Es, pienso, comprensible que el fenómeno del cambio haya atraído con tanta fuerza a los filósofos griegos. Si una cosa se caracteriza por sus propiedades y éstas cambian totalmente: ¿cómo se explica el que la cosa en cuestión siga siendo “la misma” que antes? Para explicar el cambio, conceptualmente más importante inclusive que el tiempo, Aristóteles introdujo la noción de sustancia, con lo cual ayudó a entender el cambio pero, por razones en las que no entraré, lo cierto es que complicó fantásticamente la reflexión filosófica. Un problema, como sin duda ya se habrá percatado el lector, es que la noción de sustancia se aplica no sólo a “sustancias” (aquellas cosas de las que predicamos algo pero que a su vez no podemos predicar de nada, como Napoleón. Podemos decir que Napoleón era corso, pero no podemos decir de nada que era Napoleón. Eso no tiene sentido). En efecto, el cambio no sólo lo padecen sustancias, en el sentido aristotélico, sino también “entidades” complejas, conformadas por otras. Por ejemplo, podemos decir que el sistema solar alteró su situación en la galaxia. En ese caso, no estamos hablando de una cosa particular, esto es, un planeta, sino de un conglomerado conformado por sol, planetas y lunas que difícilmente podría ser visto él mismo como una “sustancia”. La doctrina de la sustancia, por lo tanto, es prima facie insuficiente para explicar el cambio. El tema del cambio se puede desarrollar in extenso pero, obviamente, no es mi objetivo hundirme aquí y ahora en una discusión de metafísica y de filosofía del lenguaje. No pretendo especular en torno a la noción de cambio. Lo que par contre sí quiero es emplear la noción de cambio para describir y examinar situaciones concretas.
Quizá sería útil empezar por dividir los cambios en dos grandes grupos: los súbitos, inmediatos o, por así decirlo, brutales, y las transiciones más o menos graduales e imperceptibles. En el caso de las personas no hay en general mayores problemas con la detección de cambios repentinos y profundos. Un ejemplo de cambio así nos lo proporciona la cirugía plástica. En unas cuantas horas se puede modificar el rostro de una persona al grado de volverla irreconocible. Lo que quiero decir es simplemente que los cambios físicos son a menudo fácilmente detectables por los demás. Con los cambios psicológicos las cosas no son tan simples. Nos cuesta mucho captar el cambio mental si la persona en cuestión no ha cambiado físicamente. Por ejemplo, un proceso de deterioro mental que culmina en un estado de esquizofrenia declarada puede llevar años y es sólo después de muchas experiencias desagradables (en los más diversos sentidos) que llega uno a la conclusión de que la persona efectivamente cambió, que “ya no es la misma”. Obsérvese que sería erróneo inferir que los cambios físicos son siempre súbitos y los mentales siempre paulatinos. El envejecimiento es un cambio físico lento (y de hecho imperceptible: nadie percibe cuánto envejeció de un día al otro) y es perfectamente imaginable que alguien se desquicie, pierda los estribos, monte en cólera o caso por el estilo de pronto, sin (por así decirlo) preámbulos, esto es, súbitamente. En todo caso, en relación con el cambio necesitamos apelar a un principio de racionalidad: sea súbito o paulatino, físico o mental, en principio el cambio es comprensible y que sea comprensible significa que es explicable. Obviamente, las explicaciones variarán dependiendo de qué sea lo que cambia.
Lo anterior me permite introducir mi tema, que obviamente tiene que ver con el cambio sólo que de lo que quiero hablar es no de una “sustancia” (un objeto, una cosa), sino de la transformación sufrida por un país y lo que quiero preguntarme es si dicho cambio es el resultado de una evolución natural o si no más bien se trata de una modificación inducida (e indeseada). ¿Es el cambio que tengo en mente real o ficticio? Y si fuera real ¿cómo se explica?¿Sería el resultado de una evolución natural del sistema de vida propio del país en cuestión o se trataría más bien de una alteración provocada por la interacción con fuerzas en algún sentido superiores? Para no seguir manteniendo al lector en un estado de perplejidad tratando de adivinar a qué me refiero, creo que lo mejor será plantear el asunto en forma clara y directa.
