La verdad es que no quise resignarme a dejar que terminara el 2020 sin pergeñar, a manera de comentario digno del año que se acaba, algunos pensamientos que, siendo optimistas, podríamos considerar que pueden ser de utilidad para el año que en unas cuantas horas arrancará. Y creo que, para empezar a darles forma, lo más apropiado sería empezar con una historieta que dé la pauta para evaluar mejor el contenido del artículo y de lo que quiero decir. Antes de ello, sin embargo, permítase hacer el inevitable recordatorio de una verdad que estoy seguro que es compartida por la inmensa mayoría de las personas, si bien podríamos diferir respecto a lo que sería su potencial aplicación. Lo que tengo en mente es la convicción de que pocas cosas hay tan ridículas y en ocasiones, dependiendo de la temática, tan despreciables como los auto-posicionamientos en lugares y en roles que a uno simplemente no le corresponden. Supongo, por ejemplo, que estaremos de acuerdo en que un opulento rabo verde, esto es, un anciano decrépito pero con mucho dinero que cree que Madre Naturaleza lo autoriza todavía a comportarse como lo hace cualquier hombre joven en plenitud de fuerzas y que siente que tiene la estamina de un hombre de, digamos, 24 años, es simplemente ridículo. Se trata de un individuo que no logró hacer compatibles las fases de su evolución natural con los criterios sociales de conducta digna y entonces, escudándose en su dinero, pretende ostentarse como algo que definitivamente no es. Ejemplos así abundan y son de lo más variado. Podríamos imaginar a una mujer que se siente mucho más hermosa de lo que es y que por ello se conduce como si fuera una aspirante a Miss Universo. Todo mundo pensaría que está alterada mentalmente y que en todo caso habría que ayudarla. Este fenómeno de auto-ubicación errada es de lo más común y pueden padecerlo futbolistas, toreros, escritores, políticos, empresarios, alumnos, vecinos y así indefinidamente. Siempre es lógicamente posible auto-situarse mal en el entorno y como consecuencia de ello hacer el ridículo.
Permítaseme ilustrar lo recién expuesto por medio de una historieta inventada para estos efectos. Supongamos que un ilustre Don Nadie, un desharrapado se pasea en Londres y llega a Buckingham Palace y que, por azares de la vida, no hay guardias ni nadie que vigile en la entrada. El sujeto en cuestión, un auténtico descarado, entra al palacio, recorre diversas salas y de pronto se percata de que se está ofreciendo un banquete. Dado que no hay nadie que lo detenga, el sujeto en cuestión entra en el gran comedor del palacio y, detectando un lugar vacío, va y se sienta. La gente a su alrededor está vestida con gran elegancia, se dan de inmediato a conocer por su prosapia y su prosodia pero el individuo en cuestión, que a las claras pertenece a otro universo humano, conchudamente allí se queda. Nadie lo hostiga y hasta se vuelve tema de conversación. Estoy seguro de que todos aquellos que observaran el espectáculo lo encontrarían divertido quizá en un primer momento, pero de pésimo gusto e insoportable al poco rato. En todo caso, teniendo esta imagen en mente, pasemos ahora a hechos reales y no meramente ficticios y a lo que es propiamente hablando nuestro objeto de reflexión en esta ocasión.
