Por fin se acabó ese entretenido circo mundial que fue la Copa del Mundo de Rusia 2018! Habría de inmediato que decir que en tanto que evento social fue todo un éxito: espléndidamente organizado y de muy variadas consecuencias benéficas para la sociedad rusa en su conjunto. Ciertamente, digo yo, el pueblo ruso ya se merecía una fiesta así, ya tenía derecho a ella, un derecho ganado a pulso por años de esfuerzos de reconversión social, de trabajo y de adaptación a un mundo que hasta hace dos décadas le era casi desconocido. Después de todo, también los ciudadanos rusos tienen derecho a interactuar masivamente con personas de otras partes del mundo y a que éstas admiren sus imponentes y hermosas ciudades, contemplen sus maravillosos paisajes, disfruten de sus tradiciones culinarias y aprovechen su ya legendaria hospitalidad. Grosso modo, yo diría que hubo dos grandes ganadores en este formidable evento internacional: futbolísticamente, me parece, ganó África dado que (así me lo indica mi sentido común) si un equipo (de Francia o del país europeo que sea) de once jugadores se compone de 8 o 9 jugadores de origen africano, en este caso de antiguas colonias del imperio francés, no queda más que decir que, en al menos algún sentido, el equipo es más bien representativo de África que del ganador. Yo entiendo obviamente todo lo que se podría responder a esto, pero me parece que se podrían asimilar todas las respuestas y seguir manteniendo lo que afirmé. A mi modo de ver lo que esta situación pone de manifiesto es que nada escapa al fenómeno de la globalización y al de desaparición paulatina de los estados nacionales. Por otra parte, la gran vencedora sin duda alguna fue Rusia, queriendo esto decir, su población y su gobierno. El tema, me parece, amerita unas cuantas palabras aclaratorias.
Sólo un invidente político podría querer negar que la realización de la Copa del Mundo significó un gran triunfo político de Rusia sobre algunos de sus adversarios tradicionales, como por ejemplo Inglaterra (los Estados Unidos estuvieron ausentes de esta gran fiesta mundial porque, como todos sabemos, ellos se auto-excluyeron perdiendo deliberadamente su clasificación. ¿O habrán perdido jugando en serio?). En esta ocasión, las intrigas de los campeones en perfidia, esto es, los ingleses, no sólo no surtieron efecto, sino que a final de cuentas les resultaron a ellos altamente contraproducentes. Como todo mundo sabe, el gobierno de Su Majestad, sirviéndose de la odiosísima prensa británica (no sé si la más mentirosa del mundo, pero con toda seguridad la más estridente e irrespetuosa), intentó empañar el campeonato que estaba a un par de meses de iniciarse inventándose un ridículo caso de intento fallido de asesinato en suelo británico por parte de los servicios secretos rusos. Al parecer el objetivo era asesinar a un ex-espía ruso radicado en Inglaterra (y a su hija, que vive en Moscú en donde, se me ocurre, hubiera sido más fácil dar cuenta de ella) y que trabajó durante años para los servicios de espionaje ingleses. Este sujeto, Serguéi Skripal, que abandonó Rusia en 2010 después de varios años de cárcel, habría sido víctima de un atentado fallido por parte de algún James Bond ruso que habría patéticamente fracasado en su misión (si en verdad así fueran los servicios de inteligencia rusos, Rusia ya no existiría). La grave acusación inglesa, obviamente, nunca vino acompañada de la más mínima prueba. La situación empezó a tornarse bochornosa cuando inclusive miembros del laboratorio de los servicios secretos británicos tuvieron que reconocer que era posible que el gas novichok, supuestamente de fabricación rusa y con el que se habría intentado matar a Skripal, habría podido ser sido fabricado en un sinnúmero de países (hasta en la República Checa, por ejemplo, según informaron), contradiciendo así las declaraciones de su propio gobierno. Sin cejar en su esfuerzo por arruinarle a Rusia el evento deportivo, sin embargo, el asunto Skripal le permitió al gobierno inglés forzar un intercambio de expulsiones de diplomáticos, agriando la atmósfera internacional y pensando que con ello se enturbiaría la fase final de preparación del torneo. Toda esa sucia política de permanente hostigamiento de Rusia, sin embargo, fracasó rotundamente y culminó con la renuncia de uno de los grandes promotores del conflicto, a saber, el fugaz ministro de asuntos exteriores, el tristemente célebre Boris Johnson. Los ingleses, que a veces siguen delirantemente actuando como si estuviéramos en el siglo XIX y tuvieran todavía su imperio, insinuaron que boicotearían el evento deportivo, seguramente fantaseando con que podrían volver a hacer lo mismo