Socialismo Mexicano

En su eterna lucha contra la justicia y el progreso social, los reaccionarios han gozado siempre de múltiples ventajas frente a sus adversarios, los promotores del cambio social. En primer lugar, por ser los defensores del “lo establecido” son quienes disponen de los mayores recursos, quienes pueden usar los aparatos de Estado para amedrentar, perseguir, encarcelar, aniquilar a sus opositores, y quienes al amparo de su riqueza entran en un cómodo y sucio juego de connivencia con quienes detentan el poder, logrando así hacer que se funda la nefasta dupla “dinero/poder” por medio de la cual se estabiliza una determinada jerarquía social en donde, a la manera de un arco-iris, se desparrama y se acomoda la población en su conjunto. Hablo de “arco-iris” porque es evidente que, en nuestros días, las divisiones sociales son mucho más complejas y diversificadas que las de antaño. Es importante tener eso presente, por razones que avanzaré en breve.

En su lucha para sostener si no intacto, porque eso es imposible, al menos sí resistente y operante el actual sistema de vida, los reaccionarios recurren en forma descarada a toda clase de estrategias y estratagemas para mantener el “orden social”. Por eso sería un error de una pasmosa ingenuidad pensar, por ejemplo, que la guerra por mantener los privilegios se restringe al ámbito de lo que podríamos llamar la ‘lucha material’, la lucha por los bienes, los privilegios, etc. De hecho, un aspecto crucial de la lucha social gira precisamente en torno al control de las conciencias y la manipulación de las mentes. Nada más peligroso para el status quo que los verdaderos librepensadores, que la gente instruida y no “asimilable”, las personas a las que no se puede hipnotizar utilizando las sirenas de siempre, esto es, prosaicas pretensiones de posesión y consumo, burdas ambiciones terráqueas, vanos o fútiles placeres mundanos. Pero además, para luchar en contra de la libertad de pensamiento y de la autonomía intelectual el sistema tiene su ejército de ideólogos, de sacerdotes académicos, de “think tanks”, todos ellos trabajando arduamente para “demostrar” que las reivindicaciones sociales, que la lucha por la implantación de una vida un poquito más justa es de entrada (los filósofos dirían ‘a priori’) una causa perdida, carente por completo de justificación, fundada en ideas que corroen el cemento social y que hay que descalificar cuanto antes. Y cuando la refutación de una teoría que atenta contra el orden establecido resulta imposible porque, por más que se les pague, los enanos intelectuales resultan incapaces de una respuesta teóricamente aceptable, lo que sí se puede lograr es hacerle creer a la gente que son auténticos gigantes intelectuales y que ya dijeron todo lo que había que decir, cuando en realidad nunca dijeron nada! Obviamente, lo único que todo ello pone de relieve es que la lucha por los privilegios es a muerte, permanente y sin escrúpulos.

Entre los factores que de uno u otro modo apoyan la causa reaccionaria está no sólo, como ya mencioné, los servicios de inteligencia teórica, la armada intelectual, bien pagada en general pero bastante abigarrada puesto que incluye desde pensadores serios y dignos de ser tomados en cuenta hasta la despreciable caterva de periodiqueros y comentaristas de radio y televisión que no son otra cosa que pericos ideológicos sin realmente ningún valor más allá de la atención que puedan atraer el día en que aparecen sus “ensayos” o sus “análisis” improvisados. Debo decir, sin embargo, que el problema que en esta ocasión me acicatea concierne no tanto a las bandas de mediocres que parecen haber perdido la brújula y haber transformado el análisis político serio en una especie de telenovela con tintes políticos, sino a las incomprensiones, divisiones, bifurcaciones, fisuras y demás en el seno de las fuerzas intelectuales progresistas. Muchas de las debilidades que se pueden percibir en el frente intelectual y teórico se deben a la incapacidad de teorizar desde la perspectiva de los intereses de los desposeídos y los desvalidos y construir el instrumental conceptual que se requiere para imponer su posición en la confrontación con los justificadores de la injusticia. El gran problema que esta carencia genera es que incapacita a las personas para efectuar diagnósticos precisos de la realidad política y para orientar a las masas por la senda correcta de la transformación que a ellas mismas conviene. Quizá lo que quiero decir se entienda mejor por medio de un ejemplo.

