No se necesita ser un historiador profesional para saber que a lo largo de su un poco más de un millón de años de existencia los seres humanos (homo sapiens sapiens) han sistemáticamente jugado en la Tierra el juego de la esclavización del otro. Obviamente, este “otro” ha sido de lo más variado e inclusive ha habido casos en los que los roles de esclavizador y esclavizado se han invertido. Lo que en cambio sí parece una constante es la tendencia a ampliar el rango y alcance de los esfuerzos de esclavización de unos por otros. Desde siempre, el dominio brutal de las masas se ha ejercido por gente de la propia comunidad. Oligarquías y tiranías las ha habido desde que el ser humano recorre el planeta. En estos casos sometía a los demás el más fuerte físicamente. Con el tiempo, las tendencias de control se fueron orientando también hacia los pueblos vecinos. Desde entonces, los habitantes del planeta Tierra no han gozado ni de un solo año de paz. Las tendencias belicistas y de muerte se han impuesto por sobre todas las demás. Naturalmente, en sus intentos por ampliar sus universos de dominio y gratificar sus ansias de explotación los humanos se han servido de todos los medios a sus alcances, los cuales claro está tienen también un carácter histórico: en ocasiones los instrumentos eran flechas y dardos, en ocasiones bombarderos y submarinos, en ocasiones las religiones y en ocasiones la prensa, el radio y la televisión. Ahora le llegó el turno a las medicinas y las vacunas. Dado que la nefasta y nefanda ambición humana por imponerse, mandar y aprovecharse de los demás se ha ido decantando a lo largo de los siglos, también la lucha se ha ido delineando y perfilando con cada vez mayor nitidez. La oposición entre opresores y oprimidos ha revestido toda una gama de formas. Se pasó de formas religiosas de opresión a modalidades patrioteras y éstas a su vez fueron poco a poco siendo remplazadas por una oposición de carácter económico, no menos brutal (huelga decirlo) que la que se realiza por medio de misiles. De ahí que algunos hombres que dedicaron su vida a luchar por la libertad y la dignidad humanas, como Carlos Marx, se hayan rápidamente percatado de que en el fondo ni proletarios ni capitalistas tienen patrias y que si hubiera que dividir a la población de una manera realista, más allá de sus contingentes pertenencias a tales o cuales comunidades, habría que dividirla ante todo y en primer lugar entre poseedores y desposeídos, entre los que se apropiaron de los medios de producción y los que tienen que vender su fuerza de trabajo para vivir. No es que otras distinciones o diferencias no valgan. Un trabajador inglés comparte su vida con un banquero inglés, así como la vida de un obrero boliviano se desarrolla en un mismo contexto social que el de la vida de un industrial boliviano. Lo que yo afirmo es simplemente que, por encima de esos lazos vinculantes de nacionalidad, costumbres, lenguaje, gustos, etc., están y prevalecen los intereses de clase de cada uno de ellos. Es esto lo que nos lleva a sostener que en realidad están más hermanados entre sí, y ello aunque no lo sepan, el obrero inglés y el obrero boliviano que el obrero inglés y el príncipe Carlos o Jacobo Rothschild. Como bien lo proclamó Marx,
Los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas y todo un mundo que ganar.
Yo con la mayor candidez preguntaría: ¿habría en el mundo alguien tan cerrado a la razón que en lo que prima facie sería un acto de honestidad intelectual estuviera dispuesto a rechazar el diagnóstico marxista? Creo que habría que ser o alguien de una ignorancia supina o suprema o bien alguien irredimiblemente putrefacto. Con toda sinceridad, no veo otras opciones.
