Empecemos con un parangón. Imaginemos que un propietario de la zona más rica de una ciudad tiene como vecinos, después de turbios manejos relacionados con lo que ahora son sus respectivas propiedades, a los miembros de una familia de gente paupérrima y que, por las razones que sean, el individuo opulento y quienes viven en la choza de al lado empiezan a atacarse mutuamente. El multimillonario les manda a su jauría, un grupo de Dobermans entrenados para atacar y, evidentemente, éstos causan destrozos en el terreno de al lado. Los vecinos, sin embargo, se desquitan y arrojan piedras, con lo cual rompen vidrios y ocasionalmente algún vitral caro de la casa del magnate. Éste, furioso, arremete contra ellos usando a sus abogados, a sus ingenieros, por medio de los cuales él “demuestra” que originalmente el terreno era de él y se va apropiando poco a poco de todo lo que la famélica familia vecina tenía. No contento con ello, el sujeto compra la imprenta de la esquina y todos los días manda pegar por todos lados panfletos y boletines denostando a los vecinos a los que, de paso, no sólo ya les quitó el agua y la luz sino que les roba su correspondencia, intriga para que ningún vecino los reciba e impide que los ayuden con una limosna. Por si fuera poco, organiza fabulosas fiestas en su casa, en donde se degusta lo mejor de las tiendas de alrededor y come y bebe plácidamente frente a quienes se esfuerzan en vano, porque cada vez que va a haber una cosecha el vecino rico se las envenena, las contamina, etc. Por todas las actividades que despliega, todos los invitados a la casa grande, sistemáticamente, pasan al balcón para ver de arriba a abajo a los peligrosos y nefandos vecinos y, en las salas de la mansión, en los diversos comedores o en los jardines, todos se asombran de que pueda haber gente tan infame como los niños de al lado y le expresan al señor y a su familia sus más dolidas y sinceras condolencias por tener que tratar con seres que no se han hecho merecedores del status de “humanos”. Y un punto culminante (no desde luego el único en esta singular historia de impiedad e infamia) se alcanza cuando, en un acto de perversión jurídica inenarrable, el juez de la calle le ordena a los miserables, que no tienen ni en dónde caerse muertos, que le paguen por daños y perjuicios el mal que le han ocasionado al admirable dueño de la hermosa casa.
Lo que aquí he someramente descrito (habría podido extenderme tanto cuanto hubiera querido) es, obviamente, una narración meramente fantasiosa, pero cumple no obstante una función. La idea es plantear una situación para imaginativamente ubicarse en ella y visualizar lo que serían nuestras reacciones normales o espontáneas. El problema es, claro está, que cuando trasladamos el ejemplo a la realidad tratando de anclarlo en alguna situación que efectivamente se dé, ni nuestras reacciones son espontáneas ni lo que en general se diría correspondería a lo que sería nuestro juicio en el caso del cuentito de más arriba. Preguntémonos entonces: ¿a qué situación en el mundo corresponde el contenido de la historieta? No creo que se requiera ser ni particularmente ducho en cuestiones de geo-política ni singularmente instruido para de inmediato apuntar a uno de los conflictos más desbalanceados, injustificables, horrendos de la historia. Me refiero al conflicto entre Israel y el pueblo palestino. Dada la situación, me parece que sería hasta ridículo, por redundante, indicar quien es quien, el gobierno israelí y el pueblo palestino, en el relato inicial.