No creo que haya alguien tan t onto que se atreva a cuestionar la afirmación de que el instrumental teórico de las luchas progresistas del siglo XX lo constituyó y proporcionó el marxismo. Pero ¿cómo pudo el marxismo, que es un típico producto decimonónico, ser útil en el siglo XX? Pudo porque el cuadro de la vida y de la lucha social que emana de los escritos de Marx permaneció vigente durante mucho tiempo, además de que se dieron varias coyunturas históricas, únicas e irrepetibles, que lo colocaron a la vanguardia del frente intelectual y resultó entonces ser tremendamente útil. Pero es importante entender que a partir del momento mismo en que el cuadro marxista de la sociedad se imponía se sembraban ya las semillas de su obsolescencia y caducidad. Ilustremos esto. Después del horroroso período por el que pasó sobre todo Inglaterra, caracterizado por el imparable triunfo del proceso de industrialización y del capital industrial sobre la vida rural, el trabajo agrícola, la primacía de los latifundistas, etc., todo ello asociado con una nobleza ya decadente, la sociedad inglesa se auto-reprocesó y brotó de ella una sociedad en donde con suficiente nitidez se podían discernir dos grandes clases sociales, la clase burguesa (propietaria de los medios de producción, etc.) y la clase proletaria, compuesta básicamente por gente que para vivir tenía que vender su fuerza de trabajo y por tener que vender su fuerza de trabajo era sistemáticamente explotada. Quien lee el ultra-célebre capítulo sobre la acumulación originaria del capital, volumen I de Das Kapital, no extraerá otra visión de la vida social. Ahora bien, Marx tenía razón. Él era en verdad un gran pintor de la sociedad de su tiempo. Sencillamente, no hay un cuadro de la sociedad del siglo XIX que pueda rivalizar con el marxista. Eso, yo diría, ni se discute.

Lo anterior, sin embargo, no significa ni implica que aquel cuadro, con todo lo que acarreaba, siga vigente en nuestros días. Sólo sobre la base de un coctel indigerible de torpeza con ingenuidad, ignorancia y dogmatismo se podría insistir en seguir aplicando ahora un esquema explicativo propio de otros tiempos, por magnífico que haya sido, como sería francamente penoso que se pretendiera seguir aferrándose a la física de Newton para explicar fenómenos como la curvatura del espacio o la relatividad del espacio-tiempo, cuando ya se dispone de matemáticas nuevas, de formalismos que Newton no conoció y que naturalmente generan un cuadro novedoso del universo. Desde luego que ni mucho menos quiero dar a entender que entonces todo lo que dijo Newton está mal. De igual manera, no me pasa por la cabeza la idea de que todo lo que Marx sostuvo es erróneo o falso. Claro que no! Mucho de lo sostuvo Marx está presente en la vida contemporánea, pero como lo que sostenía requiere de actualización y adaptación y no se ha encontrado todavía al marxista que realice semejante faena, entonces parecería que quienes hacemos nuestro el ideal del cambio social para beneficio de las mayorías nos vemos en una encrucijada en la que no hay opción positiva para nosotros: o nos aferramos al marxismo, pero entonces somos dogmáticos, semi-irracionales, obsoletos, superados, etc., o nos quedamos sin explicaciones y sin alicientes para la lucha. Si ese dilema fuera real efectivamente nosotros, los que soñamos con un cambio social palpable, real, estaríamos perdidos. Nuestros ideales habrían quedado superados y nuestros anhelos de justicia social no serían otra cosa que pseudo-deseos, esto es, deseos por algo que es inalcanzable. Deseos así son evidentemente deseos espurios, porque ¿cómo se puede desear lo que sabemos que no se puede obtener? Eso no es un deseo genuino. Habría un auto-engaño de por medio. La situación, sin embargo, no es tan desesperada.

Yo pienso, para empezar, que los énfasis están mal aplicados. Los cambios que se produjeron en el mundo, las luchas, las guerrillas, las persecuciones, etc., se tenían que dar independientemente de la terminología en la que vinieran envueltos. Afirmo esto sobre la base de lo que me parece que es un principio fundamental, a saber, que la explicación de los fenómenos sociales y políticos viene después de la acción social y política. Esto se puede perfectamente bien aplicar a Marx mismo. Aquello en relación con lo cual Marx en la segunda mitad del siglo XIX da una cátedra sencillamente impecable es el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. O sea, él escribe cuando la lucha social en gran medida ya se había realizado, porque la gente primero actúa para sobrevivir y luego viene el intelectual para racionalizar su acción. La teoría de Marx en época de Marx era como incuestionable, pero venía después de la acción real de los obreros de la Comuna o de los sindicatos de mineros ingleses. Pongámonos entonces de acuerdo: primero la praxis y luego la teoría y ya mucho después el periodiquismo barato y la dañina y superficial demagogia de los defensores del establishment.