Si reconocimos como algo real la tendencia humana a la esclavización del otro, independientemente de cómo identifiquemos a ese “otro”, lo sensato será admitir que dicha tendencia está vigente, sigue operando. En verdad, no detectamos ningún corte esencial entre los humanos de hoy y los de hace una semana, entre los de hace una semana y los de hace dos y así sucesivamente. Curiosamente, sin embargo, cuando hablamos de la situación actual automáticamente la actitud cambia y empiezan a brotar las inconformidades, ya que a menudo quien sin prejuicios de buena gana acepta la realidad de la proclividad mencionada en lo que al pasado concierne de inmediato protesta cuando de lo que se trata es de identificar las manifestaciones de dicha inclinación en el presente, aquí y ahora. Cuando lo que queremos es pintar, aunque sea a grandes brochazos, el cuadro humano actual de la humanidad en el que quede plasmada la realidad de la tendencia en cuestión de modo que la gente pueda comprender la situación en la que vive y en la que es víctima, de inmediato se sueltan las fuerzas al servicio de los ultra-privilegiados que no tienen otro objetivo que silenciar a quien pretende hacer semejante denuncia. Hubo épocas en que la represión por la crítica y la denuncia públicas era la hoguera. En la actualidad ciertamente también lo es la hoguera, entendida como el símbolo de la desaparición forzada, la tortura, el homicidio, etc., pero en general en nuestros tiempos no es necesario llegar a esos extremos, entre otras razones porque, inevitablemente, reacciones así tienen la muy temida consecuencia de volver mártir a la víctima y de popularizar su causa. ¿A qué mecanismos se recurre entonces para acallar las voces de la protesta social y de la emancipación humanitaria? Ante todo y en primer lugar, a la denostación pública, a las campañas de desprestigio, a la vituperación y a la calumnia y a multitud de mecanismos como esos, mecanismos de eficacia ya demostrada y que pueden hacer de la vida de una persona algo muy desagradable. Pero ¿por qué tanta saña y tanto odio (léase también ‘temor’) en los denodados esfuerzos de los agentes indiciados por acabar con la libertad de pensamiento y de lenguaje de quienes luchan por liberar a la humanidad del yugo de sus actuales esclavizadores? La respuesta es simple y la comprende hasta el más tonto de los hombres: todo lo que pasa puede pasar porque, desafortunadamente, para ciertos efectos las mentes de las personas están permanentemente dormidas o, quizá mejor, aletargadas. Pero pueden despertarse y si lograran despertarse, como sucede por ejemplo con importantes sectores de la población francesa que se ha sublevado en contra del gobernante a quien habría que llamar ‘Macron I°’, entonces la esclavización de la gente deja de ser un objetivo simple, barato y fácil de alcanzar. Cuando eso sucede se produce entonces la reacción violenta de todos aquellos que supieron y pudieron apropiarse de los bienes terrenales y de las instituciones, es decir, los miembros de la nueva nobleza cosmopolita financiera, los amos de los medios de comunicación, las redes sociales y demás, en una frase, de todos aquellos que día a día viven como dioses sobre las espaldas de miles de millones de personas que trabajan para sostenerlos en su casi inimaginable bienestar, convirtiendo esto último en el sentido de sus vidas. Millones de personas trabajan y mal viven para que unos cuantos vivan en el paraíso, El objetivo es, por lo tanto, mantener a toda costa a la población mundial en la ignorancia, porque sólo así se puede seguir manipulándola y explotándola con relativa tranquilidad.
Yo creo que todo mundo está ya al tanto de que cuando alguien hace un esfuerzo por diseñar una explicación de la fase o etapa en la que se encuentra la lucha entre, por una parte, los esclavizadores y, por la otra, la humanidad en su conjunto, lo primero de lo que se acusa a la persona que lo intenta es de estar promoviendo “teorías de la conspiración”. Ese es un mecanismo muy desgastado, cuya lógica ya denunciamos y del cual, por consiguiente, nos desentenderemos aquí (véase mi artículo “La Crisis del Coronavirus: un ensayo de explicación”). Nuestra inquietud real es ahora más bien de índole factual. A lo que nosotros aspiramos es simplemente a construir hipótesis fundadas en datos, a establecer vínculos entre situaciones aparentemente desligadas unas de otras, en ocasiones a proporcionar información a la que múltiples personas no tienen acceso. Pero nótese que la acusación de “conspiracionista” no es nada más un reproche concerniente a la potencial falsedad de lo que se diga, sino que es un reproche cargado de amenazas de castigo, intimidación, persecución, como si al denunciar una cierta situación de injusticia mediante una “teoría de la conspiración” se estuviera profanando un status quo sagrado, un orden divino. Pero es evidente y a gritos lo declaramos: ello no es así! Lo único que se está poniendo en cuestión son vulgares ambiciones de humanos favorecidos por la suerte y por sus destrezas para construirse un mundo que tiene ya poco que ver con el mundo de las personas, con el mundo humano. Retomemos entonces nuestro tema: ¿cómo se materializa hoy por hoy la lucha entre esclavizadores y esclavizados?
