Una Esperanza para Palestina

Muy probablemente, más que la destrucción del otrora floreciente y magnífico Medio Oriente o que la artificial, por forzada, guerra de Ucrania, el evento de esta semana sea la quiebra financiera de Grecia y todo lo que ella supuestamente podría acarrear, como su expulsión, definitiva o no, de la Unión Europea. La verdad es que los efectos de una moratoria griega pueden ser dañinos para el sistema financiero mundial, pero inclusive para alguien ajeno por completo al mundo de la usura oficial de la banca mundial resulta obvio que dichos daños difícilmente podrían ser funestos o letales. Un par de meses de guerra en el Medio Oriente cuestan mucho más de lo que el pueblo griego le debe a sus “acreedores”. Naturalmente, la función de la prensa mundial es agitar, alarmar, preocupar al ciudadano medio en todo el mundo y manipular sus ideas de modo que no se solidarice con la posición griega, para la cual inflan los efectos de un “no pago” que en realidad ya fue más que pagado, de acuerdo con cálculos y juegos financieros no criminales. La verdad es que la banca mundial (FMI et alia) puede sin mayores trastornos absorber esa “pérdida”, sobre todo cuando sabe que tiene a casi el resto del mundo para recuperar la. Es de esperarse que el pueblo griego, a través del referendum que se prepara, apoye a su gobierno y no permita que lleguen al poder nuevos lacayos del imperialismo financiero, porque entonces todo, esto es, el esfuerzo del gobierno por impedir que se someta al pueblo griego al yugo de los bancos, las tensiones políticas, la lucha diplomática, etc., todo habrá sido en vano.

Hay, no obstante, un sentido en el que lo que está pasando en Grecia no es realmente una “noticia”, sino algo que de uno u otro modo se veía venir, algo que se sabía que tarde o temprano tenía que suceder, un “peligro” en el que potencialmente pueden incurrir muchos países subdesarrollados o que no acaban nunca de desarrollarse plenamente (como México, dicho sea de paso). Después de todo, no todos los pueblos son tan sumisos como el mexicano, que parece aguantar las peores situaciones imaginables, ni todos los gobiernos son como los gobiernos mexicanos, que parecen gobiernos de extranjeros manejando un país que les es ajeno y extraño. Más bien, lo que debería sorprendernos es que el fenómeno griego no se haya dado antes y con más países en los que el pago puntual de su eterna, infinita y, yo añadiría, ‘criminal’ deuda se logra sólo a costa de la baja constante del nivel de vida de sus habitantes. Las condiciones que los bancos imponen para “sanear” las finanzas de un país comportan siempre la pauperización de la población, subidas brutales de impuestos, mayores restricciones en todos los contextos de la vida cotidiana, lo cual naturalmente genera descontento civil y ahora no sólo del ciudadano medio, sino también y cada vez más del pequeño empresario o productor, por la desprotección en la que el gobierno lo deja frente a una competencia a menudo tramposa y nunca recíproca de empresas trasnacionales cuyas inversiones no le dejan nada al país salvo creación pasajera de fuentes de trabajo para hacer de él un país de maquila y de prestadores de servicios. Claro, no faltará quien me señale de inmediato que ya las llamadas de larga distancia cuestan lo mismo que las locales, que bajó el costo de la luz (para ejemplificar, de 800 a 750 pesos bimestrales!) y alguna que otra prebenda gubernamental de poca monta pero cuya difusión por la televisión o el radio haría pensar a cualquiera que vivimos en Jauja. Yo desde luego que no pretendo adentrarme en temas que no son de mi competencia, pero confieso que no deja de asombrarme cómo puede haber gente que realmente esté convencida de que el férreo sistema prevaleciente de explotación y esclavitud financiera pueda perdurar indefinidamente. El caso de Grecia no es más que un anuncio de las convulsiones sociales que habrán de venir en el siglo XXI causadas por el conflicto entre el sistema bancario mundial y los intereses de la humanidad.

