente hablando debates políticos, sino sesiones de esgrima lingüística sin mayor interés (tampoco hay entre los actuales candidatos, digámoslo abiertamente, oradores de primer nivel). Definitivamente, los formatos del debate tienen que cambiar y se tienen que introducir ciertas regulaciones y restricciones. Sobre eso regreso rápidamente  más abajo.

Debo decir que cómodamente asumo que mucha gente estará de acuerdo conmigo en que uno de los rasgos más vulgares y de mal gusto de esta clase de “debates” es la proliferación de argumentos ad hominem, la permanente alusión a cuestiones de orden personal, la intromisión en la vida privada de los participantes generando con ello una mezcolanza indigerible de temas políticos con cuestiones de índole privada. No tienen absolutamente nada que ver: el más corrupto de los políticos podría desarrollar una política nacionalista de éxito y ser aplaudido por todos, aunque él mismo en lo personal fuera un aprovechado, un nepotista, un acaparador, etc. Y al revés: el más honesto y bien intencionado de los políticos podría resultar un fiasco y llevar a la nación al abismo (o, para ser más preciso, llevarla del abismo al infierno, porque en el abismo ya estamos). Evidentemente, todos esperamos congruencia en los políticos, pero quizá ese sea un sueño irrealizable, por lo que debemos conformarnos y contentarnos con lo que nos une a ellos durante un par de horas, esto es, la función pública. Lo que queremos es conocerlos qua hombres de estado, no como maridos o como padres de familia. Las cuestiones personales son simplemente irrelevantes en este contexto y quien las introduce en el debate (Anaya y Meade sobresalieron en este sentido) tan sólo muestran mala fe y pobreza de pensamiento. Si hay ideas y programas políticos bien pensados no se necesita atacar al contrincante en lo personal.

“Debates” como los del domingo son en realidad un río revuelto y es imposible saber quiénes serán los pescadores afortunados; no es factible determinar con certeza qué efectos tendrán los dimes y diretes de los candidatos. Los resultados pueden ser de lo más variado. En efecto, los electores (muchos o pocos, eso no importa para el argumento) pueden reforzar su opinión, cambiarla o salir tan decepcionados que finalmente opten por desinteresarse del proceso y ello puede tener efectos inesperados el día de la elección. Es obvio que hay partidos a los que la abstención electoral es lo que más les convendría en tanto que hay otros para los que eso sería precisamente la fórmula para la derrota. Lo que es un tanto perturbador es que así como se presentan las cosas no es por consideraciones de orden político que se darían los cambios. Por ejemplo, es muy difícil no ver en este primer debate una alianza de todos contra Andrés Manuel López Obrador por lo que, por mucho que hayan intentado lucirse J. A. Meade y R. Anaya, su actuación de permanente acoso al candidato de MORENA les puede costar muy caro en términos de simpatía popular. El riesgo de ello sería, obviamente, que si ganara la elección el candidato de MORENA habría ganado con base en malas razones, es decir, razones extra-políticas. Afortunadamente, creo, él va a ganar y aunque habrá votos de simpatía y solidaridad por los ataques personales, también habrá votos razonados y justificados en el hartazgo por el sistema actual.