La respuesta es simple y es simple por la sencilla razón de que la hizo visible y nítida el instrumento que permitió que el proceso de esclavización universal se volviera público y se acelerara: el coronavirus. Estoy seguro de que el lector ya habrá adivinado el curso por el que corre nuestra lectura de los hechos, pero para evitar mal entendidos seré explícito: no estoy afirmando que la actual pandemia fue calculada y deliberadamente pensada como tal para someter a la población mundial a los caprichos de las farmacéuticas. Ni mucho menos es la hipótesis descabellada, pero no es lo que aquí deseo sostener. No creo que tenga el menor sentido intentar comprender la situación en términos de individuos concretos, de personas con nombre y apellido. Ciertamente son las personas quienes actúan, pero al hacerlo lo hacen como agentes sociales, no como seres biológicos. Los conflictos, por lo menos de los que nos estamos ocupando, son impersonales, de carácter social y son básicamente de clase. Lo que yo afirmo es entonces lo siguiente: sostengo que dada una cierta situación, a saber, que el coronavirus de hecho se expandió por el mundo, la clase poseedora supo aprovechar el desastre mundial (laboral, de salud, cultural, psicológico, etc.) para agudizar todo un proceso de pauperización de las clases medias, para someter a las clases trabajadoras de una vez por todas, para forzar a los gobiernos a funcionar para ella y para imponer por encima de todo los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales. Todo eso pudo lograrse sobre, inter alia, la base del miedo, erigida ésta sobre la plataforma constituida por la ignorancia de la gente. ¿Ignorancia de qué? De hechos sistemáticamente ocultados, de verdades silenciadas, de persecuciones injustificables de librepensadores. Y es precisamente de un libro con esas características de uno de esos grandes luchadores sociales de nuestros tiempos que quisiera rápida y superficialmente ocuparme.
La persona a quien tengo en mente es el Dr. Jospeh Mercola, un célebre doctor norteamericano de origen italiano que se hizo famoso a través de su página de internet y de sus correos electrónicos. A modo de presentación quisiera señalar que hay gente que le cambia la vida a los demás por la fuerza: un sicario embrutecido, un asesino con uniforme que dirige un dron cargado de bombas hacia una escuela o una mezquita (como tantas veces sucedió en Afganistán o en Siria), un sujeto que por ir en estado de ebriedad choca con alguien y acaba con su vida, etc. Hay también personas a quienes les manejan sus vidas porque se logra hipnotizarlas mediante mentiras, tergiversaciones, engaños de toda índole. Pero también hay gente que nos cambia la vida por el convencimiento y la persuasión racionales, por la claridad de sus argumentaciones y porque en última instancia uno siente intuitivamente que están movidos por buenos sentimientos. Puede ser que también hagan dinero, vendan productos, etc., pero esto último en nuestro sistema de vida no es un argumento en contra de nada. Lo que importa en este caso son las intenciones. El Dr. Mercola es, quiero sostener, alguien así: alguien que vende sus mercancías (vitaminas, probióticos, etc.), pero también regala su sabiduría. Y es a través de sus maravillosos consejos como ha logrado cambiarle la vida a millones de personas (y me incluyo en ese grupo). Y este individuo, sometido ahora a una cacería de brujas de la clase que tanto y tan bien se practica en los Estados Unidos, publicó valientemente este año, en colaboración con otro doctor (Ronnie Cummins) un espléndido libro cuyo título habla por sí solo. Es:
La Verdad acerca de la Covid-19.
Exponiendo el Gran Reinicio, los Confinamientos,
los Pasaportes de Vacuna y la Nueva Normalidad.
Y lo mejor es que el libro mismo es excelente. En lo que sigue, me serviré de algunos datos que sus autores proporcionan, pero los insertaré en la visión que he vagamente delineado concerniente a la lucha entre poseedores y desposeídos, entre parásitos dueños de las instituciones y millones de personas que viven al día y que, a pesar de ser víctimas de lo que podríamos llamar la ‘gran mentira’, no han perdido su sonrisa. Consideraré velozmente algunos de sus importantes resultados.