que hicieron en 1980 cuando, junto con los Estados Unidos y algunos otros países occidentales, boicotearon los Juegos Olímpicos de Moscú. La respuesta no se hizo esperar y fue contundente: si no querían participar la FIFA disponía de mecanismos para sustituirlos. Eso rápidamente los puso de nuevo con los pies en la tierra y allí terminó por lo menos la primera parte de ese conflicto particular con el gobierno ruso (como tienen que salvar la cara, la farsa sigue con un nuevo escenario). Dicho sea de paso, la verdad es que si Inglaterra no hubiera participado no nos hubiéramos perdido de gran cosa. Lo que en cambio fue muy afortunado fue que muchos British fans viajaron de todos modos a Rusia para apoyar a su selección porque, si nos atenemos a sus declaraciones, en su gran mayoría quedaron encantados. No hubo violencia, represión, agresiones ni en general nada de los desastres con los que la prensa inglesa les había anunciado a los “fans” que se encontrarían. Por fin pudieron ciudadanos ingleses comprobar por ellos mismos que el cuadro que les pintan de Rusia su televisión y su prensa es simplemente lo más fraudulento que pueda uno imaginar y que son ellos las víctimas de un engaño sistemático. Ojalá esta experiencia deportiva y turística los blinde y los vuelva inmunes a las provocaciones y manipulaciones de los eternos portadores de odio entre los pueblos.
Por lo espléndido que fue, la Copa del Mundo de Rusia fue como una especie de sueño o de agradable letargo que, momentáneamente, nos hizo olvidar muchos aspectos de la realidad. Pero ya se acabó y súbitamente nos encontramos de nuevo frente a los hechos duros del mundo. De nuevo nos inundan con indignación las noticias sobre las masacres cotidianas de palestinos y de yemenitas, las noticias concernientes a los niños arrancados de los brazos de sus padres en los Estados Unidos, la cantidad de personas que a diario mueren ahogadas en ese cementerio marítimo en el que se ha convertido el Mediterráneo para miles de seres humanos que tratan desesperadamente de llegar a un lugar en donde siquiera los dejen vivir, y así sucesivamente. Sin embargo, también presenciamos uno que otro suceso político nuevo y profundamente interesante, como lo fue el encuentro entre los presidentes D. Trump y V. Putin. Ante el océano de artículos y de programas de televisión dedicados a manchar por todos los medios posibles dicha reunión, quisiera yo contribuir con mi propia e insignificante gota de comentario político.
Quizá habría que empezar por señalar que la mayoría de la gente no reflexiona mucho sobre lo complicado que es organizar un encuentro entre el presidente de los Estados Unidos y el presidente de la Federación Rusa, independientemente de quiénes sean. En esta ocasión se trató de un encuentro de unas cuantas horas que llevó meses orquestar. Sin embargo, dejando de lado los aspectos técnicos de preparación de la reunión, en este caso es claro que hubo además que vencer multitud de resistencias y obstáculos para que el encuentro se llevara a cabo. Esto, obviamente, fue un problema que concernía exclusivamente al presidente de los Estados Unidos porque, por paradójico que suene, el presidente del país de la libertad no es libre de dialogar con quien él lo considere pertinente. Pero ¿cómo es eso posible? Lo que pasa es que hay descomunales fuerzas políticas en los Estados Unidos que están decididamente en contra de que se produzca el menor acercamiento con el presidente Putin y, más en general, con Rusia. Hay multitud de actores políticos, nada difíciles de identificar, que consagran su vida a mantener vivo el odio, la agresión, la animadversión hacia ese país. Piénsese en gente como Madeleine Albright, Elena Kagan, Lindsey Graham o Victoria Nuland y en los poderosísimos grupos que ellas representan o en agitadoras políticas profesionales como Rachel Maddow (MSNBC) o Michelle Goldberg (New York Times), en toda esa gente que, por razones que siempre resulta interesante investigar, le ha dedicado su vida a combatir, primero, a la Unión Soviética y, ahora, a la Federación Rusa. Naturalmente, estos grupos de operadores políticos tienen como una de sus principales armas a la prensa y la televisión que son, no sólo en los Estados Unidos pero allí particularmente, un arma en el mismo sentido en que lo son un bombardero o un submarino atómico. Ellos son los enemigos (públicos y conocidos, pero hay muchos más que difícilmente se dan a conocer) del nacionalismo norteamericano de D. Trump, un nacionalismo que de manera natural busca llegar a un entendimiento con sus rivales. Por eso el actual presidente de los Estados Unidos, que trata de actuar en concordancia con la perspectiva