Antes de explicar y comentar algunos de los paralelismos entre la fantasía y la realidad, valdría la pena hacer ver por qué no hay nada que corresponda en la realidad a lo que en el cuento serían las reacciones espontáneas del testigo. La razón salta a la vista: la prensa mundial, los comentaristas políticos de periódicos, los locutores políticos de radio y televisión, los dueños o amos del mundo de las letras y de la cultura, todos, cotidianamente, escriben, debaten, polemizan, anatemizan el caso e inducen o fuerzan a decir que los culpables del conflicto, los enemigos de la raza humana, los desalmados terroristas, etc., etc., son los palestinos, esto es, en la historieta, los vecinos pobres. De ahí que cuando alguien quiere emitir un juicio puede hacerlo, pero ya no será espontáneo, puesto que ya habrá pasado por el prisma de la mediatización, que es un arma más en este caso del poderoso y por ahora vencedor en la contienda. Pero dejemos la fantasía y ratifiquemos que efectivamente ésta da una idea de lo que es el conflicto actual.
Todos sabemos que Palestina fue barrida por los sionistas triunfantes quienes, a partir de la Declaración Balfour – mediante la cual los ingleses declaraban a Palestina un “protectorado” – se dedicaron a preparar el terreno para la formación del Estado de Israel. Durante el periodo que va más o menos de 1925 a 1948, a través de organizaciones terroristas como el Irgún (para no mencionar más que una), los sionistas sembraron el terror en Palestina y obligaron a miles a abandonar sus tierras. Una vez constituido Israel, los sucesivos gobiernos israelíes se dedicaron a expandir su país, un país que no tiene oficialmente fronteras, porque no se sabe hasta dónde habrá de extenderse el Gran Israel. Claro que cuando uno habla del conflicto palestino-israelí a la gente se le olvida que no es esa la ecuación que da cuenta de los hechos, porque el conflicto es entre palestinos e israelíes gozando estos últimos en todos los contextos del apoyo incondicional de los Estados Unidos, no, desde luego, por casualidad, ni porque los políticos norteamericanos sean generosos y desinteresados socios, sino por otras razones que tienen que ver con la realpolitik mundial y en las que no tenemos para qué entrar en este momento. En estas condiciones, es realmente difícil rastrear en la historia un conflicto más desproporcionado que el que se da entre Israel y los Estados Unidos, por un lado, y Gaza y Cisjordania, por el otro.
Todo esto viene a cuento porque el lunes 23 de febrero del presente, un juez en Nueva York falló en contra de los palestinos, representados por la Autoridad Palestina y por la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), y los condena a pagar alrededor de seiscientos cincuenta y cinco millones de dólares! O sea, un juzgado en los Estados Unidos le da curso a una demanda de particulares en contra de las instituciones que funcionan como el estado palestino por 33 muertos y unos 450 heridos (no todos heridos físicamente, pero sí psicológicamente), bajas ocurridas entre los años 2002-2004, por ataques palestinos en territorio israelí. Esto es como cobrarles los vidrios rotos a los muertos de hambre que habitan junto al vecino rico y poderoso en un terruño cada vez más pequeño.
Aquí hay varias cosas que distinguir. Por una parte, unos particulares (ciudadanos americanos y judíos norteamericanos) demandan a un gobierno casi fantasma en estado de guerra permanente. Pero ¿qué lógica es esta? Si un gobierno o una población están en guerra, por las razones que sean (porque se les destruyen sus ciudades de la manera más vil y alevosa, porque tienen a sus ciudadanos abarrotando cárceles en el país con el cual se está en guerra, porque todos los días les roban terreno para construir permanentemente nuevos asentamientos, porque no se les deja ni que reciban ayuda internacional, etc., etc.), lo más absurdo es demandarla por estar en guerra. Pero, por la otra: ¿dan acaso los tribunales norteamericanos cabida a juicios por parte de palestinos en contra del gobierno israelí por sus innegables atrocidades? Ni por pienso! La situación de los palestinos, por consiguiente, es similar tanto en el terreno militar como en el terreno legal: se les privó del derecho a defenderse. Los aviones israelíes (otro regalo de los congresistas de los USA) pueden destruir Gaza, pero si un desesperado palestino, desesperado porque le mataron a su familia, lo torturaron o le expropiaron su propiedad en Israel (algo muy común), ya sin opciones de vida se decide a inmolarse y ataca a un transeúnte, entonces la prensa mundial pone el grito en el cielo por el “terrorismo” palestino y vienen las represalias que son literalmente 100 veces más pesadas. Basta con hacer el cálculo de cuántos muertos palestinos hay por cada israelí que haya sido víctima de un atentado para darse una idea de la desproporción. Pero en todo caso el mensaje que la ley americana está enviando ahora es muy claro: los palestinos no tienen derecho ni a defenderse físicamente ni a defenderse legalmente. Claro, esto en principio vale para Israel y los Estados Unidos , pero dado que lo que vale en los Estados Unidos se hace valer en la mayor parte del mundo, entonces el sino de los palestinos está prácticamente sellado.