El libro del Dr. Mercola se compone de 9 capítulos que cubren muy variados aspectos del fenómeno global de la actual pandemia. Hay desde luego facetas de la problemática que, por ser una temática más bien delicada, los autores del libro dejan fuera, como por ejemplo la espinosa cuestión de cómo concretamente fue que el virus fue “liberado”. No obstante, proporcionan información sumamente interesante al respecto. Queda claro de aquí al final de los tiempos que el coronavirus es un producto de laboratorio en el que participaron los gobiernos de los Estados Unidos y de la República Popular China, los militares de ambos países y las grandes farmacéuticas. El gran representante de éstas, el eslabón entre el gobierno de los Estados Unidos y la industria farmacéutica mundial es, obviamente, el tristemente famoso Dr. Anthony Fauci, de quien nos enteramos que es, según el reporte de Robert F. Kennedy, Jr, propietario de la mitad de las patentes, habiendo él mismo invertido 500 millones de dólares en el negocio de las vacunas (p. 142). ¿Cómo podría sorprendernos que insista en que hay que vacunar hasta a los niños de tres años? En todo caso, ahora sabemos que la “teoría” del salto de portadores, de murciélagos a pangolines y de pangolines a los mercados de Wuhan y a las cocinas de familias chinas es algo así como un cuento de hadas. El coronavirus es el resultado de experimentos de “ganancia de funciones”, que no es más que el intento por convertir al Sars-Cov-2 en un arma biológica. Dado lo peligroso de los experimentos, los norteamericanos maquilaban sus trabajos en China, concretamente en el laboratorio de Wuhan y pagaban no poco por ello. Fauci dirigía la operación. Pero ¿cómo pudo pasar que de un laboratorio con cuatro niveles de seguridad se “escapara” el virus? Los autores no dicen nada al respecto. Hablan de “accidente” pero, como es bien sabido, los chinos tienen otra versión que es, conociendo el tenebroso historial de la CIA y de los militares yanquis, con mucho la más plausible y es que los norteamericanos deliberadamente soltaron el virus en China durante los juegos olímpicos militares que tuvieron lugar precisamente en Wuhan, en octubre de 2019. Dado que estaban congregados militares deportistas de muchos países era altamente improbable que el virus quedara confinado en Wuhan. Recordaremos que cuando se percataron de la situación, los chinos cerraron la ciudad y procedieron como saben hacerlo, pero en los países europeos y en América Latina y en general en el resto del mundo el asunto se desarrolló de otro modo. Y es aquí que empieza la labor siniestra de engaño y muerte por parte de los beneficiarios de la pandemia, esto es, quienes acapararon el comercio mundial, quienes se deshicieron de millones de trabajadores, todos esos “empresarios” que obligaron a la gente a hacer “home office”, entre otras cosas transfiriéndole el costo de la electricidad usada en la casa para efectuar el trabajo de bancos y en general de las empresas para las que trabajaban. Los efectos no se hicieron esperar: el nivel de vida de la gente bajó drásticamente en tanto que el de la nobleza empresarial y financiera se incrementó como nunca. Ahora bien, todo ese proceso requería de la manipulación mental de las personas y es en ese punto que entraron en juego los periódicos, el radio y la televisión. Se desató la campaña que podemos llamar (para que así quede consignada en la historia) del terrorismo médico. La población mundial pasó muy rápidamente del escepticismo al terror y del terror a la vacunación dócil, lo cual obviamente significó el enriquecimiento por billones de dólares de unas cuantas trasnacionales farmacéuticas. Todo ello representa el endeudamiento y la sumisión de los gobiernos, puesto que todo mundo está sometido a los chantajes de las farmacéuticas y no hay muchas alternativas a sus condiciones.
El libro de Cummins y Mercola es una denuncia de la patraña en la que viene envuelto el problema, muy serio por otra parte, que representa el coronavirus. Ellos son los primeros en reconocer el peligro que éste entraña, pero también revelan las mentiras, las exageraciones, las distorsiones, las manipulaciones de las que ha sido objeto. Creo que vale la pena citarlos. Escriben:
Para comprender y resolver esta crisis sin precedentes no tenemos otra opción que investigar, con ojo crítico, los orígenes, la naturaleza, la virulencia, el impacto, la prevención y el tratamiento de COVID-19. Tenemos que examinar tanto la historieta oficial de la pandemia – con la que se alimenta al público por la fuerza 24/7 por parte de los mass media, la Big Tech y el establecimiento global de salud pública – y la genuina amenaza de salud planteada por el COVID-19 como un disparador biológico altamente transmisible que magnifica e intensifica enfermedades y comorbilidades crónicas preexistentes. Los mayores de edad, así como aquellos con serias condiciones médicas preexistentes como obesidad, diabetes, enfermedades del corazón, enfermedades pulmonares, enfermedades renales, demencia e hipertensión, están marcando los cambios importantes de salud que nos hacen de lo más vulnerables al COVID-19, así como a las futuras pandemias. (p. 2)
El proceso de esclavización vía la pandemia sigue avanzando y su instrumento actual es la vacunación forzada. De seguro que más de una persona razona como sigue: “Al menos los científicos piensan en nosotros y nos están proporcionando los elementos para superar esta terrible crisis natural”. Desafortunadamente, el asunto no es así. Sobre esta farsa los autores tienen mucho que decir. Por ejemplo:
Hay abundancia de evidencias para sugerir que fue fraude científico lo que desencadenó la pandemia de COVID-19 y que se le usa para mantenerla vigente. Además de la prueba fraudulenta del PCR y de etiquetar mal pruebas positivas como “casos” médicos, otro ejemplo de acción ilícita – sin la cual para empezar esta pandemia no se habría podido declarar –fue la redefinición de ‘pandemia’ por parte de la Organización Mundial de la Salud. (p. 112).