nacionalista esbozada desde su campaña electoral, ha tenido que enfrentar a todo un estado dentro del estado que sencillamente no lo deja implementar su política. Poco a poco y a través de muchos esfuerzos, el presidente Trump se ha ido desprendiendo de multitud de miembros de su gabinete que, literalmente, le fueron impuestos cuando asumió la presidencia y ha venido penosamente formando su propio gabinete. El recurso del twitter le ha permitido defenderse mínimamente de una omnipresente prensa que mañana, tarde y noche lo acosa con noticias deformadas y mentiras descaradas (fake news), que obviamente el ciudadano medio deglute sin siquiera darse cuenta de lo que ingiere. En los Estados Unidos, el ciudadano común está 24 horas al día en manos de la televisión y ahora hundido en esa atmósfera de desprestigio permanente del actual presidente de la cual es casi factualmente imposible que se libere. Las cosas espantosas que ahora pasan en la frontera con México ya pasaban durante los periodos de Obama (si no es que eran peor entonces), sólo que no se publicitaban como se hace ahora. Pero si las cosas efectivamente son como las describimos, entonces casi lo que se debería decir es que uno de los objetivos del presidente Trump para encontrarse con el presidente ruso era pedirle a éste tiempo y ayuda. El modo como ha sido tratado en su propio país deja en claro que Trump está arriesgando algo más que su reputación. En las primeras planas de los más importantes periódicos, en el Senado, el cuerpo de embajadores, miembros de las fuerzas armadas, etc., etc., todos se unen para poner el grito en el cielo y describir a Trump como un lacayo (sic) de Putin! A mí me parece que la situación en los Estados Unidos se está poniendo tensa de un modo como no se había visto desde los tiempos de J. F. Kennedy y en ese país, lo sabemos, ya encontraron las vías para deshacerse de los presidentes incómodos: atentado o una variante de Watergate, que es lo que a todas luces está en curso ahora.
El paralelismo con Watergate no debería ser minimizado o ignorado. No recuerdo los detalles del caso contra R. Nixon, pero lo que sí se puede decir es que el actual es francamente ridículo y denota un desprecio total por el intelecto del ciudadano norteamericano, una confianza total en que se le puede manipular como se quiera. La acusación en contra del presidente, sin hasta ahora ninguna prueba concluyente, consiste básicamente en señalar que habría habido una colusión entre Donald Trump y su equipo de campaña con el gobierno ruso para “influir” en las elecciones presidenciales a través de un hackeo de computadoras de miembros del Partido Demócrata. Pero ¿se ha puesto alguien a pensar en lo que eso realmente significa? En este caso lo que hay que hacer es aplicar una variante de reducción al absurdo: hay que conceder todo lo que quieran para entonces hacer ver que ni siquiera en esas condiciones se puede deducir lo que se pretende establecer (si no es que llegamos a contradicciones y entonces se tratará efectivamente de una auténtica reducción al absurdo). Asumamos entonces que unos hackers rusos robaron información (básicamente correos) de las computadoras del partido demócrata (como si estos no tuvieran super-especialistas a su servicio) y que le hubieran pasado la “información” dolosamente adquirida a los republicanos. Supongamos sin conceder que ello fue así: ¿habría sido eso suficiente para inducir a millones de personas a votar por Trump?¿Acaso el pasado criminal y la conducta de esquizofrénica de Hilary Clinton no contaran para nada en las decisiones de millones de personas? Hablando de ilegalidades: ¿por qué no se dice nada de los 400 millones de dólares recibidos por la candidata demócrata como “regalo” del magnate estadounidense Bill Browder, ahora (como por casualidad) ciudadano británico (por lo cual ya no puede ser extraditado a Rusia) y con la ayuda de agentes secretos norteamericanos, una exorbitante cantidad extraída ilegalmente de Rusia y nunca consignada públicamente?¿Es el ciudadano estadounidense tan estúpido como para ir a votar en contra de sus propias ideas políticas sólo porque leyó algo (suponiendo que así fue) en Facebook? Es realmente de locos! El presidente Trump no se ha cansado de desmentir una y otra vez toda esta colección de patrañas. No obstante, repitiendo hasta la saciedad mentiras, una infinidad de datos sueltos que pueden ser interpretados de muy diverso modo, inferencias absurdas, etc., el espectro del juicio político (impeachment) se va poco a poco configurando. Lo que está en juego es muchísimo y los primeros afectados con lo que pase serán sin duda alguna los ciudadanos norteamericanos.