Consideremos entonces a los Estados Unidos de Norteamérica. No cabe duda de que en el embrión político del cual brotaron lo que ahora conocemos como ‘Estados Unidos’, esto es, las trece colonias que se sublevaron por razones de impuestos en contra de la corona británica, ciertamente se elaboró una muy bella constitución, una constitución dicho sea de paso cuyo segundo artículo (que protege el derecho de los ciudadanos norteamericanos a tener y portar armas) está hoy como nunca siendo puesto en crisis y todo indica que tarde o temprano será eliminado o por lo menos drásticamente alterado. Por su parte, el primer artículo versa sobre la libertad de opinión (de prensa) de religión, de asamblea (congregaciones) y el derecho de inconformarse ante decisiones gubernamentales. Qué hermoso! Como es bien sabido, los Estados Unidos se convirtieron muy pronto en una potencia con la que había que contar. Napoleón lo entendió muy bien y tuvo que vender Luisiana (en realidad, Francia tuvo que desprenderse de un territorio mucho más grande que el estado de Luisiana) y medio siglo después los zares tuvieron que vender Alaska. Sin embargo, la primacía, la superioridad indiscutible e indisputada de los Estados Unidos a nivel internacional no ocurrió sino hasta el siglo XX y sobrevino, como por casualidad, a raíz de las dos grandes guerras europeas, pero en particular de la Segunda Guerra Mundial. Qué hubiera sido de los Estados Unidos y cómo habría evolucionado el mundo si los europeos no se hubieran destazado unos a otros en dos guerras totales es un tema que pertenece a lo que habría que llamar ‘pensamiento placentero’, actividad a la cual sin embargo no me entregaré en estos momentos. El punto que me interesa dejar establecido es que por toda una serie de razones de la más diversa índole los Estados Unidos lograron entrar en la arena mundial presentándose ante los demás no sólo como el país de las libertades, la seguridad, el bienestar, la democracia y demás, sino como el país defensor de todos esos derechos a los que de manera natural los seres humanos aspiran.
Sin duda, la historieta es muy bella sólo que un escrutinio, por superficial que sea, de inmediato la arruina. Para empezar, recuérdese que desde principios del siglo XIX le quedó claro a todo observador atento que el alcance de tan bellos preceptos era todo menos universal. Como bien lo expuso Alexis de Tocqueville, por lo menos los habitantes originales y los negros estaban sistemáticamente excluidos de los beneficios conferidos por la muy democrática constitución norteamericana. A los indios de Norteamérica los conquistadores europeos les arrebataron de la manera más salvaje posible sus tierras y estuvieron a punto de ser totalmente aniquilados. Los negros eran inmigrantes, sólo que no fue por gusto o por decisiones propias que desembarcaron en el maravilloso país que estaba empezando a construirse, sino que se trataba de seres humanos brutalmente transportados desde África como esclavos para trabajar en las grandes extensiones de azúcar, algodón y tabaco, gracias a las cuales empezaba a fraguarse la gran riqueza de esa a la sazón joven pero ya imponente nación. En relación con el sino de los negros podría afirmarse que la enternecedora película “Gone with the Wind (Lo que el Viento se Llevó) puede dar una ligera idea de lo que en aquellos tiempos podía ser considerada como una negra afortunada. Desde luego, la conformación del país se consumaría sólo con la Guerra de Secesión, pero ello es para nuestros propósitos irrelevante. Lo que importa es entender que como era una tierra ignota que había que poblar (puesto que los apaches, los sioux, los cheyenes, cherokes y demás estaban dejando inmensos huecos territoriales que había que llenar), las puertas estaban efectivamente abiertas a los aventureros que querían establecerse y progresar pero, una vez más, las puertas no estaban abiertas para todos, no por ejemplo para mexicanos, despreciables vecinos cuyo territorio era obviamente un don de Dios que había que aprovechar. Más bien, lo que se buscaba eran inmigrantes europeos, desde luego blancos y de preferencia rubios. Como ni negros ni indígenas ni mexicanos contaban en el tablero mundial que estaba empezando a reorganizarse (i.e., no alcanzaban todavía el status de humanos a los ojos del nuevo ciudadano norteamericano), lo que prevaleció ante el mundo fue la faceta de país de grandes oportunidades, de país en donde se respetaba a la mujer (había pocas mujeres entre el Mid-West y el Far-West, por lo que éstas eran muy valoradas, es decir, eran mercancía muy apreciada), de país en donde cualquier individuo dispuesto a trabajar con ahínco podía hacerse muy rico (insisto, si era blanco) y, por último (aunque de lo más importante), de país de la libertad. En realidad lo que esto quería decir era que se trataba de un país no sometido ya a las démodées coronas europeas, a un obsoleto status quo que no permitía avanzar, un país naciente en el que para triunfar no se necesitaba empezar desde abajo luchando con estructuras sociales sumamente rígidas y en condiciones de desventaja. En aquel “Nuevo Mundo” el territorio era inmenso, no había competencia, las instituciones eran laxas, se podía poseer esclavos, etc. La mesa estaba puesta. Es muy importante ubicar en el tiempo esta etapa de la historia de los Estados Unidos, esto es, la etapa en la que se forjó su imagen ante el mundo, porque de lo contrario los cambios sucedidos desde aquellos gloriosos tiempos de Buffalo Bill hasta nuestros días sencillamente no se entienden.