Ahora bien, a pesar de la indudable importancia del fenómeno griego, a mí me parece que el hecho político fundamental, no suficientemente publicitado, de los últimos días es el reconocimiento del Estado de Palestina por parte del Vaticano. Una vez más, la institución dirigida por el Papa Francisco da muestras no sólo de una gran valentía, sino también de estar haciendo un serio esfuerzo por generar desde su interior un genuino proceso de recomposición y de reencuentro con sus valores primordiales, con su verdadera misión de ayuda a los desvalidos, sentando así un precedente y un ejemplo de primerísima importancia. Es cierto que por lo menos Suecia ya había reconocido al Estado de Palestina, pero el gobierno de Suecia no representa a miles de millones de personas, como sí lo hace la Iglesia Católica. Es imaginable que nadie emule a Suecia, pero es muy poco probable que la decisión papal no influya en las políticas que diseñen otros estados. Se trata, pues, de una decisión sumamente importante aunque, por razones obvias, no haya recibido por parte de los medios la difusión que merecía.
Palestina

La decisión de la Iglesia, con Francisco a la cabeza, es realmente valiente y respetable, porque se toma en un contexto en el que son otras las fuerzas las que le dictan e imponen al mundo, por las buenas o por las malas, los lineamientos de cómo se tiene que pensar y hablar y estas fuerzas son claramente opuestas a la orientación general del reconocimiento vaticano. Y son tan poderosas las fuerzas en cuestión que llegan al grado de pretender forzarnos a que no creamos en lo que vemos y a que creamos en lo que no vemos! ¿Qué es lo que vemos? Por ejemplo, somos testigos de que la franja de Gaza se ha convertido en el campo de concentración más grande de todos los tiempos (con 1,800,000 cautivos), más grande desde luego que los campos de concentración alemanes de la Segunda Guerra Mundial y que los grandes Gulags soviéticos. La población palestina es una población sitiada a la que no sólo no se le deja vivir más que entre lo que resta de sus ciudades bombardeadas y tierra desértica cuyos plantíos se contaminan y destruyen periódicamente, sino a la que ni siquiera se le permite recibir el apoyo generoso proveniente de otros pueblos, gobiernos e instituciones. Por enésima vez, ahora con personajes de la vida pública a nivel mundial (un antiguo presidente de Túnez, un miembro español del Parlamento Europeo, etc.), la marina israelí acaba de interceptar un barco con ayuda humanitaria para una población que no recibe nada de nadie en el mundo, ni medicinas ni alimentos ni … nada! De manera que ni por aire, ni por tierra ni por agua se puede ayudar a una población que ha dado muestras de un heroísmo y de una dignidad poco comunes. Los palestinos no pueden transitar libremente ni hacia Egipto ni hacia Israel, en donde algunos de ellos trabajan; los ocupantes israelíes a diario se auto-adjudican tierras y propiedades palestinas, los hostigan y golpean a ciencia y paciencia (por decirlo suavemente) de las “fuerzas del orden” y todo ello está acreditado en múltiples periódicos, reportes, libros y demás. Hace alrededor de una semana, el gobierno israelí cerró el caso de la matanza desde un barco de la marina de cuatro niños que jugaban futbol en la playa y a quienes literalmente cazaron como si fueran conejos o ciervos. Todo eso y mucho más es lo que vemos a diario (quien tenga un mínimo de interés por el tema puede leer el diario The Electronic Intifida para darse una idea un poco más realista de lo que deja traslucir la prensa mundial), pero que se nos induce a decir que no vemos.
Niños palestinos

Lo que he mencionado es lo que vemos y que, se nos induce a sostener, en realidad no vemos sino que sólo creemos que vemos pero, por otra parte, ¿qué es lo que se quiere que creamos o por lo menos que repitamos que vemos, pero que nosotros afirmamos que no vemos? Estas fuerzas frente a las que ahora se yergue la Iglesia con el reconocimiento del Estado de Palestina pretenden hacernos creer que los niños, las mujeres, los ancianos palestinos son todos “terroristas” execrables, que Israel es una democracia (¿cómo se puede hablar de democracia cuando se habla de un estado que carece de una constitución que garantice los derechos fundamentales de sus ciudadanos y cuando es público y notorio que no todos sus ciudadanos tienen los mismos derechos?), que no se practica ninguna política de limpieza étnica en su territorio, que no se despoja injustamente a los ciudadanos no judíos de sus propiedades, que no se les destruyen sus casas como una forma de castigo y múltiples otras “fantasmagorías” como esas. Eso es lo que nadie ve, pero que se nos quiere hacer creer que en realidad sí vemos y que por lo tanto debemos creerlo.