Quizá sea pertinente (por no decir ‘urgente’) hacer una aclaración antes de seguir adelante. De ninguna manera estamos regocijándonos por la muerte de nadie y menos de civiles, de gente no relacionada directamente con lo que sucede en el teatro de operaciones, esto es, en Palestina, que es el fácil campo de batalla preferido de los gobernantes israelíes, así como no podemos reír o sentir alguna clase de satisfacción al ver como un avión destruye edificios, escuelas, etc., en un lugar en donde no hay baterías anti-aéreas y con gente dentro. No es ese el punto que estoy estableciendo. De lo que nosotros estamos en contra es de las matanzas de civiles y más en general de la guerra, pero lo que resulta particularmente indignante es la guerra desproporcionada, ventajosa, alevosa, desigual, innecesaria, fundada en mentiras. La guerra en contra del pueblo palestino rebasa ya los límites de toda cordura, de toda decencia, de toda comprensión. Es muy importante que los líderes israelíes y sus amigos entiendan que su causa es incompartible por la humanidad, que aunque se sea un ignorante instintivamente la gente se solidarizará espiritualmente con los palestinos, porque el sufrimiento hermana. El odio y la crueldad sionistas no son parte del judaísmo, por lo que es absolutamente falso que ser anti-sionista sea ser anti-semita. Nosotros, por ejemplo, somos pro-semitas como somos pro-palestinos. Lo que está pasando con el pueblo palestino es algo que ningún ser humano normal o real podría avalar. No se le puede pedir a nadie que sea testigo de la aniquilación de un pueblo y que permanezca indiferente. No hay ser humano normal que haga eso y las triquiñuelas políticas también llegan a un fin.
Es claro que vivimos la época del triunfo sionista, un triunfo casi mundial y casi total en Occidente. No tiene caso negar realidades. En algún sentido, quizá hasta podría afirmarse que es perfectamente explicable. El problema es que el sionismo actual está llevando al mundo por un mal derrotero, porque está generando dolor en exceso, dolor injustificado e injustificable. Pero si se reconoce su inmensa fuerza ¿quiere eso decir que no hay entonces ya nada que hacer? Desde luego que no y pienso que no se le podría dar a una pregunta así una simple respuesta afirmativa. El mundo da cambios inesperados. Pero más que eso, yo estoy seguro de que así como hace 2000 años hubo un individuo que se insubordinó en contra de la doctrina de que sólo unos cuantos eran los “hijos de Dios”, que enseñó que todos lo somos, que lo hizo con valentía y amor y que triunfó totalmente a pesar de los todopoderosos de la época, así también irán surgiendo del seno de la sociedad israelí misma los ciudadanos judíos conscientes de su humanidad y que de ellos, paulatinamente, surgirá el movimiento liberador para todo el Medio Oriente, ellos incluidos. Cuando la población israelí ya no se deje manipular por negociantes internacionales y por gente ebria de poder, cuando el simple ciudadano israelí quiera vivir y convivir y compartir su cultura y sus tradiciones con sus vecinos, con sus congéneres de siempre, entonces la paz regresará al Medio Oriente y todo este horrendo periodo que nos tocó presenciar quedará como una etapa vergonzosa del cual nadie querrá acordarse.