Pero ¿en qué concretamente consistió el cambio y en dónde está el fraude? El cambio se inició cuando se soltó la gripe porcina:
El cambio fue simple pero sustancial: simplemente eliminaron la severidad y los criterios de alta mortandad, dejando la definición de pandemia como “epidemia a nivel mundial de una enfermedad. (p. 112).
El resultado de este cambio “semántico” es que también la COVID-19 resulta ser una pandemia aunque
la letalidad de la COVID-19 está a la par de la de la gripe estacional. (p. 112).
Todo está cuidadosamente aderezado para que la gente se vacune lo quiera o no, lo necesite o no. Es evidente, supongo que para todo mundo, que las vacunas son la mina de oro de las trasnacionales. Éstas no van a soltar sus colosales ganancias así nada más. Las compañías que las fabrican no están sujetas a ninguna clase de legalidad, por lo que no siquiera existe la posibilidad de que se les demande. Ello es obvio: el sistema jurídico mundial está a su servicio. Las vacunas, por su parte, fueron puestas en circulación a las carreras, sin que hubiera corrido el tiempo necesario para hacerles pasar los tests por los que normalmente pasa cualquier vacuna. Lo que esto significa es simplemente que cientos de millones de personas no son ahora otra cosa que conejillos de Indias. Asimismo, prácticamente se ha prohibido estudiar de manera sistemática las consecuencias, actuales y potenciales, de las vacunas. La información pública al respecto es casi nula. Sabemos que algunas producen trombosis, otras hacen crecer el corazón, otras están asociadas con muertes súbitas, con esterilidad o con alteraciones en el ADN, además de un sinfín de dolencias y malestares inexplicables que antes de recibir la vacuna la gente no tenía, como cefaleas insoportables, dolores musculares y demás. Ahora sabemos que las vacunas ni impiden que uno se vuelva a contagiar ni que quien está vacunado deje de contagiar a otras personas. Por ejemplo, en los reportes de Pfizer y de Moderna se pueden señalar las siguientes omisiones:
– No especifican el umbral cíclico usado para los tests PCR en los que ellos basan su conteo de casos de COVID-19, lo cual es crucial para determinar la exactitud de dichos tests.
– No mencionan nada acerca de hospitalizaciones o muertes
– No hay ninguna información acerca de si las vacunas impiden tanto la infección asintomática como la transmisión del virus SARS-CoV-2; si la tasa de eficacia de la vacuna sólo impide enfermedad sintomática de moderada a severa y no infección y transmisión, será imposible alcanzar la inmunidad de rebaño usando la vacuna.
– No hay ninguna indicación acerca de cuánto dure la protección en contra de la enfermedad sintomática moderada o severa. Algunos investigadores sugieren que se requerirán dosis de refuerzos, quizá cada tres o seis meses o anualmente. (p. 129)
Esto último, escrito hace unos cuantos meses, ya quedó rebasado. En Israel, por ejemplo, el país campeón en el uso de la vacuna Pfizer, ya están proponiendo la cuarta dosis! Lo menos que podemos exclamar es: “Pobre gente!”. Pero el hecho es que la coalición “gobiernos/medios de comunicación/farmacéuticas” sigue adelante y ya se está entrando en la etapa en la que se intentará a toda costa, por encima de la voluntad individual, imponer el pasaporte biológico, con lo cual se habrá asestado un golpe mortal a la libertad humana. La dizque lucha contra la actual pandemia terminó convirtiéndose entonces en la violación masiva de derechos humanos más grande de la historia.