Abordemos entonces nuestro tema que es el de alguien que, en mi modesta opinión, encarna a la perfección el defecto ejemplificado en la historieta del harapiento y que no es más que el de alguien que, por las razones que sean, se coloca en un lugar que no es el que le corresponde. Me refiero, naturalmente, al archi-ultra conocido cómico, de carpa primero y de televisión después, Víctor Trujillo, identificado sobre todo gracias al más famoso de sus personajes, a saber, Brozo, el dizque “payaso tenebroso”. Pero aquí de inmediato podrían surgir dudas: ¿qué tiene de inapropiado ser un payaso, un carpero, un cómico? Absolutamente nada. Esa profesión es tan digna y tan respetable como cualquier otra. Lo que en cambio sí es risible, rayando en lo penoso, lo que está por completo fuera de lugar es que un sujeto que se dedica al juego lingüístico del albur, que (por las razones que sean) interiorizó con éxito el ingenio popular del mexicano (sobre todo, mas no únicamente, del de la Ciudad de México), un tipo que cuando estaba bien ubicado y haciendo su trabajo ciertamente era eficaz pues nos hacía reír (ni mucho menos en todos los casos, porque no todos sus personajes estaban bien logrados, pero sí hay que reconocer que muchos de ellos eran graciosos) se va convirtiendo poco a poco, a través de charlas de bohemios y de como de trasnochados, en un analista político, en alguien que nos hace el favor de abrirnos los ojos ante los desastres de la política nacional, en un crítico inmisericorde, por no decir desalmado, del presidente y de quien se le ponga enfrente. En el caso del Sr. Trujillo ya se rebasaron límites que nunca debió haberse permitido que se rebasaran, pero lo cierto es que la popularidad de Brozo llegó a ser tan grande, y el Sr. Trujillo tan hábil, que se llegó al grado de generar una situación única en el país, consistente en que Brozo se puede dar el lujo de decir cuanta idiotez le venga a la cabeza pero que sea prácticamente intocable y que cualquier crítica que se le haga automáticamente es vista como un sacrilegio. Eso no se puede permitir no sólo en nombre del buen gusto, sino en nombre de la verdad y la dignidad. Esto último, sin embargo, exige algunas aclaraciones.
Confieso que fui fan de Víctor Trujillo durante muchos años. Tengo una idea más o menos vaga de su evolución profesional desde que se dio a conocer por la televisión. De su actividad como cómico de vaudeville no tengo nada que decir, salvo que muy probablemente haya sido de lo mejor en el género. Lo empecé a seguir desde Tienda y Trastienda (en donde jugaba un papel de segundón, hay que decirlo, pues la voz cantante la llevaba Ausencio Cruz) y La Caravana, desde su primera etapa. También lo escuché en el radio. Era muy bueno! Lo disfruté mucho también en los programas de las Copas del Mundo con José Ramón Fernández, programas en los que llegaba a ser realmente desopilante y, a no dudarlo, el mejor da la farándula televisiva de esos periodos. Algunos de sus programas son realmente memorables, como aquel (creo recordar que era el Charro Amarillo) en el que se queja con Bianchi por la derrota de México frente a los Estados Unidos o el de un tal Villegas que compara la ciudad de México con París. Francamente, muy divertido! Como muchos otros seguidores, fui a verlo al teatro de los Insurgentes, en donde él y su compañero A. Cruz montaron una obra dizque de crítica política que resultó vacua y tremendamente decepcionante. Pero, viendo retrospectivamente el asunto, ahora nos damos cuenta de que ya estaban ahí sembradas las semillas de su evolución. Su salida del canal 13 aceleró la transición y entró en otro canal de televisión pero en un proceso de transformación que lo llevó de cómico a observador y crítico de la política nacional. De ahí pasó, ya en Televisa, a su celebérrimo programa “El Mañanero” que fue el programa en donde finalmente cuajó ese personaje híbrido que es hoy, esto es, el de un payaso que pretende ocuparse de temas serios e importantes, trivializando de paso todos los temas que tocaba. Hay que entender la síntesis que se operó: Víctor Trujillo siguió siendo Brozo a medias para ser dizque analista político a medias, con lo cual lo único que logró fue finalmente no ser nada, porque de analista serio no tiene nada y de facto perdió toda su comicidad. Esta mezcolanza de personajes, sin embargo, tuvo un precio. No se le iba a pagar lo que en la prensa de aquellos momentos se publicó respecto a sus ingresos en Televisa por una participación inocua en un programa que de entrada tenía un rating muy bueno. Al entrar en Televisa o, mejor dicho, al aceptar entrar en el juego político de Televisa, Víctor Trujillo vendió su alma y con ello a sus personajes y en particular a Brozo. Trujillo dejó de ser un representante de la comicidad (básicamente lingüística) del “peladito” mexicano, del mexicano de las colonias populares, de los que tenían o se caracterizaban por un cierto cantadito, una cierta entonación, etc., para convertirse en el clown de gente de otras clases sociales y, sobre todo, para ponerse a su servicio. Voy a dar un ejemplo de esto último.