        Si lo que he afirmado resulta mínimamente convincente, podemos entonces enfrentar con una mirada fresca el panorama nacional y entender cabalmente lo que está pasando ahora en nuestro país. Podemos contemplar ese cuadro vivo que es la sociedad mexicana, un cuadro en gran medida grotescamente deformado por los reaccionarios de nuestra época (hablo, desde luego, de los altamente repulsivos reaccionarios mexicanos) y en el que ideologías ciertamente progresistas pero no actualizadas (como la marxista) impiden que se le aprecie, por así decirlo, en toda su realidad. ¿Qué es lo que, teniendo como plataforma nuestro principio de la prioridad de la praxis (un principio muy marxista, dicho sea de paso), podemos decir sobre lo que tenemos ante nuestros ojos, sobre lo que estamos viviendo?

Para responder a esta pregunta me permitiré introducir una noción que es imprescindible y sin la cual no podemos avanzar. Esta noción es compleja, pues conjuga varias ideas, entre las cuales están las siguientes :

1) idea de lucha en contra de la inmovilización política de la sociedad,

2) idea lucha en favor de los intereses vitales o reales de los (como diría Fanon) “condenados de la tierra”

3) la idea de progreso social como encarnado en todo aquello que beneficia objetivamente a los desprotegidos del mundo.

      ¿Qué noción es entonces esa a la que estamos aludiendo? La respuesta es muy simple: la noción de socialismo.

Por definición, el socialismo tiene por lo menos dos rasgos esenciales. Es socialista toda política de Estado dirigida primordialmente hacia la defensa sistemática de los intereses económicos, sociales, jurídicos, laborales, etc., de quienes de hecho están desprotegidos, es decir, de esos seres humanos (que son millones, o mejor dicho, billones) que están socialmente indefensos: la gente que se pasa la vida trabajando para mal vivir o para meramente sobrevivir, para apenas darle a sus familiares (parejas, hijos, etc.) sustento y un mínimo nivel de consumo de lo muchísimo que la sociedad produce y pone ante sus ojos pero que no es para ella, la gente que, por así decirlo, no tiene derecho a enfermarse porque es altamente probable que si se enferma no tendrá asistencia médica, fármacos, etc., es decir, no tendrá a quién recurrir, gente que quizá un día, si vive en el interior del país, pueda con un poco de suerte ver el mar y si vive al borde del mar pueda, si es afortunado, conocer la capital, gente cuyos hijos usarán sus mismos zapatos durante uno o dos años, que dejarán la escuela a los 10 años para venderse en el mundo de los servicios, del trabajo informal, etc., etc. Pero ¿para qué alargar la lista de las bien conocidas características de las vidas de los desposeídos, de los desheredados, de congéneres que habrán de pasar por esta vida con sólo aspiraciones elementales, con un mundo reducidísimo de posibilidades de crecimiento y de desarrollo? Bien, pero lo que hemos expuesto cubre tan sólo una faceta del asunto. En este como en muchos otros casos, los contrastes son fundamentales. El arco-iris que lleva desde la miseria hasta niveles de vida relativamente holgados (sin límites nítidos en las transiciones) requiere del recordatorio no del bienestar (digamos) “justificado” de quienes, partiendo en la vida en condiciones de ventaja, de manera honrada supieron aprovecharlas y lograron vivir bien. Ya ese contraste es un tanto deprimente, puesto que en ese cuadro se ve por una parte gente famélica y por la otra gente regordeta y bien alimentada, pero no es el contraste más repugnante. El contraste realmente asqueroso moralmente es el de millones de personas que viven para trabajar y subsistir y reducidos núcleos de malvivientes afortunados, de corruptos exitosos, de mediocres (hombres y mujeres) disfrutando de modos de vida completamente inmerecidos, consumiendo bienes que exigieron de mucho trabajo humano para poder circular en el mercado (propiedades, viajes, ropa, inversiones, comida, etc.) con dinero mal habido, con dinero que no es de ellos, con dinero en exceso y con el cual ya no saben ni qué hacer. Ese es el cuadro de la sociedad que el socialismo repudia. Este es un primer punto.