A mí me parece que podemos hablar, al hacer referencia a la historia de los Estados Unidos, de dos grandes periodos: el periodo de construcción (siglo XIX) y el periodo de expansión (siglo XX). Simbólicamente, el segundo periodo arranca con la ignominiosa derrota infligida a España y la concomitante conquista de Cuba, liberada hasta 1959 por Fidel Castro y sus barbudos. A partir de ese momento la presencia norteamericana se hizo sentir cada vez con más fuerza en el mundo y la mejor prueba de ello nos la proporciona la relampagueante derrota de Alemania, durante la Primera Guerra Mundial. Hasta la intervención norteamericana, Alemania tenía ganada la guerra: había derrotado a Rusia, había firmado un muy ventajoso tratado de paz con ella (negociado por Trotski, dicho sea de paso) y no se había disparado un solo tiro en su territorio. La participación norteamericana, orquestada por el juez de la Suprema Corte, Louis Brandeis, a cambio de lo que sería la Declaración Balfour de 1924 y con lo cual se daba el primer paso para la creación de Israel, cambió brutalmente esa situación y en un año Alemania estaba destruida. A todo mundo le quedó claro lo que era el potencial militar norteamericano. En 1929 los Estados Unidos, sin embargo, entraron en una crisis económica terrible (¿Adivina el lector por qué? Claro, por manipulaciones bancarias!) que afectó terriblemente a millones de personas (la estupenda novela de J. Steinbeck, Las Viñas de la Ira, describe bien la situación) y de la cual salieron sólo gracias a su participación (también astutamente preparada) en la Segunda Guerra Mundial (o sea que el auto-golpe del 11 de septiembre de 2001 tiene antecedentes muy claros). Es con ésta que empieza el verdadero auge, el gran estado de bienestar económico de los Estados Unidos, pero más importante aún: se trató de una victoria que les dejó una lección que aprendieron muy bien, una verdad de la cual todavía no se desprenden, a saber, que el bienestar de su país sólo es alcanzable gracias a la guerra. A partir de ese momento, los Estados Unidos no han parado de hacerle la guerra al mundo y el estado en el que han sumergido a la humanidad es, paradójicamente, lo que se conoce como Pax Americana.
Es en el siglo XXI que empieza la terrible confrontación de los Estados Unidos con el mundo como un todo. Se trata de una confrontación con un país representando visiblemente los más bellos ideales, los valores superiores del hombre, etc., pero internamente cargado de intenciones siniestras, ilimitadamente inmoral, prepotente, cruel, chantajista y todo lo que ello acarrea. La Segunda Guerra Mundial les enseñó a los norteamericanos que se puede ser bestial con un país, como lo fueron con Alemania, borrar la historia (como se hizo) y seguir adelante tranquilamente. Nada más piénsese en el bombardeo de Dresde o en el de Hiroshima y, más en general, en la política militar de bombardeos estratégicos, practicada desde 1943 en contra de Alemania y delineada principalmente para aterrorizar a la población y para destruir ciudades, independientemente de objetivos militares. Con esa gran experiencia pasaron después a Corea, a Vietnam, a América Latina en donde se dieron gusto organizando golpes de Estado e imponiendo las más horrendas de las dictaduras; habría que mencionar a Birmania, Panamá, Yugoeslavia, Irak, Afganistán, etc., etc. No hay región del mundo que no esté infectada por bases militares yanquis, no hay gobierno que no haya sido explotado y chantajeado económicamente, engañado diplomáticamente, abrumado desde todos puntos de vista. No hay crimen pensable que no hayan cometido, no hay plan de destrucción que no hayan delineado. Por ejemplo, ahora se sabe que tenían pensado, en caso de guerra con la Unión Soviética, lanzar más de 230 bombas atómicas en contra de ese país! En pocas palabras, los Estados Unidos son el horror de la historia pero eso sí, de aspecto impecable.