Si nos vamos al análisis concreto del debate del domingo, me parece que podemos decir que las cosas son relativamente claras. Es evidente que antes del debate se rompieron lanzas, se hicieron alianzas y se repartieron objetivos. Claramente, el papel de sabueso le tocó a Anaya, quien dicho sea de paso dio toda una cátedra de cinismo y maledicencia. Él sí que abusó de la mezcolanza (criticada más arriba) de discusión política con chismorreo de vecindario. Con él, todas las argumentaciones tienen la misma conclusión: López Obrador es culpable. De qué, no sabemos, pero es culpable a priori. Las técnicas de debate de Anaya son en el fondo bastante burdas. Una de ellas, por ejemplo, consiste en establecer fáciles asociaciones entre personajes y sucesos, jugando todo el tiempo con imágenes, estableciendo las correlaciones más superficiales que se puedan establecer y extrayendo siempre la misma conclusión. El recurso a cartoncitos en los que dibujó a placer sus mentirosos diagramas, con datos sacados de su imaginación e imposibles (una vez más) de corroborar (salvo por el hecho de  que contradicen la memoria pública, como por ejemplo cuando dictaminó que durante el periodo del Lic. López Obrador como Jefe de Gobierno del Distrito Federal los niveles de inseguridad subieron. Yo eso no lo recuerdo) lo revela como alguien absolutamente sin escrúpulos y que ejemplifica a la perfección eso mismo de lo que acusa a López Obrador, a saber, de estar movido por una ambición sin límites. Eso es justamente su resorte para la acción, un inconsciente dato auto-biográfico. Él cree que con expresarse con fluidez y mantener permanentemente una sonrisa de cretino más falsa que una moneda de 3 pesos basta para dejar asentada la verdad de sus proclamaciones. En eso está completamente equivocado. Las falacias en su boca son recurrentes. Por ejemplo, para “demostrar” que no cometió ningún ilícito comprando una nave industrial en 10 millones de pesos para de inmediato venderla en 54 (por medio de triangulaciones tenebrosas, usando a su chofer como intermediario, rehusándose a hacer su declaración ante la PGR, sospechoso de lavado de dinero, etc., etc.) lo único que dice es que no hay ninguna averiguación en su contra!!! De acuerdo con eso, si alguien mata a una persona y no se le acusa de nada, entonces no es un asesino. Fantástico! De eso hubo mucho. Por otra parte, Anaya solito se auto-reviste de un aura de farsante cuando histriónicamente, en tonos cuasi-histéricos nos asegura que va a luchar contra la corrupción, que va a acabar con la delincuencia organizada por medio de la tecnología, etc., sólo que se le olvida como por casualidad decirnos cómo va a lograr eso. Sin ese “cómo” todo su discurso no pasa de ser una lista de promesas fantasiosas y poco serias.

El candidato del PRI, en cambio, me pareció a mí más real, esto es, se presentó como lo que ahora es: un auténtico priista. ¿Qué es un auténtico priista? Un político que promete lo que sea, inclusive si lo que dice es incoherente. Curiosamente, de lo que él no parece estar muy consciente es de su nivel de desprestigio. ¿Cómo puede alguien que ha orquestado los gasolinazos, que encubrió mientras pudo a media docena de gobernadores corruptos y delincuenciales, alguien que nunca ha tenido trato con el pueblo mexicano, que salió del ITAM para irse al estudiar al extranjero y posteriormente venir a ser parte de la nomenclatura mexicana, pretender ser un representante de la nación, alguien que va a defender al país de la rapiña del capital extranjero?¿Qué autoridad moral tiene una persona que sin mayores titubeos se presenta como honesto, preparado, sencillo, etc., y tenemos que creerle porque lo dice él? Nada más faltó que nos dijera que en su opinión es además simpático y hasta guapo. La dizque revelación de que López Obrador tiene tres departamentos en la Ciudad de México es una calumnia repugnante y él lo sabe perfectamente bien, pero no le tiembla la lengua para mentir. De hecho él no tiene propuestas, dado que todo se resume en promesas que casi no son otra cosa que meras conexiones conceptuales (“La delincuencia es algo que se combate” y cosas por el estilo). Y, una vez más, todas esas promesas están en boca de alguien que en el fondo nunca ha estado en contacto con el mexicano medio, con el mexicano común. Meade y el ciudadano mexicano pertenecen a mundos diferentes, aunque se vista de charro y coma tacos en un mercado. Nadie le cree, por lo que podemos augurar que no podrá superar ni un 15 % de preferencia electoral. Y me parece que podemos predecir que cuando ya esté políticamente desahuciado (en un mes a lo sumo), la mitad de sus seguidores se irán con Anaya y la otra mitad se irá a apoyar a López Obrador. De eso que no tenga dudas!