El segundo tiene que ver con el carácter esencialmente histórico del socialismo. Siempre hubo contrastes sociales, en mayor o menor grado, más o menos odiosos, siempre hubo injusticias y siempre hubo luchadores sociales, gente que se inconformó frente al status quo y por ende frente a los poderosos del momento. O sea, el socialismo ha revestido y revestirá las más variadas modalidades de lucha, los más diversos objetivos, dependiendo de la época, de la cultura, de la sociedad en la que se manifestó. Podemos hablar legítimamente de socialismo siempre y cuando se cumplan las condiciones mencionadas más arriba: rechazo del empantanamiento social, lucha en contra de las brutales desigualdades y asimetrías sociales y acciones conscientemente dirigidas a defender los intereses de los excluidos, los discriminados, los que no tienen ni idea de lo que pueden llegar a ser los “paraísos” terrenales.

Con lo expuesto hasta ahora disponemos ya de los elementos indispensables para describir lo que está sucediendo en nuestro país. A la manera de un regalo caído del cielo, como un jinete anti-apocalíptico, le llegó a México un presidente incuestionablemente socialista. Yo no sabría decir si el Lic. Andrés Manuel López Obrador es o ha sido el único presidente socialista de este país, pero sí sé que ha sido el mejor de todos. Nuestro presidente es un socialista ejemplar. ¿Por qué? Por un sinfín de razones, pero una muy importante es que él demostró que se pueden superar las falacias paralizantes con las que los argüenderos de la farándula de pseudo-intelectuales vendidos y anti-progresistas han combatido las ideas socialistas. Concretamente, en tres años de gobierno el presidente López Obrador demostró que se puede ser socialista sin tener que servirse del instrumental teórico del marxismo, sin tener que recurrir a la terminología marxista para articular su proyecto político y sus planes de trabajo. Desde luego que además de socialistas podemos ser marxistas, pero es una falacia afirmar que si no se es marxista, entonces no se puede ser socialista. Eso no es cierto y el Lic. López Obrador lo ha hecho patente.

Un punto importante que parecería derivarse de lo que hemos aseverado y que, si así fuera, explicaría en alguna medida la debilidad del socialismo es el siguiente: a diferencia de lo que se requiere para ser un político estándar, es decir, un erudito en maniobras sucias, un experto en pudrir instituciones, un especialista en egoísmo y en pandillerismo politiquero, para ser un político socialista, como el Lic. López Obrador, hay que tener un corazón de oro, hay que “amar a su prójimo”, hay que estar por encima de las vanidades del mundo. Se dice fácil! Por eso es tan difícil encontrar dirigentes estatales socialistas. Esto es así porque por la naturaleza misma de las aspiraciones socialistas, el político socialista parece destinado a no acceder nunca al poder y a tener que mantenerse siempre en la oposición. Pero en México, como si hubiera resultado de un mandato divino, llegó al poder un auténtico político socialista, un político que con su mera actuación espontánea acabó con múltiples mitos y falacias relacionados con el socialismo: que se tiene que ser un marxista teorizante, que se tiene que acceder al poder por medio de una revolución, que se tiene que tener como objetivo la exaltación de la lucha de clases, que se tiene que ser profundamente anti-religioso y decenas de ridículas historietas como esas. Lo que el Lic. López Obrador ha hecho ha sido impartir una impecable cátedra de socialismo práctico. ¿Y qué instauró con ello? Inauguró el socialismo mexicano del siglo XXI. Para quienes como nosotros que, por las razones que sean, no participamos en la contienda política como agentes activos, la lucha por el socialismo es lo mismo que la lucha de apoyo incondicional a la política del presidente Andrés Manuel López Obrador. Ser mexicano progresista en nuestros días sólo puede significar ser un defensor a ultranza de la política desarrollada por nuestro presidente y eso es ser socialista. Pero ¿cuál es esa política que tanto nos entusiasma?