Un caso que ejemplifica de manera espectacular el conflicto entre la presidencia y las fuerzas políticas reales dentro de los Estados Unidos que le hacen contrapeso lo encontramos en Siria. Una y otra vez, el presidente Trump ha tenido que contradecirse, ordenar acciones que no son las que él quería y que considera que no son positivas para los genuinos intereses de los Estados Unidos y posponer decisiones prácticamente tomadas. Desde el año pasado, la Casa Blanca anunció la intención de salirse de una vez por todas de Siria, de no dejar en ese país a ningún soldado norteamericano, ya que de hecho lo que los Estados Unidos están haciendo es pura y llanamente invadir un país sin declaración de guerra y sin que éste le haya hecho absolutamente nada. Sobre eso la prensa no dice ni una palabra y el hecho es que no se hace lo que el presidente de los Estados Unidos quiere, lo cual significa que hay fuerzas más poderosas que él al interior de su país. Primero le inventaron un dizque ataque por parte de las fuerzas sirias con armas químicas y entonces se tuvo que ordenar un bombardeo, completamente injustificado evidentemente. Desde entonces la aviación americana bombardea arbitrariamente ciudades sirias, con el consabido costo en vidas humanas y destrucción material. La protección de los terroristas de Daesh por parte del ejército norteamericano es ya pública y notoria. Daesh es obviamente una organización terrorista, pagada y entrenada por los Estados Unidos y países como Israel y Arabia Saudita. El periódico más mentiroso del mundo, el New York Times, sin embargo, habla tranquilamente de “la capital de Daesh”, haciéndole creer a sus ingenuos lectores que hay algo así como un país en el Medio Oriente que es el Estado Islámico, un país que los Estados Unidos heroicamente defienden de “tiranos” como el patriota presidente sirio Bashar-al Ásad. Todo eso es una inmensa y espantosa calumnia y es sólo un aspecto de la guerra entre el gobierno oficial y el gobierno profundo de los Estados Unidos.
El problema para D. Trump es que en el fondo Rusia puede hacer poco para ayudarlo y la razón es obvia: el conflicto político ya no nada más latente sino real entre la institución de la presidencia de los Estados Unidos y el así llamado ‘estado profundo’ es que se trata de un problema que sólo el pueblo norteamericano puede resolver. Ya empiezan a proliferar las voces disidentes, pero la lucha es todavía muy desigual. Para quien quiera informarse un poquito acerca de visiones de ciudadanos norteamericanos contrarias a las que difunde la (así la podríamos llamar) “prensa total”, el internet proporciona algunas opciones. Lo interesante en este caso es que se trata de personajes muy diferentes y que ni siquiera se conocen entre sí, pero que empiezan a hablar de un modo como era impensable hasta hace unos cuantos años. Están, por ejemplo, los videos de David Duke, Brother Nathanael o Ken O’ Keefe, por citar a algunos. La lucha en los Estados Unidos ya empezó. El resultado nos dirá si el pueblo norteamericano logró conservar sus instituciones y empezar a desarrollar nuevas y más sanas políticas o si, por su incapacidad para emanciparse, habremos de hablar, ahora sí, del fin de la historia.