La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿cómo es posible que se pretenda llegar al colmo de lo absurdo queriendo que la gente se engañe hasta con los datos básicos de sus sentidos y con sus creencias fundamentales? Esa absurda pretensión sólo puede tener como fundamento un poder económico, mediático y político inmenso, no invencible pero sí en su cúspide, en su momento histórico de triunfo, un periodo que por ley natural no habrá de ser eterno. Si nos fijamos, veremos que Benjamín Netanyahu, el bien conocido primer ministro israelí, se comporta no como un hombre de estado más. Sería infantil interpretar así su conducta, verbal y política. Él más bien se conduce como el rey de Occidente. Él, y todo lo que él representa, es decir, el sionismo triunfante, no acepta que Israel sea sancionado por la ONU, no toma en cuenta los reportes y las recomendaciones de organizaciones no gubernamentales que luchan por salvaguardar los derechos humanos (en este caso de palestinos) y sobre el trato a los palestinos (entre otros; sería bueno instruirse sobre lo que pasa con los judíos etíopes y cómo son tratados en Israel), se presenta ante el Senado de los Estados Unidos de motu proprio (salvaguardando las formas más elementales, esto es, después de hacerse invitar) para dictar en ese país la política exterior a seguir, no acata los tratados de no proliferación de armas nucleares y así indefinidamente. El actual gobierno israelí no reconoce compromisos con nadie ni con nada, no se somete a ninguna regulación, está por encima de toda ley internacional. Ni siquiera empresas internacionales independientes pueden retirarse del mercado israelí sin la previa autorización del gobierno de Israel, como lo pone de manifiesto el caso de la compañía francesa Orange. Pero si Netanyahu y el actual gobierno israelí se conducen como lo hacen: ¿es porque no razonan correctamente, porque no saben lo que hacen? No, nada de eso. Es precisamente porque saben muy bien cuál es su fuerza que se conducen como lo hacen. Dicho en dos palabras, a través del AIPAC (Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos) y del CRIF (Concejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia), el gobierno instalado en Tel-Aviv mantiene un fácil control de los gobiernos norteamericano y francés. Con esa, entre otras, fuerzas detrás sí se puede pretender obligar a los demás a decir que digan que no ven lo que ven y que ven lo que no ven.

Bueno, pues son esas fuerzas a las que se enfrenta el Vaticano con la decisión de reconocer el Estado de Palestina, Son las mismas fuerzas que tienen en jaque a Grecia y en el puño a todos los países deudores, es decir, a prácticamente todos los países. Se trata sin duda de fuerzas muy poderosas, pero no debemos olvidar que por grandes que sean el poder siempre tienen fisuras. En este caso, lo que opera como antídoto es la conciencia moral, la información sistemática, el sentimiento de solidaridad con el inocente que sufre, el sentimiento de confianza que da la conciencia de ser injustamente tratado simplemente por ser inferior física, económica o materialmente, la creencia en Dios. La decisión del Vaticano, que católicos o no de todo el mundo aplaudimos, es la decisión de quien hace valer la conciencia frente a los caprichos a los que llevan el dinero, el poder y la prepotencia.

A mi modo de ver es muy importante el próximo viaje del Papa Francisco tanto a Cuba como a los Estados Unidos. No sé si deba o si tenga mayor sentido que venga a México o a otros países, pero sí creo que es imperativo que vaya a Francia. Francia es un país esencialmente católico y por lo tanto un lugar en donde el Papa le puede dar un gran impulso a su perspectiva, tanto religiosa como política, si logra hacer vibrar el corazón de los franceses. Hay momentos en los que ciertas decisiones son trascendentales y la decisión de ir a Francia podría ser una decisión así. Ojalá el Vaticano promueva dicho viaje, antes de que sea demasiado tarde.

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