Como todos sabemos, fue durante el mandato del abominable Vicente Fox que se fraguó una conjura en contra de un operador político muy efectivo del PRD y del que querían a toda costa zafarse los grupúsculos más reaccionarios del país, a saber, René Bejarano. Como a un animal que se quiere cazar, se le puso un cebo que para un político operante es muy difícil de resistir por razones de practicalidad política. Este cebo fue dinero en efectivo que se le entregó pero que también se filmó. De quienes se sabe que estuvieron detrás de dicha intriga político-delincuencial fueron, aparte del protagonista principal, el empresario argentino Carlos Ahumada (y muy probablemente, su por aquel entonces amante, Rosario Robles) Carlos Salinas de Gortari y Diego Fernández de Ceballos, dos joyas invaluables de la vida política mexicana de la época de la gran corrupción. Pero a quien le correspondió el privilegio de linchar mediáticamente a Bejarano fue a Trujillo/Brozo. Sería realmente de idiotas pensar que el tipo que pasó de un estudio de la televisora a otro para, arropado en un disfraz de indignación moral, denunciar públicamente a un enemigo político no sabía lo que estaba haciendo. O sea, toda proporción guardada, Brozo/Trujillo se benefició como artista a sueldo por su magistral participación como delator como se beneficiaron políticamente los enemigos de Bejarano (Fox incluido) al sacarlo del escenario. Para entonces ya se había producido la transmutación del cómico genuino al cómico mamarracho al servicio de determinados intereses políticos. Todos sabemos que no hay corte que se respete que no tenga un bufón y México y Brozo no son la excepción.
¿Por qué pudo Víctor Trujillo seguir gozando, aunque en casi estrepitosa caída, del favor del público? No es muy difícil explicarlo. Aprovechando el morbo de la gente, recurriendo a mecanismos que no son muy usuales en la televisión mexicana, como el de aparecer con mujeres casi desnudas (como la así llamada “Reata”), sirviéndose de un vocabulario soez no excesivamente vulgar y que siempre despierta simpatía porque es como coloquial, haciendo gala de dotes histriónicas bastante exageradas, sirviéndose cada vez menos y con cada vez menos gracia del maravilloso juego mexicano del albur (en esto Trujillo se vio cada vez más repetitivo y sin chiste. Sin duda un duelo entre él y Chaf o entre él y el Dr. Kelly habría sido un buen test para evaluar sus capacidades de alburero), él pudo mantenerse todavía algún tiempo en el gusto del público, pero dado que la espontaneidad ya lo había abandonado y que a partir de cierto momento él simplemente era un catalizador, alguien que permitía que otros transmitieran sus mensajes políticos, la gente le dio la espalda y se tuvo que terminar con el programa.
Llegamos así a la fase final en la evolución del personaje Trujillo/Brozo. Como dije, éste optó por dejar de ser un cómico genuino para presentarse como un comentarista o analista político espurio. En otras palabras: él pensó que esa mutación era viable, así nada más. Aquí necesito servirme de una noción que se usaba en la época de la guerra fría y que luego dejó de ser empleada a pesar de que sigue siendo sumamente útil. Me refiero a la expresión ‘Tercer Mundo’ y sus derivados, como ‘tercermundista’. Lo que quiero decir entonces es que el fenómeno Brozo es típico del universo cultural del Tercer Mundo, es decir, un universo en donde todo pasa, en donde cualquier comentario es viable, en donde no se requiere argumentar, haber leído, estar informado, justificar lo que se afirma, etc. Aquí cualquiera (hasta Brozo) se siente intelectual, se siente politólogo, se siente secretario de Estado cuando lo único que es es ser un alburero venido a menos, un tipo que por estar en la farándula politiquera tiene datos que no pasan de ser chismes del vecindario político y que cree que tiene autoridad para pronunciarse sobre temas que en realidad ni siquiera entiende. La verdadera transformación de Trujillo/Brozo fue de payaso en farsante, pero lo peor del caso es que fue en farsante que terminó por creerse su propia farsa, cuando en el fondo él no es otra cosa que un pobre portavoz de lo que le indican sus nuevos amos. Hablemos con toda claridad: Trujillo/Brozo se vendió y al hacerlo traicionó al pueblo, que es a quien le debe todo su ingenio y simpatía. Qué pena!