Es muy interesante contrastar la gratificante auto-imagen que tienen los norteamericanos con cómo los ven a ellos otros pueblos y, me siento tentado a decir, el resto del mundo (con excepción, naturalmente, de los pueblos que no han entrado en confrontación directa con ellos). Yo creo que los artistas coreanos captaron plásticamente muy bien lo que los norteamericanos son, no lo que dicen ser. Sugiero que el lector le eche un vistazo a unas simples obras que nos pintan mejor mil relatos lo que son esos “freedom fighters”. (https://www.rt.com/news/404958-north-korea-us-propaganda/). Estoy seguro de que sirios, iraquíes, sudaneses, libios, yugoeslavos, chilenos, etc., etc., ratificarían cien por ciento la visión norcoreana del ocupante norteamericano. Yo me atrevería a añadir a los niños mexicanos de dos o tres años, separados de sus padres y enviados a campos de concentración para niños de su edad porque, si pudieran hablar, de seguro que confirmarían lo que los artistas norcoreanos percibieron.
Pienso que es evidente que estamos imperceptiblemente pasando a lo que sería una gran tercera gran fase en la historia de los Estados Unidos, a saber, la fase de la decadencia. Definitivamente, el siglo XXI no les pertenece, no sólo porque militarmente ya no son omnipotentes, porque económicamente están en bancarrota, porque socialmente son una sociedad podrida, llena de contradicciones, viviendo de slogans y de retórica fácil (“libertad”, “democracia”, “nuestros valores” y demás bla-bla-bla), sino porque es obvio que su varita mágica, esto es, el recurso a la guerra, tiene un límite, que es la auto-destrucción, porque a eso equivaldría una guerra total con Rusia y China. O sea que su solución tradicional para resolver sus problemas internos podrá cada vez menos sacarlos adelante. Y hay otra poderosa razón por la que la desintegración de los Estados Unidos es prácticamente inevitable y es que de hecho los Estados Unidos son un país no con uno sino con dos gobiernos. Hay un gobierno oficial, por así llamarlo, que es el de la Casa Blanca, y un gobierno real o profundo, que no se ve pero que se siente. Un Estado tan incoherente como el actual Estado norteamericano no puede sobrevivir, porque inevitablemente genera de manera sistemática políticas inconsistentes, contradictorias, absurdas. La presidencia decide una cosa y el Congreso hace otra, el presidente afirma una cosa y el FBI lo desmiente y así indefinidamente. Es obvio que ese proceso se va a ir agudizando (eso es lo que pasa con las contradicciones) y ello, aunado a los conflictos y tensiones internos, habrá de llevar a ese país a una terrible crisis cuyo desenlace es en este momento imprevisible.
Es más que claro, dada la penetración norteamericana en el mundo, que el destino de los Estados Unidos nos concierne a todos, por lo que no podemos recurrir al fácil expediente de alzarnos de hombros ante lo que sucede en ese país y decir para nosotros “Es su problema!”. Eso no se puede hacer. Lo que es profundamente preocupante, sin embargo, es que inclusive en términos de evolución “pacífica”, interna, etc., no vemos que los Estados Unidos se muevan en una dirección de regeneración nacional, no digamos ya en la dirección del socialismo o de un país en el que se hagan valer los derechos de las mayorías. Lo que se está configurando en los Estados Unidos es OBVIAMENTE un Estado policiaco, represor, espía, inmoral, al servicio de la nueva oligarquía, de Wall Street (la banca mundial), de minorías ultra-privilegiadas y sin conexión vital con el “pueblo”, signifique eso lo que signifique en ese país, un país imbuido de una cultura totalmente materialista, yo diría “desespiritualizada”, enseñando que ser bueno es ser rico y ser rico ser feliz. Dejando de lado la multiplicidad de instituciones religiosas, la curia existente, los ritos a los que se apela, el lenguaje del “Oh my God” carente por completo de significado religioso y muchas otras cosas que podrían decirse, yo creo que puede afirmarse que los Estados Unidos ejemplifican aquí y ahora lo que es ser un país sin Dios. Es tan inmensa la distancia entre los círculos en donde se toman las decisiones y la gente, dentro y fuera de los Estados Unidos, que se puede vender bombas para arrasar con pueblos enteros, especular con los precios de los alimentos, llevar a la bancarrota a países completos, manipular los precios de los recursos naturales del mundo (números en una pantalla), hacer todo eso y más y seguir disfrutando de la vida con la conciencia tranquila. No hay problema. La pregunta es: ¿son los Estados Unidos aquí y ahora lo que, pasara lo que pasara, iban a ser o en algún momento de su historia se desviaron de sus magníficos ideales y permitieron que se les transformara en una máquina de guerra permanente?¿Cambiaron de manera natural o fueron forzados a cambiar? Yo creo que hay que dejar aquí el tema, porque las discusiones metafísicas fácilmente se tornan tenebrosas.