El libro de Mercola y Cummins, sin embargo, no es un libro apocalíptico. Tiene también una faceta positiva y optimista. Los autores nos enseñan que el coronavirus se ensaña con personas cuyo sistema inmunológico está deteriorado, pero ¿deteriorado cómo o por qué? En el origen de múltiples enfermedades, como diabetes, o de eventos como embolias e infartos, lo que encontramos es una alimentación completamente desbalanceada y sobre todo comida chatarra. De todas las grasas trans con las que nos inunda la industria de la alimentación, el peor veneno es el ácido linoleico Omega-6, al que encontramos en prácticamente todos los aceites vegetales para cocinar (que no son otra cosa que aceites industriales). Es cantidad excesiva de grasas instauradas lo que predispone al organismo a ser fácil víctima de COVID-19. O sea, no es el coronavirus mismo lo que mata, puesto que su tasa de mortandad es más o menos la de una gripe estacional usual. El problema son los trastornos que el virus desencadena en los organismos deteriorados por las grasas insaturadas, así como la tardanza (factor decisivo) con la que se empieza a enfrentar el problema de la infección. Haber detectado y descrito en detalle el vínculo entre los pacientes de COVID-19 y el deterioro previo del sistema inmunológico de los pacientes es un mérito por el que la gente normal, no los amos del mundo desde luego, debe estarle agradecida al Dr. Mercola y a sus colaboradores. Y este descubrimiento es importante, porque automáticamente abre las puertas para la protección real (es decir, no artificial) de las personas. No son las vacunas lo que nos va a salvar del coronavirus. La propuesta de Mercola es diferente: de acuerdo con él, la clave para auto-protegerse de la COVID-19 es la ingesta cotidiana de al menos una cápsula de Vitamina D3, una de Vitamina K, una de Zinc (muy importante) y una de Cloruro de Magnesio, aunadas a un mínimo de ejercicio físico cotidiano y a una dieta sana, esto es, que no incorpore los venenos de siempre: azúcares refinados (refrescos, etc.), harinas, grasas trans, etc.. Lo que mata a las personas en grandes porcentajes es el mal estado en el que ya estaba el cuerpo y desde luego pero en mucho menor porcentaje, el virus. Dicho de otro modo: la mayor parte de la gente muere con el virus, pero no directamente por el virus. Vale la pena señalar que el libro de los Dres. Mercola y Cummins contiene directivas concretas para ayudarnos a nosotros mismos frente a un mal que ciertamente nos acecha y que en todo momento puede dañarnos.
Regresemos ahora as nuestro tema inicial. Así como en el siglo XVII en Inglaterra los requerimientos de la naciente clase industrial llevaron a la promulgación de múltiples “leyes contra los pobres” a fin de crear la clase social que ella requería, a saber, el proletariado en su formato más miserable y degradado, así ahora la clase de los super-ricos exige a través de un instrumento diabólico como lo es el coronavirus, producto inconfundible de investigaciones científicas de punta (toda investigación en la que están involucrados militares son de puntas y son de hecho las más avanzadas siempre), el sometimiento y la sumisión totales, la esclavización de miles de millones de personas. El procedimiento para alcanzar sus objetivos es el terrorismo médico y los mecanismos para inducirlo los constituyen los medios de comunicación, redes sociales, “noticieros”, periódicos, programas de difusión, universidades y demás. Esa es la nueva gran alianza. Cuán brutal será la represión popular es un tanto impredecible y sin duda alguna que variará de país en país, de sociedad en sociedad, pero en todo caso la orientación general que los todopoderosos le quieren imprimir a la vida humana es clara y el programa está en marcha. Con la imposición de los pasaportes biológicos se podrá ejercer un control inmenso y tiránico sobre los individuos. Ni aunque se esconda uno bajo piedras se podrá eludir su localización automática. No nos hagamos ilusiones: en este momento, la alegría y la megalomanía de algunos está en su cúspide. Lo que, sin embargo, los dichosos de hoy no saben es que los designios de Dios son insondables y que Dios está siempre del lado del pueblo. Todos creemos firmemente en que, poco a poco, se irán encontrando los medios para neutralizar a los emisarios de Satanás, que las fuerzas de resistencia se irán uniendo y que, tarde o temprano, cuando la situación haya madurado vendrá la explosión libertaria. Cuando eso suceda la humanidad reconocerá en el Dr Mercola y en gente como él a los mártires del movimiento de liberación mundial de la época del coronavirus y del terrorismo médico. Quizá entonces puedan por fin nuestros congéneres iniciar su última caminata hacia un periodo de paz y tranquilidad para el cual, en más de un millón de años, no están todavía ni siquiera preparados.