Fundándose en una supuesta gran amistad con el gran provocador Carlos Loret de Mola (“Hermano! Qué gusto!”, en el más puro estilo de borrachos de cuarta), Trujillo/Brozo ha venido funcionando como el acerbo y atinado crítico de múltiples decisiones y en general de la política desarrollada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero en realidad lo que él hace es transmitir en el lenguaje vernácula lo que los adversarios “teóricos” y “serios” (es decir, de clase) del régimen dicen con prosopopeya y pedantería insufribles. Esa es su función: intentar ridiculizar a nivel masivo-popular las decisiones nacionalistas y profundamente sanas del Lic. López Obrador, sin duda el mejor presidente que ha habido en este país desde la Revolución. En última instancia Trujillo/Brozo está en su derecho, pero lo que no puede suceder es que se pretenda convertir a este saltimbanqui del espectáculo en un personaje intocable, en un semi-dios, porque sencillamente no lo es. Ahora resulta que cuando una persona seria, una auténtica politóloga y analista política, Estefanía Veloz, lo pone en su lugar, ello es un escándalo, un crimen imperdonable, como si cuestionar las majaderías, el nivel y la validez de los comentarios (porque es todo lo que sabe hacer) del mentado Brozo fuera un crimen de lesa humanidad, un inadmisible atentado contra la libertad de expresión! Yo leí con cuidado lo que la politóloga mencionada afirmó y no veo en ello absolutamente nada que sea no sólo falso, sino siquiera objetable. Es una calumnia (una más) de quienes mueven los hilos de la marioneta Brozo sostener que el canal once sirve para atacar a quienes se oponen a la actual presidencia y sandeces por el estilo. En nombre de la libertad de expresión que tanto reivindican se debe admitir que también los críticos del payaso ocioso tienen derecho a expresarse. ¿O acaso lo ven tan endeble que un simple comentario, casi improvisado, podría resultarle letal o fatal al famoso ex-carpero? También los adversarios de los adversarios tienen derecho a expresar sus puntos de vista. ¿O ellos (nosotros) no?
Hay algo que, muy a mi pesar, sí creo que tendría el Sr. Trujillo que llevar al plano de la conciencia. Aquí me permitiré apelar a la historia. Quizá él sepa (y si no que se entere) que gente como Mozart, Haydn y Hegel, gente destacadísima que trabajaba para monarcas y nobles, vivían en las celdas de los castillos y comían con la servidumbre, porque en última instancia a ella pertenecían, es decir, no eran otra cosa que asalariados. Que no crea el payaso Brozo que porque un día lo sientan a una mesa en donde le dan a tomar una copa de Petrus y a degustar alguna exquisitez exótica que él forma parte de esa clase social. No, señor! Lamento tener que decírselo: usted está al servicio de otros, de quienes le pagan y si algún día lo invitan a departir es para que los entretenga y se sienta agradecido. Ahora bien, si esos momentáneos placeres y situaciones de éxtasis valen la traición de valores fundamentales, de principios intocables, de vinculaciones que parecían inquebrantables o no, es algo que usted en última instancia habrá de sopesar. Aunque nosotros ya sabemos cuál es la respuesta.
Hablé al inicio de estas líneas de la potencial utilidad de artículos como este. ¿En qué podría consistir dicha utilidad? Si, cosa que no creo, el interfecto llegara leer estas líneas, quizá éstas lo ayudarían a meditar un poquito en forma impersonal, a mirarse en el espejo de su adormilada conciencia moral, a no seguir por un camino que no era el suyo. Si eso pasara Brozo recuperaría sus verdaderas huestes, vería que éstas no desertaron y que, así es el pueblo, lo volverían a aceptar con júbilo y sin rencores. Pero se necesita una re-transformación y renacer no es fácil. Lo más fácil que hay es la compra-venta de almas. De ahí que, bien miradas las cosas, no le quede a Trujillo/Brozo más que un dilema: reivindicarse en serio o callar para siempre. Abur!
Qué estupenda explicación de lo que es realmente este engendro mediático y ayuda a entender tantos otros engendros que el #CartelMediatico (conformado por los Grandes Medios y sus opinólogos sicarios) crea o alquila para posicionar sus narrativas de odio, de miedo, de descrédito, de desinformación o plagadas de fake news para proteger o promover intereses privados. Gracias por este valioso e ilustrador escrito que ayuda a formar audiencia inteligente y crítica. Saludos, L.A.
Qué más se le puede agregar a este análisis de un personaje en decadencia. Es lamentable que nosotros los mexicanos le hayamos dado espacio a un personaje tan vulgar, para que nos “enseñara” de política y derechos.