No creo que debamos ir muy lejos para ofrecer un esbozo de respuesta suficientemente claro. La política socialista del Lic. López Obrador es la política consistente en la recuperación y el saneamiento de las instituciones nacionales (gubernamentales, educativas, de salud, etc.). Es, pues, parte fundamental de dicha política la lucha contra el cáncer social por excelencia, a saber, la corrupción, es decir, el mal uso y la desnaturalización (o, si se prefiere, el uso privatizador) de las instituciones para beneficio de unos cuantos corruptos y sus familias. Es parte alícuota de la política socialista mexicana la reestructuración del sistema nacional de salud, porque es inaceptable que millones de personas no puedan recibir apoyo médico cuando sufren algún padecimiento. Es representativo del socialismo del Lic. López Obrador el dotar a nuestro país de una infraestructura sólida para que el comercio se expanda y el turismo florezca. Es gracias a la perspectiva socialista del presidente que se está logrando desterrar para siempre el espíritu de los traidores a México y a su mosaico humano, a su pueblo, un espíritu propio de los despreciables vendepatrias priistas de antaño y de los odiosos vendepatrias actuales del PAN. El socialismo del presidente López Obrador es también la política del sentido común, la política consistente en defender y salvaguardar el patrimonio nacional, las riquezas naturales de nuestro país, esos bienes que con desparpajo e irresponsablemente los anti-socialistas de hoy quieren volver a malbaratar para llevarse ellos su correspondiente porción. El socialismo del presidente de México tiene como uno de sus objetivos últimos evitar el despilfarro humano, el desperdicio de tanto talento potencial que por razones de contingentes desequilibrios sociales, económicos, educativos, etc., nunca puede llegar a materializarse. De ahí la ayuda modesta pero concreta que le presidente de México le ha proporcionado a millones de mexicanos a través de becas y de todo una variedad de formas de apoyo para múltiples sectores sociales vulnerables y frágiles. El socialismo mexicano del Lic. López Obrador es el intento más grande que se haya hecho jamás en México para que la vida de millones de compatriotas esté un poquito más cerca de todo eso que normalmente la gente quiere para sí misma (comer bien, tener un lugar donde vivir, lograr que los hijos se eduquen, se preparen para entrar al mercado de trabajo, etc.), pero que no tienen. Todo eso y más es el socialismo mexicano de Andrés Manuel López Obrador.

Yo creo que teóricamente estamos en posición de concluir que formar parte de la jauría de chismosos a sueldo, de los tergiversadores profesionales que nos hacen llegar hasta el vómito moral, de los dizque críticos objetivos de un programa político que ni siquiera comprenden, pertenecer a grupos así es ser anti-mexicano, es ser enemigo del pueblo de México. Nosotros, los defensores del socialismo real, de ese socialismo que forzosamente se tiene que dar en algún sector del espacio-tiempo, no podemos tener ilusiones, por lo que ciertamente pende sobre nuestras cabezas un gran temor y una cierta angustia. Es porque sabemos que los grandes hombres no tienen continuidad y que así como no hubo no digamos ya un segundo Julio César sino un segundo Fidel o un segundo Bismark, desafortunadamente tampoco habrá un segundo Andrés Manuel López Obrador. Sin duda, dada la magnitud de sus objetivos su labor quedará inconclusa, como sucede siempre con las nobles causas socialistas. Pero de una cosa sí podemos estar seguros y orgullosos: el presidente López Obrador ya pasó a la historia. Mostró su inmensa superioridad como persona, en visiones y en trabajo frente a los enanos políticos que lo precedieron y a las cucarachas que hoy le estorban, y pasó ya a la historia porque logró construir e implementar, con la pureza de alma que ello requiere, lo que podemos llamar el socialismo mexicano de Andrés Manuel López Obrador.

2 comments

  1. Carlos Eduardo Jiménez Rubiano. says:

    Profesor Alejandro, cordial saludo.

    Su texto es estimulante, y constituye una luz en medio de la oscura manipulación mediática a la que vivimos expuestos diariamente e invita a pensar el socialismo colombiano. Gracias.

    Aprovecho la oportunidad para mencionarle un nombre que, aunque quizá no constituye una actualización del aparato categorial de Marx -no estoy seguro- sí es una apropiación orginal y superior a las más conocidas de marxistas analíticos, o maxistas franceses e italianos, se trata de Manuel Sacristán.

    Por otra parte, he estado buscando su libro sobre Filosofía de la política, pero los libreros en colombia me dicen que no hay comunicación con la editorial, lo que hace difícil la importación e impide la difusión de esta renovada y liberadora forma de hacer filosofía.

    Me despido deseándole mejores días y reitero mi agradecimiento y admiración por su trabajo.

    Atentamente.

    Carlos Eduardo Jiménez Rubiano.

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