El Lic. López Obrador no estuvo, hay que admitirlo, en su mejor noche, pero me parece que eso es algo que podemos comprender si realmente nos lo proponemos. Yo diría que la gran diferencia entre él y los demás candidatos radica en su autenticidad. Con su lenguaje pueblerino y su acento campirano, él no entra en competencia con el verborreico Anaya ni con el dechado de perfecciones que es Meade, por lo menos tal como él se auto-concibe. López Obrador, por ser un hombre realmente honesto (diga lo que diga quien en serio propone cortar las manos de los corruptos, una propuesta que lo único que logra es trivializar el castigo a los criminales puesto que nadie aceptaría una ley así), no llegó con planes grandiosos sino con un planteamiento simple: él se presenta como el candidato que emana de las masas, el que sabe hablarle al campesino (me pregunto si Meade sabe siquiera lo que significa ‘gorgojo’), al estudiante modesto, al pequeño oficinista a la vendedora ambulante o al desempleado. No se presenta con vacua grandilocuencia, como Anaya (en realidad, lo de este último es una variedad de cantinflismo: habla, habla y habla para no decir nada, puesto que nunca dice cómo se podría lograr lo que él ofrece hacer) ni juega con datos como Meade. Lo que pasa es que López Obrador no se está presentando como si estuviera en un seminario de posgrado. Ese no es su papel. Él le está hablando al pueblo de México y lo hace en el lenguaje que el pueblo entiende y a ello parcialmente se debe su gran ventaja en las intenciones electorales de la sociedad. ¿Qué le faltó? Yo estoy seguro de que el Lic. López Obrador tiene información de primera mano muy importante con la que fácilmente podría poner en ridículo a Meade o a Anaya, pero (para desesperación de todos nosotros) no la usó. Él no atacó personalmente a nadie, aunque hubiera podido y hasta debido hacerlo porque tiene también derecho a defenderse de las calumnias y las trampitas retóricas de sus adversarios. Pero su indignación moral ante la vileza de un par de contrincantes fue más fuerte. Yo creo que él sabrá extraer las moralejas de este primer encuentro y que para el segundo irá no sólo con su sano mensaje populista por delante, sino también con las armas un poquito más afiladas para su auto-defensa.

En general se piensa que el poder de los mass-media es incontrolable. Yo creo que eso es un error. Ciertamente no sería un charlatán descarado como el conductor de la sesión cotidiana de instrucción política para retrasados mentales que día a día nos receta Televisa – conocida como ‘La Hora de Opinar’ – a quien a mí (un simple ciudadano) me haría cambiar de opinión. No tiene cómo. Y como él abundan otros en radio, prensa y televisión. Pero de lo que con toda su perspicacia no parecen percatarse es que ellos mismos son los mejores contra-ejemplos a la tesis de que los mass-media lo pueden todo, porque lo único que están generando con su discurso de odio hacia López Obrador es una cada vez mayor simpatía por él. Oscura pero acertadamente, el pueblo entiende que el ataque a López Obrador proveniente de personajes como los aludidos es un ataque de clase, una lucha sin tregua por acabar con alguien que por primera vez desde hace muchos lustros efectivamente representa los intereses de las mayorías desvalidas, Y a menos de que suceda una catástrofe incomprensible, esos sans-culottes mexicanos, hartos ya de la situación en la que se les ha mantenido durante sexenios, harán que sea el más vilipendiado de los candidatos quien se ponga la bandera nacional en el pecho.

El resultado neto es que, a los ojos de la gente (que a final de cuentas es lo que importa) Anaya perdió credibilidad y ganó en antipatía; Meade no logró modificar su estirpe priista y continuará en el desprestigio hasta que por inercia su movimiento se acabe. López Obrador se mantiene holgadamente a la vanguardia, pero quizá ahora más gente entienda que o revertimos lustros de entreguismo y saqueo o estaremos contribuyendo a hacer de México un país de bancos y corporaciones trasnacionales, con una población fácil de manejar e incapaz de defender hasta sus derechos más elementales.